violencia implícita en cien años y la casa grande

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VIOLENCIA IMPLICITA EN “CIEN AÑOS DE SOLEDAD” DE GABRIEL GARCIA MARQUEZ Y “LA CASA GRANDE” DE ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO. “Lo más importante, humana y por lo tanto literariamente no eran los muertos sino los vivos... La novela no estaba en los muertos de tripas sacadas, sino en los vivos que debieron sudar hielo en su escondite, sabiendo que a cada latido del corazón corrían el riesgo de que les sacaran las tripas. Así quienes vieron la violencia y tuvieron vida para contarla, no se dieron cuenta en la carrera de que la novela no quedaba atrás, en la placita arrasada sino que la llevaban dentro de ellos mismos.” Gabriel García Márquez El reflexionar acerca de la obra de dos de los más importantes escritores del caribe, es no solo gratificante sino también un poco nostálgico, toda ves que obras como “El general en su laberinto”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “El otoño del patriarca” y otras, fueron clandestinas lecturas de adolescencia, y por clandestinas bastante disfrutadas. Aún en esa época (ya entrados los noventas) en el seminario no se nos permitía leer el Nobel porque según el obispo era, contraproducente para la formación de los futuros sacerdotes, no obstante como siempre hemos sido fieles devotos de Wilde, creíamos y creemos que “La mejor manera de vencer una tentación es caer en ella”; así pues con la ayuda de la profesora de español, quien nos llevaba a escondidas los libros, pudimos leer, eso si a altas horas de la noche, bajo las cobijas y con linterna cuentos como “un señor muy viejo con unas alas enormes” o “El ahogado más hermoso del mundo”. Al menos así ocurrió en mi caso. Hoy con más herramientas académicas y sin el aderezo de lo prohibido nos enfrentamos de nuevo con dos textos de especial importancia dentro del panorama literario colombiano, “Cien años de soledad” de García Márquez y “La casa grande” de Cepeda Samudio. La primera; novela de profundidades abisales la cual hizo acreedor en 1982 a su autor del premio Nobel de 1

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VIOLENCIA IMPLICITA EN “CIEN AÑOS DE SOLEDAD” DE GABRIEL GARCIA

MARQUEZ Y “LA CASA GRANDE” DE ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO.

“Lo más importante, humana y por lo tanto literariamente no eran los muertos sino los vivos... La novela no estaba en los muertos de tripas sacadas, sino en los vivos que debieron sudar hielo en su escondite, sabiendo que a cada latido del corazón corrían el riesgo de que les sacaran las tripas. Así quienes vieron la violencia y tuvieron vida para contarla, no se dieron cuenta en la carrera de que la novela no quedaba atrás, en la placita arrasada sino que la llevaban dentro de ellos mismos.”

Gabriel García Márquez

El reflexionar acerca de la obra de dos de los más importantes escritores del

caribe, es no solo gratificante sino también un poco nostálgico, toda ves que

obras como “El general en su laberinto”, “El coronel no tiene quien le escriba”, “El

otoño del patriarca” y otras, fueron clandestinas lecturas de adolescencia, y por

clandestinas bastante disfrutadas. Aún en esa época (ya entrados los noventas)

en el seminario no se nos permitía leer el Nobel porque según el obispo era,

contraproducente para la formación de los futuros sacerdotes, no obstante como

siempre hemos sido fieles devotos de Wilde, creíamos y creemos que “La mejor

manera de vencer una tentación es caer en ella”; así pues con la ayuda de la

profesora de español, quien nos llevaba a escondidas los libros, pudimos leer, eso

si a altas horas de la noche, bajo las cobijas y con linterna cuentos como “un señor

muy viejo con unas alas enormes” o “El ahogado más hermoso del mundo”. Al

menos así ocurrió en mi caso.

Hoy con más herramientas académicas y sin el aderezo de lo prohibido nos

enfrentamos de nuevo con dos textos de especial importancia dentro del

panorama literario colombiano, “Cien años de soledad” de García Márquez y “La

casa grande” de Cepeda Samudio. La primera; novela de profundidades abisales

la cual hizo acreedor en 1982 a su autor del premio Nobel de literatura; la segunda

publicada en 1962, bastante experimental en su técnica narrativa constituye según

la crítica una de las obras pioneras de la modernidad en Colombia junto con la

hojarasca de Gabriel García Márquez y respirando el verano de Rojas Herazo. Sin

embargo estas dos magistrales novelas no solo sobresalen cada una en su

contexto de producción sino también dentro del conjunto de lo que algunos críticos

han dado en llamar novela de la violencia.

