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TURQUÍA: ENTRE EL ISLAM Y EUROPA CONFERENCIA DEL DR. TALHA KÖSE INAUGURACIÓN DE LA CÁTEDRA AUGUSTO RAMIREZ OCAMPO ACADEMIA DIPLOMÁTICA DE SAN CARLOS OCTUBRE DE 2011 Las naciones son el resultado de la historia y ésta condiciona la vida de sus gentes a lo largo del tiempo. El pasado no ata, no nos fuerza a ser de una manera determinada, pero su influencia resulta evidente para cualquier observador. La Turquía musulmana tiene una historia larga y brillante. Durante siglos fue rica y poderosa, generó un gran imperio y sobre todo, fue el centro del Islam, el Califato, el núcleo desde el cual se dirigía en los aspectos básicos de la vida humana la religión, la política y el derecho a una comunidad de millones de creyentes. El califato otomano se vino abajo tras la primera Guerra Mundial. No supo adaptarse a los nuevos tiempos y eso llevó a su destrucción. De sus propias filas, de su ejército, surgió la reacción: un movimiento despóta que tenía como finalidad reformar las instituciones políticas y modernizar la sociedad. Si el Califato se había derrumbado por dar la espalda a la ciencia y al pensamiento occidental, el futuro de Turquía debería construirse desde la razón y el laicismo. No era un golpe anti- islámico, pero si claramente dirigido a tratar de separar los ámbitos civil y religioso. Si eso era acorde o no con las enseñanzas del Profeta no podemos dilucidarlo.

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TURQUÍA: ENTRE EL ISLAM Y EUROPA

CONFERENCIA DEL DR. TALHA KÖSE INAUGURACIÓN DE LA CÁTEDRA AUGUSTO RAMIREZ OCAMPO

ACADEMIA DIPLOMÁTICA DE SAN CARLOS

OCTUBRE DE 2011

Las naciones son el resultado de la historia y ésta condiciona la vida de sus gentes a

lo largo del tiempo. El pasado no ata, no nos fuerza a ser de una manera

determinada, pero su influencia resulta evidente para cualquier observador. La

Turquía musulmana tiene una historia larga y brillante. Durante siglos fue rica y

poderosa, generó un gran imperio y sobre todo, fue el centro del Islam, el Califato, el

núcleo desde el cual se dirigía en los aspectos básicos de la vida humana – la

religión, la política y el derecho a una comunidad de millones de creyentes.

El califato otomano se vino abajo tras la primera Guerra Mundial. No supo adaptarse

a los nuevos tiempos y eso llevó a su destrucción. De sus propias filas, de su

ejército, surgió la reacción: un movimiento despóta que tenía como finalidad reformar

las instituciones políticas y modernizar la sociedad. Si el Califato se había

derrumbado por dar la espalda a la ciencia y al pensamiento occidental, el futuro de

Turquía debería construirse desde la razón y el laicismo. No era un golpe anti-

islámico, pero si claramente dirigido a tratar de separar los ámbitos civil y religioso.

Si eso era acorde o no con las enseñanzas del Profeta no podemos dilucidarlo.

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El giro modernizador y pro-occidental impuesto por el general Mustafá Kemal, luego

conocido como “Ataturk” o padre de los turcos, tuvo consecuencias importantes para

su pueblo. Los cambios fueron dando su fruto poco a poco y hoy la sociedad ha

logrado un destacado nivel de educación y bienestar. La democracia es una realidad

porque hay ciudadanos capaces de hacerla valer. La economía se ha desarrollado

con pujanza. Los turcos se han abierto al mundo y comprenden las complejidades

de la política internacional. Turquía entró en la Alianza Atlántica y durante estos

años ha jugado un papel importante. Pero su apuesta por Occidente tiene sus

limitaciones.

La Unión Europea aceptó la solicitud turca de ingreso para después dar a entender

que la plena incorporación no se llevaría a efecto. Un comportamiento inaceptable e

irresponsable. Se ha ofendido a todo un pueblo sin necesidad. Pero dejando a un

lado las maneras europeas, lo fundamental es que Turquía ha comprendido que su

camino hacia Occidente ha llegado a su fin. Un muro infranqueable se ha levantado

ante ellos como consecuencia no solo de los graves problemas por los que pasa la

Unión Europea, sino también del miedo a incorporar a ochenta millones de

musulmanes, con nivel de renta inferior a la media, en un momento en el que se

reconoce abiertamente el fracaso de las estrategias de integración de las

comunidades musulmanas; y, por último, de la necesidad de fijar unos límites

geográficos que eviten que todos los estados mediterráneos y del Cáucaso soliciten

también su ingreso.

El “no” europeo ha sido tan frustrante como irritante la forma en que se ha

comunicado. Los adalides de la apertura hacia Occidente han perdido crédito frente

a los islamistas. El giro impuesto por Ataturk nunca llegó permear el conjunto de la

sociedad, que se mantuvo fiel a la tradición en mayor medida de lo que la política

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oficial daba entender. Más aún, en Turquía, como en la Inglaterra del siglo XVIII o la

España del XIX, la corrupción y el caciquismo se adueñaron de las instituciones,

provocando el lógico escándalo social. La apertura a Europa suponía abrirse a sus

ideas, a sus programas de televisión, novelas… a un proceso cultural bastante ajeno

para la mayoría y que venía condicionado por la crisis del pensamiento moderno y la

experiencia de dos guerras mundiales. La pérdida de valores, el materialismo, el

consumismo y, de manera reciente, el relativismo han ido alimentando una reacción

puritana y antioccidental en Turquía que converge con la reivindicación de una

identidad musulmana que viene de muy atrás.

POTENCIA EMERGENTE

La Turquia de Erdogan busca el estatus de califato pos-moderno que hasta la fecha se disputaban Irán y Arabia Saudí

Los islamistas han sabido utilizar la democracia para comunicarse con la gente, para

canalizar las nuevas actitudes, para acceder al poder, para limitar la influencia de las

Fuerzas Armadas y, sobre todo, para cambiar la mentalidad de la sociedad. Hoy

Turquía vuelve a sentirse inserta de manera plena en el corazón del Islam y busca

mantener unas relaciones intensas con todos sus vecinos y antiguos territorios. Las

“causas musulmanas” se perciben como propias por simpatía y solidaridad pero,

sobre todo, por interés. La Turquía de Erdogán no quiere ser una más que busca el

liderazgo, el califato posmoderno que hasta la fecha se disputaban saudíes y persas.

