vasili záitsev_ “mataba a cuatro o cinco alemanes todos los días _ cultura _ el paÍs

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26/1/2014 Vasili Záitsev: “Mataba a cuatro o cinco alemanes todos los días | Cultura | EL PAÍS http://cultura.elpais.com/cultura/2014/01/25/actualidad/1390667674_489908.html 1/4 CULTURA JACINTO ANTÓN Barcelona 26 ENE 2014 - 00:18 CET 11 Vassili Záitsev, en Stalingrado. Abatió a 242 militares incluidos 11 francotiradores alemanes Vasili Záitsev: “Mataba a cuatro o cinco alemanes todos los días Se publican en España las famosas y polémicas memorias del francotirador de Stalingrado que inspiró ‘Enemigo a las puertas’ Archivado en: Vasili Grossman Adolf Hitler Unión soviética Alemania Segunda Guerra Mundial Europa central Historia contemporánea Historia Europa “Usa cada bala a conciencia, Vasili”, le decía de niño su padre cuando cazaban lobos en la taiga. A fe que lo hizo en Stalingrado, con otra clase de lobos, estos humanos, pero también grises. “Mataba a cuatro o cinco alemanes todos los días”, escribió. Las tremendas memorias del francotirador Vasili Zátsiev (1915- 1991), Héroe de la Unión Soviética, uno de los más famosos en su difícil y atroz oficio, recién publicadas ahora en España por Crítica, nos adentran en la contienda particular que ese tipo de soldados libró durante la II Guerra Mundial, una historia de oscuridad y violencia. Nos llevan al corazón más frío y letal de la batalla –donde se mira agazapado a los ojos del que matas- y nos permiten asomarnos a la personalidad y las tácticas de unos combatientes tan admirados como temidos y denostados, y que siempre han provocado una morbosa fascinación: la mística del francotirador. Las memorias de Vasili Grigórievich Záitsev se centran en la actividad del francotirador en Stalingrado, donde su cuenta particular ascendió a 242 militares alemanes, incluidos 11 francotiradores (abatir a los tiradores del otro bando era una de las prioridades de estos combatientes). Las vicisitudes del certero Záitsev fueron la base de la película Enemigo a las puertas, de Jean Jacques Annaud. Parte de lo que cuenta el francotirador, incluido el largo y épico duelo con el experto tirador alemán enviado a cazarlo que es el núcleo del filme, es muy controvertido y está considerado por historiadores como Antony Beevor pura invención. Eso no impide que las memorias sean una interesantísima descripción de la salvaje, brutal lucha en Stalingrado y que se lean con el corazón en un puño. En un pasaje, Záitsev impide a su equipo de tres parejas de francotiradores disparar contra unos oficiales que creyéndose seguros están lavándose junto a una trinchera. “Esos tipos solo son tenientes”, les señala. “Si malgastamos balas con la pescadilla los peces gordos nunca asomarán la cabeza”. Al día siguiente vuelven a la zona de Jude Law, como Záitsev en la película Enemigo a las puertas.

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26/1/2014 Vasili Záitsev: “Mataba a cuatro o cinco alemanes todos los días | Cultura | EL PAÍS

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CULTURA

JACINTO ANTÓN Barcelona 26 ENE 2014 - 00:18 CET 11

Vassili Záitsev, en Stalingrado.Abatió a 242

militares incluidos

11 francotiradores

alemanes

Vasili Záitsev: “Mataba a cuatro o cinco alemanes todos los

díasSe publican en España las famosas y polémicas memorias del francotirador de Stalingrado que

inspiró ‘Enemigo a las puertas’

Archivado en: Vasili Grossman Adolf Hitler Unión soviética Alemania Segunda Guerra Mundial Europa central Historia contemporánea Historia Europa

“Usa cada bala a conciencia, Vasili”, le

decía de niño su padre cuando

cazaban lobos en la taiga. A fe que lo

hizo en Stalingrado, con otra clase de

lobos, estos humanos, pero también

grises. “Mataba a cuatro o cinco

alemanes todos los días”, escribió.

