un matrimonio precipitado

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  • 8/9/2019 Un Matrimonio Precipitado

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    Un Matrimonio Precipitado

    Heather Allison  

    Un Matrimonio Precipitado (16.12.1998)Título Original: Marry in Haste (1998)Editorial: Harlequín Ibérica Sello / Colección:  Jazmín 1373 Género: Contemporáneo Protagonistas: Parker Laird y Abby Monroe 

     Argumento:

     A Parker Laird le encantaban el dinero, los negocios y el poder, en ese orden. Asu hermano Jay le encantaban las mujeres, rubias, morenas, pelirrojas... ¡y nonecesariamente en ese orden ni en ningún otro! Cada semana parecía profesar sueterna devoción a una chica distinta. Pero, en esa ocasión, Jay se había enamoradode la secretaria de Parker, Abby. Abby era simpática y eficiente, ¡y tenía unas

     piernas estupendas! Parker estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de que Jay seconcentrara en los negocios y que su secretaria se quedara en la oficina... ¡inclusoa casarse con ella!

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    Allison, Heather – Un matrimonio precipitado

    Escaneado por Polylopez y corregido por Mariquiña Nº Paginas 2-121

    Capítulo 1 

    —¿Abigail? ¿Podría venir a mi despacho?

    Poniéndose disimuladamente las sandalias, Abby Monroe se levantó y se alisóla falda. Se detuvo para recoger el cuaderno de notas y el bolígrafo que siempre teníapreparados, atravesó la mullida alfombra de color terracota y jade y entró en eldespacho de la Ayudante Ejecutiva de Parker Laird, de Perforaciones yProspecciones Laird.

    A Abby le encantaba su trabajo en el piso veintiséis del Edificio Laird. Al irascendiendo en los últimos cuatro años, había descubierto que, cuanto másimportante era la persona para la que trabajaba, más alto el piso en el que se hallabasu despacho y más gruesa la alfombra.

    Estaba en la última planta y las alfombras eran tan gruesas que casi rozaban con

    las puertas.Incluso la atmósfera era distinta. Abby se encontraba en el centro neurálgico de

    la compañía y el poder vibraba en el aire, generado por el propio Parker Laird.

    Valerie Chippin, la Ayudante Ejecutiva y jefa de Abby desde hacía cincosemanas, cerró la puerta y le indicó que se dirigiera a los sofás que había junto a losventanales del rincón.

    Era inusual. Nunca antes la habían invitado a sentarse en los sillones de cueroverde. Mientras la seguía, admiró la vista desde el espacioso rincón.

    Algún día ella tendría un despacho como ése, con todo Houston, Texas, ocualquier otro sitio, a sus pies.

    Se sentó en el sillón opuesto al de Valerie y cruzó las piernas a la altura de lostobillos.

    —He estado muy satisfecha con su trabajo estas últimas semanas —comenzó.Abby ocultó su sorpresa con una sonrisa. No era estilo de Valerie felicitar al personal,pero ella había seguido trabajando duro, como siempre—. Y también el señor Laird—añadió con diplomacia.

    Abby mantuvo la sonrisa, aunque estaba segura de que Parker Laird no tenía ni

    idea de su existencia. Oh, hacía un gesto con la cabeza si por casualidad te veía alsalir del ascensor, pero casi siempre iba leyendo el Wall Street Journal y no dejaba dehacerlo al entrar en su despacho, que abarcaba la mitad de la planta veintiséis.

    La mesa de Abby se hallaba situada frente al ascensor, y era la primera personaque veía la gente. Su trabajo, aparte de sus otros deberes, era actuar comorecepcionista. A pesar de que eso era un paso atrás respecto del puesto de secretariaque había tenido, no le importaba, ya que reconocía que era la que menos experienciatenía entre los miembros del personal de Valerie.

    Pero no siempre sería así.

    —Como ya sabe, me voy de vacaciones la semana próxima —prosiguió Valerie.—Abby abrió el cuaderno de notas, esperando que le encomendara varias

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    asignaciones, pero su jefa sacudió la cabeza—. Todavía no —respiró hondo—. No esun buen momento para qué me vaya, lo sé, ya que Laird está iniciando operacionesde perforación en los pozos petrolíferos de El Bahar, pero mi marido reservó estecrucero hace un año —sonrió y se palmeó su cabello perfectamente peinado. Abbycomparó ese elegante estilo con su propio pelo rojizo de rizos naturales einteriormente suspiró, añorando el profesionalismo de un pelo dócil—. Es nuestroveinticinco aniversario —confió Valerie.

    —Felicidades —repuso de forma automática, asombrada de que tratara esetema con ella.

    Rara vez tocaba su vida personal. Según los rumores, no la tenía, y a Abby no lecostaba creerlo. Sin importar lo temprano que Abby llegara ni lo tarde que se fuera,Valerie siempre estaba allí.

    Y también Parker Laird. De hecho, junto a su despacho tenía un dormitorio,

    cuarto de baño y cocina, aunque Abby no imaginaba por qué querría pasar la nocheen el Edificio Laird cuando era dueño de una fabulosa casa en la zona de River Oaksde Houston.

    —Amablemente, el señor Laird ha insistido en que mi marido y yo disfrutemosdel crucero —parecía creer que era importante que Abby no creyera que rehuía susdeberes hacia Parker Laird—. Estaré ausente un mes.

    —¿Un mes? —soltó sin pensárselo.

    —Sí —repuso Valerie con labios apretados.

    —Haré todo lo que esté a mi alcance para ayudar... —¿ayudar a quién? ¿Quién

    iba a ocupar el puesto de Valerie?.—Para proporcionar la máxima ayuda —corrigió—. Eso es de lo que quería

    hablar con usted, Abigail... —titubeó de forma visible—. Le he recomendado al señorLaird que usted sea su ayudante durante mi ausencia.

    —¿Me ha recomendado a mí? —la voz se le quebró con la última palabra. Supoque debía haberse mostrado confiada y profesional, tranquilizándola y haciéndolever que había tomado la decisión adecuada. Pero ser nombrada Ayudante Ejecutivaen Funciones de Parker Laird...

    —Está sorprendida —sonrió.

    Atontada era una mejor descripción, pero intentó no demostrarlo.

    —Me encanta la oportunidad...

    —Y se pregunta a qué se debe ese golpe de suerte —indicó Valerie consequedad, entrelazando los dedos sobre las rodillas. Abby guardó silencio. No laengañaría con negativas y no debería avergonzarse con mentiras—. Barbara y Nancyllevan conmigo mucho más tiempo, pero Barbara tiene dos hijos pequeños y Nancyun novio que no es tan comprensivo como mi marido Gordon con el exceso detrabajo. Me parece que usted no tiene novio, ¿verdad? —Abby negó con la cabeza—.

    ¿Obligaciones familiares? —repitió el gesto—. Es lo mejor. El señor Laird necesita aalguien que esté disponible prácticamente las veinticuatro horas del día —Valerie

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    suspiró—. A veces creo que Perforaciones Laird mantiene una operación en todas laszonas horarias del mundo. La persona que me sustituya deberá ser flexible...

    —¡Y yo lo soy! —Abby haría cualquier cosa para aprovechar una oportunidadcomo ésa.

    —...y una trabajadora entregada. También deberá tener decisión y, si puede leerlas mentes, eso la ayudará —Abby festejó el comentario con una risita apropiada,pero tuvo la sensación de que la otra hablaba medio en serio—. Disponemos de unasemana hasta que me marche. Le mostraré mis archivos para que se familiarice con elmodo de trabajo que le gusta al señor Laird —se levantó y Abby la imitó—. Nosreuniremos con él a su regreso del almuerzo en la Cámara de Comercio —atravesó eldespacho seguida de una aturdida Abby—. Hasta entonces, éste es el directorioejecutivo de la empresa Laird. Debería familiarizarse con los nombres y las fotos parasaber con quién trata el señor Laird con más frecuencia —le entregó un grueso librode bolsillo.

    Abby aceptó el directorio, aunque ya había dedicado varias horas del almuerzoa su estudio en un esfuerzo por ser más eficiente. Parecía que la iniciativa había dadosus frutos, y con más celeridad que la que nunca imaginó.

    —Gracias, señora Chippin. Agradezco la confianza que ha depositado en mí, nola defraudaré.

    —Cuento con ello, Abigail. La veré a las trece treinta —mientras hablaba,alguien cruzó por delante de la puerta—. Aguarde. Creo que va a recibir ahoramismo su primera lección de flexibilidad —murmuró.

    A los pocos segundos sonó el intercomunicador de la mesa de Valerie.—¿Valerie? Puedo recibirla ahora.

    —En seguida, señor Laird —enarcó las cejas—. ¿Lo ve? Ha regresado cuarenta ycinco minutos antes y espera que ya esté lista y disponible para la reunión quesolicitó.

    Con manos temblorosas, Abby asintió y garabateó una nota ilegible en sucuaderno. No debía revelar lo nerviosa que estaba o Parker Laird seguro que larechazaría como ayudante.

    Valerie la llamó con una señal, abrió la puerta que conectaba su despacho con lasala de reuniones y la condujo por ella. En el otro extremo una puerta daba aldespacho de Parker.

    —Cuando traiga gente para una reunión, hará que pase por la otra puerta,desde luego.

    —Por supuesto —murmuró Abby, capaz de deducirlo por su propia cuenta. Noobstante, tomó nota, principalmente para ver si los dedos ya le funcionaban bien.

    Entonces, Valerie abrió la puerta que daba al despacho de Parker Laird. Abbycontuvo el aliento cuando la parte inferior rozó la alfombra.

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    Parker Laird se hallaba de pie de cara a los ventanales detrás de su mesa,dictando algo en una pequeña grabadora personal. Giró y las miró, pero no dejó dehablar, aunque observó a Abby.

    Ésta no supo qué hacer, de modo que se enfrentó a esa inquietante mirada gris.

    Que pudiera estudiarla de forma tan exhaustiva y al mismo tiempo centrarse en loque dictaba, demostraba lo capaz que era de llevar él solo una compañía del tamañode Perforaciones Laird.

    Era joven para ese puesto, pero todo el mundo lo sabía. Y con su ondulado pelooscuro y cejas negras, resultaba increíblemente atractivo... aunque Abby lo sabía.Según los rumores, ese atractivo se desperdiciaba, ya que estaba casado... con laempresa. Incluso comentaban que si se cortaba, le salía petróleo de las venas.

