un canto a bolvar. antología poética

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© Fundación Editorial El perro y la rana, 2012
Centro Simón Bolívar  Torre Norte, piso 21, El Silencio, Caracas - Venezuela, 1010.  Teléfonos: (0212) 7688300 / 7688399
Centro Simón Bolívar  Torre Norte, piso 21, El Silencio, Caracas - Venezuela, 1010.  Teléfonos: (0212) 768.8300 / 768.8399.
Correos electrónicos  [email protected] [email protected]
Diseño y diagramación: Carina Falcone
 
su poesía a Bolívar, la presente antología incorpora autores funda-
mentales que sumaron las suyas ante la trascendencia de la obra y
pensamiento del Libertador. Como parte de este aporte, se contó
con las selecciones hechas por los escritores Gustavo Pereira, Luis
Alberto Crespo e Iván Villamizar; con el fin, también, de sentar
un punto de partida hacia la realización de futuras compilacio-
nes de esta naturaleza, quedando abierta la invitación para que se
agrupen, en sus expresiones, experiencias y visiones, escritores y
poetas de las generaciones actuales.
 
 J. A. C A
La formidable acción libertadora de Bolívar como líder militar,
iniciada en 1813 en Venezuela y culminada en 1824 con la prodi-
giosa campaña que abatió al último gran ejército colonial español
en el Perú, no puede entenderse como un mero acto voluntarioso,
muestra de un propósito y carácter inquebrantables, que sin duda
fueron necesarios en la empresa de liquidar el dominio imperial
desde el Orinoco hasta el Potosí.
Una visión de grandes miras inspiraba cada acto y decisión en
el accionar bélico. Bolívar no peleaba una escaramuza o una batalla
sin la conciencia persistente de un destino continental. Cada
acción era un eslabón en una gesta grandiosa que veía nacer, por las
armas y el coraje de los pueblos, un continente libre, de hombres y
mujeres viviendo en libertad, justicia e igualdad.
En la arenga a las tropas que vencieron al poderoso ejército
español en la batalla de Junín, preámbulo de la victoria final en
Ayacucho, Bolívar tiene presente y comparte esta conciencia: “Sol-
dados, vais a contemplar la obra más grande que el cielo ha podido
encargar a los hombres: la de salvar un mundo entero de la escla-
 vitud”.
Ese mundo al que se refiere el Libertador es la América antes
española o el Nuevo Mundo, pero también señala la emergencia de
un continente unido en el mundo y ante el mundo.
“Yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más
 
10
por su libertad y gloria”, escribía Bolívar en su exilio de Jamaica en
1815.
El Libertador no está animado por el propósito político de
independizar una provincia o un virreinato, de forjar simplemente
una nación. La conciencia continentalista y geopolítica de aquel
hombre tenía como aspiración estratégica la construcción de una
nación de naciones, una América hecha bloque cultural y potencia
militar, con peso propio y necesario en la configuración del mundo.
Un polo geopolítico con fuerza y presencia que hiciera peso en la
balanza de la política mundial, contribuyendo a eso que llamó en
otra parte “el equilibrio del universo”.
“Es una idea grandiosa pretender formar de todo el Mundo
Nuevo una sola nación en un solo vínculo que ligue sus partes entre
sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, una costumbre
 y una religión, debería, por consiguiente, tener un solo gobierno
que confederase los diferentes estados”, llega a decir el Libertador
en la misma Carta de Jamaica .
En su lucidez, Bolívar no desapercibe las inmensas dificul-
tades: “mas no es posible, porque climas remotos, situaciones
diversas, intereses opuestos, caracteres desemejantes dividen la
América”. No obstante, horizonte utópico o tarea de muchas
generaciones, no deja de expresar que: “Esta especie de corpora-
ción podrá tener lugar en alguna época dichosa de nuestra regene-
ración”.
La filosofía bolivariana de la unificación política consiste en la
integración de las fuerzas dispersas para consolidar un bloque de
fuerzas mayor que incremente su potencia interna y externamente.
“Liberar un mundo entero de la esclavitud”, consolidando una
 
potencia continental con carácter, riqueza y pueblos viviendo en
libertad, justicia e igualdad, para contribuir así con mérito y fuerza
propios a la política mundial o “equilibrio del universo”.
“Seguramente la unión es la que nos falta para completar la
obra de nuestra regeneración”, escribe Bolívar al caballero de
Kingston, concluyendo: “Yo diré a usted lo que puede ponernos en
actitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre: es
la unión, ciertamente; mas esa unión no nos vendrá por prodigios
divinos sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos”.
Esta visión de universalidad continental no fue sólo obra
cimentada por la vida y pensamiento de Bolívar, sino que también
encarnó en legado espiritual amerindiano, en espíritu unitario plu-
rinacional, nuestramericano. La sola alusión al Bolívar histórico
abre como un espectro del alma continental el abanico de la unidad
de pueblos plurales que se identifican en su singular imagen.
El nombre de Bolívar se inscribe por sí solo en la pura vena de
la creación histórica, de la generación y génesis de mundos. José
Martí lo plasma en su prosa siempre poética: “Libertó a Venezuela.
Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú.
Fundó una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas subli-
mes con soldados descalzos y semidesnudos. Todo se estremecía y
se llenaba de luz a su alrededor. Los generales peleaban a su lado
con valor sobrenatural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó
mejor en el mundo por la libertad”.
Bolívar mismo, en su momento de vértigo ante el umbral de
los abismos, sobre el cristal gélido del Chimborazo, tiene su visión
poética de esa obra histórica: “Yo me dije: este manto de Iris que
 
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regiones infernales, ha surcado los ríos y los mares, ha subido los
hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los
pies de Colombia, y el tiempo no ha podido detener la marcha de
la libertad”.
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 A Simón Bolívar, Libertador de Colombia y del Perú y creador de Bolivia
Sueño infantil, en cuna infamatoria
hecha de oro que su seno cría,
perezosa la América dormía,
su nueva luz, odiosa tiranía,
estrago y luto: con victoria pía,
el gran Bolívar libertad y gloria.
Así, los pueblos que fundó su espada,
sacra aureola de perpetua lumbre
a la conspicua frente le ciñeron.
 Y al ver la antigua afrenta ya vengada,
de los soberbios Andes en la cumbre
las sombras de los incas sonrieron.
Rafael María Baralt
 
terror de España y sus rugientes Leones!
Desciende a contemplar tus creaciones,
acatada y triunfante tu memoria,
tus grandes hechos que la absorta historia,
acaso un día llamará ficciones.
Pueblos son tus pirámides triunfales.
Un bello mundo de tu genio el fruto,
tu herencia gloria, libertad, anales;
 Y la gloria es tu féretro: de luto
mi patria ante las pompas funerales
duelo inmenso te rinde por tributo.
 Juan Vicente González 
(Caracas, Venezuela, 1811-1866)
Bolivia triste y huérfana en el mundo,
llora a su padre con dolor profundo,
Libertador de un hemisferio entero.
Al resplandor de su invencible acero,
cayó el león de Iberia moribundo;
nació la libertad, árbol fecundo,
al eco de su voz temible y fiero.
De los soberbios Andes el coloso
 yace en la tumba, mas su ilustre nombre,
grande cual ellos, inmortal, glorioso.
Honra a la historia y enaltece al hombre
¡Bolívar! Genio de eternal memoria,
nombre que dice: ¡Libertad y gloria!
María Josefa Mujia
De América el gigante veis dormido.
Dios y la Libertad guardan su lecho.
De Iberia vencedor, venció al olvido
dejando el solio de la gloria estrecho.
Mientras quede en la tierra algún latido
o haya una fibra en el humano pecho,
se han de inclinar los hombres ante el Hombre
que diome vida y me legó su nombre.
Ricardo José Bustamante
 
Es de mediana estatura,
la mirada centellante.
por hondas arrugas grandes;
eran negros y rizados,
Arqueadas y espesas cejas
 velan la luz penetrante
que despiden sus pupilas
La boca grande –imperfecta;
 ya aguda– instrumento débil,
a sus tumultuosas frases.
Cruzados los brazos tiene
 y los pies esculturales.
al cuello pendiente trae.
no una espada, sino un sable.
Altas botas casi ocultan
Así has pintado a aquel hombre,
de nuestra raza el más grande:
 y tu nombre haces eterno
unido a su excelsa imagen.
 Teodoro Valenzuela
(Colombia, 1828-1898)
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 A la estatua del Libertador en la Plaza Mayor de Bogotá  (Fragmento)
¡Bolívar! no fascina
Sobre el collado que a Junín domina
donde estragos fulmina
No le turba la fama,
alada pregonera, que tu gloria
del mundo por los ámbitos derrama,
 y doquier te proclama
Él no supo el camino
por do el carro lanzaste de la guerra,
que del Orinoco al Potosí argentino
impetuoso vino
Ni sordos tambores
entrar vio tus banderas tricolores
bajo lluvia de flores
 
cuando nuevo Reinaldo, a ti te olvidas,
 y el hechizante filtro hasta las heces
bebiendo te adormeces
Miguel Antonio Caro
alza Bolívar la frente,
 y dice: “América, juro
 y destroza densas huestes,
 y la América redime
Manuel González Prada
Gran héroe
Cuentan que un viajero llegó un día a Caracas al anochecer, y
sin sacudirse el polvo del camino, no preguntó dónde se comía ni
se dormía, sino cómo se iba a donde estaba la estatua de Bolívar.
 Y cuentan que el viajero, solo con los árboles altos y olorosos de la
plaza, lloraba frente a la estatua, que parecía que se movía, como
un padre cuando se le acerca un hijo. El viajero hizo bien, pues
todos los americanos deben querer a Bolívar como a un padre. A
Bolívar, y a todos los que pelearon como él, porque la América
fuese del hombre americano. A todos: al héroe famoso y al último
soldado, que es un héroe desconocido. Hasta hermosos de cuerpo
se vuelven los hombres que pelean por ver libre a su patria.
Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado,
 y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser
honrado, ni pensar ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa
o no se atreve a decir lo que piensa no es un hombre honrado. Un
hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el
gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se
conforma con obedecer a leyes injustas, y permite que pisen el país
en que nació, los hombres que se lo maltratan, no es un hombre
honrado. El niño, desde que puede pensar, debe pensar en todo lo
que ve, debe padecer por todos los que no pueden vivir en honra-
dez, debe trabajar porque puedan ser honrados todos los hombres,
 y debe ser un hombre honrado. El niño que no piensa en lo que
sucede a su alrededor y se contenta con vivir, sin saber si vive hon-
radamente, es como un hombre que vive del trabajo de un bribón
 
