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UNA MUERTE AUXILIADA. COFRADÍAS Y HERMANDADES EN EL MUNDO MAYA COLONIAL Mario Humberto Ruz* IIFL, UNAM RELACIONES 94, PRIMAVERA 2003, VOL. XXIV

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UNA MUERTE AUXILIADA.COFRADÍAS Y HERMANDADES

EN EL MUNDO MAYA COLONIAL

M a r i o H u m b e r t o R u z *I I F L , U N A M

R E L A C I O N E S 9 4 , P R I M A V E R A 2 0 0 3 , V O L . X X I V

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orría el viernes 10 de marzo de 1542 cuando, en sesiónoficial con el Cabildo Eclesiástico, el primer obispo deGuatemala, Francisco Marroquín,

mandó a los dichos señores que de hoy en adelante no per-mitan ni consientan que en la dicha iglesia se ponga tumba, con paño ni sinél, por persona alguna, salvo el día del enterramiento y honras y cabo deaño. Y si alguna persona quisiere tener tumba durante el novenario seaobligada a pagar 10 pesos de oro por los dichos nueve días, para la fábrica,y si asimesmo alguna persona quisiere tener la dicha tumba sobre algunasepultura un año entero, pague a la fábrica de la dicha iglesia 200 pesos deoro. Y asimesmo mandó su señoría ilustrísima este día que no se hagan es-tados en la dicha iglesia por persona alguna, sino fuere ben[eficia]do de ladicha santa iglesia, lo cual ansí le mandó su señoría ilustrísima guarden y

C

Reinventando una institución que les había sido originalmente im-puesta, pero a cuyos principios rectores se sumaron al parecer de buengrado, los pueblos mayas hicieron de las cofradías un espacio propioen el seno del cual florecieron formas peculiares de religiosidad indí-gena y modos específicos de organización comunitaria que en ocasio-nes permitieron una escasa pero no insignificante autonomía, particu-larmente valiosa para afianzar la solidaridad colectiva y, a través deella reafirmar formaciones socioculturales intermedias en épocas difí-ciles para la expresión de lo que para entonces era ya consideradocomo propio, independientemente de su alteridad originaria. En esteensayo proporciono algunos elementos que permitan ilustrar, auncuando en forma somera, el papel que jugaron las cofradías como asi-dero para asegurar unas honras fúnebres dignas y, sobre todo, contri-buir al bienestar ultraterreno de los ya idos, colaborando de esta ma-nera en el mantenimiento de la memoria de los antepasados

(Religiosidad maya colonial, cofradías y organización comunitaria,rituales funerarios y memoria mortual)

* [email protected]

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total de ingresos del año siguiente por el mismo concepto igualó lo ero-gado por el capitán, pues tan sólo se reportaron 24.5 pesos.6

A decir de Sanchiz, hacia el tercer cuarto de ese siglo XVI las diferen-cias sociales eran ya palpables en el ritual religioso vinculado con lamuerte; los del “estrato inferior” eran acompañados por el cura, el sa-cristán portando cruz alta y algunos otros asistentes. Los “principales”,en cambio, llevaban una larga comitiva hasta con 12 sacerdotes, el deány el Cabildo catedralicio, aunque no se enterrasen en catedral, “y la ca-pilla y cantores del coro de ella”. Los más ricos disponían los acompa-ñasen 12 sacerdotes de tantos conventos como había en la ciudad, por-tando todos candelas de cera, y no era inusual un representante de cadauna de las cofradías a las que pertenecía el occiso. Caso extremo era elde aquél que ordenaba pagar a 12 pobres y vestirlos de negro, al igualque a sus esclavos, para que siguieran el féretro. Principales, oficiales oartesanos optaban por ser enterrados en el convento de Santo Domingo;descendientes de conquistadores e hidalgos de ejecutoria recibieron se-pultura en la catedral y otros en el convento de San Francisco. Y de susdatos se desprende la presencia de eso que Ariès denominaba el “senti-miento de familia”,7 pues apunta: “Los principales se enterraban siem-pre en sepulcros de propiedad familiar, donde estaban inhumados suspadres, hermanos o esposas”. Igualmente significativo era el número demisas ofrecidas por el difunto: si por un “mero vecino” se oficiaba unacantada con diácono y subdiácono el día del entierro, seguida de nueve(una por día), por uno rico podían celebrarse hasta 100. Cuando fallecíaun principal podía darse el caso de oficiarse 100 en cada monasterio dela ciudad, otras tantas en catedral y un número indeterminado en lasermitas, “además de otras 50 o 100 en los altares de todas las iglesias enlos que ‘se ganan indulgencias’”. En la misa cantada del día del entierrose ofrendaban una serie de botijas de vino, varias fanegas de trigo y unoque otro carnero, para los oficiantes.8

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cumplan como arriba se contiene, so pena de excomunión mayor. Y la mes-ma ponemos en cualquiera persona que lo contrario hiciere o intentare ha-cer. Y su señoría ilustrísima lo firmó de su nombre y los dichos señores.1

En estas disposiciones episcopales tendientes a reglamentar oficiosfúnebres a la usanza católica en el vasto mundo maya,2 que son las pri-meras localizadas hasta ahora, llama de entrada la atención a los altoscostos exigidos. Sin duda pocos vecinos podrían aspirar a un novenariode honras tan costosas; diez pesos oro significaban por entonces dema-siado dinero incluso para el bolsillo de un conquistador; en particularde uno ubicado en los territorios por entonces poco redituables de laque sería más tarde Audiencia de Guatemala.3

No obstante, es claro que, pese a los altos costos, había vecinos dis-puestos a satisfacer una piedad fúnebre más bien ostentosa. Ese mismoaño, el 16 de noviembre, un tal capitán Slava entregó a la catedral 25 pe-sos en pago por la sepultura de su esposa, mismos que de inmediatodestinó la naciente y urgida iglesia para adquirir “un ornamento de da-masco negro con cenefa de terciopelo negro, con estola, manípulo y albade ruán, con sus faldones del mismo damasco”; ornamento que, por sucolor, muy probablemente serviría para oficios de difuntos.4 Es de supo-ner que el viudo eligió para su cónyuge un sitio privilegiado, acaso enlas cercanías del altar mayor de la joven catedral, pues revisando lascuentas de Cabildo de ese mismo mes vemos figurar, entre los ingresos,los que reportaron algunas sepulturas: tres pesos por una “detrás delcoro”, otra de seis en la capilla de Santiago, y una de dos por la “sepul-tura de un pobre que murió en casa de Diego Sánchez”.5 Ni siquiera el

1 Archivo Histórico del Arzobispado de Guatemala (en adelante AHAG), Liber Capit-tuli Sancti Jacobi Cuahtemalensi [Primer Libro de Cabildo], Sin clasificación, f 15.

2 Que poco después quedaría dividido en cuatro obispados: Guatemala, Chiapa ySoconusco, Vera Paz y Yucatán, el tercero de los cuales se agregaría en 1608 al primero.

3 Cabe apuntar que, por razones de espacio, en este ensayo privilegiaré la informa-ción relativa a los siglos XVI y XVII, que es, por cierto, la menos abundante.

4 Ibid, f 22. Entre los gastos de 1544 se registran cuatro tomines por la compra de unacuarta de raso negro, cantidad mínima si se compara con los 20 pesos que se pagaron aun tal Villegas “del servicio de un año de afeitar a los mozos de coro” (f 181v).

5 Ibid, ff 160-162.

6 Los pagos van desde un peso que dio “un pobre (que) se enterró en la iglesia vieja”,hasta los cinco de “un bachiller que murió en casa del tesorero” y los seis “por la sepultu-ra de su madre de Pedro Gonçalez” (Ibid.)

7 1977, passim.8 Sanchiz, 1989, 65-66.

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sacramentos y entierros, “en ninguna cantidad, aunque digan que [losindios] lo dan por su voluntad”, asunto sobre el cual se encargó vigilarvarias veces a los prelados,14 a la vez que se ordenó a las autoridadesciviles evitar abusos por parte de los eclesiásticos al momento de hacertestamento los indios ricos, pues solía acontecer “que los curas y doctri-neros, clérigos y religiosos, procuran y ordenan que les dejen a la Igle-sia toda o la mayor parte de sus haciendas, aunque tengan herederosforzosos; exceso muy perjudicial y contra Derecho”.15 Y ya desde 1554 sehabía mandado a los jerarcas eclesiásticos bendecir “un sitio en el cam-po donde se entierren los indios cristianos y esclavos y otras personaspobres y miserables que hubieren muerto tan distantes de las iglesiasque resulte gravoso llevarlos a enterrar a ellas, porque los fieles no ca-rezcan de sepultura eclesiástica”.16

No obstante los esfuerzos de la Corona por ahorrarles tal tipo degastos, los recién conversos parecen haber ingresado desde fechas tem-pranas –de grado o por fuerza– en la carrera por la salvación, como seobserva en las “cláusulas dispositivas” de ciertos testamentos del sigloXVI, tanto en lo que correspondía a la elección de mortaja, sepultura, en-tierro y honras fúnebres, así como el tipo y número de misas que se apli-carían para la salvación del alma, en particular en la península de Yu-catán, donde la influencia franciscana fue particularmente fuerte.17 Noobstante, como intenté mostrar en un ensayo previo, a diferencia de losno indios, los mayas no acostumbraban dejar el cumplimiento de talesdisposiciones en manos de los eclesiásticos, sino en las de sus familia-res, y tampoco parecen haberse preocupado demasiado por responsos o

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Estas disposiciones, que alcanzaban proporciones verdaderamentefastuosas en las exequias dedicadas a miembros de la familia real y fun-cionarios civiles y eclesiásticos locales,9 y que nos recuerdan en mucholas manifestaciones fúnebres estiladas en la Edad Media,10 contrastansignificativamente con las referencias a entierros de indígenas, ya querara vez se mencionan especificaciones similares en los testamentos in-dios del mundo maya

pero sin duda la solidaridad comunitaria y el apoyo obtenido a través delas cofradías, pese a no hacerse expreso (de hecho constaba ya en las orde-nanzas), jugaron un papel clave en el caso de aquellos que carecían hasta delo mínimo para poder tener un entierro acorde a las nuevas exigencias,como lo corrobora el que en los márgenes de los libros de difuntos aparez-ca la anotación se enterró de limosna.11

De hecho, las alusiones a indígenas en esos primeros años de que dacuenta el libro de Cabildo son escasas y de poca monta: vemos que el 25de agosto de 1545 se nombró a Alonso de Figuerola como cura de laiglesia catedral, con obligación de compartir con el Cabildo “todas lasofrendas y enterramientos […] como hasta aquí ha sido, excepto […]bautismos y enterramientos de niños e indios”,12 y ese mismo año un talLoarca dio un peso de limosna “por la sepultura de una india suya”–cuyo nombre ni siquiera se registró–, mientras que por la de un negroentregó cuatro.13 La limosna dada por la india, por cierto, fue la más ma-gra de todo el año; incluso por un forastero desconocido, muerto en elmesón, se obsequiaron dos pesos.

Tan exiguas referencias no son de extrañar. Con independencia delhecho de lo inusual que resultaba el que los naturales se enterrasen enla catedral de una villa de españoles, la legislación misma marcaba queno habría de cobrarse a los indios derecho alguno por administración de

9 Traté este punto en un ensayo anterior (Ruz, 2003), al cual remito al interesado.10 Véanse al respecto Lauwers, 1997 y Muir, 1997, 47-62.11 Ruz, op. cit.12 AHAG, Primer Libro de Cabildo, f 5v13 Ibid., f 175v

14 Véase por ejemplo en la Recopilación de Leyes de Indias la Ley X (dada por Felipe II,en Madrid el 11 junio 1594 y refrendada en Toledo el 5 mayo de 1596) del Libro I, TituloXVIII: De las sepulturas y derechos eclesiásticos.

