"verterla toda" por jack agüero

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“Verterla toda” Por Jack Agüero Max Aguirre Rodríguez

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Jack es un estudiante extranjero que extiende su visita en Perú una vez que conoce a Cecilia. Él hará lo posible por ganarse la aprobación de su madre elitista.

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“Verterla toda”

Por Jack Agüero

Max Aguirre Rodríguez

Prólogo: visita a la casa de su madre

Me habían dicho pestes de ella. Le habían vertido hasta ahogarla. Estaba empapada toda de visceralidad. Solo pocos le habían sobrevivido. Y cada uno contaba un relato propio del encuentro con la bestia.

Íbamos caminando a su casa mientras la admiraba con poca discreción (como un pretendiente muy atento). Ella era perfecta: casi perfecta. Su cabello rubio oscuro se agitaba mientras me sonreía. No puedo decir que me sorprendía mirándola. Nunca había sido una sorpresa. Desde que nos conocimos, en ese bar barranquino, ella sabía de mis intenciones. Y yo siempre supe de las suyas. De hecho, ella comenzó con todo (algo extraño para las mujeres de este país).

Esa caminata estuvo llena de algunas risas y mentiras (en especial de mi parte). Me había pasado unos meses recomendándole novelas (cuando aún me gustaban) de las que solo había leído el primer capítulo. Por suerte, ella no leía mucho más. Nos inventábamos el resto de esos libros como cómplices de una estafa. Los finales, por consenso implícito, siempre eran abiertos y fantásticos.

Evitaba mis preguntas idiotas sobre su madre. Yo le lanzaba interrogantes sobre, lo que era para mí, un espécimen raro o un monstruo. Esto no parecía causarle gracia así que después de media hora cambié el tema.

Cuando, me dijo, ya estábamos cerca, ella empezó a hablar de uno de sus amigos. Luis. Sí, era Luis. El líder o sublíder de ese escuadrón de subnormales. Por lo que me contaba, Luis era un hombre con las mismas aspiraciones que las mías. Ambos le dedicamos textos que ella adoraba. Ambos habíamos empezado una novela total no hacía mucho. De ambos guardaba cartas de amor. Y ambos la habíamos besado alguna vez. ¿Celoso? Para nada.

Cuando blandía a Luis, yo desfundaba a Aníbal Castaños. O mi versión anarcosindicalista de él. Hacía suyas todas mis críticas a su familia y a sus amigos “burgueses”. Ella apenas replicaba algunas cosas. Pero cuando se animaba podía ser demoledora. No era una mujer estúpida pero vaya que odiaba a mi Aníbal Castaños, el hombre más resentido de este país.

Al llegar a su casa, presumiéndome más educado que el resto de habitantes del país, saludé a la empleada con un beso en la mejilla. Pude ver un gesto de desaprobación por parte de La madre. Ahí estaba ella. Con una sonrisa estática como si se hubiera detenido en el tiempo que la compró. O en el tiempo en el que la mandó a hacer. No se veía monstruosa pero de ella emanaba una atmósfera que me hacía presagiar que sería ejecutado por una franquista.

Faltaba más de un año para ese 12 de mayo del 2012. En esa ocasión me miró con otros ojos. Pero la primera impresión fue tan incómoda que Cecilia se la pasó preguntándome si me sentía bien o si me asfixiaba de calor. Su madre era hermosa pero inspiraba maldad. Me sentía amenazado en todo momento. Me sentía como un prisionero en medio de un brutal interrogatorio. O como un delincuente común con el que juegan al policía bueno y al policía malo.

Su madre... era una vieja insoportable. Se la pasó preguntándome sobre mis viajes. Me tenía hinchado. Llegó un punto en que decidí mentirle para que se callara. Ahí fue que comencé un relato que hasta Cecilia se creyó. Les dije que era un aristócrata en mi país. Su madre, más interesada que de costumbre, me consultó si tenía carro. Afirmé que incluso tenía chofer y vi cómo le empezaban a brillar los ojos a Cecilia. Ahí empezó mi calvario y esta historia llena de engaños.

Capítulo 1: la creatividad peruana

Habían pasado ya tres días y solo quedaba uno (u horas de este). No podía recurrir a ningún amigo porque moriría socialmente. Así que solo me quedaba Aníbal Castaños, el de verdad, no mi personaje; un hombre que llevaba 21 años como cadáver social.

Era un hombre alto de mirada hundida y de risa gastada. Era algo inmaduro para su edad. Me lo encontré junto a Billy Nakamuro. Esperé que este se fuera. Aún no lo conocía. No cruzamos ni miradas (luego intercambiaríamos indiferencia y sueños pero ahora no).