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las bestias, porque las bestias necesitan ser libres para vivir dicho-
sas; el elefante no quiere tener hijos cuando vive preso, la llama del
Perú se echa en la tierra y se muere, cuando el indio le habla con
rudeza o le pone más carga de la que puede soportar. El hombre
debe ser, por lo menos, tan decoroso como la llama y el elefante.
En América se vivía antes de la libertad como la llama que tiene
mucha carga encima. Era necesario quitarse la carga, o morir.
Hay hombres que viven contentos aunque vivan sin decoro.
Hay otros que padecen como en agonía cuando ven que los
hombres viven sin decoro a su alrededor. En el mundo ha de haber
cierta cantidad de decoro, así como ha de haber cierta cantidad de
luz. Cuando hay muchos hombres sin decoro, hay siempre otros
que tienen en sí el decoro de muchos hombres. Esos son los que se
rebelan con fuerza terrible contra los que les roban a los pueblos
su libertad, que es robarles a los hombres su decoro. En esos
hombres van miles de hombres, va un pueblo entero, va la digni-
dad humana. Esos hombres son sagrados. Estos tres hombres son
sagrados: Bolívar, de Venezuela; San Martín, del Río de la Plata;
Hidalgo, de México. Se les deben perdonar sus errores, porque el
bien que hicieron fue más que sus faltas. Los hombres no pueden
ser más perfectos que el sol. El sol quema con la misma luz con que
calienta. El sol tiene manchas. Los desagradecidos no hablan más
que de las manchas. Los agradecidos hablan de la luz.
Bolívar era pequeño de cuerpo. Los ojos le relampagueaban
 y las palabras se le salían de los labios. Parecía como si estuviera
esperando siempre la hora de montar a caballo. Era su país, su país
oprimido que le pesaba en el corazón y no le dejaba vivir en paz.
 
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 vale nunca más que un pueblo entero; pero hay hombres que no
se cansan, cuando su pueblo se cansa, y que se deciden a la guerra
antes que los pueblos, porque no tienen que consultar a nadie
más que a sí mismos, y los pueblos tienen muchos hombres y no
pueden consultarse tan pronto. Ese fue el mérito de Bolívar, que
no se cansó de pelear por la libertad de Venezuela, cuando parecía
que Venezuela se cansaba. Lo habían derrotado los españoles, lo
habían echado del país. Él se fue a una isla, a ver su tierra de cerca, a
pensar en su tierra.
Un negro generoso lo ayudó cuando ya no lo quería ayudar
nadie. Volvió un día a pelear con trescientos héroes, con los tres-
cientos libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a la Nueva
Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación
nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados
descalzos y medio desnudos. Todo se estremecía y se llenaba de luz
a su alrededor. Los generales peleaban a su lado con valor sobrena-
tural. Era un ejército de jóvenes. Jamás se peleó tanto, ni se peleó
mejor en el mundo por la libertad. Bolívar no defendió con tanto
fuego el derecho de los hombres de gobernarse por sí mismos,
como el derecho de América a ser libre. Los envidiosos exageraron
sus defectos. Bolívar murió de pesar del corazón, más que de mal
del cuerpo, en la casa de un español, en Santa Marta. Murió pobre,
 y dejó una familia de pueblos.
 José Martí
lo que salva y lo que aterra:
rayo de muerte en la guerra
 y arcoíris en la paz.
Cuando creyeron quizás
hizo en la América un trazo,
 y volando, casi loco,
con aguas del Orinoco
los infortunios mayores,
de su poderosa lanza.
estremece el pavimento
 José Ignacio Potentini
 y entre nubes de fuego se despeña,
el gran Bolívar con la gloria sueña
de pie, sobre la sien del Chimborazo.
¿Hacia qué rumbo no orientó su paso?
¿Sobre qué cumbre no flameó su enseña?
¿Qué sed estéril o ambición pequeña
brindarle pudo su fulgor escaso?
Es el genio... medita en la futura
edad, clavando la pupila obscura
de América en las hondas soledades.
 Y mientras vuela audaz su pensamiento,
 y se escucha un monólogo en el viento,
doma –nuevo Moisés– las tempestades.
Leopoldo Díaz 
 (Argentina, 1862-1947)
¡Gloria al Genio! A la faz de la tierra
de su idea corramos en pos,
que en su brazo hay ardores de guerra
 y en su frente vislumbres de Dios.
¡Epopeya! No pinta la estrofa
del gran héroe la espléndida talla,
que en su airoso corcel de batalla
es su escudo, firmeza y verdad.
 Y subiendo la cima del Ande,
asomado al fulgor infinito,
que resuena doquier: ¡Libertad!
 Y en armonioso coro,
Del libre el pecho ardiente,
un grito exhala de entusiasmo y gloria;
que ahora surge esplendente,
¡Salve al cóndor andino
¡Salve al genio divino
que calmó el torbellino
De luz la sien ceñida,
por el sol de la gloria abrillantada,
atravesó la vida:
¡gigante que anonada
La enhiesta cordillera,
 
Para héroe tan gigante,
que ensalce lo bastante
su valor y fortuna:
Las naciones lo han visto:
sol fecundo en la paz, rayo en las lides;
redentor como Cristo,
 y en su alma inmensa revivió Arístides.
 Transfigurado pasa
en ardores se abrasa,
 y pueblos libres crea
Ofrecedle coronas
que ruede el Amazonas,
 
el genio audaz de Bunker Hill tremendo;
mas, moderno Mavorte,
como se hincha la nube
 y se enciende, tal brota el entusiasmo
al ver a aquel que sube,
siendo el asombro y pasmo
del pueblo que sacude su marasmo.
Él, águila altanera,
él domina la esfera:
al infinito va y allí se para.
Libertad es aurora:
 y el cielo se colora,
 y aparece esplendente
Hiere la roca dura
corre la linfa pura:
Pasa el soldado fuerte
 y paz y dicha vierte,
 y la sombra destierra
¡Bolívar! Alto nombre
fue semidiós, no hombre:
la sonora trompeta de la Fama.
La América garrida
de la vega florida
del Orinoco, al Plata
del Nuevo Mundo en el jardín hermoso;
lo lanza el Magdalena,
en la margen del Lempa caudaloso.
 
que se levanta altivo y soberano
a la vista del Ande;
el que a un rudo tirano
supo vencer en Coatepeque, ufano;
el pueblo que encendida
con fuego de vida;
por quien, nunca empañada,
el pueblo que pregona
derecho y libertad, independiente,
como las chispas de su Izalco ardiente;
la patria de Delgado,
el suelo que, agitado,
de galas, presurosa,
De América al hosanna
 
Une su voz al coro
que las Naciones forman, al profundo
 vibrar de arpas de oro,
con que al genio fecundo
celebra con ardor el Nuevo Mundo.
Bien haya el bendecido
 y en anhelo cumplido,
 Y hoy alza su himno al cielo
en donde luce el genio poderoso,
 y al remontar el vuelo
a admirar al coloso,
saluda al porvenir esplendoroso.
 y conduce en la mano
antorcha de luz viva.
 
grano recoge opimo
rudo clamor de confusión de guerra.
¡Honor al Jefe probo
al que allá, en Carabobo
con sublime coraje
al oír el sonar de épica trompa
con vivo clamoreo,
Bolívar se levanta
 y coloca su planta
Levanta el brazo fuerte
que en ardor se convierte;
 
Baja desde la altura
 y se mira adornada
(...)
empuña fuerte lanza,
su escudo brillador y su áureo peto.
¡Loor al héroe invencible
prepotente y terrible,
al brillo inextinguible de su acero!
¡Gloria al que sus legiones
conduce victorioso en la batalla,
llevando sus pendones,
¡Gloria al que ofrece vida,
a la codicia y al temor ajeno;
gloria eterna y crecida
¡Aún se escucha su grito
que del tirano el pedestal derrumba;
aún vese al héroe invito;
aún la metralla zumba;
Ese nombre que brilla,
como del mar la orilla
al tremendo alboroto
¡Ay!, que por suerte aciaga,
hay también en los pueblos y naciones
agitación que amaga,
lo empuja a la pelea
 
en medio de la lucha fratricida!
Sí: ¡mil veces maldito
lanza de guerra el grito
 y le quita el arado
para darle un puñal ensangrentado!
Pues las grandes naciones
llenas de aspiraciones,
las sabe conducir por buen sendero,
al progreso caminan
se agrandan e iluminan
 y en expansiones fieles
Ayer, aquí sagrado
hoy, torneo elevado
¡Bolívar! Las edades
 
