traicionada p. c. cast

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La novata vampira Zoey Redbirdconsigue adaptarse a la escuela devampiros La Casa de la Noche. Porfin se siente como en casa, e inclusoes elegida como líder de las HijasOscuras. Y lo mejor de todo, seecha un novio… o dos. Peroentonces ocurre lo impensable:aparecen asesinados algunosadolescentes humanos, y todas laspruebas apuntan a la Casa de laNoche. Zoey comienza a darsecuenta, mientras el peligro acecha alos humanos de su antigua vida, quelos mismos poderes que la hacen

única pueden a la vez suponer unaamenaza para aquellos a los queama. Entonces, cuando másnecesita a sus nuevos amigos, lamuerte golpea La Casa de la Nochey Zoey tiene que enfrentarse concoraje a una traición que puedepartirle el corazón, el alma y hacertambalearse todo su mundo.

P. C. Cast & Kristin Cast

TraicionadaLa Casa de la Noche - 2

ePUB r1.0nalasss 23.02.14

Título original: BetrayedP. C. Cast & Kristin Cast, 2007Traducción: Isabel Blanco GonzálezDiseño de cubierta: Cara E. Petrus &Alonso Esteban & Dinamic Duo

Editor digital: nalasssePub base r1.0

Nos gustaría dedicar este libro a(tía) Sherry Rowland, amiga ypublicista. Gracias, Sher, por

cuidar de nosotras incluso cuandoresultábamos caras y pesadas, y,

sobre todo, gracias por tu trato defavor. Te queremos con todo

nuestro corazón.

AgradecimientosComo siempre, queremos darle lasgracias a Dick L. Cast, padre y abuelo,por saberlo todo sobre biología y porayudarnos en ese tema.

Gracias a nuestra increíble agente,Meredith Bernstein, a quien se leocurrió la fabulosa idea que inició estaserie.

Nos gustaría darle las gracias anuestro equipo de St. Martin, JenniferWeis y Stefanie Lindskog, por ayudarnosa crear esta serie tan maravillosa. Enparticular, queremos proclamar queadoramos a la artista de inmenso talento

que diseñó tan preciosas portadas.Y también nos gustaría dedicar un

agradecimiento especial a Street Cats, elservicio de rescate y adopción de gatosde Tulsa. Apoyamos el trabajo de StreetCats y apreciamos su dedicación y suamor a los gatos e incluso, de hecho,adoptamos a Nala. Por favor, visitad supágina web www.streetcatstulsa.orgpara obtener más información. Si estáisinteresados en rescates caritativos demascotas, os aseguramos que es unaexcelente elección.

P. C. y Kristin

Me gustaría darle las gracias desde aquía mis estudiantes de bachiller que 1) mesuplicaron aparecer en la serie y luegose echaron atrás, 2) me proporcionaronconstantemente ideas cómicas y 3) medejaron en paz de vez en cuando paraque pudiera escribir.

Y ahora, marchaos a hacer losdeberes. ¡Por cierto!, toca examen.

Señorita Cast

1

—Chica nueva. Mira —advirtióShaunee mientras se deslizaba en elbanco corrido de nuestra mesa en elcomedor (traducción: en la cafetería dela escuela).

—Trágico, gemela. Simplementetrágico —respondió Erin con una vozque parecía por completo el eco de la deShaunee.

Erin y Shaunee tenían una especie delazo psíquico que las hacía

insólitamente similares, razón por lacual las llamábamos las «gemelas», apesar de que Shaunee tenía la piel deltípico color café con leche de unaamericana de origen jamaicano, nacidaen Connecticut, y Erin era una chicablanca de ojos azules y cabello rubio deOklahoma.

—Por suerte es la compañera dehabitación de Sarah Freebird —asintióDamien, haciendo un gesto hacia lachica menudita de cabello negro como elcarbón, aspecto de novata y carita deperdida que deambulaba por elcomedor. Con su penetrante miradaexperta en moda, Damien revisó el

atuendo de ambas chicas desde loszapatos hasta los pendientes, y todo conun simple vistazo—. Es evidente quetiene mejor gusto para la moda que sucompañera, a pesar del estrés de sermarcada y cambiar de colegio. Quizápueda ayudar a Sarah con sudesafortunada propensión a llevarzapatos horribles.

—Damien —lo reprendió Shaunee—, otra vez estás sacándome de mis…

—… casillas con tu tontería devocabulario interminable —terminó lafrase Erin por ella.

Damien se sorbió la nariz ofendido ycon aires de superioridad, con el gesto

más gay que hubiera esbozado nunca. Yeso que, sin lugar a dudas, siempre hasido gay.

—Si no tuvieras un vocabulario tanpésimo, no necesitarías llevar encima undiccionario para estar a mi altura.

Las gemelas fruncieron el ceño sindejar de mirarlo y suspiraronprofundamente, preparándose para elnuevo asalto que, por suerte, interrumpiómi compañera de dormitorio. Con sumarcado acento gangoso de Oklahoma,Stevie Rae soltó dos definiciones comosi se tratara de un chivatazo en clase delengua:

—Propensión: preferencia natural y

a menudo intensa. Pésimo:absolutamente terrible. Ya está. ¿Podéisdejar de discutir y ser amables? Es casila hora de la visita de los padres, y nodeberíamos comportarnos comoretrasados mentales cuando están apunto de aparecer.

—¡Ah, mierda! —exclamé yo—. Seme había olvidado por completo lo de lavisita de los padres.

Damien gruñó y dejó caer la cabezasobre la mesa, dándose un cabezazo nomuy suave y diciendo:

—A mí también se me habíaolvidado.

Las cuatro lo miramos con simpatía.

A los padres de Damien les parecía bienque él hubiera sido marcado, que sehubiera mudado a la Casa de la Noche yque hubiera iniciado un cambio que obien lo convertiría en un vampiro, o bienlo mataría cuando su cuerpo rechazara latransformación. Pero lo que no lesparecía bien era que fuera gay.

Al menos había algo de él que lesparecía bien. En cambio mi madre y suactual marido, el perdedor de mipadrastro John Heffer, lo odiabanabsolutamente todo de mí.

—Mis viejos no vienen. Vinieron elmes pasado. Este mes están muyocupados.

—Gemela, con eso se demuestra unavez más lo gemelas que somos —dijoErin—. Mis viejos me mandaron un e-mail. Ellos tampoco vienen «por culpade un crucero que han decidido hacerpor el día de Acción de Gracias aAlaska con mi tía Alane y mi tío Lloydel Mentiroso». O algo así —explicóErin, encogiéndose de hombros con lamisma aparente indiferencia quedemostraba Shaunee por la ausencia desus padres.

—¡Eh, Damien!, quizá tu mamá y tupapá tampoco aparezcan —se apresuróa sugerir Stevie Rae con una sonrisa.

Damien suspiró.

—Vendrán. Este mes es micumpleaños. Me traerán regalos.

—Eso no suena tan mal —dije yo—.Necesitas un cuaderno de bocetos, ¿no?

—No me regalarán un cuaderno debocetos. —Volvió a suspirar él—. Elaño pasado les pedí un caballete, y meregalaron un equipo para ir decampamento y una suscripción al SportsIllustrated.

—¡Puaj! —exclamaron Shaunee yErin al mismo tiempo, mientras StevieRae y yo arrugábamos la nariz yemitíamos sonidos guturales en señal decondolencia.

Ansioso por cambiar de tema de

conversación, Damien se giró hacia mí.—Esta va a ser la primera visita de

tus padres. ¿Cómo crees que será?—Igual que una pesadilla —contesté

yo con un suspiro—. Una completa, totaly absoluta pesadilla.

—¡Zoey! Se me ha ocurrido venir apresentarte a mi nueva compañera dehabitación. Diana, esta es Zoey Redbird,la líder de las Hijas Oscuras.

Feliz de poder evitar el horribleproblema de mis padres, alcé la vista ysonreí al oír la voz nerviosa e indecisade Sarah.

—¡Uau, así que es cierto! —soltó lachica nueva antes de que yo pudiera

siquiera decir «hola». Como era yacostumbre en la escuela, me miró lamarca de la frente y se puso como untomate—. Quiero decir… eh… losiento. No pretendía ofenderte ni nadade eso… —se explicó, dejando que suvoz se fuera apagando mientras buscabadónde meterse.

—No importa. Sí, es cierto. Mimarca está completamente coloreada ycon añadidos —dije, sin dejar desonreír para tratar de hacerla sentirsemejor, aunque odiaba con todas misfuerzas ser la principal atracción delespectáculo de frikis. Otra vez.

Por suerte, Stevie Rae nos

interrumpió antes de que la mirada fijade Diana y mi silencio se hicieran aúnmás incómodos.

—Sí, ese elegante tatuaje en espiralde la cara y de los hombros, que parecede encaje, le salió cuando salvó a su exnovio de unos gilipollas de fantasmas devampiros que daban terror —comentóStevie Rae alegremente.

—Eso me ha contado Sarah —contestó Diana dubitativa—, pero suenatan increíble que… bueno, pensé…

—No te lo creíste, ¿no? —preguntóDamien, terminando la frase por ella.

—Justo. Lo siento —repitió Diana,jugueteando nerviosamente con las uñas

de los dedos.—Eh, tranquila —dije yo,

esbozando una sonrisa auténticamentesincera—, a veces a mí también mecuesta creerlo, y eso que estaba allí.

—Sí, soltando gritos a diestro ysiniestro —añadió Stevie Rae.

Entonces yo la miré con esaexpresión que venía a decir «no meestás ayudando mucho», pero ella nohizo ni caso. Sí, puede que algún día yome convierta en su alta sacerdotisa, perono por eso voy a ser dueña de misamigos.

—Bueno, la verdad es que alprincipio este sitio resulta bastante raro,

pero luego la cosa mejora —le dije a lachica nueva.

—Gracias —contestó ella con unasonrisa cálida y agradecida.

—Bien, será mejor que nos vayamospara que pueda enseñarle a Diana dóndese va a dar su quinta clase —dijo Sarah,que inmediatamente me hizo sentir muyincómoda al ponerse toda seria y formaly saludarme con el gesto tradicional delos vampiros para mostrar respeto,cerrando el puño y llevándoselo alcorazón al tiempo que inclinaba lacabeza.

Finalmente se marchó.—Detesto que la gente haga eso —

musité, bajando la vista y picoteando demi plato de ensalada.

—Pues a mí me gusta —dijo StevieRae.

—Mereces que te demuestrenrespeto —añadió Damien con su estiloredicho—. Eres la única estudiante detercero que ha logrado ser nombradalíder de las Hijas Oscuras, y la primerainiciada y vampiro de toda la historiaque ha demostrado tener afinidad conlos cinco elementos.

—Tienes que hacerte a la idea, Z —dijo Shaunee mientras masticaba lalechuga y me señalaba con el tenedor.

—Eres especial —añadió Erin que,

como siempre, terminaba la frase de sugemela.

En la Casa de la Noche, estudiantede tercero era el que cursaba el primeraño, estudiante de cuarto el que cursabael segundo, etc, etc. Y sí, yo era la únicaestudiante de tercero que había sidonombrada líder de las Hijas Oscuras.¡Qué suerte la mía!

—Y hablando de las Hijas Oscuras—dijo Shaunee—, ¿has decidido yacuáles van a ser los nuevos requisitospara hacerse miembro?

Reprimí la necesidad de gritar«¡Dios, todavía no, ni siquiera me creoaún que esté a cargo de esa cosa!» y,

en su lugar, en un momento que esperabaque fuera de lucidez mental, sacudí lacabeza con sencillez y decidí trasladar aellos parte del peso que recaía sobremis hombros.

—No, aún no sé cuáles deberían serlos nuevos requisitos. En realidad,esperaba que vosotros me ayudarais eneso, chicos. ¿Alguna idea?

Tal y como sospechaba, los cuatrose quedaron mudos. Yo abrí la bocapara darles las gracias por su silencio,pero entonces oímos la voz autoritariade nuestra alta sacerdotisa por losmicrófonos de la escuela. Por unsegundo me alegré de la interrupción,

hasta que me di cuenta de lo que estabadiciendo. Entonces se me encogió elestómago.

—Estudiantes y profesores, porfavor, acudid al vestíbulo. Ha llegado lahora de la visita de los padres.

¡Vaya, hay que fastidiarse!

—¡Stevie Rae! ¡Stevie Rae!¡Ohdiosmío, cuánto te he echado demenos!

—¡Mamá! —gritó Stevie Rae,lanzándose a los brazos de una mujeridéntica a ella, solo que con veinte kilosy veintitantos años más.

Nada más entrar en el vestíbulo,Damien y yo nos quedamos de pie,tímidamente pegados a la pared. Elvestíbulo comenzaba a llenarse depadres humanos con aspecto de sentirseincómodos, y también había unas cuantashermanas humanas, un puñado deestudiantes novatos y bastantes denuestros profesores vampiros.

—Bueno, allí están mis padres —dijo Damien con un suspiro—. Serámejor que acabe con esto cuanto antes.Hasta luego.

—Hasta luego —musité yo,observándolo acercarse a dos personasperfectamente normales y corrientes que

sostenían un regalo envuelto.Su madre le dio un abrazo rápido y

su padre le estrechó la mano conexagerada masculinidad. Damienparecía pálido y nervioso.

