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VIAJE A LA SIERRA NEVADA DE SANTA MARTAElise Reclus

PUBLICADO EN BOGOT BIBLIOTECA POPULAR DE CULTURA COLOMBIANA, T. 112. 1947

INDICE Elise Reclus Prefacio CAPITULO I Aspinwall- El ferrocarril de Panam CAPITULO II El narciso-portobelo-los indios de San Blas CAPITULO III Cartagena de Indias-la Popa-la fiesta CAPITULO IV El capitn de papeles-Sabanilla-el Bongo-Barranquilla CAPITULO V Captulo V CAPITULO VI Santa Marta CAPITULO VII Los alrededores de Santa Marta CAPITULO VIII El plantador filosfico CAPITULO IX La colonia de extranjeros CAPITULO X Rioacha CAPITULO XI Los indios Goajiros CAPITULO XII El mdico cazador-la sierra-negra CAPITULO XIII La caravana CAPITULO XIV El caporal pan de leche-los Aruacos CAPITULO XV Naufragio-enfermedad-despedida CAPITULO XVI Eplogo

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ELISE RECLUS EL HOMBRE Y LA TIERRA|

I. El Hombre

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Gracias a Karl Ritter la geografa comparada cuenta con Jean Jacques Elise Reclus, l mismo incomparable. Ritter catedrtico de geografa de la Universidad de Berln, conocido ante todo por su obra Die Erdkunde in Verhltnisse zur Natur und Geschichte des Menschen (La geografa y su relacin con la naturaleza y la historia del hombre) supo inculcar en su alumno francs la pasin por esta disciplina. Pero, quin fue Elise Reclus? Naci en SainteFay-La Granda, Gironde; el 15 de marzo de 1830 el segundo de una familia de doce hijos de un telogo y pastor protestante. Curs sus primeros estudios (al igual que su hermano Elie) en New-Wied, Alemania, en un colegio regentado por los hermanos moravos; luego en la facultad de teologa de Montauban Francia meridional, y finalmente en la Universidad de Berln, a donde fue a perfeccionar sus estudios filosficos. Cuando regresa a Francia, Elise Reclus cuenta apenas con 22 aos pero su bagaje intelectual parece el de una persona mayor En efecto, no slo conoce la ciencia fsico-matemtica y la filosofa sino tambin las lenguas clsicas. A mediados de siglo, en Pars, Elise Reclus y su hermano Elie sucumben a la fascinacin del anarquismo. Como terico, Elise Reclus aportara a ese movimiento una obra que es muy poco citada en la bibliografa general del gegrafo francs: L'volution, la revolution et l'ideal anarchique. Los aos de juventud de Elise Reclus estn marcados por su pasin por la libertad y las ideas republicanas. No obstante, toda pasin tiene su precio y toda indiferencia. Cuando se produce el golpe de estado que lleva a Napolen III al trono imperial, Elise Reclus se ve obligado a emigrar. Empieza entonces una correra que es tambin una investigacin y un deslumbramiento, viaje que a lo largo de casi seis aos lo llevar'a a las Islas Britnicas; los Estados Unidos; Centroamrica y parte de Amrica del Sur, especialmente La Nueva Granada, donde reside entre 1855 y 1857, experiencia consignada en su Voyage la Sierra Nevada de Sainte-Marthe; Paysages de la nature tropicale, Pars, 1861, la reedicin del cual, en La traduccin de Gregorio Obregn, es motivo de este prlogo. Elise Reclus regresa a Francia en 1857 y para ganarse la vida se vincula como redactora dos publicaciones eminentes La Revue des deux mondes y Le tour du monde. La primera, fundada en 1829, era una revista quincenal que trataba todos los temas: literatura francesa y extranjera, bellas artes; historia, poltica, filosofa, viajes; ciencias; etc. Elise Reclus haca parte de la nmina de sus colaboradores como la persona encargada de "viajes y economa poltica". Vale la pena recordar que, entre otros; tena como colegas a Hiplito Taine (crtica), Alfred de Vigny (novelas y poemas), Alejandro Dumas (impresiones de viaje), Grard de Nerval (escenas de Oriente), Prspero Merime (novelas e historia), Michelet (historia), Claude Bernard fisiologa), Stendhal (nouvelles), Ernest Renan (mlanges philosophiques), etc. En la Revtie des deux mondes, Reclus public artculos notables. Baste recordar los dedicados a la Guerra de Secesin, que hicieron posible que el pblico francs comprendiera a cabaldad la miseria del esclavismo y la causa por la cual luchaba Abraham Lincoln. Elise Reclus tambin era colaborador de las Guides Joanne, itinerarios para viajeros que editaba la Librera Hachette. Estas publicaciones no slo estaban dirigidas a los turistas sino tambin a un pblico ms amplio. Cubran toda Europa adems de Argelia, Egipto, Siria, Palestina y la Turqua asitica. En ellas se poda apreciar el perfil de un pas a travs de su geografa, historia, monumentos; estadstica, ciencia e industria. Elise Reclus redact para esta coleccin algunos ttulos Gua del viajero en Londres (1860); Londres ilustrado (1862); Las ciudades de verano del Mediterrneo; Los Alpes martimos (1864), etc. Es de anotar que

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Reclus sigui siendo un colaborador permanente de las Guides Joanne, un acto de fidelidad que no se peleaba con el inmenso prestigio de que gozaba en el mundo cientfico y con su condicin de profesor de geografa comparada en la Universidad de Bruselas; que haba creado esta ctedra para l. As mismo, por aquella poca Reclus publica trabajos de geografa de alguna importancia que lo dan a conocer al pblico francs: El Mississipi; Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta; La colonizacin del Brasil; Historia de un arroyo; Introduccin al Diccionario de las Comunas Francesas; La Tierra, obra que ciment la fama de Reclus. En razn de sus mritos; la Sociedad de Geografa de Pars lo hace miembro de su Comisin Central. Su desprecio por todo despotismo lleva a Elise Reclus a afiliarse a la Internacional en 1867 y tres aos ms tarde a abrazar el ideal de la Comuna. Cuando Pars es sitiada por los prusianos en 1870 durante la guerra franco-alemana, ingresa a la Guardia Nacional sin aceptar grado alguno. Sirve como soldado raso en los batallones de marche. En septiembre de 1870 cansado de la inercia en que se mantiene la Guardia Nacional, entra a hacer parte de la Compaa de Aeronautas de Nadar El 25 de marzo del ao siguiente, en calidad de integrante de la Association Nationale des Travailleurs, publica un articulo en Le cri du peuple, en el cual desaprueba la conducta del gobierno de Versalles durante el levantamiento comunero del 18 de ese mismo mes. En l se pronuncia enrgicamente a favor de una conciliacin sin efusin de sangre: "Notre salut est dans l'union et la concorde. Entre republicains, entre concitoyens et franais, ce n'est point au canon et au fusil de prononcer, mais au suifrage universel". En la maana del 5 de abril, Reclus, alistado otra vez en la Guardia Nacional, ahora en abierta rebelin, es hecho prisionero en el terrapln de Chatillon por efectivos del ejrcito de Versalles. Despus de siete meses de detencin en Brest, tiempo que ocupa en ensear matemticas a sus compaeros de cautiverio, Elise Reclus es presentado ante el Consejo de Guerra de Saint Germain (15 de noviembre de 1871), que lo condena a ser deportado a Nueva Caledonia. La pena, injusta, causa gran conmocin. En efecto, en diciembre, un puado de hombres eminentes entre los que se cuenta Charles Darwin, remiten desde Inglaterra una peticin al jefe del poder ejecutivo francs (Thiers), en la que se puede leer el siguiente pasaje. Nos atrevemos a pensar que la vida de un hombre como M. Reclus, cuyos servicios rendidos a la causa de la literatura y de la ciencia, servicios conocidos por un pblico muy amplio, apenas nos parecen una promesa, por decirlo de alguna manera, de otros servicios ms grandes todava, que la madurez vigorosa de su espritu rendir en el porvenir a esta misma causa; nos atrevemos a pensar que esta vida pertenece no solamente al pas que lo vio nacer sino al mundo entero, y que al reducir al mundo a un hombre como l o enviarlo a morir lentamente lejos de los centros de civilizacin, Francia no hara una cosa distinta a mutilar y debilitar su influencia legtima en el mundo. La peticin es atendida y el 4 de enero de 1872 Thiers conmuta la pena de deportacin por la de bannissement. Reclus abandona su pas y se dirige a Italia donde retoma sus trabajos. Se establece primero en Lugano y luego en Clarens, sobre el lago de Ginebra, donde escribe Historia de una montaa (complemento de Historia de un arroyo) e inicia su monumental Nueva Geografa Universal, que empieza a imprimirse en Pars el 8 de mayo de 1875. El primer volumen de esta obra aparece al ao siguiente; el ltimo, el XVIII en 1894. Esta obra, que surge con la regularidad de un volumen anual -profusamente ilustrada con mapas, planos y grabadados-, recibe la Medalla de Oro de la Sociedad Geogrfica de Paris en 1892. En 1880, el gobierno francs levanta su destierro. No obstante, en solidaridad con otros compaeros de La Comuna condenados a la misma pena, no regresa a Francia sino ocho

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aos despus, en 1888. Elise Reclus, quien no ha abandonado sus ideas anarquistas; conoce en Suiza al prncipe Kropotkin, gegrafo como l 1 . Bajo la influencia de Reclus; antiguo discpulo del socialista utpico Charles Fourier, Kropotkin desarrolla la variante de la teora anarquista conocida como anarquismo-comunismo. El sabio francs escribe numerosos artculos polticos para Le Rvolt, peridico que edita Kropoti'n para la Jura Federation. En 1882 un tribunal de Lyon condena a Kropotkin y Elise Reclus por su vinculacin, como lderes anarquistas; con la Internacional (The International Working Men's Association). El prncipe es detenido y permanece cinco aos en la crcel. Reclus; que se encuentra en Suiza, lejos de ocultar sus relaciones con Kropotkin, escribe al procurador general de Francia, ponindose a su disposicin, pero se desiste de procesarlo. Terminada la Nueva Geografa Universal, reedita en colaboracin con su hermano Onsime algunos volmenes, entre ellos el frica Austral (1901) y La China (1902). Asimismo, comienza la redaccin de El Hombre y la Tierra, obra de la cual termina el manuscrito a mediados de 1905. Das despus; el 4 de julio, muere en Thouront, no lejos de Ostenda, donde resida por motivos de salud. El Hombre y la Tierra aparece en forma pstuma en dos volmenes (1905 y 1906), as como un libro dedicado a los volcanes del planeta (1906). II. La Tierra|

Es una paradoja que despus de la gran poca de los viajes de exploracin la geografa haya declinado en importancia, y sin embargo, as fue. Claro que en algunas cortes y universidades europeas la geografa sigui cultivndose de manera independiente, pero en trminos generales; se convirti en una subordinada, en un simple auxiliar de las ciencias militar y naval. Con todo, Peter Apian (1501-1552) y Sebastin Mnster (1489-1552), dada La calidad y la novedad de sus obras; deben ser considerados como los primeros gegrafos modernos. En 1524, Apian publica su Cosmographicus liber, basado en la obra del gegrafo e historiador griego Strabo, con lo cual ayuda a establecer el aspecto de ciencia social de la geografa. Sin embargo, sta tuvo que recorrer todava un largo camino hasta convertirse en una ciencia basada en la experimentacin y en el trabajo de campo. Recordemos algunos nombres asociados a este proceso: Alexander von Humboldt, Karl Ritter, Ferdinand von Richhofen, John G. Bartholomew, etc. Elise Reclus; inspirndose en Humboldt y Ritter, estudi en contacto vivo con la naturaleza todos sus fenmenos. Dice un comentarista: En las manos de Reclus aparece por primera vez la geografa con el carcter elevado y fecundo de fisiologa del planeta. Pero acudamos al prefacio que el gran sabio francs escribi para la primera edicin de Va Tierra, donde puede leerse: Ce n'est point seulement aux livres, c'est la terre elle-mme que je me suis adress pour avoir la connaissance de la terre. Aprs de longues recherches daris la poussire des bibliothques, je revenais toujours a la grande source, et ravivais mon esprit dans ltude des phenomnes eux-mmes (...) Je puis le dire avec le sentiment du devoir accompli: ... pour garder la nettet de ma vue et la probit de ma pense, j'ai parcouru le monde en

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Como secretario de la Sociedad Geogrfica Rusa redact una importante obra de geologa sobre el perodo glacial. En 1871 explor los glaciares de Finlandia y Rusia para la Sociedad Geogrfica de su pas. En 1873 public un nuevo mapa de Asia.

