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Los imaginarios de la (des)esperanza en Centroamérica:
De la novela urbana a las resistencias ecotópicas
M. L. Carlos Manuel Villalobos
(Costarricense, Universidad de Costa Rica, Apartado 385-4250 San Ramón-Alajuela, e-mail: [email protected])
Resumen Esta ponencia intenta explicar cómo se construyen los imaginarios de esperanza en los discursos de la narrativa centroamericana y los enunciados por sectores de la resistencia civil. Tanto al finalizar el siglo XX como a inicios del XXI la novela urbana ha asumido una actitud de pesimismo, de derrota del héroe. Los personajes de estas novelas peregrinan sin rumbos por las calles sin salida de las violentas ciudades, son cínicos y su máxima heroicidad consist e en amanecer vivos. Frente a este discurso de la impotencia, se ha desarrollado un discurso antagónico que retoma la utopía: se trata del ecofeminismo: un proyecto que se configura como una nueva identidad y como una nueva formación discursiva. Esta propuesta se construye desde los ejes simbólicos de lo telúrico-materno y empieza a influir también en algunas de las propuestas literarias del istmo centroamericano. De este modo ambos discursos resultan antagónicos, no solo en el punto de partida escénico, sino en la construcción de las visiones de mundo: La derrota frente a las nuevas utopías.
Carlos Manuel Villalobos
En la introducción a sus memorias sobre la Revolución Sandinista, el escritor
nicaragüense, Sergio Ramírez escribe que si bien la revolución “no trajo la justicia
anhelada para los oprimidos, ni pudo crear riqueza y desarrollo ” (1999: 17), sí logró
sellar la democracia en 1990 al reconocer la derrota electoral. Adiós muchachos (1999)
es un triste recuento de los hechos, dicho desde un tono desencantado. Pero el texto, al
mismo tiempo, permite reorientar la esperanza y considera que esas ideas fueron sueños
que volverán tarde o temprano a encarnar en otra generación.
El fracaso de las soluciones que propuso la utopía revolucionaria es innegable.
La tarea consiste entonces en repensar el futuro. Pero ese futuro se tropieza con los
avatares de un mercado trasnacional que ha marcado, sin preguntar, la ruta por dónde
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seguir. Mientras tanto, una crisis de moral con niveles inimaginables de corrupción y
una crisis social han generado una pobreza insoportable que ha lanzado a miles de
centroamericanos a la díáspora y al mismo tiempo ha provocado índices de violencia
callejera, tan complejos como los una guerrilla invisible y sin tregua.
La novela urbana producida en Centroamérica al iniciar el siglo XXI no acaba
aún de explorar las dimensiones del desequilibrio psicológico y el desencanto
existencial que genera esta crisis, justo después de la caída de las utopías
revolucionarias emprendidas en la segunda mitad del siglo anterior. Algunos de los
estudiosos de esta literatura simplemente llaman a este fenómeno: “estética del cinismo”
y otros lo denominan como “literatura de posguerra”.
La posguerra activa una nueva conducta de irreverencia. Los espacios son
marginales y muestran la crisis social, complementada con corrupción y violencia. Esta
a su vez conduce a una crisis del sujeto, crisis vivencial y existencial al mismo tiempo.
Para Beatriz Cortez aquí el cinismo se convierte en un proyecto estético, en la
posibilidad de la palabra de ese sujeto desencantado: “De hecho, proporciona una
estrategia de sobrevivencia para el individuo en un contexto social minado por el
legado de violencia de la guerra y por la pérdida de una forma concreta de liderazgo ”.
(Cortez, 2000:4). Es decir, el cinismo es la salida del discurso de la anomia, es en otras
palabras, el clímax del desencanto.
En consecuencia la posguerra en Centroamérica se convierte en un discurso de
ruptura de la identidad idealizada. Ahí están las bases de un replanteamiento de los
paradigmas nacionalistas y un nuevo imaginario de las identidades locales. Pero en este
planteamiento, y he aquí una ambigüedad, surge también un nuevo reto de resistencia:
enfrentar la globalización. Y esto es lo que permite ir más allá del vómito y reorientar la
esperanza.
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En este proyecto participan muchos autores. Algunos de ellos son Salvador
Canjura, Jacinta Escudos, Manlio Argueta, Claudia Hernández y Rafael Menjívar
Ochoa de El Salvador; el escritor hondureño-salvadoreño Horacio Castellanos Moya y
el hondureño Roberto Quesada; los guatemaltecos Rodrigo Rey Rosa, Mario Alberto
Carrera, Mario Roberto Morales y Francisco Méndez; los nicaragüenses Erick Aguirre y
Franz Gallich, y los costarricenses Rodrigo Soto, Alexander Obando, Sergio Muñoz y
Carlos Cortés, entre otros. Todos ellos corresponden a una generación finisecular que
saltó al otro lado del milenio con una estética irónica y que cuestiona los imaginarios
idílicos del discurso nacionalista.
