virgilio pinera. la carne de rene
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VIRGILIO PIERA
LA CARNE DE REN
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1 edicin: noviembre 2000
Herederos de Virgilio Piera, 2000
Diseo de la coleccin: Guillemot-Navares
Reservados todos los derechos de esta edicin para
Tusquets Editores, S.A. - Cesare Cant, 8 - 08023 Barcelona
ISBN: 84-8310-150-5
Depsito legal: B. 41.834-2000
Fotocomposicin: Foinsa - Passatge Gaiol, 13-15 - 08013 Barcelona
Impreso sobre papel Offset-F Crudo de Papelera del Leizarn, S.A. - Guipzcoa
Liberdplex, S.L. - Constitucin, 19 - 08014 Barcelona
Impreso en Espaa
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ndice
Encuentro en la carnicera....................................................................6Pro carne............................................................................................13La causa.............................................................................................19El cuerpo humano...............................................................................26El servicio del dolor............................................................................35Hgase la carne..................................................................................46La carne de Ren................................................................................61La carne chamuscada.........................................................................80La carne perfumada...........................................................................91La carne de gallina...........................................................................106El rey de la carne..............................................................................118La batalla por la carne......................................................................135Tierna y jugosa.................................................................................150
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Encuentro en la carnicera
La carnicera La Equitativa es, como otros tantos expendios del ramo,
un establecimiento nada llamativo, pero hoy, en contraste con la plcida
tarde reinante, parece una fortaleza sitiada. Si en sus inmediaciones todo es
calma, en ella todo es desasosiego. Sin tregua la marea humana sigue
afluyendo. Ya forma una cola de ms de una cuadra.
Esta excitacin que toca las lindes de la histeria se debe a la ventalibre de carne. El pblico podr comprar toda la falda, el jarrete, el boliche,
bists y costillas que desee; el de un gusto ms exigente adquirir
hermosas masas de cerdo o delicadas piernas de cordero. En ese sentido se
ha dado carta blanca por esta tarde y todos estn dispuestos a
proporcionarse la carne que necesitan.
Un pueblo sometido al racionamiento no tiene que dar muestras de
cordura si, como ahora ocurre, hay venta libre de carne. El hecho de
privarse de ella da tras da lo ha llevado a la falsa creencia de que en breve
sern vctimas de la inanicin. Qu va a ser de nosotros? Y as pasan suvida discurriendo los medios de procurarse carne.
Puede entonces comprenderse su histeria. A la vista de tal cantidad de
carne, que comprarn despus de permanecer en una cola hecha de
ansiedades y de empujones, ya la ven convertida en una nada aterradora.
Los ms prximos al mostrador meten sus ojos en los enormes cuartos de
res que cuelgan de los garfios y aspiran con fruicin el olor de la sangre
coagulada. Es, por as decirlo, un da de fiesta nacional.
En la cola predomina el elemento femenino: seoras elegantes y
mujeres del pueblo, criadas, jovencitas. Todas se introducen osadamente en
lo ms apretado de la cola. Una de estas seoras, Dalia de Prez, ha logrado
a fuerza de sonrisas y caderas situarse a dos dedos de la carne. Vestida
como para una fiesta sostiene un parloteo incesante con su criada. De
pronto lanza una exclamacin de sorpresa.
Pero si es Ren! Mira, Adela, no es Ren ese que est en la fila del
centro? Parece hipnotizado. Mira, Adela y se lo seala, mira qu plido
est. Si fuera hijo mo le dara un vasito de sangre cada maana. Oh, Dios
mo, qu poca nos ha tocado vivir!
Ren, que casi roza con su cara un cuarto de buey suspendido de un
garfio, exhibe una palidez espantosa. Le horroriza cuanto sea carne
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descuartizada y palpitante. Un cadver no le causa mayor impresin, pero la
vista de una res muerta le provoca arqueadas, despus vmitos y termina
por echarlo en la cama das enteros. Por qu entonces, a despecho de tales
terrores, est en la cola de La Equitativa?
El padre de Ren tiene un marcado gusto por la carne, una preferencia
tan apasionada que constituye un sacerdocio y hasta una dinasta, algo que
se transmite de padre a hijo, y se lega celosamente para mantener vivo el
entusiasmo. Esto explica su presencia en la carnicera.
Y para un joven en trance de heredar la corona de su padre, nada
mejor que la asistencia regular al matadero, donde hombres armados de
grandes cuchillos y de picas arremeten contra las reses abrindolas en
canal. A Ren lo han llevado a presenciar estas matanzas. Su impresin fue
tan espantosa que enferm de gravedad. En consecuencia su padre juzg
que las cosas deban ir por grados: primero, asistencia sistemtica a lascarniceras, despus a los mataderos, ms tarde, a las grandes hecatombes
humanas.
Saliendo de su ensimismamiento Ren pase la vista por el pblico.
Sus ojos tropezaron con los de la seora Prez, que no le haba quitado los
suyos. Ella viva enamorada en silencio de la carne de Ren. De acuerdo con
el canon de esta seora, Ren era la encarnacin viviente de un semidis
griego. Aunque en esto haya confusin histrica no podra negarse que
Ren es una criatura esplndida. Si no posee los msculos del atleta, en
cambio en la calidad de su piel reside su belleza, y lo que lo hace irresistiblees la seduccin de su cara. En ella la nota dominante es ese aire que est
pidiendo proteccin contra las furias del mundo. Y cosa extraa: ese aire
que peda proteccin se manifestaba en su carne de vctima propiciatoria.
La seora Prez la imaginaba herida por un cuchillo, perforada por una bala
o pensaba en su uso placentero o doloroso. Cuando por vez primera sus ojos
vieron la carne de Ren, experiment la desagradable y angustiosa
sensacin de que esa carne estaba a dos dedos de ser atropellada por un
camin, que se hallaba intacta de puro milagro, y tan slo faltaban unos
minutos para que algo demoledor se le echara encima aniquilndola. Porcontragolpe, se suma a su vista en divinos xtasis. Una carne tan
expuesta (as la calificaba) prometa goces insospechados a la carne que
tuviera la dicha de obtenerla en el camino de la vida.
A punto de cumplir veinte aos, Ren slo conoca su propia carne.
Ramn, su padre, lo haba constreido a una vida tan solitaria que Ren ni
siquiera haba visto la carne al desnudo de los muchachos de su misma
edad, y mucho menos conoca la carne de la mujer. Ramn se haba
empeado en educarlo en el ms absoluto de los cenobios. Pareca que se
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empeaba en demostrar a su hijo que sobre la tierra slo haba un hombre y
una mujer, l y su madre.
Este programa de aislamiento se iba cumpliendo con exactitud
espantosa. Donde viviera este tro estrafalario, la gente dira siempre lo
mismo: a qu escuela envan al hijo?, con qu nios juega?, a qu nias
mira? Sera vano tratar de responder tales preguntas si otras, de orden ms
general, quedaban igualmente sin respuesta: Quin era Ramn, de dnde
proceda, qu haca?... Unos afirmaban que era viajante de comercio, otros
que ingeniero o contrabandista, y hasta haba gente que aseguraba que
asesino. Lo cierto es que slo se poda asegurar que Ramn era un hombre
perdidamente enamorado de la carne. Tan enamorado que haca medrar la
de su hijo, con todo el desvelo posible, para ofrecerla en holocausto a
divinidades ignoradas.
En relacin con el culto del padre, corra un chisme por el vecindario. Elseor Powlavski, viejo inmigrante polaco y joyero establecido, haba
escuchado de labios de Ramn esta frase, dicha a un hombre muy viejo:
No se aflija, mientras hay carne hay esperanza....
Ren haba vuelto a poner sus ojos en el cuarto de res colgada y
estaba a punto de desmayarse. La seora Prez nada poda hacer a riesgo
de perder su sitio en la cola. Luchaba entre auxiliar a Ren o permanecer en
su puesto. Si lo ayudaba poda perder la carne de res, y a su vez, dejarlo
desmayarse era para ella algo intolerable. Vio entonces que su amiga
Laurita, compaera en el bel canto, se hallaba precisamente junto a Ren.Por seas le hizo comprender la situacin. Laurita sac de su cartera un
frasco de sales, se las dio a oler a Ren, ste revivi, y la seora Prez
tambin.
Y en ese instante, alguien que estaba detrs de ella, dijo a su odo:
Lo he presenciado todo.
Buenas tardes, seor Nieburg. No hay que ser vidente para darse
cuenta del estado de ese joven. Crame, me inspira una profunda lstima.
Seora, a m ninguna. Esa clase de carne no me gusta. Ms bien lo
que quiero decirle es que el jovencito contina como un profundo misteriopara nosotros. Para m se trata de un conspirador.
Usted siempre viendo conspiraciones, seor Nieburg. Es tan fcil
imaginar cosas y darlas por ciertas.
Por favor, seora Prez, no se las d de discreta. El seor Powlavski
me ha confiado que usted misma le ha dicho que Ren tiene cara de
conspirador.
De modo que el seor Powlavski se atreve a poner en mi boca
semejante calumnia. No importa dijo con tono plaidero, ah tiene ante
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usted la verdad misma y sealaba a Ren: mrelo y dgame si eso puede
tener cara de conspirador. Yo dira que tiene cara de enfermo.
En todo caso de conspirador enfermo, seora Prez. Mire esa cara:
inspira desconfianza.
Slo un pjaro de mal agero como usted se atreve a conjurar males
sobre esa pobre cabeza.
Ya se las arreglarn, l y su familia, para que esos males recaigan en
otros. Qu ingenua es usted, seora. Perdone, pero no puedo menos que
rerme. No est viendo que los visajes de Ren forman parte de una farsa?
Pues a pesar de todo cuanto usted diga, seguir pensando que Ren
necesita ayuda.
Cmo no, mi querida amiga, no faltaba ms. Claro, usted puede
auxiliarlo. Con sus encantos el jovencito se sentir muy reconfortado.
Bueno, lleg mi turno. Viva la carne! Y le dijo al odo: Ahora va en serio.Mucho cuidado con esos aventureros.
Las palabras de Nieburg dejaron confundida a la seora Prez. Empez
a imaginar situaciones horrendas: vio a Ren entrando en su casa para
robarle hasta el ltimo centavo, lo vio en su dormitorio acaricindola con
una mano y con la otra hundindole un pual en el corazn. Tan vvidos
fueron sus terrores que dio un grito y flaquearon sus piernas. No pudo
desmayarse: la carne de res se le ofreca como la hostia consagrada. Sac
fuerzas de flaqueza, eligi, pag y sali. Pero antes de marcharse pas
cerca de Ren y le dio la mano. De este modo haca ver a Nieburg que suspalabras no le haban causado ninguna inquietud.
Ren se qued confundido y volvi a meter los ojos en el cuarto de res.