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homme libre, j'ai contempl la nature d'un regard a la fois candide et fier, me souvenant que l'antique Freya2 tait en mme temps la desse de la Terre et celle de la libert. Estas palabras de Elise Reclus son importantes por dos razones. En primer lugar porque demuestran su profundo compromiso con la geografa como ciencia experimental, y son a la vez una crtica a la prctica "convencional" de la misma. En segundo, porque; aunque de manera sesgada, dejan entrever su pensamiento poltico, al cual nos referimos en la primera parte. III. Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta| |

En el Prefacio de este libro, editado en Pars en 1861, Elise Reclus escribi: En 1855 un proyecto de explotacin agrcola y el amor a los viajes me llevaron a la Nueva Granada. Despus de una permanencia de dos aos volv sin haber realizado mis planes de colonizacin y de exploracin geogrfica; sin embargo, y a pesar del mal resultado, nunca me felicitar lo bastante por haber recorrido ese admirable pas, uno de los menos conocidos de Amrica del Sur y ese continente as mismo poco conocido. Ocho aos despus el 1o. de septiembre de 1869, aparece en La Repblica de Bogot la traduccin del prefacio y parte del captulo primero de este libro. Posteriormente, el 30 de noviembre, el mismo peridico anuncia la venta en librera del Viaje a la Sierra Nevada de Santa Marta, traducido por Gregorio Obregn y editado por la Imprenta de Focin Mantilla. Francisco Javier Vergara y Velasco cuenta que la lectura de esta obra lo llev a pensar en traducir la Geografa de Colombia de Reclus; que corresponde al tomo XVIII de la Nouvelle Gographie Universelle. La traduccin de Vergara y Velasco, amigo y colaborador del gegrafo francs; aparece en Bogot en 1893, editada por la papelera de Samper Matiz. La importancia de la literatura de viajes (y por lo tanto del Voyage la Sierra de Reclus) estriba en el aporte de este tipo de documentos para la comprensin de un pas. Dice Gabriel Giraldo Jaramillo: Aparte de si, propio encanto, la literatura de viajes es un documento precioso en la reconstruccin del pasado. Constituye por consiguiente un valioso auxiliar para el historiador Es posible que el viajero tenga tantos prejuicios como el cronista, pero generalmente observa las gentes y las costumbres con espritu desprevenido e imparcial. En la mayora de los casos es ajeno al problema de que trata y lo considera con serenidad y con simpata. Su visin de la sociedad es personal, inmediata, y si carece de la perspectiva necesaria para lograr un juicio definitivo, le presta, por el contrario, viveza e inters. Suele ser el viajero actor de los episodios que narra y cobra entonces el relato el valor de la autobiografa, sin descuidar la descripcin del ambiente, del paisaje, de los hechos accesorios que a veces son ms elocuentes y expresivos (...) Los relatos de viajes contribuyen de esta manera al descubrimiento de la propia tierra, de las costumbres autctonas de la idiosincrasia y la personalidad nacionales3.

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Diosa del Olimpo escandinavo, hermana de Freyr y segunda esposa de Odin. El da viernes en alemn, freitag, todava lleva su nombre. Era la diosa ms reverenciada en los cielos y en la Tierra (Nota del prologuista).|

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Gabriel Giraldo Jaramillo, Bibliografa colombiana de viajes, Bogot, Editorial ABC, 1957, PP. 11-13.

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De ah que no sea simple coincidencia el que el auge de los viajes; la Comisin Corogrfica que recorre el pas durante nueve aos (1850-1859), y el nacimiento de La literatura costumbrista en Colombia sean contemporneos. Adems de Elise Reclus; otros destacados viajeros franceses visitaron Colombia en el siglo pasado: Gaspar Theodore Mollien (Voyage dans la Rpuhlique de Colombie), J. Crevaux (Voyages dans l'Amrique du Sud), Edouard Andr (L'Amrique quinoxiale), Charles Saffray (Voyage la Nouvelle Grenade), etc. Ignoro si en nuestros centros docentes se estudi la obra de estos viajeros; lo que ciertamente aconteci con la de Elise Reclus. Lo prueba la siguiente apreciacin de Juan de Dios Uribe: Servan las asignaturas en San Bartolom profesores benemritos, algunos de ellos irremplazables entre nosotros. Jos Ignacio Escobar era capaz de ensearte castellano del Siglo de Oro a una tapia y toda la geografa de Reclus al ms negado de sus discpulos, tanto poda su saber y tan bueno era su mtodo! 4 Una aclaracin antes de finalizar. En nuestro afn por restaurar el texto original, hemos traducido el final del captulo omitido talvez por error, en la versin de Gregorio Obregn que reproduce este libro5. lvaro Rodrguez Torres

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Prlogo a las Poesas originales y traducciones poticas de Antonio Jos Restrepo, Lausane, 1899.

Aparte de la de Gregorio Obregn existen otras dos traducciones al espaol: Mis exploraciones en Amrica, traduccin de A. Lpez Rodrigo, valencia, F. Sempere y compaa Editores, s.f.; viaje a la Sierra Nevada de Santa Maria, traduccin castellana de J.J. Cartagena, Tip. Mogolln, 1935.

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PREFACIO

En 1855, un proyecto de explotacin agrcola y el amor los viajes, me llevaron la Nueva Granada. Despus de una permanencia de dos aos, volv sin haber realizado mis planes de colonizacin y de exploracin geogrfica; sin embargo, y pesar del mal resultado, nunca me felicitar lo bastante por haber recorrido ese admirable pas, uno de los menos conocidos de la Amrica del Sur, ese continente as mismo poco conocido. Hoy el hombre pasea su nivel por los llanos y las montaas de la vieja Europa; se cree de talla suficiente para luchar con ventaja contra la naturaleza y quiere trasformarla su imagen regulando las fuerzas impetuosas de la tierra; pero no comprende esa naturaleza que trata de domar; la vulgariza, la afea, y se pueden viajar centenares de leguas sin ver otra cosa que porciones de terrenos cortados ngulos rectos y rboles martirizados por el fierro. As, qu gozo para el europeo cuando puede admirar una tierra joven an y poderosamente fecundada por las ardientes caricias del sol! Yo he visto en accin al antiguo caos en los pantanos en que pulula sordamente toda una vida inferior. Al travs de inmensas selvas que cubren con su sombra territorios ms extensos que nuestros reinos de Europa, he penetrado hasta esas montaas que se elevan como enormes ciudadelas ms all del eterno esto, y cuyas almenas de hielo se sumergen en una atmsfera polar. Y sin embargo en naturaleza tan magnifica, en donde se ve como un resumen de los esplendores de todas las zonas, me ha impresionado menos que la vista del pueblo que se forma en esas soledades. Ese pueblo est compuesto de grupos an aislados, que se comunican con gran trabajo travs de pantanos, selvas y cadenas de montaas; su estado social es an muy imperfecto; sus elementos esparcidos estn en la primera efervescencia de la juventud, pero est dotado de todas las fuerzas vitales que producen el xito, porque l ha reunido como en un haz las cualidades distintivas de las tres razas; descendiendo la vez de los blancos de Europa, de los negros de frica, de los indios de Amrica, es ms que los otros pueblos, el representante de la humanidad, que se ha reconciliado en l. Con gozo, pues, me vuelvo hacia ese pueblo naciente: espero en l en sus progresos, en su prosperidad futura, en su influencia feliz en la historia del gnero humano. La Repblica granadina y las repblicas sus hermanas son an dbiles y pobres, pero ellas formarn indudablemente entre los imperios ms poderosos del mundo, y los que hablan con desprecio de la Amrica Latina, y no ven en ella sino la presa de los invasores anglosajones, no encontrarn algn da la suficiente elocuencia para cantar su gloria. Los aduladores se volvern en tropel hacia el sol naciente; same permitido anticiprmeles celebrando los primeros resplandores del alba.| |

Cul no sera la prosperidad de Europa si la cuestin de las nacionalidades fuera resuelta, si todos los pueblos formados para ser libres, fueran en efecto libres independientes los unos de los otros! Y bien!, esta cuestin terrible, llena de sangre y de lgrimas, que nos mantiene jadeando todos en la agona, esta cuestin que hace afilar tantas bayonetas, y pone en pie millones de hombres armados no existe en la Amrica meridional. Salvo algunas tribus de indios que sern absorbidas como lo han sido ya millones de aborgenes, todas las sociedades hispanoamericanas pertenecen la misma nacionalidad. Estas repblicas del Sur, constantemente citadas como un ejemplo de discordias, son al contrario los Estados que ms se aproximan la calma y la paz; porque no estn divididos sino por hechos de inters local, y los caminos harn ms por su reconciliacin que las mortferas guerras. Los hispanoamericanos son hermanos por la sangre, por las costumbres, por la religin y por la poltica. Todos, sin excepcin, son republicanos, todos tienen del blanco por la inteligencia, del indio por el indomable espritu de resistencia del africano por la pasin y por ese carcter tierno, que, ms que todo ha contribuido unir las tres razas durante largos siglos de

