viernes, 26 de octubre de 1956 · 2013-08-14 · detalle de la portada del calendario, con maestro...
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Detalle de la portada del calendario, con la firma manus- crita (impresa) de Dalí y el año (1955) en el que, supuesta- mente, realizó las ilustraciones
VIERNES, 26 DE OCTUBRE DE 1956
A la izquierda la portada del calendario y, a la derecha, detalle de la primera página, con la fotografía del artista, Salvador Dalí
En el año 1956, la empresa Hans E. Bähr (patentes)
regalaba a sus clientes y amigos un calendario (25 x 35)
realizado por el artista Salvador Dalí. La impresión del
mismo corrió a cargo de Gráficas Oliva de Vilanova, y las
láminas se sujetaban entre sí gracias a un fino cordón de
color granate, que traspasaba cuatro puntos y se anudaba
al frente. Bajo la fotografía de Dalí, en la segunda página,
se podía leer lo siguiente: DESDE LAS FEÉRICAS
PERSPECTIVAS DE PORT-LLIGAT –PRESENCIA
INAMOVIBLE DEL TIEMPO– SALVADOR DALÍ NOS
ENVÍA LA TRANSMUTACIÓN DEL AÑO EN LAS
ESTACIONES A TRAVÉS DE LA IMAGEN CÓSMICA
DE UN TRONCO –HOMO SUBERIS− QUE SE
DESPEREZA, SE AGOSTA, LANGUIDECE Y MUERE.
A partir de la tercera página (tras la portada y la
presentación) iban apareciendo, de dos en dos, los meses
del año con una ilustración del artista. La genialidad del
maestro del surrealismo no solo la encontramos en
aquellas imágenes, que también, sino en el largo,
larguísimo título que aparece en el reverso de cada
lámina.
¿Cuántos ejemplares quedan intactos de aquel calendario en la actualidad? En el año 2012, 56 años después de su
aparición, y procedente de Murcia, recibo uno de ellos (de lujo, de coleccionista; con el olor, el color y el “sabor” que solo
es capaz de otorgar el paso del tiempo). Y lo recibo… como un buen regalo de cumpleaños; un excelente regalo, porque la
obra de Salvador Dalí la considero admirable en todos los sentidos y, además, insisto, ¡del año 1956! Un año muy especial
para mí, como es obvio. Por eso, al tenerlo en mis manos, me pregunto: ¿existen los milagros, fue casualidad o el destino
me lo puso a mi alcance para hacerse creíble? Sea cual sea la respuesta, he de decir que este calendario me sirvió de
fuente de inspiración para hacer un relato de mi propia vida. Advierto, eso sí, que los títulos que acompañan a cada
imagen de Dalí (en las dos páginas siguientes), aquellas que corresponden a cada bimestre del año, son también de su
propiedad (me parece tan genial la visión que hizo de cada imagen que no he podido por menos que reproducirlas para
que el lector disfrute de ellas tanto o más que yo).
ENERO Y FEBRERO
“LA CARA DEL INVIERNO DE MADERA
MUERTA MIRA CON SUS OJOS DE HORMI-GAS EL PUNTO GEOMÉTRICO DE LAS
PERSPECTIVAS INFINITAS”
Yo no era consciente, todavía, pero años más tarde me dijeron que aquel invierno, en
Otero, fue cruel. Tanto que, como hormigas
laboriosas, cada cual tenía que abrir su propio
camino por encima de la nieve para poder salir de sus casas y, aun así, debía seguir luchando
contra las cornadas de aquel viento rebelde que
anidaba tras los cristales del hielo. En los últimos días del mes de enero, mis
padres hicieron cuentas para estudiar las
perspectivas infinitas de una economía
maltrecha tras el paso de la guerra y… decidieron juntarse para otros menesteres que,
aquí, la verdad, vienen muy bien al cuento.
MARZO Y ABRIL
“EL TRONCO LÁNGUIDO DESPEREZA SUS RAMAS EN UN GESTO SIMBÓLICO DE
PUENTE DE LAS ESTACIONES DEBAJO DEL
CUAL EL ÁNGEL DEL TIEMPO YA ESTÁ ABSORTO EN LAS INMINENTES GERMINA-
CIONES INAGULARES”
Yo seguía flotando en una burbuja de agua.