Rubén Darío
 Al soñador de la Gran Colombia
Los tres más grandes majaderos hemos sido Jesucristo, don Quijote... y yo.
Bolívar 
En tu corcel y de tu espada al bote,
quisiste con arrojo temerario
 verbo humillaste a escriba y sacerdote;
 y el mercader que profanó el santuario
sintió en su espalda tu agresivo azote.
¿Triunfaste? Fue ilusión. Duro destino
tu acero quebrantó contra un molino;
puso en tu faz el beso de Iscariote.
 Y a la vez redentor que visionario,
moriste cual Jesús, en el Calvario,
con la amarga tristeza del Quijote.
Udón Pérez 
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Bolívar   
(Fragmento)
Grande en el pensamiento, grande en la acción, grande en la
gloria, grande en el infortunio; grande para magnificar la parte
impura que cabe en el alma de los grandes, y grande para sobre-
llevar, en el abandono y en la muerte, la trágica expiación de la
grandeza. Muchas vidas humanas hay que componen más perfecta
armonía, orden moral o estético más puro; pocas ofrecen tan cons-
tante carácter de grandeza y de fuerza; pocas subyugan con tan
 violento imperio las simpatías de la imaginación heroica.
(…)
Nada que revele de él cosas no sabidas ni que depure o inter-
prete de nuevo las que se saben. Él es ya del bronce frío y perenne,
que ni crece, ni mengua, ni se muda. Falta sólo que se realce el
pedestal. Falta que subamos nosotros, y que con nuestros hombros
encumbrados a la altura condigna, para pedestal de estatua seme-
 jante, hagamos que sobre nuestros hombros descuelle junto a
aquellas figuras universales y primeras, que parecen más altas sólo
porque están más altos que los nuestros los hombros de los pueblos
que las levantan al espacio abierto y luminoso. Pero la plenitud de
nuestros destinos se acerca, y con ella, la hora en que toda la verdad
de Bolívar rebose sobre el mundo.
 
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allí donde hoy campea la naturaleza o cría sus raíces la civiliza-
ción; cuando cien generaciones humanas hayan mezclado, en la
masa de la tierra, el polvo de sus huesos con el polvo de los bosques
mil veces deshojados y de las ciudades veinte veces reconstruidas,
 y hagan reverberar en la memoria de hombres que nos espantarían
por extraños, si los alcanzáramos a prefigurar, miríadas de nombres
gloriosos en virtud de empresas, hazañas y victorias de que no
podemos formar imagen: todavía entonces, si el sentimiento
colectivo de la América libre y una no ha perdido esencialmente su
 virtualidad, esos hombres, que verán como nosotros en la nevada
cumbre del Sorata la más excelsa altura de los Andes, verán, como
nosotros también, que en la extensión de sus recuerdos de gloria
nada hay más grande que Bolívar.
 José Enrique Rodó
 
de América, Bolívar. Apreciamos tu nombre
 y te pedimos llenos de altruismo y ardentía,
que por tiempos y tiempos, en tus doctrinas, vibres
para que entre nosotros, los derechos del hombre
espiguen en los predios que abrió su autonomía.
Bolívar: aquí estamos alzando tus banderas,
somos nietos de aquellos que se fueron contigo,
con el sol de los libres por tórrido testigo
sobre las pampas y las cordilleras.
Bolívar: aquí estamos, donde la democracia
defiende tus doctrinas y a Cristo alza los ojos
 y así, no está soñando con sangrientos despojos
Ni en levantar sus glorias sobre ajena desgracia.
 Juan de Jesús Reyes
de gloria que refleja en sus cristales
más nítidos, la diosa libertad!
Confederado para la defensa
Por trillas de zigzag y por rodeos,
a un palmo de vertientes y de abismo,
irán otros bizarros prometeos
con la fe de su causa y de sí mismos,
turbarán sus continuos fantaseos
los más anonadantes visualismos.
 Tal vez poniendo la mirada en alto,
 verán gigantes moles de basalto
amenazar sus cráneos de valientes!
 Tal vez, tras la pisada no medida,
habrán de ir los héroes con su vida
al abismo en que mujen los torrentes!
 Tal vez con hambre, los desfiladeros
sus fauces abrirán desmesuradas
para que tengan libertad y fueros
 
que no miran radiante de luceros
la esfera de sus noches enlutadas!
 Tal vez pesados bloques de pedruscos
las mandarán fieros picachos bruscos
 y pedazos de selva atronadores!
 Tal vez los volarán los huracanes!
 Tal vez lluvia de lava, los volcanes
darán para los bravos redentores!
Mas, no! lejos fantasmas! duros ceños
del hado, suspended tanta fiereza!
Serán los paladines muy pequeños
ante la colosal naturaleza!...
es mayor que los Andes su grandeza!
No esgrimirán sus armas poderosas
las viejas cordilleras portentosas
sobre aquellos indómitos varones!
Ellas, a voces, los están llamando!
Ellas, del triunfo, les darán lecciones!
Verdes gramíneas de la pampa, un día
seréis un rojo mar de llamaradas!
Recios picachos, brava serranía,
soberbios Andes, sentiréis pisadas
de titánidas, todos energía!
 
el rastro de sus luces bienamadas,
 veréis aquel arranque soberano
por remo bajo el agua bullidora,
 y, por el aire, la potente diestra,
 y en ella dando irradiación siniestra,
el arma liberal y vengadora!...
Ah, los ríos! Amenos, cristalinos,
brillan, rumoran, siguen sus caminos.
No se cansan los viejos peregrinos
de escuchar a los pájaros cantores,
de robar a las albas sus colores,
ni de robar los rojos vespertinos!
Ah, los ríos agrandan su volumen,
salen de madre, inundan en resumen
dejan todo el trayecto destrozado!
Pero dan limo, dan fecundo lodo
para otra siembra! Asimismo es todo
pueblo que un ideal ha desbordado!
Oh, valles! Oh, montañas! Aguardad
arrojos de Bolívar batallones
¡siempre alerta! ¡Las armas preparad!
No confiéis en los días de tempestad,
de lluvias y de negros nubarrones!
 
de la noche, ¡la negra majestad!
Desconfiad de la valla de los ríos!
Bolívar, siempre llevará sus bríos
 y su espada maestra siempre en alto!
Irá Bolívar bajo la tormenta,
o esbozado en la noche soñolienta,
a sembrar los terrones del asalto!
Desarraigando montes y heredades
Infundirán lecciones de pavor
a los humildes hijos del dolor.
Rugirán las andinas tempestades
con prepotente impulso destructor!
Rodarán los enormes ventisqueros
con persistente y muda claridad!
Derramarán su copa los volcanes,
 y avanzarán así, los Capitanes
en nombre de la magna libertad.
A veces la vetusta Cordillera
con sus lamentos roncos y profundos
hará temblar la diamantina esfera
donde gravitan luminosos mundos.
O sentirá deseos sitibundos
Será que herido por dragones rojos,
el genio irá por selvas y matojos
refugiando su vida y sus pendones!
mas, volverá la frente en su trayecto,
 y mostrará un magnífico proyecto:
el de crear y refundir naciones!
Estremeceos, enérgicos centauros,
soñad con dianas épicas y lauros
 y banderas, indómitos llaneros!
para rendir a duros Minotauros!
Soñad en vuestras manos los aceros
por titanes blandidos, no por lauros!
Soñad, soñad vuestra jornada homérica
suelo fecundo y pródigo de América,
dale tus primaveras milagrosas
Azul, tus alboradas, como rosas!
Volad, volad con alegría suprema!
id, águilas y cóndores, al cielo
lleno de azul, en majestuoso vuelo,
 
para Bolívar! A la vista gema
del sol, interrogad con noble anhelo
para que rasgue el misterioso velo
encubridor de la futura yema!
Más allá de las nubes de alabastro,
id, águilas y cóndores al astro,
al sol, interrogadle: qué varones,
por sus grandes proezas y su fama,
remontarán al núcleo de tu llama,
como Bolívar, Padre de Naciones?
Sacudid vuestras orinas galopando,
¡estremeceos! os vendrá escalando
Oh, Chimborazo, que la vista expandes
paisajes y horizontes contemplando!
sigue a tu genio tutelar llamando!
Campos de Carabobo y de Junín,
soñad, soñad con dianas de clarín
al loco frenesí de la victoria;
Oh, Nuevo Mundo, guarda bendiciones
 y el saludo filial de tus pendones
para el más alto genio de tu gloria!
Oh, Magdalena, que de asombro pasmas
cuando se mira en ti la Primavera,
 
 y luz del sol, y azul de cielo plasmas!
Cómo rumora, cómo te entusiasmas
cuando copias la flor de una bandera!
La misma que la grande Cordillera
 viera erguida por brazos de fantasmas!
Sí, de fantasmas! de varones de esos
que llevan lava entre los duros huesos
 y el radio inextinguible del afán!
De los que voz de “Excelsior” en las bocas,
 ya fundan rayos, a sus pies, las rocas,
 ya desgaje la selva el huracán!...
Veréis, oh, regias cumbres, oh castillo,
oh, selva, oh, mar, oh, verdecido alcor,
en los dos contendientes gran valor,
 y, en sus grandes poemas, grande brillo!
En un momento asaz conmovedor,
en noble acto por demás sencillo,
se abrazarán Bolívar y Morillo.
Oh, abrazo de la Gloria y del Honor!
sentirán cerca, en ti, sus corazones
Bolívar y Morillo! Cada entraña,
al tiempo y al espacio indefinidos,
hablará con proféticos latidos
Bolívar, soñador! Oh, visionario!
 
