viii pregÓn del cargador

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VI PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. Rafael Marín Gálvez pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 07 de abril de 1990 Sábado de Pasión

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 07 de abril de 1990 Sábado de Pasión a cargo de D. Rafael Marín Gálvez D. Rafael Marín Gálvez A la Semana Santa de San Fernando Juan Carlos González Gago a cargo de ~ 2 ~

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VI PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. Rafael Marín Gálvez

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

07 de abril de 1990 Sábado de Pasión

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VIII PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando Juan Carlos González Gago

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VIII PREGÓN DEL CARGADOR a cargo de

D. Rafael Marín Gálvez

¡Hosanna, hosanna en el Cielo! Hosanna, hosanna en La Isla que un estruendo de cornetas se aproxima y nos avisa de que el Señor de la Gloria se acerca en su borriquita por los esteros de plata por las doradas salinas. Ya repican las campanas y la gente que va a misa vuelve con ramitos verdes del olivo. Y el Mesías cabalgando sobre mantos sobre palmas amarillas se apresta para la muerte para entregarnos la vida. Y se ven a los cofrades luciendo las sus divisas sobre chaquetas azules junto adoradas insignias. En nuestra Semana Grande son grandes la ironías. Se está quemando el incienso en iglesias y capillas. Huele a Domingo de Ramos. Semana Santa en La Isla. Los almacenes vacíos con olor a naftalina han visto pasar no pocos niños, padres y marías a recoger sus vestidos para el día de la salida. Que si esta túnica es corta que si no ha de ser la mía - Señora, que el niño crece. - Señor, que está muy raída y la que yo entregué antaño más que brillar relucía. - Échele usté el dobladillo. - Se lo echa usté a su tía; deme una de las nuevas de las que tiene ahí arriba. - Señora, que le está larga.

- Le daré una puntaíta. -¿Tiene el recibo de marzo? - Aquí está, pagao con ditas. - Son novecientas pesetas. - ¡Jesús, cómo está la vida! - ¡Ea!, servida la señora. - Con Dios, que tenga buen día. Y las juntas auxiliares sacan la candelería para quitarle la cera y repasan con la lija la manigueta del Paso que se arañó en una esquina. Y los pocos bordadores que nos quedan en La Isla con ágil mano se afanan en terminar bambalinas estandartes, palios, mantos que el tiempo ya se echa encima. Se cerraron los negocios propios de las cofradías: Yo te vendo el Paso antiguo y me compro otro en Sevilla; si no llega para flores se soluciona enseguida con un monte de lentisco salpicado con espigas. Y las bandas de cornetas las de música y las mixtas ensayan las marchas nuevas y las de toda la vida dejando oír por las noches, arrastradas por la brisa, notas que traen los sabores del tiempo que se avecina. Suena a Domingo de Ramos. Semana Santa en La Isla. Se amontonaron los cultos predicación infinita y las solemnes funciones con eternas homilías de clérigos renombrados a ser posible con mitra.

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Se editaron boletines que hicieron correr la tinta con cosas y casos ciertos y algunos que son mentira. Se celebraron mil actos organizados con prisa: mesas redondas, conciertos, videos y diapositivas. Se publicaron carteles con bellas fotografías (buenas o malas, depende bastante de quien las mira) que se llevaron allende nuestra local geografía imágenes siempre nuestras por entrañables y vivas; y en cualquier lugar remoto por estas cartelerías se ve el Domingo de Ramos. Semana Santa en La Isla. En los talleres orfebres de Triana y de Sevilla se trabajan los metales repujando en plata fina candelabros y varales faroles y cruz de guía. Desde los invernaderos y las cercanas campiñas llegan flores de colores rosas, blancas, rojas, lilas... Otro año, como siempre, en algunas tiendecitas se nos anuncia: se hacen capirotes a medida. Y en todos los obradores de nuestras confiterías se preparan ya los roscos que hacen nuestras delicias; y el pirulí de La Habana se vende por las esquinas con las sultanas de coco que cada vez son más chicas; y el más popular de todos cuyo pregón se adivina: ¡al rico coqui de huevo! con gusto a gloria divina. Sabe a Domingo de Ramos.

Semana Santa en La Isla. Se nombraron pregoneros ¡cuánto honor! ¡cuanta osadía! hablar de Semana Santa ante el pueblo cañaílla que la siente como nadie sin que nadie se lo diga. Los hermanos cargadores y los asociacionistas distribuyen a su gente confeccionando cuadrillas que matan el gusanillo que sienten en la barriga en ensayos y traslados calle abajo, calle arriba. Gente joven, bulliciosa que pensando en la tarima pega el cuello a la almohada y la almohada, con guitas, a los palos de madera por donde se viene encima todo el peso de las andas al andar a las banditas. Y se apodera del cuerpo la sensación conocida: tacto a Domingo de Ramos. Semana Santa en La Isla. Está todo preparado los sentidos se agudizan la ciudad que se estremece el pueblo que se arrodilla el levante agazapado el vino de las cantinas el azahar oloroso y la corona de espinas. La muerte de Dios, que vuela como un ave de rapiña inicia un vuelo picado en La Salle y en La Ardila. Y, aunque el fúnebre suceso se acerca por las marismas, gentes de todas las clases aires de fiesta respiran. Buen final tendrá la historia si para el pueblo es festiva. ¡Venga el Domingo de Ramos! Semana Santa en La Isla.

Aún resuena en mis oídos la voz del pregonero; y esos sones de la música... Esto

de levantarse hoy a estas horas... Deberíamos cambiar de día este traslado. Parece que hace buen tiempo, como siempre; mientras no se estropee... La mañana estará fresca,

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pero voy a salir con la camiseta; me gusta sentir esta mañana en la cara, en el pecho, en los brazos...

