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155 ESTE CONFÍN de una región amasada por una conciencia primero hispanoa- mericana y luego propiamente latinoamericana, es lo que más preocupa a quienes piensan todavía que nuestro destino manifiesto no es otro, sino una histo- ria avasallada por señores que promueven el triunfo del mercado subordi- nante de cualquier desarrollo independiente. Eso intentan durante todo el siglo y se empeñan en cumplir con eficiencia también sus palafraneros decla- rados o furtivos; pero como lo deja ver el anterior capítulo, se vive en Latinoa- mérica una nueva era más abierta y sensible, menos ingenua y más conscien- te, mejor organizada, aunque haya realidades no escritas aún que esperan por la atención de científicos sociales honrados, para calar en el conocimiento de los entretelones de las actuales circunstancias que son caso de todos. Porque ha sido el siglo XX un pleno siglo americano y quisiera serlo más; y muchos halcones en los gobiernos y los grandes intereses que les acom- pañan, hacen lo suyo para intentarlo. No obstante, es el nuevo siglo XXI uno en que quiérase o no, la gente no podrá dejar de hacer valer su presencia y tendrá no sólo que anunciar como ya lo hace, sino comenzar a imponer el lla- mado a construir un mundo de todos y para todos, no sólo para unos cuantos; uno que siente las bases del respeto a la diversidad y al aporte universal de las culturas, donde la labor y esfuerzo de pueblos y gobiernos pueda finalmente encauzar añejos empeños regionales unitarios, que van más allá de los simples y llanos intereses del imperio. Un siglo donde hasta el propio pueblo de los Estados Unidos, engañado con la idea de que ya vive un nuevo horizonte, con todo el dolor que ello le implique tendrá que asumir con mayor cordura su presente y compartir un futuro que no le pertenece a él, sino a todos en la tierra. La historia no escrita de la apertura Mucho del optimismo neoliberal durante los noventa en libros, revistas y medios informativos, se basaba en la idea de que el fin del mundo bipolar daba Capítulo 4 Los límites de la astucia

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ESTE CONFÍN de una región amasada por una conciencia primero hispanoa-mericana y luego propiamente latinoamericana, es lo que más preocupa a quienes piensan todavía que nuestro destino manifiesto no es otro, sino una histo-ria avasallada por señores que promueven el triunfo del mercado subordi-nante de cualquier desarrollo independiente. Eso intentan durante todo el siglo y se empeñan en cumplir con eficiencia también sus palafraneros decla-rados o furtivos; pero como lo deja ver el anterior capítulo, se vive en Latinoa-mérica una nueva era más abierta y sensible, menos ingenua y más conscien-te, mejor organizada, aunque haya realidades no escritas aún que esperan por la atención de científicos sociales honrados, para calar en el conocimiento de los entretelones de las actuales circunstancias que son caso de todos.

Porque ha sido el siglo XX un pleno siglo americano y quisiera serlo más; y muchos halcones en los gobiernos y los grandes intereses que les acom-pañan, hacen lo suyo para intentarlo. No obstante, es el nuevo siglo XXI uno en que quiérase o no, la gente no podrá dejar de hacer valer su presencia y tendrá no sólo que anunciar como ya lo hace, sino comenzar a imponer el lla-mado a construir un mundo de todos y para todos, no sólo para unos cuantos; uno que siente las bases del respeto a la diversidad y al aporte universal de las culturas, donde la labor y esfuerzo de pueblos y gobiernos pueda finalmente encauzar añejos empeños regionales unitarios, que van más allá de los simples y llanos intereses del imperio. Un siglo donde hasta el propio pueblo de los Estados Unidos, engañado con la idea de que ya vive un nuevo horizonte, con todo el dolor que ello le implique tendrá que asumir con mayor cordura su presente y compartir un futuro que no le pertenece a él, sino a todos en la tierra.

La historia no escrita de la apertura

Mucho del optimismo neoliberal durante los noventa en libros, revistas y medios informativos, se basaba en la idea de que el fin del mundo bipolar daba

Capítulo 4

Los límites de la astucia

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lugar a un escenario en el cual (aun descartada la tesis del fin de la historia) sólo bastaba con hacer un pequeño esfuerzo para transitar a la democracia, ahí donde una lucha “de igual a igual” daría cuenta del triunfo de la gente al impulsar opciones y alternativas. Luego también de la conversión de las dic-taduras militares en gobiernos civiles, las reformas electorales avanzaron en países donde la batalla por las legislaturas y el Poder Ejecutivo se convertía en centro de lucha de corrientes políticas. Pero ¿qué tanto cambió en verdad la Guerra Fría hacia el final del siglo en América Latina?

Porque no obstante esta pretensión de borrón y cuenta nueva que abrazan los estados, se denotan dificultades que más allá de voluntades, problema-tizan la región; la persistencia e incremento de la pobreza entorpece los esfuerzos que se hacen por el florecimiento de la democracia y, a través de ello, niveles de gobernabilidad que aceleren los cambios que, según esto, otorgarían el esperado bienestar. A diferencia de algunos que convienen en las anunciadas “nuevas oportunidades”, otros desesperan y se muestran renuen-tes a admitir el camino de las reformas institucionales, criticando y sin aceptar finalmente una legalidad donde prevalecen –y han de hacerlo siempre, dicen– los intereses de minorías que se siguen beneficiando de todo; y consideran que nada ha cambiado sino sólo las formas a través de las cuales se mantiene el poder.

Lo que no podría sostenerse es que no existan cambios y nuevas oportu-nidades en un tan dinámico proceso mundial que acerca a todos los pueblos. Pero lo que subsiste y parece que por mucho tiempo más, son las graves circunstancias que promueven inconformidades y protestas. En este tenor, si no hay cambio suficiente, entonces la respuesta a estas incidencias no tienen por qué haber cambiado demasiado. En todo caso, es oportuno saber si en efecto la posguerra fría da lugar a un comportamiento diferente de los núcleos de poder que se han movido tradicionalmente en Latinoamérica. Y al respecto, sería necesario entender qué tanto en estos últimos 10 años se crean con-diciones como para pensar en un más firme desenvolvimiento de nuestros pueblos, o cuantos de los problemas de antaño subsisten y dan lugar a preo-cupaciones y métodos similares a los usados en las mejores épocas de la Guerra Fría.267

El sur de la frontera “al borde del caos…”

Los cambios revolucionarios en Centroamérica desde los setenta, en un contexto de dificultades económicas regionales, provocaron intranquilidad

267 Una parte del inciso siguiente proviene de Hernández Garibay y Saragoza, 1990.

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en el gobierno y núcleos de poder pronorteamericanos. Hacia 1986 la prensa en los Estados Unidos dedicaba grandes titulares a esto,268 pues de tiempo atrás había inquietud sobre una posible “penetración comunista” de Guatemala hacia arriba. Y aunque la teoría del dominó tan socorrida por la CIA formaba parte de un accionar natural de la época, al parecer se planteaba no precisamen-te en busca de estabilidad sino más bien instigadora de una desestabilización mayor que permitiera presionar en río revuelto. La acción política de los Es-tados Unidos hacia su vecino inmediato era a esas alturas cotidiana, con señalamientos sensacionalistas de prensa que más que evidenciar desasosiegos lo que parecían buscar eran golpes bajos.269

De manera general, hasta 1977 esa prensa dibujaba el folclor de nuestros países en forma despectiva, con la imagen de un indio dormido bajo el som-brero, un perico bailador de Samba, un gaucho montado sobre el caballo, un macho guitarra en mano enfrentando al toro bravo y otros implementos por el estilo. Luego, el petróleo en Venezuela o México, la precaria industria armamentista en Brasil, el entorno de los cambios mundiales otorga a países como estos “perspectivas de liderazgo” tercermundista, y su posibilidad se con-vierte en tema de prensa y diplomacia. Pero es la situación en Centroamérica lo que incide más en la preocupación abierta de que por ejemplo, una “defensa mexicana” hacia Cuba, Nicaragua y El Salvador se enfile como la última ficha del dominó contra la estabilidad; y la prensa lo recoge con creces, al hablar de la “verdadera pesadilla” en que podría tornarse la situación.270

268 “México, una telaraña de problemas”, advertía en su portada una revista estadounidense, al decir: “México aún enfrenta un formidable dilema: mientras los asuntos económicos han acelerado las de-mandas para un cambio político, la economía paralizada toda ha hecho tal cambio extremadamente difícil” (Time, 25 de agosto de 1986, p. 6). Esta opinión lejos de ser aislada, constituyó un ingredien-te principal de las noticias; el razonamiento de que “México está al lado” y que su estabilidad política repre-senta “intereses vitales” para los Estados Unidos implicó durante los ochenta preocupación frente a un “bolchevismo” en su frontera.

269 En junio del 1986 una comisión del Senado presidida por Jesse Helms realizaba las insólitas Audien-cias sobre el gobierno de México, que pretendían un “análisis exhaustivo de la inviabilidad institucional y estructural” de la economía basado en la premisa de que “las actuales políticas… llevarán al país a un colapso generalizado, de incalculables consecuencias para Estados Unidos” (Excelsior, 14 de mayo y 10 de junio de 1986). Antes, el 3 de marzo, The Washington Post decía patético: “El escenario de pesadilla en el que pocos quieren pensar, representa un colapso real surgido a raíz de los terremotos del año pasado y de las feroces batallas por la corrupción a altos niveles…” (Proceso, 24 de marzo de 1986, p. 13). Otras opiniones se publicaron en diversos medios; el uso de palabras irónicas, incluso contra el presidente De la Madrid al que se calificó de “tecnócrata tímido” (una publicación española sugirió el mote de “huevos tibios”), estuvo a la orden del día. Newsweek sostuvo la siguiente frase lapidaria: “México parece un país en peligro de ser arrollado por su propia ineficiencia, contaminación, pobreza y corrupción; un país que se pudre desde su interior…” Ibidem, p. 8.

270 El primer semestre de 1982 marca un nuevo momento; una ola de exageraciones se desata en los medios. Mientras el Die Welt afirma que México vive “la más grave crisis de su historia”, The Economist titula “burros” a los banqueros por prestar dinero al país; The Christian Science Monitor opina que la crisis “es de desconfianza, corrupción y liquidez”. Tan dramática es la situación pintada que en los periódicos

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Nada de lo dicho por esa prensa era incidental; más bien parecía respon-der a una peculiar campaña a las puertas de cambios buscados hacia la apertura del mercado.271 La especulación de “ominosos signos de inestabilidad y caos” creaba un ambiente de zozobra que posibilitó una presión política para ganar posiciones económicas y comerciales.272 El 14 de agosto The New York Times publica un artículo de Alan Riding que habla de un Memorando del subsecretario de Estado para Asuntos de América Latina, Thomas Enders, en el que propone sin recato aprovechar un “México en crisis” para alcanzar con-cesiones económicas y lograr una política externa mexicana “menos aven-turera”.273 El momento más crítico es en agosto; una ola de rumores por la “pérdida de credibilidad” se esparce. De acuerdo con esa prensa México se encontraba “al borde del precipicio”; volantes que se reparten por no se sabe quién, llaman a responder a supuestos altercados del presidente de la Repú-blica con su gabinete, al fantasma de la escasez y la hambruna que se cerniría sobre la población, y a la corrupción desaforada (Proceso, 6 de septiembre de 1982, p. 34).274

Este clima de confusión que recuerda el clima de inestabilidad a que se somete en su momento al gobierno de Allende, sugiere también aquí la existencia de una bien orquestada campaña que aprovecha el río revuelto.275 ––––––––––salvadoreños del 20 de agosto también se destaca con grandes titulares: “México está al borde del caos”, afirmándose entre otra cosas: “El Salvador, o más bien dicho los salvadoreños en general… pese a la violencia vivida en los últimos 3 años, no se hallan en tan triste pésima situación de hambre y mi-seria” (reproducido por El Heraldo de México, 21 de agosto de 1982). De su parte, The Economist alerta: “Si el desempleo, la inflación y las esperanzas frustradas producen la violencia, golpes de Estado y dogma-tismo, el caos repercutirá en toda América Latina…”

271 El poder de la prensa estadounidense sobre la opinión pública latinoamericana se da por des-contado. Ya Schramm señalaba hace 35 años: “El mutuo entendimiento entre las naciones, de un lado, o la manipulación de eventos y mensajes por parte de una nación para influir en las políticas de otra, han sido (hechos) de interés humano por miles de años…” (Schramm, 1965, p. 431); tesis que asumen dos científicos de la Rand Corporation (organismo éste, involucrado en el diseño del Plan Camelot, que preparó el derrocamiento de Salvador Allende): “la información internacional, la propaganda y la guerra psicológica hoy, constituyen un esfuerzo en el que miles de individuos altamente entrenados están siendo contratados y cuyas posibilidades se volverán muy significativas en los años venideros” (Davison y Alexander, 1965, p. 436).

272 El punto de partida de esa lluvia de opiniones habían sido los comentarios del propio embajador John Gavin (uña y carne ideológico de Ronald Reagan) en un programa transmitido por ABC el 25 de julio, donde en referencia a la fuga de capitales, decía: “Es un problema del pueblo mexicano que quizá siente que, en este momento, las instituciones no son tan confiables como deberían serlo” (Proceso, 2 y del 30 de agosto de 1982).

273 En Buendía 1982, se sugiere incluso la existencia de una relación estrecha entre dicho memoran-do, el programa de la ABC y las actividades del embajador Gavin en México.

274 La campaña de rumor culmina 4 días antes del informe en el que se anunciaría la estatización de la banca por el presidente López Portillo, cuando una noticia falsa y alarmista difundida internacional-mente da cuenta de un supuesto golpe de Estado (Excelsior, 31 de agosto de 1982).

275 La sospecha de que la CIA estuvo detrás de esta campaña, lo deja ver la activa participación en esa época de su estación en México, en la que su rabioso agente Constantine Menges se dedicaba a gritar en los medios y ante el Consejo Nacional de Seguridad, su creencia de que el país era “un Irán en

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La situación financiera de México, en el marco de la baja de los precios del petróleo, disminuyó las posibilidades de solución a la difícil situación eco-nómica, lo que fue aprovechado para apuntalar intenciones formuladas de tiempo atrás en el llamado Plan Baker. En medio de la ola de rumores sobre la situación nacional e incluso la opinión adversa sobre el tema de los de-rechos humanos, el gobierno y los empresarios estadounidenses no dejaron de insistir en la necesidad de “la mayor liberalización” de la economía mexi-cana y en general latinoamericana.