Es precisamente el tópico de la violencia el que nos ocupa en las presentes líneas,

pero no de la violencia o de las marcas de violencia que son explícitas en ambas

obras, como las armas y la orden de matar, dadas a los soldados de la casa

grande, o la muerte del padre en la misma obra; ni las treinta y dos guerras civiles

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luchadas por el coronel Aureliano Buendía o los más de tres mil muertos que José

Arcadio segundo dice haber visto en la masacre de las bananeras; sobre este

particular existen ya bastantes y profundos estudios, remítase el lector por ejemplo

al estudio sobre la violencia en la obra de Gabriel García Márquez escrito por

Carmenza Kline para la revista Anthropos número 187; nos ocuparemos en su

lugar de lo que hemos llamado, al menos por el momento y a falta de mejor

nombre, la violencia implícita y las marcas de la misma que existen en las dos

obras de los costeños.

Para llegar a buen puerto en nuestro cometido y por razones de extensión del

presente escrito nos detendremos en tres aspectos fundamentales que a nuestro

juicio son marcas capitales de esta clase de violencia y además desencadenantes

de actitudes y hechos explícitos de violencia dentro de las obras. El primero de

ellos es el irresoluto complejo de Edipo que marca muchas de las actuaciones de

los personajes de la obra del de Aracataca. El segundo lugar nos referiremos al

circulo como símbolo y elemento estructurante, desde cierto punto de vista, de

ambas obras. Finalmente hablaremos de la soledad, obviamente fundamental en

cien años, pero también presente en la obra del barranquillero.

Es ya un lugar común en Gabriel García Márquez el tema del poder y esto lo

vemos tanto en su obra literaria con el otoño del patriarca, el coronel Aureliano

Buendía de cien años, el Simón Bolívar del general en su laberinto y demás.

Como en su vida, siendo siempre amigo de Fidel Castro, del General Torrijos de

Panamá, de Carlos Andrés Pérez en Venezuela, con Mitterrand en Francia... y así

pudiéramos seguir por dos páginas más, pero por si las moscas y es verdad

aquello de que “lo bueno, si breve, dos veces bueno” es mejor dejar en este punto

la enumeración. No obstante uno de los personajes de poder cercanos a nuestro

Nobel nos llama particularmente la atención, él mismo deja ver su preferencia por

este mítico personaje en la famosa entrevista que le hiciera el también escritor y

amigo suyo Plinio Apuleyo Mendoza:

“- Hablemos de tus gustos, a la manera de las revistas femeninas. Es divertido preguntarte las cosas que entre nosotros les preguntan a las reinas de belleza. ¿tu libro preferido?- Edipo rey.”1

Es la sombra de lo edípico la que ronda constantemente en cien años de soledad,

recordemos solamente como en las primeras páginas de la obra se nos muestra a

la persona de José Arcadio Buendía como el patriarca y progenitor de una nueva

raza y un nuevo pueblo; su mismo nombre nos recuerda al patriarca José padre

de Jesús y Arcadio, muy a despecho de Eduardo Camacho quien piensa que

encontrar relación entre este personaje y la Arcadia de la mitología grecolatina es

forzada, nos recuerda precisamente al personaje mítico hijo de Zeus y la ninfa

1 APULEYO Mendoza, Plinio. El olor de la guayaba. Editorial Norma. Bogotá, 1982. Pág. 171.

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Calisto, Arcadio o Ärcade. Que reinó en la región central del antiguo peloponeso

dándole el nombre de arcadia a esta región que se caracterizó por su vida

patriarcal, de esto deja constancia el poeta latino Virgilio en su Eneida. Sin

embargo poco después vemos al personaje comenzar a flaquear ante sus nuevos

descubrimientos:

“Los niños habian de recordar por el resto de su vida la augusta solemnidad con que su padre se sentó a la cabecera de la mesa, temblando de fiebre, devastado por la prolongada vigilia y por el encono de su imaginación, y les reveló su descubrimiento:- La tierra es redonda como una naranja.”2

