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1 UNA REFLEXIÓN SOBRE NUESTRO CARISMA E HISTORIA A LA LUZ DEL PLAN DE DIOS Fernando Vidal Introducción Vivimos un momento singular de nuestro peregrinar que nos invita a una mirada reverente, una mirada que se eleve con humildad al Señor de la Historia para preguntarle: «¿Qué debemos hacer para obrar las obras de Dios» (Jn 6,28). Como a aquellos discípulos que contemplaban maravillados, aunque también perplejos, los prodigios que realizaba, el Señor nos responde hoy invitándonos a abrir la mente y el corazón, todo nuestro ser, al don de la fe. Con ese don que nos viene de lo Alto reconocemos la acción amorosa que Dios realiza continuamente entre nosotros. Esa acción es la semilla de la que germina y se alimenta nuestra comunidad, la fuente de nuestro despliegue y el cimiento sobre el que se edifica nuestra vida y misión. Por eso suscita en nuestros corazones sodálites una honda gratitud y un renovado deseo de cooperar en la obra de la Reconciliación, al tiempo que nos dispone a la apertura reverente para discernir con fidelidad los caminos por los que la acción divina nos orienta en el aquí y ahora de nuestro peregrinar, y de cara al futuro. Somos conscientes de que, sin mérito alguno de nuestra parte, hemos sido bendecidos con el carisma sodálite, precioso don que el Espíritu nos confía para contribuir en la edificación de la Iglesia y el despliegue de su misión en el mundo. En él encontramos además el camino propuesto por Dios para nuestra configuración personal con el Señor Jesús, Hijo de Santa María, y para poder hacer de todos los desafíos y exigencias propios de nuestra vida y misión ̶ incluyendo contrariedades, luchas, desconciertos y sufrimientos ̶ ocasiones de avanzar más firmemente hacia la perfección en la caridad. Alentados por la certeza de que es el Espíritu quien nos acompaña, sostiene e ilumina en todo momento, escudriñando bajo su Luz los signos de los tiempos, vamos comprendiendo que el momento presente nos ofrece como uno de sus acentos más importantes el llamado a asumir con más responsabilidad el

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UNA REFLEXIÓN SOBRE NUESTRO CARISMA E

HISTORIA A LA LUZ DEL PLAN DE DIOS

Fernando Vidal

Introducción

Vivimos un momento singular de nuestro peregrinar que nos invita a una mirada reverente, una mirada que se eleve con humildad al Señor de la Historia para preguntarle: «¿Qué debemos hacer para obrar las obras de Dios» (Jn 6,28). Como a aquellos discípulos que contemplaban maravillados, aunque también perplejos, los prodigios que realizaba, el Señor nos responde hoy invitándonos a abrir la mente y el corazón, todo nuestro ser, al don de la fe.

Con ese don que nos viene de lo Alto reconocemos la acción amorosa que Dios realiza continuamente entre nosotros. Esa acción es la semilla de la que germina y se alimenta nuestra comunidad, la fuente de nuestro despliegue y el cimiento sobre el que se edifica nuestra vida y misión. Por eso suscita en nuestros corazones sodálites una honda gratitud y un renovado deseo de cooperar en la obra de la Reconciliación, al tiempo que nos dispone a la apertura reverente para discernir con fidelidad los caminos por los que la acción divina nos orienta en el aquí y ahora de nuestro peregrinar, y de cara al futuro.

Somos conscientes de que, sin mérito alguno de nuestra parte, hemos sido bendecidos con el carisma sodálite, precioso don que el Espíritu nos confía para contribuir en la edificación de la Iglesia y el despliegue de su misión en el mundo. En él encontramos además el camino propuesto por Dios para nuestra configuración personal con el Señor Jesús, Hijo de Santa María, y para poder hacer de todos los desafíos y exigencias propios de nuestra vida y misión ̶ incluyendo contrariedades, luchas, desconciertos y sufrimientos ̶ ocasiones de avanzar más firmemente hacia la perfección en la caridad.

Alentados por la certeza de que es el Espíritu quien nos acompaña, sostiene e ilumina en todo momento, escudriñando bajo su Luz los signos de los tiempos, vamos comprendiendo que el momento presente nos ofrece como uno de sus acentos más importantes el llamado a asumir con más responsabilidad el

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carisma que se nos ha confiado para así poder responder con mayor fidelidad y fecundidad a los horizontes que se abren ante nosotros.

1. Carisma y acción de Dios

Para avanzar en nuestra reflexión parece conveniente repasar, siquiera muy brevemente, algunos aspectos fundamentales de esa realidad tan misteriosa como fecunda para la vida del Pueblo de Dios que denominamos carisma. No se trata de una tarea fácil, ni es el caso de ensayar aquí un desarrollo exhaustivo del tema. De una manera muy sintética, bástenos para el propósito de estas consideraciones tomar en cuenta tres aspectos: el carisma como acción de Dios; el carisma como efecto de esa acción en una persona o grupo de personas; y el carisma como fruto visible de la cooperación entre la acción divina y la humana.

1.1. Carisma como acción de Dios y manifestación de su presencia

La palabra carisma proviene del griego χάρισµα (járisma), cuya raíz es χάρις (jaris), “gracia”, que es «el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada»1, tal como nos enseña el Catecismo. Carisma designa de modo más específico, las gracias particulares que Dios concede a determinadas personas como un llamamiento particular y con una finalidad específica, ordenada al servicio de la Iglesia2. Es, por lo tanto, una manera particular como Dios comunica su ser y, así, pone de manifiesto que es Amor, Bondad y fuente de todo bien; que es infinitamente sabio y providente; que es eterno. En eso se apoya nuestra firme certeza de que la acción de Dios busca siempre el máximo bien al que podamos aspirar. Y nos da la garantía de su eficacia, pues es desde la unidad de su Ser y Amor que Dios nos llama y nos da la gracia suficiente para que podamos responderle si la acogemos y cooperamos con ella. Al mismo tiempo, por la actualidad permanente de su ser eterno, Dios nos garantiza su presencia providente acompañándonos a cada paso y fortalece nuestra confianza en la inquebrantable estabilidad de sus

1 Catecismo de la Iglesia Católica, 1996. 2 Ver F. Ruiz, Carisma en: Ermanno Ancilli, Diccionario de espiritualidad, Herder, Barcelona 1987, t. I, pp. 329 – 331.

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designios, que no cambian: Dios permanece siempre fiel en su designio y en su acción3.

San Pedro, en su Primera Epístola, nos invita a poner «al servicio de los demás la gracia recibida, como buenos administradores de las diversas gracias de Dios» (1Pe 4,10), y de esa manera evidencia la cooperación libre y activa con que debemos acoger la gracia de Dios, dejándonos impulsar por ella en nuestro despliegue personal. Toda la economía de la reconciliación nos muestra cómo Dios Amor ha querido asociar la eficacia de su acción salvífica a la cooperación libre de su criatura, dando lugar a una maravillosa sinergia4 que revela la altísima dignidad que nos ha conferido. Con su gracia, Dios «nos introduce en la intimidad de la vida trinitaria», nos hace participar de ella5 y nos hace capaces de realizar sus obras6.