Si árabes e iraníes han utilizado a israelíes y palestinos para promocionarse, ahora

lo hacer Turquía, con la curiosa particularidad de que se trata de un miembro de la

OTAN.

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LA TURQUIA DE ERDOGAN

TURQUIA (ANKARA)

783.562 KM2

676.300 M (2010, Puesto 17) PIB

8.2% (2010) CRECIMIENTO

78.785-548 Habitantes (julio 2011, Puesto 17)

32.800 M € Presupuesto militar (5.3% del PIB)

612.900 PERSONAL ACTIVO

798 AVIONES

26 (19 FRAGATAS Y 7 CORBETAS)

14 SUBMARINOS

10.000 CARROS DE COMBATE

Occidente observa intrigado la transformación de la política exterior de Turquía. Las aspiraciones regionales y globales del país están cambiando al tiempo que se ha abierto una reflexión sobre su pasado, su identidad y los avances democráticos pendientes.

Turquía ya no es el país que Occidente conoció en su día. La crisis de Libia ha

vuelto a poner de manifiesto que su apoyo a la OTAN es limitado. Ankara prefiere

negociar con el Irán de Mahmud Ahmadineyad antes que frenarlo, y se siente

cómoda conversando con Hamás, Hezbolá y el presidente sudanés Omar al Bahir.

Sus antes cordiales relaciones con Israel en el pasado están en crisis tras el ataque

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a la “Flotilla de la Libertad” que se dirigía a Gaza en mayo de 2010. Turquía ya no

llama desesperadamente a la puerta de la Unión Europea, sino que sigue una

política multivectorial favorable a sus intereses comerciales y de seguridad. Los

vínculos con Rusia son florecientes. Los empresarios turcos están implantándose en

África y Latinoamérica. En resumen, Turquía es ahora un actor económico

importante y quizá un aspirante a ejercer la hegemonía regional. La paradoja es que,

en ese camino, Turquía se ha vuelto más parecida a nosotros: globalizada, con una

economía liberal y democrática. Como lo expresó el presentador estadounidense de

televisión Charlie Rose: “Turquía no quiere ir al Este ni al Oeste; quiere ir arriba”.

Para desentrañar el rompecabezas turco es preciso entender cómo se ve el país a sí

mismo y al mundo. Durante la guerra fría y ya bien entrada la década de los

noventa, Occidente pensaba que conocía la respuesta. Turquía -o al menos la parte

de Turquía que importaba- quería formar parte del club occidental, rehuía el islam y

se mantenía a una distancia prudencial de Oriente Próximo; creía en las nociones

decimonónicas sobre el progreso y consideraba que en un Estado fuerte su rígida

ideología nacional era un atajo hacia la modernidad. A los turco-escépticos les

importaba aún menos la imagen que el país tenía de sí mismo. Lo que veían era un

Estado autoritario, militarista, demasiado pobre, demasiado grande, y que albergaba

a demasiados musulmanes, además de estar demasiado cerca de las puertas de la

fortaleza europea.

Estos estereotipos han resultado erróneos. La Turquía actual ya no es un país

empobrecido e introspectivo de la periferia de Occidente, sino el centro de su propio

mundo, que abarca los territorios del antiguo imperio Otomano y mas allá,

conectando por el comercio, la inversión transfronteriza, la cultura y las relaciones

interpersonales. En palabras de Ibrahim Kalin, asesor de política exterior del primer

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ministro, Recep Tayyip Erdogan: “Turquía acaba de empezar a leer la historia desde

un punto de vista no eurocéntrico y a identificar las alternativas”.

Pero la idea de un cambio de eje, o la opinión de que el islam político se ha

apropiado de la política exterior del país, no bastan para explicar un giro tan radical.

Como sostiene el profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad de Kadir,

Soli Özel, la prominencia de Turquía tiene su origen en la redistribución del orden

regional tras el final de la guerra fría, el 11-S y la guerra de 2003 en Irak. También es

consecuencia de la globalización que, junto con unos vínculos estrechos e

integradores con la UE, ha traído la prosperidad y ha contribuido a fortalecer el

gobierno democrático.

El cambio en la política exterior turca es inseparable del cambio interior. Desde

2002, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP) ha cuestionado el antes omnipotente

“Estado profundo” instalado en el ejército y la burocracia, y ha acercado al país a las

normas europeas de democracia y derechos humanos. La mayor apertura también

se ha traducido en tener que hacer frente a un pasado difícil. En la actualidad, se

vive un debate público sobre la experiencia de la desintegración otomana, las

primeras décadas de la república, los golpes militares de 1960, 1971 y 1980, y la

guerra en las provincias kurdas. Como afirma el investigador de Brookings

Institution, Hakan Altinay: “En comparación con 2001, la Turquía de 2011 es un país

más rico, más abierto, más libre, mas democrático, mas justo y mas pacifico”.

Además, ahora se le considera una fuente de inspiración para las sociedades árabes

que rechazan los escleróticos regímenes autoritarios.

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Hasta los rivales de Erogan aplauden la visión de una Turquía respetada en el

extranjero. La Turquía actual piensa que no debe ser subestimada por Estados

Unidos y la UE, y cree que Occidente la necesita mucho más de lo que ella necesita

a Occidente.

La economía turca se ha recuperado de la crisis con un crecimiento del PIB del

nueve por ciento en 2010 y se prevé que crezca a un ritmo del cuatro por ciento o

más durante la próxima década. La inflación se sitúa en unos mínimos históricos; el

PIB per cápita ha aumentado hasta los 14.243 dólares en 2010, desde unos 6.000

hace una década, y sus exportaciones se están volviendo mas sofisticadas. La

economía de Turquía es la 16ª del mundo y la sexta de Europa. El país es un

orgulloso miembro del G.20 y está lleno de ambición y dinamismo.

Viejos y nuevos dilemas

Sin embargo, la sociedad turca se enfrenta a dilemas dolorosos y divisivos. El

universo del debate político y social turco es infinito, como testimonio del progreso

democrático logrado desde finales de los años noventa. Hoy es posible identificar

tres aspectos clave de este debate, cada uno de los cuales depende en gran medida

de las percepciones de lo que pasa dentro del país, en Europa y en el mundo en

general.

