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UNIDAD 5

El análisis del lenguaje y el pensamiento en el siglo de las Luces

Índice esquemático

1. Los problemas característicos de la filosofía del lenguaje en el siglo XVIII

2. Lenguaje y pensamiento en E. Condillac

3. La función cognitiva del lenguaje. La noción de análisis

4. Clases de signos y evolución del lenguaje

5. Las concepciones semióticas de los enciclopedistas

6. Función expresiva y función referencial de la lengua

7. Las concepciones lingüísticas de los ideólogos

8. Descomposición de las ideas y categorías lingüísticas

1. Los problemas característicos de la filosofía del lenguaje en el siglo XVIII

La reflexión sobre el lenguaje en el siglo XVIII está centrada en dos grandes

tipos de problemas: 1) la relación del lenguaje con el pensamiento. y 2) el origen

del lenguaje. Ambos grupos de cuestiones no son independientes, sino que existe

una relación epistemológica entre ellos. A lo largo de la Ilustración, e incluso hasta

comienzos del siglo XIX, se pensó que, si se alcanzaba una respuesta satisfactoria al

problema del origen del lenguaje, esta solución iluminaría de forma decisiva la

oscura y perenne cuestión de las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento. Por

tanto, las numerosas teorías que a lo largo del siglo XVIII se aventuran sobre el

origen del lenguaje no constituyen especulaciones gratuitas desligadas de objetivos

prácticos, sino que son parte de una investigación más general sobre la naturaleza

del lenguaje y su función dentro de la sociedad, como por ejemplo las Reflexions

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Philosophiques sur l´origine des langues et la signification des mots, de Maupertuis,

o el Essai sur l´origine des langues, de J.J. Rousseau.

El tipo de problemas que se enmarcan en el primer grupo está constituido

por problemas heredados de la tradición cartesiana y, sobre todo, de la filosofía del

lenguaje de J. Locke. En torno a la cuestión de la relación del signo lingüístico con la

idea se alinean dos posiciones teóricas generales: el racionalismo, que pretende

prolongar en parte la tradición cartesiana de la gramática de Port Royal, y el

sensualismo, que lleva a sus consecuencias últimas el análisis del lenguaje

propuesto por Locke. Los principales representantes de ambas corrientes, en el

ámbito lingüístico, son Du Marsais y Beauzée, por los racionalistas, y Condillac y

Diderot, por los sensualistas. A mediados del siglo XVIII, ambas posturas teóricas

son recogidas en la Enciclopedia que, a pesar de su carácter genéricamente

sensualista, incluyó en sus apartados lingüísticos artículos de Du Marsais y

Beauzée. Sin embargo, sería simplificador entender la contraposición

racionalismo/sensualismo como una concreción de la pugna entre las tesis

racionalistas y empiristas sobre el lenguaje. Se trata más bien de interpretaciones

diferentes sobre la teoría del lenguaje de Locke. Por ejemplo, tanto Du Marsais

como Condillac siguen a Locke en su rechazo de las ideas innatas, pero mantienen

tesis diferentes sobre el origen y la naturaleza de las ideas, más próximas a Locke

en el caso de Du Marsais, más radicales en el de Condillac. Además, ambos grupos

de autores comparten una misma concepción de la gramática universal, que la

sitúa en el centro de las investigaciones filosóficas. En la medida en que la filosofía

no consiste en la elaboración de grandes sistemas especulativos (es bien conocida

la aversión de los ilustrados a la «metafísica»), sino en el análisis detallado del

origen y la forma de nuestros conocimientos, no puede evitar el examen de la

forma en que tales conocimientos se plasman en el lenguaje. Por ejemplo, Beauzée,

en el Prefacio a su Gramática general (1767), afirmaba que la metafísica, en su

sentido restringido, debía incluirse entre las disciplinas englobadas por esa variedad

de gramática filosófica: La gramática debe exponer los fundamentos - las fuentes

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generales y las reglas comunes del lenguaje, y el lenguaje es la exposición del

análisis del pensamiento por medio del habla. No existe ningún objetivo más

metafísico o abstracto que ése.