En el fondo, lo que éstos y otros hechos similares promovieron en di-versos países fue un peculiar clima proclive a las acciones transnacionales, tanto por la desconfianza de los inversionistas extranjeros (de por sí alejados de muchos países de la región) como porque esto, unido a la debilidad estruc-tural de más de una economía, creaba la posibilidad de influir en las políticas económicas regionales. De hecho, durante las semanas de negociación de distintas deudas externas, la administración Reagan dejó sentir su estrategia anunciada ya desde 1982 por el Memorando Enders de mantener a esos países “al borde del precipicio” para obtener concesiones en otras áreas.276

En el entorno de la crisis de la deuda, los Estados Unidos proponían paquetes de ayuda financiera a cambio de la mayor “reestructuración de la economía”.277 Así, la presión a los gobiernos en el marco de callejones sin salida y bajo las hostilidades de una campaña en cuya base se encontraban políticas editoriales manejadas desde las matrices de los consorcios informa-tivos, coadyuvó a lograr un viraje en las políticas comerciales y de inversiones, que derivaron en el panorama neoliberal y globalizador que ya se encauzaba con afán.278

––––––––––potencia, en la misma frontera de los Estados Unidos…”; véase el trabajo de Woodward 1988, pp. 305-327. Este trabajo es particularmente significativo, por ser Woodward quien había ya ganado el Premio Pulitzer por su investigación del caso Watergate.

276 Respecto del rescate a México un investigador del CIDE opinaba: “se dio el apoyo, pero… a cambio se obtuvieron concesiones en otra serie de campos. No se dejó a México, y con él al sistema financiero norteamericano, caer por la pendiente, pero se aprovechó el momento para obtener avances en otras áreas que habían sido puntos de desacuerdo de larga data” (Rico, 1986, p. 15).

277 A través de diversas declaraciones donde funcionarios del Departamento del Tesoro y la Reserva Federal insistían en no tener un plan de rescate para la economía mexicana, durante febrero y marzo se encargaron de “enviar señales” al gobierno mexicano acerca de la dirección en la que debería de encausarse dicha “reestructuración”. De acuerdo con un cable informativo de la agencia UPI del día 13 de febrero, un funcionario del gobierno norteamericano “que pidió no ser identificado” decía sin tapujos ante las expectativas de apoyo a México, que este país “debería de adoptar una mayor liberaliza-ción de las inversiones extranjeras y tener una menor intervención gubernamental en el mercado”, si es que quería lograr un “paquete de ayuda”.

278 Un periodista opina que el gobierno de los Estados Unidos estaba “dispuesto a profundizar las presiones financieras para propiciar cambios en el rumbo y la estructura políticos de México. No por menos, por ejemplo, las elecciones de 1985, los fraudes electorales, el bipartidismo, y la votación en [el estado de] Chihuahua en julio fueron temas sacados a relucir en oficinas de la comunidad financiera norteameri-cana cuando los mexicanos [llegaban] a pedir apoyo crediticio” (Ramírez, 1986).

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En ese contexto se anuncia la creación de una Comisión Binacional México-Norteamericana, “independiente, plural, intersectorial”, financiada por la Fun-dación Ford con el objeto de encontrar la forma de “promover relaciones cons-tructivas en los próximos 25 años” (véase Hernández Garibay, 1986). El futuro estaba encauzado en México hacia la firma de un Tratado de Libre Comercio de América del Norte, ariete principalísimo en la ulterior búsqueda de merca-dos abiertos en toda América Latina…279

Las relaciones panempresariales

La independencia nacional es un importante sustento de los estados latinoa-mericanos modernos. Pocos gobiernos durante el siglo XX se hubieran podido dar el lujo de aceptar cualquier otra circunstancia que no fuera el pleno respeto al sagrado derecho a las decisiones propias, cuando menos retórica-mente. Incluso la reconocida política de algunos de éstos en defensa de la auto-determinación de los pueblos, a pesar de los deslices de sus recientes gobiernos es fundamento de una postura internacional estable. Pero hablar de una plena independencia frente a tan peculiar vecino como los Estados Unidos, con todos sus recursos e intenciones, no ha dejado de ser un problema, pues las accio-nes persistentes y soterradas dejan huella allá o acá, en los más sorprendentes sitios que pueda uno imaginar.

El mismo embajador John Gavin revelaba alguna vez para un país, algo que podría decirse para el resto: “Nosotros tenemos con México un matrimo-nio sin posibilidades de divorcio”; lo decía porque la profunda relación entre ambas naciones ha sido indiscutible. Y de ello se han encargado en toda Lati-noamérica las mismas transnacionales y sus representantes, quienes cumplen un eficaz papel en el reforzamiento de las relaciones panempresariales.280

279 Como fue mencionado muchas veces, la tesis que algunos estadounidenses sostuvieron acerca del sistema político mexicano era que la modernización del país había promovido nuevas clases medias que exigían un “clima de libertades políticas”, discrepantes con más de medio siglo de unipartidismo priísta, y que por tanto la búsqueda del bipartidismo (compartir el poder con el PAN) resultaba la mejor opción para México. En ello trabajaron de entonces hacia delante, hasta el 2000 en que Vicente Fox gana la presidencia.

280 Al respecto mencionaba Time: “Con la posible excepción de la CIA, ninguna invención de los Esta-dos Unidos ha aguijoneado más la emoción, la sospecha y la crítica en todo el mundo que la moderna corporación multinacional” (citado por Carmona, 1982, p. 32); y en efecto, la corporación multinacio-nal influye, y por ello levanta “la sospecha y la crítica”. Como dice un escritor francés: “La capacidad de las corporaciones multinacionales para adoptar macrodecisiones imperativas, las transforma automática-mente en importantes actores públicos de facto…; solamente el Estado rivaliza con su poder en este nivel de elaboración de decisiones…” (Martins, 1974, p. 428). De hecho, su poder frecuentemente rebasa a las decisiones económicas, sobre todo cuando los estados nacionales se transforman en rivales para apli-car macrodecisiones; un ejemplo representativo aunque no único, es el de la International Telephone & Telegraph (ITT) en Chile, cuyos esfuerzos culminan con el golpe militar.

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Ese papel ha sido sutil y callado, utilizado para influir en decisiones de alto nivel en forma abierta o soterrada, a través de organismos empresariales, sociedades de inversión y similares.281 Cámaras como la Americana de Co-mercio (AmCham), cámaras binacionales de comercio, comités empresariales binacionales y aun la Cámara Internacional de Comercio promueven intere-ses de grandes corporaciones y su entrelazamiento con los capitales latinoameri-canos. Dichos organismos trabajan en estrecha colaboración unos con otros y a la vez con organizaciones empresariales nacionales, sindicatos y cúpulas empresariales, por medio de cuya labor coadyuvan a crear un buen clima de negocios en cada país.

De manera particular, la AmCham es en su tipo el organismo más impor-tante; habiendo sido fundado por grupos de empresarios norteamericanos a partir del segundo decenio y a lo largo del siglo XX, es el de mayor tradición para vincular el capital nacional con el estadounidense en inversiones, tecno-logía, comercio, mercado de trabajo y hasta educación empresarial. Al mantener fuertes lazos con las asociaciones nacionales de empresarios, la AmCham es a la vez un importante vehículo para la inversión directa en cada país.

Probablemente no haya un juicio más exacto para justificar la utilidad trans-nacional de la AmCham, que el ofrecido por el Memorando Powell:

…la acción independiente y no coordinada de las empresas individuales, por importante que sea, no basta. La fuerza está en las organizaciones, en la pla-neación cuidadosa y en las implantaciones de largo plazo, en la acción cons-tante por un periodo indefinido, con suficiente apoyo financiero, lo cual sólo puede ser posible por medio de una acción unificada y de organizaciones na-cionales… Por esta razón el papel de la Cámara de Comercio es vital… Está en una posición estratégica, con una reputación envidiable y una amplia base de apoyo… Existen cientos de Cámaras de Comercio locales que pueden de-sempeñar un papel auxiliar vital (Powell, 1983).282

Sobre estas bases desarrolla múltiples funciones, para lo que impulsa sendos programas de educación y relaciones públicas; el entonces presidente

281 El Consejo de las Américas, la Corporación de Inversiones Privadas de Ultramar o el Grupo de la Comunidad Atlántica de Desarrollo para América Latina son algunos ejemplos de organismos empre-sariales que buscan activamente generar nuevas oportunidades de inversión, potenciar el entrelazamien-to de los distintos capitales.

282 Veintitrés Cámaras Americanas de Comercio a través de 21 países de América Latina y el Caribe (Argentina, Bolivia, Brasil-Río de Janeiro, Brasil-São Paulo, Chile, Colombia, Costa Rica, República Dominicana, Ecuador-Guayaquil, Ecuador-Quito, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, Jamaica, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Trinidad y Tobago, Uruguay y Venezuela) pertenecen a la Asociación de Cámaras Americanas de Comercio (AACCLA), cuya sede está en Washington, que mantiene una membresía de 20,000 compañías e individuos en toda la región.

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de la AmCham en México, NcNeil Stringer, lo decía sin ambages en 1977: “For-mamos un comité de educación en 1962 para educar no solamente a es-tudiantes sino también a los hombres de negocios, en la principal cuestión ideológica de nuestro tiempo, el conflicto entre el comunismo y la libre empre-sa” (Dellí, 1984, p. 378).283

En todos los países, la AmCham y diversas corporaciones promovieron siempre una fuerte oposición a las políticas nacionalistas, sin dejar de insistir en que la salida al despegue globalizador debería ser no otra sino la apertura total de la economía, para lo cual se requería por supuesto de los hombres emprendedores que lo llevaran a cabo.284 Así, las relaciones panempresaria-les han implicado multitud de entrelazamientos financieros, comerciales y en general económicos a través de la inversión, la compra de tecnología y paten-tes, la exportación y el intercambio, el uso de servicios y la puesta en marcha de planes de expansión, que sobre todo en algunos años se ampliaron con un carácter selectivo; y en todo ello tuvo que ver la AmCham.285

Según las leyes de muchos países, todas las empresas e individuos invo-lucrados en los negocios deben adherirse a las asociaciones nacionales de empresarios. Por esta simple razón los miembros de la AmCham, directivos de empresas extranjeras, han sido a la vez miembros de las asociaciones lo-cales (Dellí, 1984, p. 379).286 Entrelazadas así, las grandes corporaciones han logrado una influencia directa sobre las políticas y los procesos de toma de decisiones de las comunidades de negocios y de los gobiernos; el alcance que esto tiene es claro cuando se considera la enorme capacidad de esas corpo-

283 Esa AmCham ha dicho: “Durante las primeras décadas [del siglo xx] la cámara –y los negocios norteamericanos en general– se contentaban con mantener un perfil bajo. Poco a poco el enfoque se cambió y la [AmCham] empezó a reaccionar a los crecientes desafíos de los tiempos, uno de los cuales fue la aparición de Castro y la fiebre nacionalista… Los nuevos líderes de la [AmCham] reconocieron que el papel pasivo anterior tenía que ser reemplazado por una defensa positiva y vigorosa de los principios que la Cámara postula…” (citado en ibidem, p. 387).

284 Estos empresarios ya comenzaban a existir en nuestros países, educados en Harvard, MIT y Wharton, instituciones que formaban parte del programa educacional y científico de la CIA en la Guerra Fría, y que junto con la Escuela Norteamericana de Administración para Profesionales (ENAIP) de Arizona (también capítulo de la CIA), tenían como intención la de crear “adalides del estilo estadounidense de hacer las cosas” (Buendía, 1984, p. 74; Kovlev, 1983, p. 159; y Molteno, 1979, p. 19).

285 Un ejemplo que muestra el poder de la AmCham, lo constituye la campaña contra el diario mexi-cano Excelsior, orquestada por ella en colaboración con Sears Roebuck, banqueros y consorcios nacionales, con el objetivo de debilitarlo financieramente y, según nos refiere Angela Dellí Sante, “crear una imagen negativa (del diario) con la intención obvia de reducir el número de sus lectores, pero también con el fin de reducir la credibilidad de las políticas nacionalistas…” del periódico que de acuerdo con la propia AmCham, estaban “arrasando” a una nación como México (1984, p. 362).

286 Los funcionarios de la AmCham a menudo se convierten en funcionarios de las asociaciones, creando de esta manera un vínculo directo en la formación de las políticas empresariales. El caso de Alber-to Escobedo, que fue administrador de la AmCham en México durante varios años antes de retirarse en 1973, para convertirse en director general de Coparmex, es un ejemplo (ibidem, p. 395).

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raciones para llevar adelante “macrodecisiones imperativas”, que dictan por medio de su estructura interna y su poder económico. Así pues, a través de estos mecanismos un moderno empresariado lleno del ímpetu y del espíri-tu emprendedor de su socio mayor, ha sido formado al paso de las décadas para el mundo panamericano de los negocios. Lo que permite entender ahora las razones del embajador Gavin para hablar de un “matrimonio sin posibilidades de divorcio”.

El conveniente sostén de la democracia

Pescar en río revuelto y hacerlo con apoyo de seguidores a sueldo, ha sido también fundamental para persuadir de las bondades del mercado. A algu-nos se convence con argumentos; a otros sin demasiada conciencia, con di-nero, y se logra penetrar con ellos hasta las entrañas de la vida. O como dicen los conocedores, infiltrarse hasta la médula de una nación, ataviados de es-tudiante, de hombre de negocios, de policía, diplomático, funcionario, militar, revolucionario, de hombre o mujer de la calle, en fin, de tantas y tantas formas inconcebibles como sólo las pueden sugerir las superproducciones de miste-rio y de espionaje. Porque espionaje era el concepto clave, la piedra de toque de la Guerra Fría a la que sólo la palabra armamentismo podía comparársele. Y si casi ninguno de nuestros países estuvieron nunca por fortuna involucra-dos directamente con el armamentismo, sí lo estaban con el espionaje que promovían los inteligentes hombres a sueldo, trabajando para beneficio de las relaciones panamericanas.

