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TRÍPTICO DEL DESAMPARO PABLO DI MARCO

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  • TRPTICO DEL

    DESAMPARO

    PABLO DI MARCO

  • IRENE

  • 11

    I

    Buenos Aires, enero de 1976 Querida Tina:

    En pocos das deber entregar las llaves de mi departamento. Cerr la operacin en un monto bastante menor al esperado, pero la necesidad de partir es tan grande que muy poco me preocupa.

    Como ya te escrib anteriormente, de la venta de los muebles se est encargando una casa de antigedades. No te agradara contemplar el paisaje. Los ambientes se vacan de a poco, y el piso se reduce a sbanas cubriendo canastos, vajilla y araas descolgadas. Desde hace semanas me persigue una pesadilla tan grotesca como terrorfica: esas mismas interminables sbanas me acechan por los pasillos. Y huyo espantada, incapaz de librarme de ellas. Aprend a resignarme a que mis ltimos das en Buenos Aires transcurran entre fantasmas, querida hermana. An as, la pesadilla no cesa.

    Decid donar la mitad de la biblioteca. Pero, como te imaginars,

    tendrs que hacerme espacio para el resto. Puedo orte: Cunto va a costarte esa locura, Irene! Para qu traer miles de libros a la otra punta del mundo?. No puedo evitarlo. Sabs que jams podra desprenderme de ellos, los necesito a mi lado. Y, cuando ya no pueda leerlos, me bastar con acariciarlos, respirar profundo y saber que al menos sus lomos gastados permanecen cerca de m.

    Me restan tantas cosas por hacer antes de partir a Venecia Esta

    semana debo desprenderme de la bveda del cementerio y de la casa del

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    Delta. Seguramente la habas olvidado. Yo misma crea haberla olvidado. Es extrao y triste: lo nico que qued del anhelo de Gianluca envejecer juntos a la vera del ro, te acords? es un polvoriento ttulo de propiedad que me hace estornudar cuando lo tengo entre las manos.

    Esta tarde me encontrar con lvaro para entregarle mi ltima

    traduccin. No ser sencillo, le estaremos poniendo fin a una relacin de trabajo de ms de treinta aos. A partir de ah, solo nos quedar la complicidad y el cario de dcadas de amistad.

    lvaro vos lo conocs utiliz todos sus recursos para hacerme desistir de mi partida a Italia. Solo se resign, de mala gana, tras leer el diagnstico de Kestenbaum y pedirles una segunda y tambin tercera opinin a oftalmlogos conocidos suyos.

    Prometi visitarme apenas tenga un respiro en la editorial. Ya lo vers: buen mozo y galante como siempre, aunque los aos han comen-zado a hacerle mella. Pero acaso a nosotras no nos sucede lo mismo?

    Desde que conclu la ltima traduccin, me persigue un vaco de

    melancola. Qu palabra infrecuente en una mujer de mi inverosmil edad. Pero melancola, s. Una desazn similar me cerc al morir Gianluca. Cuando la tristeza parti con l, y junto a m quedaron nicamente los das por venir.

    En tu carta ms reciente me escribs sobre volver a cuidarme como

    cuando ramos pequeas y jugbamos solas en casa. Yo tambin recuerdo esos das de ocultarnos detrs de las mscaras de la biblioteca, de disfrazarnos con las capelinas, tules y encajes de mam. De cuando volvas a vestirme y peinarme minutos antes de la cena. Cuntos aos han pasado, hermana? Cuntos siglos?

    Te quiere, eternamente.

    Irene

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    II

    Como siempre, durante la bajada en el ascensor me cubro el cuello con el pauelo de seda. Don Gmez, inevitablemente en la puerta del edificio, alza la boina y aparta la manguera para dejarme pasar. Ya en la esquina de La Biela, el diariero me da El mundo y el espantoso caramelo de coco para que no le caigan mal las noticias, seora.

    No aprecio esta confitera por sus ventanales con vista a un verde que ya casi no distingo, sino por su sempiterno mozo, al que no debo decirle una palabra para que me sirva el mismo pedido de cada tarde.

    Ah andamos. Vio, seora? Esperando que se largue un buen chaparrn que afloje un poco esta humedad. Porque lo que son los huesos con este tiempo

    Y esta amable sexagenaria tan distante como corts, que cada tarde se sienta a la mesa acostumbrada, asentir levantando las cejas encima de los lentes oscuros, y despus tomar su t con una nube de leche.

