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VIRGEN MARA, MADRE DE DIOS
La Virgen Mara, Madre de Dios
He aqu una amplia recopilacin de temas marianos.
Constituyen una sntesis magnfica de Juan Pablo II,
Benedicto XVI, San Francisco de Ass y otros telogos
actuales de la Iglesia.
Son un excelente material para charlas, meditaciones,
foros...
Con cario mariano, Felipe Santos, SDB
Pamplona- Septiembre-2008
Salve, Seora, santa Reina, santa Madre de Dios,
Mara, que eres Virgen hecha Iglesia y elegida por el
santsimo Padre del cielo, a la cual consagr l con
su santsimo amado Hijo y el Espritu Santo
Parclito, en la cual estuvo y est toda la plenitud de
la gracia y todo bien (San Francisco, Saludo a la
B.V. Mara).
Santa Virgen Mara, no ha nacido en el mundo
ninguna semejante a ti entre las mujeres, hija y
esclava del altsimo y sumo Rey, el Padre celestial,
Madre de nuestro santsimo Seor Jesucristo,
esposa del Espritu Santo: ruega por nosotros... ante
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tu santsimo amado Hijo, Seor y maestro (San
Francisco, Antfona del Oficio de la Pasin).
Francisco rodeaba de amor indecible a la Madre de
Jess, por haber hecho hermano nuestro al Seor
de la majestad. Le tributaba peculiares alabanzas, le
multiplicaba oraciones, le ofreca afectos, tantos y
tales como no puede expresar lengua humana (2
Cel 198). Francisco amaba con indecible afecto a la
Madre del Seor Jess, por ser ella la que ha
convertido en hermano nuestro al Seor de la
majestad y por haber nosotros alcanzado
misericordia mediante ella. Despus de Cristo,
depositaba principalmente en la misma su confianza;
por eso la constituy abogada suya y de todos sus
hermanos (LM 9,3).
El misterio de la maternidad divina eleva a Mara
sobre todas las dems criaturas y la coloca en una
relacin vital nica con la santsima Trinidad. Mara
lo recibi todo de Dios. Francisco lo comprende muy
claramente. Jams brota de sus labios una alabanza
de Mara que no sea al mismo tiempo alabanza de
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Dios, uno y trino, que la escogi con preferencia a
toda otra criatura y la colm de gracia. Puesto que
la encarnacin del Hijo de Dios constitua el
fundamento de toda la vida espiritual de Francisco, y
a lo largo de su vida se esforz con toda diligencia
en seguir en todo las huellas del Verbo encarnado,
deba mostrar un amor agradecido a la mujer que no
slo nos trajo a Dios en forma humana, sino que
hizo "hermano nuestro al Seor de la majestad" (K.
Esser).
El intenso amor a Cristo-Hombre, tal como lo
practic San Francisco y como lo dej en herencia a
su Orden, no poda dejar de alcanzar a Mara
Santsima. Las razones del corazn catlico y de la
caballerosidad de San Francisco lo llevaban al amor
encendido de la Madre de Dios... San Francisco
cultiv con esmero y con toda su intensidad el
servicio a la Virgen Santsima dentro de los moldes
caballerescos y condicionado a su concepto y a su
prctica de la pobreza. Nada ms conmovedor y
delicado en la vida de este santo que la fuerte y al
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mismo tiempo dulce y suave devocin a la Madre de
Dios (C. Koser).
Mara y la vida espiritual franciscana
por Len Amors, o.f.m.
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Nuestro Serfico Padre es uno de esos hombres insignes
previstos y predestinados en la mente divina para las grandes
gestas de la gloria de Dios, y Ass el lugar preordenado por el
Seor para irradiar su accin bienhechora sobre inmensa
muchedumbre de almas.
En fuerza de la asociacin inseparable que existe entre Jesucristo
y su Santsima Madre por virtud del misterio de la Encarnacin,
toda accin divina, all donde obre, ha de ir siempre acompaada
de la cooperacin de la Santsima Virgen, que ser ms o menos
manifiesta a nuestros humanos ojos, pero realsima y hondamente
radicada en este principio teolgico, rector de la presente
economa de la gracia.
La pasmosa vida sobrenatural de Francisco, tan rica en divinas
experiencias como favorecida en dones celestiales, que le haban
de constituir el gran cantor de las divinas alabanzas en el
acordado concierto de la creacin y aptsimo al par que docilsimo
instrumento, manejado por manos divinas, para irradiar poderosas
corrientes de vida sobrenatural, debi tener, y tuvo, segn el
principio enunciado, una vida mariana abundante y opulenta,
radicada en lo ms ntimo de su espritu, con sabrossimas
experiencias de la presencia de la Virgen Santsima en su alma. Y
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el nacimiento de su obra, de prolongado y profundo apostolado,
haba de tener tambin como cuna la ciudad de Ass y cabe al
santuario de la Santsima Virgen de los Angeles, madre y maestra
de aquella pequea grey, origen y principio de la Orden Serfica.
La Orden Franciscana es, en los planes de Dios, una pieza de
excepcional importancia en la contextura de la historia de la
Iglesia. Los hechos as lo han demostrado y siguen
demostrndolo. Forzoso era, que, siguiendo la ley natural, tambin
estuviera presente la Virgen Santsima en el origen y ulterior
proceso y actividad de esta grande obra.
N. S. Padre, en quien, segn venimos diciendo, los divinos
carismas con tanta prodigalidad haban de darse cita, debi tener
una vida mariana intensa, porque tambin fue muy subida su vida
divina interior, y porque era el fundador de una grande obra de
irradiacin de los dones divinos. Aunque los testimonios de la vida
mariana del Santo Padre que han llegado a nosotros no son muy
abundantes, son, sin embargo, muy significativos y elocuentes en
orden a esta espiritualidad.
Dice San Buenaventura: Nunca he ledo de santo alguno que no
haya profesado especial devocin a la gloriosa Virgen (1). Y de
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San Francisco, el Santo Doctor no solamente ley su vida, sino
que fue escritor de sus gestas. Como bigrafo, pues, del Serfico
Padre, cuyas fuentes de informacin fueron los propios
compaeros del Santo Padre, pudo sondear muy bien las
interioridades del espritu del Pobrecillo, para descubrir all los
principios rectores de toda su esplendorosa vida espiritual.
Naturalmente, stos no podan ser ms que Jess y Mara.
Es principio teolgico inconcuso, como luego veremos, que la
accin de la Santsima Virgen en el proceso de toda vida cristiana
a partir del santo Bautismo, y aun antes de l por la vocacin a la
fe, es realsima y honda, como colaboradora que es del mismo
principio fontal de donde dimanan todos los dones divinos, que es
Jesucristo. Esta actuacin, real en todas las almas, puede ser ms
o menos consciente en el sujeto que la recibe y,
consiguientemente, con manifestaciones ms o menos explcitas,
en el desarrollo normal de la vida espiritual del cristiano.
Nuestro Santo Padre, predestinado por el Seor para fundar la
Orden que, con el transcurso del tiempo haba de vivir, sentir y
defender la gran prerrogativa de la Virgen Santsima, su
Concepcin Inmaculada, forzoso era que la vida mariana fuera en
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l intensa y plenamente consciente.
Cimabue: La Virgen en majestad (Baslica de Ass)
Nos dice su bigrafo San Buenaventura en la Leyenda Mayor: Su
amor para con la bienaventurada Madre de Cristo, la Pursima
Virgen Mara, era realmente indecible, pues naca en su corazn al
considerar que Ella haba convertido en hermano nuestro al mismo
Rey y Seor de la gloria, y que por Ella habamos merecido la
divina misericordia (LM 9,3). Magnfico testimonio de contenido
profundamente teolgico de la vida mariana del Serfico Padre: la
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asociacin de la Santsima Virgen al misterio de la Encarnacin y
Redencin, y su cooperacin como causa meritoria de la misma.
Este amor realmente indecible del Santo Padre, de que nos
habla San Buenaventura, tiene su magnfica y esplendorosa
manifestacin en el bellsimo Saludo que el Pobrecillo dirige a la
celestial Reina, el cual se halla en sus opsculos o escritos
(SalVM).
Si bien la vida cristiana es sustancialmente una, tanto en los
individuos como en las instituciones, sin embargo su fecundidad
divina es tal que, sin menoscabo de esta unidad, produce una
variadsima floracin de celestiales matices por los cuales no es
difcil reconocer en ellos los rasgos peculiares de la fisonoma
moral de Jesucristo y, consiguientemente tambin, de su Madre,
que da personalidad sobrenatural al individuo o la institucin que
se nutre de esta vida.
El rasgo divino que San Francisco reproduce de la fisonoma de
Jess y de su Madre, es la virtud de la pobreza evanglica, que
lleva en s contenidas, como las premisas contienen las
consecuencias, la humildad, la sencillez evanglica, la infancia
espiritual, el desapego a todo lo terreno.
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Es el propio San Buenaventura quien nos presenta este matiz
divino de la vida del Serfico Padre: Frecuentemente -dice- se
pona a meditar, sin poder contener las lgrimas, en la pobreza de
Cristo y de su Madre Santsima, y despus de haberla estudiado
en ellos, aseguraba ser la pobreza la reina de todas las virtudes,
pues tanto haba resplandecido y tanto haba sido amada por el
Rey de los reyes y por su Madre la Reina de los Cielos (LM 7,1).
Lo mismo dicen otras fuentes biogrficas: 2 Cel 83, 85, 200; TC
15; LP 51. Y el propio San Francisco, en la Carta dirigida a todos
los fieles, dice: Este Verbo del Padre..., siendo l sobremanera
rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger
en el mundo la pobreza (2CtaF 4-5; [Jams habla Francisco -
seala el P. Iriarte- de la pobreza de Jess sin que asocie a ella el
recuerdo de la pobreza de la Virgen, su Madre: 1 R 9,5; UltVol 1]).
Estos caracteres de la vida divina de Francisco no podan menos
que pasar a su obra. As que la Orden por l fundada haba de
estar asentada sobre la virtud de la pobreza evanglica, y mecida
su cuna al calor de la Santsima Virgen.
Quiso la divina Providencia que fuera esta pobrsima cuna la
iglesita dedicada a Santa Mara de los Angeles.
