una incitación a la incomodidad-versión contrapunto

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    Una incitacin a la incomodidad. Nueva

    izquierda y disputa institucional1

    Martn Ogando

    Nos acompaa desde hace tiempo una conviccin: cada una de nuestras

    actividades militante, cada aporte cotidiano, cada lnea escrita tiene el objeti-

    vo de aportar en la construccin de una herramienta poltica emancipatoria y

    anticapitalista. Esa construccin que permita hacer posible el cambio social en

    la Argentina, en Nuestra Amrica, en el mundo. Ahora bien, lo titnico de la

    tarea no puede hacernos perder de vista lo milimtrico, lo pequeo de nuestro

    aporte. Por eso la aena es colectiva. Porque cada uno de nosotros y nosotras

    puede hacer un aporte relevante en la medida en que su pequea palabra y sus

    pequeas manos se ensanchen en otras palabras y en miles de manos. As de

    parciales, incompletas y tal vez nmas se piensan las palabras que siguen. Por

    eso asumimos como piso, como algo dado, ciertas refexiones planteadas conanterioridad por otros compaeros y compaeras, y aceptamos como nece-

    sarias, como an ausentes, otras ideas de seguro superadoras. As, nos con-

    centraremos en un punto limitado pero que pensamos importante: nuestras

    taras y limitaciones a la hora de pensar la disputa institucional como momento

    especco y necesario en la construccin de poder popular. Punto incmodo

    de nuestra agenda, pensamos que debe encararse evitando el reugio de las

    pequeas parcelas y de los horizontes previsibles. Ojal estas lneas sean al

    menos una incitacin al debate y a la refexin colectiva.

    Nuestra necesaria herramienta poltica (o es preciso soar, pero a condi-

    cin de creer en nuestros sueos)

    La necesidad de que el cmulo de organizaciones y colectivos que nos reco-

    nocemos parte del espacio de la izquierda independiente logremos confuir en

    una herramienta poltica comn est cada vez ms presente en todos nuestrosdebates. No nos reerimos aqu a las trilladas reerencias a una (tal vez inviable)

    1 Publicado en Batalla de Ideas N 2, noviembre 2011, pp. 153-165.

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    unidad de la izquierda, ni tampoco a una deseable unidad del campo popu-

    lar, lo que Gramsci llamara la constitucin del bloque nacional-popular, que

    sin embargo depende de la maduracin de procesos que hoy nos exceden en

    mucho. Se trata de la convergencia de una serie de organizaciones que hemos

    alcanzado un grado notable de anidad, tanto en los mtodos de construccin,

    como en los valores que deendemos, como, nalmente, en una estrategia

    para la edicacin de poder popular2. Se han dado pasos como la existencia

    de la COMPA3 y otros espacios de articulacin, pero indudablemente nuestro

    andar corre muy por detrs de las exigencias que nos presenta la actual etapa.

    Las posibilidades de unidad demandan experiencias prcticas en comn, ge-

    neracin de conanza entre los diversos colectivos militantes y, por supuesto,

    la multiplicacin del debate poltico entre nuestras organizaciones. Sin embar-

    go, se corre el peligro de pensar que una herramienta poltica surge por genera-

    cin espontnea cuando el grado de articulacin entre diversas organizaciones

    llega a una especie de punto de saturacin. Esto no es as. Avanzar en la

    construccin de un instrumento poltico-organizativo que aporte decisivamen-

    te en la generacin de una alternativa de liberacin nacional y social, supone

    refexionar, elaborar y discutir de manera especica las posibles vas para su

    conormacin. Demanda, en primer lugar, recoger e intentar sintetizar en un te-

    rreno ms general cada una de las experiencias parciales, sean sectoriales, lo-

    cales o regionales, que son el punto de sustentacin de cualquier construccin

    estratgica que se pretenda slida y potente. A eso nos reerimos, entre otras

    cosas, cuando sealamos la importancia central que le asignamos al trabajo

    de base. Para esto necesitamos romper el corporativismo y el enamoramiento

    de nuestras construcciones locales o sectoriales, el sectarismo rente a las

    experiencias de otros compaeros y compaeras, la desconanza metdica

    y el temor al cambio. Nuestras construcciones de base son lo ms valioso

    que tenemos, pero slo pueden mantener y renovar permanentemente esaimportancia si se proponen ser el combustible, la cabeza y el nervio de un mo-