1.2. El carisma como don dado a personas concretas para servir al Plan de Dios

La Sagrada Escritura muestra cómo todo carisma es otorgado a personas concretas en orden a la edificación de la Iglesia y su misión de «anunciar el reino de Cristo y de Dios e instaurarlo en todos los pueblos»7. San Pablo habla de carisma, en primer lugar, como don de Dios siempre ordenado a la salvación8. En un sentido más específico, habla también de la diversidad de carismas y ministerios otorgados por el mismo Espíritu para que todos formemos “un solo cuerpo”9. De ahí la exigencia de hacerse responsables por

3 Ver Sal 111(110); 1Cor 1,9; 2Tim 2,13. 4 Ver Mc 16,20: «Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando (συνεργέω) el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban». La palabra refiere a ser “compañero de trabajo”, “cooperar o trabajar juntos en una obra común”. 5 Ver Catecismo, 1997. 6 Ver Hch 6, 8; 20,32. Esos versículos relacionan de manera muy sugerente los vocablos xaris y dynamai (poder, fuerza), que indica el sentido básico de habilidad o capacidad; indica también posibilidad y, por lo tanto, “poder” tanto físico como intelectual y espiritual. En San Pablo, con frecuencia se refiere al poder de Dios que es comunicado al discípulo y actúa en la debilidad de éste. 7 Lumen gentium, 5. 8 Rom 5,15-16; 6,23. 9 Rom 12,6ss; 1Cor 12, 11ss; Ef 4,1-16.

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los dones recibidos y ejercerlos debidamente10, comenzando por su justo discernimiento11.

La acción vivificadora y animadora del Espíritu ha encontrado numerosos hombres y mujeres que, a lo largo de toda la historia, acogieron sus mociones y contribuyeron con iniciativas multiformes a la continua edificación de la Iglesia. En cada uno se manifestó de maneras diferentes, con acentos o expresiones particulares, según sus características personales — pues la gracia no anula ni prescinde de la naturaleza, sino que la supone — y también según la misión que el mismo Espíritu les confiaba.

Así, más allá de las contingencias propias de su tiempo, estos hombres y mujeres dieron lugar a ricas expresiones de la fe, no pocas de las cuales se concretizaron en variadas formas «de espiritualidad, de vida, de apostolado y de tradición»12, configurando familias espirituales como fruto de la cooperación entre la acción divina y la humana.

1.3. Los carismas como fruto de la acción divina y humana en la vida asociada de la Iglesia

La eclesiología de comunión impulsada a partir del Concilio Vaticano II alentó una comprensión más profunda de la Iglesia como cuerpo de Cristo, enriquecida con diversidad de dones y ministerios que, acogidos vitalmente, dan lugar a diferentes modos de vivir la única fe en la comunión eclesial. En ese marco se puede entender mejor la realidad de los carismas y su doble dimensión: una fundante y permanente ‒ la acción del Espíritu Santo ‒ y una contingente e histórica ‒ la acogida, discernimiento y desarrollo vital de los mismos ‒.

El Magisterio posterior al Concilio ha dado lugar a una reflexión más sistemática sobre este tema. Siguiendo esas reflexiones, se puede entender el carisma de un instituto ‒ al que el Código de Derecho Canónico se refiere como “patrimonio”13 y algunos autores como “carisma colectivo”14 ‒ como un

10 Rom 12,6-8; 1Pe 4,10-11. 11 1Jn 4,1ss. 12 Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa dirigidos a los institutos dedicados a obras apostólicas, 31/05/1983, 11. 13 Ver c. 578.

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cauce que brota, como de una fuente primigenia, del carisma del fundador15 y que en su desarrollo histórico se va enriqueciendo por los aportes confluyentes de los carismas personales que el Espíritu confiere a aquellos que llama a seguir ese camino de vida cristiana. Juntos, el carisma del fundador y los carismas personales configuran ‒ especialmente en la etapa inicial ‒ el carisma de fundación16 del cual brota y se consolida, bajo la acción del Espíritu Santo una experiencia particular de vida asociada.

Así pues, el don del Espíritu que da origen a un instituto y le otorga su carácter propio «está mediado por una persona, el fundador, llamado a iniciar el instituto, y actualizar el mismo don como respuesta a las exigencias de la vida y de la historia»17. Es él quien comunica su experiencia del Espíritu a sus discípulos «para ser por ellos vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en crecimiento perenne»18. El don particular que es el carisma se hace vida en personas concretas que caminan juntos, como comunidad, dentro de la comunión eclesial; y así, en esa acogida dinámica, van cooperando con el Espíritu en la configuración de una espiritualidad, un estilo, una disciplina, una metodología apostólica, para con ello enriquecer la vida y misión del Pueblo de Dios. En efecto, todo carisma está ordenado siempre a la edificación de la Iglesia19 y el cumplimiento de su

14 Ver, por ejemplo, Gianfranco Ghirlanda, SJ, El derecho en la Iglesia misterio de comunión. Compendio de derecho eclesial, Paulinas, Madrid 1992, p. 212; Antonio Romano, Los fundadores profetas de la historia, Publicaciones Claretianas, Madrid 1991, pp. 167. 15 Algunos autores establecen una distinción entre el carisma de fundador (que sería el «don que posibilita a la persona del fundador el llevar a cabo concretamente una fundación») y el carisma del fundador, que correspondería a la apropiación personal de ese don por parte de cada fundador o fundadora en particular, lo propio y característico de cada uno. «Esta experiencia nace de la vida evangélica de los fundadores, y el Espíritu Santo la transmite, en forma extraordinaria, a aquellos que, al ser atraídos, son llamados a vivir en la Iglesia y en el mundo la común vocación colectiva inserta, en sus elementos esenciales, en el código genético espiritual del carisma del fundador» (Ver Antonio Romano, ob.cit., p. 162). 16 El carisma del instituto estaría dado por «la irradiación colectiva del carisma originario del fundador, en relación con la vida y los carismas de los discípulos, destinados por el Espíritu a perpetuar dinámicamente en el tiempo toda la potencialidad de la inspiración esencial del fundador, y a expresar en el tiempo la identidad vocacional de toda la comunidad en sus posibles manifestaciones históricas» (Allí mismo, p. 168). 17 Velasio de Paolis, La vida consagrada en la Iglesia, BAC, Madrid 2011, p. 120. Ver también Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Caminar desde Cristo, 19/5/2002, 20. 18 Ver Sagrada Congregación para los religiosos e institutos seculares, Mutuae relationes, 14/05/1978, 11. 19 Ver S.S. Pablo VI, Exhortación Apostólica Evangelica testificatio, 29/06/1971, 11.

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misión evangelizadora20. Así lo explicaba Luis Fernando al indicar que «el carisma específico, es libre y gratuito don, favor de Dios, para el bien común de la Iglesia21». Y recordaba además, citando a Santo Tomás de Aquino, que «“este don se llama gratia gratis data, porque se concede al hombre por encima de las facultades naturales y del mérito personal22»23. En ese mismo sentido, en su amplio estudio sobre los fundadores, Fabio Ciardi subraya que «la obra que nace es obra de Dios, y cuanto Dios realiza en el fundador no es directamente para la edificación de éste, sino dada a través suyo para la edificación de la Iglesia». Junto con esta necesaria precisión, el autor cuida de establecer también que se debe tener presente «el aporte del elemento humano en la elaboración del proyecto fundacional y el aporte de la libre adhesión, por parte del fundador, a la realización de dicho proyecto»24.