Las tremendas memorias del

francotirador Vasili Zátsiev (1915-

1991), Héroe de la Unión Soviética,

uno de los más famosos en su difícil y

atroz oficio, recién publicadas ahora

en España por Crítica, nos adentran

en la contienda particular que ese tipo

de soldados libró durante la II Guerra Mundial, una historia de oscuridad y violencia. Nos llevan

al corazón más frío y letal de la batalla –donde se mira agazapado a los ojos del que matas- y

nos permiten asomarnos a la personalidad y las tácticas de unos combatientes tan admirados

como temidos y denostados, y que siempre han provocado una morbosa fascinación: la

mística del francotirador.

Las memorias de Vasili Grigórievich Záitsev se centran en la

actividad del francotirador en Stalingrado, donde su cuenta particular

ascendió a 242 militares alemanes, incluidos 11 francotiradores

(abatir a los tiradores del otro bando era una de las prioridades de

estos combatientes). Las vicisitudes del certero Záitsev fueron la

base de la película Enemigo a las puertas, de Jean Jacques

Annaud. Parte de lo que cuenta el francotirador, incluido el largo y

épico duelo con el experto tirador alemán enviado a cazarlo que es el

núcleo del filme, es muy controvertido y está considerado por

historiadores como Antony Beevor pura invención. Eso no impide

que las memorias sean una interesantísima descripción de la salvaje,

brutal lucha en Stalingrado y que se lean con el corazón en un puño.

En un pasaje, Záitsev impide a su equipo

de tres parejas de francotiradores disparar

contra unos oficiales que creyéndose

seguros están lavándose junto a una

trinchera. “Esos tipos solo son tenientes”,

les señala. “Si malgastamos balas con la pescadilla los peces gordos

nunca asomarán la cabeza”. Al día siguiente vuelven a la zona de

Jude Law, como Záitsev en la película Enemigo a las puertas.

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“Si malgastas

balas con la

pescadilla no

cazarás a los peces

gordos”, decía

“Apreté el gatillo,

convulsionó unos

segundos y se

quedó inmóvil”

baños. Declinan disparar contra un soldado que se asoma. Y

entonces aparecen los que esperaban: un coronel acompañado por un francotirador con un

precioso fusil de caza, un mayor con la Cruz de Caballero con Hojas de Roble y otro coronel

fumando en una larga y aristocrática boquilla. “Nuestros disparos silbaron. Apuntamos a la

cabeza, como exige el manual, y los cuatro nazis cayeron al suelo expirando el último aliento”.

En otra ocasión, dispara contra otro oficial que lleva la Cruz de Hierro en el pecho. “Apreté el

gatillo y la bala atravesó la medalla del alemán, que salió despedido hacia atrás con los brazos

abiertos”.

Záitsev inicia sus memorias explicando su infancia. Su abuelo pertenecía a una larga estirpe de

cazadores de los Urales y le regaló su primera escopeta. Al salir a cazar se embadurnaba con

aceite de tejón para camuflarse bajo el olor de animal. Matando lobos aprende a rastrear y

acechar, lo que le serviría “para luchar contra esos otros depredadores bípedos que llegaron a

invadir nuestra patria”. El futuro francotirador no era ningún iletrado. Ingresó en una escuela

técnica de construcción, estudió contabilidad y fue inspector de seguros. En 1937 lo llamaron a

filas e ingresó como marinero en la flota del Pacífico –siempre lució con orgullo bajo el

uniforme la camiseta de franjas blanquiazules, la telniashka-. Deseoso de acción, solicitó el

ingreso en una compañía de fusileros y fue a parar a Stalingrado. Llegó como suboficial el 21

de septiembre de 1942: fue como aterrizar en el infierno; en su diario anota que en el aire

flotaba el hedor a carne abrasada.

En su primer combate, el bajo y robusto Záitsev de cara ancha –

desde luego no se parecía a Jude Law-, llega al cuerpo a cuerpo y,

perdidas las bayonetas y las pistolas, mata a su primer alemán

estrangulándolo. Es la guerra en toda su crudeza: “Finalmente dejó

de forcejear y noté un olor nauseabundo, en el momento de morir se

había defecado encima”.

