un antiguo recuerdo de la buena ciudad

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DÍA a Brettsa del domingo Un antiguo recuerdo de la buena ciudad E N la antigua y magnífica fotografía del inolvidable y buen santacrucero A. Benítez, la estampa sencilla —y siempre elocuente en su mudez— de Santa Cruz de Tenerife en los años de la década de los 20. Arriba, el Teide, el gigante de azul loriga que cantó Tomás Mo- rales y, en el óvalo, la estampa marinera del crucero «Berlín», de la Marina Alemana que, en- tre los palos rematados por mas- teleros y mastelerillos calados a bayoneta, lanzaba al aire las tres chimeneas de mucha guinda y en caída. Sobre la ciudad blanca y ex- tendida como un vuelo de gavio- tas, las torres de las iglesias de la Concepción y San Francisco, las «cuatro torres» —metálicas y altas, espectaculares, que dieron nombre a toda una zona de la ciudad— y, a la misma vera de la mar, la chimenea de mucha guinda remataba la factoría de la Unión Eléctrica, chimenea que, por muchas razones, debió con- servarse como parte integrante de la ciudad que fue y, por para- doja, es y siempre será. En primer término, el barran- quillo de Almeida que, con to- dos los que atraviesan Santa Cruz, ha sido cantado —y su his- toria bien contada— por el buen amigo Luis Cola Benítez. Tal ba- rranquillo dividía la finca de Ventoso —amplia y de verde intenso— de la que entonces de- nominada Cuesta de los Came- llos, a la que también se le daba el nombre de Los Melones, ya que terminaba en la carretera de San Andrés y a la altura de la playa que llevaba tal nombre. Con ei fuerte de Aimeida y sus explanadas, más tierra adentro el sector de El Blanco —ya olvida- do en la ciudad de hoy— en el que, cuando el fútbol bien se mantenía en la ciudad y en sus barrios, los campos del Iberia y del Pirata —éste a nivel inferior y dando frente a la «casa amari- lla», en la calle de San Miguel— se abrían y ampliamente ofrecían a la niñez, pequenez y juventud. Casi todas las calles lucían empedrado de callaos —Santia- go, último tramo de San Francis- co, Señor de las Tribulaciones, San Martín, San Isidro, El Salu- do, etc.— y, frente al campo del Pirata y muy cerca de la «casa amarilla», un taller en el que, un señor de nacionalidad cubana, reparaba y alquilaba bicicletas. Por allí, quemada y requema- da, aún se alzan los restos de la «casa amarilla» y, hacia la mar, se lanzan —como entonces—las calles del Saludo y San Isidro, siempre en busca de «La Placi- ta». Por la calle de San Isidro —siempre bajando y a la derecha— los tradicionales esta- blecimientos comerciales, enton- ces ventas, de don Lázaro, don Paco y doña Peregrina y, por la calle de Santiago y esquina a la del Saludo, la del siempre recor- dado don Juan y doña Celia. Más arriba, a la misma entrada de El Blanco que se aprecia en la imagen, la panadería de doña Mariqueta —siempre con el olor tibio al pan nuevo— cuyo reparto lo hacía, a lomos de un humilde asno y to- ques del claxon de un antiguo taxi, un sencillo y humilde per- sonaje, creo se llamaba José, que aún está clavado en mi memoria. Con el sonar y resonar del cla- xon del repartidor del pan, el ca- ñonazo de las doce que, en la «placita», disparaba una de las dos piezas de campaña allí ins- taladas para corresponder con sus disparos a los saludos —de ahí el nombre de la cercana calle— de los buques de guerra extranjeros que llegaban a Santa Cruz. Desde la «placita» y la «mura- lla» de la Marina Alta —balcones de todo el barrio de El Toscal— siempre la mar dormida y en siesta. Allí, a tiro de piedra y a plena y total vista, las playas de San Antonio, La Peñita y Los Melones; muy a la derecha, la de Ruiz —al redoso del Muelle Sur— con la del «muellito del carbón», también llamada de «la frescura», y la del antiguo Club Náutico. En tales playas —todas duer- men para siempre bajo el Mue- lle de Ribera— los «muellitos» de los varaderos y empresas carbo- neras de las empresas Hamilton, Eider Dempster (Canary Islands) Co. Ltd. y, al abrigo del Muelle Norte, los del «slypway» de la entonces Junta de Obras del Puerto de Santa Cruz de Tene- rife. La imagen no recoge los tres muelles que, por Valleseco, aún mucho y bien nos dicen de la an- tigua etapa de la euforia del car- bón en Santa Cruz. Los tres al- macenes se lanzaban a la mar con sus «muellitos» y, bien lo re- cuerdo, el encargado de los per- tenecientes a Depósitos de Car- bones de Tenerife era don Mi- guel y, en los de Cory Herma- nos, don Ramón. Así, como muestra la imagen, en la ciudad de casas terreras que siempre tenía, y muy bien man- tenía, olas empenachadas con luz de aurora. Frente a las playas, ya protegidas por el brazo largo del Muelle Sur, buena y larga siem- bra de gabarras carboneras que, en las aletas, lucían nombres y numerales —Hamilton, Cory, Elders, Depósitos de Carbones de Tenerife, etc.