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Que el Serfico Padre tuviera perfecto conocimiento de la accin
poderosa y decisiva de la Santsima Virgen en los principios de la
Orden Franciscana, lo atestigua San Buenaventura: Francisco -
dice-, pastor amantsimo de aquella pequea grey, siguiendo los
impulsos de la divina gracia, condujo a sus doce hermanos a
Santa Mara de la Porcincula; siendo su fin al obrar de este
modo, el que as como en aquel lugar y por los mritos de la
bienaventurada Virgen Mara haba tenido principio la Orden de los
Frailes Menores, as tambin all mismo recibiese, con los auxilios
de la bendita Madre de Dios, sus primeros progresos y aumentos
en la virtud (LM 4,5). Lo mismo refieren otras fuentes biogrficas:
1 Cel 21-23 y 106; 2 Cel 18-19; EP 83.
Profundamente radicadas ya en la devocin dulcsima de la
Santsima Virgen la vida sobrenatural de Francisco y la de los
doce primeros discpulos suyos, fundamentos sobre los que haba
de sentarse la gran obra que l fundara, la Orden Serfica lograr
ya desde su origen la plena conciencia del espritu vital mariano
que habra de ser su principio rector con el transcurso del tiempo.
Quedaba, pues, plenamente vinculada la Orden Franciscana a la
accin vivificadora de la Santsima Virgen. Como consecuencia
lgica de este estado de cosas, y como coronamiento de esta
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obra, proceda ahora una declaracin del Santo Fundador
poniendo la Orden bajo el amparo y plena tutela de Mara
Santsima, dedicndola a su gloria; o sea, hablando en trminos
modernos, consagrando la Orden a la Santsima Virgen Mara.
Que el Santo Padre cerrara su obra con este broche de oro nos lo
dice el Serfico Doctor con estas lacnicas palabras: En Mara,
despus de Cristo, tena Francisco puesta toda su confianza; por
lo cual la constituy abogada suya y de sus religiosos, y a honor
suyo ayunaba devotamente desde la fiesta de los Apstoles San
Pedro y San Pablo hasta el da de la Asuncin (LM 9,3).
Y si queremos ahondar ms en el conocimiento de la influencia
poderosa de la oracin de Francisco en el Corazn maternal de
Mara, no slo en favor de sus religiosos, sino tambin de todos
los fieles, cuya salud espiritual tanto conmova el celo por las
almas del Serfico Padre, recordemos la tierna y conmovedora
escena del origen de la Indulgencia de la Porcincula, en cuya
capilla se instituye el primer Jubileo Mariano en la historia de la
Iglesia, por el cual queda convertida esta bendita capilla en
potentsimo centro de irradiacin de toda suerte de dones
celestiales que, dimanando de Jess y pasando todos ellos por
Mara, han santificado y siguen santificando a tantas almas.
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Espiritualidad mariana de San Buenaventura
Suele decirse de San Buenaventura que es el segundo fundador
de la Orden Serfica. Ttulo ciertamente bien merecido, porque l
fue quien dio cuerpo y figura a la herencia que recibiera de sus
antecesores, indecisa y vacilante despus de la muerte del
Serfico Padre, en su constitucin jurdica y en su orientacin
doctrinal. Fue la mano certera del Doctor Serfico la que supo
plasmar y dar estabilidad a esta persona moral que es la Orden
Franciscana.
Pero tambin el Santo Doctor, el prncipe de los msticos, como le
llama Len XIII, haba de actuar dando nuevo impulso y energa a
la orientacin espiritual que la Orden recibiera de su Santo
Fundador.
Cindonos a lo que nos atae, el espritu vital mariano, infundido
por el Serfico Patriarca en la Orden, deba actuar como savia
vivificadora en los escritos espirituales de San Buenaventura, que
con el transcurso del tiempo haban de ser el aliento que haba de
nutrir la vida divina de nuestros Santos.
Que el Santo Doctor haya dado a sus escritos una influencia eficaz
y decisiva de la accin de la Virgen Santsima en el proceso y
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desarrollo de la vida divina en las almas, es cosa clara. Establece
primeramente el Santo Doctor la ley general, profundamente
teolgica, que rige en la actual economa de la gracia, el orden con
que sta se difunde a partir del principio fontal de ella, siguiendo
esa misteriosa cadena cuyo ltimo eslabn es la Virgen beatsima,
por cuyas manos necesariamente ha de pasar todo bien celestial
en las almas. Dice el Santo Doctor: La bienaventurada Virgen es
llamada fuente por la manera como se originan los bienes. Estos
se originan principalmente de Dios, luego por Cristo, derivndose
despus a la bienaventurada Virgen, por cuya razn es llamada
fuente, y, por ltimo, a cualquier otra persona a quien se comunica
algn bien (2).
Para San Buenaventura es tal la conexin interna entre la vida
sobrenatural y la Santsima Virgen, que aqulla necesita como
condicin indispensable de su desarrollo estar hondamente
radicada en la Virgen benditsima. La Virgen Madre -dice el Santo
Doctor- santifica a los que echan races en ella por el amor y
devocin, alcanzndoles de su Hijo la santidad; y precisamente a
raz de este pasaje es cuando advierte San Buenaventura que no
conoce santidad alguna sin la Virgen: Nunca he ledo -dice- de
santo alguno que no haya profesado especial devocin a la
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gloriosa Virgen (3).
Siendo Jesucristo acabado ejemplar y dechado perfecto de toda
santidad, a l debe tender todo anhelo y esfuerzo de santificacin
en las almas. Precisa, pues, caminar hacia Jess. La Virgen
Santsima es el camino que a l nos conduce y por eso suele
decirse: Ad Jesum per Mariam, a Jess por Mara.
Esta funcin de conductora de las almas a Jess, por la cual
quedan stas indisolublemente vinculadas a la Santsima Virgen,
no escapa a San Buenaventura: ... incurriendo en la hipocresa
de Herodes -dice-, se desva de la direccin de la Virgen, radiante
estrella, cuyo oficio es conducir a Cristo (4).
Es clsica la divisin de la vida espiritual en las tres etapas de va
purgativa, iluminativa y unitiva o perfecta. Para llegar a la meta,
posible en este mundo, de la perfeccin cristiana, es forzoso que
el alma pase por estas tres penosas y dolorosas fases, donde la
accin potente de la gracia paulatinamente va sobrenaturalizando
el alma en sus ms hondas aficiones. Segn el principio general
de la cooperacin directa e inmediata de la Virgen Santsima en
esta obra de la santificacin de las almas, es igualmente forzoso e
ineludible que la Santsima Virgen tenga colaboracin juntamente
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con Jess en estos procesos de la vida divina en las almas.
San Buenaventura, maestro indiscutible en los caminos de la vida
espiritual, describe admirablemente la naturaleza y modos de
estos tres estados de que acabamos de hablar. No escapa a su
perspicacia, como telogo insigne, esta accin directa e inmediata
de la Santsima Virgen en estos tres estados de la vida del
espritu. Con harta frecuencia encontramos esta idea en sus
escritos, que llega a constituir como un principio rector de sus
tratados espirituales. Ella, en efecto -dice-, es purificadora,
iluminadora y perfectiva... Es la estrella del mar que purifica,
ilumina y perfecciona a los que navegan por el mar de este
mundo (5). Y en otra parte, an con mayor firmeza, insiste sobre
el mismo punto: Porque eres estrella del mar, ruega por nosotros
para que seamos iluminados; porque eres mar amargo, exento de
podredumbre, ruega por nosotros para que seamos purificados;
porque eres Seora, ruega por nosotros, desprovistos de
perfeccin, para que seamos perfeccionados. Necesitamos estas
tres cosas para que la palabra divina sea eficaz en nosotros, ya
que ella se dirige a iluminar nuestro entendimiento, a purificar
nuestro afecto y perfeccionar nuestras obras. Y no podemos
conseguir esto sin la intervencin de la Virgen (6).
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Segn el principio teolgico que venimos enunciando, la Virgen
Santsima coopera de una manera directa e inmediata a la
aplicacin de la gracia a las almas, o sea a la redencin subjetiva.
Pero sta tiene su modo ordinario y normal de obrar por medio de
los Sacramentos, canales autnticos por donde fluye la gracia,
fruto legtimo de los mritos ganados en el Calvario por el grupo
redentor, Jess y Mara. Pero cada Sacramento lleva consigo su
propia gracia, la gracia sacramental, la vis sacramenti, fuente y
raz de toda vida cristiana.
Es lgico que el Santo Doctor lleve las premisas, en lo que vamos
diciendo, hasta las ltimas consecuencias al fijar su atencin en la
accin de la Santsima Virgen en este proceso profundamente vital
de la actuacin de los sacramentos en las almas. Srvanos como
ejemplo este bellsimo pasaje donde presenta a la Virgen en su
actuacin en la gracia sacramental o virtud del sacramento de la
Eucarista. Sin su patrocinio -dice- no se comunica la virtud de
este Sacramento. Y por eso, as como por medio de Ella se nos
dio este santsimo Cuerpo, as tambin se ha de ofrecer por sus
manos y recibir de sus manos, bajo las especies sacramentales, lo
que naci de su virginal seno y fue donado a nosotros (7).
Pasa por su pluma la accin de la Virgen en su cooperacin con
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las almas en cada una de las virtudes. Como maestro de
espiritualidad franciscana, centra su atencin en la accin de la
Virgen Santsima en las grandes virtudes franciscanas: la pobreza,
la sencillez evanglica, la caridad en su doble orientacin, divina y
humana. Ms an, lo que constituye la esencia del estado
religioso, los tres votos, tiene su consistencia gracias a la ayuda
de Mara. Los tres votos -dice- conducen al hombre al desierto de
la Religin, como por un camino de tres das, a saber: de la
continencia, pobreza y obediencia, gracias a la ayuda de la Virgen
Mara, que fue pobrsima, humildsima y castsima. Ella va delante
y prepara el camino hasta introducir en la tierra de promisin...;
con el auxilio de la Virgen se hace fcil lo que antes pareca difcil
(8).
Y como remate de toda esta sntesis del pensamiento de San
Buenaventura acerca de la accin de la Virgen Santsima en la
vida sobrenatural de las almas, todava nos queda por decir lo que
la Santsima Virgen obra en el momento de coronar la vida
cristiana con el logro de la gloria, a cuyo trance no debe andar
ajena su actuacin. Llegaron al sepulcro salido ya el sol (Mc
16,2). Por la llegada al sepulcro -dice- se significa la consumacin
final de los mritos, en la cual la bienaventurada Virgen se
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manifiesta perfectamente ayudando a los Santos para que entren
en la gloria (9).
