tzitzilini y otras lecciones del lado moridor/ramón méndez estrada

155
Tzitzilini y otras lecciones del lado moridor Ramón Méndez Estrada 1

Upload: tinu-tazor

Post on 16-Dec-2015

8 views

Category:

Documents


4 download

TRANSCRIPT

MUERTOS

1

13

Tzitziliniy otras lecciones del lado moridor

Ramn Mndez Estrada

A Mara Antonieta Zenteno Martnez,compaera de andanzas en este lustre de las luces

JUAN CASTRO

El nombre de Juan Castro se extendi ms all del Bajo, y venan a buscarlo incluso personas importantes de muy lejos, gobernadores y diputados de otros estados, pero creci ms por la hazaa inusitada de su resurreccin y su muerte definitiva, acontecida en Purundiro, Michoacn.Del caso slo puedo ofrecerles lo que yo supe, contado por personas que vieron cmo el difunto se levant de la mesa en que lo velaban para ordenar apagaran un par de velas, y cmo al final le echaron las paladas de tierra encima en la fosa de donde no saldra jams nunca.Por qu lo buscaban, es fcil explicar: tena mucho dinero, y lo prestaba, a cambio, claro, de una garanta segura, casi siempre terrenos, pero tambin joyas, ganado, lo que fuera, siempre que pudiera cobrar. Y venan a verlo incluso cuando creci su mala fama de no regresar las prendas exigidas, pues prefera apropirselas por la sencilla razn de que cubran lo prestado con creces y redobles.A la velada de su primera muerte acudieron todos los habitantes del poblado, menos los nios. Estaba el alcalde y los dems miembros del cabildo, los dueos de las tiendas, los empleados, los peones y aun la gente sin trabajo, no por que le tuvieran afecto, respeto, algo as, sino por un deber. El seor dictaba sus rdenes y ellos obedecan, y la asistencia a su velorio era como una orden final y terminante que deban acatar. Y eso estaban haciendo all, precisamente, sentados en torno a la larga mesa donde estaba tendido el cuerpo, alumbrado por la plida luz de los cuatro cirios que lo rodeaban.Hablaban poco y en susurros. No como en los velorios de la gente comn, que empiezan con murmurantes plticas sobre las virtudes y defectos del muerto, en las que poco a poco se levanta la voz al calor del caf con piquete, surgen los chistes y con ellos las risas contenidas, y a veces hasta llegan a cantar a grito pelado las canciones preferidas del fallecido.En esa velada no era as. Las voces, apenas en un hilo, se deslizaban por el aire con temor de romper el silencio imperante y molestar al difunto; tenues, agradecan el caf y el t de hojas de naranjo que la viuda les ofreca, endulzados con panocha y un chorrito de alcohol trado por los jefes del ingenio de Puruarn, venidos de Tierra Caliente con la esperanza de que a la muerte de Juan Castro pudieran recobrar los papeles de los grandes terrenos que tenan colmados de caaverales, ms all de Tacmbaro.Tendran cuatro horas frente al cuerpo, tendido en la mesa larga, an sin atad, cuando el muerto se incorpor, y, sentado, con las piernas extendidas, orden: Apaguen dos velas porque la cera est muy cara, y brinc al suelo.La estampida fue casi general. El pavor arre en precipitada carrera a la mayor parte de la concurrencia, encabezada por el propio presidente municipal, que por cierto no era hombre de valor y se haba alzado al puesto por su disposicin a servir a Juan Castro, dueo virtual del pueblo y sus alrededores y de ms all, hasta de lugares conocidos por muchos slo de odas.En la estancia, de muros de adobe altos y encalados, slo quedaron doa Remedios, la esposa del difunto, los caeros de Puruarn y unos pocos peones de campo a los que se pasaron las hojas y en la borrachera no atinaron a emprender la huida.Los caeros y doa Remedios nunca narraron qu hizo y dijo Juan Castro cuando estuvo vivo otra vez, pero los peones contaron que dio rdenes apremiantes, con los pelos parados por el miedo y la panza de tambor agitndose convulsivamente, para regularizar cuanto antes sus posesiones. Pocos dieron crdito al dicho de esos hombres, atribuido ms bien a su borrachera, porque el usurero continu al da siguiente su tren de vida normal, como si nada hubiera pasado y no supiera que en aquella mesa de la que salt estaban velando su cadver.La gente de Purundiro no crey a los peones la reaccin del resurrecto, pero en cambio finc en torno al suceso un cuento de ultratumba que nadie puso en duda, y tena que ver con el efmero paso de Juan Castro por los desconocidos senderos de la eternidad.Segn el pueblo, Juan Castro haba regresado a este mundo porque en la muerte no encontr su lugar.Decan que el muerto, como todo el que se precia de buen cristiano Juan Castro iba a misa todos los domingos, aunque rara vez daba limosna, fue en primer lugar al Cielo mismo, donde hay una gran puerta de maderas preciosas labradas y herrajes de metales finos, y all toc, porque sa es una puerta siempre cerrada.Qu te trae por aqu? pregunt al difunto un anciano de larga barba blanca, San Pedro, el portero del Cielo, con su manojo de llaves en la mano izquierda.Vengo a ver si aqu est mi lugar contest el muerto reciente, segn la versin popular.Vamos a ver dijo el viejo, quien sac un libro pequeo y pregunt: Cmo te llamas y de dnde eres?Juan Castro, de Purundiro respondi el demandante.San Pedro recorri con el ndice de su mano derecha la corta lista de su libro, para notificarle que no, all no apareca, y deba ir a buscarse al Purgatorio.Fue all Juan Castro y encontr una fortaleza con las puertas abiertas, custodiadas por un guardin, que muchos puruarenses afirmaron se trataba del mismsimo San Miguel Arcngel, quien pregunt al recin llegado el motivo de su visita, que a su vez respondi que buscaba all su lugar.El custodio sac un libro grande y pidi al visitante manifestar su nombre y origen, odos los cuales busc detenidamente en el registro y, al terminar, le dijo que all no estaba su sitio: deba ir al Infierno.Y fue Juan Castro al Infierno. Lo hall como la boca de una caverna grande cuyo paso atajaba un demonio amable, ayudado por muchos diablillos que danzaban, peleaban y alborotaban en la entrada.Bienvenido! casi grit el demonio aquel, pero segn la usanza tambin le pregunt su nombre y de dnde era.Juan Castro, de Purundiro dijo el interpelado, hecho lo cual el atento burcrata sac un gran libro de enormes listas y busc con afn.Terminada la bsqueda hasta la ltima lnea, alz su rostro, clav hondo su mirada en el solicitante, y volvi a buscar, desde el principio, accin que repiti tres veces. Acabada la quinta bsqueda, casi de manera mecnica, emprendi la sexta y ltima, superficialmente, apenas pasando el ndice por las iniciales maysculas. Al fin le dijo:No, aqu no hay ningn Juan Castro de Purundiro. Tengo un Purundiro, de Juan Castro. Nada ms. Tendrs que regresar.Fue as como el prestamista avaro regres a nuestro mundo, siempre, insisto, segn la versin de los pobladores de aquella regin de aguas calientes. Lo cierto es que Juan Castro revivi y reemprendi con ms tenacidad su rapia.Acostumbraba, dicen versiones que la autoridad no quiso o no pudo comprobar, que cuando tena una cierta cantidad de bienes en especie, joyas, monedas, alquilaba de regiones lejanas a algn acomedido que le ayudara a enterrarlos. Le ordenaba hacer un hoyo, cada vez ms profundo, y cuando le llegaba a la altura de la cabeza all lo mataba, de un balazo, echaba encima su tesoro, y luego l mismo cubra la fosa.Eso no pas nunca de presuncin, porque a su muerte verdadera acudieron a lugares estratgicos no pocos buscadores de fortuna fcil, pero ninguno dio con ningn entierro, ni de osamentas ni de tesoros, y lo nico que encontraron fueron hoyos para sus esperanzas y frustraciones de trabajos mal encaminados.Lo que s pas, y de esto las crnicas no me dejarn mentir, es que en su ltima etapa los prstamos de Juan Castro exigieron a quienes los necesitaron obligaciones ms all de sus lmites, hasta el punto de comprometer bienes ajenos, pero esos detalles cuentan poco en lo aqu consignado.Este final periodo dur apenas un mes, poco ms o menos, porque el avaro enferm entonces de gravedad y muri definitivamente. Si bien su primera muerte fue repentina y sorpresiva, y muchos de los puruarenses no la creyeron hasta ver su cadver tendido en la larga mesa de su primer velorio, en que resucit y brinc al suelo, su segunda muerte result ms inverosmil para la mayora del poblado, e incluso, pese a la obligacin que sentan para acudir a su velorio, faltaron los ms, pretextando motivos diversos.Dicen, los que se animan a contarlo, que el fatal desenlace fue obra de su propia mujer, doa Remedios: lo cur para siempre de vivir por medio del susto. Una tarde de paseo por los alrededores del pueblo pasaron por el cementerio, y en ste ella le ense la fosa de su tumba. Comprendi Juan Castro que estuvo a punto de ser enterrado vivo, y eso fue su perdicin, porque se asust y no se pudo reponer ms del susto.Cay enfermo, y se agrav. Ya en su agona, doa Remedios le llev al padre cura, cuyo nombre a estas alturas ya se me escapa, y fue en la entrevista con ste cuando el usurero cumpli su ltima hazaa en esta vida. Estaba el sacerdote haciendo oracin por el muerto inminente y sostena en alto un crucifijo de plata, recin pulido, cuyos brillos despertaron la avaricia del moribundo.Cinco pesos por l! Si no lo sacan el viernes se pierde! medio grit Juan Castro, incorporndose y arrebatando el Cristo al cura. Despus cay, de espaldas, con los ojos abiertos y la mano derecha aferrada al crucifijo. As muri, esta vez para siempre.Como est dicho, a su segundo velorio fueron pocos, pero a su entierro no falt ninguno del pueblo, fuera de los que se les pasaron las hojas y se quedaron a dormir la mona. A se s no vinieron los caeros de Puruarn, tal vez temiendo otra burla del muerto, pero entre la peonada de Purundiro se deca que aunque Juan Castro clamara la libertad desde su atad, ya bien claveteado, se opondran en conjunto a su regreso, incluso sobre doa Remedios.No hubo necesidad. Juan Castro se estuvo callado y quietecito, y las paladas de tierra cayeron sobre su caja de muerto en el cementerio de Purundiro, en una fosa de la que no saldra jams nunca.