Yo me acerqué a la larga mesavestida con mantel de lino que ocupabatoda una pared. Estaba repleta de quesocaro y fuentes de carne, postres, café, téy vino. Llevaba ya un mes en la Casa dela Noche, pero todavía me sorprendíaque enseguida sirvieran siempre vino.En parte, una de las razones por las quelo hacen es muy sencilla: la escuelasigue el modelo de las Casas de laNoche europeas. Según parece, en

Europa tomar vino en las comidas escomo aquí comer con té o con Coca-Cola: vamos, lo natural. La otra razón esgenética: los vampiros no seemborrachan. Como mucho, los novatospueden marearse un poco. Pero eso escon el alcohol. La sangre, por desgracia,es otra historia. Así que, literalmentehablando, aquí el vino es algo habitual,aunque resultaría interesante comprobarcómo iban a reaccionar al verlo unospadres normales y corrientes deOklahoma.

—¡Mamá!, tienes que conocer a micompañera de habitación. ¿Recuerdasque te hablé de ella? Esta es Zoey

Redbird. Zoey, esta es mi mamá.—Hola, señora Johnson. Me alegro

de conocerla —dije educadamente.—¡Ah, Zoey! ¡Yo también me alegro

mucho de conocerte! ¡Ah, Dios!, tumarca es exactamente tal y como mecontó Stevie Rae —dijo la señoraJohnson que, para mi sorpresa, meabrazó y añadió en susurros—: Mealegro mucho de que estés cuidando demi Stevie Rae, estoy preocupada porella.

Yo la estreché con fuerza y susurré:—Tranquila, señora Johnson. Stevie

Rae es mi mejor amiga.Sabía que no era en absoluto

realista, pero de pronto deseé que mimadre me abrazara y se preocupara pormí exactamente igual que la señoraJohnson lo hacía por su hija.

—Mamá, ¿me has traído galletas dechocolate? —preguntó Stevie Rae.

—Sí mi niña, te las he traído, peroacabo de darme cuenta de que me las hedejado en el coche —respondió lamadre de Stevie Rae con un acentogangoso idéntico al de su hija—. ¿Porqué no vienes fuera conmigo y meayudas a traerlas? Esta vez he hechounas cuantas de más para tus amigos —añadió, mirándome con una sonrisa—.Tú también puedes venir con nosotras si

quieres, Zoey.—¡Zoey!Súbitamente oí mi nombre por

segunda vez, pronunciado como si fuerael gélido eco de la amable y cariñosavoz de la señora Johnson. Miré porencima del hombro y vi a mi madre y aJohn, entrando en el vestíbulo. Se mecayó el alma a los pies. Se lo habíatraído. ¿Por qué diablos no había venidoella sola de modo que, aunque solo fuerapor una vez, pudiéramos estarsimplemente ella y yo? Pero conocíaperfectamente la respuesta a esapregunta: él jamás se lo permitiría. Y elhecho de que él no se lo permitiera

significaba que ella nunca lo haría. Ypunto. Fin del tema. Mi madre no habíatenido que volver a preocuparse por eldinero desde el momento en que sehabía casado con John Heffer; vivía enuna mansión en una tranquila y elegantezona residencial de las afueras. Se habíapresentado como voluntaria paratrabajar en la PTA, la organizaciónnacional de padres y profesores, y semostraba muy activa en la iglesia. Perodurante los últimos tres años dematrimonio «perfecto» mi madre sehabía perdido a sí misma absoluta eirremisiblemente.

—Lo siento, señora Johnson, pero

acabo de ver a mis padres, así que serámejor que me marche.

—¡Pero, cariño!, me encantaríaconocer a tus padres.

Toda sonriente, la señora Johnson segiró en dirección a ellos parapresentarse como si estuviéramos en unafiesta de un instituto normal y corriente.

Stevie Rae me miró. Y yo la miré aella. «Lo siento», articulé muda en sudirección. Quiero decir que no estabacompletamente segura de que fuera asuceder algo terrible, pero con elperdedor de mi padrastro acercándosecomo si fuera un general cargadito detestosterona, liderando la marcha hacia

la muerte, me figuré que teníamosbastantes probabilidades de que seprodujera una escena de pesadilla.

Pero entonces, de repente, se mesalió el corazón del pecho y todo mepareció maravilloso cuando la persona ala que más quiero en este mundo seadelantó a John y abrió los brazos en midirección.

—¡Abuelita!Ella me arropó en sus brazos, y la

dulce fragancia a lavanda que siempre laacompañaba como si llevara consigo unpedazo de su preciosa granja de lavandafuera adonde fuera, me envolvió.

—¡Oh, Zoeybird! —exclamó,

abrazándome con fuerza—. Te heechado de menos, u-we-tsi-a-ge-hu-tsa.

Sonreí a pesar de las lágrimas,adorando el sonido de aquella palabraen cheroqui, «hija», tan familiar. Porquesignificaba seguridad, amor y aceptaciónincondicional: cosas que no habíasentido en mi propia casa durante losúltimos tres años, cosas que solo habíaencontrado en casa de mi abuela hasta elmomento de ingresar en la Casa de laNoche.

—Yo también te he echado demenos, abuelita. ¡Me alegro tanto de quehayas venido!

—Usted debe ser la abuelita de Zoey

—dijo la señora Johnson cuando por finnos soltamos la una a la otra—. Estoymuy contenta de conocerla, tiene usteduna chica preciosa.

La abuelita sonrió y abrió la bocapara responder, pero John lasinterrumpió con su típico tono de vozdesbordante de superioridad.

—Bueno, en realidad es a nuestrachica a quien acaba de alabar.

Por fin, como si aquella fuera unaescena de la película Las mujeresperfectas y finalmente le hubieran dadola señal de entrar, mi madre metió baza:

—Sí, nosotros somos los padres deZoey. Soy Linda Heffer. Este es mi

marido, John, y esta es mi madre, SylviaRed.

Entonces, en medio de aquellapresentación formal, mi madre semolestó por fin en mirarme y de repentesu voz quedó interrumpida a mitad depalabra al atragantarse.

Yo me esforcé por sonreír, peroestaba toda colorada y tensa, y mecostaba trabajo. Era como si mi carafuera de escayola y la hubiera tenidotodo el día al sol, de modo que podíaromperse en mil pedazos si no meandaba con cuidado.

—Hola, mami.—¡Por el amor de Dios!, ¿qué te has

hecho ahora en esa marca?Mi madre había entonado la palabra

«marca» igual que si hubiera dicho«cáncer» o «pedofilia».

—Le salvó la vida a un joven ydescubrió el don divino de la afinidadcon los elementos. A cambio, Nyx le haconcedido varias marcas pocofrecuentes en un iniciado —explicóNeferet con su voz suave y musical,introduciéndose en medio de nuestroextraño grupo y alargando la manodirectamente hacia el perdedor de mipadrastro.

Neferet era lo que la mayoría de losvampiros: una persona despampanante,

perfecta. Era alta, con el cabello largo yondulado de un castaño otoñal oscuro ybrillante, y ojos almendrados de uncolor verde musgo poco frecuente. Semovía con una gracia y una seguridadmuy poco humanas sin lugar a dudas, ysu piel era tan espectacular que parecíacomo si alguien hubiera encendido la luzen su interior. Ese día llevaba unlustroso traje de chaqueta de seda azulmarino y unos pendientes en forma deespiral que simbolizaban el camino dela Diosa. Pero eso, por supuesto, lamayoría de los padres no lo sabían.Llevaba la silueta de la Diosa con losbrazos alzados bordada con hilo de

plata sobre el pecho izquierdoexactamente igual que el resto deprofesores. Su sonrisa era deslumbrante.

—Señor Heffer, soy Neferet, altasacerdotisa de la Casa de la Noche,aunque puede que le resulte más sencillopensar en mí como en la directora de uninstituto normal y corriente. Leagradezco que haya venido en la nochede visita de los padres.

Mi padrastro le estrechó la mano deforma automática. Estoy segura de que lahabría rechazado de no haberlo pilladopor sorpresa. Luego ella se volviórápidamente hacia mi madre.

—Señora Heffer, es un placer

conocer a la madre de Zoey. Estamosencantados de que se haya unido a laCasa de la Noche.

—Bueno, eh… gracias —dijo mimadre que, evidentemente, se habíaquedado por completo desarmada antela belleza y el encanto de Neferet.

Cuando por fin Neferet saludó a miabuela, su sonrisa se amplió y suconversación se hizo algo más quesimplemente cortés. Enseguida noté quese estrechaban la mano al estilo delsaludo tradicional de los vampiros,agarrándose del antebrazo la una a laotra.

—Sylvia Redbird, siempre es un

placer volver a verte.—Neferet, mi corazón también se

alegra de verte y te doy las gracias porhacer honor a tu promesa y cuidar de minieta.

—Cumplir esa promesa no esninguna carga, Zoey es una chicarealmente especial —contestó Neferet,sonriendo cálidamente y dirigiéndometambién a mí una mirada. Luego se giróhacia Stevie Rae y su madre y añadió—:Y esta es la compañera de habitación deZoey, Stevie Rae Johnson, y su madre.He oído decir que son prácticamenteinseparables, y que incluso el gato deZoey se ha encariñado con Stevie Rae.

—Sí, es cierto. De hecho anoche sesentó en mi regazo para ver la televisión—comentó Stevie Rae medio riendo—.Y eso que a Nala no le gusta nadieexcepto Zoey.

—¿Gato? No recuerdo que nadie lehaya dado permiso a Zoey para tener ungato —dijo John, produciéndomearcadas instantáneamente.

¡Como si alguien se hubieramolestado en llamarme por teléfonopara hablar conmigo durante todo elmes, a excepción de la abuela!

—Creo que ha habido unmalentendido, señor Heffer. Aquí, en laCasa de la Noche, los gatos viven en

libertad. Son ellos los que eligen a susdueños, no al revés. Zoey no necesitabaningún permiso de nadie cuando Naladecidió escogerla —explicó Neferet connaturalidad.

John soltó un bufido, pero por suertenadie le hizo caso. ¡Mira que esgilipollas!

—¿Me permiten que les ofrezca algode beber? —preguntó entonces Neferet,haciendo un elegante gesto hacia lamesa.

—¡Mecachis! Eso me recuerda queme he dejado las galletas en el coche.Stevie Rae y yo íbamos a salir arecogerlas. Ha sido un placer

conocerlos a todos.La madre de Stevie Rae me dio un

abrazo rápido y saludó con la mano alos demás, y luego ella y su hijaescaparon de allí, dejándome sola.Ojalá hubiera podido estar en cualquierotro sitio.

Me quedé junto a mi abuela,entrelazando los dedos con los de ellamientras nos acercábamos a la mesa delbufé. Pensaba en lo fácil que habría sidotodo si hubiera venido a verme ella sola.Entonces lancé una mirada furtiva a mimadre. En su rostro parecía habersedibujado permanentemente un gesto demal humor. Miraba a su alrededor hacia

el resto de estudiantes, pero apenas medirigía la vista a mí. ¿Por qué dabasiempre la sensación de que ella sepreocupaba de hecho por mí, como si deverdad pudiera echarme de menos, y sinembargo luego demostraba a las clarasque no era así?

—¿Vino, Sylvia?, ¿señor y señoraHeffer? —ofreció Neferet.

—Sí, gracias. Tinto —contestó laabuela.

Los labios apretados de Johnpusieron de relieve su desaprobación.

—No, nosotros no bebemos.Hice un esfuerzo sobrehumano por

no girar los ojos en sus órbitas. ¿Desde

cuándo no bebían? Apostaría los últimoscincuenta dólares de mi cuenta a quehabía un pack de seis latas de cervezaen la nevera de casa en ese precisomomento. Y mi madre solía beber vinotinto exactamente igual que la abuela.Incluso la pillé lanzándole una rápidamiradita teñida de envidia mientras laabuela daba un sorbo del oloroso vinoque Neferet le había servido. Pero no,ellos no bebían. En público, claro.¡Hipócritas!

—Entonces, ¿dices que le han salidomarcas nuevas porque ha hecho algoespecial? —preguntó la abuela,apretándome la mano—. Me contó que

había sido nombrada líder de las HijasOscuras, pero no me dijo exactamentequé había ocurrido.

