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Vértigo Cuestiones perennes y nuevas tecnologías. ¿Somos adictos al celular? ¿Por qué es tan difícil desconectar? Hablando de teléfonos inteligentes, esta pregunta resulta central. Basta un vistazo a las aceras de las calles, las mesas de los hogares y los restaurantes, las cabinas de los automóviles y los asientos en las aulas. Veremos por todas partes a una población absorta, creciente, que entabla con sus aparatos electrónicos una relación secreta, íntima, hipnotizada. ¿Alguien puede arrojar la primera piedra? Quizá nace una nueva civilización. Una nueva era impulsada por un prodigioso avance tecnológico que permite cargar en el bolsillo un mundo de información, música, ciento de bibliotecas, todos los periódicos, noticieros, películas y, desde luego, las redes sociales. Alrededor del mundo, la red de Internet ha detonado la creación de dispositivos que desbordan el entusiasmo. Todavía no alcanzamos a medir las consecuencias, positivas mayormente, si bien otras ameritan una reflexión más detallada. Este artículo se centrará en el segundo tipo de consecuencias. Se basa en un estudio realizado por el Dr. Alejandro Armenta, profesor del IPADE, que desembocó en la redacción del caso “Vértigo”, centrado en el tema: cuestiones perennes y nuevas tecnologías. Este caso, que refleja una historia real, se estrenó en el último programa de Continuidad, en colaboración con el área de comercialización. Se trata de Esteban, un ejecutivo casado y con tres hijos, que estudia un MBA en una reconocida escuela de negocios (dejamos que el lector imagine cuál podría ser). Esteban renuncia a un importante cargo en una transnacional porque es dueño de una consultora, dirigida por su esposa, que está creciendo. Ella y sus hijos le regalan un teléfono

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Vértigo

Cuestiones perennes y nuevas tecnologías.

¿Somos adictos al celular? ¿Por qué es tan difícil desconectar? Hablando de teléfonos inteligentes, esta pregunta resulta central. Basta un vistazo a las aceras de las calles, las mesas de los hogares y los restaurantes, las cabinas de los automóviles y los asientos en las aulas. Veremos por todas partes a una población absorta, creciente, que entabla con sus aparatos electrónicos una relación secreta, íntima, hipnotizada. ¿Alguien puede arrojar la primera piedra?

Quizá nace una nueva civilización. Una nueva era impulsada por un prodigioso avance tecnológico que permite cargar en el bolsillo un mundo de información, música, ciento de bibliotecas, todos los periódicos, noticieros, películas y, desde luego, las redes sociales.

Alrededor del mundo, la red de Internet ha detonado la creación de dispositivos que desbordan el entusiasmo. Todavía no alcanzamos a medir las consecuencias, positivas mayormente, si bien otras ameritan una reflexión más detallada.

Este artículo se centrará en el segundo tipo de consecuencias. Se basa en un estudio realizado por el Dr. Alejandro Armenta, profesor del IPADE, que desembocó en la redacción del caso “Vértigo”, centrado en el tema: cuestiones perennes y nuevas tecnologías. Este caso, que refleja una historia real, se estrenó en el último programa de Continuidad, en colaboración con el área de comercialización.

Se trata de Esteban, un ejecutivo casado y con tres hijos, que estudia un MBA en una reconocida escuela de negocios (dejamos que el lector imagine cuál podría ser). Esteban renuncia a un importante cargo en una transnacional porque es dueño de una consultora, dirigida por su esposa, que está creciendo. Ella y sus hijos le regalan un teléfono inteligente. pero tiempo después se arrepienten, sorprendidos por la adicción que el aparato despierta en Esteban, aislándolo cada vez más en una suerte de cercana lejanía.

En un primer atisbo sobresale todo un horizonte de progreso. La tecnología facilita la comunicación y el intercambio. Permite escuchar a los colaboradores y al cliente, mantener contacto con la familia y los amigos, distraerse y estar al tanto de las noticias.

Sin embargo, el desafío no consiste tanto en reunir y compartir información, sino en ser capaces de filtrarla y procesarla con eficiencia. En el caso, Esteban muestra un estado de tensión y ansiedad ocasionado por su intenso ritmo de trabajo. Resulta visible un comportamiento ansioso, con una atención dispersa y curiosamente dividida entre la gente que lo rodea y las llamadas o mensajes que constantemente recibe.

¿Adicción al teléfono, o al trabajo?

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Esteban comenzó a tomar llamadas mientras hablaba con su esposa y sus hijos. El ritmo aumentó hasta incluir sábados y domingos. Su familia se levantaba de la mesa y lo dejaba solo. Este uso excesivo de la tecnología lleva a la persona a “estar sin estar” y resulta incómodo para los demás.