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elaboracin. En Amrica del Sur no hay Alpes ni Pirineos; hermanos habitan las pendientes de los Andes. El continente de la Amrica del Sur presenta una sencillez de contornos y de relieves que concuerda perfectamente con su destino; es uno como la raza que lo puebla en parte. Tringulo inmenso ms grande que nuestro continente de Europa, no tiene pennsulas abruptas, ni bahas profundas; sus costas se prolongan uniformemente desde la zona trrida hasta los helados y brumosos mares boreales. Atravesado en toda su longitud por una cadena de montaas casi recta, y semejante la espina dorsal, est regado por los ros ms bellos de la tierra corriendo todos en la misma depresin y ramificndose con la perfecta regularidad de las arterias de un cuerpo orgnico. Evidentemente este continente ha sido formado para servir de cuna una sola y misma nacin. Esta nacin que comienza cuenta ya ms de veinte millones de hombres que pertenecen todos la misma raza, en la cual se han fundido, como en un crisol todos los pueblos de la tierra. Cuando el antiguo mundo recargado de poblacin, enve sus hijos por millones las soledades de la Amrica del Sur, el flujo de la emigracin turbar esta unin de las razas que se ha verificado ya en las Repblicas hispanoamericanas, bien la poblacin actual de la Amrica meridional estar suficientemente compacta para reunir en un mismo cuerpo de nacin todos los varios elementos que le irn de fuera? Esta ltima alternativa, que nos parece la nica probable, traer consigo la reconciliacin final de todos los pueblos de origen diverso, y el advenimiento de la humanidad una era de paz y felicidad. Para un estado social nuevo, es necesario un continente virgen. Y qu papel est reservado la Nueva Granada en la historia futura del continente? S las naciones se asemejan siempre la naturaleza que las alimenta, qu no debemos esperar de ese pas en que los ocanos se aproximan, en que se encuentran todos los climas unos sobrepuestos otros, en que crecen todos los productos, en que cinco cadenas de montaas ramificadas como un abanico forman tan maravillosa variedad de sitios? Por su Istmo de Panam, servir de descanso y lugar de cita a los pueblos de la Europa occidental y a los del extremo oriental: as, como lo profetiz Coln, all vendrn a unirse las dos extremidades del anillo que rodea al globo. No lo ocultar: amo a la Nueva Granada con el mismo fervor que a mi patria natal, y me considerar feliz si hago conocer de algunos a ese pas admirable y lleno de porvenir. Si yo lograra hacer dirigir hacia este pas una pequea parte de la corriente de emigracin que arrastra a los europeos, mi dicha sera completa. Es tiempo ya de que el equilibrio se establezca en las poblaciones del globo y que "El Dorado" deje en fin de ser una soledad. Elise Reclus Enero 14 de 1861

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ASPlNWALL - EL FERROCARRIL DE PANAM

Con la frente acariciada por la ligera brisa que rozaba la superficie del mar, esperaba en el castillo de proa del vapor Philadelphia, que los primeros destellos del alba aclarasen las montaas de Portobelo. Haca algunas horas que mis ojos estaban fijos al travs de la oscuridad, en el negro horizonte estrellado aqu y all; por fin las estrellas se extinguieron una despus de otra, el vago brillo de la va lctea desapareci, y el reflejo de la aurora se despleg del lado del Occidente como una vasta y blanca tienda de campaa. La masa de montaas estaba sumergida an en la sombra, pero gradualmente la luz descendi a lo largo de sus faldas y colore de un tinte azul las cimas lejanas, mostrando en las escarpas ms prximas los bosques extendidos como un esplndido manto de verdura, y mezclando algunas rfagas a la capa de nieblas que reposaba entre la ribera del mar y el pie de las colinas. Bien pronto este velo de vapor se rasg, dispers sus girones al acaso alrededor de los arrecifes y por la superficie de las ondas; y nos mostr la extensa abra de Aspinwall Navy Bay, muellemente tendida entre los dos verdes promontorios de Chgres y Limn. Al mismo tiempo, los rayos del sol que naca se deslizaron oblicuamente sobre las olas, e hiriendo apenas sus crestas, cambiaron en una larga lista de oro la blanca espuma que orlaba los muelles de Aspinwall.|

Vista desde el mar, la poblacin presenta el aspecto de las ciudades de la Amrica del Norte, construida de prisa en el espacio de pocos aos. Las casas, de altura desigual estn esparcidas en la playa baja y cenagosa de la isla de Manzanillo, y solamente hacia el lado oeste se aproximan bastante unas otras para formar calles. En los terrenos que no estn ocupados an por edificios existen grandes rboles arraigados, semejantes enormes horcas. Ms all del estrecho brazo de mar que separa la ciudad del continente se estrechan innumerables y coposos rboles. Un gran buque de vapor, cinco seis goletas al anda, se balancean sobre las ondas al lado de embarcaciones varadas que sacan del agua sus mstiles carcomidos incrustados de conchitas; cerca del muelle principal un buque viejo, de casco enmohecido, espera un ras de la marea para zozobrar y contribuir la obstruccin del puerto los muelles y las plataformas estn cubiertos de carbn, leos y barriles esparcidos. Los carros, impulsados por brazos de hombres arrastrados por mulas, van y vienen incesantemente de las embarcaciones la estacin del camino de fierro de Panam, coqueta y graciosa casa, cuya fachada de blancura deslumbradora se destaca del verde fondo de la selva y recibe la sombra de cuatro palmeras de torcido tronco. Una pared un rayo de sol, no es necesario ms bajo el cielo resplandeciente de los trpicos, para formar un cuadro maravilloso. Apenas desembarcamos los trescientos pasajeros del Philadelphia, fuimos asaltados por una multitud de hombres de todas las razas y de todos los pases, negros de Jamaica, Santo Domingo y Curazao, chinos, americanos, irlandeses que hablaban marmoteaban cada uno en su lengua en su patu, desde el francs ingls ms puro hasta el papiamento6 mas corrompido. Hostigados por esta vida multitud, arrastrados casi de viva fuerza los viajeros fueron tumultuosamente separados y llevados como otras tantas presas innumerables hoteles, posadas mesones, que componen la ciudad de Aspinwall. Yo crea haber escapado la multitud deslizndome por detrs de los montones de carbn y de las filas de maderas| | |

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El papiamento es una mezcla de palabras espaolas, holandesas, francesas, inglesas y caribes que sirve de lengua franca en las Antillas holandesas y en las costas de Colombia.|

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que llenaban el muelle, pero un negro de Santo Domingo me descubri: se me insinu con un saludo en tres lenguas, se declar mi gua y en toda la maana no pude desembarazarme de este importuno. Aspinwall goza en la Amrica entera de tan mala reputacin por lo que respecta su salubridad, que yo esperaba ver un gran cementerio en donde se pasearan sombras de hombres temblorosos de fiebre; pero no es as. Los negros y mulatos que forman la mayora de la poblacin de Aspinwall tienen tal aire de salud y alegra que regocija el corazn; all se encuentran en un pas semejante aquel de donde vinieron sus padres; y como las plantas tropicales, ellos vegetan lujosamente en esta tierra pinge y cenagosa recalentada por un sol de fuego. Viendo su andar tranquilo y su alegre fisonoma, se comprende que estn en su casa y que el porvenir del Istmo les pertenece, como tambin el de las otras regiones de la Amrica trrida. En cuanto los blancos y los chinos, los que han podido resistir la terrible fiebre, parecen sostenidos y aun curados por esa ardiente avidez, nica que ha podido inducirlos ejercer su industria en el reino mismo de la muerte. Un fuego sombro que brilla en la mirada casi feroz, ilumina aquellas fisonomas plidas y enflaquecidas. Sus movimientos irregulares y nerviosos prueban que ellos no viven con la vida natural del hombre, y que han sacrificado la ganancia todo sentimiento de tranquila felicidad. El padre que lleva su esposa sus hijos esta ciudad, mata la una y los otros con la misma seguridad que si les clavara un pual en el corazn; pero l no vacila, y desafa por si y por los suyos la insalubridad de este clima terrible y va tranquilo y resuelto esperar en Aspinwall los pjaros viajeros que sus propios riesgos le dan derecho desplumar. Puede morir, es verdad; pero si el sombro estmulo de la ganancia le sostiene, podr retirarse al cabo de algunos aos de trabajo Nueva York a San Francisco, viudo privado de sus hijos, pero poderosamente rico. Por lo dems, es muy raro que los aventureros que van Aspinwall de todos los puntos del globo lleven consigo sus hijos y mujeres. stas forman apenas una muy pequea minora de la poblacin en la ciudad naciente, y es sabido que toda sociedad en que la mujer falta, llega ser necesariamente grosera, inmoral, impdica. Lejos de esas miradas que encantan y subyugan aun los seres ms vulgares, el hombre se liberta por completo de las costumbres, de toda poltica, de toda dignidad; se precipita de lleno en el vicio con la cabeza inclinada se complace en su embrutecimiento y se glora en l. Los lazos del comercio son los nicos que ligan los miembros de una sociedad de esta especie; as, desgraciado de aquel que nada puede ofrecer en cambio del servicio que pide! El edificio ms grande de la ciudad es el hospital. Un enfermo puede hacerse trasportar l mediante 100 francos de entrada y 25 francos por da, si no, que se haga dejar en la puerta, y all morir! El extranjero expirante de sed en una calle de Aspinwall podr arrastrarse largo tiempo de puerta en puerta sin encontrar un blanco caritativo que le d gratuitamente un vaso de agua 7 solamente los negros despreciados tendrn quizs la generosidad de humedecer sus labios!|

Jams olvidar el aspecto del saln de la posada, al cual entr para almorzar y reponerme del mareo. Alrededor de una larga mesa de madera, ennegrecida por el uso, se estrechaba una centena de viajeros de todas las nacionalidades. La mesa pareca entregada al pillaje; cada cual se precipitaba sobre los platos de su preferencia y procuraba asegurar la mejor parte; los gritos, las exclamaciones, las disputas se cruzaban en todos sentidos. A una

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Tngase presente que la inmensa mayora de la poblacin de Aspinwall la forman extranjeros. N. del T.

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extremidad del saln, grupos de californianos de mirada hosca, con los cabellos en desorden, los vestidos despedazados, jugaban sus dollars y oro en polvo, sin cuidarse lo ms mnimo de los extranjeros que acababan de invadir el hotel; en estos grupos reinaba el ms riguroso silencio, interrumpido de tiempo en tiempo, segn los golpes de la suerte, por risas sardnicas por espantosas blasfemias. Una seora, en otro tiempo blanca, pero descolorida por la fiebre, presida el servicio de la mesa. Sus grandes y ardientes ojos giraban en unas rbitas demasiado profundas; su piel seca y enjuta comprima los juanetes de sus mejillas y su espaciosa frente, tersa como el mrmol sus labios violetas y siempre abiertos dejaban ver unas encas lvidas; bajo su ropa muy ancha, que sin duda cubra en otro tiempo formas voluptuosas, se presuma un cuerpo de esqueleto. De la antigua belleza no quedaba la husped sino los abundantes cabellos negros guarneciendo una cara flaca. Y sin embargo esta mujer, que pareca pertenecer ya la tumba, no mostraba el menor decaimiento, su voz era decidida, su mirada intrpida, su gesto soberano. Estaba sostenida por una fiebre ms terrible que aquella que la minaba: la fiebre sagrada del oro.| |

