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Cómo permitir que Dios vuelva a encender su pasión espiritual. Escrito por Lloyd John Ogilvie

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Page 1: Una Brasa Roja en las Cenizas Blancas

El doctor Lloyd John Ogilvie es autor de más de 50 libros.

Anteriormente era el pastor principal de la Primera Iglesia

Presbiteriana de Hollywood, en California, y capellán del Se-

nado de los Estados Unidos. Ahora se dedica a liderar con-

ferencias para pastores sobre cómo predicar con pasión.

e siente exhausto? ¿Está perdiendo su entusiasmo espiritual? ¿Se siente ago-biado por los problemas y las presiones de los demás? ¿Necesita un nuevo

arranque de entereza?

En Una brasa roja en las cenizas blancas, el popular autor y pastor Lloyd John Ogilvie le conduce al Dios vivo y activo que está siempre presente para ayudarle. Cuando lo permita, Él…

• Le reanimará, de modo que su energía fluya por usted y le dé poder.

• Le permitirá amar las commas, cuando todo lo que lo rodea le diga “protégete

a ti mismo”.

• Sanará sus actitudes, de modo que las cenizas del pasado no lo sofoquen y que

la esperanza encienda su futuro.

¿

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Una brasa roja en las cenizas blancas

©2009 Lloyd John Ogilvie

Publicado por Editorial Patmos Miami, FL U.S.A.

Publicado originalmente en inglés con el título The Red Ember in the White Ash, publicado por Harvest House Publishers, Eugene, Oregon U.S.A. © 2006 por Lloyd John Ogilvie.

Reservados todos los derechos.

Traducido por Silvia CudichAdaptación de diseño gráfico por Suzane Barboza

ISBN 10: 1-58802-416-4 ISBN 13: 978-1-58802-416-9

Categoría: Liderazgo, Vida cristiana

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Agradecimientos

Les estoy muy agradecido a mis amigos Susie y Jason Salinas, que es-cribieron a máquina el manuscrito de este libro a través de varias revisio-nes. Son amigos muy queridos a quienes he tenido el privilegio de casar y cuyo hijo, Henry, he tenido el deleite de bautizar. Mi esposa, Doris, proporcionó correcciones e ideas invalorables a este manuscrito. Le estoy también agradecido a mi asistente, Sandee Hastings, quien le dio una su-pervisión administrativa al proceso de completar mi obra en este libro.

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Dedicatoria

A mi esposa Doris Que ejemplifica entusiasmo por la vida Que personifica la auténtica entereza

Que rebosa de radiante alegría

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Índice

Introducción: Cómo encender una pasión por la vida ...........07

Capítulo uno: Cómo avivar la brasa roja

en la ceniza blanca .........................................................09

Capítulo dos: Cómo abrir el regulador de tiro —

La dinámica de un compromiso doble ..........................29

Capítulo tres: Cómo atizar con fuerza ..................................41

Capítulo cuatro: Cómo arder con fidelidad ..........................55

Capítulo cinco: Cómo dar calor a los elegidos fríos ...............71

Capítulo seis: Cómo sofocar a los que apagan el fuego ...........89

Capítulo siete: Las exuberantes llamas de la resistencia .........105

Capítulo ocho: Cómo encender una meta en el presente

que dure toda la eternidad ...........................................115

Capítulo nueve: Cómo avivar la comunión de un corazón

ardiente .......................................................................123

Capítulo diez: Cómo cuidar la llama eterna —

Presentes a la presencia en el presente .........................139

Notas .................................................................................151

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Para mí, escribir un libro es mantener un diálogo honesto, abierto, mutuamente estimulante con usted, mi lector. Como en cualquier

conversación buena entre amigos de confianza, el tema generalmente se inclina a compartir lo que estamos pensando.

Vaya donde vaya hoy día, encuentro personas que desean conversar sobre algo que los inquieta profundamente. Estas personas pertenecen a dos categorías: aquellos que han perdido la pasión por vivir y aquellos que temen perderla a causa de las exigencias y distracciones de la vida.

Este libro trata sobre la manera de volver a encender nuestra pasión por la vida. Es una conversación sobre lo que tenemos que hacer cuando nuestro entusiasmo, pasión y expectativas por el futuro son como una brasa roja que apenas parpadea en las blancas cenizas del fuego de nues-tro corazón. Trata también sobre la manera en que el Señor hace que esa brasa roja se convierta en una llama ardiente que baila en nuestros ojos, trae brillo a nuestro rostro, resplandece en nuestra personalidad y abriga a las personas que tiemblan de frío a nuestro alrededor.

Yo me he pasado 50 años trabajando con la gente. He escrito este libro pensando en usted y sus necesidades. Realmente me interesa lo que

Cómo encenderuna pasión por la vida

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le preocupa y lo que sé es que casi toda la gente desea vivir la vida al máximo.

