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VILLA OCAMPO TESTIGO PRIVILEGIADO DE LA HISTORIA CULTURAL ARGENTINA Victoria Ocampo pasó en esta casa la mayor parte de su vida. La construyó su padre el mismo año en que ella nació, 1890, y fue uno de los destinos obligados de los intelectuales del siglo XX. Su sobrina, Rosa Bengolea Ocampo de Zemborain, recorrió con ¡Hola! cada uno de los rincones Refinada y monumental, la propiedad es de estilo ecléctico. Está rodeada por jardines que, con el paso del tiempo, Victoria reformó y rediseñó replicando los de las casas de la campiña inglesa. La fuente, titulada La Pélouse, fue traída desde Francia en 1900 y pertenece a la fundición Val d’Osne. Izquierda: retrato de la dueña de casa realizado por Sara Facio junto a uno de sus queridos eucaliptos.

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Page 1: VILLA OCAMPO - · PDF fileya avanzado el siglo XIX, en quintas de ve-raneo de familias aristocráticas. Villa Ocampo fue inaugurada en 1891. El predio tenía una extensión de 10 hec-táreas

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VILLA OCAMPO TESTIGO PRIVILEGIADO DE LA

HISTORIA CULTURAL ARGENTINA

Victoria Ocampo pasó en esta casa la mayor parte de su vida. La construyó su padre el mismo año en que

ella nació, 1890, y fue uno de los destinos obligados de los intelectuales del siglo XX. Su sobrina,

Rosa Bengolea Ocampo de Zemborain, recorrió con ¡Hola! cada uno de los rincones

Refinada y monumental, la propiedad es de estilo ecléctico. Está rodeada por jardines que,

con el paso del tiempo, Victoria reformó y rediseñó replicando los

de las casas de la campiña inglesa. La fuente, titulada La Pélouse, fue

traída desde Francia en 1900 y pertenece a la fundición Val d’Osne.

Izquierda: retrato de la dueña de casa realizado por Sara Facio junto a

uno de sus queridos eucaliptos.

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E ra amante no solo de la música y la literatura, sino también de la arquitectu-

ra. Y todas las casas que habitó Victoria Ocampo fueron repre-sentaciones significativas de la evolución del arte y la aprecia-ción estética. Su espíritu trans-gresor y su amor por la historia convirtieron a Villa Ocampo, su casa por antonomasia, en un lugar único. Un espacio en el que plasmó como pocos un cierto “estilo sudamericano”,

despojado y vanguardista.Ramona Victoria Epifanía Ru-

fina Ocampo (1890-1979) nació en el seno de una familia que perteneció a una clase social que inauguró el siglo XX en la cima del refinamiento. Fue parte de una generación en la que la curiosidad intelectual y la lucha por las libertades transfor-maron el pensamiento nacional. Mecenas y empresaria editorial, se convirtió en el puente más só-lido entre las culturas europea

El espíritu transgresor y el amor de Victoria por la historia convirtieron

a Villa Ocampo en un lugar único. Un espacio en el que plasmó como pocos

un cierto “estilo sudamericano”, despojado y vanguardista

“La sangre Ocampo es potente en materia de arte. Entre mis hijas y nietos hay

poetas, pintores y músicos...”

Arriba: entrada a la casa que une la gran escalera de honor con el hall central. En medio de las dos puertas destaca un retrato de Clara Lozano, bisabuela de

Victoria, que fue pintado por Prilidiano Pueyrredón en 1864. Izquierda: Rosita, como la llaman sus íntimos, posa delante del retrato de su tatarabuelo, Manuel José de Ocampo y González, también pintado por el artista sanisidrense. En la

otra página: la monumentalidad de los espacios fue algo que Manuel Ocampo pensó cuando diseñó su casa de veraneo a finales del siglo XIX. Amante del arte

moderno, Victoria colocó en la pared una alfombra hecha por la casa Myrbor sobre un diseño de Pablo Picasso, y que adquirió en París en 1929.