    vimiento poltico capaz de cambiar la Argentina desde su raz. De lo contrario,

    nos consumiremos en debates que son ajenos a nuestro pueblo o nos conver-

    tiremos en administradores de nuestros pequeos espacios conquistados. No

    hace alta acceder al parlamento, ocupar un cargo en el Estado o en el aparato

    sindical para burocratizarse. Tambin es posible caer en el sopor administrativo

    y el quietismo conservador desde un centro de estudiantes, un espacio cultu-

    ral, una cooperativa o gestionando la construccin barrial. A la hora de denir el

    2 Algunas de las caractersticas compartidas por este espacio pueden encontrarse sintetizadas en Ogando, Martn (2010).

    3 Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina (www.compa.org.ar)

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    carcter de un colectivo es importante el mtodo pero tambin la estrategia,

    los valores pero tambin la perspectiva poltica. Saltear esta posible trampa

    implica colocar en la agenda de nuestras organizaciones, como una necesidad

    de primer orden, pasos concretos para construir esta herramienta de sntesis

    estratgica, destinar recursos militantes y esuerzos individuales y colectivos a

    esta tarea. Esto no es tan cil como parece, ni es gratuito. El refejo inmediato

    es reorzar permanentemente la autoconstruccin, ortalecer nuestra propia

    actividad sectorial y apuntar todos los caones a los mbitos ms cotidianos

    de militancia. Esta denicin de prioridades, lgica y productiva en ciertas cir-

    cunstancias, amenaza convertirse en perjudicial ante una nueva etapa. No slo

    porque impone lmites muy estrechos a nuestra proyeccin poltica, sino por-

    que puede incluso poner en cuestin la perdurabilidad de nuestras mismas

    construcciones de base.

    Por otro lado, para encarar este desao es necesario evitar el pragmatismo

    y el menosprecio por la teora, sobre todo cuando sta constituye sntesis de

    experiencias pasadas de las clases subalternas. Indudablemente la rmula del

    partido leninista de cuadros expresaba un modelo organizacional que, en todo

    caso, se adecuaba a otras condiciones histricas y estructurales. Hoy, uno de

    los denominadores comunes de la nueva izquierda pasa indudablemente por

    el rechazo a cualquier concepcin vertical, dirigista y vanguardista de la organi-

    zacin. Sin embargo, esto no debe llevarnos a rechazar de plano la necesidad

    de ensayar respuestas tentativas, no slo prcticas sino tambin tericas, al

    problema de la organizacin poltica. Aunque ms no sea deberamos empe-

    zar por una sistematizacin de los experimentos actuales, tanto propios como

    ajenos, como primer paso para avanzar en hiptesis tiles para orientarnos en

    esta bsqueda. Est claro que la organizacin poltica que se den las clases

    trabajadoras no depender de planicaciones geniales ni, en modo alguno, de

    nuestra voluntad, pero al mismo tiempo es iluso pensar que ese tipo de pro-yectos surge por generacin espontnea al margen de la accin consciente de

    miles de militantes armados de alguna gua para la accin4.

    La experiencia de los movimientos sociales bolivianos en la construccin del

    Pacto de Unidad5 y el mismo MAS IPSP, la confuencia de muchas organiza-

    4 Se toma aquella defnicin del marxismo ormulada por Lenin con la intencin de sealar la necesidad de buscar unaarticulacin entre teora y prctica tambin a la hora de pensar nuestra.