Me reconforta saber que un líder clave de la iglesia primitiva tuvo que avivar la brasa roja en la ceniza blanca de su corazón para convertirla nue-vamente en llama. Su nombre era Timoteo. Él era un líder de la iglesia en Éfeso. Estaba enfrentando una clase de temor que lo hacía ser cauteloso, reservado y le quitaba valentía y coraje. Lo que le escribió el apóstol Pa-blo desde la prisión en Roma fue como su última voluntad y testamento sobre los secretos del rejuvenecimiento y la entereza. Los secretos sobre cómo recuperar la pasión por la vida que Pablo comparte con Timoteo en el 67 d. de C. parecen un equipo de emergencia para la vida valerosa en momentos de confusión.

Aquí, a mi explicación de los versículos claves en el libro de 2 Timoteo que nos dan el secreto de la verdadera entereza, agrego mi propia historia personal junto con los relatos del rejuvenecimiento de personas reales que han vuelto a recobrar su pasión por la vida.

Ruego que la lectura de este libro sea una conversación entre nosotros y que su vida, mi apreciado lector y amigo, sea más apasionante que nunca.

Lloyd John Ogilvie

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Capítulo uno

Cómo avivar la brasa rojaen la ceniza blanca

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Lo único que quedaba en la chimenea era ceniza blanca. El fuego que había estado ardiendo se había consumido mientras el hombre me

compartía lo que le estaba sucediendo. En el centro de conferencias don-de yo había estado dando una charla en un seminario de liderazgo, él me había pedido que viniera a su cabaña en el bosque.

“Realmente tengo que hablar con usted”, me había confesado. Yo sa-bía que era el líder exitoso de una compañía y un ciudadano distinguido en su comunidad. Sin embargo, su rostro revelaba preocupación. Res-pondí de inmediato a su invitación a su cabaña para conversar en forma confidencial. Nos sentamos frente a la chimenea y él comenzó a hablar sobre su cada vez menor emoción y entusiasmo por la vida.

Su matrimonio de 30 años había perdido su romanticismo y emoción. Rara vez se intercambiaban tiernas palabras de afecto y la intimidad que habían co-nocido se había puesto tensa. Reinaba el tedio y las rutinas diarias estaban im-pregnadas de aburrimiento. Había menguado su pasión por la vida.

El hombre estaba también preocupado por sus hijos. Su mayor pre-ocupación era que ellos no parecían compartir sus convicciones. Me confesó que no había podido comunicarles su fe. Por fuera, ambos hijos

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exhibían señales de éxito, pero ninguno de ellos había expresado el gozo de conocer y servir a Dios.

Otra de sus inquietudes era la falta de entusiasmo por su trabajo. Se acordaba aún de la emoción que había sentido al comenzar su carrera. Le encantaba ir a trabajar. Sin embargo, al ascender de jerarquía en su

empresa hasta llegar a la cumbre gracias a sus esfuerzos, la devo-ción por su empleo había sido reemplazada por el desaliento. De alguna manera, en alguna

parte del camino, se había extinguido su pasión.

Le pregunté a mi nuevo amigo acerca de su iglesia. Desgraciadamente, su respuesta fue como la de muchas personas religiosas que necesitan una nueva experiencia de entereza espiritual. La iglesia no satisfacía su necesi-dad de revitalización. Estaba cansado de las tradiciones sin vida, sermones aburridos y la poca ayuda para vivir la vida con mayor gusto y alegría.

Su trabajo en las juntas comunales y organismos sociales se había con-vertido en una carga. Mi amigo había participado en todas las causas imaginables. Ahora se sentía agotado y sin fuerzas.

Con su mirada puesta en la ceniza blanca de la chimenea, de repente ex-clamó: “Lloyd, ¡esto es como mi vida! Yo solía estar encendido como lo estaba ese fuego. Ahora mira lo que queda… nada más que cenizas extinguidas.”

Yo miré hacia la chimenea. Ante mi sorpresa y deleite, ¡vi una brasa encendida que titilaba en medio de la blanca ceniza!

— ¡Mira esa brasa roja! —exclamé—. Si vamos al bosque, juntamos al-gunas ramas y hojas secas para encender el fuego, tomamos unos leños de la pila que se encuentra junto a la cabaña y luego soplamos la brasa roja con un fuelle, esta chimenea volverá a resplandecer con un fuego radiante.

¡Vi una brasa roja titilandoen las blancas cenizas!

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La construcción de una parábola Lo adivinó. Presentí la construcción de una parábola viviente que daría

una respuesta efectiva a lo que este hombre había relatado sobre la disminu-ción del fuego de la pasión por la vida en la chimenea de su corazón.

Como un par de niños exploradores, mi nuevo amigo y yo juntamos las astillas y los leños. Quedaba suficiente vida en la brasa roja como para encender una llama. Con todo cuidado colocamos las ramitas y las hojas secan sobre la llama nueva. Luego coloqué los tres leños sobre las astillas ardientes. La cantidad era importante debido al ejemplo que estaba por utilizar como ilustración.

Después de decirle que realmente entendía lo que estaba sintiendo, compartí con él la historia de un líder cristiano del primer siglo de la iglesia de Éfeso cuya llama de pasión tuvo que ser avivada y alimentada nuevamente. Su nombre era Timoteo.