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y latinoamericana. Y Villa Ocampo fue el lugar en el que su trayectoria alcanzó fama mundial y desde donde se catapultó como una de las personalidades más influyentes de su tiempo.

EN LAS BARRANCAS DE SAN ISIDROLa propiedad está ubicada en uno de los

65 terrenos de la ribera norte que Juan de Garay repartió en 1580, poco después de la fundación de Buenos Aires. Con el paso del tiempo, estas tierras se usaron para cul-tivos y plantaciones, hasta transformarse, ya avanzado el siglo XIX, en quintas de ve-raneo de familias aristocráticas.

Villa Ocampo fue inaugurada en 1891.

El predio tenía una extensión de 10 hec-táreas y abarcaba desde Libertador hasta el Río de la Plata. Perteneció a Francisca Ocampo de Ocampo, quien lo cedió a su sobrino Manuel, padre de Victoria, para que construyera una quinta. El proyec-to estuvo a cargo del mismo ingeniero Ocampo, quien diseñó una mezcla entre villa italiana y gran chalet, donde su fami-lia se instalaba cada año, de noviembre a marzo, para disfrutar del verano.

La “tía Pancha” dejó estipulado en su tes-tamento que, a la muerte de Manuel y su mujer, Ramona Aguirre, la heredera de la propiedad sería la hija mayor del matrimo-nio, quien debía repartir el amplio terreno

con sus cinco hermanas. Así, cumpliendo el deseo de su tía, un día la primogénita here-dó Villa Ocampo y subdividió el lote. En el primer tomo de su autobiografía, Victoria cuenta: “La construcción empezó antes de mi nacimiento, en 1890. Mi padre fue el ar-quitecto de la casa y también quien diseñó el parque, grande en esa época (…). Solo en verano residía allí la familia, compuesta por mis tías abuelas (con quienes hemos vivido siempre), mis padres, mis hermanas (cinco) a medida que llegaban al mundo, y, al principio, mi bisabuelo. Murió de mucha edad. Yo diría que la historia de la quinta empieza con él, aunque poco tiempo pudo disfrutarla. Este bisabuelo era gran amigo

El comedor era uno de los lugares favoritos de Victoria y guardaba la decoración más importante de la casa. Cubierto de boiseries de madera encerada, era el lugar de reunión donde ella convocaba a sus famosos “tés”, que reunían a distintas personalidades de la cultura. Derecha, arriba:

cada uno de los espacios son amplios, con techos altos y con algunos elementos originales, como el entelado del pasillo. Derecha, abajo: la sala de música aloja el piano de cola en el que Stravinsky tocó durante su visita a Villa Ocampo. Victoria decoró este ambiente con el retrato que le hiciera

el pintor francés Pascal Dagnan-Bouveret en 1910.

“Me encantaba espiar por las puertas de vidrio de la terraza a ‘los grandes’ mientras almorzaban. Me quedaba largo rato viendo cómo charlaba tía Victoria

con sus invitados en ese comedor con una mesa enorme y veinticuatro sillas”

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de Sarmiento y administraba sus escasos bienes. Sarmiento no se ocupaba de ellos, y mi bisabuelo se obstinaba en enderezar sus finanzas caseras”.

Victoria abandonó la casa familiar en 1912, cuando se casó con Bernardo de Estrada, de quien se separó al poco tiem-po. Desde entonces, su espíritu rebelde la llevó a ser una pionera en muchos as-pectos. La arquitectura y las artes deco-rativas no fueron la excepción. Amante de las vanguardias, mandó construir la primera casa racionalista de Argentina, en 1926, nada menos que en el exclusivo barrio de Palermo Chico, donde el estilo lineal impactó entre el resto de las sun-tuosas edificaciones y las residencias de inspiración francesa allí ubicadas.