La CIA nuestra de cada día

Tradicionalmente se ha hablado del espionaje, pero desde principios de los ochenta se insiste acerca de alta tecnología para obtener secretos de Estado y se reconoce la superioridad estadounidense en materia de información, y no sólo debido a la desproporción considerable de norteamericanos que se especializan en la vida íntima de los latinoamericanos, sino a los servicios ordi-narios de documentación e inteligencia que aquéllos han instituido en diversas naciones y con diferentes acentos. “Estos servicios, en países que Washington considera importantes para su seguridad nacional, presentan grados muy altos de especialización y selectividad” (Hodara, 1981, p. 22).287

287 El autor se refería, hace 20 años, al recuento computarizado de “señales vitales” con base en indica-dores más o menos realistas; uso de observatorios, reconocimientos aéreos y tendido de redes electró-nicas. “El sistema de comunicaciones de un país –indica– puede ser interceptado y penetrado. El problema

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Pero independientemente de las bondades que podría implicar una vi-gilancia tecnotrónica, lo cierto es que como veíamos en el capítulo 1, en nues-tros países ha operado de tiempo atrás el espionaje, pues al ser considerado el hemisferio un área vital para la seguridad nacional norteamericana, aquí se concentra una de las mayores actividades de la CIA en el mundo. Así, no es difícil que esa agencia se hubiera insertado en los más diversos ángulos de la vida nacional y las más variadas actividades de distintos sectores. No por cierto sólo con un carácter oficial, recordando lo que se ha dicho en el sen-tido de que los ministerios del interior trabajan en forma regular con la emba-jada norteamericana, intercambiando información sobre narcotráfico, delin-cuencia organizada o grupos subversivos. Oficial o no, la CIA ha cumplido una amplísima gama de actividades en Latinoamérica.288

Para ofrecer una idea tan sólo aproximada de los alcances de dicha pe-netración, aquí unos pocos ejemplos:

1. En el ámbito cultural, tomando en cuenta el interés de la CIA en organizar la “publicación y distribución de libros en el exterior, sin poner de manifies-to la influencia estadounidense”, en estimular “autores extranjeros no cono-cidos para que escriban libros de significado político” y a que ello fuera logrado ya sea a través de “contactos encubiertos o bien indirectamente, a través de agencias editoriales literarias” (US Senate, 1976, p. 193), en muchas ocasiones han sido reconocidas varias editoriales latinoamericanas como vinculadas a la agencia. 2. En el ámbito empresarial hay ejemplos de directivos de la AmCham, que a la vez de promover las relaciones empresariales pasaban permanentemente a la estación de la CIA información valiosa recogida por ellos para empresarios norteamericanos; o también pretendidas agencias de relaciones públicas, que

––––––––––es (en todo caso) político y estratégico: tomada la decisión por autoridades competentes, la vigilancia ciber-nética se verifica fluidamente. Estaríamos entonces ante un nuevo régimen de control, mucho más se-lectivo y regulado que los anteriores. Tendría la doble ventaja de evitar las torpezas de corporaciones que encienden resentimientos y de ser ejercido a distancia…” (idem).

288De acuerdo con el famoso libro de Phillip Agee, la lista de agentes en cualquier país es amplia e incluye empresas fantasmas para dar cobertura a múltiples actividades (Diario de la CIA; en El Día, 4 de octubre de 1974). Howard Hunt, agente de la CIA, en su libro Memorias de un espía ofrece también datos en los que revela su trabajo: “…formé en México una amplia red de colaboradores externos entre los que se contaba un popular y joven sacerdote católico que actuaba muy activamente en el movimiento anti-comunista desarrollado en una de las universidades mexicanas… Entretanto, los agentes de mi delega-ción habían establecido organizaciones anticomunistas que abarcaban muchos sectores de la vida mexica-na, tales como los de la juventud, los estudiantes, la mujer, la iglesia y el trabajo. Por medio de periodistas a nuestro servicio, tenía acceso a las páginas de los más prestigiosos periódicos mexicanos, y mis agentes estaban también en el Partido Comunista Mexicano, en el partido trotskista, y en dos organizaciones más que podían llevar a efecto manifestaciones de importancia media, tan pronto se les ordenaba” (citado por Buendía, op. cit., p. 155).

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han servido como parapeto de actividades de espionaje manejando las rela-ciones públicas de comités empresariales latinoamericanos.3. Tomando en cuenta no sólo el interés de la CIA en la información política del movimiento estudiantil (lo que se podía también cubrir a través de los apara-tos de seguridad nacionales), sino el interés por desarrollar programas cien-tíficos relacionados con el comportamiento, la opinión y las actitudes de lati-noamericanos frente a los Estados Unidos como el Proyecto MCUltra o el Plan Camelot, en el ámbito universitario subsisten los programas que la CIA mantiene en los Estados Unidos para reclutar estudiantes de otros países que se educan en las universidades norteamericanas y que vuelven a su respecti-vo país a trabajar como connotados científicos. Algunos de los proyectos de la agencia en universidades latinoamericanas han sido conocidos como “estudios transculturales” y conducidos por prestigiados investigadores de la conducta humana.4. En el ámbito policiaco a partir de 1962 fue creado en los Estados Unidos el programa “de la seguridad pública” que estuvo a cargo de la CIA y el FBI, y en el que en 10 años preparó a unos 20,000 oficiales de policía y asesores de los órganos de seguridad latinoamericanos, a través de la Academia Internacio-nal de Policía o la International Police Services, Inc., así como el probado hecho de que los directivos de diversos servicios de seguridad, incluyendo minis-tros del interior, fueran designados tras un minucioso examen de la misma CIA y siempre con su consentimiento, en lo que Phillip Agee ha calificado de ínti-mas relaciones existentes entre aquélla y los servicios de seguridad de América Latina.5. En el ámbito diplomático, son conocidos casos de agentes infiltrados en mi-nisterios del exterior como “consejeros” o “agregados de prensa” de embajadas latinoamericanas en Cuba, desde donde han intentado permanentemente una labor de espionaje después descubierta por los servicios de inteligencia cu-banos en algunos casos desde los sesenta, paradigma de la gran capacidad de penetración de la CIA, obviamente no sin apoyo en algunas altas esferas de gobierno.6. En el círculo presidencial, esto es, en la más alta esfera política de cada país también hay casos de infiltración (o “colaboración”) de señalados agentes de la CIA que fungieron en un principio como corresponsales extranjeros, y luego se hicieron pasar como “encargado de la prensa internacional”, funcionarios “de alto nivel”, o incluso ministros de primer orden en entidades de gobierno.289

En el ámbito sindical, para rastrear las acciones de la CIA habría que recordar la escisión de la Federación Sindical Mundial y creación alternativa de

289 Para todos los casos mencionados, véase entre otros Buendía 1983, pp. 63, 71 y 92, 1984, pp. 53-55, y 1986, p. 71; Maish, 1979, p. 32; Yakovlev, 1983, p. 157; y Zubenko y Tarasov, 1984, pp. 29, 35, 58 y 115.

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la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (CIOSL), así como de la Confederación Interamericana de Trabajadores (Lima, 1947) luego del derrumbe de la Confederación de Trabajadores de América Lati-na dirigida por Lombardo Toledano. Como resultado de ese proceso se crea en 1951 la Organización Regional Interamericana de Trabajo (ORIT), desde enton-ces y hasta los ochenta principal organización panamericana de los tra-bajadores.290

En todo este proceso la Confederación de Trabajadores de México (CTM) también estuvo presente, ligada con George Meany de la AFL-CIO y con la ORIT, de la cual fue por mucho tiempo su principal pilar en Latinoamérica junto con la Confederación de Trabajadores Venezolanos (CTV) bajo la bandera del llamado Movimiento Sindical Democrático. La AFL-CIO impulsó la educación de cuadros sindicales del movimiento obrero desde varias décadas atrás, a través del Instituto Americano del Desarrollo Sindical Libre; tan sólo entre 1962 y 1980 cursaron estudios en dicho instituto alrededor de 2,000 sindicalistas latinoamericanos.291 Así, la penetración sindical de la CIA se lleva a cabo a lo largo de décadas por distintas vías: el mencionado Instituto Americano de Desarrollo Sindical Libre, centros docentes especiales creados y subsidiados generosamente por corporaciones transnacionales, el Departamento de Esta-do y la CIA, la creación de redes de agentes en las organizaciones de base y en la dirección del movimiento sindical de los distintos países; todas las emba-jadas de los Estados Unidos en Latinoamérica han contado con departamentos de Trabajo y Movimiento Obrero encabezados por funcionarios de la CIA.

De esta forma, era de esperarse que en este importante ámbito, como en todos los demás mencionados antes y en muchos otros, la CIA estuviera infil-trada en las más altas esferas de decisión de cada arteria y cada vena de Latinoamérica. Total, si la “seguridad nacional” de los Estados Unidos así lo justificaba en la época de la Guerra Fría, ¿por qué no hacerlo…?

290 Habría que recordar también que detrás de este proceso estuvo la American Federation of Labor (AFL) dirigida en ese entonces por George Meany, y que el mismo Meany junto con su director de asuntos internacionales Jay Lovestone, ambos reconocidamente ligados a la CIA, fueron los principa-les cerebros de la CIOSL y de la ORIT que abanderaron la causa anticomunista del “sindicalismo libre” en el mundo y cuya bandera ideológica fue la de luchar “contra las dictaduras totalitarias de derecha o de izquierda”, aunque en la práctica tendiera a luchar más decididamente en contra sólo de una de ellas (Morris, 1967).

291 Lo interesante es que ese instituto, como afirmaba Agee, era sólo una de las coberturas de la Agencia (S/a 1982, pp. 155 y 156). Bajo el señalamiento de ofrecer a los trabajadores una “cultura po-lítica” que los capacitara para “enfrentar a los adversarios de cualquier signo político o ideológico”, la misma ORIT también promovía la educación sindical en diversos países. Empresa importante en verdad, por los 100,000 sindicalistas más que se formaron en esos centros especiales, tan sólo hasta los ochenta (Zubenko y Tarasov, 1984, pp. 43 y 44).

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El pasado todavía presente

Los hechos descritos sucedieron en un tiempo en el que su principal protago-nista estaba más que convencido de la necesidad de jugar el papel de poder policiaco internacional que Roosevelt anunciara décadas atrás. Pero luego del fin del mundo bipolar, la idea de una edad de oro de la democracia ganó a muchos medios informativos. Hoy sin embargo, no parece que haya otra intención que la de continuar jugando aquel papel. Podría pensarse que en las acciones de la OTAN contra Yugoslavia los Estados Unidos hubieran apo-yado militarmente por su amistad con Europa. Pero la lógica imperial respon-de a otras razones, pues el corolario de esos ataques no fue sino la celebra-ción del 40 aniversario de la OTAN en Washington, donde se adopta el acuerdo –temible para todos– de la posibilidad de hacer uso de la Alianza Atlántica en cualquier parte del mundo,292 incluso Latinoamérica, en defensa de la libertad.293

En todo caso, habría que valorar si la realidad ha cambiado tanto como para no ser más sujetos de campañas informativas, diplomáticas, militares o de espionaje, o si se mantienen los mismos o similares desvelos de la Guerra Fría.

Que no han cambiado mucho esas preocupaciones lo deja ver un do-cumento oficial donde se considera al movimiento zapatista como “ruptura epistemológica”, en un nuevo modelo que contribuye no sólo a entender los nuevos movimientos y actores sociales en los noventa, sino “para la cons-trucción de nuevos conceptos necesarios para el desarrollo de perspectivas de organización, doctrina, estrategias y tecnologías militares”. Según este análisis de 1996, el zapatismo puede ser considerado “nuevo paradigma” para caracterizar a otros conflictos sociales en el orden mundial actual, una vez que la Guerra Fría llegó a su fin. Así, dicen sus autores, lo que se requiere es un nuevo término para enfocar la atención en el hecho de que “los conflictos y delitos basados en estructuras de redes” se incrementan. En esa perspectiva, el

292 Desde luego, en la lógica estadounidense lo contrario también es cierto, es decir, que militar-mente soslaye a la OTAN y no haga uso de ella sino cuando así lo decida por conveniencia estratégica.

293 El libro La Próxima Guerra, publicado en 1996 por Caspar Weinberger, secretario de Defensa en el gobierno de Reagan, incluye un prefacio escrito por Margaret Thatcher donde ésta afirma su convic-ción de que sería un error exagerar las diferencias entre la Guerra Fría y la posguerra fría, “pues impide entender los peligros del presente”. El primero y fundamental –dice– consiste en que “en ningún caso han desaparecido los agresores potenciales”, así que “la única forma de asegurar la paz y la libertad estriba en mantener la superioridad militar de los estados democráticos sobre los agresivos”. En este sentido “el más importante elemento de dicha superioridad militar es de carácter tecnológico”, y dado que es insuficiente la acción diplomática, “sólo la construcción de un sistema de defensa global… puede proporcionar la respuesta adecuada”; respuesta que Weinberger reafirma al sugerir que los Estados Unidos deben “trabajar agresivamente para construir en América Latina y en otras partes una red eficaz de inteligencia”.

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término guerra de la red social (Social Netwar) que aplican al EZLN se relacio-na “con los conflictos de baja intensidad (CBI) en el extremo societal del espectro”.294

¿Hay algo que sea más claro para advertir la persistencia de una labor de inteligencia en la posguerra fría? Por el contrario, hablando en general y luego del saldo que nos deja el siglo XX hay que reconocer que durante de-cenios no hubo acciones más eficaces para el sustento del panamerica-nismo que las llevadas en forma silenciosa pero fructífera por la CIA. A grado tal que hoy no podría saberse con precisión el alcance de la penetración de ese esfuerzo en muchas de las esferas de nuestras sociedades, civiles o gu-bernamentales. El mayor problema, sin embargo, no es el que nuestros países hayan sido dirigidos soterradamente hacia senderos extranacionales (ahora sa-bemos que lo han sido), sino que en la globalización muchas cosas que antes provocaban comezón, hoy son vistas como si fueran tan sólo “una parte del paisaje”. Así, hablar de la CIA en Latinoamérica es ya un lugar común que se acepta como parte de las funciones naturales de la embajada. Pero se note o no, la CIA subsiste y aunque se enfrente en su país de origen a farragosos trámites burocráticos para conseguir nuevas asignaciones presupuestales cada año fiscal, lo cierto es que sus redes continúan tendidas en todas di-recciones.

En septiembre de 1997 la CIA celebró su medio siglo de vida con una ce-remonia en la que se otorgaron medallas a 50 de sus pioneros y se reconoció a 4,000 jubilados. A principios de los noventa su presupuesto era de más de 30,000 millones de dólares, con el que se mantenía una altamente secreta y numerosa burocracia; a finales de esa década, sin embargo, sus formas organizativas, con personal integrado de manera vertical y poca comunicación entre sí, compartimientos por motivos de seguridad y estructurados en

294 El documento denominado The Advent of Netwar (1996), preparado para la oficina del secretario de Defensa estadounidense por John Arquilla y David Ronfeldt, del Instituto de Investigaciones para la Defensa Nacional, de Santa Mónica, California (véase Galaz, 1999). En 1998 los mismos investigadores prepararon otro documento, The Zapatista Social Netwar, en el que advierten que la guerra de redes “será probablemente la forma de conflicto más prevaleciente y desafiante en la emergente era de la informática”, por lo que recomienda un estudio “cuidadoso y sostenido”. La estrategia de la guerra de redes –indican– “deberá estar enfocada a analizar y contener, aislar, desestructurar, inmovilizar y aun aniquilar, las redes sociales, así como las del narcotráfico, de terroristas y otros grupos delincuenciales”. Según el documento, la estrategia debe enfocarse no sólo hacia el EZLN sino hacia todas las organizaciones, frentes e individuos que forman parte de la amplia red de apoyo al zapatismo. Así, recomiendan los analistas, deben impo-nerse “todo tipo de acciones y tácticas” que van desde las clásicas de corte contrainsurgente (hostiga-miento, amenazas, acciones psicológicas, secuestros, ataques de grupos paramilitares, ejecuciones indi-viduales, etcétera.) hasta campañas de desinformación, espionaje, creación de ONG financiadas por el gobierno para contraponerlas a las independientes vinculadas con la red, entre otras (idem).