La vida espiritual mariana en nuestros santos
En el orden intelectual hay en la Orden Franciscana una
orientacin doctrinal filosfico-teolgica que, partiendo de las
experiencias msticas de la gran virtud de la caridad y amor divino
del Serfico Padre en sus celestiales transportes, sigue una
direccin homognea, cristalizando en argumentos teolgicos a
travs de los grandes maestros de nuestra Serfica Orden,
constituyendo ese fondo doctrinal que se conoce en la Historia de
la Filosofa con el nombre de la Escuela Franciscana. Segn
vamos viendo, en este cuerpo de doctrina ocupa un lugar
eminente la mariologa franciscana, que toma su origen en el
Serfico Padre, adquiere cuerpo doctrinal en San Buenaventura, y
queda finalmente como personificada por sus inmediatos
antecesores, y continuada y defendida por todos sus sucesores,
hasta culminar en la esplendorosa definicin dogmtica de Po IX.
Y as como la santidad de los alumnos que pertenecen a una
Orden religiosa toma, en no pequeas dosis, las modalidades del
contenido doctrinal que caracteriza a esta Orden, nuestra serfica
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Religin eminentemente mariana desde su origen, deba dejar
esta impronta en la vida espiritual de nuestros Santos. Su
orientacin, francamente mariana, lgicamente deba llegar a este
resultado, ya que los escritos de nuestros maestros eran el
alimento espiritual de que se nutran nuestros religiosos.
Si, al decir de San Buenaventura, no hay santo alguno cuyo
espritu no est orientado a la Santsima Virgen, en una Orden
eminentemente mariana como la nuestra, el espritu de sus Santos
debe manifestar siempre estos caracteres inconfundibles de vida
mariana en su santidad. Toda nuestra numerosa y variada
hagiografa rezuma de esta suavsima devocin a Mara. Por citar
slo algunos ejemplos, baste indicar a San Juan Jos de la Cruz,
cuya vida interior est toda ella radicada en la entrega a la
Santsima Virgen, y para todos los asuntos que se le confan es
Ella su consejera en quien deposita toda su confianza, expirando
en su regazo.
Santa Coleta de Corbeya, cuya familiaridad con la Virgen es
pasmosa. A ella confa su Reforma de religiosas y religiosos, y por
intercesin especial de la Virgen, en su misterio de la Concepcin
Inmaculada, le asegura el feliz logro de su Reforma.
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Santa Catalina de Bolonia, cuyo nacimiento es preanunciado por
la Santsima Virgen. Como reflejo de la intensidad de la vida
mariana de esta alma, son muchas las manifestaciones de su
admirable trato con la Virgen Santsima.
B. Juan Righi de Fabriano, que pasaba largas horas en profunda
meditacin a los pies de la Virgen, entendindose a maravilla y
fundindose los dos corazones de Madre e hijo.
San Salvador de Horta, en cuyo espritu cal tan hondo la vida
mariana, que de l se ha podido escribir: los numerosos y sonados
milagros obrados por l no eran ni ms ni menos que el fruto de su
oracin y filial confianza en la Santsima Virgen.
Y modernamente tenemos a la M. Mara de los Angeles Sorazu
cuya vida admirable y rica en experiencias msticas, la podemos
definir como fruto legtimo de una profunda y consciente accin
recproca de esta alma y la Virgen Santsima, cuyas maravillosas
manifestaciones de vida mariana forman la contextura
sobrenatural de esta dichosa alma.
La piadosa devocin de la Esclavitud Mariana, propagada por San
Luis Mara Grin de Montfort, tiene su origen en nuestra Orden
como brote natural de esa pujanza de vida mariana que siempre
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ha animado al gran rbol franciscano. Nacida en el convento de
Santa Ursula de los Concepcionistas de Alcal de Henares, en
1575, se constituy en cofrada en 1595, con la aprobacin de sus
Constituciones, con la exposicin de la idea esclavista, por el P.
Pedro de Mendoza, Comisario General de los Franciscanos en
Espaa, en 1608, y aparicin de la interesante obra Exhortacin a
la devocin de la Virgen Madre de Dios, del P. Melchor de Cetina,
O. F. M., en 1618. Este escrito, inspirado todo l en la mariologa
de San Buenaventura, a quien llama el P. Cetina gran devoto y
Capelln de la Virgen Madre de Dios, es notable principalmente
por la exposicin que hace de todo cuanto se refiere a la teologa
de la Esclavitud Mariana.
Cuntos Esclavos de la Virgen Santsima ha habido desde estas
fechas, y cuntos han vivido como Esclavos antes de estas fechas
en la Orden Franciscana!; porque, si bien antes de este tiempo no
se conoca este nombre, exista, sin embargo, todo un sistema
esclavista de espiritualidad mariana, tanto en la vida de
innumerables religiosos y religiosas que la vivan intensamente en
la evolucin de todos los procesos de su espritu, como en los
escritos mariolgicos de nuestros tratadistas, sobre todo San
Buenaventura, de cuyos escritos extrae el P. Cetina todas las
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ideas fundamentales de su teologa esclavista mariana.
La espiritualidad mariana en la direccin de las almas
Antes de indicar las normas de la direccin espiritual de las almas
en funcin de la espiritualidad mariana, es conveniente que
digamos algo de los fundamentos donde estriba la accin de la
Santsima Virgen como formadora de la santidad de las almas.
Cosa conocida es que el fundamento y raz de donde dimanan
todos los privilegios de la Santsima Virgen es su asociacin al
misterio de la Encarnacin por su maternidad divina. Quiso el
Seor que esta asociacin fuera tan honda y estrecha, que la
Madre siguiera en todo, juntamente con el Hijo, las gestas de este
gran Misterio con todas las consecuencias que de l se derivan.
Segn esto, el Hijo y la Madre integran en la obra de la creacin el
grupo glorificador de Dios en nombre de la misma y, despus del
pecado, el grupo restaurador de la gloria de Dios por la redencin
de las almas.
Cindonos ahora a este segundo momento de la obra de Dios,
que es la Redencin, Jesucristo nos recupera este atuendo divino,
que es la vestidura de la gracia, con el precio y mritos de su
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sangre derramada en el sacrificio de la cruz. Asociada estuvo en
este momento de la adquisicin de las gracias su Santsima
Madre, no solamente con su cooperacin mediata e indirecta, por
lo que Ella aport a este gran misterio con su consentimiento a la
Maternidad y a la Redencin, sino tambin de una manera
inmediata y directa con su propia compasin y mritos propios
que, juntamente con los de su Hijo, pesaban real y
verdaderamente en la balanza divina como precio, que en plenitud
de justicia, se ofreca a Dios por nuestro rescate.
Ciertamente, esta aportacin de la Virgen no era necesaria ni
igualmente principal con la de su Hijo, sino de libre voluntad del
Seor que as le plugo, y secundaria y subordinada a la de su Hijo,
pero real, directa, efectiva e inmediata. Si Jesucristo es Redentor,
puede decirse con plenitud de justicia, que la Santsima Virgen es
redentora con l. Es sta legtima consecuencia de todo cuanto
venimos diciendo. Es, pues, muy acertado y verdadero el ttulo de
Corredentora con que la Teologa Catlica saluda a la
bienaventurada Virgen Mara.
La Redencin tiene una segunda parte: la aplicacin de los frutos
de la misma a las almas. Si la primera, que hemos considerado
ahora, se llama objetiva en atencin al logro del objeto que en ella
-
se persigue, esta segunda se llama subjetiva en consideracin a
los sujetos o individuos a quienes se aplican los frutos de la
primera. Sin la segunda, la primera no nos sera de ningn
provecho.
En este segundo momento de la Redencin, siguen obrando
Jess y Mara con la misma unin, ntima y apretada, que en la
primera. Como propietarios y dueos que son de las gracias que
adquirieron con sus penalidades y mritos mancomunados en la
Redencin objetiva, son Ellos los que los han de distribuir y aplicar
ahora en las almas, cuya accin conjunta en este orden debe
extenderse en el tiempo, en el espacio y a todas las almas y con el
mismo orden de subordinacin de que hemos hablado antes.
La Santsima Virgen, pues, como mediadora universal, obra de
una manera directa e indirecta en la aplicacin de cada una de las
gracias a cada una de las almas en todas las fases del proceso
espiritual en que puedan encontrarse stas. Segn los principios
que hemos enunciado, estas gracias, por voluntad librrima del
Seor, no tienen otro camino para llegar y obrar en las almas sino
por la Virgen Santsima en su colaboracin subordinada a Jess,
ya sea por medio de los Sacramentos, canales autnticos de los
frutos de la redencin, ya sea por los otros innumerables modos
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extrasacramentales con que la gracia se difunde en las almas. La
santidad, en todas las formas y etapas en que se le considere, no
es ms que el fruto de la operacin de las gracias por Jess y
Mara con la cooperacin libre de la voluntad humana, espoleada
tambin por la misma gracia divina.
Limitndonos ahora a lo que venimos tratando en orden a la
Santsima Virgen, sta es por voluntad del Seor un factor de
primer plano en la santificacin de las almas, desde el primer
momento de la vocacin a la fe hasta el trmino de ella por la
entrada en la gloria. Que nosotros tengamos conciencia de ello o
que no la tengamos, la accin de la Santsima Virgen en nuestras
almas es siempre honda, directa e inmediata. No olvidemos, pues,
segn esto, que, cuanto ms intensa y conscientemente
centremos nuestra atencin en esta actuacin santificadora de la
Santsima Virgen en nuestro ser sobrenatural con una devocin
sentida y vivida, ms y mejor dispondremos nuestro espritu para
que esta presencia misteriosa de la Virgen en nuestra alma sea
ms eficaz y rpida en sus efectos de santificacin.
Conocemos en las vidas de los santos, en qu manera y
frecuencia les ha dado el Seor a conocer y saborear los divinos
efectos de su presencia en ellos; hechos conocidos y catalogados
-
por la teologa mstica.