Cuando Laurita le dio a oler las sales la gente haba hecho comentarios. Y
ahora, esta seora se acercaba para estrecharle la mano. Ren la conoca
de vista (y cmo no reparar en la insistente y pintoresca Dalia de Prez).
Fuera a donde fuera, siempre se topaba con ella, y nunca se haba atrevido
a saludarlo. A Ren no le desagrad el saludo, pero record que su padre le
tena absolutamente prohibido entablar relacin amistosa con quienquiera
que fuese. Qu palinodia y qu castigos si Ramn lo llegaba a sorprendercambiando un saludo con la seora Prez.
Para colmo, su desfallecimiento en la cola se comentara en el barrio, y
poda llegar a odos de su padre. De modo que lo mandaba a la carnicera
con objeto de familiarizarlo con la carne y l se permita un
desvanecimiento. En vez de aprovechar la profusin de carne sacrificada,
entornaba los ojos y dejaba volar la mente. Se acord de que su padre le
haba dicho que tena la carne flaca, y que a punto de cumplir los veinte
aos, las promesas de su carne resultaban francamente desalentadoras.
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Este recuerdo lo llev a la ms torturadora de sus cavilaciones: a qu se
destinaba su carne?
Los aos vividos junto a su padre no arrojaban luz sobre esta cuestin.
Ramn, semejante a los magos que se rodean de una niebla para ocultarse
del resto de los mortales, esconda celosamente todos sus actos. Ren
presenta la anormalidad, pero le faltaban las comprobaciones.
Aparentemente la vida de su padre era normal: comer, dormir, baarse,
salir de viaje, volver, ir a un cine, leer, y al mismo tiempo qu excitacin
perpetua, qu desplazamientos de una a otra ciudad, de un pas a otro, de
un continente a otro ms lejano. Y esas largas, sempiternas homilas de su
padre sobre el valor de la carne, sobre lo que el factor carne significa en la
marcha de las naciones. Era, en verdad, un lenguaje harto complicado, ya
que la carne estaba presente en cada tema de conversacin. Ren
recordaba la glosa que Ramn haca del clebre apotegma de Arqumides:Dadme carne y mover al mundo. Dondequiera que volviera los ojos,
tropezaba con abrumadoras cantidades de carne.
Una vez pregunt a su padre si pensaba hacerlo aprender el oficio de
carnicero, y Ramn contest que a su tiempo se madura la carne. Y aadi:
De todos modos no tomes al pie de la letra lo de convertirte en carnicero.
Nunca me has visto descuartizar una res. Tampoco pertenezco al sindicato
de sacrificadores y expendedores de carne de res. Si te exijo el culto de la
carne, no quiere decir necesariamente que sers carnicero. Ests destinado
a algo infinitamente ms noble.Qu se propona su padre con esas frases dejadas siempre en la
sombra, con hablar por refranes, con frases de doble y hasta de quntuple
sentido? Por qu se negaba a decir lisa y llanamente las cosas? Poda
decirlas un hombre que enmascaraba cada uno de sus actos? Haba que
verlo caminar; lo haca como el que teme una agresin, volvindose por
temor a un sbito ataque, con sus ojos explorando el terreno antes de
aventurarse a salir. Sin duda contra su padre haba alguien o l mismo
estaba contra alguien. A Ren bastaba realizar el recuento de su corta vida
para confirmar su presuncin. La vida de los tres haba sido un constantexodo. No recordaba haber pasado ms de un ao en el mismo pas. Se
instalaban como para el resto de sus vidas, y un da Ramn levantaba el
campamento para transportarlos a cientos de kilmetros, donde todo
resultaba diferente: gentes, costumbres, idioma. Cuando pasaban unos
meses, vuelta de nuevo al xodo. No dejaban las ciudades perseguidos por
turbas amenazadoras, ni entre piquetes de soldados, pero cunta violencia,
angustia y desazn en esos fulminantes desplazamientos. Ren record la
ltima ciudad en la que les toc pernoctar en Europa antes del gran salto
a Norteamrica. Arribaron a ella en invierno, y en ese mismo invierno la
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dejaron. No hubo tiempo para que las nieves se fundieran. No era su culpa
si, debido a estos desplazamientos, su impresin de la ciudad devena tan
estrecha, tan unilateral que la reputaba de eternamente blanca.
Arribar al pas elegido era tambin singular: no bien llegaban, alguien
se acercaba, los metan rpidamente en un auto y los llevaban a una nueva
casa. En ella Ren experimentaba el mismo desasosiego que en las
anteriores. Tena que asomarse a la ventana para ver el paisaje distinto y
convencerse de que no haba dado marcha atrs. En estas moradas de paso
siempre haba la eterna oficina de Ramn, una pieza ms de la casa, pero
constantemente cerrada. Qu haca su padre en tal oficina, para qu fines
serva. All Ramn pasaba las horas y ni la misma Alicia se hubiera atrevido
a molestarlo. Las contadas veces que Ren lo vio salir de la oficina
advirti en su cara las seales de un cansancio agotador, el paso vacilante
de un borracho. Conmovido, expres a su padre el deseo de ayudarlo en sutrabajo. La respuesta de Ramn fue un grito estentreo.
En esta postrer ciudad de Europa haban batido el rcord de estada:
en ella residieron ocho meses. De pronto, volaron a Norteamrica. Ren se
haba echado a rer como un tonto cuando al llegar a su casa, abrumado por
el peso de unos kilos de carne, vio a sus padres haciendo las maletas.
Ramn le dijo que embarcaran hacia Norteamrica en el trmino de una
hora. El paquete de carne se le cay de las manos, y, con la boca abierta,
pareca la estatua del estupor. No lo dejaba boquiabierto el anuncio del viaje
(estaba hecho a tales sorpresas), sino la inutilidad de su compra. Esto leprodujo tal acceso de risa que Ramn lo reprendi. Ren, revolcndose en el
piso, gritaba con convulsas carcajadas que los gatos se daran un festn.
Hoy mismo podra repetirse la escena. Al llegar a su casa, abrumado
de carne y de vergenza vera a sus padres haciendo febriles preparativos
de viaje? Entonces no sera ms prudente llamar por telfono y preguntar
si estaban a punto de volar? Pero esta idea, que no era en el fondo sino su
aspiracin de ver terminados sus sufrimientos en las carniceras, se fue con
la misma rapidez que llegara. Y en su lugar surgi sta: dejaremos esta
ciudad para llegar a otra, y yo ir tarde tras tarde a la compra de la carne.Su futuro ser siempre ese peso muerto formado por el pasado de su
vida. Era para rebelarse contra la norma de conducta impuesta por su padre
y dejar all mismo la carne comprada y cantarle a Ramn las verdades...
En ese momento el cliente que estaba detrs le dijo:
Vamos, no se duerma...!
Ren dio un brinco y qued frente al carnicero que, apuntndole con el
cuchillo, pregunt la clase y la cantidad de carne a comprar.
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Y una vez ms, con lamento de animal herido, pidi un kilo de sta y
cuatro de aqulla... Entonces, para que su vergenza y frustracin se
hicieran ms patentes, el carnicero le regal unas piltrafas para el gato.
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Pro carne
Despus de tomar el caf, Ramn le dijo a Alicia:
Tienes que curarme la llaga.
Ren, que an tomaba su caf, al or la palabra llaga dej caer la
taza. Se agach para recoger los fragmentos. De nuevo oy la voz de su
padre.
Vamos, Alicia, date prisa, la llaga no espera.Las manos de Ren empezaron a temblar, los fragmentos de la taza
saltaron de sus dedos. De nuevo se oy la voz de Ramn:
Ven, Ren, te necesito a mi lado. Es conveniente que empieces a
aprender estas cosas.
Ren alz la cabeza y la dej como clavada en una pica. Durante aos
se haba cumplido el programa de la contemplacin de la carne de res; de
pronto, sin previo aviso, era invitado a contemplar llagas humanas. Record
que el da venidero cumplira veinte aos y asoci su cumpleaos a la
inesperada revelacin de su padre. A despecho de proseguir el culto a lacarne de res, le impondran una nueva tarea: asistir a la curacin de la llaga.
Ramn se quit la camisa y Ren vio una llaga en su pecho.
No te gustara tener una como sta?
Ren se puso lvido, se incorpor, empez a retroceder.
No, eso no ataj la voz de Ramn. Tienes que presenciar la cura.
Por favor, pap, me dan ganas de vomitar.
Lo oyes, Alicia? Conque ganas de vomitar... Entonces no te
gustara tener tambin tu llaga?
No, no quiero, es horrible.
Ramn y Alicia se miraron. Ren se ech a llorar. Vio que Ramn se le
acercaba; pens que lo herira en el pecho; dio un grito y cay de rodillas.
Pap, te obedecer en todo, no me mates.
No ser yo quien te hunda el cuchillo, hijo mo. Piensa que en el
mundo existen millones de manos y millones de cuchillos.
Lo cogi por los hombros y lo sent en una silla.
Mira, tu cuerpo, el mo, el de tu madre, estn hechos de carne. Esto
es muy importante, y por olvidarlo con frecuencia, muchos caen vctima del
cuchillo. Sabes que practico el culto de la carne, no el de la atltica e
intacta, sino el de la trucidada. Eso s, viva y palpitante como esta llaga. O
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como sta. Y se arremang el pantaln. Mira qu llaga, del tamao de
un puo. Es reciente. Aun despus de curada, la piel se mostrar translcida
y violcea. O si lo prefieres puedo mostrarte mi primera herida, una herida
que tiene cuarenta aos y, sin embargo, persiste en mantener la cicatriz.
Mrala. Se sac el zapato y la media con gran calma y parado en un pie
mostr la planta del otro. No ves que abarca desde el calcaal hasta los
dedos? Y en el otro pie sucede lo mismo. Fueron estas dos heridas, mi
primera batalla con la carne, y de la cual, si no me equivoco, sal victorioso.
No voy a hacerte el relato de esa aventura, pero puedes tener por cierto
que no fue una pluma de ave lo que se mantuvo horas y horas pegado a
estas plantas. Ya ves, mi cuerpo tiene mucha carne por donde cortar...
Quieres otro ejemplo? Mira mi hombro derecho. Sabes que esta parte del
cuerpo se denomina clavcula. Pues bien, se ha convertido en una grotesca
protuberancia. A qu se debe tan violenta dislocacin? Y por qu no tengouas en los dedos de los pies y en su lugar se observan negros boquetes?