La mayor de las Ocampo heredó la casa en 1930 y la siguió utilizando, junto con sus hermanas y sus sobrinos como casa de verano por once años más, hasta que deci-dió mudarse definitivamente a San Isidro, en 1941. En cuanto se instaló, se dedicó a redecorarla e imprimirle su sello: pintó de blanco toda la boiserie de caoba que los Ocampo trajeron de Europa para ilumi-narla. Llevó sus muebles predilectos, sus miles de libros, sus obras de Troubetzkoy, Helleu, Picasso, Léger y Figari. Todo un sa-crilegio para esa época. Pero nada podía importarle menos a Victoria: amaba estar a la última moda. El exterior, sin embargo, lo mantuvo intacto, incluido el color asal-monado que don Manuel había elegido.

Fue a partir de ese año que la dueña de

casa comenzó a invitar a los grandes inte-lectuales de la época a visitar Argentina. Desde su segundo viaje a Europa, en 1908, su interés por la literatura hizo que Victo-ria tomara clases con Henri Bergson en La Sorbona y que comenzara a frecuentar los salones literarios más importantes del Vie-jo Continente. Durante las largas tempora-das que pasaba en París, todos quedaban fascinados con esa criolla extrovertida. Fue así que muchos de estos escritores, pinto-res, músicos y filósofos pasaron largas tem-poradas junto a Victoria en su residencia de San Isidro, para brindarle una historia y un espíritu únicos.

NACE LA REVISTA SURA finales de la década del 20, mientras

En todos los ambientes conviven elementos de diversa procedencia: columnas corintias, ornamentos renacentistas y artesonados de inspiración medieval

Amante de la mezcla de estilos, Victoria colocó una alfombra

diseñada por Fernand Léger sobre la chimenea estilo Luis XVI. En este espacio, la dueña de casa

organizaba las tertulias con sus huéspedes e invitados y se reunía a jugar a las cartas. Izquierda, arriba:

en esta pequeña sala –decorada con tres retratos de una joven

Victoria realizados en París por Paul-César Helleu–, la intelectual, traductora y editora guardaba la

colección completa de la revista Sur. Izquierda, abajo: Victoria blanqueó

íntegramente los interiores de la casa para iluminarla. En la polaroid, ella junto a Igor Stravinsky –quien

le compuso una obra y la estrenó en su casa– durante su última visita a

Buenos Aires.

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se alojaba en Villa Ocampo, el escritor estadounidense Waldo Frank convenció a Victoria de crear una revista literaria. A instancias del filósofo español José Ortega y Gasset, la revista se llamó Sur. Con el tiempo, se fue conformando un pequeño grupo de personas que perma-neció unido durante muchos años y que no solo compartía una particular actitud hacia el mundo y hacia la literatura, sino que ayudó a trazar el curso de las letras

argentinas durante el siglo XX.Victoria se concibió a sí misma como

una mujer civilizada dentro del caos que reinaba en la literatura nacional y, en un intento por romper el provincialismo cul-tural de Argentina, impulsó la apertura hacia el mundo. Victoria quiso levantar un puente de doble mano: divulgar en Argen-tina la mejor literatura extranjera contem-poránea, europea y estadounidense, y dar a conocer la obra de los escritores argen-

tinos en todo el planeta. Esta intención se vio reflejada en las palabras de Octavio Paz: “Victoria hizo lo que nadie antes había he-cho en América. Su trabajo demuestra la libertad de la literatura frente a los poderes terrestres”. Por décadas, fue la anfitriona más famosa del país.

En un pequeño texto se refirió a esos grandes invitados: “Rabindranath Tago-re pasó dos meses como huésped en San Isidro (...). Después de ocho semanas feli-

ces pero agitadas (venía mucha gente a ver al poeta, y era necesario protegerlo e impe-dir que se cansara demasiado), me despedí de él, que partió en un barco italiano, y me pareció que había encontrado una manera de pagarles a los escritores y artistas las ale-grías que les debía. La casa que dejó Tagore se la ofrecí a Pedro Figari, quien pasó allí ese verano. Esto fue un comienzo. Gabrie-la Mistral fue mi huésped mimada todo un otoño (…). En Villa Ocampo vivieron Al-

bert Camus (durante su estadía en Buenos Aires) y Graham Greene vino tres veces. Roger Caillois, cuatro años más o menos. También a A.W. Lawrence (hermano del de Arabia) y Waldo Frank, injustamente olvidado escritor estadounidense”.

