travesía por la sierra nevada de el cocuy

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TRAVESÍA POR LA SIERRA NEVADA DE EL COCUY Los nevados, los páramos y las cumbres de las cordilleras no son lugares para complacer un campeonato, sino casi templos de culto a la fe; vamos a esos templos como los otros van a los suyos, y cada paso en el ascenso nos enseña a crecer, a compartir y a trazar caminos para alcanzar los sueños y sus desafíos que nos permiten renacer. Nelson D'Olivares D. Homenaje al Parque Natural del Cocuy La montaña nos regala paz y nos renueva. Allí nunca se está solo y se hacen amigos para toda la vida porque todos somos de la misma naturaleza. Entonces, existe el sendero que paso a paso desata una lucha con uno mismo para que dé más y recompensarte con frailejones, con nieve, con frío, con el edén donde se vive, muere y revive. Liliana Casteblanco C. Homenaje al Parque Natural del Cocuy Quería conocer la nieve en el propio Cocuy, pues la escarcha que genera el congelador de mi casa ya me tenía cansado. La aventura comienza un sábado de diciembre en La Glorieta de Tunja. La buseta blanca intermunicipal indica que este episodio de amigos a lo largo de una semana apartados del mundo moderno, empezó. Paipa, Duitama de salida, pregonaba el auxiliar de la buseta que prometió llegar a “la capital cívica el mundo” en cuarenta minutos y así fue. Doce meridiano, día soleado, buen augurio para entrar en materia. Una oración corta al universo y encomendados a la pacha mama, vamos rumbo a Soatá. Moría la tarde cuando arribamos a la puerta del norte boyacense: Soatá. La noche nos arropa con su manto y la alegría de unas vísperas y una verbena en el parque central del pueblo nos da la bienvenida. Después de una rápida visita al restaurante-hotel que nos hospedó, compartimos unos buenos momentos con los lugareños que nos recibieron entre cerveza, aguardiente y música. La agencia de transporte abrió las puertas a primera hora; ya desde las 6:00 am estaba parqueado “el correo” un bus con destino a El Cocuy, que muy a las 7:00 am arrancó. No hubo tiempo para el desayuno, así que paquetes, barras de chocolate y gatorade, hicieron las delicias del grupo, mientras nos deleitamos con los panoramas que las carreteras de Boyacá nos ofrecen. La Uvita, San Mateo, Guacamayas, El Espino y Panqueva, todos pueblos tradicionales de la idiosincrasia boyacense. La seguridad por parte de las fuerzas armadas de Colombia se hace evidente con sus constantes retenes y requisas.

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TRAVESÍA POR LA SIERRA NEVADA DE EL COCUY

Los nevados, los páramos y las cumbres de las cordilleras no son lugares para complacer un campeonato, sino casi templos de culto a la fe; vamos a esos templos como los otros van a los suyos, y cada paso en el ascenso nos

enseña a crecer, a compartir y a trazar caminos para alcanzar los sueños y sus desafíos que nos permiten renacer.

Nelson D'Olivares D.Homenaje al Parque Natural del Cocuy

La montaña nos regala paz y nos renueva. Allí nunca se está solo y se hacen amigos para toda la vida porque todos somos de la misma naturaleza. Entonces, existe el sendero que paso a paso desata una lucha con uno

mismo para que dé más y recompensarte con frailejones, con nieve, con frío, con el edén donde se vive, muere y revive.

Liliana Casteblanco C.Homenaje al Parque Natural del Cocuy

Quería conocer la nieve en el propio Cocuy, pues la escarcha que genera el congelador de mi casa ya me tenía cansado. La aventura comienza un sábado de diciembre en La Glorieta de Tunja. La buseta blanca intermunicipal indica que este episodio de amigos a lo largo de una semana apartados del mundo moderno, empezó.

Paipa, Duitama de salida, pregonaba el auxiliar de la buseta que prometió llegar a “la capital cívica el mundo” en cuarenta minutos y así fue. Doce meridiano, día soleado, buen augurio para entrar en materia. Una oración corta al universo y encomendados a la pacha mama, vamos rumbo a Soatá.

Moría la tarde cuando arribamos a la puerta del norte boyacense: Soatá. La noche nos arropa con su manto y la alegría de unas vísperas y una verbena en el parque central del pueblo nos da la bienvenida. Después de una rápida visita al restaurante-hotel que nos hospedó, compartimos unos buenos momentos con los lugareños que nos recibieron entre cerveza, aguardiente y música.