MNDEME ALL

A la memoria de Juan Rulfo

No s si a todos nos pase, la verdad. Nunca me he puesto a averiguarlo. Uno llega a esto sin saber nada. Apenas con unas ganas grandes, aunque no se sepa de qu. Y las cosas y los hechos se vienen sucediendo muy tupiditos, sin darnos tiempo para ms. No queda tiempo para preguntarle a los otros cosas de dentro. No nos juntamos para vivir, sino para cumplir responsabilidades. Entonces uno no sabe a ciencia cierta por qu llegaron los dems, qu vientos los empujaron por estos lares.Uno llega, creo yo, por deseo de servir, por ganas de ayudar a la gente, porque la gente sufre y uno quiere hacer algo, ser un remedio, aunque sea un remedio pequeito, de uno solo, o no ms que un consuelo. Uno llega por eso, y con las apuraciones de cubrir los programas, hacer prcticas, preparar exmenes, uno llega casi a olvidarlo. Pero cuando se presenta la necesidad de decidir en dnde tendr uno que prestar su servicio, vuelve el recuerdo de la motivacin inicial, y as vuelve la mula al miz: Pues yo vine aqu por el deseo de servir a mis semejantes y, bueno, los que ms necesitan son los que carecen de ms, los ms pobres, los ms ignorantes, los que viven ms lejos de las ciudades y, seor, usted me va a disculpar, pero yo insisto en que me manden para all. Que si la gente es muy canija, que no agradece. Que si en casi todas las temporadas del ao hay que transitar a lomo de bestia y cuando no a pie. Que si por all no pas Dios y el Diablo ni se quiere asomar... A m mndeme all! Yo sabr poner todo lo mejor de mi parte, todo lo que he aprendido, para aliviar las penurias de aquellos pobres. Sabr ganrmelos, y crame, a lo mejor hasta por all me quedo a ejercer y slo vuelvo a la ciudad para actualizarme. Usted mndeme. Y no se preocupe. Lo dems es mi responsabilidad.Iba yo lleno de ilusiones. Con muchas, de veras, con muchas esperanzas. Lo fundamental era, pensaba, echarle ganas, ponerle mucho entusiasmo. Lo bsico era ganarme a la gente, saber hallarle el modo. Todos tienen un cuerpo, y cuando duele y uno puede ayudar se gana su confianza. As pensaba. Y sobre todo no aflojar. Atorarle. No recular al primer fracaso. Lo dems vendr solo. Planear, echar a andar programas, quitarle lo cerrado a la gente... Lo importante era lograr primero lo primero. A lo que iba. Ganarme su confianza. Tumbar supercheras. Talar malas creencias. Eso primero. Ya lo dems vendr despus.Yo lo entiendo... lo comprendo muy bien. Sepa que yo tambin fui joven. Tuve ideales, una montaa entera de buenos propsitos. Me cre noble. Luch a brazo partido, crame usted tambin, contra viento y marea. Pero la vida es dura. La realidad distinta de lo que uno se figura en sus pensamientos. La llama del entusiasmo se apaga pronto, las ilusiones se desquebrajan fcil. La realidad y la costumbre, como yunque y martillo, hacen polvo los sueos, la intencin ms frrea, la decisin ms inquebrantable. Por otra parte hay que advertirle, y esto debe quedar muy claro, que la Secretara no se puede hacer responsable. No slo no tendr ayudantes. No slo tendr que resolver todo por cuenta propia. Muchas veces ni siquiera podremos enviarle materiales. Esto hay que comprenderlo. La regin es prcticamente inaccesible. No entienda mal, no crea que trato de desanimarlo. Al contrario. Pero est muy consciente de que no basta el entusiasmo. Pinselo, joven. Yo le recomiendo pensarlo.Yo iba a sabiendas de que ir all no era precisamente un paseo al campo. Saba que era difcil, que sera duro, que habra que sacrificarse. Pero era lo de menos. Lo importante era conseguir la autorizacin. Eso era lo importante. Usted mndeme. Consiga que me manden. De lo dems me encargo yo. Tenga la seguridad de que no tendr quejas mas en contra de la Secretara. De eso est usted seguro. Dlo por hecho. Yo me hago cargo, por decirlo as, de todas las consecuencias que esto implique.As iba yo. Eso era la teora. Una cosa muy distinta es la prctica. Otra cosa, totalmente otra cosa, fue el trabajo de all. Tal vez alguien ms recio hubiera aguantado. Tal vez con un apoyo, aunque fuera mnimo, del Centro, habra aguantado yo. No es que se me acabaran las ganas. No es que se me haya apagado la ilusin. No fue eso.Soport el sol, el polvo. Vi cmo se me puso ceniza la piel, cmo me nacan grietas, cmo se me reventaba el pellejo, y luego cmo se me endureci, hasta hacerme parecer lagartija. Me curt all, y no es metfora: de all sal curtido. Pero no fue eso lo que me corri. Tampoco las creencias, las supersticiones de esa gente necia. Tuve paciencia y luch con mi mejor nimo, honradamente, contra toda esa adversidad. Con el debido respeto, me puse al t por t con comadronas, curanderos, yerberos y brujos de toda ralea. Lo que me sac fue otra cosa.En cualquier forma, cuando se sentan mal de veras, cuando no les daban resultado sus yerbas, sus remedios, sus brujos todos, venan a verme a m. Aunque eso s, algo tarde. Muchas veces tarde de plano ya, cuando ya no se poda hacer otra cosa que verlos morir. Y como uno est en esto para eso de salvar vidas, es una frustracin grande ver cmo se te van de las manos, como la muerte te gana la partida. Y si sa es una frustracin grande, es ms frustrante aun saber qu les pasa, tener la seguridad del diagnstico, y no tener material que sirva para algo. Algo se poda hacer de vez en cuando, de todas maneras. Aunque eso s, algo poco. Pero no fue eso lo que a m me corri. La verdad es otra.Para decirlo con franqueza, lo que me falt fue valor. Fui cobarde. Tuve miedo. El miedo se apoder de m, me hizo su presa, se me ech encima hasta el punto de no dejarme respirar, de impedirme el sueo, de traerme a brincos constantes. Y un hombre as no puede servir ya para nada. Por eso me raj. Me parti el pnico, y tuve que salir huyendo como alma que persiguen los diablos.La cosa es que una tarde uno de aquellos hombres vino a verme. Haba problemas con una parturienta que no poda parir. Haban intentado todo lo que estaba a su alcance: darle ts, quemar chile, hacer conjuros. Nada haba resultado.Me acompaa, doctor, pero de una vez se lo advierto: si alguno de los dos sale mal, usted se queda all mismo. Si se arriesga, de una vez vyase despidiendo. Si no, de todas maneras lo vamos a sacar del pueblo.Yo decid jugrmela. A eso iba. Es cierto que el trabajo no fue sencillo, pero tampoco era una cosa mayor. Lo ms agrio fue el pleito con la comadrona. Pero cuando el nio llor y aquella pudo respirar ms tranquila, yo me sent salvado. No creo en Dios, pero all me nacieron ganas de darle gracias, y eso fue lo que hice: le di gracias a Dios porque cre que haba salido con bien, y que no me quedaba nada ms que regresar a mi consultorio. El asunto, sin embargo, no haba acabado. En el portal, el hombre, insistente, me invitaba a quedarme. Haba una luna grande, plateada, y la noche soplaba un viento fro, refrescante.Ya es muy noche, doctor. No es bueno que se vaya solo a su casa. Hay por el camino gente malora y no quiero que le vaya a pasar nada malo. Qudese aqu. Aqu estar seguro. Ya har su camino por la maana.Su voz era serena, mas algo le sent que me dio miedo. Algo oculto me haca sentir la voz. Algo me empujaba por dentro dicindome que algo all andaba mal. El corazn me brincaba en el pecho como una liebre loca. Tembl, y un escalofro extrao me recorri la espalda. El relmpago de una lucidez sbita me aclar algo en la mente. Supe qu andaba mal: yo le haba visto a la mujer sus vergenzas. Vi a mi muerte de frente, y si se siente feo ver que una vida se te escurre entre las manos, ms feo se siente saber que la vida que se te va es la propia. Al instante otra idea sucedi. Ms que una idea, una esperanza a la que me aferr como un nufrago al madero del salvamento: Usted calclele dije, porque la seora est mal. Muy mal. Morir si no se le aplica una inyeccin cuanto antes. Y si ella muere no habr manera de salvar al chamaco. Eso es seguro. Usted necesita acompaarme a mi consultorio, porque yo aqu no traigo el remedio. As que andando.Eso fue lo que me salv. El hombre me notaba el apremio, pero creo que no supo que era de miedo. Me acompa. Llegamos al consultorio en la madrugada. All puse cualquier cosa en sus manos y lo mand a su casa con carcter de urgencia. Yo me acost a dormir, mas ya no pude conciliar el sueo. Se me haba escapado el valor, y de all para adelante fui un hombre que miraba machetes por todos lados. No pude resistirlo, para qu es ms que la verdad. Corr por eso. Eso me trajo a la ciudad. Ac todo se ve ms fcil. Casi, podra decirse, uno se siente ms seguro.Sin embargo los aos pasan, mire usted, y con toda mi madurez, con mi reputacin, con todo, soy un hombre que no se siente a gusto. No tengo paz. No vivo contento. Siento que algo me falta. Tal vez el valor que se me escap aquella noche o, para decirlo con palabras de ellos, tal vez sea prdida del alma. Me siento, por decirlo as, vaco. Un hombre vaco. Eso siento que soy. Por eso es que he venido a verlo. Disclpeme que insista. Ya lo pens muy bien. No tengo ya ninguna duda. Haga usted las gestiones. Consiga la autorizacin, y no me volver a ver por estos lugares. Siento que all hago falta. Que algo podr hacer all, aunque sea poco. Tal vez all recuperar mi valor, o el alma que dej all perdida. Usted consiga la autorizacin. De lo dems yo me hago cargo. De cualquier forma, de alguna cosa y en alguna parte he de morir.

LZARO GUERRERO

A la memoria de Jos Revueltas

Sinti un suave vaivn, como un mareo, y pens que haba bebido demasiado la noche anterior. Entonces record que tena ms de una semana sin beber y tuvo conciencia: el vaivn era un temblor de tierra. Sinti un jaln brusco, que casi lo hizo perder el equilibrio, y despus ms jalones, a un lado y otro. El edificio se bamboleaba, vaso de cubilete, y l rebotaba dentro, como un dado absurdo. Pens ponerse la chamarra, pero no se dirigi a la recmara a buscarla, sino a la sala comedor, trastabillando. El edificio cruja. Supo que se iba a derrumbar, y se acord de una reparacin menor, una descarapeladura en la pared de la recmara, pospuesta para el fin de semana. El edificio comenzaba a ceder, con fuertes truenos. Y ni siquiera pude arreglar la descarapeladura, pens tontamente, mientras se meta, sin saber por qu, bajo la mesa. La lmpara esquinera de la sala se estrell contra la pared, y el edificio se vino abajo, con gran estrpito, materias crujientes y pesadas en desplome. La palabra descarapeladura insista en su mente, en tanto comenzaba a caer. Quera acordarse de algo, no supo de qu; tal vez, trabes y castillos, lugares ms seguros en caso de derrumbe, pero no sali de su sitio bajo la mesa. El recuerdo se le negaba; torpe, obstinadamente, la palabra descarapeladura rebotaba en su cabeza una y otra vez. Ahora caa, caa lenta, interminablemente, una cada que duraba una eternidad y luego otra, ms all de la cuenta del tiempo. Intent repasar su vida como, se dice, la repasan a borbotones los ahogados en los ltimos segundos, pero no pudo. Slo se le ocurra, de una manera absurda, descarapelado, descarapelado. Lo embargaba la sensacin de vrtigo de una cada onrica, y tena la impresin de que, como en esas cadas de los sueos, despertara en el ltimo momento, justo antes de hacer contacto con el suelo. Al fin, un golpe seco lo detuvo. Le ardan las rodillas y las manos. Una nube de polvo le dificultaba la respiracin, como si hubiera descendido a un planeta extrao, cuya atmsfera densa no le bastara a sus pulmones. Estaba a gatas y senta, an, los estremecimientos de la Tierra. No supo si el temblor continuaba, o si era el edificio que no acababa de caer. En su mente insista descarapelado terca, tontamente, y se dijo que no haba tenido tiempo de arreglar la pared. Luego sigui el silencio, interrumpido a veces por tierra o piedras cayendo, por materias pesadas an en busca de acomodo, en el desplome. Se dijo, al fin: Bueno, no importa. De todos modos, la reparacin ya no se va a hacer.Despus vino otro intervalo interminable en el que intent reorganizar sus ideas. Acudan en bloque, pero de tal modo imprecisas que no atinaba a deslindar una de otra. La nube de polvo fue menguando, y tuvo la sensacin de que el ambiente casi se poda respirar. Entonces le cay encima la oscuridad, ese elemento etreo, intangible, y la sinti pesada, duea de una densidad atroz, y tuvo miedo de quedar aplastado por el peso indecible de lo oscuro. Se acost. Estaba temblando, le castaeaban los dientes y sudaba, un sudor fro. Estoy vivo. Vivo, an..., pens con sorpresa. Haba arrancado la idea de una profundidad insondable, donde peleaba la maraa de sus pensamientos, tercos como alambres, intrincados, mltiples, confundidos con sensaciones inslitas, en las que los sentidos se trastocaban, invadiendo sus campos: ola la oscuridad, y senta su olor en las papilas gustativas, invadiendo por la boca al cuerpo. La sorpresa ante este pensamiento, colmado de obviedad, resultaba maravillosa, y ardi como una llama en su fuero interno.Levntate, vale: Ya te est chiflando el Sol por la cola, son en su cabeza, y era ste el primer pensamiento que se dejaba atrapar con nitidez. Un recuerdo verbal, la frase de su to Fulgor cuando lo invitaba a comenzar las labores del da, al despertarlo, y le abri los ojos a la visin del rectngulo amarillo donde flotaba un polvo de luz, la rara forma que adoptaba el sol tempranero para entrar por la ventana abierta. Las palabras haban sido un resorte activador del ojo, y por un momento tuvo la impresin de que estaba a punto de levantarse, nio, modorro, a iniciar las correras de uno de sus felices das de vacaciones. Fue como una chispa, intensamente luminosa y fugaz, porque se dio cuenta de inmediato de que no poda recordar los colores; la conciencia de esta incapacidad le oprimi el pecho como una garra oscura. Dara cualquier cosa por tener otra vez en sus manos una paleta con colores brillantes, un pincel. Cualquier cosa pens, la mano derecha, por volver a ver una vez ms el Sol, por volver a ver una puesta de sol.