    En nada me har falta este pas, inabarcable hasta la grosera para sentirlo propio. Tampoco esta ciudad, cada da ms semejante a una jovencita inmadura haciendo equilibrio sobre los tacos de su madre. La prdida de mis rituales y la ausencia de estos nfimos afectos a los que me aferro a falta de algo mejor, sern lo nico que echar de menos de este sitio.

    Soando, ragazza? lvaro me besa en la frente, y se sienta tras dejar su bastn a un costado de la mesa. Ha aparecido de repente, una sorpresa de las que es afecto.

    Se lo ve an ms elegante que de costumbre. Un sobrio pauelo de seda le asoma desde el bolsillo del saco, en consonancia

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    con la corbata de rombos azules. Advierte cmo le estudio las mejillas extraamente enrojecidas.

    Ocurre que despus de la afeitada explica, un joven nuevo me mantuvo ms de la cuenta bajo la toalla caliente. Pide un caf y una copa de ans, y agrega con tono burln: De haber sabido que me someteran a una sesin de vapor, hubiese llevado el traje de bao

    Conozco al dedillo sus ocurrencias e ironas. Ya no logran sorprenderme, pero igual las disfruto. l lo sabe, y se deleita con mi sonrisa. Uno de nuestros tantos modos de sostenernos.

    Saco de la cartera la traduccin. Terminada digo. lvaro hojea el centenar de hojas mecanografiadas, revisa un

    prrafo cualquiera. Lo leer al llegar a la editorial. Pero no comprendo cmo lo

    hacs. Cmo hago qu? Estar cada da ms bella. Me siento una estpida. Cmo es posible que sus halagos an

    logren sonrojarme? No te ras de m. Nada ms lejos de este humilde servidor. Hablo en serio.

    Muy en serio. Ms de una jovencita anhelara tener tu piel. Ni que hablar de tu porte. La Valli no te llega a los talones.

    Semejante actriz? digo sonriendo. Jams pens que algn da escuchara algo as Mejor volvamos a la traduccin.

    Te ests acariciando un aro. Y cul es el problema? Que solo lo hacs cuando ests nerviosa. Mejor volvamos a la traduccin repito ms decidida.

    Le hice infinidad de marcas al original. No saba que mi ltimo trabajo tambin consistira en corregir errores ortogrficos.

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    Ragazza, ragazza dice con aire sufrido, un padre re-prendiendo a su bambina. No pods trabajar por siempre con Boccaccio y Petrarca. No se encuentra un clsico bajo cada baldosa, a no ser que pretendas traducir por vigsima vez a Manzoni.

    Sera un gusto. Manzoni me hara reconsiderar mi retiro. Siempre exigente, mi Irene. Siempre exigente. As sers

    hasta el ltimo aliento. La autora le da a las pginas unos golpecitos con las yemas de los dedos es una muchachita que vende de a cientos de miles. Hay todo un mundo all afuera buscando convencerme de su supuesto talento. No faltan quienes dicen que lo que escribe se ajusta a lo que hoy piden los lectores.

    Y desde cundo te importa lo que piden los lectores? lvaro busca refugio en una servilleta, endereza sus pliegues y

    vuelve a dejarla en su sitio. Se acerca el mozo para servirle el pedido, y me informa que estn cayendo las primeras gotas.

    Debi haber trado un paraguas, seora se lamenta. El chaparrn va a bajar la temperatura, y se puede pescar un lindo resfro.

    lvaro espera a que se aleje. Ser el dueo de la editorial dice apartando el pocillo de

    caf sin espuma, no me exime de sentirme, por momentos, el ltimo empleado. Somos somos vestigios de otra poca, Irene. Viejos bailarines. Viejos bailarines intentando adaptarse a un com-ps veloz, luchando por seguir el paso sin caer en el ridculo.

    Entrecierro los ojos, esfuerzo mi mirada. El mozo estaba en lo cierto: las primeras gotas rasgan los ventanales de la confitera.

    Espero que el tiempo libre te acerque nuevamente a la es-critura dice lvaro.

    Volver a escribir? Para qu? No son elocuentes los resultados? No insistas. Acabo de jubilarme. Ests hablando con una vieja jubilada.