    Hasta ese momento sólo lo había visto al salir o al entrar. Caminaba muydeprisa y sus largas zancadas dificultaban que la gente mantuviera su paso. Le

    divertía verlo emerger del ascensor, dirigirse por el pasillo hacia su despacho,seguido de hombres que resoplaban y todavía intentaban hablar con él. Con Valerieno andaba tan deprisa, pero aún así Abby la había visto tener que correr uno o dospasos de vez en cuando.

    Valerie se dirigió a dos sillones sin apoyabrazos situados en un extremo de lamesa de Parker; le indicó que ocupara uno. Alargó una mano hacia el borde delsólido escritorio y extrajo una extensión que se fijó en su sitio. En ella apoyó unaagenda enorme abierta en un calendario, junto con una pequeña grabadora como laque empleaba él. Luego esperó.

    Abby respiró hondo, agradecida por esos minutos para recuperarse, aunquecon Parker Laird a menos de dos metros de distancia, ¿cómo iba a conseguirlo?

    Se hallaba en su santuario, respirando su mismo aire. Volvió a inhalar. Habíaalgo diferente, algo que explicaba la electricidad de la atmósfera.

    Él miraba de nuevo hacia la ventana, así que lo estudió, recorriendo su perfilperfectamente modelado, su traje impecable y sus zapatos impolutos. Era evidenteque a Parker Laird sólo le iba la perfección.

    Esperó, lista para intentar la perfección.

    Pasaron los minutos. A él no le gustaba perder el tiempo, pero mientras Abby

    aguardaba que acabara lo que estuviera haciendo, empezó a sentirse impaciente. Sehallaba inmersa en varios proyectos que debía terminar antes de ocupar el puesto deValerie.

    Y ya era la hora del almuerzo.

    El dictó otra serie de comentarios; Abby miró al techo e hizo una mueca. ¿Nopodría haber esperado a terminar para llamarlas?

    En ese momento, sus ojos se encontraron en el reflejo de la ventana.

    La había estaba observando sin que ella lo supiera. Abby tragó saliva, con la

    boca súbitamente reseca.Entonces Parker se dio la vuelta y depositó la grabadora en la mesa.

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    —Lamento haberlas hecho esperar, señoras.

    Había visto su expresión. Mientras se ruborizaba, oyó que Valerie la presentaba.

    —Como ya hemos hablado, señor Laird, Abigail Monroe ocupará mi puestodurante mi ausencia.

    Ya se habían conocido antes, por supuesto, pero Abby sabía que sólo había sidouna de cientos de empleados sin rostro.

    —Gracias por ayudarnos aquí, Abigail —alargó el brazo para estrecharle lamano.

    —Por favor, llámeme Abby —dijo en un impulso cuando comprendió que noiba a recriminarle su impaciencia. Cerró la mano en torno a la suya, con gesto firmepero no abrumador. Acompañó el apretón seguro con una sonrisa fugaz.

    No lo había visto sonreír mucho y quedó sorprendida por su calidez.

    —¿Y cómo va la universidad, Abby? —preguntó, sentándose y girando el sillónpara observarla.

    Captó un movimiento a su izquierda cuando Valerie alzó la cabeza de repente yse la quedó mirando fijamente. Era evidente que no sabía que iba a la universidad, locual hacía que resultara más asombroso que Parker lo supiera.

    —Bien —cuando Valerie le preguntó por las obligaciones que tenía, no lemencionó las clases nocturnas—. Tengo el examen final de este curso esta semana —entendía que nada podía interferir con sus obligaciones hacia Parker Laird.

    A él no se le pasó por alto la mirada de sorpresa de Valerie.

    —Creo que Abby está aprovechando nuestro programa de incentivos paraformación académica.

    —Lo había olvidado —murmuró Valerie.

    —¿Qué estudia? —preguntó él. Mientras hablaba, quitó la cinta de la grabadoray se la pasó a Valerie, que la etiquetó.

    —Administración de Empresas —respondió, consciente de que Valerie estabairritada.

    Parker asintió, luego giró de nuevo en el sillón, poniendo fin a la conversaciónsocial.

    —¿Cuál es la agenda para esta tarde?

    Valerie activó su grabadora y, al instante, se puso a leer los compromisos queParker confirmó o corrigió.

    Hablaban en una especie de taquigrafía verbal que Abby apenas fue capaz deseguir. El día de Parker estaba programado en bloques de quince minutos hasta lasdiez de la noche y, a veces, realizaba más de una actividad en un bloque.

    Respondía a llamadas telefónicas mientras se ejercitaba en la cinta de andar. Se

    reunía con gente durante los almuerzos. Dictaba durante el trayecto que lo llevaba acasa.

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    Al parecer, jamás descansaba. A, Abby no le sorprendería que mientras dormíaescuchara cintas de autoayuda.

    Ella, que trabajaba a jornada completa y por la noche asistía a la universidad, encomparación se sintió una holgazana.

    —Abby, ¿cuándo tiene clase? —inquirió.—Este semestre sólo me matriculé en un curso —la sorprendió con la

    pregunta—. Las clases son los martes y los jueves de siete a diez de la noche.

    Increíblemente, Valerie lo apuntó en la agenda.

    —¿Y su examen final?

    —Este jueves.

    —Tache también el miércoles por la noche, Valerie —ordenó Parker—. Tendráque estudiar.

    Abby estaba perpleja y conmovida ante el hecho de que un hombre que por logeneral funcionaba a escala mundial, incluso pensara en unos detalles taninsignificantes.

    Quizá ése era su secreto: Piensa a lo grande, pero no olvides lo pequeño. Iba aaprender mucho en el mes que le esperaba.

    Durante los siguientes diez minutos, Abby escuchó el intercambio incesante yse preguntó cómo demonios mantendría esa velocidad.

    —De momento es suficiente —Parker alzó el puño de la camisa y miró la hora—

    . Que Abby actualice la agenda y que trabaje con usted por la tarde.Parker y Valerie intercambiaron una mirada.

    —Vaya a empezar con la agenda —dijo Valerie; cerró el calendario y se lo pasó junto con la cinta—. El nombre del fichero en el ordenador aparece en el margeninferior.

    Recogió la agenda, puso el directorio encima y se levantó. Sabía que iban ahablar de ella.

    —¿Transcribo también la cinta?

    Valerie asintió, y Abby se marchó con paso decidido.

    —Es muy joven —comentó Parker mientras observaba cómo se iba; luego miróa la mujer que había sido la ayudante ejecutiva de su padre y luego la suya en cuantose convirtió en Presidente de Perforaciones Drilling a la muerte de aquel—. Eleccióninteresante.

    —Abigail Monroe es brillante y una buena trabajadora.

    —He leído sus informes —apoyó la mano en una carpeta—. Pero, ¿cuántotiempo lleva con nosotros, seis semanas?

    Valerie se movió en el sillón.

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    —Es verdad; sin embargo, creo que tendrá más flexibilidad que Barbara oNancy.

    —La flexibilidad es importante —Parker sonrió interiormente. Valerie habíasido capaz de mirarlo a los ojos mientras hablaba, había que reconocérselo.

    Él sabía muy bien lo que hacía al dejar a una sustituía sin experiencia mientrasse iba de vacaciones y, en otras circunstancias, no lo habría permitido.

    Pero no eran circunstancias normales. La mejor cualidad que tenía la pequeñaAbby Monroe era ese rostro pecoso y esa falta de sofisticación de chica de campo queno atraerían a su hermano Jay.

    Valerie debía estar pensando en lo mismo.

    —¿La pongo al corriente de todos... los aspectos del proyecto de El Bahar?

    —Puede recalcarle lo importante que es que Jay no se distraiga bajo ningún

    concepto de sus preparativos para dirigir esa operación —Parker sonriósombríamente—. Y yo me ocuparé de que no falten actividades que lo mantenganocupado hasta el momento en que despegue su avión.

    —¡Oh, señor Laird! —Valerie juntó las manos—. ¡No debería abandonarlo enestos momentos!

    —No tiene elección —extrajo un sobre que contenía dos billetes de avión enprimera clase, y también el cambio de un camarote a una suite—. En todos los añosque ha trabajado para mí, Gordon jamás se ha quejado por tener que cenar solo y porlas vacaciones perdidas. Si cancela este crucero, nunca nos lo perdonará a ninguno de

    los dos —deslizó el sobre hacia ella—. Feliz aniversario.—¡Señor Laird! —Valerie tragó saliva, preparándose para un efusivo

    agradecimiento.

    —Que se divierta —la frenó con una mano alzada.

    Abby se concentró en evitar que las rodillas le temblaran al atravesar la mullidaalfombra de regreso a su mesa.

    ¡Iba a ser la Ayudante Ejecutiva de Parker Laird!

    Repitió ese hecho asombroso hasta que se tranquilizó y pudo volver a pensar.Al llegar a su escritorio soltó todo sobre él y dejó que se le aflojaran las piernas alsentarse.

    «Hola, soy Abigail Monroe, Ayudante Ejecutiva en Funciones de Parker Lairdmientras la señora Chippin está ausente. El señor Laird dará una fiesta para cinco el

     jueves a las veinte treinta horas».

    «Aquí Abby Monroe, Ayudante Ejecutiva de Parker Laird. Por favor, reserve lasuite Presidencial para el señor Laird».

    «Aquí Abby Monroe... sí, correcto, la Ayudante Ejecutiva de Parker Laird...»

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    ¿Cuántas veces había imaginado decir esas palabras o unas parecidas?Convertirse en Ayudante Ejecutiva había sido su meta desde que entró a trabajar enPerforaciones y Prospecciones Laird.

    No había imaginado que existiera ese puesto, hasta que prestó atención a las

    conversaciones de la oficina, y entonces le pareció el trabajo perfecto. Estímulo,viajes, responsabilidad, conocer a gente famosa... ésa es la vida que había llevadoValerie Chippin.

    Disponía de una limusina con chofer, iba a almuerzos en restaurantes de lujodonde servían platos exquisitos, llevaba ropa de marca y viajaba a destinos exóticos.Vivía del modo en que Abby había soñado al crecer en la pequeña ciudad de Haste,Texas.

    Cuando unas semanas atrás la ascendieron al personal de Valerie, quedóencantada, pensando que al fin el duro trabajo daba sus frutos.

    Y ahora esto.Desvió la mirada a los despachos de Nancy y Barbara; se habían ido a comer. Se

    preguntó si Valerie ya se lo habría contado. Probablemente, no. De lo contrario,dudaba de que exhibieran tanta tranquilidad. De hecho, no quería hallarse presentecuando lo hiciera.