La presencia ntima y admirable de la Santsima Virgen en las
almas tiene tambin sus maravillosas y sabrossimas experiencias;
hechos todava no suficientemente estudiados y catalogados por
no estar explorada esta parte de la teologa mariana con el
cuidado y detencin que sera de desear. Encontramos en la
hagiografa cristiana relaciones de la presencia mariana en las
almas que seran capaces de desconcertar a ms de un telogo
poco avisado. Basta leer, por ejemplo, ciertos pasajes de Mara de
los Angeles Sorazu, o bien de Mara Antonieta Geuser
(Consummata), por no citar otras. Es de advertir que estas almas
siempre distinguen la diferencia de matiz de naturaleza y
profundidad de accin de Jess y Mara en lo ms hondo de su
ser sobrenatural. Pero conocer, experimentar y saborear la accin
de ambos en nosotros, es cosa que va necesariamente
encuadrada en la vida sobrenatural de las almas. Nuestras
relaciones con el Seor estn bien grabadas en nuestro ser
consciente. Nuestras relaciones con la Santsima Virgen deben
estarlo ms. La floracin de cristianas virtudes que brotan de la
accin de estos dos principios en nosotros est condicionada a
nuestra aprehensin espiritual de los mismos, ciertamente y en
-
primer trmino por fe, bien instruida y vivida en nosotros.
Siendo, pues, fundamentalsima para el normal desarrollo de la
vida cristiana la devocin consciente y bien definida de la Virgen
Santsima, como nica norma y direccin espiritual de vida
mariana para las almas, yo dara sta: el director espiritual debe
instruir a las almas que l dirige, en lo referente a la funcin de la
Santsima Virgen en la obra de nuestra santificacin. Debe
despertar en ellas un estado de consciencia habitual de esta
maravillosa accin continua e inmediata de la Virgen en nuestro
proceso sobrenatural. Tratar de formar en el alma un
convencimiento tal de esta transfusin de vida mariana a la
nuestra, que la ponga en tensin continua hacia tan buena Madre.
No cabe duda que esto crear en el alma un estado habitual de
docilidad a las mociones de la gracia, que se manifestar pronto
en la abundante copia de virtudes cristianas que la conducir
hasta las etapas ms subidas de la perfeccin.
Por su parte, debe el alma corresponder con un acendrado amor
filial operativo y eficaz como tributo obligado al singular afecto que
tan buena Madre le dispensa; una devocin suavsima,
plenamente consciente y operante, que pueda en todas las
vicisitudes de su existencia cobijarse siempre al amparo y
-
proteccin de Ella, conductora obligada de nuestras almas a
Jess.
1) Obras de San Buenaventura, De Purificatione B. M. Virginis,
Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1947, Tomo IV, p. 663.
2) De Assumptione B. M. Virginis, BAC, IV, 881.
3) De Purificatione B. M. Virginis, BAC, IV, 663.
4) Obras de San Buenaventura, In Epiphania Domini, Madrid,
BAC, 1946, Tomo II, p. 405.
5) De Purificatione B. M. Virginis, BAC, IV, 639.
6) De Purificatione B. M. Virginis, BAC, IV, 657-659.
7) De Sanctissimo Corpore Christi, BAC, II, 517.
8) De Nativitate B. M. V., BAC, IV, 947.
9) De Nativitate B. M. V., BAC, IV, 927.
S. S. Benedicto XVI
ENSEANZAS SOBRE LA VIRGEN MARA (I)
-
.
LA VISITACIN, PRIMERA PROCESIN EUCARSTICA
(En los jardines vaticanos, 31-V-2005)
Queridos amigos, habis subido hasta la Gruta de Lourdes
rezando el santo rosario, como respondiendo a la invitacin de la
Virgen a elevar el corazn al cielo. La Virgen nos acompaa cada
da en nuestra oracin. En el Ao especial de la Eucarista, que
estamos viviendo, Mara nos ayuda sobre todo a descubrir cada
vez ms el gran sacramento de la Eucarista. El amado Papa Juan
Pablo II, en su ltima encclica, Ecclesia de Eucharistia, nos la
-
present como mujer eucarstica en toda su vida (cf. n. 53).
Mujer eucarstica en profundidad, desde su actitud interior:
desde la Anunciacin, cuando se ofreci a s misma para la
encarnacin del Verbo de Dios, hasta la cruz y la resurreccin;
mujer eucarstica en el tiempo despus de Pentecosts, cuando
recibi en el Sacramento el Cuerpo que haba concebido y llevado
en su seno.
En particular hoy, con la liturgia, nos detenemos a meditar en el
misterio de la Visitacin de la Virgen a santa Isabel. Mara,
llevando en su seno a Jess recin concebido, va a casa de su
anciana prima Isabel, a la que todos consideraban estril y que, en
cambio, haba llegado al sexto mes de una gestacin donada por
Dios (cf. Lc 1,36). Es una muchacha joven, pero no tiene miedo,
porque Dios est con ella, dentro de ella. En cierto modo, podemos
decir que su viaje fue -queremos recalcarlo en este Ao de la
Eucarista- la primera procesin eucarstica de la historia. Mara,
sagrario vivo del Dios encarnado, es el Arca de la alianza, en la
que el Seor visit y redimi a su pueblo. La presencia de Jess la
colma del Espritu Santo. Cuando entra en la casa de Isabel, su
saludo rebosa de gracia: Juan salta de alegra en el seno de su
madre, como percibiendo la llegada de Aquel a quien un da
-
deber anunciar a Israel. Exultan los hijos, exultan las madres.
Este encuentro, impregnado de la alegra del Espritu, encuentra
su expresin en el cntico del Magnficat.
No es esta tambin la alegra de la Iglesia, que acoge sin cesar a
Cristo en la santa Eucarista y lo lleva al mundo con el testimonio
de la caridad activa, llena de fe y de esperanza? S, acoger a
Jess y llevarlo a los dems es la verdadera alegra del cristiano.
Queridos hermanos y hermanas, sigamos e imitemos a Mara, un
alma profundamente eucarstica, y toda nuestra vida podr
transformarse en un Magnficat (cf. Ecclesia de Eucharistia, 58), en
una alabanza de Dios. En esta noche, al final del mes de mayo,
pidamos juntos esta gracia a la Virgen santsima. Imparto a todos
mi bendicin.
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
3-VI-05]
* * *
LA ASUNCIN DE MARA
(ngelus del 15-VIII-05)
En esta solemnidad de la Asuncin de la Virgen contemplamos el
-
misterio del trnsito de Mara de este mundo al Paraso: podramos
decir que celebramos su pascua. Como Cristo resucit de entre
los muertos con su cuerpo glorioso y subi al cielo, as tambin la
Virgen santsima, a l asociada plenamente, fue elevada a la gloria
celestial con toda su persona. Tambin en esto la Madre sigui
ms de cerca a su Hijo y nos precedi a todos nosotros. Junto a
Jess, nuevo Adn, que es la primicia de los resucitados (cf. 1
Co 15,20.23), la Virgen, nueva Eva, aparece como figura y
primicia de la Iglesia (Prefacio), seal de esperanza cierta para
todos los cristianos en la peregrinacin terrena (cf. Lumen gentium,
68).
La fiesta de la Asuncin de la Virgen Mara, tan arraigada en la
tradicin popular, constituye para todos los creyentes una ocasin
propicia para meditar sobre el sentido verdadero y sobre el valor
de la existencia humana en la perspectiva de la eternidad.
Queridos hermanos y hermanas, el cielo es nuestra morada
definitiva. Desde all Mara, con su ejemplo, nos anima a aceptar la
voluntad de Dios, a no dejarnos seducir por las sugestiones falaces
de todo lo que es efmero y pasajero, a no ceder ante las
tentaciones del egosmo y del mal que apagan en el corazn la
alegra de la vida.
-
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
19-VIII-05]
* * *
LA ASUNCIN DE MARA
(Homila del 15-VIII-05)
La fiesta de la Asuncin es un da de
alegra. Dios ha vencido. El amor ha
vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto
de manifiesto que el amor es ms fuerte
que la muerte, que Dios tiene la verdadera
fuerza, y su fuerza es bondad y amor.
Mara fue elevada al cielo en cuerpo y
alma: en Dios tambin hay lugar para el
cuerpo. El cielo ya no es para nosotros una
esfera muy lejana y desconocida. En el
cielo tenemos una madre. Y la Madre de
Dios, la Madre del Hijo de Dios, es nuestra madre. l mismo lo dijo.
La hizo madre nuestra cuando dijo al discpulo y a todos nosotros:
He aqu a tu madre. En el cielo tenemos una madre. El cielo
est abierto; el cielo tiene un corazn.
-
En el evangelio de hoy hemos escuchado el Magnficat, esta gran
poesa que brot de los labios, o mejor, del corazn de Mara,
inspirada por el Espritu Santo. En este canto maravilloso se refleja
toda el alma, toda la personalidad de Mara. Podemos decir que
este canto es un retrato, un verdadero icono de Mara, en el que
podemos verla tal cual es.
Quisiera destacar slo dos puntos de este gran canto. Comienza
con la palabra Magnficat: mi alma engrandece al Seor, es
decir, proclama que el Seor es grande. Mara desea que Dios sea
grande en el mundo, que sea grande en su vida, que est presente
en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios sea un
competidor en nuestra vida, de que con su grandeza pueda
quitarnos algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. Ella
sabe que, si Dios es grande, tambin nosotros somos grandes. No
oprime nuestra vida, sino que la eleva y la hace grande:
precisamente entonces se hace grande con el esplendor de Dios.
El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contrario
fue el ncleo del pecado original. Teman que, si Dios era
demasiado grande, quitara algo a su vida. Pensaban que deban
apartar a Dios a fin de tener espacio para ellos mismos. Esta ha
sido tambin la gran tentacin de la poca moderna, de los ltimos
-
tres o cuatro siglos. Cada vez ms se ha pensado y dicho: Este
Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vida con
todos sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparecer;
queremos ser autnomos, independientes. Sin este Dios nosotros
seremos dioses, y haremos lo que nos plazca.
Este era tambin el pensamiento del hijo prdigo, el cual no
entendi que, precisamente por el hecho de estar en la casa del
padre, era libre. Se march a un pas lejano, donde malgast su
vida. Al final comprendi que, en vez de ser libre, se haba hecho
esclavo, precisamente por haberse alejado de su padre;
comprendi que slo volviendo a la casa de su padre podra ser
libre de verdad, con toda la belleza de la vida.