    Se lleva la copa de ans a los labios. Reanimado, saca una cajita del bolsillo del saco y la acomoda sobre la mesa. Con un gesto

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    enigmtico me invita a que desate el moo de seda. Al abrir ese pequeo cofre, un estupendo reloj de oro blanco refulge en mis manos.

    Es mi homenaje. Tantos aos de trabajo juntos. Sujeto el Longines, me percato del modo en que las agujas

    giran veloces en el cuadrante. somos vestigios de otra poca, Irene. Viejos bailarines inten-

    tando no hacer el ridculo Trastos caducos. Antiguallas, muebles en desuso a punto de ser

    cubiertos con sbanas. Y de pronto, advierto una cavidad en alguna parte de m, un

    hueco ardiente en donde debera haber algo. Lo mismo les sucede a los mancos, a los mutilados. Un dolor agudo y tangible en donde ya no queda nada.

    Est Est fuera de hora. lvaro sonre con tristeza. Marca cuatro horas ms, ragazza. La hora de Italia.

  • 17

    III

    Por las noches busco refugio en la cocina, el nico sitio intacto de todo el piso; lejos del desolado comedor, de las alfombras a medio enrollar en la recepcin, de los canastos apilados en la biblioteca, de las bombi-tas de luz que penden de un cable en los intiles cuartos de huspedes.

    Sentada junto a la mesita cercana al horno, con una mano llevo el tenedor a la boca, mientras con la otra hago girar el dial de la radio. Viro del inevitable desamor de un tango cualquiera, a un relator de ftbol ahogado en un insulto grotesco. Una sociedad regodendose entre la melancola y la violencia.

    Apago la radio. El silencio zumba alrededor de mis odos. Trago la comida con esfuerzo: una nia obediente bajo la

    mirada atenta de sus padres. Deslizo los pies en el suelo hasta calzarme las pantuflas y me acerco al telfono.

    Disculpame la hora, lvaro. Dormas? No, no te preocupes. Esta tarde olvid comentarte algo. Decid venderla. Qu cosa? La casa del Delta. La habas olvidado? Debera ir hasta all

    para saber en qu estado se encuentra, y pens que podras acompaar-me. Tendramos una hora en auto, y despus otro tanto en lancha.

    lvaro no responde. Escucho su respiracin cansada. Qu te cuesta, decime. Son solo un par de horas. Al Delta? Te parece, con mi bastn? Vamos, animate. Tomtelo como un lindo paseo. No, Irene. No. Con mi bastn sera ms un estorbo que una

    ayuda. Mejor dej que se ocupe la gente de la inmobiliaria. No es que no quiera acompaarte. Es que

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    Intuyo lo que va a decir, cierro los ojos. Es que debiste habrmelo pedido treinta aos atrs, ragazza. Dejo caer la frente en la pared. Me percato de la suciedad

    acumulada en las junturas de los azulejos. Maana le dir a Teresa que las limpie de una vez por todas. Acerco el dedo, raspo con la ua hasta que se desprende una nfima hebra de grasa.

    Entiendo, s. Es que haba pensado Te entiendo, s. No tendra sentido De cualquier modo, te lo agradezco. Que duer-mas bien.

    Camino hasta el bao. Dejo los lentes bajo el botiqun y me limpio las uas. Las cerdas del cepillo me hacen sangrar. Lo suelto, y me aferro a la cermica del lavatorio.

    Debiste habrmelo pedido treinta aos atrs, ragazza mur-muro sin alzar la cabeza.

    El timbre. Su sonido rellena cada hueco del piso desnudo. Regreso a la cocina y levanto el auricular del portero elctrico con cautela, como quien se palpa la cara tras recibir un golpe.

    Quin es? Quin va a ser, imbcil. Ignacio, Dios mo. Corro a mi dormitorio. Revuelvo un cajn, estrujo unos bille-

    tes. Me cubro con una bata y vuelvo a la cocina. El reloj seala la medianoche. La hora del lobo.

    Subo al ascensor de servicio, marco la planta baja, y el motor grue en la quietud del edificio. El espejo me indica que olvid los lentes en el bao. Avanzo temerosa hasta que el reflejo de mis ojos toma forma. Cada noche ms opacos, ms enfermos. El ascensor se detiene con un movimiento brusco.