    No es que no se llevara bien con ellas, pero las dos trabajaban juntas desdehacía varios años y Abby era la recién llegada. A ella le daban el trabajo rutinario ymenos interesante. La hora del almuerzo se planificaba para que siempre hubieraalguien disponible para contestar los teléfonos, pero Nancy y Barbara siempre iban a

    comer juntas y Abby después, sola.No le importaba. Aceptaba el hecho de ser la de menor rango. Hasta hace unos

    minutos.

    Miró la hora. Hoy no tenía tiempo para comer, aunque estaba tan entusiasmadaque de todos modos no hubiera podido hacerlo.

    Se puso a trabajar de inmediato en la actualización de la agenda y se hallabatranscribiendo la cinta cuando a la una menos diez regresaron Nancy y Barbara.Llegaban tarde, y notó que se habían marchado cinco minutos antes de su hora.

    Seguro que pensaban que nadie se daba cuenta, pero entonces supo que Valeriedebió percatarse de ello. Abby jamás salía antes y nunca llegaba tarde. De hecho, raravez se tomaba la hora que le correspondía.

    Pudo oírlas hablar en la oficina que compartían. A través del cristal ahumadovio que Valerie había vuelto. Tendría que informarles pronto del nuevo puesto queocuparía Abby.

    Al rato oyó la voz de Valerie en el intercomunicador.

    Sintiéndose cobarde, recogió el bolso y se escabulló de su mesa. Bajó por lasescaleras a la planta de abajo y se dirigió a las máquinas expendedoras.

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    Debería tomar algo para aguantar la tarde en forma, pero su estómago se rebelóante la idea de comer. Se decidió por un zumo de naranja que tuvo que obligarse abeber.

    No había nadie en el diminuto comedor, así que cerró los ojos y respiró hondo

    varias veces, tratando de no pensar en que pronto embarcaría en la mayoroportunidad de su carrera.

    Aunque sólo fuera por un mes, siempre podría poner en su currículum quehabía trabajado como Ayudante Ejecutiva en Funciones de Parker Laird, Presidentede Perforaciones y Prospecciones Laird.

    Tiró la botella vacía de zumo, luego se detuvo en los aseos de señoras pararetocarse el maquillaje y peinarse.

    Oyó las voces incluso antes de empujar la puerta al tocador.

    —¡Caro que he oído lo que ha dicho, pero sigo sin entenderlo! —resonó la vozenfadada de Nancy por todo los aseos—. Una de nosotras tendría que estar al mandodurante su ausencia, no Abby.

    Abby se paralizó.

    —Oh, tiene perfecta lógica —la voz de Barbara sonó moderada.

    —Sí, claro. Tú llevas aquí seis años, yo tres, y Abby menos de dos meses. Unalógica perfecta.

    —No vale la pena enfadarse por ello.

    —Quizá a ti no te importe pasar el resto de tu carrera como secretaria de unarecién llegada, pero yo quiero saber que algún día podré aspirar a ocupar su puesto.

    —Entonces, presta atención —Barbara rió—. ¿Cuántas veces se ha ido Valeriede vacaciones?

    —Nunca.

    —Correcto. Y ahora va a marcharse durante un mes entero, y en ese mes ParkerLaird descubrirá cuánto depende de ella, porque las cosas no funcionarán como laseda con Abby a cargo de la situación.

    —Razón por la que una de nosotras tendría que estar en su lugar.

    —Razón por la que ninguna de nosotras está en su lugar.

    Reinó el silencio.

    Abby trató de entender qué quería decir Barbara, pero no pudo.

    Al parecer, Nancy tampoco.

    —No lo capto.

    —Valerie quiere tener su bien pagado e influyente trabajo al volver. Le hahecho creer a Parker que es indispensable. Si cualquiera de nosotras ocupara su sitio,él descubriría que podemos realizar el trabajo tan bien como ella, pero Abby lofastidiará tanto, que se mostrará encantado con el regreso de ella.

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    —¡Qué lista es! —comentó Nancy con admiración—. Esto pienso recordarlo.

    Y también ella, juró Abby, saliendo de los aseos.

    Así que se esperaba que fracasara.

    Bueno, pues no les daría el gusto. Subió por las escaleras de vuelta a la plantaveintiséis. Les demostraría a todos que se equivocaban. Sabía que podía hacer eltrabajo.

    Lo único que le quedaba era demostrárselo a Parker Laird.

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    Capítulo 2

    El lunes siguiente, Abby llegó a la planta veintiséis a las siete en punto de lamañana. Iba pertrechada con trozos de papel en los que había apuntado lasinstrucciones de último minuto que Valerie le había dado por teléfono desde elaeropuerto de Houston y, sorprendentemente, desde Atenas.

    No se relajó hasta que llamó a la línea marítima para cerciorarse de que el barcohabía zarpado. Aun así, no le asombraría que consiguiera llamar desde el barco.

    Automáticamente se sentó a su mesa, y sonrió al recordar que tenía derecho ausar el despacho de Valerie durante un mes. Nancy y Barbara compartirían losdeberes de recepción. Mientras trasladaba la placa con su nombre, el calendario y elpisapapeles de cristal a su nueva mesa, tomó nota mental para informar al señorLaird de su agenda.

    Con los brazos llenos, abrió la puerta del despacho. Aunque la planta veintiséissiempre estaba en silencio, al saber que estaba sola le parecía fantasmal.

    Después de dejar las cosas sobre la mesa sustituyó la placa con el nombre deValerie por la suya. Abby había invertido en el pesado cristal grabado porque eldiseño parecía sustancial, pero femenino, y más importante que las placas de plásticomarrón que proporcionaba Laird a sus empleados. Junto a ella colocó el calendario a

     juego.

    El pisapapeles, aunque también de cristal pesado, no formaba parte del juego.Flotando en su superficie oval había sellos extranjeros timbrados, que le recordabanlos lugares a los que podría viajar si seguía trabajando por alcanzar su meta. Lo dejóal lado del monitor del ordenador.

    Antes de ponerse a trabajar, levantó las persianas y contempló la ciudad deHouston. Un sol anaranjado atravesaba la atmósfera sucia por los tubos de escape delos coches que a la hora punta atestaban las autopistas.

    Nadie en su familia podía entender el atractivo que para ella tenían las grandesciudades. «Llenas de gente, ruido, tráfico y polución», afirmaban.

    Pero Abby sentía el estímulo y la energía... y cedía ante la polución.

    La ciudad, este edificio, era donde sucedían las cosas, y en ese momento ella era

    una parte importante de ese proceso.O no tardaría en serlo en cuanto adivinara qué tenía que hacer a continuación.

    Sacudió la cabeza mientras rebuscaba entre las notas. Durante una semana, habíasido la sombra de Valerie y recipiente de volúmenes de nimiedades, pero no estabatan segura de su conocimiento de la rutina. Daba la impresión de que ningún día eratípico, y Valerie guardaba demasiada información en su cabeza. La dispensaba enpiezas fuera de contexto y siempre que la recordaba.

    Dedicó varios minutos a pasar notas a la agenda principal. Entre el desordendescubrió una cinta de cassette. Era del señor Laird. Probablemente estuviera sobre

    la mesa cuando Abby soltó los papeles.La introdujo en la grabadora y se puso los auriculares:

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    «Buenos días, Abby», la voz profunda de Parker Laird sonó en sus oídos. «Porfavor, realice los siguientes cambios en la agenda y tenga una copia revisada en mimesa tan pronto como sea posible».

    Mientras escuchaba las instrucciones, se sintió consternada al darse cuenta de

    que Parker había grabado la cinta esa mañana, antes de que ella llegara.¿Es que nunca dormía?

    Se concentró en su rápida voz. Aunque, por deferencia a su inexperiencia, confrecuencia explicaba qué quería y quiénes eran los miembros de diversos grupos,tuvo que rebobinar la cinta innumerables veces. Antes de las ocho de la mañana ya ledolía la cabeza. También le quedaban varias horas de trabajo por delante y aún nohabía hecho la copia de la agenda de la recepcionista.

    Pero, claro, se recordó, ése era el motivo por el que la Ayudante Ejecutiva teníapersonal a sus órdenes. Abrió la puerta que conectaba el despacho de Valerie con el

    de Barbara y Nancy y se detuvo en seco.Estaba vacío. Ya eran las ocho y diez.

    Sonó su intercomunicador.

    —¿Abby?

    Parker. Saltó para responder.

    —¿Sí, señor Laird?

    —No me dejó un mensaje, por lo que no sabía si había llegado.

    —Llevo aquí más de una hora —en la cinta no se mencionaba nada sobre unmensaje.

    —Me gustaría haberlo sabido. La estaba esperando.

    —Iré de inmediato —no había censura en su voz, pero igual se ruborizó.

    Se abanicó la cara y se dirigió a su despacho, pero se paró. Al no haber llegadoaún Nancy y Barbara, no quedaba nadie para responder al teléfono. Y Abby no habíatenido oportunidad de imprimir la agenda.

    Garabateó unas instrucciones en una nota y la pegó en el centro del monitor deBarbara, luego corrió al despacho de Laird.

    Qué comienzo tan horrible.

    Sin aire, arribó al centro de poder sin percatarse de la atmósfera, de la alfombrao de la vista. Pero sí lo notó a él.

    Se hallaba en un extremo de la estancia ante una larga mesa cubierta conmapas. Sin mirarla, con un leve movimiento de los dedos le indicó que entrara.

    Abby no supo si debía unirse a él u ocupar el sitio habitual en un rincón de suescritorio. Valerie siempre parecia saberlo, pero Abby no supo cómo. Insegura,decidió esperar cerca del escritorio.

    —¿Olvidó decirme esta mañana que había llegado?

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    —No había ninguna orden de hacerlo en la cinta que me dejó.

    No respondió, y Abby permaneció en silencio. Todavía no la había mirado. Alfin se irguió, con el dedo dio unos golpecitos sobre el mapa, lo miró un poco más yentonces, con un movimiento abrupto, dio la vuelta y se dirigió a su escritorio.

    —A partir de ahora, cuando llegue deje un mensaje.—Sí, señor Laird —tomó nota mental de ello. Era una costumbre que Valerie no

    le había mencionado. Esperó que el desliz no fuera adrede, aunque sospechaba quesí.

    —¿Tiene una copia de la agenda revisada? —se sentó en el sillón y giró paramirarla.

    —Trabajaba en ello cuando me llamó. Le dejé instrucciones a Barbara para queimprimiera una copia.

    —¿Y eso será a las...? —observó su reloj y luego a ella.Abby tragó saliva, indecisa entre defenderse a costa de exponer los retrasos de

    Barbara y Nancy o aceptar la culpa por no estar organizada.

