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UNA OBSESIÓN MUY CATÓLICA: PASAR POR LAS ARMAS A LA SEÑORA INSTITUCIÓN Santos Juliá Corría el año de 1956 y la Biblioteca de Autores Cristianos, que era por entonces “el pan de nuestra cultura católica” 1 , decidió celebrar el primer centenario del nacimiento de Marcelino Menéndez Pelayo publicando una nueva edición en dos volúmenes de la obra más representativa de aquel genio de las letras patrias, su Historia de los heterodoxos españoles. La BAC encargó el estudio final al arzobispo de Granada, Rafael García y García de Castro, el mismo que en 1934 se había preguntado, siendo todavía canónigo de la misma catedral: “¿qué entendemos por intelectuales?” y se había contestado: son los escritores de ideas o de tendencias marcadamente izquierdistas, o sea, todo lo contrario a lo nacional, lo cristiano y lo español. Premiado, por esta y otras no menos agudas reflexiones, con el honor de incorporarse a la primera hornada de obispos de la posguerra, Rafael García y García de Castro no abandonó por ello sus inquietudes intelectuales y remató la nueva edición de la obra de Menéndez Pelayo con otra pregunta: “¿Qué curso han seguido las aguas de la heterodoxia desde la época de Menéndez Pelayo hasta nuestros días?” 2 . Texto revisado de la conferencia en el curso “La Institución Libre de Enseñanza y el liberalismo español”, celebrado en Vícar (Almería) del 17 al 21 de julio de 2006, dirigido por Javier Moreno Luzón, José García Velasco y Fernando Martínez. 1 Como se pregonaba desde las solapas de las sobrecubiertas que protegían las encuadernaciones de todos los libros publicados por la BAC. 2 Rafael García y García de Castro, “Menéndez Pelayo y su Historia de los heterodoxos españoles”, en Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, BAC, 1956, vol. 2, p. 1210. Su definición de intelectual, Rafael García y García de Castro, Los ‘intelectuales’ y la Iglesia, Madrid, Fax, 1934, pp. 14-17.

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UNA OBSESIÓN MUY CATÓLICA:

PASAR POR LAS ARMAS A LA SEÑORA INSTITUCIÓN∗

Santos Juliá

Corría el año de 1956 y la Biblioteca de Autores Cristianos, que era por

entonces “el pan de nuestra cultura católica”1, decidió celebrar el primer

centenario del nacimiento de Marcelino Menéndez Pelayo publicando una

nueva edición en dos volúmenes de la obra más representativa de aquel genio de

las letras patrias, su Historia de los heterodoxos españoles. La BAC encargó el

estudio final al arzobispo de Granada, Rafael García y García de Castro, el

mismo que en 1934 se había preguntado, siendo todavía canónigo de la misma

catedral: “¿qué entendemos por intelectuales?” y se había contestado: son los

escritores de ideas o de tendencias marcadamente izquierdistas, o sea, todo lo

contrario a lo nacional, lo cristiano y lo español. Premiado, por esta y otras no

menos agudas reflexiones, con el honor de incorporarse a la primera hornada de

obispos de la posguerra, Rafael García y García de Castro no abandonó por ello

sus inquietudes intelectuales y remató la nueva edición de la obra de Menéndez

Pelayo con otra pregunta: “¿Qué curso han seguido las aguas de la heterodoxia

desde la época de Menéndez Pelayo hasta nuestros días?”2.

∗ Texto revisado de la conferencia en el curso “La Institución Libre de Enseñanza y el liberalismo español”, celebrado en Vícar (Almería) del 17 al 21 de julio de 2006, dirigido por Javier Moreno Luzón, José García Velasco y Fernando Martínez. 1 Como se pregonaba desde las solapas de las sobrecubiertas que protegían las encuadernaciones de todos los libros publicados por la BAC. 2 Rafael García y García de Castro, “Menéndez Pelayo y su Historia de los heterodoxos españoles”, en Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, BAC, 1956, vol. 2, p. 1210. Su definición de intelectual, Rafael García y García de Castro, Los ‘intelectuales’ y la Iglesia, Madrid, Fax, 1934, pp. 14-17.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 2

Esos días nuestros eran los años cincuenta del siglo XX, cuando católicos

de diversa procedencia habían entrado en dura batalla por apropiarse la

herencia de don Marcelino y determinar su perdurable significado. El arzobispo,

sin mentar esos combates, atribuyó todos los males que habían caído sobre la

nación a “la existencia, no interrumpida durante más de medio siglo, de un

grupo de publicistas que han roto abierta o solapadamente con la Iglesia

católica y con el espíritu que informó durante muchas centurias las

manifestaciones más gloriosas de la ciencia española”. Este “grupo de

publicistas” tenía algunas características comunes: su apartamiento de los

moldes católicos, su pedagogía irreligiosa o, por lo menos, arreligiosa, su

filosofía racionalista, su labor histórica, despreciadora de los valores patrios.

¿Formarían también una escuela? Sí, respondía García y García de Castro: una

escuela con su fundador, Francisco Giner de los Ríos, ante cuyo altar quemaba

incienso Salvador de Madariaga, y con sus devotos de la liturgia institucionista,

que celebraban sus ritos iniciáticos en centros elegidos por ellos, con un método

uniforme de procedimientos y de ideas, de pedagogía y de palabras. No

resultaba difícil identificarlos, pues eran gentes que al arzobispo le parecían de

rebuscada y almibarada frase, de elegante y afeminado ademán, meloso el tono

de voz, recíprocos los bombos, con un plan perseverante de escalar puestos

influyentes en la enseñanza, apoyándose los unos a los otros. Para colmo, había

en sus centros sombras de logia y afán proselitista, que se extendían a la

conquista de la juventud estudiantil, y una preferencia marcadísima por todos

los aires procedentes del extranjero, junto a cierto menosprecio no disimulado

hacia todo lo que llevaba cuño español. Con estos caracteres, que delineaban

una escuela, con sus maestros y alumnos, se había extendido por la cátedra y el

ateneo, por el Parlamento y la plaza pública un racionalismo desolador,

disfrazado de untuoso misticismo3.

Ante gentes de tan repelente catadura, García y García de Castro se

formulaba una nueva y más inquietante pregunta: ¿se podrá señalar la

trayectoria de la heterodoxia desde los días de Menéndez Pelayo hasta hoy? Y

vaya si se podía: Unamuno, Besteiro, Ortega, Madariaga: todos ellos habían

3 Rafael García y García de Castro, “Menéndez Pelayo y su Historia de los heterodoxos españoles”, pp. 1211-1212.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 3

invocado como maestro indiscutible al fundador de la Institución Libre de

Enseñanza. Esa era la línea de la heterodoxia española, procedente de la

“escuela intelectualista” que vivía desde su origen divorciada de toda teología,

que se movía tortuosamente en la penumbra, no sentía el amor patrio,

mariposeaba de tema en tema y profesaba la neutralidad proclamada

solemnemente por su fundador. Y, mirando hacia su entorno más que al pasado,

el arzobispo señalaba la ubicuidad del mal: “así como el libre pensamiento sólo

existe cuando no se piensa, así también la neutralidad teológica y la ignorancia

dogmática llevarán al escepticismo elegante, a la contradicción caprichosa o a la

frase antirreligiosa, pero a la heterodoxia sistematizada, no”4. Ahí radicaba

precisamente lo pernicioso de la doctrina krausista. Lo que valía en otros

tiempos, cuando un amigo de Adolfo Posada le dijo que tuviera cuidado con

Álvarez Buylla5, valía también ahora, cuando García y García de Castro advertía

a los católicos que tuvieran cuidado con Ortega: que esta escuela, que de Giner

llegaba a Madariaga, pasando por Unamuno, Besteiro y Ortega, no podía ser

tachada de heterodoxia sistematizada, o sea, que sus obras no podían ser

llevadas al Índice de libros prohibidos, de modo que el mal se extendía como un

virus, una infección de “doctrina perniciosa” por el cuerpo sano de la nación.

Traigo a colación este estudio final del arzobispo de Granada sobre

Menéndez Pelayo y su Historia de los heterodoxos porque muestra bien la

persistencia, inmune al paso del tiempo, de la imagen que los católicos

cultivaron de la Institución Libre de Enseñanza y del más distinguido de sus

fundadores, Francisco Giner de los Ríos. Sin duda, el propósito del arzobispo,

escribiendo en 1956, no era tanto combatir a la “escuela intelectualista”, ya

exterminada, como a sus presuntos herederos, reivindicados por la facción

llamada “comprensiva” de los intelectuales de Falange que en los años cincuenta

encabezaron, desde posiciones de poder académico, una nueva política cultural

con el propósito de recuperar lo genuinamente español de la tradición

heterodoxa, animando a los jóvenes universitarios a la lectura de sus más

representativos exponentes. Bien flanqueado en esta batalla por jesuitas,

dominicos, franciscanos y socios del Opus Dei, el arzobispo de Granada alentaba

4 Id., ibid., p. 1223. 5 Adolfo Posada, Fragmentos de mis memorias, Oviedo, Universidad, 1983, p. 78.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 4

a no bajar la guardia en el secular combate contra la “escuela intelectualista”,

rediviva en los epígonos de Unamuno y de Ortega. Y para ello, nada mejor que

recurrir a los viejos argumentos puestos en circulación por los neocatólicos

cuando salieron a combatir a los krausistas, repetidos por los propagandistas

cuando denunciaron la proliferación de organismos vinculados a la Junta para

ampliación de estudios, y multiplicados por los tradicionalistas cuando, ya en la

República, llamaron a la cruzada para recuperar el terreno que sigilosamente

había caído en manos de los enemigos de la religión y de España.