Era el comienzo del crepsculo; todava, en el Oeste, la masa oscura de la noche extenda su reino, resistindose a replegarse. Las estrellas perdan brillantez y, en su opacidad, Fulgor adivinaba matices de plata. Plata. Plata. Pensaba con desesperacin, con una intensidad brutal, inusitada. Plata... para qu? Para qu tanta plata? Para qu la montaa de plata del mundo? Algn sentido haba tenido alguna vez, que ahora se le escapaba. La cara del doctor se haba grabado fielmente en su memoria, y sus palabras golpearon sus odos, ahora, en el ro, como una revelacin.Qu le pasa al nio?Piquete de araa capulina contest Fulgor. Sudaba copiosamente, le temblaban las piernas, y el corazn le lata furioso, con golpes de pico. Le pareci que el doctor actuaba deliberadamente con calma extrema, con una lentitud exasperante. Despus de una eternidad lo mir a los ojos.Viene muy mal. No le aseguro que se salve.Slvelo, doctor! Le dar lo que pida.La vida no se puede comprar, amigo. No, todava.Con toda la Luna de plata no se poda, entonces, retener un brotecito as de vida? Para qu serva pues ese metal precioso, luz material y opaca de la Tierra? Qu sentido tena? Pugnaba por desentraar ese sentido oculto en el smbolo de la plata, confrontndolo con la ruda aseveracin del doctor. Las ltimas estrellas, plidas en el cielo, guardaban sus luces, y l senta en sus manos el metal, la luz pesada de la Tierra, como un lastre. Unas pocas nubes pardeaban el cielo azul cobalto; menos que una llovizna, una brisa, un amago de lluvia humedeca el ambiente. Al otro lado del ro, en el borde, se materializ un arcoiris. Una nube dorada, pequea y vaporosa, pas por debajo ocultando momentneamente la Luna. Fulgor sinti que la nube estaba al alcance de su mano; dio vuelta, y su mirada volvi a encontrarse con el Sol, despus de muchos aos. Una llamarada redonda, amarillo naranja, a cuyo influjo se desplegaba la magia del color y el mundo cobraba realidad con formas contundentes. Era como si por primera vez contemplara el amanecer, algo olvidado. Con el espectculo, un recuerdo casi animal se apoderaba de su ser, como si un antepasado remoto, por una ley de herencia improbable y cierta, gozara en l el primer amanecer del mundo despus de la oscura Edad del Hielo, cuando los hombres habitaron en cuevas para protegerse de la inclemencia del tiempo, donde aprendieron a fumar y a pintar. Se qued clavado como estaca, iluminado como un ciego de nacimiento que obtuviera la vista y se encontrase, de repente, en un mundo nuevo, recin hecho, crecido sbitamente ante sus ojos.No supo cunto tiempo pas. De pie, mir el Sol alto, y se fue a su casa despacio, gozando del da. Un regocijo supersticioso le aseguraba que bastaba esa determinacin, simple, de ver todos los amaneceres mientras permaneciera en el mundo, para que su hijo se salvara. De cualquier manera, era ya tarde para ir a la mina, pero estaba decidido a no volver a bajar nunca. No supo cmo tom la resolucin, aparecida de pronto, certera, en un momento en que se le haca obvio el sentido profundo de los metales y las piedras preciosas, ahora otra vez replegado a las tinieblas del inconsciente, que se explicaba, a tientas, con la sensacin de que esa luz materializada, con sus destellos, rebotaba en su ser removiendo y despertando luces interiores, no sospechadas antes en su existencia.Quince aos sin faltar a la mina. Trabaj incluso todos los festivos. Desde entonces slo vea la luz de la Luna, de las estrellas y de las lmparas y, raras veces, la de los crepsculos. Haba pasado, como ese antecesor extraamente manifiesto, gran parte de su vida en las entraas de la Tierra, en espera de la salida del Sol, que ahora le hera los ojos y lo obligaba a entrecerrarlos y a parpadear con frecuencia.

Si llegaba a tener una vez ms un pincel y una paleta en las manos, se propuso supersticiosamente, lo primero que pintara sera el rostro de la sirvienta del arquitecto Ramos. La imagen del sufrimiento, le dijo a Ral, cuando ste le enseara su fotografa, cuatro das antes. No se equivocaba. El arquitecto le cont en pocas palabras la tragedia de esa mujer, recientemente llegada de San Luis Potos: Violada por tres que la robaron a caballo a los diecisis, a los diecisiete se cas con un minero pobre, muerto en un derrumbe del tiro de la mina el ao pasado. A pesar de su juventud, la cara de Rosa tena el aspecto de la de una mujer que ha vivido mucho, edades incontables. No tena arrugas. Ese tiempo interior se le notaba de una manera extraa, en la mirada, como si con los ojos estuviera elevando una plegaria.El Sol se haba ocultado. Lzaro tena un jarro de caf humeante en las manos, y se cubra la espalda con una cobija. Ahora descansaba, y no poda separar de su mente la imagen de Rosa Snchez. Como todas las caras que haba visto en esos dos das, pens, con la huella del sufrimiento impresa, revelada por la conciencia sbita, oculta mientras nos entregamos a las preocupaciones mnimas de la vida cotidiana, del irremediable final, ms aguda cuando la muerte ronda cerca, entre semejantes.Lzaro Guerrero se levant como impulsado por un resorte. El temblor haba cortado el hilo de sus pensamientos. Cruja la Tierra y en el cielo, a quince o veinte metros, haba choques elctricos, bloques de atmsfera de cargas opuestas frotndose entre s con relmpagos siniestros. Est fuerte otra vez, dijo Lzaro, a nadie, maquinalmente. Cunda el pnico en torno y la gente se arrodillaba pidiendo clemencia quin sabe a qu potencias inconcebibles. l permaneca absorto en la contemplacin de los relmpagos. No tena miedo. Una insensibilidad extraa lo haca sentirse fuerte. Las luces de las descargas en el cielo se mezclaban en su memoria con lejanas auroras y con los dos ltimos atardeceres, rojos como incendios, que coronaron a la Ciudad de Mxico con el signo de las tribulaciones. Pas el temblor y se sent otra vez en la orilla de la banqueta, pensativo. En la lquida superficie del caf negro apareci la visin de su lucha contra el derrumbe, ayer, en esa mina absurda.Levntate, vale..., se haba dicho Guerrero. Se senta atrapado en el tiro de una rara mina de escombros, adonde haba parado sin haber ido a buscar diamantes ni oro; una mina no hecha, una mina nacida, gestada contra toda lgica por quin sabe qu divinidades antiguas, dueas de los poderes de la Tierra. Una mina nacida en su casa, cada de un reino de otro mundo. Tante, en lo oscuro, con la intencin de orientarse hacia la puerta. Cul puerta?, pens. Cul puerta ahora? Ver el Sol. Ver el Sol una vez ms, aunque fuera lo ltimo. Oa gritos, afuera, y supo que no haba quedado muy abajo. Eso le dio nimo. El primer trecho fue relativamente sencillo, porque la inslita estructura del derrumbe ofreca un espacio abierto por un costado, como la cuesta inversa de una montaa lisa, que ascenda por encima del filo de la mesa y descansaba su base sobre un castillo derrumbado, dolo de un joven dios de la modernidad, frgil y mortal como sus creadores. La losa, a un lado del castillo, haba cedido por completo, y estaba unida al piso; al otro lado una trabe se sostena, con precario equilibrio, entre un pequeo hueco y el peso de un volumen que Lzaro no poda calcular. Haba reconocido el terreno a tientas, pugnando por sacarle pupilas a las yemas, con envidia de la mirada de los tecolotes y un ansia creciente por despertar su estirpe de minero. Ahora tocaba el hueco, ms pequeo que su cuerpo, y empez a escarbar con las manos aquella tierra spera llena de piedras. Encontr un fierro, un instrumento mgico, un amuleto que la Providencia le haba puesto en su camino, y escarb con mpetu, rabioso, tirado sobre su flaco pecho. Oy un crujido. Le pareci un cernidor de arena, muy grande, agitando la tierra para sacar pepitas de oro de un ro, en los lindes de su niez, cuando era posible buscar la olla del tesoro al pie del arcoiris y volver a casa convertido en el Seor de los Diamantes.En el ensueo haba perdido un tiempo precioso: ahora el hueco se cerraba y le ataba las manos, que tena al frente, sostenidas por la clara visin, atenazadas con furia a la varilla, el fierro de poder forjado por el mundo para que el menor de sus hijos cumpliera hazaas que haran palidecer a aceros famosos. La montaa de escombros terminaba de acomodarse, y le negaba el paso franco a Lzaro, que se repleg, tosiendo, arrancando las manos y los brazos de las fauces famlicas de aquella oscuridad hecha materia.Estaba bajo la mesa, temblando; se senta oprimido, aplastado por una densidad que apoyaba su peso de la piel hacia adentro, trastocando la oscuridad externa, a flor de piel, con la oscuridad permanente del cuerpo. Tena unas ganas terribles de fumar, y lament no haber ido por su chamarra. Le costaba trabajo decidir si deba remover la tierra para hallar el hueco junto a la trabe, donde adivinara un tnel estrecho y largo, acariciado por el aire tal vez o por la visin anglica de su infancia, o tratar de encaramarse sobre la mesa para averiguar a dnde iba a parar aquella cuesta puesta al revs. Un poco de humo me hara bien, pens. Y esta frase le trajo a la memoria el humito que don Juan le dio a Castaneda, con el que atraves una pared. Eso es lo que se necesitara aqu, y no un pinche fierro caliente. La varilla le quemaba las manos, que senta pegajosas. Quiso recordar su cara como la haba visto en el espejo esa maana, cuando el temblor comenz, pero ya no la record; la imaginaba desfigurada, o refigurada, conforme al molde de la cara de la fotografa que le haba enseado el martes el arquitecto Ramos. Haban fantaseado que, por debajo de aquella imagen del sufrimiento, haba un soporte, una fuerza poderosa y extraa. Slo pudieron darle voz como una desesperada voluntad de sobrevivir.Dnde estara ahora Ral Ramos? Volvera a verlo? Mir sus manos. Estaban como mascadas. Mascadas por la Tierra. Ya no humeaba el caf, pero todava estaba caliente. Un perro pinto se acerc a su zapato, husme, y se fue, con la cola metida entre las patas, la testa arrugada, como la de la gente debajo de esta luna larga y amarilla colgada del poste, cuya luz alargaba las sombras de seres y de cosas de una manera lbrega.Guerrero record cmo haba trepado a la mesa, araa, lagartija y gato a la vez, unidos salvajemente por una sola voluntad superior, arraigada en todas las especies y reclamando su potestad en este reino. Despus, ms confusamente, dejndose llevar por un ensueo, cmo levant el fierro aqul, su vara mgica, embargado por una fe que antao, dicen, mova montaas; y al fin, tras de una vida de trabajos y penalidades sin cuento, cmo relumbr en la punta de la varilla de poder la estrella, trozo de sol que sealaba la boca de aquella mina absurda.Mira: te consegu una chamarra.La voz lo hizo levantar la cabeza. Pepe tena en las manos una chamarra azul de pana. Dej el jarro en la banqueta, quit la cobija de su espalda y se puso aquella prenda, rada en los codos. Pepe le ofreci un cigarrillo; no acept. Entonces record que en su chamarra no traa cigarrillos: haba dejado de fumar desde la pltica con el arquitecto Ramos, idealizando la fuerza advertida en el rostro de aquella mujer como una fuente de la que poda emanar cualquier decisin, desde la ms insignificante hasta la ms heroica, y el poder para llevarla hasta sus ltimas consecuencias.Gracias dijo Lzaro. Le sonaba rara su voz. Un escalofro le recorra la espalda en tanto se echaba encima el cobertor. A Pepe lo miraba con aire ausente, como si all no hubiera nadie. Si hubiera ido por la chamarra pens, no habra salido. Y despus: Ni siquiera la mano derecha, mirndose las manos otra vez, mientras agarraban el jarro, entumidas tenazas, torpes, como garras de una especie anterior.S. Pintar a Rosa Snchez.Qu? pregunt Pepe.Nada.Nada. S. Los muertos no hablan. Los que han entrado a la casa de los muertos, sin puertas ni ventanas, y vuelven, no vuelven a hablar con los mortales. Pensaba, dejndose arrastrar por su vena romntica, en la historia de Beren el Manco y Lthien Tinviel. Imaginaba que Beren tendra la cara de este hombre, que no hablaba. Por qu no haba gritado? Por qu? Lo vio cuando sala entre los escombros, como una aparicin. Primero las manos, que se le figuraron animales prehistricos, pequeos y monstruosos, araas de una especie desconocida, que haba permanecido dormida durante siglos en el stano lacustre de la ciudad, despierta ahora por los sacudimientos terrestres; extraos invasores venidos de otros tiempos emergan entre los escombros, con un presagio que no saba descifrar. Pudo entender la imagen hasta que el hombre haba sacado ya la mitad del cuerpo. Cuando se acerc, el otro estaba de pie sobre las ruinas. Dijo estar bien, y no abri ms la boca.A contraluz con el cielo nocturno y las ruinas de los edificios, Guerrero crey ver a Pepe en una caverna. Un tenue resplandor rojo iluminaba brevemente su cara, a intervalos; aspiraba, hondo, el humo de su cigarrillo; el tizn pareca vivo en sus manos. Echando humo por la nariz y por la boca dej caer la pregunta:Cmo te llamas?Lzaro... dijo el otro. Lzaro Guerrero.