tu genio es una aurora tropical!
 Y atalaya, glorioso, el escenario
de toda una extensión continental!
 Y en un interrogante cuestionario
dialoga con el sol del ideal!
Surge tu genio, y callan los asombros
creyendo ver que cuelga de tus hombros
un iris sus diamantes, bajo el sol.
O se imaginan la más alta cumbre
que levanta la andina reciedumbre
bajo el manto real de un arrebol…
Con un arrebatado paroxismo,
arrójase, magnífico, al abismo
Entre la orilla y el abismo, es fama
que alza un peñón informe su mutismo,
esa mole parece que te llama
por sentir, otra vez, tu dinamismo.
Desde ella el abismo contemplaste,
 y, mirando el abismo, no temblaste
 y no tuviste un vértigo fatal!
Saltando así el abismo de la muerte,
el nombre tuyo, cada vez más fuerte,
huella moles de gloria perennal!
Rige, Bolívar, rige los destinos
 
¡Oye! Te nombran siempre los torrentes
 y te nombran los cóndores andinos!
 Te dan los puros cielos diamantinos
del Nuevo Mundo, auroras sorprendentes,
 y arrebatados, ciegos y trementes,
los aludes te dan sus torbellinos
horrísonos. ¡Bolívar! Los aludes
 y un sueño de tremenda potestad
fueron los moles de sus nieves puras!
 Tú, como ellos, bajaste desde alturas
donde sueña su bien la humanidad!
Dilo con tus clamores, Océano!
tú lo dirás, andino vendaval!
“Benefactor, Bolívar soberano,
Ni caraqueño, ni venezolano,
Revelación del ideal humano!
 Y dilo tú, Bolívar, “¡Pueblos míos,
solidaridad, unión y bríos
¡Mirad! desde sus moles de granito,
las águilas volando al infinito,
 
 Torrentes, cataratas, ventisqueros,
con persistentes voces eternales!
suspensos, en las cumbres, días enteros
 y noches de negruras abismales,
como las armas de la democracia
sobre la frente de la plutocracia!
Armas que atisban en constante espera!
aludes, cataratas, rayos, vientos!
Libertador, varón iluminado!
 y el panorama está magnificado
por todo el gran conjunto circundante
donde la Providencia ha derramado
lo más bello, sublime y arrogante.
 Y hay en la historia una serena cumbre
que el sol de la verdad llena de lumbre,
adonde sólo alcanza tu renombre.
¡Libertador, vidente sin segundo:
 Juan de Jesús Reyes
 Juramento de Bolívar en el Monte Sacro (1805)
 A M. S. de Schryver, autor de una “Vie de Bolívar” 
..Siguieron luego los dos viajeros a pie, haciendo cortas 
 jornadas, por consejo de Rodríguez, y como único
medio –decía él– de que su discípulo recobrara la salud perdida...
...En el Monte Sacro los sufrimientos de la Patria 
se agolparon a su mente, y sintiéndolos en toda 
intensidad, cayó de rodillas e hizo aquel voto de cuyo
cumplimiento es glorioso testimonio la emancipación
de la América del Sur.
 Memorias del general O’Leary.
¡Oh, la estación florida! Ya la tierra de Europa,
empapada de sangre y de recuerdos, copa
de lágrimas, esponja de amargura, sonríe.
La primavera triunfa. La campaña se engríe.
Suceden el aroma y el canto a los dolores:
por donde quiera pájaros, por donde quiera flores.
II Dos peregrinos cruzan los desiertos caminos:
¿a dónde se endereza el par de peregrinos?
Atrás quedó la Francia, resonante de gloria,
que a triunfo por jornada, de victoria en victoria
 
patria de la hermosura, ciudad de cuentos de hada.
Dijon, la pintoresca, de campos labrantíos;
como fluvial paréntesis, Lyon, entre dos ríos;
 y Chambéry la blanca, por el amor famosa.
Atrás quedan la Suiza y sus lagos de rosa
 y de azur, sus montañas y florida leyenda,
donde vibra en los aires una flecha tremenda.
III Los viajadores cruzan los alpestres senderos,
a pie, bordón en mano. ¿Quiénes son los remeros?
Un anciano y un joven: águila y aguilucho:
el viejo mucho sabe; el joven sueña mucho.
 Y al transitar senderos de tortuoso meandro,
aquel nuevo Aristóteles y el futuro Alejandro,
la brisa de los Alpes, con gracia femenina,
mezcla cabellos blancos con cabellos de endrina.
IV  Recorren Brescia, Crémona, Milán, Padua, Verona,
la lírica Venecia y la adriática Ancona,
 y la ciudad de fuerza y hermosura triunfante
cuyo nombre es más bello que un terceto del Dante.
Caminan y caminan. Una mañana adusta,
de neblina, llegaron a una ciudad vetusta,
de elefanciacos muros, y vigas con carcoma.
La ciudad de paredes leprosas era Roma.
 
al histórico amparo de sus Siete Colinas.
De entre las piedras grises brotaba esplendorosa
la belleza de mármol de alguna blanca diosa,
de una Efigie cristiana, de un Efebo gentil,
centenario, y más fresco que una rosa de abril.
En la mitad de Roma, gloriosamente feo,
alzaba su esqueleto de piedra el Coliseo;
 y la niebla, trocada por Febo en chal de oro,
caía con la gracia de un manto sobre el Foro.
VI Los viajantes corrieron hacia el Monte Sagrado,
donde vengara Icilius al pueblo despojado;
 y el héroe adolescente, sobre la Sacra loma,
por los recuerdos clásicos, a la vista de Roma,
 juró al viejo filósofo cortar la garra ibérica,
 y conquistar un día la libertad de América.
Rufino Blanco Fombona
¡Y en todo grande! Como las tierras liberadas por él.
Por él, que no nació hijo de patria alguna,
sino que muchas patrias nacieron hijas dél.
 Tenía la valentía del que lleva una espada;
tenía la cortesía del que lleva una flor;
 y entrando a los salones arrojaba la espada,
 y entrando a los combates arrojaba la flor.
Los picos de los Andes no eran más a sus ojos
que admirativos signos de sus nobles arrojos.
fue un soldado poeta. Un poeta soldado.
 Y cada pueblo libertado
Era una hazaña del poeta y era un poema del soldado.
...¡Y fue crucificado!
Luis Llorens Torres
(Puerto Rico, 1876-1944)
fue lengua de prodigios en su mano
 y de su vida la mejor corona.
La patricia altivez de su persona
por mancillarla el odio pugnó en vano;
que jamás cupo en pecho castellano
con holgura mayor alma infanzona.
Venció en rudas batallas a porfía.
El amor en la paz del gineceo
rosas al lauro de su frente unía.
 Y al desceñir el victorioso arreo,
alcanzó en la ansiedad de su agonía
la ingratitud por único trofeo.
Eduardo Carreño
(Venezuela, 1880-1954)
de la raza estremece vuestras bocas...
Pregona el Ande, el épico portento.
¡Pregonad también, cántabras rocas!
¡Libertador! Las épocas evocas,
ebrias de sol y de futuro locas,
por el americano firmamento!
Dios me traduce el gran rumor oscuro
que la solemne gestación revela!
Férrea unida del nuevo mundo hispano
que el sacro gonfalón pone en tu mano,
¡Oh, mi Patria! ¡Oh, mi madre! ¡Oh, Venezuela!
 José Tadeo Arreaza Calatrava
las naciones américo-hispanas,
de Equidad y Justicia la idea
las alumbre cual mágico sol.
Fue Bolívar heroico guerrero,
un apóstol, también, inspirado,
igualar de su espada la acción;
 Y por eso los pueblos que deben
a Bolívar la vida y la gloria,
hoy bendicen su excelsa memoria
 y modulan un canto en su honor.
 Juan Aizpuru Aizpuru
de pie, sobre el altar de tus proezas,
tú fuiste admiración del universo,
 y el infinito espacio de mi verso
¡es muy pequeño para tanta gloria!
 Yo no tengo en las cuerdas de mi lira
la vibración sonora del torrente
que se despeña en impetuoso abismo
para contar al hombre proveniente
que arrodilló a sus pies el despotismo
¡y fue la redención de un continente!
 Tu nombre vive en el azul espacio
pregonando tu nombre y tus hazañas;
 y envuelve entre fulgores de topacio
brilla en las cumbres de mis patrios suelos,
como brilla la nieve en las montañas
 y como brilla el sol sobre los cielos.
¡Bolívar! Yo no canto tus grandezas
ni encierro mis estrofas tu memoria;
de pie, sobre el altar de tus proezas,
tú fuiste admiración del universo,
 