No es mi intención detenerme aquí en los ataques que los intelectuales

católicos del medio siglo desencadenaron contra el legado de la Institución

Libre de Enseñanza; lo único que pretendo es mostrar la profundidad y

persistencia de los sentimientos de odio y envidia incubados por los católicos

hacia la Institución desde su mismo origen y que no dejaron de aflorar a la

superficie hasta después de su exterminio. Como hipótesis de trabajo, se podría

sospechar que lo arraigado de ese sentimiento procede de que en el momento

del triunfo de la religión católica como única y exclusiva religión del Estado, un

pequeño grupo de disidentes logró desafiar con relativo éxito entre la emergente

clase media profesional el monopolio de oferta religiosa y amenazar la posición

hegemónica que la Iglesia creía haber conquistado en el campo de la enseñanza

a partir de la firma del Concordato de 1851 y de la privilegiada y simbiótica

relación con la Monarquía restaurada en 1875. A medida que avanzaba el siglo

XX, los católicos se encontraron con el terreno de la ciencia, el arte, la literatura,

la historia, la pedagogía, el pensamiento y la política educativa y cultural

progresivamente ocupado por gentes para las que el sentimiento religioso se

expresaba por caminos divergentes de la ortodoxia o sencillamente se había

evaporado. Darse de bruces con esta nueva realidad, con una cultura en trance

de secularización, no lo pudieron entender ni soportar y decidieron pasar a la

ofensiva: denunciaron como de origen satánico la semilla del mal y llamaron a

la cruzada para reconquistar, si necesario fuera exterminando al enemigo, el

terreno perdido. Algunas de las etapas de esta singular historia es lo que trataré

de exponer a continuación.

* * *

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 5

En España, había escrito Jaime Balmes, más de un siglo antes de la

diatriba de García y García de Castro, “no hay sino dos clases: católicos e

incrédulos”. Trataba de justificar con semejante diagnóstico el artículo 1º del

convenio entre las cortes de España y Roma firmado el 27 de abril de 1845 por el

cardenal Lambruschini y el ministro plenipotenciario Castillo y Ayensa que

venía a restablecer las relaciones entre el Vaticano y el Estado español, rotas

desde los días de la revolución liberal y de la guerra que acompañó y siguió a la

revolución. No había de qué sorprenderse, según el clérigo catalán, por los

términos de ese acuerdo: cuando se decía que la religión católica será

exclusivamente y para siempre profesada en los dominios de la monarquía

española, no se hacía más que repetir lo establecido por la Constitución de 1812,

de gran abolengo liberal. Contra aquel artículo sólo se podría objetar que

suponía un impedimento para la libertad de cultos, pero bien miradas las cosas,

¿a quién importaba que en España, donde solo había la clase de católicos y la

clase de incrédulos, no existiera tal libertad? Al cabo, escribía Balmes, los

incrédulos lo eran a título personal, no celebraban cultos ni necesitaban templos

y la tolerancia que pudieran desear la disfrutaban ya, tan amplia como en

Inglaterra o en los Estados Unidos. La libertad de cultos “no significa nada en

España” y, caso de haberse consignado en algún artículo, nadie podría decir que

con ella se satisfacía una necesidad social. Lo único que se lograría es que a su

sombra “viniesen a perturbarnos interesados aventureros de naciones

extrañas”6.

España podía, pues, prescindir de la libertad de cultos: tal es la primera

tesis. La segunda era que, si se consignara en algún lugar esa libertad, se

introduciría un elemento de perturbación del orden social que solo podría

atribuirse a intereses extranjeros. La sana política, según Balmes, consideraba

como un bien de la más alta importancia la unidad de creencias en los pueblos

sometidos a un mismo imperio. Católica la nación, habrá de ser católico el

Estado, que se constituye sobre la unidad de creencias de la nación. Esa es la

sana política, la que de inmediato encontrará en el Concordato firmado el 16 de

marzo de 1851 entre el Estado español y la Santa Sede un alcance muy superior

6 Todas las citas de Jaime Balmes están tomadas de “El convenio con Roma”, El Pensamiento de la Nación, 20 de agosto de 1845, en Obras Completas, Madrid, BAC, Tomo VII, pp. 311-313.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 6

al establecido por la Constitución de 18457. Si ésta, en su artículo 11, se limitaba

a afirmar: “La religión de la Nación española es la católica, apostólica, romana.

El Estado se obliga a mantener el culto y sus ministros”, el Concordato

declaraba en su primer artículo: “La religión católica, apostólica, romana, que

con exclusión de cualquier otro culto continúa siendo la única de la nación

española, se conservará siempre en los dominios de S. M. Católica con todos los

derechos y prerrogativas de que debe gozar según la ley de Dios y lo dispuesto

por los sagrados cánones”. El Estado español excluía positivamente cualquier

otro culto y reconocía a la Iglesia católica todos los derechos y prerrogativas que

la misma Iglesia decidiera conservar, pues a eso se reducía la fórmula que hacía

referencia a la ley de Dios, cuyo único intérprete era la misma Iglesia, y a los

sagrados cánones, que solo la Iglesia gozaba de capacidad para aprobar.

Violencia de la Constitución significaba el Concordato no solo por la

positiva exclusión de cualquier otro culto y por la garantía de un eterno

reconocimiento de derechos y prerrogativas de la Iglesia sino por la

interpretación que los astutos diplomáticos del Vaticano lograron imponer de

los principios sentados en su primer artículo. En su consecuencia, disponía el

artículo segundo, “la instrucción en la Universidades, colegios, seminarios, y

escuelas públicas o privadas de cualquier clase será en todo conforme a la

doctrina de la misma religión católica”. Y como no acostumbraban los

diplomáticos de la Santa Sede a dar puntada sin hilo, el principio universal así

establecido entrañaba para el Estado la obligación de no poner impedimento

alguno a los obispos y demás prelados diocesanos encargados de velar por la

pureza de la doctrina de la fe y de las costumbres y sobre la educación religiosa

de la juventud, aun en las escuelas públicas. Por si fuera poco, el Estado abría la

puerta a la reinstalación de las órdenes religiosas, reconociendo el derecho de

establecimiento en todo el territorio de la nación de las de san Vicente de Paul y

de san Felipe Neri, junto con otra tercera orden, confusa concesión que se

convertirá en caballo de batalla entre clericales y anticlericales en los años del

cambio de siglo, debido a la interpretación extensiva que la jerarquía

eclesiástica logró imponer a los gobiernos del signo que fueran.

7 Fue publicado como ley del Estado por real decreto de 17 de octubre: “Concordato celebrado entre Su Santidad el Sumo Pontífice Pío IX y S. M. Católica Doña Isabel II Reina de las Españas”, Gaceta de Madrid, 19 de octubre de 1851.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 7

Si el Concordato fue mucho más allá de la Constitución, la Ley de

Instrucción Pública de 9 de septiembre de 1857 fue mucho más allá del Real

decreto de 17 de septiembre de 1845 que establecía el plan general de estudios

de las enseñanzas secundaria y superior. Pues si este decreto solo contemplaba

la docencia de “Principios de moral y religión” en el segundo año del plan de

segunda enseñanza, en aquella ley, la “doctrina cristiana” y la “historia sagrada”

formaban parte de la docencia de todos los cursos de la enseñanza primaria y

secundaria, en sus diferentes niveles elemental y superior, añadiéndose en éste

una docencia específica de “religión y moral cristiana”. No solo esto: por el

artículo 170 de la Ley, el profesor que infundiera en sus alumnos “doctrinas

perniciosas” podía ser separado de su cargo por mero expediente gubernativo y,

en fin, si un prelado diocesano advirtiera que en los libros de texto se emitían

“doctrinas perjudiciales a la buena educación religiosa de la juventud”, podría

dar cuenta al Gobierno, que instruiría el oportuno procedimiento. El Consejo de

Instrucción Pública contaría con un representante del episcopado que también

estaría presente, junto al alcalde y al regidor, en las juntas de primera

enseñanza de todos los distritos municipales. Dando una nueva vuelta de tuerca,

Antonio Alcalá Galiano, ministro de Fomento en el último gobierno de Narváez,

tuvo a bien recordar en la Real orden de 27 de octubre de 1864 que “por la

Constitución del Estado es la Religión católica, apostólica, romana, única y

exclusiva en todo el territorio español” y que para “mantener en su fuerza y

vigor este principio fundamental de nuestra legislación y sociedad, hay que

tomar por base y regla el Concordato celebrado con la Santa Sede” que era ley

del Reino y que debía ser, nunca mejor dicho, “religiosamente observado”8.

