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Unidad 12 Pre-adolescencia

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Unidad 12

• Pre-adolescencia

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Una de las características más notables de este estadio es, sin duda, las profundas transformaciones fisiológicas que afectan al sujeto tanto en su configuración corporal como en el proceso de su maduración sexual. Estas transformaciones fisiológicas incluyen, a su vez, transformaciones psíquicas tales como el cambio de actitud del sujeto frente a su propio cuerpo (modificación en la percepción de su esquema corporal, en las actitudes hacia su propia imagen, modificación de su yo, etc.), así como la transformación de las actitudes del ambiente hacia el individuo transformado físicamente; actitud que, al mismo tiempo, repercute secundariamente en la representación que tiene de sí mismo.

En la evolución normal de estos cambios fisiológicos suelen distinguirse tres períodos: un primero, prepubertario, que se caracteriza por una actividad de crecimiento, así como por la aparición de algunos caracteres sexuales secundarios, en particular la aparición del vello pubiano y axilar. La transpiración axilar aumenta en los dos sexos. En el comienzo de este período se produce en el chico un crecimiento más rápido de los testículos y del pene; y en la chica, el comienzo del desarrollo de los senos.

Un segundo período puberiano vendría caracterizado porque en él, el creci-miento más bien se aminora. Los caracteres sexuales primarios se desarrollan: es la época de la menarquía (primera menstruación en la chica) y de la primera eyaculación (o polución nocturna en los chicos). En esta época se producen los grandes cambios de voz.

Un tercer período postpubertario en el que las glándulas sexuales y los órganos genitales adquieren su desarrollo y funcionamiento completo. Este período vendría a extenderse ya más bien dentro de la adolescencia.

Junto a estas transformaciones, la preadolescencia se caracteriza también por otro tipo de cambios de naturaleza cognoscitiva (tales como el paso progresivo del pensamiento concreto al formal), social (descubrimiento y exaltación de sí y afán de independencia) y actitudinal (aparición de nuevos valores e intereses).

DESARROLLO FISIOLÓGICO Y SUS REPERCUSIONES EN EL COMPORTAMIENTO Y LAS VIVENCIAS

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Mecanismos biológicos que estimulan las transformaciones fisiológicas

Todas las transformaciones fisiológicas y funcionales de este estadio son, según parecer de los endocrinólogos, en gran parte activadas y controladas por las glándulas endocrinas, en particular la hipófisis.

La hipófisis, ubicada en la base del cerebro, estimulada por el hipotálamo, centro regulador del cerebro, produce dos tipos de hormonas estrechamente relacionadas con el crecimiento y las transformaciones fisiológicas: las hormonas metabólicas, entre las que se encuentra, como la más importante, la somatotropa, que constituye un factor muy importante en el crecimiento de los individuos, y las gonadotrópicas, que estimulan la maduración de las glándulas sexuales (testículos en los varones y ovarios en las hembras) y de las suprarrenales (Tanner, 1962).

Por efecto del estímulo hipofisario se producen los espermatozoides en los testículos y los óvulos en los ovarios. Simultáneamente son estimulados por dicha hipófisis el desarrollo de las glándulas sexuales y el de una serie de hormonas o células especiales androgénicas en el varón y ováricas en la hembra, que además de estimular el crecimiento de los órganos sexuales y la aparición de los órganos sexuales secundarios, provocan una tensión o excitación sexual en todo el sistema nervioso; en particular en las porciones correspondientes a las zonas erógenas (órganos genitales, mamas, etc.).

Representación anatómica de la situación de las glándulas endocrinas más importantes.

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Este estado de excitación sexual provocado por estas hormonas o por el con-curso de otros estimulantes (del medio exterior, de la misma vida psíquica del sujeto), se manifiesta por una serie de síntomas característicos: los primeros de naturaleza psíquica pueden resumirse en un cierto estado de tensión que tiene un carácter impulsor y que desea ser satisfecho en breve plazo. Este estado comporta la búsqueda de un objeto externo que le permita eliminar la tensión interna. Para satisfacer este apetito, el varón busca a la hembra y ésta al varón.

Los síntomas fisiológicos constituyen una verdadera preparación para la realización del acto sexual: en el varón el pene se vuelve rígido, es decir, se presenta la erección, y en la mujer se excitan los órganos genitales. Esta excitación provoca en el varón, por vía refleja, la eyaculación o emisión del esperma.

Modo de accion y reaccion funcional del sistema endocrino en el desarrollo de la maduracion

preadolecente (Nickel, 1976).

Desarrollo de los órganos sexuales primarios

En el varón estos órganos son internos y externos. Los externos son el pene y los testículos. Los internos son los conductos deferentes y los órganos anexos (la próstata y la uretra).

La primera aceleración en el crecimiento de los órganos sexuales masculinos se inicia en la preadolescencia, antes de que pueda advertirse la aparición de los órganos sexuales secundarios. El pene crece en longitud y circunferencia y los testículos aumentan su tamaño y se tornan menos firmes debido al aumento de fluidos testiculares y alteraciones en los tubos espermatógenos. Posteriormente a esta primera

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aceleración, ya en la pubertad, crece en el adolescente la próstata, las vesículas seminales y las glándulas bulbouretrales que elaboran el fluido seminal. Paralelamente a este crecimiento, sigue desarrollándose el pene, que es capaz de erección no sólo en respuesta a una estimulación local, sino ante pensamientos y sensaciones sexualmente provocativos. Es el momento en que el adolescente comienza a tener sus primeras eyaculaciones espontáneas o inducidas.

Edad Antes de 10 11-12 13-14 15-16 Más de 17 Chicos 1,7% 27,4% 62,3% 7,9% 0,7 Chicas 1,6% 45,0% 49,6% 3,5% 0,3%

Figura 24. Comienzo de las poluciones y menstruaciones. Porcentajes sobre 644 sujetos (Moraleda, 1980).

La edad promedio de estas primeras eyaculaciones en el adolescente español se extiende, según hemos podido constatar (Moraleda, 1980), entre los 11-14 años; de modo más acentuado entre los 13-14.

Este momento de la eyaculación está en cierta manera determinado tanto cultural como biológicamente; pero por lo común se da aproximadamente un año después del crecimiento acelerado del pene. En este momento el preadolescente es habitualmente estéril; sólo después de uno o tres años progresará la espermatogénesis lo suficiente como para que aparezca en la eyaculación una cantidad de espermatozoides móviles adecuados para la fertilidad.

Los órganos sexuales femeninos se encuentran en su mayor parte dentro del organismo. Los órganos sexuales más importantes en la mujer son los ovarios que dan origen a los óvulos. En los años de la pubertad, la dilatación de los ovarios, que se encuentran en la concavidad denominada fosa ovárica a ambos lados de las paredes de la pelvis, puede provocar un aumento en el tamaño del abdomen. En la pubertad, como consecuencia de la dilatación del útero y de los cambios cíclicos en el endometrio, comienza la menstruación o pérdida periódica de sangre que se produce con mayor o menor regularidad cada mes lunar; de ahí su nombre de menstruación.

La mayoría de la gente cree que el flujo menstrual consta enteramente de sangre. De ahí proviene la conciencia de que constituye una experiencia muy debilitadora para la chica y exige de ésta un cuidado muy especial para evitar todo esfuerzo físico. Mas el derrame menstrual consta de cuatro componentes: sangre proveniente de los capilares de los tejidos que tapizan el útero; mucus similar al que se expulsa por la nariz; sales de calcio y otros minerales; tejido celular destruido. El mucus constituye la mayor parte del flujo menstrual, mientras que la sangre no llega a 60 gramos durante todo el período. No es raro que los primeros años de menstruación vayan acompañados de molestias. Los trastornos más comunes son los dolores de cabeza, espalda, abdomen, vómitos, fatiga, dolores de los órganos genitales, etc.

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Al comienzo, los períodos menstruales no son acompañados por la ovulación; de modo que por lo común la chica, en la primera parte de la adolescencia es estéril. La ovulación o capacidad de concebir aparece entre uno o tres años después.

1.3. Desarrollo de los órganos sexuales secundarios

La aparición de los caracteres sexuales secundarios es paralela al crecimiento de los órganos sexuales primarios. No todos los caracteres sexuales secundarios son los mismos para el chico y la chica. Tampoco se desarrollan al mismo ritmo ni alcanzan su madurez a la misma edad.

Para los adolescentes, el primer carácter sexual en aparecer es el vello púbico. Dicho vello, pigmentado, áspero y recto, forma al principio un triángulo invertido en la base del pene, extendiéndose posteriormente por el ombligo. De ordinario aparece dos años después del vello púbico el vello axilar. Su aparición coincide con la cima de la velocidad del crecimiento en la estatura. Por el mismo tiempo se agrandan las glándulas sudoríparas de las axilas y aumenta la sudoración axilar. También comienza a aparecer el vello facial en los ángulos del labio superior y poco después en la parte superior de los carrillos, región del cuello y borde inferior del mentón. El vello pigmentado del muslo, pantorrilla, abdomen y antebrazo aparece antes que el del tórax.

Edad Talla (metros)

Peso (kilos)

Vello público (sujetos)

Cambio de voz

(sujetos) 11-12 1,453 38,28 35,5 26,1 13-14 1,526 44,24 59,9 66,0 15-16 1,653 54,69 4,3 7,5

17 1,691 66,10 3,0 3,1

Figura 25. Desarrollo de la talla y peso y aparición de algunos fenómenos puberales. Porcentajes sobre 644 sujetos (Moraleda, 1980).

El cambio de voz y la falta de control sobre ella, que suele acontecer en estos años, provoca frecuentemente en los preadolescentes tanta incomodidad que a veces no quieren hacer éstos uso de la palabra en clase o prefieren permanecer callados en presencia de quienes temen que pueden ridiculizarles.

Para la chica, el carácter más visible entre los caracteres sexuales secundarios es, sin duda alguna, el crecimiento de los senos; de ordinario aparece entre los 11-14 años y normalmente tardan en desarrollarse unos tres años.

Con frecuencia, el comienzo de su desarrollo se sitúa en el momento de la apa-rición del vello pubiano, aunque no siempre coincide exactamente. Esto demuestra que hay cierta variabilidad en el orden de aparición de los diferentes fenómenos.

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1.4. Aceleración del crecimiento

La preadolescencia, junto con la adolescencia, es un período de crecimiento acelerado en el desarrollo humano (figura 26).

El crecimiento en estatura sigue un patrón bastante regular. Este patrón difiere, no obstante, algo en ambos sexos. En las niñas, el estirón mayor suele darse en el año que precede a la menarquía y en el año que sigue. Después tiende a disminuir el ritmo de crecimiento y los aumentos anuales son muy pequeños.

En los chicos, el comienzo de la preadolescencia marca el principio del cre-cimiento rápido en estatura. Al contrario de lo que ocurre en las chicas, en éstos

Varones Hembras

Años Talla Peso Talla Peso 12 145,3 38,28 152,3 42,08 13 150,0 42,15 157,9 47,83 14 155,2 46,34 161,5 51,84 15 162,0 51,36 163,0 53,58 16 168,7 58,03 163,9 56,32 17 169,1 66,10 164,0 58,20

Figura 26. Talla y peso de los preadolescentes y adolescentes españoles (Moraleda, 1980).

no hay una detención brusca en el crecimiento al lograr la madurez sexual. En cambio, el crecimiento se detiene de forma más gradual (Tanner, 1978).

Hacia los 15 años las diferencias en el crecimiento entre los que se han de-sarrollado precozmente y los que se han retrasado, empieza a desaparecer.

El aumento de peso (figura 26) se inicia después del aumento de la estatura. Como el aumento de peso se encuentra estrechamente vinculado a la maduración sexual, el mayor incremento del mismo se produce al final de la preadolescencia y continúa durante la adolescencia.

Entre los 10-15 años, por lo general, las chicas son más pesadas que los va-rones porque, en esta edad, su maduración sexual es más precoz. Después de esta edad los varones sobrepasan en peso a las niñas.

Es común que tanto chicos como chicas atraviesen por un período de "gordura" al principio de la maduración sexual. Este período coincide o se halla próximo en los chicos al período de crecimiento del pene. En este período los varones tienden a presentar notable acumulación de grasa alrededor de los pezones y sobre el abdomen, las caderas y los muslos. El aspecto facial se halla alterado por el aumento de las

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grasas alrededor de las mejillas, el cuello y la mandíbula. Este período de "gordura" persiste aproximadamente dos años, después de los cuales el organismo recobra sus proporciones normales.

El período de "gordura" se produce en las niñas al comienzo de la preado-lescencia. El origen de esta obesidad femenina a menudo tiene sus raíces en la alteración del crecimiento premenstrual normal. Al igual que los varones, las niñas desarrollan grasa en las regiones del organismo en que ésta se considera inadecuada, especialmente sobre el abdomen y las caderas.

Las diferentes partes del cuerpo se desarrollan a distinto ritmo y alcanzan su máxima evolución en diferentes etapas. Entre el final de la niñez y los comienzos de la preadolescencia el crecimiento afecta, sobre todo, a las extremidades inferiores, las cuales llegan a ser más largas que el tronco. El rápido crecimiento de la anchura de los hombros es característico de los varones; mientras que el rápido aumento del ancho de las caderas es característico de las niñas.

Igualmente sufre transformaciones la cabeza y la cara. Las desproporciones en el tamaño relativo de los diversos rasgos de la cara son especialmente notables en este estadio, cuando el crecimiento en longitud es más rápido que la anchura. La nariz achatada de la niñez se transforma en una nariz más larga y ancha. La boca se ensancha y los labios planos del niño se transforman en carnosos. La línea de la mandíbula se torna de líneas definidas.

1.5. Repercusiones del desarrollo fisiológico en el comportamiento y la educación

En un estudio sobre la preadolescencia no se pueden pasar por alto los fenó-menos psicológicos que van unidos a las transformaciones fisiológicas. Algunos son consecuencias directas de los cambios endocrinos; otros son más indirectos, aparecen a menudo de forma velada y representan reacciones personales ante el cuerpo transformado.

Por una parte nos encontramos con la reelaboración del esquema corporal; por otra, las actitudes ante el propio cuerpo percibidas de forma inmediata o a través del medio que le rodea. El cuerpo, que sirve de soporte para todas las identificaciones y que es uno de los puntos fijos de nuestra experiencia existencial, se inserta igualmente en la opinión que uno tiene de sí mismo, del sentimiento del yo y, sobre todo, del sentimiento que puede tener del propio valor o no valor personal.

El esquema corporal o imagen del propio cuerpo

Pieron (1926) da la siguiente definición de la imagen del cuerpo: representación que cada uno se hace de su propio cuerpo y que le sirve de punto de referencia en el espacio, fundada en los datos sensoriales múltiples propioceptivos y extereoceptivos...

La construcción de la imagen del cuerpo se hace a través de la coordinación de las diferentes formas de sensibilidad y por intermedio de actividades diversas; incluso a

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partir de representaciones visuales. En primer lugar (en los primeros meses de vida) resulta una imagen del cuerpo por trozos; después se integran las zonas de más contenido libidinal, pues como dice el psicoanálisis, las zonas erógenas representan el papel de líneas directrices en el desarrollo de la estructura de nuestra imagen. Así pues, la imagen del cuerpo se hace a través de una integración y una diferenciación progresivas.

Al principio, los límites entre el cuerpo y el exterior no son precisos. Después de haberse reconocido el individuo por "trozos separados", va integrando las diferentes partes de su cuerpo por medio de datos visuales y de las sensaciones. Algunas partes resultan más difíciles de integrar. Por ejemplo, la espalda, que no se percibe visualmente y no constituye un núcleo de sensaciones diferenciadas. Entre los 6-8 años la imagen del cuerpo se consigue y estabiliza. Después de esta edad sólo cambia imperceptiblemente, pues los cambios reales del cuerpo a partir de entonces son muy progresivos.

Al llegar la preadolescencia y durante toda ella se producen, como hemos visto, transformaciones rápidas en los caracteres sexuales primarios y secundaríos, en las proporciones corporales, en los rasgos de la cara, etc., hasta tal punto que, como dice Ausubel (1954) la antigua imagen del cuerpo se hace incompatible con la nueva percepción de apariencia física y de las dimensiones corporales del yo.

La imagen del cuerpo se modifica e igualmente la importancia que se le concede. Favorecen la integración de las diferentes partes del esquema corporal ahora transformadas, no sólo las percepciones visuales, sino también las dolorosas, las cinestésicas experimentadas en ciertas partes del cuerpo.

No resulta, con todo, siempre fácil al preadolescente integrar todas las mo-dificaciones corporales; a veces su cuerpo le parece como algo extraño (des-personalización transitoria). El sujeto está incómodo en su cuerpo, que no le resulta familiar. Aquí también los aspectos de más contenido libidinal son los asimilados más rápidamente; por lo que un retraso en el desarrollo psicosexual corre el riesgo de manifestarse a través de deficiencias en la imagen del cuerpo.

Ligadas a esta transformación de la imagen del cuerpo se encuentran, como lo demuestra Frazier y Lisonbee (1950), ciertas conductas del preadolescente, como la necesidad de conocer los límites de resistencia de su cuerpo, el recurso contradictorio de las marchas lentas y rápidas, etc., en las que éste hace pruebas con el propio cuerpo para, de alguna manera, fijar sus límites.

Estas modificaciones de la imagen del cuerpo constituyen igualmente una de las razones, aunque no la única, del interés del preadolescente por su propio cuerpo. Jersild (1961) preguntó a unos estudiantes muy jóvenes lo que más les gustaba y lo que menos les gustaba de ellos y sus respuestas hicieron alusión a su aspecto físico principalmente.

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Las prolongaciones psíquicas de la imagen del cuerpo

Existen en el preadolescente reacciones psíquicas en relación directa con las modificaciones físicas que se producen en él y que no hay que confundirlas con la imagen del cuerpo en sí misma. Estas reacciones psíquicas dependen en gran manera de las actitudes y juicios de los otros, sobre todo de las que los padres manifiestan hacia sus hijos. El cuerpo representa al individuo; es, como dice Brookover (1964), símbolo del yo, de la personalidad. No es algo que uno se representa dentro de sí, que es personal e íntimo, sino que es también la frontera entre el yo y el mundo. Es la primera cosa que el otro ve, se quiera o no (es también lo que ve uno mismo, aunque no lo vean los otros). El cuerpo es, pues, un estímulo social; y a partir de la preadolescencia, un estímulo sexual.

Por esto el preadolescente concede un gran valor a su cuerpo en cuanto éste significa algo para los otros; percibe también su cuerpo en función de la significación que posee, según él, para los otros y en función de la mayor o menor conformidad con las normas del grupo (figura 27). Vamos a estudiar a continuación la importancia del cuerpo: en primer lugar, en la evolución psicosexual y, en segundo lugar, en la personalidad del preadolescente.

CHICOS CHICAS

Motivos de preocupación % Motivos de preocupación % 1. Caracteres sexuales primarios:

1. Caracteres sexuales primarios:

- Genitales 12 - Menarquía 8,2 - Poluciones 16 2 Caracteres sexuales secundarios: - Carencia de barba

3 2. Caracteres sexuales secundarios: - Senos

9,0

- Barba espesa 14 - Cambio de voz 7 3. Desarrollo corporal: 3. Desarrollo corporal: - Desarrollo temprano 7 - Desarrollo temprano 17 - Desarrollo lento 42 - Desarrollo lento 37 - Flaco 25 - Flaco 50 - Grueso 25 - Grueso 56 - Bajo 35 - Bajo 23 - Alto 25 - Alto 51

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- Fuerza 30 - Cicatrices y lunares 30 - Granos, espinillas 50 - Granos, espinillas 80

- Piel grasienta 28 - Piel grasienta 53 - Hombros estrechos 20 - Cutis seco 45 - Nariz larga 9 - Nariz larga 25 - Dientes malformados 15 - Dientes malformados 43 - Gafas 25 - Gafas 35 - Rostro estrecho 16 - Rostro circular 27 - Orejas largas 9 - Rostro vulgar 45

Figura 27. Características corporales consideradas por los preadolescentes españoles como motivo de preocupación (Moraleda, 1980).

Relación entre las transformaciones corporales y la orientación psicosexual del preadolescente.

La orientación psicosexual de un sujeto parece estar en función de cuatro factores unidos de forma compleja: el hormonal, la estructura corporal, los factores sociales y los factores educativos. Entre estos factores, la estructura corporal del preadolescente, según el criterio de muchos psicólogos, no parece que determine necesaria ni directamente la identificación sexual. Así, por ejemplo, un homosexual no tiene por qué presentar necesariamente una morfología femenina.

Con todo, sí que determina indirectamente dicha identificación u orientación psicosexual. Una morfología feminoide de un chico hará a éste menos apto físicamente para hacer ciertos trabajos o entregarse a ciertas actividades consideradas como viriles, por lo que en su momento se sentirá menos "hombre". Aquí vemos que empieza a contar un factor muy importante: la influencia de los otros. En efecto, sólo comparándose con los otros preadolescentes podrá percibirse más o menos masculino morfológicamente.

Entre los diversos rasgos físicos de la estructura corporal que más influyen en la identificación u orientación psicosexual, los más importantes son los siguientes:

a) La modificación de los órganos sexuales. En este estadio hemos visto que el cuerpo del preadolescente adquiere un valor eminentemente sexuado y sexual. Ante este fenómeno algunos preadolescentes reaccionan aceptando la imagen de su cuerpo sexuado; otros, insatisfechos de su maduración, tratan incluso de acentuar o hacer que alguno de sus rasgos sexuales sea más manifiesto; otros, finalmente, llegan a negar, por el contrario, las transformaciones de su cuerpo que hacen de él un hombre o una mujer. Así, entre los muchachos en los que existe la creencia muy generalizada de que los genitales masculinos pequeños significan un desarrollo sexual inapropiado, cuando la maduración sexual sea lenta, será esto para ellos motivo de preocupación. Otras

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veces por el contrario, cuando los genitales crecen normalmente, el muchacho teme que su pene pueda notarse a través de la ropa y esto le produce angustia. Además, no son raras en él las erecciones involuntarias como respuesta a algún estímulo erótico, tal como la desnudez femenina, lo cual le lleva también a perturbarse.

Un problema que suele igualmente causar preocupación a los preadolescentes es el de las poluciones nocturnas, pues según una tradición bastante extendida entre padres y educadores, pese a la ausencia de base científica, es que dichas poluciones pueden provocar la pérdida de fuerzas y de masculinidad o, lo que es peor, provocar enfermedades.