Abri la puerta con el corazn en un puo, dispuesta a darlo por un augurio en contra del mensaje funesto, y all estaba el augurio, encarnado en el fantasma de su marido, que vena a verla desde las ocultas regiones del Ms All, con su chamarra azul rotosa y la sonrisa apenas esbozada. Tena la cara plida y el aire de fatiga de quien ha andado caminos que no se pueden contar. La sonrisa lo haca verse ms pobre y ms desamparado, y Ascensin tuvo lstima de l. Trmulo, el fantasma estiraba hacia ella los brazos, con sus manos como una costra. Por su mente cruz fugaz la idea de que en la muerte se naca anciano y se cumplan aos al revs, pues su esposo aparentaba la edad que tena cuando se conocieron. Como la primera vez, pens, atnita, y estaba a punto de preguntarle las noticias que traera de la muerte cuando un giro sbito de la conciencia la hizo reorganizar la realidad. Haban pasado dos o tres segundos. Se abraz a su hijo, llorando.Lzaro estaba insensible y lejano. Le pareca que la zona de su cerebro encargada de las emociones estaba bajo el efecto de una rara anestesia. Se senta inquieto; su estado de nimo le produca cierta desazn, y una seguridad que le causaba asombro. Casi no escuchaba a su madre, que dejaba caer una cascada de palabras, con voz quebrada. En el murmullo materno oa el rumor de que la Ciudad de Mxico haba desaparecido, mezclado con una historia de amor ya conocida, en la que ahora se destacaba una chamarra azul igualita a la que traes puesta, hasta con la mancha de tizne a la altura del corazn. Al decir estas palabras Ascensin Garca advirti que la chamarra tena cierre, y no botones, como la que recordaba, pero no corrigi su aserto. Proceda a explicar la llamada de Ernesto, que le aseguraba que la Ciudad de Mxico no se haba hundido, y le daba la amarga noticia de que el edificio donde viva su hijo se haba derrumbado. La nica esperanza era que an no tena noticias de Lzaro, aunque era una esperanza modesta.Ojal lo encuentre! Como sea, como est, ojal d con l. Que Dios le d buena mano para eso!, fueron sus palabras, junto al telfono, que haba colgado con aire de quien ha sido alcanzado por su destino. Con las palabras como sea, como est, haca un rodeo verbal con el que evitaba encontrarse la idea a la que su pensamiento iba directamente. Mientras le platicaba a su hijo, un sentimiento opresivo le encoga el corazn. Haba enviado a Ernesto a buscar un vivo entre los muertos. Seguramente no lo hallara all, y en cambio quin sabe qu cosas horribles encontrara. Tal vez pens con remordimiento su propia muerte. Haba pensado que era providencial que a Ernesto le hubiera picado una araa capulina cuando tena tres meses de nacido, lo que casi le costara la vida, pues esa experiencia, aunque olvidada, lo pona en conocimiento de cierta parte del camino que habra de recorrer para encontrar a su primo Lzaro. Trataba de ocultar su remordimiento, que chocaba bruscamente con la alegra salvaje de tener all a su hijo, en cuerpo presente, al alcance de la mano, con una conversacin fingidamente despreocupada. Por qu mand a Ernesto a todos lados, con ese tono imperioso? Se hubiera resignado. Se justificaba pensando, entre una frase y otra, que obedeca a la premonicin sobrehumana de que volvera a ver otra vez a su hijo, y a la seguridad, ahora endeble, de que su sobrino regresara de las regiones tenebrosas, pues al fin ya tena prctica en el asunto.Lzaro viaj a Jalapa, donde viva Ascensin, al da siguiente del segundo temblor grande. Narr a su madre, por exigencia de sta, las arduas labores de rescate de cuerpos y cosas, pero omiti en su relato los detalles grotescos de los cadveres destrozados, y tambin la mencin de que, aparte de l, rescatado por s mismo, no haban logrado recuperar ningn otro cuerpo con vida en la zona del desastre donde trabaj con inslito empeo los dos das previos. En cambio, le dio noticias de personas vivas encontradas en otras partes de la ciudad y destac con fingida alegra la recuperacin, entre las ruinas, de su enorme coleccin de discos de larga duracin: ms de cinco mil, de los que no haba escuchado siquiera la mitad, y entre los cuales oa slo unas cinco docenas con cierta frecuencia. Aportaba la intil precisin como un detalle amable para suavizar la tragedia, pues saba que su madre estaba orgullosa de que hubiera abueleado el gusto por la msica, pasin del padre de ella que lo gui en el dominio de varios instrumentos y la creacin de la orquesta del pequeo pueblo de la Huasteca donde Ascensin haba nacido.Est como ms viejo, fue la frase que se le ocurri, un poco absurdamente, pues Lzaro Guerrero era joven. Haba escuchado el relato de Lzaro con atencin dispersa y mal disimulada impaciencia por contar su propia historia. l soportaba, con creciente incomodidad, las hondas miradas de su madre, que le restregaban la costra de insensibilidad que protega la carne viva de sus emociones. Hubiera querido responder con efusividad a las muestras de afecto maternal, pero le era imposible. Ascensin insista en retocar la cara de su hijo, a la vista, con la imagen de su memoria; buscaba ciertos ngulos, marcaba rasgos, trastocaba sutilezas. A intervalos, crea ver al padre en el hijo, como si la tragedia, en vez de arrebatarle a ste, le hubiera acercado a su esposo de una manera inesperada. Lzaro, a su vez, con miradas esquivas, veladas, intentaba encontrar en su madre aquello que la haca igual y distinta a Rosa Snchez; procuraba evocar la imagen de la fotografa y, alzando los ojos furtivamente, la sobrepona a la cara de su mam, en un juego de mscaras. Vagaban sin sentido sus pensamientos; estaba sentado, desplomado casi, en el gran silln de la sala, y en la mano derecha sostena negligentemente un vaso de agua mineral. Estaba ms plido que una estatua de cera.