Por esta fusión de religión católica y poder del Estado, creyeron el

Vaticano y la jerarquía eclesiástica española que la Iglesia recuperaría el control

del pensamiento, perdido desde los días de la revolución liberal y de la definitiva

extinción del Tribunal de la Inquisición, y conquistaría una posición

inexpugnable en el nuevo sistema de enseñanza pública que los moderados

pretendían establecer. Pero he aquí que unos cuantos profesores que habían

8 Real decreto aprobando el plan general de estudios para la instrucción pública del reino en la parte relativa a las enseñanzas secundarias y superior, Ley de Instrucción Pública, y Real orden circular respecto a la enseñanza pública, Gaceta de Madrid, 25 de septiembre de 1845, 10 de septiembre de 1857 y 28 de octubre de 1864, respectivamente.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 8

leído y traducido a un filósofo alemán llamado Karl Christian Frederick Krause,

que respiraban religiosidad por todos sus poros, y que creían en la posibilidad

de un orden social armónico, conducido por la razón, comenzaron a hablar un

lenguaje organicista y evolucionista, que presentaba a los diversos órdenes de la

vida, autónomo cada cual en su propio ámbito, ensamblados en perfecta

armonía. De lo que hablaban era de Ciencia y de Derecho, de Industria y de

Arte, de la Humanidad y del Estado y también de… Religión y, en consecuencia,

de Moral, todo, según el gusto de la época, en mayúscula y en singular. Estaban

convencidos de que todas esas realidades eran como esferas autónomas,

susceptibles de ser conducidas por la Razón, respetando su desenvolvimiento

interno, hacia la construcción de un Mundo armónico que a través de la

conciencia de hombres libres encontraría su plenitud en Dios. Eran verdaderos

creyentes, de los que trasladaban a sus vidas las consecuencias prácticas de las

verdades que profesaban, lo cual les convertía en ejemplos vivos de virtud,

impulsados como todos los de su especie por un sentimiento de misión en el

mundo: eran, en cierto sentido, misioneros. Pero ni sus creencias se confundían

con las de aquellos que profesaban dogmas impuestos por una religión positiva,

sino más bien con las de quienes sentían en su intimidad el misterio de un Dios

creador hacia el que se encaminaba todo el universo; ni su sentido de misión

podía parangonarse con lo que por entonces se conocía como “misiones”, la

experiencia aterrorizadora a la que curas y frailes sometían periódicamente a las

gentes de pueblos y ciudades con el propósito de que se arrepintieran de sus

pecados y cumplieran los preceptos de Dios y de la Iglesia. Ellos eran religiosos

de otra manera, no necesitaban dogmas en los que creer ni infiernos a los que

temer, no requerían cultos ni procesiones; les bastaba su vivencia interna,

comunicada en el grupo de amigos, compartida con los discípulos, trasmitida en

la ejemplaridad de sus vidas, recogidas, austeras. Para ellos, la religión era,

como escribirá Posada del “predicador laico” que fue Gumersindo de Azcárate,

“refugio salvador para el espíritu, calor del alma que irradia fecundo, fuente de

inspiración para la conducta de la vida cotidiana”9. Eran creyentes entregados a

una práctica de transformación del hombre de acuerdo con la idea armónica e

9 Adolfo Posada, “Azcárate”, en Gumersindo de Azcárate, El régimen parlamentario en la práctica, Madrid, Sobrinos de la Sucesora de M. Minuesa de los Ríos, 1931, pp. 9-10.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 9

integral del ser todas las cosas en Dios, un ideal, como lo bautizó Krause,

panenteista, todo en Dios, una especie de misticismo en el que se fundía un

racionalismo armónico con una moralidad de resonancias pietistas10.

Todo esto, mientras no fraguara como amenaza al exclusivo poder en el

sistema de enseñanza que la Iglesia católica había conquistado en alianza con la

Corona y el Partido Moderado, podía ser objeto de polémica y hasta de

condescendiente desprecio por aquellos que habían identificado religión con

Estado y con nación. Pero cuando a finales de 1864 Pío IX decidió condenar “los

principales errores de esta tristísima época nuestra” (praecipous tristissimae

notrae aetatis errores) e incluyó en su –éste sí- tristemente célebre Syllabus el

panteísmo, el naturalismo, el racionalismo -absoluto o moderado-, el

socialismo, el comunismo, las sociedades secretas, las sociedades bíblicas, las

sociedades clérico-liberales y toda la larga serie de errores relativos a la Iglesia y

sus derechos, al Estado, a la ética natural, al matrimonio, al poder civil del

Romano Pontífice hasta llegar en su desenfrenada carrera condenatoria al

liberalismo moderno, la polémica y el desdén se convirtieron en persecución

pura y simple, aunque todavía sin derramamiento de sangre11. Así, ya en 1865

los neocatólicos se consideraron con fuerza suficiente para depurar de la

Universidad el virus del racionalismo y del presunto panteísmo propugnado por

el grupo de profesores krausistas y forzaron al Gobierno a expedientar a sus más

destacados representantes, con el saldo de la noche de San Daniel y de la

profunda y letal impresión recibida por el señor ministro de Instrucción.

Que la persecución no amainaría lo comprobaron los krausistas cuando -

tras el interregno del sexenio revolucionario o democrático, en el que por vez

primera una Constitución española daba entrada, si bien “por la puerta falsa y

de un modo furtivo y vergonzante”, a la libertad religiosa, reconocida en su

10 Sobre krausismo y religión hay excelentes apuntes en Pedro Cerezo Galán, “Religión y laicismo en la España contemporánea”, en Paul Aubert, ed., Religión y sociedad en España (siglo XIX y XX), Madrid, Casa de Velázquez, 2002, pp. 131-138, y en Gonzalo Capellán de Miguel, “El problema religioso en la España contemporánea. Krausismo y catolicismo liberal”, Ayer, 39, 2000, pp. 207-241. 11 Pío IX, “Quanta cura”, publicada el 8 de diciembre de 1864, seguida de “Syllabus”, ambos en Doctrina Pontificia, vol. II, Documentos políticos, ed. de José Luis Gutiérrez García, estudio introductorio de Alberto Martín Artajo, Madrid, BAC, 1958, pp. 3-38.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 10

artículo 21 de “manera miedosa y algo subrepticia”12- los neocatólicos volvieron

a la carga denunciando su doctrina por anticatólica y panteísta, o sea por atea y

por antiespañola, procedente de logias y antros oscuros, inoculada desde el

extranjero. Anticatólicos, ateos, antiespañoles, extranjeros: así comenzó la

ofensiva que habría de tener una derivación insospechada con la segunda

cuestión universitaria, cuando de la polémica pasaron los católicos a la

exclusión y depuración con el propósito de cortar por lo sano el atractivo que la

nueva corriente ejercía sobre estudiantes universitarios y jóvenes profesores. El

argumento con el que Balmes había despachado la inutilidad para España del

reconocimiento de la libertad religiosa resonará treinta años después en la

circular en la que Manuel Orovio, ministro de Fomento en el primer gobierno

presidido por Cánovas, consideraba no ya inútil sino pernicioso para España

desconocer los principios sobre los que debía basarse la legislación relativa a la

enseñanza y que no eran otros que el reconocimiento del modo de ser, el modo

de creer, el modo de pensar y el modo de vivir de un pueblo. Por una inversión

de valores típica de intelectuales católicos, establecer en el orden moral y

religioso la libertad de conciencia equivalía a “tiranizar a la inmensa mayoría del

pueblo español que, siendo católica, tiene derecho, según los modernos sistema

políticos, fundados precisamente en las mayorías, a que la enseñanza oficial esté

en armonía con sus aspiraciones y creencias”. Tomándose como portavoz de esa

mayoría, Orovio derogó por decreto la libertad de cátedra que Ruiz Zorrilla

había consagrado en 1868 y exigió a los rectores de las universidades que en las

cátedras sostenidas por el Estado no se explicase nada “contra un dogma que es

la verdad social de nuestra patria”13.

En estas circunstancias, la posibilidad de que a la Iglesia le saliera un

competidor en el campo de la enseñanza era nula. Y no fue en un intento de

competir con el gigante como surgió la idea de crear una institución libre de

enseñanza, sino únicamente con la intención de salvaguardar un ámbito de

libertad en el que ejercer la docencia universitaria y, si esto no era posible,

12 Así lo veía Juan Valera en “La revolución y la libertad religiosa en España” [1869], Obras completas, Madrid, Aguilar, 1958, Tomo III, pp. 781-782. 13 Real decreto derogando los artículos 16 y 17 del decreto de 21 de octubre de 1868 y disponiendo vuelva a regir respecto de textos y programas las prescripciones de la ley de 9 de septiembre de 1857 y del reglamento general de 20 de julio de 1859, Gaceta de Madrid, 27 de febrero de 1875.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 11

secundaria y hasta primaria. El grupo de catedráticos expulsado de la

Universidad por no someterse a la circular de Orovio no opuso resistencia a las

órdenes recibidas porque fuera ya institucionista: no lo era todavía, si por tal se

entiende un grupo que ha creado algún tipo de asociación dotada de vínculos

formales, con sus estatutos, socios, juntas, etc. Sin duda, algún vínculo de

afinidad unía a aquellos profesores, un etéreo krausismo que en los momentos

de la protesta no había llegado a ser escuela, sino una especie de ideal para la

vida por el que unos y otros podían reconocerse y que, en ocasiones, poco tenía

que ver con el krausismo en sentido estricto, como ocurría con Augusto

González de Linares, joven catedrático de Historia Natural de la Universidad de

Santiago, que se hizo notar por su defensa del darwinismo14. Si Orovio no

hubiera tenido la ocurrencia de expulsar de la universidad, encarcelar y

deportar a aquella gente pacífica y más bien inocua o inofensiva, o si Cánovas no

hubiera cedido a la pretensión de Orovio, aquellos krausistas y evolucionistas

darwinianos hubieran continuado con su ideal de vida, sus costumbres, sus

encuentros, tal vez algún tipo de asociación, un “círculo de filósofos”, una

“alianza de la ciencia”15, un club o un ateneo, pero quizá nunca se les habría

ocurrido formalizar una institución libre desde la que impartir enseñanza,

puesto que habrían gozado de libertad en sus mismas cátedras para exponer sus

ideas y sus creencias sin mayor problema.