2. Lenguaje y pensamiento en E. Condillac

Sin embargo, es en la obra de Condillac donde se expone de una forma más

penetrante la interrelación entre las investigaciones filosóficas y las lingüísticas. La

idea general que se expone a lo largo de su obra, desde el Essai sur l'origine des

connaissances humaines (1746) hasta La langue des calculs (1798), es la de la

interdependencia mutua entre el lenguaje y el pensamiento. Antes de Condillac, en

Locke por ejemplo, la realidad lingüística era concebida de forma estática, como un

simple reflejo de la realidad mental. Los signos visibles tenían como función la de

representar las ideas invisibles. En el origen y conformación de éstas

desempeñaban un papel esencial los sentidos y las diferentes operaciones del

entendimiento (abstracción, reflexión, etc.), pero no el lenguaje. Este era

considerado sobre todo con el instrumento que remediaba las limitaciones de la

memoria. Tanto desde el punto de vista del desarrollo del individuo como del de la

especie, el lenguaje había permitido la fijación y la acumulación de conocimientos,

pero no se le asignaba prácticamente ningún papel en la constitución de éstos. En

cambio, la filosofía del lenguaje de Condillac va a insistir en el papel activo del

lenguaje en el desarrollo del pensamiento individual y, a su través, en el progreso

del conocimiento colectivo o social.

3. La función cognitiva del lenguaje. La noción de análisis

En su Ensayo, Condillac sitúa el problema lockeano del origen de las ideas

en una nueva dimensión, la dimensión evolutiva. El progreso de la humanidad (y del

individuo) no es una acumulación mecánica de los conocimiento alcanzados, sino

que implica un desarrollo en la forma en que tales conocimientos se consiguen, una

evolución de la facultad de pensar en definitiva. La razón, en cuanto facultad

intelectiva, no es un producto acabado y conformado de una vez por todas, como

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propugnaba el cartesianismo ortodoxo, sino una capacidad o disposición que puede

perfeccionarse, tanto individual como colectivamente. En ese proceso evolutivo de

la razón humana desempeña un papel esencial el lenguaje, porque el pensamiento,

que consiste en la conexión de ideas, no es posible sin la utilización de signos: las

ideas están unidas a los signos y, como probaré, únicamente por su intermedio se

relacionan entre sí (Ensayo, pág. 9). Es en el lenguaje donde reside la capacidad

relacional constitutiva del pensamiento. Ni los objetos, ni las ideas, en cuanto

representación de esos objetos, permiten establecer conexiones conceptuales a las

que se pueda denominar pensamiento. Los elementos epistemológicos últimos son

las sensaciones, las impresiones que producen los objetos a los sentidos. A partir de

las impresiones se puede construir el resto de los procesos cognitivos. Pero el

lenguaje es fundamental en el análisis de las impresiones, en el proceso de

distinguir entre las diferentes impresiones y en el de compararlas. En la

comparación entre ideas está implícito ya un juicio (sobre sus similaridades o

diferencias), que está lingüísticamente articulado. Finalmente, el razonamiento es el

encadenamiento regulado de los juicios. Por tanto, la propia constitución de las

ideas requiere el concurso del lenguaje: estoy convencido de que el uso de los

signos es el principio que desarrolla el germen de todas nuestras ideas (Ensayo,

pág. 16). Esta es una tesis que no solamente rompe con la tradición cartesiana,

cuyo dualismo exige la naturaleza incorpórea del pensamiento, sino también con lo

que de cartesiano hay en Locke, la afirmación de la naturaleza heterogénea de

pensamiento y lenguaje.

Condillac denominó análisis al método que empleó para reconstruir el origen

de las ideas. Este método analítico consistía esencialmente en un proceso de

descomposición y de ordenación que permitía acceder a los elementos últimos del

pensamiento, que se presenta, en general, en cuanto acto, como una totalidad

unitaria e indiferenciada. La aplicación del método analítico consiste en el examen

lingüístico, porque el lenguaje mismo incorpora un análisis de la realidad. Según

Condillac, todo lenguaje es un método analítico y todo método analítico es un

lenguaje. En las lenguas naturales, que han experimentado procesos históricos de

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modificación, la conexión entre los términos lingüísticos y experiencias ha quedado

oscurecida, pero existe la posibilidad de construir una lengua bien-faite, en el

sentido de que represente de forma prístina la realidad. En realidad, las teorías

científicas no son sino lenguajes de esta clase que, a partir de elementos últimos,

van construyendo progresivamente y de forma composicional su representación de

la realidad (Lavoisier presentó su teoría química ateniéndose al modelo

condillaciano de lenguaje).