En cuanto primeros receptores del carisma suscitado por el Espíritu e iniciadores de una nueva realidad eclesial, a los fundadores les toca, pues, vivir una experiencia singular, única, pero no autónoma. Todos aquellos a quienes Dios llama a seguir el camino abierto por los fundadores reciben el don de ser portadores y fieles custodios de ese carisma que, en cuanto compartido, se conoce como carisma colectivo. El P. Gianfranco Ghirlanda explica que «el carisma es “colectivo”», porque «aun teniendo su origen en el fundador o la fundadora, no le pertenece a ellos, sino que pertenece a todos los miembros del Instituto en modo sincrónico y diacrónico, en cuanto que en ellos es depositado y ellos lo mantienen vivo a través del tiempo y del espacio»25.

Toda esta experiencia encuentra su confirmación a través del discernimiento de la Jerarquía de la Iglesia26, a la cual compete «ante todo no sofocar el

20 Ver S.S. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptionis donum, 25/03/1984, 15. 21 Ver 1Cor 12,7. 22 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q. 111, a.1. 23 Luis Fernando Figari, Carisma y espiritualidad, conferencia pronunciada en el I Congreso de Espiritualidad Sodálite, Lima, 27 de enero de 2009. Al respecto, comenta el P. Gianfranco Ghirlanda, SJ: «La gratia gratis data, excediendo las facultades naturales y estando más allá de los méritos personales, no exige las disposiciones preliminares» (Carisma di un Istituto di vita consacrata e diritto proprio, en: Vita Consacrata, Anno XLVIII 2012/1, Gennaio/Febbraio, p. 44). 24 Fabio Ciardi, Los fundadores, hombres del espíritu. Para una teología del carisma de fundador, Paulinas, Madrid 1983, p. 126. 25 Gianfranco Ghirlanda, SJ, ob cit., p. 42. 26 Ver Lumen gentium, 45; Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 40.

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Espíritu, sino probarlo todo y retener lo que es bueno»27 y así verificar si un carisma es auténtico, si viene de Dios. En tal caso, lo reconoce, lo promueve y procura custodiarlo, viendo en él un don para enriquecimiento de la Iglesia y de su misión28. Ese reconocimiento se manifiesta principalmente a través de la aprobación de las Constituciones del instituto, que contienen — sin agotarlos — los elementos que constituyen su patrimonio29, rigen su gobierno y la vida de todos sus miembros. De ahí que sólo puedan modificarse con el consentimiento de la autoridad competente de la Iglesia.

La instrucción Mutuae relationes ofrece algunas “notas características” que se habrán de tomar en cuenta para discernir si un carisma es auténtico: la «proveniencia singular del Espíritu, distinta ciertamente aunque no separada de las dotes personales de quien guía y modera; una profunda preocupación por configurarse con Cristo testimoniando alguno de los aspectos de su misterio; y un amor fructífero a la Iglesia, que rehúya todo lo que en ella pueda ser causa de discordia». Y, con respecto a los fundadores, afirma que deben ser «hombres y mujeres de probada virtud (cfr. LG 45) que demuestren una sincera docilidad tanto a la sagrada Jerarquía cuanto al don del Espíritu que existe en ellos»30. El mismo documento presenta también criterios muy iluminadores para vivir y desarrollar con fidelidad el carisma debidamente reconocido por la Iglesia. «La caracterización carismática propia de cada Instituto ‒ enseña ‒ requiere, tanto por parte del Fundador cuanto por parte de sus discípulos, el verificar constantemente la propia fidelidad al Señor, la docilidad al Espíritu, la atención a las circunstancias y la visión cauta de los signos de los tiempos, la voluntad de inserción en la Iglesia, la conciencia de la propia subordinación a la Sagrada Jerarquía, la audacia en las iniciativas, la constancia en la entrega, la humildad en sobrellevar los contratiempos»31. En todo ello se ha de apoyar la fidelidad y el avance en el camino de santidad de todos los que, de una u otra forma, viven la vida cristiana bajo la inspiración de un carisma específico. De

27 Lumen gentium, 12. Ver 1Tes 5,12.19-21. 28 «Los carismas han de ser acogidos con gratitud, tanto por parte de quien los recibe, como por parte de todos en la Iglesia. Son, en efecto, una singular riqueza de gracia para la vitalidad apostólica y para la santidad del entero Cuerpo de Cristo, con tal que sean dones que verdaderamente provengan del Espíritu, y sean ejercidos en plena conformidad con los auténticos impulsos del Espíritu» (S.S. Juan Pablo II, Christifideles laici, 24. Ver Lumen gentium, 12). 29 Ver C.I.C., can. 587. 30 Mutuae relationes, 51. 31 Mutuae relationes, 12.

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ahí la exigencia de vivir en «fidelidad al carisma fundacional y al consiguiente patrimonio espiritual de cada Instituto»32. Se trata de hacerse corresponsables del don recibido para extraer toda su fecundidad evangélica y ponerla a servicio de la Iglesia y del mundo. En ello radica también la fidelidad a la propia identidad y vocación.

A este respecto, el Código de Derecho Canónico establece en el can. 578 que «todos han de observar con fidelidad la mente y propósitos de los fundadores, corroboradas por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también sus sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto»33. A servicio de esa tarea debe ponerse, como asunto de máxima prioridad, el capítulo o asamblea general, al que «le compete sobre todo defender el patrimonio del instituto, del que trata el can. 578, y procurar la acomodación y renovación de acuerdo con el mismo»34.

2. Una mirada a nuestra historia desde el Plan de Dios

A la luz de los elementos sucintamente considerados hasta aquí, dirijamos nuestra mirada al camino que Dios, en su infinita benevolencia, nos ha permitido recorrer como comunidad que peregrina, junto con todo el Pueblo de Dios, en medio de «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo»35.

32 S.S. Juan Pablo II, Vita consecrata, 25/05/1996, 36-37. Ver también Perfectae caritatis, 2; Evangelica testificatio, 11; Mutuae relationes, 8.13-14; Vida fraterna en comunidad, 45. 33 Vale la pena detenerse a considerar que la palabra «patrimonio», en el sentido aquí utilizado, designa una realidad tan rica como amplia y compleja. Para aproximarse a ella resulta útil tomar en cuenta el significado que este término tiene en su acepción más común: un conjunto de bienes y riquezas que han sido recibidos en herencia. El patrimonio del instituto vendría a ser el conjunto de dones carismáticos que, teniendo su origen en la acción del Espíritu Santo, enriquecen al instituto, configuran su identidad y definen su misión en la vida de la Iglesia: la propia naturaleza y vocación, los principios que lo inspiran, los fines a los que aspira, la espiritualidad, estilo, disciplina, etc., en cuanto presentes en la mente y propósitos de los fundadores y corroborados por la Iglesia como provenientes del Espíritu. El Código engloba estas realidades con las palabras naturaleza, fin, espíritu y carácter (lat. indoles), a lo que añade las sanas tradiciones. Todas ellas hacen parte del carisma colectivo del instituto, recibido como patrimonio para ser vivido, custodiado, profundizado y desarrollado. 34 Ver C.I.C., can. 631. 35 Gaudium et spes, 1.