    —Tan pronto como sea posible, señor Laird —repuso y lo miró, con el bolígrafolisto.

    Él continuó observándola, con expresión en blanco, como si esperara que ellacomprendiera algún concepto. Abby tuvo la horrible sensación de que no habíaconseguido engañarlo.

    —¿Tiene algunos cambios más que realizar a la agenda antes de queimprimamos una copia final? —preguntó, más que nada para sonar eficaz a pesar desu ineficacia.

    —Nunca hay una copia final —murmuró él—. Sólo una copia muy reciente.

    —¿Tiene algunos cambios más que realizar a la agenda antes de queimprimamos la copia más reciente? —corrigió como si antes no hubiera hablado.

    Parker Laird parpadeó. La miraba como si se estuviera divirtiendo y tuvieraganas de sonreír.

    —¿Café? —preguntó.

    —No, gracias, señor Laird —la observó con la misma expresión—. ¡Oh! —Abbyse puso en pie de un salto—. ¡Café! —Interiormente se encogió—. Yo... yo...

    —Preparar café no es una de sus responsabilidades —dijo, alzando una mano—, pero si por casualidad está bebiendo una taza cuando la llame, siéntase libre detraerla consigo.

    —Por supuesto, señor Laird —era bebedora de té, pero no podía imaginarse losuficientemente relajada como para hacerlo delante de él.

    —De hecho, si deseara una, digamos ahora mismo, puede traerla cuando venga

    con la agenda —habló con tono mesurado, poniendo un leve énfasis en las últimaspalabras.

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    «Venga con la agenda». Abby recibió el mensaje.

    —Gracias, señor Laird —retrocedió por la estancia—. Es muy considerado porsu parte.

    «Idiota, idiota, idiota», se reprendió mientras corría de vuelta a su oficina.

    Increíblemente, ni Barbara ni Nancy habían llegado. Se sentó ante el ordenador,abrió el fichero de la agenda e introdujo los cambios, consciente del paso deltiempo... de que ese bloque de quince minutos estaba dedicado a «Telefonear a IanDouglass en Aberdeen» y no a «Esperar que Abby imprima la agenda».

    Le gritaba «¡Date prisa!» a la impresora láser cuando apareció Barbara, con unataza de café en la mano.

    —Veo que esta mañana estamos un poco agobiados —comentó.

    —¿Dónde estabas? —espetó Abby. Había repasado distintos enfoques para

    censurarles su retraso. Este no era uno de ellos.—Valerie nos dijo que esta mañana llegáramos a las ocho y media. Pensó que

    eso te daría tiempo para organizarte.

    Abby arrancó las hojas de la bandeja de la impresora.

    —A partir de ahora, por favor, llegad a las ocho en punto. Incluso antes, sipodéis —estaba tan enfadada que apenas podía mirarla.

    —Lo intentaré, pero depende del tráfico, y la escuela no permite que los padresdejen a los niños antes de las siete y media.

    —Yo llegué a las siete —indicó, mirándola a la cara—, y ya había toda una cintade instrucciones esperándome —«¿Comprendes ahora por qué Valerie me nombróAyudante Ejecutiva en Funciones?»

    Al parecer, Barbara recibió el mensaje no pronunciado de Abby.

    —¿Qué puedo hacer? —preguntó, guardando el bolso en el último cajón de sumesa.

    —Vuelvo al despacho del señor Laird. Tiene una reunión a las diez y antesquiere unos archivos para estudiarlos. Los detalles están en mis notas.

    —Me ocupare de ello.

    Contenta de que el desafío a su autoridad hubiera quedado zanjado tan pronto,regresó a toda velocidad al despacho del señor Laird. Al llegar a su puerta, respiróhondo varias veces para no entrar jadeando.

    Parker estaba de cara a los ventanales hablando por teléfono cuando, ensilencio, Abby ocupó su silla en el extremo del escritorio.

    —Sí, Ian.

    Ésa debía ser la llamada de las ocho y treinta a Aberdeen. Abby recordó su juramento de tener algo con lo que ocuparse. No lo tenía, así que se puso a estudiar

    la agenda, repartiendo las tareas entre Barbara y Nancy. Acabó en tres minutos, perofingió que no.

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    No pensaba alzar la vista al cristal.

    Mientras trabajaba, se le puso la piel de gallina. «Me está mirando».

    Pero eso era ridículo. No miraba de verdad. Probablemente tenía la vista enblanco mientras se concentraba en la llamada.

    Por su experiencia con Valerie durante la última semana, había aprendido que aParker le gustaba tomar notas inmediatamente después de haber hablado porteléfono, de modo que cuando colgó, se quedó quieta.

    Garabateó unas líneas, luego la contempló con una ceja enarcada.

    —Aquí está la agenda, señor Laird —se levantó.

    —Llámeme Parker, Abby—dijo, quitándosela de las manos.

    ¿Que lo llame Parker? Abby movió la boca, pero no consiguió articular palabra.

    Él volvió a mirarla.—De... de acuerdo, señor Laird.

    —Parker.

    —De acuerdo, señor Parker.

    —Cuando me llame Parker, debe eliminar el señor.

    —Sí, señor.

    —¿Le molesta emplear mi nombre? —frunció el ceño.

    Esa no era la palabra adecuada. Quizá sí le incomodaba, pero no queríareconocerlo.

    —Valerie siempre lo llama señor Laird, por lo que estoy acostumbrada a eso.

    —Valerie me ha llamado señor Laird desde que tenía trece años. No puedoquitarle ese hábito. Si la ayuda, piense en Parker como un modo más eficiente deemplear el tiempo. Son sólo dos sílabas.

    —Sí, señor —¿estaba bromeando?

    La observó detenidamente antes de centrar su atención en la agenda.

    —La reunión de las diez es informal y no creo que dure más de una hora. Sinembargo... —calló y escribió una nota—... mi hermano estará con nosotros, y Jay esnotoriamente impredecible, por lo que podríamos continuar hasta el almuerzo.Quiero que esté preparada para pedir bocadillos... ese tipo de cosas. Valerie suelerecurrir a la cafetería de la esquina —agitó la mano—. Presentan bocadillos variadosque han funcionado bien en el pasado.

    Abby la conocía; ella hacía los pedidos.

    —Sí, señor... Parker.

    —¿Abby? —ella alzó la vista y se encontró con sus ojos grises—. Parker —

    murmuró—. Sólo Parker.—Parker —repuso, asintiendo—. Sólo Parker.

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    «Parker, Parker, Parker», taladró en su mente. ¿Qué le pasaba? Al pedirle que lollamara Parker, intentaba que se sintiera relajada y ella lo había convertido en algoincómodo.

    Durante los siguientes diez minutos, Abby evitó llamarlo por ningún nombre.

    —Regresaré con los archivos —informó cuando terminaron, pero él ya habíacentrado su atención en el siguiente compromiso.

    Por suerte, Barbara se los había dejado en la mesa. Cuando los entregó, Nancyya había llegado y las dos estaban preparadas. Abby les mostró la agenda y las tareasasignadas y, sin quejas ni comentarios, se pusieron a trabajar.

    Se sentó para recuperar el aliento. Estaba sujetándose el pelo atrás cuando elmensajero interno entró con su carrito llevando dos cajas negras que contenían lacorrespondencia, los informes, los mensajes, las solicitudes y los memorandos de lamañana.

    Era trabajo de la Ayudante Ejecutiva cribarlo todo y decidir que merecía laatención personal del señor Laird... Parker, y qué debía manejar el personal.

    Acababa de empezar con un sobre marrón cuando empezó a sonar el teléfonointerno. Resignada, aguardó que sonara el suyo.

    Sin duda, esa primera llamada sería por algún problema serio que ella no sabríasolucionar. Apoyó la cabeza en la mesa y, cuando sonó el teléfono, le pareciódemasiado alto.

    —Peter Frostwood en la línea uno —anunció Nancy. Tenía el primer turno de

    recepcionista.Era el director de Laird Norteamérica. Por supuesto. ¿Acaso no lo había

    esperado?

    —Abigail Monroe —dijo.

    Reinó un breve silencio.

    —Pedí con Valerie.

    —Soy Ayudante Ejecutiva en Funciones durante la ausencia de la señoraChippin —le recordó. Habían enviado un memorando a todos los jefes de

    departamento. Ella misma los había redactado.—Dígale a Parker que necesito verlo tan pronto como sea posible.

    Aquí empezaba lo arriesgado. Abby tenía que decidir, sin saber si PeterFrostwood era del tipo alarmista, si interrumpir los preparativos de la reunión otransmitirle el mensaje durante su conferencia del mediodía. Pedirle a un altoejecutivo que le diera detalles era presuntuoso. Interrumpir a Parker por cada cosapequeña anulaba la razón de ser de una ayudante ejecutiva.

    —El señor Laird está preparando una reunión que tendrá lugar a las diez de lamañana y su agenda del día está llena —explicó—. ¿Le paso con él para que discuta

    la hora en que le sea conveniente verlo?—Sí, adelante.

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    Abby llamó a Parker. Si ponía alguna objeción a la interrupción, se lo diría.

    —Peter Frostwood necesita hablar con usted.

    —De acuerdo.

    Y eso fue todo. Había elegido bien. Esa vez.

    Contempló las dos cajas llenas. La semana anterior había repasado unas cajassimilares con Valerie y sabía que habría otra entrega por la tarde.

    Tal como le había enseñado, separó los documentos en grupos que requeríanacción, firma e información. Valerie seleccionaba los artículos de acción, pero ella aúnno se sentía capaz. Los informes de producción, tediosas páginas con números,debían ser introducidos en la hoja de cálculo del ordenador. Con frecuencia, ésehabía sido el trabajo de Abby y le encantó asignárselo a Nancy.

    El teléfono no paró de sonar y descubrió que se iba retrasando.

    A las nueve y media fue a arreglar la sala de conferencias. Entre las distintascosas, debía ocuparse de que hubiera café.

    Pero Parker Laird no se conformaba con el envasado. Valerie le había dado losnombres de la mezcla que le gustaba, junto con el hecho de que prefería los granostostados un preciso número de segundos y recién molidos.

    Para Abby, un grano de café era un grano de café. Los metía en el molinillo,luego los echaba en un filtro metálico, añadía agua del grifo y esperaba lo mejor.