Volví a ponerme nerviosa. No meapetecía en absoluto enfrentarme a laescena que se produciría si mi madre yJohn descubrían lo que había pasadorealmente: que la ex líder de las HijasOscuras había trazado un círculo durantela noche de Halloween (conocida en laCasa de la Noche como la noche deSamhain, la noche en la que el velo entrenuestro mundo y el de los espíritus esmás delgado), para conjurar a losespíritus de vampiros tenebrosos y,finalmente, perder el control justo

cuando mi ex novio humano, Heath,venía tambaleándose a buscarme. Ymucho menos quería que nadiemencionara jamás lo que solo un par depersonas sabían: que Heath me estababuscando porque yo había probado susangre y él estaba desarrollandorápidamente una conexión conmigo, algoque les ocurre con facilidad a loshumanos cuando se relacionan convampiros incluso aunque solo seaniniciados. Así que entonces la líder delas Hijas Oscuras, Aphrodite, habíaperdido por completo el control sobrelos fantasmas, que parecían dispuestos acomerse a Heath. Literalmente. O peor

aún: parecían a punto de soltarnostambién una dentellada al resto denosotros, incluyendo al increíblementesexi Erik Night, el chico vampiro quedefinitivamente os puedo asegurar queno es mi ex novio y con quien he estadosaliendo más o menos durante este meshasta convertirse en mi casi novio.Bueno, el caso es que tenía que haceralgo, así que con la ayuda de StevieRae, Damien y las gemelas entré en elcírculo y extraje el poder de los cincoelementos: viento, fuego, agua, tierra yespíritu. Y utilizando mi afinidad conesos elementos conseguí devolver a losfantasmas a donde quiera que vivan (o

que no vivan, no sé). Y en cuanto sefueron, me salieron los nuevos tatuajes:una colección de espirales de color azulzafiro que parecen de encaje y queenmarcan mi rostro (y que nadie ha oídonunca que haya tenido un simpleiniciado), que se continúan, intercaladoscon otros símbolos en forma de runas,por los hombros (cosa que ningúniniciado ni vampiro ha tenido jamás).Entonces todo el mundo se dio cuenta dela clase de gilipollas de líder que eraAphrodite, y Neferet tuvo que echarla yponerme a mí en su lugar. Y aconsecuencia de eso, ahora me entrenopara ser una alta sacerdotisa de Nyx, la

diosa vampira, que es la Nochepersonificada.

Y nada de todo eso puede parecerlesbien ni a mi madre, ni al ultrarreligiosoy estrecho de miras John.

—Bueno, tuvimos un pequeñoaccidente, pero Zoey tomó una decisiónrápida y valiente, y se aseguró de quenadie saliera herido, y al mismo tiempoconectó con una afinidad especial que sele ha concedido para extraer de ella laenergía de los cinco elementos —explicó Neferet con una sonrisaorgullosa. Una ola de felicidad meembargó ante su aprobación—. Eltatuaje es simplemente un signo externo

del favor que le concede la Diosa.—Lo que está usted diciendo es una

blasfemia —dijo John con una voz tensaque sonó al mismo tiempocondescendiente y airada—. Está ustedponiendo en peligro su alma mortal.

Neferet dirigió su mirada verdemusgo hacia él. No estaba enfadada. Enrealidad, parecía más bien divertida.

—Usted debe ser un patriarca de lasgentes de fe.

—Es cierto, sí, lo soy —respondióél, hinchando el pecho.

—Entonces lo mejor será quelleguemos cuanto antes a unentendimiento, señor Heffer. Jamás se

me ocurriría entrar en su casa o en suiglesia para poner en entredicho suscreencias, aunque estoy profundamenteen desacuerdo con ellas. Tampocoespero que rinda usted culto a la mismaDiosa que yo. De hecho, nuncapretendería convencerlo de nada porfuerte que sea mi compromiso. Así quelo único que le pido es que me muestrela misma cortesía que le he demostradoyo. Cuando esté en mi casa, respeteusted mis creencias.

Los ojos de John se habíanconvertido en dos simples rendijas.Podía ver su mandíbula tensándose másy más.

—Su forma de vida es pecaminosa yerrónea —afirmó él con rotundidad.

—Eso lo dice un hombre que veneraa un Dios que envilece el placer, relegaa la mujer al papel de poco más quesirvienta y paridora, a pesar de ser lacolumna vertebral de su Iglesia, y buscapor todos los medios el control de susfeligreses a través de la culpa y elmiedo. —Neferet soltó una risa sutil,pero su rostro no expresaba ningúnhumor y la advertencia implícita en suspalabras me puso la carne de gallina—.Tenga cuidado a la hora de juzgar a losdemás; puede que deba limpiar primerosu propia casa.

John se estaba poniendo colorado.Inspiró con fuerza y abrió la boca, sinduda para soltar un horroroso sermónacerca de lo correctas que eran suscreencias y lo erróneas que eran las delos demás, pero, antes de que pudieraresponder, Neferet lo interrumpió. Nolevantó la voz, pero de pronto emanabade ella todo el poder de una altasacerdotisa y yo me eché a temblar, apesar de que su ira no iba dirigidacontra mí.

—Tiene usted dos opciones. Puedevenir a visitar la Casa de la Noche comoinvitado, lo que significa que respetaránuestras tradiciones y se guardará sus

juicios y su desagrado para sí, o puedemarcharse para no volver. Nunca más.Decídase ya.

Las dos últimas palabras mellegaron de tal modo al alma, que tuveque esforzarme para no echarme atemblar. Noté entonces que mi madre sehabía quedado mirando a Neferet conlos ojos vidriosos y abiertos comoplatos: tenía la cara más blanca que laleche. John, en cambio, estabacompletamente colorado. Tenía los ojoscasi cerrados y las mejillas encendidasde un rojo muy poco atractivo.

—¡Linda, vámonos! —dijo él entredientes. Entonces me miró con tal

antipatía y odio, que literalmente di unpaso atrás. Quiero decir que yo ya sabíaque no le gustaba, pero hasta esemomento no me di cuenta de hasta quépunto—. Este sitio es exactamente ellugar que te mereces. Tu madre y yo novamos a volver. ¡Te quedas aquí sola!

Él se dio la vuelta y echó a caminarhacia la puerta. Mi madre vaciló, y porun segundo creí que iba a decirme algoagradable como, por ejemplo, que sentíamucho lo que él había dicho, que meechaba de menos o que no mepreocupara, que ella volvería dijera éllo que dijera.

—Zoey, no puedo creer el lío en el

que te has metido esta vez —dijo mimadre en cambio.

Luego sacudió la cabeza y, comosiempre, siguió a John y abandonó elvestíbulo.

—¡Oh, cariño, lo siento! —exclamóla abuela, abrazándome al instante ysusurrándome—: Volveré, pequeñopajarito, te lo prometo. ¡Estoy tanorgullosa de ti! —dijo, sujetándome porlos hombros y sonriendo con los ojosllenos de lágrimas—. Y nuestrosancestros cheroquis también estánorgullosos de ti, lo intuyo. Has sidoelegida por la Diosa, y cuentas con lalealtad de buenos amigos. Y con

profesores inteligentes —añadió,alzando la vista hacia Neferet—. Quizásalgún día puedas perdonar a tu madre,pero hasta entonces recuerda que eresmi hijita del corazón, u-we-tsi-a-ge-hu-tsa —afirmó, dándome un beso—. Yotambién tengo que marcharme. Hevenido hasta aquí en tu coche, peroquiero dejártelo para ti, así que tengoque volver con ellos. Pero recuerdasiempre que te quiero, Zoeybird —terminó la abuela, tendiéndome lasllaves de mi antiguo Escarabajo.

—Yo también te quiero, abuelita.Le devolví el beso y la abracé con

fuerza, inhalando profundamente su

esencia como si pudiera retenerla en lospulmones y exhalarla poco a pocodurante el resto del mes, mientras laechaba de menos.

—Adiós, cariño. Llámame en cuantopuedas.

Mi abuela volvió a besarme y semarchó.

Yo la observé sin darme cuenta deque estaba llorando hasta que sentí laslágrimas resbalar por mi rostro hasta elcuello. En realidad incluso me olvidé deNeferet, que seguía de pie a mi lado, demodo que me sobresalté un poco cuandoella me tendió un pañuelo.

—Siento mucho lo ocurrido, Zoey

—dijo Neferet en voz baja.—Yo no —contesté yo, sonándome

la nariz y limpiándome la cara antes degirarme hacia ella—. Gracias porhacerle frente.

—No pretendía alejar también a tumadre.

—No has sido tú. Ella ha elegidoseguirlo a él. Lleva tres años haciéndolo—dije, notando que más lágrimasardientes inundaban mis ojos yapresurándome a seguir hablando paratratar de retenerlas—. Antes ella eradiferente. Es una tontería, ya lo sé, peroseguía esperando que volviera a ser lade antes. Pero eso no va a ocurrir jamás.

Es como si él hubiera matado a mimadre y hubiera metido a una extraña ensu cuerpo.

Neferet puso un brazo alrededor demis hombros y dijo:

—Me gusta lo que ha dicho tuabuela, que quizás algún día consigasperdonar a tu madre.

Yo me quedé mirando la puerta porla que habían desaparecido los tres ycontesté:

—Ese día aún está muy lejos.Neferet me apretó los hombros,

tratando de consolarme.Yo alcé la vista hacia ella, feliz de

que estuviera conmigo, y deseé una vez

más, como lo había deseado miles deveces, que ella fuera mi madre. Entoncesrecordé lo que me había dicho hacíacasi un mes: que su madre había muertocuando ella era muy pequeña, y que supadre había abusado de ella física ypsíquicamente hasta que fue marcada.

—¿Perdonaste tú alguna vez a tupadre? —me atreví a preguntar,vacilante.

Neferet bajó la vista hacia mí yparpadeó varias veces como siregresara de un lugar muy lejano, entrelos recuerdos.

—No, nunca lo perdoné, pero ahora,cuando pienso en él, es como si

recordara la vida de otra persona. Lascosas que me hizo se las hizo a una niñahumana, no a una alta sacerdotisa o auna vampira. Y para una alta sacerdotisay una vampira, él es un serabsolutamente indiferente igual que casitodo el resto de los humanos.

El juicio había sonado confiado yduro, pero al observar las profundidadesde sus preciosos ojos verdes vi unatisbo de algo pasado, doloroso y sinduda no olvidado, y me pregunté hastaqué punto Neferet era sincera consigomisma.

2

Me sentí inmensamente aliviada cuandoNeferet me dijo que no había ningunarazón para que me quedara en elvestíbulo. Tras aquella escena con mifamilia sentía como si todo el mundo meobservara. Después de todo, yo era lachica de la marca friki y, desde esemomento, también la chica de la familiade pesadilla. Así que salí del vestíbulopor el camino más rápido: por elprecioso y pequeño patio al que dan las

ventanas del comedor.Era poco más de medianoche, lo

cual, es cierto, es una hora muy extrañapara la visita de los padres, pero lasclases comienzan a las ocho de la tardey terminan a las tres de la madrugada.Visto de un modo superficial, pareceríamás lógico recibir a los padres a lasocho de la tarde o incluso una hora antesde que comiencen las clases, peroNeferet me había explicado que la ideaera ayudar a los padres a aceptar elcambio de sus hijos y hacerlescomprender que los días y las nochesserían diferentes para ellos ya parasiempre. Yo, por mi parte, decidí que

otra ventaja más de fijar una hora tanintempestiva para la visita era que así seles proporcionaba a los padres unaexcusa para no venir sin tener quedecirles a sus hijos algo así como: «Eh,ahora que te has convertido en unmonstruo chupasangre, no queremosvolver a tener nada que ver contigo».

Lástima que mis padres no sehubieran agarrado a esa excusa.

Suspiré y caminé más despacio,tomándome mi tiempo para seguir unode los largos senderos que atraviesan elpatio. Hacía frío, era claramente unanoche del mes de noviembre. La lunaestaba casi llena, y su brillante luz

plateada contrastaba admirablementecon el suave reflejo amarillo de lasfarolas de gas del patio. Podía oír elagua de la fuente situada en medio deljardín, así que automáticamente cambiéde dirección y me dirigí allí. Quizá elsereno gorgoteo del agua me ayudara areducir el nivel de estrés y a olvidar.

Giré lentamente en la curva quellevaba a la fuente, medio soñando conmi casi novio Erik, el súper atractivo. Élno estaba en la escuela, se habíamarchado al certamen anual demonólogos de Shakespeare.Naturalmente, para presentarse a lacompetición internacional de la Casa de

la Noche primero había tenido quequedar finalista en nuestra escuela. Erajueves y él se había marchado el lunesanterior, pero lo echaba de menos comouna loca y apenas podía esperar aldomingo, cuando se suponía quevolvería. Posiblemente Erik era el chicomás sexi de la escuela. ¡Dios!, ErikNight era posiblemente el chico mássexi de todas las escuelas del mundo.Era alto, moreno y guapo, como unaestrella de cine de los viejos tiempos,pero sin ninguna tendencia homosexuallatente. Y tenía un increíble talento. Sinduda, en muy poco tiempo se sumaría algrupo de estrellas de cine vampiros de

Matthew McConaughey, James Franco,Jake Gyllenhaal y Hugh Jackman, que esguapísimo para ser tan mayor. AdemásErik era realmente un chico muy majo,lo cual le añadía aún más atractivo.

Así que admito que estaba tanocupada con mis visiones de Erik comoTristán y de mí como Isolda, con ladiferencia de que nuestra historia deamor tendría un final feliz, que no me dicuenta de que había más gente en elpatio hasta que oí una voz masculina queme sorprendió por lo despectiva ydesagradable que sonaba.

—¡No eres más que una decepcióndetrás de otra, Aphrodite!

Yo me quedé helada. ¿Aphrodite?—Bastante desastre es que fueras

marcada y que, en consecuencia, nopudieras ir al Chatham Hall, sobre tododespués de todas las molestias que metomé para asegurarte allí una plaza —dijo una mujer con voz fría y un tantochillona.

—Ya lo sé, mamá, te dije que losentía.

Bien, era el momento de marcharme.Hubiera debido de darme la vuelta ysalir a toda prisa del patio sin hacerruido. Aphrodite era probablemente lapersona a la que más detestaba de todala escuela. De hecho, era probablemente

la persona a la que más detestaba delmundo; pero escuchar a escondidas loque sin duda era una horrible escena consus padres estaba muy, pero que muymal.