Entre las chicas, las modificaciones de su cuerpo, especialmente en lo que concierne a los genitales, al ser menos pronunciadas que en los chicos, son para ellas motivo de menor preocupación. Sí lo suele ser a veces el abombamiento del abdomen al crecer los órganos genitales, así como la aparición de los procesos de menarquía. Cuando la menstruación va acompañada de dolores de cabeza, lasitud, calambres o incomodidad en general, el efecto psicológico sobre la muchacha es habitualmente deplorable: experimenta estos fenómenos como cargas de la que se ven libres los varones y se muestra irritable e insociable.

b) La aparición de los caracteres sexuales secundarios. Cuando comienzan a aparecer los caracteres sexuales secundarios, el chico, al no darse cuenta de que esto es un episodio normal pero pasajero de crecimiento, se imagina que el aspecto lo conservará toda su vida y esto le llena de preocupación. Al encontrarse asociada la masculinidad con la aparición del vello pigmentado en el cuerpo, cuando esta aparición se encuentra retrasada o es escasa, es motivo de preocupación para el muchacho. El cambio de voz y la falta de control sobre la misma suele también provocar no poca incomodidad entre los chicos.

La chica también comienza a sentirse incómoda por ciertas modificaciones que sufre su organismo, en particular por el desarrollo de sus caderas y mamas. El leve bozo que aparece a veces en la cara femenina provoca igualmente gran preocupación en las chicas. A diferencia de lo que ocurre entre los chicos, el cambio de voz no suele ser preocupación en las chicas.

c) La adquisición del tipo constitucional ideal. Un factor que influye también poderosamente en la identificación u orientación psicosexual del preadolescente es el modo como éste logra alcanzar en su proceso de desarrollo aquellos rasgos que, según él, constituyen en el grupo en que vive, el tipo constitucional propio de su sexo (figura 28). Según los datos proporcionados por una encuesta nacional (Moraleda, 1980), parece ser que las características más importantes para el chico es ser alto, fuerte, ancho de hombros y "masculino". Para las chicas, por el contrario, las características más importantes que constituyen el ideal del cuerpo femenino es la belleza, la elegancia y poseer un cuerpo de mediana estatura. De ahí que el motivo de mayores preocupaciones sea entre los varones el desarrollo lento, la baja estatura y poseer hombros estrechos, así como la poca fuerza. Mientras que entre las chicas estas preocupaciones se centran, sobre todo, en aquello que pueda afectar a su belleza y

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elegancia (granos en la cara, piel grasienta o cutis seco, ser demasiado pequeña o alta, etc.).

Características Chicos (%) Chicas (%)

Belleza-elegancia 23,9 46,2 Fuerza 22,4 2,4 Agilidad 6,2 5,6 Estatura: Alto 22,6 21,8 Medio 8,5 10,7 Pequeño 2,8 3,2 Corpulencia: Grueso 2,8 1,3 Normal 4,1 4,2 Delgado 4,5 10,5 Cabello rubio 5,1 14,2 Cabello negro-castaño 9,3 15,9 Peinado 6,8 17,6 Ojos azules-verdes 4,3 12,7 Ojos negros-castaños 4,1 8,5 Atractivo sexual 27,8 8,0

Figura 28. Características del cuerpo ideal de los preadolescentes españoles (Moraleda, 1980).

Este deseo del adolescente de poseer una constitución morfológica ideal no es con todo, sino una parte del yo ideal del chico y de la chica nacido del complicado contexto de la infancia y en las relaciones precoces con sus padres. Así, un muchacho que no ha sido amado por sus padres como chico, podrá rehusar su virilidad tratando de ignorar la aparición de los caracteres sexuales primarios o secundarios. O a la inversa: un chico que desea parecerse intensamente a su padre, fuerte y viril, si se retrasa su desarrollo tratará por todos los medios de ignorar su apariencia infantil e incluso intentará compensar con una práctica intensiva de deporte o una actitud decidida o brutal aquellos rasgos viriles que le faltan.

Pero los rasgos morfológicos determinan, a menudo, de otra manera la acep-tación del yo, chico o chica. Ya no se trata de ser como los otros del mismo sexo, sino de ser como los otros me ven. Son los otros los que juzgan mi propio cuerpo; y estos juicios nos reflejan su valor y su significación; determinan nuestro propio juicio.

De acuerdo con un estereotipo muy extendido, la conducta de un individuo está muy ligada a su morfología. La opinión dice que un hombre de un cuerpo muy

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afeminado posee también rasgos de carácter afeminado. Los individuos del grupo le tratan en consecuencia; adoptan hacia él una actitud parecida a la que tendrían con una mujer. Poco a poco el sujeto en cuestión termina viéndose como le ven los otros y conformándose a la imagen que tienen de él. Acabará por entrar en el juego y asimilar su comportamiento al papel que le han adjudicado.

De modo análogo puede ocurrir que a una chica de físico un poco masculino se la trate como marimacho y se espere de ella comportamientos dominantes y agresivos. Es posible que adopte la actitud que se espera de ella y que trate, efectivamente, de parecerse a un hombre.

Pero a veces existe incompatibilidad entre esta imagen de los otros y el ideal del yo del chico y la chica. Entonces puede ocurrir que intente negar esa imagen que le reflejan los otros, vistiéndose, por ejemplo, de forma notoriamente femenina la chica o masculina el chico; lo que a veces resulta discordante. O que, víctima de sus sentimientos de inferioridad, tienda a ocultarse; lo cual le lleva a volverse tímido y a replegarse sobre sí mismo. O que, por el contrario, se afirme acentuando sus rasgos viriles, lo que en definitiva, le llevaría a la homosexualidad o lesbianismo.

Relación entre la valoración del cuerpo, la valoración de sí y la constitución personal del sujeto

Las profundas y rápidas transformaciones que se efectúan en el organismo del preadolescente no sólo influyen en el modo de identificarse psicosexualmente, sino que también son causa de un cambio notorio en él de su actitud total con respecto a sí mismo y a toda una serie de sentimientos significativos que caracterizan la personalidad de los preadolescentes. He aquí los más importantes:

a) Sentimiento de incertidumbre ante las nuevas situaciones. Al despertar de la pubertad, los chicos sienten confusamente que misteriosas fuerzas biológicas aparecen en ellos y van a desencadenarse, sin que puedan, por su parte, hacer nada. Esta evolución irremediable se asemeja mucho al cumplimiento de un extraño e incomprensible destino. No informados o mal preparados, se sienten desbordados por lo que está pasando. Sorprendidos e inquietos acogen las transformaciones de la pubertad con vergüenza, como si fueran anomalías, o con miedo, como si fuera una enfermedad. Incluso cuando saben que estas transformaciones son normales y deben acabar por proporcionarles una morfología nueva, la del adulto, el preadolescente ignora lo que esta morfología le reserva. Sometido a la perplejidad y la duda, se interroga por sí mismo tal cual es hoy y tal cual será mañana. Hipersensible a los juicios de los que le rodean, se preocupa por conocer si no será diferente de los demás compañeros. A veces, incluso, llega a acudir a un médico para pedir que le examine.

b) Sentimiento de insuficiencia para integrar las diversas modificaciones puberales que le acontecen a ritmo rápido y que afectan al conjunto de su cuerpo. Esta dificultad para integrar dichas modificaciones tiene su origen, en gran parte, en los rápidos y profundos cambios que le acontecen. El adolescente es como un ciego que se sumerge en un medio en el que las dimensiones han cambiado.

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La rapidez de crecimiento con que empieza la adolescencia hace que el sujeto pronto alcance a su padre en la talla e incluso le supere. Llega a ser más fuerte que su madre. La fuerza muscular se acrecienta de modo vertiginoso, y las dimensiones del cuerpo, bruscamente modificadas, ponen en duda las dimensiones del propio cuerpo y las del medio en que se encuentra. Esta pérdida de la percepción unificada del propio cuerpo que hasta ahora le servía de punto de referencia, constituye en la adolescencia una especie de déficit instrumental transitorio. Incierto en sus gestos, se muestra a veces desmañado y a veces involuntariamente brutal. Le falta un punto de referencia. A estas dificultades de reestructuración de la imagen corporal se añade una timidez paralizante que le hace aún más torpe e inhábil, sobre todo cuando se siente observado. Encerrado en este cuerpo que cambia, el preadolescente desea conocer sus límites y posibilidades nuevas; de ahí su gusto por las pruebas, juegos, ejercicios físicos llevados hasta el límite de lo posible. De ahí también sus largas horas ante el espejo, en el que busca fijar, al menos por un instante, su imagen.

e) Sentimiento de extrañeza de sí mismo; de no reconocerse. Los preadoles-centes se sienten extraños de sí mismos, singulares, raros, no como los demás, a veces anormales. Les es necesario aprender los volúmenes, las distancias, aprender las medidas del medio material y humano en que se desarrollan. Les es necesario volver a reconocer su cuerpo situado en ese espacio reevaluado. Pero apenas lo han logrado, todo vuelve a cambiar de nuevo. La rapidez e intensidad de las transformaciones corporales les obligan a correr sin cesar en el conocimiento de su cuerpo.

Cogidos en medio del torbellino pasional de su sexualidad, los preadolescentes se sienten como extraños a sí mismos, sorprendidos de su propio comportamiento y a veces incluso condenados a vivir marginados de su yo, lo que les puede llevar hasta negarse.

Los preadolescentes traducen estos sentimientos por expresiones diversas como cuando dicen que "les parece que flotan en el aire", que "no terminan de encontrarse". Esta vivencia les lleva a veces al sentimiento angustioso del cambio corporal y de la despersonalización. Este sentimiento conocido como primer estadio de la psicosis (esquizofrenia), se observa aquí de modo pasajero y, con más o menos intensidad, suele ser normal en casi todos los preadolescentes. El espejo llega entonces a ser el indispensable testigo y aliado preciso. Zulliger (1976) dice a este propósito que muchos chicos y chicas se miran en el espejo con intención de defenderse de la angustia, muchas veces imaginaria, referente a sus rasgos faciales o corporales modificados. Y es que el preadolescente no puede aceptar lo real, en efecto, sino en la medida en que se reconoce a sí mismo. El sentimiento de extrañeza o rareza que el preadolescente tiene en esta edad es de la misma naturaleza que el sentimiento de no lograr identificarse de modo seguro.

d) Sentimiento de inquietud y soledad. Ocurre a veces que el mismo espejo parece perder su azogue, la imagen se enturbia, luego desaparece. El preadolescente se encuentra solo entre los suyos, extraño, diferente; o, lo que es peor, no se siente a sí mismo. No sabe ya qué es ni dónde se encuentra.

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El espejo ya no le sirve. De este sentimiento de carencia, de ausencia, de vacío, nace una inquietante impresión. La ilusión fugaz de una inverosímil desaparición. Se instala en él un cierto malestar, intenso, aunque breve, que recuerda en parte al que sueña y cae en el vacío. En el fondo del vacío, tras el espejo, la muerte. No ciertamente la auténtica muerte, pero al menos sí su sombra; la destrucción, la desfiguración.

La impresión de inquietante extrañeza que acompaña a esta experiencia nace, según Freud (1905), de la toma de conciencia, que revela un fallo transitorio de la organización defensiva del Yo. La realidad que entonces medio se percibe, se revela tanto más angustiosa, cuanto que se presenta incierta. El adolescente experimenta un intenso deseo de autonomía, de independencia, busca librarse de sus ataduras infantiles. Rechaza en bloque a sus padres, educadores, ideologías familiares, etc. Para encontrarse y afirmarse, se centra en sí mismo en un movimiento de repliegue narcisista. Pero arrastrado en su movimiento de rechazo, llega a negar lo que, en él mismo, se asemeja a las imágenes parentales: su propio cuerpo sexuado que no puede aceptar sin conflicto.

Por ansiógena que parezca esta experiencia de inquietante extrañeza, supone generalmente un aspecto positivo. El sentimiento ansiógeno que implica la emergencia súbita de lo reprimido tiene como consecuencia el lanzar al sujeto a una serie de refuerzos integradores del yo.

e) Narcisismo ansioso. Sin pretender analizar aquí las características de este narcisismo, quisiéramos señalar que este amor de sí no es sólo fuente de placer. Esta vuelta sobre sí del interés y amor que niega a los objetos externos es, sin duda alguna, fuente de un gran gozo para el sujeto. Pero también es fuente de angustia y sufrimiento. Amar su cuerpo y sobreestimarlo no es fácil. Supone renuncias costosas y pérdidas dolorosas. El narcisismo es una posición de repliegue más inconfortable de lo que parece. Si el preadolescente obtiene intensas satisfacciones de su cuerpo y las posibilidades nuevas que le ofrece, experimenta también no poco desagrado. "¡Ah, si pudiera llegar a disociarme de mi propio cuerpo!", suspiraba el Narciso de Ovidio.

Por poner un ejemplo: la masturbación es para el preadolescente un compromiso insatisfactorio entre el rechazo total, la aceptación incondicional de la maduración genital y las exigencias del instinto. Empujado a la búsqueda del placer, experimenta, cuando lo ha llegado a conseguir, angustia y culpabilidad. Se percibe como indigno masturbador; imagen poco satisfactoria que debe aceptar, aunque sea transitoriamente, a menos de renunciar a toda satisfacción sexual.

El cuerpo con sus exigencias propias que hay que satisfacer en detrimento de una imagen ideal de sí, secretamente querida, se percibe entonces como des-valorizante. Este sentimiento provoca en ciertos preadolescentes tentativas de negación corporal: ascetismo o angelismo.

Cuando contempla su cuerpo, tan odiado como amado, experimenta ante él una insatisfacción narcisista dolorosa. Tiene miedo de su cuerpo, que frecuentemente le traiciona (sudor intempestivo, torpeza de gestos, voz incontrolada, tentaciones

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masturbatorias, etc.) y no osa servirse de él por miedo a hacerlo mal. Numerosas inhibiciones encuentran su fuente en este miedo ansioso.

2. PROGRESOS EN EL DESARROLLO COGNITIVO Y COMPORTAMIENTO VERBAL

Existen datos convincentes a favor de la interpretación del desarrollo cognitivo durante este estadio como una situación de transición en el que los sujetos van dejando progresivamente los modos de actuar del estadio anterior (pensamiento concreto) a la par que se exhiben competencias aún no consolidadas propias de la adolescencia (pensamiento formal).

2.1. Cambios en la percepción y representación

Las modificaciones que experimenta la percepción del preadolescente se ca-racterizan por dos rasgos más destacados (Nickel, 1975): 1) El perfeccionamiento progresivo, si bien atemperado, de la percepción visual y auditiva, con un acercamiento paulatino al punto máximo; 2) la creciente complejidad de la percepción cada vez más influida por los factores intelectuales.

Respecto a la percepción visual cabe señalar una mayor agudeza así como una mayor finura en la diferenciación de los colores y la luminosidad (Rubinstein, 1973). Algunos investigadores señalan igualmente un incremento de la agudeza auditiva y una mejor percepción de los patrones acústicos hasta los quince años (Wohlwill, 1971).

Pero la transformación más significativa tal vez sea el mayor nivel de complejidad perceptiva que consigue el preadolescente por influencia del pensamiento abstracto. Si el niño de la edad escolar temprana se caracteriza por su acusada tendencia a una captación analítica y espontánea de la realidad, que le posibilita una aguda capacidad de observación, en la preadolescencia y por influencia del pensamiento abstracto, indica Rubinstein (1973), el sujeto es capaz de establecer categorías perceptivas más generales. Es como si al comprobar los contenidos de su percepción los sometiera a un sistema cada vez más diferenciado de conocimientos teóricos.

Con este tipo de percepción se modifica también el carácter de las represen-taciones que se tornan más generales y abstractas y por lo mismo, más apagadas y menos plásticas. En consecuencia, disminuye el rendimiento reproductivo de los preadolescentes cuando se le presentan modelos visuales, si lo comparamos con el del niño; pero aumenta el de los contenidos abstractos. Nickel (1978) llegó a probar esto mediante un sencillo experimento en el que presentó a dos grupos de sujetos, uno de niños y otro de adolescentes, dos láminas, una con una escena determinada y otra con una serie de cifras. El promedio de resultados de la reproducción memorística estuvo a favor de los niños en la lámina de la escena, mientras que en la de cifras, la ventaja estuvo a favor de los adolescentes.

De estos resultados no cabe deducir una capacidad reproductiva de la misma especie para todos los preadolescentes, pues no cabe duda que cada uno se encuentra

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determinado por sus especiales circunstancias de formación así como por su mayor facilidad o dificultad en el acceso al pensamiento abstracto.

De cuanto acabamos de decir se infieren consecuencias importantes para el quehacer pedagógico. Si en el período de la niñez escolar temprana constituye una esencial misión pedagógica la promoción de la capacidad de observación y de las representaciones visuales, ahora hay que conceder mayor relevancia a la formación de la facultad abstracto-formal en la solución de problemas. Con todo y si tenemos en cuenta, según indicábamos al comienzo de este apartado sobre el desarrollo cognitivo, que este estadio se caracteriza por una situación de transitoriedad, habrá que evitar, tanto como fundar la enseñanza en aspectos exclusivamente concreto-visuales, el hacerlo sólo en aspectos abstracto-formales.

2.2. Perfeccionamiento del aprendizaje y la memoria

Característica del aprendizaje en este período es la de una complejidad creciente sobre el estadio anterior así como la de una organización jerárquica de lo aprendido (Gagné, 1970). Complejidad y organización que está en función no sólo del desarrollo de las estructuras y procesos que intervienen en el sujeto para regular la información, sino también por las propias exigencias del currículo y los nuevos contenidos académicos.

En relación con el desarrollo del pensamiento abstracto-formal, el aprendizaje ejecutivo, propio del estadio de la niñez, pasa progresivamente a segundo plano en favor del aprendizaje verbal, cada vez también más abstracto.

Otro factor que influye en el perfeccionamiento del rendimiento del aprendizaje en este estadio es el intenso aumento de la retentiva tanto de material pobre de sentido como dotado de sentido (Weinert, 1963). De todos modos, el rendimiento de la memoria lógico-discursiva está en este estadio por encima de la memoria mecánica (Moraleda, 1980). Este incremento de la retentiva hay que atribuirlo, con todo, más a la mayor capacidad de comprensión del sujeto (como consecuencia de su desarrollo intelectual) así como a su mayor capacidad para ordenar los correspondientes contenidos, que a esta modificación de las funciones mnémicas.

Ciertamente, el desarrollo de este aprendizaje presenta notables oscilaciones de unos sujetos a otros, que dependen de múltiples factores tanto personales como ambientales e institucionales. En algunos casos, cuando alguno de estos factores falla, el sujeto puede encontrarse con dificultades más o menos graves para este aprendizaje que, circunstancialmente, pueden llevarle al fracaso escolar. De él hablaremos más adelante.

2.3. Naturaleza del pensamiento en la preadolescencia

Comparado con el pensamiento infantil, el pensamiento preadolescente implica una serie de características nuevas. Primero es más abstracto, es decir, menos ligado a conceptos concretos; segundo es más lógico; tercero es más introspectivo.

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Este estadio, con todo, según ya ha quedado anteriormente apuntado, se carac-teriza por ser una fase de transición del pensamiento concreto, al abstracto y formal. Estas nuevas formas de pensamiento y operaciones mentales no aparecen de forma brusca en el sujeto, sino que se irán consolidando poco a poco, alternándose con las formas de pensamiento concreto propias del estadio anterior. Según Flavell y Wohlwill (1969), este paso progresivo se da a través de estas cuatro fases: 1) fracaso en todas las tareas que exijan operaciones formales; 2) exhibición de algunas competencias formales poco significativas; 3) aplicación de operaciones formales de modo poco consistente; 4) razonamiento formal plenamente consistente. Esta última fase se daría más bien en la adolescencia y juventud.

Estas mejoras en el desarrollo del pensamiento preadolescente se ponen de manifiesto sobre todo en la comprensión y elaboración de conceptos y en la solución de problemas.

2.4. Pensamiento abstracto y formación de conceptos

La creciente capacidad de abstracción del pensamiento preadolescente afecta especialmente a la elaboración de conceptos. En esta elaboración se buscan ahora categorías cada vez más generales y complejas paró los rasgos comunes abstraídos de los objetos aislados. Pero al mismo tiempo esta formación de categorías conceptuales se va desligando cada vez más de los fundamentos concreto-sensoriales a la par que se va ciñendo al plano de las representaciones simbólicas; lo cual no acontecía sino de modo muy restringido en el estadio anterior (Elkind, 1969).

2.5. Pensamiento lógico-formal y solución de problemas

Los progresos esenciales del pensamiento lógico-formal del preadolescente, en la resolución de problemas, se pueden resumir en los siguientes puntos (Flavell, 1966):

a) Capacidad para plantear hipótesis acerca de un problema planteado y comprobarlas de modo sistemático. El púber, cuando quiere encontrar la solu-ción de un problema, ya no necesita proceder, como ocurría al niño, mediante pruebas de ensayo y error, sino que es capaz de imaginarse posibles soluciones y tras razonar sobre ellas, deducir la solución real.

b) Capacidad para elaborar posibilidades de solución, por vía deductiva, sobre problemas hipotéticos que carecen de fundamento real y que incluso pueden ser fantásticos.

c) Capacidad para utilizar operaciones lógicas cono procesos abstractos, es decir, independientemente de un contenido concreto. Como, por ejemplo, cuando el preadolescente emplea este silogismo: "todos los isma son daro, luego todos los daro son mamíferos". El niño necesita, para razonar, saber las características concretas de los isma y los daro; el preadolescente es capaz de sobrepasar dichas características y llegar a una conclusión mediante su razonamiento lógico-formal.

d) Capacidad para tratar relaciones complejas: relación de relaciones. Por

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ejemplo, relacionar elementos múltiples que guardan entre sí dependencia (velocidad X por tiempo X = velocidad Y por tiempo Y); o bien razonar sobre subconjuntos de diversas categorías (el color y el tamaño que existen por pares combinados en diversos objetos).

e) Capacidad para elevar las distintas operaciones de pensamiento a un plano más elevado y utilizarlas, como reglas abstractas, en la solución de una amplia gama de problemas. Como ocurre, por ejemplo, en la mayor parte de los principios y leyes matemáticas, físicas, etc.

f) Capacidad para reflexionar sobre su propio pensamiento de volverse sobre él para criticarle o justificarle (metapensamiento). Esto no obstante y aunque esta capacidad sea en los preadolescentes mayor que en los niños, en este tipo de tareas éstos no alcanzan, de ordinario, el estadio del pensamiento reflexivo. Igualmente los preadolescentes son capaces de pensar sobre los pensamientos de los otros; si bien algunas veces fracasan en sus intentos, al no ser capaces de diferenciar entre lo que ellos están pensando y lo que piensan los otros (Looft, 1972).