    5 Aglutina a los sindicatos CSUTCB, CNMCIOB, Bartolina Sisa y CSCIB, as como a los pueblos indgenas de tierras altas ybajas CONAMAQ y CIDOB. Ha jugado un rol undamental en algunos momentos del proceso de cambio. Hoy se encuentradividido.

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    ciones venezolanas en el Polo Patritico Popular6 o la propia conormacin del

    Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), deben ser tomadas en cuenta,

    al tiempo que detentan particularidades que nos inhiben de convertirlos en un

    modelo. Tambin hay otros procesos, menos conocidos, como la constitucin

    de la Organizacin Poltica del Pueblo y los Trabajadores en Mxico7 que tam-

    bin pueden servir de insumo. No menos importante es analizar las diversas

    tentativas (as como sus dicultades y sus crisis) que hicieron movimientos

    sociales de enorme importancia como el Movimiento Sin Tierra de Brasil o el

    zapatismo mexicano para encarar esta problemtica.

    Las experiencias histricas deberan ser tambin insumos valiosos, a condi-

    cin de no buscar en ellas recetas ni modelos, sino indicios tiles que orienten

    nuestra exploracin. En este aspecto ninguna experiencia debe ser desdeada

    por completo: los partidos de la Internacional Comunista, los partidos de ma-

    sas que se estructuran en la segunda posguerra, los colectivos de la izquierda

    radical de los 60s en Estados Unidos y Europa, los movimientos de liberacin

    nacional del Tercer Mundo, las organizaciones armadas, tanto en su vertiente

    urbana como rural, los partidos de base sindical o laborista, los movimientos in-

    dgenas y campesinos, los llamados movimientos sociales, entre otros, orman

    parte de nuestro acerbo histrico y pueden donarnos importantes enseanzas

    y un herramental para el cambio actual.

    Un ltimo elemento, insustituible en esta empresa, es la inconmensura-

    ble creatividad popular. Con eso contamos para enrentar el desao de parir

    una orma de organizacin porvenir, adecuada a los nuevos tiempos, que no

    tendr que inventar todo de cero, pero que s deber tener como criterio in-

    fexible de validacin la propia praxis emancipatoria de los explotados del aqu

    y el ahora.

    Fuera, contra y en el Estado (o durmiendo con el enemigo pero con el

    cuchillo bajo la almohada)

    Para las organizaciones que buscamos aportar a una nueva izquierda, la es-

    trategia, la meta y el camino es la construccin de poder popular:

    Esto es, la puesta en pie desde la base de instituciones, prcticas y subjetividades al-

    6 Integrado entre otros por el Movimiento de Pobladores (Comits de Tierra Urbana, Movimiento de Pioneros, Movimientode Inquilinos, Movimiento de Conserjes), Corriente Revolucionaria Bolivar y Zamora (Frente Nacional Campesino EzequielZamora, Frente Comunal Simn Bolvar, Movimiento Popular Obrero), Asociacin Nacional de Medios Comunitarios Libres yAlternativos(ANMCLA), Coordinadora Simn Bolvar y la Coordinadora Popular de Caracas.

    7 Ver www.opnmex.org

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    ternativas al sistema y que disputen con este en distintos mbitos de la realidad social.

    Construir poder popular es construir nuestra autonoma como clase subalterna hoy, al

    tiempo que las vas para la destruccin del poder opresor y su reemplazo por un poder

    hacer, democrtico y de los trabajadores (Ogando, 2010).

    Esta denicin supone el arraigo en el territorio y en la militancia de base

    como algo imprescindible, pero tambin la necesidad de que se encuentren

    insertos en la perspectiva de una disputa global contra el capital y sus institu-

    ciones. Y aqu aparece, entonces, ese incmodo pero saludable problema del

    Estado capitalista y las vas para su superacin.