Así que salí de puntillas delsendero, buscando un lugar en el queesconderme o aparentar ser un arbustoornamental y, al mismo tiempo, ver bienla escena. Aphrodite estaba sentada enun banco de piedra junto a la fuente. Suspadres estaban de pie, frente a ella.Bueno, su madre estaba de pie. Su padrecaminaba nerviosamente de un lado paraotro.

¡Dios!, los padres de Aphrodite

tenían una pinta genial. El padre era altoy guapo; el tipo de tío que se mantieneen forma, conserva todo el pelo y luceuna dentadura magnífica. Iba vestido conun traje oscuro que tenía aspecto decostar varios miles de dólares. Ademásme resultaba extrañamente familiar;estaba segura de que lo había visto en latelevisión o en alguna otra parte. Lamadre era una completa preciosidad.Quiero decir que es cierto queAphrodite es rubia y tiene una imagenperfecta, pero su madre era una versiónidéntica de ella solo más mayor, mejorvestida y con ropa más cara. Llevaba unjersey que claramente era de cachemira

y un largo collar de perlas de verdad. Ycada vez que hacía un gesto con la mano,el enorme diamante con forma de perade su anillo lanzaba un destello tanbrillante y bello como su voz.

—¿Has olvidado que tu padre es elalcalde de Tulsa? —soltó la madre deAphrodite con crueldad.

—No, no, por supuesto que no,mamá.

Pero su madre no parecíaescucharla.

—Bastante nos costó inventarnosuna excusa decente para explicar elhecho de que estuvieras aquí en lugar deen la costa este, preparándote para

ingresar en Harvard; nos consolábamospensando que los vampiros suelen ganarmucho dinero y alcanzar mucho poder yéxito. Esperábamos que al menos fuerasexcepcional en este… —la madre deAphrodite hizo una pausa y esbozó ungesto de desagrado antes de continuar—… en este lugar tan poco normal. Peroahora resulta que ya no eres la líder delas Hijas Oscuras y que has sidoexpulsada de tu entrenamiento como altasacerdotisa, lo cual te hace exactamenteigual que el resto de la gentuza de estehorrible colegio. —La madre deAphrodite vaciló un momento, como sinecesitara calmarse para poder seguir

hablando. Tuve que aguzar el oído paraoír sus susurros cuando añadió—: Tucomportamiento es inaceptable.

—Como siempre, has vuelto adefraudarnos —repitió su padre.

—Eso ya lo has dicho, papá —dijoAphrodite con su típica voz de gilipollasde siempre.

Como si se tratara de la rápidalengua de una serpiente, la madre deAphrodite alargó la mano y abofeteó enla cara a su hija tan fuerte que el ruidodel golpe me sobresaltó. Hice unamueca sin querer. Esperaba queAphrodite se levantara del banco y setirara a matar al cuello de su madre: no

en vano la llamábamos la bruja delinfierno. Pero no fue así. Sencillamente,Aphrodite se llevó la mano a la mejillay bajó la cabeza.

—No llores. Te lo he dicho muchasveces: las lágrimas son una muestra dedebilidad. Haz al menos algo bien y nollores —soltó la madre.

Lentamente, Aphrodite alzó lacabeza y retiró la mano de la cara.

—No pretendía decepcionarte,madre. De verdad que lo lamento.

—Decir que lo lamentas no arreglanada —continuó la madre—. Lo quequeremos es saber qué vas a hacer pararecuperar tu puesto.

Yo contuve el aliento, escondidaentre las sombras.

—No… no puedo hacer nada —dijoAphrodite, cuya voz sonó de prontoinconsolable y casi infantil—. Lo echétodo a perder, Neferet me pilló. Mearrebató a las Hijas Oscuras y puso aotra persona en mi lugar. Creo queincluso está pensando en enviarme a otraCasa de la Noche.

—¡Eso ya lo sabemos! —exclamó lamadre, elevando la voz y pronunciandocada palabra muy despacio y en un tonohelado—. Hemos ido a hablar conNeferet antes de venir a verte. Iba atrasladarte a otra escuela, pero nosotros

hemos intercedido por ti. Te quedarásaquí. Incluso tratamos de razonar conella para que te devolviera tu puestodespués de un período de castigo.

—¡Oh, madre, no!Aphrodite parecía horrorizada, y yo

la comprendía. Me imaginaba laimpresión que aquellos gélidos ypretenciosos padres, con aspecto de serperfectos, debían haber causado ennuestra alta sacerdotisa. Si Aphroditehabía tenido en algún momento la másmínima posibilidad de recuperar elfavor de Neferet, sus espeluznantespadres probablemente se la habíanechado a perder.

—¡Por supuesto que sí! ¿Es queacaso esperabas que nos quedáramostranquilamente sentados mientras túdestrozas tu futuro, convirtiéndote en unavampira cualquiera en una anodina Casade la Noche extranjera?

—Mientras tú destrozas tu vida másde lo que lo has hecho ya —añadió elpadre, rectificando las palabras de lamadre.

—Pero es que no se trata de que mehaya castigado —dijo Aphrodite que,obviamente, trataba de controlar supropia frustración mientras razonaba consus padres—. Lo lié todo bien liado. Ypor si eso fuera poco, ha llegado una

chica nueva cuyos poderes son másfuertes que los míos. Neferet no va adevolverme a las Hijas Oscuras aunquese le pase el enfado conmigo —continuóAphrodite que, acto seguido, dijo unacosa que me dejó completamenteperpleja—: Además, esa otra chica esmucho mejor líder que yo; me di cuentaen la noche de Samhain. Merece ser lajefa de las Hijas Oscuras. Yo no.

¡Dios! ¿Acaso se había congelado elinfierno?

La madre de Aphrodite dio un pasohacia su hija y yo retrocedí, convencidade que iba a soltarle otra torta. Pero nola pegó. Se inclinó de modo que sus

rostros quedaran a la misma altura ymiró a su hija a los ojos. Desde dondeyo estaba los rostros de ambas parecíantan idénticos, que casi daba miedo.

—No vuelvas a decir nunca más quealguien merece algo más que tú. Eres mihija, y siempre merecerás lo mejor.

Entonces la madre se enderezó y sepasó una mano por los cabellos, a pesarde que ni uno solo de sus pelos se habríaatrevido jamás a apartarse un milímetrode su sitio.

—Nosotros no hemos podidoconvencer a Neferet de que te devuelvatu puesto, así que tendrás queconvencerla tú.

—Pero madre, ya te he dicho que…—comenzó a decir Aphrodite, antes deque su padre la interrumpiera.

—Si apartas a esa chica nueva de tucamino, sin duda Neferet te devolverá tupuesto.

¡Vaya mierda! La «chica nueva» erayo, claro.

—Desacredítala. Oblígala a cometererrores y asegúrate de que otra personaque no seas tú se los cuenta todos aNeferet. Es el mejor modo —afirmó lamadre hablando con toda naturalidad,como si estuviera ordenándole qué ropaponerse al día siguiente en lugar demontando un complot contra mí.

¡Joder, y nos quejábamos de la brujadel infierno!

—¡Y cuidado con lo que haces! Tucomportamiento tiene que estar más alláde toda posible duda. Quizá debierasmostrarte más comunicativa acerca detus visiones al menos durante un tiempo—añadió el padre.

—¡Pero si lleváis años diciéndomeque trate siempre de guardarme misvisiones para mí porque son mi fuentede poder!

Apenas podía creer lo que estabaoyendo. Un mes antes, Damien me habíacontado que muchos de los chicos de laescuela pensaban que Aphrodite trataba

de ocultarle algunas de sus visiones aNeferet, pero todos creían que lo hacíaporque detestaba a los humanos. Locierto era que las visiones de Aphroditeeran siempre acerca de alguna futuratragedia en la que moría algún humano.Cuando Aphrodite compartía la visióncon Neferet, la alta sacerdotisa casisiempre era capaz de evitar el drama ysalvar vidas. El hecho de que Aphroditese guardara a propósito sus visionespara sí era una de las razones por lasque yo había decidido que tenía queocupar su puesto como líder de las HijasOscuras. Yo no estoy sedienta de poder.En realidad, ni siquiera quería el puesto.

¡Dios, pero si no tenía ni idea de quéhacer con él! Simplemente sabía queAphrodite era una bruja y que tenía quehacer algo para detenerla. ¡Y de repenteme enteraba de que algunas de las cosashorribles que había estado haciendo lashabía hecho simplemente porque sedejaba mangonear por sus odiosospadres! Su padre y su madre pensabande verdad que era correcto guardarsilencio acerca de una información quepodía salvar vidas. ¡Y su padre era elalcalde de Tulsa! No era de extrañar quesu rostro me resultara familiar. Era todotan increíble que hasta comenzaba adolerme la cabeza.

—¡Tus visiones no son la fuente detu poder! —exclamó el padre—. ¿Es quenunca escuchas? Te dije que podíasutilizar esas visiones para obtener poderporque la información es siempre unafuente de poder. El origen y la fuente detus visiones es el cambio que estáocurriendo en tu cuerpo, y esa es lafuente de tu poder. Es genético, eso estodo.

—Pero se supone que es un don dela Diosa —dijo Aphrodite en voz baja.

La risa de la madre sonó helada.—¡No seas estúpida! Si de verdad

existiera alguna Diosa, ¿por qué iba adarte poderes a ti? No eres más que una

ridícula chiquilla propensa a cometererrores, como demuestra esta últimaescapadita tuya una vez más. Así que séinteligente por una vez, Aphrodite:utiliza tus visiones para reconquistar elfavor de Neferet. Pero muéstrate máshumilde la próxima vez. Tienes quehacerle creer que lamentas de verdad loocurrido.

Apenas pude oír el susurro deAphrodite:

—Y lo lamento de verdad.—Esperamos que el mes que viene

nos des mejores noticias.—Sí, madre.—Bien, ahora llévanos al vestíbulo

para que podamos reunimos con losdemás.

—Por favor, ¿podría quedarme aquíun momento? No me encuentro del todobien.

—En absoluto. ¿Qué diría la gente?—contestó la madre—. Péinate yllévanos al vestíbulo. Y compórtatecomo debes. ¡Ahora!

Aphrodite se levantó lentamente delbanco. Mi corazón echó a galopar tandeprisa, que temí que me delatara. Meapresuré entonces a recorrer el senderohasta llegar a la bifurcación y, una vezallí, tomé el camino de salida del patiocasi corriendo.

De camino al dormitorio estuvepensando en lo que había oído. Creíaque mis padres eran horribles, perocomparados con los odiosos, poderososy monstruosos padres de Aphrodite,tenía que reconocer que, en el fondo,eran como los papas de la serietelevisiva La tribu de los Brady (yosiempre veo las series que reponen en elcanal de pago Nickelodeon). Por muchoque me costara admitirlo, lo que habíavisto esa noche me había hechocomprender por qué Aphrodite secomportaba como lo hacía. Quiero decirque, ¿cómo habría sido yo de no habertenido a mi abuela Redbird para

quererme, apoyarme y ayudarme acrecer durante los últimos tres años? Yhabía otra cosa, además. Hasta hacíamuy poco tiempo mi madre había sidouna madre normal. Por supuesto queestaba estresada y saturada de trabajo,pero había sido una madre para mídurante los primeros trece años de micorta vida de casi diecisiete. Habíacambiado solo después de casarse conJohn. Así que había tenido una buenamadre y una fantástica abuela, pero ¿y sino las hubiera tenido?, ¿y si todo lo quehubiera vivido hubiera sido como en losúltimos tres años, en los que me habíasentido como una intrusa no deseada

dentro de mi propia casa?Quizá entonces hubiera salido como

Aphrodite, que seguía permitiendo quesus padres controlaran su vida con ladesesperada esperanza de llegar a sersuficiente para ellos algún día, de que sesintieran orgullosos de ella y, de esaforma, llegaran a amarla.

Sí, lo que oí aquella noche me hizover a Aphrodite con ojos completamentenuevos, pero eso no me hizoprecisamente feliz.

3

—Sí, Zoey, comprendo todo lo quedices y eso, pero ¡Dios! Una de lascosas que oíste es que Aphrodite va atenderte una trampa para que te quiten elpuesto de líder de las Hijas Oscuras, asíque no lo lamentes tanto por ella —dijoStevie Rae.

—Sí, ya lo sé. Lo sé, y no es queahora la quiera con locura, pero… Solodigo que después de haber oído laconversación con sus padres,

comprendo por qué ella es como es.Íbamos de camino a la primera clase

del día. Bueno, en realidad Stevie Rae yyo prácticamente corríamos. Comosiempre, estábamos a punto de llegartarde. Sabía que no debía habermecomido ese segundo tazón de CondeChócula.

Stevie Rae giró los ojos en susórbitas.

—Y luego dices que yo soydemasiado buena.