Según José Ángel Vargas, la revolución repercute en la obra de los escritores
que vivieron ese período, pero la utopía no fue satisfecha. Ubica en esta categoría
Castigo Divino y Margarita, está linda la mar de Sergio Ramírez, Sofía de los
presagios de Gioconda Belli, El esplendor de la pirámide de Mario Roberto Morales,
Cenizas en la memoria de Jorge Medina, El humano y la diosa de Roberto Quesada,
Bajo el almendro de Julio Escoto y Siglo de o(g)ro de Manlio Argueta. De acuerdo con
Vargas estas novelas representan el deseo de los autores de desvincularse con la historia
reciente (2001:109).
La mayoría de estos escritores coinciden en que la condición moral de las clases
políticas se encuentra en crisis. Pero esta moral ha afectado a otros sectores sociales. De
ahí que los personajes pierden toda esperanza. Es por ello que una posible salida es la
ironía, la burla, el absurdo. Es aquí donde se crean las condiciones para formular un
proyecto estético de la Centroamérica de posguerra, una estética marcada por la pérdida
de la fe en los valores morales y por la caída de la utopía.
¿Qué posibilidades de futuro tiene un sujeto al borde de la esquizofrenia? No
tiene ni siquiera posibilidad de imaginarse un proyecto de prospección. En cierta forma
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está incomunicado, pues su malestar le impide conectarse con los demás individuos,
como le ocurre a Thomas Bernhard en la novela de Horacio Castellanos. “En la ficción
de posguerra, - explica la profesora Beatriz Cortez- la ciudad parece ser el eje central
de la negociación de la identidad nacional. Es el espacio donde el individuo puede
satisfacer sus deseos más oscuros y explorar su intimidad. Pero se trata de una forma
problemática de la intimidad pues la ciudad es también el lugar donde, a pesar de estar
rodeado de multitudes, el individuo se encuentra más sólo que nunca”. (2000: 4).
La crisis existencial de los personajes llega incluso al borde de la locura. En el relato
“Ningún lugar sagrado” de Rodrigo Rey Rosa, el protagonista, un inmigrante
guatemalteco, se encuentra frente a su siquiatra en Nueva York. La novela es un
monólogo que da testimonio del proceso siquiátrico. A través de la confesión clínica se
presenta la situación de inseguridad y de riesgo en que viven la gran mayoría de
centroamericanos, incluso aquellos que se encuentran exiliados.
Una de las claves simbólicas de este discurso es la ruptura de los imaginarios
idílicos de lo nacional. El texto más representativo es sin duda El asco, la polémica
novela del Horacio Castellano. Según un monólogo que vomita un salvadoreño exiliado
en Canadá: “.. todavía hay despistados que llaman “nación” a este sitio, un sinsentido,
una estupidez que daría risa si no fuera por lo grotesco: cómo pueden llamar “nación”
a este sitio poblado por individuos a los que no les interesa tener historia” (1997:25).
Esta negación a lo nacional es compartida por Carlos Cortés, quien en su novela
Cruz de olvido se atreve a poner en boca de uno de sus personajes: En Costa Rica no
pasa nada desde el Big Bang ”. La idea de que este país carece de historia es una de las
teorías pesimistas que muestran el desencanto nacional. Uno de los personajes
comenta: “¿Cuál historia, por Dios? Todavía Costa Rica no tiene ninguna, mae, no me
jodás”. (Cortés, 2000:93-94).
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Otra salida de estos héroes derrotados es la muerte en vida: dejarse vencer. Una de
los textos que mejor ilustra esta actitud es la novela del periodista nicaragüense Erick
Aguirre, Un sol sobre Managua (1998), donde junta a dos periodistas y a un poeta a
recorrer los bares de Managua. La novela se monta sobre la conversación de los
personajes que van hilando una historia trágica, no solo de su propia crisis personal,
sino de la ciudad misma y en última instancia de la patria. Los temas giran en torno a las
desgracias naturales como los terremotos que destruyeron Managua, pero también en
torno a las desgracias políticas. Se refieren a las últimas experiencias gubernamentales y
concluyen que este contexto los ha vuelto neuróticos. Da igual que la voz que habla esté
muerta o viva. Esta idea del absurdo urbano afecta también el sentido mismo de la
literatura. ¿Qué importancia tiene decir algo en este contexto? La novela de Aguirre
reflexiona también sobre el quehacer literario. Es por ello que el personaje poeta plantea
lo siguiente: “La verdad es que, a pesar del marcado sectarismo que caracterizó al
sandinismo, se debe reconocer que durante los últimos años ha terminado por
desarrollarse en Nicaragua un aparato y una sociedad que profesan una silenciosa
hostilidad hacia el escritor. Pese a ser esta “la tierra de Darío” ser escritor aquí es
asumir una vocación que se estrella contra los muros infranqueables de una sociedad
como la nuestra, contra ese callado y disimulado poder de disuasión que intenta
liquidarnos desde el inicio ”. (Aguirre, 1998:312).