En ciertas ocasiones, el silencio es ms comunicativo que un parloteo sin interrupcin. Cuando las experiencias que intentan expresarse son inefables, la ausencia de palabras es una intrincada red de vasos comunicantes, en busca de nivel y a veces hallndolo. Cmo dar voz a lo que es intransferiblemente vivido? Los rostros de quienes estn en silencio son los ms expresivos; incluso los que callan ocultando perversas intenciones delatan una intensidad poco usual, como si el pensamiento, liberado de la carga de las palabras, se encaminara cada vez ms de prisa a las grutas de la vida profunda. Los pensamientos del arquitecto Ramos tambin corran delante de l, desatados por dos vasos de ron. Vea a Lzaro a travs de un cristal, en un mundo aparte, al que no poda entrar, y se contentaba con merodear por los alrededores. Lzaro estaba hundido en el silln. Bebi, un trago largo, hasta que vaci el vaso. Tom la fotografa que estaba sobre la mesa y se puso a mirarla nuevamente, con obstinacin. Ramos bebi a su vez, hasta el final, y sirvi ms ron en ambos vasos, que mezcl con agua mineral.Quera tomarle una fotografa as, cado en el silln, con esa cara como de resucitado, pero no se atreva; lo senta como un deseo morboso. El solo pensamiento de acercar la cmara le resultaba difcil; cierto recato le impeda formularlo claramente con palabras, y lo dejaba vagar amorfo en su interior, sin intentar siquiera darle voz. Tena curiosidad de saber lo que Lzaro estaba pensando ahora, pero tampoco se atreva a preguntar.Lo reconoci por la espalda, a la salida del aeropuerto; se tambaleaba, y Ral Ramos pens que Lzaro estara ms borracho que de costumbre. Casi poda decir que se lo saba de memoria. Lo haba tomado como modelo, sin que l lo notara, en las clases de taller de dibujo, en San Carlos. En tanto los bosquejos obligatorios de la modelo en distintas posturas escaseaban, los dibujos que haca de Lzaro eran cada vez ms numerosos. Intentaba encontrar signos particulares en los rasgos menos distintivos; un poco, era ir al encuentro de la esencia humana all donde exista menos oportunidad de expresin; de ah su insistencia en la nuca, por excelencia muda. Tal vez por eso le gustaba la fotografa de las caras: los retratos no hablan, toda su posibilidad expresiva se concentra en la imagen de un solo instante fugaz, que paradjicamente permanece, con intensidad propia, ajena al destino de la persona origen.Cuando lo alcanz, se dio cuenta de que no estaba ebrio, pero s casi a punto de desplomarse. Ahora beban en silencio y, entretejido con la trama de sus pensamientos, Ral Ramos evocaba, a retazos, el relato escalofriante de Lzaro, que le contara unas horas antes, a la salida del aeropuerto. Fue lo peor, haba dicho al final. El calificativo pretenda en vano abarcar la terrible impresin que le caus a Lzaro Guerrero haber sobrevolado la Ciudad de Mxico durante media hora, pues el avin en que regresaba de Jalapa (nico pasajero a bordo) no encontr pista disponible en el puerto areo y se vio obligado a hacer ese viaje de reconocimiento inesperado y cruel.Ral Ramos invit a Lzaro a su casa a beber unos tragos. No son de olvido dijo, pero te sentirs mejor. Ya en el automvil, Lzaro habl otra vez:Hazme un favor: Quiero pintar a Rosa Snchez.Quieres que te d la fotografa? pregunt Ramos.Algo mejor: presntamela. Quiero pintar sobre modelo.Me temo que no va a ser posible contest el arquitecto. Ella consigui un mejor trabajo el da 16.No habrs perdido el contacto...No... titube, no y s: El trabajo que consigui fue en el Hospital Jurez, en Intendencia. Entraba a las seis. El jueves muri sepultada.Lzaro Guerrero ya no habl ms. Ahora beba otra vez a su vaso y segua mirando la fotografa. Ramos lo vea all, casi inmvil, y adivinaba el vrtigo del otro en la cada, para la que por lo pronto no haba suelo, la cada en el oscuro pozo de su silencio.

TZITZILINI

A Caritina Estrada

Un sonido chirriante penetr por sus odos y le recorri la espina dorsal, producindole una agradable sensacin, un escalofro placentero. Dio media vuelta, y recorri el camino en sentido inverso, hasta el final. El rechinido hizo que se le erizaran los vellos de los brazos, y el estremecimiento pareci electrizarle todo el cuerpo, desde la coronilla a los talones, con mayor intensidad de la nuca al fin de la espalda.Despus vio su obra: un par de lneas, largas, irregulares, casi paralelas a no ser porque se unan en algunas partes, sobre la lmina, revelaban el brillante metal, despojado de la pintura rojo metlico que cubra la impecable carrocera del ltimo modelo estacionado en el jardn, recin llegado de la agencia. Mir, con cierta sorpresa, el clavo, y lo tir en el pasto a un lado. Le sudaban las manos y tena la respiracin agitada.Corri al interior de la casa y se sum a la convivencia matinal del desayuno. Todo era sonrisas y buenas maneras. El ms expansivo, en aquellos momentos iniciales del da, era el doctor Rubn Morales. Su esposa, Gudelia Daz, celebraba el buen humor del marido con breves sonrisas y aceptaba los elogios a su arte culinario con modesto entusiasmo, pues los molletes y las galletas que acompaaban el caf con leche no eran por cierto platillos que pudieran distinguir su cocina.Las hermanas, Mara Luisa y Arcelia, entre bromas ingenuas, coman con apetito. Rubn, en cambio, estaba inquieto, y un asomo de susto le haba alejado el hambre. Los dems no notaban su agitacin; l masticaba con fuerza, lentamente, y le costaba trabajo deglutir.El desayuno haba llegado casi a su fin cuando Bencito, como le deca su mam, fue a encerrarse al bao. All miraba la lmpara, sostenida con delgadas cadenas plateadas, inmvil bajo el techo, con sus ojos rasados casi de un lquido que podra bien ser lgrimas. Pero no lloraba. Atento, en tensa espera, estaba sentado sobre el retrete, an sin defecar, tratando eludir una tormenta que saba prxima.El temporal se desat, con fuertes truenos, sobre la puerta. Saba que era vano tratar de eludirlo, pero no abri. A los golpes sucedieron los gritos, las rdenes perentorias, las amenazas, y finalmente los susurros apaciguadores para convencerlo. Sali. No convencido, sino con un temor creciente. Y enfrent a su pap.El doctor Morales, perdonando el lugar comn de la expresin, estaba hecho una furia, que recarg contra su hijo. Blanda en las manos su cinturn, doblado por en medio, pero pese a su ira no le peg. Se contuvo en el lmite del acre regao, cuya agresiva lgica lo hizo concebir un castigo ejemplar.Tienes manos de lumbre! increp. Todo lo que tocas destruyes! Pero te voy a ensear hoy a que te comportes!: No irs al paseo, y te quedars solo aqu. Ah, pero no te voy a dejar suelto por ah! Eres muy capaz de destruir la casa entera!Lanzada la amenaza, tom una piola y le at al frente las manos al nio, que soport con estoicismo la reprimenda y el castigo, sin derramar una lgrima siquiera. No pidi perdn ni luch porque lo llevaran con ellos. Se sent en el silln de la sala y mir cmo se retiraban, cerrando la puerta tras de s.Era una maana soleada. Sin nubes, el cielo azul alzaba su overol impecable sobre los cerros, cpula inmensa bajo la cual la tierra pareca tambin infinita, de un horizonte a otro, mientras el automvil se deslizaba veloz sobre la carretera serpenteante.Al volante, el doctor Morales no disfrutaba el estreno y la sombra de una inquietud oscura contrastaba en su alma con la claridad rotunda del da. Hubiera querido regresar por Rubn y, conforme al plan original, disfrutar todos juntos, como familia modelo, la excursin al pequeo balneario de Arar. Pero no dio voz a su sentimiento, y las palabras quedaron sepultadas en su pecho, mientras sus hijas y su esposa tambin permanecan calladas, viendo por las ventanillas alejarse, raudo, el paisaje, para encontrarse cada vez con uno nuevo, sucesivamente.En la alberca, la lquida gracia refrescante mitig levemente el malestar del mdico, pero no alej por completo la sombra asechanza que amargaba su corazn. Gudelia y las nias parecan disfrutar la caricia del agua, pero rean poco y casi no hablaban, slo lo indispensable. No obstante, la familia no acort su paseo y sali del balneario pasado el medioda, casi al atardecer.Los cuatro se dieron an tiempo para comer y para visitar la iglesia del pueblo, donde hay unos murales extraordinarios, pintados por un artista guanajuatense. Al doctor impresion vivamente el de la cpula, cuyo tema es la ascensin de Jess. La figura central, el Cristo con las manos y los pies llagados, envuelto en una flamante tnica, se incrusta en la bveda con magistral factura, a punto de atravesarla y, hombre volador, parece escaparse al cielo infinito, ms all de las mortificaciones telricas. En torno, los apstoles, asidos precariamente aqu y all de una rama, una pea, tambin a punto de salirse del domo, pero stos desplomados al suelo del templo, las caras levantadas hacia al volador, con expresiones de splica y asombro, bajo los pies desnudos y llagados bambolendose en el ascenso.Rubn Morales, hombre prctico poco sensible al arte, reconoci no obstante que aquellos murales lo conmovan, especialmente el de la cpula, y un gozo hasta entonces desconocido lo embarg, movido casi al llanto. Pero no llor. Retomando su papel de buen esposo y padre responsable, condujo a su rebao hacia el automvil, y emprendieron el regreso a la ciudad.Caa la tarde. En el Oeste, el Sol descenda, redondo, amarillo brillante, trocando con sus luces los colores verde y amarillo de los montes, la cinta negra de la carretera, en un maravilloso y ldico cuadro, camino a casa, obligando al doctor a bajar las viseras, para mitigar los reflejos.Justo en el ocaso, una gran nube blanca, algodonosa, se pos entre los cerros y el Sol. El paisaje se ensombreci pero, efecto contradictorio, no perdi brillantez, pues a la claridad apabullante sum rayos de luz, blancos, amarillos, anaranjados, y sin embargo ocult la puesta de sol. En el crepsculo, los rayos de la luz vespertina se amorataron. En el paisaje, los verdes y amarillos de los montes se hicieron morados, y el doctor Morales senta una opresin en el pecho, apretada por presentimientos amargos. Aceler. Cuando atisbaron Morelia, ya iniciada la noche, las luces de la ciudad iluminaban las esbeltas torres de sus templos catlicos. Dejaban atrs la sombra noche del campo y entraban a la iluminada noche de la ciudad.En las calles de la urbe, mientras conduca el automvil nuevo camino a casa, Rubn Morales pens que abrazara a su hijo con renovada ternura y le explicara, con buenas palabras, el necesario castigo impuesto. Pero la inquietud inicial de la maana no lo dejaba en paz. Su corazn, presa de un desasosiego tenaz, saltaba en su pecho y lo agitaba con una inquietud morbosa. Pens fugazmente que podran ser sntomas de infarto, pero al pensamiento clnico se sobrepuso la emocin concreta de su remordimiento, que al fin reconoca como tal.Al llegar a la casa abri la reja del jardn, donde dej el vehculo, sin meterlo a la cochera construida apenas haca dos semanas. Sus hijas y su esposa se adelantaron. Cuando lleg a la puerta, lo recibi su mujer con la primera frase que aluda directamente, en la larga jornada, al problema del da, el castigo a Bencito.Est dormido dijo.En el gran silln de la sala, como un bulto recargado contra el respaldo, un saco oscuro en el mueble, estaba Rubn Morales Daz, hecho una bola.El doctor se acerc al cuerpo dispuesto a darle el beso del perdn y lo volte hacia s, para desatarle las manos. Entonces vio, con horror, que stas estaban moradas, amoratadas, y sin perder tiempo corri a la cocina en busca de un cuchillo. Volvi, y cort las ligaduras apresuradamente. Carg a su hijo en brazos y lo llev al hospital donde prestaba sus servicios.Lo atendieron de inmediato, con carcter de urgencia. Los cirujanos hicieron una breve junta, por un lapso que al padre le pareci infinito, aplastado por la acerba sombra que le oprima el corazn y le nublaba la vista con un lquido que bien podra ser lgrimas, pero no llor, hasta que el colega a cargo lo enfrent con la trgica decisin:Hay que amputar. Si no, el nio no se salva.Pasaron las horas. Interminables horas en que la ominosa opresin creca en su alma, hasta el ahogo.Ahora, los pies de doctor Rubn Morales colgaban con sus zapatos impecablemente lustrados, atado al cuello su cinturn, y ste tirante de las cadenas plateadas de la lmpara, que se meca levemente. El retrete estaba vaco, y junto, en el piso de mosaicos brillantes, la piola cortada. Un poco arriba, el cuerpo penda, bambolendose, en un descenso que nunca en toda la eternidad tendra alza alguna, arrastrado por la frase con que su hijo lo enfrent cuando pudo verlo despierto, plena de brutal simplicidad infantil y de un sentimiento difano como el da, mostrndole los muones cubiertos con vendas:Pap! Devulveme mis manos y no te vuelvo a rayar tu coche!