—No es que sea buena, simplementesoy comprensiva. Pero ser comprensivano cambia el hecho de que Aphrodite secomporte como una guarra bruja del

infierno.Stevie Rae emitió un gruñido y

sacudió la cabeza, balanceando los rizosde un lado a otro como si fuera una niñapequeña. Su cabello corto resultabaextraño en la Casa de la Noche, dondetodo el mundo, incluidos los chicos,tenían un pelo ridículamente largo yespeso. Cierto, yo siempre habíallevado el pelo largo, pero aún así mechocó cuando llegué y me vibombardeada por una melena detrás deotra. Pero ahora lo comprendo. En parte,el cambio físico que se produce cuandote conviertes en vampiro consiste en quetus uñas y tu pelo crecen a una velocidad

anormalmente rápida. Con un poco depráctica, le puede incluso adivinar a quécurso pertenece un iniciado sin mirarlela pechera de la chaqueta. Los vampirostienen un aspecto diferente de loshumanos. No peor, simplementediferente. Así que es lógico que elcuerpo de un iniciado que ha atravesadomás etapas del cambio también tenga unAspecto diferente.

—Zoey, no me estás escuchando.—¿Cómo?—Digo que no bajes la guardia con

Aphrodite. Sí, tiene unos padres depesadilla que la controlan y lamanipulan. Bien, lo que sea. Pero aún

así, es malévola y vengativa. Tencuidado con ella.

—Eh, tranquila. Tendré cuidado.—Bien, vale. Te veo a tercera hora.—Hasta luego —grité mientras nos

separábamos.¡Dios!, Stevie Rae siempre se estaba

preocupando.Corrí a entrar en clase y a sentarme

en mi pupitre junto a Damien, y nadamás hacerlo él alzó una ceja y dijo:

—¿Otra vez has desayunado unsegundo tazón?

Entonces sonó el timbre y Neferetentró en clase.

Bueno, ya sé que es un poco raro (o

quizá la palabra correcta seasospechoso) el que una mujer se dediquea observar continuamente lo preciosaque es otra, pero Neferet es tanincreíblemente guapa, que parece comosi tuviera la capacidad de atraer toda laluz de una habitación nada más entrar.Ese día llevaba un sencillo vestidonegro y unas botas negras de morirse.Llevaba también los pendientes de plataen forma de espiral, simbolizando elcamino de la Diosa, y como siempre, elbordado de plata con el dibujo de laDiosa sobre el pecho. En realidad noparecía exactamente la Diosa Nyx, a laque juro que yo misma vi en una visión

el día que fui marcada, pero sí tenía suaura, su fuerza y su confianza en símisma. Tengo que admitirlo: deseabaser Neferet.

Aquel día no fue como los demás.En lugar de hablar durante la mayorparte de la hora, como era habitual (cosaque, por increíble que parezca, jamásresultaba aburrido), Neferet nos mandóescribir un ensayo sobre Gorgona, a laque llevábamos toda la semanaestudiando. Habíamos aprendido queGorgona no era el monstruo queconvierte en piedra a los hombres conuna simple mirada: en realidad habíasido una alta sacerdotisa, una famosa

vampira a la que la Diosa le habíaconcedido una afinidad o conexiónespecial con la tierra. De ahí,probablemente, procedía el conocidomito de que convertía a los hombres enpiedra. Estoy convencida de que si unaalta sacerdotisa se cabrea lo bastante ytiene una conexión mágica con la tierra(y dado que las piedras proceden, dehecho, de la tierra), puede fácilmenteconvertir a cualquiera en granito. Asíque el trabajo de ese día consistía enescribir un ensayo sobre el simbolismoy el mito humanos, y sobre el sentidoprofundo de la historia de Gorgona,oculto tras la ficción.

Pero yo estaba demasiado nerviosapara escribir. Además, tenía todo el finde semana para terminar el ensayo. Yme preocupaba mucho más el tema delas Hijas Oscuras. El domingo habríaluna llena. Todos esperaban que yodirigiera el ritual de las Hijas Oscuras.Y enseguida me di cuenta de que todo elmundo esperaba también que anunciaralos cambios que había planeado hacer.Ah, y necesitaba que alguien me dieraalguna pista acerca de esos cambios.Por sorprendente que parezca, tenía unaidea. Pero necesitaba ayuda.

Damien me lanzaba miraditascuriosas, pero yo no le hice caso y

recogí rápidamente el cuaderno paradirigirme a la mesa de Neferet.

—¿Algún problema, Zoey?—No. Bueno, sí. En realidad, si me

dejaras ir al centro multimedia duranteel resto de la hora, seguro que loresolvería.

Entonces me di cuenta de lo nerviosaque estaba. Llevaba solo un mes en laCasa de la Noche, y aún no conocía lasrazones que podían justificar la ausenciade un alumno de clase. Quiero decir quesolo dos chicos se habían puestoenfermos en todo ese mes. Y habíanmuerto. Los dos. Sus cuerpos habíanrechazado el cambio. Una de las muertes

había ocurrido justo delante de mí, enclase de lite. Había sido horrible. Pero,aparte de alguna muerte que otra, losestudiantes raramente faltaban a clase.Neferet me estaba observando, yentonces recordé lo intuitiva que era ypensé que probablemente estaría oyendoel ridículo monólogo de mi cabeza.Suspiré.

—Es por el asunto de las HijasOscuras. Me gustaría trabajar sobrealgunas ideas nuevas.

Neferet pareció complacida.—¿Puedo ayudarte en algo?—Seguramente sí, pero primero

tengo que investigar un poco y aclarar

mis ideas.—Muy bien, ven a verme cuando

estés preparada. Puedes pasar todo eltiempo que quieras en el centromultimedia —dijo Neferet.

—¿Necesito algún tipo de carné? —pregunté yo, vacilando.

Ella sonrió.—Soy tu mentora y te he dado

permiso, ¿qué más podrías necesitar?—Gracias —contesté yo,

sintiéndome como una tonta.Me apresuré a salir de clase. El día

en el que llevara el suficiente tiempo enla escuela como para conocer todas lasreglas y entresijos sería feliz. Aunque,

de todas maneras, no sé por qué mepreocupaba tanto. Los pasillos estabandesiertos. A diferencia de mi antiguoinstituto (el South Intermediate deBroken Arrow, que es un aburridobarrio residencial a las afueras deTulsa, Oklahoma), en la Casa de laNoche no había ningún bedelexcesivamente moreno con complejo deNapoleón que no tuviera nada que hacerexcepto pasearse por los pasillos,acosando a los alumnos. Así queaminoré el paso y me ordené a mí mismarelajarme. ¡Dios, sí que había estadoestresada últimamente!

La biblioteca estaba en la parte

frontal del área central del edificio de laescuela, y era una sala con variosniveles que imitaba el torreón de uncastillo, lo cual encajaba bien con elresto del colegio. Todo el edificioparecía sacado del pasado. Yprobablemente esa era una de lasrazones por las que había llamado laatención de los vampiros cinco añosatrás, cuando lo compraron. En aquelentonces era un internado para niñosricos en edad de ir al instituto, pero ensu origen había sido construido comomonasterio agustino para las gentes defe. Recuerdo que cuando le pregunté aNeferet cómo habían logrado convencer

a sus propietarios para que se lovendieran nada menos que a losvampiros, ella me había dicho que leshabían hecho una oferta que no habíanpodido rechazar. Aún se me ponía lacarne de gallina recordando elamenazador tono de voz de Neferet alresponder.

—¡Mi-aaaa-uu!Me asusté tanto, que casi me meé

encima.—¡Nala! ¡Casi me cago de miedo!La gata, tranquilamente, se lanzó a

mis brazos, y yo tuve que hacermalabarismos con el cuaderno, el bolsoy la pequeña, aunque regordeta, gata de

color naranja. Y mientras tanto Nala nodejaba de quejarse con su voz de viejagruñona. Nala me adoraba y me habíaelegido, pero eso no significaba quefuera siempre agradable. La cambié desitio en mis brazos y abrí la puerta delcentro multimedia.

Sí, lo que Neferet le había contado ami estúpido padrastro perdedor John eracierto. Los gatos merodeaban en libertadpor toda la escuela. A menudo seguían a«sus» chicos a clase. A Nala, enparticular, le gustaba ir a verme variasveces al día. Insistía en que le rascara lacabeza y se quejaba cuando no lo hacía,pero luego se marchaba a hacer lo que

quiera que hagan los gatos en su tiempolibre. ¿Montar un complot para dominarel mundo, quizá?

—¿Necesitas ayuda con la gata? —me preguntó la especialista en materialmultimedia.

Yo la había visto solo una vezdurante mi primera semana de estanciaen la escuela, la semana de orientación,pero recordaba que se llamaba Safo.(Bueno, no era la verdadera Safo, lapoetisa vampira que había muerto hacíaya como unos mil años y cuya obra,precisamente, estábamos estudiando enese momento en clase de lite).

—No, Safo, pero gracias. En

realidad a Nala no le gusta nadie másque yo.

Safo, una diminuta vampira de pelomoreno cuyos tatuajes, según me habíaexplicado Damien, eran sofisticadasletras del alfabeto griego, sonriócariñosamente en dirección a Nala.

—Los gatos son unas criaturasmaravillosas y muy interesantes, ¿no teparece?

Cambié a Nala de hombro y ellarefunfuñó en mi oído.

—Desde luego no son como losperros.

—¡Gracias a la Diosa, no!—¿Te importa si utilizo uno de los

ordenadores?El centro multimedia estaba repleto

de estanterías y estanterías de libros.Había miles de ellos. Pero también teníaun laboratorio de ordenadores muymoderno y puntero.

—Por supuesto, esta es tu casa. Y nodudes en llamarme si no encuentras loque buscas.

—Gracias.Elegí un ordenador que había sobre

una mesa grande y bonita, y entré enInternet. Aquello sí que era diferente demi antiguo instituto. No hacían faltacontraseñas ni había instaladosprogramas filtro para restringir las

páginas que se podían visitar. En laescuela se esperaba que los iniciadosmostrasen un poco de sentido común yse comportaran como debían. Y si no lohacían, los vampiros, a los que eraimposible engañar, siempre lodescubrían. El mero hecho de pensar enmentirle a Neferet me producíaretortijones.

Pero tenía que centrarme y dejar dedivagar. Aquello era importante.

Bien, una bonita idea me habíaestado rondando por la cabeza. Habíallegado el momento de descubrir siservía para algo. En la página debúsqueda de Google escribí «institutos

preparatorios privados». Salieronmiles de resultados. Comencé a leer.Buscaba una escuela exclusiva y declase alta (no una de esas «academiasalternativas» que simplemente entrenana futuros criminales… ¡puaj!). Y queríaque se tratara de una escuela antigua,una que llevara en pie variasgeneraciones. Buscaba algo que hubierapasado la prueba del tiempo.

Enseguida encontré Chatham Hall,que era la escuela a la que hubieradebido de asistir Aphrodite. Se tratabade un instituto preparatorio exclusivo dela costa este y, ¡Dios, sí que erapretencioso! Salí de la página. Ningún

lugar digno de la aprobación de lospadres de Aphrodite podía servirmecomo modelo. Seguí buscando… Exeter,Andover, Taft, Miss Porter’s (en serio,jeje, se llamaba así), Kent…

—Kent. He oído ese nombre antes—le dije a Nala, que se habíaacurrucado sobre la mesa para poderobservarme somnolienta. Entré en lapágina—. Está en Connecticut, por esome resulta familiar. Es el colegio al queasistía Shaunee antes de ser marcada.

Busqué por la página: sentíacuriosidad por conocer el lugar en elque Shaunee había pasado la primeraparte del primer año (nuestro tercero).

Era un bonito colegio, eso no se podíanegar. Un tanto pretencioso, pero teníaalgo que lo hacía más simpático que elresto de colegios preparatoriosprivados. O quizá solo me lo parecieraporque conocía a Shaunee. Seguíbuscando por el sitio, y de repente lo vi.

—¡Esto es! —musité para mí misma—. Es el tipo de material que estababuscando.

Saqué mi bolígrafo y mi bloc denotas y me entretuve tomando notas.Muchas notas.

De no haber ronroneado Nala, habría

saltado aterrada de la silla al oír unaprofunda voz detrás de mí.

—Pareces muy concentrada en eso.Miré por encima de mi hombro. Y

me quedé helada. ¡Ohdiosmío!—Lo siento, no pretendía

interrumpirte. Es solo que es tan pocofrecuente ver a un estudiante escribiendode su puño y letra en lugar de dandomartillazos a las teclas del ordenador,que pensé que estabas escribiendopoesía. ¿Sabes?, yo prefiero escribirpoesía a mano. El ordenador esdemasiado impersonal.

Mi mente me ordenaba a gritos quedejara de comportarme como una

imbécil, que contestara, que hablara.—Eh… no estoy escribiendo poesía.¡Dios!, esa sí que había sido una

frase brillante.—Ah, bueno, solo quería

comprobarlo. Me alegro de haberhablado contigo.

Él sonrió y se giró para marcharse, yjusto entonces por fin mi boca consiguióarticular algo un poco más interesante:

—Eh… yo también creo que losordenadores son demasiadoimpersonales. Jamás he escrito poesía,pero cuando escribo algo que esimportante para mí, me gusta hacerlocon esto —dije, alzando el bolígrafo.

—Bueno, quizá debieras probar aescribir poesía. Me da la sensación deque puede que tengas el alma de unapoetisa. Por lo general a estas horassuelo venir aquí a charlar un rato conSafo. Soy profesor, pero no doy todo elhorario completo porque solo voy aestar aquí durante un curso escolar. Nodoy más que dos clases, así que mesobra mucho tiempo. Me llamo LorenBlake, vampiro y poeta laureado —dijo,alargando una mano.

