vii pregÓn del cargador

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VII PREGÓN DEL CARGADOR a la Semana Santa de San Fernando Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades" J.C.C. bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" a cargo de D. Manuel Lubian Lopez pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad SAN FERNANDO 18 de marzo de 1989 Sábado de Pasión

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pronunciado en el Salón de Actos del Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el Pregonero cargador" SAN FERNANDO 18 de marzo de 1989 Sábado de Pasión D. Manuel Lubian Lopez a cargo de

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VII PREGÓN DEL CARGADOR

a la Semana Santa de San Fernando

Organizado por la Asociación "Jóvenes Cargadores Cofrades"

J.C.C.

bajo el lema "cuando el Cargador se hace pregonero o el

Pregonero cargador"

a cargo de

D. Manuel Lubian Lopez

pronunciado en el Salón de Actos del

Colegio de las Hermanas Carmelitas de la Caridad

SAN FERNANDO

18 de marzo de 1989 Sábado de Pasión

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VII PREGÓN DEL CARGADOR

A la Semana Santa de San Fernando

Manuel Lubián López

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PRESENTACIÓN DEL PREGONERO a cargo de

D. Enrique Fernández Fernández

Muy buenas tardes queridos amigos. No se me pasó por la imaginación, cuando designamos al pregonero de este año

que sería yo quien lo presentara, aunque pensándolo fríamente es lo normal, dado nuestra gran amistad.

No quisiera recurrir a los tópicos de todas las presentaciones y hacer una biografía detallada y sí hablar un poco de forma generalizada sobre distintas facetas de su vida y de su personalidad.

En el aspecto familiar podríamos destacar su inmenso amor por su madre, su admiración por su padre, su adoración por su esposa y su delirio por su hija.

Desde el punto de vista profesional, al elegir la carrera de Medicina lo hizo con todas las consecuencias, como los antiguos médicos a los que se puede llamar a cualquier hora y en cualquier circunstancia. Él atiende a todo el mundo, familiares, amigos, vecinos de los familiares, de los amigos... y además con todo el agrado.

En el aspecto literario es persona de mente privilegiada que retiene inmediatamente todo lo que lee. Desde que forma parte de nuestra Asociación ha realizado presentaciones del Boletín y del Cartel, ha escrito numerosos artículos, ha moderado mesas redondas... lo cual ha dado como fruto su presencia en este día.

Por último quisiera hablar de su aspecto más interesante para nosotros, el de

CARGADOR Y COFRADE. De esta faceta podría destacar que ya antes de nacer estaría ligado a la Cofradía

del Santo Entierro y a la Virgen del Carmen, pues al tener su abuela una tienda de pan pegada al Convento del Carmen, su madre embarazada le hacía llegar a través del cordón umbilical el olor a incienso, queriendo sobremanera a Jesús y a María.

A lo largo de su vida ha pasado por distintas etapas del mundo cofrade, pasando desde monaguillo hasta cargador.

Hace ahora diez años tuve la suerte de conocer a varios de los que en futuro serían mis mejores amigos. Desde aquel encuentro hemos compartido casi todo, entre otras cosas nuestra pasión por el mundo de la carga.

Cuando le conocí su mente no podía comprender como personas más o menos inteligentes podían meterse bajo un paso haciendo un esfuerzo sobrehumano y disfrutar haciéndolo. Pero con mi insistencia tuvo la osadía de probar y quedó fascinado.

Ha formado parte desde entonces de la Junta Rectora, ha sido uno de los padres del Boletín, del Cartel y sobre todo ha tenido que soportar a su mujer, que como es normal en las personas que nos quieren, le recrimina para que no cargue más.

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A la Semana Santa de San Fernando

Manuel Lubián López

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Bien amigos, una vez sintetizado un poco quien es nuestro pregonero solo me queda una cosa y es llevar a cabo lo que tenía que hacer desde el principio: presentaros con satisfacción a quien va a tener el honor de proclamar el VII Pregón del Cargador a la Semana Santa, a mi amigo MANOLO LUBIÁN.

Muchas Gracias.

VII PREGÓN DEL CARGADOR

a cargo de D. Manuel Lubián López

Señoras, señores, compañeros del mundo de la carga, buenas tardes: Ante todo

quiero agradecer las palabras de mi presentador pronunciadas evidentemente más desde el afecto que desde la objetividad.