Me pondré la naranja, la blanca está ya preparada para esta tarde. ¡Uf!, esta

tarde sí que me acordaré de la hora de este traslado. ¿Dónde está la almohada?... me la llevaré bajo el brazo; me gusta sentirla en contacto con mi cuerpo. A ver si se enfría un poco el café y puedo bebérmelo, que ya voy con retraso otro año más. Si no me hubiese acostado anoche tan tarde... si me hubiese ido de la iglesia cuando aquel grosero sacristán trató de echarnos... pero no; yo tenía que cogerle las vueltas y meterme debajo del Paso. Claro, que ese es una de los momentos más bellos de mi Semana Santa; el único en el que hay sosiego tras las caídas, y la madera resulta acogedora en lugar de hostil... ¡y se serena tanto mi espíritu! Ese sacristán debería ser menos retrógrado y entender estas cosas; que la iglesia es de Dios y de sus siervos, y si no se molesta Él, no debe molestarse nadie. ¡Vaya!, se me ha ido el santo al cielo. Voy a llegar a las tantas. Acabaré saliendo de nuevo en los papeles. Tengo que llevarme las cuerdas de pita. Este traslado es largo y es mejor amarrar. Además, la cuadrilla siempre se pica y, como hay tiempo hasta que acabe la función de palmas, se acaba matando el gusanillo de los que no cargan esta tarde haciendo muchas trepás a las banditas. Bueno, ya está, no lo pienso más, me voy.

Acerté; está fresca la mañana y despejado el cielo. ¡Hum!, se huele hoy el mar en La Isla; no creo que salte el levante. Tengo que apretar el paso, que ya deben estar allí; así entro en calor. Tomaré los atajos de costumbre. Hay poca gente todavía por las calles; no tardarán en ser un hormiguero.

Ahí se ve ya al personal. Han sacado el Paso del almacén y se han salido mientras ponen los brazos. ¡Cielos!, se han percatado de mi llegada y empiezan desde lejos los comentarios jocosos mostrándome el reloj. Más les valdría estar menos pendientes de la hora y vigilar que no nos pongan sobre el Paso... ¡No! ¡No puedo creerlo! Los miembros de la cofradía están sacando bártulos y atributos y se los llevan ellos mismos; no los cargan sobre nuestros hombros. Esto sí que es una agradable sorpresa. No nos tienen muy acostumbrados a cambios para mejor. Mira quien sale del güichi; este capataz se apunta a un bombardeo. Estoy deseando saludarle, que hace meses que no le veo. Estará eufórico y gruñón, pero este año, aunque triste, acabará satisfecho, porque me da el corazón que vamos a armar el taco.

¡Ole, vámonos! ¡Qué pedazo de cuadrilla! Con el paso que llevamos es increíble que no vaya botando. Venga, vámonos cortito que ya tenemos la iglesia a la vista, y a la misa le queda un rato. Buen personal. Ahora con los dos pies. ¡Ole, quieto! Un pasito p’atrás. ¡Qué fiebre! Vámonos, quieto, aire. ¡Que arte entrando en la plaza, hijo! Los chiquillos nos están mirando pensando que estamos locos; no les falta razón pero algún día estarán ellos aquí abajo. ¡Esto es hacer las andas, chavales! El que tarareaba la marcha no se sabe más. ¡Ea!, fondito por igual y a espera tomando una cerveza, que ya pega el sol y se apetece.

En estas vaquitas siempre se escaquea más de uno. Me ha salido la cerveza por un ojo. Vámonos pa’dentro que se ha terminado la misa... ¡Vaya!, no han puesto la tarima, era mucho pedir. Cuidado con el escalón... Ya está. Treinta intentos para encuadrar el Paso, y ¡a la calle! La próxima, será la buena.

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Ahora me alegro del madrugón. Da gusto vivir la mañana de este día. Ya está todo listo; a punto de comenzar de verdad la Semana Santa. A ver si soy capaz de descansar un rato, porque todavía queda mucho Domingo de Ramos.

El Cristo Rey ha llegado desde el mar de Galilea a tierras de esta bahía mariana y marinera navegando por los caños a lomos de una patera. Desembarcado en La Isla allá por las Gallineras en una escuela cristiana su triunfal entrada espera para ser vitoreado por quienes luego harán presa como rapaces nocturnas sobre sus carnes hebreas. Aunque pierda la batalla el Rey ganará la guerra. No puede ser de otro modo le acompaña buena Estrella. Frente a una puerta cerrada todo un pueblo se aglomera con el corazón en vilo larga, tensa, fiel espera. Tras la puerta hay un bullicio mucho mayor que el de fuera: cofrades que ponen orden representantes que llegan cargadores en el Paso que en amarrar bien se esmeran un cura dando la carga desde el atril de la izquierda alguien desde el palio pide que venga el enciendevelas uno que fuma en el patio otro que busca una cuerda. El jefe de procesión soltar el borlón quisiera ante aquel desbarajuste donde él es el que ordena; mas lo pensará dos veces y abandonando la idea mandará hacerlo contrario que se dijo que se hiciera. Dos filas de penitentes con las cara descubiertas van ocupando su sitio en la nave de la iglesia. En la calle, un sol redondo

golpea contra la acera donde una muchedumbre escucha ya las cornetas y el redoble de tambores. La banda que abre carrera a ritmo de pasacalle ha llegado hasta la puerta. Inmediata es la salida es el mensaje que lleva. Un rojo sudor recorre los surcos de la vereda. El monte de los olivos un duelo mortal encierra entre el señor de la muerte y el que de ella nos libera. Un cáliz de sangre y fuego apartar de sí quisiera; el mundo a sus pies le pone quien no quiere que lo beba. Mientras los suyos ya duermen como una noche cualquiera el Dios Hombre de rodillas a su Padre le contesta: ¡hágase tu voluntad en el cielo y en la tierra! Y la noche de La Isla se viste de primavera de huerto de flores blancas de azahar y olor a cera. Un gitano de aceituna elevando la cabeza en la verde noche oscura entre los olivos reza. Inmediata es la salida. Lo que haya de ser, sea. De los mares de La Isla con una verde marea llega un verde palio verde que un manto verde pasea no solo por calles anchas también por calles estrechas. Bajo el palio, una Señora gitana de piel morena va llorando por su Hijo entre varales y almenas. Si el gitano estaba solo a la Virgen la rodean

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cien mil almas verde olivo las mismas que al Cristo acechan. Inmediata es la salida la Madre llora de pena. En la plaza de su barrio le cantan las azoteas

con la garganta del pueblo una anónima saeta: No llores Reina del Cielo porque eres lo que nos queda cuando maten al gitano Gracia y Esperanza Nuestra.