— de las empre- sas coesignatarias tanto y tan bien ligadas al puerto de Saeta Cruz de Tenerife. En las playas de entonces, siempre varados sobre el reposo húmedo de los callaos y la are- na, los finos y muy elegantes «dos proas», herencia —sin duda— de los «whale boats», las balleneras que, en Santa Cruz, dejaron las fragatas americanas que, desde New Bedford y Nanc- tuket, llegaban para hacer con- sumo y, en especial, la aguada procedente de los nacientes de Aguirre. En su «Moby Dick», Melville se hace eco del marino tinerfeño que, embarcado en la «Pequod», con el mítico capitán Acab que iba en busca de la tam- bién mítica «ballena blanca». En aquellas tardes tranquilas, tras Punta Anaga se dejaba ver el numeroso rebaño de las velas latinas que, costeando, ponía proa a Santa Cruz, a las playas al redoso del Muelle Sur —a la antigua marquesina— y a las que por El Cabo y Los Llanos, se abrían a la mar alta y libre. Eran las buenas embarcaciones de los pescadores de la mar alta y pro- funda que, día tras día, regresa- ban para desembarcar sobre los callaos el producto de su diario y duro faenar, las capturas que conservaban todo el latir del Atlántico en sus entrañas. Así era la ciudad en la que, blanca y callada —plena de sol y de luz— Eduardo Zamacois bien quiso descansar para siem- pre. Pese a los años —muchos años— conserva toda su senci- llez, gracia y elegancia, todo el donaire de la población que na- ció y se alzó al filo de la ola. En la imagen, el barrio de El Toscal se alza en primer térmi- no con las calles que, con su luz profunda, tocan todos los cora- zones. Ya hemos olvidado el blanco con sus calles de tierra y los algarroberos que se alzaban —ya no— a la vera del barran- quillo y por debajo de Los La- vaderos. Por el mismo y siempre buen barrio de El Toscal, la entraña- ble calle del Señor de las Tribu- laciones, que nos lleva a cuando, el 29 de septiembre de 1893, arribó el vapor italiano «Remo» que, como recuerdo, dejó en Santa Cruz la triste herencia del cólera-morbo-asiático. En el ya desaparecido Lazare- to —recientemente derribado piedra a piedra y sin explicación a la ciudad— todo el dolor y, también, toda la lucha de los mé- dicos tinerfeños —entre ellos don Agustín Pisaca— que tanto y tan bien lucharon contra la en- fermedad. El 4 de enero de 1894, el go- bernador civil de Canarias, don Luis Felipe García Marchante, se dirigió a los ciudadanos para darles cuenta de la desaparición de la epidemia. Atrás quedaban los meses de tristeza y, el día 14, y, según don Francisco Martínez Viera, buen alcalde y cronista de Santa Cruz «en solemne proce- sión, fue llevada desde la iglesia de San Francisco al barrio del Toscal, la imagen del Señor de las Tribulaciones. A instancia del párroco de dicha iglesia, don Santiago Beyro, el Ayuntamien- to había acordado el 4 del mis- mo mes dar a la calle de Oriente el nombre de Señor de las Tri- bulaciones». La procesión, añade el señor Martínez Viera, «acompañada de autoridades y enorme concurren- cia, llevando a hombros laima- gen los vecinos del barrio, reco- rrió diversas calles, deteniéndo- se en las cuatro esquinas de las calles de la Rosa y de Oriente, en cuyo momento el popularísi- mo y abnegado sacerdote don José Mora y Berüff, de ejemplar conducta en la epidemia, pro- nunció una sentida plática di- ciendo que con aquel acto que- daba designada para siempre «Calle del Señor de las Tribula- ciones», la antigua que hasta ese día se había llamado de Orien- te, y que tan castigada había sido por su infortunio. El acto y la procesión fueron apoteósicos, conmovedores en alto grado. Ese es el origen del recorrido que to- dos los años, por Semana San- ta, hace el Señor de las Tribula- ciones por la calle de su nom- bre». En la imagen, el