¿Se trata de una adicción al teléfono? ¿Quizá al trabajo? Lo que resulta evidente es que a Esteban le falta moderación en el uso del teléfono. La conducta inmoderada suele presentarse en torno a “bienes fáciles”, como el descansar, el comer o el beber. Pero hay otros bienes que aportan gratificaciones más profundas, por lo que exigen un esfuerzo más o menos considerable.

En Esteban encontramos falta de moderación en el teléfono, es verdad, pero en última instancia su inmoderación se relaciona con el bien arduo que es el trabajo.

Es evidente que Esteban padece una adicción, entendida como una dependencia incontrolable a alguna situación, persona o sustancia. Cuando comenzó a usar un teléfono inteligente, lo hacía sólo para mantener el contacto con sus compañeros de la maestría. Pronto comenzó a usarlo también en los asuntos de la consultora. Primero lo utilizaba fuera de casa, pero después en todas partes y a cualquier hora. Esteban comenzó a trabajar más tiempo de noche, incluso más que cuando tenía dos trabajos y la maestría, a pesar de haber terminado esta última.

Detrás de la afición inmoderada de Esteban al trabajo, ¿podría haber algo más? Para indagarlo conviene recordar que todos poseemos facultades como la inteligencia y la voluntad, donde radican nuestra capacidad de conocer y nuestras motivaciones. Asimismo, experimentamos diversas emociones que forman parte de los apetitos sensibles y nos impulsan a acometer las tareas o proyectos que nos interesan, o nos mueven a evitar lo que estimamos no conveniente. Esta capacidad de esfuerzo y de moderación pertenecen, respectivamente, a las pasiones del alma irascible y concupiscible.

¿Qué ocurre en la esfera del conocimiento?

Algo debe haber en Esteban, en su experiencia pasada, en su memoria y su imaginación, en su manera de percibir y conocer, que lo inducen a trabajar en forma frenética. Quien se conduce de esta manera parece no conocer sus límites personales, o los de su organización. Es posible que ignore hasta dónde es prudente crecer, aceptar nuevos proyectos y clientes. Asimismo, es frecuente que desestime el nivel de atención que requieren sus clientes.

Hay, aquí, un problema de distribución de tareas. Un director ha de concentrarse en lo importante y aprovechar su estructura humana y tecnológica para atender lo urgente. No puede dejarse llevar por la avalancha de información que recibe. Siendo esto así, ¿cómo saber qué asuntos son importantes y cuáles realmente de vida o muerte?

Narra el caso que los clientes de Esteban pronto se dieron cuenta de que podían llamarlo hasta las 9 p.m. En cuanto nos desconectamos, ¿suele suceder

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que tememos perdernos de algo crucial?¿Ansiamos saber al instante que alguien nos busca? ¿Tememos que algo ha ocurrido y no nos enteremos?

Si hay falta de claridad en el nivel razonable de atención para cada cliente, así como en los límites personales o en los límites de la empresa, estamos hablando de un defecto en el conocimiento. Ante la pregunta: ¿vale la pena que seas disciplinado en el uso del teléfono?, contesta Esteban lo siguiente:

“No lo veo claro. Pienso que debemos trabajar más para atender bien a los clientes. El teléfono tiene muchas ventajas: permite atender emergencias de la familia y de los clientes, estar comunicado con mis compañeros de la maestría y estar siempre localizable.”

Hay falta de claridad, en efecto, pero ¿qué puede distorsionar ese juicio? Un elemento que puede nublar la claridad en las tareas a realizar es el temor. Todos acariciamos ciertos ideales y elegimos metas, así como el plazo en el que queremos alcanzarlas. Cada vez que un obstáculo parece alejarnos de dichos ideales, experimentamos temor. Tememos perder lo que amamos. Con demasiada frecuencia, el trabajo ofrece motivos de amor que superan a cualquier otro bien importante en nuestra vida.

Las causas del temor son complejas, pero en el fondo subyace una preocupación excesiva por sacar adelante un proyecto personal que muchas veces excede las propias capacidades o talentos, o sobrepasa los recursos de que disponemos; otras veces, el problema radica en el ritmo y el plazo en que queremos alcanzar ciertos resultados. Esteban tuvo, por cierto, un “episodio” muy serio de salud que lo obligó a contratar un chofer.

En Esteban encontramos un perfeccionismo que tiene secuelas en la vida cotidiana, sobre todo en la vida familiar. La hija menor de Esteban, Ale, lo enfrenta abiertamente: “Me voy porque tú estás hablando por teléfono y no me pones atención”. El caso describe las siguientes escenas:

José, el mayor, lo ignoraba y se iba a su habitación. Llegó un momento en que la comunicación se volvió casi nula. Estaba en casa, pero ausente. José se alejaba. Ale se enojaba. En una ocasión, ella estaba hablando por el teléfono y su papá le pidió que le pusiera atención. Interrumpió la llamada sólo para decirle: ¡Déjame en paz, que tú haces lo mismo! Llegamos a darnos cuenta de que, para hablar con él, era más fácil hacerlo por teléfono que en persona. Una ventaja era que estaba siempre localizable.