PODER OBRERO

A la sazn, en Mxico llegaba a su trmino el sexenio de la solidaridad, inaugurado con la toma de posesin del Presidente en turno en el Auditorio Nacional, transformado para el caso en sede provisional del Congreso de la Unin, donde el primer jefe del Ejecutivo Federal tecncrata pas la banda tricolor al segundo de la serie, a la postre famoso por su empeo de llevar a nuestro pas al Primer Mundo, propsito en el que persisti pese a que en la misma fecha elegida para la atrevida incursin en el Club de los Ricos, la declaracin de guerra zapatista record al globo el tercermundismo atvico en que estamos sumidos.La transmisin de poderes para el nuevo sexenio se efectuaba en el mismo escenario que la anterior, debido a magnas obras de remodelacin en el Palacio Legislativo. Ese da estaban en el Auditorio Nacional todos los integrantes de los tres Poderes de la Unin, entrantes y salientes: ambos presidentes, el gabinete oficial y el ampliado, secretarios y subsecretarios de Estado, titulares de los organismos descentralizados y desconcentrados, segundos y terceros mandos de las instituciones, generales y almirantes, procuradores y subprocuradores, jueces y magistrados, diputados y senadores, y como invitados especiales, los gobernadores de todos los estados de la Repblica y el jefe del Departamento del Distrito Federal, con los principales funcionarios de sus respectivas administraciones, incluidos casi la mitad de los alcaldes de las capitales de provincia, adems de no pocos presidentes de pases latinoamericanos. Un lugar especial ocuparon los rectores y funcionarios segundos de las ms reconocidas universidades del pas.Estaban, tambin, dirigentes y cuadros mayores y medios de todos los institutos polticos, pues adems de la asistencia obligada de los jefes del partido oficial acudieron al acto los de oposicin, dada la apertura creciente de espacios va contiendas electorales para acceder a puestos de representacin popular y, por qu no decirlo, las influencias por cuyo medio arriban muchos al servicio pblico en dependencias diversas.En tan solemne ocasin, claro, no podan faltar los lderes y representantes principales de centrales y sindicatos obreros y campesinos, los jefes de las organizaciones populares, los dirigentes de las confederaciones y cmaras patronales, de industria y comercio, los titulares de las asociaciones deportivas, etctera.Para cubrir el acto haban acudido los reporteros de prensa, radio y televisin de todas las fuentes, vigilados de cerca por directores y gerentes de sus respectivas empresas, tambin presentes, pues sus informantes estaban all todos. De guardia en las redacciones de los distintos medios seguan el evento mediante aparatos electrnicos unos cuantos periodistas de la policiaca.En fin, estaban todos, todos. La crema y nata del pas se dio cita ese da en el Auditorio Nacional, para presenciar la toma de posesin del nuevo presiso.Entonces, en lo ms animado de la ceremonia, sin que sus asistentes lo advirtieran, volando bajo, una pequea avionetita (trac trac trac trac se ajetreaba su motor), cruz rasante el Campo Marte, se acerc al edificio del cnclave y all se estrell. El pequeo tamao de la aeronave no hubiera causado perjuicios graves, fuera de unas dos docenas de muertos y otros tantos lesionados, si slo se tratara de un choque areo accidental. Pero no fue as. La nave voladora choc contra el corazn del pas con una violencia inusitada: cargada por quin sabe cuntos kilos de dinamita o bombas no se sabe tampoco de qu factura, lanz al aire el edificio completo y, con l, a toda la ilustre concurrencia all reunida.Nada qued. O s, pues: un hoyo grande en el centro de la nacin, donde antes haba estado el Auditorio Nacional y la plana mayor de la dirigencia de Mxico. El tiro fue preciso, y certero. De un aletazo, acab con los strapas que tenan a la mayor parte de la poblacin hundida en la pobreza, esa cofrada de miserables separada por el abismo de la falta de comunicacin.La transmisin electrnica de la toma de posesin del nuevo ungido se interrumpi de pronto, pero las ltimas imgenes televisivas revelaron al mundo que se trat de una explosin brutal. Los reporteros de guardia de los distintos medios de comunicacin acudieron en bloque, con diferencia de pocos minutos ninguno ms de 60, dependiendo del lugar de donde haban tenido que trasladarse.A calacas, la plana mayor de la dirigencia de Mxico!, cabecearon los vespertinos su princesa del da, tras sobrio balazo: Un gran agujero donde estuvo el Auditorio Nacional!, seguida de un lacnico pero explicativo sumario: Ataque kamikase acaba con todos los polticos del pas, y ocuparon el resto de sus pginas con una sucinta crnica del suceso y las largas listas de los ilustres que esa maana perdi el pas; las radiodifusoras, con voces de inexpertos locutores y comentaristas, trataron de ofrecer a sus sendos auditorios retratos hablados del desolado paraje recin instalado junto al Campo Marte, y citaron nombres y ms nombres de los fallecidos la jornada de marras, mientras las televisoras, con sus cmaras de repuesto, pasearon sus lentes sobre los vestigios del desastre, y tambin citaron grandes listados de nombres de los que all quedaron. En conjunto, atribuyeron la tragedia, como sealaban sumarios de variados sinnimos, a un evidente ataque kamikase, con barruntos propios de cada empresa, sobre dos lneas principales: un kamikase mexicano, hasta entonces no previsto siquiera, mucho menos atisbado, o de plano un kamikase japons, cuya agresin se encontraba fuera de toda lgica. En conjunto, tambin, todos coincidieron: murieron todos.Bueno, todos no. Uno de esa plana mayor del Mxico moderno se haba escapado, por una fortuita y providencial indisposicin: don Fidel Velzquez, dirigente cetemista, sufri la noche de la vspera un ataque cardiaco y fue internado de urgencia en el Centro Mdico Nacional Siglo XXI. Su hospitalizacin, en estado grave, le impidi acudir a la transmisin de poderes. Y las primeras noticias de su salud que lograron recabar los reporteros que siguieron el caso no eran alentadoras: aunque se haba salvado del primer ataque al corazn por la afortunada intervencin de un equipo de mdicos japoneses, peritos en cardiologa, presentes en la institucin debido a un congreso internacional de la materia, en el curso del da el veterano lder sindical haba padecido dos infartos que lo tenan al borde de la muerte. Sin embargo, se dijo, los expertos cirujanos nipones luchaban por salvarle la vida.Pasaron tres das. En el territorio nacional haba surgido una fuerte efervescencia poltica, encabezada en el centro por los cuadros medios del partido oficial, seguidos por los de los dems partidos, en la que tambin buscaban acomodo los dirigentes menores de las centrales nacionales obreras y campesinas; en los estados, los presidentes municipales de las ciudades capitales que se haban salvado luchaban por los interinatos de las gubernaturas vacas, acomodando a su conveniencia las fuerzas en los congresos locales, y en general los alcaldes, sndicos y regidores de todos los ayuntamientos del pas se aprestaban a la batalla por el nuevo reparto del pastel.En Morelia, Michoacn, el regidor de Ecologa y Medio Ambiente (que haba llegado al puesto en el Ayuntamiento por obra de un plantn de camionetas recolectoras de basura frente al Palacio Municipal, el cual dur doce das, hasta que una plaga de gusanos blancos cubra como una alfombra todas las aceras en torno al edificio y la fetidez no permita acercarse ni a la nariz ms valiente a tres cuadras del inmueble, y la comunidad moreliana haba exigido al alcalde y al gobernador resolver su demanda de acceso al relleno municipal para los vehculos de su organizacin), convoc a junta urgente de cabildo y se instal como interino en la vacante alcalda, que dej de inmediato para alzarse a la gubernatura provisional tras movimiento anlogo promovido con los restantes 112 ayuntamientos michoacanos, sin obstculo alguno por parte del Legislativo estatal. El vertiginoso ascenso del lder de los basureros dur apenas cuatro das. Fue un caso excepcional.En San Luis Potos, Veracruz, Oaxaca, Guerrero y Zacatecas, asumieron las gubernaturas los alcaldes de las respectivas capitales, en rpidos acuerdos que lograron con sus congresos en lapsos de tres a cinco das. El resto de los presidentes municipales salvados de la tragedia por su ausencia intentaron lo propio, pero su apego a los tiempos legales frustr sus aspiraciones. Todos los cabildos del pas estaban en ebullicin, en junta extraordinaria sin recesos.La situacin apuntaba a una revuelta inminente.A lo largo de la frontera norte soldados yankis se apostaron sobre la lnea, previsin instruida por el gobierno gringo, que sin embargo no orden una intervencin inmediata.En el Centro Mdico, los galenos japoneses se afanaban por el viejo lder que todo el mundo daba por seguro cadver, y haban pedido a su pas y a otras potencias industrializadas instrumental y equipo que lleg al territorio nacional embarcado en raudos vuelos destinados ex profeso para el efecto.Al quinto da, por fin, se tuvieron buenas noticias: Fidel Velzquez se haba salvado, pero su estado de salud era an precario. Los cuadros de las distintas organizaciones en lucha por los cacicazgos vacos pactaron una tensa tregua, en espera de ms informacin. Siete das despus de la tragedia, contra toda previsin, el dirigente obrero pudo recibir informes, recostado, a medio sentarse, en su lecho de convalecencia, de la desgracia que haba cado sobre Mxico.El veterano lder se incorpor, levemente, baj un poco sus lentes oscuros con la mano derecha, mir a sus informantes, se acomod otra vez los espejuelos, y pronunci, con lentitud:Muy bien, muchachos. Ahora s: Poder obrero!A la maana siguiente sali del hospital, en silla de ruedas, pero no dej que lo llevaran a su domicilio. Fue directamente a sus oficinas del Congreso del Trabajo, donde dio instrucciones para convocar a los principales dirigentes seccionales de los sindicatos y los regionales de las organizaciones campesinas, as como a los cuadros sobrevivientes del partido oficial, sin olvidar a los de las cmaras patronales. Invit a la junta de notables, adems, a eximios catedrticos de ciencias y humanidades, as como a los analistas polticos que por diversas causas no estuvieron presentes en la frustrada transmisin de poderes.Antes de hablar, Velzquez Snchez pidi la opinin de los presentes sobre el momento que viva el pas y las opciones para superar la crisis, y tras haber escuchado atentamente a todos, habl al fin. Plante hacer un frente comn para salvar a la nacin, cuyo primer paso sera convocar a un Congreso Constituyente y nombrar un presidente interino, que tendra como tarea principal organizar elecciones federales de las que deba surgir el Presidente constitucional. Recomend hacer lo mismo en todas las entidades de la Repblica, con excepcin de las seis que ya haban tomado sus providencias, a las cuales dese buen xito. La unidad, dijo, sera el elemento esencial para salvar a la patria y sacar adelante al pas. l se propuso, claro, para cubrir el interinato en el vaco despacho del Poder Ejecutivo.Cuando se despedan, don Fidel reserv el ltimo lugar al emergente gobernador michoacano, y en corto le dijo: Mucho cuidado! No quiero all Mugrelia ni Iturbidia! Que la hermosa ciudad lleve con dignidad el nombre que tiene en honor al caudillo. Voy a estar al pendiente.Los cuadros sobrevivientes del partido oficial se disciplinaron. Los de la oposicin aceptaron con reticencias no manifiestas la propuesta. Los jefes y lderes de las organizaciones