Lo mismo sucede en la poca moderna. Antes se pensaba y se
crea que, apartando a Dios y siendo nosotros autnomos,
siguiendo nuestras ideas, nuestra voluntad, llegaramos a ser
realmente libres, para poder hacer lo que nos apetezca sin tener
que obedecer a nadie. Pero cuando Dios desaparece, el hombre
no llega a ser ms grande; al contrario, pierde la dignidad divina,
pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte slo
en el producto de una evolucin ciega, del que se puede usar y
abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experiencia
-
de nuestra poca.
El hombre es grande, slo si Dios es grande. Con Mara debemos
comenzar a comprender que es as. No debemos alejarnos de
Dios, sino hacer que Dios est presente, hacer que Dios sea
grande en nuestra vida; as tambin nosotros seremos divinos:
tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.
Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios sea
grande entre nosotros, en la vida pblica y en la vida privada. En la
vida pblica, es importante que Dios est presente, por ejemplo,
mediante la cruz en los edificios pblicos; que Dios est presente
en nuestra vida comn, porque slo si Dios est presente tenemos
una orientacin, un camino comn; de lo contrario, los contrastes
se hacen inconciliables, pues ya no se reconoce la dignidad
comn. Engrandezcamos a Dios en la vida pblica y en la vida
privada. Eso significa hacer espacio a Dios cada da en nuestra
vida, comenzando desde la maana con la oracin y luego dando
tiempo a Dios, dando el domingo a Dios. No perdemos nuestro
tiempo libre si se lo ofrecemos a Dios. Si Dios entra en nuestro
tiempo, todo el tiempo se hace ms grande, ms amplio, ms rico.
Una segunda reflexin. Esta poesa de Mara -el Magnficat- es
-
totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un tejido
hecho completamente con hilos del Antiguo Testamento, hecho
de palabra de Dios. Se puede ver que Mara, por decirlo as, se
senta como en su casa en la palabra de Dios, viva de la palabra
de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto,
hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus
pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran
las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso
era tan esplndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.
Mara viva de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra
de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta
familiaridad con la palabra de Dios, reciba tambin la luz interior
de la sabidura. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla
con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio vlidos para todas las
cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo,
bueno; tambin se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios,
que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.
As, Mara habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a
conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con
la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos
hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura,
-
sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del ao la
santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre
a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.
Pero pienso tambin en el Compendio del Catecismo de la Iglesia
catlica, que hemos publicado recientemente, en el que la palabra
de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra
vida, nos ayuda a entrar en el gran templo de la palabra de Dios,
a aprender a amarla y a impregnarnos, como Mara, de esta
palabra. As la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para
juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.
Mara fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios
es reina del cielo y de la tierra. Acaso as est alejada de
nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios,
est muy cerca de cada uno de nosotros. Cuando estaba en la
tierra, slo poda estar cerca de algunas personas. Al estar en
Dios, que est cerca de nosotros, ms an, que est dentro de
todos nosotros, Mara participa de esta cercana de Dios. Al estar
en Dios y con Dios, Mara est cerca de cada uno de nosotros,
conoce nuestro corazn, puede escuchar nuestras oraciones,
puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como
madre -as lo dijo el Seor-, a la que podemos dirigirnos en cada
-
momento. Ella nos escucha siempre, siempre est cerca de
nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de
su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos
de esta Madre, que siempre est cerca de cada uno de nosotros.
En este da de fiesta demos gracias al Seor por el don de esta
Madre y pidamos a Mara que nos ayude a encontrar el buen
camino cada da. Amn.
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
19-VIII-05]
-
LA INMACULADA CONCEPCIN
(Homila del 8-XII-05)
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio; queridos
hermanos y hermanas:
Hace cuarenta aos, el 8 de diciembre de 1965, en la plaza de San
Pedro, junto a esta baslica, el Papa Pablo VI concluy
solemnemente el concilio Vaticano II. Haba sido inaugurado, por
-
decisin de Juan XXIII, el 11 de octubre de 1962, entonces fiesta
de la Maternidad de Mara, y concluy el da de la Inmaculada. Un
marco mariano rodea al Concilio. En realidad, es mucho ms que
un marco: es una orientacin de todo su camino. Nos remite, como
remita entonces a los padres del Concilio, a la imagen de la Virgen
que escucha, que vive de la palabra de Dios, que guarda en su
corazn las palabras que le vienen de Dios y, unindolas como en
un mosaico, aprende a comprenderlas (cf. Lc 2,19.51); nos remite
a la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos
de Dios, abandonndose a su voluntad; nos remite a la humilde
Madre que, cuando la misin del Hijo lo exige, se aparta; y, al
mismo tiempo, a la mujer valiente que, mientras los discpulos
huyen, est al pie de la cruz.
Pablo VI, en su discurso con ocasin de la promulgacin de la
constitucin conciliar sobre la Iglesia, haba calificado a Mara
como tutrix huius Concilii, protectora de este Concilio, y, con
una alusin inconfundible al relato de Pentecosts, transmitido por
san Lucas (cf. Hch 1,12-14), haba dicho que los padres se haban
reunido en la sala del Concilio con Mara, Madre de Jess, y que
tambin en su nombre saldran ahora.
Permanece indeleble en mi memoria el momento en que, oyendo
-
sus palabras: Declaramos a Mara santsima Madre de la Iglesia,
los padres se pusieron espontneamente de pie y aplaudieron,
rindiendo homenaje a la Madre de Dios, a nuestra Madre, a la
Madre de la Iglesia. De hecho, con este ttulo el Papa resuma la
doctrina mariana del Concilio y daba la clave para su comprensin.
Mara no slo tiene una relacin singular con Cristo, el Hijo de
Dios, que como hombre quiso convertirse en hijo suyo. Al estar
totalmente unida a Cristo, nos pertenece tambin totalmente a
nosotros. S, podemos decir que Mara est cerca de nosotros
como ningn otro ser humano, porque Cristo es hombre para los
hombres y todo su ser es un ser para nosotros.
Cristo, dicen los Padres, como Cabeza es inseparable de su
Cuerpo que es la Iglesia, formando con ella, por decirlo as, un
nico sujeto vivo. La Madre de la Cabeza es tambin la Madre de
toda la Iglesia; ella est, por decirlo as, por completo despojada de
s misma; se entreg totalmente a Cristo, y con l se nos da como
don a todos nosotros. En efecto, cuanto ms se entrega la persona
humana, tanto ms se encuentra a s misma.
El Concilio quera decirnos esto: Mara est tan unida al gran
misterio de la Iglesia, que ella y la Iglesia son inseparables, como
-
lo son ella y Cristo. Mara refleja a la Iglesia, la anticipa en su
persona y, en medio de todas las turbulencias que afligen a la
Iglesia sufriente y doliente, ella sigue siendo siempre la estrella de
la salvacin. Ella es su verdadero centro, del que nos fiamos,
aunque muy a menudo su periferia pesa sobre nuestra alma.
El Papa Pablo VI, en el contexto de la promulgacin de la
constitucin sobre la Iglesia, puso de relieve todo esto mediante un
nuevo ttulo profundamente arraigado en la Tradicin,
precisamente con el fin de iluminar la estructura interior de la
enseanza sobre la Iglesia desarrollada en el Concilio. El Vaticano
II deba expresarse sobre los componentes institucionales de la
Iglesia: sobre los obispos y sobre el Pontfice, sobre los
sacerdotes, los laicos y los religiosos en su comunin y en sus
relaciones; deba describir a la Iglesia en camino, la cual,
abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y
siempre necesitada de purificacin... (Lumen gentium, 8). Pero
este aspecto petrino de la Iglesia est incluido en el mariano.
En Mara, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesia de
un modo no deformado. De ella debemos aprender a convertirnos
nosotros mismos en almas eclesiales -as se expresaban los
Padres-, para poder presentarnos tambin nosotros, segn la
-
palabra de san Pablo, inmaculados delante del Seor, tal como
l nos quiso desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).
Pero ahora debemos preguntarnos: Qu significa Mara, la
Inmaculada? Este ttulo tiene algo que decirnos? La liturgia de
hoy nos aclara el contenido de esta palabra con dos grandes
imgenes. Ante todo, el relato maravilloso del anuncio a Mara, la
Virgen de Nazaret, de la venida del Mesas.
El saludo del ngel est entretejido con hilos del Antiguo
Testamento, especialmente del profeta Sofonas. Nos hace
comprender que Mara, la humilde mujer de provincia, que
proviene de una estirpe sacerdotal y lleva en s el gran patrimonio
sacerdotal de Israel, es el resto santo de Israel, al que hacan
referencia los profetas en todos los perodos turbulentos y
tenebrosos. En ella est presente la verdadera Sin, la pura, la
morada viva de Dios. En ella habita el Seor, en ella encuentra el
lugar de su descanso. Ella es la casa viva de Dios, que no habita
en edificios de piedra, sino en el corazn del hombre vivo.
Ella es el retoo que, en la oscura noche invernal de la historia,
florece del tronco abatido de David. En ella se cumplen las
palabras del salmo: La tierra ha dado su fruto (Sal 67,7). Ella es
-
el vstago, del que deriva el rbol de la redencin y de los
redimidos. Dios no ha fracasado, como poda parecer al inicio de la
historia con Adn y Eva, o durante el perodo del exilio babilnico,
y como pareca nuevamente en el tiempo de Mara, cuando Israel
se haba convertido en un pueblo sin importancia en una regin
ocupada, con muy pocos signos reconocibles de su santidad. Dios
no ha fracasado. En la humildad de la casa de Nazaret vive el
Israel santo, el resto puro. Dios salv y salva a su pueblo. Del
tronco abatido resplandece nuevamente su historia, convirtindose
en una nueva fuerza viva que orienta e impregna el mundo. Mara
es el Israel santo; ella dice s al Seor, se pone plenamente a su
disposicin, y as se convierte en el templo vivo de Dios.