Es un motivo de orgullo para mí, como lo sería para cualquier cargador, que sea precisamente Enrique quien se halla enfrentado con la difícil empresa de decir algunas palabras sobre quien hoy, por circunstancias coyunturales, cambia la faja y la almohada por unas simples cuartillas y se convierte en pregonero.

Y es una razón para sentirse legítimamente orgulloso, porque él es, además de

mi mejor amigo, el responsable de que yo entrara un día y continúe aún en este ambiente inexplicable que es el de los cargadores.

De Enrique todo el mundo recuerda su desgraciado percance de hace unos años.

Su columna se quebró cargando al Señor de la Columna. Desde entonces se tiene que "conformar", qué idea más curiosa, con ser su capataz.

Pero yo quiero recordarlo mejor por lo que de verdad es y seguirá siendo: el

mejor cargador que tiene la JCC y como una de las personas que hizo posible un día, hace diez años ya, que surgiera en La Isla una Asociación como la nuestra. Y lo que es más difícil, como quien ha sabido mantener el empuje y la ilusión de todos aquellos que lo hemos seguido.

Enrique, con su ejemplo, consigue que perseveremos en los momentos más difíciles, como él mismo superó aquello que más difícil puede resultar para un cargador. Por todo ello gracias Enrique, amigo.

Cuando mis compañeros decidieron osadamente conferirme el honor de ser la voz solidaria de todos los cargadores en su canto a la Semana Santa, lo primero que se me ocurrió plantearme, tras pensar en que se habían equivocado, fue, pero en realidad ¿ qué es un pregón?. Para no irme al María Moliner y que me tildaran con razón de presuntuoso, me contesté que en nuestra tierra el término tiene un significado especial y distinto del que posee en general.

Aquí pregonar la semana santa es, o debe ser, algo mas que hacer publicas las

excelencias de lo que constituye un fenómeno que está muy profundamente enraizado en nuestra vida colectiva.

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Manuel Lubián López

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Sería de una presunción absurda pretender mostrar por parte de este pregonero, al fin y al cabo gente de la maera, algún aspecto nuevo de la estética cofradiera, ya que con seguridad todos los presentes tienen una mejor experiencia y por supuesto conocimiento, en estos aspectos de nuestra Cuaresma.

Por si esto fuera poco me enfrento con otro problema al abordar este agradable compromiso en que me encuentro. Han sido muchos los que me han precedido en esta tribuna. Y cada uno ha afrontado esta situación desde lo que les dictó su particular sentido de la Semana Santa, filtrado por sus emociones y enriquecedora experiencia.

Salvador desde la amenidad y la estética visual, Alberto con su ejemplo de erudición y cariño por todos los que nos precedieron bajo los palos, Pepe a través de su peculiar sentido del ritmo y la cadencia, Chiqui poniendo toda su sensibilidad sobre la palestra, Juan pertrechado con sus inspirada perfección estilística, Carlos con la autoridad que le confiere su experiencia...

Todos ellos me lo han puesto más difícil, si esto era posible, para presentaros un pregón que constituya una aportación original y con interés para todos vosotros. No puedo pretender cantar las virtudes de la Semana Santa, de nuestra Semana Santa, ante un auditorio como este, que no necesita ser convencido.

Lo que pretendo hoy es compartir con vosotros lo que experimentamos todos los cargadores envueltos en la atmósfera tibia y olorosa tras las caídas.

Quiero que sintáis conmigo el áspero roce de la almohada en el cuello, la tensión de la faja prieta envolviendo los costados, el surco salado del sudor, propio y a veces ajeno, que chorrea por la cara y va regando gota a gota, paso a paso, los oscuros adoquines.

Y para comunicaros todo esto solo dispongo de la palabra. Pobre instrumento y casi siempre engañoso cuando lo queremos transmitir es algo mas que hechos circunstancias. Escaso artificio si lo que se intenta es, como ahora, transferir vivencias que anclan profundamente en el corazón, evocar todo aquello que nos va a ocurrir en los próximos días y hacerlo hay, cuando la Semana comienza.

