tren a la media noche
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Breve historia de amorTRANSCRIPT
M.F. PEREIRA-GONZÁLEZ
TREN A LA MEDIA NOCHELA HISTORIA DE UN HOMBRE LISTO PARA
HACER UNA CONEXIÓN
Era una noche fría y solitaria, el reloj marcaba las 11 con 55 minutos,
me encontraba en la vieja estación de trenes del pueblo, con mi equipaje en
mano listo para andar. El tren estaba esperando en el andén a que todos los
pasajeros estuvieran en él. Había llegado a la estación varias horas antes,
sólo para no quedarme en aquella mohosa habitación del motel un segundo
más. Poco a poco la afluencia de gente había bajado hasta reducirse casi a un
solo pasajero, yo. Aún quedaban 2 minutos para la partida del tren que se
produciría a las 12 en punto de la media noche. Decidí abordar la maquina sin
más reparos. Entregué mi ticket y subí al compartimiento. No era una
sorpresa para mí ver que estaba vacío, me dirigí hacia mi asiento numerado y
colocando mi equipaje en el asiento de al lado, me senté sin más. Vi como los
minutos que faltaban transcurrían, pero entonces escuché una voz a lo lejos,
una voz que sin razón alguna estremeció mis entrañas. Mirando por la
ventana aún, me fije en ella. Fue como si despertara de un extraño sueño en
el que había estado sumergido por varios años. Era como si reconociera a
alguien que tenia años sin ver y que había encontrado después de mucho
tiempo de búsqueda. Vi como subía al tren, perdiéndola de vista. Decidí
disimular como quien no quiere darle importancia a algo. Era una mujer alta,
de tez blanca, llevaba un sobretodo negro y una bufanda en su cuello para el
frio, guantes de cuero y un gorro tejido a mano muy singular, que causaba un
poco de gracia. En unos pocos segundos que la había observado había
detallado cada una de las piezas que llevaba puesta y que lograba ver. Como
por descuido le mire al momento en que sentí su presencia en el pasillo del
vagón. Tenía unos espectaculares ojos azules en los que me perdí de
inmediato olvidando el hecho de que no quería mostrar interés alguno. Bajo
el calor del tren comenzó a quitarse todas aquellas piezas de sobra,
empezando por el gorro que me dejó ver una cabellera rojiza de un hermoso
brillo. Bajo el sobretodo llevaba un cuello de tortuga ceñido a su cuerpo que
dejaba ver su esbelta figura. No podía dejar de mirarla como quien
contempla una obra de arte que debe ser detallada. Ella giró su cabeza hacia
mí, creo que sintió mi mirada fija. Avergonzado creo haberme sonrojado, ella
se limitó a sonreír, parecía estar acostumbrada a ese tipo de actitud, yo por
mi parte decidí regresar a mi actitud de quien no presta atención y
descuidadamente volteé mi cara hacia la ventana de nuevo, lamentándome y
preguntándome una y otra vez por qué había cometido semejante
inmadurez. Podía percibir cómo tomaba asiento diagonal a mi puesto. Me
sentía nervioso, emocionado, eran sensaciones que tenía tanto tiempo sin
sentir que parecían nunca haber existido. Quería volver a mirarla, seguir
detallándola, pero había algo que me lo impedía, era un entumecimiento en
cada uno de mis músculos que luchaba contra mi deseo. “Hazlo, hazlo,
voltea, mírala de nuevo” gritaba una voz en mi cabeza, pero mi cuerpo se
negaba a reaccionar. Molesto conmigo mismo me limite a ver tras el rabillo
del ojo. El tren comenzó a andar, éramos sus únicos pasajeros esa noche.