Pero, como diría un buen católico, no estaba de Dios que las cosas

discurrieran por esos cauces. La Institución nació como respuesta a una

ofensiva católica, que se había plasmado en la derogación de la libertad de

cátedra y en la persecución de la disidencia en nombre de la “verdad social”, en

aquel momento la verdad católica tal como había quedado sancionada en el

Syllabus. Si se miran los comienzos de aquella menesterosa Institución, nada

permitía columbrar el grado de influencia que el grupo acabaría por ejercer

14 El propósito de Orovio de cerrar el paso a Darwin, más que a “los fantasmas de Krause y de Hegel, algo más lejanos”, fue destacado por Julio Caro Baroja, en “Juventud y ciencia. ‘El miedo al mono’ o la causa directa de la ‘Cuestión Universitaria”, recogido en Vidas poco paralelas (Con perdón de Plutarco), Madrid, Turner, 1981, p. 214. 15 Como la que propuso Castro a los rectores de Universidad: Enrique M. Ureña, “Sociedad, economía y educación en K. C. F. Krause, Albert Schäffle y Francisco Giner de los Ríos”, en José Manuel Vázquez-Romero, coord., Francisco Giner de los Ríos. Actualidad de un pensador krausista, Madrid, Marcial Pons Historia, 2008, p. 124.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 12

gracias al instrumento de que se dotaron para salvaguardar su personal libertad

de conciencia. Reunieron unos dineros con los que no alcanzaron a financiar su

primer proyecto de construir una universidad y tuvieron que conformarse con

un modesto edificio, situado a las afueras de la capital, en el paseo del Obelisco,

donde impartieron docencia de nivel primario y secundario a un reducido grupo

de alumnos. “Último refugio y atrincheramiento de los pocos ortodoxos del

armonismo que aun quedan, entre lo cuales a duras penas mantiene Giner de

los Ríos una sombra de disciplina”, escribía Marcelino Menéndez Pelayo en el

momento de poner punto final a su Historia, en junio de 1882: la Institución

Libre de Enseñanza parecía, a los pocos años de su botadura, destinada a

inminente naufragio.

Por qué no naufragó tuvo que ver con el peculiar sistema político

alumbrado por conservadores y liberales para alternar en el poder. Cuando fue

tiempo de que Cánovas dejara la presidencia a Sagasta, los profesores

expulsados de la Universidad pudieron regresar a sus puestos con la redoblada

autoridad que proporciona no haber doblado la cerviz ante censores y

depuradores. De real orden de su Majestad, el nuevo ministro de Fomento, José

Luis Albareda, comunicó el 3 de marzo de 1881 a los rectores de todas las

universidades la derogación de la circular de 26 de febrero de 1875 y, en

consecuencia, la restitución a sus puestos de los profesores destituidos,

suspensos y dimisionarios, y la reparación “en todos sus derechos, sin excepción

alguna, y sin que pueda irrogárseles perjuicio de ningún género”. Por la vía de

los hechos o el retorno de los sujetos, la libertad de cátedra regresaba a la

Universidad y los depurados se reincorporaban al sistema universitario público,

a la par que conservaban sus vínculos en la Institución, que se mantenía como

un organismo privado, sin subvención del gobierno. Esta doble posición

ampliaba, por una parte, el ámbito de su influencia a las cohortes de estudiantes

que cada año pasaban por las aulas universitarias y que, en algunos casos, oían

fascinados las enseñanzas de unos auténticos maestros, de prestigio

acrecentado por la persecución sufrida; y reforzaba, por otra, aquella

imperturbable confianza en los frutos que algún día recogerían de su labor

callada, silenciosa, -“labor cristiana, ¡estultos!”, exclamará Adolfo Posada16-

16 Adolfo Posada, Breve historia del krausismo en España, Oviedo, Universidad, 1981, p. 92.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 13

introduciendo nuevos métodos pedagógicos, prestando una dedicación personal

a cada uno de sus alumnos, recibiendo visitas, invitando a viajeros a desayunar

en la casa. Ese doble trabajo, dentro y fuera del sistema oficial, debió de ser

decisivo para no perder de vista la lección aprendida tras el derrumbe de las

expectativas democráticas del sexenio: que en España no había educación y que,

para que algún día la hubiera, se necesitaba crear una minoría selecta y

multiplicar las escuelas, dotándolas de maestros bien preparados, y que a eso

sólo se podría llegar por el camino de la reforma, posible por la misma dinámica

del turno de partidos. Trabajar desde dentro, manteniendo instituciones fuera:

única manera de que “dentro” no se limitara a ser un lugar asfixiante y “fuera”

no implicara una exclusión inoperante.

La convulsión del 98, mas la invasión de órdenes y congregaciones

religiosas, hizo el resto. De toda la literatura terapéutica producida por la

derrota y de la insistencia en que, tras un largo proceso de decadencia, España

había degenerado hasta la muerte se derivará la convicción de que no hay

nación sin campos irrigados, sin industria floreciente, sin sufragio limpio y sin

escuela pública. Frente a la tendencia a la introspección y a buscar en las

libertades medievales fórmulas políticas para la resurrección de España, la

derrota provocó la necesidad de mirar hacia fuera, de aprender de las naciones

modernas y dedicar todos los esfuerzos al desarrollo de la industria y a la

implantación de la igualdad política, sin que hubiera que recelar, como

aconsejará Valera, del sufragio universal ni de la democracia ilimitada17. "Hay

que crear ciencia original […] y desviar hacia la Instrucción Pública la mayor

parte de ese presupuesto hoy infructuosamente gastado en Guerra y Marina",

manifestaba Santiago Ramón y Cajal, que consideraba la falta de ciencia como

una de las causas más poderosas de nuestra ruina18. Y Leopoldo Alas, después

de preguntarse por qué habíamos venido tan a menos, respondía que no tanto

por parecernos a las naciones modernas como por insistir en ser españoles a la

antigua. No nos venció el obrero yanqui, nos venció la máquina, decía. Pero la

máquina guerrera sólo nace de la riqueza y de la ciencia. España, terminaba

17 Juan Valera, "Elogio de Don Antonio Cánovas del Castillo. Discurso de recepción del autor en la Real Academia de Ciencia Morales y Políticas el 18 de diciembre de 1904", Obras Completas, Madrid, Aguilar, 1958, Tomo III, p. 1237. 18 "Habla el país. Lo que dice el Dr. Cajal", El Liberal, 26 de octubre de 1898.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 14

Clarín, necesita ser moderna. Y eso significaba, por una parte, agricultura, obras

públicas, industria, instrucción pública; por otra y no menos importante,

sufragio verdadero. Industria y democracia, ciencia y sufragio, ese era el camino

que señalaba la derrota19.

Educación pública: ese fue el camino que señalaron a los políticos

conservadores y liberales aquellos responsables de la Institución Libre de

Enseñanza que durante dos décadas habían asistido a congresos pedagógicos,

publicado un boletín, mantenido una escuela, alentado las reformas. Educación

pública que, en el fin de siglo, quería decir: hay que poner un límite a la invasión

de órdenes y congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza y hay que

elevar y dignificar la profesión de maestro, construir centros de enseñanza

primaria y secundaria, acometer un plan sistemático de formación de minorías

por medio de pensiones para ampliar estudios en el extranjero. En lo primero,

no fue el éxito lo que acompañó a la movilización anticlerical de principios de

siglo; más bien ocurrió lo contrario: tras el desastre del 98, las órdenes

religiosas consolidaron su posición dominante en el sistema educativo español,

especialmente en la enseñanza secundaria, que el Estado, desde Cánovas a

Primo de Rivera abandonó a sus manos. En cualquier ciudad de España, todavía

en los años cuarenta y cincuenta del pasado siglo XX, institutos de segunda

enseñanza sólo había dos; en Sevilla, por ejemplo, uno para chicas, el Murillo;

otro para chicos, el San Isidoro, sumergidos en un océano de centros privados

regentados por jesuitas, maristas, claretianos, salesianos, hermanos de la

doctrina, capuchinos, escolapios…. En lo segundo, los pasos fueron lentos y muy

limitados: un Ministerio de Instrucción Pública, creado en 1900, que con el

conservador García Alix reformó el plan de segunda enseñanza, y con el liberal

conde de Romanones dispuso que el pago de las obligaciones de personal y

material de las escuelas públicas de Instrucción primaria corriera a cargo del

Estado y aprobó un decreto relativo a la concesión de pensiones para ampliar

estudios en el extranjero a los alumnos que hubieran dado mayores pruebas de

capacidad y aprovechamiento.

19 "La regeneración de España. Opinión de Don Leopoldo Alas Clarín", El Globo, 12 de octubre de 1898.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 15

Y fue por este resquicio por el que aquellos krausistas devenidos ya

institucionistas –no exactamente la misma cosa- comenzaron a ejercer una

influencia en la política educativa. Estaban dentro, pero su acción se ejercerá

desde fuera; habían trabajado desde abajo, como maestros de primaria y

profesores de secundaria, pero ahora organizarán desde arriba, administrando

un presupuesto público y formando minorías. A este respecto, los

institucionistas, gentes por demás religiosas, eran como los católicos, es decir,

estaban situados dentro y fuera del sistema, trabajando por abajo e influyendo

desde arriba y viviendo su diario quehacer como una misión en el mundo, con

una alta exigencia moral, con un ideal de santidad laica. Eran como los

católicos, pero no eran católicos ni por su posición, ya que se reducían a una

minoría que no era Estado y que no disponía de poder de Estado; ni por sus

recursos: obispos, órdenes y congregaciones, colegios, presencia en consejos de

instrucción pública, inexpugnable posición en un Estado constitucionalmente

católico. Ellos, por el contrario, no se tenían más que a sí mismos, sus

relaciones, sus amistades, su competencia. Eran como una comunidad cristiana

primitiva, sin obispos, sin órdenes, sin burocracia, que, todo lo más, podía

aspirar a prestar su asesoramiento a quienes sí tenían poder y se sentían

preocupados por “el avance invasor de la órdenes religiosas”, a punto de anegar

la totalidad de la enseñanza secundaria. Pero no era nada probable que ese

asesoramiento sirviera para algo: el proyecto de ley sobre Asociaciones

Religiosas que Posada preparó para el marqués de la Vega de Armijo,

preocupado por la permanente burla del Concordato, determinará la caída del

ministerio20.