En la defensa de las posiciones en la famosa fábrica Octubre Rojo,

Záitsev vive momentos angustiosos, es la Ratenkrieg, la “guerra de

ratas”, en los sótanos y alcantarillas de la ciudad en ruinas. A finales de octubre un coronel

observa como abate con tres disparos de su rifle estándar de infantería a sendos servidores

de una ametralladora. “Consíganle un fusil de francotirador”, ordena –le dan un Moisin Nagant

91/30- y le dice: “Ya lleva tres, siga la cuenta a partir de aquí”. Así empieza su carrera. Le coge

gusto: “Me agradaba ser francotirador y gozar de la licencia para elegir a mi presa, a cada

disparo es como si pudiera oír la bala atravesando el cráneo del enemigo”. Dispara a larga

distancia, 550 metros, y más. La mira telescópica revela detalles del blanco. “Sabes si se ha

afeitado, puedes ver la expresión de su rostro, canturrea. Y mientras tu hombre se frota la

frente o inclina la cabeza para ponerse bien el casco, buscas el mejor punto para que la bala

haga impacto; no tiene ni la menor idea de que le quedan solo unos segundos de vida”. No hay

ninguna duda, ni remordimiento. “Era fácil colocar el retículo entre sus ojos. Apreté el gatillo,

convulsionó unos segundos y luego se quedó inmóvil”.

En el relato de Záitsev, los soviéticos son invariablemente nobles y

heroicos y los alemanes crueles: ejecutan a los heridos con

lanzallamas o arrojándolos a los perros. El francotirador ve a los nazis

como “serpientes”, que se retuercen mientras las aprieta en su puño.

Las memorias están trufadas de consejos para los francotiradores –

nuestro hombre se convirtió en instructor-. Un manantial o una fuente

son buenos lugares para matar enemigos. Hay que cambiar de

posición tras el disparo para impedir que te localicen. El tirador no

necesita más de dos segundos para apuntar y disparar, pero los preparativos requieren horas y

hasta días de observación y camuflaje. Hay que hacerse invisible. La paciencia lo es todo. Los

francotiradores –que en contra del estereotipo no luchan solos, sino en parejas o incluso en

grupo- usan señuelos y maniquíes para cazar a los rivales.

El grandioso duelo que aparece en Enemigo a las puertas ocupa todo un capítulo del libro. El

autor explica que un soldado alemán prisionero les reveló que el alto mando, preocupado ante

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Beevor afirma que

el maratoniano

duelo con el as

alemán es un mito

el creciente número de bajas, había enviado “a un tal mayor Konings” (Koenig en otras

versiones), “director de la escuela de francotiradores de la Wehrmacht en las afueras de

Berlín”, con el propósito exclusivo de abatir “al gran conejo ruso” (Zátsiev significa conejo).

El “superfrancotirador” alemán (Ed Harris en la película) y el ruso juegan una partida mortal.

Zátsiev lo caza al final con un par de artimañas. Luego lo saca a rastras de su escondite, agarra

su fusil y su documentación y se los entrega al comandante de su división. La supuesta mira de

ese supuesto (y fracasado) as alemán se exhibe en el museo de las fuerzas armadas de

Moscú.

“Nunca hubo un francotirador alemán llamado mayor Konings”, me

recalca Beevor, que trató ampliamente el tema en su canónico

Stalingrado. Ni en fuentes oficiales alemanas ni rusas. “Investigué

todos los informes de francotiradores en Stalingrado que existen en

los archivos del Ministerio de Defensa en Podolsk (TsAMO) y por

tanto puedo decir con toda seguridad que el épico ‘duelo de

francotiradores’ entre los ases alemán y ruso nunca ocurrió. Si

hubiera tenido lugar habría sido reportado en su momento dado que era exactamente la

historia que querían en Moscú para propaganda. Definitivamente, fue inventada después de la

batalla”.

Beevor recuerda que Annaud lo invitó a ver su película “con la vana esperanza de que no fuera

demasiado crítico; yo le había advertido claramente antes de cual era mi posición. Él había

comprado los derechos del libro de William Craig, del mismo título que el filme, y Craig había

creído en la historia propagandística del largo duelo con el francotirador y las pretensiones

fantasiosas de Tania Chernova (Racher Weisz en la película) de que ella también había sido

francotiradora y la amante de Zátsiev. Pobre viejo Zátsiev, reescribieron su vida convirtiéndola

en leyenda, fue completamente manipulado por los oficiales de la GlavPURKKA, el brazo

político del Ejército Rojo, y cayó en la depresión después de la guerra, dándose a la bebida”.