    El resto de la bandeja era tan complicada como el propio Parker Laird. Nada desobres de leche en polvo ni tazas de plástico. Eso sería demasiado fácil, gruñó para símisma. Debía haber leche desnatada y leche entera. Parker ofrecía azúcar de cañaintegral y refinada, y dos tipos de edulcorantes sintéticos. El café se serviría en tazasgrandes de color azul con el logo en blanco de Perforaciones y Prospecciones Laird.

    Cuando terminó de preparar una jarra de descafeinado y llevado la bandeja,sólo faltaban diez minutos hasta la hora en que se suponía que debía comenzar lareunión. Sintiéndose acalorada, se agachó en busca de las servilletas. Eran blancas,con el logo en azul.

    —Holaaa, Valerie, cariño. ¿Te has decidido ya a abandonar a tu marido yescapar conmigo?

    Abby se incorporó con los ojos muy abiertos. Apoyado en la puerta de la sala deconferencias había una versión más joven de Parker. Se trataba de la perversamenteencantadora oveja negra de la familia, Jay Laird. En persona, Abby sólo lo había vistola parte de atrás de la cabeza, ya que rara vez se presentaba.

    Era tan atractivo como comentaba todo el mundo, con los ojos grises y el pelonegro de los Laird. Tenía la piel bronceada y sus rasgos no eran tan marcados comolos de Parker.

    —No eres Valerie —Abby sacudió la cabeza. Entró, con una sonrisa cautivadoray un brillo de interés en los ojos—. De todos modos, escápate conmigo.

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    —Yo… no... puedo hacerlo —cerró la puerta del aparador—. No he terminadode preparar la sala para la reunión.

    —Sillas, mesa... —miró en derredor de la sala—. ¿Qué más hace falta?

    —Agua —repuso Abby.

    —Ah —metió las manos en los bolsillos de sus pantalones caqui y ladeó lacabeza—. Si yo traigo el agua, ¿podemos escabullimos juntos?

    Abby no pudo evitar esbozar una sonrisa.

    —Señor Laird, se supone que usted debe asistir a la reunión.

    — Jay, por favor —invitó, haciendo una mueca.

    — Jay —repitió ella con facilidad.

    —Sabes quién soy —comentó, observándola.

    —Todo el mundo saben quién es.—Pero, ay, yo no sé quién es todo el mundo.

    Abby abandonó la microscópica esperanza de que hubiera notado su presenciadurante los últimos cuatro años.

    —Soy Abby Monroe. La señora Chippin se ha ido de crucero y yo ocupo sulugar.

    —Un crucero —alzó la vista al cielo—. Se marchó sin mí —la miró conexpresión sentida—. Estoy abatido —Abby rió, sintiendo por primera vez que se

    evaporaba la tensión de la mañana—. Así que a ti te ha tocado la pajita más corta —pasó la mano de ella por su brazo—. Cuéntaselo todo al tío Jay.

    —¿Sobre qué? —con una sonrisa, Abby liberó su brazo y recogió dos jarras paraagua vacías.

    —Trabajar como una esclava para mi hermano. ¿Te queda algo de vidapersonal? — Jay la siguió a la diminuta cocina.

    Apenas había espacio para una persona, y fue consciente de que lo tenía cercamientras llenaba las jarras.

    —Éste es mi primer día.

    —¡Rápido! —le aferró los hombros—. ¡Huye mientras puedas!

    Entre risitas, Abby le pasó una jarra.

    —No le temo al trabajo duro.

    —Está el trabajo y está el resto de tu vida —llevó el agua a la sala deconferencias—. Mi hermano y yo diferimos sobre el tiempo que habría que dedicarlea cada uno. Verás, yo trabajo para vivir. Parker vive para trabajar.

    No era su cometido hacer un comentario, aunque Abby pensó fugazmente enlas fotos de un Jay sonriente que aparecía con asiduidad en las secciones de sociedadde los periódicos. Parker siempre lo hacía en las de economía y negocios.

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    Siguió a Jay, colocó las jarras en una bandeja y dio un paso atrás para examinarla distribución que había hecho encima del aparador.

    —Es como si llevaras años dedicada a ello. Ni Valerie podría haberlo hechomejor.

     Jay había dicho exactamente lo que ella anhelaba oír. Se sintió complacida y lomiró con sonrisa brillante.

    — Jay, te andaba buscando.

    A Abby la sonrisa se le desvaneció en el acto y miró hacia la puerta, dondeestaba Parker. Algo inindentificable centelleaba en sus ojos; se preguntó si deberíahaberle anunciado la llegada de su hermano.

    —Y ya me has encontrado —repuso el otro con ligereza.

    —Molestando a mi ayudante, ya veo —Parker avanzó con inusual lentitud y

    dejó caer unas carpetas sobre la mesa oval.—Echándole una mano con los preparativos.

    —Todo parece estar en orden —comentó Parker, mirando el aparador.

    Aunque en la superficie ambos hablaban con tonos no beligerantes, Abbypercibió una tensión subyacente entre ellos. Era hora de marcharse.

    —¿Necesita algo más, señor Laird?

    —¿Me traería el mapa que dejé en mi mesa de trabajo?

    Se dirigió a su despacho, sin saber si Parker estaba enfadado o no. Seguro que

    no debía anunciarle a su propio hermano.Enrolló el mapa y regresó a la sala de conferencias. Los dos hombres resultaban

    visibles a través del umbral. Parker había abierto las carpetas y le hablaba a Jay,quien mostraba una expresión resignada mientras hojeaba los papeles.

    —Preferiría contratar a mi propio equipo —decía cuando Abby depositó elmapa en silencio junto al codo de Parker.

    —Llegarás la semana próxima —la voz de Parker sonó seca—. No dispones depersonal de apoyo autóctono ni de experiencia.

    —Tengo experiencia —espetó su hermano—. Es distinta que la tuya, por eso ladescartas.

    Los hermanos se clavaron las miradas. Sin parpadear, Parker abrió otra carpetay la empujó hacia Jay.

    —Ian Douglass es un hombre competente, con veintitrés años de experiencia enperforaciones en sitios remotos.

    —Lo tendré en cuenta. Gracias por el consejo.

    —No es un consejo. Lo contraté esta mañana.

    —Pues ya puedes descontratarlo esta tarde.

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    Abby contuvo el aliento y, con la máxima discreción, intentó evaporarse de lasala.

    —Abby, haga pasar a todos a medida que vayan llegando.

    —Sí, señor Laird.

    La observó con gesto inexpresivo, pero Jay le guiñó el ojo y ella giró en el acto,antes de que Parker pudiera verla sonreír.

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    Capítulo 3

    Abby escoltó a los asistentes a la sala de conferencias, donde fueron recibidospor los hermanos Laird. Jay era afable, con risa contagiosa y sin la intensidad querodeaba a su hermano. La hacía sonreír.

    Parker la ponía nerviosa.

    Esperaba la perfección y ella estaba decidida a dársela. La presión depreguntarse cuándo iba a cometer un error, como sin duda sucedería, la desgastaba.

    —Aquí tiene, señor Danvers —le pasó café a un hombre que lucía una corbatavaquera sujeta por un broche con un diamante cortado en la forma de Texas.

    —Gracias, corazón —atronó—. ¿Cómo va la universidad?

    —Tuve el examen final el jueves pasado.

    —¿Te has graduado ya? —ella sacudió la cabeza—. Házmelo saber en cuanto telicencies, ¿me has oído?

    Abby sonrió. Diamond Don Danvers era todo un personaje. Le encantaba ir deestereotipo del petrolero texano, donde todas las mujeres jóvenes eran «corazón» ytodos los hombres jóvenes sus «hijos». Viejo petrolero, se había ganado el derecho asu teatralidad. Todo el mundo lo conocía... él se cercioraba de ello. Abby sentíapredilección por él porque la primera vez que la vio sentada ante su mesa delante delascensor se detuvo y se presentó. No le importó que sólo fuera una secretaria, ni queParker y su séquito hubieran seguido pasillo abajo. Diamond Don se tomó el minutoadicional para enterarse de quién era y, a partir de ese momento, siempre le

    preguntaba cómo le iba en la universidad.Con el café en la mano, Diamond Don se acercó a Parker y Abby sacudió la

    cabeza, pensando que no podía haber dos individuos de temperamento másdiferente.

    Salvo, quizá, Parker y su hermano.

    Se mantuvo cerca del aparador para ver si debía preparar más café antes de quecomenzara la reunión.

    —¿Empezamos? —preguntó Parker, aunque por el modo en que lo hizo nadie

    lo interpretó como una pregunta.Reconociéndolo como una señal para marcharse, se dirigió a la puerta. Como él

    grababa la reunión, no debía tomar notas, pero permanecería en el despacho deValerie por si la necesitaba para algo.

    —Dios Todopoderoso, Parker —la voz de Diamond Don atravesó losmurmullos de la gente —. ¿Qué le has hecho a tu café, hijo?

    Abby se paralizó.

    Diamond Don bebió otro sorbo e hizo una mueca.

    —A mí me sabe bien —anunció Jay, tragando, aunque parpadeó y evitómirarla.

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    Abby sintió las manos heladas al mirar a Parker.

    Observó la taza y removió un poco el líquido.

    —Es un nuevo grano que estoy probando —se dirigió al grupo—. Volcán VerdeIndonesio. Estoy pensando invertir en sus cafetales.

    —Volcán Verde —Diamond Don sacudió la cabeza—. Sabe a ceniza volcánica,no cabe duda—dejó la taza a un lado—. Pasaré de él, hijo.

    Murmullos encendidos acompañaron la declaración de Diamond Don.

    —Tome nota de no comprar nunca más esta marca, ¿quiere, Abby? —Parker lamiró antes de centrar su atención en la agenda—. Y dígale a Barbara o a Nancy quenos preparen un poco más de café.

    Asintió y escapó.

    De vuelta en su despacho, cerró la puerta y se apoyó en ella, con los ojos

    entornados mientras se relajaba un poco. Al inhalar notó que podía percibir elperfume de Valerie. La fragancia había impregnado su despacho, recordándole másque cualquier otra cosa que sólo era la Ayudante Ejecutiva temporal.

    No quería que nada se lo recordara. Algún día dejaría de ser temporal. Seacercó a su mesa, tomó nota sobre el café, le pidió a Nancy que preparara más, luegoanotó echar aroma de pino por el despacho de Valerie.

    Se quitó las sandalias y hundió los pies en la mullida alfombra. Fue unabendición que el teléfono no sonara en una hora y media. Nancy o Barbara debíanestar ocupándose de las llamadas entrantes. Abby distribuyó todo el contenido de

    una caja y ya iba por la segunda cuando sonó el intercomunicador.—¿Sí, señor Laird?