“¿Tienes carro?”. “Sí, sí tengo”. Le conté mi caso luego de ver que no tenía otra alternativa. Necesitaba su carro. Yo ya sabía que tenía uno cuando, en la mañana, se lo pregunté a Alex Aguilar. Así que esa tarde ya estaba lleno de valor, dos navajas y una manopla. Sí, iría a casa de Aníbal por primera vez. “¿Cómo será su casa?”, me preguntaba. No dejé de preguntarme eso hasta que llegamos a un callejón asfixiante en el que noté la inutilidad de mi estrategia. Estaba en terreno hostil como un extranjero que le da la espalda y la victoria al bárbaro de turno. Yo ya estaba listo para lo peor: asesinarlo.

Noté que me tocaba la espalda y saqué una de mis navajas ante su sorpresa. No olvido su cara. El hombre quedó muy impactado. No supe qué decirle. Luego hizo como si la escena fuera muy habitual.

El trago de esa noche hizo que olvidara el resto (yo estaba muy lejos de ser abstemio como ahora). Traté de rememorar el plan de Aníbal pero recordé solo una pelea sin sentido. “¿Aceptó darme el carro?”, pensaba mientras el vomito laceraba mi garganta. Terminé en algún lugar completamente alcoholizado y oliendo a muerto… sí, quizás a un muerto social.

Cuando desperté, Aníbal me llevaba en hombros hacia su casa. Me repetía que debía ducharme porque vería a “mi chica” en unas horas. Me ¿recordaba? que su tío vendría pronto y que todo estaba pactado.

Mientras Aníbal me duchaba sin que le importara mi privacidad, sentí que estaba perdiendo a Cecilia.

Me recuperé en 3 horas justo a tiempo para salir rumbo a… al lugar en el que me encontraría con ella. Tendría que decirle la verdad. Me volví a quedar dormido.

Más o menos media hora después me vi a mí mismo en un carro con un señor con gorro y camisa. Entonces noté que a mi billetera le faltaban 500 soles. “Pero supongo que este favor lo vale”.

Entonces noté que estaba muy limpio y llevaba camisa. “Es de Aníbal seguro”. Bajé del carro y ahí estaba esperando con ese vestido perfecto y con la sonrisa cómplice de siempre. Parecía una mujer sacada de un catálogo. Yo no sé muy bien cómo me veía. El carro era azul oscuro. “Un color elegante”. La invité a subir. El “chofer” la saludó. “Buenas tardes, señorita Cecilia”. Ella correspondió con una sonrisa que luego me extendió.

No conversamos mucho porque temí que se diera cuenta de lo cansado que estaba. Dejé que fuera un monólogo. A ella le gustaba contarme cosas. Yo solo reía. El trayecto fue corto. Ahora, supuse, el tío de Aníbal tenía que esperarnos mientras Cecilia y yo nos pondríamos al frente de La obra de teatro. Pero cuando Cecilia bajaba, el “chofer” decidió cobrarme. Yo pensé que era una broma y mantuve una mueca inescrutable mientras apartaba a Cecilia de la escena. “Pero ya le di 500 soles a Aníbal”, le dije. “A mí no me dio nada”, replicó. Cecilia aún no se había alejado lo suficiente y decidió preguntarme qué pasaba. “El joven no me ha pagado la carrera”.

Pensé todo muy rápido. “De la carrera de tu hijo ya conversamos la semana pasada, Mario. Esos gastos van a medias aunque no sea la obligación de mi familia”. El tío de Aníbal no supo qué decir. Le dije a Cecilia que se adelantara. Prácticamente se lo ordené. Ya había perdido toda la calma. Era obvio que algo andaba muy mal.

Primero traté de decirle al tío que le daría el dinero luego. Pero este no entendía lo que le decía. Parece que Aníbal solo le había hablado de una carrera (un viaje). Sé qué pude darle algo de dinero para solucionar todo. Pero estaba muy molesto con Aníbal. El muy hijo de puta me había estafado. Ya ambos estábamos gritando. Él gritaba, yo replicaba con gritos, él duplicaba con gritos, yo gritaba por tres. Los gritos aumentaban de intensidad. Los gritos iban y venían. Los gritos afirmaban. Los gritos negaban. Los gritos intimidaban. Los gritos insultaban. Los gritos golpeaban y cortaban. Los gritos se apoderaban de la escena. Cecilia no se veía muy contenta y tampoco el policía que se acercó para tratar de ayudarme.

Yo no sabía cómo defenderme así que seguí con mi cuento. “¿Qué pasa acá?”. “El joven no quiere pagarme la carrera y se pone faltoso”. “¡No seas insolente! Yo te pago mensual y sin retraso”. “Este muchacho está confundido”. “¿Qué pasa acá?”. “Nada. Mi chofer se volvió loco”. “No. Yo no soy su chofer. Lo que pasa acá es que este imbécil se sube a mi carro y no me paga”. “¡Este carro te lo compré yo, ignorante!”.

El policía pidió los papeles para confirmar si esto era un taxi o un carro privado. El tío se fue a buscar algo en la guantera y yo decidí correr hacia dónde sea y hasta caer como el cadáver social que ahora sí era. Todo se había ido a la mierda en 4 días.

Capítulo 2: ¿Qué quiere Luis?

