unos ojos verdes

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Nivel: C1 Autor: Baltasar Pena Abal Objetivo: revisión uso pronombres (Unidad: Lola no es Lela, El Ventilador, Ed. Difusión) Fuente: charlaenspanol.wordpress.com Lee el siguiente texto y elige la forma verbal correcta en cada caso. En algunos casos, pocos, sirven las dos opciones que te damos. Unos ojos verdes ALMUDENA GRANDES 9 FEB 2014 Eran verdes. No marrones con destellos verdosos, ni castaños claros con reflejos aceitunados, ni azules pero impregnados del color de un mar revuelto, sino estricta, definitiva, abrumadoramente verdes. Y él nunca había visto unos ojos así, del mismo tono que las hojas de un árbol tierno. Cuando se le pasó / le pasó el susto, lo único que pudo recordar fue el brillo verde, purísimo, de los ojos que acababan de salvarlo / salvarle la vida. Porque aquella mujer que venía andando por la acera, en dirección contraria, cuando su hermana pequeña salió como una exhalación de la tienda de ultramarinos, se había agarrado / había agarrado a la niña de un tirante del vestido una milésima de segundo antes de que aquel coche la atropellara / le atropellara, pero al hacerlo les había salvado a los dos, a su hermana y a él. Había salido de casa refunfuñando, indignado con su madre, con su suerte y sobre todo con su memoria, el júbilo que sintió cuando su padre le puso / lo puso entre los brazos a aquel bebé suave y sonrosado, caliente y perfecto, monísimo. ¡Qué mona es…! Le había dicho / lo había dicho en voz alta una docena de veces, como si se hubiera quedado atascado / hubiera quedado atascado en esa exclamación, mientras paseaba a aquella muñeca por la habitación de la clínica. ¡Qué mona es, pero qué mona…! Eso había pasado / se había pasado casi tres años antes, y la melodiosa armonía que impregnaba aquella escena habría prolongado / se había prolongado durante poco más de un año. Demasiado poco, porque aquella monada dulce y pacífica que sólo sabía mamar y dormir se convirtió enseguida en una condena. Él no entendía cómo era posible que un bebé tan bueno se hubiera convertido en una niña tan mala, incapaz de estarse quieta diez minutos. El Gran Houdini, la llamaba / le llamaba su padre cuando la veía / le veía trepar por las paredes de malla del parque con la pericia de un chimpancé, y se reía, pero a él no le hacía ninguna gracia. Porque cada vez que su hermana se escapaba del parque o de la cuna, cuando se saltaba / saltaba de la silla o empezaba a balancear la trona, en su casa sólo sabían decir cinco palabras: Sergio, ocúpate de la niña. Así había empezado todo aquella tarde. Sergio, llévate / llévale a la niña a los columpios, que está insoportable. ¿Y Miguel? Miguel es demasiado pequeño, ya lo sabes / le sabes. ¿Y papá? Papá no ha vuelto de trabajar. ¿Y tú? Yo tengo que ir a hacer la compra. Ya, pues yo… Tú nada, tú se la llevas / te la llevas un rato a los columpios y no se hable más. Quizá por eso aquel coche había estado a punto de atropellársela / atropellarla. Porque él estaba harto de sacar a la niña a la

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Page 1: Unos Ojos Verdes

Nivel:  C1   Autor:  Baltasar  Pena  Abal  Objetivo:  revisión  uso  pronombres    (Unidad:  Lola  no  es  Lela,  El  Ventilador,  Ed.  Difusión)  

Fuente:  charlaenspanol.wordpress.com  

 Lee el siguiente texto y elige la forma verbal correcta en cada caso. En algunos casos, pocos, sirven las dos opciones que te damos.  

Unos  ojos  verdes  

ALMUDENA GRANDES 9 FEB 2014  

Eran  verdes.  No  marrones  con  destellos  verdosos,  ni  castaños  claros  con  reflejos  aceitunados,  ni  

azules  pero  impregnados  del  color  de  un  mar  revuelto,  sino  estricta,  definitiva,  abrumadoramente  

verdes.  Y  él  nunca  había  visto  unos  ojos  así,  del  mismo  tono  que  las  hojas  de  un  árbol  tierno.  