S, mira, no te canses de mirar, de examinar, y si quieres hasta puedes
tocarme. Vamos, nimo! Me ests viendo como realmente soy. Y hay ms,
esto no es todo... Mira aqu. En virtud de qu, esta piel del vientre y
mostraba su vientre deformado, est llena de costurones? Para no hablar
de otras seales, aunque diminutas, no por ello menos refinadas. Mira este
agujero en la oreja, del tamao de una moneda de un centavo. Te confieso
que siento por l un cario especial. Me procura la sensacin de que es
como un mirador de cuanto se encierra en mi cuerpo. Lanz una sonoracarcajada y se ech en el piso. Qu cuerpo el mo! No te parece? Y oye,
llevo cuarenta aos luchando con la carne, pero siempre animoso, siempre
coleccionando trofeos, batiendo rcords... En una palabra, resistiendo, hijo
mo, resistiendo.
Resistiendo, pap, resistiendo a qu? dijo Ren, lloroso.
Bueno, clmate, no veo ninguna razn para ponerse as. Me parece
que todava no estoy muerto. Se qued un momento pensativo y prosigui
: Piensas que estos golpes, llagas, fracturas se deben a que fui acrbata
o boxeador? A qu oficio o profesin atribuyes tales anomalas? Bueno, asu tiempo se madura la carne... Creo que ha empezado a madurar para ti.
Dime, no has pensado que tu cuerpo pueda convertirse en lo que es el
mo?
No, no, pap! implor Ren. No me gustan las heridas. Prefiero
intacto mi cuerpo.
Qu tonteras estoy oyendo! Qu significa el cuerpo intacto? Si no
lo quieres vulnerado, a qu lo destinas?
Lo cogi por un brazo y lo puso en pie.
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Si tu pecho no tiene una llaga como la ma, de qu te servira? Si tu
vientre est libre de costurones, para qu lo quieres? Si esos brazos llegan
sin heridas a la vejez, de qu te habrn servido? Si tus piernas no tienen
mil y una heridas, a qu uso placentero las reservas? Dime, hroe
romntico y lo zarande violentamente, joven lunar de mirada
soadora, qu piensas? Cuerpo intacto, morbideces, turgencias... Dime,
hijo, tu padre te pregunta: no amas la carne descuartizada?
Es fea se limit a responder Ren y dej caer la cabeza sobre el
pecho.
Ah, ahora nuestro hroe se desmaya! Pronto, que venga un mdico,
traed las sales... El hijo del rey ha muerto, el cetro pasa a otras manos. No,
no, joven soador, ni has muerto ni vas a desmayarte.
Meti el pie en el zapato, cruz los brazos y mir a Ren
detenidamente. Una mosca, cada en una taza, agitaba vanamente sus alaspor escapar. Con suma delicadeza, Ramn la atrap y la coloc sobre una
rosa. Lentamente se fue poniendo la camisa. Por fin, alzando la cabeza de
Ren, pregunt:
Sabes cmo llamaban a mi padre los camaradas?
Y, como calculando el efecto, empez a hacerse parsimoniosamente el
nudo de la corbata. Al fin dijo:
Mi padre, muerto dos aos antes de tu nacimiento, march a la
tumba acompaado de ms de doscientas heridas. Sin duda se haba
formado en la gran escuela. Yo mismo, yo, que tanto horror te inspiro, quete parezco un monstruo de deformidad, no podra compararme ni
remotamente con tu abuelo. l tena una llaga que, empezando en la tetilla
derecha, recorra la espalda y vena a finalizar en la misma tetilla. Y dicha
llaga, al lado de la cual la ma es tan slo una picadura de mosquito, se
mantuvo, abierta y supurante, hasta el ltimo da de su vida. Tu abuelo,
camarada de camaradas, resisti victoriosamente veinticinco agujas en las
uas.
Ren no lo dej continuar. Se abraz a l, y en medio de grandes
sollozos, pregunt:Por eso, pap, por eso mi abuelo era la Criba Humana?
Ren, maana cumples veinte aos.
S, maana es mi cumpleaos.
Querido hijo, el da en que cumplirs veinte aos, te pondr en
posesin del secreto de la carne.
A estas palabras, de un estilo grato a Ramn, sobrevino un largo
silencio. Ren se haba echado en los brazos de su madre, formando con
Alicia una piet casera, a merced de un Csar implacable. Como si ese
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cuadro plstico improvisado de la madre con el hijo lo irritara, Ramn
exclam:
Maana tambin empezar para ti la batalla por la carne.
Fue interrumpido por un timbrazo. Ren corri a abrir. Retrocedi
espantado. Adelantndose con gran desenfado, la seora Prez deca:
No voy a comrmelo, tesorito... Slo he venido a informarme de su
preciosa salud. En la carnicera lo vi a punto de desmayarse.
Hizo una profunda reverencia a Alicia, y a Ramn.
Tienen ustedes un hijo muy sensible.
Agradezco, seora, el inters que se toma por Ren contest
Ramn, pero le aseguro que su carne adquirir el temple debido.
El temple necesario... repiti la seora Prez extasiada ante un Ren
con la carne sabiamente templada para el amor. Los felicito aadi.
Trajeron al mundo un ser que har una brillante carrera con su cuerpo.Ren salud a la seora Prez y se dispuso a salir del comedor. La
seora Prez lo cogi por un brazo.
No me va a privar de su encantadora presencia. Estar solamente
unos minutos. Olvidaba presentarme. Me llamo Dalia de Prez. Tanto gusto.
Tanto gusto dijeron maquinalmente Alicia y Ramn.
Pues es el caso prosigui Dalia que este jovencito estuvo a punto
de desmayarse en la carnicera. Gracias a mi amiga Laurita su lindo cuerpo
no rod por tierra.
Tenga por seguro que esa escena no se repetir, seora. Desdemaana...
Pues claro dijo Dalia, desde maana, desde maana... Pero no
estara fuera de lugar un tratamiento para los nervios, los de Ren se ve
que son fibras muy sensibles. No va a negarme que tambin los nervios
estn hechos de carne, y si los alteramos, el resto de la carne se altera.
Se qued un momento embarullada en sus reflexiones, y aadi de un tirn
: Lo que quiero decir es que la carne de Ren no est hecha para el dolor.
Eso es y apoy la frase con una risita, ningn dolor para esa carne.
Lo mismo pienso yo dijo Ramn. Tanto es as que por eso lomando a la carnicera. Dgame, seora Prez, no es un placer contemplar
esa carne descuartizada?
Ahora la que estuvo a punto de desmayarse fue Dalia.
Cmo! Qu est diciendo, Dios mo! La carne descuartizada! El
potro del tormento! No, no, aleje de mi vista esa visin infernal, y tambin
aljela de su hijo. Mire su cuerpo, tiembla como la hoja en el rbol. Es un
cuerpo hecho para el placer. Hgale la vida agradable al cuerpo de su hijo.
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Mi encantadora seora contest Ramn con irona, compruebo
que usted se interesa grandemente por el destino de Ren. No tenga
cuidado, la carne de mi hijo florecer a su debido tiempo.
Es encantador orle decir eso, seor. Cuando oigo la palabra florecer
me vuelve el alma al cuerpo. Y si en algo puedo ser til a ese florecimiento,
estoy a la disposicin de su hijo.
Ren se ruboriz. Dalia hizo que se ruborizara. Ramn sinti que su
sangre se le suba a la cabeza Pondra a esa mujer de patas en la calle?
Dalia no le dio tiempo. Mientras haca nuevos saludos caminaba hacia
la puerta. Una vez all, despleg la ms seductora de sus sonrisas, volvi a
saludar y dijo:
Hgala florecer.
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La causa
Al siguiente da, cumpleaos de Ren, Alicia lo despert muy temprano
para decirle que Ramn lo esperaba a las siete en la oficina. Deba ir en
ayunas y darse prisa. Eran las siete menos cuarto. Diciendo y haciendo le
haca cosquillas para sacarlo de la cama. Ren se resista, no tanto por
pereza, como por el estupor que le causaba la orden de su padre. Qu
significaba ir a verlo en ayunas? Acab por levantarse, entr en el bao,se lav sumariamente y, dando las siete, tocaba en la puerta de la
oficina.
Entra escuch un tanto ahogada la voz de su padre.
Ren empuj la puerta y entr. Crey estar de pronto en el gabinete de
un dentista. Las paredes estaban pintadas de blanco y del techo colgaba
una lmpara de uso en las salas de operaciones quirrgicas. En medio del
cuarto haba una especie de silln de dentista, de un color entre amarillo y
crema. En una vitrina, pinzas, tenazas, bistures. Al fondo del cuarto y
pendientes del techo, poleas, cuerdas y trapecios. Sobre una mesa de hierrovarios sopletes oxdricos. Finalmente, sus ojos se posaron en un cuadro de
grandes dimensiones, un leo del martirio de san Sebastin. O al menos el
pintor tom como punto de partida dicho martirio, porque en el caso de este
cuadro no se podra afirmar que fuera exactamente un martirio. La pintura
presentaba a un hermoso joven, tal como lo haba sido Sebastin, en actitud
reposada, con la mirada perdida y una sonrisa enigmtica. Hasta ah el
cuadro no ofreca nada de particular. En lo que se apartaba del modelo
tradicional era en lo referente a las flechas. San Sebastin sacaba las
flechas de un carcaj y se las clavaba en el cuerpo. El pintor lo haba
presentado en el momento de clavarse la ltima en la frente. La mano an
se mostraba en alto, separados los dedos del extremo de la flecha y como si
temieran no se hubiera sumido definitivamente en la propia carne.
Ren se acerc ms. En ese momento la luz de un reflector cay sobre
el cuadro, que hasta entonces haba disfrutado de una ligera claridad. Ren
retrocedi espantado: era su cara. Este san Sebastin era Ren. Sus mismos
cabellos y su boca, su misma frente. Como en un sueo oy la voz de su
padre:
Se parece a ti, verdad?
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Ren no respondi. Segua con los ojos clavados, como otras flechas,
en la cara del joven Sebastin. Ramn volvi a preguntar sobre el parecido.
Ren cay en nuevas sorpresas: su padre estaba sentado en el silln y
comprima horriblemente sus dedos en unos torniquetes. Volvi a insistir
sobre el parecido.
Es mi misma cara musit Ren. S, soy yo mismo.
Dime, hijo mo, te gusta?
Ren senta que sus fuerzas lo abandonaban. Eran emociones intensas.
La convivencia con su padre haba sido extraa, pero cosas como las que
ocurran en ese momento lo tocaban de modo directo. Oscuramente se
percataba de que tambin se contara con l para el servicio del dolor. La
voz de su padre, repitiendo la pregunta, lo sustraa de golpe del plano
infantil, en que hasta entonces se moviera, para situarlo en la realidad de la
violencia. Se vio obligado a responder. Por tercera vez Ramn preguntaba.S, padre, me gusta.
