vietnam en el espíritu y la carne de carpentier · «en octubre del año pasado, respon-diendo...

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5 MUNDO SEPTIEMBRE 2018 SÁBADO 15 Vietnam en el espíritu y la carne de Carpentier marta rojas La voz del escritor cubano Alejo Car- pentier fue una de las más elocuentes escuchadas en el Tribunal Interna- cional Bertrand Russell, contra los crímenes de guerra en Vietnam, que sesionó en Estocolmo, el 8 de mayo de 1967. Carpentier, integrante de la delega- ción del Comité Cubano de Solidari- dad con Vietnam del Sur –presidida por la doctora Melba Hernández, he- roína del Moncada–, rindió testimo- nio de su estancia en Vietnam. Granma les ofrece fragmentos de un emocionante discurso carpenteria- no muy bien acogido y difundido en Cuba de forma inmediata y que res- pondía al llamamiento del científico inglés Lord Bertrand Russell: «¡Oja- lá pueda este Tribunal impedir que el crimen del silencio se cumpla!». Al leer este texto, invitamos a nues- tros lectores a recordar que –como decía Carpentier al comienzo de su testimonio– «la vida continuaba en Vietnam». Y Vietnam venció y es hoy diez veces más hermoso como, pre- monitoriamente, lo vaticinó Ho Chi Minh. LA GUERRA EN VIETNAM NOS INCUMBE A TODOS «La destrucción de las ciudades ha crecido en violencia: el asesinato de niños continúa, más allá de la fron- tera, en las imágenes espantosas que hemos visto (...). «En octubre del año pasado, respon- diendo como escritor a una cordial in- vitación de la Unión de Escritores de Vietnam, fui a Hanoi, donde estuve durante más de dos semanas. Du- rante ese tiempo fui invitado a visitar diferentes ciudades, una de ellas Nan Dinh, situada al norte del paralelo 17, donde observé paisajes de catástrofe, contemplé ruinas y oí a hombres, mu- jeres y aun niños supervivientes... «Aunque vi a Hanoi viva y resis- tente, comprobé que se trata de una ciudad duramente amenazada, de una ciudad a quien la evidencia de la escalada condenaba a una perpe- tua alarma frente a los inminentes bombardeos de la aviación nortea- mericana. (Hablo, no lo olviden, de octubre de 1966). Cuando llegué a Hanoi, los suburbios habían sido ata- cados ya. Igualmente, los del puerto de Haiphong. Las bombas enemigas no habían caído todavía en el centro de esas ciudades. ¿Pero esa amenaza, ese respiro, esa espera, podían hacer la vida tolerable? Cuando se vive en una ciudad no se trata de preguntar- se si las bombas enemigas van a caer hoy, mañana o pasado mañana. No se trata de acostarse por la noche di- ciendo: «Quizá no sea esta noche». Las gentes van a sus ocupaciones, las tiendas abren sus puertas temprano; los enamorados, en el crepúsculo, se reúnen al borde de los pequeños la- gos. La vida continúa. Pero existía una realidad monstruosa, inadmisible: el enemigo se cernía sobre nuestras ca- bezas. Podía darse una tregua. Podía olvidar esta ciudad o la otra... Pero estaba allí, en el Sur, y podía llegar a cualquier hora, destruir las ciudades, matar a los que yacían entregados al sueño, destruir hospitales, asesinar a los niños de las escuelas. ¿Era posible, me preguntaba, que mujeres, hom- bres y niños vivieran así? «Quiero depositar en la mesa del tribunal estas pocas fotos que narran, mejor que mis palabras, lo que fue el bombardeo del Centro de Curas y Es- tudios de la Lepra de Quina Lap... Se puede ver un aspecto de los edificios antes del bombardeo y después... «Quiero evocar aquí simplemente lo que ocurrió en la escuela de Hading, que fue bombardeada cuatro veces el 9 de febrero de 1966 a las 4 y 30 de la tarde, con los resultados siguientes: «A la hora citada, los alumnos se encontraban en la clase de geografía. Hubo una primera pasada de aviones norteamericanos... Los niños descen- dieron a un refugio subterráneo bas- tante elemental, evidentemente, pero, ¿qué hacer más que abrir galerías de topo en una tierra húmeda cuando esto constituye la única defensa po- sible? Luego, los niños se hallaban en ese refugio. Los aviones volvieron (técnica habitual). Las bombas co- menzaron a caer. Caían exactamente sobre el refugio y