4. Clases de signos y evolución del lenguaje.

Para mostrar cómo funciona el lenguaje en el desarrollo del pensamiento,

Condillac distingue tres clases de signos, Los signos accidentales, o los objetos que,

en circunstancias particulares, resultan ligados con algunas de nuestras ideas, de

manera que pueden suscitarlas, los signos naturales, o los gritos que la naturaleza

ha establecido para los sentimientos de alegría, temor, dolor, etc., y los signos de

institución, o que nosotros mismos hemos elegido, y que sólo tienen una relación

arbitraria con las ideas (Ensayo, pág. 19a). Los dos primeros tipos de signos son

propios de la individualidad, son los signos que emplearía cualquier ser humano que

se viera privado de contacto con una comunidad lingüística. El tercer tipo, en

cambio, corresponde al nivel de lo social, requiere el acuerdo o el consentimiento

de más de un individuo. Posteriormente, en su Gramática, Condillac propuso

calificar a los signos de institución como artificiales antes que como arbitrarlos. Lo

que deseaba era, por una parte, subrayar la ausencia de relación natural entre el

signo y la idea pero, por otra, observar que el signo no es inmotivado, sino que

existe una adecuación natural del signo a la inteligencia, a los límites que ésta

establece: ¿qué son signos arbitrarlos? signos escogidos sin una razón y por

capricho. Entonces no podrían ser comprendidos. Antes bien, los signos artificiales

son los signos cuya elección está fundamentada racionalmente: deben ser ideados

de tal suerte que la inteligencia esté preparada para ellos mediante los signos que

ya son conocidos (Gramática, cap. l). La clasificación establecida por Condillac se

corresponde con su concepción de la evolución del lenguaje. En un primer

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momento, el lenguaje habría estado compuesto por signos naturales, como ahora lo

está el de algunas especies animales, constituyendo una forma de lenguaje de

acción: El hombre empieza a 'hablar' el lenguaje de las acciones tan pronto como

experimenta algún sentimiento, y habla sin hacerse ningún propósito de comunicar

sus pensamientos. Se hace el propósito de hablar para hacerse comprender sólo

cuando advierte que ha sido comprendido. (Ensayo, 2.397a). La captación de que la

expresión de los sentimientos causa efectos en los congéneres, despertando o

incitando sus sentimientos de solidaridad, la consecución de cuidados, alimento,

etc. constituye la motivación positiva (el refuerzo positivo, dirían los psicólogos

conductistas) para la repetición de esos signos y, sobre todo, para la invención de

otros nuevos que puedan despertar reacciones similares.

Para Condillac, existe una continuidad entre los signos naturales y de

institución desde el punto de vista evolutivo, puesto que los segundos han sido

ideados a partir de los primeros mediante la aplicación del principio de analogía. En

realidad, este principio, que permite la constitución propia de los signos artificiales,

opera también como principio generador de la riqueza y la heterogeneidad

lingüísticas. Es él quien ha permitido no sólo el salto cualitativo de la animalidad a

la humanidad, sino también la proliferación de lenguas diferentes. El animal,

confinado a sus pobres sistemas de comunicación, se encuentra en un estado de

pasividad respecto a su entorno; el hombre, en cambio, gracias a que puede captar

la realidad mediante un sistema de signos que permite la abstracción, es capaz de

dominar y transformar su medio, por obra del conocimiento. Pero la elaboración de

signos lingüísticos a partir de signos naturales, por su propia naturaleza artificial, se

ha realizado de modos muy diferentes. De ahí la diversidad de las lenguas y los

diferentes modos en que éstas analizan la realidad. Condillac ha sido juzgado como

un defensor de una cierta naturalidad del signo lingüístico, siendo en este aspecto

más leibniziano que lockeano, pero hay que entender bien en qué reside esta

presunta naturalidad del signo para Condillac. Para él, sería posible deshacer hacia

atrás el proceso de evolución histórica de ese signo y encontrar en su origen un

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signo natural, un elemento de un primitivo lenguaje de acción, animal. Pero es la

historia quien ha deshecho, de múltiples formas, esa primigenia relación y, lo que

es más, sólo mediante la ruptura de tal relación es como fue posible la constitución

de la inteligencia.