Yo lo agarré del antebrazo con elsaludo tradicional de los vampiros,tratando de no pensar demasiado en localiente que lo tenía, en lo fuerte que

parecía y en lo solos que estábamos losdos en el centro multimedia vacío.

—Lo sé —dije, e inmediatamentedeseé cortarme el cuello. ¡Qué tonteríaacababa de decir!—. Lo que quierodecir es que sé quién eres. Eres elprimer poeta laureado en doscientosaños —añadí, dándome cuenta entoncesde que aún estaba agarrándolo delbrazo, y soltándolo—. Yo soy ZoeyRedbird.

Su sonrisa hizo que mi corazón sebalanceara dentro del pecho.

—Yo también sé quién eres tú —dijo él. Sus preciosos ojos, tan oscurosque parecían negros y sin fondo,

soltaron una chispa maliciosa—. Eres laprimera iniciada con la marca coloreaday extendida, y la única vampira, iniciadao adulta, que haya tenido jamás afinidadcon los cinco elementos. Me alegro deconocerte por fin cara a cara. Neferetme ha hablado mucho de ti.

—¿En serio?Me sentí mortificada al oír lo

chillona que sonaba mi voz.—Por supuesto. Está terriblemente

orgullosa de ti —contestó él, asintiendoen dirección a mi silla vacía—. Noquiero interrumpir tu trabajo, pero ¿teimporta si me siento contigo un rato?

—Sí, claro. De todos modos

necesitaba un descanso. Creo que se meha dormido el culo.

En ese instante deseé que Diosacabara conmigo.

Él se echó a reír.—Bueno, entonces, ¿quieres

quedarte de pie mientras yo me siento?—No, yo… eh… cambiaré de

postura.Y luego me tiraría por la ventana.—Bien, y si no es demasiado

personal, ¿puedo preguntarte en quéestás trabajando con tanta diligencia?

Bien, tenía que ponerme a pensar y ahablar. Ser normal. Olvidarme de que élera el hombre más arrebatadoramente

guapo al que me había acercado en todami vida. Era un profesor de la escuela.Simplemente otro profesor. Eso eratodo. Sí, claro, solo otro profesor, perocon el aspecto del hombre perfecto conel que soñaba toda mujer. Y me refiero aun hombre. Erik era sexi, guapo y muymolón. Pero Loren Blake era porcompleto otro universo. Un universo sinlímites e increíblemente sexi, al que yono tenía acceso. ¡Como si él fuera averme a mí como a algo más que a unachiquilla! ¡Por favor! Yo tenía dieciséisaños. Bueno, casi diecisiete. Pero aúnasí. Él probablemente tendría al menosveintiuno. Sencillamente se mostraba

amable. Y casi con toda seguridad loque quería era echarle un vistazo decerca a mi extraña marca. Quizáestuviera recopilando datos para unainvestigación con la que escribiría unpoema sobre…

—¿Zoey? Si no quieres contarme enqué estás trabajando, no importa. Enserio, no pretendía molestarte.

—¡No, no importa! —dije yo,respirando hondo y calmándome—. Losiento, supongo que seguía pensando enmi investigación —mentí, esperando queél fuera un vampiro lo suficientementejoven como para no tener el poder dedetectar las mentiras del que disponían

los profes más mayores. Enseguida soltéa toda prisa—: Quiero cambiar lasHijas Oscuras. Creo que necesita unbuen cimiento: reglas claras, pautas. Nosolo para entrar, sino también paracuando ya se está dentro. No debería serposible comportarse como un gilipollasy seguir siendo una hija oscura o un hijooscuro.

Hice una pausa y sentí que me poníacolorada y que la cara me ardía. ¿Quédemonios había estado balbuceando?Debía haber sonado como una colegialaimbécil.

Pero en lugar de echarse a reír o,peor aún, decir algo en un tono

autoritario y marcharse, él parecióreflexionar sobre lo que yo había dicho.

—¿Y qué se te ha ocurrido?—Bueno, me gusta el modo en el que

dirigen a este grupo de líderesestudiantiles en este colegio privado,Kent. Mira —contesté yo, haciendo cliccon el ratón en un enlace a la derecha dela página—. El Consejo de Estudiantes yel sistema de prefectos forman parteintegrante de la vida del colegio. Losalumnos elegidos como líderes paraocupar el cargo de prefecto, tanto si vana formar parte del Consejo deEstudiantes como si van a realizar otratarea, se comprometen a mantener un

comportamiento modelo y dirigen todoslos aspectos de la vida del estudiante enel colegio —expliqué, señalando lapantalla con el bolígrafo—. ¿Lo ves?,hay distintas prefecturas, y cada año seelige un Consejo nuevo con los votos delos estudiantes y de los profesores,aunque la elección final depende deldirector de la escuela, que en nuestrocaso sería Neferet, y del prefecto senior.

—Que serías tú —dijo él.Sentí que me ponía colorada. Otra

vez.—Sí. Aquí dice también que todos

los años, en el mes de mayo, se nombranposibles candidatos para el Consejo del

curso siguiente y que lo celebran con unbanquete —dije con una sonrisa,añadiendo más para mí misma que paraél—: Me parece un ritual nuevo dignode la aprobación de Nyx.

Mientras lo decía, sentí en lo másprofundo de mi interior que era así.

—Me gusta —dijo Loren—. Meparece una gran idea.

—¿En serio?, ¿no lo dices pordecir?

—Hay algo que deberías saberacerca de mí. Yo no miento.

Lo miré a los ojos. Parecían no tenerfondo. Estaba sentado tan cerca de míque podía sentir el calor que emanaba

de su cuerpo. Tuve que reprimir unescalofrío ante la repentina oleada dedeseo prohibido que provocó en mí.

—Bueno, entonces gracias —dije envoz baja. De pronto me envalentoné yproseguí—: Quiero que las HijasOscuras sean algo más que un simplegrupo social. Quiero que sirvan deejemplo, que hagan el bien. Por eso hepensado que cada una de nosotrasdebería jurar mantener cinco ideales querepresenten a los cinco elementos.

—¿Sí?, ¿y en qué habías pensadoexactamente? —preguntó él, alzando lascejas.

—Las Hijas y los Hijos Oscuros

deberían jurar ser auténticos por el aire,fieles por el fuego, sabios por el agua,empáticos por la tierra y sinceros por elespíritu.

Había terminado la explicación sinmirar siquiera mis notas. Me sabía loscinco ideales de memoria. Por eso pudeobservar sus ojos. Por un momento él nodijo nada. Luego, lentamente, alzó undedo y trazó con él el perfil de mimarca. Quería echarme a temblar anteaquella caricia, pero no podía moverme.

—Bella, inteligente e inocente —susurró él. Luego, con su increíble voz,recitó—: «La mejor parte de la bellezaes aquella que ninguna imagen puede

expresar».—Lamento mucho interrumpiros,

pero necesito comprobar los tres librossiguientes de esta serie para la profesoraAnastasia.

La voz de Aphrodite rompió elhechizo entre Loren y yo, al tiempo quecasi me produjo un ataque al corazón.De hecho, Loren parecía habersesobresaltado tanto como yo. Bajó lamano de mi frente y se encaminórápidamente hacia el mostrador. Yo mequedé sentada donde estaba como sifuera la prolongación de la silla,garabateando en el bloc de notas ytratando de parecer ocupada. Pero solo

hacía garabatos. Oí que Safo volvía yocupaba el lugar de Loren,disponiéndose a comprobar los librospara Aphrodite. Luego lo oí a élmarcharse y, casi como si no pudieraevitarlo, me giré para mirarlo. Él saliópor la puerta sin prestarme la másmínima atención.

Pero Aphrodite sí que me mirabadirecta y abiertamente, con unamaliciosa sonrisa en los labiosperfectos.

¡Hay que fastidiarse!

4

Quería contarle a Stevie Rae lo que mehabía pasado con Loren y también queAphrodite nos había interrumpido, perono me apetecía hacerlo delante deDamien y las gemelas. No porque ellosno fueran también mis amigos, sinoporque no había tenido tiempo aún dereflexionar sobre lo ocurrido y la ideade verlos a todos hablando a gritos meponía los pelos de punta. Sobre todoporque las gemelas habían cambiado su

horario para poder asistir a la claseoptativa de Loren de poesía, y las doshabían admitido abiertamente que sepasaban toda la hora mirándoloembelesadas. Se volverían locas cuandose lo contara. Y además, ¿qué habíaocurrido en realidad? Quiero decir quesimplemente el chico me había tocado lacara.

—¿Qué te pasa? —preguntó StevieRae.

Los cuatro habían estado muy atentosa la ensalada de Erin, discutiendoacerca de si la extraña cosa alargadaque había en su plato era un pelo o unade esas ralladuras alargadas de apio,

pero nada más hacer Stevie Rae lapregunta todos volcaron su atenciónsobre mí.

—Nada, solo estoy pensando en elRitual de la Luna Llena del domingo.

Miré a mis amigos. Me observabancompletamente convencidos de que seme había ocurrido algo, de que no iba ahacer el ridículo. Ojalá tuviera yo esaconfianza en mí misma.

—Bueno, ¿y qué vas a hacer?, ¿tehas decidido ya? —preguntó Damien.

—Eso creo. De hecho, ¿qué osparece, chicos, la idea de…?

Me lancé a contarles toda la idea delConsejo y del prefecto, y mientras lo

hacía me di cuenta de que realmente eraun proyecto bastante bueno. Terminécontándoles lo de los cinco ideales y susrespectivos cinco elementos.

Pero nadie dijo nada. Comenzaba apreocuparme cuando Stevie Rae selanzó sobre mí y me abrazó con fuerza.

—¡Oh, Zoey! ¡Vas a ser una altasacerdotisa impresionante!

Damien tenía los ojos llenos delágrimas, y su voz sonóconmovedoramente rota cuando dijo:

—Me siento como si estuviera en lacorte de una gran reina.

—O puede que tú también seas unagran reina —dijo Shaunee.

—Su majestad, la reina Damien…jejeje —dijo Erin, soltando una risita.

—¡Sois todos unos…! —advirtióStevie Rae.

—Lo siento —dijeron las gemelas alunísono.

—No he podido resistirme —añadióShaunee—. Pero, en serio, me encanta laidea.

—Sí, es una idea excelente paramantener a las brujas fuera —dijo Erin.

—Bueno, esa es otra de las cosas delas que quería hablaros, chicos —dijeyo, respirando hondo—. Creo que sietees un buen número para el Consejo. Esun número prudente, ni demasiado

grande ni demasiado pequeño, y de esaforma no hay posibilidad de un empateque paralice las decisiones —expliqué.Todos asintieron—. Bien, pues segúntodo lo que he estado leyendo, y no solosobre las Hijas Oscuras sino tambiénsobre grupos de líderes estudiantiles engeneral, los miembros del Consejopertenecen siempre a la clase de losmayores. En realidad el prefecto senior,que sería yo, es un estudiante del últimocurso, no del primero que, en nuestrocaso, es la clase de tercero.

—Me gusta más cómo suena lo detercero. Lo prefiero. Parecemos mayores—dijo Damien.

—Lo llamemos como lo llamemos,sigue siendo muy raro que seamos delprimer curso. Lo cual significa quenecesitamos a dos chicos más mayorespara el Consejo.

Hubo una pausa, y entonces Damiendijo:

—Yo quiero nominar a Erik Night.Shaunee giró los ojos en sus órbitas.—Vale, ¿cuántas veces tenemos que

explicártelo? —intervino Erin—. Esechico no es de tu equipo. Le gustan lastetas y las vaginas, no los penes y losan…

—¡Para! No estoy dispuesta enabsoluto a seguir hablando de ese tema.

Creo que Erik Night es una buenaelección, y no porque yo le guste a él oporque… bueno…

—¿Para contrarrestar chicos ychicas, entonces? —sugirió Stevie Rae.

—Sí, eso es, chicos contra chicas.Creo que él tiene las cualidades queestamos buscando. Tiene talento, caebien a todo el mundo y es realmente unbuen chico.

—Y está de… —añadió Erin.—… muerte —terminó Shaunee la

frase por ella.—Es verdad, está de muerte, pero no

vamos a basar el hecho de merecer sermiembro o no en la apariencia.

Shaunee y Erin fruncieron el ceño,pero no discutieron mi argumento. Enrealidad no son chicas superficiales:solo son un poco frívolas.

Yo respiré hondo y continué:—Y creo que el séptimo miembro

del Consejo tiene que ser una de lasseniors que formaba parte del grupo deAphrodite. Bueno, si alguna de ellasquiere formar parte del Consejo.

Esa vez no se produjo ningúnsilencio lleno de admiración. Erin yShaunee, como siempre, exclamaron almismo tiempo:

—¡Una de las brujas del infierno!—¡De ninguna de las jodidas

maneras!Mientras las gemelas tomaban una

bocanada de aire para poder ponerse agritar otra vez, Damien habló:

—No veo cómo va a ser esa unabuena idea.

Stevie Rae se quedó callada, peroparecía molesta.

Yo alcé la mano, y me complació ysorprendió ver que todos se callabanpara escucharme.