La calle principal de Aspinwall presenta un aspecto raro; banderas y banderolas flotan en todas las casas como en una calle de Pekn; blancos, negros, chinos, gritan, gesticulan y pelean; nios enteramente desnudos se revuelcan en el polvo y en el barro; cerdos, perros y hasta corderos devoran innumerables inmundicias que los buitres contemplan con ojos vidos desde los tejados; monos amarrados allan, papagayos y cotorras lanzan gritos estridentes: es una extraa batahola, en la cual se mezcla uno con cierto pavor. Solamente faltan los indios en esta Babel. Amedrentados por los invasores de su pas, apenas osan girar tmidamente alrededor de esta ciudad que se ha levantado como por encanto en un islote pantanoso. El pabelln tricolor de la Nueva Granada flamea en una casa de Aspinwall; pero la autoridad granadina, Lejos de gobernar, debe felicitarse de ser simplemente tolerada. La compaa del ferrocarril, declarada simple propietaria de la isla por un acto del Congreso granadino, es en realidad el verdadero soberano de la falda atlntica del Istmo, y sus decisiones, sean no ratificadas por el jefe poltico de Aspinwall por el Congreso de Bogot, tienen realmente fuerza de ley. Son americanos audaces los que han osado poner el pie en este islote malsano de Manzanillo que en la lama humeante de miasmas en que la muerte germina con las plantas, han fijado las estacas en que deba asentarse la ciudad, y que han llamado de todos los puntos de la tierra los hombres vidos gritndoles:|

-Haced como nosotros, arriesgad vuestras vidas por la riqueza! Ellos han llevado de los Estados Unidos todas las casas aun construidas, y es tambin los Estados Unidos que ellos envan buscar harina, galleta, carne y hasta combustible. La ciudad es creacin suya, se juzgan con derecho de gobernarla y le han dado el de uno de los ms fuertes accionistas de la compaa, el negociante Aspinwall; las protestas solemnes de la Repblica granadina no han logrado dar hasta ahora el nombre oficial de Coln a la ciudad naciente. Los agentes de la compaa americana son pues los nicos responsables de la salubridad del lugar: si ellos se dignaran a ocuparse de este asunto, la poblacin de cuatro cinco mil habitantes doblara, triplicara en el espacio de algunos aos; pero en lugar de pensar en secar los pantanos, los han formado artificiales. Para construir un hermoso almacn de depsito, de piedra negra, los ingenieros han elegido una lnea de arrecifes poca distancia de la ribera, y la tabla de agua que han separado as de la baha ha llegado ser un pantano infecto, lleno de despojos corrompidos y cubiertos de un sedimento debajo del cual vela prfidamente la terrible fiebre de chgres. M. Froebel, que ha visitado la embocadura del ro|

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Chgres, y ha dejado de ella una bella descripcin8, dice que ha sentido distintamente en la lengua el gusto de los miasmas ptridos. El ferrocarril de una sola va que une Aspinwall con Panam no tiene ms de setenta y dos kilmetros de largo, y atraviesa el Istmo casi en lnea recta de noroeste sudoeste. Ha costado mis de quinientos mil francos por kilmetro, suma enorme comparada con los gastos de construccin de otros caminos de fierro en Amrica; sin embargo, y dgase lo que se quiera, los trabajos de arte no tienen nada de gigantesco. Ha sido necesario unir la isla de Manzanillo al continente por un puente asentado en estacas, atravesar muchos pantanos, elevar fuertes terraplenes en las cercanas de los ros, franquear el ro Chgres por un puente de doscientos metros, y cavar algunas zanjas, sobre todo en el punto culminante del camino, que se eleva solamente ochenta metros sobre el nivel del Ocano pero hace mucho tiempo que los ingenieros aprendieron vencer esas dificultades. El gran obstculo para la construccin de esta lnea frrea fue la terrible mortalidad que hizo estragos entre los obreros. La promesa de una paga muy crecida no dej de ser una seduccin irresistible que arrastr millares de hombres de todo color y de toda raza, y los trabajadores principiaron con resolucin y con los pies metidos en el fango quemante de los pantanos, aserrar los troncos de los paletuvios, enterrar las estacas en el barro, carretear arena y guijarros en el agua corrompida. Cuntos desgraciados, hostigados por los insectos malignos, aspirando cada soplo los miasmas ptridos que exhalan las aguas, extenuados aturdidos por el implacable sol que les quemaba la sangre en las venas se han arrastrado trabajosamente la tierra firme, y acostndose para no levantarse ms! Ha pasado como un proverbio que el ferrocarril de Panam ha costado una vida de hombre por cada travesao puesto en el camino. sta es una exageracin evidente porque este hecho supondra la muerte de ms de setenta mil obreros; pero es cierto que la Compaa no ha juzgado conveniente publicar, y probablemente ni aun sabe el nmero de aquellos que han muerto su servicio. Los irlandeses, ms expuestos que los dems causa de la exuberancia de vitalidad de su raza, y de la riqueza de su sangre que corre en innumerables filetes bajo la fina piel, fueron exterminados casi todos por la enfermedad, tanto que los agentes de la compaa renunciaron hacer venir de Nueva York de Nueva Orlens ms trabajadores de esa nacin. Los negros mismos de las Antillas sufrieron mucho con el clima, y, poco cuidadosos de aumentar sus economas costa de su salud, se retiraron en bandadas, para gozar en Providencia, Jamaica San Thomas de las dulzuras del far niente. En cuanto los chinos, que, bajo la fe de magnficas promesas haban abandonado su pas para ir enriquecerse con los piastras americanos ms all del Gran Pacfico, se les vio morir por centenares, de fatiga y de desesperacin. Muchos de ellos se dieron muerte para evitar los sufrimientos de la enfermedad que principiaba torturarlos. Se refiere que en lo ms fuerte de la epidemia, una multitud de estos pobres expatriados fue sentarse la cada del da en las arenas de la baha de Panam, que haban abandonado haca algunas horas las oleadas de la marea. Silenciosos, terribles, mirando al occidente el sol que se ocultaba ms all de su patria tan lejana, esperaron as que la marea subiera de nuevo. Bien pronto las olas volvieron remolineando sobre las arenas de la playa, los desgraciados se dejaron engullir, sin lanzar un grito de angustia, y el mar extendi su vasto sudario sobre ellos y sobre su desesperacin.| |

La va frrea del Istmo est muy distante de prestar al comercio y la humanidad los servicios que podran esperarse de ella. La falta est ciertamente en el monopolio y en las tasas exorbitantes de los precios que exige la compaa, la cual hace pagar los viajeros la suma de 125 francos por un simple trayecto de 72 kilmetros, y pide hasta 1.000 francos

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Seven years `travels in Central America

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por tonelada de mercancas que se despachan de prisa. As el camino de fierro no transporta de mar mar ms que treinta cuarenta mil viajeros por ao, es decir, menos que nuestra ramificacin del Oeste en un da. El movimiento de mercaderas entre los dos ocanos representa un valor total de un tercio de millar; pero los artculos que transitan consisten simplemente en oro de California, en plata de Mjico y otros objetos de gran precio en poco volumen. Todas las mercaderas voluminosas dirigidas de un mar otro siguen an la va del cabo de Hornos; y aunque su valor medio se acerca un millar, la compaa no piensa bajar su tarifa con el objeto de sacar algn beneficio de ese comercio inmenso. Ms bien que pagar los precios enormes estipulados por la compaa del ferrocarril para el trnsito de las mercaderas, los negociantes de Nueva York y San Francisco prefieren imponer sus cargamentos un rodeo de 9.600 kilmetros y una prolongacin de sesenta das de travesa por en medio de las tempestades del ocano austral. excepcin de los grandes vapores que conducen regularmente los pasajeros y las valijas, casi todos los buques que llegan Aspinwall y Panam, son pequeas goletas que hacen el servicio de cabotaje entre los puertos de la Nueva Granada y de la Amrica Central. Y sin embargo, el transporte de los viajeros y metales preciosos basta para hacer ganar cerca de 40 por ciento cada ao los accionistas de la compaa; andando el tiempo podrn ellos aumentar sus beneficios, vendiendo las cien mil hectreas de tierras frtiles que les concedi la Repblica granadina.|

Hasta hoy la compaa del Istmo no ha tenido sino una competencia temible, la de los vapores del lago de Nicaragua, y aun, gracias las pirateras de Walker, gracias tambin las intrigas de los plenipotenciarios americanos, que exigan para los Estados Unidos una cuasi soberana sobre el camino del trnsito, esta competencia ha desaparecido completamente durante algunos aos. Sin embargo, tarde o temprano las vas frreas interocenicas de Tehuantepec, Honduras, Costa Rica istmo de Chiriqu, se llevarn cabo y es posible tambin que la Nueva Granada, justamente descontenta porque la compaa de Panam no le paga el beneficio anual que est convenido, permita una compaa rival la construccin de otro camino de fierro entre los dos mares 9 . Es evidente que este Istmo prolongado, que se pliega tan graciosamente entre las dos Amricas en una longitud de 2.200 kilmetros y separa con su estrecha banda de verdura las inmensas aguas azules de los dos grandes ocanos del mundo, no debe continuar siendo una aterradora soledad, donde germinen esparcidos embriones de ciudades. Algn da los pueblos de la tierra se darn cita en aquel punto; Constantinoplas y Alejandras se levantarn en las embocaduras de sus ros; sus pantanos se transformarn en campos frtiles, y el volcn pagano de Momotombo, que, segn la tradicin, se engulla los misioneros cristianos, admitir sin duda en sus extensos flancos los pacficos leadores y agricultores.

Lejos de eso, la situacin ha empeorado con la venta de las reservas la misma compaa, venta que se hizo con halagadoras promesas de grandes mejoras en la va, que hasta ahora no solamente no se han realizado sino que ni siquiera se han comenzado cumplir. Ojal que la experiencia adquirida sirva siquiera para no festinar el contrato de apertura del canal interocenico, y sobre todo que no nos mostremos inferiores en patriotismo los nicaragenses, que prefirieron ver alejarse de su hermoso lago los vapores que hacan el servicio en l dndole animacin y vida, aceptar las humillantes condiciones de cuasi soberana que exigan los plenipotenciarios americanos, segn lo expresa M. Reclus. N. del T.| | |

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EL NARCISO - PORTOBELO - LOS INDIOS DE SAN BLAS

Deseaba ir hasta Panam para conocer el Istmo en toda su anchura y contemplar las aguas del ocano Pacfico; pero habra tenido que esperar durante un da y una noche la marcha de un tren, y confieso que la permanencia en un hotel construido al borde de un pantano me halagaba muy poco. Adems me urga llegar al pie de la Sierra Nevada, objeto principal de mi viaje, y me desped de mis compaeros de travesa10. El vapor ingls que hace el servicio regular de las costas de la Nueva Granada, tardara casi dos semanas, por lo cual me apresur ir al puerto, fin de inquirir si haba alguna goleta que partiese para Cartagena. Felizmente apercib una pequea cscara de nuez que levaba el ancla; apenas tuve tiempo para enviar por mis bales y tirarme en un esquife, saltar bordo de la goleta, que ya principiaba bordear frente a Aspinwall; descend la bodega para depositar mis efectos entre dos sacos de cacao, y cuando sub la peligrosa escalera, estbamos en medio de la baha. El Narciso era una pequea embarcacin destrozada, del porte de 24 toneladas, y tan mal distribuida que el nico espacio en que uno poda pasearse, no tena ms de dos metros de largo. De momento en momento las crestas de las olas nos ocultaban el horizonte, y se hubiera dicho que a lo lejos la ciudad saltaba del seno del mar para volver sumergirse en l. cada nueva ola nuestro mstil de bauprs se sumerga en parte, y el agua corra hasta la popa. El espacio que quedaba seco era muy pequeo; haba necesidad, sin embargo, de contentarse con l, y yo me instal lo mejor posible, con los pies contra el borde de la boca de la escotilla, la espalda apoyada contra el bordaje, el brazo pasado alrededor de un cable; trat de formar un solo cuerpo, por decirlo as, con la embarcacin y permanecer inmvil como un tronco amarrado en el puente. Esta posicin me permita contemplar mi gusto las ondas espumosas, en medio de las cuales jugueteaban trasparentes medusas, mientras que los tiburones las hundan con sus aletas dorsales, triangulares y cortantes como la cuchilla de una guillotina.|