los que allí se encon- traban. Un profesor comenzó a retirar la tierra para salvar a los niños que es- taban debajo. Pero el trabajo era tan grande que se desvaneció... Treinta y tres niños perecieron enterrados. Al- gunos fueron hallados estrechando en sus brazos a sus compañeros de estu- dios. Otros que lograron salir fueron alcanzados por las bombas en terreno descubierto. Se halló la camisa de uno de ellos colgando de un árbol. El suelo estaba sembrado de libros mancha- dos de sangre. «Lo que queda de esa escuela de Hading es un hoyo de 13 metros de diámetro y 7 de profundidad. Murie- ron 33 niños y quedaron heridos 34, además de uno de sus profesores. Uno de los escolares, quemado por el azu- fre, perdió un brazo. Otros han que- dado inválidos para siempre. «Pero, como testigo, paso ahora a lo que he podido oír y ver por mí mismo, sin referirme a documentos escritos y publicados, de los cuales podrán te- ner conocimiento fácilmente. Y esto se refiere a un asunto en que yo tenía empeño particularmente: el de los es- colares alcanzados por las bombas de napalm. «He conocido a dos: Ho Van Bot, de dieciséis años, y el jovencito Le The Hoa, de doce años, en cuyo cuerpo he podido observar las quemaduras... «Me excuso de dar detalles cuya enumeración haría interminable este testimonio; pero creo útil ceder la palabra a Ho Van Bot, cuyo breve relato no necesita comentario: “Está- bamos en el colegio. Llegó un avión de reconocimiento y disparó sobre nuestra escuela. Dos obuses cayeron sobre el edificio. El maestro hizo eva- cuar el lugar. Nosotros corrimos a los abrigos, no sin la amenaza de ver caer sobre nosotros los escombros. Varios alumnos murieron. Poco después, los norteamericanos enviaron seis avio- nes que lanzaron bombas de napalm sobre nuestra escuela. Tres cayeron en los alrededores, provocando un incendio. Algunos alumnos ardían como antorchas y corrían por todas partes llamando a sus maestros, a sus padres... Pero algunos se arrojaron a los charcos de agua, donde acabaron de arder. Mi rostro comenzó a arder. Traté de apagarlo con las manos: co- metí el error de meter el brazo en el agua, por lo que perdí la piel. Hubo alumnos derribados por la fuerza ex- pansiva de las bombas. Entre tanto, los aviones ametrallaban a los otros. Algunos cayeron, muertos, en el campo; otros, mutilados, perdieron piernas o brazos. Enloquecido, corrí a la casa saltando sobre cadáveres de niños. En ese momento la aviación norteamericana volvió...” «(Las fotografías de los jóvenes quemados por el napalm están a la disposición del Tribunal). «... ¿Nombres? Puedo citarlos to- dos. Están en mis cuadernos. «Como escritor de un país amena- zado por las mismas fuerzas de des- trucción, he venido aquí a ofrecer mi testimonio. La guerra en Viet- nam nos incumbe a todos. Nuestra conciencia nos ordena denunciar su monstruosidad. Esta guerra toca a todos los hombres que, en este siglo, conservan el sentido de las realidades presentes y las realidades posibles, realidades posibles que quizá todavía es posible detener en la pendiente de una catástrofe que alcanzaría a todos los seres humanos en su espíritu y en su carne». El ilustre escritor cubano sintió como suya la lucha de toda una nación por lograr ser libre. FOTO: ARCHIVO DE GRANMA La indignación a nivel mundial por la guerra en Vietnam movilizó la opinión pública de varias naciones, entre ellas la del pueblo de Estados Unidos. FOTO: MARGUTTE.COM Ho Chi Minh No hay nada más valioso que la libertad y la independencia. LO DIJO: LO DIJO: LO DIJO: LO DIJO:

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Page 1: Vietnam en el espíritu y la carne de Carpentier · «En octubre del año pasado, respon-diendo como escritor a una cordial in-vitación de la unión de Escritores de Vietnam, fui

5mundoseptiembre 2018 sábado 15

Vietnam en el espíritu y la carne de Carpentiermarta rojas

La voz del escritor cubano Alejo Car-pentier fue una de las más elocuentes escuchadas en el Tribunal Interna-cional Bertrand Russell, contra los crímenes de guerra en Vietnam, que sesionó en Estocolmo, el 8 de mayo de 1967.