UN RECINTO PARA LA CULTURASeis años antes de morir, en 1973, Vic-

toria decidió donar Villa Ocampo a la Organización de las Naciones Unidas

para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), ya que ese mismo año Juan Do-mingo Perón, quien la había encarcelado por su ideología política en mayo de 1953, asumió por tercera vez la presidencia de la Nación. Tenía temor a ser censurada y hostigada nuevamente por el peronismo y que el Gobierno le diera un destino alejado de las artes. Ese fue el motivo por el que Victoria recurrió a la Unesco, una organización internacional respetuosa y

Izquierda: el escritorio era el lugar en el que Victoria guardaba sus libros más preciados.

Allí respondía cartas, corregía escritos y traducía obras. Este ambiente es otro

de los lugares en los que Victoria mezcló estilos: un escritorio eduardiano con un

sillón Chippendale y un living de sillones Chesterfield tapizados en tela. Arriba:

con sus inconfundibles anteojos blancos, Victoria en un rincón de su biblioteca

sosteniendo en sus manos un libro sobre arte abstracto. El broche que lleva es una

réplica del “ex libris” de T. E. Lawrence, escritor por el que sentía fascinación.

Le Corbusier, José Ortega y Gasset, Antoine de Saint Exupéry, Pablo Neruda e Indira Gandhi fueron algunos de los huéspedes más sobresalientes de la

casa que Victoria heredó en 1930

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confiable, para que siguiera reuniendo a la cultura en su casa. “Desde que dispuse de mis quintas, fueron las de los escrito-res amigos. Deseo que gracias a la Unesco conserven este destino”, escribió. Murió el 27 de enero de 1979. Y en 1997, el go-bierno argentino declaró Villa Ocampo Monumento Histórico Nacional.

Testigo privilegiado, Rosa Bengolea Ocampo de Zemborain, la única sobrina viva de Victoria, habló sobre los años en que convivió con ella en la casona de San Isidro. De su mano, ¡Hola! recorrió Villa

Ocampo, el escenario identificado con Victoria como ningún otro, el mismo en el que vivió la mayor parte de su vida.

–¿Cuáles son sus primeros recuerdos de esta casa?

–Siempre amé esta casa, por su buen gusto y su jardín lleno de flores y ombúes. Recuerdo a mi abuelo Manuel en el Co-rredor del Río, que era como se llamaba antes a la terraza del frente, con sombrero y bastón sentado en un sillón de mimbre, mirando sin cansarse el Río de la Plata. Mi abuela Ramona, a quien la llamaban “Mo-

rena”, recorría las terrazas y los balcones, que decoraba con jazmines y enredaderas de Santa Rita. También recuerdo cuando jugaba con mis hermanos y primos en un lugar donde había un enorme pedes-tal con un gran ciervo de hierro. Por ahí siempre pasaba tía Victoria antes de salir a caminar, vestida con su pantalón ancho de seda gruesa color salmón, una blusa sin mangas, alpargatas, un pañuelo en la cabeza y anteojos de sol. No era una mu-jer a la que le gustaran los chicos, por lo que nos miraba, nos saludaba y seguía de

largo con entusiasmo y grandes pasos.–¿Cómo era un día de Victoria aquí?–Pasaba mucho tiempo en su cuarto le-

yendo y respondiendo cartas. De hecho, los sirvientes –todos gallegos– se pasaban el día entero alejándonos de la puerta de su cuarto y también de la ventana que daba al jardín, advirtiéndonos que la “señora Victoria” estaba escribiendo y no quería es-cuchar ruidos. Los mucamos la adoraban y la servían con verdadero amor. Ella los tuteaba y los trataba como si fueran de su familia. De hecho, cuando se donó la casa

a la Unesco, la única condición que puso tía Victoria fue que el personal pudiera se-guir viviendo en ella si así lo deseaban.