En primer lugar, ¿puede la nueva Turquía afrontar su diversidad interna, aliviar las

tensiones históricas y curar las profundas heridas? El periodista Mustafa Akyol habla

de “muchas naciones bajo Dios”: los seguidores conservadores del AKP, los laicos

que en su día se sentían en posesión del Estado pero que ahora han empezado a

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verse como una minoría amenazada; los kurdos; los alevíes; las comunidades no

musulmanas; y los intelectuales liberales que antes apoyaban al AKP pero que luego

se han vuelto escépticos. Akyol se muestra optimista respecto a que una nueva

Constitución civil pueda salvar las diferencias, dar nueva forma al rígido modelo laico

heredado de los primeros tiempos de la república y ofrecer soluciones para el

problema kurdo. Sin embargo, el replanteamiento de asuntos fundamentales como el

concepto de nación, la ciudadanía y las relaciones entre el Estado y la religión sigue

pendiente.

Si el primer desafío resulta conocido, el segundo es bastante nuevo. Es un reflejo

del hecho de que, aunque Turquía ha sustituido la tutela del sistema militar y

burocrático por un régimen democrático más avanzado, el AKP lleva una década en

una posición de liderazgo: ¿Se mueve Turquía hacia la consolidación de los logros

democráticos o está amenazada por el populismo mayoritario o incluso el

autoritarismo, esta vez con un matiz socialmente conservador? Si en los años

noventa la pesadilla de las élites laicas era una islamización que condujese hacia un

segundo Irán, en la actualidad, algunos de los “modernos preocupados”, los cuales

miraban con buenos ojos al AKP, tienen miedo a que ocurra algo similar a lo

sucedido con la Rusia de Vladimir Putin (putinización). Con un vaso de raki delante,

arremeten contra el apetito de poder de Erdogan, la falta de controles y equilibrios y

a la tensión a la que están sometidos sus detractores de los medios de

comunicación y la sociedad civil.

Preocupado por la sostenibilidad de los avances democráticos, Altinay no escatima

críticas contra la UE, cuyas reservas a la hora de aceptar a Turquía han acrecentado

la tentación autoritaria del AKP. Su otro objetivo son los liberales, por sus “fáciles

alianzas con toda clase de actores cuyo propósito es empujar a las fuerzas armadas

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a regresar”. Por su parte, el alcalde de Diyarbakir, Osman Baydemir, condena la

concepción partidista de la democracia que tiene el AKP, el cual, en su opinión,

relega los derechos sociales y económicos, así como las reivindicaciones legítimas

de los kurdos y otras comunidades. El analista Sahin Alpay, en cambio, sostiene que

Turquía seguirá avanzando hacia un sistema democrático pluralista y liberal.

Considera que el AKP, la sociedad tradicionalista y religiosa y el beato movimiento

de Fetulá Gülen son agentes de un cambio positivo.

El tercer aspecto del debate tiene que ver con la política exterior. ¿Por qué está

actuando Turquía de modo independiente respecto a Occidente? ¿Es un socio o un

rival de EE UU y la UE? ¿La política de vecindad de Turquía colabora o compite con

la de la Unión? Los expertos parecen coincidir en que. Además de la transformación

interna, el cambio de la política exterior tiene que ver con la redistribución del poder

político, económico e ideológico mundial. Según Kalin, la globalización ha

alimentado una visión de “modernidades múltiples” que ha sustituido “la noción

clásica de modernización, delimitada por Europa” para permitir y obligar a Turquía a

“reinventarse” recurriendo a su pasado y rechazando la antigua polaridad entre

Oriente y Occidente. La consecuencia es una nueva política de compromisos que,

según Suat Kiniklioglu, miembro de la Gran Asamblea Nacional de Turquía y

subdirector de Asuntos Exteriores del AKP, supone una reconversión de los vecinos

enemigos en amigos y socios. Ahora el capitalismo ha triunfado sobre la mentalidad

de asedio que impregnaba la cultura política de Turquía, pese a que la batalla

todavía no ha terminado. Pero ésto sucede en un momento en que las relaciones

con la UE están prácticamente estancadas y, como señalan los expertos Atila Eralp

y Zerrin Torun, el actual punto muerto en las negociaciones sobre la adhesión puede

convertirse en un bloqueo permanente.

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Los turcos están perdiendo la fe en que Turquía llegue a entrar alguna vez en la UE.

Esto hace que surja la pregunta de si la política de “integración en varias regiones”

no podría distanciar por definición, o incluso intencionadamente, a Turquía de la

Unión. Y, sin embargo, la ambición de valerse por sí misma podría no tener

recompensa. Özel advierte de que, de manera paradójica, la política turca en Oriente

Próximo ha hecho que se intensifique en gran medida la persistencia del status quo

autoritario dentro de la región. Con la “primavera árabe”, la negativa de Muammar al

Gaddafi a ceder el poder pacíficamente en Libia y la incapacidad de Ankara para

impedir que el régimen de Siria responda a las protestas prodemocráticas con balas,

Turquía podría estar perdiendo influencia en vez de abriendo paso a una vía de

progreso para Oriente Próximo y el norte de África.

Hacer que Europa vuelva

Puede que la UE esté cada vez más ausente de los debates públicos de Turquía,

pero no ha perdido del todo su importancia. Les guste o no, la UE y Turquía están,

como dice Gerald Knaus, atrapadas en un matrimonio católico: a pesar de todas las

decepciones, la mala sangre y la infidelidad, están destinadas a seguir juntas. La

Unión, de hecho, desempeña una importante función en cada una de las tres

vertientes del debate.

En cuanto a la política de identidad, la UE ha dado muestras de su capacidad para

superar las diferencias con la sociedad turca por el bien de un propósito común.

Hasta 2006 y 2007, Bruselas proporcionaba el nexo político que mantenía la unidad

en una coalición multipartidista que trataba de sacar adelante una transición de un

Estado bajo tutela militar y burocrática a una democracia que mereciese tal nombre.