Condillac, no obstante, participó del ideal de Leibniz de una lengua universal, una

lengua en que el principio de analogía fuera aplicado de una manera unívoca. Esta

univocidad vendría determinada por el orden natural que seguirían las sucesivas

abstracciones, la construcción y definición de los correspondientes términos

generales. Esta lengua universal sería al conocimiento lo mismo que, según

Condillac, era el álgebra para las matemáticas (la teoría de conjuntos ocuparía ese

lugar con el correr de la historia): el lenguaje fundamentador, al cual podrían

retrotraerse todos los conceptos, por abstractos que fuesen. La naturaleza

constructiva y completamente analítica de este lenguaje tendría como resultado la

disolución del concepto de verdad sintética: toda verdad, una vez analizada, no

vendría sino a ser una afirmación de identidad de las cosas consigo mismas, una

verdad carente de contenido empírico.

5. Las concepciones semióticas de los enciclopedistas

Respecto a la concepción de la Gramática de Port-Royal, según la cual la

reflexión lingüística tiene una motivación y finalidad práctica, la enseñanza racional

de la lengua, la idea subyacente a las concepciones de los enciclopedistas ha

perdido esa motivación; ha dejado de ser prescriptivista, en el sentido racionalista,

para hacerse descriptivista. Dicho de otro modo, el cambio de perspectiva es el

siguiente: para los cartesianos de Port-Royal la razón determinaría la gramática, en

el sentido de que de ella emanaría como producto natural. Para los enciclopedistas

es la lengua la expresión de la razón, el conjunto de fenómenos en que se puede

estudiar con mayores garantías de éxito su naturaleza estructurado, reglada. Dicho

brevemente, Port-Royal considera la razón como agente productor de la lengua, la

Enciclopedia concibe la lengua como producto de la razón.

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Esta diferencia de orientación, que parece un nimio cambio de enfoque,

refleja un importante desplazamiento de énfasis en las concepciones lingüísticas del

siglo XVIII. La semiótica de Port-Royal (y la semántica de Locke) estaban centradas

sobre el análisis de la palabra, en su doble vertiente, morfológica y psicosemántica.

El centro de interés estaba situado en la taxonomía de los términos (las partes del

discurso), que se correspondía con la clasificación natural de los tipos de ideas (y de

realidades). La sintaxis era concebida como el estudio de la concatenación de los

términos en la frase, y ocupaba un lugar secundario con respecto al análisis

morfológico.

En las concepciones enciclopedistas, la gramática es juzgada como un

campo de estudio más extenso, que no sólo abarca los fenómenos morfosintácticos,

sino que también engloba el estudio de fenómenos semánticos como la sinonimia o

el significado figurado. La gramática es, en suma, concebida como una parte de la

semiótica, la disciplina definida por vez primera por Locke, la parte que trata de los

signos lingüísticos en todas sus dimensiones, tanto en las estrictamente formales

(sintaxis) como en las sustantivas (semánticas).

En este sentido, resulta interesante el análisis de la definición de signo

lingüístico que figura en la Enciclopedia, extraída tanto de Port-Royal como de

Condillac. Por una parte, el signo es todo lo que está destinado a representar algo.

El signo encierra dos ideas; una, la de la realidad representativa, otra, la de la

realidad representada; y su naturaleza consiste en evocar la segunda mediante la

primera. Este fragmento de la definición constituye literalmente la concepción

cartesiana admitida por los enciclopedistas y que, por tanto, incorpora problemas

ya mencionados en el capítulo sobre la lingüística cartesiano. Consisten éstos en

que la relación de significación no se establece, de acuerdo con esta concepción,

entre un acontecimiento físico (la proferencia de una expresión) y una idea, la de la

realidad referida, sino entre dos ideas, la idea del sonido y la de lo representado.

Esta parte de la concepción cartesiana es admitida no sólo en la Enciclopedia, sino

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también en los tratados gramaticales más importantes del siglo XVIII. Por ejemplo,

Du Marsais (Traité des Tropes, 1) recoge esta concepción al afirmar que cuando se

nos da pan, y se nos profiere la palabra 'pan', por un lado el pan graba su imagen

en nuestro cerebro mediante la vista, y suscita su idea en él; por otro lado, el

sonido de la palabra 'pan' ejerce también su impresión mediante nuestro oído, de

forma que estas dos ideas accesorias, esto es, excitadas en nosotros al mismo

tiempo, no podrían producirse de modo independiente, sin que una suscite la otra.