Carpentier, integrante de la delega-ción del Comité Cubano de Solidari-dad con Vietnam del Sur –presidida por la doctora melba Hernández, he-roína del moncada–, rindió testimo-nio de su estancia en Vietnam.

Granma les ofrece fragmentos de un emocionante discurso carpenteria-no muy bien acogido y difundido en Cuba de forma inmediata y que res-pondía al llamamiento del científico inglés Lord Bertrand Russell: «¡oja-lá pueda este Tribunal impedir que el crimen del silencio se cumpla!».

Al leer este texto, invitamos a nues-tros lectores a recordar que –como decía Carpentier al comienzo de su testimonio– «la vida continuaba en Vietnam». Y Vietnam venció y es hoy diez veces más hermoso como, pre-monitoriamente, lo vaticinó Ho Chi minh.

La guerra en Vietnam nos incumbe a todos

«La destrucción de las ciudades ha crecido en violencia: el asesinato de niños continúa, más allá de la fron-tera, en las imágenes espantosas que hemos visto (...).

«En octubre del año pasado, respon-diendo como escritor a una cordial in-vitación de la unión de Escritores de Vietnam, fui a Hanoi, donde estuve durante más de dos semanas. du-rante ese tiempo fui invitado a visitar diferentes ciudades, una de ellas nan dinh, situada al norte del paralelo 17, donde observé paisajes de catástrofe, contemplé ruinas y oí a hombres, mu-jeres y aun niños supervivientes...

«Aunque vi a Hanoi viva y resis-tente, comprobé que se trata de una ciudad duramente amenazada, de una ciudad a quien la evidencia de la escalada condenaba a una perpe-tua alarma frente a los inminentes bombardeos de la aviación nortea-mericana. (Hablo, no lo olviden, de octubre de 1966). Cuando llegué a Hanoi, los suburbios habían sido ata-cados ya. Igualmente, los del puerto de Haiphong. Las bombas enemigas no habían caído todavía en el centro de esas ciudades. ¿Pero esa amenaza, ese respiro, esa espera, podían hacer la vida tolerable? Cuando se vive en una ciudad no se trata de preguntar-se si las bombas enemigas van a caer hoy, mañana o pasado mañana. no se trata de acostarse por la noche di-ciendo: «Quizá no sea esta noche». Las gentes van a sus ocupaciones, las tiendas abren sus puertas temprano; los enamorados, en el crepúsculo, se reúnen al borde de los pequeños la-gos. La vida continúa. Pero existía una realidad monstruosa, inadmisible: el

enemigo se cernía sobre nuestras ca-bezas. Podía darse una tregua. Podía olvidar esta ciudad o la otra... Pero estaba allí, en el Sur, y podía llegar a cualquier hora, destruir las ciudades, matar a los que yacían entregados al sueño, destruir hospitales, asesinar a los niños de las escuelas. ¿Era posible, me preguntaba, que mujeres, hom-bres y niños vivieran así?

«Quiero depositar en la mesa del tribunal estas pocas fotos que narran, mejor que mis palabras, lo que fue el bombardeo del Centro de Curas y Es-tudios de la Lepra de Quina Lap... Se puede ver un aspecto de los edificios antes del bombardeo y después...