Eso no es decir nada. S que te gusta. Te refieres a la pintura en
cuanto tal. Y yo no te hablo de ella. S que se trata de una buena tela. El
pintor que la ejecut es de los nuestros y nosotros nunca hacemos mal las
cosas. Lo que quiero saber es si te sientes como el Ren del cuadro.
Lleno de flechas?
Lleno de flechas y de cuanto est en este cuarto. Todo es poco para
servir a la Causa.
Sac sus dedos de los torniquetes. Estaban acardenalados por lacompresin.
Nunca te he hablado de la Causa?
La Causa...? indag Ren confundido.
La Causa es la revolucin mundial. Hasta que no se produzca,
deberemos servirla. El jefe que domina nuestro pas traicion la Causa y nos
persigue porque lo perseguimos. Su persecucin tiene lugar dentro y fuera
de este pas. Tu abuelo, que tuvo el privilegio de servir a este jefe que
abati al antiguo jefe, pas los diez ltimos aos de su vida persiguiendo a
su jefe, quien, a su vez, lo persegua a l. El resultado fue la muerte de tuabuelo.
Y el jefe tambin te persigue, padre?
Acabo de decrtelo. Recog la herencia de tu abuelo. Soy el jefe de los
perseguidos que persiguen a los que nos persiguen. Sin embargo, ambos
jefes estamos muy lejos el uno del otro. En otra poca estbamos tan juntos
que nos dbamos la mano cada da. Despus nos fuimos separando. Al
principio cremos que acabar con l era cuestin de horas. Pronto nos
desengaamos. Abandonamos el pas. Como quien dice, nos situamos
enfrente. Pero l activaba la persecucin. Qu otra cosa poda hacer si se
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saba perseguido? Fuimos poniendo tierra y agua entre l y nosotros. En
treinta aos las posibilidades de posarse en algn sitio se van recortando.
La tierra no es ilimitada, y ya estamos reducidos a esta ciudad.
Dej el silln y dio la espalda a Ren.
Sabes cuantas veces los partidarios del jefe me han puesto en
peligro de muerte?
De muerte...? exclam Ren. Padre, hablas de atentados?
As es, Ren, de atentados contra mi persona. Dieciocho atentados
de primera magnitud, para no hablar de otros de menor cuanta. Por
ejemplo, es atentado de primera magnitud aquel en que los perseguidores
te acorralan, ves sus caras, sus armas, sus brazos te aprisionan, eres herido
de gravedad, escapas por un pelo... En cuanto a los de menor cuanta, por
ejemplo, te envan una bomba de tiempo, ests expuesto, pero como
desconfas de cualquier envo, no la tomas en tus manos. En un momentodado el jefe y yo estuvimos a la par en el nmero de atentados de primera
magnitud. Despus, me fue tomando ventaja. Sus recursos eran mayores.
Muchos de los nuestros, cansados de esperar el triunfo de la Causa, se
pasaron al enemigo o sencillamente se alejaron de la lucha. Esto procur al
jefe una especie de claros alrededor de mi persona que l ha sabido, lo
confieso, aprovechar. Por otra parte, los vaivenes de la poltica internacional
le han sido tan propicios que a la hora que te hablo, casi todos los gobiernos
son sus partidarios. Si todava se siente perseguido es porque desea
ardientemente perder su carne. La verdad es que slo de un modo tericoaguarda un atentado de parte ma.
Pero, padre exclam Ren vivamente, no veo por qu tengas que
morir. Todo podra arreglarse. Escribe a ese jefe comunicndole que te
retiras de la persecucin.
Retirarse de la persecucin... La persecucin nunca se detendr, es
infinita, ni aun la muerte la detendra; ah quedas t para proseguirla. No te
has fijado en las carreras de relevos? Cuando un corredor deja caer la
antorcha, el que sigue la recoge al instante. Tu abuelo me entreg la
antorcha, yo te la pasar. T la pondrs en las manos de tu hijo o en sudefecto del miembro ms destacado del partido. La Causa no puede dejar
de correr un solo instante.
Por qu se baten? pregunt Ren con suma agitacin.
Por un pedazo de chocolate respondi solemnemente su padre.
El jefe que ahora me persigue, hace muchos aos logr, tras cruenta lucha,
abatir al poderoso y feroz jefe que tena prohibido en sus estados, so pena
de muerte, el uso del chocolate. ste mantena rigurosamente tal
prohibicin que se remontaba en el tiempo a siglos. Sus ancestros, los
fundadores de la monarqua, haban prohibido el uso del chocolate en sus
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reinos. Afirmaban que el chocolate poda minar la seguridad del trono.
Imagina los esfuerzos, las luchas que tuvieron lugar durante siglos para
impedir el uso de dicho alimento. Millones de personas murieron, otras
fueron deportadas. Por fin el jefe, que ahora me persigue, obtuvo una
aplastante victoria sobre el ltimo soberano y tuvimos la dicha, muy corta,
de inundar de chocolate nuestros territorios.
Dime, padre, en qu minaba el chocolate la seguridad del trono?
Muy sencillo: el fundador de la dinasta afirmaba que el chocolate es
un alimento poderoso, que al pueblo se deba mantener perpetuamente en
una semi-hambre. Era la mejor medida para la perdurabilidad del trono.
Imagina entonces nuestra alegra cuando, tras siglos de horrendas
contiendas, pudimos inundar el pas de chocolate. Las masas, que haban
heredado esta pattica predisposicin a tomarlo, se dieron a consumirlo
locamente. Al principio todo march sobre ruedas. Un mal da el jefeempez a restringir su uso. Tu abuelo, que haba visto perecer a su padre y
a su abuelo por la implantacin del chocolate, se opuso categricamente a
dicha restriccin. Y tuvo lugar el primer rozamiento con el jefe. Como en
todas las luchas que van a ser a muerte, hubo imprescindibles tanteos,
arreglos aparentes. Un da amanecamos y la esperanza nos colmaba: el
jefe daba carta blanca al uso del chocolate; otro da se limitaba su uso a tres
veces por semana. Entretanto las discusiones suban de punto. Tu abuelo, el
personaje ms influyente cerca del jefe, le reprochaba poltica tan funesta,
llegando al extremo de llamarlo reaccionario. Tuvo lugar una acredisputa, cuyo resultado fue que al otro da el secretario de mi padre en el
Ministerio de la Guerra fue encontrado agonizante en su casa: alguien lo
haba obligado a tomarse un galn de chocolate caliente. Esto colm la
medida. Mi padre se opuso abiertamente al gobierno, se form el grupo de
los chocolatfilos. Entonces yo era muy joven, pero recuerdo ntidamente un
desfile bajo los balcones de la Casa de Gobierno comiendo barritas de
chocolate. En represalia, el jefe incaut el existente en el pas. Nosotros no
cejamos y nos vestimos color chocolate. El jefe, considerando que esto
poda levantar en su contra al pueblo, nos declar reos de lesa patria yorden un gran proceso. A duras penas mi padre pudo trasponer las
fronteras y buscar asilo en un pas vecino. El resultado de los procesos fue
la muerte de miles de los nuestros.
Si no eran culpables, por qu los ejecutaban? grit Ren fuera de
s.
Por qu...? Pregntaselo al jefe y Ramn solt una risotada.
Entretanto mi padre y sus adeptos mantenan la santa causa del chocolate
desde el pas vecino. El jefe haba traicionado los sacrosantos principios de
la revolucin del chocolate; en consecuencia, debera morir. l lo saba y,
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circular por el mundo. Pero dejemos tus ingenuidades y volvamos al jefe.
Haba descubierto la conspiracin. Esa maana de que te hablo se present
en el comedor de la Cancillera llevando en su mano derecha una humeante
taza de chocolate. A su vista, el secretario se qued helado de espanto. El
jefe le dijo, sin ms prembulo, que se la tomara... Te imaginars el final de
la escena: el secretario se vio obligado a apurar su propia cicuta. A los
pocos minutos era cadver. Ese mismo da el gobierno del pas en que
transcurra nuestro exilio, nos declar extranjeros perniciosos. De entonces
ac ha llovido mucho. Tu abuelo muri asesinado, yo estoy a punto de
perecer. El cerco se estrecha cada vez ms. Es por eso, y en ocasin de tu
cumpleaos, que te he llamado aqu para participarte la voluntad del
partido y la ma propia.
La voluntad del partido...? apenas si pudo balbucear Ren.
Es la voluntad del partido que seas mi sucesor, tanto en lo que tengode perseguido como de perseguidor. Son dos funciones diametralmente
opuestas. Cada una exige una tctica diferente. Aprenders ambas. Como
en los ltimos tiempos la suerte nos ha sido adversa, debers prepararte
para ser el gran perseguido de nuestra Causa. Mi consejo es que, sin hacer
renuncia expresa del oficio de perseguidor, pongas el acento en la
complicadsima tcnica del perseguido. No olvides que por el momento, la
perdurabilidad de la Causa depende de la huida. Un buen huidor puede
causar mucho dao al enemigo. El que huye lo hace de dos cosas: de otro
hombre como l, y de la confesin. Lo primero recibe el nombre deatentado; lo segundo, de tortura.
Tortura...? balbuci Ren.
En toda la lnea contest Ramn framente. Si orden pintar el
cuadro fue con el nico objeto de hacerte comprender plsticamente tu
destino.
Pero soy yo mismo quien se tortura, padre.
En efecto, eres t quien se tortura. Es una manera de invitar a los
otros a que lo hagan. Quin, en medio de tantas flechas, resistira la
tentacin de clavarte una ms? Por ejemplo, yo.Y rpido como el rayo le clav una aguja en el brazo. Ren dio un grito
y cay a los pies de su padre, quien levantndolo, dijo con inmensa ternura:
He ah tu regalo de cumpleaos.
Se sent en el silln, se aplic los torniquetes y exclam jovialmente:
Vete a tomar tu desayuno.
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El cuerpo humano
La seora Prez tena pretensiones de poetisa. Dos libros de versos y
ser viuda de un periodista famoso le conferan cierta notoriedad entre sus
amigos. Joven an, y con bienes de fortuna, Dalia quera destacarse, y en
cierto modo lo consegua. Aunque nunca pudo recibir en su casa lo mejor
y muy poco de lo regular, se estimaba una mujer triunfante. Se llenaba la
boca para decir que sus jueves musicales eran una de las atracciones dela ciudad.
En esos jueves, tan anacrnicos como la seora Prez, a la que su no
menos anacrnico marido haba legado la atmsfera de las veladas
provincianas, se hacan tres cosas: recitar, tocar el piano y cantar. Dalia
recitaba sus propios versos, acompaaba sus canciones y las cantaba, en
medio de un incesante parloteo, matizado con risas estentreas. Sentada al
piano y al parecer absorta en la ejecucin, se levantaba de pronto para
mezclarse en la conversacin de sus invitados. Soltando sus famosas risas,
preguntaba sobre lo que conversaban sotto voce,y al rato volva al piano.As, jueves tras jueves, la vida de la seora Prez era, no podra ser de otro
modo, un camino sembrado de rosas.