El aire es ahora más denso y cálido que esta mañana. Voy a coger por abajo; por

aquí no hay quien pase con tanta gente en la calle. ¿De donde salen tantos niños el Domingo de Ramos? Es curiosa la imagen de ese reguero de penitentes llegando desde todas las direcciones a la puerta trasera de la iglesia. Buen tumulto hay para entrar; habrá que empujar. ¡Uy!, por poco me cuelo fumando hasta el Sagrario. Estos nervios... Esta extraña sensación que me recorre todo el cuerpo... Sé bien que no me libraré de ella hasta que caiga la primera levantá.

¿Dónde está el capataz? Para una vez que llego a tiempo es triste guasa no tenerlo por testigo. Estará resolviendo la típica ausencia de última hora. Esa que todos los años provoca graciosamente la Marina, cambiando las guardias y navegaciones de los cargadores... Aunque cuando más me acuerdo de la Armada es cuando me toca el regalito de llevar de adorno la banda de Infantería. Bueno, si el de la chaqueta no aparece me voy a amarrar a la banda derecha; no creo que después de tantos años me quiera cambiar de sitio.

Mira el Paso de la Virgen. ¡Dios mío!, hay que ver que el arte que tiene ese hombre en las manos. ¿Habrá algo más bonito que un Paso de palio? Si tuvieran cuarto de baño me compraba uno para vivir. Esto solo pudo haberse inventado para Ella. (Y para algún apóstol favorito, ¿qué vamos a hacerle?).

Aquí está; impresionante, tremendo, ¡la mole! Este no necesita muchas flores para provocar admiración. Impone respeto. Voy para dentro, que como lo siga mirando soy capaz de irme a mi casa.

Ya está la almohada amarrada. Esta no se mueve esta noche. ¡Hombre!, el nuevo del año pasado ha amarrado a la primera, y se permite el lujo de ayudar a otro. Tiene madera. Vamos a echar un vistazo de reconocimiento, a ver qué desaguisados me encuentro esta vez. Para empezar, no sé de quien habrá sido la idea de quitar las perchitas donde colgábamos las bolsas. Menos mal que uno es perro viejo y se trae un cáncamo... Sí, los mismos que ahora se ríen serán los primeros en usarlo. ¡Las baterías! ¿Quién a sido el animal que ha puesto dos baterías de camión, si esto solo lleva un foco de bicicleta? ¿Y porqué las ha puesto las dos en la cabeza? Esto es cosa de los enanos de la cola, que tienen influencia en la hermandad. ¿Y esos pernos de los brazos nuevos? Los podían haber cortado un poco; sobresalen por abajo más de medio metro y son un peligro para las cabezas de los pateros. Claro, que no tanto como ese enjambre de puntillas del techo que a nadie se le ha ocurrido doblar por dentro; ni como esos machetes eléctricos prehistóricos que nadie cambia por interruptores. Y ¡cómo no!, ese molesto tornillo en la cara superior de la zambrana, que nos desgarrará la ropa cuando nos sentemos. En fin, nada por lo que no hayamos pasado antes. Los Pasos son así; se cuidan los detalles que se ven por fuera, pero no por dentro. Más sufre el de arriba y no se queja. Me voy a fajarme o no me va a dar tiempo a merendar.

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Bonito rito el de fajarse. Supone el reconocimiento desde antes de empezar, de que el cargador necesita a los otros. A ver si este año no ponen tanto empeño en ayudarme y le dejan sitio a la chiquita que me voy a tomar... que es otro rito.

Ya estamos aquí los de siempre, a echar para abajo el miedo y a subir el ánimo, que las ganas no faltan. Esta sensación nerviosa... Achica que ya está ahí la banda. Nos estarán llamando para poner los Pasos en carrera. La salida es inmediata... Calma...

Se abrió la puerta del templo a la hora programada. salieron la cruz de guía y los faroles de plata. Dos filas de penitentes con las caras bien tapadas antifaz de capirote con túnica y cíngulo o faja con cirio o cruz en la mano con sus colas o sus capas y escapulario que cae por el pecho y por la espalda. Por el centro va la junta con pértiga y con campana. Se despliegan estandartes y otras insignias romanas simpecados y senatus y banderas en sus astas. La procesión se ha parado al tañer de las campanas. La gente que se da cita abarrotando la plaza mira el umbral de la puerta que toda atención reclama. El Paso sale despacio rascando dintel y jambas; el capaz, preocupado, - ¡arrastrando los pies! - manda. Cuando el Paso ya está fuera la gran ovación estalla con un brioso mecío

responden los de la carga. Nadie piensa en ese instante en la Pasión iniciada. Vibra el pueblo de La Isla porque ya es Semana Santa. En el verde monte olivo tomado por las mesnadas a la luz de las antorchas brilla el filo de una espada. La sangre no llega al río; una figura gallarda se interpone entre las huestes que iniciaban la batalla. Un nazareno se entrega mientras su apóstol le estampa la traición mediante un beso en la mejilla sagrada. Se ha despertado la brisa el océano mar brama el vientre de los esteros por el atentado clama. Prendido va el Soberano la Pasión está iniciada. El corazón de la tierra se estremece por el drama y los árboles del parque de la raíz a las ramas se sacuden sentimientos que quieren ser de esperanza. El Prendimiento de Cristo Buen Fin nos traerá mañana.

Ya está en carrera el Paso de la Virgen. Resulta bonito este intercambio de

Pasos entre las cuadrillas; sobre todo para nosotros los largos, que no nos vemos en otra bajo un palio. De todos modos me alegro de ir en el Cristo; pesará más, pero la comodidad será un alivio en los fondos. Creo que sería incapaz de pasar siete horas tras las caídas sin poder ponerme de pie. ¿Y esa sensación de aplastamiento que produce el sentir el techo pegado a la cabeza mientras se carga?... Pero es agradable y sugerente sentir el movimiento del palio ahí arriba, y oír los varales tintinear fuera y crujir dentro.

Basta ya de divagaciones que ya llaman en el Cristo. Otra vez esta sensación de intranquilidad... Ayúdanos, Señor, allá vamos. ¡Qué maremágnum aquí abajo! Evidentemente no soy el único atenazado por los nervios. Van una. En este palo,

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completos. En los demás también; este año no hay que esperar a nadie en la cola. ¡Oh!, todavía llevo el pañuelo al cuello; lo anudaré a la frente antes de que toquen. Ya van dos. Esto no hay quien lo pare. Al sitio. Esta almohada aún no tiene la forma; ya la cogerá. Tranquilo... contén la fuerza, la fuerza de un año de espera... Son infinitos estos segundos... Toca. ¡Ahora... grr... fslum... ooh! Brutal. ¡Qué levantá! Habrá puesto los bellos de punta en toda la iglesia. Vámonos rezando a las banditas. Padre Nuestro que estás en los cielos...