«Quiero evocar aquí simplemente lo que ocurrió en la escuela de Hading, que fue bombardeada cuatro veces el 9 de febrero de 1966 a las 4 y 30 de la tarde, con los resultados siguientes:

«A la hora citada, los alumnos se encontraban en la clase de geografía. Hubo una primera pasada de aviones norteamericanos... Los niños descen-dieron a un refugio subterráneo bas-tante elemental, evidentemente, pero, ¿qué hacer más que abrir galerías de topo en una tierra húmeda cuando esto constituye la única defensa po-sible? Luego, los niños se hallaban en ese refugio. Los aviones volvieron (técnica habitual). Las bombas co-menzaron a caer. Caían exactamente sobre el refugio y los que allí se encon-traban. un profesor comenzó a retirar la tierra para salvar a los niños que es-taban debajo. Pero el trabajo era tan grande que se desvaneció... Treinta y tres niños perecieron enterrados. Al-gunos fueron hallados estrechando en sus brazos a sus compañeros de estu-dios. otros que lograron salir fueron alcanzados por las bombas en terreno descubierto. Se halló la camisa de uno de ellos colgando de un árbol. El suelo estaba sembrado de libros mancha-dos de sangre.

«Lo que queda de esa escuela de

Hading es un hoyo de 13 metros de diámetro y 7 de profundidad. murie-ron 33 niños y quedaron heridos 34, además de uno de sus profesores. uno de los escolares, quemado por el azu-fre, perdió un brazo. otros han que-dado inválidos para siempre.

«Pero, como testigo, paso ahora a lo que he podido oír y ver por mí mismo, sin referirme a documentos escritos y publicados, de los cuales podrán te-ner conocimiento fácilmente. Y esto se refiere a un asunto en que yo tenía empeño particularmente: el de los es-colares alcanzados por las bombas de napalm.

«He conocido a dos: Ho Van Bot, de dieciséis años, y el jovencito Le The Hoa, de doce años, en cuyo cuerpo he podido observar las quemaduras...

«me excuso de dar detalles cuya enumeración haría interminable este testimonio; pero creo útil ceder la palabra a Ho Van Bot, cuyo breve

relato no necesita comentario: “Está-bamos en el colegio. Llegó un avión de reconocimiento y disparó sobre nuestra escuela. dos obuses cayeron sobre el edificio. El maestro hizo eva-cuar el lugar. nosotros corrimos a los abrigos, no sin la amenaza de ver caer sobre nosotros los escombros. Varios alumnos murieron. Poco después, los norteamericanos enviaron seis avio-nes que lanzaron bombas de napalm sobre nuestra escuela. Tres cayeron en los alrededores, provocando un incendio. Algunos alumnos ardían como antorchas y corrían por todas partes llamando a sus maestros, a sus padres... Pero algunos se arrojaron a los charcos de agua, donde acabaron de arder. mi rostro comenzó a arder. Traté de apagarlo con las manos: co-metí el error de meter el brazo en el agua, por lo que perdí la piel. Hubo alumnos derribados por la fuerza ex-pansiva de las bombas. Entre tanto, los aviones ametrallaban a los otros. Algunos cayeron, muertos, en el campo; otros, mutilados, perdieron piernas o brazos. Enloquecido, corrí a la casa saltando sobre cadáveres de niños. En ese momento la aviación norteamericana volvió...”

«(Las fotografías de los jóvenes quemados por el napalm están a la disposición del Tribunal).

«... ¿nombres? Puedo citarlos to-dos. Están en mis cuadernos.

«Como escritor de un país amena-zado por las mismas fuerzas de des-trucción, he venido aquí a ofrecer mi testimonio. La guerra en Viet-nam nos incumbe a todos. nuestra conciencia nos ordena denunciar su monstruosidad. Esta guerra toca a todos los hombres que, en este siglo, conservan el sentido de las realidades presentes y las realidades posibles, realidades posibles que quizá todavía es posible detener en la pendiente de una catástrofe que alcanzaría a todos los seres humanos en su espíritu y en su carne».

El ilustre escritor cubano sintió como suya la lucha de toda una nación por lograr ser libre.

foto: archivo de granma

La indignación a nivel mundial por la guerra en Vietnam movilizó la opinión pública de varias naciones,

entre ellas la del pueblo de Estados Unidos. foto: margutte.com

Ho Chi Minh

No hay nada más valioso que la libertad y la independencia.

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