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2.1. Primeros 40 años: nuestras raíces y fundamentos

Recorridos ya más de cuarenta años desde el inicio de nuestro peregrinar, contemplamos con inmensa gratitud el camino que ha llevado «al mínimo Sodalitium a ser un sendero en la Iglesia, bendecido por el reconocimiento pontificio, para conducir a sus miembros a la perfección de la caridad, ejerciendo el apostolado y viviendo en comunidad fraterna, según la inspiración de Dios»36. Este tiempo, no exento de luces y sombras, ha constituido una etapa en que, bajo el influjo vivificador e iluminador del Espíritu Santo, se han sentado los fundamentos de nuestra Sociedad.

De la entrega intensa y ardorosa al ideal apostólico nítidamente percibido desde los orígenes ‒ con los acentos propios de la situación del mundo y de la Iglesia ‒ y bajo la atenta acogida de las enseñanzas del Magisterio de los Sumos Pontífices, como también de los obispos reunidos en las Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano, surgen desde los primeros años los textos que contienen el «núcleo de las intuiciones fundamentales» que brotan del carisma suscitado por el Espíritu y han venido plasmando el desarrollo inicial de la espiritualidad propia37.

Para ir dando forma a la vida que se iba desplegando en diversas modalidades de servicio evangelizador, de vida comunitaria, de celebración personal y comunitaria de la fe, con una consciencia cada vez más viva de la pertenencia y amor a la Iglesia, surgen también los documentos que ponen de manifiesto y profundizan la propia identidad38: desde el ya lejano “Libro Azul” ‒ cuyas líneas esenciales, que beben abundantemente de la fuente renovadora del Concilio Vaticano II, han sido recogidas en sucesivos textos hasta hoy ‒ pasando por las Pautas para la Vida Fraterna y, ciertamente, las Constituciones39. En estas últimas se plasma además el fruto del discernimiento, realizado con la invalorable contribución de numerosos

36 Luis Fernando Figari, Prólogo a las Constituciones del Sodalitium Christianae Vitae, Lima 2001, pp. IV-V. 37 Ver Luis Fernando Figari, Desarrollando un estilo. Memoria 1986, p. 4. 38 Ver Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 11. 39 Sobre la naturaleza de las Constituciones de un instituto, el P. Ghirlanda dice que se trata del «código fundamental que debe tutelar el carisma colectivo de fundación y disciplinar los aspectos fundamentales de la vida y del apostolado del Instituto» (Carisma di un Istituto di vita consacrata e diritto proprio, lug.cit., p. 38). Ver C.I.C. c. 587.

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pastores y personas prudentes, de la figura canónica definitiva que habría de asumir el Sodalitium, esto es, la de Sociedad de Vida Apostólica, caracterizada precisamente por su fin apostólico específico40. Su aprobación por parte de la Arquidiócesis de Lima primero ‒ en 1994 ‒ y por la Santa Sede después ‒ en 1997 ‒ fue «un hito decisivo en nuestro peregrinar de fe», como lo recordaba la II Asamblea General Ordinaria: «Es Pedro quien discierne que nuestro carisma es una respuesta válida y universal para la vida cristiana y el apostolado, que es un camino para avanzar hacia la perfección en la caridad»41.

En este fecundo recorrido de reflexión sobre la propia vida y acción, de categorización de los dones recibidos de lo Alto y la multiplicidad de experiencias vividas para poder comunicar el patrimonio espiritual que nos ha sido confiado, ocupan un lugar especial las tres Asambleas Generales Ordinarias precedentes y sus respectivos documentos de conclusiones42.

Cabe destacar también como un fruto precioso de este período el surgimiento y maduración de la Familia Sodálite, que congrega en torno al mismo carisma a numerosas personas, sea de modo individual o asociado. La II Asamblea General describía nuestra familia espiritual diciendo que en ella «todos compartimos ‒ desde una particular impostación en la propia realidad ‒ un mismo carisma, espiritualidad, ideales, en el horizonte de una misión apostólica compartida, según las propias características de cada cual. En esto se manifiesta una real relación de parentesco espiritual, de sentido, de fraternidad, de complementariedad y de pertenencia»43. Así ha cobrado vida el proyecto original del fundador, que desde los primeros años veía que «Dios nos llamaba a formar una comunidad integrada por sacerdotes, laicos consagrados y 40 Ver Vita consecrata, 11. 41 II Asamblea General, Conclusiones, 12. 42 Cabe tomar en cuenta aquí las palabras del fundador recogidas en el Documento de Conclusiones de la III Asamblea General: «En relación al carácter de las Conclusiones de nuestras I y II Asambleas, dijo: “Considero que el documento de Conclusiones de 1994, así como el documento de Conclusiones del Año del Gran Jubileo de la Encarnación, forman parte permanente de nuestra vida y misión. En estas dos ocasiones particulares, me llevan a esa convicción las características y el contenido que recogen y plasman, que en esos dos casos concretos, por gracia de Dios, son expresión sumamente adecuada del carisma con que Dios nos ha bendecido” (Luis Fernando Figari, Una mirada a nuestra vida y acción, Conferencia en la III Asamblea General Ordinaria, Lima 2006). Reconocemos que tal declaración otorga a dichos documentos un carácter singular, que no se extiende a una calificación general sobre este tipo de documentos, en especial hacia el futuro» (n. 24). 43 Allí mismo, 178. Ver también I Asamblea General de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, Conclusiones, 109.

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personas casadas»44. La aprobación del Movimiento de Vida Cristiana y de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, así como la aprobación canónica de las Siervas del Plan de Dios, constituyen también hitos muy significativos que confirman el carisma sodálite en la comunión de la Iglesia.

La expansión del servicio apostólico de la Familia Sodálite a los cinco continentes manifiesta también la universalidad de nuestro carisma, en el cual hombres y mujeres de realidades muy diversas encuentran un camino adecuado para vivir la vida cristiana en sus propias circunstancias, al tiempo que aportan a su desarrollo el rico bagaje espiritual, histórico y cultural de sus propios ambientes y tradiciones45.

Contemplar este breve camino dentro de la historia bimilenaria de la Iglesia nos sitúa frente al misterio de Dios y su designio amoroso. Somos conscientes de que el carisma sodálite es «una realidad que luego del discernimiento de la Iglesia ha sido reconocida como nacida del Espíritu Santo»46 para servir a la misión de la Iglesia. Sabernos depositarios de ese precioso don nos llena de profunda gratitud a Dios, dador de todo bien; a María, mediadora que nos obtiene todas las gracias; a la Iglesia, Madre y Maestra; a tantos hermanos que con su entrega cotidiana, desde su propio lugar en la misión, han venido contribuyendo a la profundización y desarrollo de este don; y muy especialmente a Luis Fernando, nuestro fundador, por haber aceptado el singular y exigente llamado que Dios le dirigió, y habernos conducido a lo largo de estos años en los que las raíces de nuestro carisma han ido creciendo, fortaleciéndose y dado frutos iniciales que permiten augurar una cosecha aún más abundante si somos fieles. Al mismo tiempo, se aviva en nosotros la consciencia de la grave responsabilidad que cabe a cada sodálite de custodiar con humildad y celo nuestra identidad y el patrimonio que se nos ha confiado47.