El proceso psicológico subyacente al de significación es pues un proceso de

asociación, que requiere una relación entre categorías psicológicas de un mismo

nivel (las ideas). Esta concepción determina una estructura cuatripartita que, al

menos en la obra de Du Marsais, está en conexión con una ontología dualista. En

cambio, en la concepción empirista, la asociación no requiere la homogeneidad

categorial de los elementos asociados: las sensaciones pueden evocar directamente

las ideas; la estructura cuatripartita es reducible a una tripartita. Y es esta segunda

concepción la que también figura en la definición de la Enciclopedia, cuando se

menciona, literalmente, la clasificación condillaciana de los signos. En ella, los

signos de institución, a los que pertenecen propiamente los lingüísticos, no

encierran esa doble idea a la que hace referencia el primer párrafo de la definición

enciclopedista de signo. Para Condillac, no existe distinción entre la percepción y la

conciencia de la percepción, entre la sensación y la idea, por lo que carece de

sentido la estructura cuatripartita de Port-Royal y Du Marsais. La relación de

significación se limita pues al plano fonético (con sus propios principios de

estructuración), al psicológico, con las diferentes modalidades de ideas que pueden

figurar en el entendimiento, y al ontológico, con las diferentes categorías de la

realidad que pueden suscitar esas ideas. Los axiomas básicos de la teoría del

significado en la Enciclopedia se enmarcan en esta estructura ternaria: 1) la función

del lenguaje es expresar (comunicar) el pensamiento; 2) los elementos del lenguaje

se corresponden con los del pensamiento, 3) la relación entre los elementos

lingüísticos y psicológicos es arbitraria. Entre los postulados primero y segundo

existe una relación estrecha: la expresión del pensamiento sólo se consigue

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mediante esa correspondencia que dota de significado a los sonidos; únicamente en

la medida en que éstos evocan las ideas, pueden éstas, en su concatenación,

manifestar el pensamiento. Los enciclopedistas concebían el proceso de

comunicación como un doble proceso de traducción, de inspiración lockeana. En

primer lugar, el hablante traduce a signos lingüísticos el flujo de sus ideas; en

segundo, el oyente traduce a sus propias ideas las expresiones lingüísticas oídas. La

objetividad de la significación queda asegurada por la uniformidad de los procesos

de aprendizaje y la estructura unitaria del entendimiento humano (de su aparato

sensorial, en la interpretación empirista). Pero la lengua, como tal, no es concebida

como un sistema en el que los elementos tienen una interdependencia semántica

estructural: cada palabra tiene significado de forma aislada, en virtud de su

correspondencia con una idea, y no por sus relaciones con las demás. El sistema

semántico, considerado globalmente, es concebido esencialmente como un

vocabulario, esto es, como un repertorio de designaciones de ideas. Como tales

inventarios, los sistemas semánticos de las lenguas son comparables, pueden

considerarse más o menos ricos, más o menos evolucionados, poniendo de relieve

en mayor o menor medida la perfección de una sociedad: la lengua de un pueblo

determina su vocabulario y el vocabulario es un cuadro bastante fiel de todos los

conocimientos de ese pueblo: con la sola comparación del vocabulario de una

nación en épocas diferentes, puede uno formarse una idea acerca de sus progresos

(Diderot, art. Encyclopédie, de la Enciclopedia, tomo 9, pág. 259).

Sólo en este contexto de concepciones lingüísticas se puede comprender la

insistencia de los ilustrados de todos los países en subrayar la perfección

comparativa de su lengua. Sólo en este clima de ideas adquiere sentido el propio

proyecto de la Enciclopedia, compendio y resumen lingüístico del conocimiento y

evolución de una sociedad que ha creído llegar a su madurez evolutiva.

6. Función expresiva y función referencial de la lengua

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La Enciclopedia considera la lengua no como un sistema, en el sentido

moderno introducido por F. de Saussure, sino como un complejo constituido por

elementos discontinuos. Esta discontinuidad se corresponde con la del

pensamiento, en cuanto producto, analizable, descomponible, y no en cuanto acto

intelectual, esencialmente unitario. En cuanto tal producto, el pensamiento consiste

en la asociación de ideas, del mismo modo que el enunciado no es sino la

asociación de palabras. Esto no quiere decir que la relación de las ideas en el

pensamiento sea la misma que la de las palabras en el enunciado. No hay evidencia

de que los enciclopedistas concibieran en este sentido la representación del

pensamiento: la correspondencia entre palabra e idea eclipsaba la naturaleza

relacional del enunciado y del pensamiento. Esta correspondencia abarcaba por

otro lado dos funciones que la lingüística moderna ha diferenciado: la referencial y

la expresiva. La palabra designa al mismo tiempo que expresa, pero no realidades

heterogéneas, sino una misma realidad mental, la idea. La semiótica de los

enciclopedistas sigue manteniendo el realismo moderado de Locke, que afirmaba la

realidad de los objetos «exteriores», pero que excluía la posibilidad del acceso

directo a tal realidad: la palabra se nos ha dado para expresar los sentimientos

interiores de nuestro espíritu, y las ideas que tenemos de los objetos exteriores

(Enciclopedia, art. Langue, pág. 249).