Pronto le escuche lanzar un suspiro al viento. Era inexplicable, mi corazón se
aceleraba y el calor de la calefacción del compartimiento no era suficiente
para calentarme, parecía que hubiese pasado horas metido en un
refrigerador. Me aclare la voz para ver si llamaba su atención. Noté como me
miraba durante un segundo y sentí como si mi corazón y el tiempo junto con
él se pararan un instante ¿Qué me estaba ocurriendo?? Giré mi cabeza hacia
ella, pero ya no me miraba. Rayos, había perdido la oportunidad de hacer
contacto visual, sentí que había sido tan estúpida la idea de aclararme la voz,
si quería hacer llamar su atención ¿Por qué simplemente no me levantaba y
le hablaba de frente? Me repetí muchas veces la pregunta y siempre
encontraba una excusa para no hacerlo como pensar que si lo hacía pensaría
que era un loco, un psicópata, un acosador, era como si me importara
demasiado el ser desaprobado por mi actuación, era como no querer perder
algo que aún no tenía, era todo una locura.
Había pasado aproximadamente una hora desde que habíamos salido de la
estación y yo había estado divagando entre mis pensamientos durante todo
el rato, tratando de no perder detalle de cada movimiento que hacia mi ajena
acompañante. Pensé que en cualquier momento se dormiría por la hora,
pero había sacado unos lentes de su bolso y un pequeño libro al que le
estaba dedicando toda su atención, mientras yo había descubierto una nueva
forma de mirarla; el vidrio de mi ventana. Era extraño, en mi mente su
imagen se tornaba aún más hermosa usando aquellos lentes, le hacían ver
tan madura e intelectual que le causaba cada vez más fascinación a su
secreto espectador. Por más intento de leer qué decía en la portada de aquel
libro solo podía ver un poco de su portada, una foto de algo que se consumía
en llamas, definitivamente yo también necesitaba lentes. Me empezaba a
sentir un poco cobarde al haber dejado pasar tanto tiempo sin decirle nada,
cualquier tontería hubiese sido suficiente. Me moría por escuchar su voz de
nuevo, no la había logrado distinguir bien durante el segundo que la había
escuchado en la estación de tren. Empecé a fantasear con el tono que podría
tener su voz. Una voz gruesa, algo ronca… no, era demasiado delicada como
para que su voz no fuera acorde con ella. Una voz chillona y aguda… me
imagine ese momento por el que pasamos todos los hombres en nuestra
adolescencia donde nuestra voz no ha terminado de madurar y me reí al
imaginarme tan perfecto ángel hablando así. Seguro ya pensaría que estaba
loco, pensé que quien me mandaba a reírme solo. Su voz en realidad debía
ser cálida, dulce, serena, amable y sus labios siempre debían estar
acompañados con una sonrisa al hablar. La miré directamente luego de
pensar en esto, se había convertido para mí como en una diosa, la perfección
hecha mujer, era inalcanzable, sublime, estaba idealizando a una mujer que
hace unas horas no había visto jamás en mi vida, había perdido la cabeza y no
tenía la mas mínima intención de recuperarla.
Llevaba rato mirándola directamente, varios minutos, parecía no haberse
dado cuenta aún, que irónico voltea cuando no quiero que se dé cuenta que
la veo y cuando quiero que lo haga, me ignora por completo.