Con la sobriedad descubrí que habían sido 5 y no 4 los días previos a mi suicidio social. ¿Podía renacer? Llevaba casi un mes sin hablar con Cecilia ni con su círculo de amigos (aunque esto último me alegraba).

Estábamos los 4 presentes. Normalmente los otros 3 no serían ellos pero, en mi condición, acepté unírmeles. Años después nos volveríamos inseparables pero ahora no.

Lo primero que hice fue arrancarle disculpas a Aníbal Castaños por lo que me había hecho. Él terminó confesando que me robó 200 soles pero que no sabía nada más. Y que le disculpara porque su tío tiene principios de Alzheimer. Dijo que me los devolvería por partes. Lo mandé a la mierda.

También estaba Alex Aguilar, un sátiro elegante que casi siempre parecía un cómico de cualquier esquina. Le gustaba zambullirse en su inmadurez y, al tiempo, pretendía arrastrarnos hacia ella. Y Billy Nakamuro.

No aguanté ni 10 minutos con esos estúpidos. Decidí ir a mi casa sin desplegar mis navajas. Ya tendría tiempo para vengarme de Aníbal (como el trágico 4 de noviembre del 2012). Pero ahora eran muchos. No era el momento.

Cuando llegué a mi casa extrañé al trío de badulaques. Tenía mucho tiempo libre y pocas cosas en las que ocupar mi mente. Era inevitable pensar en Cecilia. Fue la primera vez que deseé tener un trabajo (algo que cambió un año después cuando me volví alérgico a este). Ya era demasiado

tiempo. Las ansias aparecían en todos lados y no podía hacer nada para evitar mirarlas. Decidí que solo podía estar a salvo en mis sueños. Solo ahí no me sentía vulnerable. Entonces comencé a ejercitarme o a leer las novelas que jamás antes había terminado (los finales que construía con Ella me resultaban mejores… y de nuevo pensaba en ella). Al tiempo mejoraba mi novela total. Pero daba giros sobre decepciones amorosas (y la novela era un policial). Entonces decidí salir a las calles y robar bolsos. Era algo casi absurdo y solo lo intenté una vez como a las 4 de la tarde. Casi me atraparon luego de una magnífica persecución y hasta tuve deseos de repetir la experiencia. Solo ese día pude dormir temprano y guarecerme en mis sueños.

Pero al día siguiente estaba peor y comprendí que necesitaba ayuda especializada. Recurrí, discretamente, a las revistas femeninas para terminar con mis dudas. ¿Qué andaba mal conmigo? ¿Era tan grave lo que había hecho? ¿Tenía chances? Vanidades y Cosmopolitan ocupaban el lugar de las amigas de ¿mi? chica, a las cuales había exiliado de este bochornoso incidente. No podía consultarle a nadie más. Y por un momento pensé en los tres chiflados pero los cuestionarios de Vanidades y la amabilidad de Cosmopolitan me salvaron de esa estupidez.

Y ahí estaba casi todo. “¿Es el indicado?”, “¿Te merece?”, “¿Es atento?”, etc. Y todo estaba bien. Yo siempre era “A”. Entonces algo andaba mal con las revistas o con mi ego. Quizás estaba sufriendo en vano. Necesitaba testimonios. Me infiltraría en el Yahoo respuestas y obtendría la información que buscaba. También espiaría foros sobre temas de pareja. Descubrí un mundo nuevo habitado por torpes emocionales. Algunas declaraciones eran estrafalarias. Estaba listo para escribir mi caso pero temí que no me creyeran (y la verdad lo del taxi era inverosímil). Me pasé como 5 horas en esos foros y en el Yahoo respuestas. Cuando me estaba rindiendo, apareció el testimonio de Alejandra (12 años):

“Mi madre n lo quiere pero yo lo amo pero no quiero que sufra mas por mi culpa. Lo conoci hace 1 año en el colegio. El lleva un año mas adelantado ¿le doy una oportunidad o paso de el? Es lindo y ya me a dicho que le gusto (…)”

*Era mi caso. ¿Lo habría escrito Cecilia? No, esto es una tontería. ¿Qué hago revisando estos foros? ¿Dónde estoy dejando mi inteligencia y mi adultez? No necesito esto. Yo puedo llegar a la conclusión por mí mismo. Es una cuestión de probabilidades y de contexto cultural. O casi como un problema de razonamiento matemático. No es más que eso.*

“(…) A vezes quiero estar con Luis. Mi made si lo acepta. ¿Q hago?? Con cual me quedo???”

*¿Qué mierda? No es posible. Hasta ahora no había pensado que hubiera otro. Y ese tal Luis siempre era mencionado en nuestras charlas. Y, sí, su madre lo adoraba. Las madres de ambos habían estudiado juntas. Luis y Cecilia habían repetido la tradición.*

Yo ahora estaba listo para pedir explicaciones. Pero necesitaba confirmar esto. Solo tenía tres opciones para hacerlo. Y los tres solían estar juntos.