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La perspectiva de la adhesión a la UE unió a los kemalistas (“moderados”)

democráticos, los liberales opuestos al “Estado profundo”, los kurdos, los

empresarios, las minorías étnicas y religiosas y la clase media musulmana recién

investida de poder gracias al AKP. Es cierto que esta condicionalidad política se

convirtió en una fuerza divisiva a medida que la historia se desarrollaba. Luego se

produjo una reacción violenta, encabezada por los kemalistas radicales del ejército,

los magistrados de mentalidad nacionalista, el CHP (Partido Republicano del Pueblo,

dirigido entonces por Deniz Baykal) y los xenófobos de la derecha y la izquierda (que

se resistían al desmantelamiento del antiguo régimen bajo la bandera de estrellas de

la UE). Pero la coalición a favor de la UE se mantuvo mientras la promesa de

adhesión fue creíble.

Además, la democratización dentro del país está anclada en la UE. Incluso aquellos

que afirman que Turquía ha desarrollado un impulso interno suficiente durante la

última década, no se atreverían a decir que una perspectiva de adhesión revitalizada

no afectaría al ritmo y la calidad del proceso de democratización. La Unión también

tiene la posibilidad de disipar los temores de los laicos respecto a que el poder del

AKP esta fuera de control; moderar la polarización política mientras se redacta una

nueva Constitución; defender los derechos de las minorías; contribuir a la

transformación del CHP en un partido de centro-izquierda democrático y una fuerza

de oposición creíble; y hacer que la política kurda dependa más de los poderes

civiles.

La UE y Turquía también se necesitan mutuamente en la política exterior. Eralp y

Torun hacen un llamamiento a favor de una colaboración estratégica en paralelo a

las negociaciones para la adhesión. Kiniklioglu defiende que Ankara y Bruselas

actúen juntas en un vecindario compartido –no disputado- en una época de cambios

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trascendentales. Turquía tiene la capacidad, la experiencia y las redes humanas y

comerciales. Pero solo una Turquía democrática que haya abordado con éxito sus

propios problemas, como el asunto kurdo, y que disfrute de unos vínculos estrechos

con la UE puede mantener su atractivo ante la ciudadanía árabe que empieza a

emerger.

La UE también sigue siendo clave para el éxito económico. La competitividad del

país en la economía mundial depende del acceso al enorme mercado común. A

pesar de la diversificación comercial con Oriente Próximo, Asia Central y otros

lugares, la UE sigue siendo el socio más importante, con el 40,5 por ciento de las

importaciones (40.500 millones de euros) y el 45,9 de las exportaciones (33.600

millones). La Unión es origen del 80 por ciento de la inversión extranjera directa que

llega a Turquía, fundamental para la innovación, el avance tecnológico y el

desarrollo. A pesar de todas sus proezas, Turquía anda a la deriva en materia de

ahorro, gasto en I+D, educación y tasas de empleo. El país tiene un déficit por

cuenta corriente de alrededor del ocho por ciento del PIB, y la entrada de “dinero

caliente” alimenta el temor a una burbuja. Mientras tanto, los salarios suben a

medida que la economía se expande. De este modo, Turquía ya no puede competir

con los gigantes asiáticos en mano de obra barata, pero todavía está lejos de las

economías occidentales impulsadas por el conocimiento.

Pero todo esto no debería dar a los políticos europeos una falsa sensación de

seguridad. La UE no es indispensable y si la relación se queda como está, no será el

fin del mundo para Turquía. Ankara no va a suspender las negociaciones de

adhesión, pero seguirá procurando entablar relaciones económicas y diplomáticas

con sus vecinos, buscando oportunidades para ejercer su influencia y cosechar

beneficios comerciales, Por desgracia, la interdependencia no descarta el conflicto:

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un punto muerto en las negociaciones de adhesión podría inyectar una buena dosis

de antagonismo a la relación y fomentar la competitividad. Para hacer que la

interdependencia funciones, la UE tiene que cooperar con la nueva Turquía.

Miedos, confusiones e incertidumbres

La Segunda República ha muerto, pero la Tercera República todavía no ha nacido.

Hay muchos miedos, confusiones e incertidumbres, de modo que no se puede

esperar que lo que Turquía piensa hoy sea lo mismo dentro de un mes. Pero varias

cosas son evidentes. Por encima de todo, Turquía se siente confiada y optimista, lo

que la hace no occidental en un momento en que Occidente es pesimista. Este

optimismo se explica en gran medida por su crecimiento económico y su perfil

demográfico. Los recientes éxitos de la política exterior turca también son cruciales

para la confianza. Como consecuencia del actual estado de entusiasmo, el país no

es consciente de la vulnerabilidad estructural de la situación: tiene a subestimar a

otros, especialmente a la UE, y se arriesga a mostrarse hiperactiva.

Sin embargo, Turquía es vulnerable en tres sentidos. Primero, está atrapada entre

las economías de alta tecnología de Europa y las economías de salarios bajos de

Asia. Por el momento, solo una entrada masiva de inversión extranjera puede

garantizar la continuidad del crecimiento. Pero desde 2007, el gobierno del AKP ha

perdido parte de su fervor reformista. El estancamiento de las reformas podría

provocar una crisis económica que tendría un profundo efecto en el modo en que los

turcos ven el mundo y su lugar en él. En segundo lugar, aunque desde 2007 la

política exterior turca ha sido esencial para dar forma a la nueva identidad y

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confianza del régimen, en el contexto de los cambios en Oriente Próximo y el norte

de África, hay mucho más en juego.

En tercer lugar, la cada vez mayor polarización de la sociedad podría conducir a un

punto muerto político o incluso al autoritarismo. Turquía está polarizada entre los

“modernos preocupados” y la mayoría de Erdogan. Hoy, el verdadero riesgo político

para la democracia turca no es la islamización sino la putinización. No cabe duda de

que el AKP fue la principal fuerza democratizadora de Turquía, pero sino hay

restricciones sociales, políticas e institucionales, el régimen del AKP podría

transformarse en una democracia mayoritaria intransigente, similar al modelo ruso.

De momento, se observa el intento por parte del AKP de hacerse con el control de la

judicatura y los medios de comunicación.

La UE no es el factor que garantiza la democracia en la futura Tercera República.

Uno de los muchos motivos es que, después de que el ejército perdiese su poder de

derrocar gobiernos legítimos, la UE perdió su importancia política para el AKP.

Mientras tanto, la oposición laica sigue resentida con la Unión y no sabe cómo

utilizarla en sus intentos de impedir que el AKP se haga con el control absoluto. El

doble juego de la UE ha generado un sentimiento de desconfianza.