15 Recopilación… Libro VI, Titulo I, Ley XXXII. El 22 de enero de 1742 se dio real provi-sión para la Audiencia de Guatemala, donde se insiste en observar esta ley, ordenando aalcaldes mayores y corregidores vigilar su aplicación.

16 Ibid, Ley XV (Carlos I y la princesa gobernadora, Valladolid 10 mayo 1554).17 Otro rubro privilegiado para darse cuenta del entusiasmo con que los indígenas

adoptaron los cultos funerarios a la usanza cristiana es el análisis de los inventarios delas cofradías de Ánimas, que en ocasiones poseían bienes realmente suntuarios. Por ra-zones de espacio me resulta sin embargo imposible abordar los aspectos iconográficos.

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La situación no era privativa de la alcaldía chiapaneca, ni se limitóal siglo XVII. En ocasión de la visita pastoral al pueblo guatemalteco deAlmolonga en 1720, los indios declararon:

que no saben cuánto se les lleva a la gente ladina por sus entierros. Y que alos indios se les lleva por un entierro, si es de criatura, cuatro reales concruz de palo, pero si es con cruz de plata y ciriales pagan un peso, respectode que dicha cruz es del convento y la de palo de la parroquia. Y por el deuna persona grande con cruz de palo pagan 20 reales, y si es con cruz deplata y ciriales, tres pesos por la dicha razón. Y que el que pide voluntaria-mente misa da la limosna de ella, y que no les compelen a vigilias ni nove-narios. Y que cuando va el padre cura u otro religioso del convento por elcuerpo del difunto a su casa, pagan un peso, y cuando no, sólo asisten loscontadores a dicho entierro. Y esto responden.21

Mientras que sus vecinos de los pueblos llamados de Aguascalien-tes, añadieron “que por cada entierro dan tres tostones para él, un pesopara la misa y cuatro reales que les hacen dar por fuerza de salutación.Y cuando no tienen con que pagarlo, les obligan a ello, de que se les si-gue la necesidad hasta [de] vender los solares de sus casas. Y esto res-ponden”.

Mientras que algunos obispos y arzobispos lucharon por igualar asus feligreses indios con los españoles y mestizos en asuntos de tantopeso como la administración de la eucaristía a manera de viático,22 nofueron pocos los que intentaron acabar con las arbitrariedades económi-cas que se registraban con los deudos de los difuntos, como lo muestranentre otros muchos documentos las Constituciones diocesanas de Núñezde la Vega para Chiapa y Soconusco (1698), las Constituciones sinodales

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vigilias,18 mostrándose en cambio particularmente afectos a celebrarcomidas y otros festejos tras los velorios.19

Pero al mismo tiempo que se cuidaban de no atraer sobre sí repri-mendas civiles por cobrar pagos no autorizados, algunos eclesiásticosidearon otras formas de exacción. Tal reportó por ejemplo el oidor Josephde Scals durante una visita a la alcaldía mayor de Chiapa, que incluyótambién la esfera de la administración de los sacramentos y algunas de-vociones piadosas, entre estas últimas las relacionadas con misas de cuer-po presente y entierros. Si bien aparecen claras diferencias entre los cura-tos, es constante encontrar anotaciones en el sentido de la inasistencia delpárroco a los entierros cuando se trataba de un indio pobre, así como lacontinua exigencia a los naturales para que pagasen derechos extraordi-narios por conceptos tales como contar con la presencia del eclesiásticodurante el momento de la sepultura. Pueblos hubo, como Soyatitán, don-de los principales declararan la obligatoriedad de pagar cuatro tostonespor una misa de cuerpo presente, “sea pobre o sea rico, y en su cobranzase tiene más cuidado”, mientras que sus vecinos de Socoltenango relata-ron cómo se compulsaba a los deudos a pagar, fuese cual fuese su situa-ción económica, “que no ai dispensazión”. Por su parte, los tzotziles deSan Bartolomé ni siquiera podían elegir entre llamar o no al sacerdote paraasistir a la sepultura, pues aunque no se presentaba, ordenaba al maestrode doctrina cobrar en su nombre (desde un tostón hasta tres pesos).20

18 Dos ejemplos: en mayo de 1768 declaraba el cura de Santa Ana Chimaltenango:“Por los entierros asistiendo el cura, o su coadjutor con capa y cruz alta, no se les llevani medio real a los indios, sino tan solamente cuando piden se les canta vigilia y misa dantres pesos y esto le son muy pocos, que cuando más llegaran a 10 o 12 al año y poco máso menos serán como 30 pesos al año” (AHAG, Visitas Pastorales, Tramo 3, Núm. 68, Tomo19), mientras que en el cuadrante de San Juan Ostuncalco para febrero de 1797 se asien-ta: “Este pueblo, como los demás anexos, es escaso de responsos, y sólo en los entierrosse juntan dos o tres reales y algunas veces más o menos, y tal cual día que pagan uno odos, en la iglesia, a excepción del día de finados, que se juntan 4 ó 5 pesos, lo que pocomás o menos vendría a ser en el año como 18 o 20 pesos […] Para entierros de indios nodan nada, a excepción de cuando son acomodados, que dan un peso por la vigilia, ycuando son hacendados los suelen pagar [a] 13 tostones por la misa” ( AHAG, Cuadrantesparroquiales, Tramo 7, Caja 8. Años de 1783 en adelante).

19 Ruz, op. cit.20 En Ruz y Báez, Dos jurisdicciones…, en preparación.

21 Ruz et al., en prensa (datos correspondientes a la visitas realizadas en 1719 y 1720,bajo el obispo Álvarez de Toledo, ff 3v y 10v).

22 Véanse, a manera de ejemplo, lo analizado por Palomo (en prensa) para Chiapas olas agudas consideraciones del arzobispo Cortés y Larraz para Guatemala, donde aún enla segunda mitad del siglo XVIII parece haber seguido siendo común descuidar la admi-nistración del viático a los moribundos indígenas, “delito de tanta enormidad” que elprelado no dudó en imponer severas penas a los eclesiásticos que incurrieran en él (AHAG

Visitas Pastorales, Tramo 3, Núm. 68, Tomo 19).

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propios eclesiásticos, que vieron en ellas una valiosa fuente de ingresos,auxiliar en el sostenimiento del culto y, en no pocos casos, fuente de en-riquecimiento personal. Hacia 1775, según declaró el arzobispo, en lospueblos indios de Guatemala la mayor parte de ingresos de los curasprovenía de las cofradías.27 El origen de tales ingresos eran tanto los co-bros estipulados (“conforme a arancel”), como muchos otros no sólo ex-cesivos sino en ocasiones francamente fraudulentos. Y fraudulentos ental magnitud que en 1773 la Corona se sintió obligada a reprender a laAudiencia de Guatemala por su descuido al respecto, exigiendo infor-mación pormenorizada de las cofradías. Los oidores se dieron por ente-rados el 25 de agosto de 1773 “en el rancho en que se tiene el despachoy real acuerdo por la destrucción de la ciudad con los terremotos acaeci-dos”.28 Ignoramos si la magnitud de los fenómenos telúricos permitió alas autoridades cumplir con el real mandato, en medio del pandemo-nium que significó el cambio de la sede de la Audiencia a la Nueva Gua-temala de la Asunción. Hasta el momento no hemos encontrado la res-puesta.

Si bien la ausencia de esa (posible) respuesta nos impide tener el pa-norama detallado de lo que estaba ocurriendo en la Guatemala diecio-chesca, contamos con datos suficientes para aseverar que, fuese cualfuese la perspectiva civil sobre ellas, y con independencia de la codiciaeclesiástica (contra la cual protestaron repetidas veces), los pueblos ma-yas adoptaron desde un inicio las cofradías con un fervor innegable y seapropiaron de ellas a tal punto que hasta hoy siguen siendo pilar cen-tral en la organización de muchos poblados. El porqué de tal aceptaciónha suscitado diversas hipótesis y conjeturas, entre las cuales son de par-

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elaboradas por Juan Gómez de Parada para Yucatán en 1722 o las dispo-siciones de Pedro Cortés y Larraz para Guatemala en 1768,23 pero la rei-teración continua de las mismas es clara muestra de su permanencia.

Un asidero sin duda importante para satisfacer estas demandas quetrajo aparejadas la nueva fe lo constituyó otra de sus aportaciones: la dela cofradía. Como es bien sabido este tipo de asociaciones (en un iniciovinculadas a los gremios) tenía como objetivo primordial organizar a losfieles en torno al culto a un santo o alguna devoción piadosa,24 activida-des que los eclesiásticos concebían como apoyos importantes para lastareas de adoctrinamiento –pues fomentaban la asistencia a misa, la asi-duidad de los sacramentos y el mantenimiento del ritual– y que los mis-mos indios abrazaron con entusiasmo dado que en alguna medida lespermitían recuperar antiguos espacios de culto público, a la vez que fa-cilitaban la cohesión comunal (particularmente importante en aquellospueblos de nueva creación) por ejemplo a través de los festejos organi-zados en honor a los santos patronos, que en numerosas ocasiones ad-quirieron el rango de deidades fundadoras de los poblados, a menudo–aunque no indefectiblemente– amalgamándose en el imaginario indí-gena con antiguas deidades prehispánicas.25

A los aspectos sociales y religiosos ha de agregarse su impacto en lavida económica, tanto de los feligreses –que recurrían a menudo al di-nero otorgado a crédito por las cofradías más pujantes–26 como de los

23 Núñez de la Vega (1988), Cortés y Larraz en Ruz et al., en preparación y Gómez deParada (en prensa), las instrucciones dadas por este último respecto a las cofradías se re-producen en Solís Robleda, op. cit., 140-141.

24 Tales como conmemorar el misterio de la transubstanciación el día de Corpus, ta-rea primordial de las cofradías del Santísimo Sacramento, que a menudo eran las másimportantes en los pueblos y villas, quedando incluso a cargo de los ayuntamientos.

25 Vid Ruz, 1997.26 Dos ejemplos entre cientos: en octubre de 1687 los mayordomos de la Cofradía de

las Ánimas de Santiago Sacatepéquez, Guatemala, informaban haber ingresado a la caja140 pesos, parte de los cuales se había prestado a indios vecinos del pueblo “como es usoy costumbre entre los naturales de él, por el interés de algo más que se vuelve a dicha co-fradía” ( AHAG, A 420, T1, 2, “Autos hechos en razón de la perdición de los indios”, f 258),mientras que durante la visita pastoral a Almolonga, en 1720, declararon las autoridades:“que el dinero de los principales de cofradías entra en poder de los mayordomos de ellas,

y éstos lo dan a otros, con el cargo de dar aumento de un real y dos reales en cada pesoen un año. Y que esto lo tienen por preciso, para completar los gastos de misas, fiestas,respecto de no llegarse al principal para dichos gastos” (Ruz et al., en prensa, Visitas deÁlvarez de Toledo, caja 4, f 5v).

27 Apud Van Oss, 1986: 91. Para el ámbito yucateco, Solís Robleda destaca la mayorriqueza de las cofradías indígenas si se les compara con las mantenidas por hispanos (enprensa: 73ss), situación que se asemeja a lo registrado en Guatemala, al menos para elsiglo XVII.

28 Archivo General de Centroamérica (en adelante AGCA), A 123, l 1530, f 23-28, realcédula dada en Aranjuez el 24 de abril de 1773.

