una oportunidad de ponernos al día

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“Una oportunidad de ponernos al día” José Arico “La ciudad futura” Revista de cultura socialista Numero 2, Octubre de 1986. ¿Una segunda República? Tal es el título que le dimos al Suplemento del primer número de nuestra revista. Del conjunto de temas que nos proponemos encarar allí de manera más global y exhaustiva escogimos éste porque pensamos, y así lo dijimos, que es tarea prioritaria impulsar en la sociedad argentina un movimiento reformador que no deje las como están, que sea capaz de empujar a un país distinto ¿Pero por qué el signo de interrogación? ¿Cuál es el motivo que nos lleva a interrogarnos por una finalidad que a la vez consideramos deseable? La duda, por supuesto, no recae sobre la necesidad de la conquista de un orden político sustentado en una democracia social avanzada con formas de intervención de más amplia participación social y política, con una profunda democratización del poder y una mayor socialización de la vida económica. Excepto la derecha política, que confía en alcanzar un orden estable liberando el mercado y frenando la dilatación de las libertades positivas, podríamos afirmar que un país con las características señaladas es ansiado por la mayoría de nuestro pueblo. Pero siendo necesaria y deseada una reforma de nuestra vida pública, ¿es ella posible en las actuales circunstancias? En la respuesta a esta pregunta están las razones de esta duda. Porque no creo que exista en la sociedad, en sus instituciones representativas, en sus estamentos políticos y profesionales, en sus dimensiones ideológicas y culturales, el suficiente consenso, la necesaria voluntad reformadora, el perdurable compromiso político, que torne viables las reformas instituciones y estructurales que el país requiere para clausurar su

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José Arico. “La ciudad futura” Revista de cultura socialista. Numero 2, Octubre de 1986.

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Una oportunidad de ponernos al daJos AricoLa ciudad futura Revista de cultura socialistaNumero 2, Octubre de 1986.

Una segunda Repblica? Tal es el ttulo que le dimos al Suplemento del primer nmero de nuestra revista. Del conjunto de temas que nos proponemos encarar all de manera ms global y exhaustiva escogimos ste porque pensamos, y as lo dijimos, que es tarea prioritaria impulsar en la sociedad argentina un movimiento reformador que no deje las como estn, que sea capaz de empujar a un pas distinto Pero por qu el signo de interrogacin? Cul es el motivo que nos lleva a interrogarnos por una finalidad que a la vez consideramos deseable? La duda, por supuesto, no recae sobre la necesidad de la conquista de un orden poltico sustentado en una democracia social avanzada con formas de intervencin de ms amplia participacin social y poltica, con una profunda democratizacin del poder y una mayor socializacin de la vida econmica. Excepto la derecha poltica, que confa en alcanzar un orden estable liberando el mercado y frenando la dilatacin de las libertades positivas, podramos afirmar que un pas con las caractersticas sealadas es ansiado por la mayora de nuestro pueblo. Pero siendo necesaria y deseada una reforma de nuestra vida pblica, es ella posible en las actuales circunstancias? En la respuesta a esta pregunta estn las razones de esta duda. Porque no creo que exista en la sociedad, en sus instituciones representativas, en sus estamentos polticos y profesionales, en sus dimensiones ideolgicas y culturales, el suficiente consenso, la necesaria voluntad reformadora, el perdurable compromiso poltico, que torne viables las reformas instituciones y estructurales que el pas requiere para clausurar su inestabilidad poltica y reestructurar su vida econmica. Y sealo la escasa deseabilidad de la reforma institucional impulsada por el Ejecutivo en los medios polticos no porque participe de la crtica a su oportunidad, sino porque sera de desear que la sociedad tuviera una nocin ms plena de lo que hoy est en juego, de los obstculos que una voluntad reformadora deber sortear para poder imponerse. Obstculos tanto ms poderosos porque se alimentan de un pasado consolidado como creencia y de un presente plegado pasivamente a la presin de las cosas. Se quiere lo que no se tiene, pero se descree poder lograrlo. El presente subvertido se proyecta fantasiosamente en el futuro y desencadena as todo lo reprimido, pero nada se hace para comprender la realidad del presente y transformarlo. Se suea con los ojos abiertos y se soporta con rabia lo que existe.Pienso que cualquier respuesta al interrogante que intente colocarse antes del problema, que