Fue en una prisión en Roma en el otoño del año 67 d. de C. que el apóstol Pablo dictó su segunda carta a Timoteo. Mientras que esperaba su ejecución, el apóstol pensaba en el futuro del movimiento cristiano. Estaba especialmente preocupado por Timoteo, su hijo en la fe y el líder que había dejado a cargo de la iglesia en Éfeso, la Feria de Vanidades del mundo de entonces. El culto pagano en el Templo de Diana dominaba la ciudad con sincretismo; los herreros la controlaban con laicismo. No era un lugar fácil para vivir como cristiano o líder de la iglesia que se encontraba allí.

Cuando Pablo visita el pueblo de Listra en su primer viaje misionero, Ti-moteo se convierte a Cristo. Su abuela Loida y su madre Eunice son quienes alientan su crecimiento espiritual. Ambas habían aceptado a Cristo como su Señor gracias al ministerio de Pablo. En su segundo viaje misionero, mientras viajaba por Galacia, Macedonia, Grecia y la provincia de Asia, Pablo lo reclu-ta a Timoteo para que forme parte de su grupo misionero. Eventualmente, lo deja a Timoteo a cargo de la iglesia en Éfeso.

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Las llamas decrecientes de la pasiónPablo discernió las llamas menguantes de la pasión en Timoteo. Y sin

embargo, en el corazón de Timoteo aún existía una brasa encendida en la ceniza blanca que había que avivar y reanimar. Pablo le escribe: “Por eso te recomiendo que avives la llama del don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos” (2 Timoteo 1.6). El apóstol utiliza una palabra griega compuesta, anazopurein, en su amonestación: ana, de nuevo; zo, vida; pur, fuego; por tanto, avivar, soplar con un fuelle para que se encienda la llama, volver a encender, mantener la llama ardiendo.

El “don” (carisma) de Dios era sin duda el Espíritu Santo; en las Es-crituras se lo identifica con el fuego espiritual. Juan el Bautista había anunciado: “Yo los bautizo a ustedes con agua… pero está por llegar uno más poderoso que yo… Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego (Lucas 3.16). Cuando Pablo le impuso las manos y oró por él, el joven líder se encendió con pasión por Cristo, amor por la gente y valentía para el liderazgo. Su comunión con Pablo, Silas y Lucas mantuvo la llama en-cendida mientras viajaban juntos y atizaban el fuego de cada uno.

Cómo volver a encender la brasa rojaUnos pocos años después, Timoteo era un líder solitario en Éfeso que ne-

cesitaba volver a encender la brasa roja en su interior. Lo que Pablo le escribe nos da un indicio de cuál era la causa de la extinción del fuego en su corazón: “Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez” (2 Timoteo 1.7). La pala-bra en griego para timidez aquí no es phobos, la palabra para temor que más se utiliza en el Nuevo Testamento, sino deilias, que significa cuidado, reserva, timidez o cobardía. La palabra “espíritu” en la frase “un espíritu de timidez” significa un humor, actitud o forma de pensar extendida.

Deilias limita lo que estamos dispuestos a intentar a sólo aquellas co-sas que estamos seguros de poder lograr por nuestros propios medios, y

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no mediante el poder del Espíritu Santo. Los pensamientos negativos sofocan el fuego en nuestra alma y la sensación de incapacidad lo apagan. En vez de ser valerosamente atrevidos, terminamos absortos en nosotros mismos. Tratamos de enfrentar las dificultades de la vida con nuestros recursos limitados y descuidamos la alimentación del Espíritu. Las exi-gencias de la vida apagan el fuego. Sin embargo, nunca se extingue por completo. Siempre permanece una brasa ardiente en la ceniza blanca a la espera de un soplo que le devuelva la vida.

Cuando compartí la historia de Timoteo con mi amigo en frente de la chimenea de su cabaña, él se identificó de inmediato con él. En cada una de sus relaciones y responsabilidades había existido un momento en el que había dejado de confiar en la sabiduría, discernimiento, visión y creatividad sobrenatural del Espíritu y se había hecho cargo para tratar de avanzar depen-diendo de sus habilidades humanas solamente. Hablamos largamente sobre la manera en que el Señor siempre nos desafía a confiar en Él cuando las exigencias de la vida sobrepasan nuestra capacidad humana.

Con honestidad, y apertura, confesé que yo había sido empujado constantemente de mi estancamiento de autosuficiencia a oportunidades de crecimiento del alma. En cada caso—en el matrimonio, crianza de los hijos, conducción de iglesias o comunicación de esperanza a través de la radio y la televisión—había tenido que reconocer una y otra vez mi insu-ficiencia y la disponibilidad triunfante del Señor. Cada vez que disminuía el fuego, me daba cuenta de que podía pedir una renovación del fuego del Espíritu Santo.

¿Dónde se fue la pasión?Vaya donde vaya, encuentro gente que está experimentando una pa-

sión disminuida por la vida. Los fuegos en su corazón han decrecido lentamente. La vida parece que logra apagar el fuego de la emoción y el

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entusiasmo por la vida. Nos apagamos a medida que perdemos energía, se terminan nuestras reservas y se extinguen nuestras esperanzas. La presión de la gente nos tira abajo; se acumulan los problemas; las preocupaciones y la ansiedad echan agua fría sobre las brasas previamente encendidas. Como mi amigo en la conferencia, las cosas no siempre funcionan según lo planeado. Las decepciones y desaliento ahogan la llama de las expec-tativas para el futuro. Por descuido o resistencia o por una tenaz deter-minación a limitar lo que piensan que pueden lograr, algunas personas mantienen estancado intencionalmente el fuego del Espíritu.