Antes de reunirme con Aníbal, Alex y Billy pensé en algún atributo de Luis que pudiera envidiar. ¿Había alguno? Ambos éramos muy parecidos. Pero él… era el aristócrata que yo todavía no podía ser y encarnaba al súper cholo que yo jamás sería.

*Mierda. Es eso. ¿Qué hago ahora? No puedo dejar que pase más tiempo. Debo actuar.*

Conversé con mis tres nuevos informantes (bueno, Billy solo miraba). Todos me contaban cómo Luis había aprovechado mi ausencia. Dejó su novela de ciencia ficción y comenzó una en la que dos amigos de la infancia se involucran sentimentalmente. “Incluye escenas eróticas”, advirtió Alex. Insistieron hasta que les conté lo del taxi. No me creyeron un carajo.

Aníbal me dijo que Luis se había vuelto más cercano a Cecilia y que los había visto besándose. Luego dijo que era broma.

Alex decía que pensaba que Luis y Cecilia “ya estaban”.

“Ella no te quiere. Es obvio. Si lo del taxi es cierto, olvídate de ella. Si no es verdad, entonces es algo peor. Igual hazte a un lado. Claramente ella no quiere lastimarte: su familia no te quiere. Yo conozco a su madre y he escuchado cosas. Cecilia no quiere que sufras. No sigas o terminarás como Juan del Olmo que se volvió loco o… como… Vicente López… le fue peor”, soltó Billy ante la sorpresa de todos.

Sí, Billy y la chica de 12 años tenían razón. Ahora debía hacer lo más sensato: ir a encararla. Salí a la avenida sin despedirme. Estuve a punto de tomar un taxi pero opté por caminar… correr.

Fueron 25 minutos que alterné mirando el reloj que ella me regaló y pensando en las charlas que compartí con ella. Fueron 25 minutos presenciados por las flores que ella amaba y los entrañables extraños que ella solía saludar. Recordé esos 6 meses y no hallé nada de lo que deba avergonzarme. No recordaba ni una sola discusión acalorada ni algún intercambio de insultos. No hallaba momentos tristes ni llenos de odio. No encontraba razón para no amarla.

Llegué y la vi cerca a la puerta de su casa. Corrí hacia ella. Me evadió la mirada y trató de avanzar como si fuera un desconocido de hace 7 meses. Le exigí una respuesta. La abrumé hasta que me disparó.

“No me busques más. No quiero nada contigo”

No dijo ni una maldita palabra más. Pero ya no necesitaba escuchar más. Ya no quería oír más. Todo estaba dicho.

Me alejé y decidí que sería para siempre. Pasé por el mismo lugar que había atravesado hace 10 minutos. Me quedé con esos recuerdos (no los he olvidado más de dos años después).

*Quiero recordar esos momentos a los que me aferraba con ilusión. Quiero recordarlos hasta que solo sean buenos recuerdos.

Quiero olvidar todo lo que ahora sé que nunca pasará.

Hasta pronto, Cecilia.*

Capítulo 3: la historia de Juan del Olmo

La hora después del final presenciaba la noche; y esta, arrepintiéndose, a mí. Yo, como la noche, pretendía no mirar a Nakamuro. Él mantenía una distancia evidente. Me había acompañado por 35 minutos sin recordarme sus palabras. Yo había llorado mientras el cielo parecía hacerlo conmigo. Pero mis lágrimas no eran tan efímeras. Eran dolorosamente lentas. Apenas caían y me empapaban la cara donde la lluvia no quería tocarme.

“¿Por qué crees que fue buena idea?”, habló Billy Nakamuro.

No tenía ganas de hablar con un extraño pero me sentía muy mal y Billy era el único que podía alentarme aunque parecía querer ser realista. Quizás no fue un accidente mortal el haberme cruzado con él. Quizás fue mala idea ir a encararla así e insistir con tanto descuido. Le di la razón a Billy.

“No, Jack, me refiero a tratar de seducir a Cecilia. ¿Crees que fue buena idea?”, aclaró Billy.

Pero era obvio que había sido una buena idea. Yo abrazaba ahora mismo los recuerdos que me mantenían de pie. Ambos nos llevábamos bien. Ambos queríamos estar juntos. Era evidente. Nos habíamos amado.

“Jack, ella es indecisa. ¿En serio no conoces lo que pasó con Juan del Olmo?”, preguntó Billy con incredulidad.

No, jamás lo había mencionado. Solo a Luis, su mejor amigo.

“Juan, un buen aspirante a filósofo y amigo mío, dejó todo por Cecilia. Él comenzó a obsesionarse. ¿La consideras perfecta, no? A mí no me parece la gran cosa. Pero he visto sucumbir a muchos hombres. Ella les da esperanzas a todos. Pero cuando te atrapa… me explico: Juan sí llegó a ser enamorado de Cecilia. Y ellos duraron 3 meses y durante ese tiempo terminaron 5 veces. ¿Cómo explicas la actitud de Cecilia? Yo consolé a Juan la primera vez que terminaron. Se quería matar

como… pero Juan la reconquistó en dos días y volvieron. Y luego le terminó a las 3 semanas. Y de nuevo. Jack… ¡Aléjate de esa mujer! ¡Huye! ¡Hazlo ahora que estás a tiempo!”.