La tripulacin de El Narciso se compona de cuatro hombres: el propietario, el capitn, el marinero y el grumete. El primero era un negro hercleo, de fisonoma llena y placentera: acostado sobre el puente, miraba con satisfaccin profunda las velas de su nave, infladas por el viento, los sacos de cacao amontonados en la bodega, y aun al humilde pasajero tendido a su lado; gozaba voluptuosamente el privilegio de poseer, y miraba con ternura las ondas sobre las cuales flotaba su goleta; entregado enteramente su dicha, rara vez se dignaba ocuparse de la maniobra ni de prestar mano fuerte cuando se trataba de halar una cuerda de virar de bordo. Por lo dems era de una dulzura inefable, y deseaba ver todos sus compaeros tan dichosos como l si el capitn no hubiera mandado, si el marinero y el grumete se hubieran cruzado de brazos, se habra dejado estrellar apaciblemente contra un arrecife, sin que la satisfaccin pintada en su fisonoma se hubiera turbado. Verdadero tipo del negro de las Antillas, se deca cosmopolita, flotaba de ola en ola, de tierra en tierra como una ave marina; hablaba igualmente mal todas las lenguas, todos los patus de los pueblos| |

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Reunidos al da siguiente (17 de agosto, 1855) los novecientos pasajeros del vapor de Nueva York el Illinois, estos viajeros llegaron creer que tendran que sostener un sitio en regla contra los habitantes de Panam: diez y siete de entre ellos murieron cuchillo. Un norteamericano se haba robado una sanda y dispar un revlver sobre el panameo que quera recobrarla. sta fue la seal del combate. Los americanos vencidos se vieron obligados batirse en retirada, y se salvaron gracias la intervencin de la polica y de la fuerza armada.|

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establecidos alrededor del mar Caribe, y responda indiferentemente los nombres de don Jorge, Juan, Juan Jacobo. El capitn era un joven hermoso, activo, pero charlatn, impaciente, colrico, que no ocultaba el desprecio que le inspiraba su plcido armador; sin embargo, tena el buen sentido de no zaherirlo. Hijo de un francs casado en Cartagena, Jos Mara Mouton, tena sin duda los rasgos de su padre, sus maneras y su vivacidad; pero haba adquirido los hbitos y las supersticiones del pas, y no saba ni una palabra de la lengua de sus antepasados; sus ojos me seguan con una curiosidad importuna. Pronunciaba cada palabra con el acento de la provocacin, y no se dulcificaba un poco sino cuando se diriga al marinero. ste, siempre silencioso, adivinando el menor deseo del capitn, trabajando sin descanso en las velas, en las cuerdas, en las cadenas, me pareca un ser indefinible. No solamente no hablaba, sino que tampoco miraba, y caminaba sin ruido, deslizndose como una sombra de la proa la popa de la goleta. qu raza perteneca? Era negro, espaol mestizo? Su piel negra poda haberse curtido por las lluvias, las tempestades, las nieblas, los soles; sus ojos han podido ser empaados por el espectculo de esos millares de olas que se suceden sin fin unas otras en la superficie de los mares. Poco me habra asombrado al saber que l era ese holands volante que hace siglos vaga sobre el ocano, y algunas veces, cuando la tempestad se prepara, agita delante de las naves sus grandes brazos cargados de bruma. En cuanto al grumete, era simplemente un pilluelo sucio y perezoso como una serpiente: dorma siempre, y el capitn no poda despertarlo sino puntapis. Don Jorge, cuyas comidas eran numerosas y abundantes, ocupaba el resto de su tiempo en seguir con las miradas las redes y anzuelos que haba asegurado los flancos de la embarcacin, y que daban botes en la estela luminosa. Durante la primera jornada, su pesca fue particularmente fructuosa: sac del agua muchos peces cuyos nombres brbaros, tomados de una especie de patu hispano-indio, he olvidado; despus logr coger una dorada, y en fin un tiburn joven, de cerca de dos metros de largo. Para coger esos animales los marineros cortan un pedazo de tela blanca en forma de pez volante y lo adhieren un anzuelo que arrojan en la estela; en seguida se ponen silbar como silban los vaqueros cuando conducen el ganado al abrevadero. El confiado pez, seducido por esta llamada, se arroja sobre el retazo de tela blanca, traga el anzuelo... y los que no han tenido vergenza de engaar un tiburn lo sacan bordo, lo matan golpes, lo hacen pedazos; despus, saboreando con anticipacin su festn hacen frer gozosamente algunos pedazos. Se asegura que los nufragos de la Mduse prefirieron casi devorarse unos otros comer tiburn; sin embargo yo me atrev aproximar mi asiento la mesa de la tripulacin, y satisfice mi apetito con la carne del pobre animal. La encontr buena; pero mientras la saboreaba, no poda apartar de m un pensamiento: de qu me quejara yo, si los amigos del tiburn vengasen un da en m su hermano asesinado? As va el mundo.|

Llegada que fue la noche, el capitn, que en todo el da no haba dirigido la palabra don Jorge, se aproxim a l, y, vuelto comunicativo por la dulce y misteriosa influencia de la noche, condescendi en entrar en conversacin. Primeramente habl de negocios, despus de viajes, en seguida de fantasmas, y pronto le omos referir una leyenda del tiempo de la Inquisicin, llena de horribles detalles. Era la historia de un alma cargada de crmenes oscilando en la boca del infierno, la cual se disputaban los ngeles y los demonios. Al fin, triunfaron stos, y el alma desesperada se sumergi en las terribles llamas del abismo. Esta sera quizs la milsima vez que el capitn recitaba esta leyenda, porque sus palabras, que no tena necesidad de buscar, se desarrollaban en frases precisas y sonoras, y desplegaba cierta elocuencia salvaje en la pintura de los tormentos infernales. Don Jorge, feliz con este relato, que estimulaba su digestin, gozaba visiblemente con su propio miedo, mientras que el grumete, apoyado en los codos y tendido sobre el vientre en medio del puente, fijaba sus ojos ardientes en el capitn y senta que el alma se le escapaba de espanto. En cuanto al

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marinero, siempre solitario, se mantena firme en la proa de El Narciso, y su alta estatura, que medio se alcanzaba distinguir al travs de los aparejos se delineaba como un negro fantasma, en el mar fosforescente.|

Una fuerte lluvia puso fin nuestra conversacin, y capitn armador, grumete, pasajero, nos apresuramos descender la bodega arrojndonos sobre los sacos de cacao que deban servirnos de lechos. Mis compaeros acostumbrados esta clase de camas, se durmieron bien pronto profundamente; pero m me fue imposible imitarlos. Los granos de cacao, duros como pequeos guijarros, se me entraban en las carnes; espantosas cucarachas, las ms grandes que he visto en mi vida, me picaban los brazos y las piernas y se paseaban por mi cara el aire condensado de la bodega, y sobre todo el penetrante olor del cacao, me sofocaban. cada instante suba la escalera para respirar un soplo de aire puro en la boca de la escotilla pero la lluvia incesante me obligaba encerrarme otra vez en el antro malsano en donde mis compaeros soaban sueos de oro. Hacia la maana, vencido por la fatiga, me dorm con un sueo febril y agitado. Cuando despert, El Narciso doblaba uno de los promontorios poblados de rboles que guardan la entrada de Portobelo el antiguo Puerto-de-Oro de los espaoles, donde los galeones venan cargar los tesoros del Per. La lluvia haba cesado; una niebla ligera flotaba an sobre los montes, chispas de espuma blanca saltaban de los contornos de la ribera. A la verdad, el mar y las montaas iluminados por el sol naciente ofrecan un espectculo admirable, que yo apenas contemplaba; no poda separar las miradas de las extensas selvas tropicales, que se me presentaban por la primera vez en toda su magnificencia. Hasta ignoraba si realmente eran selvas las que tena delante de m, porque no distingua los rboles, y durante largo tiempo cre estar delante de una gigantesca roca cubierta de musgo y helecho. En la zona trrida puede decirse que el rbol no existe; ha perdido su individualidad en la vida de unin estrecha, y puede decirse que es una simple molcula en la gran masa de vegetacin de que hace parte.|

Un roble de Francia ostentando sus grandes ramas de corteza rugosa, enterrando sus enormes races en el terreno hendido sembrando la tierra de innumerables hojas secas, parece siempre independiente y libre, aun cuando est rodeado de otros robles; pero nunca se presentan aislados los ms bellos rboles de una selva virgen de la Amrica del Sur Ligados los unos los otros, atados en todos sentidos por cuerdas de bejuco cubiertos por las plantas parsitas que los oprimen y beben su savia, parecen no tener existencia propia. Las influencias de los climas son las mismas para los pueblos y para la vegetacin: es en las zonas templadas que especialmente se ve al individuo separarse de la tribu, lo mismo que al rbol aislarse del bosque.|

Poco poco nos aproximamos la estrecha garganta del puerto, y poco poco la escena se presentaba ms esplndida. Dos colinas cada una con las ruinas de un antiguo castillo se levantan la una enfrente de la otra; en la base de estas prominencias los cocoteros se inclinan hacia la superficie del mar; las aves marinas se mantienen graves e inmviles en las esparcidas rocas. Desde la cima hasta el pie de las colinas, no se ve sino un tumulto un ocano de follaje; bajo esta masa que se inclina y se levanta al soplo de los aires, apenas puede concebirse el suelo que las sostienen; fcilmente podra creerse que la selva entera tiene sus races en el mar y que flota sobre las aguas como una enorme planta piramidal de doscientos metros de altura. Todas las ramas estn entrelazadas las unas con las otras, y el menor movimiento se trasmite de hoja en hoja travs de la inmensa y verde campia. Sin embargo, las colinas son muy escarpadas, y para ligarse unos otros los rboles, grandes masas de ramas, bejucos y flores se esparcen de cima en cima, semejantes los hilos de una catarata. Es un Nigara de verdura.| |

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En fin, El Narciso ech el anda casi la sombra de la misteriosa selva, la lancha fue arrojada al mar, y tomando el marinero silenciosamente los dos remos, nos hizo sea de saltar ella. bamos hacer una pequea excursin tierra. Mi emocin, tan fuerte ya, se aument cuando el esquife se detuvo, y saltando de piedra en piedra, llegu la playa sembrada toda de conchitas amarillas y rojas. En pocos segundos llegu la desembocadura de un riachuelo que desciende en pequeas cascadas de las profundidades del bosque, y remontando este camino abierto por las aguas, me intern en el oscuro portillo que delante de m se prolongaba.|