Porque como bien dice Pepe el Mellao, hoy empieza todo. Efectivamente la víspera es más ilusionante que la fiesta, el camino más atractivo

que la posada. Todo es mejor cuando se prepara que cuando se realiza.

Hoy, tras escuchar los maravillosos sones con que nos deleitará nuestra Banda de la Cruz Roja, iremos como todos los años a la Iglesia Mayor a contemplar aquello que nos va a conferir una razón de ser, un motivo de existir en los próximos días.

En el interior del templo todo es precisa y comedida actividad. En la penumbra el paso nos atrae sutilmente con el brillo de su nueva capa de barniz, cuyo olor aún flota pegajosamente en el aire.

A medida que nos acercamos a la maciza armazón impresiona la rotunda figura firmemente asentada sobre sus patas, como si hubiera sido construida allí junto con la Iglesia y fuera un vano intento levantarla de las frías losas.

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Manuel Lubián López

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Inconscientemente, de forma maquinal, acerco la mano a sus dormidos respiraderos y limpio, con el puño de la chaqueta, las pocas motas de polvo que se han posado sobre la reluciente superficie de madera. !Y es que hasta el polvo pesa¡.

En la acogedora intimidad que prestan la oscuridad y el silencio evocamos todos nuestros esfuerzos y alegrías de años anteriores cargando al Señor de la Columna, que contempla con su rostro infinitamente cansado y con cierta perplejidad resignada, como siguen cayendo sobre su lastimada espalda nuevos golpes y desilusiones.

Los sueños para que se cumplan, hay que soñarlos bien. Y en esta noche en que todo es espera, al lado de la adormecida mole, es imposible dejar de sentir este estremecimiento de la carne, este erizamiento de los sentidos, que produce el recordar que mañana, apenas unas horas ya, nos enfrentaremos con la agobiante responsabilidad de prestar vida y movimiento, corazón y voluntad, a lo que sin nosotros no seria mas que otro altar acertadamente embellecido.

En la mañana del Domingo siempre recuerdo la imagen de mi casa con las túnicas de al menos tres cofradías colgadas cuidadosamente de las lamparas, para preservar el primoroso planchado pacientemente realizado en la negra tela que aún huele a cera y humo, a pesar de los lavados y del exceso de naftalina.

Ahora la túnica penitencial es otra, aunque el sentimiento sigue siendo el mismo. Ya lleva varios días la almohada esperando su momento. Ha sido previamente despanzurrada para que se oreen, oxigenándose, las apelmazadas hebras, quedando expuestas sus interioridades de vellón, guedejas de carnero, lana gorda heredada de acogedores colchones que sirvieron de descanso a abuelas siempre recordadas. Cada año es más difícil conseguir materia prima para obtener una almohada como Dios manda, fabricada según todas las reglas del arte. La almohada, a la vez instrumento de trabajo y símbolo de nuestra forma de cargar los pasos, fue rigurosamente utilizada, conservando aún las huellas visuales y olorosas de los sudores del año anterior, en los últimos ensayos y traslados previos a la Semana Santa. Y por fin desde el viernes de

Dolores, lavada su acre tela de fondo y con la funda bordada por la novia paciente y cómplice, inmaculada, recién limpia y oliendo a jabón, reposa en el asiento de enea de una silla en el comedor, sabiendo que llega su tiempo.

Encima de la blancura de la almohada se destaca el otro elemento característico de nuestro atuendo cargador: la faja. Pedazo de tela enrollada, protectora de riñones y quebraduras en la dura labor de salineros, arrumbadores, descargadores de cajas de caballas en el muelle de gallineras. Nunca hubiéramos tenido necesidad de ella, nosotros hombres de trabajo sedentario, de no ser por la carga. Y ahora... !cuanto agradecimiento¡

La descolorida faja, recomendada por Juanito el de la Saldadora, llena de recosidos testimonios de recios tirones dados por compañeros preocupados porque la tela abrace, protegiendo noblemente riñones y costados. ¡Que rito casi litúrgico el de fajarse¡

A la tensión del momento previo a la carga se une la obligada camaradería. Es imposible apretarse bien la faja solo, no hay espacio para la insolidaridad ni para la petulante independencia. Son necesarios dos o tres compañeros bienintencionados para

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conseguir el grado de presión justo, pero sin pasarse... !hombre que no me dejas respirar¡

Y por fin, colgando del respaldo de la silla, como el antifaz de nuestra túnica, el pañuelo de yerbas que pronto quedará empapado por la corona de sal de nuestro sudor, impidiendo que penetre en los ojos, haciendo aún más penoso el esfuerzo.