    Al abrir la puerta metlica, me enceguece el contraste de la luz del ascensor con la oscuridad del hall de entrada. Entre crculos amarillos que relampaguean dentro de mis prpados, tanteo la pared en busca del interruptor. Cuando consigo encender la araa,

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    los billetes se me caen al piso. De rodillas palpo el mrmol de los mosaicos, y levanto los billetes uno por uno. Me reincorporo, giro las trabas y entreabro el portn de madera. La difusa luz de la araa no logra alumbrar la silueta de la calle.

    Silencio y oscuridad, pienso. Un milenario y sutil modo de tortura.

    Apretujo la bata contra el cuerpo, como si tiritase de fro y no de pavor, y le muestro los billetes arrugados. l los agarra, los muerde veloces con una mano spera: una garra, una pezua, el picotazo de un ave herida y furiosa.

    Voy a necesitar ms que esto para la prxima. Es su voz. Precisa, afilada. La adopt hacia los catorce o

    quince, y desde entonces me aterroriza. Despus, con los aos fueron tomando cuerpo sus facciones duras, su mirada punzante.

    Me entends cundo te hablo, o te hacs la idiota? O aparte de no ver una mierda, ahora tambin sos sorda? Voy a necesitar mucho ms que esto.

    Ms? balbuceo. Qu es ms? Ms, pelotuda. Mucho ms que esta mierda. Un auto enciende sus luces. Dos fogonazos de hielo me astillan

    los ojos exhaustos. Hay que estar de un lado dice marchndose. Y, siendo

    tu hijo, aprend muy bien de qu lado estar. Ignacio, por favor. Conmigo no juegues a la burguesa sentimental. Junt todo

    lo que puedas, entendiste, pedazo de mierda? La semana que viene vuelvo por ms.

  • 21

    IV

    Me despierta un alboroto, un rumor de pasos. Y la voz de Teresa que me pide permiso para entrar en el

    dormitorio. Pase digo desenredndome de entre las sbanas, tan-

    teando la mesa de luz en busca de mis lentes. Qu significa todo este lo?

    Buenos das, seora Irene. Le pido mil disculpas. Son los chicos, los chicos hacindome renegar. Usted sabe, son as.

    Chicos? pregunto mientras me cubro con el desabill. Mis hijos, seora. La Yoli y el Rulo. No se acuerda? Usted

    me pidi que se los trajera, que tena cosas para darles. Se siente bien, seora?

    No pas una buena noche. Dgales que me aguarden en la cocina. Usted comience con lo suyo.

    Me llegan carcajadas, insultos entrecortados. Cuando abro la puerta de la cocina hacen silencio. Una amargada directora de escuela a punto de reprenderlos.

    La Yoli y el Rulo Ni siquiera logr que Teresa los nombre co-mo es debido. Dos aos sin verlos. Estn tan crecidos que debo hurgar en la memoria para reconocerlos. La chica me resisto a llamarla Yoli me saluda con un ademn inexpresivo sin dejar de jugar con su collar de plstico naranja. A sus dieciocho aos luce avejentada. Des-gastada, sera la palabra correcta. Vicios de vieja traductora, supongo. Me sobresalto al descubrir una redondez bajo su remera: debe estar de tres meses. Ruego que los lentes oscuros disimulen mi estupor.

    Junto a ella est sentado su hermano. A los catorce tiene las facciones delicadas de un angioletto de Bellini. Por qu la madre

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    insistir en llamarlo Rulo, si tiene el pelo lacio? Deseara poder recordar su verdadero nombre.

    Les ofrezco algo para desayunar. El chico emite un bufido, en tanto su hermana ni siquiera se digna a responder: displicente, se examina con desdn las uas pintadas de un fucsia chilln.

    Les acerco dos vasos de leche con vainillas y les pregunto por sus vidas. Ella, adoptando una voz maliciosa, me cuenta que su hermano dej la escuela.

    No dej tres carajos, pedazo de moglica! grita el angelito, la cara enrojecida. Me pas a la nocturna, que es otra cosa.

    S, s, seguro! grita ella. Lanza una risotada, y encima de la mesa sacude los pechos como en una bacanal. Y yo soy la Coca Sarli!

    Aparece Teresa. Le propina al hijo un coscorrn y grita todava ms fuerte:

    No me hagan quedar mal frente a la seora! No sean animales, que no estn en casa! Otra vez comiendo! Quin les dio permiso para agarrar todo esto?