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temporal35 sino que recen el santo rosario”. Y al abordar lo relativo alrezo de los misterios dolorosos se apunta que servirán para conmemo-rar “la pasión de nuestro salvador al [ilegible] de sangre, a los azotes, ala corona de espinas, al llevar de la cruz a cuestas, de la crucifixión ymuerte y sepultura del redentor”, buena muestra de cómo –a tres déca-das de haberse iniciado la evangelización en Chiapas– las paraliturgiasservían también para enraizar el imaginario cristiano de la muerte.

La asociación cofradía, muerte, sacrificio divino y penitencia de losfieles como medio para obtener el perdón y acrecentar las posibilidadessalvíficas tras el deceso aparece con toda claridad en las Ordenanzas dela cofradía de la Santa Vera Cruz de Santo Domingo de Chiapa,36 pobla-do de etnofiliación otomangue ubicado en el centro del territorio chia-paneco, y evangelizado también por los dominicos, donde se estipulacomo primera ordenanza el

que cada Jueves Santo, poco después de las once de la noche, se haga unaprocesión en memoria de la sagrada pasión y muerte de nuestro señorJesucristo y advertimos que todos los cofrades de esta santa cofradía se de-ben disciplinar y derramar su sangre por lo mucho que Cristo, señor nues-tro, padeció, murió y derramó la suya por nosotros, y en señal de que contodo corazón nos pesa de haberle ofendido tanto, por lo cual dirá cada unointeriormente: “yo soy el que le di la muerte al hijo de Dios, yo le escupí, es-carnecí y puse en una cruz hasta derramarle su sangre; por mis grandes cul-pas y pecados padeció y murió mi señor Jesucristo”. Y meditando siempreen su santísima pasión vayan ajusticiándose [a] sí mismos azotándose porlas espaldas y rogándole sea servido recebilles [recibirles] aquella peniten-cia en descuento y satisfacción de sus pecados.37

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ticular valía para la región controlada por la Audiencia de Guatemalalas esgrimidas por MacLeod,29 pero su análisis desborda los objetivos deeste breve ensayo, cuya única finalidad es proporcionar algunos ele-mentos que permitan ilustrar, aun cuando en forma somera, el papelque jugaron las cofradías como asidero para asegurar unas honras fúne-bres dignas y, sobre todo, contribuir al bienestar ultraterreno de los yaidos, colaborando de esta manera en el mantenimiento de la memoriade los antepasados.

Tal papel (presente ya en las cofradías medievales asociadas a losgremios) es factible de constatar ya desde las primeras fundaciones so-bre las cuales sobrevivió información, como ocurre por ejemplo para elárea chiapaneca, pues si bien las cofradías más antiguas de las cuales te-nemos noticias (Copanahuastla en 1561,30 Yajalón hacia 156531 y Comi-tán, 4 de agosto de 1573)32 quedaron bajo la advocación de la Virgen delRosario, –nada extraño tratándose de áreas evangelizadas por domini-cos–,33 del acta de fundación y las constituciones mismas de la cofradíacomiteca se desprende que los aspectos mortuales estaban ya presentes,pues se apunta allí que por privilegio papal quienes entrasen a la cofra-día gozarían de indulgencia plenaria “una vez en la vida y otra en lamuerte, y otros muchos perdones”.34 Aunque para entonces Comitánera un pueblo indígena, se señala de manera expresa que “uno de losprivilegios y excelencias que tiene esta cofradía, en que excede a lasotras, [es] en admitir a todos y en no excluir a nadie y en no pedir nada

29 MacLeod, 1983. 30 Ximénez, 1999, t. II: 165.31 AHD, Libros de visitas. “Visitas de Ocosingo, 1813-1850” , citado por Palomo (op. cit.).32 Conservadas en el Libro de bautismos de Copanahuastla (ff. 82 y 82v), el más anti-

guo libro de sacramentos hasta ahora localizado para Chiapas, que custodia el ArchivoHistórico Diocesano de Chiapas.

33 De hecho los primeros apuntados como cofrades son los predicadores de Copana-huastla y Comitán.

34 “Para gozar de estas dichas indulgencias plenarias han de rezar los dichos cofradescada semana tres veces el rosario pequeño, que son 50 aves marías y cinco Pater Noster...no es menester más.” Se aclara que como “los que están en pecado mortal no gozan deperdones...”, los sacerdotes han de procurar que cuando algún individuo desee asentarseen la cofradía, “le hagan aparejar” de manera tal que pueda gozarlos.

35 Se apunta que no se cobraría a nadie por asentarlo en la cofradía, y tampoco se co-brarían penas pecuniarias ni temporales a quienes no cumpliesen con el rezo semanal,pero dejarían de gozar de la indulgencia.

36 De fecha incierta por haber llegado hasta nosotros en un traslado de 1674 dondeno se señala la data de fundación (publicado en Ruz y Báez, 2003).

37 Quedarían excluidos de esta obligación “los que fueren de 60 años o los que fuerenenfermos o impedidos”. Las mujeres que desearen disciplinarse deberían caminar apar-tadas de los hombres, “si no fueren algunos ancianos que los mayordomos citaren paraentender en lo que dichas mujeres no pudieren. Y asimismo débese prevenir con tiempo

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La décima hacía obligatorio para los miembros visitar a cualquierade sus correligionarios que cayese enfermo, a fin de recordarle la urgen-cia de confesarse, en particular si estuviese en peligro de muerte; oca-sión en que deberían dirigirle el siguiente parlamento:

Hermano, acuérdate de la confesión y confiésate como cristiano, confesan-do todos tus pecados y componiendo bien todas tus cosas para la salvaciónde tu alma. Esto os decimos y acordamos porque no estés descuidado, y site hallares muy enfermo, envía a los mayordomos para que te vengan aasistir algunos cofrades.

Si la muerte alcanzaba a algún cofrade, los demás quedaban obliga-dos, por la ordenanza undécima, a reunirse en la iglesia para desde allípartir en busca del cuerpo,

y los mayordomos les den y repartan candelas y se lleve la cruz manga y lade la pasión y todo lo necesario, y se procure [en] breve mandarle decir unamisa de canto llano con su responso, y en esta forma se haga a todos los de-más. Y se les ruega y manda guarden y cumplan bien estas ordenanzas paraque Dios les dé el Cielo.

Este piadoso acompañamiento no se circunscribiría empero al ca-dáver de un cofrade, sino que se haría también en el caso de fallecer al-guno de sus hijos (aunque la calidad del acompañamiento variaría segúnestuviesen o no al corriente en el pago de sus cuotas),38 e incluso a losajusticiados, como expresa la ordenanza 15, que recuerda a aquellaspropias de cofradías españolas dedicadas específicamente a esta tarea:39

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Mientras que la segunda ordenaba a los cofrades acudir cada Do-mingo de Ramos “a la escuela o adonde los mayordomos citen”, dondeoirían la exhortación siguiente:

Carísimos hermanos, ya es llegado el tiempo y días santos de la santísimacruz de nuestro señor Jesucristo, en que se hacen memorias de su santísi-ma pasión por la cual todos los cristianos hacen sentimiento, y en tales díasse advierte lo que es necesario en ellos, y así os ruego por la preciosísimasangre que nuestro señor derramó en ella que mostréis ser hermanos deesta santa cofradía como debéis y sois obligados, haciendo grande senti-miento de su pasión y muerte, así como en este mundo se cubren de lutolos hermanos de un difunto por la muerte de su hermano.

Sabed qué quiere decir cofrade de la Santa Vera Cruz, hermanos, denuestro señor Jesucristo, el cual murió tan afrentosa muerte en ella, y así de-béis cubriros de luto y llorar por él, porque a vosotros pertenece el dolor yllanto de tales días. Sentid los que nuestro hermano y señor Jesucristo pa-deció y pasó.

Al menos seis de las 17 ordenanzas tocan explícitamente aspectosvinculados con la muerte de un cofrade. Así, la novena manda oficiaruna misa de canto llano cada viernes (“por ser día en que nuestro señorJesucristo murió”), por los cofrades vivos y difuntos, “para que nuestroseñor se sirva de perdonarles sus pecados”. Agregando que “por cuan-to ha muerto y muere cada día tanto cofrade”, se celebrarían tres aniver-sarios (4 de mayo, algún día de septiembre y 3 de noviembre) con “misade canto de órgano, con su responso y doble. Y se manda a todos los co-frades concurran a la iglesia a encomendarlos a Dios, porque asimismose verán ellos cuando de este mundo vayan”, mientras que la duodéci-ma ordenaba al escribano leer a los cofrades cada primer domingo deCuaresma la totalidad de las Ordenanzas, e insistirles en las ventajas queconllevaba la obtención de indulgencias, “que son las gracias concedi-das que libran de las penas del Pulgatorio” [sic].

una casa donde ellas mismas, unas a otras, se curen sin que entre allí a curar hombre nin-guno, porque así conviene”.

38 Apuntaba la ordenanza 14: “Y es nuestra voluntad de que cuando algún hijo suyode ellos muriere, aunque no sea cofrade se saquen 12 candelas para ir por su cuerpo; massi su padre o madre debiere mucho a la cofradía no se saque ninguna si no es que los ma-yordomos quieran hacerlo, los cuáles no deben sacar más que tres o cuatro.”

39 Así, por mencionar sólo dos ejemplos, desde antes de 1588 existía en tierras anda-luzas una cofradía de la Vera Cruz, que “recogía y enterraba los cuartos de los ajusti-ciados puestos por los caminos”, y en 1691 se fundó en Córdoba la Hermandad del SantoCristo de la misericordia, “sin otro objeto que el de enterrar los cuerpos muertos abando-nados en el campo”, que recogían con una burra curiosamente llamada “de la misericor-dia” (Limón Delgado, 1981, 262ss).

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que alentaba a los fieles a inscribirse en alguna de ellas, prometiendo acambio diversas indulgencias, e incluso la “remisión de todos los peca-dos a todos los fieles cristianos, así cofrades como no cofrades” que rea-lizasen actos devotos en el templo donde estuviese asentada la cofradíafavorecida por la bula, participasen en sus procesiones o juntas, y unlargo etcétera que incluía actos piadosos a favor de los muertos, talescomo acompañar los cortejos fúnebres o rezar en determinadas ocasio-nes por la salvación de las almas de los cofrades.

Durante el siglo XVII las cofradías parecen saber de una particular ex-pansión, fenómeno que Murdo MacLeod vincula con la mayor confianzaque los frailes depositaban en sus catecúmenos, y con la baja demográ-fica registrada a fines del XVI, que, en su opinión, obligó a los eclesiás-ticos a buscar nuevas fuentes de ayuda e ingresos para el mantenimien-to del culto, en especial de los santos patronos.43 Sea por la razón quefuere –y sin desdeñar el hecho de la destrucción más acusada de docu-mentos tempranos– ciertamente durante tal siglo comienzan a incre-mentarse los datos acerca de estas asociaciones en todo el mundo maya.

Así, por citar apenas algunos ejemplos, sabemos que a mediados delsiglo XVII se registraban en el puerto de Campeche al menos cinco cofra-días, fundadas poco después de la muerte del obispo Gonzalo de Sala-zar (1636): Vera Cruz, Soledad de María, Purísima Concepción, Ánimasdel Purgatorio y la del Santísimo Sacramento.44 Más tarde se agregaríala de San José, que es de suponer apoyaba a sus miembros en lo relati-vo a aspectos funerarios ya que, junto con santa Rita, el patriarca es teni-do en el mundo católico como abogado de una buena muerte. Dedicadaespecíficamente a las Ánimas surgiría en 1685 una cofradía mantenidapor los mayas del barrio de San Román, Campeche, que ese año solicita-ron del obispo la aprobación de las tres ordenanzas con que pretendíanse rigiese, mismas que se limitaban a especificar el pago de cuatro realescomo admisión, el oficio de una misa mensual por las ánimas y la obli-gación de los cofrades de asistir a ella pagando medio real de limosna.