¿Estas baldosas no se acaban nunca? Ya entra la claridad de la calle por debajo de las caídas. Ya estamos aquí. Arrastrando los pies... La banda ha vuelto a adelantarse con el himno. No escuchadla. Mientras el Estado laico rinde honores a la imagen del Dios católico, acabaremos de pasar la puerta... Despacio... Siempre le damos un toque a la puerta; menos mal que desde fuera no se nota.

Ya está fuera la cola. Es la nuestra (si no se calla la banda). Bien; ha empalmado con una marcha de fuerza. ¡Cómo se notan las buenas bandas de La Isla! Aquí está la tarima. (Todo el año pensando en esta tarima). Quieto. No hay prisa. Arte, mucho arte es lo que hay en ese niño que lleva la voz. ¡Hala!, todo el escalón para mí. No importa, en la salida no importa nada. Por ahora pesa poco; ya se sentirá después. Es impresionante el silencio. Solo se oye el solo de corneta. Todavía se respira algo de temor y mucho de respeto. Vámonos. Esto no ha hecho más que empezar.

En un patio de La Isla disfrazado de romano amarrado a una columna a Dios están azotando. Con una estacha marina y un buen manojo de cardos van desgarrando su espalda dos sayones desalmados. ¡Cinco, siete, quince, veinte, treinta y nueve latigazos! Cuenta de dolor injusto por cuenta de otros pecados. Cada golpe que recibe los ojos desorbitados elevando la mirada mil isleños perdonados. Ya concluida la afrenta de púrpura lleva un manto una corona de espinas cetro de burla en las manos. De esta guisa lo pasean ante un pueblo de pilatos. Tan grande es la humillación que los ángeles alados llegan a darle consuelo a su gran Paso dorado. Las Lágrimas de La Isla se escurren hasta los caños y nos retornan estrellas plateadas sobre un manto.

Los ojos de la Señora lágrimas van derramando por la salud de sus hijos los que penan y el penado. Y mientras el pueblo goza porque la van acunando, por mediación de la Madre va Ecce Homo transformando la Lágrimas de La Isla en Salud de San Fernando. Por esas calles sin nombre que son el alma del barrio a golpe de campanilla el cortejo va pasando. Y cuando la Virgen sale la cruz de guía ha alcanzado la procesión que ha salido de la parroquia de al lado. Cruzar la calle, imposible; el tráfico es un colapso. Un chiquillo que en la acera chupa un caramelo largo con otro que como roscos una apuesta se ha cruzado sobre el sexo del que viene con el cirio colorado. Él decía que era niña y ha podido demostrarlo por la pintura de ojos y el tacón de los zapatos.

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¡Qué evidente es el acierto de dar a la mujer paso! Si se aceptan sin remilgos su oración y su trabajo ¿a qué negarles el voto o la posición de mando? Hombre y mujer son iguales es el sagrado mandato. A ver, pues, cuando la vemos en el sillón del prelado. La agitación de la junta que corre de arriba a abajo se incrementa cuando salta un levante racheado que apaga todos los cirios y todos los candelabros. La tarde se pone fría

en las velas de los barcos. Aires gélidos azotan los umbrales del mercado. En la puerta de la cárcel la sentencia se ha dictado: la libertad para el preso prisión y muerte al Amado. El pueblo a quien Él libera decide crucificarlo. Recio soplo de marisma le lleva un mensaje al Paso: por detrás viene María Trinidad a rescatarlo. Camina con paso lento el rostro sereno y calmo con la cabellera al viento el Cautivo y Rescatado.

Ya estamos en la calle. ¡Qué sensación de alivio me produce la desaparición de

ese nerviosismo interior y colectivo que tanto me intranquilizaba! Ahora la sensación es de confianza. Me preocupa aún lo lejos que queda la recogida y cómo llegaremos a ella; pero esto va bien. Se nota el poderío de la cuadrilla. Parece que se han resuelto los problemas de ajuste de estatura que aparecieron tras la salida. El que iba colgado en el quinto palo, ya toca madera; y el que cargaba demasiado en el tercero va mejor en la banda. Ya se va entrando en calor. ¡Con qué facilidad responde el Paso a las órdenes de la voz! ¡Con qué precisión se ejecutan los movimientos! ¡Qué bonito va! Lástima que haya tan poca gente por estas calles. Claro, que es lógico que el personal se concentre en la puerta de la iglesia hasta que salga la Virgen.

Buenas trepás estamos dando. Estamos escuchando dos o tres marchas en cada una. Esperemos que no llegue la hora de pagar estos excesos. Buena banda llevamos; parece dispuesta a picarse con nosotros. Lo que no sé es de donde habrán sacado ese extraño redoble, que dificulta mantener el ritmo al empezar la marcha.

Un fondito, ya era hora. Aunque todavía no estemos cansados, viene bien para relajarse de la tensión mantenida en el correcto mecío y en la atención a la voz y a la música; y también para descansar de la incómoda postura mantenida. Este año voy más estrujado que nunca contra el respiradero. Como estos niños sigan creciendo y echando espaldas voy a acabar haciéndole compañía al botijo. Hasta que el sudor no engrase nuestros cuerpos no entraremos en el palo con facilidad; no tardará mucho.

El que sí que tarda es el mayordomo en tocar. Estará saliendo el palio. ¿Qué pasa ahí? ¿Qué se traen esos dos mirando por el respiradero? ¡Hombre!, merece la pena la ojeada. Buena moza la morena de la falda roja. Siguen sin tocar. Menudo cotarro se está organizando. Estos fondos tan largos al principio enfrían los cuerpos y los ánimos.

Ya nos vamos. Y ya están diciéndole al capataz que vamos tarde. Es impresentable que ahora nos hagan correr. Se ha levantado un aire fresco que hace desapacible el caer de la tarde. Menos mal que la banda va a tocar de nuevo. A ver si nos animamos. Ahora nos dicen que no hay sitio para escucharla. Lo dicho: impresentable. Esto no pasa por el filtro eufórico de la cola, que está llevando la voz.