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jerarquías rígidas y anacrónicas, eran ya tan obsoletas como las viejas empresas.295

El mismo gobierno estadounidense reconoce estos problemas; en The Report of the Comission on the Roles and Capabilities of the United States Intelligence Community (Washington, D.C., 1996) se llega a preguntar inclu-sive si dados los cambios en el ambiente geopolítico son necesarias las agencias de inteligencia y, siendo así, si es importante mejorar su efectividad, eficien-cia y productividad (Sutton, 1999).296

Lo cierto es que la CIA misma intenta renovarse297 de acuerdo con su enten-dimiento, y a las tecnologías que proveen los nuevos tiempos. En septiembre de 1999 el New York Times informaba, por ejemplo, que la Agencia había creado una sociedad de capital de riesgos para invertir en alta tecnología y utilizar plenamente las posibilidades de Internet; y no sólo en los Estados Unidos. Un estudio reciente menciona cómo varias agencias de inteligentes han tenido que articular novedosas coartadas para conseguir su presupuesto, ahora que la “amenaza soviética” se ha ido. Así, nuevos blancos como los acuerdos de control de armamentos, diversos asuntos económicos, el crecimiento de armas nucleares, químicas y biológicas, el terrorismo y el narcotráfico, el fundamen-talismo islámico y las disputas regionales, étnicas y nacionales, son hoy inte-reses de una comunidad basada en la idea de que “con la fractura de la Unión Soviética el mundo es menos y aún más peligroso que antes…” (Agee, 1998).

Lo alarmante en todo caso, es que se avanza hacia un reforzamiento del militarismo, en cuya mira se encuentran ya no solamente países o regiones, sino el planeta entero. A las acciones abiertas y encubiertas en contra de los “gobiernos delincuentes” (como tal llegaron a calificar los Estados Unidos a

295 Grave problema en un mundo cambiante y nada seguro, como lo deja ver un reciente artículo escrito por Reuel Marc Gerecht, un agente encubierto que trabajó por 9 años en el Medio Oriente, para quien la CIA es en toda esa zona absolutamente ineficaz a estas alturas y desfasada de los reque-rimientos de los nuevos tiempos de personal mejor entrenado y métodos mucho mejor probados: “El mito del contraterrorismo”, denomina este autor a las intenciones frustradas de la CIA por obtener suficiente información acerca de las actividades de Osama bin Laden, el principal terrorista buscado como autor intelectual y financiador de varios atentados a blancos estadounidenses en el mundo (véase Gerecht, 2001).

296 Preguntas éstas que son razones suficientes para renovarse, no para desaparecer. Algunos demandaban en todo caso que sus operaciones fueran severamente restringidas y se concentraran en actividades de recopilación y análisis; otros que se conviertan en un centro de intercambio (biblioteca) y que recopilara información legalmente necesaria para cumplir su propósito público. Algunos más pro-ponían que se jubilara a los miles de agentes de inteligencia que operan bajo cobertura de diplomáticos pero en realidad trabajan en la recolección de información sociopolítica; explican que es más fácil subcon-tratar este tipo de actividad que pagarle el sueldo anual a un agente de inteligencia, entre 60,000 y 90,000 dólares dependiendo de su rango y duración en servicio (idem).

297 Y vaya que se ha renovado; a principios de junio de 2000 la CIA celebra el Orgullo Gay en su famo-so cuartel general de Langley, encabezada por el diputado demócrata por Massachusets, Barney Frank; en dicha ceremonia se destaca lo lejos que la agencia está hoy de su pasado homofóbico (CIA, 2000).

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todo aquel que no toleraban en la época de la Guerra Fría), ahora habría que agregar nuevas guerras de baja intensidad en El Salvador y en Brasil en 1994, en Nicaragua a partir de 1995, en el Perú, en Angola, Mozambique, Camboya y en otras partes del mundo, como Irak o Yugoslavia. Todo ello en respuesta a una lógica más abierta y sustentada en “razones de Estado”.298

Pero la atención del gobierno estadounidense no es sólo militar. Sin duda el gran despliegue comercial en toda América está sustentado en innumera-bles acciones en distintos países, que también recibe el apoyo de la propia CIA. Dígalo si no el espionaje económico de la agencia en muchas partes, que per-mite a las empresas estadounidenses –a quienes les llega información a través de seminarios y boletines– entender mejor a sus competidores para res-ponder de la manera más eficaz y acorde con sus propios intereses. “Ahora, el juego es el mismo, pero la cara del adversario ha cambiado. La amenaza no es ya más de los comunistas, sino de los competidores capitalistas…” (Chattergee, 1996; véase también Carreño, 2000).299

En cuanto a América Latina, no habría mucho que insistir luego de la opi-nión del ex agente Agee, de que con el fin de la Guerra Fría termina la di-mensión del conflicto oeste-este, “pero no la dimensión norte-sur, como lo demuestra la agresión y hostilidad hacia Cuba”. ¿Por qué? Pues porque la pros-peridad estadounidense depende en gran medida del flujo de capital desde el sur al norte y, por tanto, del mantenimiento de ese sistema depende la con-tinuación de sus relaciones interamericanas. Para poder mantener este siste-ma, que por su propio carácter es muy inestable, dice Agee, “se necesita de

298 Al respecto, un estudio del Pentágono que habla de los requerimientos de la CIA hasta el año 2002, delinea posibles escenarios ante el eventual surgimiento de un “adversario global” antiestadouniden-se o de una “agresiva coalición internacional expansionista” (febrero de 1992). A la vez, otro “clasificado” del Pentágono (“Guía de Planeación de la Defensa 1994-1999”, The New York Times, marzo de 2000), revela la política militar a la que se vinculan esos escenarios; habla de prolongar el militarismo y la economía de guerra hacia el siglo XXI, aun en contra de aliados como Japón y la OTAN. “Nuestra estrategia –dice– de-be… evitar el surgimiento de cualquier competidor global futuro…”, por supuesto sin la participación de la ONU, aunque sin dejar de lado acciones multilaterales, pero también anteponiendo acciones mi-litares unilaterales. El documento incluso se opone a que Europa se convierta en un árbitro regional inde-pendiente de su propio territorio: “…es de fundamental importancia conservar a la OTAN como el cauce primordial para garantizar la influencia de los Estados Unidos, (pues) una presencia norteamericana sus-tancial en Europa es vital…”, afirma (citados por Agee, en idem).

299 De forma tal que los intereses nacionales justifican de nuevo la presencia de la CIA en la búsqueda de información clasificada, más cuando en 1991 el entonces presidente Bush (padre) (antes director de la agencia) había dicho que “debemos ser inteligentes para engañar a quien intente robar nuestra tecno-logía o de otro lado, a quien se rehúse a jugar con reglas económicas claras” (citado en Chattergee, 1996), o cuando William Clinton creaba en enero de 1993 el Consejo Económico Nacional que desde entonces trabaja en forma muy cercana a la CIA, o cuando en julio de 1996 el economista Richard Neu (también próximo a la CIA) delineara un plan específico para el espionaje y contraespionaje económico, que es-tablecía pocas limitaciones al robo de información sobre los negocios de compañías extranjeras para su uso por el Departamento del Tesoro, el Departamento de Comercio, el Consejo Económico Nacional o el Cuerpo Representativo de Comercio de los Estados Unidos (idem).

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una agencia gubernamental que a través de medios secretos pueda apoyar a fuerzas políticas y militares, así como de seguridad, para proporcionar la estabilidad en un ambiente esencialmente inestable por su propia injusticia” (Agee, 1997).

Dado que México ha sido siempre una nación importante para la CIA, es de esperar que su presencia ahí sea más fuerte y numerosa que en otros países.300

Al respecto vale la pena acotar las acusaciones hechas a Jeffrey Davidow, emba-jador en México en el tránsito al nuevo siglo, a quien en 1973 se le ubica en la embajada en Chile en apoyo al golpe pinochetista y que luego se trans-forma en un perspicaz coadyuvante al seguimiento cuidadoso de mexicanos (Giordano, 1999). Carlos Hank González, conocido empresario mexicano sur-gido de las filas del magisterio, fue en vida uno de los personajes intocables en México. Esto se debía, dicen, a que “su compañía es accionista de un ne-gocio que emplea al ex embajador de Estados Unidos James Jones y debido a que, de acuerdo con el ex presidente de Costa Rica, Rafael Caldera, el suce-sor de Jones en México, Jeffrey Davidow, fue también un invitado al palacio mexicano de este ineludible profesor” (Reporte, 1998).301

Todo ello complementado por nuevos programas de formación para las fuerzas armadas que se llevan a cabo en escuelas del Pentágono, donde la CIA es principal colaboradora. Al respecto vale destacar esfuerzos como el de la capacitación antinarcóticos desde 1996, donde se instruyen miles de efec-tivos y se brindan millares de cursos al menos hasta 1998. Entre 1996 y 1997 se desarrollaron sendos programas de capacitación en el International Military

300 El punto de vista de Agee es significativo, pues indica: “la tarea de la CIA en México era monitorear la estabilidad política, lo cual nunca fue un problema dado el monopolio sobre el poder del que go-zaba el PRI… Las organizaciones y partidos políticos de izquierda locales también eran objetivos a pe-netrar. Y la CIA logró establecer en México la sede para algunos de sus proyectos regionales…” Añade que “el jefe de estación de la CIA en la embajada de México era mucho más importante para la relación bilateral que propio embajador de Estados Unidos, ya que tenía acceso inmediato y una relación íntima con el presidente del país”. ¿Y hoy día?; Agee indica: “No cabe duda que la política estadounidense en México es la de mantener estabilidad del sistema político. Eso significa que la CIA estará involucrada en la superación de los movimientos revolucionarios armados, estará monitoreando las redes de apoyo civiles de estos grupos, estará participando en la capacitación de las fuerzas de seguridad mexicanas…” “Por lo tanto –termina–, creo que la CIA todavía está tan activa como siempre…, y donde existan con-flictos de baja intensidad o actividades de contrainsurgencia contra grupos armados como los zapatistas, la CIA probablemente está involucrada muy cerca con las fuerzas especiales del ejército de Estados Unidos en capacitar a unidades contrainsurgentes…” Véase idem.

301 Hay que recordar también que ya en el pasado (finales de los ochenta) también se contó en México con otro embajador a quien se ubicó como continuador de John Gavin al coadyuvar a sustentar la de-mocracia por vías soterradas: John Dimitri Negroponte, actual embajador de los Estados Unidos ante la ONU y según los informes de la época, en vínculos con la CIA, con la Soberana y Militar Orden de Malta, con la Liga Anticomunista Mundial, con el Opus Dei, etcétera, vinculado a Henry Kissinger y a Alexander Haig, ultraderechistas de la era Reagan, de antecedentes oscuros en el cuerpo diplomático en Camboya y designado en 1981 por Reagan embajador en Honduras en el fortalecimiento de la con-trarrevolución centroamericana, cargo que cumple antes de pasar a México.

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Education and Training (IMET), la Escuela de las Américas y la Inter-Ame-rican Air Forces Academy; y si bien al final del siglo esa célebre Escuela –donde una gran cantidad de militares alcanzaron fervoroso entrenamiento castrense– tuvo que cerrar luego de ser muchas veces criticada como “centro de entrena-miento imperialista para la represión de los pueblos”, en esta era de mimetismos es sustituida por un símil llamado Defense Institute for Hemispheric Security Cooperation, situada exactamente en el mismo lugar, Fort Benning, seguramen-te con las mismas intenciones: coadyuvar a que ningún poder extranjero desafíe a la sagrada democracia continental (véase Escuela de las Américas 2000).

Pero si no fuera suficiente lo anterior, habría que recordar que la agencia mantiene también programas civiles y abiertos para “fomentar la democracia”. Es el caso de la Fundación Nacional para la Democracia (NED en inglés), creada por Reagan en 1983 con un presupuesto de 30 millones de dólares anuales para financiar partidos políticos, sindicatos, movimientos disidentes y medios de comunicación.302 En América Latina se sabe que la NED ha financiado desde 1985 a organismos como el Centro para la Empresa Privada Internacional de Argentina, Colombia, Cuba, Ecuador, Guatemala y Venezuela, el Centro para una Cuba Liberada, el Instituto Internacional Republicano de Nicaragua, el Instituto Apoyo de Perú, Alianza Cívica y la Confederación de Trabajadores de México, entre otros.303

En un artículo que publica en mayo de 2001, un investigador habla de la NED: “El Congreso estadounidense la provee de 98 por ciento de su presupues-to anual, y éste sube o baja en función de los beneficios que recibe Estados Unidos a través del financiamiento otorgado por la NED a las ONG, sindicatos, organismos empresariales y partidos políticos en el extranjero…” (Rodríguez Oceguera, 2001). Un reportaje del diario The New York Times (31 de marzo de l997) sobre intervenciones de los Estados Unidos en otros países, indica:

La Fundación Nacional para la Democracia, creada hace 15 años para hacer de manera abierta lo que la Agencia Central de Inteligencia ha llevado a cabo de manera oculta por décadas, gasta anualmente 30 millones de dólares para apoyar partidos políticos, sindicatos, movimientos disidentes y medios de comunicación en decenas de países.

302 Aunque hayan suscitado controversia, las tareas de la NED son las de “intervenir en la política interna de naciones alrededor del mundo”, sin concitar demasiados resquemores. Así, sus estatutos (que recibió del gobierno) la ubican como una ONG, lo que nadie cree pues se da por hecho que es una institu-ción que complementa a la CIA en la promoción de los intereses geopolíticos de los Estados Unidos.