¿Qué motivaciones pueden detonar algún temor y explicar la excesiva atención de un director a los detalles?

Las motivaciones de fondo

Resulta revelador que ante la pregunta ¿tienes miedo a quedar mal?, conteste Esteban: “¡No puedo quedar mal con los clientes! ¡Soy enemigo de esa expresión! ¡Me molesta!”

El tipo de temor que experimentamos depende del ideal o meta que hemos elegido. En otras palabras, depende de lo que amamos en el fondo. En el caso de

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Esteban hay un deseo de aprobación cuya consecuencia es el miedo a quedar mal.

Esteban y su familia emprendieron un viaje de vacaciones a un lugar de playa donde él prometió que se desconectaría. Teresa, su esposa, narra la incomodidad que experimentaron desde el recorrido al hotel, pues Esteban exigió que le dejasen ver su correo: “puede haber algo importante”, insistía mientras enviaba y respondía mensajes. Al llegar al hotel, su hijo José le dijo: “danos un poco de tu tiempo. No pasará nada y a tu regreso podrás revisar todo lo que quieras. ¡Éste es nuestro momento!”

Al llegar al hotel, José escondió el teléfono en la caja fuerte de la habitación. La familia resistió el mal humor de Esteban, pero sólo tres heroicos días. Finalmente abrieron la caja y luego se retiraron a disfrutar el lugar, dejando a Esteban en la habitación, solo con su teléfono y su trabajo.

En el ámbito profesional suele aparecer el deseo desordenado de aprobación y un temor a quedar mal, situación que nace de la inseguridad. En esencia, en la misma medida en que aquello que anhelamos gira alrededor de la necesidad de sobresalir y obtener prestigio, poder o dinero, tendemos a percibir los obstáculos y los riesgos con celo excesivo y con una buena dosis de estrés.

En esta tesitura aparece con mayor facilidad la angustia, pues la necesidad de autoafirmación y de “ser” alguien conlleva el temor a perder lo más valioso, es decir, la idea que de nosotros deseamos cultivar en los demás. En esencia, tememos perder lo que más amamos, en el marco de un amor propio desordenado.

Una consecuencia de la falta de moderación en el trabajo es el cansancio psíquico, que dificulta la concentración y promueve un estado de hiperactividad. Este cansancio dificulta la desconexión, pues convive con la pereza activa, un activismo que evita tareas difíciles y dispersa la atención en actividades más fáciles. En Esteban no advertimos pereza física, por el contrario, siempre ha sido muy laborioso. Pero más propio del laborioso es el cansancio y la actividad un tanto errática, que tiende a posponer el esfuerzo y se cicla alrrededor de actividades más sencillas.

Una tristeza que exige compensaciones

Paralelamente, el trabajo inmoderado provoca el descuido de otros bienes fundamentales como la familia y la amistad. El alejamiento de relaciones interpersonales profundas erosiona lentamente a la persona, hasta producir un vacío que exige compensaciones. La mente busca distracciones, estímulos, información que permita evadir el problema real.

A veces corremos sin descanso tras un ideal que el entorno nos ha propuesto como el más valioso, a la vez que huimos de la posibilidad de fracasar. Esta esperanza o afán de logro convive con un temor por perder lo que amamos, pero simultáneamente, desdibuja lo más valioso. A veces, el propio trabajo se

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transforma en un sucedáneo capaz de amortiguar la sensación de vacío y la tristeza que lo acompaña.

Este cuadro nutre la curiosidad y la distracción, o divagación de la mente, que sumergen a la persona en un círculo vicioso. Es en estos momento de debilidad cuando la curiosidad ataca y puede desembocar en aficiones placenteras, que nos distraen del temor y de la tristeza. Frente a la ausencia de lo importante surge el deseo por lo superfluo. Sobreviene una búsqueda ansiosa de relaciones humanas instantáneas, aunque sean superficiales.

Nos han vendido la idea de que la multitarea es una gran competencia profesional. Creemos que podemos realizar varias cosas simultáneas, pero, en rigor, sólo desarrollamos una tarea a la vez ¿Cómo conciliar esto con el hecho de que el director deba atender varios asuntos en un momento determinado? Esto resulta un contrasentido, pues parece imprescindible que el director sepa más cosas, que filtre mucha información y la utilice para tomar mejores decisiones.