2.6. Pensamiento técnico

En algunos preadolescentes, al pensamiento técnico-práctico que empieza ya en la infancia se asocia ahora el pensar técnico, que supone una inteligencia práctica, habilidad constructiva y un cierto rigor lógico en el pensar. Según Wetherik y Davies (1972), hacia los doce o trece años se produce una escisión entre los chicos: la mayoría (el 58,1 %) se sigue desenvolviendo en la dirección del comportamiento técnico-práctico que ya irrumpió a los nueve años; el 28 % comienza el desarrollo del pensar técnico, mientras disminuye el comportamiento técnico-práctico; y el 39,9 % figura tanto en uno como en otro.

2.7. Comportamiento verbal

Sobre el desarrollo del comportamiento verbal del preadolescente actúan de modo significativo los cambios en el pensamiento a que acabamos de aludir. Pues si bien es verdad que el lenguaje no es condición necesaria para adquirir el pensamiento formal, sin un adecuado desarrollo de este pensamiento el sujeto no podrá ver evolucionar su lenguaje, al menos hasta un cierto nivel de abstracción.

Sobre el desarrollo verbal actúan también factores específicamente ambientales con más intensidad que en el período escolar. Si bien es cierto que ya en la etapa de escolarización temprana el código lingüístico y posibilidades verbales de cada niño venían influidos por la procedencia sociocultural de los diferentes niños (Bernstein, 1970; Bereiter y Engelman, 1977; Moraleda, 1989), en esta primera etapa de escolarización la enseñanza verbal está orientada fundamentalmente a satisfacer las necesidades de la vida diaria; lo que estimula a los alumnos procedentes de las clases menos favorecidas, para los que les es más familiar dicha forma de lenguaje. Pero al ingreso en la enseñanza secundaria obligatoria la orientación en la formación de la lengua es más bien literaria. Lo que lleva a levantar ciertas barreras entre chicos

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procedentes de distintas clases socioculturales, por verse los menos favorecidos, menos hábiles y motivados en el uso de este tipo de lenguaje.

Si queremos comprender adecuadamente el desarrollo del comportamiento verbal de los preadolescentes, tal como lo vamos a exponer, habremos de tener en cuenta ambos factores de influencia mencionados.

Una de las primeras manifestaciones de este desarrollo se refiere al léxico. Hurlock (1970) hace notar que desde los diez años a los quince el número de palabras de que dispone un individuo pasa de 50.000 a 80.000. Ciertamente que esta cifra ha de ser interpretada con cautela, ya que puede verse sometido a enormes variaciones entre unos individuos u otros. Más importante aún es el progreso que experimentan en la comprensión del significado de las palabras. El enriquecimiento de su vocabulario no se encuentra determinado sólo por el acopio de nuevos vocablos, sino también por el aprendizaje de significados suplementarios y diferenciados de las voces que ya posee (Werner y Kplan, 1950; Russell y Saadeh, 1962). Bajo la influencia del pensamiento abstracto comienza el preadolescente a usar palabras de contenido abstracto, tanto en el vocabulario pasivo como en el activo (Obereber, 1930; Neuhaus, 1962).

Otra manifestación del desarrollo verbal de los preadolescentes es el empleo de construcciones sintácticas cada vez más complejas (Hillebrand, 1966), así como el uso de funciones y estrategias verbales también cada vez más complejas (Halliday, 1982; Tough, 1987).

Hetzer (1970), hace resaltar como peculiaridad del lenguaje oral y escrito de los preadolescentes y adolescentes el hecho de que éstos cuiden sobremanera su estilo. La explicación que da es que la expresión verbal es para ellos un medio de compensar sus sentimientos de inferioridad; a través del lenguaje acentúan conscientemente su estatus de adulto. Courage (1962) llegó también a encontrar, a través del análisis de numerosas producciones de preadolescentes, esta tendencia a imitar el lenguaje de los adultos (personas de prestigio de la TV, del cine, la canción, el deporte, etc.), aunque algunas palabras no vengan al caso o incluso no las entiendan del todo.

La ampliación y profundización en las vivencias personales suele reflejarse también en la expresión escrita de los preadolescentes. Valentiner (1916) destaca en una de sus investigaciones sobre las formas de expresión cómo los preadolescentes tienden a destacar los sentimientos de los protagonistas. Y Busemann (1925) encontró en un trabajo similar cómo los preadolescentes tienden a destacar en sus redacciones las descripciones cualitativas de los personajes antes que la narración de los actos.

3. AFECTIVIDAD Y SOCIALIZACIÓN

3.1. Excitabilidad y labilidad afectiva

Las profundas transformaciones del metabolismo hormonal y las perturbaciones del equilibrio físico o psíquico en el púber traen como consecuencia profundas

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perturbaciones en la vida afectiva. Una de ellas es la intensa excitabilidad de su vida afectiva. Esta excitabilidad se manifiesta, en general de dos modos:

a) Por una predisposición a las emociones: la tendencia a los arrebatos de ira y cólera, a la indignación e impaciencia, a la irritación y hostilidad, llevan a designar a este estadio como segunda edad de la obstinación.

Tanto Kroh (1958) como Remplein (1969) comprobaron en una encuesta que, en efecto, esta tendencia al mal humor y obstinación es frecuente en los muchachos de esta edad; con todo hacen observar que la tendencia al mal humor es doblemente frecuente en los chicos que en las chicas, mientras que la tendencia a la obstinación ocurre a la inversa. Buseman (1948), relaciona esta tendencia del chico con la predisposición a la lucha propia del hombre.

b) Por un aumento de la tensión nerviosa, que se manifiesta en ciertos hábitos, tales como morderse las uñas o la piel circundante, el chuparse el pulgar, el morderse los labios, el tirarse del pelo, el manosearse la cara, la vuelta a la enuresis, etc.

c) Por un aumento de la labilidad afectiva. Otra de las muestras de las profundas alteraciones de la vida afectiva en el púber son las frecuentes oscilaciones de la vida afectiva. El púber se ve expuesto a estados afectivos extremos y frecuentes en los que se alternan estados de relajamiento como cansancio y sentimiento de fuerza; satisfacción como disgusto; alegría y simpatía como tristeza y mal humor evidente.

Estos cambios de estado de ánimo se efectúan, por lo general rápidamente y sin transiciones: el púber que acaba de estar alegre, acto seguido se encuentra desanimado y harto por cualquier motivo importante; tan pronto se encuentra al-borotador, despreocupado cual niño travieso, como a renglón seguido se nos muestra con la seriedad de un adulto. Esta excitabilidad y oscilación de la vida afectiva repercute, en general, en su rendimiento.

3.2 Disposición a la ansiedad

Durante la preadolescencia, la ansiedad es particularmente intensa, según afirmaciones de Schenk-Danzinger (1972). El origen de esta ansiedad se encuentra, según Remplein (1969), en la excitabilidad y labilidad afectiva del preadolescente. Pero también pudiera encontrarse, según las interpretaciones de

Sullivan (1948). en la lucha interior entre las fuerzas antagónicas que en esta edad, como en todos los momentos críticos de desarrollo, se da en el preadolescente: las fuerzas que surgen de las profundidades del inconsciente del individuo ante el hecho de tener que desarrollarse, hacerse hombre, con lo que se prevé en ello de reductor y, a la vez, de posibilidades insospechadas y golpes amenazadores. Esta ansiedad se manifiesta sobre todo en las chicas en forma de pesadillas, miedo a la oscuridad, etc. La arrogancia en el comportamiento suele ser la máscara tras la que se esconde el miedo. El gusto por películas e historias terroríficas suele ser un medio para objetivar el miedo interior y librarse de él.

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Con todo y a juzgar por una investigación de Nickel (1973), parece ser que superior a esta ansiedad general inespecífica es en los preadolescentes la ansiedad ante los exámenes. Aunque este tipo de ansiedad, al parecer, tiende a ir disminuyendo con la edad.

3.3. Descubrimiento y exaltación de sí y afán de independencia

a) Oscilación entre la exagerada confianza en sí mismo y el sentimiento de inferioridad. Durante la infancia el niño vivía en las cosas, sumergido en los aconteci-mientos sin casi conciencia de sí mismo. Al llegar la preadolescencia, con el nacimiento de la introspección, el chico llega a descubrir su yo como un mundo insospechado, a descubrir los valores de su persona. Esto le lleva, según expone magníficamente Debesse (1942), a una exaltación de su yo, es decir, a la creencia de que en sí hay algo único y grandioso, así como a un afán de liberar y actualizar todas las energías descubiertas en sí. El adolescente, dice Freud (1905), vive encerrado, como Narciso, en sí mismo.

Este modo de narcisismo se manifiesta en el preadolescente de dos formas: tinas veces su afán de hacerse valer le lleva a un deseo casi obsesivo de batir marcas (sobre todo en los chicos): sirviéndose de marcas deportivas, quiere hacer ver que es algo extraordinario. El poder que realmente le falta para ganar la estima y la admiración lo suple con la jactancia. El afán de renombre es también un rasgo típico de la edad. Mientras tal afán se limita en los chicos a sus proezas físicas y hechos heroicos, las chicas recurren en ciertas circunstancias a las conquistas amorosas. Pero el preadolescente no sólo intenta engañar a los demás con sus apariencias, sino que se engaña también a sí mismo; con su comportamiento exagera artificialmente el sentimiento de su propio valor, hasta que, por fin, él mismo llega a creerse un individuo extraordinario. En esto le ayuda la fantasía, que se pone al servicio de esa manía de hacerse valer. Al fantasear, el chico se ve como futuro hombre, como campeón, investigador, descubridor; la muchacha, análogamente, como mujer admirada en todas partes, como estrella de cine y como dama de gran mundo.

Tras el comportamiento bullicioso e impertinente, el preadolescente oculta un afán de hacerse valer; hablando alto, con palabras soeces, lanzando ruidosas carcajadas y alardeando de fuerza, intenta atraerse la atención de los demás.

De la misma forma, la necesidad de hacerse valer constituye la raíz del afán de crítica propio de la edad; concede poco valor a las personas y las desacredita, no por fidelidad a su propio pensar, sino por la necesidad que tiene de distinguirse y mostrarse superior. Esta crítica la dirige tanto contra los de su propia edad como contra sus padres y educadores.

Edad 13 14 15 16 17 M F Total 1. Muy mala 0 5 0 5 0,5 0 5 1 5 0,5 0,5 0,5 2. Mala 1,0 1 0 0 5 1,5 0 0 0 5 1,0 1,0

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3. Aburrida 6,0 6 5 7,0 6,0 4,5 7,0 5,5 6,5 4. Incómoda 9 0 10,0 6,5 6 5 8,0 9,0 4,5 7,5 5. Buena 41,0 42,5 425 440 40,0 41,0 445 42,1 6. Muy buena 10,0 12,5 12,5 9 5 11,0 11 5 12,0 11,5 7. Feliz 17,0 17,5 19 0 20,0 240 180 21,0 19,5 8. Indiferente 10,0 100 11,5 12,0 11,5 12,0 10,5 11,5

Figura 29. Calidad de la convivencia con los padres (%) (Moraleda, 1980).

Edad 13 14 15 16 17 M F Total

1. Mayor comprensión 100 10,0 8,5 125 11,5 10,5 9,0 100 2. Mayor autonomía 7,0 7 5 8 0 4,0 5,5 8,5 4,5 6,5 3. Menor exigencia 2,5 2,5 3,0 2,5 1,5 3,5 2,0 2 5 4. Respeto de mis ideas 21,0 20,5 20,5 21,0 19,0 200 21,5 20,5 5. Esfuerzo por conocerme mejor 17,0 17,5 17,5 195 15,5 15,0 21 5 17,5 6. Que me traten como amigo 11,0 11,5 10,5 105 14,5 10,5 13,0 11,5 7. Que me den más dinero 1,0 1 0 1,0 1,0 2,0 1,5 0 5 1,5 8. Que sigan como hasta ahora 29,5 29,5 305 285 300 305 28,5 30,0

Figura 30. Expectativas respecto a los padres (%) (Moraleda, 1980).

Pero al mismo tiempo y junto a esta exaltación del yo, junto a esta presunción, a este endiosamiento, el preadolescente se ve sometido a profundos y frecuentes sentimientos de inferioridad, de falta de confianza en sí mismo, de pusilanimidad, de abatimiento. En realidad muchas de las manifestaciones de conducta que acabamos de describir están relacionadas con este sentimiento de inferioridad; son movimientos reaccionales, por los que el púber intenta defenderse contra dicho sentimiento.

Los orígenes de este sentimiento de inferioridad son múltiples. Entre ellos cabe citar la propia labilidad y excitabilidad de los sentimientos, la no integración de las nuevas experiencias que por desconocidas le resultan amenazadoras, las limitaciones que a su fantasía y no pocas veces a su impertinencia, le impone el principio de la realidad: descenso en el rendimiento escolar ya señalado, llamadas a la obediencia por los padres, frustraciones en la vida, etc.

Según esto encontramos que en la pubertad el chico se nos presenta con un carácter típicamente contradictorio, en el que el sentimiento de exagerada confianza en sí, en sus propias fuerzas y propio valer, se alterna con el desaliento, la desconfianza. Un pequeño éxito o un insignificante elogio basta para que el preadolescente confíe con desmedido optimismo en su propio valer. Y a la inversa, un fracaso insignificante o un ligero reproche bastan para quebrantar la confianza que tiene en sí el preadolescente y

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desanimarle. Dicho de otro modo, el sentimiento de sí es lábil y oscila continuamente entre el sentirse satisfecho y sentirse insatisfecho de sí mismo.

b) Afán de emancipación. Segunda edad de la obstinación. El afán de hacerse valer, por una parte, como los sentimientos reaccionales contra su propia seguridad, por otra, intensifican en el preadolescente su afán de independencia y necesidad de libertad: ya no es niño y, por tanto, no quiere ser tratado como tal; le molesta la relación de dependencia con los adultos; intenta librarse del yugo que supone hacer siempre lo que éstos le ordenan; quiere imponer sus propios objetivos y hacer lo que le agrada. Este afán de independencia y autodeterminación es la raíz de una serie de formas de comportamiento que han llevado a designar a este estadio como la segunda edad de la obstinación, de la insubordinación, de la oposición, de la mala educación (o "edad del pavo").

Preferencia de los padres como compañeros durante la pubertad (Musgrove, 1963).

Entre estas formas de conducta, la más característica tal vez sea la menor unión con la familia. Los preadolescentes denotan frecuentemente una terrible indiferencia frente a la vida íntima de la familia; se comportan en casa casi como extraños, no tienen ganas de salir con la familia a pasear, en algunos casos se avergüenzan de sus padres y empiezan a distanciarse de ellos de modo manifiesto. Pero sobre todo, oponen resistencia a tenerles que obedecer, se sublevan ante toda sujeción y tutela y responden con "obstinación" ante toda intromisión en sus asuntos.

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Esta emancipación se dirige también contra las autoridades educadoras, sobre todo contra sus profesores. En las encuestas realizadas por Hopkins (1987) abundan los casos de inadaptación a la escuela en los muchachos de doce a catorce años y en las muchachas a partir de los diez.

Por supuesto que la intensidad del fenómeno de la obstinación es muy distinta en los individuos según su disposición personal y la influencia del medio ambiente. Así tenemos que en los sujetos de naturaleza más tenaz se da esta obstinación con más fuerza que en los de poco tesón debido a su mayor capacidad de adaptación y sumisión. También es distinto en los chicos que en las chicas. En las muchachas, por lo general, es menos frecuente. El enfadarse, la separación de forma brusca, es más propio de los muchachos. Además, cada sexo reacciona de forma diversa según se trate del padre o de la madre. El chico protesta más contra el padre, que quiere a toda costa mantener su autoridad; la muchacha contra la madre, porque no desea que se meta en sus asuntos y la haga participar en las faenas del hogar.

También el medio ambiente influye en estas diferencias; cuanto más rígida, opresiva y autoritaria sea la educación, tanto más vehementes serán los fenómenos de la obstinación; cuanto más tacto se emplee y más comprensión y libre sea la educación, tanto más se aminora (Becker, 1964).

El ambiente, según sea rural o urbano, la clase social, según sea económica-mente alta o baja, son factores también que influyen en el grado de obstinación. Por lo general, dice Reuchlin (1972), los chicos de ambiente rural y clase socioeconómica baja son más dóciles a la familia que los chicos de ambiente urbano y clase superior que suelen ser más obstinados y tercos.

3.4. Tendencia a reunirse con los compañeros de la misma edad

El impulso a la camaradería y a formar grupos y pandillas entre compañeros de vecindad o de colegio veíamos que tenía un profundo empuje ya durante el anterior estadio. Estas pandillas o grupos solían organizarse de modo espontáneo entre los compañeros de vecindad o colegio, en torno a ciertas actividades. Con el paso a preadolescente esta apertura al grupo es aún mayor. El grupo ahora ya no está formado por lazos frágiles de buena camaradería de clase o vecindad, sino que toma un carácter más cerrado y estructurado, de más cohesión entre los miembros. Esto se refiere particularmente a los chicos, pues. aunque entre las chicas, la tendencia a formar grupos es también notable, dichos grupos son poco consistentes (existe una tendencia a disgregarse en subgrupos de 2-3 amiguitas), dura poco tiempo y se enfría cuando entran nuevos valores en juego (por ejemplo, la atracción por los chicos), o cuando un defecto de una compañera se hace demasiado desagradable; lo que demuestra la mayor superficialidad de su formación.

Motivos que impulsan a los preadolescentes a asociarse

Volviendo en particular a los grupos de chicos, aunque mucho de cuanto ahora digamos se aplica también a los grupos de chicas, parece ser que, según Secadas

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(1970), son cuatro los motivos principales que impulsan a los preadolescentes a asociarse:

a) La evasión. Uno de los motivos que impulsa a los adolescentes a asociarse es, sin duda, el evadirse del mundo del hogar e incluso del de los adultos con el que, según hemos visto, entran frecuentemente en conflicto. El grupo de camaradas se convierte así en el lugar privilegiado donde el preadolescente normal, es decir, no paralizado por la timidez y el temor de los contactos, podrá relajarse, evitar los choques y disputas familiares con sus padres y hermanos y encontrarse en medio de sujetos que sienten como él, experimentan las mismas necesidades y saborean los mismos placeres.

b) La necesidad de ser aceptado. Una de las fuerzas que más incitan a la aproximación mutua es la necesidad primaria de ser aceptado. El individuo, dice Schmuck (1983), tiene tres necesidades interpersonales: la aceptación, la de control y la de afecto.

La de aceptación es, según los psicólogos, condición fundamental de bienestar, sobre todo en estas edades tempranas. La seguridad de ser acogido en compañía y de no encontrar, de buenas a primeras, actitudes defensivas, es condición primaria para dar salida a la espontaneidad en el comportamiento. Lo contrario retrae, sobre todo en estas edades en que se tiene tanto miedo al ridículo y a la soledad. A ello se agrega una necesidad de apoyo, sentida por los que están todavía en edad de dependencia, particularmente si buscan refugio en la frustración. El rigor le mueve a acogerse a un grupo de convivencia menos exigente. Como consecuencia, el aumento de tensiones que le incitan a escapar de la tutela familiar hacia el grupo y la panda, caería en una incontrolada soledad interior, acaso atormentado por sentimientos de culpabilidad, si no encontrara un ambiente acogedor, un clima más grato de relajación y de ocio, libre del control y lejos de la norma estricta.

La aceptación por un grupo, no obstante, puede tener diversos grados. Hay adolescentes que son muy populares, agradan a todo el mundo, son los más elegidos por los otros miembros del grupo y constituyen el centro de un núcleo de admiradores, todos los cuales se lo disputan como amigo más íntimo. Estos individuos se denominan estrellas o líderes. De ellos hablaremos en otro lugar.

En otro extremo están los aislados sociales, que no tienen amigos íntimos, que no pertenecen a camarillas y que piensan que nadie les quiere ni se interesa por ellos. Un motivo por el que los aislados no pertenecen a las unidades sociales de sus compañeros de edad puede ser porque éstos los rechazan; o quizás ellos quieran participar en las actividades sociales de sus compañeros, pero se ven impedidos de hacerlo por diversas razones. También pueden no participar de manera voluntaria porque no están interesados en las actividades del grupo a causa de su maduración más rápida, lo que les lleva a considerar infantiles a sus coetáneos; o porque poseen un interés propio absorbente que prefieren a las actividades de grupo.

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Entre estos dos extremos, la estrella y los aislados, existen grados variables de aceptación o popularidad. Algunos muchachos son razonablemente populares porque poseen un amigo íntimo, pertenecen a una camarilla o están incluidos en la mayoría de las actividades de sus coetáneos. Muy pocos preadolescentes son unánimemente populares. Sólo de un 15 a un 25 por 100 suele tener un nivel mínimo de aceptación inferior a las necesidades mínimas de desarrollo de su popularidad.

Los efectos que ejerce el grado de aceptación sobre la conducta del preado-lescente de once a trece años son varios. El preadolescente popular se siente seguro y feliz. Al sentirse seguro de la posición que ocupa en el grupo, puede alejar su atención de sí mismo y de sus problemas e interesarse por otras cosas. Esto le convierte en un miembro cooperador del grupo y en un amigo simpático para quienes no tienen la misma suerte que él. En contraste, el amigo muy popular, la estrella, se halla a veces más apartado del grupo y no está a la recíproca con éste, ya sea por indiferencia o porque no desea mostrar favoritismos y enemistarse así con los amigos.

El preadolescente impopular se siente infeliz e inseguro. La falta de popularidad puede ejercer sobre la conducta del preadolescente cualquiera de estos efectos:

- El primer efecto, actuar como forma de motivación para adquirir prestigio por otras vías, en la esperanza de merecer así la aceptación del grupo. Por ejemplo, el aislado puede esforzarse por lograr un extraordinario rendimiento escolar, en el deporte, etc. Esta tendencia puede prolongarse en la vida adulta, especialmente si estas actividades compensatorias son reconocidas por aquellos que le desdeñaban en su preadolescencia.

- El segundo efecto es tornarse agresivo en sus relaciones sociales; fanfarronea, miente, es fátuo y busca una posición de notoriedad. Estas son compensaciones a su frustración.

- El tercer efecto es que este aislamiento fomenta el desarrollo de satisfacciones sustitutivas, tales como los ensueños excesivos, las formas solitarias de diversión (lectura, TV, estudio, etc.), de modo que le queda poco tiempo para las actividades sociales.

- El cuarto efecto, finalmente, de este aislamiento es la evasión del ambiente en que se ve forzado a vivir aislado. Muchos preadolescentes abandonan la enseñanza al final del período obligatorio, no acaso por el fracaso escolar o falta de interés, sino a falta de su aceptación social.