303 Véase www.ned.org/grants/latin_america_highlights.html. La NED se ostenta como una organi-zación privada, no lucrativa, creada según esto para fortalecer a las instituciones democráticas en el mundo. Está activa en más de 90 países, donde apoya por medio de financiamiento las “iniciativas democráticas”. A través de su Foro Internacional para Estudios Democráticos publica el Journal of Democracy, donde lleva a cabo, a su decir, “un análisis de las conductas teóricas y prácticas del desarrollo democrático mundial, que sirve de balance de la información sobre el desarrollo democrático” (NED, 2001).

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La polémica desatada en un diario mexicano en torno a la famosa NED y su “neutral” financiamiento a las ONG en beneficio de la democracia,304 culmi-na al revisar el currículo de su Consejo Directivo (vale decir, los intereses a los que sirve): Frank Carlucci, exsecretario de Defensa y consejero de Segu-ridad Nacional en la administración Reagan, actualmente presidente del Carlyle Group, un banco mercantil en Washington, D.C.; general Wesley K. Clark (retirado), comandante de la OTAN de 1997 a 2000, actualmente asociado con el Stephens Group, Inc., compañía de alta tecnología; Julia Finley, promi-nente activista del Partido Republicano que ha trabajado en problemas rela-cionados a la expansión de la OTAN; Francis Fukuyama, el conocido autor que vanagloria el papel de los Estados Unidos en el mundo actual con ensayos como El fin de historia; Richard C. Holbrooke, antes embajador en la ONU, editor de Foreign Policy, presidente de Refugees International y del International Rescue Committee, director de los Cuerpos de Paz, y negociante de inversiones; y Vin Weber, diputado de Minnesota y gerente para Washington, D.C. de la con-sultora privada Clark and Weinstock (NED, 2001).

Frente a esos intentos por prolongar el siglo americano, el nuevo escenario comienza a exhibirse: en un mundo más interrelacionado, se levanta hacia el nuevo milenio un panorama que da cuenta de expresiones, tendencias y ma-nifestaciones diversas que rompen con esquemas tradicionales. Las propen-siones se mantienen y el mundo avanza en una dirección progresiva aun cuando contradictoria; y a pesar de los graves problemas que padece, el ser humano crea mejores condiciones para un mayor desenvolvimiento espiri-tual y práctico; el desarrollo científico y sus consecuencias tecnológicas, los nuevos procesos productivos, las innovaciones organizativas, la mayor inter-dependencia, el aumento de la conciencia histórica y respecto del medio, son todos elementos que influyen en el escenario contemporáneo, una de cuyas características es la de ser mucho más abierto, heterogéneo y cada día más ale-jado de la ingenuidad de antaño frente a los centros de poder.

El mando norteamericano

Muchos concuerdan en que en el nuevo siglo subsiste una sola superpotencia militar y económica, que aunque haya otras naciones que alcanzan importan-

304 Véase reportaje en The New York Times, 31 de marzo de 1999, así como varias cartas a la redac-ción de un periódico mexicano en las que se acusa a Alianza Cívica –importante ONG liada en la presunción de “ampliar la democracia mexicana”– de recibir financiamiento de la NED. El Correo Ilustrado, La Jor-nada, 21 de junio de 2000 y siguientes meses, donde el tema se torna polémico; las últimas cartas consignadas son tres, del jueves 19 de abril al jueves 10 de mayo de 2001. Véase también las razones de Sergio Aguayo, fundador y antiguo coordinador de Alianza Cívica, al financiamiento recibido de la NED, en Aguayo, 2001.

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tes avances como la Unión Europea o Japón, ninguna nación supera a los Estados Unidos en influencia planetaria.305 No obstante esta idea, que haría pensar en la continuidad del siglo americano, lo cierto es que el tiempo es un asunto relativo, recinto caprichoso en el que las circunstancias se transfor-man. Todos los imperios tuvieron su tiempo, y de cada uno llegó a pensarse que era sempiterno, hasta que declinó y desapareció, o tuvo que ajustarse a los nuevos entornos. Durante el siglo XX los hechos dan paso a generaciones que llevan en sí mismas el germen de la decadencia, tanto como del progreso. Grandes saltos económicos y aun culturales se manifiestan, algunos resultado del normal desenvolvimiento mientras otros impuestos; pero aun estos últi-mos dan cuenta de que no obstante su peso determinante, son maleables y no necesariamente perduran para siempre.

El poderío norteamericano, empero, podría comenzar a declinar según mi entender, no porque esté cambiando el reloj de la historia o sólo porque el mundo ya no esté dispuesto a seguirlo sufriendo, sino porque los Estados Unidos ya no pueden mantener las mismas expectativas que tuvieron a lo largo de los pasados 100 años. Las incursiones que antes hicieron por tierras ajenas son más difíciles de sostener ahora, porque el mundo es más complejo y la conciencia de la gente (gobernantes y gobernados) más clara que antes, pero además porque aquella nación ya no está en las mismas condiciones de mantenerlas, pues su debilidad estructural es real y sus contradicciones ma-yores, hechos éstos que van por delante de la voluntad de cualesquiera de sus gobiernos. También, porque la conciencia de los norteamericanos es mayor, hasta en el sentido que destaca un conocido intelectual: “Como ciudadano de los Estados Unidos, tengo mi cuota de responsabilidad por lo que hace mi país…” (Chomsky, 2001a).

Hacia una crisis social

Al igual que otros países y más por sus condiciones particulares, los Estados Unidos son hoy una gran nación moderna, con logros inmensos en relación con

305 “Éste no es un caso único –dice un autor–, pues en épocas pasadas han dominado la escena mundial otros imperios (británico, español, mongol, árabe, romano, helénico, persa y egipcio), pero ninguno de éstos había sobresalido… tan avasallante en todos los campos de la actividad humana, lo que permite suponer que el siglo XXI será esencialmente otro siglo hegemónico del coloso del norte. Con estos recursos y métodos a su disposición, será muy difícil que otra potencia mundial pueda desafiarlos militarmente en el siglo que comienza, pues ya no es cuestión de tener los ejércitos más numerosos –como en el pasado–, sino de disponer de los medios materiales, tecnológicos y humanos para permanecer en la vanguardia mundial. Y no hay duda que Estados Unidos tiene todas las intenciones de afincarse en el envidiable sitial al que han llegado, sin dejar que otras potencias rivales les despojen de esa po-sición en el futuro previsible” (Palmitesta, 2001).

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los de 100 años antes; culturalmente, del esclavismo sureño salta a una sociedad multidiversa, del rancio conservadurismo alcanza un hogar multicultural. Las bases en las que se sostiene el “We, the people…” de la primera línea de su Constitución Política, son sustento de una estable vida democrática alcanzada para sí mismo y que pretende para todos. En el entorno, el sueño americano nunca fue tan sólo anzuelo para incautos, aun cuando inalcanzable para muchos. Si para incontables generaciones de estadounidenses su patria es “tierra de opor-tunidades”, los Estados Unidos han sido una importante alternativa, solución para cantidad de latinoamericanos que no logran en sus tierras los anhelos de una mejor vida a la que tienen derecho.306 Con una amplia cultura que consigue avances para la humanidad por más de 2 siglos, marca importan-tes hitos en todos los planos de la vida, desde el desarrollo científico-tecno-lógico hasta el bienestar cotidiano.

A pesar de lo anterior, su situación actual no es amena del todo, pues aun como primera potencia mundial que será todavía por muchas décadas, sus circunstancias merman esa perspectiva. Un reciente síntoma de su problemática son las elecciones presidenciales más embrolladas en su historia, cuyo peculiar proceso dura 36 días de pugnas poselectorales sobre conteos y recuentos manuales, tipos de boletas, confusas tendencias y dudas en la imparcialidad de las autoridades electorales; donde un candidato exige el recuento y el otro rinde al primero en aras de la estabilidad; y cuya solución –alejada de la voluntad popular– llega con el voto sospechoso de un juez,307 donde aún queda duda sobre si el ganador habría sido el perdedor (Brooks y Cason 2001a).308 Serias irregularidades que culminan una campaña que no había provocado interés y cuyo mayor corolario fue el triunfo del abstencionismo.

Pero no sólo ese proceso electoral habla de lo que hoy sucede ahí. La de-lincuencia, el narcotráfico y la violencia son un signo de la sociedad contem-

306 La subsistencia incluso por las remesas enviadas en dólares que posibilitan una mejor vida a nu-merosas familias, activan la economía y disminuyen el peligro de estallidos sociales en nuestra región. El BID estima que el total anual de remesas extranjeras suman 20,000 millones de dólares, la mayor parte de los Estados Unidos, destacando las partidas de mexicanos y brasileños. Ese total supera con creces la asistencia internacional que recibe América Latina y equivale a casi un tercio de toda la inversión extran-jera directa que llega a la región (Fernández-Vega, 2001b). En 1998 las partidas de mexicanos enviadas a su país superaron la inversión de Estados Unidos, pues por este rubro México captó 5,653 millones de dólares, contra los 4,856 millones de dólares de capital estadounidense, según estimaciones oficiales (Urrutia, 2000).

307 “Todo comenzó en la madrugada del 7 de noviembre [de 2000]. Finalmente… el Apocalipsis ponía su pie sobre la Tierra y empezaba por los dueños de casa: el gendarme del mundo no sabía contar, y se había dado cuenta en público…” (Grieco, 2000b).

308 James Petras acotaba: “Ese mito se ha manchado para siempre… Las serias y profundas sospe-chas de fraude… provocaron que un periódico italiano tachara a Estados Unidos de república bananera… Cada nación que ha sido humillada, juzgada, cuestionada e intimidada, hoy ha visto que el emperador va desnudo… Washington es el hazmerreír en tanto que funcionarios de la Organización de Naciones Unidas y medios de prensa hacen chistes a sus costillas…” (Petras, 2000).

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poránea, pero en ningún lugar del mundo alcanza el grave impacto cultural como en esa nación. Ahí la delincuencia organizada es una indeleble mafia entreverada con el mundo de los negocios, el consumo de las drogas es una forma de vida y el uso doméstico de las armas alcanza por igual a niños, jó-venes y adultos. Los asesinatos en serie son un asunto de todos los días que la industria hollywoodense trata de abrillantar en una cinematografía donde el imperio de la ley es solución de fondo, aunque atrás de esto haya una super-policía preocupada por cambiar su imagen frente a una ciudadanía cansada de corruptelas, trato inhumano e iniquidades autoritarias.

El fiscal universal de los derechos humanos en que se ha convertido ese país tampoco las tiene todas consigo. Los más recientes reportes sobre dere-chos humanos de Amnistía Internacional (AI), informan de un sistema peni-tenciario injusto, con más ejecuciones de prisioneros que en cualquier año desde 1951, brutalidad policíaca, muertes bajo custodia, trato inhumano en prisio-nes y cárceles, y violación reiterada a las normas que protegen a los niños (Amnistía Internacional 2000), racismo extendido, abuso físico y sexual en las cárceles, uso desmedido de choques eléctricos y muerte de prisioneros por palizas de los guardias. A todo ello hay que agregar los problemas de violen-cia intrafamiliar, racismo del FBI y otros males donde millones de ciudadanos se ven involucrados cada día.

Uno podría pensar que, frente a la cantidad de adversidades que hoy vive el pueblo estadounidense, el problema es el de sus gobiernos que con prepo-tencia ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio…; si no fuera porque hay indicios de que lo que sucede en su entorno va más allá de la voluntad de esos gobiernos. De hecho, en el fondo el pueblo estadounidense es ya presa de una crisis social que se revela en distintas direcciones, no obstante que no tenga las mismas expresiones que alcanzaría en nuestros países. Enseguida algu-nos de sus alcances:

Se espera que la población de los Estados Unidos crezca en casi un 50 por ciento durante los próximos 50 años.309 Este crecimiento está influencia-do sobre todo por las tasas de inmigración y emigración que de seguir así, en medio siglo comenzarán a convertir a las minorías prácticamente en la mitad de la población. Para Latinoamérica este crecimiento tiene un particular signi-ficado, pues la población hispana y sobre todo mexicana crece de manera exponencial, lo que también implica un importante cambio en el mapa po-lítico-electoral, pues estas minorías votan cada vez más; no por nada Bush júnior

309 De 281’421,906 –según la Oficina del Censo (U.S. Census Bureau, 2000)– en el año 2000, a 394 millones de personas en 2050 (Herman, 1999).

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practica el español.310 A la vez, a medida que se integran en la sociedad, las minorías piden mayor representación a nivel local y nacional.311

Ese crecimiento hispano es tan espectacular, que si bien todavía en 1995 constituía el 10.2 por ciento de la población total, debajo de la población negra que alcanza entonces el 12.0 por ciento, al final del siglo pasa a ser oficialmente la primera minoría con un 12.5 por ciento, por encima de la población negra que sólo alcanza el 12.1 por ciento, tal y como lo deja ver el cuadro siguiente:

POBLACIÓN EN LOS EE.UU. POR RAZA U ORIGEN ÉTNICO, 2000

Población Total 281’421,906 100.0

Blancos 194’552,774 69.1Hispanos o latinos 35’305,818 12.5Negros o afro-americanos 33’947,837 12.1Indios americanos y nativos de Alaska 2’068,883 0.7Asiáticos 10’123,169 3.6

Fuente: U.S. Census Bureau, Census 2000.

En esa perspectiva, las proyecciones históricas advierten que hacia el 2050 esta minoría hispana tendrá un peso incomparable al llegar casi al 25 por ciento de la población total de los Estados Unidos, lejos ya de la minoría negra quien sólo alcanzará menos del 14 por ciento, como señala la siguiente gráfica:

310 El mercado hispano en los Estados Unidos es de más de 35 millones de personas (12.5 por ciento de la población total, un 65 por ciento de origen mexicano), con un poder de compra cercano a los 450,000 millones de dólares (mmd). Se calcula que en 2010 dicha población sumará 53 millones –14 por ciento del censo estadounidense–, de los que 36 millones serán de origen mexicano, y el poder de consumo de ese universo se incrementaría a 965 mmd. Actualmente se registran un millón 500,000 negocios propiedad de hispanos (50 por ciento de mexicanos), con ventas anuales por 184 mmd; en Ca-lifornia se ubica 32 por ciento de ese total, en Texas 20 por ciento y en Florida 15 por ciento; el 33 por ciento se disemina por el resto del territorio… (Fernández-Vega, 2001a).

311 Entre 1994 y 1998, el número de latinos que participó en las elecciones al Congreso aumentó de medio millón hasta 4 millones de votantes, una cifra aún más significativa cuando durante la misma época la masa total de votantes se redujo en 2.6 millones. Este nuevo peso de latinos y también asiáti-cos se ve sobre todo en California, donde las minorías se convierten en mayoría. Los 33 millones de habitantes del estado más poblado de la Unión Americana son en un 31 por ciento de origen hispano, 12 por ciento asiático y 7 por ciento negro; los blancos están por abajo del 50 por ciento. California, Nueva York y Texas son los estados con mayor número de votantes y étnicamente los más diversos del país (Piquer, 2000).