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Estaba claro. No van ninguna y vámonos p’atrás. Algo me dice que se ha terminado el preludio de las primeras trepás y entramos de lleno en la carga.

Por las albinas del puente hay una senda de espinos que conduce hasta el Calvario el más cruel de los destinos. ¡Qué Gran Poder hace falta para andar ese camino! ¡Cuánto Amor es necesario para hacerlo tras de un hijo! Mas el poder y el amor son atributos divinos. Con la cruz cargada al hombro - la túnica un torbellino azotada por el viento - deja el paraje salino adentrándose en los barrios de los patios de vecinos. En la noche se oye un llanto limpio y claro de ojos niños; a la voz del capataz el Paso se ha detenido; es un pequeño estudiante ¡alma de los Afligidos! que las lágrimas se seca al contemplar que su Cristo se ha parado a consolarle con un suave mecido. La calle de la Amargura iluminada por cirios acoge un terrible encuentro de sollozos y gemidos ¡qué gran tensión en el aire! ¡Cuánto dolor contenido en los ojos de la Madre y en la espaldas del Hijo! Y las caídas del Paso acarician los bordillos dejando un reguero largo de tortura y de suplicio. El levante se ha calmado a mitad de recorrido. La procesión se dirige hacia otro de sus hitos. Un enciendevelas pasa incendiando los pabilos. Un penitente descalzo de la mano lleva un niño. Se van midiendo distancias y se mandan los avisos hasta la tribuna roja

donde hay que pedir permiso. Altas representaciones y prebostes conocidos han ocupado su sitio en lo alto del altillo; pértiga gorda en la mano o venera de gran brillo van controlándolo todo: orden, horario y estilo. La procesión es más larga que su título honorífico. Va haciendo mella el cansancio en los penitentes chicos; cuando se dobla la esquina donde se acaba el prestigio se atreven a revelarse y a sentarse en el bordillo. En el sendero de muerte de vejación y silicio también el cansancio abate al que carga con su sino. Un cirineo, obligado, se comporta como amigo y una Verónica santa seca el sudor del cautivo que le regala su estampa sobre su pañuelo fino. ¡Qué grande Misericordia en tan sangriento camino! Va Jesús el Nazareno con el rostro envejecido arrastrando su figura una estela de gentío una chusma que le acosa como aquel pueblo judío. ¡Que le sigan humillando! ¡Que lo mezan con más brío! ¡Que le escupan! ¡Que lo paren! ¡Que lo azoten! ¡Qué delirio! ¡Que entre y salga cien veces! ¡Que continúe el castigo! ¡Que no se recoja nunca! ¡Que no termine el martirio! Pero el viejo se estremece ante su pueblo sencillo el que le adora y le reza el que llora sin dar gritos, y caminando sin prisa sobre su monte florido

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a los devotos e infieles les perdona sus delitos. ¡El más grande de La Isla! Nazareno, pobre y rico.

Y su Madre va detrás pidiendo a los asesinos los Dolores para Ella y Piedad para su Hijo.

¡Qué trepá más mala estamos dando! Desde que la cola nos cogió la vez y se

adelantó en la levantá, me lo temía. Si el Paso no se levanta bien, la trepá no puede ser buena; y esta es un ejemplo de desatino. Estamos dando unos cabezazos horribles. Esta es la cuarta vez que el capataz nos corrige hacia la izquierda... ¿no será la cola a la derecha? Esto no es ir a las bandas. Esto es una insípida pelea contra la madera, cada uno pa su bolsa. Lo único que conseguimos es destrozarnos sin sentido... ¡Lo que faltaba pa’l duro!, agachando los cuerpos. Habrá uno de esos cables ilegales; o de los que el Ayuntamiento permite poner sin la altura reglamentaria. Lo vamos a pasar por un extremo... ¡ea!, a subirse al bordillo, ¡la puntilla!... Ya está; arriba los cuerpos si se puede. La gente aplaude; lo que tenía que hacer es impedir que pongan esos cables en sus casas. Venga, fondo por igual y vamos a terminar con este desastre... Sí, por igual... ¡cuarenta patas parece que tiene este Paso!

¡Qué trepá más mala! ¿Dónde está el botijo, hombre? Hace diez trepás que no lo veo por la cabeza. ¿Cómo? ¿Que han ido a llenarlo? Habrán ido al poza Alcudia... Escucha ¡una saeta! ¡Vamos!, van dos directamente. A ver como levantamos ahora, niños. Hay que cogerlo bien arriba. ¡Al cielo! ¡Buena levantá!; y buen sitio para cantar a pelo una buena saeta. Estas calles casi solitarias son ideales para estos trances. Este saetero entiende; viene a cantarle al Cristo y no a la gente. Y ese niño que lleva la voz también entiende. ¡Vaya recital de banditas nos está haciendo dar sin dejarnos atrás al cantaor! Eso es; ahora que se ha terminado, busca la banda para empalmar con una marcha. Así se anima una cuadrilla. ¡Buena banda! Al primer quieto se ha quedado con el cante y no se ha hecho esperar. Ya la tenemos ahí. ¡Qué bonito va! ¡Qué suavidad en las banditas! ¡Qué maestría en el mecío! ¡Qué compenetración con la música! ¡Qué arte! Estos son los maravillosos misterios de la carga. El mismo personal, el mismo Paso, la misma banda, el mismo capataz, la misma calle... y hace un momento daba penita vernos y ahora estamos haciendo una trepá para colgarla en el Museo del Prado.

Vámonos con la misma hasta la convidá, que ya está ahí mismo. Nos hemos ganado un cigarrito y un trago. ¿Qué es esto? Pictolines y limones. Vienen bien para la sed, ya que el botijo no aparece, pero me huele a coba fina. Con el surtidor en puertas, este soma significa que vamos a pasar de largo y que saldremos cuando llegue aquí la Virgen. Luego pasará el descanso entre ir y volver hasta el Paso. Bueno, ya estamos acostumbrados. Tira pa’lante y vamos a aprovechar el buen momento de la cuadrilla. Y no protestes más, que estas son las cosas de la carga.