“¡Aviva la llama!” insta Pablo. “Dios no nos ha dado un espíritu de timidez.” Podemos estar seguros de algo: El espíritu de timidez no pro-viene de Dios.

El espíritu de timidezEl espíritu de timidez es lo opuesto a la confianza genuina. La preocupa-

ción, cautela y cobardía del espíritu de timidez es lo que ocasiona nuestra falta de confianza en las presiones de la vida. Nos hace temer el fracaso, la pérdida de aprobación de la gente, los sentimientos de insuficiencia que atoran nues-tra creatividad. Desafortunadamente, el miedo mortal a la insuficiencia nos mantiene prisioneros en un nivel real de incapacidad.

Con ironía, Mark Twain dijo: “La raza humana es una raza de cobar-des; y yo no soy el único que marcha en esa procesión, sino el que lleva el estandarte.” Permanecer fuera de esa marcha llevando un estandarte que diga: “¡Hay que mantenerse seguro a toda costa!” es un desafío que dura toda la vida.

Robert Frost dijo: “Nada me asusta más que la gente atemorizada.” A veces nos da miedo darnos cuenta de cuán fácilmente nos atemorizamos. Tenemos miedo de nuestras finanzas personales, de perder la seguridad de nuestro empleo y nos preocupamos por nuestra salud.

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Luego, la posibilidad de cometer errores nos da miedo también. Char-les Kettering dijo: “Jamás nos lastimamos los dedos del pie cuando esta-mos quietos. Cuanto más rápido vayamos, tanta mayor será la posibilidad de golpearnos los dedos del pie, pero mayor será también la posibilidad de llegar a alguna parte.”

Me gusta el consejo que le dio Eddie Cantor, un gran hombre del espectáculo, a un joven actor. Tenía más sentido espiritual que el que se imaginaba. Literalmente le dijo: “¿Por qué no irse por las ramas? ¡Allí es donde está el fruto!” No cabe duda que allí es donde esta el fruto del Es-píritu. El Espíritu Santo nos da amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio cuando estamos bajo las presiones de la vida. Phillips Brooks lo sabía por experiencia: “No somos espirituales” decía “sentándonos y deseando serlo. Tenemos que empren-der algo imposible de logar sin ayuda.” Pero para poder intentarlo, nos tenemos que deshacer del persistente espíritu de timidez.

El secreto abiertoAquí está el secreto: Nuestro espíritu fue creado para ser lleno del fuego

del Espíritu Santo. Él es el único que puede quemar la hojarasca del miedo que es lo opuesto a la confianza que necesitamos. No necesitamos autocon-fianza falsa sino la confianza auténtica que nos confiere el Espíritu.

Cuando nos convertimos en cristianos, el Espíritu Santo asume la responsabilidad de despejar nuestras ideas sobre la diferencia entre la confianza verdadera y la falsa. Nos toma a algunos de nosotros que con-fiamos indebidamente en nuestros talentos limitados y nos muestra que podríamos ser como lechos de ríos por el que corre su poder sobrenatural. Nos ayuda a depositar nuestra confianza en su absolutamente plena con-fiabilidad. A medida que aceptamos retos mucho más grandes de lo que jamás hubiéramos imaginado que podríamos lograr, nos damos cuenta

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de que Él es fiel y nos ayuda a llevarlos a cabo. Le damos a él la alabanza y comenzamos a construir la confianza que Pablo expresa cuando dice: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4.13).

Para algunos de nosotros, el espíritu de timidez lo causa la poca au-toestima que tenemos, la que nos debilita. Necesitamos una autoestima restablecida, una imagen de lo que sería estar llenos del entusiasmo y expectativa del fuego del Espíritu. Tenemos que dejar atrás los recuerdos de errores pasados que provocan el temor a volver a fracasar. En nuestras relaciones, el espíritu de timidez se manifiesta a menudo en la preocu-pación de que nos rechacen y lastimen. El Espíritu Santo trata de con-vencernos de cuánto nos quieren. Nos recuerda los cuidados del Padre y la cruz de Cristo. Luego fortalece nuestro sentido de valía y, en cada circunstancia, engendra claridad sobre lo que tendríamos que intentar y cómo lograrlo.

Combustible para el fuegoPero una cosa es saber qué es lo que tenemos que hacer y otra cosa

es intentarlo. Después de decirle a Timoteo que “Dios no nos ha dado un espíritu de timidez”, el apóstol Pablo pasa a explicarle lo que Él nos ha dado. A continuación nos ofrece un espíritu “de poder, de amor y de dominio propio”. Mi amigo estaba ansioso por escuchar esto. Hablamos extensamente sobre el poder del Espíritu Santo.