Sin embargo, el jueves siguiente a su encuentro con Ren en la
carnicera, Dalia se haba encerrado en un gran mutismo. Sus nervios se
hallaban a punto de estallar: se levantaba, volva a sentarse, recorra el
saln, arreglaba unas flores, daba rdenes al sirviente... Apenas atenda a
sus invitados. Dej al seor Powlavski con la palabra en la boca; no bes a
la encantadora Laurita; olvid cumplimentar al crtico Blanco. Su extrao
comportamiento empezaba a levantar comentarios entre sus invitados.
Qu le ocurra a Dalia? Esperaba la llegada de Ren. Presentarlo ese
jueves a sus amigas le proporcionara un sonado triunfo. Su femenina
vanidad no poda renunciar a esto. Nieburg y Powlavski se pondran verdes
de envidia. Laurita, que tambin haba echado el ojo a Ren, de puro
despechada se comera las uas; Blanco, que se preciaba de conocer a los
jvenes de la ciudad, no le perdonara esta presentacin. Era tal la
impaciencia de Dalia por cosechar su triunfo que no falt nada para
proclamar la visita inminente de Ren, pero se contuvo en previsin de un
fiasco.
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copas de cocktail,se las puso en las manos y los dej con la palabra en laboca.
Colgada del brazo de Ren, lo llev ante una vitrina atestada demarfiles y abanicos. Nieburg y Powlavski los siguieron. Ahora Dalia, frente a
la vitrina, sealaba a Ren los marfiles, al mismo tiempo que hablaba sin
parar. Nieburg y Powlavski, a corta distancia, hacan a Dalia, sin que Ren
pudiera verlos, seas misteriosas, con miradas que eran otras tantas
preguntas. Utilizando los dedos manifestaron que solicitaban una entrevista.
Dalia, a su vez, les lanz una mirada aniquiladora. Powlavski, haciendo caso
omiso de la amenaza, se acerc para decirle con toda desfachatez que
tocara el Vals del Emperador.A la seora Prez no le qued ms remedioque complacerlo. Como no lo saba de memoria, Powlavski se ofreci a
pasar las pginas. Mientras lo haca, se inclinaba sobre la ejecutante y le
repeta ad eternumsi en casa de Renocurran cosas fuera de lo normal.Casi desmayada concluy Dalia el alegre vals.
En ese momento el criado anunci que la comida estaba servida. Dalia
se vio obligada a aceptar el brazo que Powlavski le ofreca. Con paso
vacilante atraves el saln y cay desplomada en la silla que el mismo
Powlavski le encajaba en el trasero con burlona solicitud. Haciendo un
esfuerzo sobrehumano, Dalia, que tena a su derecha al crtico Blanco,
respondi sonriendo a la pregunta que ste le haca sobre el consom:
No, amigo mo, no es de pollo, es de carne de res. Y
atropelladamente aadi: La cena de esta noche se componeexclusivamente de platos... carnales.
Solt una de sus risas y volvi a decir:
De platos carnales... Un consom de carne de res, un gigote de
carnero, unas chuletas de puerco...
Mi querida amiga dijo Blanco, no va a terminar usted la relacin
del men dicindonos que el cuarto servicio es un estofado de carne
humana...
En cuanto a eso, no; aunque el canibalismo...
Y call confundida al mismo tiempo que se sonrojaba. Nieburg yPowlavski la hacan decir estupideces y estaban dispuestos a aguarle la
velada. Se haban propuesto torturarla. Haciendo de tripas corazn, dijo
entre grandes risotadas:
Bueno, mis amigos, si en esta cena alguien es vegetariano o se
abstiene de la carne por principios religiosos, ya puede ir ayunando.
No creo que ninguno de los invitados est en uno de esos casos,
Dalia dijo Laurita. Slo veo colmillos afilados. A no ser que su invitado de
honor... y dirigi una mirada penetrante a Ren.
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Hacia l se dirigieron todas las miradas. Ren las senta como agujas
en su carne. De nuevo, adems, se aluda a la carne; no slo l sera el
plato fuerte de la comida, era, asimismo, el tema de conversacin. Y
quin sabe a qu peligros se expondra, a qu trampas y a qu abismo.
No dijo Rencon un hilo de voz, tambin yo como carne.Sus palabras, proferidas con el acento de la vctima frente a su
verdugo, fueron acogidas con una carcajada general. De modo que tambin
Ren coma carne. Pero de qu manera la coma? Con mandbulatemblorosa y dientes vacilantes, con boca de moribundo, con turbacin de
pecador.
Caramba, Dalia exclam Blanco. La declaracin de su amiguito
constituye todo un reproche. Se considera y nos considera pecadores.
Qu est diciendo!... grit Dalia. No ve que lo asusta? Su carne
todava no es como la nuestra; a la menor cosita se desmaya. El otro da enla carnicera...
Doy fe grit burlonamente Laurita, alzada la mano. El otro da en
la carnicera... y mir a Dalia bajando pdicamente los ojos.
Bueno dijo Blanco, qu fue lo que pas en la carnicera?
Nada tan importante como para hacer una montaa contest Dalia
. Slo una predisposicin del nimo frente a la carne.
Frente a la humana? pregunt Blanco.
No, frente a la de res. En dos palabras: el otro da Ren estuvo a
punto de sufrir un desmayo al ver los cuartos de res colgados de los garfios.Ya, ya... dijo Blanco. Y ahora usted sirve una cena compuesta
exclusivamente de platos carnales. A su amiguito esta noche le dar un
sncope.
Y se ri estruendosamente.
En ese momento sirvieron el gigote de carnero. Ren pens que l
tambin era un carnero y Dalia y sus amigos se disponan a picarlo en
pedacitos. Pens decir algo, ya iba a decirlo, cuando Dalia se adelant para
preguntarle:
Va a comer del gigote?Comer gigote contest Ren, con tal precipitacin que las
palabras se atropellaban en su boca, y chuletas de puerco, y si lo sirven,
roast beef,y ternera al horno y tambin pata y panza...Bravo! palmote Dalia. Viva la carne!
Que viva! grit Blanco. Y se sirvi un gran plato de gigote.
Todos lo imitaron, excepto Ren, que apenas lo prob, al igual que el
resto del men. Dalia desisti de animarlo. O lo mataba o lo dejaba... Como
si la angustia de Ren ante la carne tuviera la virtud de oprimir el pecho y
cerrar las bocas, la cena transcurri en un silencio de muerte.
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En los postres Dalia lo rompi exclamando:
La vida es as.
Y levantndose dio la seal para abandonar la mesa. Decididamente, la
encantadora velada se haba cambiado, por la presencia de Ren, en una
velada fnebre. Dalia no volvi a cantar, tampoco ninguno de los invitados
se lo pidi. No estallaron ms carcajadas ni nadie renov sus alardes de
frivolidad. Ren, marmreo y como desencarnado, haba tenido el privilegio
de helar esas carnes palpitantes, hechas de apetitos y de lujuria. En los
cuatro o cinco grupitos que se formaron despus de la comida, slo se
hablaba de l, para despellejarlo y hacer trizas el fnebre personaje Qu
se haba credo? No estaba hecho de carne? Era un espritu superior? Que
no se le ocurra al aguafiestas volver a las veladas de Dalia!
Y como si se hubieran puesto de acuerdo, se produjo la desbandada
general. Dalia, desolada, repeta: Pero si es tan temprano...! Pero si estan temprano...!. Vox clamavit in deserto...Todos se alejaron con aires deembajadores ofendidos, apenas sin despedirse de Dalia y, con ostensible
grosera, sin saludar a Ren.
Recostado en la chimenea esper a que se marcharan. No se
recostaba en la chimenea para adoptar una pose romntica a lo
Chateaubriand, sino porque se senta a punto de desplomarse. Los amigos
de Dalia le haban dado a entender muy claramente que era un elemento
antisocial. No por otra va que por la carnal, el ser humano se realizaba; en
cambio, negando su carne y la carne, era un solitario, un mstico, unanacoreta, un cenobita, en una poca eminentemente carnal. Por otra
parte, tema que Dalia le dijera todo esto y mucho ms. Y l, todava en esta
casa, a la que nunca se le volvera a invitar. En esto sinti la voz de Dalia y
la vio venir hacia l.
Usted no se haba ido?
Ren farfull:
Bueno..., yo..., Dalia..., me ir ahora mismo...
Dalia lleg junto a l y le tom las manos.
Es usted un encanto. Qu grata sorpresa, Dios mo. Cre que se habaido a la inglesa, con todo su derecho. Mis invitados se portaron esta noche
como seres insoportables. Menos mal que se han marchado. As estaremos
solos. La noche es todava joven.
Y se le qued mirando amorosamente.
Es muy tarde, Dalia. Y adems, por culpa ma...
Usted es adorable. No diga tonteras. Venga, estaremos ms
cmodos en el sof.
Lo sent en el sof y fue apagando las lmparas. Slo dej encendida
una que estaba cerca, y sirvi dos copas de coac.
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Brindemos por nuestra amistad. No es cierto que seremos amigos
eternos?
Ren contest con monoslabos. Empezaba a marearse. Se haba
tomado el coac de un trago. El perfume de Dalia era adems una invitacin
al relajamiento, a sumirse en olvidos. Pero de pronto se acord de su padre
y se puso en pie.
Oh, qu nio malcriado! exclam Dalia dulcemente. Ahora es
cuando estamos en familia, en la verdadera intimidad y suplic a Ren
que volviera a sentarse. De la mesa que estaba ante ellos tom un libro de
gran formato, y estrechndose contra el asustado Ren, le dijo: Vamos a
distraernos. Te gusta la pintura?