    Por favor, Teresa! No los trate as. Se estn comportando como seoritos. Solo conversbamos. Hgame un favor: vaya a enrollar las alfombras, que en una hora las pasarn a retirar.

    No son malos, seora dice yndose, mientras esgrime una mueca entre colrica y resignada. Son son as. A m no me hacen caso, qu s yo a quin salieron.

    Me preparo un caf, preguntndome cmo establecer algn vnculo con estos chicos. Descubro que l parece haber heredado las cejas tupidas de su abuela. Se lo menciono, pero mi comentario lo incomoda.

    Tu abuela fue una mujer muy importante en mi vida le digo acercndole ms vainillas. Comenz a trabajar en esta casa apenas llegu de Italia, en el ao treinta y ocho, hace casi cuarenta aos, quien lo dira. Yo era una jovencita.

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    Usted, jovencita? dice la hermana con una sonrisa de suficiencia.

    Yo era una jovencita sigo contando, ignorando su sorna, y ella nos ayud sobremanera tanto a m como a Gianluca, mi marido el recuerdo de Lila me conmueve. Tu abuela, an hoy, me hace falta. Mucha falta.

    No me acuerdo nada de ella dice el chico con la boca repleta de comida, los labios sembrados de azcar.

    Y cmo mierda te vas a acordar, si se muri cuando tenas un ao? dice la hermana revolvindose en la silla. Yo s me acuerdo. Muy bien me acuerdo. Por casa no se la vea nunca, se la pasaba todo el da ac encerrada.

    Deseara pasar la maana con los dos para contarles quin fue Lila. Hablarles de aquella gruesa matrona capaz de abrir sin esfuerzo los frascos cerrados que vencan a mi marido para, un suspiro despus, sacudirme el cabello y susurrarme: No me llore, mhijita. Levnteme ese mentn, que muy prontito se me va a poder volverse a su Venecia querida.

    Cmo contarle a Yoli que su abuela pasaba mucho tiempo fuera de su casa, porque aqu encontr un hogar? Cmo explicarle que en la misma mesa donde ella ahora est desparramada, al terminar su horario de trabajo, su abuela aprendi a leer y a escribir? Hagamos una cosa, mhija me dijo una maana mien-tras le sacaba el polvo a los libros del estudio. Yo le cuento el secreto para hacer mermelada casera, y usted agarra y me ensea a leer y a escribir. Desde ese mismo da, se quedaba a mi lado hasta tarde en la noche balbuceando slabas, copiando con letra infantil los ttulos del diario.

    Deseara que estos chicos supiesen cun sabia fue su abuela. En toda su vida no visti ms que vestidos acampanados de algodn, pero saba indicarme cundo mis aros no concordaban con el chal o la cartera, o si mi perfume era el adecuado para determinado

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    encuentro. Jams bebi otra cosa ms que agua de la canilla o mate, pero le bastaba descorchar una botella para advertirle a mi marido: Este vino est agrio para su gusto, don Gianluca. Ya le voy diciendo que no le va a gustar nada nada.

    Al morir Gianluca, ella se qued a vivir aqu, conmigo. No la voy a dejar, mhija. Usted no se me preocupe, que yo

    nunca la voy a abandonar. Ac siempre va a tener un palenque donde rascarse.

    Amaba a mi hijo, senta adoracin por el Ignacito. Sola-mente le falt amamantarlo. Con los aos me reclu cada vez ms en m misma, en las traducciones y en la escritura, y fue Lila quien lo cri y lo cobij. Eran muy compaeros. Compinches, deca ella. Eran capaces de pasar tardes enteras conversando y riendo.

    Una noche, estando yo desvelada despus de una de las tantas discusiones que tena con mi hijo, me dijo acercndome un t a la cama: Usted no se haga mala sangre, que el Ignacito es un buen chico. Pero sabe una cosa? l es como esos rboles cachorros que para salir derechitos necesitan de un tronco que los sostenga. l perdi al padre. Pero usted no se me ponga mal, que entre las dos lo vamos a sostener fuerte, bien fuerte, hasta que al gur le haga falta Ya va a ver que le va a salir fuerte el potrillo!.

    Como a toda mujer de campo, los mdicos no le despertaban ms que temor y desconfianza. De manera que me ocult durante aos diversos dolores, y cuando al fin accedi a dejarse revisar, le diagnosticaron cncer de tero. Debieron internarla, y fue su hija Teresa quien se hizo cargo de las tareas de la casa. Los ltimos das, Lila me rog que la sacara del sanatorio. Deseaba volver aqu, a mi casa. A nuestro hogar. Falleci a los pocos meses, vuelta un capullo en mi propia cama.