Los efectos ejercidos por la falta de aceptación social sobre la persona del preadolescente son mucho más duraderos y profundos de lo que generalmente se cree. Ningún adolescente puede evitar el desarrollar sentimientos de incapacidad e inferioridad cuando nota que los demás no le aceptan.

La forma como el preadolescente descubre lo que los otros piensan de él o si le aceptan, no constituye un asunto de pura casualidad e intuición. Existen, en la conducta de los demás, indicios que le expresan cómo se le considera:

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- El tratamiento de los demás. El popular se ve solicitado, rodeado por todos, le llaman por teléfono, le invitan a participar en las actividades y sus opiniones son respetadas. El impopular, por el contrario, no se siente bien recibido, se le ignora, ridiculiza o critica. No se le invita a las fiestas, en los deportes es el último en ser elegido pese a que sus habilidades sean buenas.

- El término (nombre o sobrenombre) con que los compañeros designan a uno dice mucho de lo que piensan de él. Se ha encontrado que los que son llamados por sobrenombres y por nombres abreviados suelen ser más populares.

- Los comentarios; lo que los demás dicen de uno. Habitualmente los comentarios de muchos preadolescentes son de una franqueza brutal. Además, a los adolescentes les encanta chismorrear; adquieren un sentimiento de superioridad al poder transmitir lo que han oído sobre los otros. Con frecuencia la versión es adornada por el narrador para aumentar su interés.

No existe un factor particular que determine la aceptación social del preado-lescente, si bien algunos de ellos desempeñan un papel más importante que otros. Los siguientes factores influyen en mayor o menor grado: 1) la primera impresión que se han formado de un chico los compañeros al presentarse ante ellos; 2) su aspecto personal, su apariencia exterior atractiva; 3) el concepto que tiene de sí mismo: existe notable relación entre la aceptación del propio yo y la aceptación de los demás, así como una notable relación entre el rechazo de uno mismo y el rechazo por parte de los demás; 4) la salud puede ser un factor decisivo; 5) la posición socioeconómica; 6) la inteligencia: al menos la posición de un nivel lo suficientemente alto como para permitir al individuo que tome iniciativas en las actividades de grupo; 7) el grado de actividad: el adolescente aprende mucho haciendo algo para los demás, adquiere aplomo y confianza en sí mismo y se hace reconocer por los otros; 8) la posesión de habilidades; 9) la aceptación de los valores del grupo; 10) el tipo de personalidad: es quizás el factor más decisivo en la aceptación del adolescente. El individuo aceptado suele ser expansivo, simpático, objetivo, dinámico, generoso, entusiasta y afectuoso. En contraste, el rechazado suele ser reservado, aletargado, introvertido, reconcentrado, tacaño, frío. Los problemas y perturbaciones de la personalidad también disminuyen la posibilidad de aceptación del individuo.

c) El impulso a la agresión gregaria. La tercera fuerza que más favorece el desarrollo social en esta edad de los once-trece años es la necesidad de asociarse a los demás, de pertenecer a un grupo como medio de recuperación de la seguridad que, al emanciparse del hogar, se va perdiendo. Pero este impulso asociativo es aún en esta edad de naturaleza gregaria. En los grupos, la característica dominante es la masa; en su magma colectivo, de vínculos emocionales, se sumerge el individuo de modo anónimo e impersonal.

A esta tendencia a pertenecer a un grupo se agrega cierta propensión a ser subyugado por un líder y ser dirigido por él. De este modo, la cohesión del grupo se logra en parte extrínsecamente. El líder surge de modo más o menos espontáneo y su prelación se debe a formas primarias de energía: inteligencia, fuerza, estatura, habilidad, posesión de instrumentos o medios de diversión, etc. La función de líder es

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en esta fase inorgánica, como ya indicábamos, la de pastor de rebaño.

En este grupo-masa, el individuo, al romper con él, se desasosiega y sólo encuentra alivio, como las ovejas acostumbradas a ir siempre juntas, cuando logra incorporarse nuevamente a la grey. Esta satisfacción que le produce el re-agrupamiento refuerza en él la tendencia de modo que, cuando vuelve a rezagarse, sentirá un mayor impulso a la incorporación. El pertenecer al grupo se convierte en gratificante y la simple aglomeración se transforma en un estado y casi en una manera de ser.

d) La rivalidad. La rivalidad aparece en el ser humano desde los primeros meses de su existencia. Con todo, cuando más se acentúa es al aparecer la prea-dolescencia. Según el psicoanálisis, esta reactivación de la rivalidad está relacionada con la agresividad del instinto sexual en el período puberal. Pensamos que, sin desechar esta hipótesis, la rivalidad puede estar relacionada con las numerosas frustraciones que tanto las limitaciones personales como la realidad externa imponen en estos años a los preadolescentes.

Esta rivalidad suele manifestarse en forma de riñas y peleas. Mas las peleas no tienen, con todo, por qué ser siempre expresión de hostilidad; en ocasiones pueden servir al preadolescente para demostrar simplemente su prestigio o superioridad ante los otros. La rivalidad puede ser interindividual, grupal o intergrupal.

- En la rivalidad intragrupal la pelea suele producirse generalmente por la provocación de uno de los componentes del grupo que suele ser más agresivo, al cual responde otro o los demás con una forma de defensa que devuelve la agresión; por ejemplo, la verbal. No implica, como hemos dicho, enemistad y, casi siempre termina con la reconciliación, libre de resentimientos. Esta agresividad individual suele aumentar en los muchachos preadolescentes de hogares donde impera el castigo o cuyos padres han demostrado hostilidad o rechazo. Existen otros modos de expresar agresividad en el grupo: la tozudez, el egocentrismo, el dominio, la discusión, la obstinación, la impulsividad.

- La tensión agresiva acumulada de los individuos puede trasladarse al conjunto del grupo. Esta agresividad puede manifestarse entonces de modo antisocial con actividades delincuentes. Pero también en formas adaptadas, tales como las competiciones en clase, las carreras, los equipos de juego, etc. La impulsión agresiva, en ocasiones puede nacer del líder del grupo que impregna al mismo de la atmósfera que induce a los miembros a la participación en la agresión.

- La rivalidad, por último, puede ser intergrupal. A medida que van apareciendo razones intrínsecas para las actividades asociativas, la rivalidad con otros grupos se convierte en cooperatividad de todos los componentes del equipo ante las dificultades y el riesgo de la empresa.

La experiencia de Sherif (1965) demuestra la fuerza cohesiva de la rivalidad. De dos pandas rivales formó dos nuevos grupos para competir en juegos deportivos, de suerte que todas las parejas de amigos estuvieran enfrentados, cada uno con su contrario. Pronto la mayoría de los amigos habían reñido. La rivalidad del equipo había podido más que la amistad. La rivalidad, con todo, puede adquirir grados violentos de

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encono y enfrentar a grupos numerosos; choque entre diferentes grupos de la misma o distinta barriada por afán de disputarse la hegemonía o un objeto apetecido por todos. Cuando las pandillas se manifiestan a un nivel bajo de organización, obedecen a tendencias gregarias y se convierten en fácil rebaño de líderes poco escrupulosos de maneras rudas.

e) La diversión. El muchacho se divierte en compañía de otros de su edad. Necesita jugar y emplear el ocio en la forma en que lo hacen los demás. Las clases de juego y los estilos cambian. Hay modos y temporadas en las diversiones. Por otra parte, el grupo da importancia a las habilidades que son fundamento de prestigio en su momento evolutivo: la fuerza, la agilidad, el ingenio... Más adelante asedia al preadolescente el aburrimiento, el tedio, la soledad; todo ello se desvanece como nube en el bullicio del juego y del deporte.

3.5. Las pandillas entre los preadolescentes

A las pandillas de la infancia, grupos más bien gregarios y frágiles, sucede en la preadolescencia un tipo de pandilla o grupo, más evolucionado y estructurado; de mayor cohesión entre sus miembros.

La pandilla de preadolescentes es un pequeño grupo, exclusivo, no integrado por parientes, informal y de relaciones cara a cara. No posee reglas de organización, pero existe un común conjunto de valores. Un sentimiento del nosotros hace que los miembros de la pandilla piensen y actúen de manera similar. La pandilla se halla reunida alrededor de un conjunto de preferencias y aversiones compartidas que vinculan a los miembros y que los separa de otros grupos, y alrededor también de una posición social semejante en la comunidad o clase.

Existe una inmensa participación emocional que se expresa de dos maneras:

- Entre los componentes incluye profundos sentimientos de amistad y res-ponsabilidad de prestar ayuda en épocas de necesidad.

- Con relación a otros grupos y a las experiencias externas, la pandilla tiene prioridad, incluso, por encima de la familia de sus miembros.

a) Formación de la pandilla de los preadolescentes

La pandilla suele estar integrada al principio de la preadolescencia por individuos del mismo sexo. A medida que se desarrollan los intereses heterosexuales, las pandillas suelen ser mixtas. En una investigación realizada al respecto (Moraleda, 1980) se encontró que, a partir de los trece años, en el 62 % de los chicos y el 44 % de las chicas, las pandillas son ya mixtas.

La pandilla típica suele estar integrada por cuatro o cinco individuos de intereses similares y entre los que existe un vínculo de admiración y afecto mutuo. Cuando crece la pandilla, por lo común se divide en varios grupos más pequeños. Existe acentuada tendencia a limitar la filiación de una pandilla cuando el aumento de número de

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integrantes pone en peligro la intimidad del grupo.

Una pandilla puede durar poco tiempo. Pero la mayoría persiste, incluso, hasta los años de la madurez. Las pandillas femeninas suelen estar ligadas más estrechamente que las masculinas y mostrar más resistencia a la integración de nuevos miembros. Esto plantea problemas a veces a ciertas chicas que tienen que cambiar de barrio o escuela.

b) Normas de la pandilla

Las pandillas no se forman según reglas fijas ni son planeadas de modo consciente por los preadolescentes. Sus integrantes se eligen puramente sobre una base intuitiva de preferencias o aversiones sin tener en cuenta ningún objetivo consciente determinado por los valores. Los individuos con valores e inquietudes análogas se sienten atraídos de modo informal, clase similar, etc. Cuando un preadolescente ingresa en una pandilla, se considera que habrá de adaptarse a las normas de los demás miembros y que comparta sus inquietudes. Cuando no ocurre así o no se sienta dispuesto a adaptarse al patrón de conducta adoptado por el grupo, se separa o es separado por los otros integrantes.

La admisión de nuevos miembros y el rechazo o expulsión de constituyentes antiguos se realiza sobre la base de controles informales. Sin embargo, la mayoría de los preadolescentes son cautos en cuanto a admitir en su grupo a un miembro sin asegurarse primero de que el individuo encajará. Como señala Hollingshead (1965), la pandilla posee una tabla de valores más o menos común, la cual determinará a quién habrán de admitir, lo que habrán de hacer y cómo habrán de censurar al miembro que no se ajuste a los valores.

c) Papeles de la pandilla

En cualquier grupo existe siempre una organización y una estructura. A grandes rasgos funciona así:

1) El líder. Reúne distintas cualidades: popularidad, simpatía, competencia; goza de prestigio aunque no siempre sea la persona más popular, sino más bien la más competente y eficaz. Es capaz de reunir al grupo en torno suyo y darle cohesión. Generalmente la información se concentra en torno a él. Él sabe todo y está al corriente de todo. El grupo le concede la autoridad y, por consiguiente, él escoge y decide. Puede comportarse como un tirano o ser comprensivo o democrático -depende de lo que el grupo le tolere- pero normalmente el grupo funciona siempre con un líder.

2) El segundón. Es el hombre de confianza del líder y le ayuda. Soluciona problemas inmediatos, recibe quejas, trasmite deseos, etc. Sirve de intermediario entre el jefe y los demás miembros del grupo y a veces también en el exterior. Con frecuencia es también un buen organizador, pero que carece de la autoridad para funcionar como líder; puede darse el caso de que en una pandilla haya varios segundones, pero entonces suelen producirse fricciones y oposiciones.

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3) El contralíder. Posee cualidades que le hacen apto para ser líder. Si hay alguna oposición se pone a la cabeza de la misma. Si no la hay, procura fomentarla y reunir a los descontentos a su alrededor. Surge entonces el conflicto entre los dos líderes. Si la crisis es demasiado fuerte y no se consigue una conciliación, el grupo estalla, aunque más tarde puede reconstruirse la unidad, si el enfrentamiento no ha sido demasiado violento.

4) El disidente. Casi todas las pandillas poseen un disidente: es el que nunca hace nada como los otros, el que se salta las normas del grupo y obra como si no existieran. Con frecuencia siembra la confusión insinuando ideas nuevas, rechazando las costumbres comunes. A veces el grupo acepta trabajar con él, otras veces no le puede tolerar. Casi siempre atrae y repele a la vez.

5) Los indecisos. Forman el grueso de la pandilla. Pero eso no quiere decir que no piensen o que no tengan opinión: lo que pasa es que se sienten arrastrados por el líder (o el contralíder).

Toda esta descripción es un poco general y teórica. Corresponde a tendencias naturales y es el resultado de la dinámica normal del grupo, que le lleva a organizarse y jerarquizarse. Sin embargo, en la actualidad, los preadolescentes viven un ansia tan grande de igualdad, que rehusan este reparto de papeles e intentan afanosamente encontrar otro tipo de estructura.

d) Actividades de la pandilla.

El rasgo más característico de una pandilla es la forma en que los miembros de ésta planean estar juntos y encarar las situaciones juntos. Suelen reunirse antes de empezar la clase, entre clase y clase, en los recreos, después de las clases, en los ratos libres y en las actividades recreativas y extraescolares. Hollingshead (1949) encontró que, el estar juntos y hacer las cosas juntos consume de un 64 % a un 99 % del tiempo libre de un preadolescente.

La pandilla se integra alrededor de una serie de actividades o inquietudes orientadas a conseguir diversos objetivos (evasión, aceptación, diversión, etc.). En una investigación realizada por Moraleda (1980) se encontró que las actividades más frecuentes en las pandillas de los adolescentes españoles de trece años eran las siguientes, por orden de preferencia:

Actividades más frecuentes Chicos Chicas

Salir juntos y hablar de sus cosas 61 % 60% Practicar un deporte 34 % 24 % Salir de excursión 31 % 27 % Bailar 31 % 21 % Ir al cine 30 % 38 %

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Reunirse en un club 21 % 25%

e) Problemas que puede plantearla pandilla

Unos pueden ser problemas relacionados con los individuos que la forman, otros, concernientes al grupo en general. Los principales son los siguientes:

- Siempre hay enfrentamientos individuales entre algunos miembros del grupo que no llegan a entenderse: rivalidad, agresividad, divergencias.

- Cuando el contralíder tiene peso, agrupa alrededor suyo a la oposición y a los descontentos. Entonces pueden ocurrir dos cosas: se echa mano de la violencia o uno de los dos se va, a no ser que se llegue de alguna forma a la recon-ciliación.

- Cuando el disidente hace la guerra por su cuenta, siembra la discordia y la confusión en el grupo, sobre todo cuando el bloque no es suficientemente fuerte para resistirle y no sabe ni excluirle ni integrarle.

- El líder puede resultar demasiado autoritario o, al contrario, muy blandengue; entonces el liderazgo cae en crisis. Ni el "dejar hacer" ni la tiranía satisfacen al grupo porque sus miembros tienen entonces la impresión de no poder realizarse ni llevar adelante nada.

- Por otra parte están también los innovadores, los que siempre quieren cambiarlo todo (con frecuencia son muy mal acogidos). Modificar las costumbres, introducir nuevos métodos o ideas, suscita desconfianza y resistencia.

- Ser miembros de una pandilla implica que cada uno acepte las reglas de funcionamiento, los valores, sus principios particulares y se adapte a ellos. Estos son signos distintivos que definen claramente a la pertenencia a la pandilla. Siempre aparecen tensiones cuando se critican las normas, se rehusan o se las retira del juego.

El lazo de un objetivo común es fundamental para cimentar el grupo; sin embargo, los participantes pueden sentirse decepcionados y manifestarlo claramente, si no funcionan las cosas como ellos quisieran. En este caso pueden surgir los problemas.

- Una causa muy corriente de conflicto es la falta de cohesión en la pandilla. Sus miembros se reúnen para realizar una serie de actividades en común, pero a veces los objetivos que se persiguen en cada una de esas actividades pueden ser diversos, según los miembros. De ahí que se produzca a veces el clásico "cada uno para sí", pero en colectividad.

- Finalmente, una pandilla puede morir de muerte natural después de muchas convulsiones y disputas. Es natural, porque la pandilla responde muchas veces a necesidades pasajeras de sus miembros y éstos evolucionan y cambian. La pandilla pierde su sentido y su utilidad.

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3.6. El ajuste en la escuela. El fracaso escolar

La escuela desempeña durante los años de la llamada Educación Secundaria Obligatoria, un importante papel en el desarrollo personal del preadolescente. La escuela le ayuda, en efecto, a dominar destrezas intelectuales nuevas, a adquirir un sentimiento de orgullo por la calidad de su propio trabajo, a perseverar en la solución de problemas y a formular metas de largo alcance, a adquirir relaciones más amplias y más significativas con los compañeros de su misma edad.

En estos aprendizajes, muchas veces decisivos de su desarrollo personal, están involucrados no pocos elementos diferenciales que hacen que este desarrollo no sea igual para todos los preadolescentes. Los más significativos son:

- Factores relacionados con el propio preadolescente: aptitudes intelectuales, estrategias de aprendizaje, historia personal de éxitos o fracasos en el estudio, motivaciones intrínsecas, expectativas, etc. (Beltrán y Moraleda, 1987).

- Factores relacionados con la interacción profesor-alumno. La investigación actual se ha centrado sobre todo en dos: los estilos de enseñanza ejercidos por el profesor y las expectativas de éste sobre el rendimiento de sus alumnos (Beltrán y Moraleda, 1987).

Sobre el primero de los factores, el estilo de enseñanza, Bennet (1976) ha encontrado que existe una relación entre dicho estilo, según sea progresista, tradicional o formal y el rendimiento de sus alumnos y su comportamiento en el aula. Coherentemente, los alumnos de clases tradicionales o formales se ocupan, al parecer, más a menudo de la actividad del trabajo y tienen mejor rendimiento que los de las clases progresistas o liberales.

Sobre el segundo de los factores, las expectativas del profesor sobre sus alumnos, Rosenthal y Jacobson (1968) han encontrado que éstas son un poderoso determinante de la interacción en la clase hasta tal punto que estas expectativas llevan al profesor a reaccionar de una manera diferenciada, positiva o negativa, con respecto de dichos alumnos. Pero que al mismo tiempo estas expectativas llevan a los alumnos a responder de forma diferenciada, acercándose a los niveles de exigencia de las expectativas que, de esta forma, influyen decisivamente en el rendimiento académico. Es la profecía que se cumple automáticamente. Cuando estas expectativas son positivas, sus efectos son beneficiosos; pero cuando son negativas, sus efectos pueden comprometer seriamente no sólo el rendimiento académico, sino incluso la autoestima personal y los mecanismos motivacionales de los alumnos (Beltrán, 1986).

- Factores relacionados con la familia. Varios son los factores que pueden encontrarse en la base de muchos ajustes o desajustes escolares en esta edad. Uno de ellos es el nivel cultural de la familia. Este nivel presenta unas caracte-rísticas que, según Douglas (1964), Bernstein (1975), Bereiter y Engelman (1966) y Moraleda (1987), condicionan en muchas ocasiones el éxito escolar de los preadolescentes. Otro factor es el modo de valorar la familia el trabajo esco-lar de sus hijos. Existen padres para los que el ir a la escuela es poco menos que

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perder el tiempo; otros que, por falta de cultura o de tiempo, se niegan a seguir el trabajo de sus hijos; y otros, por ultimo, que si se preocupan de dicho trabajo escolar, es de modo minucioso, abusivo e irritante, movidos muchas veces por ambiciones excesivas sobre sus hijos (Martínez, 1980). El resultado es que les llevan a desanimarse e incluso a abandonar los estudios tan pronto como pue-den. Un tercer factor, finalmente, es el clima familiar que, según sea equilibrado o problemático, incide de modo decisivo en la adaptación escolar y rendimiento académico de los alumnos (Arana y Carrasco, 1980).

- Factores relacionados con el grupo de iguales. Es un hecho evidente que, aparte de las variables anteriormente citadas, los compañeros de clase juegan también un papel muy importante en el ajuste o desajuste escolar de cada preadolescente. Los compañeros sirven de modelo o punto de referencia de nor-mas, valores, actitudes respecto al estudio y formas de comportamiento escolar. El hecho de que, para la mayoría de los compañeros, el buen rendimiento esco-lar vaya asociado al prestigio personal será mucho más estimulante que en el caso contrario. Pero los compañeros son también fuente de refuerzo de las con-ductas escolares; lo que contribuye muchas veces de modo decisivo a que los alumnos acepten ciertas normas o valores o bien los rechacen, según la acogida gratificante o aversiva de sus compañeros (Solomon y Kendan, 1979).

Un tema de plena actualidad en estos años es el del fracaso escolar. La de-serción y abandono de los estudios se presenta candente sobre todo al final de esta etapa, al coincidir con el término de la educación secundaria obligatoria.

Una forma de estudiar el fracaso escolar en este período es tener en cuenta sus aspectos cualitativos, es decir, los resultados obtenidos en el estudio. Los criterios que suelen manejarse en esta consideración son los siguientes: 1) El de la repetición de curso. Encuestas realizadas en Francia, Bélgica e Italia entre los años 1960-70 llegan a encontrar que los alumnos repetidores en los últimos cursos de la 2' etapa de educación general básica oscilan entre el 27 % y el 50 %; 2) el criterio de insuficiencia. Según los datos publicados por el periódico español de información educativa "Comunidad escolar" del 15/30 de noviembre de 1984 (MEC), en el curso escolar 1980-81 no obtuvieron el certificado escolar el 34 % de los preadolescentes y en el curso 1981-82, el 33 %. Es decir, que según esta encuesta, uno de cada tres preadolescentes españoles aproximadamente no logró el título de graduado escolar; lo que, en términos sociológicos equivale a un fracaso académico. Fracaso que, en la mayoría de las veces, suele ir acompañado por el abandono de los estudios.