Mi estómago estaba vacío y comenzaba a pedir alimento casi a gritos. Me
acerque a mi equipaje revisando qué provisiones había tomado antes de
emprender el largo viaje. Dentro solo encontré una pequeña barra de
chocolate y un chicle, siempre tan tonto y descuidado que había olvidado
comer en todo el día. Saque ambas cosas y me quede mirándolas como
intentando realizar un gran truco de magia que convirtiera aquellas dos cosas
en un rico banquete para mí, me costó unos segundos entender que esto era
realmente imposible. Un poco resignado pues no me quedaba otra, comencé
a abrir mi chocolate, fue entonces cuando me di cuenta que durante el
tiempo que no había observado a mi diosa, ella había buscado también en su
bolso y estaba junto a mí, con una sonrisa ofreciéndome una pequeña bolsa
con algo en su interior, como quien ha encontrado en 5 minutos lo que tú
has estado buscando durante horas. La mire a los ojos algo extrañado,
sorprendido y sin saber qué hacer, me limite a sonreír, a hacer una pequeña
afirmación con la cabeza agradeciendo, y a tomar la bolsa. Al tomarla note el
calor del contenido, un pequeño cuadrado esponjoso que pronto identifique
como un emparedado. Esto lo confirmaba, ella era perfecta, pensaba en mí
hasta sin conocerme. Volví a girar mi cabeza para agradecerle nuevamente
pero ella ya había dado la vuelta de regreso a su asiento. Mi diosa era una
mujer extraña, preocupada, gentil, pero extremadamente callada y
misteriosa, cada detalle nuevo hacia que me gustara cada vez más. La verdad
es que el ambiente era muy cómodo en silencio y parecía que si uno de los
dos pronunciaba una palabra, la magia de la noche se acabaría al instante. La
observe unos segundos, ella también tenía su propia bolsita que comenzó a
abrir. La seguí, haciendo lo mismo. Estaba delicioso y yo tenía demasiada
hambre, comencé a fantasear esta vez con una comida al llegar a casa, una
cena, un desayuno para despertar, la miré un segundo y desvié la mirada
rápidamente, sería la mejor forma de despertar por la mañana con ella a mi
lado, desayunar en la cama. Mi imaginación volaba, iba a mil por hora,
literalmente, yo simplemente ya pensaba en vivir con ella, ya era mi diosa, mi
todo y el tiempo antes de que el viaje acabara empezaba a jugar en mi
contra.
Decidí que debía de pensar en una estrategia si en realidad la quería para mí,
o terminaríamos el viaje sin saber siquiera el nombre del otro. Era algo más
fuerte que yo, sentía como si mi lengua de pronto estuviera sin vida dentro
de mi propia boca, me era imposible articular palabra. Tenía miedo de fallar
en el intento y quedar como un idiota frente a ella. La observe de nuevo, sin
disimular mi interés. Ya ambos habíamos terminado nuestro aperitivo. Se
encontraba tranquila, mirando por la ventanilla del tren, hacia la penumbra
de la oscura noche. Perdida en sus propios pensamientos, se veía tan bella.
Mi corazón latía tan rápido que incluso en el silencio de la noche, me parecía
que iba a escucharlo.
Empezaba a sentirme cansado pero no quería dormir, al parecer ella
tampoco. Estaba seguro que sabía que la observaba, desde hacía rato era
más que obvio. Mis parpados me pesaban, no podía quedarme dormido, si
me dormía iba a perder la oportunidad de recuperar el dominio de mi lengua
y poder decirle algo, pero, ¿Qué decirle?, decirle que era el amor de mi vida,
que por primera vez creía que existía la felicidad y que era posible para mi,
eran las únicas cosas que me pasaban por la mente y cada cosa era más
absurda que la anterior, pensaría que estaba loco seguramente. Cerré los
ojos tratando de pensar con claridad.
Abrí mis ojos y ya no me encontraba allí. Estaba en un gran salón negro, lo
único que podía ver era vacio, estaba solo en el vacío. Había una extraña luz
que iluminaba mi alrededor en un radio de unos poco metros. Me sentía
asustado, no sabía dónde estaba pero, la verdadera razón de mis miedos
era… ¿Dónde estaba ella? Miré a mi alrededor, desesperado tratando de
hallarla, corrí para ver si encontraba algo, pero era como correr hacia el
infinito, nada cambiaba, todo era negro mas allá de las fronteras de la luz que
parecía moverse conmigo. La desesperación me estremecía, sentía ganas de
llorar. No me importaba dónde estaba ni como había llegado a allí, la única
razón de mi sufrir era haberla perdido. Me deje caer sobre las rodillas,
vencido sin saber qué hacer, nada importaba ya. Fue entonces cuando
escuché unos pasos. Gire rápidamente mi cabeza hacia atrás para buscar el
origen del sonido que terminaba con el silencio de aquel lugar. No logré ver
nada por unos segundos, pero pronto de la oscuridad emergió aquella figura
que tanto anhelaba, allí de nuevo frente a mis ojos se encontraba ella, con un
vestido rojo ceñido a su figura, el cabello recogido a un lado y su boca
pintada cual botón de rosa en la primavera. Me levanté de un salto de
inmediato y me quedé petrificado. Ella al verme sonrió como quien
encuentra por fin lo que ha estado buscando, su sonrisa me devolvió a la
vida. Me acerqué lentamente, como temiendo que desapareciera al
acercarme. Ella esperó por mí sin moverse. La tenía a unos pocos centímetros
de distancia cuando me detuve. Era aun más hermosa de cerca, así pude
apreciar con mayor detenimiento sus ojos, eran de un azul que solo podía
recordarme el color del cielo durante el verano, era el paraíso delante de mí.