lo presente como un dilema del maana, que sostenga como dicen algunos que es preciso congelar la situacin actual y seguir insistiendo en el respeto a un ordenamiento jurdico-institucional cuyas limitaciones y anacronismo todos advertimos, cualquier respuesta de este tipo elude una cuestin fundamental. Cuando se afirma que los cambios son necesarios, pero que es preciso esperar momentos de mayor tranquilidad para hacerlos, se supone que se puede alcanzar la tranquilidad sin el cambio. En mi opinin esta es una forma de soar con los ojos abiertos porque se afirma en una creencia que rechaza las lecciones de los hechos y desplaza a un futuro imprevisible una necesidad del presente. Es difcil de imaginar la consolidacin de un estado de derecho en la Argentina sin introducir cambios en la estructura del estado y de la sociedad que den respuestas a las formas complejas de nuestra situacin actual y a las demandas de intervencin colectiva que desbordan las limitaciones y flaquezas de las instituciones del constitucionalismo liberal clsico. Puesto de otro modo, es imposible consolidar o que tal nunca existi en forma plena entre nosotros.Hoy por hoy es una conviccin compartida que, en rigor, la democracia representativa como forma de gobierno de partidos jams existi en la vida asociada de los argentinos. La democracia, o lo que se designaba como tal, fue una forma de gobierno de fuerte impronta cesarista. Las culturas polticas de corte nacional-populares antes, las culturas polticas de las izquierdas hoy, hicieron de la necesidad virtud. Puesto que los escasos y transitorios periodos de democratizacin que nos toc en suerte lo que se daba en realidad era un cesarismo exacerbado, donde la plaza ocultaba la corporativizacin de los actores sociales, esta era la democracia a la que debamos aspirar. Desde un perspectiva semejante, todo nfasis puesto en la reconstitucin de un sistema de partidos, en el respeto del principio de la mayora, en la salvaguarda de los derechos de las minoras, no era sino una tentativa de quitar sustantividad a la democracia; una recada en la democracia formal asentada en la partidocracia. No por azar se produjo la siguiente paradoja: mientras los gobiernos de fuerzas se planteaban reformas constitucionales que de algn modo los legitimara, los gobiernos constitucionales preferan soslayarlas. En definitiva, se imaginaban una Repblica posible cuando efectivizarla significaba de hecho burlar la soberana popular. Pero cuando esta encontraba el momento de abrirse paso, la ingeniera poltica ceda el puesto a la defensa del statu quo. Los problemas de las reformas del sistema poltico como paso obligado de las reformas de estructura slo le interesaron a expresiones minoritarias o a pequeos grupos de intelectuales herederos de una frgil tradicin reformadora. Para los grandes partidos populares, estos eran problemas formales y por tanto no sustantivos.Es posible que toquemos aqu un lmite de la cultura poltica argentina sobre el cual deberamos reflexionar. Porque colocar en un nivel derivado y secundario las formas jurdicas e institucionales de una sociedad, no solo es un error terico, sino tambin el claro indicador de una situacin social de neta separacin entre estado y sociedad, entre sociedad poltica y sociedad civil, entre economa y poltica como diramos quienes pensamos desde una tradicin marxista, situacin que con toda razn fue caracterizada por el propio Presidente de la Repblica como de ajuridicidad, de desconocimiento de la ley. Y no como rebelda a un orden considerado injusto -aunque as intentara presentarse- sino como desconocimiento y no aceptacin de normas para reglar el conflicto. La cultura de izquierda de matriz marxista cree poder fundar en la doctrina de su maestro el descredito por las formas jurdicas. Ha transformado un principio metodolgico como el de base y superestructura en una mera tontera. Y digo tontera porque sin siquiera saberlo o intuirlo ha trasformado este canon interpretativo -independientemente de las reservas que pueda l merecernos- en una pedestre visin economicista de la sociedad que, aunque pueda tener cabida en alguno de los marxismos hoy en danza, no la tiene el propio Marx. Si algn merito pretendi tener la concepcin materialista de la historia fue el derrumbar las certezas de una interpretacin econmica que solo vio en los hechos humanos las meras urgencias de intereses econmicos. De tal modo la historia se converta en una suerte de proceso judicial destinado a mostrar a los sucios y perversos intereses egostas ocultos detrs de las acciones y palabras de los hombres, La poltica, las formas de gobierno, en definitiva, el modo en que la vida asociada de los hombres se expresaba no eran sino