La hora del sacrificio están prestos los altares la escritura ha de cumplirse con una muerte salvaje. Un hombre desnudo observa cómo se juegan su traje una túnica sencilla sin bordados, sin encajes. Un Dios desnudo esperando que se culmine el ultraje mientras abraza el madero

donde luego han de clavarle. ¡Cuánta Humildad y Paciencia se demuestra en este lance! Siendo el poder infinito aguarda su desenlace sin defenderse del mundo que quiere crucificarle. ¡Qué serenidad la suya! ¡Qué incomprensible mensaje! Sólo una cosa le inquieta son las Penas de su Madre.

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VIII PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando Juan Carlos González Gago

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Vuelve la brisa marina a pasear por las calles. Huele a sapina y a incienso mezclados con azahares. La procesión va despacio a pesar de los cofrades; el Gólgota es un destino al que nadie llega tarde. Suenan fúnebres las marchas al ritmo de los timbales. Alguien canta una saeta entoná por soleares. Por el camino de vuelta ya vuelven los estandartes. ¿Para qué sirven la plata la seda y los alamares si no libran de la muerte ni a los dioses inmortales? De la capilla sixtina de las salidas de arte han sacado a Jesucristo y van a crucificarle. Con el mar como testigo de tan trágico desastre dos cargadores se suben al Paso para fijarle; otros brazos de hombres rudos ayudan a levantarle. El mar se ha quedado mudo al oírse la gran frase: ¡Perdónalos, Padre mío,

que no saben lo que hacen! ¡Qué afortunada es La Isla que revive este pasaje porque gracias al Perdón La Paz reinará en las calles! Tallado en noble madera un Calvario impresionante con una Cruz Verdadera y un Señor agonizante van atravesando La Isla como un bajel navegante. El Cristo de pelo largo ofrece su última sangre. Hay quien piensa en recogerla y guardarla en los griales; falsos griales de oro que otorgan eternidades la única vida eterna es su muerte quien la trae. A sus pies va la Señora que le acompaña en el trance. Él no solo da la vida también entrega a su Madre a todo el pueblo del mundo que de su muerte es culpable. - Madre, ahí tienes a tu hijo. - Hijo, ahí tienes a tu Madre. Ella lo escucha y acepta como aquella vez del ángel. No cabe Mayor Dolor que le dolor de Nuestra Madre.

¿Por qué es tan mala siempre la primera levantá después del refrigerio? ¡¿Será

posible?! Se supone que hemos renovado fuerzas y descansado un poco. La convidá ha sido cortita, pero este año nos hemos podido fumar el cigarrito entero. Tenía que haberme tomado un vaso de vino, como suelo hacer, en lugar de una cerveza; le cae mejor al cuerpo. El gas con la faja tan apretada no sienta bien. Lo que sienta bien es el bocadillo que me ha traído esa niña...

¿Habrán encontrado ya al sustituto que buscaban en la Virgen? Desde luego, vaya destrozo que se ha hecho en el cuello ese hombre... Dicen que va bien el palio; no me extraña, hay mucha solera en esa cuadrilla.

Esto va pegando. Esa voz de ánimo que le echa la culpa al terreno no cuela. Cuando el gallinero va tan callado es que va dando leña por igual. Es normal. ¿Qué vamos a querer?, son ya muchas horas. Menos mal que por fuera no se nota. A estas alturas hay un posillo de cansancio generalizado y característico. Todo es como un poco automático y como muy pausado. La banda toca por enésima vez la misma marcha, dando un sonido como más cansino; el Paso se mece y avanza como por inercia; la gente, desde las aceras, mira las imágenes con una expresión como a mitad de camino entre la ensoñación y el embotamiento; hasta el monaguillo del incensario lo hace

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pendular con una particular cadencia. Esperemos que no lo derrame en el centro de la calle (que no sería la primera vez), porque aquí abajo estamos como para un conato de asfixia.

Es duro este trecho del recorrido. Curiosamente, los que más alardean de puntales y buenos cargadores, se han quitado de enmedio aprovechando el turno de refresco. Ya aparecerán todos en cuanto lleguemos al barrio. ¡Morralla...! ¡A la hora del sacrificio es donde se ven a los puntales, y no en las trepás para la galería! Es como los saeteros. ¿Dónde están ahora los saeteros? Me lo imagino: montando el micrófono para interrumpir a la banda en la recogida.

Ahí hay uno que quiere una trepaíta. Estos sí que son los auténticos refrescos. Llegan, echan el cable, se dejan las asaduras en un par de trepás leñeras, y se van con pena y sin gloria. De todos modos, tanto trasiego como se organiza no beneficia en nada.Tanto movimiento de personal impide que la cuadrilla se asiente... Esta banda sigue envenenada. Menos mal que aquí hay más fiebre que en San Carlos. ¿Pues no está pidiendo la cola que vayamos empalmando las marchas? ¡Ameneide, hombre, ameneide!

Bombo, platillos, trompetas, saxofones, clarinetes, flautas, tubas y trombones todos van tocando fuerte: es la procesión que llega al barrio de donde viene. Alrededor de los Pasos con nerviosismo impaciente con pasión arrebatada se arremolina la gente. Por entre la muchedumbre el Paso del Cristo emerge; va camino de la iglesia detrás de los penitentes. ¡Qué gran impresión produce el misterio reluciente! ¡Qué belleza cuando pasa caminando lentamente al compás de los sonidos de cornetas estridentes! Al pasar el Paso palio algo flota en le ambiente mezclado con el incienso y con las ceras ardientes; el aroma de las flores se respira densamente. Suenan al son de la banda los varales y caireles. Lo que entra por los sentidos se hace dueño de las mentes. La Señora va arrastrando un largo manto de fieles. ¡Qué ensoñación se genera

ante un palio que se mece! Cuando se asoma a la plaza el Cristo a buscarla viene. ¡Qué bonito es el encuentro! Lo más típico que tiene nuestra gran Semana Santa; folklórico, si se quiere, pero que ha hecho brillar los lagrimones que vierten las vecinas que pagaron los lirios y los claveles. La procesión se recoge como debe recogerse con el aplauso del pueblo que el corazón estremece, con el ánimo encendido de la fe de los creyentes. La culminación del acto que el culto externo pretende. Otro acto se culmina sin que nadie en ello piense. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. La mujer de la guadaña ha llegado por el puente. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. Las hojas de las acacias ni respiran ni se mueven. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. La oscuridad absoluta nos anuncia que se muere.