Cuando la palabra desempeña esa primera función expresiva, se hace interjección,

elemento del lenguaje del corazón (de la acción, según Condillac), en el que se

borran las diferencias entre lo natural y lo arbitrario y que, por tanto, se encuentra

al margen de la gramática. Existen otros rasgos lingüísticos a los que los

enciclopedistas (por ejemplo, Diderot en su Lettre sur les sourds et les muets)

adscriben función expresiva, como la elección entre términos sinónimos,

distribución de los términos en el enunciado, de las vocales y consonantes en

diferentes lenguas, etc. Pero ello no ha de ocultar el hecho de que lo esencial de la

función expresiva en el lenguaje está ligada a la asociación palabra-idea. Es posible

que diferentes términos evoquen con diferente fuerza una misma idea, y sean en

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ese sentido más o menos expresivos pero, en cuanto médula de la significación, la

expresión es la relación que liga a la palabra con la idea que suscita. Es esa función

expresiva la útil desde el punto de vista comunicativo: la razón misma de la

existencia del lenguaje es la comunicación de los pensamientos, no la forma en que

esa comunicación se realiza: la simple enunciación de los pensamientos es el

primer objetivo del habla y el objetivo común a todos los idiomas (Enciclopedia, art.

Langue, pág. 264). El lenguaje tiene la ventaja, por su estructura esencialmente

lineal, de presentar el pensamiento descompuesto, esto es, analizado. En este

punto hay una cierta oscilación en las concepciones de los enciclopedistas: en

algunos, como antes en el propio Condillac, el análisis es una función del lenguaje,

algo que el lenguaje hace cuando expresa el pensamiento. Para otros (Beauzée), en

cambio, el análisis es el resultado de la propia naturaleza del lenguaje cuando

expresa el pensamiento; la idea se presenta descompuesta, dividida, cuando es

significada en la proposición.

Esta forma de concebir la dimensión analítica del lenguaje tiene su importancia

cuando los enciclopedistas encaran el problema de la génesis de las ideas

abstractas, y en consecuencia el de la semántica de los términos generales. Para

ellos, la idea abstracta puede ser tanto el fruto de una composición o combinación

de ideas simples, que requiere pues una actividad constructiva del entendimiento,

como una totalidad unitaria, que se presenta simultáneamente a los sentidos, y que

requiere la descomposición, el análisis. En este nivel, como en el de la proposición,

existe una identificación en la concepción de los enciclopedistas entre el sentido y

la referencia: tanto los términos como los enunciados expresan y refieren ideas. A

lo más que se llega a diferenciar, desde el punto de vista semántico, es a lo que

constituye la idea sujeto del entendimiento, representación subjetiva, y objeto de

éste, realidad objetiva (Beauzée). Por ejemplo, «círculo cuadrado» constituye una

expresión que designa una idea del primer tipo, aunque no sea objetiva en el

sentido del segundo. En el plano ontológico se distingue pues una existencia

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conceptual o intelectual, propia de las ideas generales, y una existencia objetiva o

real, propia de las entidades particulares componentes del mundo.

7. Las concepciones lingüísticas de los ideólogos

El movimiento filosófico de los ideólogos representa la culminación de los

esfuerzos de los ilustrados por entender las relaciones entre el lenguaje y el

pensamiento. En sus concepciones, se advierte la voluntad de sintetizar y

generalizar los análisis de Locke y Condillac, para articular una concepción general

sobre la naturaleza del lenguaje y su función expresiva del pensamiento. Entre sus

figuras más importantes se encuentra Destutt de Tracy, cuyas obras guardan una

estrecha relación crítica con las de Condillac y Beauzée.