buen y anti- guo barrio de El Toscal, las pla- yas, el fuerte de Almeida y, ha- cia arriba, El Blanco. Todo nos llega envuelto en la poesía que nos vuelve la niñez en flor de alma. EL CRUCERO «BERLÍN» Arriba, el Teide, símbolo de Canarias y, en el óvalo, la estam- pa marinera —fina y gallarda— del crucero «Berlín» , de la Ma- rina de Guerra alemana. Fondeado frente a la playa de San Antonio —que para siempre duerme bajo los rellenos que for- maron la Avenida de Anaga— los tres palos del «Berlín» allá por los años de la década de los 20. El «Berlín»era uno de los sie- te cruceros de la clase «Bremen» y, el 22 de septiembre de 1903, fue botado en una de las gradas del arsenal de Danzig. De 3.250 toneladas, eran sus principales dimensiones 111 metros de eslo- ra, 13,30 de manga y 5,60de ca- lado. Como sus gemelos, estaba artillado con ocho cañones de 105 milímetros, diez de 37 y dos tubos lanzatorpedos de 18 pulga- das. Con dos grupos de turbinas —que tomaban vapor de diez calderas— daba máxima de 23 nudos y, con 860 toneladas de carbón en los «side bunkers», la autonomía era de 5.000 millas a la velocidad económica de 10 nu- dos. Como crucero ligero, la pro- tección horizontal estaba confia- da a una cubierta cuyo espesor variaba entre los 80 y 50 milíme- A. Benítez logró todo un recuerdo de Santa Cruz. En primer término, el fuerte de Almeida, El Blanco y todo el barrio de El Toscal. Abajo las playas y, al fondo, las torres de San Francisco y la Concepción, En el ovalo, la estampa marinera del crucero «Berlín», buque-escuela de la Marina alemana que, en los años de la década de los 20, recaló frecuentemente por Santa Cruz de Tenerife tros y que en la torre de mando, llegaba a los 100. Con proa de es- polón, tres chimeneas de mucha guinda y en caída —a son de los palos con masteleros calados a bayonetas— El «Berlín» tenía y bien mantenía gracia y elegancia. Cuando nuevo, allá por 1911 fue destinado como apostadero a varias estaciones navales y, en 1912, volvió a aguas alemanas. En mayo de 1916 intervino en la batalla naval de Jutlandia y, tras una etapa como minador, fue uti- lizado como buque de defensa costera. El «Berlín» fue, según los tér- minos del Armisticio, uno de los buques que se le permitió con- servar a la Reichsmarine y, en 1921, fue enviado al arsenal de Wilhelmshaven, en el cual fue totalmente modernizado. Se le suprimió la proa de espolón —quedó con la lanzada que bien se aprecia en la imagen— y, con nueva artillería y lanzatorpedos, comenzó a navegar como buque- escuela en 1923. Hasta 1927, el «Berlín» recaló en varias ocasiones por Santa Cruz de Tenerife. En 1929, cuan- do entraron en servicio los nue- vos cruceros, el «Berlín» quedó en la base naval de Kiel como buque-cuartel y acomodación para oficiales y soboficiales. Dado de baja el 31 de marzo de 1931, cinco años más tarde fue habilitado como cuartel flotante para las flotillas de submarinos basados en Kiel; en 1944 fue re- molcado al puerto de Hambur- go y, el mismo año, fue alcanza- do por impactos directos duran- te un bombardeo de la aviación aliada. Hundido en aguas someras, allí permaneció el ya muy viejo «Berlín» hasta que, reflotado en 1949, sus restos fueron desgua- zados. Con la antigua y buena estam- pa de Santa Cruz —todo de El Toscal y parte de las playas san- tacruceras en primer terminó- la silueta elegante del «Berlín», el crucero que de la Kaiserliche Marine pasó a la Reichsmarine y, en 1935, a la Kriegsmarine. Entre el Teide y el crucero «Berlín», en el sencillo recuer- do de Tenerife —obra de A. Benítez— toda la gracia marine- ra de la ciudad que nació al filo de la ola, a la misma vera de la mar, hace 495 años. Juan A. Padrón Albornoz Excmo. Ayuntamiento de SAN CRISTÓBAL de LA LAGUNA DELEGACIÓN DE JUVENTUD «Campamento de Verano 89» (Cruz de Tierno, La Gomera) Por esta Delegación se ha organizado un Campamento en la Isla de La Gomera para jóvenes de ambos sexos, comprendidos entre 12 y 14 años, y cuya cuota es de 12.000 ptas. La adjudicación será por riguroso orden de inscripción, sin que se admitan reservas, y se realizará entre el 15 de mayo y el 9 de junio, en la Oficina de Información Juvenil de este Ayuntamiento. Número de plazas: 80 Para más información contactar con la citada oficina (Teléfono 26-10-11), Extensión 238). EL ALCALDE