44 Luis Fernando Figari, Catequesis en San Juan de Letrán, Fondo Editorial, Lima 2008, p.8. Ver también Los fieles laicos y la vida cristiana en Formación y misión, Vida y Espiritualidad, Lima 2008, pp. 60-64. 45 Ver II Asamblea General, Conclusiones, 175. 46 Ver Luis Fernando Figari, Carisma y espiritualidad, lug.cit. 47 Al respecto, nuestro fundador señalaba hace ya algunos años: «La identidad se mantiene cuando el núcleo de lo esencial, el carisma fundacional y el estilo y espiritualidad que de él surgen permanecen inalterados (...) La vuelta a las fuentes, la vuelta a las raíces es siempre un recuperar, un contrastarse con el núcleo de intuiciones fundamentales de los orígenes. De la fidelidad a ese núcleo se concluirá la fidelidad del instituto, es decir si es o no es lo que su identidad fundamental indica» (Luis Fernando Figari, Desarrollando un estilo. Memoria 1986, p. 4).

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2.2. El tiempo presente y el horizonte que se abre

Nos encontramos todavía en el período fundacional de nuestra comunidad. Contamos entre nosotros con la presencia del fundador, aunque de un modo distinto, según lo que él mismo nos lo ha compartido48. Participamos en un proceso de maduración a través del desarrollo, aun incipiente pero sin duda valioso, de algunos elementos de nuestra espiritualidad, como también de la institucionalización reflejada en modos de organización, definición de procesos y plasmación progresiva de las directrices emanadas por las Asambleas precedentes. Junto con ello, los cambios en el gobierno general de la Sociedad nos permiten constatar que nos encontramos en una nueva etapa, y muy importante, en la vida de nuestra comunidad. Todo esto nos invita a abrirnos reverentemente a los signos de los tiempos buscando discernir, a la luz del Plan de Dios y asistidos por su Espíritu, los senderos que debemos recorrer en esta etapa de nuestro peregrinar.

Sin duda un signo que ha marcado los últimos años, junto con la alegría de constatar día a día la grandeza de nuestro llamado y la fecundidad del carisma con que hemos sido bendecidos, ha sido el dolor de experimentar dentro de nuestra comunidad la mordiente del mal y del pecado de maneras que jamás hubiéramos imaginado. La Providencia amorosa quiso ofrecernos un auxilio para entender esta experiencia tan dura como misteriosa con unas palabras pronunciadas por el Papa Benedicto XVI al iniciar la celebración del quincuagésimo aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II. Decía el Santo Padre:

También hoy estamos felices, llevamos alegría en nuestro corazón, pero diría que una alegría quizás más sobria, una alegría humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y experimentado que el pecado original existe y se traduce siempre de nuevo en pecados personales que pueden también convertirse en estructuras de pecado. Hemos visto que en el campo del Señor está siempre también la cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro se encuentran también los peces malos. Hemos visto que la fragilidad humana está presente también en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando también con el viento en contra, con tempestades que amenazan la nave. Y algunas veces hemos pensado: ¿dónde está el Señor? ¡Nos ha olvidado!49.

48 Ver IV Asamblea General, Conclusiones, 4. 49 S.S. Benedicto XVI, Bendición a los participantes de la Procesión de Velas organizada por la Acción Católica Italiana, 11/06/2012.

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Hemos vivido experiencias que nos han golpeado duramente, que nos han estremecido; no han faltado hermanos que frente a ellas se han desconcertado, han sentido vacilar la firmeza de su vocación, se han sentido necesitados de luces y apoyo en medio de la tormenta. Lamentamos profundamente las heridas que esos hechos han causado en nuestra comunidad y, más aún, las causadas en otras personas que de una u otra manera se han visto afectadas por ellos. Nos sabemos llamados a reparar ese mal con un empeño renovado por la caridad y la santidad, que comience por ser dóciles a la pedagogía de humildad y abnegación que brota de la Cruz. Sólo así podremos descubrir, en medio de las incertezas y desafíos de la vida, la Luz del Sol de Justicia, que nunca se apaga. A eso nos invitaba Benedicto XVI, a quien volvemos nuevamente nuestra atención:

Pero hemos tenido también la nueva experiencia de la presencia del Señor, de su bondad y de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo, no es fuego devorador o destructivo. Es un fuego silencioso, es una pequeña llama de bondad, de bondad y de verdad que transforma, que da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida. También hoy, con su modo humilde, el Señor está presente y da calor a los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan el mundo y son para nosotros garantía de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy y podemos ser felices también hoy, porque su bondad no se apaga, es fuerte también hoy50.

En plena comunión con la Iglesia, descubrimos con renovada consciencia una invitación del Padre Misericordioso a crecer en nuestra conversión personal y comunitaria, acogiendo activamente el don de la reconciliación, verdadera bendición que constituye un elemento central de nuestro carisma y espiritualidad, y que tiene como ejes fundamentales la verdad y caridad51. Encontramos una guía segura para el sendero que debemos recorrer en las orientaciones del Beato Papa Juan Pablo II con respecto a la “purificación de la memoria”52, como también en el testimonio de las palabras y gestos llenos de humildad y coraje evangélico del Papa Benedicto XVI, quien nos ha recordado que «la evangelización, en todo tiempo y lugar, tiene siempre como punto central y último a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios (cf. Mc 1,1); y el crucifijo es 50 S.S. Benedicto XVI, lug. cit. 51 «La Iglesia promueve una reconciliación en la verdad, sabiendo bien que no son posibles ni la reconciliación ni la unidad contra o fuera de la verdad» (S.S. Juan Pablo II, Reconciliatio et paenitentia, 9). 52 Ver S.S. Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 6/1/2001, 6.

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por excelencia el signo distintivo de quien anuncia el Evangelio: signo de amor y de paz, llamada a la conversión y a la reconciliación. Que nosotros venerados hermanos seamos los primeros en tener la mirada del corazón puesta en él, dejándonos purificar por su gracia»53.

El empeño renovado por la conversión deberá expresarse también en todos nuestros modos de proceder y sanas costumbres. El momento presente nos invita a la profundización en los valores genuinos del carisma, espiritualidad y estilo que el Espíritu nos ha confiado, viviéndolos con coherencia y dando testimonio de ellos; nos invita también a cultivar el espíritu de libertad, transparencia, confianza y comunión fraterna que son propios de nuestro estilo54 y que deben caracterizar nuestra comunicación siempre y en toda circunstancia con la consciencia de que debemos ser «unos para los otros un continuo estímulo de fervor, de humildad, de oración, de reverencia, de alegría, de estudio, de trabajo, de apostolado, de solidaridad»55.