Es en este punto donde Ursula Iguarán la esposa y prima de José Arcadio que ya

se venía prefigurando como el personaje que guarda la sensatez en medio de

tanta sandez, comienza a tomarse el poder de la casa y la responsabilidad de criar

los hijos; en adelante el patriarca se ira degradando cada ves más hasta

enloquecer:

“No volvió a dormir. Sin la vigilancia y los cuidados de Ursula se dejó arrastrar por su imaginación hacia un estado de delirio perpetuo del cual no se volvería a recuperar... se disponía a acabar con el resto de la casa cuando Aureliano pidió ayuda a sus vecinos. Se necesitaron diez hombres para tumbarlo, catorce para amarrarlo, veinte para arrastrarlo hasta el castaño del patio, donde lo dejaron atado, ladrando en lengua extraña y echando espumarajos verdes por la boca.” 3

A partir de este momento Úrsula se alza con el poder absoluto sobre la familia

Buendía esta transición del patriarcado al matriarcado y su consiguiente

transgresión edípica marca también un primer acto de violencia, el padre es

amarrado y arrastrado brutalmente hacia el castaño del patio donde se le deja

hasta su muerte allí mismo orinando.

Comienzan entonces todos los Buendía a crecer en ausencia del padre, en un

permanente matriarcado que Fernanda se encargara de perdurar más adelante,

así pues los personajes de esta novela se forman sin lo que el psicoanálisis ha

llamado castramiento. Particularmente Lacan nos ofrece un amplio panorama

acerca del denominado complejo de Edipo, en muchos de sus seminarios. Aclaran

los lacanianos que la figura paterna durante la adolescencia debe jugar el papel de

castrador siempre y cuando el primer objeto de amor de un hijo es la madre, por

tal motivo el padre debe mediar entre ambos haciéndole entender al hijo que la

madre es la pareja de él y por consiguiente el hijo nunca debe “acceder” ni a su

madre, ni a las prolongaciones de esta, sus hermanas. Volviendo a la novela

vemos como esta castración se encuentra irresoluta y por tanto el incesto es la

manifestación más palpable de violencia implícita que encontramos en el texto de

Gabo. No solo el matrimonio primero de los primos José Arcadio y Úrsula, sino

2 GARCÏA Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Casa editorial El Tiempo. Bogotá 2001. Pág. 11. 3 IBID. Pág. 67 y 68. En adelante todas las citas sobre cien años serán tomadas de esta edición.

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también el violento amor de Aureliano José por su tía Amaranta, que desde la

vuelta de su sobrino supo de inmediato a que había vuelto: “Así estaban las cosas

cuando Aureliano José desertó de las tropas federalistas de Nicaragua... y

apareció en la cocina de la casa, macizo como un caballo, prieto y peludo como un

indio y con la secreta determinación de casarse con Amaranta.” (Pág. 119.) Más

adelante vemos con mayor claridad como esta transgresión tendría sus raíces en

el famoso complejo, de manera particular en las primeras respuestas que

Amaranta da a su sobrino: “Es casi como si fuera tu madre, no solo por la edad,

sino porque lo único que me falto fue darte de mamar.” (Pág. 120.)

Para continuar hemos de aclarar que como consecuencia de esta no-castración

Lacan en su seminario cuatro4 nos propone la teoría del objeto A o el objeto

fantasma; esto es, que los seres humanos al no tener acceso a ese primer amor

pasamos el resto de nuestra vida tratando de llenar ese vacío con diferentes

posibilidades, en el caso de la novela del Nobel encontramos por ejemplo al

coronel Aureliano enfrascado en un sin fin de violencia bélicomilitarista que nunca

acaba pero que el siente que es su única forma de redimirse, o el caso de Rebeca

que ante los problemas reacciona comiendo tierra y cal de las paredes, manera

por lo demás bastante violenta de tratarse a sí misma o al menos a su aparato

digestivo y por último ejemplo tendríamos al Aureliano que cierra la estirpe de los

Buendía que vuelca todo su ser en los amigos y que al final al verse abandonado

por ellos exclama de manera angustiosa: “Los amigos son unos hijos de puta:”

(Pág. 316.) Esta constante busqueda del objeto A puede en algunas ocasiones

generar cierto tipos de comportamientos neuróticos véase por ejemplo al coronel

que termina sus días fabricando pescaditos de oro para luego fundirlos y

comenzar de nuevo a fabricarlos, o la Amaranta ya vieja que nos recuerda de

cierta manera a la penelope homérida:”La vida se le iba en bordar el sudario. Se

hubiera dicho que bordaba durante el día y desbordaba durante la noche...” (Pág.