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Decimos y es nuestra voluntad que si en algún tiempo se ajusticiare a algu-no y muriere por mandado de la Justicia en este nuestro pueblo, nosotroslos cofrades de la Santa Vera Cruz debemos ayudarlo a bien morir lleván-dole el santo cristo y la cruz, consolándole y haciéndole acordarse de Dios.Y luego después de muerto deben los mayordomos irlo a pedir a la Justiciaque lo hubiere sentenciado, pidiéndole por amor de Dios les dé licenciapara enterrar aquel cuerpo, y después de que el juez la haya concedido,abógenlo40 y échenlo en las andas y vayan los cofrades a enterrarlo.

Al iniciar el siglo XVIII el obispo Mauro de Larreategui y Colón haríaextensiva tal obligación a los eclesiásticos y la totalidad de las cofradíasguatemaltecas al decretar:

Y porque su señoría ilustrísima ha reconocido que en este Obispado está in-troducido el estilo de que cuando las justicias reales ponen en los caminoslos cuartos, manos y cabezas de los delincuentes para escarmiento de otros,los dejan perpetuamente en el palo donde los fijan, sin darles eclesiásticasepultura, atendiendo a lo referido mandó que en los curatos en cuyo terri-torio estuvieren fijados los dichos cuartos, manos y cabezas, tenga obliga-ción el cura beneficiado de salir el Sábado de Lázaro por la tarde, con elconcurso de eclesiásticos que pudiere, y quiten los dichos cuartos, manos ycabezas, conduciéndolos a la iglesia, donde se les canten vísperas solemnes.Y el domingo siguiente de Lázaro, misa con vigilia y responso, para darleseclesiástica sepultura; lo cual sea todo a costa de las cofradías de dichocurato, y lo cumplan en virtud de santa obediencia y so pena de excomuniónmayor latæ sententiæ y de suspensión de su oficio y beneficio por tiempo dedos años.41

Agonizaba el siglo XVI cuando se popularizó en la Audiencia deGuatemala una bula del pontífice Clemente VIII, que es de suponer con-tribuyó a arraigar las prácticas devotas en el marco de las cofradías,42 ya

40 Así en el traslado, casi seguramente por “abájenlo”, refiriéndose a bajar el cadáverde la horca o picota.

41 En Ruz et al., 2002b.42 13 de enero de 1598. Cito aquí el traslado de la misma contenido en las constitucio-

nes de la Cofradía de la Soledad de Nuestra Señora, de mujeres indígenas, fundada en elpueblo de Izalco (AHAG, Libros de cofradía, T2, C 109).

43 MacLeod, op. cit., 67-6844 López Cogolludo, 1954, I, 387. Solís Robleda (op. cit., 15) reporta la existencia de

una capellanía del Santísimo Sacramento y otra de las Ánimas desde al menos 1582, perono queda claro si estaban ya vinculadas a cofradías específicas.

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de espectáculos. Al fomentar las cofradías para solventar estas cargas, elpueblo quedaba en mejores condiciones para producir tributos, limos-nas y [enfrentar las exigencias derivadas de los] repartimientos”.49

Para lograr tal fomento acudían a menudo a la fundación de estan-cias ganaderas, e incluso la creación de colmenas, bien a través de co-lectas comunales, bien de donaciones individuales –en ocasiones tes-tamentarias–, sin desdeñar la cesión de pozos y cenotes, bienesparticularmente apreciados en una región carente de corrientes superfi-ciales.50 Lo obtenido por tales medios, arguye Solís, eran tanto mantenerel culto como socorrer a la población en casos de necesidad colectiva,pero, a juzgar por los datos ofrecidos, dentro de lo clasificado como ne-cesidades no se incluían necesariamente, como en muchas cofradíaschiapanecas y guatemaltecas, las ocasionadas a la familia por la muertede un cofrade. A lo más, aseguraban sus miembros un entierro decentey la realización de ciertos sufragios. Fábrica de iglesias, pago de cera,pólvora, incienso, reparación de instrumentos musicales, compra de al-hajas para los santos y hasta financiamiento de corridas de toros y co-medias (incluyendo pago de aguardiente a los comediantes) eran a me-nudo el destino final de los fondos.51 No cabe duda que para numerosospoblados mayas el regocijo de los vivos privaba a menudo sobre el bie-nestar de sus muertos; al menos un bienestar entendido a la usanzacatólica. Lo colectivo, en todo caso, parece primar sobre lo individual.52

Para el área chiapaneca, si bien contamos con una excelente visióngeneral realizada por MacLeod acerca del desarrollo de las cofradías ylas continuas pugnas que suscitó su existencia entre las autoridades ci-viles y eclesiásticas, así como algunas consideraciones sobre la actitudque ante ellas mostraron los pueblos indios, carecemos todavía de estu-dios particularizados y a detalle que nos permitan entender a cabalidad

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Nada, como puede verse, con fines asistenciales a los vivos.45 Por su par-te, desde que se fundó el asentamiento de El Carmen, parece habersecreado una cofradía en honor de la patrona, también reputada comoauxiliadora para una buena muerte y, en especial, para redimir a los quesufren en el purgatorio, como bien se observa en la iconografía.46

Los estudios que se han realizado sobre Yucatán, si bien coincidenen la importancia de las cofradías indígenas como empresas corporati-vas, discrepan en cuanto a su papel como promotoras de la estratifica-ción interna y en sus fines, que algunos perciben como más económicosque religiosos.47 Las fuentes tempranas remiten exclusivamente a cofra-días de españoles en Mérida, Campeche y Valladolid, lo que hace supo-ner a Solís que las indígenas se fundaron a lo largo del XVII. Así, para1639 se tiene certeza de existir al menos dos de indios, “antiguas”, fun-dadas en el convento franciscano de San José, dedicadas al SantísimoSacramento y a la Virgen. Mantenidas por los indios naboríos de la ciu-dad y los de otros pueblos (es de suponer vecinos), incluían entre susobligaciones la de celebrar misas por los cofrades vivos y difuntos. Lacofradía mixta del Santísimo Cristo erigida en 1709 en el pueblo mayade Dzan, en cambio, agregaba la de entregar “jornales” para colaboraren el entierro de un cofrade, amén del pago de misas por su intención.48

Más allá de estas referencias ocasionales a gastos por sepelios o sufra-gios, las ordenanzas de las asociaciones yucatecas (a menudo redacta-das por los caciques y principales, y carentes de autorización oficial) seentretienen más bien en detallar las maneras en que sus miembros cola-borarían para apoyarse mutuamente en satisfacer las pesadas cargasque gravitaban sobre los pueblos, en particular en casos de hambruna,sin que ello significase el descuido del culto, pues, como asienta Solís:“La corporación debía hacerse cargo del costo de misas, procesiones ysermones, de cera para los santos, de pólvora para las fiestas e incluso

45 Solís Robleda, op. cit., 24.46 Y hasta en la lírica popular, que reza: “A la virgen del Carmen quiero y adoro, por-

que saca las almas del Purgatorio” (Copla citada en Alemán, 1989, 382).47 Una somera pero útil revisión sobre el tema se encuentra en Solís Robleda (op. cit.),

en la cual se basa buena parte de las siguientes consideraciones. 48 Solís Robleda, op. cit., 15-22, 25.

49 Solís Robleda, op. cit., 26- 27.50 Solís Robleda, op. cit., cap. 1, incisos 1 y 2. Véase también el inciso “Los ingresos:

entre la dádiva y la producción”, cap. II.51 Ibid.52 Tales fines cambiarían drásticamente en el siglo XVIII, cuando la Iglesia local enaje-

nó la administración de las cofradías, entrando en abierta disputa con el poder civil y,por supuesto, con sus propietarios mayas, como detalladamente expone Solís Robleda(cap. III).

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Uno de los ejemplos más tempranos corresponde a 1632, año en quese presentaron ante el obispo Ugarte Saravia los “mayordomos y oficia-les de la congregación y hermandad de los indios del glorioso san Jo-seph del barrio de Santo Domingo [de la capital], por sí y en nombre detodos los demás oficiales indios del dicho barrio, carpinteros y albañi-les”, para informar “que ellos ha muchos años que tienen devoción yHermandad del glorioso san Joseph, y un altar en que en un tabernácu-lo está puesto el dicho santo, y asimismo tienen otro santo de bulto, pe-queño, con sus andas para las procesiones, con todas las insignias, pen-dones y varas necesarias, sin que les falte cosa alguna” y solicitando seles autorizase convertir dicha hermandad en cofradía, lo que nunca an-tes solicitaron sus antepasados “y porque agora desean lo sea para ga-nar las gracias e indulgencias y privilegios que los romanos pontíficeshan concedido y adelante concedieren, y las que nos concediéremos”.57

Acompañando su solicitud, presentaron 15 ordenanzas en náhuatl(con un traslado adjunto)58 que regían a la hermandad, entre las cualesse encuentran algunas íntimamente vinculadas a enfermedad, muerte,funerales y rogativas, lo cual no es de sorprender siendo san José elabogado para obtener una “buena muerte”. Lo que sí sorprende –améndel aspecto gremial de la asociación, poco común en el área– es el desta-cado papel que se adscribe a las tenantzin,59 que el traslado al español re-gistra como tenanses. Estas mujeres están ciertamente presentes en lasordenanzas de muchas otras cofradías, pero por lo común se les mencio-na como solicitadoras de limosnas o auxiliares en la limpieza de lostemplos. Aquí, en cambio, se regula incluso su elección por el conjunto

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sus ciclos de crecimiento y retracción. De su arraigo en Chiapas para laépoca que nos ocupa, empero, no cabe duda. Durante su visita a la al-caldía mayor (1691) que antes mencioné, el oidor Scals listó 282 cofra-días en 84 de los 94 pueblos visitados, siendo las más comunes las delSantísimo Sacramento y la Virgen del Rosario, seguidas por las de la Ve-racruz y Ánimas. El total nos daría un promedio de 3.5 cofradías por po-blado, pero de hecho muchos de ellos se restringían a las dos primeras,en tanto que otros poseían hasta nueve. Destacan, por el número de fes-tividades que costeaban, las de Chiapa, Tila y Comitán, pero incluso po-blados relativamente pequeños y no particularmente ricos poseían has-ta siete. Tal era el caso de Chicomuselo, de donde obtenía el cura uningreso anual de 72 pesos tan sólo por lo cobrado a estas asociaciones.

Ciertamente no todos los pueblos tenían una Cofradía de Ánimas,53

pero es de suponer que, como ocurría en las demás regiones, varias delas colocadas bajo otra advocación dedicaban también algún espacio de-vocional a los cofrades difuntos, como ocurría con la celebración de mi-sas para el día de difuntos, cuyo pago quedaba a cargo de las cofradíassegún informó el oidor. Y a ello se agregaban otros pagos que los frailesobligaban a realizar a los calpules de los pueblos a fin de conmemorara sus difuntos.54

La información para Guatemala, aunque ha sido muy poco trabaja-da,55 es abundante, tanto la que se custodia en el Archivo General de Cen-troamérica como la que guarda el Archivo Histórico del Arzobispado.Por razones de espacio decidí privilegiar la segunda, de más difícil acce-so y por lo tanto menos conocida.56 Advierto, asimismo, que sólo me re-feriré a unos cuantos ejemplos de los centenares que ilustran la vincula-ción cofradía/memoria fúnebre, que es la que aquí me interesa destacar.