Tenemos delante de nosotros un enorme desafío que es, al mismo tiempo, un horizonte hermoso: que cada sodálite se haga responsable por el carisma recibido, vele por su fortalecimiento en la permanencia del don, en la fidelidad a su carácter más genuino según el designio de Dios; y trabaje por su vigoroso despliegue dando testimonio de él, comunicándolo en el anuncio y el servicio. Se trata de ahondar y fortalecer aún más nuestras raíces para que las ramas se hagan más vigorosas y fecundas, y sus frutos puedan nutrir a cada vez más personas. En todo habremos de tener muy en cuenta la exhortación del Apóstol:

De modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios. Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen

53 S.S. Benedicto XVI, Homilía en la Misa para la apertura del Sínodo de los Obispos y proclamación como Doctores de la Iglesia de San Juan de Ávila y de Santa Hildegarda de Bingen, 7/10/2012. Ver también Discurso a los obispos de Irlanda en visita “ad limina”, 28 de octubre de 2006; Carta Pastoral a los obispos de Irlanda, 19 de marzo de 2010, 4; Encuentro con los periodistas durante el vuelo al Reino Unido, 16/9/2010. 54

Ver Constituciones, 5-8. 55 Constituciones, 7.

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arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo56.

3. La tarea que nos confía el Espíritu Santo

El carisma sodálite es uno y el mismo desde que Dios, en su bondad y sabiduría infinitas, quiso suscitar esta familia espiritual en su Iglesia. Como hemos reflexionado al comienzo, los designios de Dios no cambian pues Él es eterno; en su Providencia sigue actuando y “abriendo caminos” para que el carisma que ha suscitado entre nosotros se despliegue y de frutos. Es el Espíritu Santo que actúa en la Iglesia quien garantiza la permanencia y validez de nuestro carisma, y nos llama hoy a seguir desplegando las riquezas contenidas en ese tesoro para ponerlas más eficazmente a servicio de todos.

Responder a este llamado implica contemplar con una mirada purificada en el crisol de la humildad y madurada en la experiencia de la Cruz, las maravillas que hace el Señor en favor nuestro y a través de nuestra humilde cooperación; unidos a la Madre, dejar que nuestra alma se engrandezca y nuestro espíritu se alegre para dar gloria a Dios, nuestro Salvador y Reconciliador. Y con esa disposición, asumir la responsabilidad que nos encarga la Iglesia de vivir, custodiar, profundizar y desarrollar constantemente el carisma recibido57.

3.1. Vivir el carisma

Supondrá, en primer lugar, acoger más hondamente el don del carisma, con reverencia y sincera gratitud, renovando la certeza de que en él se nos ofrece una espiritualidad y un estilo como camino seguro de configuración con Jesucristo y como modo válido de participar activamente en la comunión y misión de la Iglesia, aportando con nuestra mirada y acción. Crecer en la convicción de que en nuestro carisma se encuentran las respuestas a las exigencias y desafíos propios de nuestra vocación y misión, como dones proporcionados que Dios nos ofrece para que podamos responder a su

56 1Cor 3,7-11 57 Mutuae relationes, 11.

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llamado58. Que todo nuestro ser y su despliegue sea informado por este don en todo tiempo, lugar y circunstancia.

Para vivir es necesario amar. ¡Crezcamos siempre más en el amor al Sodalitium, a nuestra vocación! Y amémoslo con un amor maduro, no pueril ‒ basado apenas en emociones, en ilusiones, gustos y entusiasmos, siempre pasajeros ‒ sino viril, firme, vigoroso, convencido de que en nuestro llamado nos es ofrecido el bien mayor para cada uno de nosotros. Un amor, fundado en la fe y sostenido por la esperanza, capaz de remontar arideces y contrariedades, dispuesto al sacrificio, siempre en disposición oblativa y donal. Sólo así se puede alcanzar el gozo de poder decir por el Señor y con el Señor: «yo para esto he nacido»59.

3.2. Custodiar el carisma

Desde esa vivencia, debemos velar con celo y responsabilidad para que las resonancias de los cambios en este tiempo no diluyan ni deformen los elementos genuinos de nuestro carisma. Eso supondrá también su recto discernimiento: recoger toda la riqueza recibida a lo largo de nuestra historia y saber distinguir con lucidez lo esencial de lo accesorio, los valores permanentes de las expresiones coyunturales ‒ sujetas a circunstancias personales, históricas o culturales transitorias ‒ para custodiar y poder transmitir con fidelidad el genuino patrimonio espiritual que Dios nos ha confiado.

Con relación a esto, es importante recordar que, por ser gracias, los carismas son una realidad esencialmente viva y dinámica. Sería errado concebir la fidelidad al carisma como el apego a algo estático y, por así decirlo, “congelado”. Si bien ‒ como hemos recordado ‒ el carisma es el mismo, su despliegue no se agota en una o varias circunstancias concretas. No es una realidad autónoma ni auto-referente sino una gracia dada para una finalidad: vivir la vida cristiana y el apostolado en los tiempos y lugares propios de quien lo recibe. Quien participa de él debe desplegar la riqueza del don recibido en la historia y sus contingencias, adaptándolo a los diversos tiempos, lugares y

58 Siguiendo un principio fundamental de la teología espiritual, nos recordaba nuestro fundador: «Todo estado de vida al que el Plan de Dios convoca, toda misión que encomienda, va acompañada de la gracia conveniente para su realización y pleno desarrollo según el divino designio» (Luis Fernando Figari, Encuentro de Superiores en el año 2000. Palabras del Superior General, Lima 2000, p. 31). 59 Ver Jn 18,37.

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circunstancias, sin que su carácter se disuelva ni pierda su esencia. Esa es la garantía de la siempre necesaria renovación y adaptación de todo instituto y familia espiritual. Por eso, en cuanto portador del carisma común, cada sodálite tiene un lugar único en el desarrollo y despliegue de esa gracia dada por Dios para el bien de la misión de la Iglesia60.

Debemos tener muy presente que «la custodia y el desarrollo del carisma y de los elementos estructurales fundamentales en los cuales él se expresa es el primer deber de todos los miembros del Instituto, en cuanto todos participan del mismo carisma»61. Se trata de un empeño permanente que debemos realizar siempre en apertura al Espíritu, que nos ha suscitado62. Como explica Antonio Romano, «a los hijos del fundador se les otorga una gracia diferente, un carisma dado por el Espíritu, semejante al del fundador, para llevar adelante la fundación y no para iniciarla» y por eso «el sujeto más adecuado para llevar a cabo una lectura plena del carisma es la comunidad»63. Nadie puede arrogarse esta tarea solo, pues en el mismo momento en que un miembro o un conjunto de miembros se separara ‒ aun cuando fuere sólo interiormente ‒ de la comunidad que es depositaria del carisma, se desvirtuaría su identidad y su posibilidad de comunicar el carisma con fidelidad.

Analizando lo delicado de la tarea de tutelar el carisma y sus expresiones en la espiritualidad, estilo, prácticas y modos de llevar adelante la misión propia, el mismo autor advierte sobre los riesgos de “momificarlo” al tratar de mantener formas accidentales y transitorias de los orígenes como si fueran esenciales; o de diluir la identidad por una errada e irreflexiva “adaptación” en la que se pierdan elementos esenciales del carisma, llegándose a sustituir (aun cuando fuere involuntariamente) el papel del fundador64.