De modo que la pequeña ecclesia de creyentes panenteístas tenía que

andarse con cuidado. Cierto, las cabezas políticas del Partido Liberal llamaban a

sus miembros para pedirles que aceptaran nombramientos en los organismos de

los que se esperaba la regeneración de España: Buylla y Posada fueron invitados

por Canalejas a incorporarse al Instituto de Reformas Sociales, en cuya

presidencia permaneció durante catorce años Gumersindo de Azcárate, “sin

cobrar sueldo, gratificación, gastos de representación, ni dieta, ni nada”, como

recuerda el mismo Posada. Por su parte, Segismundo Moret, que sentía “la

20 Adolfo Posada, Fragmentos de mis memorias, pp. 328-329.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 16

urgente necesidad de oxigenar la política de los liberales”, había querido llevar

al Ministerio de Instrucción Pública a Manuel Bartolomé Cossío, un propósito al

que hubo de renunciar cuando Francisco Giner le dijo que “no podía ni pensarse

en Cossío para el Ministerio” porque el Estatuto fundacional de la Institución

prohibía a sus miembros intervenir activamente en política. Se gobierna, y quizá

con mayor eficacia, fuera del Gobierno, dijo Posada a Giner cuando éste, en

lugar de Cossío, indicó a Moret su nombre suponiendo que Posada no tendría

los mismos argumentos para rechazar la posibilidad de encargarse del

Ministerio en la próxima crisis21.

Y ese fue el camino que se abrió para la Institución cuando Amalio

Gimeno, ministro de Instrucción Pública en el gobierno liberal presidido por el

marqués de la Vega de Armijo, aprobó por decreto de 11 de enero de 1907 la

creación de una Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas

que habría de tener a su cargo el servicio de ampliación de estudios dentro y

fuera de España, las delegaciones en Congresos científicos, el servicio de

información extranjera y relaciones internacionales en materia de enseñanza, el

fomento de trabajos de investigación científica y la protección de las

instituciones educativas en la enseñanza secundaria y superior. En el mismo

Real decreto y como de pasada, sin mencionar nombre alguno, se disponía que

el cargo de secretario de la Junta lo desempeñaría “el profesor a quien hoy está

encomendada en el Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes el servicio

de información técnica y de relaciones con el extranjero, y disfrutará la

remuneración que proponga la Junta”22

Ese profesor era José Castillejo, punta de lanza de la penetración de la

Institución en el campo de la Instrucción Pública. Naturalmente, todo iba a

depender del vuelo que la Junta emprendiera, que podía ser de águila o de

ganso, según el gobierno determinara. El ministerio liberal cayó a las pocas

semanas y, durante el tiempo que Antonio Maura presidió el gobierno

conservador, la Junta entró en un periodo de hibernación del que despertó

inmediatamente que los liberales regresaron al poder. Lo hizo con un ímpetu

21 En Fragmentos de mis memorias, p. 326, recuerda Posada este encuentro de Moret con Giner en su casa “hacia el año 1907” para hablar de política. 22 Real decreto creando una Junta para ampliación de estudios e investigaciones científicas, Gaceta de Madrid, 15 de enero de 1907.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 17

inusitado para las costumbres de la época: por sendos decretos de 18 de marzo y

de 6 y 27 de mayo de 1910, el conde de Romanones, ministro de Instrucción

Pública y Bellas Artes del gobierno de Canalejas, creó un Centro de Estudios

Históricos y una Residencia de Estudiantes y fundó, agrupando varios centros

de enseñanza, un Instituto Nacional de Física y Química, todo ello a propuesta

de la Junta y situado bajo su directa dependencia. La Junta se convirtió de

pronto en lo que Castillejo denominó “un directorio apolítico permanente” que,

además de becas, creó y administro laboratorios e institutos de investigación

fuera de la Universidad, una residencia de estudiantes, otra de señoritas y, años

después, en 1918, un instituto-escuela23. En la España de la Restauración, donde

la amistad y el clientelismo marcaban las reglas del juego, fue extraordinario

que aquel directorio apolítico, en el que sentaban celebridades de la más diversa

procedencia, se mantuviera en vida, a resguardo de presiones políticas y

corporativas. Una independencia de criterio, una autonomía como la

conquistada por la Junta no sería concebible si quienes se incorporaron a estas

nuevas instituciones no hubieran gozado de un inatacable prestigio no ya ante la

clase política sino entre la nueva generación de profesionales que hizo acto de

presencia en torno a 1910 y que, a diferencia de la precedente, no mostró

particular interés por el krausismo ni se sintió motivada a expresar en público

ninguna angustia por la llamada cuestión religiosa.

Desde esos nuevos organismos, la onda de la “expansión influyente”24 de

la Institución llegó a Palacio, con las sucesivas visitas al rey, el 14 de enero de

1913, de tres distinguidos intelectuales vinculados a la Institución y cercanos al

reformismo: Manuel Bartolomé Cossío, director del Museo Pedagógico;

Santiago Ramón y Cajal, acompañado de José Castillejo, presidente y secretario,

respectivamente, de la Junta para ampliación de estudios, y Gumersindo de

Azcárate, presidente del Instituto de Reformas Sociales25. Pero lo decisivo para

23 Hay breves notas sobre todo esto en José Castillejo, Guerra de ideas en España [1937], Madrid, Siglo XXI, 2009, pp. 91-102. Los decretos de creación del Centro de Estudios Históricos, Residencia de Estudiantes e Instituto Nacional de Ciencias Físicas y Químicas pueden verse en Gaceta de Madrid, 19 de marzo, 8 de mayo y 29 de mayo, respectivamente. 24 Así lo define Antonio Jiménez-Landi, La Institución Libre de Enseñanza. Tomo IV. Periodo de expansión influyente, Madrid, Editorial Complutense 1996. 25 “La intelectualidad en Palacio”, El País, 15 de enero de 1913; Fernando Soldevilla, El año político. 1913, Madrid, 1914, pp. 47-54.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 18

el renovado odio que la Institución acabaría por levantar de la parte católica, fue

el respeto y la veneración suscitada por sus fundadores entre los intelectuales de

la nueva generación. Por ejemplo, en José Ortega, que a pesar de no venir de la

Institución sino de su mortal enemigo, la Compañía de Jesús, había elevado a

los altares de la santidad laica, junto a Pablo Iglesias, a Francisco Giner26, y

parecía dispuesto a liderar un movimiento de opinión, lanzándose a la palestra

con un “Prospecto de la Liga de Educación Política Española”, que comenzó a

circular a mediados de octubre de 1913. De los nueve firmantes del manifiesto,

nada menos que cinco -Ortega, Gabriel Gancedo, Fernando de los Ríos, Antonio

Vinent y Portuondo (marqués de Palomares del Duero) y Leopoldo Palacios-

eran miembros del patronato de la Residencia de Estudiantes, nacida “chiquitita

en la calle de Fortuny, en la acera de los pares, en su último tramo, inmediato al

Obelisco”, como la evocaba Ramón Carande27, pero que muy pronto encontró

los terrenos necesarios para su expansión “en un cerrillo, inundado por el sol y

batido por el viento”, como la dibujaba su director, Alberto Jiménez, otro

hombre de la Institución28. Ni la Junta ni la Residencia eran de la Institución,

pero se situaban entre la Institución y la generación del 1429, que tampoco es de

la Institución, aunque algunos de sus miembros fueran protagonistas de esos

grandes logros de la Institución que fueron la Junta y, a través de ésta, de la

Residencia.

Cuando se hizo palpable que la Junta era mucho más que un organismo

burocrático con competencias en la concesión de pensiones, la Institución se

convirtió en “la obsesión” de los católicos, como ya percibió Manuel Azaña en

un encuentro con uno de sus profesores de El Escorial, el padre Montes, un día

de marzo de 1915, y como recordará de nuevo, al escribir El jardín de los frailes,

en su encuentro con el padre Mariano, que le preguntaba si no se había casado

porque se lo prohibía la Institución. Azaña, que había asistido a las lecciones de

26 José Ortega, “Pablo Iglesias”, El Imparcial, 13 de mayo de 1910. 27 Citado por Isabel Pérez Villanueva, La Residencia de Estudiantes, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1990, p. 76. 28 Alberto Jiménez Fraud, Historia de la Universidad española, Madrid, Alianza, 1971, p. 456. 29 Como ha observado Vicente Cacho Viu, “La Junta para ampliación de Estudios, entre la Institución Libre de Enseñanza y la generación del 14”, en José M. Sánchez Ron, coord., La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas 80 años después, Madrid, CSIC, 1989, vol. II, p. 4.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 19

Giner en la Facultad de Derecho, pero que se sentía ajeno a la Institución, le

respondió: “En mi tiempo no se hablaba aquí de esos señores. Quizá eran

ustedes menos militantes”30. Seguro que lo eran, menos militantes; ni había por

qué serlo más en unos años en los que dominaban sin competencia posible el

campo de la enseñanza. Militantes comenzaron a ser cuando se percataron de

que el competidor estaba dentro y que les devolvía la imagen de lo que ellos

debían ser pero no eran: creyentes, moralmente intachables, entregados a una

misión, unidos por un profundo afecto, devotos de sus maestros, competentes,

eficaces, organizadores; sobre todo, organizadores, cualidad que no se le

escapaba a Ángel Ayala, un jesuita que echaba de menos la existencia en España

de una “organización que se haya preocupado de favorecer a los escritores

católicos”. Pero “sí tuvimos -seguía el buen padre Ayala- una Institución que

alentó a los jóvenes, generalmente izquierdistas, en sus trabajos de

investigación, procurándoles medios de formarse en el extranjero para luego dar

esos mismos trabajos a la publicidad: la Junta de (sic) Ampliación de Estudios,

enlazada, como es bien sabido a la Institución Libre de Enseñanza”. Y

enseguida, el lamento: “¡Cuántos jóvenes católicos quedaron así presos en las

redes de la Institución!”. Echaban las redes -¡qué evangélica imagen!- “los

catedráticos izquierdistas”, que se rodeaban de muchachos de talento,

halagándoles con la esperanza de auxiliarías y cátedras; la Junta los formaba en

diversas especialidades y finalmente, el Ministerio de Instrucción Pública,

“dominado por la Institución”, amañaba casi todos los tribunales de

oposiciones31.