sindicales, agrarias y populares formaron un slido bloque en torno al lder. Los dirigentes patronales convinieron colaborar para asegurar la estabilidad del pas, pero advirtieron que el nuevo gobierno debera garantizarles sus ganancias. Slo algunos movimientos disidentes de los sindicatos expresaron abiertamente su desacuerdo con el plan, pero no pudieron crecer debido a la opinin mayoritaria de que deba otorgrsele al Presidente interino el beneficio de la duda, reforzada adems por la promesa de la prxima convocatoria a comicios. En general, la poblacin hizo votos porque Fidel Velzquez pudiera cumplir su interinato hasta el final y entregara la Presidencia al entonces an desconocido constitucionalmente electo Presidente de la Repblica.As empez la nueva era del Mxico moderno, en el lapso que corresponda al ltimo periodo gubernamental del Siglo XX, frustrado en su inicio, y sustituido por el interinato que se presuma deba ser ms breve, para dar paso al definitivo del fin de la centuria.El Congreso Constituyente tuvo una ventaja sobre todos los que fungieron a lo largo del siglo: la representatividad, pues no hubo jefes de partido que designaran a los ocupantes de las curules de las dos cmaras y stos surgieron por su labor en sus respectivas organizaciones.El presidente interino Fidel Velzquez Snchez traslad su domicilio a la residencia oficial de Los Pinos, pero instal sus oficinas en el Palacio Nacional, en una amplia estancia con ventanas y balcones hacia el Occidente, para tener a tiro de ojo la Plaza de la Constitucin. Tanto en su casa como en su despacho el presidente obrero acondicion espacios para que pudiera ejercer su especialidad un reducido grupo de mdicos nipones que conserv junto a s en previsin de una probable e imprevista recada. Al equipo de galenos se sumaron dos o tres ingenieros, presuntamente para acondicionar las instalaciones del equipo que en una eventualidad tuvieran que usar los cirujanos.El nuevo titular del Ejecutivo se rode de un interesante equipo de asesores, y postul como prioridades de su administracin el impulso a la educacin y al trabajo, con la meta especfica de que no hubiera en el pas ni un nio ni joven sin escuela, y que toda la gente en la edad considerada como de Poblacin Econmicamente Activa tuviera trabajo. Dej en segundo trmino, pero no descuidado, el tema de la convocatoria y organizacin de las elecciones. Fij los lunes de cada semana para ofrecer una conferencia de prensa en que evaluaba, a su modo, la labor de la anterior, y anunciaba las tareas inmediatas de la que comenzaba.En los primeros meses del interinato, uno de los reporteros emergentes ascendido de la fuente policiaca a la gubernamental por los fortuitos acontecimientos puso en tela de juicio que don Fidel fuera don Fidel, pero no encontr eco a sus dudas. El veterano lder tena la misma apariencia de siempre. Conservaba la costumbre de tener en la mano o en la boca su clsico puro. Y no pesaron en el nimo de los dems las agudas observaciones del desconfiado de que Velzquez Snchez no se quedaba ya dormido en las ruedas de prensa, como suceda en su ltimo periodo en el Congreso del Trabajo, ni que nunca encendiera su enorme habano. Tampoco, que al parecer se le hubiera aguzado la vista, pese a sus lentes negros, y el odo, no obstante sus muchos aos, hasta lmites inconcebibles, pues el Presidente oa y vea ms que cualquiera junto, y registraba hechos y datos con la increble precisin de una cmara fotogrfica y una grabadora automtica.Pasaron los das y los meses, y al fin, al tercer ao de ejercicio del Congreso Constituyente y el gobierno interino, los trabajos estaban adelantados y pudo lanzarse la convocatoria para las prometidas elecciones. Algunas cosas haban cambiado en el pas, sobre todo en tres aspectos: haba trabajo y escuela para todos, y la legislacin electoral abra la posibilidad, por primera vez desde 1911, de que el presidente repitiera en el cargo, atendiendo principalmente a la inslita forma en que Fidel Velzquez haba ocupado el interinato. A este respecto, un candado qued: que el Ejecutivo constitucionalmente electo no pudiera serlo otra vez, resabio del movimiento maderista de principios del siglo.Don Fidel Velzquez se postul candidato para la Presidencia como abanderado del partido oficial, causa abrazada incluso por facciones disidentes de los institutos polticos de oposicin: comprendan la delantera que les llevaba el viejo dirigente obrero. En los comicios, el veterano lder logr lo que slo un aspirante a presidente de la Repblica haba logrado, comenzando la segunda mitad del siglo XIX: ser electo por ms de 95 por ciento de los votantes.Conforme a la legislacin vigente, don Fidel asumi su mandato constitucional con la solemne promesa, ante el Congreso de la Unin, de respetar y hacer respetar la Constitucin Poltica del pas, y pese al consenso abrumador favorable a su gobierno, no faltaron los descontentos que, carentes de fuerza y convocatoria para promover un amplio movimiento en contra o siquiera acciones desestabilizadoras, se conformaron con la idea de que a fin de cuentas el eximio poltico estaba ya viejo, y lo ms seguro era que no llegara al final de su periodo.Desde que tom el mando, Fidel Velzquez haba impuesto un tren de gobierno encaminado a la eficacia, y bajo la premisa de pocas giras y mucho trabajo, generalmente transitaba en el da slo de Los Pinos al Palacio Nacional y viceversa. A sus compromisos con empresarios, lderes y polticos casi siempre enviaba a un representante. Pero se enteraba de todo. A veces, no obstante, rareza en su persona, emprenda una breve gira de labores para atender personalmente tanto a gobiernos estatales como a pequeos ayuntamientos, sin distincin.Desde el inicio de su periodo constitucional, reforz su poltica sobre la educacin y el trabajo, y emprendi reformas en ambas materias.Apoyado por el Congreso, concentr la educacin bsica en una sola escuela, de doce aos, de la cual los egresados deban salir, segn los planes, con pleno dominio de los conceptos bsicos de todas las ciencias exactas y sociales, cuando menos de dos idiomas modernos uno de ellos el espaol y una lengua autctona, hbil ejecucin de un instrumento musical y nociones de todas las artes, adems de competencia suficiente en dos oficios de manos y en produccin de alimentos vegetales. Para lograrlo, transform las escuelas en especies de grandes talleres de produccin, con huertas y hortalizas, dirigidos por maestros de oficios y campesinos experimentados, con espacios para que los acadmicos y artistas impartieran sus ctedras, stas siempre en las primeras horas de la maana. Los alumnos desayunaban y coman en la escuela, en sus respectivos planteles, y pronto comenz a haber un importante intercambio entre ellos de productos e insumos necesarios para su funcionamiento. La Bsica 36 surta de uniformes a todas las dems de la zona; la Bsica 12, de pizarrones, mesabancos y escritorios a las dems; la 123, gises, lpices y apuntes impresos a las otras, y as sucesivamente. Todos los planteles eran autosuficientes en alimentos, o casi, pero remediaban las eventuales carencias fcilmente, gracias al intercambio.En trabajo, el plan fue Chamba para todos, con lo que no todos estuvieron de acuerdo, hay que reconocerlo, porque la ciudadana del pas estaba acostumbrada a echar la geva, gran parte era chambista, y en realidad no quera coger el toro por los cuernos. Una gran oposicin surgi entre los comerciantes, establecidos en locales y de la va pblica, porque don Fidel concentr la actividad en grandes centros de distribucin y consumo, y exigi que no se especulara con los productos, de manera que los vendedores tenan que ser productores y fabricantes, y no intermediarios. A los opositores, tambin hay que reconocerlo, se les castig, incluso con salvajismo. Deca el Presidente que esos eran slo como plantas parsitas que haba que eliminar, a menos que dieran flores bellas, entre los que salv a los poetas, y de stos resultaron muy pocos.Del plan general, dos programas especficos resultaron altamente benficos en todos los sentidos: el de vivienda y el de la basura. Aqul fue convocado bajo el lema: Manos a la obra, y consisti en esencia en ocupar a todos los desempleados, y los hasta entonces empleados en trabajos improductivos, en la construccin de casas, aprovechando terrenos ociosos y materiales de cada regin. La iniciativa privada fue obligada a inyectar los recursos necesarios para el inicio del programa, pero rpido el trabajo y el dinero se multiplicaron y los primeros beneficiados pudieron comenzar sus pagos muy pronto. En tres aos el dficit de vivienda en Mxico estuvo superado, y el pas con posibilidades de atender la creciente demanda de los matrimonios jvenes, que eran muchos y cada vez ms.Para el segundo, fue providencial la recomendacin que hiciera en su momento al lder de los basureros que se alz a gobernador. Por el plantn de ftida memoria haba recibido duras crticas de la sociedad moreliana, entre ellas las de un ingeniero que tena dos dcadas trabajando sobre el asunto. Planteaba, en suma, que una vez producida la basura se convierte en un problema sin solucin sanitaria posible, y se dedic durante aos a predicar en el desierto para que la comunidad separara los desechos slidos a fin de poderlos reciclar con eficacia.El gobernador lo cit para conocer con detalle el planteamiento, y se convenci del procedimiento, de manera que puso en prctica un programa piloto de separacin y reciclaje en la capital michoacana. Al principio fue difcil luchar contra los malos hbitos acumulados, pero poco a poco gan terreno, y cuando slo quedaron fuera los remisos incorregibles dict un bando mediante el cual se impuso el cobro de la recoleccin de desechos no separados por peso especfico, y por desechos slidos separados se otorgaron vales para la reduccin de impuestos. Todos entraron al aro. Visto el xito, el mandatario estatal convoc a los alcaldes de la entidad para implantar programas anlogos. En menos de tres aos los beneficios se haban probado en todo Michoacn.Solicit entonces una audiencia con el Presidente de la Repblica, para entrega de resultados. Don Fidel comprendi que si el aserto del gobernador tena bases sera til extender el programa a Mxico entero. Realiz entonces una de sus pocas giras de trabajo: una visita de inspeccin al estado, pero se fue junto con el gobernador para que ste no pudiera montar escenarios. En la ruta se detuvo tanto en pueblos pequeos como en cabeceras municipales, y por fin en Morelia. Efectivamente, era cierto. Haban desaparecido los basureros a cielo abierto, todos los desechos reciclables se aprovechaban y haba unos cuantos depsitos para la disposicin final de los que eran estrictamente sanitarios, fundamentalmente de hospitales.Velzquez Snchez orden entonces una campaa nacional contra la basura, que difundi ampliamente por todos los medios de comunicacin durante un lapso de seis meses, al cabo del cual entraron en vigor reformas en la Ley Federal de Ecologa, por cuyo medio se impusieron sanciones y estmulos anlogos a los michoacanos en todo el territorio nacional. Un saludable ejemplo para el mundo, con la ventaja de que con los desechos reciclados se crearon talleres de enseres y artesanas multiplicadores de empleos y de ganancias.El trabajo en general se extendi a todos los rincones del pas. Las familias que durante generaciones haban practicado un oficio para apenas sobrevivir, se hicieron maestras para quienes quisieran aprender y formaron confederaciones de sindicatos regionales cuyo propsito no era la grilla o