60 Ver Caminar desde Cristo, 20. 61 P. Gianfranco Ghirlanda, SJ, Carisma di un Istituto di vita consacrata e diritto proprio, lug.cit., p. 49. 62 «Es el Espíritu quien ha concedido el carisma de fundador o de fundadora a una persona y lo ha delimitado y enriquecido en el carisma de fundación del grupo originario. Y es siempre el mismo Espíritu quien actúa para que se mantenga vivo y presente en el tiempo el carisma de fundación, mediante la acción de todos aquellos que son llamados a participar de dicho carisma, incluso con sus carismas personales» (P. Gianfranco Ghirlanda, SJ, Ecclesialità della Vita Consacrata, en AA. VV., La vita consacrata, Bologna 1983, 39-40 citado en: Antonio Romano, ob.cit., p. 156). 63 Antonio Romano, ob.cit., pp. 171 y 187. 64 Ver Antonio Romano, ob.cit., pp. 181-184 y 190-191.

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Así lo ha señalado también el Papa Francisco, al reflexionar sobre la necesaria apertura y docilidad a la ley del Espíritu que «nos conduce por un camino de discernimiento continuo para hacer la voluntad de Dios». Ciertamente, eso implica una experiencia de inseguridad, de no ver todo claro y eso — como advertía el Santo Padre — «nos da miedo» y da lugar a dos tentaciones. La primera es la de «ir hacia atrás», resistirse a la acción dinámica y renovadora del Espíritu. Es «un poco la tentación del miedo a la libertad, del miedo al Espíritu Santo (…) por el cual es mejor ir sobre lo seguro», decía el Papa. Y habló también de otra tentación: la del «progresismo adolescente», que nos hace «salir del camino» por una apertura acrítica e ingenua al mundo. «Ensanchamos un poco el camino. Al final, como digo, no es verdadero progresismo. Es un progresismo adolescente: como los adolescentes que quieren tener todo con el entusiasmo ¿y al final? Se resbala… Es como cuando el camino está con hielo y el auto resbala y va fuera del camino». Frente a ello, enseña el Santo Padre, el camino es «el de la libertad en el Espíritu Santo, que nos hace libres, en el discernimiento continuo acerca de la voluntad de Dios para ir hacia adelante por este camino, sin ir hacia atrás y sin salirnos del camino»65.

Para desplegar el carisma sodálite debemos, pues, cooperar en todo con el Espíritu Santo, tomando en cuenta que los «criterios del acertado discernimiento se han de buscar siempre en la Palabra de Dios y en las enseñanzas de la Iglesia, así como en la espiritualidad y disposiciones del Sodalitium»66. Los dones recibidos del Altísimo y reconocidos por la Iglesia, que nos han de guiar, están recogidos, en primer lugar, en nuestras Constituciones, las cuales «no deben ser vistas sólo como un conjunto de normas a seguir, sino principalmente como un texto que ofrece los criterios de discernimiento espiritual para avanzar en el camino de la santidad y un medio de comunión entre todos los miembros del Instituto en la participación y puesta en práctica del mismo carisma y en el cumplimiento de la misma misión»67. De modo análogo, deberemos buscar una guía segura en nuestros reglamentos — entre los cuales ocupan un lugar especial las Pautas para la vida fraterna — y demás documentos. Referencia fundamental han de ser, asimismo, los escritos 65 Ver S.S. Francisco, Homilía en la Misa celebrada esta mañana en la Capilla de la Casa Santa Marta,

12 de junio de 2013. 66 Constituciones, 14. 67 P. Gianfranco Ghirlanda, SJ, ob.cit., p. 46.

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de nuestro fundador, que contienen las intuiciones primordiales y los primeros desarrollos que han ido configurando nuestra espiritualidad. A esto se suman, y deberán ser tomados en cuenta también, los trabajos de todos aquellos que, en sintonía con esos desarrollos, van profundizando diversos aspectos de nuestra espiritualidad.

Será muy importante, asimismo, conocer bien nuestra historia andando siempre en la verdad, con la madurez de una fe interiorizada y la humildad de quien se reconoce pecador, pero también reconciliado y llamado a vivir en todo la dinámica de la reconciliación. Así podremos reconocer en todo el llamado providente de Dios y la guía maternal de Santa María.

3.3. Profundizar en el carisma

Al mismo tiempo, asumir la responsabilidad que nos cabe por el carisma sodálite significa avanzar por los caminos abiertos en nuestra espiritualidad, ahondar en sus intuiciones fundamentales profundizando en las claves de aproximación a la fe y a la realidad que nos ofrece; en la naturaleza, alcances y expresiones propias de sus temas y acentos, como también en las raíces profundas que tiene en la historia, la tradición y el Magisterio de la Iglesia. Es una tarea apasionante y cuyo horizonte se abre en el tiempo, pero que urge emprender ya, en el momento actual, comenzando por la debida preparación intelectual ‒ incluyendo la académica ‒ como también por el ejercicio asiduo, serio e interiorizado de la reflexión que todo sodálite debe cultivar68.

El interés por este asunto se ha venido manifestando con mucho vigor en las comunidades sodálites, como se ha podido ver, por ejemplo, en la encuesta de preparación para la IV Asamblea General. Entre otros aspectos, se ha destacado la necesidad de cuidar con mucho celo de la dimensión intelectual de esta tarea, pero sin restringirla a ella, pues «también se profundiza en nuestro carisma por la vivencia radical del mismo»69. La vivencia fiel de nuestro carisma significa profundizar en las expresiones vivas a través de las cuales éste se manifiesta: la espiritualidad, el estilo, la disciplina y el apostolado sodálites. De la vida y la reflexión sobre lo que vivimos, a la luz de la fe y el 68 Ver Miguel Salazar S., La importancia de la reflexión en la evangelización de la cultura, conferencia en el Simposio sobre Evangelización de la Cultura, Lima 20 a 23 de agosto de 2012. 69 Sodalitium Christianae Vitae, Encuesta Comunitaria de Preparación para la IV Asamblea

General Ordinaria – Centro Madre de los Apóstoles (Cali, Colombia), agosto-setiembre 2012.

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estudio, podremos extraer las enormes riquezas contenidas en temas tan fundamentales como la cooperación con la gracia, la Dirección de San Pedro, la espiritualidad de la acción, el proceso de amorización, la dinámica de la reconciliación, por mencionar sólo algunas. Sólo así podrá edificarse y fortalecerse la «unidad en el amor», nota distintiva del Sodalitium que expresa la esencia de su espíritu70.

Todo empeño personal y comunitario por proveer las condiciones requeridas para poder avanzar en esta tarea merece ser considerado como prioritario.

3.4. Desarrollar y comunicar el carisma

La necesaria profundización del carisma deberá estar acompañada de su adecuado desarrollo, de manera que se lo pueda comunicar con más vigor y fecundidad, aplicándolo y adaptándolo ‒ en fidelidad a su carácter genuino y originario ‒ a los variados ámbitos apostólicos y a las diferentes circunstancias de espacio y tiempo donde nos vaya conduciendo el Plan de Dios71.

Hay mucho por desarrollar de lo que el Espíritu ha suscitado entre nosotros y cada uno está llamado a participar en esta tarea en el puesto de servicio en que se encuentre. Debemos impulsar «una reflexión y aplicación de nuestro carisma a la práctica concreta en diversos ámbitos de nuestro apostolado», lo cual exigirá la dedicación y los recursos adecuados a ese fin72. Con ese esfuerzo podremos iluminar nuestro servicio evangelizador en áreas como el apostolado vocacional, nuestros acentos apostólicos, el servicio de acompañamiento espiritual, la educación en sus diferentes niveles, la familia, el arte, entre otros. Con un apostolado más firmemente enraizado en nuestro carisma podremos producir los frutos abundantes que el Señor espera de nosotros73.