La segunda imagen es mucho ms difcil y oscura. Esta metfora,
tomada del libro del Gnesis, nos habla de una gran distancia
histrica, que slo con esfuerzo se puede aclarar; slo a lo largo
de la historia ha sido posible desarrollar una comprensin ms
profunda de lo que all se refiere. Se predice que, durante toda la
historia, continuar la lucha entre el hombre y la serpiente, es
decir, entre el hombre y las fuerzas del mal y de la muerte. Pero
tambin se anuncia que el linaje de la mujer un da vencer y
aplastar la cabeza de la serpiente, la muerte; se anuncia que el
-
linaje de la mujer -y en l la mujer y la madre misma- vencer, y
as, mediante el hombre, Dios vencer. Si junto con la Iglesia
creyente y orante nos ponemos a la escucha ante este texto,
entonces podemos comenzar a comprender qu es el pecado
original, el pecado hereditario, y tambin cul es la defensa contra
este pecado hereditario, qu es la redencin.
Cul es el cuadro que se nos presenta en esta pgina? El
hombre no se fa de Dios. Tentado por las palabras de la serpiente,
abriga la sospecha de que Dios, en definitiva, le quita algo de su
vida, que Dios es un competidor que limita nuestra libertad, y que
slo seremos plenamente seres humanos cuando lo dejemos de
lado; es decir, que slo de este modo podemos realizar
plenamente nuestra libertad.
El hombre vive con la sospecha de que el amor de Dios crea una
dependencia y que necesita desembarazarse de esta dependencia
para ser plenamente l mismo. El hombre no quiere recibir de Dios
su existencia y la plenitud de su vida. l quiere tomar por s mismo
del rbol del conocimiento el poder de plasmar el mundo, de
hacerse dios, elevndose a su nivel, y de vencer con sus fuerzas a
la muerte y las tinieblas. No quiere contar con el amor que no le
parece fiable; cuenta nicamente con el conocimiento, puesto que
-
le confiere el poder. Ms que el amor, busca el poder, con el que
quiere dirigir de modo autnomo su vida. Al hacer esto, se fa de la
mentira ms que de la verdad, y as se hunde con su vida en el
vaco, en la muerte.
Amor no es dependencia, sino don que nos hace vivir. La libertad
de un ser humano es la libertad de un ser limitado y, por tanto, es
limitada ella misma. Slo podemos poseerla como libertad
compartida, en la comunin de las libertades: la libertad slo puede
desarrollarse si vivimos, como debemos, unos con otros y unos
para otros. Vivimos como debemos, si vivimos segn la verdad de
nuestro ser, es decir, segn la voluntad de Dios. Porque la
voluntad de Dios no es para el hombre una ley impuesta desde
fuera, que lo obliga, sino la medida intrnseca de su naturaleza,
una medida que est inscrita en l y lo hace imagen de Dios, y as
criatura libre.
Si vivimos contra el amor y contra la verdad -contra Dios-,
entonces nos destruimos recprocamente y destruimos el mundo.
As no encontramos la vida, sino que obramos en inters de la
muerte. Todo esto est relatado, con imgenes inmortales, en la
historia de la cada original y de la expulsin del hombre del
Paraso terrestre.
-
Queridos hermanos y hermanas, si reflexionamos sinceramente
sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia, debemos decir
que con este relato no slo se describe la historia del inicio, sino
tambin la historia de todos los tiempos, y que todos llevamos
dentro de nosotros una gota del veneno de ese modo de pensar
reflejado en las imgenes del libro del Gnesis. Esta gota de
veneno la llamamos pecado original.
Precisamente en la fiesta de la Inmaculada Concepcin brota en
nosotros la sospecha de que una persona que no peca para nada,
en el fondo es aburrida; que le falta algo en su vida: la dimensin
dramtica de ser autnomos; que la libertad de decir no, el bajar a
las tinieblas del pecado y querer actuar por s mismos forma parte
del verdadero hecho de ser hombres; que slo entonces se puede
disfrutar a fondo de toda la amplitud y la profundidad del hecho de
ser hombres, de ser verdaderamente nosotros mismos; que
debemos poner a prueba esta libertad, incluso contra Dios, para
llegar a ser realmente nosotros mismos. En una palabra,
pensamos que en el fondo el mal es bueno, que lo necesitamos, al
menos un poco, para experimentar la plenitud del ser. Pensamos
que Mefistfeles -el tentador- tiene razn cuando dice que es la
fuerza que siempre quiere el mal y siempre obra el bien (Johann
-
Wolfgang von Goethe, Fausto I, 3). Pensamos que pactar un poco
con el mal, reservarse un poco de libertad contra Dios, en el fondo
est bien, e incluso que es necesario.
Pero al mirar el mundo que nos rodea, podemos ver que no es as,
es decir, que el mal envenena siempre, no eleva al hombre, sino
que lo envilece y lo humilla; no lo hace ms grande, ms puro y
ms rico, sino que lo daa y lo empequeece. En el da de la
Inmaculada debemos aprender ms bien esto: el hombre que se
abandona totalmente en las manos de Dios no se convierte en un
ttere de Dios, en una persona aburrida y conformista; no pierde su
libertad. Slo el hombre que se pone totalmente en manos de Dios
encuentra la verdadera libertad, la amplitud grande y creativa de la
libertad del bien. El hombre que se dirige hacia Dios no se hace
ms pequeo, sino ms grande, porque gracias a Dios y junto con
l se hace grande, se hace divino, llega a ser verdaderamente l
mismo. El hombre que se pone en manos de Dios no se aleja de
los dems, retirndose a su salvacin privada; al contrario, slo
entonces su corazn se despierta verdaderamente y l se
transforma en una persona sensible y, por tanto, benvola y
abierta.
Cuanto ms cerca est el hombre de Dios, tanto ms cerca est de
-
los hombres. Lo vemos en Mara. El hecho de que est totalmente
en Dios es la razn por la que est tambin tan cerca de los
hombres. Por eso puede ser la Madre de todo consuelo y de toda
ayuda, una Madre a la que todos, en cualquier necesidad, pueden
osar dirigirse en su debilidad y en su pecado, porque ella lo
comprende todo y es para todos la fuerza abierta de la bondad
creativa.
En ella Dios graba su propia imagen, la imagen de Aquel que sigue
la oveja perdida hasta las montaas y hasta los espinos y abrojos
de los pecados de este mundo, dejndose herir por la corona de
espinas de estos pecados, para tomar a la oveja sobre sus
hombros y llevarla a casa. Como Madre que se compadece, Mara
es la figura anticipada y el retrato permanente del Hijo. Y as
vemos que tambin la imagen de la Dolorosa, de la Madre que
comparte el sufrimiento y el amor, es una verdadera imagen de la
Inmaculada. Su corazn, mediante el ser y el sentir con Dios, se
ensanch. En ella, la bondad de Dios se acerc y se acerca mucho
a nosotros. As, Mara est ante nosotros como signo de consuelo,
de aliento y de esperanza. Se dirige a nosotros, diciendo: Ten la
valenta de osar con Dios. Prueba. No tengas miedo de l. Ten la
valenta de arriesgar con la fe. Ten la valenta de arriesgar con la
-
bondad. Ten la valenta de arriesgar con el corazn puro.
Compromtete con Dios; y entonces vers que precisamente as tu
vida se ensancha y se ilumina, y no resulta aburrida, sino llena de
infinitas sorpresas, porque la bondad infinita de Dios no se agota
jams.
En este da de fiesta queremos dar gracias al Seor por el gran
signo de su bondad que nos dio en Mara, su Madre y Madre de la
Iglesia. Queremos implorarle que ponga a Mara en nuestro
camino como luz que nos ayude a convertirnos tambin nosotros
en luz y a llevar esta luz en las noches de la historia. Amn.
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
16-XII-05]
* * *
HOMENAJE A LA INMACULADA
(Roma, Plaza de Espaa, 8-XII-05)
En este da dedicado a Mara he venido, por primera vez como
Sucesor de Pedro, al pie de la estatua de la Inmaculada, aqu, en
la plaza de Espaa, recorriendo idealmente la peregrinacin que
han realizado tantas veces mis predecesores. Siento que me
-
acompaa la devocin y el afecto de la Iglesia que vive en esta
ciudad de Roma y en el mundo entero. Traigo conmigo los anhelos
y las esperanzas de la humanidad de nuestro tiempo, y vengo a
depositarlas a los pies de la Madre celestial del Redentor.
En este da singular, que recuerda el 40 aniversario de la clausura
del concilio Vaticano II, vuelvo con el pensamiento al 8 de
diciembre de 1965, cuando, precisamente al final de la homila de
la celebracin eucarstica en la plaza de San Pedro, el siervo de
Dios Pablo VI dirigi su pensamiento a la Virgen, la Madre de
Dios y la Madre espiritual nuestra, (...) la criatura en la cual se
refleja la imagen de Dios, con total nitidez, sin ninguna turbacin,
como sucede, en cambio, con las otras criaturas humanas. El
Papa afirm tambin: As, fijando nuestra mirada en esta mujer
humilde, hermana nuestra, y al mismo tiempo celestial, Madre y
Reina nuestra, espejo ntido y sagrado de la infinita Belleza, puede
(...) comenzar nuestro trabajo posconciliar. De esa forma, esa
belleza de Mara Inmaculada se convierte para nosotros en un
modelo inspirador, en una esperanza confortadora. Y conclua:
As lo pensamos para nosotros y para vosotros, y este es nuestro
saludo ms expresivo, y, Dios lo quiera, el ms eficaz. Pablo VI
proclam a Mara Madre de la Iglesia y le encomend con vistas
-
al futuro la fecunda aplicacin de las decisiones conciliares.
Recordando los numerosos acontecimientos que han marcado los
cuarenta aos transcurridos, cmo no revivir hoy los diversos
momentos que han caracterizado el camino de la Iglesia en este
perodo? La Virgen ha sostenido durante estos cuatro decenios a
los pastores y, en primer lugar, a los Sucesores de Pedro en su
exigente ministerio al servicio del Evangelio; ha guiado a la Iglesia
hacia la fiel comprensin y aplicacin de los documentos
conciliares. Por eso, hacindome portavoz de toda la comunidad
eclesial, quisiera dar las gracias a la Virgen santsima y dirigirme a
ella con los mismos sentimientos que animaron a los padres
conciliares, los cuales dedicaron precisamente a Mara el ltimo
captulo de la constitucin dogmtica Lumen gentium, subrayando
la relacin inseparable que une a la Virgen con la Iglesia.