Jesús había prometido el poder para vivir la vida al máximo. “Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder”, les asegu-ró a sus discípulos. Esto ocurrió en Pentecostés. Desde entonces, la fuente de poder para la vida apasionada ha sido el Espíritu que habita en nuestro interior. Él nos da el poder para que hagamos lo que Cristo nos llama a hacer: amar, perdonar, compartir nuestra fe, soportar las presiones de la vida cotidiana y luchar por la justicia en todos los estratos de la vida. Él

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nos recuerda el mensaje de Cristo y nos ayuda a vivirlo. Él obra en noso-tros para darnos la energía suficiente para imaginar lo que nos permitirá hacer: “Al que puede hacer muchísimo más que todo lo que podamos imaginarnos o pedir, por el poder que obra eficazmente en nosotros, ¡a él sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos! Amén” (Efesios 3.20-21).

El poder que obra en nosotros es el Espíritu Santo, quien actúa en nues-tro interior en armonía perfecta con el Padre y el Cristo reinante. La palabra griega para poder que usa Pablo en su amonestación vigorizante a Timoteo es dunameos, que significa instigar, implementar, fortaleza iniciativa.

Cada vez que se apaga el fuego en mi corazón, vuelvo a releer una de las afirmaciones salientes de James Stewart. El Dr. Stewart era mi profesor de Estudios del Nuevo Testamento en New College, Edimburgo, Escocia. Lo que le escuché exclamar en clase fue publicado más tarde en un sermón:

Dios suele superar lo mejor que logró anteriormente; por tanto, una fe viva tendrá siempre en ella un cierto elemento de sor-presa y tensión y descubrimiento; aquello que hayamos visto y conocido de Dios hasta el presente no debe ser el fin de nuestra visión ni la suma total de nuestro aprendizaje; lo que hayamos encontrado en Cristo es apenas una fracción de lo que aún po-demos encontrar; que la fuerza espiritual que en los magníficos días del pasado daban vida a la iglesia y daban forma al curso de la historia no ha agotado sus energías ni caído en desuso sino que en cualquier momento puede volver a explotar y tomar el control. Dios promete maravillas jamás realizadas de modo que haya más doxologías de júbilo, más aleluyas de alegría. Porque no hay límite al amor creativo de Dios, no hay fin a la gracia re-dentora de Cristo, y nunca se agota el poder del Espíritu Santo.1

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Esta garantía del poder inagotable del Espíritu Santo es la convicción que da impulso a mi vida. Cuando he sentido la necesidad de alimentar la llama en mi corazón, Él me ha llenado con un poder que jamás podría haber producido por mis propios medios.

Allí en la cabaña de mi amigo, junto al fuego, compartí estas cosas que había comprendido. Al hacerlo, coloqué un leño sobre las astillas encendidas. “Éste es el poder del Espíritu Santo. Colocar ese leño en la chimenea de nuestro corazón es el primer paso importante para avivar el fuego. Una oración honesta es suficiente. Simplemente di: ‘Espíritu San-to, necesito tu poder; te pido tu poder; deseo arder con tu poder’.”

El amor es el propósitoEl poder del Espíritu Santo tiene un propósito. Está relacionado

de cerca con el segundo aspecto del antídoto para el espíritu de ti-midez que Pablo comparte con Timoteo: “Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.” Ya hemos compartido cómo el verdadero poder reemplaza el espíritu de deilias: cautela, timidez, reserva, incluso cobardía. Ahora estamos lis-tos para permitir que el Espíritu Santo nos convierta en personas que brillamos con amor radiante, un amor de una calidad muy diferente a lo que pretende ser amor en nuestra cultura. Deseo explicar la ley debilitante y destructiva que rige este amor distorsionado de modo que podamos evitar practicarlo.

La falsa ley de las relacionesLa ley de relaciones de nuestra cultura dice algo así: aquél que menos

ama es el que tiene mayor control. La persona que retiene o retira su amor mantiene, a menudo, la posición de poder en una relación. Permítame que le de un ejemplo.

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Ocurre en el matrimonio. Una de las dos personas puede obtener un control injusto cuando retira su amor reteniendo palabras, acciones, y expresiones de amor. Cuando un esposo o esposa se cierran al otro, la tendencia del cónyuge es preguntarse qué hizo. ¿Qué ocurre? ¿Qué fue lo que hice? ¿Qué puedo decir o hacer para corregir el problema? La persona que está resistiendo, pronto descubre que tiene un gran poder. El proble-ma es que esto puede convertirse en una mala costumbre utilizada con demasiada frecuencia hasta que el matrimonio termina en la ruina. Los amantes avaros tensionan el matrimonio.

Lo mismo ocurre en las relaciones en la familia. A menudo, los padres tratan de controlar la conducta de sus hijos retrayendo su amor. Utilizan compensaciones para mantener a los niños a raya. Retienen la aceptación, afirmación, alabanza y deleite con la vana expectativa de obtener o man-tener el control. Es lógico que algunos jóvenes adultos tengan dificultad en aceptar el amor incondicional de un Padre celestial o la gracia ilimita-da de un Salvador que los acepta o el estímulo sin reservas de un Espíritu Santo siempre disponible.