Es imposible no sentir una extraa conmocin fsica cuando uno deja tras de s la atmsfera ardiente y luminosa, para penetrar bajo la sombra hmeda y solemne de una selva virgen. pocos pasos del mar, poda creerme internado cien leguas del continente; por todas partes una confusin inextricable de ramas; por todas panes misteriosas profundidades en que la mirada se atreve apenas fijarse; mi rededor, rocas cuyas paredes desaparecan bajo el follaje entrelazado; sobre mi cabeza, una bveda de verdura travs de la cual penetraba una media luz que se reflejaba en una y otra rama. Qu diferencia entre estos bosques tropicales y nuestras selvas calmadas y raquticas, y nuestros bosques tajados, en que cada rbol herido por el hacha se presenta dbil como un enfermo y tuerce con angustia sus brazos delgados y sin gracia! En los pases amados del sol, los rboles gigantescos que la tierra alimenta, les circula bajo la corteza una savia fuerte impetuosa, y podra decirse que el suelo, el agua y la roca se amalgaman all para entrar ms rpidamente en el crculo de la vida vegetal. Las cimas son ms altas y cubiertas de vegetacin, el color de las hojas y de las flores ms variado, los aromas de stas son ms acres; y no es el reposo, es el terror lo que se experimenta bajo estas tenebrosas sombras. Con precaucin, con paso sigiloso y vacilante, avanzaba sobre aquel terreno. Lagartos y otros reptiles que se vean al borde del riachuelo, desaparecan en la maleza haciendo gran ruido en la hojarasca; delante de m se condensaba la sombra; me detuve, pues, y me sent sobre el borde de una roca en la cual el agua haba cavado un pozo siempre murmurante y lleno de espuma. Volvindome, vea la extremidad del portillo oscuro por el cual haba penetrado en la selva, el fondo de una pequea ensenada, en donde las ondas azules con franjas plateadas venan morir sobre la arena de una blancura deslumbrante. Permanec largas horas sobre la roca, mientras que don Jorge dorma la siesta en la playa la sombra de un caracol de extensas ramas.11|

Mi segunda visita fue para la ciudad de Portobelo, en donde el capitn Mouton, vestido con su ropa de fiesta, quera, deca l, comprar algunos sacos de cacao; en realidad iba sencillamente requebrar una seorita. En cuanto m, me apresur recorrer las calles de Portobelo para descubrir en ellas los vestigios de su esplendor de otro tiempo. Se reducan muy poca cosa: miserables chozas cubiertas de caas de hojas de palma han reemplazado las vastas construcciones espaolas; aqu y all se levantan algunos lienzos de pared habitados por las serpientes y los lagartos; los rboles han introducido sus races en los bastiones de la fortaleza que dominaba la ciudad, y bien pronto no quedar piedra sobre piedra. La poblacin, compuesta de negros y mestizos en nmero como de ochocientos a novecientos, es asquerosa por sus harapos y su desaseo y pasea orgullosamente su indolencia lo largo de la playa. Las mujeres son las nicas que trabajan: pilan el maz asan los pltanos para las comidas de sus maridos y amos llenan los sacos de cacao, conducen sobre las cabezas pesados cntaros de agua de que se proveen en una fuente distante. En lugar de la flotilla de galeones que se reuna en otro tiempo en el puerto,|

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Anacardium caracol, rbol magnfico que tiene las dimensiones de nuestros castaos.

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protegido por el can de las fortalezas tres cuatro goletas armadas por un negociante de Jamaica, el judo Abraham, se balanceaban perezosamente sobre las ondas, no Lejos de pequeos almacenes de depsito pertenecientes al mismo propietario. Cada 15 das, el vapor ingls que hace el servicio de San Thomas Aspinwall entra en el puerto, no para tomar dejar pasajeros, sino nicamente para renovar la provisin de agua. Antes de la construccin del camino de fierro del Istmo, el primer trazado designaba Portobelo como punto de partida de la lnea frrea. El comercio habra encontrado all la inapreciable ventaja de un excelente puerto, y los ingenieros solamente habran tenido que seguir el antiguo camino de los espaoles, hoy simple sendero obstruido por la maleza. Despus, la insalubridad de Portobelo, ms espantosa an que la de Aspinwall modific los planes de la compaa. En efecto al este de la ciudad se extienden vastos pantanos donde el agua dulce y el agua salada conducen con el flujo y reflujo plantas en descomposicin; bosques de paletuvios crecen en el terreno movedizo algunos pasos de las barracas, y las colinas que se levantan la entrada del puerto, impiden que las brisas renueven el aire corrompido que pesa sobre la ciudad. Continuamente se forman encima de esta hondonada, rara vez batida por los vientos, nubarrones que descienden en lluvias diarias. Puede decirse que la hoya de Portobelo es un crter siempre humeante de vapores y miasmas. El capitn no termin hasta la cada del crepsculo la importante compra de tres sacos de cacao, y las estrellas brillaban ya en el cielo cuando nuestra lancha toc los flancos de la goleta. Arrullado con la esperanza de un sueo agradable que compensara el insomnio de la noche precedente, me apresur envolverme en una vela extendida sobre cubierta. Apenas haba cerrado los ojos cuando una fuerte lluvia me oblig buscar un refugio en la bodega. Desde que la nube que nos haba obsequiado con ese bao desapareci, sal de nuevo de mi antro para agazaparme en un pliegue de la vela; pero otra nube vino bien pronto descargarse sobre mi cabeza. Conoc que deba resignarme una vez ms los tormentos del insomnio. Pas la noche entera, ya arrojado del puente por las sucesivas lluvias y forzado descender la bodega de repugnantes olores, ya subiendo la cubierta humedecida por la lluvia, tomando al vuelo por decirlo as algunos instantes de sueo fugitivo. Las voces extraas que salan de las selvas vecinas, sobre todo los chillidos de una rana, que por s sola haca ms ruido que un perro campesino, contribuyeron particularmente hacerme difcil el reposo.|

Al apuntar el da, el capitn hizo levar el ancla y largar las velas de El Narciso. Este, psimo andador no se apresuraba por salir de la garganta, tanto ms cuanto que los vientos que soplan casi siempre en estos parajes de nordeste sudoeste rechazan hacia el puerto las embarcaciones que intentan dejarlo. Estuvimos bordeando toda la maana, arrojados por el viento de uno otro promontorio. Para continuar directamente nuestro camino, era necesario doblar la roca de Salmedina de Faralln-Sucio que dirige hacia el este su torre escueta rodeada de negros arrecifes. Cuando ya nos alejbamos como una milla, una nueva bordada nos conduca siempre cerca de esta torre formidable, cuyos escollos aparecan y desaparecan sucesivamente como monstruos marinos que jugueteaban en las olas bramadoras. Una vez el viento se col en las velas fuertemente en el momento en que el capitn acababa de pronunciar las palabras sacramentales:|

-Pra virar! Vaya con Dios! Y la goleta, dirigindose rpidamente y en lnea haca Salmedina, hendi las olas blanquecinas que se estrellaban en la base de la roca. El capitn, el marinero, el grumete y yo mismo nos esforzbamos intilmente, apoyados contra la verga, para vencer la resistencia de la vela, mientras que don Jorge, siempre placentero y sonriendo, dejaba

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vagar sus miradas por los aparejos de su goleta, que marchaba hacia una prdida inevitable. Un enrgico juramento del capitn le hizo levantar sobresaltado: desde que l nos ayud con su atltica fuerza, la verga cedi, y El Narciso, describiendo en torno de las rocas una gran curva, se dirigi hacia plena mar.|

medio da habamos en fin doblado el terrible promontorio, y seguimos dos tres millas de distancia la costa que extiende de un extremo otro del horizonte sus inmensas selvas en las cuales no se presenta un solo claro. Las montaas cuya cadena uniforme y poco elevada se desarrolla de oeste este, parecan mucho ms elevadas de lo que son en realidad, causa sin duda del interpuesto velo de clidos vapores que agrandaba extraordinariamente sus proporciones. Vimos presentarse, despus desaparecer unas tras otras, las puntas que esas montaas proyectan en el mar, Punta-Pescador, Punta-Escondida, Punta-Escribanos, todas semejantes por sus espesos bosques y circundados de mangles. El mar estaba tranquilo, la brisa inflaba apenas las velas de nuestra goleta, y sta henda pesadamente las ondas, cuya ligera espuma iba perderse en torbellinos los lados de la estela. Continuamos as nuestro curso martimo todo el da, y la noche nos sorprendi antes de que hubisemos doblado el cabo de San Blas. la siguiente maana, estbamos en medio del archipilago de las Mulatas, cuyas islas "ms numerosas que los das del ao" estn esparcidas en el mar en una gran extensin. Nosotros contamos ms de sesenta en un horizonte extremadamente reducido por la bruma, y medida que avanzbamos, veamos surgir otras nuevas del seno de las aguas tranquilas. Todas estas islas bajas que parecen reposar sobre la superficie de un lago como los jardines flotantes de Cachemira, estn cubiertas de cocoteros cuyas semillas han sido conducidas all por las olas desde que los espaoles introdujeron este rbol en el continente de Amrica. Algunos islotes son de tal manera pequeos, que sus cinco seis cocoteros de penacho encorvado los asemejan grandes abanicos verdes desplegados sobre el agua trasparente. Otros, al contrario, ocupan una gran superficie, y las chozas de los indios se agrupan aqu y all la sombra de sus bosquecillos; pero todos son redondos ovalados. Un areonauta que por primera vez contemplase este archipilago desde lo alto de su globo, no podra menos de comparar las Mulatas gigantescas hojas de nenfar abiertas sobre la superficie apenas rizada de un pantano. Cuando nuestra goleta pasaba cerca de un pueblecillo una canoa hecha del tronco de un rbol se destacaba de la ribera y se diriga hacia nosotros, trayendo tres cuatro indios. Desde que los remeros llegaban al alcance de la voz levantaban en el aire sus remos para testificar sus intenciones pacficas, y nos enviaban salutaciones en mal espaol; en seguida, despus de haber asegurado su canoa al costado de la goleta, saltaban al puente rean para animarnos y disponernos en su favor, y nos ofrecan con voz cariosa sus sacos de cacao, sus pltanos encantadores pericos verdes, anidados en calabazos, que se picoteaban y pellizcaban de la manera ms linda del mundo. En cambio aceptaban gneros de algodn, madejas de lana y monedas americanas. Estos indgenas pertenecen la tribu de los indios de San Blas, son de pequea estatura fuertes rechonchos, gruesos; tienen las mejillas rollizas, los pmulos salientes, el cabello negro y lustroso, los ojos penetrantes, frecuentemente untados de grasa al rededor, la tez color de bronce, pero ms blanca que la de la mayor parte de los indios del continente. Conservan hasta una edad muy avanzada el aire de nios burlones, y la felicidad de la vida brilla en sus miradas. Al ver sus encantadoras islas esparcidas en el mar, sus cabaas escondidas en los bosques de cocoteros, uno se pregunta si convendra desear que los americanos los ingleses, obreros del comercio, vinieran pronto explotar esas selvas de palmeras para quebrantar su nuez, reducirla | | |