Aunque los sondeos siguen registrando un grado considerable de apoyo a la

adhesión turca, el respaldo a la Unión está condicionado por las afiliaciones

partidistas. Si el AKP decidiese cambiar de postura respecto a la UE, las cifras

actuales cambiarían radicalmente. La lógica del ciclo electoral indica que Erdogan no

hará nada por lograr la integración hasta 2015. Para él, una postura más inflexible

respecto a la UE es el único modo de conquistar parte del voto del MHP (Partido

Nacionalista Turco) y, de esa manera, consolidar su régimen. De momento, la UE

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no es el principal objetivo estratégico de la política gubernamental, sino más bien su

seguro político. Por tanto, el status quo parece garantizado.

Sin embargo, la UE podría tener una segunda oportunidad. La cuestión es si será

capaz de aprovecharla en cuanto se presente. En concreto, podría haber una nueva

oportunidad de integración si Turquía se enfrenta a una crisis y la Unión recupera la

confianza. Las encuestas muestran una fuerte correlación positiva entre el apoyo a

la UE y el deterioro de la situación económica en Turquía. Por ahora, el argumento

oficial dice que distanciarse de la UE ha ayudado a Turquía a recuperarse

rápidamente de la crisis económica mundial.

Por último, la política exterior turca cuenta con un amplio apoyo y se considera un

éxito. Pero aunque Turquía pueda terminar siendo la más beneficiada por los

cambios en Oriente Próximo, ya es, en una paradoja, la más perjudicada. La

consecuencia de las revoluciones árabes es que la política turca de “cero problemas

con los vecinos” no puede mantenerse. El margen de maniobra de Turquía se ha

reducido. Al mismo tiempo, sin embargo, tiene ventajas reales: un buen

conocimiento de la región; la popularidad de su cultura; unas relaciones comerciales

activas; y familiaridad con todos los actores. Turquía tratará de mediar en las

transiciones (especialmente en Egipto) a la vez que se mantiene en un discreto

segundo plano. Intentará seguir siendo una potencia no occidental y rechazará las

grandes iniciativas comunes con Occidente. En resumen, la perspectiva es la de una

política exterior más independiente, no menos.

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REINOS DE TAIFAS * NACIDOS DE LA URSS

Cinco republicas de Asia central celebran el 20º aniversario de su independencia de Moscú marcadas por el autoritarismo, la corrupción y la pugna por el poder

Cinco Estados de Asia Central (Kirguizistán, Uzbekistán, Tayikistán, Turkmenistán y

Kazajistán), poblados con más de 60 millones de personas, festejan el 20º

aniversario de una independencia que llegó como un regalo al derrumbarse la Unión

Soviética. Sus líderes inauguran estatuas a héroes épicos, banderas con mástiles de

longitud récord, importan trenes de alta velocidad y rescatan tradiciones como los

consejos de ancianos. Sin embargo, el Estado de derecho ha progresado poco en la

mayoría de estos países, donde codiciosas élites enquistadas en el poder surgen a

costa de ciudadanos con menos posibilidades de acceder a un sistema de salud o a

una educación decente.

Turkmenistán, Uzbekistán y Kazajistán son ricos en hidrocarburos

Las élites en el poder temen el contagio de la “primavera árabe”

El éxodo de los eslavos diezmó el número de trabajadores cualificados en Asia

Central. Tras ellos, millones de uzbekos, tayikos y kirguizos emigraron a Rusia para

ganarse la vida. En Moscú y San Petersburgo hay multitud de taxistas oriundos de

Fergana, la zona más poblada de Asia Central y la más explosiva, pues en ella se

entrelazan las fronteras de Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán, trazadas de forma

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artificial por Stalin para dividir los grupos étnicos. Por temor a incursiones,

Uzbekistán mantiene mortíferas minas en aquellos confines.

El índice de derechos políticos y libertades cívicas de la organización considera a

Kirguizistán como el único país parcialmente libre de la zona y, a todos los demás,

como países sin libertades, con Turkmenistán y Uzbekistán en la cola. En

Kirguizistán han surgido dos alternancias en el poder (2005 y 2010) y, aunque fueron

acompañadas de destructivas revoluciones, hay esperanza de que los comicios

presidenciales del 20 de octubre de 2011, consoliden el frágil equilibrio orquestado

por la presidenta Rosa Otumbáyeva, que en diciembre abandonará su cargo en un

gesto sin precedentes en la región.

El sultán centroasiático más excéntrico fue el turcomano Saparmurat Niyázov que se

declaró “presidente de por vida” antes de su misteriosa muerte en 2006. Su sucesor,

Gurbengulí Berdimujamédov, un dentista, eliminó los rasgos más pintorescos del

régimen, pero no su carácter autoritario. En todos los países hay muertos, exiliados

o encarcelados entre los personajes capaces de competir con sus dirigentes y,

excepto en Kirguizistán, los partidos de oposición son marginales o se prestan a

“imitar la democracia”.

Los sultanes más veteranos son el presidente Kazajo Nursultán Nazarbáyev y el

uzbeko Islam Karimov, que ya en la URSS eran los líderes comunistas de sus

territorios y que, junto con el tayiko, Emomalí Rajmón, han ampliado sus mandatos a

siete años. Rajmón se consolidó tras una guerra civil concluida en 1997, de la que

quedan secuelas.

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Los familiares de los sultanes ocupan cargos clave en ministerios, aduanas,

ferrocarriles y empresas de hidrocarburos. La idea de fundar dinastías ronda en

Kazajistán y en Uzbekistán, pero no todos los parientes son de fiar. Rajat Aliyev,

exyerno de Nazarbayev y exviceministro de Exteriores, aireó las intrigas familiares

tras caer en desgracia en 2007. El otro yerno del presidente, Timur Kulibáev, jefe del

Fondo del Bienestar Nacional, ha ingresado en la directiva del monopolio del gas

ruso, Gazprom, lo que refuerza la idea de que podría suceder a su suegro.

En estilo y racionalidad, las élites difieren, Kazajistán fomenta la educación y ha

enviado estudiantes con talento al extranjero. En Turkmenistán, se propagó la

enseñanza del Rujnamá, un compendio “filosófico” redactado por Niyazov. También

varia el nivel de privatización y de reforma económica, Kazajistán hizo reformas

modélicas en el sistema financiero y de pensiones, lo que no es el caso de

Uzbekistán o Turkmenistán.