¡es muy pequeño para tanta gloria!
Antonio Lucena
ni a tu brazo.
porque quiere gustar el sabor bullente
de esa eterna sangre.
unta luna de tu corazón en mi voz.
Pon en mi canto el gusto que saboreaste
en el intento y en la victoria y la derrota.
Aparta tu mágico pensar
Dame lo que sentiste en el éxito,
lo que palpitaste en los cabales desengaños,
lo que sufriste sin decirlo,
las lágrimas que enterraste vivas…
 Y andaré por las cálidas costas,
 y escalaré los montes esbeltos
 y atravesaré las anchas aguas
 y mi voz irá grávida de tu vida.
Podré entonces decir a los hombres:
os amo en patria, tomadme,
bebed mi sangre y gozad mi sacrificio.
 Y podré perdonar a los que enredan tus caminos,
 
a los que se conforman con tu bronce…
Enriqueta Arvelo Larriva
(Barinitas, 1886-Caracas, 1962)
 vivámosle en la permanencia
 y no sólo en las lentas puntadas de los centenarios.
Vivámosle en la continuidad
hasta que nos corra por la sangre,
hecho la masa de nuestra sangre.
Gabriela Mistral
(Vicuña, Chile, 1889-Nueva York, 1957)
 
las dije en el Sermón de la Montaña:
 y el pueblo de Judá, con torpe saña,
me alzó en la cruz, me coronó de espinas.
 Y el Quijote: —Por llanos y colinas,
espejo y flor de la galante hazaña,
iba exaltando la virtud de España:
 y fui blanco de burlas peregrinas...
“—Grandeza y redención, con firme brazo,
(dijo el creador de nuestros patrios fueros)
llevé del Orinoco al Chimborazo:
 Y me armó la traición golpes arteros”...
¡Y confundidos en estrecho abrazo
rompieron a llorar los Majaderos!
 Jorge Schmidke
entre sueños de gloria
semilla oscura que alimenta
Bolívar
 
que supo ver la vida rumorosa
 y la hora taciturna
III Hay alegría,
 junto a él.
¿Angustia acaso de comenzar a ser
distinto a los otros?,
en un presente prolongado,
sin ayer ni futuro,
Verdad imperecedera
 y con su anhelo,
IV   Y lo que amó
con pasión de sí mismo,
 y su existencia
–como antaño–, el triunfo,
serena imagen de su eternidad,
está naciendo su mayor grandeza
 y su mayor melancolía,
que iniciarán palabras suyas,
 y con lo que no puede ser perecedero:
La Historia “no dirá nada
tan grande
 y mi consagración absoluta
 
alma adentro,
VI De aquí hacia la cumbre
serena de la muerte,
de cuanto es
 y su conciencia,
distante ya de unos y de otros,
pero no de sí mismo
ni de su íntimo afán de eternidad.
 Y aquellas palabras de renuncia,
a raíz del triunfo pronunciadas,
se hacen más profundas,
 Y todo le pertenece
en la propia agonía
cuando dice:
porque ya su muerte, no es muerte
sino firme sendero,
VIII Por eso estas palabras han servido
en horas de triunfo o de pesar
para unir muchas conciencias,
De un tiempo breve
unido a su último deseo,
a su última esperanza,
hacia los hombres...
que había hecho con su vida
 y que no podía perecer junto a su sombra
porque ya era su sombra eternidad.
Fernando Paz Castillo
 Alegoría de Bolívar 
I Muchacho, ¡cómo te latía el corazón! Sentado bajo un árbol
 venezolano en la noche contemplabas las estrellas que significaban
algo y sentías el llamado de tu tierra natal.
 Y sentías el rumor de los llanos más allá de tu jardín y el ruido
de las grandes montañas como un resplandor y el ruido lejano de
las selvas que conjuran la noche y el rumor de los ríos que parecen
llevar un tambor ronco al fondo de sus aguas.
¿Por qué latía tanto tu corazón?
El soñador tenía un árbol para hacer techo a sus sueños, y para
murmurar la misma frase de tierra, las mismas palabras o tal vez
peticiones de suelo nativo que quiere romper cadenas y saludar al
sol.
¡Oh tristeza de las hojas al nivel del cielo! ¡Oh esperanza de las
raíces en su larga noche!
Era esbelto como la palabra Héroe y tenía ojos de relámpago
libertador. Se llamaba Simón.
La cabeza erguida parecía estar contando planetas. En la gar-
ganta sentía el gusto amargo de la tempestad que se avecina.
El ensueño entornaba los párpados y alguna repentina imagen
 violenta volvía a levantarlos y dilataba las pupilas.
Aspiraba la noche en voluptuosos tragos de oscuridad bri-
llante.
Su tierra se extendía como dos alas a derecha e izquierda de
 
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todas le llamaban por su nombre en las noches tan lentas. Y todas
le hablaban en las sombras.
Su corazón se dilataba. Sus ojos adquirían un fulgor tremendo.
Su corazón se dilataba de un modo pavoroso. Su corazón
tomaba la forma de un continente.
II Simón Bolívar. Tu nombre ha atravesado toda América en un
áspero galope.
Los tejados de mil pueblos ven pasar tu caballo como una
noche por la noche. Y ven allá lejos tu mano descorrer el alba.
Aliento de millones de gargantas de grandes pueblos apreta-
dos como racimos cósmicos que te saludan y te aplauden.
¡Oh, alegría de libertar del Libertador!
Alegría de crear del creador.
Alegría de soñar del soñador.
Era preciso que el esclavo levantara la frente.
 Y contemplara el mundo como un enfermo que sale a la orilla
del mar.
III América dormida, envuelta en olas que hacen crujir sus huesos
 y silban en enormes remolinos.
América levanta la cabeza. La bella nadadora entre dos
océanos suntuosos.
como el cielo.
América resuena de marchas militares y de cantos fúnebres.
Los ríos son arterias de sangre valerosa y pulsos de agonía. Los
árboles son llamas de entusiasmo.
Se cruzan los ejércitos atentos a la noche y entregados al día.
Polvareda de marchas y contramarchas. Orgías de la muerte y
delirio de victorias.
Bolívar a caballo saludado por dos mil volcanes.
Bolívar a caballo en la aurora que asoma en todas las montañas.
Orgullo de las selvas cantando un himno más grande que el sol
en su trozo de cielo.
Resplandor de las hogueras velando en los desfiladeros y en los
llanos impacientes de momentos de gloria.
Al anuncio del Centauro se preparan las flores. Al paso del
 jinete infatigable nacen rosas y campanadas.
El huracán Bolívar no reposa. Vencido o vencedor no se fatiga
ni conoce el desaliento.
los vientos.
contra ella y haremos que obedezca”.
Con tan mínimos recursos este jinete en su caballo audaz
realiza empresa tan enorme.
otro Centauro para romperlas todas.
¡Oh glorioso! Pero he aquí tu gran gloria.
 
78
 Y la tierra fue azul y se encendieron lámparas como flores en los
ojos.
¡Oh, admirado, he aquí otra admiración: Tu frente de mármol
en medio del infortunio!
 Tu tenacidad inagotable.
 Tu tenacidad de océano llamando al infinito.
Es en el desastre en donde siento el incendio de tus venas.
 Y el vagido anunciador de la borrasca. La nueva racha, la
próxima siembra del pavor en praderas de triunfo resonante de
alaridos y cascos de potros desbocados.
Ni un minuto desfalleces. El torrente no está quieto jamás
hasta alcanzar su gran designio.
Simón, allí estaba América gimiendo como una enorme flor
entre sus mares encadenados.
 Y tú te ofreciste a los pueblos como un leño macizo.
Ahora te preguntan tus estatuas: ¿Cumpliste con la ley pre-
 vista de tu día histórico?
 Y tú crees que sí. Y tal vez la razón sea contigo.
Simón, hay tinieblas sobre el mundo. Aún reina la noche en tus
Américas.
Hoy los hombres estamos empeñados en libertar al hombre
de una esclavitud igual, si no mayor a la que tú rompiste. Estamos
batallando por una libertad más alta que la tuya.
La libertad total a que aspiramos busca en estas tierras un
nuevo y gran Libertador.
Pronto, Simón, desata tus amarras de las sombras, desenvaina
tu espada color lluvia bienhechora y toma tu sitio en nuestras filas.
Ahí está tu caballo de ijares impacientes, vibrando como un
gran violín de marsellesas y cantos resucitados. Ahí está esperando
tu caballo.
Pronto nuestras montañas saludarán al alba que se acerca con
un rumor de pasos milenarios que vienen desde el fondo de la his-
toria en una interminable procesión de esqueletos heroicos.
Vicente Huidobro
azul de una montaña
abrió sus grandes ojos
después batió las alas
del rayo y de los vientos...
 Y fue de triunfo en triunfo
proyectando su sombra
 y con extraño asombro
le vieron las llanuras,
los montes, las cascadas,
las palmas de sus llamas
 y ante la majestad de dos océanos
le aclamaron cien pueblos libertados.
Luego, enfermo y herido
por la perfidia humana,
 
en la mitad del día
cerró sus grandes ojos
 José Agustín Fernández 
(Sucre, Venezuela, 1895-1978)
¡Es tan menguada la voz de los hombres
para alzarla en el elogio de los héroes!
A Bolívar habría que cantarle
con la garganta de los vientos
 y el pecho del mar.
 Y tendría que suplicarle al Pampero:
dame tu acento.
Hoy necesito vuestra voz.
A Bolívar sólo pudo haberle cantado Darío.
¡Un Dios es el que hace las alabanzas de otro Dios!
¿Por qué el chorotega magnífico se fue
sin haber dejado para América el himno de su héroe máximo?
Hasta a su sombra se lo reclama
el alma orgullosa del Continente.
¡Oh Darío! Más que a Roosevelt y más que a la raza
tú le debías un poema a Bolívar!
Desde que él amarró a su destino
la gloria y el sacrificio,
 
del Tequendama.
cantando las alabanzas del General.
Lo que no han sabido hacer los hombres
lo habrán hecho el agua y el volcán.
 Y eso basta: ahora, nosotros,
aprendamos a escuchar,
a escuchar religiosamente,
el canto triunfal.
las de mi Río de la Plata y mi Uruguay.
 Y el himno enorme se integrará
con el ritmo del Amazonas, del Orinoco,
del Magdalena, del Paraná.
por sobre llanuras y montañas.
Así han de cantar a Bolívar
el agua y los ecos, la cordillera y el huracán.
 Todos los hombres de América
que le deben su libertad
con el corazón exaltado y la cabeza descubierta
escucharán.
 Juana de Ibarbourou
¿Uté ha visto? ¡Le va a pegá!
¿Y po qué le va a pegá?
¿Po que é su mama ?
¿Esa é rasón?
¡No me le pegue al niño,
misia Consesión!
déjemelo maluco,
déjemelo grosero,
déjemelo lambío,
déjemelo pegón.
¿que le pega los negros?,
¿qué le pega a tós?
¡pues, que les pegue, que les pegue,
que les rompa el morro, que les rompa el josico,
que tiene razón!
lo que pasa é lo que pasa, misia Cosesión:
que defiende a los chiquitos,
a los negritos,
a los blanquitos,
contra e grandulón.
 