Lo sé. Pero al menos era yo, del tamaño de una nuez, cuando el ángel del tiempo me tomó el
pulso: estaba vivo y tal vez soñando con subir a
un árbol a recoger los frutos maduros, aunque…, entonces era imposible: todos los
árboles mantenían la esperanza de bostezar con
los primeros calores primaverales para poder
enseñar al mundo su verde explosión y… Era pronto, muy pronto, para sentir que ellos y yo
también fuimos y seríamos semilla germinal.
MAYO Y JUNIO
“EN LAS HORAS SURREALISTAS Y SECRE-TAS DE CIERTAS MAÑANAS DE MAYO LOS
ÁRBOLES ADOPTAN LAS MÁXIMAS GESTI-
CULACIONES INVISIBLES PARA LOS MOR-TALES. SÓLO EL ÁNGEL DEL TIEMPO PUE-
DE CONTEMPLARLAS DESDE LAS CUM-
BRES FÓSILES”
En los primeros días del mes de mayo, yo ya me sentía con fuerzas para despertar a mi
madre: “arriba, en las montañas, los árboles se
pasaron toda la noche gesticulando y bailando a la luz de la luna” –le quería decir. Pero mi
madre, con muesca de dolor y alegría al mismo
tiempo, me tranquilizaba acariciando mi piel,
bajo su piel, y me invitaba a seguir durmiendo. Eran los sueños tan dulces que yo, raudo,
cerraba los ojos para seguir formando parte de
ellos.
JULIO Y AGOSTO
“EL ESTALLIDO VEGETAL PASA VELOZ
CABALGANDO EL CABALLO BLANCO DEL VERANO. LAS COSTILLAS DE UN BARCO
MUERTO MARCARÁN CON SUS SOMBRAS
LA HORA CANICULAR DE LA PLAYA” Los veraneantes de julio y agosto no tenían
ni caballo blanco ni barco muerto en los que
apoyarse a la hora de la siesta; sin embargo
preferían la mar verde y soleada de Otero. “Venimos a secarnos por dentro y por fuera a
este pueblo” –le decían a mi madre−. Y añadían:
“esto ye muy guapo, oh” –o algo así− que a mi madre le hacía mucha gracia, tanta que su risa
me hacía cosquillas en mi vientre, y yo también,
entonces, terminaba riéndome. Los dos éramos
felices, y papá también colaboraba en ello cuando nos acariciaba en un descanso fugaz de
vuelta por sus talleres y fragua.
SEPTIEMBRE Y OCTUBRE
“EL ÁRBOL EXHAUSTO CONTEMPLA ATÓNITO EL GALOPE FULGURANTE DEL
ÚLTIMO CALOR. EL CAJÓN VACÍO DEL
SUEÑO ESTIVAL SECA AL SOL DE OTOÑO” Se acerca la hora. Lo sabía porque mi
madre dijo a mis hermanas que muy pronto
aumentaría la familia y tendrían un nuevo
hermanito. Lo sabía porque papá remató la nueva cuna y habló de ir a Boñar para
aprovisionarse de nueva ropa de abrigo para el
pequeñín. Lo sabía porque mis abuelos, después de recoger la cosecha, se afanaron en buscar
toda la leña del mundo “para que la casa esté
siempre caliente cuando llegue el peque”. Y lo
sabía porque mi madre, exhausta, puso a secar al sol el cajón vacío de mi último sueño estival.
Escrito estaba que sería el otoño el que
acompañara mi primer llanto.
NOVIEMBRE Y DICIEMBRE “SOSTENIDA POR LAS MULETAS DE LA
MELANCOLÍA LA MADERA ENDORMECIDA
VE EN SUS SUEÑOS LOS CIPRESES DE LA COLINA VOLAR AL CIELO EN EL DÍA DE
TODOS LOS SANTOS. UNA HORMIGA PICA
LA CORTEZA DE SU CORAZÓN”
La pureza de la nieve ha vuelto a cubrir la montaña de Valdorria por Todos los Santos. Una
campana agitó con sus tañidos melancólicos los
ramos de crisantemos blancos, rojos y amarillos. Y una hormiga, la última en desafiar el frío, picó
en un árbol cercano la corteza del corazón de
una manzana tardía. Mientras yo, dormido,
seguía escuchando bonitas historias, afuera, en la calle, el invierno iba salpicando de pesadillas
húmedas todos los tejados. Con el calor de mi
hogar, sin embargo, seguía siendo verano.
En el calendario (en la imagen el mes de octubre) los días de los
meses llevaban esta bonita y original grafía.