    —Abby, parece que vamos a almorzar aquí —la voz de Parker sonó tancompuesta como siempre, aunque esa decisión destrozaba toda su agenda.

    —Pediré bocadillos.

    —Perfecto.

    Se puso de pie y estiró los brazos por encima de la cabeza. Había sido unamañana larga y le esperaba una tarde aún más larga.

    Levantó el auricular e intentó acercar el Rolodex de Valerie. El enormearchivador de direcciones y teléfonos no se hallaba en su lugar habitual. No era deextrañar que hubiera tanto espacio. Abby miró en el alféizar de la ventana, luego

     junto al ordenador, detrás del monitor, en los archivadores y en los cajones de lamesa antes de rendirse.

    —¿Alguna de vosotras tiene el Rolodex de Valerie? —preguntó a Barbara yNancy desde el umbral. Las dos alzaron la vista de sus ordenadores y negaron con lacabeza—. Ha desaparecido.

    Barbara apretó un botón en la grabadora y se quitó los auriculares.

    —¿Qué quieres decir con que ha desaparecido?

  • 8/9/2019 Un Matrimonio Precipitado

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    —No puedo encontrarlo, y se supone que debo pedir unos bocadillos.

    Nancy asintió y buscó en su propia agenda.

    —Yo haré el pedido, pero, ¿de qué tipo?

    Las tres se miraron. El Rolodex contenía información personal sobre todos losque hacían o habían hecho negocios con Parker Laird.

    —¿Quién está en la reunión? —preguntó Barbara.

    —Bueno, Diamond Don —Abby intentó recordar a los demás, pero su crecientepánico borró los nombres de su cabeza.

    —Entonces debe haber al menos uno de carne asada —murmuró Nancy—. Mepareció ver pasar a una mujer con un traje rojo.

    Luchando por contener sus emociones desbocadas, Abby asintió.

    —Debe ser la abogada corporativa que lleva el proyecto de El Bahar. Y vi a Jay...—Barbara miró al techo—. Probablemente se trate del grupo que se reunió el lunespasado.

    —Pediré la misma variedad de bocadillos —confirmó Nancy.

    —Cerciórate de que la carne asada de Diamond Don esté poco hecha —recordóBarbara.

    —Sí.

    Respirando con más tranquilidad, Abby se apoyó en un archivador.

    —Gracias —sólo entonces reconoció que había temido que Nancy y Barbara nola apoyaran. De no ser por su diligencia, podría haber hecho algo estúpido, comointerrumpir la reunión para preguntarle a Parker qué clase de bocadillos pedir.

    Barbara se dirigió al despacho de Valerie. Abby la siguió y vio cómo buscaba enlos mismos sitios en que lo había hecho ella.

    Momentos después apareció Nancy en la puerta.

    —¿Lo has encontrado?

    —No, y no creo que vayamos a localizarlo —repuso Abby, con un nudo en elestómago.

    —¿Crees qué Valerie se lo llevó? —inquirió Barbara sin tapujos.

    —¿Tú no? —Abby se dejó caer en el sillón.

    —¿Por qué haría algo así? —protestó Nancy—. No tiene ningún sentido. Sabeque necesitaremos sus notas para... oh.

    Ella y Barbara intercambiaron una mirada, y Abby supo que recordaban suconversación en los aseos. También ella la recordó.

    Al llevarse el viejo Rolodex, con sus valiosas observaciones de años, Valerie sehabía ocupado de que Abby no pudiera encajar a la perfección en su sitio. Ahíestaban los hoteles que prefería Parker, instrucciones especiales, restaurantesfavoritos, incluso quién llevaba algo a su despacho y los nombres de cónyuges e

  • 8/9/2019 Un Matrimonio Precipitado

    25/121

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    hijos…  todos los pequeños detalles que contribuían a darle una pequeña ventaja aParker en sus tratos de negocios.

    —¿Estaba informatizada esa información? —preguntó Abby. Las dos hicieronun gesto negativo. «Piensa», se ordenó, aunque lo que deseaba era gritar...

    preferiblemente a Valerie—. Entonces tendremos que recrear sus notas.—Debes estar bromeando —Nancy puso los ojos en blanco.

    Mirando cómo los talones se hundían en la alfombra, Abby giró el sillón de unlado a otro.

    —La cuestión es —comenzó con elaborada indiferencia—, que no disponer dela información de sus ficheros nos hace quedar mal a todas, incluida Valerie.

    —¿Y eso? —la voz de Nancy mostró un tono defensivo y beligerante.

    Barbara guardó silencio y Abby supuso que estaba llegando a la misma

    conclusión.—Yo sólo pertenezco a este departamento desde marzo; ¿tú cuántos años

    llevas?

    —Tres —Nancy alzó el mentón—. ¿Y qué?

    —Sé que tú llevas más tiempo —Abby miró a Barbara, quien cruzó los brazos—. Por supuesto, el señor Laird espera que vosotras dos sepáis más sobre el quehacercotidiano que yo, porque si no habéis aprendido nada después de tantos años... —dejó que su voz se perdiera cuando Barbara y Nancy intercambiaron una mirada.

    —Pareceríamos estúpidas o perezosas —Nancy apoyó una mano en la cadera ysacudió la cabeza enfadada—. ¿Y eso cómo hace que Valerie quede mal?

    —Porque ella nos contrató —respondió Barbara.

    —Y porque ella es la directora —añadió Abby—. En el curso de dirección deempresas que estoy tomando, hemos aprendido a delegar y a tomar las medidasadecuadas ante el caso de que debas ausentarte de tu despacho. De ese modo, todofunciona a la perfección. ¿Sabíais que no existe un Manual de Política yProcedimientos de la Empresa?

    —No tiene por qué haberlo —indicó Nancy—. La política es hacer lo que te

    ordenan. El procedimiento es hacerlo lo más rápido que puedas.Barbara rió, pero Abby no.

    —¿Y si Valerie no tiene el Rolodex, o si decide que le gusta tanto Grecia que nodesea regresar? —no aguardó una respuesta. Además, todo el mundo sabía quevolvería—. Imprimiré mis notas en un manual, de modo que cualquiera de vosotraspueda hacerse cargo del departamento en caso de que yo no esté —cuando terminóde hablar, las otras dos asentían.

    —Yo he tomado mis propias notas —ofreció Nancy, con la primera sonrisaauténtica que le había dirigido desde que Valerie la nombró su sustituta—. Por lo

    general soy yo quien hace las llamadas de teléfono.—Estupendo —Abby le lanzó una mirada cálida.

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    Allison, Heather – Un matrimonio precipitado

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    —Yo sé una o dos cosas —añadió Barbara—. Iniciaré un fichero —se dirigió asu despacho, se detuvo y giró para mirar a Abby—. Realmente odiaría parecerincompetente.

    —Claro que también haremos quedar bien a Valerie —se quejó Nancy—. Fue

    mezquino por su parte llevarse el Rolodex.—Quizá no lo hizo a propósito —dijo Abby. Las dos la miraron—. Y tal vez sí

    —sonrió y todas compartieron una carcajada.

    Antes de seguir a Nancy a su mesa, Barbara señaló una de las cajas negras.

    —¿Ya está ordenada?

    —Sí —Abby no había querido mencionar el montón de trabajo. Si no hubieratenido que parar para preparar la reunión, ya lo habría distribuido—. ¿Podrías pedirque subiera alguien de mecanografía de la planta de abajo? Sin Valerie, nuestrogrupo laboral se ha reducido en un veinticinco por ciento. No quiero que nosretrasemos.

    —Buena idea —Barbara recogió la pila de documentos—. Si aprovechamos losbocadillos sobrantes, Nancy y yo podemos quedarnos la hora del almuerzo yterminar de introducir todo en el ordenador a la una y media.

    Abby asintió, e hizo una mueca ante un pensamiento que le vino a la cabeza.

    —¿Qué clase de bocadillos le gustan al señor Laird? Ni siquiera se me ocurriópreguntar.

    —Raros —respondió Barbara—. Le gusta que lo sorprendan y la cafetería hace

    experimentos.¿A Parker Laird le gustaba que lo sorprendieran? ¿Era el mismo Parker Laird

    que fanáticamente programaba sus días en bloques de quince minutos?

    —Cuéntale lo de los champiñones —indicó Nancy desde su despacho.

    —Oh, sí. La última vez enviaron champiñones asados con tomate en panfermentado —Barbara suspiró—. Celestial.

    —¿Un bocadillo de champiñones? Yo tomaré ensalada de pollo, gracias —comentó Abby.

    En cuanto Barbara desapareció, cerró los ojos y suspiró. Había manejado lasituación y convencido a Nancy y Barbara para que la apoyaran. Actuó como unabuena directora. Su profesor habría estado orgulloso de ella.

    Pero era a Parker a quien quería complacer.

    Gracias a Jay, su agenda llevaba un retraso de cuarenta y cinco minutos. Suhermano iba a tener que aprender a dirigir las reuniones si tenía alguna intención deregresar de El Bahar en un año.

    Había bocadillos dispersos por toda la mesa de conferencias y la gente se habíademorado, charlando sin sentido al menos veinte minutos después de que se

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    Allison, Heather – Un matrimonio precipitado

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    hubieran cerrado todos los negocios. Con anterioridad a la reunión, Parker habíadestinado diez minutos a hacer vida social. No conseguía entender por qué eranecesario aumentar el tiempo durante las horas de trabajo. Era ineficaz.

     Jay era ineficaz y nada que dijera Parker parecía cambiar su estilo. Observó el

    ceño fruncido en el rostro de su hermano y sintió que los minutos se desperdiciaban.—Seguro que no es necesario que yo asista... — Jay calló y empujó la invitación

    dorada y negra en su dirección—. A la entrega de premios que concede la Junta dePreservación de la Música de Cámara —hizo una mueca—. Además, ¿en cuántas deesas cosas participas?

    —Estamos en docenas. Gracias a mamá.

    —Entonces, que vaya ella.

    —Irá.

    —Entonces ve tú.—Estaré en la gala de recaudación de fondos de la Sociedad Zoológica.

    —Te cambio el puesto — Jay sonrió.

    —Por lo general eso no sería un problema, pero aquí la continuidad es un factorimportante.

    —Habla en cristiano, por favor.

    —Te marchas la semana próxima, así que sé un buen chico y acepta la placa quete darán.

    —¿Y qué hice para merecerla?—Donaste cincuenta mil dólares para restaurar el Salón Verde en Allen Hall.

    —Soy muy generoso —emitió un silbido bajo.

    Parker esbozó una sonrisa fugaz.