Y todo llega en esta vida. Aunque en los últimos días el tiempo ha ido alargándose perezosamente,

confirmando su morosa relatividad, hoy por fin es la tarde del Domingo de Ramos.

Esta es siempre la jornada de las primicias. Todo ocurre por primera vez, sin antecedentes ni impresiones previas. La primera vez que nos fajamos, el primer amarre, el primer toque de llamador, la primera levantá...

Ya están las almohadas amarradas, abrazadas firmemente al palo en esa atmósfera oscura y silenciosa a pesar del bullicio exterior, que se va habitando poco a poco y de forma trabajosa a través de las caídas levantadas. Lentamente se va llenando la bodega del paso de cuerpos recios y tensos. Los cargadores van ocupando su sitio prefijado, hasta el punto de dar la impresión de que es imposible que quepa nadie más. Encontronazos hombro con hombro, espalda con espalda, intentando hacer un hueco, sabiendo que dentro de poco, cuando llevemos un rato en la calle, no solo cabremos todos cómodamente sino que por no sé que milagro de las leyes físicas hasta sobrará espacio para los torsos relucientes y engrasados.

En la oscuridad bulliciosa resuenan los toques repetidos del llamador, exigiendo elcapataz silencio y atención.

El primer toque recio y rotundo, señala el punto de partida de lo que van a ser las siguientes horas.

Al segundo toque los cuerpos expectantes se sitúan bajo los palos como queriendo probar de antemano su fuerza y su poder. El paso se estremece con el empuje, haciendo vibrar nerviosamente los varales y campanillear las flores, comprendiendo que en su interior late ya el corazón que ha estado esperando todo un año y que lo va a llenar de vida, haciendo posible el milagro de cadencia y movimiento que es su salida por las calles de la Isla.

Cuando resuena como un trallazo el tercer toque, toda la energía refrenada en esos muslos, espaldas y cuellos se libera, consiguiendo que el paso se eleve de forma amorosamente contenida. Se levanta toda la inmensa mole, parece que se detiene un momento increíblemente largo en la atmósfera cargada y polvorienta de la iglesia, como si se sostuviera en el murmullo admirativo y preocupado de los que rodean el cortejo. Y al fin vuelve a caer pesadamente sobre las espaldas ya enhiestas que lo esperan con inquietud.

Es el momento de sopesar la carga, de acoplar el cuello a la crin de la almohada, de verificar las posibilidades.

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Manuel Lubián López

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Y luego, ya el Paso moviéndose de forma apenas perceptible, la Oración. Esa oración comenzada por quien lleva la voz y que resuena ahogada y tenue bajo las caídas se convierte en un vinculo solidario entre la cuadrilla.

Si somos capaces de rezar juntos nada puede ir mal.

Las palabras susurradas se entremezclan en el silencio con el crujido de los palos y de las recias cuerdas de pita, apagándose con el pausado arrastrar de los pies sobre las losas de la iglesia.

Sobre el murmullo solo destaca la voz del capataz que va dando firmemente las

ordenes precisas para, muy poco a poco, ir enfilando las puertas de la iglesia. Cada cargador, con los nervios en tensión y el pensamiento enfocado hacia lo alto siente que su momento, por fin, ha llegado.

El paso, con su suave mecio parece que vacila en el umbral del templo, dudando al enfrentar el chorro de luz y de voces que penetra desde la calle.

Es necesaria toda la autoridad del capataz para que suavemente, arrastrando los pies, madera, metal, cirios y flores vayan atravesando el dintel de una puerta que parece encogerse sobre Jesús para no dejarlo marchar, para retener a María amorosamente en su templo.

Pero al fin, con los claveles rozando las jambas los remates del palio salvando milagrosamente la puerta, vamos saliendo a la calle, pisando ya la madera maltratada y quebradiza de la tarima, oyendo a través del respiradero el bullicio de las voces y de los gritos en la tarde primaveral.