—No me hice cargo de las HijasOscuras para iniciar una guerra en laescuela. Me hice cargo porqueAphrodite era una imbécil y alguientenía que detenerla. Y ahora que estoy al

mando, quiero que las Hijas Oscuras seaun grupo al que los chicos se sientanhonrados de pertenecer. Y no me refierosolo a un grupo selecto de coleguitas,como cuando Aphrodite era líder. Tieneque costar trabajo entrar en las Hijas ylos Hijos Oscuros, y tiene que ser ungrupo escogido. Pero no porque tenganoportunidad de entrar solo los amigosdel líder. Quiero que todo el mundo sesienta orgulloso de las Hijas y los HijosOscuros, y creo que permitiendo queentre en el Consejo una de las chicas delantiguo grupo el mensaje quedará bienclaro.

—O quizá estés dejando entrar a una

víbora —dijo Damien en voz baja.—Corrígeme si me equivoco,

Damien, pero ¿no son las serpientesaliadas íntimas de Nyx? —pregunté yo,y enseguida me lancé a hablar a todaprisa, siguiendo una intuición que surgíaen mí—. ¿No se han ganado lasserpientes su mala reputación porquehistóricamente han sido siempresímbolos del poder femenino, y porquelos hombres querían arrebatarles esepoder a las mujeres, haciendo de ellasalgo desagradable y aterrador?

—Sí, tienes razón —concedióDamien reacio—, pero eso no significaque sea buena idea dejar que una de la

banda de Aphrodite entre en el Consejo.—¿Lo ves? A eso me refería. No

quiero que sea simplemente nuestroConsejo. Quiero que se convierta en unatradición en la escuela, algo que sigafuncionando cuando nosotros noestemos.

—Entonces lo que quieres decir esque si alguno de nosotros no consiguesuperar el cambio, al fundar este nuevogrupo de Hijas Oscuras será como sisobreviviera de algún modo —dijoStevie Rae, captando la atención detodos los demás.

—Eso es exactamente lo que quierodecir… aunque creo que no me había

dado cuenta hasta este momento —meapresuré yo a decir.

—Bueno, esa parte me gusta, aunqueno tengo ninguna intención de ahogarmeen mis propios pulmones sanguinolentos—dijo Erin.

—Por supuesto que no te ahogarás,gemela. Es una forma demasiado pocoatractiva de morir.

—Yo ni siquiera quiero pensar en elhecho de no sobrevivir al cambio —dijoDamien—. Pero si… si me ocurrieraalgo horrible, me gustaría que quedaraalgo mío aquí, en la escuela.

—¿Podemos hacer placas? —preguntó Stevie Rae que, de pronto,

estaba más pálida de lo normal.—¿Placas? —pregunté yo, que no

tenía ni idea de qué estaba hablando.—Sí, creo que deberíamos hacer una

placa o algo para que quede constanciade los nombres de los… los… ¿cómolos has llamado?

—Prefectos —indicó Damien.—Eso, prefectos. La placa, o lo que

sea, podría llevar los nombres de losprefectos del Consejo de cada año, yquedaría expuesta para siempre.

—¡Sí! —afirmó Shaunee,entusiasmada ante la idea—. Pero nobasta con una placa. Necesitamos algomás guay, no una simple placa vieja.

—Algo que sea único… comonosotros —sugirió Erin.

—La huella de la mano —intervinoDamien.

—¿Cómo? —pregunté yo.—Las huellas de nuestras manos son

únicas. ¿Y si hacemos moldes decemento de cada una de nuestras manos,y luego firmamos debajo? —sugirióDamien.

—¡Como las estrellas deHollywood! —exclamó Stevie Rae.

Bueno, la idea resultaba un pocoempalagosa, lo cual significaba que nopodía evitar que me gustara. Era comonosotros: única, molona, y rayando con

lo hortera.—Creo que la idea de la mano es

excelente. ¿Y sabéis dónde las vamos aponer? —pregunté yo. Todos memiraron contentos y con los ojosbrillantes. Habían olvidado supreocupación por el hecho de que una delas amigas de Aphrodite fuera a unirseal Consejo, y tampoco parecíanacordarse de nuestro constante miedo ano superar el cambio—. En el patio, esel lugar perfecto.

Entonces sonó la campana paraavisar de que teníamos que volver aclase. Le pedí a Stevie Rae que le dijeraa nuestro profesor de español, el señor

Garmy, que llegaría tarde porque habíatenido que ir a ver a Neferet. Teníamuchas ganas de contarle mis nuevasideas. Y tampoco tardaría mucho, porotra parte: le contaría solo las líneasgenerales para ver si le gustaba elrumbo que había tomado. Quizá… quizáincluso le pidiera que viniera al Ritualde la Luna Llena del domingo para queestuviera allí cuando anunciara quehabría un nuevo proceso de selecciónpara ser miembro de las Hijas e HijosOscuros. Estaba pensando en lonerviosa que me pondría si Neferetasistía para observarme trazar el círculoy dirigir mi propio ritual, y repitiéndome

a mí misma con dureza que tenía quecalmarme y que lo mejor para las HijasOscuras era que Neferet estuviera allípara demostrar así a todo el mundo suapoyo a mis nuevas ideas cuando…

—¡Pero eso es lo que vi!Era la voz de Aphrodite, que se oía

por la rendija de la puerta entreabiertadel aula donde daba clase Neferet.Aquello me detuvo en seco, paralizandoincluso mis pensamientos. La voz deAphrodite sonaba horrorizada: parecíamuy disgustada y quizá incluso un pocoasustada.

—Si eso es todo lo que puedes ver,entonces quizá sea mejor que dejes de

contarle lo que ves a los demás —contestó Neferet con una voz helada,dura y aterradora.

—¡Pero Neferet, tú me lopreguntaste! ¡Yo solo te he dicho lo quehe visto!

¿De qué estaba hablando Aphrodite?¡Dios!, ¿acaso había corrido a contarle aNeferet que Loren me había tocado lacara? Miré a mi alrededor en el pasillodesierto. Debería haberme marchado deallí, pero de ninguna forma estabadispuesta a hacerlo si esa bruja estabahablando de mí, a pesar de que Neferetparecía no creerla. Así que en lugar demarcharme como una chica lista, me

acerqué sigilosa y rápidamente al huecoen sombras tras la puerta entreabierta yme escondí. Y entonces, pensando a todamáquina, se me ocurrió quitarme unpendiente de aro de plata y tirarlo alrincón. Entro y salgo muchas veces de laclase de Neferet, y no resultaría nadaextraño que estuviera buscando mipendiente por allí.

—¿Sabes qué quiero que hagas? —preguntó Neferet con una voz tanenfurecida y de la que emanaba tantopoder, que pude sentir sus palabrasreptando por mi piel—. Quiero queaprendas a no hablar de cosas que soncuestionables.

La última palabra la habíapronunciado alargándola. Yo seguípreguntándome si Aphrodite estabacotilleando acerca de Loren y de mí.

—Solo… solo quería que losupieras —se disculpó Aphrodite,comenzando a llorar mientras se leatragantaban las palabras entre llanto yllanto—. Pensé que tú podrías haceralgo.

—Quizá sea más inteligente pensarque como te has comportado como unaegoísta en el pasado, Nyx te ha retiradotu poder y ya no gozas de su favor, y poreso ahora lo que ves son imágenesfalsas.

Yo no había percibido nunca tantacrueldad en la voz de Neferet. Nisiquiera parecía ella, y me asustaba deun modo que ni siquiera podía definir.El día en que había sido marcada habíasufrido un accidente antes de llegar a laCasa de la Noche. Estando inconsciente,había tenido una experienciaextracorporal durante la cual habíaconocido a Nyx. La Diosa me habíadicho que tenía planes especiales paramí, y luego me había besado en la frente.Al despertar, mi marca estabacoloreada. Tenía una poderosa conexióncon los elementos, aunque de eso no medi cuenta hasta mucho más tarde, y

también tenía a veces extrañasintuiciones que me decían que tenía quehacer o decir ciertas cosas (y que enocasiones me decían muy claramenteque mantuviera la boca cerrada). Y enese momento mi intuición me decía quela ira de Neferet no era correcta aunquefuera la respuesta al malicioso cotilleode Aphrodite acerca de mí.

—¡Por favor, Neferet, no digas eso!—lloró Aphrodite—. ¡Por favor, no medigas que Nyx me ha rechazado!

—Yo no tengo por qué decirte nada.Mira tú en tu interior. ¿Qué te dice tualma?

De haber dicho Neferet aquellas

palabras con amabilidad, habríansonado simplemente como el consejo deuna profesora o de una sabia altasacerdotisa a una persona conproblemas: mira en tu interior, busca, yhallarás la solución. Pero la voz deNeferet era dura, despreciativa y cruel.

—Me… me dice que… que he… hecometido errores, pero no que la Diosame odia.

Aphrodite lloraba tanto, que cadavez me costaba más comprender lo quedecía.

—Entonces deberías mirar con másatención.

Los llantos de Aphrodite eran

desgarradores. No podía seguirescuchando. Dejé el pendiente y seguími intuición, que me decía que memarchara de allí.

5

Durante el resto de la clase de españolme dolió el estómago tanto, que hastaestuve pensando en cómo preguntarle alprofe Garmy «¿Puedo ir a baño?»*[1].Me quedé en el servicio tanto tiempo,que Stevie Rae fue a preguntarme si mepasaba algo.

Sabía que ella estaba muypreocupada por mí. Quiero decir que siun iniciado comienza a sentirse mal, esosuele significar que se está muriendo. Y

sin duda yo tenía un aspecto horrible. Ledije a Stevie Rae que me estaba bajandola regla y que los retortijones meestaban matando, aunque no literalmente.Pero ella no se quedó muy convencida.

Me alegré increíblemente de ir a laúltima clase de la semana, la clase deequitación. No solo porque la adoraba,sino también porque siempre meserenaba. Se puede decir que estasemana me he graduado de hecho en elgalope con Perséfone, la yegua queLenobia (y no la llamo profesoraLenobia porque ella nos dijo que elnombre de pila de la reina vampiraantigua era ya título suficiente) me había

asignado en mi primera semana de clase.También he estado practicando elcambio de riendas. Trabajé con lapreciosa yegua hasta que las dosacabamos sudando y me sentí un pocomejor del estómago, y luego me tomé mitiempo aseándola y peinándola, sinimportarme que la campana hubierasonado y que las clases hubieranterminado media hora antes de salir yodel establo. Entonces fui alinmaculadamente ordenado y limpioalmacén, donde se guardan los cepillos,y me sorprendió ver allí a Lenobia,sentada en una banqueta delante de lapuerta. Estaba encerando una silla de

montar inglesa perfectamente reluciente.Lenobia era despampanante incluso

para ser vampiro. Tenía un increíblepelo que le llegaba a la cintura y tanrubio, que parecía casi blanco. Sus ojoseran de un extraño color gris, como uncielo tormentoso. Era menudita y semovía como una primera bailarina. Ensu tatuaje se dibujaba una intrincadaserie de nudos azul zafiro, entrelazadosalrededor del rostro, y entre ellossurgían y se erguían caballos.

—Los caballos pueden ayudarnos aresolver nuestros problemas —comentóLenobia sin apartar los ojos de la silla.

Yo no supe muy bien qué contestar.

Me gustaba Lenobia. Sí, cierto, alprincipio me había asustado: era unaprofesora severa y sarcástica, pero conel tiempo, al conocerla mejor (y una vezque había comprendido que los caballosno eran simplemente perros grandes),había llegado a apreciar su sabiduría ysu actitud seria. En realidad, después deNeferet, ella era mi profesora favorita,aunque ella y yo jamás habíamoshablado de otra cosa que no fuerancaballos. Así que, un tanto dubitativa,contesté por fin:

—Perséfone siempre consigueserenarme incluso aunque no esté enabsoluto tranquila. ¿Tiene eso algún

sentido?Entonces ella alzó la cabeza hacia

mí con sus ojos grises turbios depreocupación y dijo:

—Tiene mucho sentido. —Luegohizo una pausa y añadió—: Te hasencontrado con muchasresponsabilidades nuevas en un espaciomuy corto de tiempo, Zoey.

—No me importa —aseguré yo—.Quiero decir que ser la líder de lasHijas Oscuras es un honor.

—A menudo las cosas que suponenpara nosotros un mayor honor nosproporcionan también los problemasmás grandes —dijo ella que, acto

seguido, hizo una pausa, tratando dedecidir si debía continuar hablando ono. Entonces enderezó la espalda otropoco más, pues siempre iba muy recta, ycontinuó—: Neferet es tu mentora, y esperfectamente normal que acudas a ellaa contarle tus cosas, pero a veces esdifícil hablar con una alta sacerdotisa.Quiero que sepas que puedes venir ahablar conmigo… sobre lo que quieras.

Yo parpadeé, gratamentesorprendida y respondí:

—Gracias, Lenobia.—Ya guardaré yo eso. Corre, vete.

Seguro que tus amigos se estaránpreguntando qué te ha pasado —dijo

Lenobia, sonriendo y alargando unamano para coger los cepillos—. Puedesvenir a los establos a ver a Perséfonecuando quieras. A menudo cepillar a uncaballo te hace ver el mundo de un modomás sencillo de alguna manera.