53 De los libros de cofradías de algunos pueblos tzotziles y tzeltales enumerados porPalomo (op. cit., anexo) se desprende la existencia de asociaciones dedicadas al culto delas Ánimas del Purgatorio en algunos poblados donde el oidor sólo dio el total, sin lis-tarlas.

54 Ruz y Báez, Dos jurisdicciones….55 El trabajo más completo al respecto sigue siendo el Rojas Lima (1988).56 AHAG, Libros de cofradía, t 2, c 109, leg. 66. Paleografía de Miguel Ángel Recillas.

Cabe mencionar que el “legajo” está compuesto en gran medida de fojas sueltas, confoliaciones diversas, que apuntan a haber sido desprendidas de otros volúmenes.

57 AHAG, Libros de cofradía, T2, C 109, Leg. 66. Libro, ynstitutión y ordenanssas de lacofradía de el gloriosso patriarca San Joseph. Año 1632”. Paleografía de M. Á. Recillas y M. H.Ruz.

58 El empleo del náhuatl no es de extrañar: recuérdese que además de los pipiles pre-hispánicos (hablantes de variedades dialectales de nahua y náhuat), tras la Conquista seasentaron en diversos sitios hablantes de náhuatl venidos desde los altiplanos centralesde México como auxiliares de los conquistadores españoles, amén de que durante la épo-ca colonial esta última funcionó a menudo como lengua franca.

59 Del náhuatl tenantzin: madres, con el sufijo reverencial tzin. En los trasuntos alespañol aparecen indistintamente como tenanses, tenansses, thenames, tenanxes o te-nanches.

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de indulgencia a quienes se inscribiesen en la cofradía, y otros tantos“todas las veces que los cofrades se juntaren a tratar del bien y aumen-to de ella, o a decir alguna misa u obra pía que por las ordenanzas o co-frades se ordenare”.

Cinco años más tarde, el último día de 1637 los indios del pueblo deSan Miguel Taxisco se presentaron ante el obispo solicitando permisopara fundar una Cofradía de las Benditas Ánimas en el templo parro-quial. Relataron “tener por costumbre” pedir limosna cada lunes parasolventar misas en pro de las ánimas del purgatorio; costumbre que de-seaban insertar en el marco de una cofradía “porque las dichas benditasánimas tuviesen más sufragios y ellos más méritos”.62 No debe creersefueran los únicos del poblado preocupados por colaborar en la salva-ción de las almas de sus difuntos, en las ordenanzas de la Cofradía delSantísimo Sacramento se incluye una que estipula ofrecer cada mes unamisa cantada por los hermanos cofrades, vivos y difuntos, pagando porello tres tostones, y otra que les obliga a que “en uno de los días de lainfraoctava de todos los santos se diga una misa cantada con vigilia yofrenda por los hermanos difuntos de dicha santa cofradía, dando la li-mosna ordinaria conforme al arancel”.63

Otro tanto hicieron años después los feligreses de Santiago Jocotán,curato de Chiquimula, cuyas ordenanzas para una Cofradía de las Ben-ditas Ánimas del Purgatorio, sancionó positivamente el obispo Payo deRivera el 14 de enero de 1666.64 En dichas ordenanzas se destaca la obli-gación de celebrar tan solemnemente como fuese posible “el aniversariode todos los difuntos”, concediéndose con ese fin licencia para pedir li-mosna un día a la semana, y se hace hincapié en las numerosas indul-gencias que ganarían quienes se asentasen por cofrades, incluyendo las

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de los cofrades, el mismo día en que se eligieran alcalde, dos mayordo-mos y dos diputados. La ordenanza 4 estipula que habrán de ser “lasmás devotas que se hallaren”, y si bien las primeras funciones que se lesadscriben son precisamente las de “la limpieza y [recaudación de] limos-na de la dicha cofradía”, más adelante se amplían: deberán, al igual quelos mayordomos, visitar y consolar a los cofrades enfermos60 (ordenan-za 6), amortajar a quienes fallecieren (ordenanza 7); tendrían

especial cuidado de consolar la viuda, y si acaso el difunto dejare hijos quequeden huérfanos de padre y madre, el alcalde y diputados cuiden de queaquellos muchachos, con autoridad de la jus[tici]a, se pongan en ofi[ci]oscon indios del propio barrio para que así no se distraigan ni echen a perder.Y lo propio hagan las tenanses si los huérfanos fueren hijas por casar, cui-dando siempre de su amparo y de que tomen estado, para que así sirvanmejor a Nuestro Señor (ordenanza 8).

Su función de vigilantes y garantes de la moral pública y la armoníacomunal iba más allá de viudas y huérfanas pues, a la par del alcalde,deberían tener “muy gran cuidado de que entre nuestros hermanos ycofrades se quiten cualesquier pecados, estorbando que unos no hablenmal de otros, principalm[en]te de casados, haciendo que nadie sea ha-ragán ni vagamundo, sino que todos trabajen para ganar de comer” (or-denanza 12).

El resto de los cofrades, por su parte, quedaba obligado a asistir alentierro de un hermano, y encomendar su alma a Dios, rezando por él“una tercia parte del rosario. Y si fuere el difunto muy pobre, la cofradíale dé mortaja con que se pueda enterrar”. Asimismo, cada 2 de noviem-bre se ofrecería “una misa cantada de requiem por las ánimas de todoslos hermanos difuntos, y para ello se ponga una tumba61 en medio de lacapilla con muchas candelas y autoridad. Y se dé de limosna a nuestrovicario cuatro tostones, [misa] a que han de asistir todos los hermanos”.El prelado, tras aprobar la fundación y las ordenanzas, concedió 40 días

60 Los primeros deberán además “socorrerlos con alguna limosna para que comprengallinas y lo que fuere menester” (Ibid., f 3, 6ª ordenanza).

61 Es decir, un catafalco cubierto con paño negro.

62 Foster, al referirse a las cofradías de socorro sobrevivientes en algunas partes deEspaña, apunta ser las más comunes las de Ánimas o La Vera Cruz; escencialmente “unasociedad de ayuda mutua para sepelios. Los cofrades deben asistir a los funerales; losgastos del entierro son asumidos por la sociedad y un número estipulado de misas sedice por cada miembro fallecido” (1961, 128).

63 AGCA, A1 112, L 5976, exp. 52506, Fundación de la cofradía de las Benditas Ánimasen el templo parroquial del pueblo de San Miguel Taxisco, ff 18v-19v.

64 AHAG, Libros de Cofradías, Tramo 2, c 108, leg. 66, f 27.

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5ª Ítem, que en el cuarto lunes de la Cuaresma se haya de hacer en dichonuestro pueblo una procesión de sangre, y que para ello haya de asistir eldicho nuestro cura beneficiado y decir misa y sermón para Ánimas [...] ypor este trabajo y su asistencia se le han de dar 13 tostones.

Casi 20 años más tarde, tocó el turno de “legalizar” sus cofradías alpueblo vecino, San Antonio Retaluleuh, visitado en mayo de 1696 poruno de los clérigos más voraces de la época, don Joseph Sánchez de lasNavas, quien a nombre de su tío, el anciano obispo Andrés de las Na-vas, se desempeñó varias veces como visitador de la diócesis. En estaocasión, aduciendo la necesidad de remplazar los libros de cofradíasperdidos en un incendio en 1693, el visitador obligó a pagar a cada co-fradía cuatro pesos por autorizar la restitución. Entre los libros conser-vados se encuentran los de ordenanzas de las cofradías del SantísimoSacramento, San Nicolás Tolentino, Nuestra Señora de la Natividad,Nuestra Señora del Rosario y las Benditas Ánimas.65 En las ordenanzasde las dos primeras se reglamenta la celebración de una misa cantadamensual “por todos los herm[anos] vivos y difuntos de esta dicha cofra-día” y, el día “de los finados de cada un año se celebre un aniversariopor todos los herm[an]os difuntos de esta dicha cofradía, con misa y res-ponso y sin vigilia, como lo han acostumbrado”, mientras que las dosdedicadas a advocaciones marianas únicamente celebrarían por sus di-funtos una misa mensual. Tanto la de San Nicolás como la del Rosariorealizarían además una “procesión de sangre”, que en el caso de la pri-mera –donde se acompañaría con un sermón– le significaría a los cofra-des el pago de nada menos que 20 tostones. Por su parte, los miembrosde la Cofradía de las Benditas Ánimas quedaban obligados a una misamensual y la consabida celebración del 2 de noviembre que, por verseacompañada de vigilia, les vendría costando 13 tostones.

No debe pensarse, sin embargo, que los indios contemplaran pasi-vamente los excesos que a menudo cometían doctrineros y visitadoresal amparo de las cofradías; las denuncias fueron numerosas y continuas,bien ante el diocesano en turno cuando el extorsionador era algún ecle-

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derivadas de visitar a los enfermos e incluso por “enseñar a sus hijos ydemás personas de sus familias la doctrina cristiana, instruirlos en losmisterios de nuestra santa fe. Y por cada vez que así lo hicieren ganen40 días de indulgencia”.

Tocó a su sucesor, Juan de Ortega Montañés, autorizar en mayo de1679 las ordenanzas de las cofradías de Nuestra Señora del Rosario, ladel Santísimo Sacramento, la de las Benditas Ánimas y la del santo pa-trono del pueblo de San Sebastián Quetzaltenango, anexo de San Anto-nio Retaluleuh. Es de suponer que el pueblo debía saber de un momen-to de particular bienestar económico que aprovechó su cura Juan deLamburú para alentar la fundación conjunta de cuatro cofradías. Expre-samente se advierte en los textos que colaboró en la redacción de las or-denanzas, donde, caso poco común, se detalla lo que se debería pagarlepor cada función religiosa (que en el caso por ejemplo de la cofradía delSantísimo Sacramento equivalían a pagar 76 pesos al año por ocho fies-tas y una misa mensual). Entretenido en esas jugosas especificaciones,el cura no se entretuvo en detalles sobre las obligaciones colectivas de loscofrades, ni en pro de los vivos ni de los muertos; apenas el obispo serefirió a los 40 días de indulgencias que obtendrían quienes se afiliaran,

y además, siempre que se juntaren en dicha iglesia a hacer elección deofic[iale]s, o tuvieren algunos cabildos extraordinarios que condusgan [sic]a la utilidad y aumento de la dicha cofradía, o pidieren la dicha limosna, oayudaren con ella, o asistieren a las misas de obligación de dicha cofradía,o acompañaren y salie[re]n en su procesión de sangre, o se ejercitaren en al-g[u]na buena obra, o procuraren el aum[en]to de la dicha cofradía.

Como era de esperar, las ordenanzas de la Cofradía de las BenditasÁnimas si incluyen referencias a devociones vinculadas a los difuntos.Al menos tres de ellas, que a la letra registran:

3ª Ítem, que cada mes se haya de decir una misa cantada de réquiem por lasBenditas Ánimas, y la limosna de ellas se haya de pagar a dos pesos cada una.4ª Ítem, que en un día de los de la octava de los finados haya de tener obli-gación de mandar se haga y diga un aniversario con vigilia, misa cantada ydobles, y por su limosna se haya de pagar 13 tostones. 65 AHAG, Libros de Cofradías, Tramo 2, Caja 109.