mi niño Simón é la incorresión de la incorresión…
¡Pero é que uté no sabe,
é que uté no sabe cómo hay gente mala,
mi ama Consesión!
¡ahí eta él pegao!
que le brinca a la bemba, que le brinca al guargüero,
que le brinca a la pasa, que le brinca a tó;
 y tiene justisia pa pone la mano
 y é la incorresión de la incorresión…
¡No me le vaya a pegá!
Uté no é más mai que yo.
Déjemelo endiablao,
¡Ese va a sé el Coco! Cuando me mamaba,
me dejaba arrugao el pesón!
¡Ese se va a poné flaco
arriando mandigas con su mandadó!
Ese va a sé bueno; ese va sé santo…
No le pegue, mi ama, no le pegue!
El caporal malo, el dueño ladrón,
el mal blanco y el mal negro,
esguañangaos en sus manos los vamos a vé a los dó.
Mire, mi ama Cosesión :
el é pa to’s en la vida.
De noble, de grande, de santo,
pa los Palasio, pa los Boliva…
pero, mire, misia Cosesión,
de pelión y justisiero,
pa su mamita lambía.
¿Qué uté é su mama?... Sí… la sangre é suya,
pero… ¡la leche é mía!
Andrés Eloy Blanco
 
los pantalones blancos,
el espolín plateado,
danza del equilibrio,
 y borda en rojo la bandera.
Uno cae de espaldas a la quebrada,
 ya sin compás el corazón
en el final de su danza.
Pero el Libertador
danza la danza todavía,
 
que si se oyera, oyéramos que diría:
—Hoy es la danza del fuego sobre el agua
porque el lado de Oriente se rompió con el Día...
La Batalla:
de un lado, Valencey
 y Barbastro, La Torre
de cabeza de sol y los Bravos de Apure,
de lanza de sol,
 y Bolívar: el Sol.
otro: Mellao; y otro,
La danza de Valencey 
pero el Gran Armonioso
le canta a Él su canto de ave.
El Libertador
del hijo de Albión,
 
que si se oyera, oyéramos que diría:
—Hoy es la danza del fuego sobre la tierra;
 yerba mejor me crecerá este día
para que pasten los caballos de la Guerra...
La Batalla:
la Espada del Libertador
Abajo, con las manos atadas,
la Pompeya de la Colonia.
El volcán apenas se oye rugir,
que si se oyera, oyéramos que diría:
—Hoy es la danza del fuego sobre el fuego
porque la espada de Bolívar atizó mis brasas
 y la llama asaltó la hoja;
El Teniente la alzó sobre la Batalla
 y quedó solo como el Ángel en la montaña roja...
La Danza:
el Libertador-Presidente
El Sol del Perú
 y, abajo, el corazón
—¡La Gloriosa estaba allí!
 y otras, una mariposa...
que si se oyera, oyéramos que diría:
—Hoy es la danza del fuego sobre el Amor,
porque entre mis brazos está la luz,
porque sobre mi seno ha puesto mi señor
en un pecho el Sol y en el otro, la Cruz...
La Muerte.
el Libertador contempla la danza del Mar;
instintivamente,
el compás de las aguas;
la mano esquelética, la mano de ceniza
se busca una brasa de la vieja hoguera
hasta que se cansa de bailar
 
que si se oyera, oyéramos que diría:
—Hoy es la Danza del Fuego sobre la Muerte,
porque va a caer la centella,
porque el Hombre de Fuego se apagará esta noche,
pero en las olas me caerá una estrella...
Andrés Eloy Blanco
 
cruza por la cordillera:
sangrándole en las espuelas
un halo con siete estrellas.
¡Allá va Simón Bolívar
para clavarla en el pico
más altivo de la sierra.
¡Allá va Simón Bolívar
 Jinete en su potro blanco
cruza por la cordillera:
lleva una pluma en la diestra;
el cerebro entre la comba
azul le relampaguea,
forjada con las miserias
de cien pueblos redimidos
Un eco de redenciones
 va quedando como estela
cuando su caballo blanco
pasa por la Cordillera.
¡Allá va Simón Bolívar
le borda las charreteras;
el alquicel le blanquea
su figura de Profeta,
alumbradas de tragedia,
gime bajo su grandeza
 
porque Él va tornando en libres
a los parias de la tierra;
porque Él va haciendo el milagro,
como el Otro de Judea,
de aquilatar redenciones
 Ya regresa del Calvario,
 ya viene envuelto en la lumbre
de las verdades excelsas;
hacia la virtud eterna,
¡Allá va Simón Bolívar
Cimera de Gorro Frigio,
Gorro Frigio de cimera
 y doselándole el rostro
con linos de Pontevedra;
en oro de charreteras;
que fue de un rey y una reina;
bajo el tahalí ferrado,
la espada que centellea
celeste de la guerrera;
 y sobre los calcañares
sangrándole en las espuelas;
hechas para montar siglos,
¡Allá va Simón Bolívar
Rafael Yepes Trujillo
(Maracaibo, 1898-Caracas, 1972)
que nació en Venezuela, padeció
bajo el poder español, fue combatido,
sintiose muerto sobre el Chimborazo,
 y con el iris descendió a los infiernos
resucitó a la voz de Colombia,
tocó al Eterno con sus manos
 y está parado junto a Dios!
¡No nos juzgues, Bolívar, antes del día último,
porque creemos en la comunión de los hombres
que comulgan con el pueblo, sólo el pueblo
hace libres a los hombres, proclamamos
guerra a muerte y sin perdón a los tiranos,
creemos en la resurrección de los héroes
 y en la vida perdurable de los que como tú,
Libertador, ¡no mueren!,
Miguel Ángel Asturias
 
Bolívar (Fragmento)
Las veces que dije que no era la playa de pecho de arena,
¡sino su caballo!
Las veces que dije que no eran las olas de crines de espuma,
¡sino su caballo!
Las veces que dije que no era el tasquido del golfo en el freno,
¡sino su caballo!
las conchas, silenciosos.
¡Cuánto nácar difunto! Mas ya llega
el que en el pecho trae el arcoíris,
los colores del sol y las banderas.
De confín a confín ruedan los ojos
 y no ve más que el mar que no se acaba.
Aldabea los dedos en su pecho
lleno de astronomías populares,
 
esa gota purísima! ¡Pensar es un cuchillo!
 Y al quedar en silencio oyen su frente
quemada por el hierro. ¿El Chataima?
se pregunta la isla,
cordelera de secos arreboles.
que se busca en las conchas coloniales
la libertad del hombre, perla rara.
Afuera la camisa para el baile,
el pellejo y la vida
Huesos de isla quedaron insepultos...
¿Y la perla? Mejor tragarla a solas
oleante el pecho. De la perla se habla
cuando el yugo comienza a ser cansancio
 Y a cuchillo. Otra vez a cuchillo.
Bolívar es la lucha que no acaba.
Prueba la miel de un trozo de colmena
para endulzar su labio y presto escupe.
No hay que probar dulzura que se forje
en cárcel o prisión, sea de cera,
 
la aurora de los libres se detiene.
¿Por qué no ve a los astros? La chamarra
le sirve de telón, guarda los ojos,
tiene miedo a la hormiga y a la harina,
si la harina de Dios son las estrellas,
 y la hormiga no es otra, sino Él…
Alzar la frente, contemplar el cielo
 y pensar en libertar a tantos mundos,
sería uno. La chamarra es honda
 y el fuego del vivac le basta al hombre.
Suelta la brida en la tiniebla blanca,
sentía los ijares del caballo
con pulso de amapola en sus tobillos
¿Por qué esa geografía de raíces
si en cada río libre van espadas?
Hundir los puños y sacar del agua
los aceros de lenguas transparentes
en que la sangre suda sus rubíes
Parpadeo de estrellas derretidas.
que más parece que en sus lanzas
 
del aliento mordido entre los dientes.
 Y en esa muelle cama de resuellos,
como en resortes de profundo pueblo,
se duerme el Capitán.
 