Otra forma de abordar el fracaso escolar en este período es su consideración cualitativa. Es decir, como estado de frustración al que llega el preadolescente al no conseguir las metas escolares normales que se había propuesto. Según Beltrán y Moraleda (1987), dos son los componentes psicológicos que pueden intervenir en el fracaso escolar: 1) Una experiencia interiorizada de dicho fracaso, vivido ya sea como fuente de conflicto, sentimiento de culpabilidad, fuente de humillación, sentimiento de impotencia, falta de expectativas de logro, miedo o ansiedad neurótica. 2) Un sentimiento de frustración en relación con la experiencia negativa del aprendizaje

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escolar. Esta experiencia negativa de falta de éxito escolar sólo se convierte en frustración, en sentimiento de fracaso auténtico, cuando es interpretada por el alumno como amenaza para su personalidad; sobre todo, para la opinión que tiene el alumno de sí mismo y para su seguridad psicológica. No todos los alumnos reaccionan, en efecto, ante la experiencia del fracaso del mismo modo. La diferencia estriba en cómo cada uno ha desarrollado su capacidad de tolerancia a la frustración o capacidad para resistir las dificultades inherentes al fracaso escolar sin recurrir a un comportamiento inadecuado.

3.7. Desarrollo de la conducta moral y formación de juicios de valor

Como ya quedó explicado en capítulos anteriores, la moralidad es un tema multidimensional. Al considerar su desarrollo en los preadolescentes necesitamos saber no sólo cómo cambia la ideología moral en ellos, sino también el desarrollo de su pensamiento, de su interés hacia las demás personas, su habilidad para expresar este interés y estos criterios en la práctica y su voluntad de transformarlos en acción apropiada, en conducta moral.

a) El pensamiento moral de los preadolescentes

Ya en la niñez comenzaba el sujeto, según veíamos anteriormente, a dar a los preceptos y prohibiciones una validez propia distinta del valor que les pudieran dar con su autoridad los padres. Con todo, es en este estadio cuando el preadolescente, gracias al progreso del pensamiento y a la facultad de juicio crítico, va siendo capaz de captar el significado de los principios morales en su valor objetivo y universal distinto de las normas puramente arbitrarias o convencionales.

En relación con este progreso de la razón, pero sobre todo con el descubrimiento de su mundo interior, hay que situar el descubrimiento de la importancia que tienen las motivaciones en la conducta de los hombres; este descubrimiento va a repercutir de modo decisivo en su concepción de la moral: el valor moral de las acciones no se definirá ya sólo por la conformidad material con la ley, sino también y sobre todo por la intención de respetarla en su espíritu más que en la letra. Una ley que no cuenta con la intencionalidad y circunstancias de quien realiza los actos éticamente enjuiciados es, piensa el preadolescente, éticamente injusta.

En relación igualmente con este progreso de la razón y con el descubrimiento de su mundo interior -descubrimiento que suele ir acompañado frecuentemente de una profunda tendencia egoísta, de inflación del yo- hay que situar también la inclinación de los preadolescentes a apoyarse sobre su juicio personal para decir lo que está bien o mal. El preadolescente piensa que puede ser correcto el que un individuo adopte una actitud contraria a las expectativas de los otros si la conciencia así se lo dicta.

La objetividad en los criterios morales no siempre es constante en los prea-dolescentes y se ve amenazada en ellos frecuentemente por diversos factores: el intenso tono afectivo de la vida de los preadolescentes que hace que sus juicios sean, muchas veces, más afectivos que racionales; la inseguridad unas veces y el deseo de

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autoafirmación otras, que le llevan también a una serie de situaciones típicas: la oscilación entre una moral de obediencia y sometimiento a los criterios morales de los padres o el rechazo de plano de dicha moral, entre sentimientos de culpa e insuficiencia originados por el análisis continuo de motivos y la intransigencia hacia los demás.

Criterios 1980 1992 1. Por los criterios que han enseñado mis mayores a los que respeto 17,2 22 % 2. Por lo que me indica mi propia conciencia y reflexión personal 39,6 38% 3. Por mis propios criterios. Pero cuando dudo, consulto conciertos adultos

42,9 65%

Figura 31. Criterios por los que se guían los preadolescentes para saber si una cosa es moralmente buena o mala. (Tanto por ciento de preadolescentes que responden a cada

cuestión en los años 1980 y 1992.) (Moraleda, 1992).

b) Naturaleza y orientación de los motivos morales

Según Norman Willian (1970), los motivos morales pueden estar relacionados con dos dimensiones: la irracionalidad o racionalidad (dimensión a la cual ya hemos aludido en cierto modo en el apartado anterior) y la referencia al yo o a los otros. Combinando ambas dimensiones se obtendría el siguiente esquema en el cual pueden encontrarse cuatro tipos de moralidad distinta:

Racional Obediencia Yo Conveniencia

Evitación de culpa Inhibición raciona, «Ego ideal»

Otros Simpatía Generalización teórica Utilitarismo racional

Autoritarismo Conformismo Legalismo Medios masivos de comunicación

Según Peck y Havighurt (1960) existe entre estos tipos de moralidad una se-cuencia de desarrollo que en líneas generales vendría a quedas representada en el siguiente esquema:

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Desde estos principios teóricos cabe preguntar: ¿A cuál de estos tipos co-rresponde la moralidad de los preadolescentes y cuál es su orientación? Según los datos de una investigación de Moraleda (1992), parece so-r que pueden llegarse a las siguientes conclusiones (figura 32):

a) La mayor parte de los preadolescentes dan respuestas de tipo racional o altruista (items d y e). Es decir, justifican su comportamiento moral de un modo racional, pero al mismo tiempo lo basan en una percepción e!,-- los sentimientos y necesidades de los otros. Esta justificación racional se refiere no tanto a captar el significado de los principios morales en su valor universa.- y objetivo a que aludíamos en el párrafo anterior, como a la aptitud del preadolescente para reflexionar sobre los motivos que le impulsan a actuar y sobre todo a la aptitud para actuar racionalmente y de acuerdo con unos principios morales. Ambas aptitudes son distintas, aunque se complementan.

La orientación altruista, el más alto nivel de madurez r.-toral según el esquema de Peck y Havighurst, supone en estos preadolescentes no sólo la posesión de un conjunto de principios morales, sino su aplicación con flexibilidad y objetividad, teniendo en cuenta si las consecuencias de los a( -.;tos son buenas o perjudiciales para los demás.

Años 1980 1992 a) Si eres bueno con los demás, terminarán éstos por quererte 57,1 61 % b) Portarse mal te degrada como persona 70,5 51 % c) No sé por qué, pero ser inmoral me repugna 68,1 40% d) No se debe hacer nada que perjudique a los demás 89,3 69% e) Si todos evitáramos el mal, el mundo sería mejor 90,0 73% f) Existen unas leyes divinas que debemos cumplir 66,2 29 % g) Yo no me privo de nada. Eso es de tontos 17,9 14% h) Hay que ser fiel a lo que nos han enseñado 37% 36%

Figura 32. Motivos por los que los preadolescentes se conducen moralmente. (Tanto por ciento de adolescentes que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho'. Los resultados corresponden a los

años 1980 y 1992.) (Moraleda 1992).

b) Aunque la característica general sea la de una moralidad racional y al-truista, las respuestas de los preadolescentes denotan, no obstante, restos de estadios de evolución aún no superados. Así, un porcentaje considerable junto a las respuestas racionales y altruistas da también otras de tipo irracional (items a, b y c). Se trata de un juicio moral intuitivo que a veces puede ser debido, es verdad, a la inhabilidad de los sujetos para expresarse adecuadamente, pero que en general denota algo más profundo: la presencia de una inhibición irracional, como lo demuestra el hecho de que muchos de estos sujetos son capaces de razonar muy bien en otras cuestiones. Pero también son juicios morales orientados primariamente al bien del propio yo, en los que

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se hace referencia a alguna versión ideal de sí como norma de comparación. No ha de extrañar la presencia de este tipo de juicios morales en este estadio, que se caracteriza, como se sabe, por un idealismo narcisista.

c) Cabría señalar la presencia igualmente en este estadio de un tercer tipo de respuestas significativamente representativas. Se trata de respuestas obedienciales (items f y h): fidelidad a Dios o fidelidad a padres y educadores.

c) La conducta moral

Según Wright (1974), existe una tendencia a que el altruismo moral y la re-sistencia a la tentación se den de forma simultánea. Esto tal vez explique, al menos en parte, el hecho de que paralelamente a los progresos de la socialización en esta edad se de una mejora en la conducta moral: casi la mitad de los sujetos encuestados (Moraleda, 1980-1992) indican que "casi siempre actúan conforme a sus principios morales". Ambos rasgos, en efecto, tanto el deseo de ayudar a los otros como el deseo de no causarles daño, son dos caras de una misma moneda.

Con todo, también es un hecho constatado por la mayor parte de los psicólogos que en un sector representativo de la preadolescencia suele darse un descenso en la conducta moral y un aumento en la delincuencia y el gamberrismo. El hecho de que los preadolescentes tengan un conocimiento de lo que es bueno o malo o incluso logren una cierta madurez de pensamiento moral, no garantiza

¿Actúas siempre conforme a tus principios morales?

1980

a) Casi siempre 41,2 b) A veces 49,0 c) Casi nunca 6,8 d) Nunca 2,6

Figura 33. Conducta moral de los preadolescentes. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúa cada cuestión. Los resultados corresponden al año 1980.) (Moraleda, 1980).

una conducta concordante con dicho conocimiento y maduración. En nuestra citada investigación hemos encontrado, en efecto, que la mitad de los preadolescentes encuestados manifiesta no actuar sino a veces, casi nunca o nunca, conforme a sus principios morales, pese a que traten de hacerlo (figura 33).

Se han intentado dar explicaciones de tal discrepancia. Uno de los motivos más poderosos, se ha dicho, es la presión del grupo de compañeros; a la que habría que añadir la de ese otro grupo más global, el de su generación, el de la sociedad en general, portadores muchas veces de auténticos contravalores, cuya renuncia por parte del preadolescente, de personalidad poco estructurada y en plena crisis de identidad, puede llevarle a la sensación de inadaptación.

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Otra explicación de esta discrepancia se encuentra en la escisión que encuentra el preadolescente entre los impulsos instintivos y la atracción de los valores. La voluntad de los individuos casi nunca puede frente a los violentos impulsos que ahora aparecen en su interior. Por eso, en estos momentos de crisis en los que el preadolescente se deja hundir de una forma apática o tratándose de naturalezas particularmente débiles, descarga el impulso por encima del pensar y el querer en una reacción mecánica; en estos momentos se producen acciones de cortocircuito debido a la desconexión del estrato personal: huida repentina de la escuela y del hogar, vagabundeo, robo, vandalismo, etc. Todas estas acciones sirven al preadolescente para librarse de la opresión interior. También es frecuente en estos casos que el preadolescente, para librarse de la angustia que le produce el conflicto de ambas tendencias, recurra al mecanismo de la intelectualización. Debido a él es posible escuchar al preadolescente hablar sobre valores morales y defenderlos con el más alto entusiasmo, a la par que su conducta dista lejos de acomodarse a los mismos.

Una tercera explicación cabría añadir, aunque esta es más bien propia de edades más avanzadas: la delincuencia en sus múltiples formas es para algunos preadolescentes fenómeno de rebelión violenta contra las normas de una sociedad a la que no aceptan. Es asombroso constatar cómo en nuestra investigación citada (Moraleda, 1980-1992), un porcentaje bastante significativo de sujetos manifiesta no aceptar la moral de la sociedad adulta en que viven, por hipócrita y puramente convencional (figura 34). De ellos, un grupo importante opta por actuar espontáneamente sin preocuparse de dichas normas y otros romper violentamente y provocar a los adultos para hacerles ver con su conducta lo ridículo de su modo de proceder.

Años 1980 1992

a) La moral de la sociedad es hipócrita e interesada. Lo importante es actuar sin preocuparse de tantas normas convencionales.

29% 39%

b) Como no es fácil cambiar la moral de la sociedad, lo mejor es romper con ella y provocarla para hacerla ver su modo ridículo de proceder.

10% 22

c) Acepto la moral de la sociedad, pues, pese a sus fallos, creo que es lo mejor para mí. 59% 18%

Figura 34. Actitud ante la moral de la sociedad. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los años 1980-

1992.) (Moraleda, 1992).

d) La conciencia moral y las reacciones ala transgresión

Uno de los factores que más contribuyen, sin duda alguna, al conocimiento de la

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conciencia del preadolescente es el descubrimiento de su vida interior que ya en este estadio comienza el niño a realizar. Esto le lleva no sólo a un mayor y más profundo conocimiento de su propia responsabilidad personal, sino a la de los otros.

Mas no todos los preadolescentes alcanzan por igual en esta edad el mismo nivel de desarrollo de la conciencia moral. A través de los resultados de nuestra investigación (1980-1992), nos ha sido posible distinguir tres tipos de reacciones ante la transgresión, que son expresiones de otros tantos niveles de desarrollo moral (figura 35):

a) Reacciones de despreocupación e incluso complacencia ante la transgresión, en un número escaso de sujetos. Supone en estos sujetos la ausencia de conciencia moral.

b) Reacciones, en más de la mitad de los sujetos, de sentimientos de culpabilidad. Sentimientos de angustia por la herida narcisista causada en su yo ideal (me avergüenzo de mí mismo porque esto me rebaja como hombre), o de miedo a ser desechado por el grupo a que pertenece (miedo y desasosiego de que los demás se puedan enterar). Esta angustia y este miedo lleva a los preadolescentes a perder la paz, desalentarles y hacerles pensar que no hay nada que hacer.

Años 1980 1992 a) No me preocupo en absoluto. 4,9 18% b) Me avergüenzo porque me rebaja como hombre. 27,3 34% c) Tengo temor de que los demás se enteren. 12,7 35 d) Lo siento y trato de remediar, pero no por eso me desasosiego. 29,2 51 % e) Me preocupa haber ofendido a Dios. 22,7 37%

Figura 35. Reacciones de los preadolescentes ante la transgresión. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los cursos 1980-

1992.) (Moraleda, 1992).

c) Reacciones de un grupo menos numeroso en el que la disonancia cognitiva que ha producido en ellos la falta priva sobre el sentimiento. El sujeto se da cuenta de que existe una contradicción entre lo que ha hecho y sus actitudes y sentimientos básicos. Puede entonces revisar simplemente la valoración de su propia virtud e intentar reparar lo hecho; pero si está mal dispuesto para hacerlo, puede en cambio demostrarse a sí mismo que el acto, en general incorrecto, era excusable en ese caso; o que la gente que sufrió por su causa se lo merecía. En todo caso, en este grupo no existen sentimientos de culpabilidad inconsciente, sino que el sujeto reflexiona sobre la infracción y toma las opciones adecuadas de modo consciente.

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e) Ideología moral

Cabe hacer una distinción entre lo que una persona dice creer y lo que au-ténticamente cree. Por ejemplo, si alguien afirma que está mal exceder el límite en las ciudades pero lo hace a menudo sin mostrar ningún signo de pesar, podemos inclinarnos a pensar que esa persona no cree "auténticamente" que está mal lo que hace.

En este apartado nos ocuparemos sólo de las creencias expresadas o recono-cidas verbalmente y dejaremos de lado las auténticas. Para ser más exactos, nos interesa lo que los preadolescentes piensan y creen tomando como índice su informe verbal. Bien entendido que entre todas estas creencias y las auténticas suele existir en los preadolescentes una frecuente disparidad, como ya hemos apuntado anteriormente.

Según los datos recogidos en la investigación de Moraleda (1980-1992), el valor concedido por los preadolescentes al siguiente cuadro de faltas morales (figura 36) es el siguiente (si aceptamos que a cada vicio se opone una virtud, fácil será deducir de

Faltas morales 1980 1992

a) Faltas relacionadas con la vida (matar a otro, quitarse la vida) 91,1 88

b) Faltas relacionadas con las relaciones familiares (no atender a los padres, abandono de los hijos) 87,5 82

c) Faltas relacionadas con la justicia conmutativa (no dar el salario justo, abusar de los obreros) 90,8 78

d) Faltas relacionadas con la justicia social (robar, calumniar, no ser fiel a los amigos) 85,2 65

e) Faltas relacionadas con la religión (blasfemar, no rendir culto a Dios) 79,0 32

f) Faltas relacionadas con la moral personal (drogas, alcohol, actos sexuales) 69,6 61

g) Faltas relacionadas con los deberes cívicos (contrabando, no pagar las multas, desobedecer las leyes)

75,5 54

h) Faltas relacionadas con la moral sexual (divorcio, adulterio, relaciones prematrimoniales) 67,0 38

Figura 36. Faltas morales consideradas como más graves por los preadolescentes. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a

los cursos 1980-1992.) (Moraleda, 1992).

aquí la importancia concedida por los preadolescentes a las virtudes morales que el rechazo de estas faltas implica):

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"Grosso modo" varias son las características que se hacen notar en esta catalogación de faltas morales:

a) Las faltas morales más graves para los preadolescentes son las que están relacionadas con los valores más primitivos: la vida y la familia. Valores que en esta edad presentan frecuentes características tabú.

b) Las faltas relacionadas con la justicia conmutativa y la justicia social son consideradas también entre las más graves. Ciertamente que esta sensibilidad hay que relacionarla con los progresos de la socialización. Pero también, qué duda cabe, con las influencias del medio social que en nuestros últimos años está privilegiando estos valores. Con todo, un grupo significativo de estos preadolescentes no valorizan adecuadamente las faltas relacionadas con los deberes cívicos o con la sociedad organizada en su función de control. Ello entraña una implícita y relativa indiferencia por los valores sociales que están en la base de la sociedad en que se vive y una concepción pesimista de dicha sociedad organizada.

c) Entre las faltas consideradas como menos importantes están las relacionadas con la moral sexual familiar y las relacionadas con la moral personal o conductas antiascéticas (drogarse, masturbarse, etc.). La actitud de indiferencia ante tales conductas puede explicarse en parte por factores personales: el individualismo personal y el deseo de que se respete la libertad propia y ajena. Pero también se encuentran en su raíz ciertos factores socioculturales: la influencia de la sociedad en estos casos es tanto más fuerte cuanto que con frecuencia viene avalada por personas de gran prestigio para el preadolescente; la debilitación de la estructura familiar, el tono marcadamente hedonista de nuestra sociedad contemporánea, etc.

4. DESARROLLO PSICOSEXUAL

4.1. La masturbación. Extensión y significado de la misma

Se podría definir la masturbación como la autoestimulación de los órganos genitales para provocar sensaciones agradables. En ella se busca la descarga de la tensión sexual fuera de toda relación real y afectiva con otro. En esto se distingue, por un lado, de la polución o emisión espontánea del semen, que no es buscada y, por otro, de cualquier otra descarga que se espere en el marco de una relación interpersonal, ya sea hetero u homosexual.

a) Extensión y frecuencia de la masturbación entre los preadolescentes

El constatar con qué extensión y frecuencia se da la masturbación entre los preadolescentes puede ser ya un primer paso que nos ayude a comprender no sólo el rango e importancia que ésta ocupa en su vida psicosexual, sino incluso su significado.

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De los resultados obtenidos en una investigación de Moraleda (1980), pueden desprenderse varias conclusiones (figuras 37 y 38):

- La masturbación se presenta como una conducta que se da frecuentemente en la preadolescencia.

- Existen diferencias significativas entre la frecuencia masturbatoria entre chicos y chicas. En las chicas se presenta con una menor incidencia.

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F

1. La represión 7,6 14,7 5,1 14,1 3,7 8,9 8,6 9,3 9,0 31,0 2. La masturbación 49,2 16,3 482 14,0 59,2 8,9 63,7 4,6 54,5 17,9 3. La imaginación de

actividades homo sexuales

40,0 278 12,0 5,8 3,7 5,9 0,5 0,0 0,2 0,0

4. La imaginación de actividades hetero sexuales

32,3 393 37,5 37,1 29,6 38,8 44,8 406 50,0 41 0

5. Las caricias con otros de distinto sexo 15,3 8,1 13,7 12,8 16,6 22,3 29,3 35,9 29,5 28,2

6. Otras actividades heterosexuales 7,7 0,0 1,7 0,0 1,8 0,0 1,7 0,0 2,2 0,0

7. Actividades homo sexuales 3,3 0,0 1,7 0,0 5,5 0,0 3,4 1,5 4,5 0,0

Figura 37. Cómo canalizan los preadolescentes su instinto sexual. (Tanto por ciento de sujetos que evalúa cada cuestión como "bastante" o "mucho".) (Moraleda, 1980).

- Entre los chicos se aprecia un incremento progresivo con los años, incluso como veremos, a través de toda la adolescencia. En las chicas, por el contrario, esta frecuencia tiende a disminuir. Esto parece contradecir la opinión mantenida por algunos psicólogos en el sentido de que la masturbación es un fenómeno típico de los primeros años puberales.

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F 1. Nunca 27,6 37,7 10,3 52,5 11,1 64,1 6 9 71,8 4,5 56,4 2. Rara vez 38,8 50,8 37,9 41,0 12,9 23,8 27,6 18,7 27,2 33,3 3. Varias veces por semana 15,3 1,6 13,7 1,3 31 5 1,5 26,0 0,0 22,7 2,5 4. Casi todos los días 3,0 1,6 8,6 0,0 13,0 2,9 10,3 4,6 9,0 2,5

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Figura 38. Prácticas masturbatorias entre los preadolescentes (%) (Moraleda, 1980).

- En los chicos este crecimiento corre paralelo a la mayor frecuencia de las actividades heterosexuales imaginarias. Es decir, la fantasía sexual va unida a la satisfacción genital. No ocurre lo mismo en las chicas, quienes canalizan su sexualidad preferentemente a través de la imaginación de actividades heterosexuales y en las que no se presenta sino de forma muy secundaria la satisfacción genital.