Pero los niños pueden también tratar de controlar a sus padres negán-dose a expresar el amor que todo padre desea recibir. Algunos niños llevan la batuta comportándose de manera desagradecida y no expresando sus afectos. Es algo asombroso ver cuántos padres intentan ganarse la aproba-ción de sus hijos, en especial en la adolescencia o en los primeros años de su vida de adultos. Igualmente asombroso es ver la cantidad de niños que aprenden a manipular a sus padres con un amor negociado.

La ley del amor en nuestra cultura se expresa también en la amistad. Nuevamente, cuando se retiene el afecto se consigue la atención de la otra persona. Puede ser un grito o un mohín, ambos nos ayudan a obtener el control que deseamos falsamente. Las críticas, juicios, desagrado distante, o sólo una simple falta de atención hacen que un amigo se dé cuenta de

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que algo anda mal. ¿Qué ocurrió?, preguntamos. El amigo ha obtenido la influencia deseada.

La iglesia no está exenta de estas cosas. Con frecuencia, la cultura in-vade la iglesia, y esta misma ley distorsionada de las relaciones—el que menos ama es el que tiene mayor poder—se expresa en las relaciones del clero y los miembros de la iglesia. El dar o retener aceptación o aproba-ción es una fuerza poderosa. Los miembros de la iglesia buscan a veces controlar al clero mediante su falta de apoyo, escaso aliento o actitudes de crítica. Algunos pastores ajustan su liderazgo, el nivel de pasión con el cual predican, o su confrontación de asuntos sociales de importancia para complacer así a los integrantes de su iglesia y mantener el flujo de las donaciones. Igualmente verdadero es el hecho de que algunos pasto-res carecen de cálido afecto por su gente. En algunos casos, la actitud y comportamiento de un pastor comunica la falta de deleite en su gente. Algunas veces, los sermones que ofrece como profecía acarrean mucha ira. Como le preguntó un adolescente a su papá: “¿Por qué estaba el pastor tan enojado con nosotros esta mañana?” El sermón trataba sobre la gracia.

Con demasiada frecuencia la ley de la cultura del amor distorsionado se practica en el lugar de trabajo. La pregunta es: ¿cómo logra obtener y mantener un gerente la lealtad, respeto, esfuerzo y productividad de la gente a su cargo? La manera positiva es definir objetivos claros, brindar buenas condiciones de trabajo, expresar afirmación y aliento y esperar una productividad y compromiso responsables. A menudo, lo contra-rio es la norma. Los empleadores tratan de controlar a los empleados mediante la amenaza de que perderán el empleo, no se los considerará para un ascenso, no se les aumentará el sueldo y no recibirán elogios ni reconocimiento. Por otra parte, los empleados pueden tratan de obtener control mediante la falta de cooperación y excelencia.

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Cristianos contraculturales Nosotros somos llamados a ser cristianos contraculturales y a ir en

contra de la falsa ley de las relaciones. La tarea del Espíritu Santo es ayu-darnos a vivir lo que me agrada llamar el onceavo mandamiento. Cristo dijo:

Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros. De este modo todos sabrán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros (Juan 13.34-35).

Se nos llama a ser personas con un poder sobrenatural que expresan un amor incansable, honesto, reparador y sanador. La llama del Espíritu Santo nos permite irradiar el amor que definió Jesús. El Espíritu nos en-gendra la fe para creer en Cristo como Señor y Salvador, nos da esperanza por la gente que forma parte de nuestra vida y nos confiere la actitud necesaria para amar mucho más allá de nuestra capacidad humana de hacerlo.

El amor es lo principalEl Espíritu Santo es amor. Recuerde que el amor es el fruto principal

del Espíritu. Él es el amor que se requiere para expresar el nuevo manda-miento de Jesús de amar como Él nos amó a nosotros. La mayoría de nosotros admitiríamos que el Espí-ritu Santo tiene una enorme tarea con personas como nosotros. A ve-ces su llama parpadea en nosotros y tenemos que ser realimentados

para superar nuestra tendencia a emitir juicios condenatorios o descartar a la gente que nos ha lastimado, a concentrarnos en los recuerdos doloro-

Compartí con mi amigo de qué manera podemos convertirnos

en amantes resplandecientes, por iniciativa propia, de los demás.

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sos de lo que han dicho y hecho. A menudo nos cansamos de servir a los demás amando de la manera que amó Jesús. Entonces es el momento de avivar el fuego. Cuando le pedimos al Espíritu Santo que renueve la llama del amor, Él nos ayuda a amar cuando en realidad querríamos rechazar sin piedad a la gente, juzgar sin misericordia o condenar con enojo. Por encima de todo, Él nos recuerda que se nos ama sin calificaciones, y nos da la fortaleza de amar a la gente sin reparos. Ponga ese leño en el fuego y sienta como aumenta el calor.

Eso fue exactamente lo que hice mientras compartía con mi amigo de qué manera podemos convertirnos en amantes resplandecientes, por iniciativa propia, de los demás. Él lo intentó mientras consideraba cuánto necesitaba que ardiera el amor sobrenatural en su vida.

El dominio propioNo habíamos terminado. Aún quedaba un tercer leño para añadir al

fuego. “Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio.” El fuego del Espíritu es también un fuego purificador que produce una mente sana capaz de autocontrol.