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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1989/05/14

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DÍA a Brettsa del domingo

Un antiguo recuerdo de labuena ciudad

EN la antigua y magníficafotografía del inolvidabley buen santacrucero A.

Benítez, la estampa sencilla —ysiempre elocuente en su mudez—de Santa Cruz de Tenerife en losaños de la década de los 20.Arriba, el Teide, el gigante deazul loriga que cantó Tomás Mo-rales y, en el óvalo, la estampamarinera del crucero «Berlín»,de la Marina Alemana que, en-tre los palos rematados por mas-teleros y mastelerillos calados abayoneta, lanzaba al aire las treschimeneas de mucha guinda y encaída.

Sobre la ciudad blanca y ex-tendida como un vuelo de gavio-tas, las torres de las iglesias dela Concepción y San Francisco,las «cuatro torres» —metálicas yaltas, espectaculares, que dieronnombre a toda una zona de laciudad— y, a la misma vera dela mar, la chimenea de muchaguinda remataba la factoría de laUnión Eléctrica, chimenea que,por muchas razones, debió con-servarse como parte integrantede la ciudad que fue y, por para-doja, es y siempre será.

En primer término, el barran-quillo de Almeida que, con to-dos los que atraviesan SantaCruz, ha sido cantado —y su his-toria bien contada— por el buenamigo Luis Cola Benítez. Tal ba-rranquillo dividía la finca deVentoso —amplia y de verdeintenso— de la que entonces de-nominada Cuesta de los Came-llos, a la que también se le dabael nombre de Los Melones, yaque terminaba en la carretera deSan Andrés y a la altura de laplaya que llevaba tal nombre.

Con ei fuerte de Aimeida y susexplanadas, más tierra adentro elsector de El Blanco —ya olvida-do en la ciudad de hoy— en elque, cuando el fútbol bien semantenía en la ciudad y en susbarrios, los campos del Iberia ydel Pirata —éste a nivel inferiory dando frente a la «casa amari-lla», en la calle de San Miguel—se abrían y ampliamente ofrecíana la niñez, pequenez y juventud.