El libro sin embargo era un lbum de anatoma. En la cartula deca
con grandes letras: EL CUERPO HUMANO.Dalia lo mantuvo cerrado duranteunos segundos observando la reaccin de Ren, quien se hallaba enextremo nervioso. Entonces, lo abri de golpe y le ense la primera
lmina. La figura representaba a un hombre joven enteramente desnudo, en
la clsica postura de los manuales de anatoma. Ren experiment una
sensacin de fro: le pareci que la figura tiritaba. Como en una pesadilla
oy la voz de Dalia formularle la misma pregunta de Ramn ante el san
Sebastin: Te gusta? Te gusta?. Lo asalt la idea de que Dalia se
hallaba en connivencia con su padre, y que la escena estaba preparada
entre ambos, que el lbum sera una horrible sucesin de figuras torturadas
y, finalmente, la misma Dalia le quemara las plantas de los pies o loclavara en la pared con una flecha... Se ech hacia atrs, se sec la frente
empapada en sudor, y suplic a Dalia que dejara para otra ocasin lo del
lbum, no se senta nada bien con el coac que haba tomado. Sin hacerle
caso, ella pas la hoja. Esta vez la figura era femenina y, como la anterior,
se presentaba en posicin tpicamente anatmica. Resultaba tan asptica
que, temerosa de que Ren comenzara a reflexionar sobre las miserias de la
carne, Dalia se dispuso a erotizar la frigidez de la figura. Manifest que
ninguna mujer podra mostrar convenientemente sus encantos naturales sin
el concurso de un marco apropiado. Segn su humilde opinin el que mejorservira a dicha figura era un sof en el que extender el cuerpo con elegante
indolencia. Ren se anim un tanto: la descripcin haba tenido la virtud de
sacarlo de su estupor. Estimando que el proceso de erotizacin marchaba a
pasos agigantados, Dalia uni la accin a la palabra: se tendi en el sof en
la postura de la Maja Desnuda.
Se da cuenta de lo que intento explicarle? Los brazos, llevados
hacia la espalda, permiten a los senos manifestar cierta autonoma, que de
otra manera quedaran limitados a una simple dependencia del trax. En
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cuanto a las caderas, si no es en esta postura, no puede hablarse de
morbideces.
Lanz una risa y pregunt a quemarropa:
Conoce qu son morbideces?
Ren, sentado al extremo del sof, estaba tan abstrado contemplando
la postura de Dalia que no oy la pregunta. Ella la hizo de nuevo y de nuevo
Ren se qued callado. Dalia abandon su posicin, lo zarande, l mascull
unas palabras y ella lo cogi por el brazo.
No slo nosotras nos vemos bien en una Recamier, tambin ustedes.
Y oblig a Ren a tenderse en el sof. El lbum cay sobre la alfombra.
Ren se incorpor para recogerlo, pero Dalia, ms rpida, lo recogi antes, y
con la otra mano, colocada sobre el pecho de Ren, lo oblig a permanecer
recostado. Entonces, inesperadamente, se tendi a su lado y abri el lbum
para mostrarle la figura de otro hombre desnudo, esta vez los msculos entensin. El dibujante, para dar mayor realismo a la escena, haba
presentado la figura en el momento de levantar una barra de hierro. Las
piernas, firmemente plantadas en el piso, soportaban el peso que tena la
virtud de poner de manifiesto venas, tendones, msculos. Rense incorporvivamente, se qued un momento pensativo y exclam luego:
Por qu no lo dibujaron con una flecha en las manos?
Dalia lanz una de sus famosas risas.
Una flecha...? Dios mo, no lo entiendo.
Una flecha, en vez de esa barra dijo impetuosamente, y se levantcomo un posedo. Adopt la posicin de la figura y repiti con angustia
infinita: Una flecha, Dalia, una flecha.
Ella slo acertaba a rer, sintindose deliciosamente excitada. El
preludio a lo que imaginaba como la iniciacin sexual de Ren, la excitabasalvajemente. As que mirndolo a los ojos le dijo:
Nadie lo contradice, queridito. Claro que una flecha. La flecha de
Cupido.
No, Dalia grit Ren,no hablo de la flecha del Amor, hablo de laflecha del Dolor.En qu hubiera parado todo esto? Pura y simplemente en la cama o
en una disquisicin filosfica? Pero son el timbre del telfono en el
momento en que Dalia abra la boca para contestar a Ren.Ella se levantpara recibir la llamada. Era Ramn. Dijo que se haca tarde y Ren tena que
levantarse muy temprano para realizar un viaje al da siguiente. Dalia, por
un instante, pens en ocultar a Ren la llamada de su padre, pero se
contuvo. Si el hijo segua demorndose, Ramn vendra personalmente en
su busca. Se decidi por una mezzo termine: le dira que Ramn la haba
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llamado para recordarle que no retuviera a Ren hasta altas horas de lanoche.
Y as lo hizo, esperando que Ren, al que supona tan erotizado como
ella, no acatara la orden paterna. Pero al or las palabras de Dalia, Ren
peg un brinco, se arregl el traje, se pas la mano por los cabellos,
murmur unas excusas, se despidi y sali disparado. Apenas Dalia tuvo
tiempo para poner el lbum en sus manos.
Se lo obsequio como un recuerdo de este encantador tte--tte,yvuelva.
Es decir, vuelva al paraso. Pero Ren iba en pos de su infierno
acostumbrado. Y de ese paraso perdido slo quedaba el lbum. Le
quedara realmente? Acaso su padre ese moderno Midas del Dolor no
lo quemara ante sus ojos en un expiatorio auto de fe?
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El servicio del dolor
Ren se levant a las cinco de la madrugada para hacer sus
preparativos de viaje. Pas parte de la noche cavilando dnde lo llevara su
padre. Le haba preguntado a Alicia y sta le confes que lo ignoraba,
aunque a juzgar por el equipaje que Ramn haba dispuesto, no se trataba
de un viaje al doblar de la esquina, pero ella pensaba que Ramn estara de
vuelta en el mismo da o cuando ms al siguiente.Una vez que acab de hacer la maleta, Ren fue a la sala en busca del
lbum. No lo vio sobre la mesa donde lo dejara al regresar de la velada. A lo
mejor su madre lo haba colocado en el librero de su cuarto. Volvi al
cuarto: no estaba el lbum en el librero. Al preguntarle a Alicia, ella
tampoco lo haba visto.
En el trayecto hacia la estacin de ferrocarril varias veces pens dnde
estara el lbum, sin atreverse a preguntarle a Ramn. De haber respuesta,
sera desagradable. Mir el portafolio de su padre: quizs en l estara el
lbum. Por fin llegaron a la estacin.En el tren iban pocos viajeros. En el coche de primera, Ramn tom
uno de los asientos cercanos a la puerta. El de enfrente estaba desocupado.
Ren puso en l su impermeable y la maleta. Mientras lo haca pens de
nuevo en el lbum, y mir el portafolio que descansaba en las piernas de
Ramn. Se acod en la ventanilla y dej que el aire le diera en plena cara
tratando de poner la mente en blanco.
El tren marchaba velozmente. Ren empezaba a sentirse un tanto
calmado, cuando sinti un peso en sus rodillas. Oy, como en un sueo, la
voz de su padre:
Ha sido un magnfico regalo de nuestra amiga. Anoche lo estuve
mirando y pens que servira para distraerte del tedio del viaje.
Ren baj la vista y qued en la actitud de la vctima que aguarda el
golpe del hacha.
No te interesa el delicado presente de la seora Prez? Pues te
aburrirs como una ostra. Por mi parte, voy a fumar. Ramn abandon su
asiento y sali del coche.
Ren luch consigo mismo unos instantes. Apretaba la cubierta del
lbum como si quisiera estrangularlo. Esperaba una desagradable sorpresa.
Su padre nunca haca nada gratuito. Por fin, se decidi y abri el lbum.
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Lanz una exclamacin ahogada de horror. Los viajeros ms prximos lo
miraron extraados. Se asom a la ventanilla para que el aire le diera de
nuevo en la cara. As se mantuvo unos minutos. Senta que el lbum le
quemaba las piernas y tambin el alma, pero la curiosidad fue ms fuerte, y
como quien asiste a su propia ejecucin, ya sin resistencia, clav sus ojos en
la primera figura. Haba sido modificada. Si el hombre apareca en la misma
posicin, decenas de flechas se clavaban ahora en su carne, en tanto que la
cara era la del mismo Ren. Las manos, descansando sobre los muslos,
sostenan una flecha vuelta hacia su propio cuerpo. Y esto no era todo. La
figura haba sido dotada de un fondo: un campo de cultivo sembrado de
flechas, tan unidas que sera imposible caminar entre ellas.
Automticamente Ren encogi los pies. Tuvo la sensacin de que no podra
levantarse de su asiento: las flechas le impediran caminar por el pasillo del
tren. No podra bajar en la estacin: ellas le saldran al paso y, clavndolo entierra, lo convertiran en una flecha ms. Tuvo un acceso de rebelda, y
estuvo a punto de emborronar con un lpiz el lbum hasta que no quedaran
trazas de esas horribles figuras. Se limit a pasar la hoja, resignado a
enfrentarse con nuevos horrores. La placentera figura femenina se
mostrara ahora como una nueva Santa Catalina en la rueda del suplicio.
Para sorpresa suya la hoja haba sido arrancada. Del lbum slo quedaban
las figuras masculinas convertidas en otros tantos Ren. La boca se le llen
con una palabra y experiment la angustiosa sensacin de que se ahogaba.
Esa palabra era: repeticin. Por repeticin se intentaba convencerlo y porrepeticin queran acostumbrarlo. Se vio hojeando infinitos lbumes en que
se exhiban a infinitos Ren. Contempl la figura siguiente: era la del
hombre con la barra en alto, la ltima que viera aquella noche en casa de
Dalia. El retoque se haba limitado a dos modificaciones: una en la cara, que
era ahora la de Ren; la otra, en la barra, convertida en flecha al rojo vivo.
Pas a la tercera figura: era l mismo, pero desollado. Junto a l se
vea a un hombre mostrando en su mano derecha un afilado bistur y en la
izquierda un montn de tiras de piel humana. El desollador tena por cara un
valo blanco con un signo de interrogacin. Ren se sinti presa de unprofundo asco: sac la cabeza por la ventanilla y vomit. De pronto tuvo
una alucinacin: el tren descarrilaba y vea a su padre horriblemente
despedazado. En cuanto a l, sala de los restos del vagn con unos simples
rasguos. Cosa singular: Dalia le tenda la mano para ayudarlo a pasar por
encima del cadver de su padre.
En esos momentos, Ramn volvi y viendo a Ren tan pensativo lo
pellizc en la nuca. Ren, como si estuviera hipnotizado, alz el brazo
derecho. Ramn se lo baj y le dijo:
Eso te pasa por pensar tanto.
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Ren repuso:
Cre que te habas matado.
Ramn se ri ruidosamente y le dio un golpecito en el muslo.
No soy hombre que se mate. A m me matan y sealando el lbum
le dijo: Al fin te decidiste a verlo. Qu te parece?
Ren puso el dedo sobre la figura del desollador:
Qu quiere decir este signo de interrogacin?
Es un lindo simbolismo que anoche se me ocurri exclam Ramn.