Cuando  se  le  pasó  /  le  pasó  el  susto,  lo  único  que  pudo  recordar  fue  el  brillo  verde,  purísimo,  de  

los  ojos  que  acababan  de  salvarlo    /  salvarle  la  vida.  Porque  aquella  mujer  que  venía  andando  por  

la   acera,   en   dirección   contraria,   cuando   su   hermana   pequeña   salió   como   una   exhalación   de   la  

tienda  de  ultramarinos,  se  había  agarrado  /  había  agarrado  a  la  niña  de  un  tirante  del  vestido  

una   milésima   de   segundo   antes   de   que   aquel   coche   la   atropellara   /   le   atropellara,   pero   al  

hacerlo  les  había  salvado  a  los  dos,  a  su  hermana  y  a  él.  

Había   salido   de   casa   refunfuñando,   indignado   con   su  madre,   con   su   suerte   y   sobre   todo   con   su  

memoria,   el   júbilo   que   sintió   cuando   su  padre   le  puso   /   lo  puso   entre   los   brazos   a   aquel   bebé  

suave   y   sonrosado,   caliente   y   perfecto,   monísimo.   ¡Qué  mona   es…!   Le   había   dicho   /   lo   había  

dicho   en   voz   alta   una   docena   de   veces,   como   si   se   hubiera   quedado   atascado   /   hubiera  

quedado  atascado  en  esa  exclamación,  mientras  paseaba  a  aquella  muñeca  por  la  habitación  de  la  

clínica.  ¡Qué  mona  es,  pero  qué  mona…!  Eso  había  pasado  /  se  había  pasado  casi  tres  años  antes,  

y   la   melodiosa   armonía   que   impregnaba   aquella   escena   habría   prolongado   /   se   había  

prolongado   durante   poco   más   de   un   año.   Demasiado   poco,   porque   aquella   monada   dulce   y  

pacífica   que   sólo   sabía  mamar   y   dormir   se   convirtió   enseguida   en   una   condena.   Él   no   entendía  

cómo  era  posible  que  un  bebé  tan  bueno  se  hubiera  convertido  en  una  niña  tan  mala,  incapaz  de  

estarse  quieta  diez  minutos.  El  Gran  Houdini,  la  llamaba  /  le  llamaba  su  padre  cuando  la  veía  /  

le  veía  trepar  por  las  paredes  de  malla  del  parque  con  la  pericia  de  un  chimpancé,  y  se  reía,  pero  a  

él  no  le  hacía  ninguna  gracia.  Porque  cada  vez  que  su  hermana  se  escapaba  del  parque  o  de  la  cuna,  

cuando  se  saltaba   /  saltaba  de   la   silla  o  empezaba  a  balancear   la   trona,   en   su   casa   sólo   sabían  

decir  cinco  palabras:  Sergio,  ocúpate  de  la  niña.  

Así  había  empezado  todo  aquella  tarde.  Sergio,  llévate  /  llévale  a  la  niña  a  los  columpios,  que  está  

insoportable.  ¿Y  Miguel?  Miguel  es  demasiado  pequeño,  ya  lo  sabes  /  le  sabes.  ¿Y  papá?  Papá  no  

ha   vuelto  de   trabajar.   ¿Y   tú?  Yo   tengo  que   ir   a   hacer   la   compra.   Ya,   pues   yo…  Tú  nada,   tú  se   la  

llevas  /  te  la  llevas  un  rato  a   los  columpios  y  no  se  hable  más.  Quizá  por  eso  aquel  coche  había  

estado  a  punto  de  atropellársela   /  atropellarla.   Porque   él   estaba  harto  de   sacar   a   la  niña   a   la  

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Nivel:  C1   Autor:  Baltasar  Pena  Abal  Objetivo:  revisión  uso  pronombres    (Unidad:  Lola  no  es  Lela,  El  Ventilador,  Ed.  Difusión)  