    Hace ya mucho tiempo que las organizaciones populares han superado las

    concepciones que, cosicando las relaciones sociales y particularmente las re-

    laciones de poder, ponan como un etiche la toma del poder estatal como

    objetivo ltimo de la poltica revolucionaria. Este proceso de revisin ue abonado

    por la propia elaboracin terica de algunas vertientes del marxismo y del pen-

    samiento crtico en general (incluso con aportes de la ciencia social acadmica

    que no carecen de importancia) y por la prctica misma de los sujetos sociales

    subalternos. Este abandono de la estadolatra (Born, 2003) entronc en su

    momento con planteos tericos y polticos que reniegan de toda disputa global,

    ensalzan las construcciones locales como nes en s mismos y reivindican la

    construccin en la sociedad civil lejos de cualquier disputa con y en el Estado. El

    grueso de estos planteos, englobados en el llamado autonomismo, ha perdido

    predicamento en gran parte de la militancia argentina y nuestroamericana. Este

    retroceso es producto, en parte, de las enormes limitaciones que ha mostrado

    esta estrategia para enrentar las reconguraciones hegemnicas del capital, a

    las que en sus variantes populistas paradjicamente (o no) se han terminado

    plegando en ms de una ocasin. La re-elaboracin de la idea (y la prctica) de

    la autonoma, tan cargada de sentido por aquella tendencia de poca y que hoyse resignica en el marco de un nuevo clivaje poltico, es un buen ejemplo del

    proceso que se viene dando de manera tal vez lenta pero persistente en nues-

    tras organizaciones. Sin embargo, un ncleo duro de este pensamiento poltico

    se ha mantenido como un resabio de cierta rmeza en organizaciones del campo

    popular, particularmente en las que orman parte de la izquierda independiente.

    Es decir, constituye un problema y un desao de nuestros colectivos. Sigue ha-

    biendo reticencia a pensar al Estado, si bien no como el nico asiento del poder,

    s como un lugar privilegiado del mismo, rgano imprescindible para el ejerciciode la hegemona del bloque de clases dominantes.

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    Nuestra certeza, es que la disputa por un proyecto de pas alternativo, de

    carcter popular y perspectiva socialista debe darse uera del Estado, contra el

    Estado y en el Estado. Lo primero resulta evidente, lo segundo rene hoy un

    amplio consenso, lo tercero provoca conusiones y polmicas. Detengmonos

    all entonces. Nuestro punto de partida es una denicin de lo estatal que ex-

    cede al aparato burocrtico administrativo, legal y represivo. Una denicin que

    entiende al Estado como un entramado de relaciones sociales, como un nudo

    de disputas y conrontaciones, en sntesis, como un momento de condensa-

    cin de las relaciones de uerzas sociales.

    Esta concepcin, nada novedosa por cierto, no desconoce que ese Estado

    tiene un carcter de clase, una organizacin burocrtica militar para someter

    por la violencia a las clase subalternas y reglas del juego institucional y del

    sistema poltico hechas a medida del status quo. Es decir, un Estado nacional

    expresa ciertas relaciones de uerzas (y niveles de institucionalizacin de las

    mismas), y por lo tanto la hegemona poltico-cultural, de una de las clases

    undamentales de la sociedad. Sin embargo, esto no supone cristalizar esas co-

    rrelaciones como inmutables, suponer a las instituciones como imperecederas

    o pensar, a lo Sorel8, que slo el acto nico e irrepetible de la huelga general

    revolucionaria derribar de un da para el otro esa maquinaria, para luego per-

    mitirnos recomenzar por la maana con la construccin de un nuevo tipo de or-

    ganizacin social. Muy por el contrario, las diputas parciales, las modicaciones

    moleculares en la correlacin de uerzas, las acumulaciones y las conquistas,

    es decir las batallas de una guerra de posiciones, son posibles y necesarias.