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muchas de ellas carecían de licencia,69 ordenó extinguir y anular todaslas que no tuviesen reconocimiento real

y que los priostes y mayordomos de dichas cofradías de aquí adelante nolo sean. Ningún indio de cualquier calidad, y condición que sea se atreva aaceptar tal oficio con ninguna causa, ni pretexto, ni por mandado de ningúnjuez superior eclesiástico de cualquiera calidad que sea, pena de 200 azotes,y de destierro perpetuo de su pueblo.70

Que sus estrictas órdenes no surtieron mayor efecto se comprueba alleer los informes de su sucesor, Joseph de Scals, a quien antes me referí.

En la diócesis vecina de Guatemala obispos y arzobispos ordenarona una y otra vez a clérigos y mendicantes moderar sus excesos, en espe-cial a lo largo de sus visitas pastorales. Pero, como apunté antes, tam-poco faltaron prelados que medraran con la piedad de los cofrades, y enocasiones con tal desmesura que la propia Corona se sintió obligada aintervenir empleando las facultades que le otorgaba el Real Patronato.En enero de 1740, por ejemplo, se turnó a la Audiencia de Guatemalauna real cédula con una severa reprimenda por diferentes causas, entreellas haber permitido abusos en la erección de cofradías y guachibales,el cobro de derechos de entierro a los indios y la exigencia de servicios.Se apuntó allí saber que había pueblos con ocho y nueve cofradías sinregistro, “y hacéis presente que en ese Obispado pasaban de 2000 cofra-días, en que tenía el obispo seis pesos más o menos por la visita de cadauna y que los guachibales eran otra especie de gravamen a los indios,con pretexto de fiesta a algún santo, sin formalidad de cofradía”.71 ¿Porqué, teniendo jurisdicción para impedirlo, los oidores habían consenti-do en ello? Se les ordenó, en consecuencia, “que en punto de cofradías,

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siástico (por lo común el cura del lugar), bien directamente ante la Au-diencia cuando era el propio obispo el que abusaba.

Y aun cuando los cofrades no se quejaran, los excesos no pasabaninadvertidos ni para las autoridades eclesiásticas ni para los funcionariosciviles, que a menudo intentaron (sin mayor fortuna) poner un freno a loerogado durante las celebraciones. Ejemplo de las primeras –entre mu-chos otros– sería el obispo de Chiapa y Soconusco, Marcos Bravo de laSerna, quien en 1682 mandó que los de la cofradía del barrio de SantoDomingo de Tuxtla, “no gasten los bienes eclesiásticos del dicho calpul envana superfluidad de regocijos, ni en profanos festejos de comidas”,66

en tanto que un siglo después su sucesor Francisco Polanco, llegó a ase-verar que este tipo de piedad ocasionaba la ruina de los cofrades, pues

fúndanse con el capital de ciento o ciento cincuenta pesos, que se repartenentre sus mayordomos y oficiales, con obligación de pagar al año el réditode 5%, restituir todo el capital y hacer las funciones devotas. Siendo gene-ralmente pobres los indios, comen aquel capital sin poder pagarle; empé-ñanse los hermanos cofrades en llevar adelante sus funciones hasta que sehallan disipados (sus caudales), y la fundación perece.67

Y también hubo funcionarios civiles que alzaran la voz en idénticosentido, aunque a menudo menos preocupados por la situación indíge-na que por asegurar la recaudación tributaria o debilitar el papel de unaIglesia a menudo poco respetuosa del Real Patronato. Así al visitarChiapas en 1637, el visitador Luis de las Infantas y Mendoza recomendóque no se permitieran más de cuatro cofradías por pueblo y se controla-ran los gastos “ya que éstos recaían sobre los indios más pobres”. Pue-blos había, con apenas un centenar de indios, que mantenían entre 10 y12 cofradías.68 No habían pasado 30 años cuando otro visitador de la Au-diencia, Joan de Garate Francia, tras enumerar los atropellos a que seveían sometidos los indios por razón de las cofradías, y apuntar que

66 Aramoni C., 1998, 93.67 Orozco y Jiménez, 1999, 80.68 Apud MacLeod, op. cit., 69, nota 7.

69 Tan sólo en el pueblo de Chiapa se detectaron 22 cofradías, “sin que ninguna tengapropios, ni bienes conocidos, y sólo en los oficios de priostes y mayordomos se ocupanen ellas más de 200 indios […] y a este respecto es en los demás pueblos, conforme la nu-merosidad de indios” (apud Ruz y Báez, 2003).

70 Ibid.71 Es decir asociaciones devotas donde se solemnizaba el culto a determinados san-

tos, pero carentes de licencia.

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na anual para fabricar la casa de ejercicios de San Ignacio, de los jesui-tas. Pidieron al rey ordenara qué hacer. Para proceder en consecuenciael monarca solicitaba en esta nueva cédula informes más precisos sobrelos perjuicios de visitas (tomando incluso “noticias extrajudiciales”) ylas sugerencias de la propia Audiencia para remediarlo, pormenorizan-do además qué era lo que habían ya corregido. Pidió asimismo infor-mación detallada de cofradías: número, advocación, instituto y minis-terios.77 Como señalé en las páginas iniciales, desconocemos si laAudiencia satisfizo la real demanda.

No requerimos empero de esa respuesta para comprobar que la ex-torsión a las cofradías indias era brutal y constante. De ello da cuenta,entre otros numerosos documentos, una exhaustiva visita realizada porel deán Joseph Varón de Berrieza en 1720, a la cual recurro por ser lamás próxima al periodo aquí abordado y por la detallada relación queofrece. Puesto que mi objetivo es sólo dar un ejemplo, elegí al azar losdatos de uno de los pueblos visitados, el de Almolonga, relativamentecercano a la sede de la diócesis. En él, como en los demás, el deán inte-rrogó a las autoridades indígenas (alcaldes y mayordomos de cofradíasincluidos) acerca del desempeño de su cura –en este caso un francisca-no– conforme a un formato de 14 puntos.78 Veamos los que concerníandirectamente a las cofradías:

A la undécima pregunta dijeron que por lo que toca a cofradías de indiostiene la iglesia de este pueblo de Almolonga ocho, que todas tienen misasmesales a tres tostones las seis, y las otras seis se pagan a tres tostones y dosreales, porque en éstas hay responso por los difuntos, que se paga pordos reales. Que la de Nuestra Señora del Rosario sus misas mesales las pagaa cuatro tostones, y las de sus aniversarios, que son las seis referidas, conresponsos, paga cuatro tostones y dos reales, como consta de sus libros. Ypara mayor claridad su merced los mandó registrar y que se ponga indivi-dualmente lo que cada una tiene de gastos cada año, que es en esta manera:

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constándoos estar fundadas sin licencia mía, ni que haya precedido es-tar aprobadas sus ordenanzas y estatutos por mi Consejo de Las Indias,no se use ni pueda usar de ellas, conforme a lo dispuesto por la ley 25,del libro 1°, título 4 de la Recopilación, que así es mi voluntad”.72

No habían pasado ni 20 años cuando el asunto de las cofradías atrajode nuevo la atención real. El 13 de diciembre de 1759 se enviaba otra cé-dula, esta vez pidiendo investigar una denuncia, hecha por el fiscal tresmeses atrás, acerca del aumento de derechos de visita que realizó el arzo-bispo,73 cobrando a cada cofradía desde siete hasta 12 pesos, a más de pa-sar por los pueblos sin pagar a los indios lo que él y su séquito consumíande comestibles, y sus mulas de zacate, ni los portes de la conducción delequipaje de unos pueblos a otros, como se había registrado en San LucasCabrera, San Juan Gascón, San Cristóbal y San Juan de Amatitán.74

La real orden no parece haber hecho demasiada mella en las autori-dades eclesiásticas, pues se reiteró 14 años más tarde, esta vez pidiendoa la Audiencia informar “reservadamente” de los perjuicios que experi-mentan los indios con motivo de las visitas diocesanas, a más de recor-darle que se le mandó remediar tales perjuicios en agravio a los indios.Según se anota, en esa ocasión la Audiencia había informado

que el anterior arzobispo gobernó 12 años esa diócesis, y en este tiempohizo cuatro visitas [...], y en ellas se aumentaron considerablemente los de-rechos de visita de pila bautismal y de los libros de administración, her-mandades y cofradías, sin otros agasajos que llevaban el secretario y demásfamiliares después de mantenidos y conducidos.75

Las cofradías de indios en todo el Arzobispado oscilaban entre 2 000y 3 000 (aunque un cronista dominico calculó 5 000 si se incluían las noautorizadas),76 a las cuales por cierto había exigido el prelado una limos-

72 AGCA, A1, L 1527, f 113-118, real cédula dada en El Pardo el 31 de enero de 1740.73 No se le nombra, pero por la época debió tratarse de José de Figueredo y Victoria,

diocesano entre 1752 y 1765.74 AGCA, A 1 23, L 1528, f 277, real cédula del 13 de diciembre de 1759. 75 Además se exigía en los pueblos visitados dar cuatro reales de plata para la beati-

ficación del guatemalteco Pedro de Betancourt (recientemente canonizado), carga quemás adelante se suprimió. También se solicitaban apoyos para la Casa Santa de Jerusalény la redención de cautivos.

76 Ximénez, 1999, t. IV, 304-305.77 AGCA, A 123, l 1530, f 23-28, real cédula dada en Aranjuez el 24 de abril de 1773.78 AHAG, Visitas Pastorales, Tomo III, Juan Bautista Álvarez de Toledo, ff 7-10 (Ruz et

al., en prensa).

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dos, cinco tostones y uno de la cera que hacen seis; para la cera de la fiestatitular del pueblo, seis tostones; para la de las misas de Aguinaldo, seis tos-tones. Y otros seis para cera de la Pascua de Navidad.

La cofradía de La Santa Vera Cruz tiene de gasto cada año lo siguiente:19 pesos y medio de las misas mesales; dos pesos de pescado; de la fiestade La Encarnación, seis tostones; del Viernes Santo, por el descendimientoy procesión, 15 tostones [y] de la cera de ese día 36 tostones; de la fiesta deLa Cruz, 13 tostones [y] 12 de la cera de ese día. Y de dos misas, una del Es-píritu Santo y otra por los difuntos, seis tostones; para los santos óleos, dostostones; para la cera del Corpus, seis tostones; fiesta del Triunfo de la Cruz,cuatro tostones; Exaltación de la Cruz, cuatro tostones; finados cinco tosto-nes y uno de la cera que hacen seis. Y para la cera de la fiesta titular deNuestra Señora de la Concepción, seis tostones.

La cofradía del santísimo patriarca señor San Joseph tiene de gasto cadaaño lo siguiente: 19 pesos y medio de sus misas mesales; dos pesos del pes-cado; por la fiesta del santísimo 13 tostones [y] de la cera de ese día 36 tosto-nes. Y por dos misas de difuntos que se dicen entonces, seis tostones. Paralos santos óleos, dos tostones; para la cera de Corpus, seis tostones; de lafiesta de La Visitación de Nuestra Señora, seis tostones; de la de San Buena-ventura, cuatro tostones; la de Santo Domingo, seis tostones; de finados cin-co tostones y uno de cera que hacen seis. Para la cera de la fiesta titular deNuestra Señora de la Concepción, seis tostones, y la fiesta de La Expecta-ción, seis tostones.

La cofradía de San Miguel Arcángel tiene de gasto cada año 19 pesos ymedio de sus misas mesales; para pescado, dos pesos; para los santos óleos,un peso; aparición de San Miguel, seis tostones; cera de Corpus, seis tosto-nes; fiesta de la dedicación del señor San Miguel, 13 tostones [y] para la cerade ese día 36 tostones; de dos misas que se dicen entonces por los difuntos,seis tostones; para la cera de la fiesta titular de Nuestra Señora de la Con-cepción, seis tostones; misa de finados con vigilia, cinco tostones y uno dela cera.