En realidad, señala el historiador, las hazañas de Zátsiev fueron muy exageradas y él ni

siquiera fue el mejor francotirador soviético en Stalingrado; lo fue el sargento Anatoli Chejov

(impropio apellido para alguien dado a tan violenta ocupación), otro “estajanovista de la guerra

urbana”, al que el gran Vasili Grossman entrevistó e incluso acompañó en una misión en

Mamaiev Kurgan, una de las zonas calientes de la batalla, para observar cómo actuaba. A

diferencia de Zátsiev –a quien también conoció Grossman-, Chejov, que usaba una especie de

silenciador, no miraba a las caras sino a los uniformes. Su primer día mató a nueve alemanes,

el segundo a 17, en ocho días, a 40. En total eliminó en Stalingrado a 256 enemigos. En 1943,

en Kursk, perdió ambas piernas. Ni él ni Zátziev fueron los mejores francotiradores rusos: Iván

Sidorenko ostenta el récord con 500 muertos y le siguen otros cinco que pasan de los 400.

Una mujer francotiradora, la comandante Lyudmila Pavlichenko, contabilizó 309. Tras la guerra

se reconvirtió en historiadora.

Grossman no dejó noticia de ningún duelo épico, pero sí de un breve combate singular entre

Zátsiev y un francotirador alemán, que duró… 15 minutos. El episodio, opina Beevor, fue el que

probablemente se hinchó hasta convertirse en la saga épica de un prolongado duelo entre

Zátsiev y el ilocalizable comandante Konings que pretendía hallar al ruso y matarlo.

Al final de sus memorias, Zátsiev explica las heridas que sufrió en las postrimerías de la batalla

de Stalingrado. Perdió la vista a causa de la metralla de un proyectil de un lanzacohetes alemán

Newerberfer y sufrió un viacrucis hasta recuperarla. No se le dejó volver al frente para evitar

que cayera un valioso icono patriótico y se dedicó a formar francotiradores. Sus textos sobre la

materia aún se estudian en las escuelas militares rusas. Al acabar la guerra, con el rango de

capitán, fue desmovilizado y trabajó en una factoría textil en Kiev sin dejar nunca de recordar

sus días de combate. Murió solo diez días antes de la disolución de la URSS y sus restos

reposan en la colina Mamaiev, su coto de caza, desde donde el fantasma del viejo tirador quizá

sigue acechando presas entre las desvanecidas ruinas de la antigua Stalingrado.

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La muerte agazapada

En las filas de los francotiradores han militado personajes como estos:

-El finés Simo Hayha (“la Muerte Blanca"), el mayor francotirador de todos los tiempos,

que mató a 505 soldados soviéticos durante la Guerra de Invierno entre Finlandia y la

URSS (¡y sin usar mira telescópica!).

-El chino Zhang Taofang, con 214 víctimas mortales entre las tropas estadounidenses y

de Naciones Unidas, en 32 días y con solo 442 balas, durante la Guerra de Corea.

-El estadounidense Chris Kyle, tirador de los Navy SEALs asesinado el año pasado en

Texas por un camarada de armas y al que, con 160 muertes acreditadas –la primera una

mujer que se acercó con explosivos a un grupo de marines-, se le conocía entre la

insurgencia iraquí como Shaitan ar-Ramadi, “el demonio de Ramadi” (su autobiografía,

American Sniper, fue un best seller). No hay que olvidar a su compatriota, ese ex marine

de asombrosa puntería que fue Lee Harvey Oswald

-El mejor francotirador del ejército alemán de la II Guerra Mundial –el equivalente real del

mayor Konings- fue el austriaco Matthäus Hetzenauer, con 345 víctimas, incluida una a

la que acertó a 1.100 metros de distancia. Ganador de la Cruz de Caballero, era miembro,

como muchos de los grandes francotiradores del III Reich, de los Gebirgsjäger (los

cazadores de montaña), cuyo emblema era la flor edelweiss que puede verse en el gorro

de Ed Harris en Enemigo a las puertas.

-Otro notable francotirador de la Wehrmacht, Josef Sepp Allerberger, con 257 muertos

y que usaba un paraguas para camuflarse, es autor de las memorias más estremecedoras

del oficio: Sniper on the Eastern front, Pen & Sword, 2007; en un pasaje explica como

literalmente le saltan los globos oculares de las órbitas a un soldado alcanzado por una

bala detrás de la cabeza.

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