Las revoluciones en el norte de África y países árabes reavivan el temor al contagio.

En Dushambé, la capital de Tayikistán, el secretario de la Organización del Tratado

de Seguridad Colectiva (OTSC), Nikolái Bordiuzha, dijo que esta entidad tiene lo

necesario “para defender a sus participantes de conmociones análogas a los

acontecimientos en Oriente Próximo y el Norte de África”. Según el funcionario, hay

que elaborar “medidas para defender a cada Estado, porque en todos hay

infraestructura que se puede utilizar para desestabilizar la situación”. En este

aspecto, Uzbekistán es el país que más preocupa a Rusia, según comentó su

presidente, Dmitri Medvédev, a interlocutores occidentales.

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Karimov, que se presenta como abanderado contra el islamismo radical, oscila entre

Moscú y Washington, según su percepción del peligro. En mayo de 2005, el régimen

reprimió brutalmente un motín popular en la ciudad de Andijon, en Fergana.

Después, por temor a una revolución como la de Ucrania, Karimov echó a Estados

Unidos de la base militar de Karshi-Janabad que era un apoyo logístico para

Afganistán.

Los Karimov tienen motivos para temer, y no solo a los islamistas. La familia está

implicada en opacos movimientos de fondos provenientes de las riquezas de

Uzbekistán, que es uno de los grandes productores de oro. Gulnara Karímova, hija

del presidente y embajadora en España, era considerada la dueña de Zeromax, un

conglomerado de empresas registradas en Suiza, que canalizaba las comisiones

exigidas para participar en negocios en Uzbekistán. Zeromax fue disuelta en 2010,

pero, en su lugar apareció otra firma más discreta pero con funciones análogas,

según medios informados.

Los países de Asia Central se enfrentan por el agua. Los pobres, como Tayikistán y

Kirguizistán, esgrimen sus recursos hidráulicos frente a los ricos, dueños de

hidrocarburos como Uzbekistán, Kazajistán y Turkmenistán. Uzbekistán obstaculiza

el transporte de mercancías a Tayikistán en represalia por la construcción de la

central hidroeléctrica de Rogún. La región tiene problemas comunes, como el

narcotráfico desde Afganistán, y desastres ecológicos heredados de la URSS, como

la desertificación del mar de Aral debido al cultivo depredador del algodón, y la

contaminación, como en el polígono nuclear de Semipálatinsk en Kazajistán.

20

Rusia, la antigua metrópoli, tiene bases militares en Kirguizistán y Tayikistán, y trata

de mantenerse en la zona con ayuda de estructuras como la OTSC, pero pierde

influencia económica en provecho de Beijing, que promueve con tenacidad sus

intereses y extrae territorio a sus vecinos como Tayikistán y Kirguizistán al firmar

nuevos tratados de fronteras. Y¿Turquía? Espera como bisagra entre Asia Central y

Europa.

Las Repúblicas Centroasiáticas datos principales

KAZAJISTAN

Superficie 2.724.900 km2

Población 15.522,373

PIB per cápita (USD) 12.700

UZBEKISTAN

Superficie 447.400 km2

Población 28.128.600

PIB per cápita (USD) 3.100

21

TURKMENISTAN

Superficie 488.100 km2

Población 4.997.503

PIB per cápita (USD) 7.500

KIRGUIZISTAN

Superficie 199.951 km2

Población 5.508.000

PIB per cápita (USD) 2.200

TAYIKISTAN

Superficie 143.100 km2

Población 7.627.200

PIB per cápita (USD) 2.000

22

RUSIA, EN EL TORBELLINO DE LA YIHAD

“La política de puño de hierro aplicada por Vladimir Putin contra el terrorismo no da

buenos resultados, ya que provoca un perenne círculo vicioso. A la violencia se

responde con un ensañamiento indiscriminado que hace aumentar el número de

personas deseosas de venganza”, estima el columnista de “Nóvaya Gazeta”

Viacheslav Izmáilov. Según su opinión, “la represión se alimenta con personas

ajenas al terrorismo”.

Si a los excesos que cometen las fuerzas de seguridad se une una situación

económica insufrible, con índices de paro que alcanzan entre el 40 y 50% en las

repúblicas musulmanas del Cáucaso Norte, y una corrupción que impide el

desarrollo económico, se generan entonces atroces injusticias y se obstaculiza la

propia lucha antiterrorista, con policías que colaboran con los extremistas a cambio

de dinero. El resultado es entonces como señala Izmáilov, “un aumento considerable

de la insurgencia.”

Atentados en el metro

En marzo fueron abatidos dos jefes rebeldes, Said Buriátski, instructor de terroristas

suicidas, y Abú Jaled, de origen árabe y responsable principal de Al Qaida en el

Cáucaso Norte. Nadie descarta que la respuesta a sus muertes hayan sido los

últimos atentados en el metro de Moscú y en Daguestán. En prevención de otros

posibles atentados, durante la Semana Santa ortodoxa, que este año coincide con la

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católica, se ha desplegado en Moscú un descomunal dispositivo de seguridad. Han

sido movilizados cerca de 12.000 agentes de Policía.

La guerra que lanzó el presidente Borís Yeltsin contra Chechenia en 1994 tuvo como

objetivo evitar la secesión de la república. El Islam radical no era relevante aún en el

Cáucaso Norte. Chechenia estaba dirigida por Dzhojar Dudáyev, un antiguo general

de la Fuerza Aérea soviética.

El FSB logró matar a Dudáyev con un misil teledirigido pero, tras decenas de miles

de muertos y la república reducida a escombros, Moscú no recuperó el control de la

situación. Rusia capituló firmando la paz en Jasaviurt (Daguestán) en agosto de

1996, lo que supuso reconocer “de facto” la independencia.

Aslán Masjádov, otro ex general soviético, que terminó sus días en marzo de 2005

reventando por una granada rusa en el sótano en el que se escondía, fue elegido

presidente de Chechenia en enero de 1997. Las ideas wahabíes llegaron a la

república de la mano de Shamil Basáyev y del emisario de Al-Qaida Amir Jattab.

Ambos están ya muertos, Basáyev, víctima de una bomba en 2006, y Jattab,

envenenado en 2002 por el FSB.