Era imposible que hablara de Cecilia, alguien cuya sensibilidad era absoluta. No, ¿de qué me hablaba? Le sonreí a Blly. Él no la conocía como yo. Realmente yo la conocía.

“Jack, por favor, he leído tus textos. Dedícate a eso. ¿Cuánto has avanzado de tu novela total desde que tratas de estar con Cecilia?”.

Ya había parado de llover y yo aceleraba el paso como zafándome de sus preguntas. Era cierto que había invertido cada segundo en Cecilia desde hace 6 meses. Sí, Billy comenzaba a convencerme con su relato. Luego recordé que él también era un escritor. Su comentado manuscrito, visto por todos en el círculo de aspirantes, se titulaba “Las mentiras malditas”. Pésimo título para una obra fascinante. Pero entonces recordé escenas de ese cuento. Y vi cómo Billy estaba encarnando al acosador de “Sally”, “Tommy”, un hombre que alejaba a la competencia haciéndoles creer a “el resto de machos hambrientos” que Sally estaba maldita o que su familia mataba a sus pretendientes.

Cuando visualicé esto, Billy estaba demasiado cerca y me miraba fijamente. Era la escena del capítulo 2 en el que Tommy ahorca a Josué luego de abrumarlo con puñaladas. Era la misma hora. Estábamos en la misma noche y en la misma calle. Billy llevaba la misma ropa que Tommy: Jeans, Converse y un suéter negro y descuidado.

“¿Te pasa algo?, Jack. Puedo verlo en tu rostro, Jack. Has llorado mucho. Perdón… Juan no lloró tanto”.

Quitó su mirada de mi rostro. Yo volví a darle la espalda mientras recordaba que aún traía una de las dos navajas que preparé para Aníbal. Yo tomaría la ventaja. Me detuve e intenté acuchillarlo pero él ya no estaba. No había rastros de él.

Tomé el primer taxi que encontré y me dirigí a casa de Ricardo Ortega. Esta vez le diría que sí. Él era el nexo entre Ellos y yo. Ahora volvería a mi país y comenzaría ese trabajo.

Fueron 2 largas horas con Ortega que terminaron con un fuerte apretón de manos. Al salir, le dije que me acompañara hasta que tomara un taxi. Eran las 11 de la noche y seguía sin saber sobre Billy.

Ahora solo debía llegar a mi casa y pensar en alguien que se nos uniera. ¿Aníbal sería un buen candidato? Billy. Él. Si lo que cuenta en sus relatos es verídico, encaja con el perfil. ¿Y Alex Aguilar? Ambos eran inteligentes y parecían estar preparados para estas tareas. Ellos parecían listos para luchar por un ideal superior pero dudaba de que aceptaran los métodos de Ricardo (dos años después uno de estos dos hombres nos juraría lealtad). Los últimos dos meses en Perú me dedicaría a tentarlos. Ya no tenía nada más que hacer en este país. ¿Volvería? Mi decisión era irrevocable. E implicaba dejarla para siempre. Cecilia ya no era parte de mi destino.

Llegué a mi casa y prendí el ordenador. Ingresé a Facebook y los mensajes de Cecilia. Me los había empezado a enviar justo después de que la abandonara.

“jaja todo fue broma, tonto” 20:12“…” 20:17“¿No piensas volver?” 20:45“Es solo una broma” 21:23“Ok, discúlpame, Jack” 22:57

Capítulo 4: un día largo

Me miraba luego de esos dos meses de complicidad y yo no sabía si dar el siguiente paso. No tenía idea de qué hacer. Y mientras lo decidía, su madre revoloteaba la escena. Siempre jodiendo.

¿Ya me ha perdonado? Trato de acariciarla y ella deja de hablar. Agacha la mirada. Estoy esperando a que dé por zanjado el asunto.

Este momento me recordaba a cómo, al igual que los falsos finales de “nuestras” novelas, ella siempre prefería dejar todo abierto: con suspenso. Para ella era mejor así pero para mí, en la vida real, no.

Esta actitud me era desconocida hasta que aquella noche, hace como dos meses, pareció cambiar de opinión en apenas unos minutos justificándose en que todo era una broma. Yo frente al ordenador, absorto, deprimido y furioso (o no sé cómo), cerré esa insistente ventana y acabé la conversación. No retomé ningún contacto por 3 días. Lo tomé muy mal. Como broma fue una mierda.

Me comencé a preguntar si Cecilia tenía algún problema en la cabeza. ¿Estrés? ¿Falta de sueño? ¿Falta de seriedad? De alguna manera lo que dijo el enfermizo Billy Nakamuro era cierto: “mi” chica era indecisa y hasta peligrosa. ¿Cómo llegó Juan del Olmo, su ex, a la locura? ¿Estaba yo siendo arrastrado al mismo camino por esa asesina de hombres?