La agencia de transporte abrió las puertas a primera hora; ya desde las 6:00 am estaba parqueado “el correo” un bus con destino a El Cocuy, que muy a las 7:00 am arrancó. No hubo tiempo para el desayuno, así que paquetes, barras de chocolate y gatorade, hicieron las delicias del grupo, mientras nos deleitamos con los panoramas que las carreteras de Boyacá nos ofrecen.

La Uvita, San Mateo, Guacamayas, El Espino y Panqueva, todos pueblos tradicionales de la idiosincrasia boyacense. La seguridad por parte de las fuerzas armadas de Colombia se hace evidente con sus constantes retenes y requisas.

EL COCUY

Sobre el medio día llegamos a El Cocuy. El contraste de las fachadas albi-verdes con el verde esmeralda de la vegetación en derredor, hace que éste sea uno de los pueblos más lindos no sólo de Boyacá, sino de Colombia.

El astro rey estaba tras las nubes. Nos dirigimos al parque central para ubicarnos, reponer energías, buscar alimento y zona de camping, y tocar tierra firme para aclimatarnos. Deambulamos por el pueblo buscando unas postales dignas de ser publicadas, al tiempo que topamos con lugareños que hicieron sus mejores augurios para nuestra travesía. Esa fue una buena tarde de verano que desembocó en una noche de desierto.

Acordamos salir a las cinco de la mañana para alargar el día. Un carro que sabe tolerar la trocha nos deja en la cabañuela de parques naturales, de la cual sale una vigía para asegurarse de que tenemos el permiso por escrito. La cabaña de los Herrera está cerca. Advierte el conductor, para decirnos que nos alistemos para el desembarque.

Unos minutos más tarde, en ese día entre cálido y frío, y un paisaje claro y agradable nos da la bienvenida. Con las mochilas en la vera del camino, líquido a la mano, repetimos nuestra pequeña oración al universo, terciamos y emprendimos la caminata. Unos huevos cocidos, arepas, guapanela, manzanas, y barras de chocolate, nos sorprendieron al desayuno descansando junto a una de esas puertas con avisos y señales que orientan el sendero.

A paso de vacaciones, sin exigirnos, avanzamos en el camino de herradura siempre con un leve ascenso entre lagunillas y frailejones, y un río diáfano y refrescante a la izquierda que nos acompaña y nos hidrata como un fiel amigo. Más adelante descansamos al lado de la laguna pintada, al mismo tiempo que observamos una choza en ruinas, según la voz popular, la casa de los elenos, gracias a un viejo grafiti rojo que invoca al “ELN”, en este momento es el peor baño público que existe en el mundo.

Vamos en ascenso, sentimos la altura, el sudor nos empapa, pero nos satisface saber que ya estamos en los 4.000 metros sobre el nivel del mar, según el GPS. Mucho antes de las doce del día descargamos las mochilas y nos relajamos. Compartimos cálidas charlas, cada quien cuenta cómo le fue en la primera marcha y acordamos cómo es el almuerzo.

Aunque, físicamente no estamos en las mejores condiciones, hacemos pequeñas salidas al rededor para aclimatarnos y familiarizarnos con el terreno. Saludamos a La Atravesada, La Cuadrada y La Parada, lagunas hermanas, hermosas, activas. Además del jardín de frailejones, apreciamos lagunillas, pantanos, acequias y hasta una cascada que emerge del centro de la montaña. Una cresta blanca se deja admirar a la distancia y un cóndor en vuelo nos da la bienvenida. Todo hace parte del maravilloso paisaje que circunda nuestro campamento que está ubicado en una “planadita” cerca de una laguna y bañado por nuestro fiel amigo el cristalino río. Estamos cómodos, un poco cansados pero felices.

NO ESTAMOS SOLOS

A medida que se va haciendo más tarde, van llegando más excursionistas, algunos sin la fortaleza nuestra, pues traen sus mochilas en jumentos. Al acercarse la noche, ya todos habíamos dispuesto nuestras carpas y nos reunimos para cenar. Frutas, pan, bocadillo, carne de diablo, atún, salchichas, y café negro con una copa de ron acompañaron la última comida del día. Cada quien echa mano de su cámara, hay risas cual pequeño festejo de integración, convirtiéndose en la mejor opción para hacer nuevos amigos.