    —La Sociedad Sinfónica ofrecerá una cena en tu honor mañana.

    —¿Por qué? — Jay pareció dolido.

    —Porque te marchas la semana que viene y esperan que no los olvides.

    —¿Por qué? ¿Es que su Salón Verde también está en mal estado?—Ya no.

    —Parker, ¿cómo gané mi reputación como amante de la música clásica? —soltóun suspiro exasperado.

    —Haciendo donaciones generosas a las artes en Houston. Mamá está muycomplacida.

    —Tú me lanzaste a esos aburridos músicos, ¿verdad? —lo miró con ojosentrecerrados.

    —Me quedé sin espacio para tantas placas.

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    Allison, Heather – Un matrimonio precipitado

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     Jay tamborileó los dedos sobre la mesa de conferencias.

    —Dime, ¿tengo alguna noche libre esta semana?

    Parker notó que su hermano no había traído la agenda de cuero que él le habíaregalado. Típico. Consultó la suya, donde mantenía al día los compromisos de Jay.

    —Veamos. El jueves debes ir a la Sociedad de Arias —alzó la vista—. Otra cenade despedida.

    —Podría ser peor y tratarse del grupo de la ópera entera.

    —Eso es el viernes por la noche. Una representación en tu honor.

    —Oh, fantástico — Jay gimió y apoyó la cabeza sobre la mesa.

    —Y esta noche... Esta noche vas a disfrutar. El Grupo de Jazz de la Universidadde Houston. Cena y baile.

    Parker pensaba asistir a esa gala. Bailar significaba contacto con mujeres.Conocía lo suficiente a su hermano como para dejarlo sólo estando tan cerca supartida a El Bahar.

     Jay se enamoraba rápida, profunda y frecuentemente. Cuando se hallabainmerso en la pasión de un romance nuevo, tenía propensión a realizar gestosextravagantes y a menudo caros.

    Por lo tanto, estaba decidido a que no surgiera ningún romance nuevo antes deque tomara el avión, razón por la que lo sorprendió verlo coqueteando con Abby.Como habría dicho su padre, si llevaba faldas, Jay lo notaría.

    Debería recordarle a Ian Douglass que dejara su kilt en Escocia, pensó.—Espero poder asistir a la gala de la Sinfónica —informó Jay—. Como tengo

    que dejar mi piso el día quince, mañana me mudaré a la casa de mamá.

    Parker envió una ferviente plegaria a los dioses inmobiliarios y a hurtadillasgarabateó una nota para recordarse que la agente se había ganado la comisiónadicional que le había prometido. Con Jay en casa de su madre, sus salidas se veríanconsiderablemente frenadas.

    —¿Doy por hecho que esta semana tendrás listo uno de los embalajes? —aúnasí arribaría a El Bahar semanas después de la llegada de Jay, algo que ya le había

    indicado a su hermano.—Eso supongo —confirmó.

    Casi libre, pensó Parker mientras tecleaba el número del intercomunicador.

    —Abby, han quedado algunos bocadillos, por si usted y sus compañeras aún nohan comido.

    —Gracias, señor Laird.

    —¿Abby? — Jay enarcó las cejas.

    —Mi ayudante en ausencia de Valerie —observó su reacción—. ¿No laconociste esta mañana?

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    —Oh, esa chica tan sana —sonrió de manera impersonal—. Parece agradable.Terriblemente joven.

    —Yo no era mucho mayor cuando empecé a dirigir esta compañía —Parker sedescubrió defendiéndola.

    —Parker, tú nunca fuiste joven — Jay se incorporó.Abby atravesó la puerta, lanzó una mirada nerviosa en dirección a Parker, lo

    cual, inexplicablemente, lo irritó, y sonrió fugazmente a su hermano, lo cual lo irritótodavía más.

     Jay le devolvió la sonrisa y la de Abby se tomó más amplia.

    ¿Qué tenía su hermano que a las mujeres les parecía irresistible?, se preguntó.¿Las dominaba con tanta facilidad con su encantadora sonrisa?

    Durante años, Parker había visto a su hermano menor escabullirse de sus

    deberes, castigos y responsabilidades. Había observado cómo los ojos de su madre seiluminaban cuando él entraba, y supo que, aunque los quería a los dos, a Jay loadoraba.

    Tuvo que reconocer que sabía tratar a la gente, pero aún no había conseguidonada en sus veintiséis años. Parker esperaba que el proyecto de El Bahar fuera loprimero que lograra. Después de pasar más o menos un año en el desierto árabe,volvería con experiencia y listo para asumir más responsabilidades en la dirección dePerforaciones y Prospecciones Laird.

    Al menos ése era el plan... un plan que Parker estaba decidido a ejecutar.

    —Un trabajo estupendo en la reunión, Abby —comentó Jay—. Y esosbocadillos... —se besó los dedos—... espléndidos.

    Parker frunció el ceño. Ella rió.

    —Yo no los preparé. Los pedí a la cafetería de la esquina.

    —Y marcaste muy bien su teléfono.

    Ella volvió a reír.

    ¿Qué tenía de gracioso? A Parker la conversación le pareció insípidamenteabsurda.

    —Abby, cuando termine de almorzar, ¿quiere reunirse conmigo en midespacho? —miró la hora—. ¿Digamos en unos veinte minutos?

    —¿Le das veinte minutos enteros para comer? — Jay enarcó las cejas.

    —Veinte minutos es tiempo de sobra —intervino Abby.

    —No, no lo es —insistió Jay—. Tienes derecho a tomarte una hora, como todoslos demás.

    —No todos —dijo Parker cerrando su agenda—, nos tomamos una hora.

  • 8/9/2019 Un Matrimonio Precipitado

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    Con un gesto de cabeza dirigido a su hermano, salió con paso rápido de la salade conferencias. Puede que Jay quisiera perder toda la tarde, pero él tenía trabajo quehacer.

     Justo veinte minutos después, llamó una vez a la puerta abierta y entró en eldespacho.

    Por los pelos logró terminar de ordenar las cajas negras y distribuir los papelesen tres secciones con códigos de colores. El rojo era para los urgentes, el azul paraque los firmara él y el amarillo contenía informes y artículos de información.

    Y, por iniciativa propia, había añadido una cuarta sección de color rosado. Erala de los documentos cuyo destino no tenía muy claro. Lo eligió al considerar que setrataba de un rojo pálido. Pero en ese momento deseó haber seleccionado el verde oel naranja. La carpeta de color rosado neón parecía demasiado brillante y fuera de

    lugar en el despacho de Parker.Se sentó, abrió la agenda maestra y activó la grabadora

    Como era de esperar, Parker abrió primero la carpeta rosa.

    —Se trata de artículos no urgentes —explicó antes de que pudiera preguntarlo.

    —¿No urgentes?

    —Requieren acción, pero no inmediata.

    Asintiendo, los revisó. El rosa era tan intenso que proyectaba su tonalidad sobrela parte inferior de su mandíbula y su cuello. Debió haber elegido el verde.

    Cambió dos papeles a la sección roja, uno a la amarilla, cerró la carpeta y la dejóa la derecha de su mesa.

    —Buena idea.

    Abby se relajó un poco.

    De inmediato, Parker repasó las carpetas amarilla y azul, y se sintió complacidaal ver que no modificaba nada. Al parecer, había realizado una buena distribución.

    A continuación abrió la roja y ella se preparó para un torrente de instrucciones.Cuando Parker llegó al final de la carpeta, Abby disponía de una larga lista deencargos y cambios en la agenda. ¿Cómo demonios lo iba a terminar todo ese día?

    La grabadora se apagó cuando la cinta se agotó a los cuarenta y cinco minutos.Estaba lista para un descanso.

    Ya sabía que el puesto que ocupaba iba a ser intenso. Había querido ese trabajo,así que lo mejor era que empezara a acostumbrarse.

    —Gracias, Abby —dijo Parker mientras ella recogía los papeles—. ¿Tienealguna pregunta?

    Sacudió la cabeza y se levantó.

    Parker también se puso de pie.

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    —No suele tomar café, ¿verdad?

    —No, señor —en cuanto oyó que el «señor» escapaba de su boca, apretó losdientes.

    Parker lo dejó pasar.

    —Eso pensé. Venga conmigo.

    Y ahora, ¿qué? Lo siguió a la sala de conferencias. Entró en la pequeña cocina yle hizo una seña para que se le uniera.

    Dejó las carpetas y la agenda sobre la mesa antes de plantarse junto a la pila.Parker vació los posos de la cafetera en la basura.

    —¡Oh! Lo siento, debí haberlo hecho yo —al creer que le daba una lección, sesonrojó.

    —No, no es su tarea. El personal de limpieza se ocupará de ello —indicó con

    calma, y se puso a lavar la cafetera y el filtro mientras Abby se hallaba incómoda a sulado.

    Tal como le sucedió con Jay, era consciente del espacio reducido y de laproximidad que mantenían. Estaba tan cerca como para ver la leve tonalidad gris desu barba, las puntas rubias de sus pestañas y las líneas alrededor de sus ojos.

    Lo bastante cerca como para ser consciente de él como hombre y no como jefe.

    Por supuesto que albergaba fantasías secretas con Parker Laird. Toda mujer quetrabajaba en la empresa las tenía. Era el tipo perfecto para una fantasía: atractivo,soltero, rico y poderoso.

    Y no había ni una sola posibilidad en el mundo de que alguna vez pensara enella de otro modo que no fuera como su ayudante temporal.

    Mantuvo una postura rígida con el fin de evitar cualquier contacto accidental ytrató de olvidar que se hallaba a centímetros de distancia del hombre que dirigía unamultinacional.

    Ella recogió un trapo y secó el exterior de la cafetera.

    —Gracias —abrió el armario y estudió los paquetes de café—. A mí me gustamucho el café. Y como la mayoría de los aficionados, soy muy meticuloso con el

    modo en que lo tomo. Imagino que usted siente lo mismo por el té, ¿no? —Abbyasintió. Él eligió un paquete—. Entonces lo comprende —ella volvió a asentir—. Perohe reducido las tazas que bebo, de modo que quiero disfrutar al máximo con susabor.

    —Es comprensible.

    —Ya hemos programado tres reuniones para esta semana, así que en su futuropreveo litros de café.

    —Quiere que aprenda a hacerlo como a usted le gusta.

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    —Exacto —abrió el paquete de granos sellado al vacío y extrajo un medidor deun cajón—. Llene uno de estos por cada cafetera para doce tazas —indicó unamedida más pequeña—. Y uno de estos por cada dos tazas de agua.