202) e incluso Amaranta Úrsula “...que siempre encontraba el modo de estar

ocupada, resolviendo problemas domésticos que ella misma creaba...” (Pág. 294.)

Lo anterior nos lleva de la mano hacia el segundo tópico a tratar, el de la

estructura circular, toda ves que como nos hemos dado cuenta los personajes de

la novela de García Márquez repiten incesantemente muchas de sus acciones, la

primera en darse cuenta de este círculo vicioso es sin lugar a dudas Úrsula ella

misma lo grita: “ya esto me lo sé de memoria... es como si el tiempo diera vueltas

en redondo y hubiéramos vuelto al principio.” (Pág. 154.) esta realidad tampoco ha

pasado desapercibida para la crítica Kline que al respecto nos dice:

“Hechos que se repiten, promesas no cumplidas sueños irrealizables. Amaranta teje y desteje su mortaja que nunca termina, Aureliano hace y deshace sus pescaditos, José Arcadio quien cree solucionar los conflictos de la guerra con su invento de la lupa, pasa los años esperando una respuesta del gobierno que nunca llega. Representación de la repetición

4 Recuerde el lector que este psicoanalista francés no escribió en vida. su obra fue recopilada por sus discípulos en seminarios.

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consuetudinaria que caracteriza el proceso histórico de Colombia. Repetición de las costumbres, los comportamientos, las aventuras y los riesgos... Hacer, deshacer y volver a hacer las cosas...”5

Esta estructura circular de la que venimos hablando es reafirmada de nuevo por

Úrsula en la página 258: “Al decirlo, tuvo conciencia de estar dando la misma

réplica que recibió del coronel Aureliano Buendía... se estremeció con la

comprobación de que el tiempo no pasaba como ella lo acababa de admitir, sino

que daba vueltas en redondo.” Como nos podemos dar cuanta ese circularidad la

ubican no solo los personajes en el tiempo en que ellos transcurren que es el

mismo de la narración, sino también el autor, miremos como el de Aracataca

comienza su escrito: “Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento, el

coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su

padre lo llevó a conocer el hielo.” Es fácil percatarse de que el escritor en este

enunciado utiliza los tres principales tiempos verbales que posee el español,

pareciera pues que el tiempo no corriera que se estuviera en un eterno presente

donde los minutos, los segundos y las horas danzan maliciosamente alrededor de

un solo acontecimiento o mas bien alrededor de una sola estirpe y de quienes se

acerquen a ella ya que hasta la misma Fernanda, cachaca con manías de

Florentina del papado de los Borgia sucumbe “con una diligencia perniciosa... al

vicio hereditario de hacer para deshacer.” – “su secreto parecía consistir en que

siempre encontraba el modo de estar ocupada, resolviendo problemas domésticos

que ella misma creaba y haciendo mal ciertas cosas que ella misma corregía al

día siguiente.” (Pág. 292.) Finalmente Gabo cierra de manera por lo demás

magistral aquello de la circularidad en su novela ya que le otorga fuerza simbólica

a este concepto al final de su escrito ya que no es cualquier desastre natural el

que arrasa con Macondo, es un huracán figura por lo demás voraginosamente

circular.

Esta circularidad también la encontramos en la casa grande de Samudio; nos dice

Alvaro Pineda Botero:

“Sin embargo lo que más llama la atención de esta obra es la técnica narrativa. El hecho culminante parecería ser la matanza, pero no se narra en la novela de manera directa. Los diálogos o las descripciones ocurren antes o después de los hechos.”6

En Samudio no es el tiempo sino la historia misma en cuanto anécdota y

argumento la que parece girar alrededor del acontecimiento de la masacre de las

bananeras, hecho que por lo demás también comparte con cien años, el

acontecimiento no se aborda de manera directa como lo dice pineda, se prefiere

en su lugar dar un rodeo en torno del mismo, bordearlo para de alguna manera

5 KLINE, Carmenza. La violencia en la obra de Gabriel García Márquez. Revista Anthropos 187. Universidad de Antioquia. Medellín. Pág. 77.