Casi todas las calles lucíanempedrado de callaos —Santia-go, último tramo de San Francis-co, Señor de las Tribulaciones,San Martín, San Isidro, El Salu-do, etc.— y, frente al campo delPirata y muy cerca de la «casaamarilla», un taller en el que, unseñor de nacionalidad cubana,reparaba y alquilaba bicicletas.

Por allí, quemada y requema-da, aún se alzan los restos de la«casa amarilla» y, hacia la mar,se lanzan —como entonces— lascalles del Saludo y San Isidro,siempre en busca de «La Placi-ta». Por la calle de San Isidro—siempre bajando y a laderecha— los tradicionales esta-blecimientos comerciales, enton-ces ventas, de don Lázaro, donPaco y doña Peregrina y, por lacalle de Santiago y esquina a ladel Saludo, la del siempre recor-dado don Juan y doña Celia.Más arriba, a la misma entradade El Blanco que se aprecia enla imagen, la panadería de doñaM a r i q u e t a—siempre con el olor tibio al pannuevo— cuyo reparto lo hacía, alomos de un humilde asno y to-ques del claxon de un antiguotaxi, un sencillo y humilde per-sonaje, creo se llamaba José, queaún está clavado en mi memoria.

Con el sonar y resonar del cla-xon del repartidor del pan, el ca-ñonazo de las doce que, en la«placita», disparaba una de lasdos piezas de campaña allí ins-taladas para corresponder consus disparos a los saludos —deahí el nombre de la cercanacalle— de los buques de guerraextranjeros que llegaban a SantaCruz.

Desde la «placita» y la «mura-

lla» de la Marina Alta —balconesde todo el barrio de El Toscal—siempre la mar dormida y ensiesta. Allí, a tiro de piedra y aplena y total vista, las playas deSan Antonio, La Peñita y LosMelones; muy a la derecha, la deRuiz —al redoso del MuelleSur— con la del «muellito delcarbón», también llamada de «lafrescura», y la del antiguo ClubNáutico.

En tales playas —todas duer-men para siempre bajo el Mue-lle de Ribera— los «muellitos» delos varaderos y empresas carbo-neras de las empresas Hamilton,Eider Dempster (Canary Islands)Co. Ltd. y, al abrigo del MuelleNorte, los del «slypway» de laentonces Junta de Obras delPuerto de Santa Cruz de Tene-rife.

La imagen no recoge los tresmuelles que, por Valleseco, aúnmucho y bien nos dicen de la an-tigua etapa de la euforia del car-bón en Santa Cruz. Los tres al-macenes se lanzaban a la marcon sus «muellitos» y, bien lo re-cuerdo, el encargado de los per-tenecientes a Depósitos de Car-bones de Tenerife era don Mi-guel y, en los de Cory Herma-nos, don Ramón.

Así, como muestra la imagen,en la ciudad de casas terreras quesiempre tenía, y muy bien man-tenía, olas empenachadas con luzde aurora. Frente a las playas, yaprotegidas por el brazo largo delMuelle Sur, buena y larga siem-bra de gabarras carboneras que,en las aletas, lucían nombres ynumerales —Hamilton, Cory,Elders, Depósitos de Carbonesde Tenerife, etc.— de las empre-sas coesignatarias tanto y tanbien ligadas al puerto de SaetaCruz de Tenerife.

En las playas de entonces,siempre varados sobre el reposohúmedo de los callaos y la are-na, los finos y muy elegantes«dos proas», herencia —sinduda— de los «whale boats», lasballeneras que, en Santa Cruz,dejaron las fragatas americanasque, desde New Bedford y Nanc-tuket, llegaban para hacer con-sumo y, en especial, la aguadaprocedente de los nacientes deAguirre. En su «Moby Dick»,Melville se hace eco del marinotinerfeño que, embarcado en la«Pequod», con el mítico capitánAcab que iba en busca de la tam-bién mítica «ballena blanca».