Y enseguida, cuando ya los candelabros de cola han superado el ultimo escollo, se oye el primer “quieto” y a los sones de la música conseguimos el mecio aún demasiado impetuoso, no atemperado todavía por el cansancio, sin la suavidad que tendrá el movimiento dentro de unas horas, pero vigoroso e ilusionado, como un prologo de lo que nos espera. A medida que cae la noche, entre sudor y azahares, el movimiento va templándose, ganado en ritmo y cadencia, conjugándose con mas suavidad al sonido y a la oscuridad.

Los goterones de la cera fundida, los golpes de los flecos del palio contra los varales, el crujir de las cuerdas y de la madera, todo se suma a la música que la Banda de la Cruz Roja va regalándonos tras el manto estrellado de María.

Porque la música es algo imprescindible en nuestra forma de cargar. La estética

de la carga de los pasos en la Isla se asienta sobre dos soportes contradictorios; el movimiento y la quietud, el sonido y el silencio. En la configuración afortunada de estos elementos descansa la peculiaridad de nuestra forma de entender los desfiles procesionales. Y es que “ solo la música puede decir lo indecible, solo la música hace capaz al hombre de responder a Dios en el dialogo eterno.” Para expresar los sentimientos mas elevados, los pensamientos enfocados en lo divino, no bastan las palabras y estas constituyen a veces una trampa y una traición. Afortunadamente disponemos de la música para manifestar la tristeza por el Sacrificio Divino, la inconsolable angustia por el Dolor de María, la alegre esperanza en la Resurrección.

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Manuel Lubián López

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Todos hemos sentido el intenso significado de una marcha doliente o esperanzada cuando cargamos. Estos sonidos y silencios, traducen, haciéndolo inteligible, todo nuestro esfuerzo callado y anónimo.

A nosotros como cargadores, nos incumbe sobre todo el hermanamiento sincrónico entre el movimiento y la música, entre el mecio y el sonido, hasta lograr esa maravilla de armonía y compás que solo es posible ver y sentir aquí, en la Isla.

Y la música es también algo más. También es el recuerdo. Cuando alguien ajeno al mundo cofradiero se asombra por mi interés por la carga inevitablemente surge la pregunta”: pero para ti, que es la Semana Santa”... Y por encima de todas las explicaciones posibles, de todas las imágenes que se agolpan en la mente, se sobrepone una marcha: Amargura.

Siempre que intento enfocar, visualizando mentalmente, la Semana Santa en la Isla aparece de forma obsesiva en mi recuerdo el fulgor dorado de Afligidos girando la calle Rosario y subiendo fatigosamente Colón arriba, mientras ,en el cierro de enfrente, el espejo de un ropero entreabierto hace posible que una enferma, desde su cama, vea por ultima vez en la tierra a su Dios que muy pronto le dará acogida y reposo. Y la Banda de la Cruz Roja sigue tocando Amargura.

Únicamente este momento ya justifica todo nuestro esfuerzo, toda nuestra ilusión y aún toda la historia de las Cofradías.

Y el cortejo sigue. Por fin hemos abandonando la vanalidad insulsa y exhibicionista que supone la Carrera Oficial, donde todo se convierte en la antítesis de lo que debe ser un desfile procesional.

De nuevo volvemos a lo nuestro, a las calles estrechas y en penumbra, con sus almenas encaladas que abrazan el palio reteniéndolo amorosamente en la noche apacible, donde el humo de los cirios se enrosca perezoso en el aire cálido y oloroso.

Alguna vez he tenido que soportar oír la sinrazón de que los cargadores de la Isla solo sabemos llevar los pasos en las calles anchas, espaciosas. No sé bien donde ha surgido este injusto infundio, pero invitaría a quien lo propaga a embobarse con el Medinaceli en la calle Cervantes, cuando desciende trabajosamente el paso sin poder hacer fondo entre trepá y trepá, sin sitio entre los respiraderos y la desconchada pared para que quepa mas que un suspiro, donde los varales de la Trinidad van besando en su tenue mecío los muros blanqueados, mientras suena la voz del Lapidario. O que disfrute con Soledad calle Amargura abajo, otra vez la amargura, con una muchedumbre de monaguillos de paisano precediéndola cariñosamente en la noche del Desamparo. O con lagrimas subiendo San Nicolás, paso a paso, deleitándose perezosamente, presintiendo que queda muy poco para volver al templo y decidiendo permanecer un poco mas todavía con los que la adoran.