Este padre Ayala, que tanto afeaba a otros lo que él mismo quería

organizar, fue el fundador de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas,

selecta minoría de jóvenes católicos entre los que pronto destacó Ángel Herrera,

el organizador que echaba en falta. No sé si los fundadores de esta que será

30 Manuel Azaña, Diarios, 7 de marzo de 1915, y El jardín de los frailes, en Obras Completas, edición de Santos Juliá, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2007, vol. 1, p. 754, y vol. 2, p. 713. 31 Ángel Ayala, S. I., Formación de selectos, en Obras Completas, Madrid, BAC, 1999, vol. I, pp. 283 y 276. Publicado por vez primera en 1941, este librillo contiene un destilado de las “pocas ideas” que según el presentador de la edición, Antonio Mª Rouco Valera, repitió su autor con machacona insistencia durante toda su vida. Era fama que Ayala era hombre de pocas, aunque muy claras, ideas.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 20

célebre ACN de P se inspiraron directamente en la Institución Libre de

Enseñanza ni si la figura de Ángel Herrera Oria, como padre de la “España

católica renovada”, admite comparación con la de Francisco Giner de los Ríos,

como padre de la “España laica”, según sugiere García Escudero32. Lo que si

resulta evidente es la fascinación, con su mezcla de envidia y odio, que Giner y la

Institución despertaron entre estos renovadores de la España católica, o sea, los

propagandistas tutelados por jesuitas: se miraron en ella como en un espejo:

círculos de selectos, vínculos religiosos, exigencia moral, austeridad, dedicación,

propaganda y, claro está, organización. Por eso, no es casualidad que fuera en El

Debate, una de las creaciones de Ángel Herrera, donde se manifestara desde el

primer momento “la obsesión” a la que Azaña se refería: la obsesión de ver

detrás de cualquier iniciativa tomada por intelectuales o escritores

“izquierdistas” y por el Ministerio de Instrucción Pública la mente, el corazón y

la mano de la oscura, sigilosa y sectaria Institución Libre de Enseñanza.

Así ocurre, por ejemplo, en la primera “guerra de palabras” declarada

entre germanófilos y aliadófilos a propósito de la Gran Guerra, cuando El

Debate, que se presenta como paladín de la germanofilia, atribuye el manifiesto

de adhesión y simpatía a Francia, firmado por cientos de intelectuales, a una

“taifita de tantas”, cuyo “núcleo y cenáculo” no era otro que la Institución Libre

de Enseñanza33. Una obsesión que en este mismo año de 1915 se eleva de tono

cuando comprueben que la Institución “ha manifestado eficazmente su

propósito de adueñarse de las cátedras universitarias” por haber logrado que

por decreto de 31 de julio de reconociera a la Junta de pensiones la facultad de

conceder a los pensionados el certificado de suficiencia que les permitiría

acceder a oposiciones a cátedras. Ni que decir tiene que El Debate, ante tan

“señalado triunfo de la Institución”, lamenta el triste y funesto abandono que

hacia esos asuntos tienen los demás elementos que les deberían prestar

diligente atención, entre ellos, los católicos. Por eso, no extraña al editorialista

los éxitos que la Institución acumula, debidos a que durante muchos años viene

32 José María García Escudero, en la “Introducción” a De periodista a cardenal. Vida de Ángel Herrera, Madrid, BAC, 1998, p. XXIII. 33 “El manifiesto de los intelectuales. Ni son todos los que están, ni están todos los que son”, El Debate, 7 de julio de 1915.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 21

realizando “una campaña viva, organizada, eficacísima, inspirada en un solo

criterio y dirigida a un fin jamás abandonado”34.

Protestas y llamadas a los católicos que no cesarán en adelante y que se

dirigen, por un lado, a denunciar el “virus secularizador” que se extiende por

“todo el organismo de la sociedad española” y que se infiltra “en la legislación de

instrucción y educación pública” y, por otro, a despertar a los católicos de su

pasividad y llamarlos a la movilización. De lo primero es buena muestra la

protesta elevada contra la Real orden de 5 de julio de 1915 por la que el Consejo

Superior de Protección a la Infancia y Represión de la Mendicidad convocaba,

entre otros, un premio al autor de la mejor “Cartilla de cultura moral para niños

y niñas que se hallaren en la mitad de la edad escolar”, cuya ponencia fue

presentada por una vocal del Consejo, “dama de profundos sentimientos

religiosos y de grandes conocimiento prdagógicos”. Los temas que podían ser

tratados eran: Voluntad, Amor a la Verdad. Conciencia del deber. Respeto al

prójimo, Rectitud de juicio. Sentimiento de libertad y responsabilidad. Gobierno

de sí mismo. Espíritu conciliador. Servicialidad y fraternidad. Buena crianza.

Sencillez. Pureza. Valor e Ideales35. La relación no escapó a la vigilante mirada

de los redactores de El Debate, que enseguida detectaron la ausencia de

Religión entre los temas susceptibles de tratamiento y elevaron su protesta ante

“la absurda, insensata, contraria a los más elementales principios pedagógicos,

exclusión de la enseñanza religiosa en la redacción de una Cartilla moral”. Poco

a poco, decía el editorial, el virus secularizador lo domina todo, transformando a

pequeñas dosis pero sustancialmente el orden estatuido. Virus, infiltración,

subversión del orden: cuando el ministro de la Gobernación, José Sánchez

Guerra, se creyó en la necesidad de responder a la acusación de El Debate, no

logró más que agravar las cosas al argumentar que, si se hubieran exigido temas

sobre la religión, “se abstendría de concurrir un gran sector pedagógico de la

cultura española”. Aquí se gobierna para las izquierdas, respondíó El Debate en

su airado editorial, “en busca del aplauso y del elogio de las izquierdas”,

34 Real decreto relativo a las condiciones que han de reunir los pensionados por este Ministerio para ampliar estudios en el extranjero, a los efectos de poder tomar parte a oposiciones a cátedras en el turno de Auxiliares, Gaceta de Madrid, 31 de julio de 1915. Contra este decreto: “Las cátedras oficiales. Campo abandonado. A los católicos”, El Debate, 4 de agosto de 1915. 35 Real orden de 5 de julio de 1915, disponiendo sea convocado el V Concurso de premios por actos de protección a la infancia, Gaceta de Madrid, 8 de julio de 1915.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 22

negando a renglón seguido la existencia de aquel gran sector pedagógico y

añadiendo que eran “inconcebibles tales palabras en un ministro conservador y

en un Estado cuya Religión oficial es la católica, apostólica, romana, y cuya ley

de Instrucción Pública taxativamente manda que sea católica la moral que se

enseña en las escuelas”36.

Es la protesta de quien domina una fortaleza en la que el enemigo

sigilosamente se va infiltrando. Los avances de la secularización en el ámbito

educativo superior habían sido tan notables desde la creación de la Junta para

ampliación de estudios que a los católicos no les dolían prendas al reconocer

que los “elementos de izquierda” les aventajaban en un solo punto y podían

servirles de modelo por su espíritu de organización y su labor asidua. Nos

referimos, escribían, a los trabajos que realiza la Institución Libre de

Enseñanza, una entidad que había conseguido la promulgación de disposiciones

legales que servían admirablemente a su fines, que había ganado puestos

académicos para sus adeptos y amigos, y que manejaba con libertad casi

omnímoda sumas cuantiosas que el presupuesto ponía en sus manos.

Naturalmente, la trascendencia de las iniciativas y de los éxitos conseguidos

debían ser poderoso estimulo que moviera a los católicos a combatir

eficazmente la obra sectaria de la Institución37.

