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Vacunas y Viajes www.vacunasyviajes.es 1 FIEBRE TIFOIDEA Y PARATÍFICAS. MICROBIOLOGIA. La fiebre tifoidea es una infección producida por Salmonella enterica serotipo typhi, bacilo gram negativo cuyo único reservorio conocido es el hombre. La fiebre paratífica esta originada por Salmonella enterica serotipos paratyphi A y B. MECANISMO DE TRANSMISIÓN. Ambas infecciones se transmiten por la vía oral, a través de la ingesta de alimentos o agua contaminados con heces de sujetos infectados o portadores de bacilos. La enfermedad es propia de zonas pobres, con escasos recursos higiénicosanitarios donde no hay una buena canalización del agua limpia ni los residuos fecales. El poder infectivo de S. enterica serotipo typhi es muy elevado, de tal forma que un inóculo superior a 10 5 microorganismos es capaz de provocar la enfermedad. Las personas con una acidez gástrica disminuida (antiácidos, cirugía, neonatos, ancianos, etcétera) tienen mayor facilidad para adquirir la enfermedad. PRESENTACIÓN CLÍNICA. Tras un período de incubación que oscila en días (3 a 60), en función del inóculo infectante, el paciente presente fiebre elevada, malestar general, sudación profusa y debilidad. Frecuentemente los enfermos tienen cefalea y, en un tercio de los casos, se puede apreciar un exantema asalmonado evanescente de predominio en la cara anterior del tórax y abdomen. En los casos más sintomáticos el paciente está postrado, obnubilido, o lo que clásicamente se ha denominado “tífico” y puede plantearse el diagnóstico diferencial con una meningitis aguda o un cuadro de malaria cerebral en zonas endémicas. Es más característico el estreñimiento que la diarrea y con frecuencia pueden manifestar dolor abdominal. La infección puede asentarse focalmente dando lugar a abscesos, neumonías, artritis, miocarditis, hepatitis, colecistitis, etcétera, aunque estas situaciones ocurren entre el 10 a 15 % de los casos, sobre todo en aquellos con larga evolución. En fases más evolucionadas de la enfermedad pueden originarse ulceraciones en la mucosa intestinal con sangrado evidente, así como un cuadro de hipoperfusión y fracaso multiorgánico. La enfermedad, sin tratamiento específico tiene una elevada mortalidad. En la exploración física se pueden detectar hepato y esplenomegalia discretas, sin otras manifestaciones características salvo el mencionado exantema. Clásicamente se ha descrito la presencia de bradicardia relativa (signo de Faget), aunque no siempre ocurre. Las fiebres paratíficas tienen una presentación clínica similar a la fiebre tifoidea, si bien suelen manifestarse con formas menos graves y agresivas que se caracterizan por nauseas, vómitos y fiebre. DIAGNÓSTICO. El diagnóstico de certeza se realiza mediante el aislamiento e identificación del microorganismo en los hemocultivos. El cultivo de la médula ósea tiene también una rentabilidad elevada, si bien su uso es muy limitado. El cultivo de médula ósea está particularmente indicado en aquellos pacientes que han recibido algunas dosis de antimicrobianos y los hemocultivos son negativos. El cultivo de heces es positivo en aproximadamente un tercio de los pacientes durante la infección aguda. Los estudios serológicos, aunque en determinados casos son útiles, no son de elección. En los datos analíticos se pueden encontrar leucopenia, trombopenia y anemia, elevaciones de las transaminasas, LDH y CPK.