Compete al director atender lo importante, con o sin tecnología. Ahora, las nuevas tecnologías de información y comunicaciones parecen resolver esta necesidad de saber un poco de todo que tiene el director, pero también pueden desbordarlo. Cuando lo que hacemos está determinado por el último correo o mensaje leído, somos semejantes a una bola de billar golpeteando de un lado a otro, al azar. Los acontecimientos nos llevan, en lugar de controlarlos.

Es verdad que podemos recibir varias impresiones simultáneas y saltamos espontáneamente de un estímulo a otro, filtrando lo que nos interesa, pero esto puede ocurrir con grave daño en la calidad de nuestra concentración.

Cuestiones perennes

El teléfono inteligente constituye un avance prodigioso de la tecnología y sus posibilidades para mejorar nuestra calidad de vida son innumerables. Este dispositivo surge como un medio novedoso para resolver diversas necesidades, muchas de ellas profundas.

Al margen de estos avances hay cuestiones perennes que siempre han estado entre nosotros, y en este marco las nuevas tecnologías sólo aumentan el espacio y el tiempo en que estas cuestiones se encausan y manifiestan. Hay adicciones que conectan con nuestra naturaleza, de manera que el teléfono no hace sino exacerbarlas y hacerlas más visibles.

En el caso de Esteban, el exceso en el anhelo de aprobación es el motor detrás del trabajo inmoderado y la adicción al teléfono. El esfuerzo se alimenta del temor a quedar mal, así como de la necesidad de compensar cierta tristeza producida por relegar a un segundo plano a las personas más significativas.

El hecho de que la tecnología absorba compulsivamente la atención, de manera desordenada, no es sino un síntoma de un problema de mayor calado. El peligro no está en los dispositivos sino en el desequilibrio entre los recursos interiores de la persona y las posibilidades técnicas de los nuevos instrumentos.

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El cuadro se completa con cierta tristeza que mueve a la búsqueda de gratificaciones que compensen en vacío interior que poco a poco se va ahondando. Estas son cuestiones perennes, y las nuevas tecnologías sólo amplían los linderos del campo en el que se manifiestan.

¿Hay soluciones?

Del diagnóstico del problema surgen las posibles soluciones. En este caso, un proyecto verdaderamente noble y desprendido exige una buena dosis de humildad que dimensione, en su proporción debida, por un lado el deseo natural de reconocimiento personal y por otro la entrega generosa, sobre todo en materia de relaciones interpersonales profundas.

Para combatir la obsesión por los dispositivos electrónicos se necesita claridad en los fines, as

í como en los medios para alcanzarlos. Esto ayuda a discernir lo importante y reducir las tentaciones por lo intrascendente.

Si poseemos una visión clara resulta más sencillo filtrar la información innecesaria y retener sólo lo relevante. Pensemos en el armado de un rompecabezas de mil piezas. Seleccionar las piezas es una tarea más sencilla cuando contamos con una idea clara del resultado, es decir, con la imagen final pretendida. Pero la tarea se antoja imposible sin contar con la imagen de lo que se pretende producir, es decir, del “qué” queremos.

Esto es lo que ocurre con el celular, pues sin una idea clara de rumbo picoteamos cientos de piezas de información, un poco al azar, en un esfuerzo desesperado por ensamblar la imagen final.

En familia, un marco justo entiende que nuestra presencia emocional es el mayor regalo que podemos intercambiar. El secreto es estar allí, en compañía, aún en medio del silencio.

De haber espacio

Recomendaciones de orden práctico

El uso inmoderado de los dispositivos electrónicos exige una reflexión que nos ayude a comprender y ordenar nuestras motivaciones, unida a un mejor conocimiento de nosotros mismos. Sin embargo, en el día a día hay acciones que ayudan a combatir este problema:

1. Reconocer el grado de dependencia que poseemos en relación con los dispositivos electrónicos. Este es el punto de partida para cualquier esbozo de solución.

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2. Combatir el cansancio físico y descansar adecuadamente, para despejar la cabeza y poder pensar con mayor claridad.

3. Delimitar con precisión nuestras necesidades reales de conexión e información.

4. Dimensionar el crecimiento razonable de nuestro negocio y la atención adecuada para nuestros clientes.

5. Controlar el temor a estar desconectados, por ejemplo temer que algo malo pase y no puedan localizarnos, o no poder pedir ayuda.

6. Apagar el celular, o colocarlo fuera de alcance, cuando estamos ocupados.

7. Moderar la consulta frecuente de mensajes, evitando especialmente sus consabidos soniditos distractores.

8. Valorar la presencia de otras personas y aprender a respetarlas.

9. Tomar vacaciones “desconectadas”, dejando en casa los aparatos electrónicos.

10.Practicar más ejercicio y salir a pasear pueden mitigar el nivel de dependencia.

La tecnología fomenta un comportamiento impulsivo que busca estímulos constantemente. Lo importante es otorgarle su razón de medio y evitar convertirla en un fin.

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