En estas calles volvemos a ser nosotros mismos. Es aquí donde, asomados a los respiraderos como tras la celosía de un confesionario, sentimos todo el dolor y toda la esperanza que se lanzan sobre Aquel a quien cargamos. Al otro lado de las caídas, entre la vaharada cálida y pegajosa que sale por el respiradero, se van distinguiendo al pasar los rostros abstraídos de hombres y mujeres que miran hacia lo alto. Y entre las demás voces y sonidos destacan sus pensamientos, su suplica, su oración callada y

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Manuel Lubián López

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anhelante: “Dios mío devuélveme la salud”, “Madre mía que encuentre trabajo”, “Jesús, gracias por lo que me has dado”.

Es entonces cuando sabes que todo vale la pena. Sientes que el esfuerzo, aparentemente absurdo de sacar una imagen a las calles, a veces inhóspitas y desinteresadas, no se ha perdido. En esos rostros que miran al Señor y a la Madre está la respuesta.

Pero hoy quiero confesaros algo. Quiero abriros mi corazón a un sentimiento que

no sé si es compartido por los demás cargadores.

En todas mis cargas hay siempre un momento, pasado ya el arrebato inicial, tras la mitad del recorrido, cuando el sudor se enfría como el animo, los músculos se agarrotan y llegan los sonidos negros. Es en estos instantes donde todo es duda y desanimo, cuando todo lo queda es desgana. Y surge entonces la pregunta ultima e inevitable: ¿ pero que hago yo aquí? ¿Qué pinto yo, con mi razonamiento lógico al que me gusta aferrarme, debajo de un paso? ¿ Que necesidad tiene mi fe ni la de los demás de esta manifestación estética, ritual, que tanto sacrificio exige y que parecen entender y apreciar tan pocos?.

Y a estas preguntas no nos responde la razón, no un mecanismo intelectivo, sino

un sentimiento, una emoción, un profundo valor afectivo. Efectivamente el hombre no piensa solo con la inteligencia, sino que piensa y

siente con el alma, con la sangre, con los huesos. Y mis huesos, mi sangre y mi alma me gritan que es aquí donde debo estar, compartiendo la ilusión y ele esfuerzo con mis amigos y mis compañeros.

Es preciso en estos momentos en que el palo se clava en nuestros hombros, haciéndonos doblegar la rodilla y el corazón, para que el paso no se hunda, echar mano de todo el caudal de intima solidaridad que fluye generosamente en nuestras cuadrillas.

El secreto para meter el cuello en estos pasajes, e ir con el cuerpo para arriba,

está en la amistad y ¿por qué no? en el amor.

Si yo estoy así, hundido, roto, ¿cómo estarán Angelito, Dominico, Pepe, Rafa, Enrique., el Negro, Tomás...que van en sitios de más responsabilidad?.

El ambiente de esfuerzo común e ilusionado que se vive bajo las caídas desecha

fácilmente la frialdad de la duda metafísica, el zarpazo helado del desanimo, prestando nuevas fuerzas a nuestros cuerpos y sobro todo a nuestra voluntad, haciendo posible que cuando nos sentimos tentados a abandonar, resurja una nueva alegría y volvamos a disfrutar con el privilegio de estar donde debemos, sufriendo gozosamente en nuestro puesto.

Así, con renovado empuje, vamos acercando a Jesús y a María a las calles de su barrio que lo espera anhelante, camino ya de su casa en la recogida.

En la madrugada, impregnada olorosamente de la brisa del estero y del naranjo en flor, la nave plateada y literaria de la Caridad asciende fatigosamente Comedias arriba,

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mientras en la calle Ancha, Gracia y Esperanza camina muy cortito, luciéndose coquetamente bajo su palio, para encontrase con su Hijo que la espera en la Pastora.

Atrás quedó el esfuerzo inhóspito de San marcos. Ya Angelito nos anuncia con voz de triunfo “ Señores, estoy pisando los adoquines de la calle Comedias”.