La cofradía de San Nicolás de Tolentino tiene de gasto cada año 19 pe-sos y medio de las misas mesales; dos pesos de pescado; 15 tostones de laprocesión de sangre [y] 36 tostones para la cera de ese día; para los santosóleos, dos tostones; para la cera del Corpus, seis tostones; fiesta de San Ni-colás, 25 tostones; para la cera de ese día, 36 tostones; para dos misas que

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La cofradía del Santísimo Sacramento tiene de gasto 19 pesos y cuatroreales de las 12 misas mesales, como va dicho; dos pesos del pescado quecontiene la pregunta antecedente;79 la festividad del señor san Francisco,cinco tostones; finados, cinco tostones y uno para cera, que hacen seis; lafestividad de La Presentación de Nuestra Señora seis tostones; para la cerade la de Nuestra Señora de la Concepción, como titular de este pueblo, seistostones; la festividad del Dulcísimo Nombre de Jesús 10 tostones, para lacera del monumento [del Corpus] y Semana Santa, 15 tostones; para lossantos óleos, dos tostones; de la fiesta de Corpus 13 tostones; de dos misasque entonces pagan por los difuntos, seis tostones. Y para la cera de dichafiesta de Corpus pagan 36 tostones.

La cofradía de Nuestra Señora de la Concepción tiene de gastos en cadaun año 19 pesos y cuatro reales de las 12 misas mesales, en la conformidadque va dicho. La festividad de Nuestra Señora de la Purificación, seis tosto-nes; para el pescado de Adviento y Cuaresma, 20 tostones; para la SemanaSanta, por los oficios 25 tostones; para los santos óleos, dos tostones; parala cera del Corpus, seis tostones; la fiesta de Santa María Magdalena, cua-tro tostones; la de Nuestra Señora de las Nieves, seis tostones; la Asunciónde Nuestra Señora, seis tostones; la Natividad, seis tostones; finados, cincotostones y uno de cera que hacen seis; fiesta de Nuestra Señora de la Con-cepción, 25 tostones [y] para la cera de ella 36 tostones; de dos misas queentonces se dicen por los difuntos, seis tostones; para la cera de las misasde Aguinaldo, seis tostones, y para la cera de la Pascua de Navidad, seistostones.

La cofradía de Nuestra Señora del Rosario tiene de gasto lo siguiente:25 pesos y cuatro reales de las misas mesales del año; de pescado, dos pe-sos; de la celebración de una procesión de sangre, 20 tostones y 36 de lacera; la misa de Nuestra Señora de la Encarnación, tres tostones [f 8] paralos santos óleos, dos tostones; la fiesta de San Pedro Mártir cuatro tostones;para la cera del Corpus seis tostones; para la octava de la Asunción, tres tos-tones; la festividad de Nuestra Señora del Rosario, 13 tostones [y] de la cerade ese día 36 tostones. Y por dos misas que se dicen entonces por los difun-tos, seis tostones; por la fiesta del Ángel Custodio, cuatro tostones; de fina-

79 Se refiere al pescado que debía entregar el pueblo a su cura en tiempos de abstinen-cia de carne. El resto del año le proveían de gallinas y pollos.

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nuevo adaptado a los imaginarios y necesidades locales, que permitióentre otras varias cosas mantener un aspecto crucial para los pueblosmayances: perpetuar la memoria de los antepasados que daba continui-dad y futuro al presente, asegurar el bienestar de los ya idos a fin degranjearse su benevolencia hacia quienes les sobrevivieron. Y que se tra-taba de una cuestión de linajes se comprueba al observar que en algunospoblados cada parcialidad (conformadas básicamente por grupos em-parentados y en ocasiones con diversa filiación etnolingüística) mante-nía una cofradía de Ánimas.80

Expresión peculiar de culto familiar a los antepasados fueron losguachibales guatemaltecos que vimos aparecer antes, donde si bien sesolemnizaba el culto a determinados santos, muestran en numerosos ca-sos sus vínculos con conmemoraciones a los parientes difuntos, y que seheredaban de padres a hijos como obligación.81

Por el mismo hecho de carecer de licencia eran presa frecuente de la ambi-ción de ciertos párrocos, quienes las toleraban (e incluso encubrían) dadaslas altas ganancias que les reportaban por motivo de misas y otras parali-turgias. Las denuncias no son frecuentes: los indios tenían sin duda claro lairregularidad de tales asociaciones, que más de un obispo calificó de ve-hículo para perpetuar “supercherías”, pero cuando las exigencias del doc-trinero se tornaban desmesuradas no escatimaban las quejas. Tal hicieronpor ejemplo en Quetzaltenango María Zah4in82 y Petrona Yakí, ambas viu-das, quienes denunciaron ante el arzobispo que visitaba su pueblo las ex-

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se dicen en ese tiempo, seis tostones; de finados, cinco tostones y uno decera; para la fiesta de Nuestra Señora de la Concepción, seis tostones.

Y la cofradía de Las Ánimas tiene de gasto cada año lo que sigue: 19 pe-sos y medio de sus fiestas mesales; dos pesos para el pescado; 15 tostonesde misa y procesión de sangre, y 41 tostones de la cera. Para los santosóleos, dos tostones; de la fiesta de Corpus, 13 tostones [y] de la cera de esedía 36 tostones; de dos misas que se dicen por ese tiempo, seis tostones; fi-nados, 10 tostones; de la cera de ese día 42 tostones. Y para la cera de la fies-ta titular de Nuestra Señora de la Concepción, seis tostones.

Y preguntados por su merced el alcalde y los mayordomos de la cofra-día de Las Ánimas que cómo, teniendo su señoría ilustrísima, el señor obis-po de este Obispado, prohibida la procesión de Las Ánimas, por justos mo-tivos, consta del libro haber pagado su costo con el de la cera, dijeron queno obstante de no haberse hecho han pagado de la misma manera que si sehubiera hecho. Y todos los declarantes dijeron que en este pueblo hay 11fiestas de guachivales, que cada una se paga por misa y procesión por cincotostones. Y que no tienen principal ni finca alguna sino que se celebran delimosnas que se recogen. Y que cuando tiene sermón dan un peso por él, yque no tienen otra. Y esto responden.

12. A la duodécima pregunta dijeron que para los casamientos no sehace violencia y se leen las amonestaciones, ni tampoco hay violencia paraadmitir los cargos de cofradías. Y que al reverendo padre cura le dan unpeso por cada elección [anual de mayordomos]. Y responden.

13. A la decimatercia pregunta dijeron que todas estas contribuciones leshan hallado en costumbre y que les son gravosas, respecto de que todos losgastos son a costa de los alcaldes [y] mayordomos de las cofradías, y quepiden se les alivie, especialmente en la contribución que hacen para la cera,porque sucede que cuando dejan los cargos salen empeñados de ellos. Y queno se han quejado hasta ahora por no dar disgusto a su cura. Y responden.

Podría uno preguntarse por qué las poblaciones indígenas estuvie-ron dispuestas a pagar tan altos costos a fin de mantener una instituciónque les había sido impuesta. Si bien, como tantas otras interrogantes –enparticular en el área de las mentalidades–, no existe una respuesta úni-ca, a la luz de los datos de archivo resulta claro que en la gran mayoríalas cofradías fueron pronto adoptadas como algo propio, un espacio

80 Apenas dos ejemplos: en la visita pastoral a Jocotenango en 1740 el arzobispo Par-do constató la existencia de una de ellas en “la parcialidad de guathimaltecos” (cakchi-queles) y otra en “la de utatecos” (quichés), mientras que en la de San Bartolomé Mazate-nango se registró que para 1784 indígenas y ladinos mantenían separadas sus cofradíasde Ánimas (AHAG, Visitas Pastorales). Por su parte Aramoni encontró que en el pueblozoque de Ocozocoautla, Chiapas, las cofradías se correspondían con los calpules (op. cit.,96-97).

81 Abordé este aspecto en un trabajo previo (Ruz, “Fastos y piedades…”, 2003), delcual tomo el párrafo siguiente.

82 Cabe recordar que el 4 (signo llamado cuatrillo), cuya autoría se atribuye al fraileFrancisco de la Parra, se empleaba en la Colonia para representar un sonido inexistenteen el alfabeto castellano: una k glotalizada.

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No debe pensarse, empero, que cofradías, hermandades y guachiba-les se limitasen a velar por el bienestar ultraterreno de sus miembros di-funtos;85 aunque importante, no era su único objetivo coadyuvar en latotal redención de lo que Roma denomina la “Iglesia Purgante”, tam-bién contribuyeron de manera decisiva en hacer más llevadera la coti-dianidad de los vivos. Ello incluyó desde el confortar a los enfermos yel alivio que significaba hacerse cargo del funeral (en clara continuidadcon lo acostumbrado en las cofradías hispanas)86 hasta la contribucióntemporal para el mantenimiento económico y sociocultural de sus deu-dos, como lo demuestran los apoyos a huérfanos y viudas a que antesme referí, o los aportes en efectivo que otorgaban otras,87 pasando por supapel como instituciones de crédito, y en ocasiones hasta como espaciodonde perpetuar antiguas tradiciones de neto cariz prehispánico comociertas danzas.88 Todo ello cobijado por el ropaje cohesivo de lo comuni-

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torsiones a que las sometía el cura para que mantuviesen esa “tradición desus antepasados” (encarcelándolas incluso), pese a encontrarse la primera“reducida a la última miseria” y estar la segunda “pobrísima, mantenién-dose solamente con el hilado de algodón que trabaja”, según testificaronotros indios del pueblo.83

Buena muestra de las arbitrariedades a que podían verse sujetos losindios empeñados en mantener un guachibal es la carta que dirigieronlos mayordomos del de San Blas, pueblo de Jocotenango, dirigida al fis-cal de la Audiencia en agosto de 1761,84 que reproduzco dada la escasezde este tipo de quejas; escasez derivada, como los propios mayordomosseñalan, del temor a las represalias.

Demás de vezarle a ucía, le suplicamos se sirva de oír nuestra quexa, quees hazer saber a ucía cómo nuestro padre cura quiere inponernos que noso-tros demos más de lo que antes se a aconstumbrado, porque los mayordo-mos de dos años antesedentes se avinieron, por tener posible, a lo que se lespidió fuera de los tres pesos, cuatro lomos, cuatro costillas, dos reales delonganisa, un real de chorizo, un real de morongas, ocho reales de mante-ca, esto es lo aconstumbrado y nosotros entregamos Sábado de Gloria todolo que se nos pidió, que fueron seis pesos en dinero, seis lomos –tres fres-cos [y] tres salados–; costillas seis, saladas y frescas, dos reales de longani-za, dos de morongas, dos de chorizos. Con que ahora llebamos cuatro lo-mos, cuatro costillas, seis pies [sic] y nos lo volvió, y el lunes yebamos cincopesos y quiere otros ocho pesos.

Con que ahora nos valemos de la piedad de ucia se duela de nosotres[sic] mirando tantos tequios y enfermedad y mortandad de nuestros hijos,cómo nos hayamos de atrazados. Y a más de esto mire por amor de Diospor nosotros, no nos castiguen por avernos quexado, ynter pedimos a Diosguarde la vida de ucía para nuestro consuelo.

Sus más humildes criados.Mayordomas [sic] de San Blaz.

83 AHAG, Festividades, Tramo 6, Caja 17, A4-53.84 AGCA, A3 16, Leg. 255, e 5707, “Sobre exigencias del cura de Jocotenango al guachi-

val, en dinero y en servicios y raciones alimenticias”. Jocotenango, agosto de 1761.