S, queremos agradecerte, Virgen Madre de Dios y Madre nuestra
amadsima, tu intercesin en favor de la Iglesia. T, que abrazando
sin reservas la voluntad divina, te consagraste con todas tus
energas a la persona y a la obra de tu Hijo, ensanos a guardar
en nuestro corazn y a meditar en silencio, como hiciste t, los
misterios de la vida de Cristo.
-
T, que avanzaste hasta el Calvario, siempre unida profundamente
a tu Hijo, que en la cruz te don como madre al discpulo Juan, haz
que siempre te sintamos tambin cerca de nosotros en cada
instante de la existencia, sobre todo en los momentos de oscuridad
y de prueba.
T, que en Pentecosts, junto con los Apstoles en oracin,
imploraste el don del Espritu Santo para la Iglesia naciente,
aydanos a perseverar en el fiel seguimiento de Cristo. A ti
dirigimos nuestra mirada con confianza, como seal de
esperanza segura y de consuelo, hasta que llegue el da del
Seor (Lumen gentium, 68).
A ti, Mara, te invocan con insistente oracin los fieles de todas las
partes del mundo, para que, exaltada en el cielo entre los ngeles
y los santos, intercedas por nosotros ante tu Hijo, hasta el
momento en que todas las familias de los pueblos, los que se
honran con el nombre de cristianos, as como los que todava no
conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en paz y
concordia en el nico pueblo de Dios, para gloria de la santsima e
indivisible Trinidad (ib., 69). Amn.
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
-
16-XII-05]
MARA, EJEMPLO DE CARIDAD
(De la Encclica "Deus critas est", 25-XII-05)
40. Contemplemos, por ltimo, a los santos, a quienes han ejercido
de modo ejemplar la caridad. (...)
41. Entre los santos, sobresale Mara, Madre del Seor y espejo de
toda santidad. El Evangelio de Lucas la muestra comprometida en
un servicio de caridad a su prima Isabel, con la cual permaneci
-
unos tres meses (Lc 1,56) para atenderla durante la fase final
del embarazo. Magnificat anima mea Dominum, -proclama mi
alma la grandeza del Seor (Lc 1,46)-, dice con ocasin de esta
visita, y con ello expresa todo el programa de su vida: no ponerse
a s misma en el centro, sino dejar espacio a Dios, a quien
encuentra tanto en la oracin como en el servicio al prjimo; slo
entonces el mundo se hace bueno. Mara es grande precisamente
porque quiere enaltecer a Dios y no a s misma. Ella es humilde:
no quiere ser sino la sierva del Seor (cf. Lc 1,38.48). Sabe que
contribuye a la salvacin del mundo, no con una obra suya, sino
slo ponindose plenamente a disposicin de la iniciativa de Dios.
Es una mujer de esperanza: slo porque cree en las promesas de
Dios y espera la salvacin de Israel, el ngel puede presentarse a
ella y llamarla al servicio total de estas promesas. Es una mujer de
fe: Dichosa t, que has credo!, le dice Isabel (Lc 1,45).
El Magnficat -un retrato de su alma, por decirlo as- est
completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada
Escritura, de la Palabra de Dios. As se pone de relieve que la
Palabra de Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale
y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de
Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra
-
nace de la Palabra de Dios. Adems, as se pone de manifiesto
que sus pensamientos estn en sintona con el pensamiento de
Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar ntimamente
penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de
la Palabra encarnada. Mara es, en fin, una mujer que ama.
Cmo podra ser de otro modo? Como creyente, que en la fe
piensa con el pensamiento de Dios y quiere con la voluntad de
Dios, no puede ser ms que una mujer que ama.
Lo intuimos en sus gestos silenciosos que nos narran los relatos
evanglicos de la infancia. Lo vemos en la delicadeza con la que
en Can se percata de la necesidad en la que se encuentran los
esposos, y la hace presente a Jess. Lo vemos en la humildad con
que acepta ser como olvidada en el perodo de la vida pblica de
Jess, sabiendo que el Hijo tiene que fundar ahora una nueva
familia y que la hora de la Madre llegar solamente en el momento
de la cruz, que ser la verdadera hora de Jess (cf. Jn 2,4; 13,1).
Entonces, cuando los discpulos hayan huido, ella permanecer al
pie de la cruz (cf. Jn 19,25-27); ms tarde, en el momento de
Pentecosts, sern ellos los que se agrupen en torno a ella en
espera del Espritu Santo (cf. Hch 1,14).
42. La vida de los santos no comprende slo su biografa terrena,
-
sino tambin su vida y actuacin en Dios despus de la muerte. En
los santos es evidente que, quien va hacia Dios, no se aleja de los
hombres, sino que se hace realmente cercano a ellos. En nadie lo
vemos mejor que en Mara. La palabra del Crucificado al discpulo
-a Juan y, por medio de l, a todos los discpulos de Jess: Ah
tienes a tu madre (Jn 19,27)- se hace de nuevo verdadera en
cada generacin. Mara se ha convertido efectivamente en Madre
de todos los creyentes. A su bondad materna, as como a su
pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los
tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y
esperanzas, en sus alegras y sufrimientos, en su soledad y en su
convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad;
experimentan el amor inagotable que derrama desde lo ms
profundo de su corazn.
Los testimonios de gratitud, que le manifiestan en todos los
continentes y en todas las culturas, son el reconocimiento de aquel
amor puro que no se busca a s mismo, sino que sencillamente
quiere el bien. La devocin de los fieles muestra al mismo tiempo
la intuicin infalible de cmo es posible este amor: se alcanza
merced a la unin ms ntima con Dios, en virtud de la cual se est
impregnado totalmente de l, una condicin que permite a quien ha
-
bebido en el manantial del amor de Dios convertirse l mismo en
un manantial del que manarn torrentes de agua viva (Jn 7,38).
Mara, la Virgen, la Madre, nos ensea qu es el amor, dnde tiene
su origen y de dnde le viene su fuerza siempre nueva. A ella
confiamos la Iglesia, su misin al servicio del amor:
Santa Mara, Madre de Dios,
t has dado al mundo la verdadera luz,
Jess, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido as en fuente
de la bondad que mana de l.
Mustranos a Jess. Guanos hacia l.
Ensanos a conocerlo y amarlo,
para que tambin nosotros
seamos capaces
de un verdadero amor
y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
27-I-06]
-
LA ANUNCIACIN DEL SEOR
(Homila del 25-III-06)
Seores cardenales y patriarcas; venerados hermanos en el
episcopado y en el sacerdocio; queridos hermanos y hermanas:
Es para m motivo de gran alegra presidir esta concelebracin con
los nuevos cardenales, despus del consistorio de ayer, y
considero providencial que se realice en la solemnidad litrgica de
la Anunciacin del Seor y bajo el sol que el Seor nos da. En
efecto, en la encarnacin del Hijo de Dios reconocemos los
comienzos de la Iglesia. De all proviene todo. Cada realizacin
histrica de la Iglesia y tambin cada una de sus instituciones
deben remontarse a aquel Manantial originario. Deben remontarse
-
a Cristo, Verbo de Dios encarnado. Es l a quien siempre
celebramos: el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, por medio del
cual se ha cumplido la voluntad salvfica de Dios Padre. Y, sin
embargo (precisamente hoy contemplamos este aspecto del
Misterio) el Manantial divino fluye por un canal privilegiado: la
Virgen Mara. Con una imagen elocuente san Bernardo habla, al
respecto, de aquaeductus (acueducto) (cf. Sermo in Nativitate B.
V. Mariae: PL 183, 437-448). Por tanto, al celebrar la encarnacin
del Hijo no podemos por menos de honrar a la Madre. A ella se
dirigi el anuncio anglico; ella lo acogi y, cuando desde lo ms
hondo del corazn respondi: He aqu la esclava del Seor;
hgase en m segn tu palabra (Lc 1,38), en ese momento el
Verbo eterno comenz a existir como ser humano en el tiempo.
De generacin en generacin sigue vivo el asombro ante este
misterio inefable. San Agustn, imaginando que se diriga al ngel
de la Anunciacin, pregunta: Dime, oh ngel, por qu ha
sucedido esto en Mara?. La respuesta, dice el mensajero, est
contenida en las mismas palabras del saludo: Algrate, llena de
gracia (cf. Sermo 291,6). De hecho, el ngel, entrando en su
presencia, no la llama por su nombre terreno, Mara, sino por su
nombre divino, tal como Dios la ve y la califica desde siempre:
-
Llena de gracia (gratia plena), que en el original griego es
kecharitomne, llena de gracia, y la gracia no es ms que el
amor de Dios; por eso, en definitiva, podramos traducir esa
palabra as: amada por Dios (cf. Lc 1,28).
Orgenes observa que semejante ttulo jams se dio a un ser
humano y que no se encuentra en ninguna otra parte de la sagrada
Escritura (cf. In Lucam 6,7). Es un ttulo expresado en voz pasiva,
pero esta pasividad de Mara, que desde siempre y para
siempre es la amada por el Seor, implica su libre
consentimiento, su respuesta personal y original: al ser amada, al
recibir el don de Dios, Mara es plenamente activa, porque acoge
con disponibilidad personal la ola del amor de Dios que se derrama
en ella. Tambin en esto ella es discpula perfecta de su Hijo, el
cual realiza totalmente su libertad en la obediencia al Padre y
precisamente obedeciendo ejercita su libertad.
En la segunda lectura hemos escuchado la estupenda pgina en la
que el autor de la carta a los Hebreos interpreta el salmo 39
precisamente a la luz de la encarnacin de Cristo: Cuando Cristo
entr en el mundo dijo: (...) "Aqu estoy, oh Dios, para hacer tu
voluntad" (Hb 10,5-7). Ante el misterio de estos dos Aqu estoy,
el Aqu estoy del Hijo y el Aqu estoy de la Madre, que se
-
reflejan uno en el otro y forman un nico Amn a la voluntad de
amor de Dios, quedamos asombrados y, llenos de gratitud,
adoramos.
Qu gran don, hermanos, poder realizar esta sugestiva
celebracin en la solemnidad de la Anunciacin del Seor! Cunta
luz podemos recibir de este misterio para nuestra vida de ministros
de la Iglesia! En particular vosotros, queridos nuevos cardenales,
qu apoyo podris tener para vuestra misin de eminente
Senado del Sucesor de Pedro!