Bajo las caídas huele a morena en adobo gracias a un perfumado sahumerio, en

forma de papelón de pescado, colgado del quinto palo, regalo del hermano de un cargador, acogedor y detallista como Dios manda.

Sentado en la zambrana, durante un fondo que ha resultado impecable, a estas alturas todos los fondos salen escrupulosamente por igual, escucho al otro lado de las caídas los comentarios entusiasmados del gentío que se ha dado cita para ir subiendo con su Madre, de cuyo regazo resbala el Hijo muerto, hasta la calle Real.

Todos los años me pregunto como es posible que cuando más cansados

estamos, cuando únicamente con un enorme esfuerzo de la voluntad podemos levantar el pie del suelo tras un quieto, cuando cada mecío es un triunfo, cuando echar el paso a las bandas se convierte en un sacrificio, como es posible digo, que sea precisamente entonces cuando aparentemente el paso vaya mejor.

Si aquí dentro parece un desastre, a pesar de la ilusión que se lee en todas las

caras, como puede verse tan bien desde fuera.

Y es que efectivamente, tras una levantá majestuosa y cuidad, la masa plateada del paso parece que levita en cada mecío, como si no hiciera falta que nosotros lo cargáramos, como si fuera él quien nos llevara por inercia bajo sus palos, soportado en la ingravidez solo por la fe y el amor de quienes lo rodean, por esas miradas llenas de cariño, por esos piropos ingenuos y espontáneos que le dedican sus hijos a quien es la Verdadera Madre.

Vamos coronando la empinada calle. Cuando ya solo pensamos en que la recogida sea cortita y sin saetas prefabricadas, a la altura de la panadería de León, oímos la misma voz de todos los años: “ ya están aquí los chavales del Huerto ¿ quién les deja una trepá?.”

Fugazmente se levantan las caídas y hay un trasiego apresurado de sonrisas, apretones de manos, felicitaciones: “esto va de escándalo”.

Es en estos momentos del Martes Santo, cuando comprendo de manera palpable aquello que constituye el verdadero espíritu de la J.C.C.

Cuando dos cuadrilla tan distintas, de dos Cofradías tan distantes, son capaces de fundirse en una sola gracias al continuo flujo de compañerismo que nos une durante esta noche, por qué mientras cargamos desaparecen todas las diferencias de criterio, todas las pequeñas y a veces ridículas desavenencias.

Nada puede ir mal mientras sigamos siendo una sola de cuadrilla ce 400 cargadores.

Por fin, en la fría madrugada del viernes, el último paso se ha recogido. Se cerraron ya las claveteadas puertas de la Iglesia del Carmen tras la acristalada

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Urna. María ha cumplido dolorosamente el destino más desgarrador que puede tocar a una Madre, enterrar a quien una vez llevó en su seno.

Nada queda ya de la oscura aventura de tres años: Solo un cuerpo torturado,

humillado, un rostro muerto cubierto de pus, sangre y escupitajos, donde los cabellos quedan pegados.

Todo ha terminado. Pero no. La pasión entera no sería más que una representación macabra, un

contrasentido cruel si no amaneciera el Domingo. La salutación de la Resurrección es lo que da explicación al tormento y a la muerte. “Alégrate hermano, el Cristo ha vuelto a la vida”.

Por eso el Domingo de Resurrección es en realidad nuestro día. Es allí, tras la

imagen gloriosa de Jesús, en la mañana soleada y luminosa, donde nos reunimos todos. Aquí encontramos un sentido ultimo para aquello que ha ocurrido en los días pasados. Mientras comentamos las múltiples anécdotas de la carga, en el ambiente relajado de las promesas cumplidas, damos testimonio de que no importan el dolor y la muerte. Al final solo queda la Esperanza, la certeza de la Resurrección.

Y es entonces cuando recordamos a quienes de alguna forma quiero dedicar este

pregón que ahora termina. A todos aquellos amigos y compañeros que nos precedieron en el camino. Y te recuerdo a ti Manolo, y a ti Paco y a ti Miguel Angel.

Volveremos a encontrarnos tras el paso del resucitado, esta vez para siempre.

Real Isla de León, 18 de marzo de 1.989, Sábado de Pasión

Manuel Lubián López (Joven Cargador Cofrade)