Tras este rápido recorrido por los datos estadísticos, sería precipitado deducir de esta aparente relación positiva en los chicos y negativa en las chicas entre la frecuencia del fenómeno masturbatorio y la edad, el hecho de que esta relación sea forzosamente necesaria. Si en las chicas la ausencia y desaparición progresiva de la masturbación puede confirmar la opinión de que éste es, en efecto, un fenómeno puberal, también puede ser un síntoma de una mayor represión. Si en los chicos la presencia masiva y recrudecimiento progresivo de la masturbación puede ser la manifestación de un fenómeno natural y necesario en ellos, también lo puede ser de unos controles sociales que le impiden mantener unas relaciones heterosexuales normales, en cuyo caso esta presencia y recrudecimiento sería un fenómeno artificial que en condiciones sociales permisivas tal vez no se daría.

b) Motivos y formas diversas de masturbación

Una aproximación al conocimiento del fenómeno masturbatorio puede ser también el estudio de los motivos conscientes por los que los preadolescentes realizan la actividad masturbatoria. Según los resultados de nuestra investigación (Moraleda, 1980), los motivos por orden de importancia son los siguientes (figura 39):

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F

1. Curiosidad por los fenómenos sexuales 52,0 50,0 45,0 49,0 37,0 51,0 20,0 36,0 20,0 21,0

2. Eliminar la tensión acumulada 33,1 37,1 43,3 26,2 53,3 23,1 47,3 20,1 50,3 39,2

3. La soledad - tristeza 29,3 45,0 21,3 41,2 34,2 36,0 26,5 30,0 22,2 37,5 4. El cansancio 16,0 31,2 16,2 23,2 15,4 23,4 15,5 19,0 6,0 6,1 5. El fracaso – los

contratiempos 22,0 41,3 17,3 24,0 24,6 31,4 22,0 26,5 15,0 27,3

6. La alegría por algún éxito 30,1 36,2 20,0 28,3 23,3 16,6 26,1 10,2 18,2 9,0

7. El imaginar una relación heterosexual 41,0 40,2 49,3 31,2 62,5 34,3 55,0 26,4 48,3 24,3

8. El placer genital 44,0 40,4 45,3 29,0 54,6 20,3 43,3 31,6 34,5 16,3

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9. Otros motivos 10,0 15,1 13,2 7,0 11,0 8,4 1,0 0,0 3,2 6,2

Figura 39. Motivos que llevan a los preadolescentes a masturbarse (%) (Moraleda, 1980).

a) La masturbación es para un 51 % de los chicos y un 32 % de las chicas un acto sustitutivo de la heterosexualidad.

No sería exacto decir que la masturbación proporciona un placer al sujeto idéntico al coito. El espasmo amoroso u orgasmo vivido en la unión, proporciona una seguridad de la que carece la masturbación. En el coito, además, puede existir un aspecto festivo, eufórico, de plenitud excepcional que suele faltar en la repetición monótona de la masturbación, sobre todo cuando en un contexto educativo culpabilizante se ve obligado a encubrirla. Quizá esto explique la decepción y desagrado que un alto porcentaje de los preadolescentes encuestador manifiestan sentir en ella (figura 40), sobre todo a medida que aumenta la edad y la necesidad de una relación heterosexual es en ellos más fuerte.

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F 1. Agrado 60 41 51 19 48 38 34 28 39 34 2. Desagrado 34 30 18 20 31 9 23 8 16 20 3. Vergüenza 27 39 23 34 20 27 17 15 20 20 4. Culpabilidad 25 29 25 28 31 26 34 26 20 25 5. Decepción 20 27 18 19 23 8 21 17 33 27 6. Indiferencia 40 28 17 24 17 13 26 18 15 46 7. Otras reacciones 5 6 4 3 5 1 0 0 2 1

Figura 40. Reacciones ante la masturbación (%) (Moraleda, 1980).

Constatar esto no es desvalorizar la masturbación, sino situarla en su justa medida. Pocos preadolescentes existen, según W. Reich (1973), que teniendo la posibilidad de opción entre las dos formas de placer, eligen la masturbación. Si los preadolescentes y adolescentes se refugian en la masturbación, es porque no les queda otro remedio, ya sea debido a sus dificultades personales o, sobre todo, a las dificultades para comprometerse en una relación heterosexual.

Pese al optimismo de W. Reich en torno a las relaciones heterosexuales entre preadolescentes y adolescentes pensamos que a éstos, debido a su falta de preparación, les resulta difícil dicha relación, por lo que la masturbación les es útil como conducta sustitutiva. El coito resulta a estos sujetos un acto difícil, frecuentemente conseguido por sorpresa o de modo violento. Para una comunicación satisfactoria, es necesario más tiempo y confort del que estos sujetos suelen disponer. Es necesario una adhesión de todo el ser que a ellos les falta aún. Este descubrimiento lento y progresivo de dos seres que se compenetran, es difícil de conseguir para las jóvenes

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parejas de preadolescentes y adolescentes.

Las novelas, revistas y los filmes suelen idealizar el acto amoroso en estas edades. Pero la experiencia del coito en las mismas es, como lo confirman los testimonios recogidos en nuestros sondeos, tan frustrantes como la masturbación.

Si la masturbación reemplaza entre los preadolescentes y adolescentes al in-tercambio heterosexual, no sucede a la inversa. Pese a que en los sujetos en-cuestados, las experiencias heterosexuales aumentan progresivamente con la edad (figura 37), éstas no hacen desaparecer la masturbación, sino que experimenta, por el contrario, como hemos visto, un recrudecimiento. Espaciadas estas primeras experiencias heterosexuales, alimentan en estos sujetos períodos frecuentes de masturbación. Sólo una vida heterosexual vivida en plenitud puede lograr disminuir la masturbación. Pero aun en este caso, suele tender a aparecer en períodos de aislamiento y decepciones, siendo entonces una conducta de sustitución y evasión solitaria.

El miedo de muchos sexólogos es que tanto preadolescentes como adolescentes se instalen en la conducta masturbatoria por satisfacerles plenamente y no salgan de ella. Hay que admitir, con todo, que este riesgo, aparte de los casos patológicos, no suele ser frecuente.

b) La masturbación es para el 45 % de los chicos y el 29 % de las chicas la descarga de una tensión acumulada

La masturbación es, en segundo lugar de importancia para preadolescentes y adolescentes encuestados, una descarga convulsiva que sigue a un estado de hi-peractividad.

Esta hiperactividad puede ser causa de una tensión específicamente sexual. La masturbación se convierte entonces en un medio de distensión, no tanto con miras a la consecución de un placer sexual, cuanto para acabar con una tensión que ha llegado a ser insoportable. Pero esta tensión puede ser también de origen no específicamente sexual. Por ejemplo, un esfuerzo deportivo que ha llegado a crear en el chico una tensión general y un sentimiento de vacío; una noche de fiesta o un día de juerga que ha creado en él un estado de excitación; un fracaso, una ruptura, un examen, la pérdida de algo querido, acontecimientos queridos, acontecimientos todos ansiógenos que crean un sentimiento de opresión en el que es difícil descansar. La masturbación viene a ser entonces la recuperación de la fatiga; trae un sentimiento de bienestar. Si va unida a la ansiedad, se presenta como posible acto regulador de la misma.

Cuando se habla de los inconvenientes que acarrea la masturbación a los es-tudios (fatiga, pérdida de atención, etc.) creemos que frecuentemente se toma el efecto por la causa. La mayor parte de las veces, según hemos podido comprobar a través de los numerosos testimonios recogidos en nuestro sondeo, estos trastornos se producen por la hipertonicidad de las situaciones anteriormente citadas o por la fuerza obsesiva de las representaciones sexuales; deseos de unión heterosexual con otro del que se

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está enamorado. Toda represión personal o inducida de la masturbación reactiva estas representaciones, aumenta la hipertonicidad, fatiga al adolescente y le perturba.

En estos casos la masturbación alivia al preadolescente mejor que la unión heterosexual, ya que aquélla siempre es posible, no necesita compañero y permite barrer de la imaginación las imágenes sexuales perturbadoras y vaciar el cuerpo de su agitación motriz. Con esto el pensamiento se torna otra vez lúcido, apto para el trabajo; o bien el espíritu se tranquiliza, lo que permite al sujeto entregarse dulcemente a un descanso nocturno reconfortador. De este modo la masturbación viene a ser como una especie de somnífero; actúa como un reflejo condicionado.

Según esto, la hipertonicidad lleva a los preadolescentes a masturbarse lo mismo que el hambre les lleva a comer. Hablar sin más de los peligros de la masturbación en estos casos sería como hablar de los riesgos de una indigestión por glotonería, olvidando la función biológica de una equilibrada alimentación.

No pretendemos ignorar con esto todas esas situaciones de fatiga, pérdida de atención, etc., concomitantes a los abusos masturbatorios y a las cuales aluden muchos educadores. Mas volvemos a repetir una vez más que la concomitancia no supone forzosamente causalidad. Si encontramos que un preadolescente se masturba, da muestras de fatiga, no es fácil decir si esa fatiga es la consecuencia de los abusos masturbatorios o tal vez a la inversa, es decir, la que le lleva a masturbarse. Repetimos que el material recogido en nuestro sondeo nos lleva a pensar que es más bien esto último.

c) La masturbación es para el 20,3 % de los chicos y el 30,1 % de las chicas un medio para regular su agresividad.

La agresividad es una forma de tensión que corrientemente está en estrecha relación con la frustración. Si la hemos querido distinguir como categoría aparte sin incluirla en el epígrafe anterior como a primera vista parece normal, es a causa de la importancia que presenta esta forma de tensión en el fenómeno masturbatorio de los preadolescentes y adolescentes encuestados.

Es cierto que la masturbación comporta ciertos componentes agresivos. Su rol regulador sobrepasa a veces su objetivo y las pulsiones más controladas pueden bloquearse o volverse contra el propio sujeto en forma de autoagresión o culpabilidad, como puede observarse concretamente en las respuestas de la figura 40. Pero esta culpabilidad atañe a la estructura global de la personalidad. No es efecto de la masturbación, sino el resultado de una educación represiva de la sexualidad y de la agresividad. En sí misma la masturbación no es más agresiva o autodestructiva que lo puede ser el acto de comer o beber. Quien es agresiva es la sociedad.

El rol de catarsis reguladora lo ejerce la masturbación gracias a la función de descarga tensional, por supuesto. Pero sobre todo por la compensación de la frustración en el preadolescente y adolescente, al asegurarle en la posesión de sus capacidades vitales, mediante el autoconocimiento y autodemostración de las mismas.

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Esta forma de masturbación determinada por un deseo de exploración y autoconocimiento (figura 39), así como por el deseo de asegurarse en la posesión de sus capacidades vitales, se distingue todavía por su carácter superficial y periférico en comparación con otras formas más elaboradas de estos sujetos. Se da, como puede comprobarse por los datos recogidos en esta investigación, sobre todo en los primeros años de la preadolescencia y en circunstancias vitales especiales, como compensación a situaciones de inseguridad o en circunstancias ocasionales de competitividad con los compañeros, por ejemplo. Algún preadolescente ya lo explica en nuestro material de sondeo: "me masturbo cuando me encuentro irritado..."; "para conocer por mí mismo algo que nadie me enseñaría..."; "para ver si soy normal , etc.

d) La masturbación es para el 45,4 % de los chicos y para el 28,3 % de las chicas la reivindicación de un derecho a la libre disposición de su cuerpo, el placer.

La sexualidad que tradicionalmente se ha entendido como orientación a la procreación, actualmente se entiende por algunos psicólogos y pedagogos como una relación con el otro. Así lo expresa López Ibor en su obra "Libro de la vida sexual" (1968, p 301): La sexualidad es un gesto psicofisiológico, una manera visible de cómo mi yo se dirige al otro. Un medio privilegiado que ayuda a romper el egoísmo, pues es el encuentro de dos seres a nivel de totalidad. A esta luz aparece de manera meridiana cómo la procreación no agota, ni con mucho, los fines de la sexualidad.

Pero no pocos psicólogos van más allá y llegan a preguntarse: ¿Y si la búsqueda de placer fuera el objetivo primero de la sexualidad y no un simple efecto, bienhechor, pero secundario? ¿Y si el orgasmo fuera más bien una transfiguración de sí mismo en la expansión y gozo íntimo, que la posesión de otro? ¿Y si el acto sexual fuera en primer lugar un proceso biológico que responde a una necesidad de equilibrio orgánico, que tiende a asegurar la liberación de una cierta tensión y no exige sino secundariamente la presencia en él de un otro ni la unión copulativa para procrear la especie?

No sé si las investigaciones biológicas pueden aclarar algo a este respecto. El hecho es que en sexología tiende a considerarse cada vez con más fuerza a la mas-turbación como la conducta básica más elemental y simple de autosatisfacción sexual, cuya función puede estudiarse como un proceso psicofisiológico regulador.

Si hemos preferido comenzar este apartado con estas consideraciones es porque consideramos que puede ayudarnos tal vez a comprender con más claridad el por qué, un sector importante de nuestros preadolescentes y adolescentes encuestados, señala como uno de los motivos más importantes que les lleva a masturbarse, dicha autosatisfacción sexual. El placer genital tiene para ellos un valor. Es algo que buscan en su cuerpo porque piensan que es algo bueno; algo a lo que legítima y naturalmente tienen derecho, como lo tienen al comer, dormir o incluso pensar.

e) Para el 26,5 % de los chicos y el 38,3 % de las chicas la masturbación es un esfuerzo por romper su sentimiento de soledad y tristeza.

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¿Qué buscan los preadolescentes y adolescentes al masturbarse en estas si-tuaciones de soledad y tristeza? Frecuentemente, la comparación entre la masturbación y el coito lleva a la supervaloración de este último debido a su carácter relacional. Se da el coito, se ha dicho, cuando se encuentra a un objeto sexual satisfactorio, se le palpa, se le estrecha contra sí, se le besa. De esto se sigue una excitación de las zonas erógenas táctiles, orales y musculares, concentrándose parte de esta excitación en la zona genital. En la masturbación, esta excitación con el objeto sexual se da sólo a nivel imaginario y la excitación sexual se reduce a lo genital.

La verdad es que esto no es exactamente cierto. La posibilidad de fantasear en torno a la vida sexual que cultiva la masturbación es una fuente de enriquecimiento para el sentimiento amoroso que tiene su parte, también, en la excitación del coito. Las representaciones que se hacen los amantes, como las que tiene el masturbador, aportan un elemento de idealización y erotismo que favorece el orgasmo. La diferencia es que en el coito los amantes sueñan a dos, en lugar de soñar solos como en la masturbación.

Tampoco es cierto que en la masturbación la excitación sexual se reduce a la zona genital. En ella se encuentran presentes la sensación de su propia caricia y el espectáculo de su propio cuerpo imaginados por el sujeto como fuentes de excitación en cierto modo exteriores a él.

Todo esto ha llevado a Alsteen (1967) a decir que la masturbación del prea-dolescente es una llamada al "otro". Las imágenes que la acompañan, los fantasmas que la alimentan nos indican que este gesto está orientado hacia otros objetos exteriores, distintos de su propio cuerpo. En otros términos, detrás de la conducta solitaria se adivina que el preadolescente y adolescente viven de modo solidario. Como hace observar muy finamente Schwartz (1975), en la masturbación una existencia humana toma contacto con otra en el plano de lo imaginario.

Pero si el otro se encuentra ahí, en imagen, también se encuentra realmente ausente. La masturbación señala lúcidamente la soledad del preadolescente y adolescente, los límites de cada uno, su finitud. Las criaturas del sueño permanecen irreales. Cada positivo revela su negativo. Únicamente es un esfuerzo de conjugación, un intento de combatir el vacío, la soledad. Pero sólo un intento. Porque el masturbador, en la experiencia existencial de su "muerte", se encuentra ciertamente solo. Nos estamos refiriendo a esa pérdida momentánea de control de sí, sentimiento de vacío, reducido a estado cuasi biológico acompañado de un ligero enloquecimiento análogo a la angustia frente a la muerte que suele acompañar al acto masturbatorio. En el coito, por el contrario, el otro se encuentra ahí, con su ternura; su presencia aseguradora hace que no te encuentres solo en la prueba, mientras que el masturbador no cuenta con nadie.

El preadolescente y el adolescente tienen un agudo sentido de la soledad in-herente a su condición humana y a sus dificultades para comunicarse. Es normal que se refugien en la masturbación mucho más que el adulto, entretenido éste por la vida cotidiana, asegurado por una mayor integración social y una vida familiar que le hacen

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olvidar su abandono y soledad y le proporciona ilusiones. Aspira a un amor ideal imposible y se masturba para encontrarlo en su imaginación. Su compañero de ensueño no le traicionará jamás, responde a sus deseos del amor más loco, se precipita en él, incluso le supera. No le es necesario ninguna conquista laboriosa del compañero sexual. Por medio de estos amores eufóricos y poderosos, la comunicación se idealiza y la imaginación ofrece una secreta y eficaz compensación a la soledad.

f) Para el 13 % de los chicos y el 22 % de las chicas la masturbación es un refugio contra el aburrimiento y el cansancio de la vida.

Aunque con menos frecuencia que las anteriores motivaciones, la masturbación es también para los preadolescentes y adolescentes un refugio en el que se esconden cuando se encuentran excesivamente frustrados u oprimidos; un medio que les permite evadirse a un mundo irreal, abierto a su discreción como una televisión interior en la que los individuos tuvieran plena libertad para elegir programa.

Se sabe que hoy día la necesidad de soñar es esencial para la sobrevivencia del hombre en la misma medida que lo es la necesidad de dormir. Ambas permiten al sujeto recrear la unidad del yo que la fatiga de la vida moderna compromete y el trabajo alienador perturba. Es la función, también, de todo placer. La ciudad moderna lleva fatalmente a cuantos la pueblan a la tensión y excitación. Acumula, principalmente sobre los seres más frágiles, los niños y preadolescentes, un aburrimiento difícilmente soportable, la fatiga y lasitud, el sentimiento de la mediocridad del entorno, la impresión de vaciedad ante las formas de la vida organizada, la insatisfacción ante unas relaciones sociales privadas de placer y reducidas al anonimato. Pero la ciudad, al mismo tiempo, anuncia por todos los sitios modos idealizados de placer a través de imágenes publicitarias, cine, TV, que como el sueño pretenden en cierto modo compensar los anteriores sentimientos negativos. Hasta tal punto que ha podido decirse que la ciudad moderna, opresora y oprimida, aspira colectivamente a masturbarse. Busca un placer, del que ha perdido, si no el gusto, sí el uso. Esto explica el porqué en el campo la masturbación suele ser menos frecuente y las personas en vacaciones suelen tener menos necesidad de ella.

Este aburrimiento creado por las condiciones de la vida se encuentra alimentado por un aburrimiento aún más fundamental que es el aburrimiento de vivir, típico de la preadolescencia. Aburrimiento porque no encuentra a su vida objetivo ni significado alguno y de ahí que se evadan de ella por la comunión onírica con un amor fantástico, como es el que les procura la masturbación. En esto se encuentran los mismos determinantes, harto conocidos del mundo de la droga: el deseo de ser otro, cuando uno se siente a disgusto e impotente para vivir dichoso. La sociedad rechaza esta forma de satisfacción de igual modo que otras tales como la droga, el coito, el alcohol, etc. Con todo hay que reconocer que la masturbación es la menos peligrosa de todas ellas.

g) Para las chicas, la masturbación es un acto sin sentido.

Al estudiar la frecuencia y extensión de la masturbación en la preadolescencia veíamos que entre las chicas su práctica era más bien rara y, por supuesto, menos que

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entre los chicos. Esta realidad diferencial decíamos que podía tener su base en la represión de las normas sociales interiorizadas por las chicas y que en lo referente a la sexualidad son más exigentes con ellas que con los chicos.

No obstante, aparte de esta razón justificativa, pensamos que los motivos de esta menor frecuencia de actos masturbatorios hay que buscarlos en el modo diferente como la chica vive su sexualidad. Para el chico la sexualidad se presenta de modo preferente, como una necesidad genital que debe ser satisfecha. En la chica, por el contrario, la sexualidad aparece como algo vago, indefinible, que invade toda su personalidad de una necesidad de ternura. De ahí que si la sexualidad masculina puede bastarse a sí misma para satisfacerse, la chica, por oposición, necesita ser acompañada en su despertar a la sexualidad.

La verdad es que esto no es exactamente cierto. La posibilidad de fantasear en torno a la vida sexual que cultiva la masturbación es una fuente di enriquecimiento para el sentimiento amoroso que tiene su parte, también, en la excitación del coito. Las representaciones que se hacen los amantes, como las que tiene el masturbador, aportan un elemento de idealización y erotismo que favorece el orgasmo. La diferencia es que en el coito los amantes sueñan a dos, en lugar de soñar solos como in la masturbación.

Tampoco es cierto que en la masturbación la excitación sexual si reduce a la zona genital. En ella se encuentran presentes la sensación de su propia caricia y el espectáculo de su propio cuerpo imaginados por el sujeto como fuentes de excitación in cierto modo exteriores a él.

Todo esto ha llevado a Alsteen (1967) a decir que la masturbación del prea-dolescente es una llamada al "otro". Las imágenes que la acompañan, los fantasmas que la alimentan nos indican que este gesto está orientado hacia otros objetos exteriores, distintos de su propio cuerpo. En otros términos, detrás di la conducta solitaria se adivina que el preadolescente y adolescente viven de modo solidario. Como hace observar muy finamente Schwartz (1975), en la masturbación una existencia humana toma contacto con otra en el plano de lo imaginario.

Pero si el otro se encuentra ahí, en imagen, también si encuentra realmente ausente. La masturbación señala lúcidamente la solidad del preadolescente y adolescente, los límites de cada uno, su finitud. Las criaturas del sueño permanecen irreales. Cada positivo revela su negativo. Únicamente es un esfuerzo de conjugación, un intento de combatir el vacío, la soledad. Pero sólo un intento. Porque el masturbador, en la experiencia existencial de su "muerte", se encuentra ciertamente solo. Nos estamos refiriendo a esa pérdida momentánea de control de sí, sentimiento de vacío, reducido a estado cuasi biológico acompañado de un ligero enloquecimiento análogo a la angustia frente a la muerte que suele acompañar al acto masturbatorio. En el coito, por el contrario, el otro se encuentra ahí, con su ternura; su presencia aseguradora hace que no te encuentres solo en la prueba, mientras que el masturbador no cuenta con nadie.

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El preadolescente y el adolescente tienen un agudo sentido de la soledad in-herente a su condición humana y a sus dificultades para comunicarse. Es normal que se refugien en la masturbación mucho más que el adulto, entretenido éste por la vida cotidiana, asegurado por una mayor integración social y una vida familiar que le hacen olvidar su abandono y soledad y le proporciona ilusiones. Aspira a un amor ideal imposible y se masturba para encontrarlo en su imaginación. Su compañero de ensueño no le traicionará jamás, responde a sus deseos del amor más loco, se precipita en él, incluso le supera. No le es necesario ninguna conquista laboriosa del compañero sexual. Por medio di estos amores eufóricos y poderosos, la comunicación se idealiza y la imaginación ofrece una secreta y eficaz compensación a la soledad.

f) Para el 13 % de los chicos y el 22 % de las chicas la masturbación es un refugio contra el aburrimiento y el cansancio de la vida.

Aunque con menos frecuencia que las anteriores motivaciones, la masturbación es también para los preadolescentes y adolescentes un refugio en el que se esconden cuando se encuentran excesivamente frustrados u oprimidos; un medio que les permite evadirse a un mundo irreal, abierto a su discreción como una televisión interior en la que los individuos tuvieran plena libertad para elegir programa.