La construcción de Managua como negación del edén se puede estudiar mejor en la
novela de Franz Galich (2000), ganadora del premio Centroamericano de Literatura
“Rogelio Sinán en Panamá. La novela se titula, Managua Salsa City (¡Devórame otra
vez!). Se aborda desde la oscuridad nocturna de la ciudad, donde el sexo y la violencia
se convierten en los principales actores de la noche. Managua es vista como un infierno
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dantesco, donde los diablos y las diablas vienen a tomar posesión de un mundo y lo
transforman en un carnaval tenebroso.
Managua, Salsa City es otro de textos que aluden al desencanto posbélico que
particulariza el relato centroamericano. Dios ha perdido todas las apuestas con el Diablo
y por ello tiene derechos adquiridos en Managua. El diablo también fue el que ganó las
guerras. El resultado es una historia de lo oscuro: “Managua se oscurece y las tinieblas
ganan la capital, ¡y cómo no1, si las luminarias no sirven del todo y las pocas que
sirven, o se las roban los mismos ladrones de la Empresa Eléctrica o se las roban los
del gobierno para iluminar la Carretera Norte cuando vienen los personajes
importantes, para que no piensen que estamos en total desgracia” (2000: 1).
El narrador muestra un cuadro social degradado y cuestiona las diversas posiciones
ideológicas que inciden en los discursos prospectivos de Nicaragua: “...aquí en el
infierno, digo Managua, todo sigue igual: los cipotes piderreales y huelepega, los
cochones y las putas, los chivos y la políticos, los ladrones y los policías (que son lo
mismo que los políticos, sean sandináis, o liberáis o conservadurías, cristianáis o
cualquiermierdáis, jueputas socios del diablo porque son la misma chochada”)
(2000:2). De este modo, la imagen de Managua es sumamente negativa y la
desesperanza lo inunda todo. Por eso la novela está contada desde el averno, el
escenario de la oscuridad y la muerte.
En la novela Los dorados (1999), también de título irónico, el costarricense Sergio
Muñoz pinta un mundo tan infernal como el que imagina Galich. En la novela la
delincuencia y la drogadicción particularizan a los excluidos urbanos. Para Adriano
Corrales, “Muñoz retoma la siempre compleja trama de los humillados y
ofendidos”(2002:33).
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En Completamente inmaculada, novela publicada en el 2002, Francisco Méndez
se inscribe en esta estética del “valeverguismo”. Aborda el tema de las vicisitudes de un
grupo de jóvenes guatemaltecos de clase media que perviven en la ciudad y se enfrentan
a un mundo de drogas, enajenaciones y vivencias extremas que los desalienta y los
lanza al absurdo.
El juego iconoclasta del relato coincide con la estética “underground” que la
novela de la onda había propuesto en Guatemala desde los años sesenta. Completamente
Inmaculada es la historia de un joven chapín que vive en un ambiente de aventuras
nocturnas y experiencias límite con drogas, sexo y violencia. En una de las fiestas
conoce a una española que dice ser “completamente inmaculada”. Aventura con ella una
corta relación que lo marca fatídicamente, al punto que en un ramalazo de obsesión
decide viajar hasta Europa para buscarla. No sabe su dirección ni tiene mayores datos,
pero aún así va hasta Madrid y no le basta el absurdo de buscarla ahí, sino que incluso
llega a otros sitios como París y Londres, con la esperanza de que tal vez ahí sí pueda
hallarla. Se trata de una búsqueda posmoderna donde la estabilidad del signo se ha
hecho trizas y solo queda la ambigüedad perenne. Es búsqueda y no es una búsqueda,
pero también es una clara subversión del tránsito sagrado que guía a los fieles en busca
de la salvación.
El mito mariano se invierte y la Madona, igual que la famosa cantante de Pop
estadounidense, se convierte en una mujer contraria al mito de la virginidad y a la idea
de ángel sagrado. Se libera así de las ataduras ideológicas de las normas patriarcales. Es
la antítesis de la virginidad idolatrada según los imaginarios católicos que perviven en
Latinoamérica. Por ello el viaje del protagonista es necesario como consagración
invertida: es el peregrinaje como sacrificio merecedor de milagros, es el romero que
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visita el santuario donde nació la Virgen, el fiel que va en procesión en busca de alivio
para su propia culpa.
Los héroes peregrinos de esta literatura centroamericana, más allá del icono
erótico-sagrado, buscan también cómo sobrevivir en medio de la violencia. Es héroe
aquel que amanece vivo al otro día después de caer en la Xibalbá citadina de estos
siglos.