Antes, djame decirte que era mi deber enterarme de la naturaleza del
regalo de la seora Prez. Qu curioso: la seora Prez resume su vida
entera en el placer. Querra verla aunque fuera un minuto con los
torniquetes... Pero dejmosla con sus placeres. Como te iba diciendo,
examin una por una las figuras y comprob que, como te las obsequiaba la
seora Prez, te seran absolutamente intiles, y en nada facilitarannuestros planes. Como en otros tiempos tuve la pasin del dibujo, pens
que sacrificando un poco el arte en aras de la Causa, podra, con buena
intencin por lo menos, retocar dichas figuras al extremo de volverlas
serviciales. Este lbum, quin lo duda, es un hermoso regalo; no podra
decirte el precio, pero como le cost sus buenos pesos a la seora Prez, no
era el caso tirarlo por la borda a causa de sus placenteras figuras, cuando
con un poco de cuidado quedara listo para el servicio del dolor. Me puse
con empeo a la obra y pas la noche en vela, pero ah lo tienes, retocado
de pies a cabeza, lleno del espritu de nuestra Causa. Creo que te servir demucho en la escuela.
Al or la palabra escuela, Ren tuvo un gesto de sorpresa. Ramn,
pasando por alto la curiosidad de su hijo, continu:
Al llegar el momento de retocar esta linda figura y puso el ndice
en la del hombre desollado tuve dos ideas felices: acompaarla con otra
que sera, claro est, el desollador que muestra la piel del desollado; en
segundo trmino, cubrir la parte del rostro con blanco y poner encima el
signo de interrogacin. No s cmo no has dado enseguida con el sentido. El
hombre sin cara y con una interrogacin significa que desconocemos a tudesollador. Puede ser H, puede ser X...
A esto Ren opuso un argumento candoroso:
Cmo sabes, si no eres de los contrarios, que ser desollado?
Ramn meti la mano entre sus cabellos y le sacudi la cabeza:
No cabe duda, te hace falta la escuela. Claro, no soy de los
contrarios. Pintarte desollado es uno entre mil ejemplos. Me entiendes?
Mira y pas la pgina, aqu tienes otra versin. Tanto me gust la idea
de tu verdugo llevando el signo de interrogacin que la repet en las lminas
restantes. Esta nos muestra a un hombre con un soplete en la mano. El que
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est a su lado exhibe su trasero tostado por completo. No podrs decir que
el hombre del soplete es el desollador, no, en modo alguno, es el tostador.
Lo cual no impide que tengan en comn la cara blanqueada y el signo de
interrogacin. Son slo variaciones sobre un mismo tema. Ahora bien, no
vayas a estimar ingenuamente que el nmero de ellas est limitado a las de
este lbum. Sera un lamentable error. Pasaras diez aos ideando figuras y
torturas para sorprenderte un buen da frente a un seor que te propone un
juego que nunca has imaginado. Por otra parte, slo he querido con estos
groseros retoques, hacer un poco de pedagoga, de nuestra pedagoga. Te
aconsejo que te detengas sobre la ltima lmina y volvi la hoja con un
golpe seco. De su laboriosa contemplacin aprenders mucho.
Ren se inclin para ver la figura y enseguida se repleg en el asiento,
cerrando fuertemente las piernas.
Comprendo tus escrpulos. Es el taln de Aquiles de todo hombre.Grandes discusiones ha habido entre los conocedores en la materia acerca
de si el torturado teme ms al dolor fsico o al hecho moral de la castracin.
Cerr el lbum y lo puso encima del maletn. Mir luego la hora.
Pongamos punto a estas sutilezas. En unos momentos vamos a
entrar en agujas.
Ren al escuchar la palabra aguja se sinti pinchado, al mismo tiempo
que la repeta. Ramn se ech a rer. Le dijo maliciosamente:
Quiero decir que se acerca una estacin. No olvides poner el lbum
dentro del maletn.Ren empez a hacerlo sin atinar con el cierre.
Trae ac, lo meter yo. En cuanto al cierre es cosa fcil, una vuelta a
la izquierda y ya est.
Meti el lbum en el maletn y se lo puso a Ren en las piernas.
Vamos, alsate un poco el pelo. No quiero que Albo se imagine
cosas...
Ren iba a preguntar quin era ese Albo cuando fue interrumpido por
el revisor, que peda los billetes. El vagn empezaba a tomar ese aspecto
peculiar cuando los viajeros se apresuran. Unos salan de la modorra de lashoras de viaje; otros cogan su equipaje y los ms diligentes ya estaban en
pie. La velocidad iba decreciendo. La locomotora pit largamente y dej
escapar sus ltimos resoplidos.
Haban llegado a una estacin de tercera categora, con poca gente en
el andn. Ramn, en la plataforma, hablaba al maletero mientras escrutaba
el andn en busca de Albo. Por fin lo vio. Hizo seas a Ren y fueron a su
encuentro.
Albo, un hombre de unos cincuenta aos, tena la barba muy negra y
usaba lentes oscuros. Su aspecto era parsimonioso. Ren no pudo evitar
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una sensacin de asco al estrecharle la mano. Ramn pregunt a Albo si
todo estaba en regla y aadi que tomara inmediatamente el tren de
regreso, que pasara en pocos minutos. Dijo entonces a Ren que Albo tena
el encargo de llevarlo a la escuela. En ella permanecera un ao, pero que
tanto l como Alicia iran a visitarlo. Albo juzg oportuno introducir un
comentario. El director vera con gusto que los padres de los educandos
asistieran a la ceremonia de iniciacin, la que tendra lugar dos meses
despus de la inauguracin del curso escolar. Ramn asegur que ellos no
faltaran, y dando por terminada la entrevista, se despidi y abraz a su
hijo, indicando a Albo que se pusieran en camino.
Fueron hacia el automvil, estacionado en la nica calle del pueblo.
Ren esper que Albo lo pusiera en marcha y entonces pregunt por la
escuela. Albo se limit a decir que nada saba de eso, que l cumpla
rdenes. El director, el seor Mrmolo, se encargara de todo. Y se encerren un mutismo absoluto. Helado por tales reservas, a Ren no le qued otro
remedio que mirar el paisaje que se deslizaba veloz. No se haba dado
cuenta de que el pueblo estaba asentado en una colina, y que la carretera
por la que viajaban zigzagueaba buscando la salida al valle. Pasados unos
minutos pudo verlo. No era precisamente un valle, sino ms bien una gran
hondonada poblada de rboles. Divis entre estos una casa de dos pisos y,
un poco ms all, otra ms pequea. Cul de las dos sera la escuela?
Apenas pudo proseguir sus conjeturas: la velocidad del automvil se
adelantaba a sus pensamientos, y se vio frente a la casa grande. Albo frende golpe y Ren dio un salto en el asiento. Haban llegado. Albo le dijo que
se bajara. Pero Ren de nuevo era vctima de la pesadilla sufrida en el tren,
y se qued inmvil. Albo lo cogi por un brazo y lo hizo salir del automvil.
Le ardan los ojos y ms le arderan si segua expuesto al sol. Esperaba
que Albo llamara en la casa, y en ese mismo momento se vio envuelto en
una nube de polvo: el automvil de Albo se alejaba. El sol calentaba cada
vez ms. Ren se quit el saco. La casa permaneca obstinadamente
cerrada y silenciosa. En la planta baja no haba una sola ventana. El piso
alto tena dos, pero, aunque abiertas, estaban echadas las cortinas.Se le antoj que alguien lo espiaba detrs de una de las ventanas, y
como cogido en falta se puso el saco. Mir el reloj. Haca diez minutos que
estaba all sin que nadie acudiera a recibirlo. Pens tocar en la puerta; no lo
hizo: a lo mejor se lo tomaban a mal. Sin embargo, el calor y la ansiedad
resultaban insoportables. La sombra que ofrecan los rboles estaba a unos
pasos, y no se atreva a acercarse; siempre la molesta sensacin de sentirse
espiado le impeda moverse. Era como si estuvieran a punto de llamarlo
mediante un silbido o un timbrazo.
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Ya comenzaba a sobreponerse a tanta puerilidad y empezaba a dar
unos pasos en direccin a los rboles, cuando oy que lo llamaban. Se
mantuvo de espaldas, con el corazn palpitante. A lo mejor no lo haban
llamado; pero s, de nuevo lo oa, esta vez en un tono ms alto y hasta con
acento imperioso. Se volvi y vio en la puerta al hombre que pronunciara su
nombre: era un tipo corpulento de una estatura fuera de lo comn. Tendra
unos cincuenta aos. Estaba calvo como una bola de billar. Unos pasos los
separaban. Alarg sus brazos como para atraparlo al mismo tiempo que lo
llamaba de nuevo. A Ren le pareci que los enormes brazos lo alcanzaban
y retrocedi instintivamente. El hombre lleg junto a l, lo cogi por un
brazo y lo meti en la casa.
No obstante, su primera impresin fue de agrado. Un largo corredor,
que divida en dos alas el piso, dejaba ver en sus paredes grandes fotos de
deportistas famosos y de animales de presa. De trecho en trecho habaconfortables asientos y mesitas con cajas de cigarrillos. A mitad del corredor
estaba unjuke boke y al final un refrigerador. El hombre empuj una puerta
y entraron en un despacho.
Tambin resultaba agradable. En las ventanas haba alegres cortinas
multicolores, jarrones con flores sobre las mesas. El gigante ofreci a Ren
un cigarrillo y lo invit a sentarse.
Supongo que ya habr pensado que soy el director. Me llamo
Mrmolo. Destap una botella y sirvi dos vasos. Es un coac excelente.
Puede tomarlo sin temor.Ren cogi el vaso y pens que resultaba muy singular que el director
de una escuela ofreciera a sus alumnos bebidas espirituosas.
Lo estuve mirando desde el piso alto. Siempre me gusta echar una
ojeada al nefito y subray la palabra sin ser observado. Si el recin llegado
sabe que se le est observando, repliega sus msculos, y entonces uno no
puede darse cuenta perfecta del tono, diramos cabal, de su cuerpo. No s si
est enterado que nuestro objetivo es el cuerpo, y nada ms que el cuerpo.
He ah el motivo por el cual usted tuvo que estar expuesto a los rayos del
sol durante diez minutos.Se qued un momento silencioso y aadi:
La impresin general que su cuerpo me ha producido es que tendr
que sostener una gran lucha antes de obtener la victoria.
Ren experiment el mismo terror que ante las figuras del lbum.
Trat de sobreponerse; trag un poco de coac, hizo unas tristes muecas,
carraspe, tosi, puso el vaso sobre la mesa.
Con usted, caballerito dijo el seor Mrmolo, hay que empezar
por el principio. Habr que cortar buena parte de esos nervios.
Se sirvi coac y se lo tom de golpe.
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No ha visto el lema de nuestra institucin? Con un dedo rgido
como una lanza sealaba un estandarte colgado de la pared, en el que
poda leerse: SUFRIR EN SILENCIO.
Ren alz la vista.
Sufrir en silencio? Y por qu? Esto es una escuela. Hay que sufrir
para aprender?