Y así pasaron de la protesta a la movilización y del llamamiento a los

católicos a la convocatoria dirigida a la nación entera cuando desde las

posiciones conquistadas en el ámbito superior, la Junta pretendió inmiscuirse

en el nivel secundario. El motivo fue de nuevo una iniciativa ministerial que

sencillamente no podían tolerar ni los profesores, ni los católicos, ni la nación:

el intento de Santiago Alba, ministro de Instrucción Pública en el gobierno de

concentración presidido por Antonio Maura desde el 22 de marzo de 1918, de

reformar el bachillerato por medio de la creación de un centro experimental que

recibiría el nombre de Instituto-Escuela. Los propagandistas de El Debate

sabían muy bien quién estaba detrás de esa iniciativa y para qué fin. Estaban…

“¡los de siempre! Y decimos esto porque la Residencia de Estudiantes es la

36 “Comentarios a una Real orden. El laicismo en la enseñanza. Nuestra protesta” y “El laicismo en la enseñanza. ‘Rectifica’ el Ministro. A gusto de las izquierdas”, El Debate, 8 y 10 de julio de 1915. 37 “Del otro campo. La acción de las derechas”, El Debate, 29 de febrero de 1916.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 23

favorecida y nadie ignora quién inspira y dirige esa institución.” Todo obedecía

a un plan iniciado desde hacía tiempo, cuando a las Escuelas Normales se les

arrebató autoridad con la creación de la Escuela Superior de Magisterio y la

autoridad, atribuciones y dignidad de las Universidades se mermaron en

beneficio de la Junta para ampliación de estudios. Ahora le había llegado el

desgraciado turno a los Institutos, es decir, a la segunda enseñanza, la niña de

los ojos y el sustento de las bocas de la multitud de órdenes y congregaciones

religiosas masculinas y femeninas establecidas en España y eso ya “no puede

tolerarse”: el plan del ministro “no es tolerable para los catedráticos, para los

padres de familia y, en suma, para el país”. Y como no se podía tolerar, El

Debate animó durante semanas una campaña contra Santiago Alba que culminó

en una gran mitin en el teatro de La Comedia “Por la libertad de enseñanza”38.

De manera que en los años que van de la creación de la Junta para

ampliación de estudios e investigaciones científicas –territorio de la alta

cultura- a la del Instituto-Escuela –territorio de la enseñanza media-, los

católicos habrán construido una imagen de la Institución Libre de Enseñanza en

la que se enquistan algunos elementos para siempre perdurables: la Institución

es una taifa, una secta, con fuertes complicidades que le aseguran el acceso a la

Gaceta, que ha ido ganando adeptos y amigos a base de repartir puestos

académicos y que, desde esas posiciones, ha infiltrado en la totalidad del

sistema educativo un virus, el de la secularización, que se extiende por toda la

sociedad. Había que combatirlos con sus propias armas, organizando una

minoría selecta de católicos, que no se dejaran arrebatar las cátedras en la

Universidad, que defendieran la “libertad de enseñanza” en escuelas y colegios

privados y que exigieran a los gobiernos, conservadores o liberales, una

legislación acorde con la definición constitucional de la religión católica como

religión oficial del Estado. El problema era que los gobiernos no estaban por la

labor de apoyar ese combate. Todo lo contrario. Aseguradas las instituciones

que habían posibilitado a una pléyade de pedagogos, historiadores,

economistas, arquitectos, médicos, físicos, químicos, transformar por completo, 38 “La segunda enseñanza. No puede tolerarse. A los catedráticos oficiales y privados, a los padres de familia y a la nación entera” y “Por la libertad de enseñanza. Buena jornada”, El Debate, 9 de mayo y 2 de junio de 1918. Además, entre otros: “Campaña nacional. Por la libertad de enseñanza”, “La libertad de enseñanza. Ahora o nunca” y “El Ministerio Nacional. Ensayos de una secta”, El Debate, 14, 15 y 17 de mayo de 1918.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 24

tras estancias más o menos largas en el extranjero, el panorama de la

investigación, la ciencia y la cultura españolas, tocaba el turno de las reformas a

la enseñanza secundaria, verdadero bastión de las órdenes y congregaciones

religiosas. El Instituto-Escuela, como antes la Residencia de Estudiantes, los

Centros de investigación, la Escuela Superior de Magisterio y el origen seminal

de todo eso, la Junta para ampliación de estudios, gozaron de protección

pública. Hasta Primo de Rivera –escribirá años después Enrique Suñer-llegó a

“claudicar con respecto a la pérfida obra institucionista, dejándose cazar como

débil mariposa en las redes que expertos entomólogos le tendían”39.

Había que pasar, pues, de la protesta al ataque si se quería erradicar de

una vez la mala semilla plantada por aquel grupo de profesores que un día

lejano habían sido expulsados de la Universidad. La cruzada comenzó pronto,

antes de la proclamación de la República, y duró largos años, hasta la década de

1960. Y no se limitó a los católicos procedentes de la ACN de P sino que se

amplió a tradicionalistas y monárquicos. En un banquete homenaje a los

catedráticos Enrique Suñer y Fernando Enríquez de Salamanca, con asistencia

de más de quinientos comensales, el primero de ellos quiso responder a la

petición de destitución presentada por la Federación Universitaria Escolar

“diciendo que los perdono, dispenso y compadezco porque ellos no son los

culpables.” Están dirigidos, siguió diciendo, por los agentes que quieren

provocar la revolución comunista en España. Quiénes fueran esos agentes lo

dejó claro enseguida: la Universidad española estaba corroída por un cáncer

desde hacía ya muchos años, por una secta. Y como una voz surgiera del público

señalándola por su nombre: “¡La Institución Libre de Enseñanza!”, aclaró que

esa secta, entre la que se encontraban algunos hombres de mérito, llevaba a

cabo una campaña antinacional porque para ella el porvenir de España

dependía de la destrucción de las ideas religiosas y de la caída del trono, una

tesis con la que estaría de acuerdo El Debate, que unas semanas antes había

denunciado por enésima vez al “grupo de hombres enemigos jurados del Estado

español por lo que tiene de católico, monárquico y español tradicional”. En

medio de un cuerpo social sano –seguía diciendo el rotativo católico- “existe una

39 Enrique Suñer, Los intelectuales y la tragedia española, Burgos, Editorial Española, 1937, p. 95.

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infección perfectamente localizada en determinados sectores de enseñanza.

Cátedras universitarias que parecen fortines de la revolución; Centros,

laboratorios y Residencias, proyectando unísonamente a la juventud hacia el

escándalo y la revuelta: subsecretarios, rectores y decanos, constituidos en

parapeto de toda insubordinación e indisciplina; y todo cobijado por el manto

de la política de captación…”40.

Así se echó a rodar la especie de que aquella secta, aquel virus, aquella

infección, por su procedencia extranjera, era enemiga de España y del Estado

español, fautora de revolución, aliada del comunismo, hacia el que empujaba a

la juventud, disfrazándose y ocultándose. Había, por tanto, que hacer frente al

mal, despertando a los católicos de su sueño y llamándolos a la batalla. En un

manifiesto de la “Agrupación Menéndez Pelayo” de 1 de julio de 1934, firmado,

entre otros, por José María Gil Robles, José Ibáñez Martín, Ramón Serrano

Suñer y José María Valiente, se decía que mientras el pensamiento católico

llevaba en España un cuarto siglo de ausencia, las fuerzas enemigas, inspiradas

impíamente por el relativismo y el evolucionismo habían preparado, por medio

de una campaña intelectual primero y práctica después, un triunfo que se

reflejaba en su dominio de las instituciones, la administración, la prensa, el

poder, la Universidad, la calle y el cuartel. Como escribía Enrique Herrera Oria,

bien poco podían hacer los "intelectuales católicos", que no disponían ni

siquiera de una Universidad propia en la que educar a la juventud, contra el

poder ejercido por intelectuales con vínculos masónicos o esclavos de partidos

políticos sobre instituciones tales como el Instituto-Escuela, la Institución Libre

de Enseñanza, el Museo Pedagógico41.

No se trataba solo de católicos procedentes de la ACN de P, vivero de

dirigentes de la CEDA. También los católicos de las diferentes familias

monárquicas estaban convencidos de que, tras medio siglo de ausencia en el

campo del pensamiento, el enemigo había conquistado todas las posiciones.

40 "El banquete homenaje a los catedráticos Suñer y Enríquez de Salamanca…" ABC, 11 de abril de 1931; “El fracaso de una política”, El Debate, 11 de febrero de 1931. A propósito de este homenaje, Ramiro de Maeztu escribió en Criterio, 23 de junio de 1931, “La penetración revolucionaria y derrotista” en el que proponía un paralelismo entre el complot republicano y la labor de una determinada secta en los centros de educación. 41 Las citas de éste y los siguientes párrafos pueden verse en Santos Juliá, Historias de las dos Españas, Madrid, Taurus, 2004, cap. 7.

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 26

Debido al abandono de las modestas cátedras de historia por las clases

directivas, el Estado español había caído en poder de los revolucionarios,

lamentaba Ramiro de Maeztu. Las raíces del mal eran lejanas y hondas y el daño

grave y difícil de reparar: una labor de zapa de siglos enteros de la corriente

erasmista, enciclopedista, krausista, “la pólvora sorda de Giner y los suyos

tenían minados ya los cimientos más firmes.” Ahora bien, una larga tradición de

pensamiento católico atribuía a la providencia las revoluciones, "que vienen del

cielo y que vienen por culpa y para castigo de todos", con el propósito de

"provocar una reacción saludable, religiosa", como ya había proclamado Donoso

ante la catástrofe desencadenada por la revolución de 1848. Si ahora la

República mostraba la profundidad del daño causado por aquella secta de

intelectuales a la religión y a la patria, su existencia misma debía servir de

acicate para que los católicos despertaran del plácido sueño en que, según

García Morente, vivían desde los tiempos de Cánovas, aquel administrador de

opiáceos a la opinión católica. El tiempo en que intelectual era sinónimo de

antiespañol había pasado: hoy no es así, aseguraba Pedro Sainz Rodríguez; hoy,

la inteligencia habla con la voz tradicional y está dispuesta a emprender la lucha

para "sacrificar a la minoría audaz que logró apoderarse del Estado sin

representar a nada ni a nadie", los intelectuales antinacionales que por obra de

Giner y de la Institución Libre de Enseñanza eran la clave de la revolución.

Divididos por sus estrategias políticas, los hombres de Acción Popular y

de Acción Española compartían idéntica mentalidad de sitio y la misma visión

de la tarea pendiente como la de una reconquista del terreno dejado al enemigo.