    Aqu es donde hay que evitar las conusiones: esto no implica pensar que el

    Estado capitalista ser desarmado desde adentro, que de a poco lo iremos in-

    ltrando, o que la conquista paulatina de reormas ir cambiando gradualmente

    su carcter sin necesidad de momentos insurreccionales o choques violentos.

    El Estado capitalista no es biodegradable, eso est claro. Pero s es posibleintervenir de diversas ormas en ese entramado de relaciones para retroalimen-

    tar las experiencias de institucionalidad alternativa que vamos pariendo, para

    disputar sentidos y recursos, para construir reerencias pblicas y hechos cul-

    turales, para consolidar como anillos deensivos que protejan nuestras organi-

    zaciones, etctera. Los ejemplos concretos son muchos y variados: obtener le-

    yes o reglamentaciones que permitan mejores condiciones de vida (y de lucha)

    para nuestro pueblo; conseguir recursos (que el enemigo hegemoniza) para

    pertrechar nuestras respuestas contrahegemnicas; aprovechar los intersticioslegales y cada terreno de institucionalidad parcialmente avorable o contradic-

    8 George Sorel, terico del sindicalismo revolucionario rancs.

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    torio; no resignar de ninguna manera la disputa dentro de mbitos estatales o

    para-estatales, como pueden ser el sistema educativo y las universidades, el

    sistema cientco o los medios de comunicacin.

    En alguna medida la gran mayora de nuestras organizaciones vienen dando

    batalla en varios de estos mbitos, con mayor o menor ortuna, de manera ms

    o menos decidida. En la gestin de las cooperativas de trabajo, en los bachille-

    ratos populares, en nuestras experiencias sindicales, en las disputas cientcas

    e intelectuales, en la conduccin de centros y ederaciones universitarias, es-

    tos debates se encuentran presentes, primando cada vez ms las evaluaciones

    maduras y las miradas ms complejas para encarar el asunto. Sin embargo, hay

    un mbito de disputa institucional insoslayable, tan evidente como problemti-

    co para nuestras organizaciones: la poltica electoral.

    Ese oscuro objeto del deseo (o tapar el sol con las manos?)

    La participacin en un mbito por excelencia de la institucionalidad dominan-

    te, como son las elecciones, es todava un punto ciego para la nueva izquierda.

    Si bien hoy son pocas las voces que sostienen el abstencionismo como estra-

    tegia o la no participacin como un principio inmodicable, tambin es cierto

    que el debate sobre las condiciones y las ormas eectivas de una participacin

    electoral parece un tema tab. Solemos despachar el asunto con breves y pre-

    visibles rases como: es un mbito ms de disputa o no lo descartamos en

    el uturo pero an no existen las condiciones. Ambas armaciones son vlidas

    pero insucientes y denotan cierta reticencia rente a un debate. Es un mbito

    ms, de acuerdo, pero qu importancia tiene aqu y ahora? Cmo se articula

    con los otros mbitos? Se puede prescindir del mismo? No existen an las

    condiciones, pero cules son esas condiciones?, cmo trabajamos desdehoy para generarlas?, o mejor dicho, es parte de nuestras tareas producirlas

    o debemos dedicar nuestros esuerzos a otra cosa? Estas preguntas son in-

    cmodas, probablemente antipticas y evidentemente no tienen respuestas

    certeras en la coyuntura. Ms an, esas respuestas no sern individuales ni

    patrimonio de un slo colectivo. Sin embargo, urge comenzar a buscarlas.

    Estas lneas no intentan saltar procesos, evadir maduraciones necesarias, ni

    reemplazar con un ejercicio retrico las conclusiones que irn surgiendo de

    nuestra propia praxis poltica y de los momentos de sntesis que de ellos sea-mos capaces de hacer. Slo pretenden expresar, justamente, algunas pocas

    conclusiones emanadas de esas experiencias y esas sntesis, desde un lugar

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    particular y siempre incompleto, que no se supone ms legitimo que otros,

    pero tampoco menos.