Pese a estar forrados en los sleepings, la ropa de montaña y la buena carpa, el frío se siente a 4000 metros. Fue una noche no muy larga, pero no hay reparo para el espectáculo de esa mañana: cielo completamente despejado, el sol tocaba el pico de la montaña mientras el rocío yacía congelado sobre la gran alfombra verde. Se hace ruido, se habla duro, se grita en señal de invitación a los que todavía yacen acostados. Luego de un baño a lo campista (o como dijo alguno bañado de gato: fugaz lavado de cara y listo) vino el desayuno, pero esta vez cortejado de guapanela caliente, queso, mogolla, huevos fritos y fruta.

Aprontamos lo necesario en el morral para atacar la montaña antes de las siete de la mañana. Vamos para el Púlpito del Diablo y el Cerro Pan de Azúcar a “tocar nieve”. Salimos en grupo, pero en fila india. Juan con su esposa va adelante, luego vamos nosotros, Fabián con su compañero nos siguen, y finalmente, tres jovencitas entre los 15 y los 20 años, quienes después de unas dos horas de camino piden que disminuyan la marcha porque a una de ellas le duele la cabeza. Nos topamos con grupitos de excursionistas que coincidimos en el plan.

Nuestra marcha avanza con mejor ritmo de lo que nos imaginamos. A estas alturas, El Cocuy se deja conocer y nos muestra su trato. Paso a paso el camino se hace cada vez más pesado, llegamos a un punto que tiene aprox. 85 grados de inclinación rocosa. Una montaña de rocas grises, una sobre otra formando grandes peldaños naturales. De inmediato el del corazón se acelera. Falta poco, detrás de esta pared está nuestro destino. El desafío es exigente. Ninguno de nosotros es montañista curtido, por lo tanto, y en medio de la excitación y las ganas de llegar a serlo ascendimos sin reparar en el esfuerzo.

En la cima de la montaña rocosa se puede apreciar el nevado ahí no más, a unos metros. El panorama es engañoso y la nieve que se percibía cerca está más lejos de lo esperado. El aliento repite falta poco y la caminata sobre las gruesas y empinadas lajas desnudas, antes colmadas de nieve, va haciendo mella. En cada descanso las piernas tiemblan, pero el deseo de alzar el “premio de montaña” anima para no dejar la tarea inconclusa.

Tocamos el cielo, y con las manos embadurnadas de nieve, el cansancio, la sed, la seriedad, se esfumaron, ahora se escuchan risas, se ven los flashes de las cámaras fotográficas como una lluvia de luciérnagas, algunos quieren deslizarse, o jugar a las bolitas y al muñeco de nieve; otros se abrazan

entre sí con el orgullo de haber terminado un pentatlón. Estamos a 5.000 metros de altura y cinco grados de temperatura, luego cualquier juego que se recuerde de la infancia está permitido.

Haciendo alarde de nuestro espíritu aventurero, y luego de una pausa para el fiambre (líquido, carne de diablo, leche condensada, bocadillo, pan, atún), junto con Fabián y Juan caminamos nieve arriba para satisfacer nuestra inquieta curiosidad. Llevamos sino una pica, una cuerda y una cámara, para nuestro ataque. 5500 metros más cerca de las estrellas, sólo nieve a nuestro alrededor, nunca antes esa roca colosal calva colocada en la mitad de la nada blanca y bautizada como El Púlpito del Diablo y el cerro Pan de Azúcar estuvieron tan cerca.

Sentados sobre la nieve y con escarcha en la cara, mirar el horizonte es una satisfacción personal. Nos invade una alegría tan grandiosa como la nieve. Nadie pronuncia palabra, sabemos que no continuamos hacia la cima por falta de equipo adecuado, pero nos sobran las ganas. Se siente la liviandad del cuerpo y la brisa fría. La magia de estar allí presenciando ese espectáculo sobre las montañas andinas, sobre El Cocuy se traduce en placer interno.

Laguna de la Plaza

Nuevamente, habitamos nuestras carpas. La mañana del cuarto día llega y para sorpresa nuestra no nos sentimos cansados. Creíamos que la jornada anterior iba a dejar secuelas que menoscabaran nuestros músculos y nuestro frenesí espiritual, que fortuna que no fue así. Desayunamos, hicimos las mochilas y nos preparamos para la siguiente parada: Laguna de La Plaza…

Continuará…