La palabra griega para “dominio propio” es un sustantivo compuesto: sophronismou. Tomado literalmente, es una combinación de so de sozo—que significa “sanar, íntegro”—y phron de phronema, la mente con actitud (según se la utiliza en phroneite en Filipenses 2.5: “La actitud de uste-des debe ser como la de Cristo Jesús”). Deriva de una palabra del griego tardío koine, sophronizo, controlar. De modo que avivar el don de Dios con sophronismou es tener una actitud sana que nos permita confiar en el Señor por aquellas cosas que únicamente Él puede controlar, y asumir el control de aquello que Él haya puesto bajo nuestro control.

No lo podemos lograr sin sanar dos aspectos cruciales de nuestro ce-rebro pensante: la memoria y la imaginación.

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Sanar los recuerdosSanar los recuerdos es un paso estratégico en el ministerio purificador

del Espíritu Santo. El fuego de la pasión auténtica por la vida, del amor por los demás y de los cambios que aportamos a nuestro lugar de trabajo y a la comunidad en la que residimos no puede arder cuando lo apagan recuerdos angustiantes. Para avivar el fuego tenemos que pasar ratos a solas con el Espíritu Santo como nuestro consejero. Si se lo pedimos, Él nos ayudará a excavar los recuerdos perturbadores que nos provocan temor. Nuestra parte consiste en orar por la exposición de todo aquello en nuestro pasado que nos paralice, nos impida ser valientes, temerarios, luces que brillan en un mundo de oscuridad. No podemos hacerlo cuan-do estamos obsesionados por nuestros fracasos pasados y las acciones o palabras de los demás.

Encuentre un rato para estar tranquilo en comunión con el Espíritu Santo. Ore: “Espíritu Santo, yo confío que Tú eres el Consejero que pro-metió Cristo. Expone todo aquello que mantenga estancado mi fuego. Sana los recuerdos que me inquietan.”

La liberación de la imaginaciónEl Espíritu Santo libera también nuestra imaginación para encender

un nuevo entusiasmo por el futuro. Todos estamos en el proceso de con-vertirnos en la persona que nos imaginamos en nuestra mente. Hemos recibido la capacidad de prever el futuro, de imaginar lo que se supone que hagamos y seamos en las relaciones y responsabilidades de la vida. La siguiente misión del Espíritu Santo es ayudarnos a discernir la voluntad de Dios.

El Espíritu Santo es la fuente de la visión. Podemos confiar en Él, ya que Él puede encender nuestra voluntad para que actuemos acorde a la dirección que nos revele. Podemos reclamar 1 Corintios 2.9-12:

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Una brasa roja en las cenizas blancas

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Ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna men-te humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman. Ahora bien, Dios nos ha revelado esto por medio de su Espíritu, pues el Espíritu lo examina todo, hasta las profundida-des de Dios. En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos de Dios sino el Espíritu de Dios. No-sotros no hemos recibido el espíritu del mundo sino el Espíritu que procede de Dios, para que entendamos lo que por su gracia él nos ha concedido.

Luego, en el versículo dieciséis, Pablo declara una verdad de gran trascendencia: “¿Quién ha conocido la mente del Señor para que pueda instruirlo? Nosotros, por nuestra parte, tenemos la mente de Cristo.” Me-diante el Espíritu Santo, podemos discernir no sólo lo que Cristo haría, sino también lo que desea que hagamos con las personas que nos rodean y las circunstancias que tenemos que enfrentar.

El autocontrol creativoEl resultado de sanar los recuerdos que nos debilitan y liberar nuestra

imaginación creativa es la capacidad de controlar la persona única que somos cada uno de nosotros. Para mí, esto ha significado eliminar mis intenciones y poner en acción las mejor intenciones que me instiga el Espíritu Santo. El autocontrol no es lo opuesto a entregar el control de nuestra vida al Señor; más bien se trata de implementar lo que descubri-mos que tenemos que hacer bajo su control. La manera de asumir el con-trol es estar dispuesto a hacer su voluntad. Cuanto más obedecemos sus órdenes, tanta mejor entendemos cuáles son los pasos específicos que de-bemos tomar. He descubierto que el Espíritu responde a nuestro pedido

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de guía con un sí, un no o un después. También nos proporciona claridad intelectual, seguridad emocional y determinación de la voluntad.

Uno de los mejores ejemplos de la manera en que el Espíritu produce un autocontrol auténtico es Connie Mack. Con su permiso, he relatado a menudo su historia en mis escritos y charlas. Cuando era un senador de Florida, concurría fielmente al estudio bíblico que enseñaba yo como Capellán del Senado los jueves al mediodía.

Un jueves me sentí llevado a preguntar si alguien deseaba recibir un nuevo poder del Espíritu Santo. Siguieron cinco largos minutos de silen-cio. Connie resistió al principio la invitación, pero de repente levantó su mano y dijo: “Estoy listo, Capellán, deseo que usted ore por mí.” Recuer-da que no tenía idea alguna de lo que esto significaba ni qué es lo que sentiría a continuación.