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koprah 12 , y exprimirle el aceite. El imperio de Mammon, bastante extenso ya, debe aumentarse con estas islas afortunadas, fin de que nuevas mercancas se amontonen en los muelles de Liverpool y que los cofres de los armadores de Nueva York se llenen ms an?|

Estas poblaciones son felices: el comercio, tal como hoy se comprende, no podra darles, en cambio de la paz, otra cosa que una servidumbre encubierta, la miseria y los goces salvajes bebidos en el aguardiente? La bella palabra civilizacin ha servido frecuentemente de pretexto para el exterminio mas menos rpido de tribus enteras Esperemos para arrastrar stas en el gran movimiento comercial de los pueblos, que podamos llevarles en nuestras naves, con mayor felicidad, la justicia y la verdadera libertad! De buena voluntad habra seguido los indios de las Mulatas y hchome, al menos por algunas horas, ciudadano de su repblica; habra querido interrogar los ancianos sentados las puertas de las cabaas, ver a las mujeres ocupadas en los trabajos domsticos, asistir de Lejos los juegos de los nios que enteramente desnudos se revolcaban en la arena de la playa; pero don Jorge, siempre ocupado en su pesca, me suplic que dejara continuar su rumbo la embarcacin con la esperanza de que numerosos peces se dejaran seducir por el cebo que jugueteaba en la estela. No me qued, pues, otro recurso, que contemplar tristemente esas islas medida que desaparecan una tras otra. En fin nos deslizamos lentamente al lado de la ltima; por largo tiempo vimos elevarse las palmeras sobre la superficie de las aguas, semejantes una bandada de aves gigantescas; en seguida se desvanecieron poco poco, y nos encontramos en pleno mar Caribe.|

La travesa del archipilago de las Mulatas Cartagena dur ocho das es decir, que nuestra goleta, mucho menos rpida que una tortuga de mar, avanzaba como una milla por hora, pesar de que tenamos la corriente y frecuentemente los vientos en nuestro favor: pero El Narciso era de forma tan pesada, sus miembros todos estaban tan dislocados, que apenas marchaba ms aprisa que una de esas producciones martimas arrastradas por las olas. En sus viajes de regreso, emplea veces ms de tres semanas para llegar Aspinwall porque entonces tiene que vencer la resistencia de los remolinos que se forman en el golfo de Urab por la gran corriente ecuatorial, cuyas aguas vienen estrellarse contra las costas de la Amrica Central, y rebotan derecha izquierda siguiendo las costas. En cualquier otro mar, expuesto bruscos cambios de viento y violentas rfagas, El Narciso no habra podido emprender un solo viaje sin correr el riesgo de zozobrar. Felizmente ni en el seno del golfo de Urab ni en las dems costas de la Nueva Granada hay tempestades jams. Los huracanes, que producen frecuentemente efectos tan desastrosos en las pequeas y grandes Antillas tienen siempre su origen la entrada del mar Caribe ms arriba de la gran corriente ecuatorial, y desarrollando su inmenso torbellino que se agranda sin cesar, van morir en las costas de los Estados Unidos en los bancos de Terra-Nova, despus de haber removido las ondas, despedazado las naves, pulverizado las ciudades y los campos; pero en su curso terrible jams desfloran siquiera los mares felices de la repblica granadina. All, todas las olas, conmovidas poco poco por las tempestades de otros climas, se desenrollan con la regularidad de las ondulaciones que la cada de una piedra produce en un lago. Enormes y prolongndose paralelamente de un horizonte al otro, marchan impelidas por el soplo siempre igual de la brisa, y levantan silenciosamente las naves sin quebrarse en sus flancos. Del fondo de los extensos valles que las separan, saltan por millares peces alados que semejantes los pjaros en los surcos de un campo, atraviesan de un solo salto las crestas de las olas, y van caer ms all en el agua trasparente.| |

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Pedazo de nuez pilada y despojada de la corteza.

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El sptimo da El Narciso lleg al archipilago de San Bernardo, cuyas islas, casi todas bajas y cubiertas de bosques como las de las Mulatas, cubren el mar al norte del golfo Morrosquillo. La goleta se abri pesadamente una va al travs de este ddalo de islas que proyectan en los estrechos peligrosos bancos de arena, y despus de haber seguido durante toda la maana la costa de la Nueva Granada, vino echar el anda en una pequea ensenada de la isla Bar no Lejos de Bocachica la entrada de la baha de Cartagena. El capitn no confiaba suficientemente en su habilidad para atreverse guiar su resabiada goleta por entre los escollos del paso; por lo que m toca no pude menos de celebrar la resolucin de esperar hasta el da siguiente para ver mejor las ruinas de esta otra Sebastopol, tan formidable en tiempo de la dominacin espaola.|

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CARTAGENA DE INDIAS - LA POPA - LA FIESTA

Al salir el sol, El Narciso entraba viento en popa, en el canal de Bocachica, apenas de unas pocas brazas de ancho, y sin embargo bastante profundo para admitir los mayores navos de guerra. De cada lado se distinguen las rocas agudas esparcidas en el fondo del agua argentada medida que se avanza la cintura de arrecifes se estrecha alrededor del tortuoso canal, mostrndose los escollos en todas direcciones; es imposible no estremecerse al pasar cerca de ellos. algunos metros de distancia, sobre la izquierda, al pie de un promontorio de la isla de Tierra-Bomba, se levantan las blancas murallas de un fuerte, cubierto hoy de arbustos y espinos; la derecha, sobre un islote de rocas amarillentas, rodeado de arrecifes, una ciudadela minada por las olas despliega por encima de los escollos la larga lnea de sus bastiones con las troneras vacas; lo Lejos , la extremidad de la isla Bar, toda verde de mangles, se presentan las ruinas de otro fuerte igualmente vasto. Tal era la primera lnea de fortificaciones que protega la entrada del puerto de Cartagena. En el ltimo siglo fue forzada por el almirante Vernon, quien, mejor defendida, habra podido oponer una resistencia invencible. Es verdad que este almirante fracas ante la segunda lnea de fortificaciones, y que siete mil ingleses pagaron con su vida esta tentativa audaz.|

Despus de haber bordeado durante algunos minutos, entramos en la rada de Cartagena, cuyas aguas tranquilas tienen una superficie de 18 millas cuadradas. Completamente resguardada hacia el lado del mar, al sur, por la isla de Bar, al oeste, por la isla de TierraBomba y por arrecifes y bancos de arena; al norte por el archipilago sobre el cual est construida la ciudad de Cartagena; esta rada se desarrolla en un magnfico semicrculo que penetra mucho en el interior de la costa. Podra contener flotas enteras, pero all no haba sino miserables canoas. Sobre las colinas, en donde esperaba distinguir algunas huellas del trabajo del hombre, solamente divis malezas interrumpidas aqu y all por claros de tierra roja y estril; dos tres pueblecillos de indios agrupan en desorden sobre los bordes del agua sus techos cubiertos de hojas. En fin, El Narciso dobl la punta oriental de TierraBomba, sobre la cual estn construidas las cabaas de Loro, pueblo habitado por pobres leprosos solamente, y nuestros ojos apareci de repente la antigua ciudad, que en tiempos pasados se nombr con orgullo la Reina de las Indias| |

Magnficamente sentada en las islas que por un lado miran la alta mar y por el otro la reunin de las lagunas interiores que forman el puerto, rodeada de un cinturn de cocoteros, Cartagena parece dormir all, ay! y duerme demasiado, la sombra de La Popa, colina abierta que la domina al este. Dos grandes iglesias cuyas naves y campanarios son mucho ms elevados que el resto de la ciudad, se miran una otra, como dos leones echados, y la larga lnea de murallas se extiende, hasta perderse de vista, alrededor del puerto y sobre las riberas del mar. De cerca la escena cambia: las plantas parsitas entapizan las murallas, en las cuales se pasean muy raros centinelas; grandes piedras que se han desprendido de las almenas forman arrecifes contra los cuales vienen estrellarse las olas; algunos restos de embarcaciones se pudren en la playa del puerto, en el cual flota una que otra goleta; travs de las ventanas de los grandes edificios, cuyos techos se han desfondado, se alcanzan ver las nubes el azul del cielo. El conjunto de esta ciudad medio arruinada forma un cuadro admirable y doloroso la vez, y no pude menos que experimentar un sentimiento profundo de dolor al contemplar esos tristes restos de un esplendor pasado. El marinero dej rodar el ancla de El Narciso, y descend la lancha con el capitn. En cuanto don Jorge, no se levant siquiera para mirar la ciudad. La colocacin de su cargamento de cacao lo inquietaba muy poco, su sola preocupacin del momento era|

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permanecer la sombra precaria del palo mayor para continuar su siesta principiada, sin correr el riesgo de sentirse bruscamente despertado por los rayos ardientes del sol; tuvo, sin embargo, fuerza para dirigirme una semicortesa en seal de despedida, despus se volvi de medio lado y se durmi. Unos pocos golpes de remo bastaron para que llegramos las gradas de piedra de la base de la muralla, y penetr inmediatamente en la ciudad por una poterna practicada en la misma muralla. La primera escena de que fui testigo al poner el pie en las calles de Cartagena, redobl la tristeza que me haba inspirado la vista de sus ruinosos edificios. En una plaza rodeada de casas ennegrecidas y de elevadas arcadas, dos hombres de cabellos lisos, de mirada feroz, tez de color indeciso, se haban agarrado de los girones de sus ruanas 13 , desenvainaron, vociferando, sus terribles machetes 14 , y procuraban herirse con ellos. A su rededor se agitaba confusamente una multitud ebria y sucia; los unos gritaban con furor: Mtalo! Mtalo! los otros hacan desviar los golpes de machete, deteniendo los brazos de los combatientes. Durante algunos minutos, vi pasar forcejeando ese torbellino de hombres por encima de los cuales se levantaban y bajaban sucesivamente las lucientes hojas de los sables. Al fin, se logr separar los dos lidiadores, que seguidos de sus partidarios, se fueron, cada uno por su lado, una tienda 15 , donde unos y otros se entregaron, botella en mano, todos los demonios del infierno. Las mujeres que haban salido las ventanas para ver la ria, se retiraron sus habitaciones y la multitud de espectadores reunida bajo las arcadas se dispers. Pregunt la causa del tumulto:| | | | |

-Son las fiestas! -me respondieron encogindose de hombros.

Cuando una ciudad est en decadencia, puede decirse que sus habitantes participan tambin del deterioro de las cosas. Todo envejece la vez, hombres y edificios; los meteoros y las enfermedades trabajan de consuno en su obra. Por las calles, que limitan lo Lejos la masa sombra de las murallas y en que se ven conventos llenos de grietas y elevadas iglesias de oblicuas paredes, pasaban cojos, tuertos, leprosos, enfermos de todas clases; jams haba visto tantos mendigos reunidos. Ciertas encrucijadas me presentaban el aspecto de una cour des miracles16. Cuando el comercio la industria abandonan una ciudad, gran parte de sus habitantes quedan sin colocacin y privados de trabajo en la vida, se agitan durante algn tiempo en busca de nuevas ocupaciones; despus concluyen por entregarse al vicio y se embrutecen tanto fsica como moralmente. Tal es la desgracia que ha herido la noble Cartagena de Indias. Pens entonces involuntariamente en esos puertos en que durante las horas de la marea retozan las olas entre las naves con velas desplegadas; en que circulan incesantemente las embarcaciones conduciendo alegres marineros, y en que todo presenta un cuadro lleno de animacin y de vida; pero viene la baja marea y solamente queda el ftido fango en que hormiguean los gusanos en busca de asquerosos despojos.|

Traje anlogo al poncho mejicano: esto es, un cobertor con una abertura en el centro para que entre por ella la cabeza.| |

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1415

Sable encorvado. Taberna, venta de vino y aguardiente.