Mi corazón parecía querer salir de mi pecho para entregarse a su dueña. El
silencio de aquel lugar era perfecto, no quería dañarlo, no era necesario decir
nada. Levante mi mano y sincronizadamente ella hizo lo mismo, las juntamos
en el aire mirándonos a los ojos, parecía que ninguno de los dos creía que el
otro fuera real, pero lo éramos. Entrelacé mi mano con la de ella, era tan
cálida, mi propio sol. Bajamos las manos sin soltarnos, nos sonreímos el uno
al otro, estábamos totalmente sincronizados con cada movimiento.
Estábamos tan cerca que podía percibir su aroma, el néctar de su piel era una
tentación, era como el néctar de la fruta prohibida. Acerqué mi cara a su
mejilla, era tan suave. Me alejé un poco para volver a mirarla y posé mi mano
libre sobre su mejilla, la acaricié y ella volvió a sonreírme. El tiempo
paralizado, estábamos en la mitad de la nada, todo era perfecto, tan
perfecto como sólo en sueños. Entonces comprendí, estaba soñando.
Sentí un vacio en el estómago por un segundo, todo aquello no era real. Que
iluso y tonto al confundir un sueño con lo real, no quería despertar, pero a la
vez pensé que mientras más tiempo pasara en mis propios sueños más lejos
estaría de poderlos hacer realidad. Pero sus ojos me hipnotizaban, esa
mirada dulce, ese azul del mar en el que quería ahogarme por completo, ese
olor a miel que desprendía y adormecía todos mis sentidos, sus labios rojos
que me atraían como un imán. ¿Había alguna forma de hacer realidad mi
sueño al despertar? De nuevo me sentía desesperado, desesperanzado y con
ganas de llorar. Ella posó su mano sobre mi mejilla y yo de inmediato moví mi
cara hacia ella. Cerré mis ojos y me deje llevar por el momento. Sentí como
sus labios se posaban sobre los míos un segundo. De inmediato caí en un
abismo sin final y desperté.
Al abrir los ojos miré a mí alrededor, con la respiración acelerada, asustado,
estaba de nuevo en la estación del tren. Miré el reloj que había estado
contemplando toda la tarde esperando la hora de mi tren. Eran las 12:01
A.M. Me paré de un salto de mi asiento, era la hora de mi viaje. Tomé mi
equipaje y corrí hacia el andén de mi salida y allí estaba. Cuando me acerqué
al tren, la vi; la mujer de mis sueños estaba dentro del vagón caminando
hacia su asiento, mi corazón se aceleró, mis piernas se congelaron y sentí un
frio recorrer mi cuerpo entero. Fue el sonido del vapor saliendo de él lo que
me hizo reaccionar. El tren comenzaba a ponerse en marcha, de inmediato
corrí para tratar de subirme antes de que saliera de la estación. Era
imposible, ganaba velocidad rápidamente, la distancia no era tan corta y yo
no era tan rápido. Me detuve justo delante de las vías y vi como el tren se
alejaba. Allí frente a mis ojos se derrumbaba el sueño, se derrumbaba mi
premonición y mi felicidad. Allí delante de mí se alejaba ella, la mujer a la que
sólo en sueños conocí, de la que me enamoré un día en un viaje, uno que
nunca realicé. Dentro de todo, la única esperanza que me quedaba, era que
esto, también fuera un sueño.