No creía lo que estaba pensando de la chica a la que amaba. Pero los hechos destrozaban ese muro idealizado que protegía a mi Cecilia. La dejaban inerme o… revelaban lo que había estando aprisionando: era una bestia, como su madre, una bestia tentadora que me hablaba dulcemente para luego apuñalarme de una manera que luego me parecía digna de perdón. ¿Y por qué yo no escapaba? Era quizás yo el enfermo; era mi propio victimario como Juan del Olmo, su ex.

Debía hablar con Juan. ¿Dónde estaba ahora? ¿La habría logrado superar? ¿Realmente se había vuelto loco? ¿Era confiable alguien como Nakamuro?

Aníbal Castaños habló conmigo luego que le dijera que ese día no le cobraría. Él evitaba hablarme como si yo fuera el portador de una pandemia o el mensajero de la muerte. Y de alguna manera era lo segundo. O, en todo caso, sus ojos me parecían prueba de ello. Nerviosamente me dijo que no conocía a ningún Billy Nakamuro. Le recordé que habíamos estado varias veces con él. Insistió en que no lo conocía… en que no existía. Yo le sonreí un poco mientras él parecía estar listo para zafarse de mí. Cuando empezaba a retroceder, lo miré fijamente y le rompí la nariz de un certero

golpe. Lo golpeé como si quisiera aplastarlo. Disparé hacia donde sea. Le dejé unos moretones y me largué de la escena. Luego de unos minutos decidí acelerar el paso.

Estaba muy mal y me apiadé de Juan incluso sin saber su historia o si existía.

-¿Recuerdas cuando me pediste que sea tu enamorada? -interrumpió mi recuerdo Cecilia- Fue una bonita tarde pero… ¿ya ha pasado mucho, no?

No, ella no respondía o lo hacía a su manera que era lo mismo que no hacerlo. El día que le declaré mi amor, ella estaba lista para decirme que sí luego de mostrarme las razones por las que no la convencía del todo. Solo esa vez me pareció gracioso porque por momentos podía entrever la ironía. Solo esa vez funcionó esto. Pero mi paciencia comenzó a agotarse.

No tuve a quien contarle que por fin era mi novia porque me había distanciado de sus amigos, los cuales me caían francamente mal (Luis a la cabeza). Y Aníbal y su grupo habían dejado de hablarme. Yo era poco menos que un loco para ellos. Solo Alex rompía lo pactado y me escribía por chat. Pero parecía intercambiar información del mundo exterior con venderme textos de su blog pueril y pretencioso. No era mi amigo definitivamente.

Sentí que perdía contacto con el mundo. Incluso en el círculo de aspirantes a escritores se había propagado el hermetismo. Nadie estaba a salvo. Ninguno quería que su manuscrito fuera visto. Y hasta se daban el lujo de leer “un señuelo” en las últimas reuniones. Mis colegas eran reservados y esas semanas previas a Los juegos florales nacionales habían caído finalmente en la misantropía. Todos menos Luis que había dejado otro círculo de escritores en ciernes para unirse al nuestro, “como un espía” según mis compañeros. Y sí: Luis parecía el más entusiasta en hablar de su propia historia. La que por cierto yo encontraba totalmente amenazante porque narraba como una chica de clase alta le era infiel a su novio, un pobre diablo, mientras el protagonista, su amigo de la infancia, se la follaba todos los jueves.

Tuve la idea de abandonar al último grupo de gente al que frecuentaba y pasar el resto de mi vida en la sierra peruana. Pero Billy Nakamuro, aquel cuya existencia era negada por todos (incluso por Alex Aguilar, mi “amigo”), se internó en nuestro taller y sentí que completó un círculo que hasta ese entonces había permanecido roto. En esa primera reunión con él conté a todos. Éramos 7 con el instructor, “el poeta pedófilo” (por sus temáticas y su extraña prosa).

Billy nunca hablaba con nadie y quizás eso explicaba que le negaran la existencia. Pero se hizo mi amigo rápidamente. Bien, lo volví mi amigo. Quería saber más de ese tal Juan del Olmo y él, a cambio, quería sondear a la competencia rumbo al campeonato nacional de prosa.

Desde el primer día almorzamos juntos y siempre lo mismo en la misma mesa. Él nunca pedía nada y me brindaba amablemente su tiempo como un respetuoso oriental.

- Billy, ¿por qué me siento más solo ahora que estoy con ella?

- Es porque ella no te completa. No están destinados. Estás forzando algo que no debe ser. Mira, Jack, no es tan difícil de entender. ¿Has leído a Jung?

- No, ¿es de nuestro taller?

- Jaja no jaja Carl Jung

- Estaba bromeando jaja

- Mira, te voy a decir la verdad. Y esto no lo dice ningún autor. Es de mi cosecha…

- Claro, claro jaja. Dímelo, Billy.

- Ella no tiene padre y busca un sustituto pero como no lo ha conocido… no sabe qué buscar ni si ese hombre se quedará con ella o la abandonará.