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FIEBRE  TIFOIDEA  Y  PARATÍFICAS.    MICROBIOLOGIA.       La  fiebre  tifoidea  es  una  infección  producida  por  Salmonella  enterica    serotipo  typhi,  bacilo  gram  negativo  cuyo  único  reservorio  conocido  es  el  hombre.  La  fiebre  paratífica  esta  originada  por  Salmonella  enterica  serotipos  paratyphi  A  y  B.      MECANISMO  DE  TRANSMISIÓN.       Ambas  infecciones  se  transmiten  por  la  vía  oral,  a  través  de  la  ingesta  de  alimentos  o  agua  contaminados  con  heces  de  sujetos  infectados  o  portadores  de  bacilos.  La  enfermedad  es  propia  de  zonas  pobres,  con  escasos  recursos  higiénico-­‐sanitarios  donde  no  hay  una  buena  canalización  del  agua  limpia  ni  los  residuos  fecales.       El  poder  infectivo  de  S.  enterica  serotipo  typhi  es  muy  elevado,  de  tal  forma  que  un  inóculo  superior  a  105  microorganismos  es  capaz  de  provocar  la  enfermedad.  Las  personas  con  una  acidez  gástrica  disminuida  (antiácidos,  cirugía,  neonatos,  ancianos,  etcétera)  tienen  mayor  facilidad  para  adquirir  la  enfermedad.      PRESENTACIÓN  CLÍNICA.       Tras  un  período  de  incubación  que  oscila  en  días  (3  a  60),  en  función  del  inóculo  infectante,  el  paciente  presente  fiebre  elevada,  malestar  general,  sudación  profusa  y  debilidad.  Frecuentemente  los  enfermos  tienen  cefalea  y,  en  un  tercio  de  los  casos,  se  puede  apreciar  un  exantema  asalmonado  evanescente  de  predominio  en  la  cara  anterior  del  tórax  y  abdomen.  En  los  casos  más  sintomáticos  el  paciente  está  postrado,  obnubilido,  o  lo  que  clásicamente  se  ha  denominado  “tífico”  y  puede  plantearse  el  diagnóstico  diferencial  con  una  meningitis  aguda  o  un  cuadro  de  malaria  cerebral  en  zonas  endémicas.  Es  más  característico  el  estreñimiento  que  la  diarrea  y  con  frecuencia  pueden  manifestar  dolor  abdominal.       La  infección  puede  asentarse  focalmente  dando  lugar  a  abscesos,  neumonías,  artritis,  miocarditis,  hepatitis,  colecistitis,  etcétera,  aunque  estas  situaciones  ocurren  entre  el  10  a  15  %  de  los  casos,  sobre  todo  en  aquellos  con  larga  evolución.       En  fases  más  evolucionadas  de  la  enfermedad  pueden  originarse  ulceraciones  en  la  mucosa  intestinal  con  sangrado  evidente,  así  como  un  cuadro  de  hipoperfusión  y  fracaso  multiorgánico.  La  enfermedad,  sin  tratamiento  específico  tiene  una  elevada  mortalidad.       En  la  exploración  física  se  pueden  detectar  hepato  y  esplenomegalia  discretas,  sin  otras  manifestaciones  características  salvo  el  mencionado  exantema.  Clásicamente  se  ha  descrito  la  presencia  de  bradicardia  relativa  (signo  de  Faget),  aunque  no  siempre  ocurre.       Las  fiebres  paratíficas  tienen  una  presentación  clínica  similar  a  la  fiebre  tifoidea,  si  bien  suelen  manifestarse  con  formas  menos  graves  y  agresivas  que  se  caracterizan  por  nauseas,  vómitos  y  fiebre.      DIAGNÓSTICO.       El  diagnóstico  de  certeza  se  realiza  mediante  el  aislamiento  e  identificación  del  microorganismo  en  los  hemocultivos.  El  cultivo  de  la  médula  ósea  tiene  también  una  rentabilidad  elevada,  si  bien  su  uso  es  muy  limitado.  El  cultivo  de  médula  ósea  está  particularmente  indicado  en  aquellos  pacientes  que  han  recibido  algunas  dosis  de  antimicrobianos  y  los  hemocultivos  son  negativos.  El  cultivo  de  heces  es  positivo  en  aproximadamente  un  tercio  de  los  pacientes  durante  la  infección  aguda.  Los  estudios  serológicos,  aunque  en  determinados  casos  son  útiles,  no  son  de  elección.       En  los  datos  analíticos  se  pueden  encontrar  leucopenia,  trombopenia  y  anemia,  elevaciones  de  las  transaminasas,  LDH  y  CPK.  