Desde nuestra «plena conciencia de pertenecer a la Iglesia» y nuestro compromiso por permanecer «fraternalmente solícitos y en permanente disposición de servicio ante la vida y las necesidades de la comunidad

70 Ver Constituciones, 6 y 2; Pautas para la vida fraternal, 7 y 8. 71 Ver Vita consecrata, 37. 72 Sodalitium Christianae Vitae, Encuesta Comunitaria de Preparación para la IV Asamblea General Ordinaria – Centro Madre del Reconciliador (Lima, Perú), agosto-setiembre 2012. 73 Ver Jn 15,8.

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eclesial»74, será oportuno discernir con lucidez dónde y cómo estamos llamados a enriquecer la vida de la Iglesia75; y dónde y cómo debemos seguir enriqueciéndonos con el patrimonio común del Pueblo de Dios, en apertura y diálogo con otras experiencias eclesiales, teniendo presente que siempre debemos estar abiertos a lo nuevo, a la renovación, pero sin aceptar nada por su novedad, sino sólo por su bondad y eficacia en orden al Plan de Dios76.

3.5. Algunas recomendaciones

Delante de esta enorme pero apasionante tarea, en la que no habrá de faltarnos la asistencia del Espíritu y la guía de Nuestra Madre, vale la pena tomar en consideración algunas coordenadas fundamentales para orientar nuestra reflexión y nuestros trabajos:

1º) La condición fundamental para todo empeño por vivir, custodiar, profundizar y desarrollar nuestro carisma es la santidad. Como enseñaba el Beato Papa Juan Pablo II, «la garantía de toda renovación que pretenda ser fiel a la inspiración originaria está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor»77. La santidad de vida de la que surge, con que se expresa y a la que conduce será una instancia fundamental de discernimiento para el carisma sodálite en todas sus expresiones.

2º) La verdad proclamada por el salmista: «Si Yahveh no construye la casa, en vano se afanan los constructores»78 es un principio fundamental para la vida espiritual, pero también para todo emprendimiento humano. Asumir con fidelidad la corresponsabilidad por nuestro carisma implica reconocer vitalmente la primacía de la gracia y la exigencia de cooperar con ella según el máximo de nuestras capacidades y posibilidades. Nuestra mirada debe ser la del Espíritu. Debemos saber contar con nuestra propia contingencia e imperfecciones. No

74 Ver Constituciones, 11 y 13. 75 «Es difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia» (Redemptionis donum, 15). 76 Ver Pautas, 21. 77 Vita consecrata, 37. 78 Sal 127,1.

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consentir mediocres conformismos, pero tampoco perfeccionismos mundanos ni prometeicos controlismos: saber que somos “vasijas de barro” y desde esa consciencia vivir coherentemente la Oración del Fiat.

3º) Las enseñanzas del Magisterio, como también la experiencia de muchos hermanos y hermanas en la fe, manifiestan claramente que la corresponsabilidad por el carisma tiene un carácter eminentemente comunitario. Es en la comunidad, como porción de la Iglesia, donde el carisma sembrado por el Espíritu florece; con su savia hace brotar una espiritualidad, un estilo de vivir y anunciar la fe, expresiones de vida asociada, de amor y compromiso eclesial, de despliegue apostólico. Todo ello se vigoriza, crece y es capaz de multiplicar la fecundidad que porta sólo en la unidad, sólo en la medida en que cada uno de sus miembros permanece unido al cuerpo, en una comunión viva.

4º) Siempre ha sido un horizonte fundamental para nuestra vida y nuestro apostolado el reconciliar la ruptura entre fe y vida, buscando que la vida cristiana sea cada vez más vida cotidiana. En un dinamismo análogo, debemos procurar que nuestro carisma ‒ espiritualidad, estilo, disciplina ‒ sea cada vez más coherentemente vivido por cada sodálite. «El carisma no existe ni actúa fuera de la vida de las personas que han recibido el mismo don» y, por tanto, «únicamente se puede decir algo de él viviéndolo»79. Se trata, pues, de conocerlo bien, interiorizarlo, amarlo como don recibido de Dios y vivirlo — personal y comunitariamente — con coherencia, para iluminar con él cada ámbito de la realidad y comunicarlo con fidelidad.

5º) La naturaleza de esta tarea supone el cultivo de la virtud, y de manera muy particular, de la reverencia, de forma que podamos mirar la realidad como la Virgen Silente y Orante, sin precipitaciones ni negligencias, “guardando y meditando todo en el corazón”80. Igualmente importante será ejercitarse en la prudencia y el discernimiento como aproximación fundamental a la realidad, educándonos permanentemente en los hábitos de la reflexión y el recto pensar.

6º) El horizonte de esta tarea se extiende en el tiempo y nos invita a una visión de eternidad81, como también a vivir la dinámica de la provisionalidad82

79 Antonio Romano, ob.cit., p. 172. 80 Ver Lc 2,19.51. 81 Ver II Asamblea General, Conclusiones, 110. 82 Ver II Asamblea General, Conclusiones, 165-166.

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y comprender desde esa perspectiva los ritmos propios de la maduración de personas, procesos e instituciones, no pretendiendo precipitar definiciones sobre asuntos que aun requieren prudente maduración, ni anteponer estructuras o normas a la vida, como tampoco permitir que ésta se descarrile al ritmo de omisiones o respetos humanos.

Conclusión

En este año de la fe, elevamos nuestra acción de gracias a Dios por ese inmenso don y por las bendiciones que tan generosamente ha derramado y derrama siempre sobre nosotros.

La naturaleza de nuestra vocación y la misión que nos es confiada nos invitan a dejarnos iluminar por la fe y levantar la mirada más allá de las vicisitudes de estos tiempos, para descubrir a través de ellas los horizontes hacia los que el Espíritu nos invita a avanzar con paso firme y ardoroso, confiados siempre a la guía maternal de Santa María

Se trata de una tarea de la mayor importancia para nosotros, para nuestra misión y para las nuevas generaciones de sodálites. Todo ello nos exige, antes que nada, renovar la intensidad de nuestra vida espiritual, la apertura generosa a la gracia y la docilidad a sus mociones. Nos exige también renovarnos en la mirada reverente y maravillada – como debe ser siempre la mirada de la creatura ante la obra del Creador – delante del don de nuestro carisma. Y renovarnos en el amor comprometido con nuestra espiritualidad, estilo y disciplina, que deberá traducirse en un empeño mayor por conocer, profundizar, vivir, desarrollar y comunicar con mayor fidelidad el tesoro que nos ha sido confiado.

Nos sabemos portadores indignos de un precioso tesoro que debemos llevar a la Iglesia y al mundo. Nos anima el testimonio de la Dulce Doncella de Nazaret, que en la generosidad de su amor puro y humilde supo ser Portadora de la Reconciliación misma y ofrecerla maternalmente a toda la humanidad. A Ella nos confiamos para que nos obtenga las gracias que nos permitan seguir su ejemplo y cantar con nuestras vidas las maravillas del Señor.