- Ah, muy original. Nada que ver con el principio de Electra.

- Jaja Sí, entonces Cecilia no sabe si rechazar al hombre o estar con él y hace las dos cosas a la vez.

- ¿En su cabeza hay dos realidades?

- No, a la vez. Bueno, algo así. Sí, es como si viviera en dos mundos. En uno te quiere y en el otro ni te conoce.

- Me estás jodiendo jaja

Sonó mi celular y me distraje un rato para ver quién era. Lo rebusqué en mi mochila. Número desconocido. Recuperé la posición y Billy ya no estaba. Por suerte, él no había pedido nada.

- Lo recuerdo al detalle, palabra por palabra- respondí a Cecilia mientras su madre me lanzaba otra sonrisa que pretendía ser auténtica y que casi lo era- pero sí… ya ha pasado mucho tiempo.

- Te noto algo triste- dijo Cecilia mientras sonreía y preparaba un tema totalmente ajeno- ¿Es por los juegos florales de este año? El próximo te irá mejor… estoy muy segura.

(Y no era eso lo que me preocupaba. No había ido a su casa a hablar de eso. ¿De qué me está hablando? Y encima me hacía recordar ese maldito concurso y lo que pasó con mi carrera de escritor).

- Debes leer más novelas americanas, querido- jodió la madre- a ver si te sale algo bueno; sé que eres capaz.

Fueron los juegos florales nacionales de 2011 los que terminaron, al menos, con mi rivalidad con Luis, el hijo de puta. Me preparé mucho para ese concurso con la idea de ganar el primer puesto u obtener uno mejor que el de Luis. Mi novela era extraordinaria. Y la suya, sobre Cecilia, un novela plana, juvenil (casi pueril) y sin ninguna complejidad narrativa. Mi novela incluso jugaba a ser una metanovela e introducía puntos de vistas vanguardistas. Era algo propio de un genio. Mi victoria estaba asegurada. Luego solo tenía que esperar un contrato con alguna de las editoriales más importantes y las felicitaciones de Cecilia y besarla salvajemente en frente de Luis.

Fue una semana antes del concurso que me animé a entregarle mi manuscrito a Billy pese a que él sería mi rival (lo consideraba inferior ciertamente). No sé cómo lo leyó en tres días o si de verdad lo leyó. Pero su veredicto fue que era una obra maestra que jugaba ser un metanovela con puntos de vistas vanguardistas. Y sí: eso era mi novela. Billy parecía leerme la mente.

- Señora, ¿usted leyó mi novela? ¿Le gustó? ¿Le gustó la trama? ¿Qué opina del personaje principal? –desafié a la bestia.

-Sí – se defendió.

- ¿Y qué opina en general de mi novela?- insistí.

- Basta, Jack jaja –interrumpió Cecilia como siempre.

- No, querida, de verdad la leí pero… no recuerdo mucho; no recuerdo mucho pero sé que era buena –finalizó su madre mientras se internó en la sala.

-Es una maldita bruja- le susurré a Cecilia.

El día que llegué a mi casa luego de recibir la crítica de Billy, descubrí que él había dejado su manuscrito en mi mochila. Aunque lo raro era que él nunca cargaba nada. O quizás yo era poco observador.

Era un manuscrito muy oscuro en el que comencé a reconocerme en la página 5 como “el ingenuo del otro valle” y a Cecilia como “la emperatriz de la confusión”. La historia narraba como él, Tommy (siempre Tommy), había encontrado una nueva víctima. Contaba también como se había vuelto el sicario predilecto de un tal “Alonso Castañeda” (¿Aníbal Castaños?). Leí como 30 páginas seguidas de pura perversión hasta que decidí ver las últimas 20 de las aparentemente doscientas. Tommy contaba cómo ganaba “un concurso de genios” luego de arrebatarle lo mejor a lo que quedaba de “Jonás Izaguirre”. También mencionaba cómo él había llenado de inseguridad y de fobias a Juan del Olmo porque le tenía envidia. El capítulo más corto se titulaba “La muerte de mi princesa” en la que revelaba cómo mataría a la mujer que todos, incluido él, habían amado. Así, según Tommy, liberaría a los hombres de su maldición.

Me pareció un relato muy bueno pero destinado al fracaso porque el jurado difícilmente sabría que todo eso estaría inspirado en… hechos reales. Fue ahí. Me percaté de que mucho de lo escrito por Billy tenía que ser verdad. No los crímenes pero sí las opiniones. ¿Billy solo quería verme sufrir para usarme como inspiración de sus historias? Era ridículo acusarlo de algo así pero me sentí algo insultado esa noche.

La mañana siguiente quise darle su manuscrito pero él no estaba. Su ausencia se alargó hasta nunca sabré cuándo. Yo dejaría el taller listo para el concurso en unos días más. No pude ponerme en contacto con él porque nadie lo conocía. No tenía su teléfono y era inubicable en todas las redes sociales. Hasta, como último recurso, lo busqué en el Tuenti.