    Abby se acercó, mirando con atención mientras medía la cantidad precisa para

    pasar al molinillo. Junto con el aroma del café olió algo más, una fragancia a algodónque al final identificó como almidón.

    Parker siempre llevaba camisas blancas almidonadas con puños vueltos y trajeoscuro. Durante el día, se quitaba la chaqueta y, en muy contadas ocasiones, lo habíavisto con las mangas de la camisa remangadas, pero en cuanto volvía a verlo con lospuños cerrados, la camisa no mostraba ninguna señal de arrugas. Sospechaba que ibaa su suite privada para cambiarse.

    Se acercó más e inhaló con cuidado. Sí, almidón. «Así que éste es el olor delpoder», pensó. Café y almidón.

    —Muela los granos durante cinco segundos —instruyó él. Abby apretó elmolinillo y contó—. Comprobémoslo —Parker quitó la tapa—. No queremos quequede muy fino o el café tendrá un sabor amargo. Aguanta dos segundos más.

    Cuando Abby terminó, la dejó que estudiara la textura de los granos antes deverter la mezcla en el filtro.

    Ella supo que no había sido tan precisa aquella mañana. Por supuesto, Valerieno le había dicho que el señor Laird era tan minucioso. Con franqueza, a ellacualquier café le sabía mal, pero él era el jefe.

    Lo estudió mientras utilizaba un cepillo para quitar lo que quedaba en el

    molinillo; le gustó el modo en que se concentró por completo en la tarea que loocupaba, a pesar de ser menor.

    Abby empezaba a aprender que, en cuanto algo atraía la atención de ParkerLaird, disfrutaba de toda su atención.

    —Luego, llene la jarra con agua fría —abrió la nevera diminuta y sacó unabotella de agua.

    Ella había usado agua templada directamente del grifo. ¿Por qué tenía que serfría? ¿Acaso no se iba a calentar? ¿No sería más rápido con agua caliente?

    —Si emplea agua caliente, tendrá el sabor de las tuberías —respondió a lapregunta no formulada.

    —Oh —por lo menos esa mañana no había utilizado agua caliente, aunque lopensó, ya que tenía prisa. Quizá el agua fría mejorara el sabor del té.

    Parker depositó la jarra en la máquina y la encendió.

    —Y eso es todo.

    —Gracias. Tendré más cuidado la próxima vez —tapó el bote de café.

    —Pruebe una taza —señaló el café que goteaba en la jarra—. Puede que

    descubra que le gusta, después de todo.

  • 8/9/2019 Un Matrimonio Precipitado

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    —Tal vez —Abby frunció la nariz y se hizo a un lado para dejarlo pasar—. Yolimpiaré.

    El brazo de Parker le rozó el suyo al salir.

    Abby tragó saliva a medida que cada nervio de la zona retenía el recuerdo de su

    contacto. Santo cielo.Apartó el café, limpió el mostrador y luego arrojó la servilleta de papel a la

    basura.

    Y entonces lo vio... el paquete vacío de café que había empleado aquellamañana. Se agachó y lo sacó del cubo, luego abrió la puerta del armario. Era igualque los demás.

    —¿Abby? —Parker apareció en el umbral—. He cambiado de parecer. ¿Queríallamar a Peter Frostwood y decirle que si sube ahora mismo lo recibiré?

    Alzó la vista del paquete que sostenía.—No existe ningún café Volcán Verde Indonesio, ¿verdad?

    —No —respondió pasado un momento. La contempló.

    «Sabe a ceniza volcánica». El comentario de Diamond Don adquirió un sentidonuevo y horrible. El café que había preparado tenía un sabor tan malo que nadie lohabía bebido. Y Parker les había informado que se trataba de un tipo de granodistinto.

    Qué terrible. Pero cuando lo miró, los labios le temblaron al contener primerouna sonrisa, luego la carcajada que de todos modos escapó de su boca.

    Los dos rieron. «Tiene sentido del humor», pensó maravillada y aliviada.

    —Gracias, Parker.

    —De nada —sonriendo, se parecía mucho a Jay.

    Al regresar a su despacho se dio cuenta de lo fácil que le había resultadollamarlo por su nombre.

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    Capítulo 4

    Parker echaba de menos a Valerie.

    No es que Abby hubiera realizado un mal trabajo, pero hasta entonces no se

    había dado cuenta de lo mucho que confiaba en la opinión de su Ayudante Ejecutiva,probablemente desde que eran adolescentes. Valerie siempre había estado ahí. Supadre, por lo general, no.

    Giró para ver los ventanales de su despacho y contempló las oleadas de tráficoen la autopista de Houston.

    Sólo quedaban Valerie y un par de miembros de la junta de la época en que supadre había dirigido Perforaciones Laird. Fue ella quien lo ayudó a suavizar latransición de padre a hijo y era con ella, en vez de con su madre, con quien hablabadel problema de Jay.

    Por lo general, lo alertaba cada vez que Jay se metía en problemas. Jay confiabaen ella, pensando, obviamente, que escuchar malas noticias de boca de Valerie eramejor que hacerlo directamente de él. Parker había perdido la cuenta de la cantidadde veces que había rescatado a su hermano de situaciones que no podía permitirse ode promesas que no podía mantener.

    Técnicamente, Jay tenía el mismo porcentaje de la empresa que Parker, peroaún debía mostrar algo más que un interés casual en la compañía, y eso sólo lo hacíacada vez que rompía con alguien... como en la actualidad.

    El problema de Jay era que tenía demasiado dinero y su madre lo había

    malcriado.¿Por qué debería trabajar? Le habían dado todo y esperaba un puesto elevado

    con un título llamativo sólo por ser un Laird.

    Parker contempló el horizonte. Era una antigua discusión en la que no queríameditar en ese momento. Le había ofrecido trabajos de verdad que le permitiríanaprender el funcionamiento del negocio, pero Jay los consideraba por debajo de suposición y, a las pocas semanas, los abandonaba.

    Valerie le había dado la idea de buscar un proyecto del que Jay tuviera absolutaresponsabilidad, cuyo éxito o fracaso dependiera sólo de él, sin que el hermano

    mayor estuviera cerca para rescatarlo. Por una vez, tendría que vivir con lasconsecuencias de sus actos; a Parker le pareció perfecto. Sabía que rescatarconstantemente a Jay no estaba bien, pero muy a menudo sus problemas lo afectabana él y a la compañía, y no le quedaba otra elección.

    Dirigir la perforación del campo petrolífero de El Bahar era la solución ideal.Era lo bastante importante como para satisfacer a Jay y lo bastante remoto como parasatisfacer a Parker. Abandonar resultaría más difícil en medio del desierto. Lo mismoque conocer mujeres.

    Desde que rompió con Lisa, una relación que había parecido más seria que las

    otras, Jay se había mostrado inusualmente tranquilo, aunque ausente Valerie, Parkerno podía saber con certeza qué tramaba... o con quién salía. Contaba con que su

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    madre lo mantuviera alejado de problemas esa semana, a pesar de que Jay era supunto débil. El que fuera a pasar todo un año en un aislado país desértico en la otrapunta del mundo no le había sentado nada bien.

    Parker no estaba seguro de que pudiera depender de su madre para contenerlo,

    y ya estaba cansado de planificar que, al menos uno de ellos, asistiera a todas esasgalas con Jay.

    El hecho era que el concierto de jazz de esa noche era la primera salida queParker esperaba con ganas en mucho tiempo. La gente se quejaba de que no hacíamucha vida social. Bueno, pues esa noche tendrían a los dos hermanos Laird.Solteros, ricos y libres.

    Los tabloides locales enloquecerían.

    Llamaron a la puerta y se asomó la cabeza de Abby.

    —¿Parker?

    —¿Sí, Abby? —mientras ella atravesaba la estancia miró de forma refleja elreloj.

    Su despacho era demasiado grande, pensó. La gente tardaba en acercarse a sumesa. Situaría el escritorio más próximo a la puerta, aunque entonces perdería lavista de los ventanales.

    —Peter Frostwood acaba de llamar desde Louisiana.

    Parker gimió. Peter había volado allí esa misma mañana.

    —El pozo no explotó, ¿verdad?

    Abby hizo un gesto negativo.

    —Llamará en cinco minutos. Le traigo los ficheros del proyecto y un mapa de lazona —los depositó en la mesa.

    —Estupendo. Pásemelo cuando llame.

    Ella titubeó.

    —El señor Frostwood mencionó que el pozo se halla cerca de una reservanatural. Tengo a Nancy buscando a los medios de la región por si quisiera dar uncomunicado de prensa.

    Parker ya había centrado su atención en las especificaciones de producción delpozo. Alzó la vista.

    —Buena idea. Sí, lo haré —Abby sonrió y sus mejillas adquirieron más color.Parker pensó que tenía todo el derecho a estar satisfecha consigo misma. Habíamostrado iniciativa y una comprensión precisa de la situación. También pensó queera una empleada de rango subalterno que había asumido un puesto de mando deforma admirable. Debería decírselo—. ¿Abby?

    —¿Sí? —ya había dado la vuelta para marcharse.

    —Yo... —le costaba expresar cumplidos—. Ha hecho un trabajo superlativo enel puesto de Valerie, a pesar de que tal vez no siempre manifieste mi gratitud de

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    forma adecuada. Hablo como mi padre. Pero de verdad aprecio su trabajo —por loincómodo que se sentía, quizá debería haberse callado.

    Pero Abby, después de mostrar su perplejidad abriendo mucho los ojos, lorecompensó con una sonrisa cegadora que de momento desvaneció todo lo demás de

    su mente.—¡Gracias! Barbara, Nancy y yo nos hemos esforzado para que no echara

    mucho de menos a Valerie. Les diré que usted se siente complacido.

    —Por supuesto —consiguió decir tras recuperarse del brillo de su sonrisa.

    Exhibiendo otra sonrisa, Abby se marchó del despacho.

    Parker se la quedó mirando. Había... florecido ante el halago, a pesar de surigidez. Debería felicitar a sus empleados más a menudo. Ya lo sabía, pero nosobraba un recordatorio.

    Después de todo, ¿acaso él no había vivido a la espera de una palabra amablede su padre? La aprobación de éste había sido tan rara que Parker había atesoradosus palabras. Unas pocas más no habrían conseguido que las valorara menos.

    Abby había incluido con presteza al personal en vez de asumir todo el crédito.Una señal de confianza e inteligencia. Lo recordaría.

    La llamada de Peter Frostwood interrumpió sus pensamientos.

    —Peter. ¿Cómo es de mala la situación?

    —Tenemos el fuego casi bajo contro