las águilas andinas sacudían sus plumajes
 y por el derrotero de las constelaciones
 ya Colón regresaba del quimérico viaje.
Se dilató el imperio; los bravos infanzones
domaron tempestades, abatieron boscajes...
tuvieron reinos propios y vastos homenajes.
 Y en el ciclo glorioso que la América traza,
completando la tríada que sostiene la raza,
se irguió sobre los montes, Dios fuerte y colosal.
Bolívar, y hubo entonces en los cuatro horizontes,
lluvia de estrellas, fuegos, bramas del Aqueronte
¡y América encontraba su signo zodiacal!
Carlos Luis Sáenz 
(Costa Rica, 1899-1983)
en corcel indómito que la leyenda narra,
cuadrándose los picos del Ande, y cual si fuesen
una legión de cíclopes le presentaron armas.
Flotaba al viento helado, hecha casi jirones,
pero marcial, como una bandera al fin, su capa.
Un incendio solar parecía
 y barrió hasta las cúspides que a los cielos alcanzan.
Se abatieron, de cuajo, ante sus ímpetus,
las enhiestas encinas castellanas
en los dominios de la tierra indiana.
Mientras se estremecían de asombro los leones
de las viejas heráldicas.
nació para morir en Santa Marta
después de haber iluminado el Mundo
con la más inaudita de las llamas.
 
que es la más resonante clarinada,
nos parece mirarle todavía, jinete
en el corcel indómito que la leyenda narra,
desafiando huracanes, desafiando tormentas
 vemos flotar al viento del páramo su capa:
airón en las conquistas del Derecho
 y de la Democracia.
La conciencia de América, la de múltiples razas
que se han de amalgamar en una sola,
en el color y en la esperanza,
para darnos el Hombre
El héroe pasa.
Arde como un incendio solar su mirada.
Al galope tendido por las tierras de América,
cruzando ríos, llanos y montañas,
al galope de su potro,
el Héroe pasa.
al oír la inaudita clarinada.
Los volcanes de América,
gigantescos cañones, hacen salvas.
 y cual legión titánica que estremeciera un calofrío homérico,
en sus picachos le presentan armas.
Antonio Spinetti Dini
(Venezuela, 1900-Italia, 1941)
El ala sesga y firme, la enseña de la Hazaña,
proyéctase al futuro para el vuelo triunfal.
De frente a Condurcunca y a Laserna de España,
con los mismos que vienen de Junín y El Yagual,
para el reposo bíblico en lecho de montaña
consuma el Dios del Génesis la síntesis total.
Al Émulo depara Bolívar la victoria.
Del iris de la Gesta bajo el manto de Gloria,
escala el Chimborazo: Tabor y Sinaí.
 Y es así como el hombre de las Dificultades
al hombre de la Guerra coloca en las edades
¡con un pie en el Pichincha y otro en el Potosí!
 Jacinto Fombona Pachano
narrador de epopeyas en corros de mujeres,
estallante de guantes, medallas y lentejuelas,
echábanse a reír.
sobredorado y raro, como un fetiche caro,
 vomitando centellas, y triunfos, y batallas,
mostraban con sarcasmo sus bocas desdentadas.
Cuando se les preguntaba por el genio radioso
con la frente preñada de bruscas predicciones,
la voz como ultratumba, los ojos como el sol,
movían la cabeza rezongando que no.
Ellos no conocieron más que un muchacho flaco
 –movía casi a risa–
acogotó con ellos los páramos temblantes,
 y se mezcló en sus vidas, y les pedía sus nombres,
 y les comía sus ranchos,
 y así, y todo, los hizo ganar.
Antonio Arráiz 
 
Montó después a caballo
era el jinete mayor.
el que fue niño Simón,
 y a caballo sigue andando
sin fatiga el soñador.
De Angostura hasta Bolivia
fue guerrero y vencedor,
A caballo anda en la historia
este niño don Simón,
como anduvo por América
cuando era El Libertador.
 
Venía de los Andes a morir frente al mar.
Una luz de agonía le quemaba los párpados.
¡En la frente ya mustia, qué palidez mortal!
San Pedro Alejandrino, jardín de Santa Marta,
entre el mar y la sierra fue su rincón de paz.
La sierra con el alto penacho de su nieve,
 y el mar con su oleaje de azul, de espuma y sal.
Esta vez a Bolívar le acompaña un hidalgo:
el español hidalgo que le brindó su hogar.
Los que partir le miran se han quedado en silencio.
¡Nadie sintió más honda su propia soledad!
A la dama española de quien fuera su huésped
le dice adiós y agrega con gallardo ademán:
“—Aún me queda aliento para besar sus manos”
 y una venia subraya la palabra final.
Dorados tamarindos dieron vida a su gloria
en víspera del tránsito, ya roto el ideal.
Recogieron los árboles el rumor de su acento
 y lo retuvo el agua del vasto litoral.
 
El reloj dio la una y paró su tic-tac.
Hora final del Héroe, del Soñador de América,
del Quijote y el Cristo que amó la libertad.
Su extraña voz profética se escucha todavía,
más alta que los Andes, más sonora que el mar.
Cada vez que renace la conciencia del mundo,
su mensaje recobra fulgor de eternidad.
Manuel Felipe Rugeles
 
La América del Sur tiene forma de hachón:
en lo alto la llama de Venezuela brilla.
La América del Sur es un gran corazón:
su aorta es Bolívar.
se inventó el silencio en la Tierra.
 Y el banderín celeste del arcoíris
para anunciar al mundo tu Buena Nueva.
Bolívar: voz de campana mayor
en el amanecer de América.
 Jorge Carrera Andrade
Un canto para Bolívar 
Padre nuestro que estás en la tierra, en el agua, en el aire
de toda nuestra extensa latitud silenciosa,
todo lleva tu nombre, padre, en nuestra morada:
tu apellido la caña levanta a la dulzura,
el estaño bolívar tiene un fulgor bolívar,
el pájaro bolívar sobre el volcán bolívar,
la patata, el salitre, las sombras especiales,
las corrientes, las vetas de fosfórica piedra,
todo lo nuestro viene de tu vida apagada,
tu herencia fueron ríos, llanuras, campanarios,
tu herencia es el pan nuestro de cada día, padre.
 Tu pequeño cadáver de capitán valiente
ha extendido en lo inmenso su metálica forma,
de pronto salen dedos tuyos entre la nieve
 y el austral pescador saca a la luz de pronto
tu sonrisa, tu voz palpitando en las redes.
¿De qué color la rosa que junto a tu alma alcemos?
Roja será la rosa que recuerde tu paso.
¿Cómo serán las manos que toquen tu ceniza?
Rojas serán las manos que en tu ceniza nacen.
¿Y cómo es la semilla de tu corazón muerto?
Es roja la semilla de tu corazón vivo.
 
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Por eso es hoy la ronda de manos junto a ti.
 Junto a mi mano hay otra y hay otra junto a ella,
 y otra más, hasta el fondo del continente oscuro.
 Y otra mano que tú no conociste entonces
 viene también, Bolívar, a estrechar a la tuya:
de Teruel, de Madrid, del Jarama, del Ebro,
de la cárcel, del aire, de los muertos de España
llega esta mano roja que es hija de la tuya.
Capitán, combatiente, donde una boca
grita libertad, donde un oído escucha,
donde un soldado rojo rompe una frente parda,
donde un laurel de libres brota, donde una nueva
bandera se adorna con la sangre de nuestra insigne aurora,
Bolívar, capitán, se divisa tu rostro.
Otra vez entre pólvora y humo tu espada está naciendo.
Otra vez tu bandera con sangre se ha bordado.
Los malvados atacan tu semilla de nuevo,
clavado en otra cruz está el hijo del hombre.
Pero hacia la esperanza nos conduce tu sombra,
el laurel y la luz de tu ejército rojo
a través de la noche de América con tu mirada mira.
 Tus ojos que vigilan más allá de los mares,
más allá de los pueblos oprimidos y heridos,
más allá de las negras ciudades incendiadas,
tu voz nace de nuevo, tu mano otra vez nace:
tu ejército defiende las banderas sagradas:
 
 y un sonido terrible de dolores precede
la aurora enrojecida por la sangre del hombre.
Libertador, un mundo de paz nació en tus brazos.
La paz, el pan, el trigo de tu sangre nacieron,
de nuestra joven sangre venida de tu sangre
saldrán paz, pan y trigo para el mundo que haremos.
 Yo conocí a Bolívar una mañana larga,
en Madrid, en la boca del Quinto Regimiento,
Padre, le dije, ¿eres o no eres o quién eres?
 Y mirando el Cuartel de la Montaña, dijo:
“Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo”.
Pablo Neruda
(Chile, 1904-1973)
entre su manta y sus sueños.
Mírele el rastro en la paja,
míreselo, compañero,
Por aquí pasó, compadre,
hacia aquellos montes lejos.
grave perfil aguileño,
su caballo de puntero,
óigasela, compañero,
cuando pasan los arrieros,
 
como el grito del Catire
en las Queseras del Medio,
como la Patria en el Himno,
como el clarín en el Viento.
Por aquí pasó, compadre,
su perfil sobre el desierto.
Alberto Arvelo Torrealba
(Barinas, 1905-Caracas, 1971)
  Bolívar
Solo una frente amplia y unos ojos de abismo.
Solo una sombra ágil, nerviosa, diminuta
que se tornaba inmensa como todas las sombras.
Era una sombra inmensa y era un pueblo a su espalda.
Un pueblo de pausados campesinos andinos,
de llaneros festivos, audaces y valientes,
de mulatos cordiales y de negros risueños,
de curtidos y ariscos pescadores mestizos,
de soldados corianos sufridores y recios:
pueblo dicharachero, ingenioso y palúdico.
Era una sombra inmensa y era un pueblo a su espalda.
Hoy la sombra está muerta. De su savia
se han nutrido mil bosques de hombres.
En su loor clarines tempestuosos,
tambores desbocados y pífanos marciales
han florecido bajo muchos cielos.
 