    Esas conclusiones preliminares nos sugieren que la articulacin de una

    alternativa social y poltica de carcter popular, demanda (en las condiciones

    actuales y en nuestro pas) un episodio de disputa electoral como momento

    insoslayable de acumulacin de uerzas. En trminos tericos no descartamos

    nada, pero en trminos de anlisis poltico concreto es improbable que la dis-

    puta contra hegemnica en un uturo inmediato pueda prescindir del momento

    electoral. Los porcentajes crecientes de participacin en las elecciones9, las

    caractersticas que han adoptado los principales procesos de cambio en nues-

    tro continente, as como condiciones estructurales de la sociedad contempo-

    rnea nos llevan a esa conviccin. Esto de ninguna manera signica que sea

    el terreno de lucha decisivo, ni que debamos subestimar la importancia estra-

    tgica de la movilizacin extraparlamentaria de masas o la existencia de crisis

    estatales agudas e insurrecciones populares. Muy por el contrario, estos en-

    menos existen, pero suelen articularse de maneras diversas con algn tipo de

    experiencia electoral. De hecho, esta es la tendencia que se ha expresado con

    uerza en los casos de Bolivia, Venezuela y Ecuador, donde la dialctica entre

    procesos de masas, crisis del Estado, nuevos gobiernos y gestacin de poder

    popular se encuentra an abierta. Es ms, incluso en situaciones mucho ms

    contradictorias y menos alentadoras, como las de Argentina, Mxico10, Brasil

    o Paraguay, nos encontramos con ormas de articulacin (a veces bizarras) en-

    tre la crisis social, las construcciones populares y expresiones electorales. O

    acaso era pensable el kirchnerismo sin un diciembre de 2001? Y estos ltimos

    ejemplos sirven de mucho, porque muestran lo urgente de gestar alternativas

    propias rente a estas exitosas maniobras de sustitucin y expropiacin de la

    iniciativa popular desde arriba. Ms sencillo: si la poltica, incluso la electoral,

    no la hacemos nosotros, la siguen haciendo ellos. Peor an, si no lo hacemosnuestras valiosas construcciones sociales pueden terminar aportando a proyec-

    tos polticos y liderazgos ajenos.

    Por otro lado, aparece la cuestin de los tiempos. Tambin haremos una

    primera aproximacin: para nosotros la construccin de instrumentos que pue-

    9 Esto supone un debate evidente con compaeros que sostienen que una participacin electoral de un 70% u 80% es bajaya que un 30% no participa o vota por ejemplo en blanco. No hay aqu lugar para extender la argumentacin. Slo diremosque: a) Los porcentajes de participacin electoral vienen creciendo de manera sostenida hace varios aos en pases como

    Argentina; b)Que asignar una orientacin poltica determinada y compartida (supuestamente el rechazo al sistema poltico,y adems por izquierda) al heterogneo conglomerado de ciudadanos que no vota carece de cualquier sustento emprico oanaltico.

    10 Nos reerimos principalmente a la coyuntura de 2006 y las movilizaciones contra el raude electoral y en apoyo al candi-dato de la Coalicin por el Bien de Todos (PRD Convergencia PT), Andrs Manuel Lpez Obrador.

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    dan dar pelea en el terreno electoral es un desao del presente, del tiempo

    poltico que se cuenta en aos y no en dcadas o lustros. Por lo menos en sus

    instancias iniciales o preparatorias es una tarea del momento actual. En ese

    sentido pensamos que es necesario poner en cuestin la idea extendida, por lo

    menos en parte de nuestras organizaciones, de que hay que atravesar una eta-

    pa de acumulacin de uerzas que se realiza exclusivamente en el terreno de

    la militancia social para luego, cuando se haya acumulado suciente, pensar en

    alguna reerencia poltico-electoral. Una uerza social organizada es imprescin-

    dible, como lo demuestran las pobres perormances electorales de racciones

    de izquierda que participan sistemticamente en las elecciones11, o los pies de

    barro que muestran los distintos experimentos progresistas que carecen de

    una construccin popular slida.

