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Vegetal La naturaleza nos ha dado las semillas del conocimiento, no el conocimiento mismo. (Lucio Anneo Séneca) mperceptiblemente pasea Alexis. Enormes laureles de Indias, ahítos de verde satinado, adornan con silencioso respeto su tránsito. Son hermosos árboles, condescendientes desde su nacimiento para su función de ornamento. Robustos transformadores de cuotas orgánicas en lustre vegetal. Alineados como soldados de guardia. Uno a derecha, otro a la izquierda y, entre ellos, porfían adelfas reclamando el necesario espacio vital entre la umbría subyugante. Su vigoroso diámetro protesta amenazante por el confinamiento espacial. Las losas más cercanas de las aceras sacrifican su horizontalidad ante la contundencia de la protesta. Los paseantes negocian la molestia con un vaivén ecléctico. Algunos perpetuos exaltados reclaman a la municipalidad arrancarlos de raíz. Las palmeras pueden ser más lentas en el crecimiento y dar menos sombra, pero sus raíces no producen el mismo desaguisado en las aceras que los laureles. ¿Se preocupa el laurel porque le cambien de paseante? El mismo silencioso respeto que para con Alexis se lo da a los exaltados. I Los jilgueros, las tórtolas, las garcillas, las hormigas anunciadoras de vuelta a tornas pluviosas encuentran en estos gigantes un reducto vital. Efervescencia procreadora, aprovisionamiento para las precarias y estación de descanso. Y siempre envueltos en su contemplativa mudez, los laureles permiten. No es difícil, ni mucho menos vergonzoso, arrobarse ante su concesiva actitud. No es fácil tampoco soslayar la humana predisposición al animismo. ¿Se sentirán útiles? La vida de todo ser orgánico tampoco se escapa a la constricción conceptual creada por el hombre, llegando su atrevimiento a la despiadada apropiación, desde la latencia de la simiente hasta la muerte, de los ritmos biológicos. Es el diezmo que han de pagar si quieren vivir. Y los laureles de Indias del paseo no iban a ser menos. El lustre, apenas novedoso, que día a día surten al paseante debe ser el comprobante de la aceptación de las condiciones. Si no fuera por las protestas plasmadas en las aceras. Alexis no piensa en ello en absoluto. Sólo pasea.

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Cuento sobre los estados de la conciencia humana.

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Vegetal

La naturaleza nos ha dado

las semillas del conocimiento,

no el conocimiento mismo.

(Lucio Anneo Séneca)

mperceptiblemente pasea Alexis. Enormes laureles de Indias, ahítos de verde satinado, adornan con silencioso respeto su tránsito. Son hermosos árboles, condescendientes desde su nacimiento para su función de ornamento. Robustos transformadores de cuotas orgánicas en lustre vegetal. Alineados

como soldados de guardia. Uno a derecha, otro a la izquierda y, entre ellos, porfían adelfas reclamando el necesario espacio vital entre la umbría subyugante. Su vigoroso diámetro protesta amenazante por el confinamiento espacial. Las losas más cercanas de las aceras sacrifican su horizontalidad ante la contundencia de la protesta. Los paseantes negocian la molestia con un vaivén ecléctico. Algunos perpetuos exaltados reclaman a la municipalidad arrancarlos de raíz. Las palmeras pueden ser más lentas en el crecimiento y dar menos sombra, pero sus raíces no producen el mismo desaguisado en las aceras que los laureles. ¿Se preocupa el laurel porque le cambien de paseante? El mismo silencioso respeto que para con Alexis se lo da a los exaltados.

I

Los jilgueros, las tórtolas, las garcillas, las hormigas anunciadoras de vuelta a tornas pluviosas encuentran en estos gigantes un reducto vital. Efervescencia procreadora, aprovisionamiento para las precarias y estación de descanso. Y siempre envueltos en su contemplativa mudez, los laureles permiten. No es difícil, ni mucho menos vergonzoso, arrobarse ante su concesiva actitud. No es fácil tampoco soslayar la humana predisposición al animismo. ¿Se sentirán útiles? La vida de todo ser orgánico tampoco se escapa a la constricción conceptual creada por el hombre, llegando su atrevimiento a la despiadada apropiación, desde la latencia de la simiente hasta la muerte, de los ritmos biológicos. Es el diezmo que han de pagar si quieren vivir. Y los laureles de Indias del paseo no iban a ser menos. El lustre, apenas novedoso, que día a día surten al paseante debe ser el comprobante de la aceptación de las condiciones. Si no fuera por las protestas plasmadas en las aceras. Alexis no piensa en ello en absoluto. Sólo pasea.

Ficus nítida, el laurel de Indias que ahora mismo, silenciosamente, ve – humanamente supongo- el tránsito eventual de Alexis frente a él. Alexis, homo sapiens sapiens, ejemplar de la especie entre las especies. Ambos, ahora mismo, con vida. Un paseante que transita por la acera contraria a la de Alexis acierta a mirarles en el instante del cruce. Sí podríamos pensar cuál es su fugaz pensamiento e, incluso, cuál su reflexión posterior. Ese paseante podría ser cualquiera de nosotros. Acerquémonos más a la suposición. El paseante –o cualquiera de nosotros- arbitraría un bosquejo mental sobre lo visto, anteponiendo la enseñanza experimental basada en las regularidades. Hasta aquí el acercamiento. La indefinición sobre los pensamientos de los otros es una característica humana, precariedad que, por otro lado, nutre infinitud de acciones. El paseante sigue su paseo y, con él, sus pensamientos. Alexis sigue paseando. El laurel de Indias es el único que mantiene una digna inmovilidad. El único que no ha entrado en esta ruleta de pensamientos.

La vida la entendemos sólo en el escenario de ella misma. Con todos los roles preestablecidos. Una obra circular que vamos llenando de apostillas cuando nos toca salir a escena. De emociones, de amores, de letanías, de atropellos… El laurel de Indias también firma sus propias apostillas. Sin emociones, sin

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amores, sin letanías…, pero sí con atropellos. El hombre, director de la obra, le da rol para que su interpretación sea lo más brillante posible. Para ello el laurel de Indias debe estar interpretando un rol ornamental. Alexis también interpreta su rol en la obra de la vida. Nació y morirá. Está viviendo, indudablemente. Ahora mismo, paseando. El laurel de Indias también morirá. Alexis renunció desde su nacimiento a pensar, postrado indefectiblemente sobre su silla automotriz. Su madre, ahora mismo, le limpia las babas. No se atisba un agradecimiento en su ladeado rostro, habitado por ojos inexpresivos. Ni en los brazos, cruzados sobre el inacabado gesto prensil de sus manos. Indudablemente, está vivo. Al menos, puede pasear, aunque sea con ayuda de su solícita madre. El laurel de Indias, no.