–Villa Ocampo fue siempre un lugar muy frecuentado por intelectuales…

–Siempre había visitas. Y recuerdo que me encantaba espiar por las puertas de vidrio de la terraza a “los grandes” almor-zando. Me quedaba un largo rato viendo cómo charlaba tía Victoria con sus invita-dos en ese comedor con una mesa enorme y veinticuatro sillas. A ella le gustaba comer muy bien, por lo que siempre comentaba

cada plato. A la hora del té llegaban autos de Buenos Aires con sus amigos, Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Manucho Mujica Láinez, María Rosa Oliver… Recuerdo to-davía el aroma del bizcochuelo horneán-dose, de las magdalenas recién hechas y del chocolate caliente con espuma que nos servían.

–Con el paso del tiempo, ¿cómo fue su relación con Victoria?

–Dejé de ver a tía Victoria por varios años, ya que ella siempre estaba viajando por el mundo y yo era una mujer dedica-

“Cuando hice La tregua, mi primera producción, y la película fue nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, tía Vic, como feminista

que era, me escribió una carta larguísima en la que me felicitaba”

El cuarto de Victoria es el ámbito en el que ella plasmó cierto “estilo sudamericano”, despojado y vanguardista. Allí murió en 1979. Izquierda, arriba: su padre mandó construir un espacioso y acogedor baño con deck de madera en la planta alta, toda una innovación para la época. Izquierda, abajo:

una carta que Victoria escribió a su sobrina Rosa en 1974, después de que se estrenara La tregua, su primera producción cinematográfica, y una postal dedicada en la que le decía: “Querida Rosita: de este sombrero de hallada me quedaba bien “du temps que j’étais belle”. Cariños, V.”

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da completamente a mi familia. Para mi gran sorpresa, un día recibí una carta des-pués de que empecé a trabajar en cine. Corría el año 1974 y en aquel entonces formé con mi gran amiga Tita Tamames una productora. La tregua, nuestra prime-ra producción, estuvo nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, por lo que a tía Vic, como feminista que era, le gustó que hiciera algo personal y diferen-te a lo que hacían las mujeres de mi cír-culo. Todavía guardo la larguísima carta que me escribió después de haber visto la

película, en la que comentaba cada actua-ción y todos los detalles. Quiso conocer al elenco y me pidió que los invitara a Villa Ocampo. La visita duró hasta las 10 de la noche. Todos quedaron maravillados con la casa y encantados de haber cono-cido personalmente a la célebre Victoria Ocampo, de la que seguramente tenían una opinión diferente.

–¿Qué viene a su memoria cada vez que regresa a esta casa?

–Creo que lo primero que viene a mi mente son los olores. Todavía siento el aro-

ma a cera, a flores y a chimenea, donde se quemaban piñas. También su temperatura, gélida en invierno y muy fresca en verano. Cierro los ojos y escucho el piano que toca-ba mi tía Angélica, la hermana predilecta de tía Vic. Gracias a ellas fue que conocí por primera vez la música de Ravel, Debus-sy y Erik Satie. Siempre les estaré muy agra-decida por haberme enseñado a gozar del placer de la buena música. •

Derecha: Victoria recibió en 1924 al bengalí Rabindranath Tagore, Nobel de Literatura en 1913, de quien se declaraba gran

admiradora. Abajo: Rosa Bengolea Ocampo de Zemborain posa en un rincón del “Jardín Burgués”, intervenido por Victoria bajo la influencia de una estética de paisajes de corte eduardiano.

Derecha, abajo: detalle de la fachada principal de Villa Ocampo, en la que sobresale el nombre de la propiedad.

Texto y producción: Rodolfo Vera Calderón Fotos: Tadeo Jones y Unesco/Villa Ocampo

“Recuerdo a tía Vic caminar con su pantalón de seda gruesa color

salmón, una blusa sin mangas, un pañuelo en la cabeza y gafas de sol”

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