Fuente:  charlaenspanol.wordpress.com  

 calle,  harto  de  que  se  le  soltara  /  se  la  soltara  de  la  mano  cada  dos  pasos,  harto  de  que  se  pusiera  

a  berrear,  y  se  sentara  en  el  suelo  y  le  pateara  /  la  pateara  los  tobillos  cada  vez  que  le  decía  que  

no  a  algo,  harto  de  ella.  Por  eso  cuando  gritó  ¡caramelos!  y  se  zafó  de  sus  dedos  por  enésima  vez  

para  ir  a  ver  a  aquel  tendero  que  siempre  le  regalaba  /  la  regalaba  un  par  de  sugus,  la  dejó  ir.  No  

podía  sospechar  que  volvería  a  salir  tan  deprisa  que  no  le  habría  dado  tiempo  a  estar  en  la  puerta  

de   la   tienda,   esperándole   /   esperándola,   ni   que   un   coche   azul   oscuro   se   acercaría   a   más  

velocidad  de   la   previsible   en  una   calle   tan   estrecha,   ni   que,   por   un   instante,   le   vería   /   la   vería  

debajo  de   las  ruedas.  Nunca   llegó  a  estar  allí,  porque  una  mano   la  agarró  de  un  tirante,   la  atrajo  

hacia  la  acera,  la  salvó  por  los  pelos.  

Sergio   siempre   recordaría   /   se   recordaría   aquel   instante   en   silencio,   un   recuerdo   imposible,  

porque   el   conductor   tuvo   que   hacer   chirriar   las   ruedas   al   frenar,   y   la   niña   tuvo   que   llorar,   y   él  

gritó,  pero  nunca  fue  capaz  de  integrar  esos  sonidos  en  un  recuerdo  mudo  y  tan  lento  como  si  una  

cámara  hubiera  congelado  /  se  hubiera  congelado  cada  movimiento.  Sólo  recordaría  eso  y  los  

ojos  verdes,  muy  verdes,  verdísimos,  de  la  mujer  que  acercó  /  se  acercó  a  él  llevando  todavía  a  su  

hermana   sujeta   del   tirante.   Eso,   y   que   si   le   hubiera   pasado   algo   a   la   niña,   él   habría   preferido  

morirse  también  a  seguir  viviendo  con  el  peso  insoportable  de  esa  culpa.  

Pero  desde  entonces  han  pasado  /  se  han  pasado  muchos  años.  Catorce,  calcula  Sergio  mientras  

mira   /     se  mira   con   disimulo   los   ojos   verdes   de   la  mujer   que   le   ha   dado   la   vez   en   la   frutería.  

Catorce  años  antes  no  se  habría  fijado  /  habría  fijado  en  su  estatura,  no  habría  sabido  decir  de  

qué   color   tenía   el   pelo,   ni   siquiera   se   habría   parado   a   calcular   su   edad.   Los   ojos,   aquellos   ojos,  

habían  invadido  por  completo  el  espacio  de  todo  lo  demás,  y  desde  entonces  no  ha  vuelto  a  ver  ese  

color   en   los   ojos   de   nadie,   excepto   en   los   de   la   clienta   que   está   pidiendo   dos   kilos   de   naranjas.  

Mientras  los  reconoce  /  les  reconoce,  duda,  busca  una  manera  de  preguntar,  calibra  el  ridículo  

en  el  que  pondría  una  negativa,  o  no…  No  sabe  qué  hacer  cuando  ella  recoge  las  vueltas,  gira  sobre  

sus  talones,  le  mira  /  lo  mira,  sonríe.  

–¿Y  tu  hermana?  

–Insoportable,   como   siempre   –él   la   devuelve   /   le   devuelve   la   sonrisa–.   Pero   bien,   haciendo   el  

bachiller.  

–Me  alegro.  

Los   ojos   verdes   sonríen,   brillan   un   instante,   y,   una   vez  más,   su   dueña   desaparece   antes   de   que  

Sergio  encuentre  una  manera  de  darle  las  gracias.  

http://elpais.com/elpais/2014/02/04/eps/1391534082_321426.html