Los otros senadores se reunieron a su alrededor, y yo le hice simple-mente estas preguntas: “Connie, ¿estás preparado para entregar tu vida a Cristo? ¿Estás preparado para entregar tu ministerio como Senador de los Estados Unidos para ser un siervo-líder? ¿Estás dispuesto a recibir los dones sobrenaturales del Espíritu Santo de conocimiento, discernimien-to, visión y poder profético, a declarar con valentía la verdad según te es revelada?” Connie respondió con un “¡Sí!” categórico a cada una de esas preguntas. Cuando nos pusimos de pie, su rostro resplandecía.

Las reflexiones del Senador Mack de ese día y las experiencias subsi-guientes nos relatan de manera directa cómo el Espíritu Santo aviva el fuego en nuestra alma:

“No hay manera adecuada de expresar las emociones de ese momento, pero al mirar hacia atrás las semanas siguientes, comprendí lo que estaba pasando. Tenía la sensación de que algo salía a borbotones de mi interior: el control de mi vida, y que éste era el comienzo de la entrega del control de mi vida a Dios. Enfatizo la palabra comienzo debido a lo que ocurrió después.

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“Mi esposa Priscilla y yo estábamos en Vermont. Hacía frío y neva-ba. Estaba disfrutando de una tarde tranquila, leyendo un libro sobre el Espíritu Santo como el mejor Consejero del mundo. Más tarde, decidí hacer una caminata por el bosque. Allí, en lo más profundo del bosque, tuve una experiencia que nunca olvidaré. Todo estaba en silencio. Los únicos sonidos que se escuchaban eran las ramas de los árboles tocándose entre sí.

“La suave brisa era como el movimiento del Espíritu Santo. En ese momento, tuve el deseo de orar. Deseaba realmente ponerme de rodillas, pero como oriundo de Florida y con los zapatos para caminar sobre la nie-ve, no estaba seguro de poder lograr ponerme de pie después. De modo que me quedé allí parado. Levanté las manos al cielo y le pedí a Dios que me llenara con su Espíritu Santo. Tuve la sensación de la plenitud del Espíritu: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio y la sensación de que tendría la capacidad de compartir estas cualidades con las personas que encontrara.”

Y ahora, algunos años más tarde, Connie Mack continúa irradiando el brillo de la plenitud del Espíritu Santo.

Cuando compartí la experiencia de Connie con el hombre en la con-ferencia de liderazgo, él expresó el deseo de que yo orara por él como lo había hecho por Connie. De modo que allí, en frente al fuego encendido, reconstruido con los tres leños que describí como los símbolos del poder, amor y dominio propio que nos ofrece Espíritu Santo como antídoto para el espíritu de timidez, cautela y cobardía, yo oré por él. Estoy feliz de informarle que ése fue un momento decisivo para ese hombre. Por primera vez en su vida, él pidió ser encendido por el fuego del Espíritu Santo. Desde esa noche, me he mantenido en contacto con él y cada vez que hablamos siento su emoción, entusiasmo y expectativas de ser un cristiano en llamas.

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Oleadas de bendiciónMientras usted lee todo esto, el Espíritu Santo está listo para soplar

con un fuelle la roja brasa en la ceniza blanca de la chimenea de su co-razón. Él aviva el fuego, sopla las cenizas y luego, para reemplazar el es-píritu de timidez, alimenta la llama titilante con poder, amor y dominio propio.

¡Se supone que usted y yo estemos ardiendo!Un poema escrito por mi amiga Sue McCollum expresa lo que he tra-

tado de comunicar en este capítulo. Ella lo escribió después de escuchar mi mensaje sobre la brasa roja en la ceniza blanca.

En mi corazón hay una brasa roja Donde solía haber un fuego Una pequeña brasa roja entre ceniza blanca, Es todo lo que tengo en mi interior.

Mi corazón solía ser un fuego ardiente, Sentía una gran pasión por el Señor. Pensaba que conquistaría montañas, Pero ahora estoy sentada aquí aburrida.

La hoguera se convirtió en una pequeña llama, Y luego en una pequeña brasa roja. Estaba perdida en la ceniza blanca, Apenas podía acordarme de mi Dios.

Pero Dios no me dejó ir Sino que sobre esa brasa sopló. Volvió a encender mi corazón Y me creó de nuevo.2

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El doctor Lloyd John Ogilvie es autor de más de 50 libros.

Anteriormente era el pastor principal de la Primera Iglesia

Presbiteriana de Hollywood, en California, y capellán del Se-

nado de los Estados Unidos. Ahora se dedica a liderar con-

ferencias para pastores sobre cómo predicar con pasión.

e siente exhausto? ¿Está perdiendo su entusiasmo espiritual? ¿Se siente ago-biado por los problemas y las presiones de los demás? ¿Necesita un nuevo

arranque de entereza?

En Una brasa roja en las cenizas blancas, el popular autor y pastor Lloyd John Ogilvie le conduce al Dios vivo y activo que está siempre presente para ayudarle. Cuando lo permita, Él…

• Le reanimará, de modo que su energía fluya por usted y le dé poder.

• Le permitirá amar las commas, cuando todo lo que lo rodea le diga “protégete

a ti mismo”.

• Sanará sus actitudes, de modo que las cenizas del pasado no lo sofoquen y que

la esperanza encienda su futuro.

¿