Esta coincidencia providencial nos ayuda a considerar el
acontecimiento de hoy, en el que resalta de modo particular el
principio petrino de la Iglesia, a la luz de otro principio, el mariano,
que es an ms originario y fundamental. La importancia del
principio mariano en la Iglesia fue puesta de relieve de modo
particular, despus del Concilio, por mi amado predecesor el Papa
Juan Pablo II, coherentemente con su lema Totus tuus. En su
enfoque espiritual y en su incansable ministerio resultaba evidente
a los ojos de todos la presencia de Mara como Madre y Reina de
la Iglesia.
Esta presencia materna la sinti ms que nunca en el atentado del
-
13 de mayo de 1981, aqu, en la plaza de San Pedro. Como
recuerdo de aquel trgico suceso, quiso que dominara la plaza de
San Pedro, desde lo alto del palacio apostlico, un mosaico con la
imagen de la Virgen, para acompaar los momentos culminantes y
la trama ordinaria de su largo pontificado, que hace precisamente
un ao entraba en su ltima fase, dolorosa y al mismo tiempo
triunfal, verdaderamente pascual.
El icono de la Anunciacin, mejor que cualquier otro, nos permite
percibir con claridad cmo todo en la Iglesia se remonta a ese
misterio de acogida del Verbo divino, donde, por obra del Espritu
Santo, se sell de modo perfecto la alianza entre Dios y la
humanidad. Todo en la Iglesia, toda institucin y ministerio, incluso
el de Pedro y sus sucesores, est puesto bajo el manto de la
Virgen, en el espacio lleno de gracia de su s a la voluntad de
Dios. Se trata de un vnculo que en todos nosotros tiene
naturalmente una fuerte resonancia afectiva, pero que tiene, ante
todo, un valor objetivo. En efecto, entre Mara y la Iglesia existe un
vnculo connatural, que el concilio Vaticano II subray fuertemente
con la feliz decisin de poner el tratado sobre la santsima Virgen
como conclusin de la constitucin Lumen gentium sobre la Iglesia.
El tema de la relacin entre el principio petrino y el mariano
-
podemos encontrarlo tambin en el smbolo del anillo, que dentro
de poco os entregar. El anillo es siempre un signo nupcial. Casi
todos vosotros ya lo habis recibido el da de vuestra ordenacin
episcopal, como expresin de fidelidad y de compromiso de
custodiar la santa Iglesia, esposa de Cristo (cf. Rito de la
ordenacin de los obispos). El anillo que hoy os entrego, propio de
la dignidad cardenalicia, quiere confirmar y reforzar dicho
compromiso partiendo, una vez ms, de un don nupcial, que os
recuerda que estis ante todo ntimamente unidos a Cristo, para
cumplir la misin de esposos de la Iglesia.
Por tanto, que recibir el anillo sea para vosotros como renovar
vuestro s, vuestro aqu estoy, dirigido al mismo tiempo al
Seor Jess, que os ha elegido y constituido, y a su santa Iglesia,
a la que estis llamados a servir con amor esponsal. As pues, las
dos dimensiones de la Iglesia, mariana y petrina, coinciden en lo
que constituye la plenitud de ambas, es decir, en el valor supremo
de la caridad, el carisma superior, el camino ms excelente,
como escribe el apstol san Pablo (1 Co 12,31; 13,13).
Todo pasa en este mundo. En la eternidad, slo el Amor
permanece. Por eso, hermanos, aprovechando el tiempo propicio
de la Cuaresma, esforcmonos por verificar que todas las cosas,
-
tanto en nuestra vida personal como en la actividad eclesial en la
que estamos insertados, estn impulsadas por la caridad y tiendan
a la caridad. Para ello, nos ilumina tambin el misterio que hoy
celebramos. En efecto, lo primero que hizo Mara despus de
acoger el mensaje del ngel fue ir con prontitud a casa de su
prima Isabel para prestarle su servicio (cf. Lc 1,39). La iniciativa de
la Virgen brot de una caridad autntica, humilde y valiente,
movida por la fe en la palabra de Dios y por el impulso interior del
Espritu Santo. Quien ama se olvida de s mismo y se pone al
servicio del prjimo.
He aqu la imagen y el modelo de la Iglesia. Toda comunidad
eclesial, como la Madre de Cristo, est llamada a acoger con plena
disponibilidad el misterio de Dios que viene a habitar en ella y la
impulsa por las sendas del amor. Este es el camino por el que he
querido comenzar mi pontificado, invitando a todos, con mi primera
encclica, a edificar la Iglesia en la caridad, como comunidad de
amor (cf. Deus caritas est, segunda parte). Al buscar esta
finalidad, venerados hermanos cardenales, vuestra cercana
espiritual y activa es para m un gran apoyo y consuelo. Os doy las
gracias por ello, a la vez que os invito a todos, sacerdotes,
diconos, religiosos y laicos, a unirnos en la invocacin del Espritu
-
Santo, a fin de que la caridad pastoral del Colegio de cardenales
sea cada vez ms ardiente, para ayudar a toda la Iglesia a irradiar
en el mundo el amor de Cristo, para alabanza y gloria de la
santsima Trinidad. Amn.
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
31-III-06]
* * *
DISCURSO AL FINAL DEL REZO DEL ROSARIO
EN EL SANTUARIO ROMANO DEL AMOR DIVINO (1-V-06)
Queridos hermanos y hermanas: (...)
Hemos rezado el santo rosario, recorriendo los cinco misterios
gozosos, que nos han ayudado a revivir en nuestro corazn los
inicios de nuestra salvacin, desde la concepcin de Jess por
obra del Espritu Santo en el seno de la Virgen Mara hasta el
misterio del Nio Jess, a los doce aos, perdido y encontrado en
el templo de Jerusaln mientras escuchaba e interrogaba a los
doctores.
Hemos repetido y hecho nuestras las palabras del ngel: Dios te
salve, Mara, llena de gracia, el Seor est contigo y tambin la
-
exclamacin con que santa Isabel acogi a la Virgen, que haba
acudido prontamente a su casa para ayudarle y servirle: Bendita
t eres entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!.
Hemos contemplado la fe dcil de Mara, que se fa sin reservas de
Dios y se pone totalmente en sus manos. Tambin nos hemos
acercado, como los pastores, al Nio Jess recostado en el
pesebre y hemos reconocido y adorado en l al Hijo eterno de Dios
que, por amor, se ha hecho nuestro hermano y as tambin nuestro
nico Salvador.
Juntamente con Mara y Jos, tambin nosotros hemos entrado en
el templo para ofrecer a Dios al Nio y cumplir el rito de la
purificacin; y aqu el anciano Simen, con sus palabras, nos ha
anticipado la salvacin, pero tambin la contradiccin y la cruz, la
espada que, bajo la cruz del Hijo, traspasara el alma de la Madre y
precisamente as la har no slo madre de Dios sino tambin
nuestra madre comn.
Queridos hermanos y hermanas, en este santuario veneramos a
Mara santsima con el ttulo de Virgen del Amor Divino. As queda
plenamente de manifiesto el vnculo que une a Mara con el
Espritu Santo, ya desde el inicio de su existencia, cuando en su
-
concepcin, el Espritu, el Amor eterno del Padre y del Hijo, hizo de
ella su morada y la preserv de toda sombra de pecado; luego,
cuando por obra del mismo Espritu concibi en su seno al Hijo de
Dios; despus, tambin a lo largo de toda su vida, durante la cual,
con la gracia del Espritu, se cumpli en plenitud la exclamacin de
Mara: He aqu la esclava del Seor; y, por ltimo, cuando, con
la fuerza del Espritu Santo, Mara fue llevada a los cielos con toda
su humanidad concreta para estar junto a su Hijo en la gloria de
Dios Padre.
Mara -escrib en la encclica Deus caritas est- es una mujer que
ama. Como creyente, que en la fe piensa con el pensamiento de
Dios y quiere con la voluntad de Dios, no puede ser ms que una
mujer que ama (n. 41). S, queridos hermanos y hermanas, Mara
es el fruto y el signo del amor que Dios nos tiene, de su ternura y
de su misericordia. Por eso, juntamente con nuestros hermanos en
la fe de todos los tiempos y lugares, recurrimos a ella en nuestras
necesidades y esperanzas, en las vicisitudes alegres y dolorosas
de la vida. Mi pensamiento va, en este momento, con profunda
participacin, a la familia de la isla de Ischia, afectada por la
desgracia que aconteci ayer.
Con el mes de mayo aumenta el nmero de los que, desde las
-
parroquias de Roma y tambin desde muchos otros sitios, vienen
aqu en peregrinacin para orar y para gozar de la belleza y de la
serenidad de estos lugares, que ayuda a descansar. As pues,
desde aqu, desde este santuario del Amor Divino esperamos una
fuerte ayuda y un apoyo espiritual para la dicesis de Roma, para
m, su Obispo, y para los dems obispos colaboradores mos, para
los sacerdotes, para las familias, para las vocaciones, para los
pobres, para los que sufren y los enfermos, para los nios y los
ancianos, para toda la nacin italiana.
En especial, esperamos la fuerza interior para cumplir el voto que
hicieron los romanos el 4 de junio de 1944, cuando pidieron
solemnemente a la Virgen del Amor Divino que esta ciudad fuera
preservada de los horrores de la guerra, y fueron escuchados: el
voto y la promesa de corregir y mejorar su conducta moral, para
hacerla ms conforme a la del Seor Jess.
Tambin hoy es necesaria la conversin a Dios, a Dios Amor, para
que el mundo se vea libre de las guerras y del terrorismo. Nos lo
recuerdan, por desgracia, las vctimas, como los militares que
murieron el jueves pasado en Nassiriya, Irak, a los que
encomendamos a la maternal intercesin de Mara, Reina de la
paz.
-
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, desde este santuario de
la Virgen del Amor Divino renuevo la invitacin que hice en la
encclica Deus caritas est (n. 39): vivamos el amor y as hagamos
entrar la luz de Dios en el mundo. Amn.
[L'Osservatore Romano, edicin semanal en lengua espaola, del
5-V-06]
* * *
EN LA ESCUELA DE MARA
A los religiosos, seminaristas y movimientos eclesiales
(Czestochowa, 26 de mayo de 2006)
Queridos religiosos, religiosas, personas consagradas, todos
-
vosotros que, movidos por la voz de Jess, lo habis seguido por
amor; queridos seminaristas, que os estis preparando para el