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Nombre que se daba en Pars, en la Edad Media, muchas callejuelas y otros lugares habitados por pillos de profesin y por rateros. N del T.

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Hace doscientos aos, Cartagena serva de depsito al comercio de las islas Filipinas y del Per, y monopolizaba enteramente el de la Amrica Central y Nueva Granada. Entonces todo gran puerto mercante deba ser al mismo tiempo un puerto de guerra, especialmente en un mar como el Caribe, que en cada ola llevaba un pirata. De todos los puntos de la costa por donde pudieran exportarse para Europa los productos de la hoya del Magdalena, uno por excelencia, Cartagena, presentaba facilidades para la defensa, y por esta razn, el gobierno espaol le haba dado el monopolio de los cambios en una longitud de 3.000 kilmetros de ribera. Despus las cosas cambiaron, las colonias espaolas se independizaron de la madre patria, puertos libres se abrieron al comercio del mundo en todas las costas del mar Caribe y del golfo de Mjico; la paz lleg ser el estado normal de las naciones y ha sido permitido cambiar las mercaderas en otras partes mejor que bajo la boca de los caones. Tambin la prosperidad ficticia de Cartagena, que reposaba en el monopolio, se desvaneci con la libertad; la poblacin, cada vez ms miserable, disminuy como dos tercios y al presente no alcanza ni la cifra de diez mil almas. Hace algunos aos que el Congreso granadino, con el laudable deseo de hacer revivir el comercio de la ciudad cada, expidi una ley exceptuando del pago de los derechos de aduana las mercaderas que se importaran Cartagena17. El Gobierno ha restablecido, pues, el monopolio bajo una forma disfrazada, porque en todos los otros puertos de la Repblica los derechos se elevan por trmino medio al 25 por ciento. Los defensores de la ley sostenan que era necesario dar esta recompensa la hija primognita de la libertad, la ciudad que sacudi primero el yugo de la Espaa; pero en nombre de la libertad, no habra sido ms justo mantener todos los puertos en el derecho comn y rebajar uniformemente las tarifas de importacin? No es sobre el privilegio que Cartagena podr fundar jams una prosperidad seria.|

Sin embargo, es seguro que la antigua reina de las Indias se levantar de sus ruinas, porque su posicin geogrfica es admirable. Sentada en las riberas de un mar sin tempestades situada poco ms menos igual distancia del golfo del Darin, en que desemboca el Atrato, y del ro Magdalena, servir necesariamente tarde temprano de intermediaria comercial entre las hoyas de estos dos poderosos ros; solamente est separada de Aspinwall y de otros puertos del Istmo por la anchura de un golfo estrecho, y puede comunicarse con esos diversos puntos ms rpidamente que todas las otras ciudades de la Repblica; su rada es una de las ms bellas del mundo entero, y muy fcilmente podran cavarse en ella diques flotantes de carena, necesarios hoy en todos los grandes puertos comerciales. La entrada de Bocachica es demasiado estrecha quizs; pero por qu no se limpia Bocagrande, ancho brazo de mar, que separa de la isla Tierra-Bomba la punta arenosa de Cartagena? Antes de 1760, poca en la cual el gobierno espaol, en guerra con los ingleses, hizo obstruir ese estrecho con piedras y arena, presentaba un canal suficientemente profundo para los ms grandes navos. Que se abra nuevamente para ahorrar las embarcaciones el rodeo y los peligros de la entrada por Bocachica, y Cartagena tendr, por su posicin comercial, pocos rivales en el mundo. la ventaja de poseer un admirable puerto de mar, Cartagena rene la de poder adquirir, cuando quiera, un excelente puerto fluvial. Un antiguo brazo del Magdalena que se destaca de este ro cerca del pueblo de Calamar, 150 kilmetros arriba de su embocadura, buscaba en otros tiempos una va ms corta hacia el mar, y se derramaba en la rada misma de Cartagena en el pueblecillo Pasacaballos. Muchas compaas, y entre ellas una angloamericana, se han formado sucesivamente para anchar y profundizar este canal dique, en parte extinguido. Ya han penetrado por esta va al ro Magdalena pequeos vapores; falta de dinero, la empresa no ha podido llevarse buen fin; pero no es posible que dejen de| |

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Esta ley fue derogada posteriormente. N. del T.

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hacerse nuevos esfuerzos tarde temprano; entonces la arteria central de la Repblica granadina estar en comunicacin constante con el mejor puerto de las costas. recursos naturales de esta especie deben apelar los ciudadanos enrgicos para levantar la ciudad de su postracin y poderle dar el ttulo de capital, sin irona sin ridcula vanidad. Desde que la Nueva Granada se constituy en Repblica federal, Cartagena ha sido el asiento del gobierno del Estado de Bolvar, de una extensin igual la de diez departamentos franceses; pero la preponderancia poltica de la nueva capital no le asegurar sino una vida ficticia, si el comercio y la industria no se levantan al mismo tiempo. La catedral es el principal edificio de Cartagena; pero solamente presenta restos de su antiguo esplendor. Su alta y amenazante torre est negra y llena de grietas como las torrecillas de un castillo fuerte de Europa; las lpidas que forman el pavimento de la nave se hallan desunidas y las inscripciones borradas. Solamente el plpito, enchapado de mosaicos de mrmol y decorado con figuras de marfil, est an perfectamente conservado. Esta obra de un escultor italiano, presenta encantadores detalles: es uno de los muy raros objetos de arte que se encuentran en el Nuevo Mundo. Yo que vena de los Estados Unidos, ese pas en que por amor al arte blanquean los rboles hasta la altura de un hombre, no poda mostrarme descontento, y me sent verdaderamente conmovido la vista de esas encantadoras figuras. Lo mismo que la catedral, los otros edificios pblicos de Cartagena, conventos, hospitales, iglesias, son espaciosos, y su extensin ocupa gran parte de la ciudad; pero esos edificios se estn desplomando y, como todas las ruinas, ganan con ser vistas desde Lejos . Su majestuosa belleza depende en gran parte de la armona de los contornos y el paisaje que los rodea con sus ondas y sus playas, con el cielo que los cubre con su bveda infinita. Por esto me apresur subir las murallas, desde donde poda contemplar al mismo tiempo el mar y ver la ciudad bajo su aspecto ms pintoresco. Las murallas poco elevadas y de muchos metros de anchura, ofrecen un bello paseo alrededor de la ciudad, embaldosado con grandes losas de piedra. Estn tan slidas hoy como cuando fueron colocadas, y el mar, que mira lentamente la base, apenas ha arrancado algunos pedazos; pero los caones que asomaban sus bocas por las troneras han desaparecido. El Gobierno de la Nueva Granada, dbil hoy para defender seriamente sus puertos de mar, ha tenido el buen sentido de vender la plvora y los caones de Cartagena un industrial yankee por la suma de 120.000 pesos, quien hizo cortar en pedazos las cureas para distribuirlas como lea los pobres. Ojal todos los pueblos del mundo tomasen una medida semejante! Cuando las naciones cesen de combatir entre s y formen una perpetua alianza, la Repblica granadina podr reclamar el honor de haber sido la primera en licenciar su ejrcito y demoler sus fortalezas.|

Despus de haber dado la vuelta la ciudad me dirig hacia La Popa, cuya masa escueta domina el pequeo archipilago de Cartagena. Abrme paso al travs de los grupos de indios, mestizos y negros que estaban estacionados frente las tiendas en honor de las fiestas; y siguiendo una recua de mulas, ufanas por llevar sus monturas vacas y sus gualdrapas rojas, llegu en pocos minutos la cima de La Popa. mis pies se levantaban las torres, las altas murallas, los terraplenes de la ciudadela, cubiertos de rboles y semejantes jardines suspendidos; travs de las palmas de los cocoteros que guarnecen los contornos de esos terraplenes, se divisaba el agua tranquila del puerto y de los canales; ms all, la ciudad aprisionada en sus murallas macizas levantaba los campanarios y las fachadas de sus conventos arruinados, y se destacaba negra sobre el vasto semicrculo del mar, resplandeciente con los rayos del sol de ocaso.|

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Las islas y el continente presentaban el contraste ms marcado: por un lado, los islotes esparcidos en medio de la rada parecan selvas flotantes desprendidas de un paraso terrestre; del otro lado se extenda una cadena de colinas rojizas, desnudas de esa vigorosa vegetacin que da la naturaleza tropical tan maravillosa grandeza; poda decirse que el largo rastro de espuma que orla la costa separaba dos zonas. Era de noche cuando llegu la plaza mayor de Cartagena. El palacio de la Gobernacin estaba brillantemente iluminado; msicos subidos en una plataforma soplaban en trompetas, trombones, pfanos, zangarreaban violines y contrabajos, con una alegra feroz; la plaza entera estaba trasformada en un vasto saln de danza y de juego. Hombres y mujeres, bailaban estrechamente enlazados y movindose en un inmenso circulo, arrastrados por esa danza tan comn en la Amrica espaola, que consiste en deslizarse imperceptiblemente en el suelo meneando las caderas. El movimiento de los pies no se ve, sino solamente la torsin febril de los cuerpos ligados el uno al otro; se dira que la tierra misma gira bajo los grupos convulsivos, tan silenciosamente avanzan, movidos por una fuerza invisible. Experiment una especie de terror viendo pasar lentamente, bajo las luces titilantes adheridas los pilares, esos cuerpos jadeantes y echados hacia atrs, esas figuras negras, amarillas pintorreteadas, todas sacudiendo sobre sus frentes los desordenados cabellos, todas animadas con miradas centellantes y fijas: era una danza endemoniada, una algazara infernal. Largas hileras de mesas de juego, cubiertas de naipes sucios por su mucho uso, se extendan alrededor de la plaza; incesantemente estaban rodeadas de hombres, mujeres y nios, que venan perder all porfa sus cuartillos y sus pesetas. Un tumulto espantoso se levantaba cada lance desgraciado, maldiciones y amenazas terribles se cruzaban; sin embargo, no vi relucir en ninguna parte el acero de los machetes.| | |

El aire estaba sofocante y cargado de clidas emanaciones. Apenas poda respirar y me abr paso por entre la multitud para huir hacia las murallas solitarias. Qu contraste tan instantneo entre los hombres y la naturaleza! Grandes reflejos se agitaban sobre las aguas y moran alrededor de los bancos de arena; algunas palmeras se inclinaban aqu y all en los promontorios; la luna brillaba al travs de las grietas de las ruinosas torres; las colinas delineaban en el cielo sus lejanos perfiles; los ecos de la plaza se desvanecan como un vano ruido sin turbar la solemnidad del conjunto; el lento mugido del mar dominaba toda la natur