El hospital de Budionnovsk

Según los expertos, las razones que llevaron a los dirigentes chechenos hacia el

extremismo a partir de 1997 fueron el bloqueo económico al que Moscú les sometió

y la xenofobia entre la población rusa. Por aquel entonces, Basáyev y sus hombres

ya habían demostrado su capacidad de atentar en suelo ruso. La acción más

24

espectacular fue la toma de rehenes en el hospital de la localidad de Budionnovsk,

en junio de 1995, con más de cien muertos.

Putin entró en escena en 1999, cuando Basáyev y Jattab invadieron Daguestán con

el fin de crear un gran califato “desde el mar Negro al Caspio”. Comenzó una nueva

guerra no menos sangrienta que la anterior. Esta terminó de manera oficial en abril

de 2000, aunque la violencia no ha cesado ni siquiera a pesar que, en abril de 2009,

el actual presidente, Dmitri Medvédev, levantó el régimen antiterrorista especial que

instauró Putin diez años atrás.

La insurgencia islámica que surgió en Chechenia se extendió hace tiempo a las

repúblicas vecinas, Ingushetia y Daguestán, e incluso a Kabardino-Balkaria. Aunque

los sucesivos líderes del movimiento fundamentalista han sido eliminados, las

células descabezadas han restablecido su actividad.

En 2009, según la prensa local, hubo 167 atentados con bombas con 280 muertos

en Chechenia, 319 en Ingushetia y 263 en Daguestán. A esas cifras hay que añadir

400 fallecidos más, policías y soldados sobre todo, en choques armados y ataques

por sorpresa. Y eso pese a que, según Moscú, no hay más de 500 guerrilleros

activos.

Los brutales métodos que emplean los dirigentes locales Ramzán Kadírov

(Chechenia), Yunus-Bek Evkúrov (Ingushetia) y Mahomedsalam Mahomédov

(Daguestán) no hacen sino aumentar la indignación entre sus habitantes, facilitando

a los terroristas el enrolar nuevos activistas.

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Falta de coordinación

Otros temas que debilitan la lucha contra el terrorismo, según el especialista de

“News Week” Orján Dzhemal, son la falta de coordinación y las discrepancias entre

el Ministerio del Interior y el FSB.

Medvédev reconoce que la situación en el Cáucaso Norte es el problema “número

uno” de Rusia. En enero, él y Putin admitieron que cualquier mejora pasa por

desarrollar la economía de la zona. El problema es que se ha empezado algo tarde a

inyectar dinero, y la enorme corrupción actúa como un colador por donde

desaparece lo invertido.

KABARDINO-BALKARIA

Superficie 12.500 km2

Población: 1.2 m

82% ORTODOXOS – 14% MUSULMANES

OSETIA DEL NORTE

Superficie: 8.000 km2

Población: 820.000 hbs.

68% ORTODOXOS – 30% MUSULMANES

26

INGUSHETIA

Superficie: 4.300 km2

Población: 487.300 hbs

4% ORTODOXOS – 96% MUSULMANES

CHECHENIA

Superficie 13.500 kms2

Población: 1.4 m

23% ORTODOXOS – 70% MUSULMANES

DAGUESTAN

Superficie 50.300 kms

Población: 2.6 m

21% ORTODOXOS – 74% MUSULMANES

27

ABJASIA

Superficie: 8.600 kms2

Población 245.000 hbs

70% ORTODOXOS – 30% MUSULMANES

OSETIA DEL SUR

Superficie: 3.900 km2

Población: 69.000 hbs

85% ORTODOXOS – 15% MUSULMANES

GEORGIA

Superficie: 67.700 km2

Población: 4.9 M

90% ORTODOXOS – 10% MUSULMANES

ARMENIA

Superficie: 29.800 km2

Población: 3.2 M

94% ORTODOXOS – 1% MUSULMANES

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AZERBAIYAN

Superficie: 86.600 km2

Población: 9.1 M

Renta per cápita 3.720S

5% ORTODOXOS – 94% MUSULMANES

La UE: de la periferia a actor global civil

Entre ayer y hoy (octubre de 2011) se celebra en Bruselas un importante Consejo

Europeo, considerado por muchos como trascendental para mostrar a los mercados

la unidad sin fisuras de la UE en torno a la estabilidad del euro. Será uno de los

últimos encuentros del semestre de Presidencia belga del Consejo de la Unión

Europea que concluye el 31 de diciembre. A lo largo de estos seis meses ha habido

numerosas cumbres (entre ellas, en octubre con China y con el conjunto de Asia; en

noviembre con el G-20 en Seúl, con EEUU y la OTAN en presencia de Rusia, así

como el encuentro con África o la reunión sobre el cambio climático en Cancún; y en

diciembre con Rusia y Ucrania). Todas estas citas pueden tanto desmentir a los que

creen que Europa está en la periferia del mundo global como dar la impresión de

que Europa se excede en querer aparentar más potencia de lo que realmente es.

Desde la caída del Muro y de forma acelerada en los últimos años se viene

produciendo una clara redistribución del poder económico y de la influencia en los

temas globales. Los grandes cambios se produjeron ya antes de la crisis económica

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y financiera y ésta ha afectado poco a las economías emergentes (Brasil, Rusia,

India, China y buena parte de Asia) que apenas se expusieron a las imprudencias

financieras de las grandes potencias económicas como EEUU y la Unión Europea.

Determinados sectores creen observar un galopante declinar de la UE en el mundo.

Estiman que se debe a su talón de Aquiles: no es una verdadera potencia pues no

es una potencia militar. Es un pensamiento rancio propio de un mundo pasado en el

que el carácter de potencia se mide por una única adjetivación. A los defensores de

una Europa fuerte basada en el pilar militar les gustaría que la UE siguiera la senda

de EEUU, cuyo gasto militar representa el 60% mundial y es igual al de toda la UE,

China y Rusia juntas.

Es un craso error pensar que en el siglo XXI es suficiente o esencial la superioridad

militar. Desde la Segunda guerra Mundial, las invasiones y ocupaciones militares

han sido terminado en derrotas (Vietnam, Líbano, Afganistán –en 1979 la URSS y en

2002 EEUU-, Irak, etcétera). Las guerras entre Estados han sido y serán muy

infrecuentes. Ello no significa que no haya problemas de seguridad y riesgos para la

paz y nuestro bienestar.