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AÑO 2050

Fuente: U.S. Census Bureau; estimación en Herman, 1999.

Así, una cambiante composición étnica complejizará inevitablemente las bases sociales en las que se sustenta el conjunto del país, que vive en su textu-ra ciudadana transformaciones tan impactantes que comenzarán a influir en el curso nacional e internacional más temprano que tarde, hecho para el cual difícilmente está preparado tanto el gobierno como la población blanca y en particular el puritanismo del blanco anglosajón (WASP).

Como en el resto del mundo, el mercado laboral de los Estados Unidos está cambiando a la vez con rapidez y mayor velocidad que en otros países, por su desarrollo económico. La tecnología impulsa este cambio; el uso de computado-ras y el Internet en el trabajo es mayor y las funciones que requieren ese conjun-to de técnicas aumentan dramáticamente, y redefinen las habilidades de los tra-bajadores y la organización del trabajo. Por ello se admite que las ocupaciones de mayor crecimiento en las siguientes décadas no serán sino las de ingenieros en computo, especialistas en soporte de cómputo, administradores de bases de datos o analistas de sistema, entre otros (Herman, 1999).

Pero como ya lo hace de manera hasta catastrófica en el subdesarrollo, la tecnología en el mundo desarrollado evidencia nuevos problemas, pues mientras el número de trabajos de alto perfil bien pagados aumenta, los de bajo perfil son más difíciles de encontrar. De hecho, estos factores contribuyen a la desi-gualdad en el mercado laboral, pues de finales de los 70 a mediados de los 90 la diferencia entre los altos y bajos salarios crece substancialmente, y aunque la creciente desigualdad de casi 2 décadas comienza a revertirse a finales de los noventa, la brecha es más grande que hace 20 años.312 La negociación co-lectiva ha logrado moderar esa brecha, pues en 1998 los obreros sindi-calizados ganaron casi un tercio más que los no sindicalizados, y tuvieron mayor

1. Blancos: 52.8%

2. Origen hispano: 24.5%

3. Negros: 13.6%

4. Asiáticos e isleños

del pacífico: 8.2%

5. Indios americanos: 0.9

12

34 5

312 En el 2000 la cúpula de los trabajadores de jornada completa (10 por ciento) promedian un salario de casi 1,200 dólares por semana, mientras el promedio más bajo (10 por ciento) alcanzan sólo 275 dólares. Así, según la Oficina de Estadísticas del Trabajo, los salarios reales de los hombres en el grupo más bajo caen 22 por ciento durante este periodo (idem).

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posibilidad de alcanzar beneficios de salud y pensión, lo que para el caso de las minorías ha sido importantísimo: en ese año los sindicalizados afroamericanos ganaron un 45 por ciento más que los no sindicalizados, mientras los hispa-nos sindicalizados alcanzaron mejores salarios (54 por ciento) que los no sindi-calizados (idem).313

El problema sin embargo es grave, pues la tasa de sindicalización vir-tualmente se derrumba; a pesar de los buenos augurios anunciados por la American Federation of Labor (AFL-CIO) en 1998, cuando el número de sindicalizados sube por primera vez en 5 años, de 16.1 millones en 1997 a 16.2 millones en 1998, hoy se mantiene una fatal caída: la proporción de sindicalizados declina de 14.1 por ciento en 1997 a 13.9 por ciento en 1998, se mantiene en el mismo nivel en 1999 y cae de nuevo en 2000 para alcanzar un nivel histórico de 13.5 por ciento.314 Pero si lo anterior es preocupante, las condiciones actuales de trabajo no lo son menos; en 1998 el número promedio de semanas trabajadas por año fue un 14.4 por ciento más que en 1969, según informa el Instituto de Políticas Económicas (EPI); el número de horas trabajadas por cada familia también se incrementó; una de las quejas más comunes de los indocumentados es que se les paga sólo 40 horas de salario por trabajo que a veces llega hasta 70 horas (Brooks y Cason, 2001b).

De otro lado aunque en el 2000 el salario semanal se incrementa, lo hace en una mínima proporción, pues a pesar de su aumento en dólares corrientes que alcanza un 3.7 por ciento, en dólares constantes de 1982 es mínima la di-ferencia pues no llega ni a un punto porcentual.315 Y es que la tasa inflaciona-ria no ha dejado de crecer a lo largo de los años pues como lo evidencian los datos oficiales, en el periodo que se muestra sólo disminuyó en los mejores mo-

313 De otro lado, para el 2000 el salario por semana de los trabajadores sindicalizados promedió los 696 dólares, comparados con el promedio de 542 dólares para trabajadores no representados por sindica-tos (U.S. Department of Labor, 2001).

314 Algunos datos dejan ver el comportamiento de dicha tasa en este último año: en el 2000 los trabajadores gubernamentales tuvieron una tasa de sindicalización sustancialmente superior (37.5 por ciento) a los del sector privado (9.0 por ciento); dentro del sector público los trabajadores de los gobiernos locales –que incluye a maestros de escuelas públicas así como a policías y bomberos– alcanzan la tasa más alta, con el 43.2 por ciento; entre las industrias no agrícolas privadas las tasas más altas ocurrieron en el transporte y las empresas de servicios públicos (24.0 por ciento); las tasas de la industria manufac-turera (14.8 por ciento) y de la construcción (18.3 por ciento) también fueron más altas que la de otras industrias no agrícolas privadas; las finanzas, compañías de seguro y bienes raíces alcanzaron la tasa más baja: 1.6 por ciento; el número de sindicalizados es superior entre los hombres (15.2 por ciento) que entre las mujeres (11.5 por ciento), aunque con una menor brecha entre ambos géneros pues casi 20 años antes, en 1983, la tasa para los hombres era 24.7 por ciento y para las mujeres 14.6 por ciento. Los tra-bajadores negros continuaron con tasas de sindicación más altas (17.1 por ciento) que los blancos (13.0 por ciento) o los hispanos (11.4 por ciento) (Herman, 1999).

315 Bureau of Labor Statistics, United States Department of Labor, Real Earnings for March 2001, Washington, D.C., 17 de abril de 2001.

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mentos del reciente auge (1997 y 1998), para volver a subir de nueva cuenta y en forma más sensible durante los últimos 2 años (véase idem).

Además, la brecha salarial entre distintos grupos sociales disminuye, pero no desaparece: las mujeres y las minorías continúan ganando menos que sus colegas masculinos blancos; los salarios de mujeres afroamericanas e his-panas son sólo un 65 y 55 por ciento, respectivamente, que los del promedio de hombres blancos; las mujeres blancas ganan aproximadamente 75 cen-tavos por cada dólar ganado por los hombres blancos; un 40 por ciento de esa brecha no puede ser explicada por las diferencias en experiencia, habili-dades, o el tipo de trabajo sostenido por los hombres y mujeres, sino por la terca discriminación.316

En cuanto a la tasa de desempleo, en el 2000 vuelve a crecer de nuevo, 4.5 por ciento en abril (lo que acerca el empleo a los niveles más bajos en 3 décadas), 6.4 millones de personas desempleadas: para las mujeres adul-tas 3.8 por ciento y para los blancos 4.0 por ciento, para el grupo adulto de obreros 4.0 por ciento, adolescentes 14.2 por ciento, negros 8.2 por ciento, e hispanos 6.5 por ciento (U.S. Department of Labor, 2001). Y el mayor problema es que no todos los que trabajan lo hacen plenamente, pues uno de cada cinco trabajadores no tiene ocupación de tiempo completo, y según la AFL-CIO casi una tercera parte de la fuerza laboral sólo goza de lo que se llama empleo contingente, que incluye puestos temporales o por contra-to limitado.317

Así todas estas condiciones, de manera silenciosa pero segura –lejos ya de los años dorados en que se podían trabajar sistemas extensos de seguridad social, o estimularse con mayor facilidad al mercado por vía de la ampliación del crédito, la disminución de las tasas de interés, la deuda pública o la re-distribución internacional de los recursos financieros–, gestan hoy circunstancias sociales que se verán sacudidas cada vez con mayor fuerza, sobre todo a partir de una recesión sin precedente como la que ya anuncian para este nuevo siglo organismos como el propio FMI.

316 Además, el 1 por ciento de los hogares más ricos de Estados Unidos controla cerca de 38 por ciento de la riqueza nacional, mientras que el 80 por ciento de abajo sólo controla 17 por ciento de la riqueza nacional (Brooks y Cason, 2001b).

317 En la tasa de desempleo por grupos, la de hombres afroamericanos es dos veces mayor que la de blancos; para los adolescentes afroamericanos el desempleo aumenta dramáticamente en los últi-mos 6 años, en un 25 por ciento o más; tres de cada cuatro personas con invalidez en edad de trabajar que quieren trabajar, no lo logran; y la mitad de la mano de obra del americano nativo total está de-sempleada. En estas condiciones, no es de extrañar que en un país donde se valora en forma extraordi-naria la educación y la capacitación a la gente, 15 millones de jóvenes entre los 16 y los 24 años no asistan a la escuela, que el 70 por ciento de ellos tengan sólo un diploma secundario o menos, y que 5 millones vivan en comunidades marginadas (U.S. Department of Labor, 1998).

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El shock del presente

A pesar de los varios lustros de globalización y nuevas condiciones planetarias, complicado el horizonte como para no creer que los problemas de nuestro mundo se hayan realmente superado, ¿cómo es que hace una década llegó a pensarse lo contrario? ¿Por qué en el entorno de la caída de la Unión Soviéti-ca y el bloque socialista mundial se llega a considerar tan sólo por ello que estaríamos a las puertas de una nueva era llena de bienestar y democracia, y que la sociedad norteamericana se convertía en avanzada de esa sociedad futura? ¿De dónde vienen esos supuestos de que en el nuevo milenio arribaríamos a una sociedad distinta a la que hemos vivido por siglos?

Durante la segunda mitad del siglo XX, una nutrida literatura explicativa de la situación por la que atravesaba el mundo se vuelve “popular” entre académi-cos, gobiernos e intelectuales de los países del norte y del sur. Las teorías de la convergencia, de la sociedad industrial, de la sociedad posindustrial, de la sociedad pluralista, de la sociedad mixta, de la sociedad del bienestar ge-neral, de la sociedad industrial unida, de la nueva sociedad industrial, del espejo cóncavo, de las fases del crecimiento económico, de la meritocracia, del nuevo estado industrial, de la desideologización, del fin de la ideología, de la de-clinación de las ideologías, del choque de culturas, de la libertad de la cultu-ra, comenzaron su moda en el mundillo de los estantes y tendidos libreros de occidente.

Sesudas explicaciones de sociólogos, economistas, politólogos y “libre pen-sadores” respecto al camino que tomaba la sociedad mundial, o su paradigma favorito, América o la Unión Americana, coadyuvaron a dibujar un planeta que según esto, ya vivíamos o estábamos por vivir. El estadounidense Carl Madden habla de una “fragmentación de la cultura” a la que había que anteponer una “nueva cultura” para “inventar el futuro” (1972) y salvar a la sociedad occiden-tal del desafío del tiempo. El sociólogo francés Raymond Aaron afirma que “la sociedad industrial” de su tiempo (los sesenta) impulsa ya una capa nota-ble de clases medias que tendrían garantizado plenamente el bienestar por causa del progreso científico-técnico. El norteamericano Walt Rostow dice que esta sociedad industrial pasa por “etapas de crecimiento”, determinadas por el de-sarrollo técnico e industrial alcanzado: de la sociedad tradicional a la so-ciedad en transición, al cambio, la madurez y el alto nivel de consumo ma-sivo (1960).318

318 El economista Walter Buckingham opina que el mundo “converge” hacia una nueva sociedad donde tanto el capitalismo como el socialismo adquieren rasgos semejantes y van al encuentro uno del otro (1958). El holandés Jan Tinberger y el norteamericano John Kenneth Galbraith, al hablar de la “nueva sociedad industrial” sugieren un “tendido de puentes” para hacer que esos dos sistemas alcancen

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De otro lado, desde los cincuenta pero sobre todo en los años sesenta varios escritores y científicos sociales, entre ellos Aaron y Bell pero también Shils (1955), Lipset (1960) y Shlensinger (1963) entre otros, desarrollan sus tesis sobre el supuesto “fin de las ideologías”. Sus teorías de la desideologización indican simplemente que, dado el triunfo de la tecnología y el reinado abso-luto de la ciencia, el mundo avanza aceleradamente hacia la supresión de las ideologías y la lucha entre las clases. El último habla también de la “sociedad mixta” que ya habría surgido “para hacer realidad el bienestar social y el cre-cimiento económico, sin que sean suficientes para abolir las libertades po-líticas y cívicas…” (Shlensinger, 1963, p. 536).

Luego de esta oleada llamada a superar la estrechez de miras que en los cincuenta impedía a la ciencia social occidental sustentar una postura cohe-rente en la posguerra, donde la presencia socialista suponía un peligro a los intereses del mundo libre, varios norteamericanos pretenden analizar las “señales” donde se encontraba el mundo. Bajo el nombre de futurología por su análisis de los cambios y proyección hacia el futuro, las librerías se abarro-tan de “best sellers”: Zbigniew Brzezinski con su Era tecnotrónica, el ya nombra-do Francis Fukuyama con El fin de la historia, John Naisbitt y Patricia Abur-dene con las Megatendencias hacia el 2000 y Alvin Toffler con El shock del futuro y la Tercera ola… Su difusión fue enorme a través de la gran industria editorial que les promovía del inglés a varios idiomas, o por medio de pe-lículas (la televisión japonesa preparó una versión de La tercera ola teniendo en cuenta el enorme éxito de la versión televisiva de El shock del futuro) y por las conferencias pronunciadas en distintos lugares, donde fueron presenta-dos como especie de gurús.319

––––––––––una “penetración recíproca” (1967). Otro sociólogo, Daniel Bell, escribe de la llegada de la “sociedad pos-industrial”, donde los servicios comienzan a predominar sobre la producción de bienes, se erige una nueva “clase de los profesionales y los técnicos”, el conocimiento teórico es fuente de la innovación y de las formulaciones políticas, y la toma de decisiones se sustenta en la nueva “tecnología intelectual”, base de una “meritocracia”, es decir, del talento y el mérito como la fuente de gobierno en la nueva socie-dad (1973).