Se sabe que hoy día la necesidad de soñar es esencial para la sobrevivencia del hombre en la misma medida que lo es la necesidad de dormir. Ambas permiten al sujeto recriar la unidad del yo que la fatiga de la vida moderna compromete y el trabajo alienador perturba. Es la función, también, de todo placer. La ciudad moderna lleva fatalmente a cuantos la pueblan a la tensión y excitación. Acumula, principalmente sobre los seres más frágiles, los niños y preadolescentes, un aburrimiento difícilmente soportable, la fatiga y lasitud, el sentimiento de la mediocridad del entorno, la impresión de vaciedad ante las formas de la vida organizada, la insatisfacción ante unas relaciones sociales privadas de placer y reducidas al anonimato. Pero la ciudad, al mismo tiempo, anuncia por todos los sitios modos idealizados de placer a través de imágenes publicitarias, cine, TV, que como el sueño pretenden en cierto modo compensar los anteriores sentimientos negativos. Hasta tal punto que ha podido decirse que la ciudad moderna, opresora y oprimida, aspira colectivamente a masturbarse. Busca un placer, del que ha perdido, si no el gusto, sí el uso. Esto explica el porqué en el campo la masturbación suele ser menos frecuente y las personas en vacaciones suelen tener menos necesidad de ella.

Este aburrimiento creado por las condiciones di la vida se encuentra alimentado por un aburrimiento aún más fundamental que es el aburrimiento de vivir, típico de la preadolescencia. Aburrimiento porque no encuentra a su vida objetivo ni significado alguno y de ahí que se evadan de ella por la comunión onírica con un amor fantástico, como es el que les procura la masturbación. En esto se encuentran los mismos determinantes, harto conocidos del mundo de la droga: el deseo de ser otro, cuando uno se siente a disgusto e impotente para vivir dichoso. La sociedad rechaza esta forma di satisfacción de igual modo que otras tales como la droga, el coito, el alcohol, etc. Con todo hay que reconocer que la masturbación es la menos peligrosa de todas ellas.

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g) Para las chicas, la masturbación es un acto sin sentido.

Al estudiar la frecuencia y extensión de la masturbación en la preadolescencia veíamos que entre las chicas su práctica era más bien rara y, por supuesto, menos que entre los chicos. Esta realidad diferencial decíamos que podía tener su base in la represión de las normas sociales interiorizadas por las chicas y que en lo referente a la sexualidad son más exigentes con ellas que con los chicos.

No obstante, aparte de esta razón justificativa, pensamos que los motivos de esta menor frecuencia de actos masturbatorios hay que buscarlos en el modo diferente como la chica vive su sexualidad. Para el chico la sexualidad se presenta de modo preferente, como una necesidad genital que debe ser satisfecha. En la chica, por el contrario, la sexualidad aparece como algo vago, indefinible, que invade toda su personalidad di una necesidad de ternura. De ahí que si la sexualidad masculina puede bastarse a sí misma para satisfacerse, la chica, por oposición, necesita ser acompañada en su despertar a la sexualidad.

Estas diferencias explican, entonces, el hecho de que para la chica la mas-turbación se presente como una cosa sin sentido. Muchas de las que llegan a masturbarse lo hacen por curiosidad o bien en situaciones ocasionales de trastorno emocional. Si a veces se sienten impulsadas a masturbarse, no lo hacen, por lo general, ya que su sexualidad necesita ser compartida, referida a otro, tener una mutualidad real. Por esta razón, una situación unilateral como es la masturbación se presenta para la chica normal sin interés alguno y sin sentido.

Significado profundo del comportamiento masturbatorio en la preadolescencia

Según el psicoanálisis, la masturbación preadolescente no es sino la prolon-gación de la masturbación infantil expresada de modos diferentes a través de las etapas por las que pasa la libido. Entendida de este modo, la masturbación prea-dolescente no constituye la primera manifestación del despertar sexual, sino la continuación de toda una serie de experiencias autoeróticas a las que puede calificarse de masturbatorias.

Mas lo característico de la masturbación preadolescente es, según Alsteen (1967), que, aunque por su ejecución es autoerótica, ya se muestra abierta a la heterosexualidad por los fantasmas que la acompañan. Estos fantasmas pueden ser conscientes o inconscientes. Para captar estos últimos es preciso recurrir a la técnica psicoanalítica. No así los conscientes. A través, de nuestra investigación (Moraleda, 1980) nos ha sido relativamente fácil detectar la frecuencia con que estos fantasmas se dan entre los preadolescentes interrogados: el 45 % de los chicos y el 39 % de las chicas manifiestan que cuando se masturban "se imaginan una relación sexual con otra persona que les atrae Es decir, viven en plan imaginario la realización de su comunión con otro (figura 41).

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Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F 1. Sí; me imagino a otra persona 83 44 71 46 83 37 83 33 75 65 2. No; sólo pienso en mí 17 56 29 54 17 63 17 67 25 35

Figura 41. ¿Te imaginas, cuando te masturbas, que te relacionas sexualmente con otra persona? (%) (Moraleda, 1980).

Estos fantasmas son, con frecuencia, imágenes sexuales reales que implican un compañero, una persona conocida, con la que tienen amistad o les es familiar. Para otros, por el contrario, se trata de representaciones totalmente fantásticas, imaginarias e idealizadas (figura 42). Un rasgo esencial de estos fantasmas es el de servir de expresión a los deseos íntimos del individuo. Estos deseos aparecen claramente orientados para el 66 % de los chicos hacia la heterosexualidad o valores relacionados con la misma. En las chicas, esta heterosexualidad aparece menos explícita,

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F 1. No existe; me la imagino 12 18 18 16 25 13 32 22 26 47 2. Tenemos amistad mutua 57 21 46 22 46 25 43 11 40 12 3. Ella no me conoce a mí 12 0 5 8 10 0 6 0 7 6 4. Somos familiares 0 5 2 0 0 0 2 0 2 0 5. Otro tipo de relación 2 0 0 0 2 0 0 0 0 0

Figura 42. En caso afirmativo, ¿qué relación guardas con esa persona en la vida real? (%) (Moraleda, 1980).

orientándose esos deseos hacia la intimidad y el amor platónico con otras personas por cuyos valores personales se sienten atraídos: simpatía, carácter, belleza, etc. (figura 43).

Otro rasgo importante de estos fantasmas, ya se refieran a personas conocidas ya sean de naturaleza ideal, es su carácter irreal. Esta irrealidad de las personas con las que se relaciona el adolescente puede convencerle de la ausencia de una verdadera satisfacción sexual y con ello contribuir a que abandone su práctica. Eidelberg (1945) muestra cómo la frustración acarreada por una estimulación genital sin posibilidad de un encuentro real, suele determinar al sujeto sano a poner término a una descarga sexual que para él no puede ser plenamente adecuada si no es en el encuentro real con una persona amada.

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Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F

Mayor que yo 25 29 23 30 33 21 22 22 14 53 Igual 30 11 27 5 33 0 37 6 21 0 Menor que yo 0 0 6 0 2 0 6 0 10 0 Distinto sexo 55 39 73 35 75 33 69 33 57 53 Del mismo sexo 7 0 0 0 0 0 0 0 3 0 Su personalidad y carácter 15 16 12 14 6 8 19 6 7 24 Su inteligencia 0 5 2 3 0 8 0 0 2 0 Su atractivo sexual 34 0 27 0 46 0 37 6 19 6 Su simpatía 15 26 23 24 38 21 13 11 29 29 Su belleza física 32 24 31 37 42 8 39 22 31 24

Figura 43. En caso afirmativo, ¿cómo te imaginas a esa persona cuando te masturbas? (%) (Moraleda, 1980).

Pero esta ausencia de verdadera gratificación ocasionada por la irrealidad de los fantasmas, puede llevar al adolescente, por el contrario, a redoblar el ejercicio masturbatorio a la búsqueda incesante de una satisfacción que nunca alcanza plenamente.

En el caso de los preadolescentes nos encontramos también otro posible riesgo relacionado con este carácter irreal de los fantasmas: la gratificación que ofrece la masturbación al preadolescente, aunque insatisfactoria, es para él más fácil y accesible que la de la relación heterosexual. En esto reside el riesgo, en que el preadolescente, por miedo a las dificultades que entraña en sus comienzos esta relación, se instale en el mundo imaginario de la masturbación, corriendo con ello el peligro de quedar definitivamente desconectado de la realidad. E incluso de llegar a un empobrecimiento de los fantasmas, cayendo en una masturbación centrada en el placer de la genitalidad.

Se desprende de esto cuán importante es para el preadolescente hallar ocasión de encontrarse con el sexo contrario; encuentros que le permitirán esta progresiva apertura necesaria. Asimismo se desprende que no hay que extrañarse de la persistencia de la masturbación en esta edad. Hemos visto a través de nuestra investigación cómo, especialmente en los chicos, esta masturbación, lejos de disminuir, aumenta con la edad. Es el signo de sus dificultades para afrontar unas responsabilidades futuras.

La ausencia de fantasmas, por último, puede significar un cierto carácter re-gresivo que impide a ciertos sujetos la expresión de la heterosexualidad genital.

Hemos nombrado dos rasgos importantes que caracterizan a los fantasmas

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masturbatorios. Existe un tercero, que es el que nos da la clave de su última y más profunda significación: estos fantasmas están relacionados, según el psicoanálisis, con la situación edípea. La investigación psicoanalítica ha probado, en efecto, cómo el despertar de las glándulas sexuales proporciona nuevas fuerzas al preadolescente que reactivan de nuevo su orientación hacia sus antiguos objetos infantiles de amor, los padres. Pero estos deseos se encuentran con la barrera de la prohibición del incesto. Al preadolescente no le es lícito amar al progenitor del sexo contrario sino tiernamente, no sexualmente, y de modo idealizado. La tensión encuentra entonces un cauce en la masturbación. Bajo la masturbación el preadolescente vive a nivel inconsciente esa relación heterosexual con sus padres representados, a nivel simbólico, por los fantasmas de amigos u otras personas.

Pero esta relación heterosexual que se establece a nivel imaginario en la masturbación, conserva, aunque a nivel inconsciente, su carácter incestuoso. De ahí que cuando los fantasmas que la acompañan son genitales, reactiven, según Alsteen (1967), los antiguos miedos a la castración, que algunos preadolescentes expresan en nuestra investigación a través de miedos tales como "posibilidad de caer enfermos, de recibir daños en los genitales, desgastar su virilidad, tener algún accidente, etc."; así como de miedos sociales, tales como la vergüenza de ser descubiertos, perder aprecio de los padres, ser castigados, etc.

4.2. Tendencias homoeróticas

Según Schwarz (1975), a la etapa masturbatoria sigue, a finales de este estadio y durante el siguiente, una etapa homoerótica, llamada así porque en ella es frecuente la aparición de amistades de alto tono afectivo entre preadolescentes y adolescentes del mismo sexo.

Esta etapa representa un avance sobre la anterior. Es un paso hacia la madu-ración heterosexual, dado que el individuo no busca ya el placer consigo mismo, sino que lo busca en relación con otra persona. Así como la etapa masturbatoria es fundamentalmente física, esta etapa de homoerotismo es más bien psíquica.

Esta etapa se caracteriza por dos fenómenos complementarios, según el psi-coanálisis: el abandono, por un lado, de las imágenes parentales, primeros objetos de amor e intensificación de la infancia y, por otro, el desplazamiento de la sexualidad hacia nuevos objetos de amor e identificación.

Del primero de estos fenómenos, el abandono progresivo de los padres como primeros objetos de amor e identificación ya hablamos anteriormente. Es un hecho constatable a través de nuestra investigación cómo las relaciones entre los preadolescentes y sus padres se modifican profundamente (figuras 29 y 30). Curiosamente, los datos nos ofrecen el panorama de unas relaciones con un carácter de ambivalencia que puede desconcertar al lector poco avezado. Por un lado, el 73,1 % manifiesta sentirse contento con sus padres y califica su convivencia con ellos de modo positiva (figura 29), mas por otro, un buen sector de estos mismos preadolescentes, el 66 %, se queja de ellos y manifiesta que desearía de ellos una mayor comprensión,

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autonomía, respeto por sus ideas, un mayor esfuerzo por conocerles mejor y un mayor trato de amigos (figura 30).

¿Cómo explicar el sentido ambivalente de este amor y este rechazo simultá-neos? El psicoanálisis, que es quien mejor ha estudiado este fenómeno, nos dice que este rechazo de los padres y esta búsqueda de la autonomía tiene un carácter netamente defensivo: de lo que huye el preadolescente es de un padre y una madre edípeos, así como de las propias pulsiones frente a ellos. Si huye de ellos es porque les quiere; pero también porque teme su amor, que puede fijarles al mundo de la infancia. Este miedo tiene un fundamento real, ya que a veces los padres tratan de que el preadolescente siga siendo niño y no quieren que crezca.

Al dejar el preadolescente de convertir a sus padres en objeto preferencial de amor e identificación, tenderá a llenar el vacío que esta ruptura le ocasiona con nuevas identificaciones capaces de restaurar en él el sentimiento de identidad y estima de sí, remitiéndole a una imagen segurizante y proporcionándole un ideal a su yo, hacia estas nuevas personas, con las cuales se identificará el preadolescente, desplazará en adelante su afecto que antes le apegaba a sus padres. En este caso caben dos soluciones: una que es el culto al ídolo y la otra que es el enamoramiento.

a) El culto al ídolo

Es el afecto absorbente que el preadolescente experimenta por personas li-geramente mayores que él, pero con las cuales no se encuentra en contacto personal, como ocurre en el caso del enamoramiento.

La adoración de ídolos o héroes es más común entre los varones, mientras que el enamoramiento lo es entre las chicas.

Hoy en día, como consecuencia de la gran influencia que han adquirido los medios de comunicación, los divos, estrellas, ídolos del mundo deportivo y político, de la canción, etc., son los motivos más comunes de adoración por parte de los preadolescentes, sobre todo en los chicos. Los agentes de publicidad, al divulgar los detalles íntimos de la vida de estos ídolos, contribuyen a que aparezcan éstos ante sus admiradores jóvenes como personajes reales.

La conducta típica de este culto al ídolo consiste en admirar y adorar desde lejos al ser amado. Preocuparse por recoger información sobre sus actividades e intereses, imitarle en el vestir, modales y conducta, procurarse su fotografía, escuchar sin respirar cada una de sus palabras, etc.

Según los pedagogos, la adoración de los ídolos puede actuar como incentivo para que el preadolescente se esfuerce por lograr éxito; ayudarle a establecer objetivos y valores que le guíen en la vida. La influencia del culto al ídolo en el desarrollo de la psicosexualidad preadolescente puede ser tan importante como el enamoramiento, ya que como éste, puede ser un fenómeno positivo que le ayude a salir al individuo de sí mismo y prepararle a la relación heterosexual.

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Pero, aparte de esto, el ideal personificado al que el preadolescente rinde culto, por el que se enamora, puede ser un medio a través del cual logre aprender su papel sexual así como otros papeles que deberá desempeñar más tarde como adulto.

Pero este ideal objeto de enamoramiento u objeto de culto puede tener sus riesgos. Entre ellos el que genere en el preadolescente un culto ciego o termine en un profundo desengaño al descubrir los fallos de la persona idealizada.

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F 1. Próximos: 6 9 5 7 4 6 5 5 3 6 Padres 7 8 5 6 4 4 5 4 3 3 otros familiares 6 7 5 7 5 5 4 6 3 7 Profesores 6 7 5 7 5 5 4 6 3 7 Adultos simpáticos 14 14 14 14 15 13 14 13 14 14 Amigos 10 21 11 22 11 24 10 22 10 20 2. Lejanos: Santos

8 8 7 10 6 6 4 2 5 3

Héroes 9 3 9 3 10 4 9 4 7 4 Deportistas, cantan tes, etc. 23 12 19 12 22 13 20 1 1 20 7

Superhombres 5 4 5 4 3 3 1 1 1 1 3. Personalizados 12 14 14 15 20 22 28 29 37 35

Figura 44. Personas a las que más quieren asemejarse los preadolescentes y por las que más se sienten atraídos sentimentalmente (%) (Moraleda, 1980).

b) El enamoramiento

Es una especie de afecto absorbente que el preadolescente experimenta unas veces hacia sustitutos de los padres (profesores, adultos amigos de casa, etc.) y otras hacia compañeros del mismo sexo.

A juzgar por los datos recogidos en nuestra investigación, el enamoramiento es frecuente sobre todo en los primeros años de la preadolescencia y de modo particular en las chicas. Esta superioridad de las chicas es debida a que éstas, al desarrollarse sexualmente antes que los varones, necesitan antes que éstos una vía de escape para la expresión de su impulso sexual.

La frecuencia de estos enamoramientos varía según los sujetos. Entre las

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principales circunstancias que suelen facilitar el enamoramiento se encuentran las siguientes:

- El diferente tipo de relación mantenida con la madre: la pérdida de la madre; primera ausencia de un hogar en el que la madre ha sido la figura central; rechazo por parte de la madre unido a una cierta envidia de las buenas rela-ciones que tienen los compañeros con sus madres; ausencia del hogar.

- El tipo de relación mantenida con los compañeros: la no aceptación por ellos. - Las posibilidades de relación heterosexual: falta de posibilidad para establecer

contactos normales con los compañeros de distinto sexo; rechazo por parte de ellos; temor a establecer dichos contactos, etc.

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F F M F M F M F Rasgos de personalidad: - Cariño, ternura

76 67 63 90 67 100 57 20 37 40

- Responsabilidad sentido del deber 26 33 30 37 35 37 35 40 39 42

- Servicio a los demás 27 35 29 36 32 38 32 41 33 46 - Sensibilidad 16 33 19 36 21 34 20 37 19 37 - Sociabilidad 18 28 24 35 30 39 34 46 42 51 - Voluntad 8 5 13 11 18 14 21 20 28 25 - Vitalidad 15 23 20 26 24 32 28 40 33 42 - Valor 7 2 9 4 8 5 8 6 9 6 - Calma-tranquilidad 9 11 9 13 11 14 13 13 16 15 - Religiosidad 19 22 21 23 21 20 22 23 21 25 - Éxito profesional 19 8 26 11 27 13 26 13 31 13 - Sencillez 4 10 6 12 10 15 11 17 13 18 - Autonomía-independencia 2 3 4 5 5 7 7 12 15 18 - Inteligencia 36 11 40 15 38 18 33 20 28 23

Figura 45. Valores que más atraen a los preadolescentes en las personas elegidas como objeto de identificación (%) (Moraleda, 1980).

La base de esta atracción suele estar constituida por cualidades o habilidades que el preadolescente admira o bien necesita: el sentido del deber, la entrega a los demás, la sociabilidad, etc. (figura 45). Pero por encima de todas estas cualidades está de modo preponderante el cariño, la ternura, el afecto de esa persona por la que se siente atraído el preadolescente. Por regla general las chicas dan más importancia que

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los chicos a los valores de la persona relacionados con la afectividad, la relación y el aspecto exterior de la persona (figura 45), mientras que los chicos dan más importancia que las chicas a los valores relacionados con la inteligencia, la voluntad y el éxito personal.

La conducta de estos enamoramientos suele ser una forma de adoración en la cual el valor predominante es la ternura: la sexualidad, por el contrario, aun tratándose de atracción por un compañero y sobre todo en las chicas, se encuentra casi ausente. Los chicos, durante los primeros años de la pubertad manifiestan sentirse más atraídos que las chicas por los rasgos sexuales de los otros e incluso imaginarse relaciones sexuales que no quieren o no pueden mantener con otra persona del mismo sexo. Con todo, para la generalidad, en el enamoramiento se encuentra casi ausente el contacto físico y aun mucho más las prácticas homosexuales: sólo un 10,7 % de los chicos y un 5 % de las chicas manifiestan mantener alguna práctica sexual de este tipo.

En el enamoramiento, el preadolescente no desea tanto la posesión del otro en el sentido corporal cuanto la mayor asimilación posible de la persona amada en ese momento.

La conducta en los enamoramientos posee ciertas características similares a las del amor romántico. El enamorado quiere estar siempre en compañía del ser amado y se siente desgraciado cuando no se encuentra ante su vista. Los sentimientos hacia la persona amada suelen demostrarlos abiertamente escribiéndoles cartas, haciéndoles pequeños regalos, realizando pequeños sacrificios personales por satisfacerle en algo, empleando en extremo términos cariñosos, imitando su modo de vestir, sus modales y actitudes, etc.

Cuando en un intento de deshacer el encantamiento de esta atracción, la persona amada se porta de modo antipático o brusco, esto puede provocar en el preadolescente un estado transitorio de choque emocional al que puede seguir una perturbación más o menos transitoria o permanente de la personalidad.

Las relaciones amorosas de los enamoramientos suelen resultar tan apasio-nadas y exclusivas como breves, siendo pronto abandonadas al surgir un nuevo objeto de amor o aparecer nuevos intereses, sobre todo al aparecer los intereses heterosexuales. Esta versatilidad es un claro signo, indica A. Freud (1958), de que en el enamoramiento no se dan auténticas relaciones objetales en el sentido que puede darse a esta expresión en la vida adulta, sino identificaciones de las más primitivas similares a las de la primera infancia. Así, esta inconstancia en la relación de que da muestras el enamoramiento, no supondría cambio alguno en el amor, sino más bien cambio de su personalidad condicionada por el cambio en las identificaciones.

Schwarz (1975) indica que los enamoramientos, cuando se dan en los primeros años de la preadolescencia, no sólo no constituyen un obstáculo para las vinculaciones heterosexuales posteriores, sino que las preparan ayudando al sujeto a salir de su sexualidad narcisista. Únicamente cuando los obstáculos del ambiente tornan imposibles las relaciones heterosexuales normales o existe alguna actitud desfavorable

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en el preadolescente que interfiere dichas relaciones, el enamoramiento puede presentar el riesgo de conducir a éste a la homosexualidad.

4.3. Relaciones heterosexuales

a) Características de estas relaciones

Las vinculaciones homoeróticas (enamoramiento y culto a los ídolos) suelen ceder paso poco a poco (en muchos casos incluso alternándose con ellas a través de la preadolescencia) a las atracciones heterosexuales. Los resultados obtenidos en nuestra investigación (Moraleda, 1980) nos indican que ya a los 13 años el 62 % de los chicos y el 44 % de las chicas prefiere salir con compañeros de distinto sexo, si bien estas salidas aún se realizan en grupos formados por chicas y chicos (figura 46).