    El da de su muerte tambin perd a mi hijo: sin Lila, nos volvimos dos extraos. Nuestras diferencias se volvieron ms pro-fundas, como sucede, tras morir los padres, con los hermanos que

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    no se aman. No lo sabamos, pero ella era el puente que una dos regiones hostiles. Ay, Lila! Si pudiese tenerla aqu conmigo, todo sera distinto. Si pudiese un solo da siquiera.

    La taza de caf me quema las manos. La apoyo en la pileta y saco del desabill un pauelo, que deslizo bajo el marco de los lentes. Yoli me pide ms vainillas. Me irrita su desinters, la insolencia de sus modales crueles. Le sealo la dulcera, y le pido a su hermano que me acompae.

    El chico me sigue con andar ablico por los pasillos, el cuerpo entero parece pesarle. Entro insegura y prudente en el dormitorio de Ignacio, como si an debiese pedirle permiso. Abro las puertas de un armario repleto de calzado y abrigos, y le digo al chico que puede llevarse lo que desee. Me mira desconfiado, a la defensiva.

    Toda esta ropa era de mi hijo insisto descolgando un pan-taln de corderoy. Hace aos que no vive conmigo, sabs? Y me apena que nadie la use. Pods probarte lo que quieras y llevarte lo que ms te guste.

    Cuando estoy por retirarme: Oiga Me pregunto por qu a su edad se muestra as de cansado, por

    qu razn es incapaz de expresarse en voz alta y comprensible. Se le curvan las cejas, y habla casi sin mover los labios:

    Lo que cont de mi abuela. Lo miro, interrogante. Y lo animo con un ademn. Fue dice sonrojado, como si hubiera cometido una

    travesura . Fue lindo. Me le acerco, sorprendida. Te agradezco enormemente digo, inclinndome hacia l.

    Deseara acariciarle el pelo, pero no lo hago. Pens que no me haban prestado atencin. Me hace feliz poder compartir los recuerdos que tengo de tu abuela. Ella est an hoy muy presente, tanto en

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    Me evita ocultando medio cuerpo dentro del armario. Oigo el chirrido de perchas deslizndose en el tubo de metal.

    Lo dejo solo y regreso en busca de su hermana, cuya voz se recorta ntida en el pasillo:

    Viste lo que es este palacio, mam? Viste vos cmo vive esta vieja hija de puta? Cagada en guita, est! A ver, decime: por qu no podemos vivir nosotros en un lugar as?

    El movimiento de trastos envuelve de ruidos la respuesta de la madre. Vuelvo a escuchar a Yoli, ms decidida:

    Qu miseria te garpa por hacer todo el da esta mierda? La vieja hija de puta se va a vivir a Europa, y a vos lo nico que te falta es armarle la valija y cambiarle la bombacha. Por qu no te mirs al espejo para ver lo pelotuda que queds con ese vestidito de sir-vienta? Quedate sentada esperando, si penss que yo me voy a morir siendo una sierva como vos y la abuela!

    Me detengo, apoyo el hombro contra la pared. Me cerca la imagen de una extraa invadiendo mi casa. Quin es la extraa? Esta pobre chica, o yo misma? Quiz las dos, como cabos unidos por un mismo lazo. La joven anhelante de una riqueza que la anciana ya no tiene modo de disfrutar, que tal vez jams haya disfrutado. Debera abrirte tantos senderos, Yoli. En otro tiempo, lo hubiese intentado, a fin de cuentas ese era mi deber. Esa mi misin. Pero ya no. No s si he olvidado cmo hacerlo, o si ustedes me han apartado tanto que Aunque sea deseara poder contarte, Yoli, que este palacio vaco, con sus paredes manchadas por rectngulos de polvo en lugar de mis viejos cuadros, jams ser tuyo. Pero no te enlodes en el rencor, porque ya tampoco le pertenece a esta vieja hija de puta, como gentilmente te digns en llamarme. Aunque, quin sabe, quiz deba prestarte atencin. Es posible que te hayan enviado a confirmar mis presunciones: este ya no es mi lugar, de aqu tambin soy expulsada.