Destutt de Tracy, en su Mémoire sur la faculté de penser (1796), define la

ideología como la ciencia del análisis de las sensaciones y las ideas, concibiéndola

con un ámbito de investigación interdisciplinar, en el que coinciden fisiólogos,

estudiosos de las sensaciones («psicólogos») y gramáticos. Este ámbito de

investigación, más o menos entrevisto por Locke y Condillac, alcanza su apogeo

académico en el Institut National, donde sustituyó a la metafísica, y su ocaso con su

abolición por Napoleón, en el Primer Imperio. Su carácter metateórico y

fundamentador es destacado desde un principio por Tracy: Sólo se pueden

comparar los hechos una vez que se los conoce, y sólo se pueden descubrir las

leyes generales que rigen esos hechos después de compararlos entre sí. Esto

explica también por qué la ciencia que nos ocupa, la de la formación de las ideas,

es tan nueva y se encuentra tan poco adelantada: como es la teoría de las teorías,

debía surgir en último lugar. Lo cual, por lo demás, no nos debe hacer concluir que

las teorías en general, y la ideología en especial, sean inútiles; sirven para rectificar

y depurar los diferentes conocimientos, relacionarlos entre sí, subsumirlos bajo

principios más generales y finalmente reunirlos por lo que tienen en común

(Eléments d'idéologie, 1, págs. 307-308). Asimismo, una de las características

externas de la ideología más destacables es su orientación práctica. No sólo

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pretende constituirse como saber teórico fundamentador del conocimiento, sino

también impregnar todo su proceso de producción y difusión, desde la investigación

a la enseñanza; hasta la propia actividad política, en cuanto actividad racional,

basada en el conocimiento de la realidad, fue un objetivo para los ideólogos, lo que

les llevó al enfrentamiento con el autoritarismo napoleónico y, finalmente, a su

extinción.

8. Descomposición de las ideas y categorías lingüísticas

En la obra de Destutt de Tracy, verdadero núcleo de la ideología, se lleva a

cabo una interpretación radical del sensualismo de Condillac y, al mismo tiempo,

una presentación sistemática de sus tesis. Para Tracy, la sensación se encuentra en

la base de todas las operaciones del entendimiento, todas se pueden reducir a ella.

La percepción es la sensación que nos producen los objetos, la memoria la que nos

producen los recuerdos, el juicio la que nos produce la relación entre el sujeto y el

predicado y, finalmente, la voluntad la sensación de nuestros deseos. Este

sensualismo radical, no obstante, no desemboca en un idealismo de tipo

berkeleyano: la realidad existe objetivamente, como prueba el funcionamiento de

uno de nuestros sentidos, el tacto; la realidad ofrece resistencia, y esa resistencia

constituye al mismo tiempo la identidad del sujeto, en cuanto paciente, y la del

objeto, en cuanto agente.

La sensación se encuentra en la génesis de todas las ideas y en el origen de

todo lenguaje. Las formas primitivas de ese lenguaje, que Condillac denominó

lenguaje de acción, apelan a los sentidos de la vista (gestos), el oído (gritos) y el

tacto (contactos). A partir de esos sistemas primitivos de comunicación de ideas se

constituyen las lenguas artificiales, que se distinguen por ser producto de actos

voluntarios, los de fijar y transmitir ideas en ausencia de sus componentes

sensitivos. D. De Tracy empleó como ejemplo el de la exclamación 'ouf'. Como

interjección no indica ningún análisis de una idea o sensación; representa un todo

indiferenciado que remite globalmente a una experiencia. Más adelante, con el

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perfeccionamiento del lenguaje, se distingue el sujeto de la experiencia de la

experiencia misma y se añade el pronombre je (j´ouf). Finalmente, la distinción se

hace clara mediante la separación nítida entre el sujeto y el predicado del juicio,

cuando se alcanza a distinguir entre las diferentes ideas o sensaciones que le

acaecen al sujeto. Se elabora así la expresión de un juicio completo ( j´etouffe: me

ahogo).

El nombre y la oración (o proposición) se corresponden con las dos

operaciones principales del entendimiento: sentir y juzgar. El nombre designa ante

todo una realidad resistente a la voluntad del individuo y no una substancia:

Sabemos que lo que nos asegura la existencia de seres ajenos es su resistencia a

nuestra voluntad expresada en acto; que ésta es la propiedad fundamental que

constituye, no la substancia (nada nos dice que haya tal cosa), sino la naturaleza y

la realidad de esos seres (Eléments, 2, págs. 55-56). Por eso Tracy rechaza la

denominación de sustantivo y prefiere la de nombre absoluto o subjetivo. En cuanto

a la proposición, que corresponde al juicio, no consiste sino en la expresión de la

sensación de inclusión de una idea en otra, esto es, de la experimentación de la

relación entre dos ideas. Tracy expone una concepción de la gramática como

análisis de los procesos de la composición y descomposición en la proposición. Sólo

en ese contexto relacional tienen sentido los análisis de las partes del discurso. En

consecuencia, éstas se encuentran definidas funcionalmente: la esencia del

discurso es la de estar compuesto de proposiciones, de enunciados de juicios. Esos

son sus elementos inmediatos propios; y a lo que se denomina impropiamente los

elementos, las partes del discurso, realmente son los elementos, las partes de la

proposición (Grammaire, reed. 1970, pág. 33).