319 Tanto impacto tuvieron también en el mundillo intelectual de América Latina esos gurús, que incluso llevaron a tres autores, Plinio Apuleyo Mendoza (colombiano), Carlos Alberto Montaner (cubano) y Álvaro Vargas Llosa (peruano e hijo del escritor), a escribir el libro Manual del perfecto idiota latinoameri-cano, en el que afirmaban que si usted era de los que pensaba que “el subdesarrollo de los países pobres es el producto histórico del enriquecimiento de otros”, que “las transnacionales saquean nuestras rique-zas y son una nueva forma de colonialismo”, que “nuestra pobreza terminará cuando hayamos puesto fin a las diferencias económicas en nuestras sociedades”, que la pobreza está explicada “por la deuda exter-na”, que “las exigencias del FMI sumen a nuestros pueblos en la pobreza”, que la política neoliberal “es profundamente reaccionaria”, y que entre muchas otras cosas “es necesaria una mayor y mejor distribu-ción de la riqueza”, además de creer que “la culpa la tienen los ricos”, no había que dudarlo: usted era un “perfecto idiota latinoamericano…” (sic).

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El argumento central de Toffler es que la humanidad tiene ante sí un fu-turo para el cual ni sus instituciones, ni ella misma están preparadas. En El shock del futuro explora los efectos “desestructurantes” de difícil asimilación y la llegada “prematura” del mismo como una “nueva enfermedad psicoló-gica, turbadora y virulenta” (Toffler, 1971). En La tercera ola advierte la di-rección y consecuencias del cambio; su tesis es que la humanidad vive una transición crítica hacia una nueva civilización de incierto desenlace final pero con un potencial lleno de esperanza. Llama a esta crisis La tercera ola (Toffler, 1980),320 que estaría siendo generada por el fracaso del industrialismo y la aparición de la revolución tecnológica. Las consecuencias de esta ola afecta-rían lo económico, lo político, incluso la misma vida familiar.321

La preocupación central de éste como de otros autores, son las dificulta-des de una sociedad como la norteamericana para asimilar las nuevas circuns-tancias en el último tercio del siglo. En su postura hay optimismo al conside-rar al ser humano como adecuándose al cambio, gracias a la tecnología y sus posibilidades; convencido de ese “salto cuántico” producido, considera que el conocimiento abre horizontes insospechados para el desarrollo, que rede-finirá su relación con la historia. Como los autores mencionados de los cincuen-ta a los setenta, los gurús de los noventa están convencidos de que la “sociedad de masas” (dirían aquéllos “la lucha entre las clases”) está llegando a su fin. Para éstos estaríamos ante un profundo y radical proceso de “desmasificación”, donde destaca el enorme influjo de los medios de comunicación, y las moda-lidades del mundo informático.

Lo que habría que decir de teorías como las acotadas, es que la nueva socie-dad de la que todos hablan no es una sorprendente y novedosa civilización perfeccionada, imprevista por el hombre en décadas anteriores y ahora a punto de lograrse sino, como por otro lado ya mucho se ha insistido, la misma vieja sociedad que más o menos desde hace 5 siglos impulsa de manera notable a la civilización humana, ahora en una fase más avanzada con las peculiaridades que puedan ser mencionadas. Sociedad que por los cambios en que se ha de-senvuelto durante el siglo XX –donde destaca una revolución científica y

320 La primera ola fue producida por el descubrimiento de la agricultura hace 10,000 años y pro-pició la revolución agrícola. La segunda ola se generó por la Revolución Industrial iniciada en el siglo XVII. Esta segunda ola habría entrado en una fase de crisis muy seria en el siglo XX, percibiéndose sus prime-ros síntomas a mediados de los cincuenta (la incidencia del trabajo simbólico y de los servicios).

321 En un tercer libro Toffler habla del papel del conocimiento en relación con el poder. Con la lle-gada de la tercera ola estaría naciendo un nuevo sistema de poder que sustituiría al del pasado industrial, lo que traería una lucha por el poder en todas y cada una de las instituciones humanas, empezando por el mundo empresarial, los estados, el mercado, los medios de comunicación, incluso la familia y la Iglesia. El punto central para él es quién tendrá el “control del conocimiento”, pieza esencial de la civi-lización del futuro (Toffler, 1990).

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técnica de grandes dimensiones– sufre transformaciones no fáciles de enten-der y menos de superar por un mercado libre que resulta anárquico por mucho que se haga más planificado, y que continúa enfrentada a sus propias contra-dicciones lo mismo que, como en forma creciente durante los últimos 150 años, cuestionada por los pueblos.322

Sociedad desarrollada en particular notable para el caso de los Estados Unidos o Japón, donde se evidencian cambios como el del trabajo simbólico resultado de las nuevas tecnologías, que da la idea de conformar la sociedad anunciada, aunque en medio de la vieja que provoca graves reservas, en el rubro económico con la imposibilidad de crecer mediante una estabilidad su-ficiente y duradera, mientras en el social con las limitaciones mayores que sufre ahora el bienestar de la gente. Contradicciones de las que muchos ya son conscientes y buscan la manera de solventar mediante el impulso de formas más democráticas que en el pasado, y proponiendo fórmulas que permitan ampliar una visión social antes secundaria, que tome mejor en cuenta esa po-breza que en lugar de disminuir se amplía, por la simple manera en cómo funcio-na el sistema.

Lo cierto es que ni vivimos una nueva sociedad tecnotrónica, ni menos aún posindustrial donde las ideologías declinen y los intereses ya no se confronten; ni los tiempos cambian tanto como para que el triunfo de la ciencia y la tec-nología resuelva ni vaya a resolver la pobreza de la humanidad en las próxi-mas décadas, idea que las corrientes positivistas se encargan de reformular constantemente. No lo hará en un subdesarrollo como el latinoamericano que aparte de continuar supeditado a poderosos intereses foráneos, sufre ahora más el creciente dominio de los propios en la nueva etapa globalizadora, ni lo hace tampoco en una nación desarrollada como los Estados Unidos, donde la pobreza también se mantiene a pesar del paso de los años y los deseos de los gobiernos.

322 Peter Drucker, austriaco de nacimiento y estadounidense de corazón, llama de su parte Sociedad poscapitalista a esta “transición profunda”, que implica cambios “quizás más radicales que aquéllos de la Segunda Revolución Industrial, o los cambios estructurales activados por la Gran Depresión y la Segunda Guerra”, la mayor transformación del mundo “de la Edad del Capitalismo a la Sociedad de Conocimien-to” (Drucker, 1994); el teórico de la administración más reconocido por el libre mercado se deja llevar así, por esa misma corriente de ideólogos de la etapa monopolista del capital. Muy alejado de George Soros, un inversionista financiero estadounidense que, cuando menos, tiene el decoro intelectual de cues-tionar el capitalismo actual como una “forma incompleta y distorsionada de la sociedad abierta…”, en lo que denomina “crisis del capitalismo global”. Soros indica y no miente: “El capitalismo… tiene una debilidad constitutiva. Al mismo tiempo que crea riqueza, la concentra en exceso; aunque garantiza el desarrollo continuo de la producción a través del progreso técnico, tiende a excluir del mundo del tra-bajo a un número cada vez mayor de hombres y mujeres. Lleva en sí mismo esta fuente de desequilibrio…” (véase Soros, 1999).

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En una conferencia de prensa el 26 de septiembre de 2000 para dar a co-nocer el Informe sobre Ingreso y Pobreza en 1999, un funcionario indicaba con satisfacción a los periodistas reunidos:

Déjenme primero resumir los principales hallazgos. El aumento en el ingre-so y el declive de la pobreza se extendió en forma amplia de nuevo en 1999. Entre 1998 y 1999 el ingreso familiar medio ajustado para la inflación aumen-tó 2.7 por ciento… Este nivel es el más alto medido alguna vez. Por primera vez, las familias en los Estados Unidos han sostenido en 5 años consecutivos aumentos estadísticamente significativos en su ingreso medio real. Adicio-nalmente, el índice de pobreza cayó por tercer año consecutivo, del 12.7 por ciento en 1998 al 11.8 por ciento en 1999, el más bajo desde 1979. El número de pobres también cayó significativamente de 34.5 millones de po-bres en 1998 a 32.3 millones en 1999. Finalmente, la desigualdad del ingreso familiar no cambió de 1998 a 1999… (U.S. Census Bureau, 1999).323

No obstante el orgullo gubernamental con que se presentan estos resul-tados, lo cierto es que el ingreso familiar medio en los Estados Unidos ha decli-nado en la medida de dos factores: de un lado el índice inflacionario, aunque nada comparable con los que nuestros países padecen, sí permanente y cons-tante que ha sufrido la economía, y merma poco a poco los ingresos reales de los hogares; del otro, el endeudamiento permanente de las familias, que les obliga a buscar en forma intensiva mayores ingresos y créditos, pero a la vez les lleva a límites en el poder de compra y a menores posibilidades de desarro-llo familiar.

Aun sin tomar en cuenta éstas que son parte de algunas causas en el trasfondo de una nueva recesión como la que ya se advierte para el 2001 en la economía norteamericana, lo cierto es que los índices del abatimiento de la pobreza de los últimos años en los Estados Unidos no son tan significativos como aparentan, si se toman en cuenta tendencias de más largo plazo que las propias cifras oficiales muestran. Las gráficas 1 y 2 son reveladoras al respecto:

323 Según dicho informe el número de pobres en los Estados Unidos cayó en 1999 a su nivel de 1989: 32.3 millones de personas, 2.2 millones de personas menos que en 1998. Aún más, los grupos sobre todo raciales y étnicos experimentaron un aumento anual en su ingreso familiar medio real; por primera vez desde 1969 esa pobreza cayó para todos los grupos étnicos moderados, y aunque mientras el índice de pobreza nacional todavía es inferior a su histórico más bajo (1973, 11.1 por ciento), en 1999 los índices de pobreza para los grupos raciales y étnicos –salvo blancos– “han igualado su región sinclinal histórica” (Dalaker, 2000). En la conferencia citada, el doctor. Daniel H. Weinberg, jefe de la División de Estadísti-ca en Economía Familiar y Doméstica de la Oficina del Censo, recuerda que una discusión más comple-ta de las tendencias de desigualdad del ingreso y medidas adicionales de desigualdad, puede encontrarse en un reciente informe del U.S. Census Bureau: The Changing Shape of the Nation’s Income Distribution: 1947-1998.

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GRÁFICA 1

NÚMERO DE POBRES E ÍNDICE DE POBREZA DE 1959 A 1999

Fuente: U.S. Census Bureau, Current Population Survey, marzo de 1960-2000.Nota: Los datos representan la media para los años respectivos. La última recesión del periodo acotado co-

menzó en julio de 1990 y terminó en marzo de 1991.

La gráfica 1, una amplia muestra de datos oficiales desde 1959 hasta 1999, deja ver el comportamiento que en la segunda mitad del siglo ha tenido la pobreza en los Estados Unidos, del peor momento de la posguerra en plena recesión de 1960 (poco más de 40 millones de habitantes abajo del nivel de pobreza) hasta su mejor momento en 1973, los años dorados (donde dis-minuye a unos 23 millones). A partir de entonces, como se advierte, la ten-dencia no ha sido lo suficientemente firme y contundente como para que uno pueda alegrarse.

De hecho, para un país modelo de civilización, paladín de la democra-cia, que recibe una enorme proporción del sangrado permanente de recursos de nuestros pueblos, el problema verdadero es que luego de casi medio siglo de desarrollo, el número de pobres sigue siendo el mismo. En los primeros 10 años, de 1959 a 1969, hay una mejora sensible en términos incluso porcentuales, del 22 por ciento en el primer año al 12 por ciento en el segundo; no obstante, a partir de entonces la tendencia del índice de pobreza se mantiene prácticamente en el mismo rango hasta 1999, sin disminuir, con un aumento harto significativo incluso en 1993 (donde de nuevo los pobres alcanzan la cifra de cerca de 40 millones) que deja muchas interrogantes ahora ante una nueva y más severa recesión a partir de 2001.

32.3 millones

11.8 por ciento

Habitantes en la pobreza

Índice de pobreza

1959 1964 1969 1974 1979 1984 1989 1994 1999

Número en millones, índices en porcentaje Recesión45

40

35

30

25

20

15

10

5

0

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GRÁFICA 2

ÍNDICES DE POBREZA POR RAZA Y ORIGEN HISPANO DE 1959 A 1999

Fuente: U.S. Census Bureau, Current Population Survey, marzo de 1960-2000.Nota: Los datos representan la media para los años respectivos. La última recesión del periodo acotado

comenzó en julio de 1990 y terminó en marzo de 1991. No existen datos para la población negra de 1960 a 1965. Datos para grupos de origen hispánico se muestran desde el primer año existente. Los hispanos pueden ser de cualquier procedencia.

La gráfica 2 nos da una idea más clara del significado del informe pre-sentado, respecto a la mejoría de los ingresos y disminución de la pobreza en las minorías étnicas. Lo destacado desde luego, es la relativa salud y hasta mejora en cerca de un 100 por ciento de los estadounidenses blancos, quienes han pasado de un índice de pobreza del 18 por ciento en 1959 al 9.8 por ciento en 1999. Y lo admirable sin duda, es la caída rotunda en el índice de empobrecimiento de la raza negra, que a lo largo de los últimos 40 años ha pasado de un 55 al 23.6 por ciento de pobreza, en una mejor proporción aunque no situación que los blancos.324 La gráfica muestra, a la vez, una mejora en el índice de pobreza de razas orientales y otras, hasta donde lo permiten ver los datos conocidos, que va del 16 por ciento en 1987 al 10.7 por ciento en 1999. Pero por lo que corresponde a los hispanos que conciernen específicamente a Latinoamérica, más que estar felices porque hayan “igua-lado su región sinclinal histórica”, es motivo de preocupación que luego de 25 años de sueño americano prácticamente se mantienen en el mismo nivel de pobreza, mejorando desde luego en relación con años previos, pero no

60

55

50

45

40

35

30

25

20

15

10

5

01959 1964 1969 1974 1979 1984 1989 1994 1999

RecesiónPorcentaje

Negros

Hispanos

Blancos

Blancos no hispanos

Asiáticos e isleños del Pacífico

23.6%22.8%

10.7%9.8%7.7%

324 Lo que deja ver el efecto positivo de la brega que durante tantos años llevó adelante esa co-munidad, por la mejora de los derechos humanos y civiles del afroamericano, y que a pesar de todas sus limitaciones, sí alcanza a ampliar las oportunidades de esa población dentro del país.

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en relación con su mejor momento conocido en 1972, también los años dorados.325

Así los Estados Unidos hoy no las tienen todas consigo, porque a estas circunstancias se agrega el hecho de que su actividad industrial disminuye desde hace varios lustros, lo que se refleja en una balanza comercial crecientemente negativa, con la deuda pública más elevada en términos absolutos de más de cinco y medio billones de dólares desde 1999 (más de la mitad de PIB) y sin solución real en los próximos años.