    Tomando aire salgo de mi escondite y avanzo hacia el saln comedor. Teresa est agotada tras enrollar las alfombras, o acaso por

  • 27

    tener que soportar esa andanada de rencor por parte de la hija, que ahora percibe mi llegada y gira hasta darme la espalda. Cuando le pido que me acompae a la biblioteca, se da vuelta con lentitud y alza las cejas simulando no comprenderme.

    Ven conmigo, Yoli repito. Quiero hablarte. La madre palidece, y ella asiente con los brazos entrecruzados

    alrededor de la panza. Me sigue varios metros detrs, debo aguardarla largos segundos en la entrada de la biblioteca.

    Te pods sentar si ests cansada digo sealando una banqueta entre los canastos llenos de libros. No puedo ofrecerte otra cosa: hace unos das retiraron las sillas y el escritorio.

    As estoy bien. Me acerco a una hilera de libros. Al notar tu embarazo Me mira a los ojos, furibunda, y con las dos manos se protege

    el vientre. Qu est dic? Al notar tu embarazo, supuse que podran interesarte

    algunos de estos libros. Ven, acercate. Ac hay cuentos con ilustraciones, fbulas, novelas para adolescentes. En general, estn en muy buen estado. Algunos los compr a los pocos das de quedar encinta. Embarazada, digo. Por las noches, me iba a la que sera la habitacin de Ignacio, y se los lea en voz baja acaricindome la panza. Ya han pasado casi treinta aos

    Me escruta en guardia, contrada. Cuando su abuela lleg a esta casa, tanto su vocabulario como sus modales traslucan una vida dura, cargada de privaciones. Sin embargo, no haba en Lila nada del resen-timiento que ahora asfixia a esta chica. Que alguien me responda en que fall, qu es lo que no supe transmitir, qu perd en el camino para poder llegar a Lila pero no a su hija. Ni mucho menos a su propia nieta.

    No se preocupe, seora dice altanera, marchndose. A m, de usted, no me hace falta nada.

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    Avanzo enseguida y la detengo de un brazo. Busca zafarse, pero la aprisiono y la traigo hacia m. Nuestras caras casi pegadas, su aliento arde en mis mejillas. Me estremece el vientre duro presionando contra mi cuerpo. Por qu deseo retener a esta chica? Por qu no la dejo en paz? Aprovecha mi distraccin ante la aparicin de su hermano, y logra librarse.

    Me agarr una montaa de zapatillas, Yoli! El chico alza un par de bolsas llenas. Hay de Adidas!

    Mir qu bien dice ella. Igual hay que irnos ya. Gracias, seora murmura el chico al quedarnos solos.

    Amaga a besarme, pero retrocede. No te vayas, por favor intento recomponerme, me aliso el

    desabill. Qu quiere? No logro no puedo recordar cmo te llams. Rulo. S, lo s. Me refiero a tu verdadero nombre. Ah Federico dice como quien cita a un autor des-

    conocido. Es un nombre precioso. Sabs una cosa? Ciertas palabras,

    ciertos nombres, tienen armona. Deberas pedirle a los dems que te llamen as, Federico.

    Federico asiente sin prestarme ms atencin y se marcha con rapidez. Ya sola, me dejo caer sobre un canasto. Restriego mis prpados tras quitarme los lentes.

    Muchas gracias, seora le oigo decir a Teresa, mientras cubro nuevamente mis ojos. No sabe lo contentos que se fueron los chicos. Rulo estaba chocho con todas esas zapatillas!

    Esgrimo una escueta y estpida sonrisa. An me estremece el forcejeo con la chica, su vientre firme

    contra mi cuerpo. Empujndome, expulsndome. Un temor car-gado de angustia me asfixia al pensar en esa criatura. Pronto nacer,

  • 29

    se amamantar de los pechos resentidos de la madre y crecer da a da ms fuerte hasta convertirse en lo que llamarn un hombre.

    Refugiarme en mi cama. Ocultarme bajo las sbanas y dormir hasta el da de mi partida.

    Me arde en la piel la necesidad de escapar con urgencia de este departamento, de esta ciudad, de este pas.

    TRPTICO DEL DESAMPAROTRPTICODELDESAMPAROPABLO DI MARCOIIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIXIIIXIVXVIIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXXIXIIIIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXIIIIIIIVVVIVIIVIIIIXXAGRADECIMIENTOS