6 PINEDA Botero, Alvaro. Narrativa de los años sesenta. Pág. 289. Fotocopias.

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circunscribirlo, aprehenderlo; lo cual Cepeda logra con exquisita brillantez. Los

personajes de la casa grande también son conscientes de esto pero en este caso

es el hermano quien exclama: “He regresado a su cuerpo muerto y a sus tres hijos

vivos: he regresado a ella: he regresado a mí. Estoy nuevamente en el

comienzo.”7

Asimismo y prácticamente al final de la obra nos dice uno de los hijos acerca del

tiempo no lineal en el que ha vivido: “El tiempo no fluye aquí tranquila y

descansadamente hacia la muerte: nos invade... Nos arrastra y nos destruye.”8

Tenemos pues que los personajes de una y otra novela se sienten inevitablemente

solos, encerrados en el círculo repetitivo de sus actos y costumbres, impotentes

ante el sino trágico que les correspondió o como vemos que lo expresa el hijo que

siente que el tiempo lo arrastra y lo destruye en serie y en serio.

Este sentimiento nos conduce hacia la última marca de violencia implícita que en

las presentes líneas abordaremos. El último de los tópicos del que nos

ocuparemos, es la soledad y aunque se pudiera pensar que este es un lugar

común; más en García Márquez que en Samudio, quien estas líneas pergeña

piensa que esta es una agudeza sin filo, casi roma, ya que obras como las que

abordamos permiten aún efectuar pesquisas más profundas sobre problemas ya

pensados, esto es, mirar el asunto de la soledad desde otro filón, en nuestro caso

particular mirarla como marca de violencia implícita en las dos obras.

Es evidente que los personajes de cien años sufren de una soledad patológica. No

obstante esta soledad a la cual han llegado por el camino de la repetición

constante de sus maneras y costumbres degenera al final en violencia; el coronel

Aureliano Buendía por ejemplo lucha su vida entera por encontrar el ideal de vida

lo cual lo reduce no solo a la soledad del poder sino de la guerra, soledad que

tiene como fruto treinta y dos guerras civiles que, aunque ninguna ganada si

desangraron al país, en el caso del patriarca José Arcadio, la soledad a la que lo

conducen sus enardecidas cogitaciones lo dejan sumido en la total indigencia y

por si fuera poco amarrado a un castaño, a Amaranta la soledad le hace insensible

al amor, logrando contagiársela al coronel Gerineldo Márquez y aún peor

consiguiendo que Pietro Crespi se suicide por ese amor no correspondido; a

Rebeca en cambio la soledad la lleva a ejercerse violencia sobre ella misma o si

no de que otra manera dilucidar su recaer en las fauces del alimento primitivo y

volver a saciarse de cal y tierra. Incluso el ser más lúcido de todos los Buendía, la

única que pareciera ser totalmente libre, “Remedios la bella se quedó vagando por

el desierto de la soledad...” (Pág. 185.)

7 CEPEDA Samudio, Alvaro. La casa grande. Edición popular. Pág. 116.8 IBID. Pág. 140. En adelante las citas de Cepeda Samudio serán de esta misma edición.

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Esta soledad que se disgrega como viruela a lo largo y ancho del texto

produciendo como se vio brotes constantes de violencia encuentra su metáfora

perfecta precisamente en un hecho de violencia que nadie pudo explicar en

Macondo ya que fue el brote de una violencia latente y que en su materialidad

atravesó todo el pueblo como eterno recuerdo del monstruo “violentamente

solitario” que crecía en las entrañas de los habitantes del caserío:

“Tan pronto como José Arcadio cerro la puerta de su dormitorio, el estampido de un pistoletazo retumbó en la casa. Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle,siguió en un curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por la calle de los turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de las visitas pegado a la pared para no manchar los tapices, siguió por la otra sala,, eludió en una curva ancha la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta... y se metió por el granero y apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis huevos para el pan.” (Pág. 108)

Al final Macondo es absorbido por la soledad, todo queda vuelto polvo, queda

sumido en “una especie de ostracismo, un aislamiento, una marginalidad que se

traduce en atraso cultural, en falta de memoria, en subdesarrollo.”9

En la casa grande la situación es similar, el soldado se siente solo bajo el peso de

la responsabilidad que le imponen y que no quiere aceptar: “Quien tiene la culpa

entonces. – No se: es la costumbre de obedecer. – alguien tiene que tener la

culpa. – alguien no: todos: la culpa es de todos. – maldita sea, maldita sea.” (Pág.