Al año siguiente… Y al otro…
Y, después, cuando comencé a diferenciar
el “cero” de la “O”, o cuando llegaron las “máximas” diarias en el encerado negro, con
tiza blanca, y la leche en polvo ante la atenta
mirada de un Cristo crucificado y de las fotografías de Franco (“por la gracia de dos…”)
y José Antonio (“el primo”). Después, cuando
un día, de pronto, mi madre decidió sustituir los
pantalones cortos por otros largos (de tergal) porque, al parecer, el vello en mis piernas
excitaba la lengua a más de una beata, que no
virgen, o cuando llegó la hora de sustituir las gomas de mis corbatas por la primera de adulto
(más larga, más ancha y con rayas azules)
para… ¡Bah!
Todavía siento que fue ayer cuando me robaron a escondidas y al amparo de la noche mi
primer beso, y de eso, un tanto ruborizado,
tengo que hablar del siglo pasado. Y lo mismo me ocurre cuando evoco el régimen militar,
estricto, todo un calvario de rezos y procesiones,
en los dos colegios de curas a los que me condenó el Ministerio de Educación y Ciencia
(al cerrar las escuelas de los pueblos sin
importarles un huevo el “coste” de los ídem), o
la propia mili-guerra que me obligó hacer, bajo amenaza de cárcel, el Ministerio del Tiempo
Perdido, o como coño se llamara, por las
siempre bellas tierras andaluzas, eso sí, para aprender (después de un año), tan sólo, dos
lecciones enraizadas en el más absoluto y
monótono de los desánimos: que el enemigo no es tonto (“enmascárate”) y que la luna es
muy mentirosa (cuando “CRECE” escribe
“D” en el cielo con su dedo de plata y cuando
“DECRECE” rubrica con una “C” su mentira).
Y si sigo mirando detrás de las hojas de
mi calendario particular, veo el viaje de luna de miel tan lejano y tan constipado con el
virus del amor y con los sarpullidos febriles
de felicidad y de la esperanza, que más que
real parece un sueño: “sumar y multiplicar, juntos, prohibido restar o dividir”, decíamos,
pensábamos. Eran otros tiempos, por
supuesto, y al amor se le curaba con más amor y más y más y más…
Del siglo pasado −y no quiero decir que
hayan pasado cien años− tengo, también, que hablar de mi paso por un hospital de frailes (diez
años dedicado a la sanidad) en un servicio de
urgencia donde más de una noche teníamos que
salir César y yo a hacer de lobos para espantar a los gatos en celo en un acto heroico o algo así. Y
tengo que hablar de la herencia genética para
vestir de largo al hijo que lleva mi misma sangre
y la sonrisa y la belleza de su madre. Y, en fin,
del siglo pasado, a esta misma orilla en la que
me encuentro navegando, han pasado ya doce años que parecen que bordaron el ayer con letras
de ahora mismo, pero no: el tiempo es el único
animal que jamás se detiene, salvo para dejarte tirado bajo tierra.
Mientras tanto…
La vida sigue palpitando a mi alrededor. Y
lo hace siguiendo una caligrafía metódica: de casa al trabajo y del trabajo a casa y, en medio,
entre bronca y bronca de determinados
comunitarios –mis clientes− que piensan que su inmortalidad no es ninguna broma, procuro
hacer un descanso para leer y otro, tal vez más
prolongado, para escribir. Y escribo ya con los
ojos cerrados porque las musas se encargan de apretar las teclas de mi ordenador,
suficientemente educado en la creatividad como
para fiarme de él. Sigo, por lo tanto, amando una actividad que me llena de vida y me da
satisfacciones, como la que me otorga el saber
que tengo lectores de todas las edades que están por ahí perdidos, pero están a pesar de la
distancia. Lo sé porque cuando pienso en ellos,
mi corazón me dice que no lo estoy haciendo
bien y me obliga a comer mis palabras y empezar de nuevo.
En realidad, empiezo cada día a vivir. Y
cada día lucho por mantenerme vivo. Necesito
saber algo nuevo para estarlo, aunque, a veces, soy muy torpe, lo reconozco, en descifrar el
mensaje que marcó el tiempo en el calendario de
mi propia vida. Pongo un ejemplo y termino: tardé cincuenta y seis años en saber que el
veintiséis de octubre de 1956 fue viernes.
© GREGORIO FERNÁNDEZ CASTAÑÓN