arrebatarle unas monedas ms al patrn, sino la superacin de su arte y el mejoramiento de su calidad de vida. Lo mismo obreros que campesinos, mineros que alfareros.Cuando Velzquez Snchez propuso sus planes y dict sus rdenes, muchos los ms de los que avalaron su ascenso, hay que decirlo, estuvieron en contra, pero pocos se atrevieron a contradecirlo. Los que lo hicieron recibieron trato selectivo. Unos se fueron a la agenda aeja de dcadas pasadas de listas de desaparecidos, otros a crceles con trabajos forzados porque todos los presos en la poca de don Fidel tenan que chingarle duro, y los razonables a trabajos concretos en las instituciones emergentes.Olvidaba decir que para todo esto, adems del Congreso de la Unin, el presidente Fidel Velzquez cont siempre con el apoyo de las Fuerzas Armadas del pas, disciplinadas, porque fuera de algunos generalillos adictos a personas que ejercan el poder antes del nuevo gobierno, la soldadesca en pleno se pronunci a favor del rgimen, con cuerpo y armas.Tiene que ver el hecho porque, adems de los flojos que no queran chambear y que incitaron movimientos en contra, todos los cuales pararon en crceles o desaparecieron, en el vecino pas septentrional no se ocultaba el descontento con las reformas emprendidas en Mxico, que en su opinin atentaban contra la creciente integracin del bloque econmico de Amrica del Norte.En la lnea fronteriza se apostaban cada vez ms soldados gringos y slo esperaban la orden de irrumpir en nuestro territorio nacional bajo cualquier pretexto. Cado el Muro de Berln y disuelta la Unin de Repblicas Socialistas Soviticas, slo quedaba al Coloso del Norte americano, para garantizar la expansin de su comercio, atacar grupos guerrilleros o clanes del trfico de drogas. Ingenuo, yanki al fin, opt por enfrentar al nuevo rgimen mexicano sobre sus nexos con el narcotrfico. Pero don Fidel apenas se tomaba una copa de vez en cuando, por compromiso, no prenda ya su interminable puro del tabaco mejor y no manifestaba tener ninguna inquietud por la mariguana, menos por la herona, la cocana ni otras drogas.Pero haba muchos ciudadanos en el pas que s eran aficionados a la mota, al alcohol y a otras sustancias vaciladoras, por lo que don Fidel decret, siempre apoyado por el Congreso, que todos tenan derecho a meterse lo que quisieran, siempre y cuando hubieran cumplido con su trabajo.Fue el acabose. Lleg a su trmino el tiempo de los pasados de lanza que buscan aprovecharse de los que somos ingenuos. Pero vino un problema mayor. Nuestros vecinos, en Estados Unidos, pegaron su grito en el cielo, exigieron un control estricto al trfico de drogas y amagaron con una invasin inminente. Fue la primera gran crisis del sexenio.Don Fidel, con su larga experiencia, la resolvi en forma prctica: prohibi la exportacin fuente de ingresos principal del narcotrfico, encarcel con trabajos forzados a los involucrados que no atendieron su invitacin y determin el aprovechamiento integral del camo indio: las semillas como alimento, las ramas como fibra, el aceite como sazonador y en conjunto para investigaciones biomdicas, adems de su ms conocido uso como fuente de xtasis y placer. El resultado en las finanzas pblicas fue inmediato: en vez de perder cuatro o cinco pesos por cada uno del producto confiscado, todo fueron ganancias. Como el control pas de la Procuradura y el Ejrcito a las secretaras de Alimentos y de Salud Pblica, se acab el trfico ilegal y, efectivamente, no pas un gramo ms al vecino pas del Norte.Fue la nica vez que el Presidente de Mxico emprendi una gira al extranjero. Pero no viaj al Norte, como poda esperarse, sino al Oriente, donde tuvo una corta pltica de dos horas con su homlogo, para asegurar no se sabe an qu cosas de esa audaz poltica.Tres meses despus tenamos a los gringos en la frontera, nada ms estirando los ojos para ac, pidindonos la bacha. Ante la necesidad y la presin de sus adictos, el gobierno estadunidense tuvo que solicitar la importacin controlada. A la negativa inicial del rgimen fidelista siguieron las peticiones diplomticas y finalmente las negociaciones, que don Fidel concret no por simples intercambios monetarios por el producto, sino por sensibles reducciones a la deuda externa, considerada entonces an como impagable. Oferta y necesidad mexicana y gringa, respectivamente, se equilibraron, y comenz a atisbarse un periodo de bonanza. Cuando el costo comenz a alzarse al grado de poner en peligro las finanzas del vecino pas, don Fidel inici negociaciones audaces a cambio de terrenos del Sur de ellos y septentrionales nuestros, arrebatados a la malaguea por el Tratado de Guadalupe un siglo y medio antes.Transcurra ya el quinto ao del ejercicio gubernamental de Velzquez Snchez, y en el Congreso de la Unin comenz a cabildearse que, para que la negociacin culminara felizmente y se consolidaran las reformas en educacin y trabajo, sera conveniente la permanencia de don Fidel un par ms de aos en el poder. Aunque muchos especularon que la iniciativa vena directamente del Ejecutivo, los legisladores se hicieron responsables de ella y, casi al trmino del quinquenio, reformaron la Constitucin para alargar el periodo presidencial a ocho aos.Al sptimo, emprendieron una nueva reforma para hacer posible la reeleccin, pues ese ao y el anterior haban servido al Presidente para emprender negociaciones con potencias extranjeras, especialmente la japonesa, para inyectar a la industria del pas tecnologa de punta, y aunque no todo era miel sobre hojuelas la planta industrial creca y el desarrollo agrario era evidente.Por primera vez en siglos el pas no tuvo que importar alimentos ni enseres, y a la tecnologa extranjera pronto sucedi el desarrollo de la nacional, orientada por sabios empresarios nipones que vieron grandes posibilidades de crecimiento en Mxico y que indujeron a la nacin a tomar medidas efectivas para la preservacin del medio ambiente, pues el cambio climtico causaba ya estragos en todo el planeta.El deterioro de la capa de ozono, causa del sobrecalentamiento global, creca a grandes trancos, y el mar en distintas partes del mundo comenzaba a comerse pedazos de playa, pequeas islas bajas, cabos peninsulares aplastados por la mole del cielo. Con todo, el fenmeno trajo a Mxico otro efecto favorable: el turismo nipn, muy activo desde la sptima dcada del Siglo XX, comenz a crecer en forma apresurada, y muchos de esos viajeros, deseosos de aventuras serias que implicaran emprender grandes empresas, fueron establecindose en el pas, de manera que a las bellezas morenas de ojos grandes y oscuros se sumaron las hermosas orientales de ojos rasgados, tambin oscuros.Sucedi entonces que el decano de los mdicos que preservaban la salud del presidente mexicano, un doctor no tan viejo, sino apenas de unos cuarenta y tantos aos, sufri un ataque cardio respiratorio que lo puso al borde de la tumba, y por ms que se afanaron los mdicos nipones en que no llegara a su destino, lleg. Don Fidel lament su deceso en un discurso difundido por prensa, radio y televisin y, manera inusitada en l, propuso un da de luto nacional.A sus once aos de mandato tres como interino y ocho del periodo constitucional, el presidente Fidel Velzquez Snchez se reeligi para un segundo ejercicio de ocho aos, casi por unanimidad. No haba muerto en el curso de su gobierno, como muchos haban previsto y aun deseado, y se dispuso en cambio a seguir en el poder.Todo fue mejor. En este ejercicio, egresaron los primeros estudiantes bien preparados de la educacin bsica, que podan ganarse la vida en cualquier parte del mundo de varias formas, y que en su mayor parte incursionaron en instituciones de enseanza media superior y superior, maestras, doctorados y postgrados, como se deca antes, pero que en esa poca nada ms se llamaba segundo grado. Las ciencias y las humanidades florecieron, y la gente en general tuvo tiempo para dedicarse al arte.Pasaron los aos, y al quinto de su segundo periodo constitucional don Fidel Velzquez declar que haba puesto sobre rieles firmes a la locomotora del pas, y pensaba ya retirarse de la vida pblica, pues se senta cansado y estaba ya viejo; al sexto, reiter su intencin, mas pese a su vejez y a su cansancio pareca cada da tener los ojos ms largos y los odos ms finos, como si los avances tecnolgicos lo alcanzaran en su persona; al sptimo, incluso coment, en tono confesional a periodistas cercanos, su deseo de retirarse a una casa de campo en un lugar tranquilo de provincia, donde pudiera pasar sus ltimos aos en paz, gozando de algunas de sus predilecciones artsticas, hasta entonces no reveladas a nadie.Pero al octavo ao, dada la fuerte efervescencia poltica surgida en el pas con motivo del reiterado anuncio de su retiro inminente, el jefe Fidel Velzquez Snchez decidi poner orden, y volvi a postularse. Grande fue el desencanto de no pocos aspirantes a sucederlo, pero ninguno se le enfrent. Acataron sin chistar la vocacin de mando innata del veterano lder y se reunieron todos en torno a su candidatura, que lo llev a su tercer periodo en la Presidencia de la Repblica sin ninguna dificultad.Creci el progreso, y ya comenzada la mitad de su tercera administracin, ms de 23 aos despus de la tragedia memorable que lo llev al poder, un periodista, hijo de aquel reportero de policiacas que durante un tiempo pregon que don Fidel no era don Fidel, sigui viejas pistas dejadas por su padre en cuadernos de notas olvidados, garrapateadas cuando l era todava nio y se aprestaba a emprender la enseanza bsica. Le haba tocado la reforma fidelista y estaba excelentemente preparado. Estuvo ms pendiente de la fuente gubernamental, se gan la confianza de los galenos e ingenieros japoneses, stos renovados ya dos veces, que rodeaban al anciano presidente, y logr, en una de las escasas giras del vetusto mandatario de Mxico, penetrar su secreto.El reportero trat de difundir su descubrimiento: efectivamente, como su pap lo haba dicho unos 22 o 23 aos antes, don Fidel no era don Fidel, sino un robot japons. Pero, como su padre, no encontr eco. El tren del pas rodaba sobre slidos rieles, haba progreso, y una gran cantidad de preciosas muchachas niponas continuaba llegando poco a poco a Mxico, mientras se prevea ya el inminente hundimiento de Japn, por efecto de la destruccin de la capa de ozono, el cambio climtico y el sobrecalentamiento global. Era evidente que trasladaban a este gran pas su antigua casa islea chiquita.

EL LADO OSCURO DE LA REALIDAD

Un olor ftido inundaba el estrecho pasaje. l trabajaba, afanosamente, en el ltimo peldao de la escalera, con sobresalto creciente, angustiado y febril, pero trataba de imponerse sobre su organismo, terco, que a la tensin sumaba un sudor fro, helndose sobre la piel en el ambiente hmedo donde haca su labor, el mellado cincel en las manos y una piedra como martillo. Un poco ms y habra terminado. El escaln, una losa monoltica de cantera que adivinaba verde pero no vea ms que como un bloque negro entre lo negro, estaba a punto de desprenderse, y el hedor creca con los golpes.No recordaba cmo penetr en el lugar. Pero saba que la urgencia apremiaba. Se senta torpe y temeroso, como si en cualquier momento pudieran caer sobre l sin que lograra su objetivo por impericia. El tufo venenoso creca, penetraba por sus fosas nasales, se colaba por las comisuras de sus labios, fuertemente apretados, por todos los poros de la piel, mojados de sudor helado, seco y vuelto a sudar, agudo carmbano con filo, metal al rojo blanco al revs, hundido el termmetro quin sabe cuntos grados bajo cero.Temblaba. Respir hondo. La fetidez oc