Llevé el manuscrito todos esos últimos días y siempre regresé a mi casa pensando en que Billy iría desarmado al concurso. Entonces, sentado en un parque, repasé algunas partes de su relato. Ese yo creado por él era un torpe social que al mismo tiempo se hacía mucho daño. Pero Billy/Tommy quería llevarme a la locura y yo, imbécil, me dejaba arrastrar. Quizás las cosas no eran tan malas como decía Tommy y seguro Billy era un alarmista. Fue así que me desprendí de esa inseguridad y de ese manuscrito. Dejé todo en el parque esperando a que Billy lo encontrara de alguna manera.

- Cuéntame de nuevo lo del manuscrito de Billy jaja –me interrogó sutilmente Cecilia- ya pues, cuéntame jaja

- No he venido a hablar de eso- respondí algo fastidiado.

- Vamos, Jack, cuenta jaja –siguió Cecilia.

“ESTÁ BIEN. Él me llamó un día antes del concurso desde un número desconocido. Justo unas horas antes de que se cerrara el plazo para mandar tu manuscrito. Me pedía que por favor le entregara su texto para hacerle unas revisiones de último momento”.

“jajajaja”

“Y tuve que escribir yo mismo un relato parecido”

“Y se dio cuenta, ¿no? Jaja”

“Sí, obvio que se dio cuenta. Mi archivo en Word tenía apenas 50 páginas. Un tercio de su relato”

“¿Y…?”

“Ah, y le encanto cómo quedó el texto…”

“jajaja ¿y él te ganó en el concurso, no?”

“Sí…”

“jajaja”

“Cecilia, no he venido para hablar de eso”

“Ay, lo sé, Jack jaja… pero ¿Quién obtuvo mejor puesto entre Luis y tú?”

“Ya sabes cómo terminó eso…”

“jajaja ninguno ganó ni mención honrosa jaja”

“Bien, pero Billy tampoco mereció esa mención honrosa, eh”

“¿Porque el texto era tuyo? Jajaja”

“No, fue un deshonor para él. Él es un gran escritor. Siempre deseé que lograra el segundo puesto”.

“Y tú el primero jaja. Estoy segura que puede lograrlo. El próximo año debes presentarte. Ya te dije que tu novela es… complicada. Haz algo más sencillo. Deja lo esencial. Lo adornas con cosas innecesarias”

“Puede ser… pero Billy también debe participar. Es quizás mi único amigo auténtico pese a todo. Todo ese tiempo de espera de los resultados, deseaba que lograra el segundo puesto. Cuando él tuviera esa distinción, le darían un lugar en el mundo de los vivos”.

“¿En serio es tan solitario? Nunca me lo presentaste”

“No sé nada de él desde hace mucho”

“Ya veo. Me hubiera gustado conocerlo”

“Él es quizás el único que puede participar el próximo año”

“¿Y tú? ¿No participarás?”

“No sé en cuánto tiempo volveré. Me voy de viaje. Te dejo”

“ “

“Para eso vine hoy. Vine para despedirme”

“jaja no es cierto. No te creo”

Estoy tratando de convencerla de que es cierto. Esto lo hace doblemente doloroso. Ella me empieza a creer mientras recordamos cosas muy antiguas como lo del taxi. Su madre sigue creyendo que tengo carro. Su madre anda en lo suyo.

“Pero no solo vine a decirte eso… quiero saber tu respuesta”, se lo recuerdo con cierto temor.

Ella lo está pensando pero no parece querer darme ninguna respuesta.

No puedo esperar más. Debo alistar todo para más tarde. Hoy parto y no volveré en unos meses. Y ella lo sabía pero prefiere hacer como si fuera una sorpresa. ¿Una grata sorpresa?

“Ya, ya me voy”

Me acompaña hasta la puerta de su casa sin dedicarme una sola palabra más. Hace un mes que terminamos como lo vaticinó Billy. Pero no volvimos a las dos semanas. Pensé que volveríamos a ser enamorados hace unos días o hoy.

Al menos ella ha cambiado.

“Hasta pronto Cecilia. Serán solo unos 6 meses. Espero”

“Jack, yo… lo siento, de verdad. Pero así estamos bien. Así estamos muy bien. Te voy a extrañar. Jamás extrañaré a alguien así. Yo realmente te quiero mucho. Nunca te olvidaré. No te molestes. Lo siento. ¿Está bien?”

Y así la vi por última vez como Jack Agüero.

Epílogo de la primera parte: el inicio en una nueva vida

El último conocido que visité ese 2011 fue Ricardo Ortega. Me pidió visitar a unas personas al llegar a España. Me incomodé cuando me dijo que quizás me mantendría ahí más de seis meses.

“Creo que eso es todo, ¿verdad? Nos vemos en seis meses”

“No, Jack. No regreses. Ellos no te reconocerán. Será como si nunca te hubieran conocido. Como si esta historia no fuera real”.

Y así sería, hasta ahora, pese a los intentos de Alex Aguilar.