apariencias de un conflicto de clases que deba desnudarse, es decir, despojarse de un ropaje intil. Y para eso el adversario, o ms bien el enemigo, deba ser mostrado tal cual era y no tal como simulaba ser. La poltica era en el fondo nicamente esto: simulacin. No creo que se puedan atribuirle a Marx concepciones que concluyen finalmente por transformar a la accin poltica en un puro acto de violencia, en una guerra de aniquilacin del adversario. Para un marxismo bien entendido las relaciones sociales de produccin y reproduccin de la vida material slo pueden expresarse en formas que las constituyen como tal. Desde una perspectiva semejante las formas jurdicas son las formas mismas del conflicto y cualquier reduccin de stas a solo apariencia constituye un error garrafal. Pero dejando de lado este problema terico, que reclamara una discusin imposible en este mbito, pienso que desconocer la sustantividad del orden jurdico-institucional es un error poltico maysculo. Porque si la izquierda se plantea un cambio radical de la sociedad y acepta que este cambio no es incompatible con la profundizacin de la democracia, debe necesariamente incorporar el problema de la reforma democrtica del estado y del sistema poltico como un campo privilegiado de su accin poltica. Pero aun si creyera lo contrario, aun si abandonara una perspectiva democrtica lo que desde mi postura seria un hecho profundamente daoso para la vida de nuestro pas y para los fines que tal izquierda pregona-, aun en este caso no podra dejar de plantearse las formas institucionales y jurdicas en las que el poder de una clase, o de un conjunto de clases, o de una fuerza poltica que pregona representarlas, podra convertirse en un orden poltico legal y legtimo. El hecho de que no sean estos los temas de izquierda, de que las propuestas de reforma sean vistas por ellas como puras maniobras electorales o mezquinas apetencias personales, y de que las reduzca a solo apariencia, es de algn modo la demostracin de que el discurso de la izquierda y su cultura estn instalados en la ideologa y no en la poltica. Si se acepta que la democracia es esencialmente una forma de rgimen poltico que no define necesariamente un tipo de sociedad, y si la democracia para los socialistas solo puede ser pensada en su efectividad socialista, cmo debera funcionar en sociedades que encarnan procesos de transformacin radicales? Si se quieren formas plenamente participativas qu modalidades concretas deberan asumir dicha participacin para que un rgimen democrtico sea efectivo? Son verdaderamente democrticos los regmenes llamados socialistas? De qu manera aseguran que el disenso se exprese? El discurso socialista no puede estar instalado en el vaco. Si postula la participacin de los ciudadanos no puede colocar este postulado en un futuro improbable. Debe ser capaz de decir cmo pueden ejercerse hoy, en que lugares, de qu manera, a travs de que instituciones. Debe admitir que ningn protagonismo de masas asegura ni garantiza per se absolutamente nada, que en definitiva la nica garanta reside en el carcter organizado o institucional de la democracia porque slo de este modo se puede evitar que una vanguardia, por mas iluminada que sta sea, prevalezca sobre los hombres y establezca el comando y el predominio de una nueva oligarqua. A partir del despliegue de esta pugna por la ampliacin de los procedimientos de control democrticos podr determinarse lo que se quiere cambiar y cmo, lo que efectivamente puede ser objeto de reformas. Slo asi un discurso se hace poltica, se torna verosmil, reclama de las personas lo que efectivamente stas pueden efectivamente dar. Tales son las razones -aunque podramos agregar otras- por las que nuestra revista considera de excepcional valor poltico una propuesta fundacional que nos obliga a tornar concretos los discursos, a ver los problemas tal como se los plantean los protagonistas. El proyecto de forjar un destino para esta sociedad, de reforma una constitucin a la que se reverencia y de la que se descree, de construir un ordenamiento institucional y poltico que posibilite corregir los males que nos llevaron al desastre y a la difcil situacin que soportamos, de crear un sistema poltico inspirado en los principios de la libertad y la igualdad, es en verdad un tarea ciclpea, pero es la oportunidad que hoy nos brinda la providencia para reiniciar, si esto es posible, de mejor manera un camino que no supimos recorrer. Es, como deca Jos Luis Romero hace exactamente treinta aos, y frente a otra tentativa de reformas, la oportunidad de ponernos al da. Podr este pas nostlgico de un pasado que imagin ponerse al da alguna vez? No lo s. Pero demasiadas cosas estn en juego para no apostar por la positiva.