85 La celebración de cultos a los antepasados en el marco de estas asociaciones no fuela única expresión de una peculiar religiosidad maya en lo que a la muerte toca. Sabemospor ejemplo que en Guatemala y Yucatán era costumbre organizar verdaderos festejos enocasión de los velorios de infantes, donde –pese a continuas censuras eclesiásticas– se co-mía y bebía en abundancia, e incluso hubo ocasiones en que, según reportan los doctri-neros guatemaltecos, se les colocaba en pedestales, a manera de tronos, en torno a loscuales se realizaban bailes al tiempo que se dan los “parabienes” a los padres del niño di-funto (Vid Solano, 1974, 358ss). Para el caso del Yucatán decimonónico véase Barbachano(1986, 37ss).

86 Apunta Foster, en su ya clásico texto: “En caso de muerte se reúnen para ayudar yconfortar a los deudos; comúnmente cavan la fosa, acompañan a la familia durante el ve-lorio, llevando alimentos, y toda clase de ayuda”, y agrega: “Los aspectos de ayuda mu-tua de las cofradías se desarrollaron rápidamente más allá del mero bienestar del alma[...] Si era necesario administrar los últimos sacramentos se llamaba a todos los cofradesa la cabeza del enfermo con velas y cirios, y si moría durante la noche se designaba aalgunos para el velorio con instrucciones de rezar continuamente por el alma del desa-parecido” (op. cit., 117 y 123).

87 Tal como la cofradía de Jesús Nazareno de la capital guatemalteca, que enfrentópor lo mismo serios problemas económicos en épocas de alta mortalidad (Ramírez Sama-yoa, 2000, 81, 84).

88 Imposible detenerse aquí en este punto, pese a su peculiar interés. Varios datos alrespecto se hallan en los reportes de las Visitas Pastorales de Guatemala (Ruz et al., pas-sim), donde puede observarse cómo varias de las quejas de la jerarquía eclesiástica con-tra estas asociaciones radicaban en expresiones religiosas consideradas poco ortodoxas.

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funtos, lo constituyó la Hermandad de Caridad de Difuntos, fundadaen la capilla del Sagrario de la catedral guatemalteca en 1676,90 la cualincorporaba entre sus miembros a españoles, indios, negros y mestizosde toda clase. Hacia 1692 había adquirido tal popularidad y solidez eco-nómica que pudo darse el lujo de colaborar en el viaje de dos francisca-nos a Roma a fin de solicitar del papa gracias, indulgencias y privilegios“similares a las que gozan este tipo de hermandades”,91 y sobre todoobtener la aprobación de sus “ordenanzas y constitución” hechas, a pe-dimento suyo, “por el juez provisor oficial y vicario general de esteObispado”.

Desde sus inicios se diferenció de otras hermandades por su organi-zación, encabezada por 12 conciliarios, “en quienes queda constituido elcuerpo místico” para elecciones de hermano mayor, solicitadores y de-más oficiales que en adelante se eligieren y nombraren, y para lo demásque pertenece al buen régimen y gobierno de la dicha nuestra herman-dad [...].” Anualmente elegía un hermano mayor y a seis “solicitadoresde la lista de la plaza”; dos por cada uno de tres barrios de la ciudad:San Francisco, Santo Domingo y El Tortuguero, estrategia que sin dudacontribuyó a reforzar su presencia en la totalidad del entorno urbano yentre los distintos sectores poblacionales que los habitaban. No en baldeese mismo año se reportó que contaba con más de 800 hermanos.92

En lugar de arriesgarse a depender de limosnas,93 la Hermandadoptó desde un inicio por cobrar a sus miembros una cuota anual de 12pesos pagaderos en forma mensual, a cambio de ello la cofradía (comotambién se le denomina) se comprometía al pago del entierro, con laventaja de exonerarse del pago a personas ancianas que habían contri-buido durante muchos años y a aquellas –casi siempre mujeres– que,

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tario, marco imprescindible para lograr un desarrollo armónico y totalsegún la perspectiva maya, que incluye a sus muertos como parte irre-nunciable de lo comunal.

Y en ocasiones la empresa se tornaba colectiva a tal grado que pue-blos hubo, como el de Taxisco, en el partido de Guazacapán, que deci-dieran “hacer alguna tinta en las tierras que tenemos”, ante la falta dedinero para celebrar las festividades de Cuaresma y Semana Santa y le-vantar el monumento de Corpus (como correspondía a cofrades delSantísimo Sacramento), así como para contribuir a los gastos derivadosde la administración del viático a los enfermos. Puesto que el corregidorse oponía a las ventas del añil obtenido por este medio, alegando se de-fraudaba al Real Fisco, pidieron en 1655 el apoyo eclesiástico, insistien-do en que no se trataba de “bienes de comunidad, sino procedidos denuestro trabajo personal y limosnas que hacemos para servicio del cultodivino” y apoyar a sus hermanos cofrades en el riesgoso tránsito a laotra vida.89 En los pueblos indígenas coloniales hasta los Ars moriendi sedeclinaban en plural.

Reinventando una institución que les había sido originalmente im-puesta, pero a cuyos principios rectores se sumaron al parecer de buengrado, los pueblos mayas hicieron de las cofradías un espacio propio enel seno del cual florecieron formas peculiares de religiosidad indígena ymodos específicos de organización comunitaria que en ocasiones per-mitieron una escasa pero no insignificante autonomía, particularmentevaliosa para afianzar la solidaridad colectiva y, a través de ella, reafir-mar formaciones socioculturales intermedias en épocas difíciles para laexpresión de lo que para entonces era ya considerado como propio, in-dependientemente de su alteridad originaria.

Sin lugar a dudas una muestra privilegiada de esta clara articulaciónentre lo religioso y lo social, lo sagrado y lo profano, los vivos y los di-

89 AHAG, tramo 6, caja 16, A4-39 (42) “Martín Pérez, diputado de la cofradía del San-tísimo Sacramento, en nombre de los demás indios principales y tatoques del pueblo deTaxisco.” Año de 1655. Ayudar a los moribundos en el momento del difícil tránsito a lavez que a sus parientes a enfrentar la separación, y reafirmar los vínculos entre los difun-tos y sus sobrevivientes son aspectos que permiten distinguir tres categorías generales enlos rituales de agonía y muerte, a decir de Muir (op. cit., 49).

90 AHAG, Libros de la Hermandad de Caridad de Difuntos (1763-1873), t 3, f 1.91 AGCA, A1 20, L 460, exp. 16625. “Hermandad de caridad de difuntos solicita gra-

cias, indulgencias y privilegios. Año de 1692”.92 AHAG, Libros de la Hermandad de Caridad de Difuntos, Tomo III, f 39v.93 Limosnas que en ocasiones procedían hasta de los propios jerarcas eclesiásticos,

como se registró, por citar un caso, en Chiapas hacia 1761, cuando el obispo Vital y Moc-tezuma legó dinero a la Cofradía de las Benditas Ánimas de Yajalón, que había pasadopor momentos de gran inestabilidad económica (Palomo, op. cit.).

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En el acta que da cuenta de tal decisión se señala que el proyectopretende

que la Hermandad proteja los matrimonios de los artesanos en cuanto seaposible, planteándoles sus talleres y proporcionándoles, con la calidad dedote, los recursos bastantes para que la miseria –fuente poderosa de la des-moralización social– no los conduzca a la corrupción, y así se obtenganhombres honrados, solícitos padres de familia y ciudadanos laboriosos queconduzcan y graben en sus familias los hábitos de moral cristiana y del tra-bajo, que son los únicos que hacen felices a la humanidad.

Habida cuenta de que año tras año, y pese a todos los embates, seacrecientan los fondos, a los dirigentes les resultaba claro

que ningún uso se les puede señalar mejor que consignarlos a la instrucciónde la juventud menesterosa, y a que el mayor y más positivo bien que sepuede hacer al hombre y a la sociedad es el de proporcionar casas de mise-ricordia donde se enseñe la augusta religión cristiana, se graben en los tie-rnos corazones de la infancia y de la niñez los hábitos de la moral sagraday donde aprendan las nociones más útiles y necesarias a la vida social.97

Así, en el largo curso de al menos dos siglos de existencia, el dineroaportado por los cofrades vivos y muertos, a quienes expresamente sereconoció como sus propietarios,98 mutaba su naturaleza al pasar demero fondo de aseguramiento de beneficios personales en el Más Allá ala de una empresa social, donde la inicial caridad hacia los difuntos diopaso a la caridad de éstos para con los vivos. Indudable muestra de que“la comunión de los santos” puede idealmente convertirse en un cami-no de doble vía. Al fin y al cabo, velando por la continuidad de su des-cendencia, los muertos aseguran la perpetuidad de su memoria.

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por haber caído en la indigencia, no podían continuar haciéndolo. Inclu-so se registraron casos en que antiguos cofrades muertos con algunosrezagos los dirigentes –entre los cuales se suceden apellidos de lustre–94

accediesen a pagar sus entierros considerando los tenían ya “super-abundantemente pagados”. En otros casos, habiendo muerto alguiencon un historial de pagos puntuales suspendidos luego por “suma po-breza”, y habiéndose enterrado sin apoyo de la cofradía, se autorizabaal menos oficiarle “la misa que se acostumbra”. Tras los terremotos de1773 que destruyeron a Santiago de los Caballeros, la Hermandad pudoincluso permitirse condonar los pagos atrasados, tomando en cuentaobedecían “a la misma ruina y dispersión de las gentes” que entorpecie-ron la recaudación, así como por la pobreza en que algunos quedaron.Y todo ello pese a las enormes pérdidas sufridas en razón de censosimpuestos sobre edificios que se desmoronaron. Cien años más tarde re-gistraba un haber de 76 667.73 pesos,95 que en su gran mayoría fueronenajenados por los gobiernos liberales a cambio de míseros vales que envano se afanaron por cobrar durante años.

Pese a todo, entre 1864 y 1865 accedieron a prestar al Cabildo 14 500para las torres de la nueva catedral, cuya construcción se estimó en33 000 pesos. En 1873, tras apoyar diversas obras civiles y religiosas,auxiliar a pueblos afectados por epidemias (Escuintla) y hasta por sa-queos militares (Huehuetenango), o a diversos particulares aquejadospor la miseria, sus directivos acordaron emplear buena parte del caudalque les restaba para fundar “un asilo maternal y escuelas anexas en elbarrio de Candelaria de esta ciudad, empleando al efecto los fondos quedemande la construcción de la obra y su planteamiento”.96 Poco mástarde se inauguraba el “Asilo de la Hermandad de Caridad”, que hastahoy presta sus servicios en la capital guatemalteca.

94 Coronado y Ulloa, Ayzinena, Arrevillaga, Juarros y Montúfar, Batres y Austrias,entre otros; “personas de distinguido nacimiento y basta [sic] erudición en todas mate-rias, acreditada en los empleos que desempeñan en la Real Hacienda” (AHAG, Libros dela Hermandad de Caridad de Difuntos, Tomo I, f 15).

95 AHAG, Libro II: “Documentos de la Hermandad de Caridad del Sagrario” (1805-1859).

96 AHAG, Libros de la Hermandad de Caridad de Difuntos, Tomo III: Libro de Actas”,1839-1873, ff 48 a 52.

97 Ibid.98 Ibid, f 22.

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FECHA DE ACEPTACIÓN DEL ARTÍCULO: 2 de abril de 2003FECHA DE RECEPCIÓN DE LA VERSIÓN FINAL: 4 de abril de 2003

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