Hoy la sombra está muerta, mas su pueblo vivo.
Frente a su mismo pueblo, sobre su mismo paisaje,
rumiando el mismo pan y la misma amargura.
Pueblo que aún persigue por las rutas con sol
lo que la arrolladora voluntad de la sombra buscaba.
Hoy la sombra está muerta, mas su pueblo está vivo.
Pueblo vivo y enmarcado con la mirada fija
en la bandera libre que tremoló la sombra.
¡Arar nunca es en vano,
ni en el mar!
 gran autor bolivariano
para darte mi canto, Padre Libertador!
Pero no basta la palabra sola.
Hace falta mucha fuerza de espíritu,
mucha fe en tu misión de redentor
crucificado sobre la misma tierra que todo te lo debe.
 Tú eres la América toda: sus ríos, sus montañas,
sus nieves, sus ardores.
Dios arriba. Tú abajo,
Dios arriba. Tú abajo,
 Tú, el signo salvador de la raza.
¿Qué fuera de los Andes, qué de los grandes ríos
que le sirven de arterias,
 
si tu fuego sagrado no les infunda bríos?
¿Quién que labra su tierra en esta tierra nuestra
hollada por el casco de tu corcel de guerra
no recoge y bendice el fruto de su vientre?
¿Quién que es poeta y canta,
oh, Padre, no te debe
el decir sus estrofas limpias de toda mancha?
 Tú quemaste en la hoguera de la más brava hazaña
todo cuanto quebranta la estructura del alma.
Por ti tiene el idioma sus mejores palabras,
las que pueden decirse con la frente muy alta.
Si tú no hubieras sido, no moliera la América
su trigo cada aurora con un canto en la boca.
La esperanza del pueblo sería polvo cernido
por la malla de acero de la sombra perpetua.
Pero tú, Padre, carne y hueso
de Dios,
 
 y algún día en el tiempo
todo el bronce de hoy, de mañana y de siempre,
será poco para albergar tu figura
de Libertador.
está de espalda a Dios
¡Padre Simón Bolívar...!
que brillan en el sudor del trópico,
o pasar a caballo bajo arcoíris de los llanos.
Venezuela iba por sus lentos ríos
de playas soñolientas de tortugas,
asomaba pumas entre grandes hojas de alucinación,
levantaba llamaradas de pájaros.
frente a colores horizontales del alba.
Con brillos de sol sonaron los clarines.
Después de un silencio tenso
como el que anuncia cataclismos.
Con brillos de sol sonaron los clarines
 y sonaron truenos retumbantes
 y se levantó el humo de la pólvora
 y rodaron solas ruedas de carretas
 y se despedazaron cañones
 y bajaron los lanceros
en un vasto ámbito de relinchos de caballos.
 Tempestad de la pólvora, del grito, del relincho.
 Tempestad de la vida y de la muerte
 
llegó Negro Primero.
con él vimos a nuestra democracia,
con él vimos nuestras futuras ciudades
 y sus chimeneas a orillas de esos lentos ríos.
Él con nosotros sigue sembrando el campo,
 va con nuestros hijos a la escuela,
reúne a los pescadores y a sus mujeres
que tienden redes plateadas de sardinas.
Sí, Bolívar era el que llevaba un morral
 y una carabina al hombro.
Sí, Bolívar era el que estaba derrotado
bajo un aguacero,
Sí, Bolívar se tomaba un café al amanecer
en alguna cocina donde las arañas tejen astros
en rincones negros de hollín.
Sí, Bolívar llamaba a otros campesinos
 
buscando más campesinos.
 y con él fuimos al combate.
Era un amanecer.
en una llanura de aurora anaranjada.
Con brillos de sol sonaron los clarines.
En la madrugada, los gallos habían cantado
con brillos de estrellas,
entre retorcidos árboles de merey,
en un aire iluminado de banderas.
Cuando ya Páez preparaba en la serranía
a sus jinetes llaneros.
Ambos, caballo y hombre,
como una densa sombra
en el humo agrio de la pólvora.
Al pie de la Bandera de la Patria, le dijo a Páez
“Mi General vengo a decirle adiós
porque me estoy muriendo”
 y el caballo alazán
hasta el final de la batalla.
Con brillos de sol volvieron a sonar los clarines.
 
Vicente Gerbasi
entre los crueles, los monstruos del relámpago,
entre los animales humanos de la guerra,
entre las patas, heridas, llamas, alaridos,
brotando de la sangre, despunta al fin Bolívar.
Más joven que su muerte andante y próxima
tan joven para los años que le esperan
tan lleno de furor puro, de esperanzas,
tocado por el crimen, como todos,
ebrio de un fuego por vencer la muerte
pero también capaz de detenerse
para aspirar la flor gratuita, vana,
para soñar algún sueño en que se mira
con los pies en el lodo, con la frente en la estrella.
Bolívar peleaba por su pan de Independencia
con frenéticas hambres de iluminado
caía al fondo de sus iras
ensuciaba sus alas juveniles
lleno de costras, de escamas, de hojarasca,
sacaba su garfio, su zarpa, su hocico de hombre de guerra
tatuado tenía el cuerpo de presidiario de la muerte
 
de gran sembrador ensangrentado.
cuando quiso contener las crecientes, el diluvio,
las tribus retemblantes de los hombres caballos...
Nadó entre corrientes fragorosas
alcanzó alguna orilla batida por las olas
se derrumbaban las montañas del trueno
llovía un crepúsculo, un ejército en derrota
caía ceniza funeraria de las fugas, de los éxodos,
subía el nivel del agua de la muerte.
Clarea sobre el mundo a pesar de la guerra
amanece a pesar de la derrota
un ave con alas de palmera real
 vuela en la aurora a pesar del exilio.
Entonces Bolívar se levantó de su sueño
lo despertó, profundamente, a la mañana en ciernes
lo soñó, por primera vez, lúcido y despierto
atravesó su cristal sin quebrarlo
fue traspasado por el rayo de imágenes.
Visión y visionario fueron un mismo hombre
compartiendo un mismo desayuno frugal
en ese primer día insular del destierro
en esa jornada de juntar los pasos,
 
Boves en Urica se quebró como una lanza.
Bolívar saltará la bocado sus palabras sueltas
las arrojará al voleo sobre las turbas revueltas
cabalgará los enlutados caballos solares
ganará un ejército de vástagos verdes,
de raíces viudas, de humus, de libertos en armas.
Mudará de piel en el tórrido verano guerrero
dejará entre los helechos su casaca mantuana
su capa quebradiza y seca, su uniforme vacío
le vestirá una luz matinal de victorias.
Bajarán lentamente las aguas tenebrosas
aflorarán las cimas lucientes y chorreantes
como lentas tortugas marinas,
aún no habrá cruzado la paloma ni crecido el arcoíris.
Su voluntad de fundación le irá quemando.
Sufrirá por sí mismo y por los otros
por el presente ciego y el porvenir herido
por su visión de paz y su verdad de guerra;
llorará alguna vez sobre una piedra,
creerá haber arado un mar de lágrimas pétreas
pero las fieras regresarán a su guarida
se ocultarán en su espesura de libertador
se amansarán un tiempo al influjo de su canto
empezará a verdecer el yermo, a ser de todos la esperanza
resplandecerán los territorios emergidos
en la extremidad de sus disparos
surgirá un firmamento de yemas delicadas.
¡Bolívar, ay, Bolívar tan mentido!
En este tiempo de prisiones
de ejércitos voraces salidos de su cauce
-revueltos espadones, creciente agostadora-
nadie vela tu insomnio que palpita
de viento a viento como una llamarada
nadie oye crujir tu impaciencia
en las maderas nocturnas, en los bosques
nadie bebe tus palabras sangradas
en tu exilio, en tu isla y en tu asfixia
cuando pensaste con peso de huerto de agonía
de planeta de plomo tenebroso
 y hablaste de una imposible mano abierta
de un pueblo sonreído
Repartiste entre todos la victoria
 y un sueño de países tomados de la mano.
Quisiste armar la paz con letras, libros
quemar la guerra con su propio fuego;
 
¡Cuánta historia rebotando de eco en sombra!
¡Cuánto nombre arrojado a los cerdos!
¡Cuánto Bolívar invocado en vano!
De la guerra brotará un cielo de verdura
que se convertirá en guerra
de la que brotará un nuevo cielo verde
que agostará la guerra
Ahondando en la bruma, en el vacío, en el fuego
bajaron a la muerte los soturnos caciques
los conquistadores tiznados por hogueras auríferas
los reyes negros con los ojos en blanco
 y en su sitio terreno, bajo el sol clamoroso,
quedaron los hijos repitiendo sus gestos,
los hijos que bajaron también a la muerte
ahondando en el vacío, los incendios, la niebla
 y dejando en su sitio terreno, repitiendo sus gestos
a los hijos, a sus hijos mortales
que bajaron también a la muerte dejando a sus hijos
quienes siguieron cavando las minas de la muerte
 
alzaban torres, hollaban los caminos
 y bajaban a la muerte dejando a sus hijos
bajo el sol clamoroso, repitiendo sus gestos...
Los hijos de todas las razas
de todos los metales y materias terrenas
tejen los hilos de un bordado inacabable
de una indetenible danza de cintas
ensartan un collar de rostros y de calaveras
se extienden, de hijo en hijo, los dominios de la muerte
las comarcas de grutas, cascadas y estrellas pétreas
las galerías de sales y de fuegos fr&iacu