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Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. ¿quién escribió en el destino tan irreparable suerte? Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. A la plena luz del día pide al Padre que lo lleve. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. Rebrincando el mar de espumas el Padre ordena que truene. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. El cielo abrió sus entrañas. A sangre en el aire huele. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. Es noche de luna llena; aunque no haya nubes, llueve. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. El Paso pasa despacio. Esta noche no se duerme. Solo nos queda el silencio

lo demás es todo muerte. Solo fúnebres tambores ¡que la música no suene! Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. El más tétrico pasaje entre cuatro hachones vuelve. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. Cuando miro su costado la conciencia me remuerde. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. Aunque los ojos no lloren lloran las almas y duelen. Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. ¿Porqué está triste La Isla en esta noche de Jueves? Solo nos queda el silencio lo demás es todo muerte. ¡Qué estupidez infinita! Matar a Dios nadie puede. Nos queda con el Silencio la Esperanza tras la muerte.

Es increíble; ha sido pisar el barrio, y los cuerpos se ha ido arriba por igual casi

una cuarta. ¿Qué embrujo hay en el barrio? ¿De dónde sale esta fuerza que refluye de nuestros músculos entumecidos? ¿Cómo es posible, si el Paso pesa más que nunca, que los huesos se quejen menos que siempre? ¿Porqué es casi imposible pensar? Las voces, nuestros movimientos, todo responde directamente a las percepciones sensuales, sin intervención cerebral. El mecío surge espontáneo de la transformación del sonido de la música, del olor a incienso, a sudor y a cera, del contraluz luminoso del respiradero, del movimiento acompasado de las caídas, del sabor salado del sudor que corre por la cara, de la garganta seca, de la humedad calurosa y aplastante de la almohada, del roce con el brazo compañero, del tacto duro de los adoquines, de la intuitiva presencia de la gente del barrio, del crujir de la madera, de la omnipresencia del objeto de la carga...

¡Qué sensación de estar envuelto... de formar parte de un ente superior, incontrolable! El dolor y la fatiga se subsumen. La situación debe ser parecida fuera. El pueblo se aglomera junto al Paso. La banda toca sin descanso; va a empalmar por tercera vez la marcha... Aquí nadie pide fondo. ¡Qué embelesador misterio de belleza!

¿Porqué quiere el mayordomo que paremos? Estoy oyendo a lo lejos la banda de la Virgen; debe venir salpicando fango. Que sigan metiendo penitentes, ¿A qué parar? ¿Es que no se han dado cuenta de que los Pasos son los que mandan en el barrio? ¿No han observado que la gente, la banda y la cuadrilla son todo uno con el Cristo? ¿Es que no ven que ha vuelto a producirse el milagro de la Semana Santa andaluza, la culminación del sentimiento cofradiero de La Isla? ¡No van ninguna, vamos a escucharla entera!

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Ahí está la puerta de la iglesia. Vamos a acabar el giro... Fondo. ¡Cómo se ha dejado caer el personal! Estamos hechos polvo, listos de papeles. Hay que contener la relajación que esto no se ha terminado todavía. En esta espera se viene encima todo el esfuerzo anterior. Mira qué estampa. Con razón comparan los Pasos con los galeones. Esto parece la bodega de los condenados a galeras: todos arrumbados unos sobre otros. Deberían dejarnos salir a tomar el aire. Aquí sudan hasta las baterías, los pernos y las puntillas. Por cierto, todavía vamos con la primera batería; la otra... peso muerto, pero el año que viene estará ahí otra vez. 1990¡Cómo abarrota la gente la plaza! Se ha concentrado aquí media Isla. Está asomando el palio. En volandas traen a la Señora. ¡Qué bonita va, con toda la candelería encendida, iluminándola las velas! A ver si se quita el capataz de delante, que no la veo por el trocito de respiradero que me toca... Ahora... ¡vaya, hombre! Ya ha encendido un afotero una antorcha y se ha cargado el ambiente para sacar un video casero. ¡Como si este momento pudiera uno llevárselo grabado a casa...!

Ya la tenemos cerca. Vamos a buscarla. Esos es, cojamos el ritmo de su banda. Toda la noche oyendo su eco. Hay que demostrarle a los virginianos que también sabemos andar al son de Amargura. Bonito tema para darle el encuentro. Muy atento a las voces que ahora llegan órdenes de todas partes. ¡Qué silencio en la plaza! ¡Qué emoción aquí abajo, con la responsabilidad de la proximidad de ambos Pasos, con la compenetración de los movimientos, con el abrazo de dos cuadrillas! Estamos girando... No oigo nada... tengo la banda pegada al respiradero. Da igual, esto parece que va solo... El bordillo... ¡arriba!... Me la está dando mortal.

¿Fondo? ¿A mitad de marcha? ¡Ah!, están cambiando los cuerpos en la Virgen. ¡Rápido!, van dos para nosotros y atentos a la campana del palio. ¡Impresionante levantá conjunta!, ha hecho exclamar al pueblo, como la primera. Vamos a terminar la marcha acompañándola hacia la puerta. Suena el himno. Fondo que es para Ella. Cambiando los cuerpos. ¡Uf!, esta es la peor trepá del recorrido, menos mal que es la última. La almohada tiene cogida la forma contraria, y no se amolda bien. Además han entrado algunos refrescos que querían recogerla a medio ganchete, y nos vamos pisando.Abreviemos: marchita corta, himno sufrido y pa'dentro. Estoy exhausto; no puedo más; voy hecho una alcayata; la almohada se me escurre... ¿Qué hace la cola? ¡Pa'fuera otra vez, no; no nos pasemos! Menos mal que el capataz se ha impuesto. Extenuación es la palabra que define el estado general de la cuadrilla. Estamos dentro. Fondo a la primera. Vamos soltando amarras.

Hay que levantar de nuevo para colocarlo en su sitio. ¿Cómo que a pulso? ¡Al cielo! Es una satisfacción poder dar esa levantá después de recogerse. En otros tiempos... Vamos rezando el Padrenuestro mientras soportamos otro inexplicable encuadre. Listo; se terminó; a “huir”. ¿Otra vez el cura? ¿Qué dice? Sí, hombre, sí; ya sé que estamos en la iglesia. Desde hace siete horas no hemos dejado de estar en ella. Vámonos al almacén a comentar las jugadas tomando una copita. Mañana será otro día.

Recién comienza la muerte Cristo de la Sangre roja Desamparados nos dejas a los pies de la Señora. La desolación se esparce por las arenas y rocas por la plazoleta chica del hospital de las monjas.