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 HALLAZGOS  PATOLÓGICOS.         Las  lesiones  más  aparentes  se  producen  a  nivel  del  intestino  delgado  y  de  los  ganglios  mesentétricos,  aunque  pueden  verse  afectados  otros  (  Hígado  o  Bazo).    El  cuadro  tanto  macroscópico  como  microscópico  depende  de  la  fase  de  la  enfermedad,  predominando  el  edema  y  la  congestión  en  las  fases  iniciales  y  las  lesiones  úlcero-­‐necróticas  en  fases  avanzadas.    Microscópicamente,  los  órganos  afectos,  presentan  infiltración  mononuclear  con  abundantes  histiocitos,  linfocitos  y  células  plasmáticas,  siendo  constante  la  escasz  o  práctica  ausencia  de  polimorfonucleares  en  las  mismas      TRATAMIENTO.       El  tratamiento  antimicrobiano  empírico  de  elección  es  con  quinolonas  (ciprofloxacino  intravenoso  o  por  vía  oral)  dado  que  la  curación  se  obtiene  en  más  del  95  %  de  los  cosos,  la  frecuencia  de  recaídas  es  muy  baja  y  la  tasa  de  portadores  crónicos  post-­‐tratamiento  es  inferior  al  2%.  También  se  puede  emplear  ceftriaxona  (1-­‐2  g/día  iv).  Una  vez  que  se  conoce  la  sensibilidad  del  aislado  se  puede  administrar  un  tratamiento  más  económico  (ampicilina)  si  es  eficaz.  En  zonas  endémicas  se  sigue  empleando  con  mucha  frecuencia  el  tratamiento  con  cloranfenicol  o  trimetoprim/sulfametoxazol,  sin  embargo  es  cada  vez  mayor  las  zonas  del  mundo  donde  hay  resistencia  a  estos  antimicrobianos.       La  administración  de  dexametasona  en  pacientes  graves  con  signos  de  hipoperfusión  u  obnubilación  es  beneficiosa  cuando  se  realiza  en  los  primeros  días  del  tratamiento.       Los  pacientes  que  presenten  sangrado  intestinal  deben  ser  intervenidos  quirúrgicamente  de  forma  urgente  con  el  fin  de  suturar  las  úlceras  intestinales  y  evitar  la  perforación  o  un  sangrado  masivo.       Del  3  al  5  %  de  los  casos,  a  pesar  del  tratamiento  antimicrobiano,  quedarán  como  portadores  crónicos  asintomáticos  de  la  infección  en  las  heces.  La  mujeres,  los  ancianos  y  los  sujetos  con  colelitiasis  tienen  mayor  predisposición  a  ser  portadores  crónicos.      PREVENCIÓN.       Evitar  el  consumo  de  agua  y  alimentos  contaminados  es  la  base  de  la  prevención.  Sin  embargo,  existen  en  la  actualidad  dos  tipos  de  vacuna  con  una  eficacia  aproximada  del  70  %  (Tabla  1).  La  vacuna  inactivada  está  particularmente  indicada  en  viajeros  con  inmunodeficiencias  y  aquellos  que  estén  tomando  antimicrobianos  o  antipalúdicos.      Lecturas  recomendadas:    1.  Typhoid  fever.  Parry  CM  et  al.  N  Engl  J  Med  2002;347:1770-­‐1782.

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TABLAS  Y  FIGURAS.    Tabla  1.  Vacunas  para  la  fiebre  trifoidea.  

     Figura  1.  Tinción  de  Gram  con  bacilos  Gram  negativos  que  corresponden  a  Salmonella  enterica  serotipo  typhi.  El  diagnóstico  de  la  infección  se  realiza  mediante  el  cultivo  de  sangre  o  médula  ósea  y  su  posterior  identificación.  Es  conveniente  la  realización  en  todos  los  casos  del  antibiograma.    

   Figura  2.  La  transmisión  de  la  enfermedad  es  a  través  del  agua  y  alimentos  contaminados  con  las  heces  de  personas  infectadas.  En  las  zonas  endémicas  no  se  debe  beber  agua  del  grifo  ya  que  en  muchas  ocasiones  no  está  adecuadamente  depurada.  

   Figura  3.  Las  edades  extremas  de  la  vida,  ancianos  y  neonatos,  así  como  aquellos  que  tienen  menor  ácidez  gástrica  (operados,  toma  de  antiácidos,  etc)  tienen  mayor  riesgo  de  adquirir  la  infección.    

   Figura  4.  En  aproximadamente  un  tercio  de  los  casos  de  fiebre  tifoidea  en  sujetos  de  piel  blanca  se  puede  observar  un  exantema  asalmonado  evanescente  en  el  tórax  o  abdomen  (Manchas  de  Rose).    

   

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Figura  5.  La  infección  se  puede  complicar  con  la  formación  de  abscesos  focales  en  diversas  localizaciones.  En  la  fotografía  se  puede  observar  un    gran  absceso  hepático  (cortesía  Dra.  Moralejo).    

   Figura  6.  Un  pequeño  porcentaje  de  casos  se  hacen  portadores  crónicos  a  pesar  del  tratamiento  antimicrobiano.  En  la  imagen  se  recoge  una  viñeta  de  la  famosa  camerara  de  Nueva  York  que  fue  portadora  durante  años.    

       Pie  del  Mapa:    La  fiebre  tifoidea  está  ampliamente  distribuída  en  el  mundo.  Se  estima  que  cada  año  hay  más  de  16  millones  de  casos  en  el  mundo,  de  los  que  más  de  600.000  mueren.  El  subcontinente  indio  es  una  de  las  zonas  con  mayor  incidencia.  La  existencia  de  cepas  resistentes  a  múltiples  antimicrobianos  (cloranfenicol,  trimetoprin,  sulfametoxazol,  ampicilina)  se  está  empezando  a  extender  (zonas  en  verde  claro)  dificultando  aún  más  el  tratamiento.  Más  recientemente  ha  habido  brotes  de  infección  por  cepas  resistentes  a  las  fluoroquinolonas  y  ácido  nalidixico  (zonas  en  verde  oscuro)  y,  en  raros  casos,  a  ceftriaxona.