La República debía entenderse, a la manera de Ángel Herrera, como felix culpa:

como "dichosa persecución que está levantando esta magnífica reacción católica

en todo el país", una especie de azote enviado por Dios con la doble intención de

castigar a los suyos por su pereza e inhibición y, simultáneamente, despertarlos,

llamarlos a la acción para "luchar como valientes cruzados hasta la última

trinchera"; felix culpa, pecado adánico, ambición prometéica de ser como

dioses, que trajo en sí la Gloria de la Redención, como escribirá, cuando la

redención se ponga en marcha José María Pemán. Había que dar publicidad al

pensamiento moderno y católico, lanzar campañas orales y escritas, pelear en la

avanzada de la contrarrevolución; acabar con el desolado paréntesis que el

pensamiento ecuménico ha tenido en España desde hacía 25 años. Es, de

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 27

acuerdo con el manifiesto de sus intelectuales, una reconquista que debe dar

lugar a un renacimiento. Y aunque estos se guarden de proclamar, como Aniceto

Castro Albarrán, el derecho a la violencia, consignas como dar la batalla por

Dios y por la Patria, cruzada, reconquista, "dejar la patria depurada de masones,

de judaizantes" para construir luego la verdadera unidad nacional, son las que

definen el programa que la CEDA lleva a las elecciones de 1933.

De manera que los católicos, monárquicos o accidentalistas, compartían

algo más que el diagnóstico de una situación. Para empezar, estaban de acuerdo

en que el enemigo había dominado todo el terreno; que ese enemigo tenía un

nombre propio, genérico, los intelectuales, traidores y claudicantes, como los

veía Pemán, o específico, la Institución Libre de Enseñanza, cáncer que corroe a

la Universidad, secta que lleva a cabo una campaña antinacional porque

pretende destruir las ideas religiosas, nido de masones y extranjerizantes; o

bien, por la otra banda, "el laicismo, el marxismo, y todo esos espectros pasados

de los erasmistas, los judíos y los enciclopedistas afrancesados que han tendido

sus sombras sobre la Historia de España". Estaba de acuerdo también en que el

propósito del enemigo consistía en descatolizar España; que era urgente

despertar y pasar a la acción, presentando batalla en todos los órdenes de la vida

pública con objeto de reconquistar las posiciones perdidas; que, en fin, esa

acción debía organizarse a partir de grupos de selectos, círculos o sociedades

que impulsaran a sus miembros a actuar de manera solidaria. En todos estos

extremos, nada diferenciaba al núcleo de intelectuales de Acción Española, a

Maeztu, Vegas, Goicoechea, Pemán, Pemartín, Sainz Rodríguez, de los que se

reunían en torno a Acción Popular y El Debate.

De ahí que, cuando en octubre de 1936 se hicieron cargo de la Comisión

de Cultura y Enseñanza de la Junta Técnica del Estado y, luego, del Ministerio

de Educación Nacional en el primer gobierno de la Dictadura, nombrado en

enero de 1938, los intelectuales católicos destacaran por su ansia de depuración,

su propósito de arrasar por completo un pasado, culpable de toda suerte de

delitos, que identificaban con la Institución Libre de Enseñanza, su verdadera

bestia negra, y con todas los organismos que consideraban hijos suyos, desde la

Junta para ampliación de estudios al Instituto-Escuela. Enrique Herrera Oria

denunciaba a los jefes de la Institución como "solapados agentes de la

masonería", empeñados en arrancar el catolicismo del corazón de nuestra

Santos Juliá Una obsesión muy católica - 28

juventud, propagadores como eran de una pedagogía de "fondo judío"42.

Teodoro Toni, desde las páginas de Razón y Fe, revista de elevado pensamiento

de la Compañía de Jesús, proponía en junio de 1938 un plan sistemático de

exterminio no ya de la Institución, que “bien muerta está, o debe acabar de

morir, para que no tengamos ante nuestros ojos, en la España renovada, afrenta

semejante”, sino de todas las “trincheras tras de las cuales se parapetó […],

manejando a su antojo las armas contra la Religión y contra la Patria”. No

quedó ninguna de esas trincheras sin mencionar: la Junta, el Centro de Estudios

Históricos, el Instituto Rockeffeller (sic), la Escuela de Criminología, en todo

había metido sus tentáculos la Institución, realizando una “baja política de

traición y engaño”, favoreciendo “insensatamente los manejos moscovitas en

España”, convirtiéndose con eso en “el origen y el nervio de la actual

revolución”43.

No menos vengativo se había mostrado Enrique Suñer cuando señalaba a

quienes se llamaban "a sí mismos pedantescamente intelectuales" como los

principales responsables de los crímenes, asesinatos, violaciones, crueldades,

saqueos y destrucciones y se preguntaba si ante tanta mortandad, los culpables

habrían de quedar sin castigo, para responderse que era menester jurar con la

más santa de la violencias ante los muertos amados la ejecución de las sanciones

merecidas. Suñer no dudaba en presentarse como delator de los culpables y

ejecutor de las penas: "busco señalarlos con el dedo, delatando con todo valor,

duramente, sin eufemismos ni atenuaciones, sus turbias actividades". Y así,

llevado de tan santa ira, señaló a José Castillejo como “inteligencia encaminada

al daño moral y material de nuestra raza y de nuestro país”, uno de los hombres

“más terriblemente funestos que había visto nacer España”44. Como "anacoretas

del diablo que, entenebreciendo nuestras aulas, envenenaron la juventud" los

definía Fernando Martín-Sánchez Juliá, presidente de la ACN de P, para quien

los krausistas habían sido, más que una escuela, una logia, una sociedad de

42 Enrique Herrera Oria, S. J., Historia de la educación española, Madrid, Ediciones Veritas, 1941, pp. 319 y 337, libro dedicado “A la santa memoria de los educadores mártires durante la gran cruzada española”. 43 Teodoro Toni, “Destrucciones y sustituciones”, Razón y Fe, 485 (junio de 1938) pp. 141-154. 44 Enrique Suñer, Los intelectuales y la tragedia española, Burgos, Editorial Española, 1937, pp. 16-17.

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socorros mutuos, una tribu, un círculo de alumbrados, una fratría, algo

tenebroso y repugnante, de lo que había que desintoxicar a las mentes

extraviadas: “Para que España vuelva a ser es necesario que la Institución no

sea”, llegó a escribir en 1940, cuando la operación de exterminio ya estaba

concluida45. "De la Institución Libre de Enseñanza, anti-Católica, anti-Española,

no ha de quedar piedra sobre piedra… La Alta Enseñanza Madrileña habrá de

ser, inexorablemente, de aquí en adelante Patriótica, Católica y Leal. O no ser",

escribía con sus habituales énfasis José Pemartín46. La obsesión que Azaña

percibió en sus conversaciones con los agustinos de El Escorial allá por 1915 se

había convertido en programa de acción: en un suelto titulado “Manos a la

obra”, la revista Atenas pedía al Nuevo Estado que pasara "por las armas a la

señora Institución", engendro que procedía del virus elaborado por los químicos

del mandil y del triángulo47.

* * *

Mucho han avanzado en los últimos años las investigaciones acerca de la

represión que cayó sobre maestros y profesores en territorio en manos de los

rebeldes durante la guerra civil y, luego, una vez la guerra terminada, en las

campañas de depuración, los procesos abiertos por tribunales de

responsabilidades políticas y los sumarios incoados en consejos de guerra. La

terrible dimensión de esta sistemática represión se atribuye habitualmente a su

origen o naturaleza fascista. Pero ya Max Weber había señalado que “toda

organización de la salvación en una institución universalista de la gracia se

sentirá responsable de las almas de todos los hombres, o al menos de todos los

que le han sido confiados, y por ello se sentirá obligada a combatir, incluso con

violencia despiadada, toda amenaza de desviación en la fe”48. Habría que

45 Entre las muchas páginas de la historia de las infamias españolas del siglo XX, brillan con luz propia las que componen el libro Una poderosa fuerza secreta. La Institución Libre de Enseñanza, San Sebastián, Editora Española, 1940, promovido por la ACN de P, donde se encuentran ésta y otras propuestas de exterminar a la Institución. 46 José Pemartín, Qué es lo nuevo. Consideraciones sobre el momento español presente, Santander, Cultura Española, 1938, p. 192. 47 Atenas, 67, marzo de 1937, cit. por Gregorio Cámara Villar, Nacional-catolicismo y escuela. La socialización política del franquismo (1936-1951), Madrid, Hesperia, 1984, p. 75. 48 Max Weber, “Excurso. Teoría de los estadios y direcciones del rechazo religioso del mundo”, en Ensayos sobre sociología de la religión, Madrid, Taurus, 1998, vol. I, pp. 539-540.

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atender, pues, la advertencia que el novelista y ensayista católico francés,

Georges Bernanos, dejó escrita sobre esa violencia despiadada, que él llamó

terror, como testigo de la represión en Mallorca: “el Terror habría agotado desde

hace mucho tiempo su fuerza si la complicidad más o menos reconocida, o

incluso consciente, de los sacerdotes y de los fieles no hubiera conseguido

finalmente darle un carácter religioso”49. Fue, en efecto, ese carácter religioso del

terror lo que legitimó a ojos de los católicos las infames sentencias de exclusión y

muerte de la Institución Libre de Enseñanza y de sus miembros y simpatizantes

con las que dieron rienda suelta a aquella obsesión incubada durante años de

envidia y odio por la pérdida del control ejercido por su Iglesia sobre la

enseñanza pública y privada en España.

49 Georges Bernanos, Les grands cimitières sous la lune [1938], París, Plon, 1966, p. 146.