Usted lo ha dicho, caballerito: Hay que sufrir para aprender... y
el seor Mrmolo descarg su puo sobre la mesa. La letra con sangre
entra, pero en silencio. Nosotros hemos suprimido toda suerte de lamentos,
quejidos, estertores y ayes. A diferencia de otras escuelas, cultivamos la
regla de oro del silencio.
Call un momento y se qued pensativo.
Y si el silencio no se produce espontneamente, entonces sabemos
fabricarlo volvi a decir.Ren tuvo un acceso de rebelda. Se par y apostrof al seor
Mrmolo.
Pero qu clase de conocimientos recibir en esta escuela? No veo
que deba sufrir para aprender. No soy un genio, pero le aseguro, seor
Mrmolo, que tampoco soy tan torpe como para tener que ser castigado por
no poder resolver un problema de aritmtica o memorizar una leccin de
historia.
Perfecto su discurso, caballerito, perfecto exclam Mrmolo
frotando sus manazas. Tantas veces lo he escuchado. No es usted elprimero que me endilga la perorata. Muchos dicen lo mismo al ingresar, y al
final salen convertidos en campeones del sufrimiento en silencio. Ya tendr
ocasin de conocer a Roger. Ah mismo, donde ahora se sienta usted, Roger
me hizo una de esas escenas que marcan etapas. Empez por insultarme y
termin exigindome que lo devolviera a su casa. Despus, se me fue arriba
dispuesto a estrangularme.
Hizo una parodia del estrangulamiento llevndose las manos al cuello y
hacindolas temblar. As se mantuvo unos segundos y prosigui luego:
Roger se negaba, como un toro de raza, a ser sacrificado. Yactualmente es el campen del curso superior y se graduar con las
calificaciones ms altas. Y hay que ver cmo se re de aquel acceso de
rebelda en el momento de su ingreso. Me ha visto por eso tan indiferente
ante su cantaleta. No puedo darle mejor calificativo. Pasados unos meses le
apuesto que no querr marcharse de la escuela y hasta estudiar horas
extras para obtener exmenes brillantes. Piense, caballerito, que llevo aqu
veinte aos, y que por mis manos han pasado centenares de alumnos con
contados fracasos. Se levant y toc un timbre.
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Doy por terminada la entrevista. Ahora ir a su celda, despus se le
llamar a almorzar. Un almuerzo ligero. No es conveniente mucho alimento
la vspera de la apertura del curso escolar. Vestir un uniforme.
Llamaron a la puerta. Mrmolo dijo adelante, y entr un hombre.
Pedro, haga el favor de llevar a este alumno a su celda.
Pedro cogi a Renpor un brazo y salieron de la Direccin. Tomaronuna escalera al fondo del corredor y desembocaron en otro. A ambos lados
haba cuartos con puertas metlicas que tenan una mirilla ovalada de
cristal.
Qu exagerado el seor Mrmolo exclam Ren cuando estuvo en
el suyo. Llamar a esto una celda.
En efecto, la habitacin era lo contrario de una celda. La cama, del
ltimo modelo, tena un colchn de muelles, las sbanas eran de hilo y las
almohadas de plumas. Junto a la cama haba un ropero y en un ngulo delcuarto una mesa de trabajo. El color de las paredes, un verde claro muy
agradable, que haca juego con las cortinas a grandes cuadros amarillos,
no resultaba verdaderamente tranquilizador? Rentuvo que admitir que sucuarto, en la moderna jerga de los decoradores, era altamente
tonificante. Tan tonificante que ya empezaba a sentirse a sus anchas.
Se sent en una butaca y vio su equipaje al pie de la cama. La vista del
maletn provoc en l una reaccin de desagrado: all estaba el lbum. Pero
todo resultaba tan tonificante que pronto se olvid del maletn, del lbum y
hasta de su padre. Si el colegio no era su familia, tena la ventaja de alejarlode ella. Interno no estara bajo la mirada vigilante de Ramn. Y esto
constitua una gran ventaja, pero, al mismo tiempo, su padre no haca nada
gratuitamente. Por ejemplo, le haba advertido que el lbum sera de suma
utilidad en la escuela. En qu sentido? Los asuntos de su padre, adems,
nunca seran confiados a la indiscrecin de un lugar pblico, como lo es una
escuela. Sin embargo, el cartelito que le haba mostrado Mrmolo se
relacionaba, en cierto sentido, con el lbum: SUFRIR EN SILENCIO... Ellbum, modificado por su padre, podra ser definido tambin como un
instrumento en el sufrimiento del cuerpo. Y el director no haba expresadoque el objetivo de su escuela era el cuerpo y nada ms que el cuerpo? Sin
embargo, cuanto vea hasta el momento en la escuela se inclinaba del lado
del placer: el corredor con fotos de deportistas, su habitacin, los colchones
mullidos y hasta el mismo despacho de Mrmolo, tan acogedor; su
invitacin a fumar y a beber. Podra sufrirse entre las cuatro paredes de un
cuarto en extremo confortable? Insensiblemente desliz la mano por el
tapizado de la butaca y comprob la sedosidad de la tela. Se sinti
tranquilizado. Se levant y anduvo hasta la puerta del fondo. La empuj y
ante su vista apareci el aparato completo de un bao de lujo: azulejos,
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llaves niqueladas, espejos... Tampoco faltaba lo que la persona ms
refinada habra exigido para una toilette cuidadosa: jabones perfumados,
agua de Colonia, dentfricos y cremas de afeitar, pomos de sales
Sinti deseos de darse un bao y empez a desvestirse. Al entrar en la
baadera y abrir la ducha, su vista choc con una cortina negra situada al
extremo del cuarto. Le pareci una nota sombra en medio de tan alegres
colores. Pero el color de la cortina no resultaba lo ms inslito, sino lo que
mantena oculto y la haca adoptar una forma turbadora. Hubiera jurado que
alguien se encontraba tras la cortina, sin mover un msculo ni apenas
respirar. Su curiosidad fue tan intensa que la descorri de un tirn. Ante sus
ojos apareci la consumada reproduccin de s mismo, en el trance de la
crucifixin. Inspirada en la de Cristo, el escultor haba introducido una
modificacin capital: en vez de la pattica y angustiada faz de Jess, la cara
de Ren en yeso se ofreca, no cada sobre el pecho, sino erguida, y la bocamostraba la risa de una persona satisfecha. Podra afirmarse que acababa
de or un chiste. O tambin, que era la cara jubilosa del atleta vencedor.
Chorreando agua y tiritando, Ren miraba fascinado. Record de
pronto el mtodo de la repeticin. Tambin esta escuela pona en prctica
dicho mtodo. Deba rendirse a la evidencia. A pesar de las cortinas y del
lecho mullido; a pesar del cigarrillo y el coac, algo siniestro que podra
definir como el servicio del dolor anulaba uno a uno esos agradables
momentos. Ya no le caba duda: la escuela en la que acababa de ingresar
era la escuela del sufrimiento en silencio como acertadamente Mrmolo ladefiniera. Pero entonces (y aqu una vez ms puso de manifiesto su
desconocimiento del alma humana), en virtud de qu la dudosa mezcla de
dolor con placer? Si el objetivo era el aniquilamiento del cuerpo, de qu
serva la almohada de plumas y el colchn mullido a un cuerpo machacado?
Y para qu pantuflas si los pies eran llagas vivientes? Ren se deca que
sufrimiento total o placer total. Y esta argumentacin lo llev al dilema de
los contrastes. El contraste, marcando la diferencia, pondra en su luz
verdadera la naturaleza del sufrimiento.
Sin embargo pronto tendra Ren la oportunidad de escuchar alPredicador, el que, entre otras cosas, resolvera esta aparente
contradiccin. Entonces se enterara por su boca de que ya no se planteaba
la vieja disputa de los contrastes; que, por el contrario, placer y dolor
marchaban de la mano, sin interferirse en absoluto. Precisamente, en esta
escuela, dira el Predicador, se asume el dolor como un objetivo ms de los
muchos con que el hombre hace y deshace su vida. Al igual que en una
fbrica, estos obreros del dolor, concluida su jornada dolorosa, iban en
busca del placer.
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Como Ren an ignoraba por completo estas teoras, sinti un asco
profundo ante el confort que lo rodeaba. Si su destino era el dolor, entonces
de cabeza en el dolor... Nunca accedera a meter los pies ensangrentados
en pantuflas delicadas. Se negaba a darse el bao previsto, tampoco se iba
a afeitar y, mucho menos, se vestira de limpio. Y as, semimojado, se ech
en la butaca y se qued como un condenado a muerte.
Al entrar Pedro y al verlo tan abatido, se ech a rer. Comenz a
hacerle cosquillas en la barriga. Ren ni siquiera sonri, confindole que
estaba triste. Pedro, entre carcajadas, dijo que tena por seguro que esa
tristeza haba sido causada por el descubrimiento del doble.
Del doble...? pregunt Ren, repitiendo ingenuamente la palabra.
No otra cosa que su doble era la figura del Cristo.
S, hombre, del doble... Apuesto a que el doble le meti miedo. A
todos pasa lo mismo.Se asom a la puerta del bao y le ech una ojeada a la escultura:
Y eso que no lo destroz. El ao pasado, un alumno hizo aicos su
doble. Cuando el seor Mrmolo acudi, lo recibi una lluvia de pedazos de
yeso. A nadie le gusta encontrarse con su doble. Bueno, ya quisiera verlos si
se encontraran con su doble al final de la carrera...
Al final de la carrera...? grit Ren. Qu quiere decir eso?
Digo que ahora el doble solamente est pintado de blanco. Al final de
la carrera, estar lleno de marcas rojas. Y cogi de la mesa de trabajo un
gran lpiz de creyn rojo. Con este lpiz ir marcando sobre su doble cuantoaprenda all abajo.
Ren le arrebat el lpiz. Empez a darle vueltas nervioso entre los
dedos, en tanto escrutaba su propio cuerpo. Pareca buscar un sitio en el
que probar la calidad del creyn. Por fin lo encontr en medio del pecho y lo
marc con una cruz.
Qu hace...! grit Pedro. Usted no es el doble. Es al doble a
quien tendr que marcar cuando llegue el momento.
Pensaba que sera ms conveniente hacer de doble. No me vera en
la obligacin de recibir las lecciones de esta escuela. No me ofendera si alfinal del curso mis compaeros me tomaran por un piel roja. Dgame, Pedro:
qu clase de conocimientos se adquieren aqu?
Eso lo sabr por el seor Mrmolo respondi azorado Pedro. Yo soy
un sirviente. Vine a preguntar si necesita algo.
Nada, Pedro, no necesito nada y Ren sonri tristemente.
Pues entonces me voy. Si el seor Mrmolo se entera de esta
conversacin, la pasar muy mal. Ya que no necesita nada, hasta luego. Y
buena suerte.
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