La complicación entonces para el siglo americano que quisiera prolon-garse, es que así como Latinoamérica vive a pesar de las promesas de mo-dernidad presa todavía del subdesarrollo, aquel país mantiene un estanca-miento y aun caída en su propio desarrollo económico y social, lo que, desde luego, por la sensible baja en el consumo doméstico le obliga a buscar formas de contrarrestar su situación en los nuevos mercados –un intercambio más favorable en un Área de Libre Comercio de las Américas, por ejemplo, pero también un mejor mercado petrolero– que le permita reactivar la economía y a su empresa cristalizar ganancias. No obstante, el problema para esa pode-rosísima nación es que se encuentra ante un diferente contexto histórico al que vivió hace más de 100 años, cuando frente a su empuje y astucia para impo-nerse a nuestros pueblos, éstos escasamente sabían de la existencia propia y menos aún de sus potencialidades.

La realidad actual no puede probar la veracidad de las profecías toffleria-nas ni menos ningún fin de la historia, porque esas como las de otros autores (incluidos los que hablan como perfectos idiotas) son verdades a medias sus-tentadas en generalidades que no dicen más allá de lo que suponen. El shock del futuro, en todo caso, no podría ser más que el shock del desaliento actual que produce crecientemente la pobreza de la gente, pobreza que se reproduce más ampliamente en una etapa más avanzada de la misma vieja sociedad, con todos sus logros científicos y tecnológicos pero a la vez sus limitaciones, que trata por rutas liberales o conservadoras, por la derecha, por el centro y hasta por la izquierda a veces, de encontrar caminos para preservarse, ya no ahora

325 Hasta aquí, para no entrar en detalles mayores respecto a grupos de edad en que la mayor ver-güenza son los niños, un 38 por ciento del total de pobres del país como lo dicen los informes oficiales. Cierto que la tasa de incremento de la seguridad social en los Estados Unidos creció de una manera trascen-dente en 50 años, del 14.5 por ciento en 1940 al 49.0 por ciento en 1990, un aumento del 237.9 por ciento. No obstante, desde 1990 disminuye en un promedio de 4.7 por ciento por año, hasta llegar al 46.8 por ciento en 1995, último año en que aquí se consignan datos (Bureau of Economic Analysis & U.S. Social Security Administration). Lo mismo, desde los setenta cerca del 100 por ciento de los hoga-res cuentan con servicio telefónico, radio y televisión, y muchos millones de norteamericanos están conec-tados a la autopista de la información.

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frente a la “amenaza del comunismo”, pero sí frente a la gente mejor orga-nizada que entiende más ampliamente la razón de sus inconformidades.326

En Latinoamérica salvo el ejemplo cubano, quien –más allá de los mitos, injusticias, fracasos o limitaciones que a ninguna sociedad le son ajenos–, reproduce su vida día tras día, defiende su cultura, su libertad, su derecho a ser diferente, y resiste un bloqueo de 40 años, estigmatizada la isla hasta por el oportunismo de izquierda candil de la calle y oscuridad de su casa que se pavonea como gran luchador por los derechos humanos (y que en su “lucha por la libertad en Cuba” coincide convenientemente con la política oficial esta-dounidense y los millonarios de Miami que son capaces de llegar al tráfico de armas, la planeación de asesinatos, el sabotaje y el secuestro con tal de rever-tir un proceso que no han podido revertir de otro modo porque está susten-tado en el pueblo mismo); salvo ese ejemplo vilipendiado, todo lo demás en América incluyendo a los propios Estados Unidos, es a la vez que avance, retroceso y preocupación sin solución completa todavía por un futuro más digno para todos.327

Contra la idea apuntada por diversos analistas, en el sentido de que esta nación tiene otra vez en el nuevo siglo las posibilidades de afincarse en su papel hegemónico, el historiador inglés Eric Hobsbawn apunta una verdad muy simple: “el mundo se ha hecho demasiado grande y complicado como para que lo domine un solo Estado” (Polito, 1999). Así, a diferencia de tiempos pasados en que llegó a ser la única superpotencia mundial, hoy ya no es cierto que los Estados Unidos puedan definir siempre de manera unilateral las reglas

326 La era de las multitudes. Un tratado histórico de la psicología de masas, se llama un libro más de Moscovi-ci publicado en 1985; el libro habla de la rebelión de las masas, del temor a las multitudes, de la ma-nipulación a las mismas. Ahí menciona el francés: “Todo conspira… para hundir la psicología de las multitudes en el desprecio y el olvido… Pero ni su novedad ni su interés disminuyen por ello” (p. 291). Así, luego de 20 años de escrito, a tres cuartos de siglo de la preocupación de Ortega y Gasset por la chusma que se expresa públicamente, a un siglo del llamado de atención de Sighele y Le Bon sobre una nueva era, hoy puede decirse lo mismo, es decir, que el estudio de las masas tiene una razón de ser, sencilla-mente porque los problemas de este mundo no se han arreglado y su expresión en múltiples mani-festaciones colectivas es más que vigente y evidente, quiérase o no se quiera por los teóricos de la desma-sificación que pretendían ya haber pasado a otro capítulo de la historia.

327 El bloqueo contra la isla que cuesta al pueblo cubano pérdidas directas ya calculadas en 70,000 millones de dólares (bloqueo que los propios empresarios norteamericanos repudian y desde 1992 en las votaciones que anualmente se hacen en la ONU sólo defienden la Casa Blanca y su fiel aliado Israel), a diferencia de lo que hubiera querido esa comunidad cubana de Miami, sirve para advertir la fortaleza de una revolución que ha debido apretarse el cinturón hasta el máximo para sobrevivir, en medio, incluso, del huracán neoliberal que el resto de Latinoamérica sufre. Hasta el intento por acabar con la misma a través del incidente del Mariel en 1980, en el que salen de la isla miles de personas afecta-das emocionalmente con el duro proceso vivido (o el de quienes huyen apesadumbradas luego del juicio y fusilamiento de un “héroe nacional” implicado en el narcotráfico), no hacen sino fortalecer eventual-mente la confianza de ese pueblo y las bases internas de esa nación. En contraparte, la insuficiencia del bloqueo para trastocar a la revolución se convierte en una prueba irrefutable más de la creciente debilidad que los Estados Unidos sufren en el mundo actual.

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del juego. Después del fin de la Segunda Guerra y hasta el pináculo de los años dorados en los setenta (la llamada primera guerra fría), podría decirse que Norteamérica fue dueño y señor de las decisiones geopolíticas internacionales; no obstante, diversos hechos comienzan a socavar momento a momento ese dominio.

Luego de ese auge, la delantera que alcanzan los Estados Unidos sobre Europa occidental y el mismo Japón comienza a desaparecer, pues estas na-ciones aun como aliados políticos se tornan rivales económicos. En el contex-to de los grandes cambios en el proceso de descolonización, el resultado adverso de la guerra de Corea a inicios de los cincuenta fue la temprana advertencia de sus límites, que después en 1973 con su fragosa derrota en Vietnam se hacen evidentes; con posterioridad en 1980 su embajada sería humillada en Irán y en 1982 tendría que salir de Líbano, luego de haber increpado que nunca se replegaría. Incluso a pesar del sofisticado armamento usado en contra de un enemigo dispar, la guerra del Golfo a inicios de los noventa no logra finalmen-te el objetivo de derrocar a Sadam Hussein, a quien desde entonces fustiga con un bloqueo, amenazas y un gran despliegue de propaganda.328

Cierto que en América Latina, como ya se ha mencionado, esa nación siempre estuvo detrás de los golpes de Estado y la guerra sucia. Pero a cada momento en que sus intervenciones abiertas o encubiertas fueron innegables, así la imagen de “la nación más democrática del orbe” se iba deteriorando, haciendo evidente su predominio por la fuerza, los efugios y las trampas aje-nas a la razón. En parte por ello también es que cada vez resulta más difícil para la Casa Blanca pretender actuar unilateralmente; incluso el ALCA es mal recibido y no será fácil llevarlo adelante sin contradicciones internas y con todos los países. Pudo invadir Grenada y Panamá, pero dejó profundas e indelebles heridas; y a pesar de su gran poder militar y sus intenciones, no ha podido revertir procesos como el cubano, el iraní, el vietnamita, el norcoreano y otros.329

328 En el plano interno, lo que había sido en los sesenta la evidencia de un gobierno invisible cons-pirando en la muerte de John F. Kennedy y posteriormente de su hermano Robert (nada que ver con el llamado “gobierno secreto” concebido por Nixon y creado de manera sucesiva en las administracio-nes siguientes, llamado Agencia Federal para el Manejo de Emergencias-FEMA, implicado en el “Irangate”, tráfico de armamentos que coadyuva a la contrarrevolución en Nicaragua), deviene en el tropezón del Watergate que lleva a la renuncia del presidente Richard Nixon y unos meses después en la dolorosa derrota en Vietnam. El importante movimiento por los derechos humanos de Martin Luther King, el ascenso de grupos extremistas como los Panteras Negras, posteriormente el movimiento antiapartheid, el movimiento pacifista y el esfuerzo multiétnico (Coalición Arcoiris) del pastor Jesse Jackson en el Par-tido Demócrata, dan cuenta de los profundos cambios que vive el propio escenario político de la nación más poderosa de la tierra. Véase también Wallerstein, 2002.

329 En el fondo el problema no es más que el funcionamiento general del sistema, que establece lími-tes al mismo aun en la globalización y la etapa neoliberal, y enfrenta una crítica más abierta hasta en sus mismas cadenas informativas y una prensa mundial menos supeditada a las directrices oficiales.

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Si tan sólo predicara con el ejemplo, es muy probable que los restantes pueblos siguieran incluso con pasión los aportes estadounidenses a la de-mocracia y en el ámbito científico, tecnológico, artístico, vamos hasta filosófi-co que han sido y continúan siendo una importante contribución a la cultura universal. Pero como a los grandes intereses no les interesa predicar con el ejemplo, sino imponer las reglas de su predominio, así esa nación llega a ser lo que es, justo por la depredación del resto.330 Por fortuna, hoy se entiende de manera más precisa lo que esto significa y se sabe que la inteligencia no es solamente un asunto genético, sino sobre todo cultural; y que no hay cul-turas superiores o inferiores sino cultura universal en sus múltiples expre-siones.331

Con una Europa cada día más consciente bajo una bandera de unidad y no de discordia, un Japón capitalista pero no imperial, pueblos asiáticos que buscan un más firme camino distinto al que durante siglos no tuvieron para emerger al curso de los tiempos, un Cercano y Medio Oriente de ancestral his-toria y pueblos insurgentes dispuestos hasta la muerte a resolver su destino, un continente africano que comienza a recordar el pasado colonial y levanta exi-gencias que restituyan la inhumana depredación de la que fue objeto, y una América Latina que despierta de los siglos de inocencia en los que se dejó someter, los Estados Unidos se enfrentan a una era de cambios, más obliga-dos que nunca a elevar su conciencia y modificar sus pretensiones de ser modelo perfecto.

Alguien decía que en los Estados Unidos no creer en Dios, o cuando menos en que ese país es el centro del universo, es un verdadero crimen… Lo cierto es que tal manera de pensar es hasta ahora el mayor error histórico de muchos norteamericanos, por el que tendrán que pagar caro algún día su ignorancia; porque el planeta es de todos, y todos tenemos el derecho de com-partirlo y disfrutarlo a plenitud, con base en nuestro trabajo y nuestro aporte. Por fortuna ahora hay más conocimiento del entorno y menos ingenuidad en la vida. A la vez, una nueva generación en ese país y en el resto del mundo,

330 Si es más fuerte, desde luego, no es por esa preclara inteligencia del anglosajón que con de-nuedo en busca de razones el puritanismo asume, sino por condiciones históricas objetivas que hacen proclive el desarrollo de un colectivo espíritu emprendedor. Es decir, si los Estados Unidos y en gran me-dida Canadá logran los avances que alcanzan en 2 siglos, no es más que por la influencia de una pujante Gran Bretaña en su tiempo, que contrasta con una península ibérica feudal en decadencia y ya derrotada militarmente, que baña al resto de América y le transmite anhelos monárquicos y frustraciones.

331 Esto es lo que cuesta entender todavía a muchos, que advierten un mundo cambiante con una visión decimonónica, pues el poder ya no puede hacer y deshacer a su antojo sin mayor reparo de una comunidad que crece y aprende de sus limitaciones, en una posguerra fría de la cual surgen victo-riosas fuerzas de derecha, pero nunca para desmantelar el escenario a su antojo sino más obligadas que antes a comprenderlo a fondo, pues el siglo XX genera también fuerzas motrices de la historia que aceptan cada día menos ya, la simple ley del más fuerte.

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más fresca, atrevida y antisolemne comienza a mostrarse, con jóvenes escépticos de las instituciones, particularmente del gobierno, críticos de los medios informativos, de la educación y las organizaciones, de los partidos po-líticos, líderes o policías, empresarios y militares.332 Lo que deja ver que a la gente, en muchos lados, el mundo actual en el nuevo siglo le va quedando más claro.333

332 “El dióxido de carbono, ¿ataca la memoria? Habría que ver –dice Galeano. En su campaña pre-sidencial, George W. Bush había prometido que iba a limitar las emisiones de gases tóxicos. Olvidó su promesa apenas abrió la puerta de la Casa Blanca. Dijo no al acuerdo internacional de Kioto y confir-mó así, una vez más, que los únicos discursos que merecen ser creídos son los discursos no pronuncia-dos…” (2001).

333 Como Dennis J. Kucinich, diputado federal demócrata por Cleveland, Ohio, lo ha dicho preo-cupado en su “Oración por Estados Unidos”, discurso pronunciado a propósito del 11 de septiembre: “Oremos porque tengamos el valor de remplazar las representaciones de muerte que nos rondan… con el empeño de las relaciones humanas, alcanzando a la gente, ayudando a nuestros ciudadanos en casa, atendiendo las demandas de los pobres en todo lugar. Ése es el Estados Unidos que logrará reunir el apoyo del mundo. Ése es el Estados Unidos que busca, no ir detrás del eje del mal, sino ponerse al frente del eje de la esperanza, la fe, la paz y la libertad… No con armas de destrucción masiva. No mediante la invocación del eje del mal. No mediante la violación de los tratados internacionales. No po-niéndose a la cabeza de un mundo unipolar… Oremos por nuestro país. Defendámoslo, no sólo de las amenazas de afuera, sino también de las amenazas internas…” Ésta es también, la renovada conciencia de los tiempos en el nuevo siglo.