En aquellas tardes tranquilas,tras Punta Anaga se dejaba verel numeroso rebaño de las velaslatinas que, costeando, poníaproa a Santa Cruz, a las playasal redoso del Muelle Sur —a laantigua marquesina— y a las quepor El Cabo y Los Llanos, seabrían a la mar alta y libre. Eranlas buenas embarcaciones de lospescadores de la mar alta y pro-funda que, día tras día, regresa-ban para desembarcar sobre loscallaos el producto de su diarioy duro faenar, las capturas queconservaban todo el latir delAtlántico en sus entrañas.

Así era la ciudad en la que,blanca y callada —plena de soly de luz— Eduardo Zamacoisbien quiso descansar para siem-pre. Pese a los años —muchosaños— conserva toda su senci-llez, gracia y elegancia, todo eldonaire de la población que na-ció y se alzó al filo de la ola.

En la imagen, el barrio de ElToscal se alza en primer térmi-no con las calles que, con su luzprofunda, tocan todos los cora-zones. Ya hemos olvidado elblanco con sus calles de tierra ylos algarroberos que se alzaban—ya no— a la vera del barran-quillo y por debajo de Los La-vaderos.

Por el mismo y siempre buenbarrio de El Toscal, la entraña-ble calle del Señor de las Tribu-

laciones, que nos lleva a cuando,el 29 de septiembre de 1893,arribó el vapor italiano «Remo»que, como recuerdo, dejó enSanta Cruz la triste herencia delcólera-morbo-asiático.

En el ya desaparecido Lazare-to —recientemente derribadopiedra a piedra y sin explicacióna la ciudad— todo el dolor y,también, toda la lucha de los mé-dicos tinerfeños —entre ellosdon Agustín Pisaca— que tantoy tan bien lucharon contra la en-fermedad.

El 4 de enero de 1894, el go-bernador civil de Canarias, donLuis Felipe García Marchante, sedirigió a los ciudadanos paradarles cuenta de la desapariciónde la epidemia. Atrás quedabanlos meses de tristeza y, el día 14,y, según don Francisco MartínezViera, buen alcalde y cronista deSanta Cruz «en solemne proce-sión, fue llevada desde la iglesiade San Francisco al barrio delToscal, la imagen del Señor delas Tribulaciones. A instancia delpárroco de dicha iglesia, donSantiago Beyro, el Ayuntamien-to había acordado el 4 del mis-mo mes dar a la calle de Orienteel nombre de Señor de las Tri-bulaciones».

La procesión, añade el señorMartínez Viera, «acompañada deautoridades y enorme concurren-cia, llevando a hombros la ima-gen los vecinos del barrio, reco-rrió diversas calles, deteniéndo-se en las cuatro esquinas de lascalles de la Rosa y de Oriente,en cuyo momento el popularísi-mo y abnegado sacerdote donJosé Mora y Berüff, de ejemplarconducta en la epidemia, pro-nunció una sentida plática di-ciendo que con aquel acto que-daba designada para siempre«Calle del Señor de las Tribula-ciones», la antigua que hasta esedía se había llamado de Orien-te, y que tan castigada había sidopor su infortunio. El acto y laprocesión fueron apoteósicos,conmovedores en alto grado. Esees el origen del recorrido que to-dos los años, por Semana San-ta, hace el Señor de las Tribula-ciones por la calle de su nom-bre».

En la imagen, el buen y anti-guo barrio de El Toscal, las pla-yas, el fuerte de Almeida y, ha-cia arriba, El Blanco. Todo nosllega envuelto en la poesía quenos vuelve la niñez en flor dealma.

EL CRUCERO «BERLÍN»

Arriba, el Teide, símbolo deCanarias y, en el óvalo, la estam-pa marinera —fina y gallarda—del crucero «Berlín» , de la Ma-rina de Guerra alemana.

Fondeado frente a la playa deSan Antonio —que para siempreduerme bajo los rellenos que for-maron la Avenida de Anaga— lostres palos del «Berlín» allá porlos años de la década de los 20.