La reorientación de la esperanza
Pero la esperanza se reinventa a través de esta peregrinación más allá de los
arrabales. Una lucha que ya ocupa páginas literarias se libra más allá de las callejuelas
sin salida. Una deidad olvidada por el sistema patriarcal emerge en el contexto de esta
lucha. Se trata de la madre tierra y el sentido de feminidad de lo sagrado. La tierra es
signo maternal y por ello son las voces de las mujeres las que se aprestan a enunciar los
sermones de este ritual protector. En autoras como Ana Cristina Rossi y Gioconda Belli
las heroínas se construyen desde una dimensión mágico natural o simplemente desde la
consagración ecológica. Esta construcción del mito edénico configura la metáfora
sagrada y crea una ideología telúrica con apóstoles dispuestos a divulgar la fe ecotópica
en el marco de una identidad proyecto conocida como “resistencia civil”.
Lo telúrico/materno activa en este grupo dos ejes de identidad resistente con
pocos antecedentes en la historia de los grupos de presión. Se trata por un lado del
discurso ecologista y por otro del feminista. Ambas ideologías se fusionan en este
proyecto y consiguen con mayor facilidad una enorme comunidad de apoyo. Feligreses,
para continuar con la metáfora sagrada, que están dispuestos a actuar desde distintos
frentes.
Las organizaciones “resistentes ecofeministas” abundan. Radio FIRE
internacional, una emisora feminista costarricense es la primera del género que se
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integró a Internet. En Nicaragua, una organización de mujeres parteras de Matagalpa
enfrentaron al gobierno de ese país y mantienen una página en la red. En Guatemala
destaca Trópico Verde, una organización que utiliza métodos pacíficos de presión ante
los sectores de poder. De acuerdo con la base de datos “Ceiba” de la Fundación Óscar
Arias Sánchez para la Paz, solo en Centroamérica hay aproximadamente 1200
organizaciones de este tipo. Se enc uentran distribuidas de las siguiente manera: Costa
Rica (29.5%), Guatemala (19.3%), Honduras (17.7%), Nicaragua (12.2%), El
Salvador (11.5%), Panamá (8.4%), Belice (1.4%). ( http://www.arias.or.cr/ceiba).
Una de las organizaciones que más éxito ha tenido en esta resistencia simbólica
es el grupo Adela (Acción de Lucha Antipetrolera), una coordinación de grupos,
asociaciones, organizaciones y personas, la mayoría residentes del Caribe Sur de Costa
Rica, que se oponen al desarrollo de la industria petrolera. Este grupo le pidió al
gobierno de Costa Rica que rompiera el contrato para la exploración petrolera en el
Caribe firmado con la empresa estadounidense Harken, pues estas exploraciones
dañarían seriame nte el ambiente y afectarían a los pequeños y medianos empresarios de
la zona. El grupo se unió con otros y encontraron portillos legales para impedir la
exploración. De este manera, por el momento, el primer golpe estratégico lo ha dado el
discurso ecofeminista.
De este modo Adela encarna el signo de una profetisa que simboliza la devoción
por la tierra primigenia. En un libro que publican María Suárez y Cristina Zeledón sobre
el trabajo del grupo ADELA, aparece una introducción que se monta sobre la estructura
de un cuento. El discurso idealiza el escenario y lo convierte en un lugar con “días
exquisitamente soleados y lluvias generosas que fertilizaban la tierra, pariendo juntas,
sol y tierra, una naturaleza espléndida donde el verde abría campo a algunas pequeñas
ciudades y pintorescos pueblitos. Abundaban las frutas y la vida animal se desarrollaba
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y reproducía en miles de especies diversas, todas dignas de ser vistas ” (Suárez y
Zeledón, 2002:15).
Se muestra así cómo el combate simbólico que se libra en la cultura mediante
estos grupos activa formaciones discursivas que integran el sentido rebelde de las
experiencias revolucionarias propios de las utopías de izquierda, pero con estrategias no
violentas. Incluye además nuevas identidades que se apropian de los mitos edénicos y la
idea de la madre tierra como garante vital para la humanidad.
De este modo, mientras la novela urbana se ha encerrado en los callejones sin
salida del laberinto del desencanto, el discurso de la resistencia busca como salir de
estos callejones y reorientar la esperanza. Asistimos a un combate simbólico donde las
identidades locales se instalan en trincheras semióticas y combaten mediante acciones
fundamentalmente lingüísticas. Las técnicas de esta guerra son verbales, (comunicados,
cartas, telegramas, desplegables, páginas webs, pancartas, entre muchos géneros de
presión y acción política).Es aquí también donde la literatura, sobre todo la escrita por
mujeres, empieza a consagrar sacerdotisas para estas nuevas rebeldías en los tie mpos de
la globalización capitalista.
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