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F

1. No; prefiero salir con amigos

20 33 22 23 17 10 12 17 14 13

2. Sí; pero salimos en grupo

62 44 51 51 59 54 57 53 63 49

3. Sí; salgo con una chica 8 11 12 11 19 22 26 26 34 33

Figura 46. Primeros encuentros heterosexuales. ¿Sales frecuentemente con chicas/os? (%) (Moraleda, 1980).

En estas primeras atracciones, los dos componentes de la sexualidad, la ternura y la genitalidad, permanecen independientes e incluso pueden orientarse a diversas personas. Es decir, manifestarse esta atracción en los preadolescentes bajo el signo de un amor ideal depurado de toda sexualidad, mientras que la genitalidad se oriente a otra persona distinta.

La tendencia a idealizar estas primeras relaciones heterosexuales suele ser común en chicos y chicas de esta edad. Los preadolescentes, en particular las chicas, prefieren satisfacer su necesidad activa y pasiva de vinculación heterosexual en la fantasía antes que en la realidad. Ensoñando pueden entregarse uno a otro sin peligro de la pasión amorosa y vivir las situaciones tal cual desean verlas realizadas, compensando o atribuyéndose todas las gracias, seducciones y virtudes de los héroes y heroínas: su falta de destreza en la relación heterosexual, su timidez, su frigidez ante la experiencia amorosa real, etc.

El descubrimiento de los primeros amores o primeras vinculaciones hetero-sexuales suele presentar, tanto en chicos como en chicas, el carácter de aconte-cimiento único que transforma su vida. He aquí varios testimonios que expresan del modo más elocuente esta realidad: "El descubrimiento más bonito de esta edad es el amor. El primer amor pasa muy rápido, casi sin darse cuenta, pero no se olvida nunca.

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De pronto un día estás muy contenta, te sientes feliz. No sabes por qué; pero luego te das cuenta: te gusta ese chico, sólo le ves a él en el mundo como si no existiera nadie más. Sales con él unos días, haces todo lo posible por verle... Después tus padres se enteran y te lo prohiben. Sufres la gran decepción de tu vida: te quitan lo que más querías".

b) Los primeros encuentros y experiencias heterosexuales

Los encuentros entre preadolescentes son los conocidos genéricamente como "coqueteo", "mariposeo" o "flirteo". Los encuentros más duraderos y selectivos son propios, más bien, de la adolescencia y estadios posteriores de desarrollo.

Estos primeros encuentros entre chicos y chicas que, como ya ha quedado indicado, son ocasionales o en grupo, no son realidad sino una búsqueda de algo que el propio preadolescente no comprende. Por eso suelen ser una búsqueda vacilante, un juego mal concertado del instinto y la ternura. Por eso también el chico pronto cambia a la chica por otra (y viceversa) en quien ha descubierto un nuevo atractivo (figura 47). 0 al mismo tiempo saldrá con una chica del barrio y con otra del colegio. Estamos en el juego llamado coqueteo, mariposeo o flirteo, que es un juego agradable y aventurado; un intento de aproximación, sin seriedad real.

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F 1. Conocía una chica y salgo

desde entonces con la misma 24 25 22 18 24 33 19 16 16 15

2. He cambiado varias veces de pareja 30 26 35 39 29 44 40 47 50 67

Figura 47. Constancia en las relaciones heterosexuales (%) (Moraleda).

Con frecuencia se denomina a este tipo de conductas en ciertos países an-glosajones "amor de cachorros", ya que se caracterizan por la torpeza, jugueteo y tienen reminiscencias de los cachorrillos. Lo que parece tonto para los adultos, indica Hurlock (1961), en realidad es un intento por parte de los preadolescentes de adaptarse a las nuevas situaciones, de buscar a tientas su camino, intentando primero un tipo de conducta y luego otro.

Por lo regular, este tipo de conducta suele presentarse bajo la forma de inter-cambios de bromas, pullas, forcejeos. Según Blos (1971), estas conductas son formas sarcásticas de demostrar su interés mutuo a las cuales se recurre con mayor frecuencia si hay observadores.

En vez de la conducta tímida, característica de la anterior etapa homoerótica, la conducta del preadolescente en estas primeras relaciones heterosexuales suele ser osada y agresiva. Tanto ellos como ellas buscan el modo de llamar la atención del otro

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sexo. Por ello recurren a veces a técnicas rudas y de mal gusto, algunas de las cuales son resabios de las que usaban en la infancia: uso de ropa de color o confección llamativa, peinado, maquillaje, etc. En contraste con lo que solían hacer en la infancia, se miran ahora con frecuencia al espejo y pasan ratos interminables ante él estudiando su aspecto físico y la forma de mejorarlo.

Por lo que respecta a las primeras y más frecuentes experiencias sexuales, éstas vienen a limitarse en la mayor parte de los preadolescentes a miradas insi-nuantes, darse la mano, besarse la mano o la mejilla y a los abrazos. Como ca-racterística específica de estas experiencias cabe señalar también que estas son más precoces en los chicos que en las chicas, así como que en ellas los muchachos desempeñan la parte más activa (figura 48).

Edad 13 14 15 16 17 Sexo M F M F M F M F M F

1. Miradas insinuantes 80 49 45 55 57 57 57 52 66 79 2. Darse la mano 42 28 38 33 50 40 53 61 64 72 3. Besar la mano 17 8 6 6 11 10 31 20 41 54 4. Besar la mejilla 18 11 29 17 35 28 45 44 48 72 5. Abrazos 18 7 31 13 39 19 40 42 59 69 6. Besar la boca 12 8 22 9 46 18 48 42 52 57 7. Caricias en los pechos 8 5 12 4 33 3 29 14 43 36 8. Caricias internas en los

pechos 8 0 6 1 15 3 19 6 36 26

9. Caricias en las piernas 12 2 10 0 30 6 21 2 43 26 10 Caricias en los genitales 6 0 4 0 17 6 17 3 27 26 11. Contactos externos en

los genitales 5 0 2 0 8 5 12 3 18 18

12. Unión sexual completa 5 0 2 0 6 3 9 2 9 10

Figura 48. Experiencias sexuales en la preadolescencia (%) (Moraleda, 1980).

5. INTERESES Y ACTITUDES

En cualquier edad los intereses del individuo ejercen una inmensa influencia sobre su conducta; son impulsos que hacen que el individuo reaccione de manera selectiva ante ciertos aspectos de su ambiente y que descarte otros. Constituyen así un reflejo de su personalidad, de sus inquietudes y de los medios empleados para satisfacer sus necesidades y deseos. Por consiguiente, para el conocimiento de los preadolescentes, el estudio de sus intereses constituye un valioso aporte que nos

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acerca a la comprensión de ellos como individuos.

Para estudiar los intereses de los preadolescentes existen diversas fuentes de información: una de ellas, la más directa, es preguntar a los preadolescentes por sus intereses y deseos. Otra es estudiar las actividades a que se dedican voluntariamente y el tiempo que dedican a ellas. No es un método éste del todo fiable,

Completan este grupo los valores relacionados con la familia, de gran presencia en su vida afectiva, pese a sus conflictos en muchos casos con ella.

Como valores menos apreciados figuran el poder mandar y el ser propietario, ganar dinero y hacer negocios.

5.2. Intereses religiosos

Ya desde los primeros estudios evolutivos sobre la preadolescencia y ado-lescencia aparece en casi todos ellos la experiencia religiosa como una dimensión importante del desarrollo en estos períodos. De hecho, en nuestra investigación (Moraleda, 1980-1992), la mayor parte de los preadolescentes manifiesta creer de alguna manera en Dios (figura 50) y un considerable número de ellos señala los valores religiosos como uno de los más importantes en su vida (figura 49).

Años 1980 1992

1. Me considero creyente. 86 73 2. Me considero entre los que dudan. 10 22 3. Me considero entre los que no creen. 3 3 4. No responden. 1 1

Figura 50. Creencia en Dios de los preadolescentes (%) (Moraleda, 1980-1992).

Según Gruber (1967), el desarrollo de la experiencia religiosa de los diez años a los veinte años pasa por tres fases: una de despertar religioso, otra de ajuste y otra, por último, de gradual fijación o bien deterioro. De estas tres fases, la primera se extiende, sobre todo, en la preadolescencia.

Tres son los factores psicológicos propios de este estadio, que influyen, ma-yormente, en el despertar religioso:

a) La crisis afectiva. Como consecuencia de las profundas transformaciones que experimenta en su equilibrio físico y psíquico, pero también en relación con la lucha interior que en este estadio debe mantener entre las fuerzas antagónicas de la edad, el preadolescente se encuentra inclinado a la ansiedad. Esta ansiedad, tanto más dolorosa para él cuanto que suele desconocer los orígenes de la misma, lleva al preadolescente a acudir a Dios como único sostén en los embates de la vida (figura 51). La religiosidad puede aparecer entonces para el preadolescente, según observa

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Moraleda (1977), como un factor reductor de sus tensiones emotivas y esto lo logra de tres modos: presentándole una visión de la realidad y el sentido de la vida en la que toman su justa proporción y se desdramatizan los sucesos dolorosos y perturbadores; reforzando en él las motivaciones para resistir a la tentación y la certeza de la victoria; manteniendo en él la conciencia atenta a la presencia divina coadyuvante y perdonadora; ofreciéndole medios poderosos para fortalecer, confortar y calmar el ánimo del preadolescente. Pero también puede aparecer la religión como un factor de inestabilidad emotiva; un factor que acentúa su "stress" emotivo. Esto sobre todo ocurre en relación con la excesiva culpabilidad proyectada por una religión desviada respecto a ciertos comportamientos sexuales de la preadolescencia. En este caso la religión puede ensalzar el carácter ambivalente del tabú. El recurso a la religión como factor de estabilización de la emotividad puede revelarse a la larga insuficiente e inadecuado. A medida que el preadolescente aprende a manejar su emotividad con medios adecuados, decaerá el fin principal del recurso a la experiencia religiosa.

b) El nacimiento de la vida interior y el narcisismo idealista. El nacimiento de la vida interior va unido a la experiencia de la soledad que les hace padecer, pero que sin embargo, no deja de amar, ya que les permite descubrir su propio yo. Esta experiencia de la soledad se ve acompañada del descubrimiento de la amistad. El preadolescente añora aún otro que le complete, con el cual pueda contrastar sus propias vivencias y dar libre curso a su necesidad de amar y sobre todo de ser amado y apreciado. Estas primeras tendencias están teñidas de un intenso idealismo narcisista.

Toda esta sensibilidad se encuentra también en las raíces del despertar religioso del preadolescente e impregna su religiosidad. El preadolescente ve en Dios, antes que nada, al confidente de sus monólogos interiores, al amigo comprensivo y único sostén en el dolor que le produce la soledad afectiva. Todo esto contribuye, sin duda alguna, a hacer al preadolescente más sensible a los valores religiosos y a hacer más íntima, interiorizada, su experiencia religiosa (figura 51).

Pero este despertar religioso, como la necesidad de amistad, está en el prea-dolescente fuertemente teñido de idealismo narcisista. Este idealismo es un factor de desarrollo psicológico poderoso, pero también presenta, como hemos visto anteriormente, un germen de decepción susceptible de degenerar en odio. La religiosidad preadolescente no escapa a este proceso afectivo.

Imagen de Dios 1980 1992 1. Dudo de su existencia, por eso me es difícil imaginarlo - 9 2. Como fuerza superior o principio de vida que gobierna el

universo 60 24

3. Como providencia que gobierna el mundo y al que puedo acudir en busca de ayuda 73 47

4. Como padre misericordioso que me perdona cuando soy débil y peco 77 52

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5. Como juez al que temo me castigue cuando soy débil y peco 32 5

6. Como modelo al que admiro y al que quisiera parecerme en su modo de tratar a los hombres 83 46

7. Como amigo que me escucha y comprende y a quien puedo confiar mis secretos 86 61

8. El que me ha creado, se fía de mí y me da responsabilidad para realizarme como hombre 80 52

Figura 51. Imagen que tienen de Dios los preadolescentes. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúan la cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los años 1980-1992.)

(Moraleda, 1992).

c) El eticismo. Con la preadolescencia, según parecer de la mayor parte de los psicólogos evolutivos, da comienzo un período de intensa connotación ética. Esta actitud ética se centra netamente sobre la perfección del sujeto mismo; o, expresándolo en términos más técnicos, está fuertemente impregnada de narcisismo. El resurgir de la religiosidad está relacionado también no poco con esta orientación ética de la edad. La religión, en efecto, aporta al preadolescente poderosos motivos en su búsqueda de una perfección moral en cuanto se presenta como soporte y garante de dicha búsqueda: las antiguas motivaciones de origen parental son ahora sustituidas por una motivación racional y religiosa. Pero al mismo tiempo, el ideal ético del preadolescente ofrece a éste un apoyo considerable porque ésta aparece ante él como algo importante una vez que es puesta al servicio de la perfección moral del sujeto (figura 51).

El carácter funcional que le imprime su orientación ética reduce, con todo, la religiosidad de la preadolescencia a una finalidad humana, ya que en cierta medida el individuo pone a Dios al servicio de la realización de su yo ideal, lo cual puede presentar serios peligros a su progresiva maduración.

Otro de los índices del despertar religioso en la preadolescencia es sin duda alguna la práctica o tipos de conducta a que le lleva su fe en Dios (figura 52). A través de los resultados de nuestra investigación es posible llegar a varias constataciones: una de ellas es la relativa frecuencia con que los preadolescentes se acuerdan de Dios y acuden a Él en el interior de su conciencia. Una segunda constatación es la importancia que adquiere para ellos la conducta éticamente buena y el trabajo por los demás como expresión de su fe en Dios. La tercera, finalmente, es la relativa poca o nula frecuencia de su participación en los actos de culto de la institución religiosa a que pertenecen.

Mi creencia en Dios me lleva: 1980 1992

1. A pensar en Él, hablar con Él en el interior de mi conciencia.

87 51

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2. A participar en actos del grupo religioso al que pertenezco.

58 24

3. A ser mejor, a trabajar más por los demás. 66 50

Figura 52. Práctica religiosa de los preadolescentes. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúan cada cuestión como "bastante" o "mucho". Los resultados corresponden a los años 1980-1992)

(Moraleda, 1992).

5.3. Intereses políticos

A medida que se ensancha el horizonte de los preadolescentes, éstos empiezan a pensar en sí mismos como miembros de la sociedad en general y no sólo de la escuela o barrio. Esta apertura y este interés se acrecienta también en ellos gracias a sus estudios en el colegio, la escucha por la TV de los acontecimientos nacionales y mundiales y la participación en las conversaciones en el hogar sobre temas actuales de política. De ahí que este interés se mostrará de modo diferente en los chicos y chicas según su grado de apertura a los demás, pero también según el nivel de sensibilidad a estos temas de cuantos les rodean y el grado de participación que encuentren éstos, tanto en las discusiones sobre dichos temas como en posibles actividades en relación con los mismos.

Vickery (1946) encontró, además, que el interés por las cuestiones políticas se hallaba influido en los preadolescentes por su propia adaptación social del individuo. Cuanto más éxito tenga un preadolescente en sus relaciones interpersonales, tanto entre sus coetáneos como entre su familia, tanto más liberado se encontrará, en lo intelectual y emocional, para interesarse por los problemas que se planteen al grupo social más amplio.

De una investigación realizada por Moraleda (1992) entre preadolescentes españoles se ha encontrado que este interés por la política ocupa el 14° lugar entre los chicos y chicas (figura 49), es decir, muy bajo.

Nada

Regular Bastante

85,0% 8,0% 6,8%

Figura 53. Interés por la política (Moraleda, 1992).

1. Es algo complicado que no termino de entender.

24

2. A los jóvenes no se nos permite participar. 13 3. La política no arregla nada; es ineficaz. 15

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4. Es un engaño; una manipulación de la gente. 24 5. Sólo se aprovechan de ella los que mandan. 40 6. No me importa; es algo aburrido. 29 7. Es algo apasionante y que me agrada. 10 8. Los jóvenes tenemos en ella mucho que hacer. 18 9. Pienso que puede transformar la sociedad. 22 10. Para estar al día y enterarme de lo que pasa. 17

Figura 54. Motivos de interés o desinterés por la política. (Tanto por ciento de preadolescentes que evalúan cada cuestión como "bastante" o "mucho") (Moraleda, 1992).

1. Que todos nos responsabilicemos del país. 67%

2. Que un grupo de políticos o técnicos se responsabilicen y decida por nosotros 12%

3.Que sólo un hombre destacado tenga la responsabilidad y decida por nosotros 3%

Figura 55. Preferencias por formas de gobierno (Moraleda, 1992).

1. Las cosas deberían seguir en la sociedad como han sido

siempre, tradicionalmente 7%

2. Hay que cambiar por completo las cosas para construir una sociedad totalmente nueva 24%

3. Hay que cambiar nuestra sociedad poco a poco y aprovechar lo bueno que hay en ella 81%

Figura 56. Actitud ante el cambio político (Moraleda, 1992).

1. No pertenezco a ningún partido 68%

2. Sí pertenezco a un partido 3%

Figura 57. Pertenencia a partidos políticos (Moraleda, 1992).

1. Que haya justicia 57 2. Que haya paz y orden 61 3. Que haya libertad 58 4. Reformas politicas 26 5. Aumento del nivel de vida 28

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6. Que haya democracia 50 7. Que haya cultura 53 8. Trabajo para todos 61

Figura 58. Objetivos políticos preferidos. (Tanto por ciento de preadolescentes que han valorado como "bastante" o "mucho" cada una de las cuestiones.) (Moraleda, 1992).

Otros datos ilustrativos que reflejan más detalles sobre este interés político de los preadolescentes españoles se recogen en las figuras 54, 55, 56, 57 y 58.

5.4. Intereses recreativos

Con el comienzo de la preadolescencia se producen intensas modificaciones en los gustos recreativos tanto en los chicos como en las chicas. En ninguna época tal vez tanto como en la preadolescencia, dice Hopkins (1987) varían tanto los gustos y atracciones de manera tan súbita y radical. Este ritmo en las modificaciones está determinado por el ritmo en las modificaciones semánticas.

Pese a que las diferencias individuales en atracción y oportunidades recreativas son grandes entre los preadolescentes españoles, sin embargo, existen ciertas formas de recreación que, al parecer, son de preferencia universal. Estas son las siguientes, por orden de preferencia, según los resultados de una investigación realizada por nosotros (Moraleda, 1980) en un grupo de 1.200 preadolescentes españoles:

o charlas con los amigos o practicar deporte o salir de excursión o ver la TV o escuchar música o tocarla o ir al cine o leer o coleccionar

a) Charlar con los amigos. A los preadolescentes les gusta charlar continuamente. Pero en general son malos escuchadores. Los locuaces callan generalmente por inadaptación o complejo, refugiándose por compensación en ensoñaciones o recluyéndose con los adultos.

Entre los temas más frecuentes de conversaciones están:

- La simple charla. Esta forma intrascendente ayuda a los preadolescentes a derribar barreras sociales y constituye una compensación de la timidez.

- Discusión sobre temas serios. Es el tema que más les satisface debido al interés

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que despierta en ellos.

- Altercados. Son por lo general producto de las discusiones y surgen cuando existen diferencias entre los puntos de vista.

b) El deporte. El punto máximo de popularidad de los deportes se encuentra entre los 12-17 años, sobre todo en los varones. Está relacionado, por lo general, con el nivel de desarrollo físico y coordinación muscular de cada individuo.

c) Las marchas y excursiones por el campo. Ofrecen al preadolescente infi-nidad de ocasiones de disfrute. Libre de las órdenes y prohibiciones familiares, sin el lastre de las obligaciones escolares, responde a los impulsos de los muchachos. Al principio se camina por caminar. La naturaleza aún no es fuente de emociones para los chicos de esta edad, sino más bien el campo de acción en el que da rienda suelta a sus fuerzas inagotables. Al vencer las fatigas de una marcha, el muchacho pone a prueba sus fuerzas físicas y alcanza la afirmación de sí mismo, el ansiado dominio de su vida. Al mismo tiempo, la marcha, como una meta lejana, ofrece satisfacción a sus impulsos de conquista, de dominar comarcas y personas lejanas, etc.

d) La televisión. Por lo asequible que resulta este medio de recreación ocupa uno de los primeros lugares en la ocupación de su tiempo. Lo que no supone que sea el de mayor interés. Ven la televisión, porque no tienen otras posibilidades de ocupar su tiempo de modo fácil.

En una encuesta realizada por nosotros (Moraleda, 1978), encontramos que el 52 % dedica de una a tres horas diarias delante del aparato; el 33 %, un máximo de una hora. Los días festivos este tiempo tiende a aumentar.

Las investigaciones que se han realizado en este campo se han orientado casi todas ellas a estudiar los efectos de la televisión sobre las tareas escolares, sobre las diversas formas de diversión y sobre los gustos y preferencias de los preadolescentes. La conclusión más unánime de estas investigaciones es que la televisión proporciona a éstos una fuerte tentación para distraer su tiempo y su atención de las tareas escolares así como de sus juegos y deportes con los amigos.

e) Las lecturas. Éstas pueden dividirse en dos bloques: las revistas y los libros. Entre las revistas las más leídas son, por orden de preferencia, según los datos de una investigación realizada entre preadolescentes españoles (Moraleda, 1980), las siguientes: las deportivas, las de humor, las musicales, las técnicas (motos, coches, máquinas de todo tipo, etc.), las políticas y las eróticas.

Entre los libros, los más leídos son, por orden de preferencia, los siguientes: las novelas policíacas y de misterio, los libros históricos y biografías, los diarios.

Los libros propiamente científicos y de pensamiento se encuentran a bastante distancia. Quizás una explicación de esta restricción se encuentra en el hecho de que este tipo de libros se leen ya en las tareas escolares, por lo que en los tiempos libres

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acuden más a los temas de evasión o recreativos. No obstante y pese a los temas marcadamente no científicos, al preguntarles por los motivos que les llevan a estos libros, las razones más frecuentes giran en tomo a un interés por su formación personal.

J) Escuchar música. Este interés se acrecienta a medida que se acerca el preadolescente a la adolescencia. En una investigación realizada entre preadolescentes españoles (Moraleda, 1980) se encontró que el tiempo dedicado por éstos a su música preferida se distribuía del modo siguiente:

- Menos de 1 hora semanal........................ 15,0% - De 1 a 3 horas semanales....................... 26,6% - De 4 a 6 horas semanales....................... 28,3% - Más de 6 horas semanales...................... 16,0%

A través de esta misma investigación se pudieron comprobar igualmente varios puntos de interés: los temas y estilos musicales se encuentran en gran parte influidos por los medios de propaganda: TV, radio, discotecas, etc.; el cantante o músico ejerce un poder fascinante en la elección de dichos temas; salvo raras excepciones, la formación musical es escasa.