34)

Esta soledad se traduce en marcas de violencia que se nos muestran en palabras

como fusil, cañón, botas y sangre. “He olido el cañón de mi fusil, me he olido las

mangas y el pecho de la camisa, me he olido los pantalones y las botas: y no es

sangre: no estoy cubierto de sangre sino de mierda.” (Pág. 33.) Otra muestra de

soledad es la misma casa, enorme y casi intrancitada; solo remitámonos al

segundo capítulo el cual es un monólogo interior de una de las mujeres de la

familia. Igualmente al despótico padre en el final de su vida todo el pueblo lo deja

solo para que lo maten y esta soledad la sufren todos los habitantes de la casa por

eso el hermano dice que frente al cadáver de su hermana no tiene lágrimas sino

preguntas, conversaciones que la violenta soledad reinante en la casa no les

permitió tener. En esta obra la violencia generada por esa soledad encuentra su

fuerza poética en un momento que es casi cinematográfico en la novela o si no

cinematográfico al menos si bastante plástico ya que uno como lector puede casi

9 Op. Cit. Kline. Pág. 76.

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palpar la imagen de la esposa del líder obrero que sale de su casa a la madrugada

para uniese al paro bananero: “La mujer se lo palpó con las manos abiertas y se

quedó quieta: esperando que los ojos se le llenaran de lágrimas y que las manos

se le llenaran de pataleo.” (Pág. 104.) Solo resta decir que qué otra cosa es la

soledad a perpetuidad y verídica si no una manera de ejercer violencia sobre

aquellos que nos rodean y sobre nosotros mismos.

Para finalizar solo nos resta decir que más adelante otros profundizarán en estos

mismos tres aspectos, algunos encontraran otros diferentes elementos en los

cuales ahondar, todo dependerá de cuan buen cazador o detective sea el lector de

estas obras como para encontrar los índices y posibles interpretaciones de las

mismas. El presente escrito no busca otra cosa que ser un ensayo y como lo dijo

Jaime Alberto Velez en su libro “El ensayo. Entre la aventura y el orden”, esta

clase de escritos a diferencia de los tratados no pretenden agotar un tema.

Solamente desbrozar camino en la maravillosa jungla de la palabra, aunque

recordando lo que en su momento dijo el maestro Goelkel: “Antes de la crítica,

por supuesto, estuvo la literatura. Y seguirá estándolo.” Por esto nos hemos

dedicado a mostrar algunas de las excelencias que posee la buena literatura a la

cual sin duda alguna pertenecen las obras aquí analizadas. Pero dejemos en este

punto la reflexión acerca de este escrito, sobre todo por aquello de “Vita brevis...”

Terminemos diciendo que estas obras, cien años de soledad y la casa grande,

además de poseer como uno de sus Leiv Motiv más fuertes a la violencia, son

también una invitación a mirar hacia atrás, a vernos en retrospectiva; pero con la

advertencia de que “la mirada hacia atrás tiene sentido para ver de donde se viene

y qué es lo que pasa – a diferencia de los habitantes de Macondo cuando son

víctimas de la enfermedad del insomnio, de la peste de la idiotez sin pasado”10

porque como se lo explicó la india a José Arcadio Buendía, lo peor de esta

enfermedad no es no dormir, lo peor de esta enfermedad “es el olvido”.

Lic. Cristian Cárdenas Berrío.

10 Op. Cit. Kline. Pág. 78.

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BIBLIOGRAFIA.

APULEYO Mendoza, Plinio. El olor de la guayaba. Conversaciones

con Gabriel García Márquez. Grupo editorial Norma. Bogotá 1982.

CEPEDA Samudio, Alvaro. La casa grande. Edición popular.

CRUZ Kronfly, Fernando. La sombrilla planetaria. Santafé de

Bogotá. Editorial Planeta. 1994.

GARCÍA Márquez, Gabriel. Cien años de soledad. Casa editorial el

tiempo. Bogotá, 2001.

KLINE, Carmenza. La violencia en la obra de Gabriel García

Márquez. Revista Anthropos, No. 187. Universidad de Antioquia.

Medellín.

PINEDA Botero, Alvaro. Narrativa de años sesenta. Fotocopias.

TITTLER Jonathan. La ironía narrativa en la novela

hispanoamericana contemporánea. Bogotá. Banco de la república.

1990.

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