El «Berlín» era uno de los sie-te cruceros de la clase «Bremen»y, el 22 de septiembre de 1903,fue botado en una de las gradasdel arsenal de Danzig. De 3.250toneladas, eran sus principalesdimensiones 111 metros de eslo-ra, 13,30 de manga y 5,60 de ca-lado. Como sus gemelos, estabaartillado con ocho cañones de105 milímetros, diez de 37 y dostubos lanzatorpedos de 18 pulga-das. Con dos grupos de turbinas—que tomaban vapor de diezcalderas— daba máxima de 23nudos y, con 860 toneladas decarbón en los «side bunkers», laautonomía era de 5.000 millas ala velocidad económica de 10 nu-dos.

Como crucero ligero, la pro-tección horizontal estaba confia-da a una cubierta cuyo espesorvariaba entre los 80 y 50 milíme-

A. Benítez logró todo un recuerdo de Santa Cruz. En primer término, el fuerte de Almeida, ElBlanco y todo el barrio de El Toscal. Abajo las playas y, al fondo, las torres de San Franciscoy la Concepción, En el ovalo, la estampa marinera del crucero «Berlín», buque-escuela de laMarina alemana que, en los años de la década de los 20, recaló frecuentemente por Santa Cruz

de Tenerife

tros y que en la torre de mando,llegaba a los 100. Con proa de es-polón, tres chimeneas de muchaguinda y en caída —a son de lospalos con masteleros calados abayonetas— El «Berlín» tenía ybien mantenía gracia y elegancia.

Cuando nuevo, allá por 1911fue destinado como apostadero avarias estaciones navales y, en1912, volvió a aguas alemanas.En mayo de 1916 intervino en labatalla naval de Jutlandia y, trasuna etapa como minador, fue uti-lizado como buque de defensacostera.

El «Berlín» fue, según los tér-minos del Armisticio, uno de losbuques que se le permitió con-servar a la Reichsmarine y, en1921, fue enviado al arsenal deWilhelmshaven, en el cual fuetotalmente modernizado. Se lesuprimió la proa de espolón

—quedó con la lanzada que biense aprecia en la imagen— y, connueva artillería y lanzatorpedos,comenzó a navegar como buque-escuela en 1923.

Hasta 1927, el «Berlín» recalóen varias ocasiones por SantaCruz de Tenerife. En 1929, cuan-do entraron en servicio los nue-vos cruceros, el «Berlín» quedóen la base naval de Kiel comobuque-cuartel y acomodaciónpara oficiales y soboficiales.Dado de baja el 31 de marzo de1931, cinco años más tarde fuehabilitado como cuartel flotantepara las flotillas de submarinosbasados en Kiel; en 1944 fue re-molcado al puerto de Hambur-go y, el mismo año, fue alcanza-do por impactos directos duran-te un bombardeo de la aviaciónaliada.

Hundido en aguas someras,allí permaneció el ya muy viejo«Berlín» hasta que, reflotado en1949, sus restos fueron desgua-zados.

Con la antigua y buena estam-pa de Santa Cruz —todo de ElToscal y parte de las playas san-tacruceras en primer terminó-la silueta elegante del «Berlín»,el crucero que de la KaiserlicheMarine pasó a la Reichsmariney, en 1935, a la Kriegsmarine.

Entre el Teide y el crucero«Berlín», en el sencillo recuer-do de Tenerife —obra de A.Benítez— toda la gracia marine-ra de la ciudad que nació al filode la ola, a la misma vera de lamar, hace 495 años.

Juan A. PadrónAlbornoz

Excmo. Ayuntamientode SAN CRISTÓBAL

de LA LAGUNADELEGACIÓN DE JUVENTUD

«Campamento de Verano 89» (Cruz de Tierno, La Gomera)Por esta Delegación se ha organizado un Campamento en la Isla de La Gomera para

jóvenes de ambos sexos, comprendidos entre 12 y 14 años, y cuya cuota es de 12.000 ptas.La adjudicación será por riguroso orden de inscripción, sin que se admitan reservas,

y se realizará entre el 15 de mayo y el 9 de junio, en la Oficina de Información Juvenilde este Ayuntamiento.

Número de plazas: 80

Para más información contactar con la citada oficina (Teléfono 26-10-11), Extensión 238).

EL ALCALDE