    Pero tambin es cierto que la construccin de alternativas poltico-electo-

    rales y de liderazgos populares genuinos y democrticos pueden potenciar

    de manera dialctica la acumulacin de uerzas sociales en una perspectiva

    contrahegemnica. El ejemplo ms notable de una dinmica de este tipo es,

    con sus tensiones y lmites, el enmeno del chavismo en Venezuela. As, la

    acumulacin poltica y social de nuestras militancias de base, de las construc-

    ciones sectoriales, de las disputas extra-institucionales, pueden combinarse y

    potenciarse con experiencias iniciales, por ms limitadas que estas sean, en el

    terreno electoral. Por ejemplo, indudablemente la dbil construccin de base

    de Proyecto Sur incidi en su deriva posterior, pero de ninguna manera la deter-

    min atalmente. La gura de Pino Solanas podra haber sido un catalizador que

    ortaleciera a un sinnmero de organizaciones populares y ueron decisiones

    polticas (que por supuesto a su vez ueron avorecidas por carecer de aqulla

    construccin de base) las que rustraron esa perspectiva.

    Esta refexin no implica negar las complejidades de la disputa institucional

    en general y electoral en particular. El terreno de la institucionalidad estatales el clivaje donde se concentra y articula la hegemona del bloque dominan-

    te y por lo tanto, como bien se ha dicho, es una cancha muy inclinada, con

    un rbitro que nos bombea sin pudor y a veces con escasa iluminacin. Sin

    embargo, es un cancha donde habr que jugar si lo que se quiere es pelear

    el campeonato. Es necesario empezar a dar en toda su plenitud este debate,

    sin especulaciones, sin dogmatismos de ningn tipo, con respeto por todas

    las posiciones y aprovechando las grandes coincidencias polticas y la enorme

    conanza conquistada entre un nmero importante de organizaciones de la

    11 La expresin ms palpable de esto es que un 2,5% (cira irrisoria por ms alentadora que pueda resultar respecto de lasprevisiones iniciales) haya recibido la denominacin de milagro.

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    izquierda independiente.

    Sea este un aporte ms. La nueva izquierda ser el producto de una praxis

    colectiva, o no ser nada. Esa es nuestra conviccin y ese es nuestro horizonte.

    No hay inventos grandilocuentes, lderes predestinados ni rmulas mgicas

    en la carta natal de esta criatura. El sueo se va orjando todos los das, con el

    sedimento de las mejores tradiciones de nuestro pueblo, desde la militancia

    cotidiana de miles de annimos constructores, con las idas y las vueltas de

    nuestras organizaciones, con nuestras vacilaciones, con nuestros aciertos pero

    tambin con nuestros errores. Las sensaciones son dispares: a veces parece

    lejano el objetivo, invencibles los enemigos, grandes los obstculos, pobres

    nuestras uerzas y hasta demasiadas nuestras propias miserias; pero otras ve-

    ces no, otras veces olateamos algo, presentimos un uturo, sentimos que se

    est avanzando, que a paso lento, algo, sin embargo, est en marcha y tal vez

    no se detenga. Hay momentos, de verdad, donde pensamos que se puede,

    que las nuevas uerzas de Nuestra Amrica nos empujan, que la indignacin del

    Norte nos renueva las esperanzas, que nos estamos entrometiendo en la tarea

    de una dcada, y por qu no, de una generacin.

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    Referencias

    Born, Atilio (2003) Estado, capitalismo y democracia en Amrica Latina, Buenos Aires, Clacso.

    Mazzeo, Miguel (2007) El sueo de una cosa (introduccin al poder popular), El Colectivo, Buenos Aires.

    Ogando, Martn (2010) Y a la izquierda del kirchnerismo qu? Apuntes crticos para una nueva izquierda,Batalla de Ideas, N 1, setiembre.