Con respecto a este contexto relacional, existen ciertos elementos fijos en la

semántica de las categorías léxicas. Así, el verbo tiene siempre, para Tracy, un

importe existencial: lo propio del verbo es la expresión de la existencia, bien la

existencia abstracta y en general, como en el caso del verbo ser, bien una

existencia particular (como en los demás verbos) (Eléments, 2, pág. 174). Si

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consideramos un verbo como 'llueve', en él se expresan dos ideas; en primer lugar,

una idea general de estado o existencia y otra, más concreta, correspondiente a la

modalidad de ese estado, el de estar lloviendo. En cuanto a los adjetivos, que

Destutt prefiere denominar modificadores, se caracterizan por cumplir dos

funciones: o contribuir a formar sujetos de proposiciones, o contribuir a formar

predicados complejos, esto es, tienen una naturaleza esencialmente incompleta.

La predicación, en cuanto expresión relacional entre ideas, requiere la

existencia de éstas; para que se produzca el acto de la predicación se necesita que

la idea tenga realidad. Tanto el verbo como el adjetivo quedan subsumidos

funcionalmente en la categoría de atributo, siendo inútil, desde este punto de vista,

establecer diferencias entre ellos. Algo similar sucede con la categoría nombre: es

definida funcionalmente en cuanto ocupa, en el seno de la proposición, el papel de

sujeto. En este sentido, la concepción ideologista de Tracy se separa radicalmente

de la de Beauzée, para el que la naturaleza de cada palabra es independiente del

uso que se hace de ella en el conjunto de una proposición (Grammaire générale,

reed. 1974, 1, pág. 303). Cualquier palabra puede desempeñar la función de sujeto

y, en ese sentido, convertirse en sustantivo: Cuando digo que no es una partícula, y

que valiente es un adjetivo tanto uno como otro son en realidad sustantivos. No ya

no expresa tal o cual respuesta negativa a una proposición anterior, sino que

representa la idea íntegra y completa de una cierta palabra que en francés tiene

esas funciones. Es más, toda una proposición, incluso muy compleja, se convierte

en un único sustantivo, auténtico nombre de una idea, cuando se representa por un

pronombre (Eléments, 11, pág. 41).

Igualmente, se diferencia de Condillac en su concepción de lo que es la

proposición. Para Condillac, la proposición era una especie de ecuación, la

formulación de una identidad entre las ideas, identidad que podía ser sólo parcial.

De acuerdo con Destutt de Tracy, esto es erróneo. Por supuesto, las identidades

(ecuaciones) son un tipo de proposiciones, pero no todas son así. Incluso en el caso

de las identidades, se puede mantener que los dos términos de la ecuación no son

idénticos: si tenemos '32 = 9' , esa proposición consta en realidad de dos partes

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'32' y '= 9', de las cuales la segunda ('=9') puede entenderse como un predicado

similar a `es rojo´. Así, mientras que, para Condillac, toda proposición tiene la

estructura 'x = x' , para Destutt toda proposición tiene la estructura (x), donde

representa cualquier predicado, incluyendo el de identidad.

Para Destutt de Tracy, la gramática universal constituía la dimensión

metodológica de la ideología, el instrumento mediante el cual se podía investigar la

estructura básica del entendimiento humano. La gramática universal, a la que

dedicó toda la segunda parte de sus Eléments, proporcionaba los elementos básicos

del análisis de la realidad llevado a cabo por el pensamiento. Su exposición está

centrada más en los aspectos ontogenéticos que en los filogenéticos, y concede

más importancia relativa al análisis del francés que al análisis comparativo de

diferentes lenguas. Pero la obra de otros ideólogos, como la de Volney, abrió el

camino a la ruptura definitiva con las concepciones filosóficas sobre el lenguaje

basadas en ejemplos paradigmáticos, como el latín o el francés, ruptura que se

efectuó en el siglo XIX.

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