La seguridad de un Estado y la seguridad internacional no son solo militares. Para la

lucha contra el terrorismo, el principal desafío en el siglo XXI, los ejércitos y los

despliegues masivos convencionales no sirven. Para la raíz o la causa principal de

todos nuestros problemas desde el final de la Segunda Guerra Mundial como para el

problema palestino, la dominación militar de EEUU ha sido ineficaz.

Por el contrario, el dominio norteamericano ha sido aplastante en todo el planeta sin

necesitar de su ejército. Ha ejercido su imperio mediante el arma audiovisual y el

mundo se ha rendido a gusto. Su modelo social y cultural (the american way of life)

30

ha sido y es el referente en todo el mundo. Nunca ningún imperio en el pasado

influyó sobre tantos cientos de millones de seres humanos y sobre sus propios

adversarios.

La reordenación del poder y la influencia en la sociedad internacional es y será

fundamentalmente económica-financiera y las fricciones serán mas entre gobiernos

y mercados que entre Estados entre si. En un mundo con varias zonas de gravedad,

el poder es si cabe todavía más difuso y las formas de influir son múltiples. Se

seguirán conformando centros de poder a escala mundial y regional y la paz se

mantendrá por los equilibrios (regionales y mundiales) y no por el dominio.

Por ello, para medir la potencia de la UE en el siglo XXI hay que hacerlo desde

varias perspectivas y no sólo desde la capacidad de despliegue de ejércitos

costosos y descomunales. En el marco de sus limitaciones, Europa tiene elementos

y comportamientos propios de una potencia global. Creo que lo más grave es que no

es consciente de sus enormes potencialidades como actor global, si bien no se

puede comparar la notoria incapacidad de decisión rápida y ejecutiva de la UE con

la actuación de un Estado, aunque sólo sea por la sencilla razón de que no es un

Estado.

La Unión Europea es un actor global en términos de potencia comercial (la primera y

se mantiene así desde los años 60) y de ayuda al desarrollo y acción humanitaria

(también la primera potencia mundial). Otra cosa es que esta gran potencia

económica infrautiliza su red comercial y su capacidad como donante y no los sabe

poner al servicios de otras actuaciones ni en foros diversos para exigir

compensaciones políticas en términos de alianzas o apoyos. Le falta dejarse ver

como una gran potencia y los demás saben que no es consciente de su fuerza y que

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no la va a utilizar. Pierde fuerza persuasiva y disuasiva. Habrá que esperar un

tiempo para ver si esto cambia con el nuevo Servicio Europeo de Acción Exterior.

También es la primera potencia civil del mundo: la primera en defender y extender la

democracia en el mundo sin necesidad de imponer las apariencias democráticas con

la guerra y la tortura. Es una potencia civil hacia adentro y hacia afuera. En el propio

continente, después del fracaso en la ex Yugoslavia, la UE se ha apresurado a

democratizar y estabilizar Estados europeos que nunca conocieron la democracia.

La europeización ha sido la forma de democratizarles. Además, hacia el exterior de

Europa, en unos casos, su política de condicionalidad democrática y, en otros, la

acción planificada de reconstrucción del Estado de Derecho y la gobernabilidad en

sociedades postconflicto ha permitido extender la democracia y con ella su

capacidad de movilizar la riqueza económica y social en numerosos países. Hasta

para la gran potencia del siglo XXI, China, y para otros Estados emergentes las

políticas de cohesión económica, social y territorial de la UE representan el modelo

económico-social al que aspiran.

La política de seguridad de la UE es todavía embrionaria o está en construcción. La

UE ha dado sus primeros pasos de la mano de Naciones Unidas; en el marco de

operaciones de gestión de crisis y de otro tipo ha sido un socio fuerte de la ONU

que ha contribuido con importantes recursos militares (efectivos humanos y

materiales), civiles, financieros y técnicos a la pacificación y reconstrucción de

Estados como Bosnia, Macedonia, Sierra Leona, República democrática del Congo,

etcétera. La UE aporta casi un 40% del presupuesto ordinario de la ONU, financia

dos quintas partes de las operaciones de mantenimiento de la paz en el mundo y la

mitad de los programas de las agencias de la ONU. No es irrelevante como creemos

aunque no sabe obtener provecho político y visibilidad.

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La Unión Europea es la potencia exportadora de normatividad en esta era de

globalización. Es una potencia normativa o reguladora cuyas reglas, con indudables

efectos extraterritoriales contribuyen, a la gobernabilidad de la sociedad global.

Nuestra cultura greco-romana está vinculada a la fuerza de la norma como

instrumento de resolución de los conflictos y de los problemas económico-sociales

frente a la visión del poder militar. Es una concepción no hegemónica del poder. Es

una potencia si nos atenemos incluso a la definición clásica de la capacidad de una

unidad política de proteger sus intereses, de tener una visión propia del contexto

internacional e influir sobre otras entidades para la resolución de problemas y

situaciones que le interesan.

Es cierto que protege insuficientemente sus intereses e infrautiliza sus poderosos

instrumentos en los que es primera potencia mundial. Con frecuencia, entre sus

socios hay diferencias sensibles en la visión de los problemas y sus eventuales

soluciones. Su sistema de adopción de decisiones no le permite influir y hacerse

visible en entornos multilaterales donde tenga que competir con potencia estatales

globales que pueden variar su posición en escasos minutos. Es cierto que en la UE

ha habido y hay descoordinación y que al ser un orden de consenso tiene

dificultades para definir sus intereses superiores en un contexto dado. Son sus

debilidades innatas al no ser un Estado. Claro que otra flaqueza no menor y la más

preocupante de todas es su declive demográfico.

La UE, con sus fortalezas y debilidades, ha asumido un papel propio y original en la

sociedad internacional: una función estabilizadora y de modelo de paz y bienestar

capaz de guiar a numerosos pueblos y Estados.

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DESAFIOS PARA LA POLITICA EXTERIOR EUROPEA EN 2012

Después de la crisis

El Tercer Año De Lisboa

La Reforma De La Gobernanza Económica Mundial

El Avance De Las Asociaciones Estratégicas

El Diseño De Una Nueva Arquitectura De Seguridad Para Europa

Las Sucesiones En Oriente Medio

Irán: Más Allá De Las Sanciones

La Recuperación De Turquía

Como Prevenir La Desintegración De Los Balcanes

Eludir Otra Guerra En El Cáucaso Sur

Momentos Decisivos En África

Ante El Fracaso En Afganistán