Bajando hacia los esteros embadurnada de rosas un relente duro y frío sobre su palio reposa. Luego, con palio de estrellas, y las manos oradoras con el alma apuñalada entre las casas retorna.

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Sube en silencio la Mater Amábilis Dolorosa sufriendo la Buena Muerte del Hijo que nos perdona. Se riza el mar con espumas en las cretas de las olas. Salpican las escolleras de los erizos aromas de ostión y burgaíllo de cañaíllas y bocas. En una barquilla blanca está la mariscadora. El Cristo desenclavado en su regazo reposa. Con un puñal en el pecho la Virgen morena llora elevando su mirada cálida y desoladora. Navega contra corriente con el levante de popa por una mar arbolada por el pueblo que la adora. Va subiendo entre piropos por la cuesta más penosa la que va desde la muerte tras una vida muy corta a la vida prometida por la muerte redentora. Para subir esa cuesta nos hace falta una cosa: que la Caridad nos lleve en su barca mediadora. Cuando se llevan al Hijo los que van a darle fosa al pie del árbol sagrado la Madre se queda sola. ¡Soledad de soledades! La Soledad está sola. Nadie puede consolarla en su más difícil hora ningún alivio es posible salvo su fe salvadora. Pero las gentes sencillas de clase trabajadora no entiende dogmas divinos ni cuestiones religiosas, sólo sienten en sus almas el dolor de la Señora y quieren darle consuelo y aliviarle su congoja.

La Redención va al encuentro de millones de personas. Cuando vuelve hacia su templo, la Soledad no va sola. Cuando se cierran las puerta La Isla sí que está sola. La ausencia llena las calles de rumor de caracolas. El mar retira sus aguas de las playas arenosas Semana Santa varada en espera silenciosa sentada en un blanco cierro por los visillos se asoma para ver si llegan pronto las procesiones gloriosas. Mientras las calles se duermen hasta que llegue la aurora las mujeres van guardando las mantillas españolas. Las tubas y los fagotes un réquiem fúnebre entonan. El Santo Entierro divino su cortejo procesiona. El Dios Hombre va yacente sobre una fría losa cubierto por una urna hecha de cristal de roca. Tiritan los naranjos y cipreses las flores deshojaron sus corolas los juncos de las dunas se cimbrean los briosos corceles se desbocan los perros aúllan en la noche y los hombre se refugian en su alcoba. Y la Madre, golpeada por el rayo en su alma dolorida y luminosa caminando entre azucenas y corales en su palio, con su manto y su corona el Mayor Dolor del mundo en Soledad reza y llora. Un Rosario de Misterios Dolorosos se desgrana en la noche quejumbrosa. La muerte va ganando la batalla. La oración es el arma milagrosa.

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VIII PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando Juan Carlos González Gago

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Parece que he llegado el primero; ¡para que después digan! Aquí no hay nadie de los nuestros. Estarán todos en el otro traslado. Si hubiese salido un poco antes podría haber cogido la corrida desde el principio; ahora ya no me da tiempo. La culpa es de haber prolongado tanto la convidá de anoche; pero, ¡es tan maravillosa la convidá del viernes! Ese ambiente cordial y distendido... ese sentimiento orgulloso, por haber cumplido todos los compromisos con creciente brillantez... esas primeras valoraciones generales... esa eufórica sensación de bienestar...

Hoy también habrá un gran ambiente. Se supone que es jornada de luto, pero la

alegría es general en los rostros. Al fin y al cabo, mañana es un día de gloria. Ahí llega el mayordomo; a ver si me da una flores del Paso para mi madre, que ayer no nos dejó cogerlas. ¡Cómo pesa ese santo! Hacen falta tres personas para bajarlo. No me extraña que ayer diera tanta leña, si arriba hay más gente que en las listas del paro.

Ya están aquí. Vienen de todas las cuadrillas. El buen personal se nota. Ese vendrá para confraternizar, para ir haciendo cursillos de capataz, o para tomarse las copas, porque como lleva el cuello es imposible que se meta debajo. Pocos desollones he visto de ese calibre. ¿Qué traman esos dos? Estarán planeando la típica broma de engancharse a la pata de la cola con el Paso en marcha.

Venga, hagamos las andas rapidito y con las coñas marineras imprescindibles. Hay que aprovechar la última ocasión del año de tocar palo. Algunos repetirán en verano, pero con esto que a los largos no nos dejan ir en los palios... ¡con lo que a mí me gustaría sacar la Virgen del Carmen!

Vámonos que me pongo triste, y hoy es día de júbilo. La iglesia se queda vacía; estará contento el cura. Terminemos el traslado y vamos a celebrarlo... Mañana ya, de chaquetita detrás del Paso del patrón. Y luego, a seguir celebrándolo... ¡Y meses de comentarios! Esto no da más de sí. Se termina. Habrá que esperar. El año que viene... más.

A la blanca luz del alba se esconde la blanca luna. Un cielo raso azulado da a La Isla cobertura. Un sol de cabellos largos y dorados nos circunda. A la tercera mañana se cumplió las escrituras. Una gran luz cegadora ha surgido de la tumba. De nada sirvió la guardia armada con armaduras. Han rugido los infiernos al caer la losa dura. La muerte huye a lo lejos por una vereda oscura. Una vida de esperanza inicia su singladura. Dos ángeles mensajeros en el sepulcro aseguran que se encuentra entre nosotros

el que las mujeres buscan. Por los patios de vecinos la gran noticia circula. Sonríen los hombres recios y los niños en sus cunas y los novios se pasean cogidos por la cintura. Estandartes y banderas ondean en las alturas. Procesionan los cofrades los cargadores y el cura. Tañen todas las campanas sin olvidarse ninguna. En el Carmen, la Pastora se ha vestido de dulzura. Vuelve la flor a vestirse con su mejor vestidura. El mar sube hasta la playa bañando el pie de las dunas. La aguas de la bahía las blancas velas acunan.

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Es tiempo de regocijo por los caños de bajura. La sal se pone brillante pirámides de blancura

La Isla de San Fernando grita al mundo una gran bula: ¡Cristo ha Resucitado! ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Real Isla de León, 7 de abril de 1.990 - Sábado de Pasión Rafael Marín Gálvez

(Joven Cargador Cofrade)