—Gracias —volví a decir yo.Juro que mientras me iba del establo

la oí decir en voz baja algo así como«Quiera Nyx bendecirte y cuidarte».Pero era demasiado raro. Por supuesto,también era raro que me hubiera dichoque podía ir a hablar con ella. Losiniciados crean siempre un vínculo muyestrecho con sus mentores, y yo tenía unamentora excepcional con la alta

sacerdotisa de la escuela. Claro que nosgustan los demás vampiros adultos, perosi un chico tiene problemas que no escapaz de resolver solo se los cuenta a sumentor. Siempre.

El camino de los establos aldormitorio no es largo, pero yo me tomémi tiempo, tratando de prolongar lasensación de paz que me habíaproporcionado el trato con Perséfone.Me alejé un poco del sendero y medesvié hacia los viejos árboles querecorren el grueso muro que rodea losterrenos de la escuela por el lado este.Eran casi las cuatro en punto (de lamadrugada, por supuesto) y la inmensa

luna asentada en el cielo iluminabaadmirablemente la profundidad de lanoche.

Había olvidado cuánto me gustabapasear por esa parte del muro de laescuela. De hecho, había estadoevitando acercarme allí durante elúltimo mes, desde que había visto ocreído ver a los dos fantasmas.

—¡Mi-aaa-uu!—¡Mierda, Nala! ¡No me asustes

así! —exclamé yo. Mi corazón latíacomo un loco mientras tomaba a la gataentre mis brazos y la acariciaba. Ella nodejaba de quejarse—. ¡Dios!, podríashaber sido un fantasma.

Nala alzó la vista hacia mí yestornudó encima de mi cara, cosa queyo tomé como su respuesta a micomentario sobre la posibilidad de quefuera un fantasma.

Vale, la primera «visión» quizáhubiera sido de un fantasma. Yo habíasalido ahí fuera el día después de lamuerte de Elizabeth, el mes anterior.Ella había sido la primera de los dosiniciados cuyas muertes habían sacudidoa la escuela. Bueno, hablando con másexactitud, a quien habían sacudido era amí. Como cualquier iniciado, es decir,cualquiera de nosotros podía caermuerto en cualquier momento durante

los cuatro años que tardaba enproducirse el proceso fisiológico delcambio de humano a vampiro, la escuelaesperaba de nosotros que afrontásemosla muerte simplemente como un hechonatural de la vida del iniciado. Se decíauna oración o dos por el chico muerto.Se encendía una vela. Lo que fuera. Perosencillamente se superaba y secontinuaba adelante.

A mí eso me seguía pareciendo mal,pero quizá fuera porque yo solo llevabaun mes experimentando el proceso delcambio y aún era más humana quevampiro o incluso que iniciado.

Suspiré y le rasqué a Nala las

orejas. De cualquier manera, la nochedespués de la muerte de Elizabeth captéfugazmente algo que creí que era ella. Osu fantasma, porque desde luego ellaestaba muerta. No fue más que unavisión fugaz, y Stevie Rae y yo lodiscutimos sin llegar a decidir realmentequé había sido. Lo cierto era quesabíamos muy bien que los fantasmasexisten: los que había conjuradoAphrodite un mes antes casi habíanmatado a mi ex novio humano. Así quebien podía haber visto al recién liberadoespíritu de Elizabeth. Por supuestotambién puede que hubiera visto a uniniciado, y como era de noche y solo

llevaba aquí unos pocos días, y ademásdurante esos días había vivido mierdasincreíbles, quizá me lo hubieraimaginado todo.

Me dirigí hacia el muro y torcí a laderecha, deambulando a lo largo en esadirección que me llevaría cerca delsalón de entretenimiento y, finalmente,hacia los dormitorios de las chicas.

—Pero la segunda visióndefinitivamente no fue producto de miimaginación, ¿verdad, Nala?

La respuesta de la gata fue hundir lacabeza en mi cuello y soltar un maullidocomo el de un cortacésped. Yo laabracé, contenta de que me hubiera

seguido. Solo de pensar en aquelsegundo fantasma me asustaba. Nalahabía estado conmigo, igual que loestaba en ese momento. (Y la similitudde las circunstancias me hizo mirarnerviosamente a mi alrededor ycomenzar a andar más rápido). Nomucho tiempo después de la muerte deElizabeth, el segundo iniciado, un chico,se había ahogado en sus propiospulmones y había escupido sangre por laboca justamente en medio de la clase delite. Sentí un escalofrío recordando loterrible que había sido, sobre todo acausa de la atracción que yo sentía porsu sangre. De un modo u otro, había

visto morir a Elliot. Y luego, ese mismodía, Nala y yo nos habíamos tropezadocon él (casi literalmente) no lejos dedonde estábamos las dos en esemomento. Creí que era otro fantasma. Alprincipio. Luego él había intentadoatacarme, y Nala (preciosa gatita) sehabía lanzado sobre él, lo cual lo habíaobligado a saltar por encima del murode más de seis metros de alto ydesaparecer en la noche, dejándonos aNala y a mí completamente aterradas.Sobre todo cuando vi que mi gata teníalas patas llenas de sangre. Sangre delfantasma. Lo cual no tenía ningúnsentido.

Pero esa segunda visión no se lahabía contado a nadie. Ni a mi mejoramiga y compañera de habitación,Stevie Rae, ni a mi mentora y altasacerdotisa, Neferet, ni a miabsolutamente encantador nuevo novio,Erik. A nadie. Quería hacerlo. Peroentonces habían ocurrido un montón decosas con Aphrodite: me había hechocargo de las Hijas Oscuras, habíacomenzado a salir con Erik, habíaestado muy ocupada con los estudios dela escuela, bla, bla, bla. Una cosa habíallevado a la otra, y ahí estaba, un mesdespués, y aún no le había dicho nada anadie. Pensar en contárselo a alguien a

esas alturas me sonaba pococonvincente. «Eh, StevieRae/Neferet/Damien/Gemelas/Erik, vial espectro de Elliot el mes pasadodespués de morir él. Me asustó mucho,y cuando trató de atacarme, Nala lehizo sangre. Ah, y su sangre olía muyraro. Créeme, se me da bien eso de olerla sangre (sí, es otra de esas cosasraras que me ocurren a mí, porque lamayoría de los iniciados no sientendeseo por la sangre). Se me haocurrido mencionároslo».

Vale, bien. Probablemente memandarían al equivalente del psiquiatrade los vampiros, pero ¡oh, vaya!, eso no

me ayudaría mucho a infundir confianzaen las masas como nueva líder de lasHijas Oscuras, ¿verdad? No, no mucho.

Además, cuanto más tiempo pasabamás fácil me resultaba convencerme deque quizá me hubiera imaginado partedel encuentro con Elliot. Puede que nofuera Elliot (o su fantasma o lo que sea).Yo no conocía a todos y cada uno de losiniciados que estudiaban aquí: quizáhubiera en la escuela otro chicoregordete con un horroroso pelo rojomuy espeso y la piel excesivamenteblanca. Cierto, no he vuelto a ver a esechico, pero aun así… Y sobre la sangremaloliente… bueno, quizás algunos

iniciados tengan una sangre que huela unpoco raro. Como si yo fuera una expertaen solo un mes. Además los dos«fantasmas» tenían los ojos rojos ybrillantes. Y eso, ¿por qué?

Todo el asunto me estabaproduciendo dolor de cabeza.

Hice caso omiso del misterioso yaterrador sentimiento que aquellacadena de pensamientos me estabaproduciendo y me aparté resuelta delmuro (y del tema de los fantasmas y todoeso), y de pronto vi algo moverse por elrabillo del ojo. Me quedé helada. Erauna figura. Un cuerpo. Algún tipo decuerpo. Había una persona de pie, bajo

el enorme y viejo roble en el que habíaencontrado a Nala un mes antes. Estabade espaldas a mí, apoyado contra eltronco del árbol con la cabeza gacha.

Bien. Él o ella no me había visto. Yono quería saber quién o qué era. Locierto era que ya tenía suficiente estrésen mi vida. No necesitaba sumar ademásotro fantasma de ningún tipo. (Y meprometí a mí misma que esta vez iba acontarle a Neferet que había extrañosfantasmas sangrantes junto al muro de laescuela. Ella era adulta: ella podíasoportar ese estrés). Con el corazónlatiendo tan fuerte que juro que hacía elsuficiente ruido como para ahogar el

ronroneo de Nala, comencé a darmarcha atrás lentamente y en silencio,diciéndome a mí misma con firmeza quejamás volvería a deambular por allí solaen medio de la noche. Nunca. ¿Acasoestaba mentalmente inspirada? ¿Por quéno podía aprender de la primera o almenos de la segunda experiencia?

Entonces mi pie fue a posarse porentero sobre un palo seco. ¡Crac! Grité.Nala emitió un quejido fuerte (la estabaestrujando contra mi pecho sin darmecuenta). La cabeza de la figura bajo elárbol se alzó y se giró hacia mí. Mepuse tensa, lista para gritar y salircorriendo ante la malévola mirada de

ojos rojos de un fantasma, o bien paragritar y luchar contra el malévolofantasma de ojos rojos. De un modo uotro sin duda gritaría, así que aspiréfuerte y…

—Zoey, ¿eres tú?La voz era profunda, sexi, y me

resultaba familiar.—¿Loren?—¿Qué estás haciendo aquí fuera?Él no hizo ningún movimiento para

acercarse a mí, así que sonreí por puronerviosismo, como si no hubiera estadoa punto de cagarme instantes antes, meencogí de hombros como si no pasaranada y me uní a él bajo el árbol.

—Hola —dije, tratando de sonarcomo una persona madura. Entonces meacordé de que él me había hecho unapregunta y me alegré de que estuviera losuficientemente oscuro como para queno se notara mi sonrojo—. Ah, volvía delos establos y Nala y yo decidimostomar un largo atajo.

¿Un largo atajo?, ¿de verdad habíadicho eso?

Al principio, al acercarme a él, mehabía parecido que estaba tenso, perodespués de decir yo esa frase se echó areír, y su deslumbrante y precioso rostrose relajó.

—¿Un largo atajo, eh? Hola otra

vez, Nala.Él rascó a la gata en lo alto de la

cabeza y, como era de esperar, la gatarefunfuñó y luego saltó de mis brazos alsuelo, se sacudió entera y, sin dejar derefunfuñar, se alejó con sus patitasdelicadamente.

—Lo siento, no es muy sociable.—No importa —sonrió él—. Mi

gato, Lobezno, me recuerda a un viejogruñón.

—¿Lobezno? —repetí yo, alzandolas cejas.

Su preciosa sonrisa se hizo depronto maliciosa y juvenil y, porincreíble que parezca, eso le hizo más

guapo aún.—Sí, Lobezno. Él me eligió cuando

estaba en tercero, y durante ese año yoestaba completamente metido en los X-Men.

—Eso podría explicar que sea tangruñón.

—Bueno, podría haber sido peor. Elaño anterior no podía dejar de verSpiderman. Podía haberse llamadoSpidey o Peter Parker.

—Es evidente que eres una grancarga para tu gato.

—Seguro que Lobezno está deacuerdo contigo —rió él otra vez.

Yo traté por todos los medios de

evitar que la embriagadora excitaciónsexual me hiciera echarme a reírhistéricamente como si fuera unapreadolescente en un concierto de unabanda de chicos. De momento, estaba dehecho ligando con él. Tenía quemantener la calma. No decir ni hacerestupideces.

—Bueno, ¿y qué estás haciendo túaquí, tan lejos? —pregunté yo, haciendocaso omiso de los balbuceos de mimente.

—Escribiendo un haiku —dijo él,alzando una mano. Entonces yo vi porprimera vez que sostenía uno de esospreciosos y caros diarios de escritor,

encuadernados en piel—. Sueloencontrar inspiración aquí, solo, horasantes del amanecer.

—¡Oh, vaya! Lo siento. No pretendíainterrumpirte. Me iré y te dejaré solo.

Sacudí la mano (como una imbécil)y comencé a darme la vuelta, peroentonces él me agarró de la muñeca conla mano que le quedaba libre.

—No tienes que marcharte. Séencontrar inspiración en más cosas queen el hecho de estar aquí solo.

Su mano estaba cálida contra la mía,y me pregunté si notaría cómo saltaba mipulso.

—Bueno, no quiero molestarte.

—No te preocupes por eso. No meestás molestando.

Él me apretó la mano antes desoltármela (lástima).

—Bueno, así que haiku —comentéyo. Su contacto me había puestoridículamente colorada, así que traté decalmarme y de recuperar mi sentidocomún—. Eso es poesía asiática con unamétrica exacta, ¿no?

Tuve que alegrarme de haberprestado atención en la clase deliteratura inglesa de la señoritaWienecke durante la lección relativa ala poesía; de otro modo él no habríaesbozado aquella sonrisa.

—Exacto. Yo prefiero el formatocinco-siete-cinco —dijo él, haciendouna pausa. Su sonrisa había cambiado.Algo en ella hizo que mi estómagorevoloteara, y sus preciosos ojososcuros quedaron clavados en los míos—. Y hablando de inspiración, túpodrías ayudarme.

—Claro, me encantaría —dije yo,contenta de oír mi voz normal en lugarde lo jadeante que me sentía.

Sin dejar de mirarme a los ojos, élalzó una mano y me rozó el hombro.

—Nyx te ha marcado ahí.—Sí —asentí yo, a pesar de que no

había sonado a pregunta.

—Me gustaría verlo. Si eso no tehace sentirte demasiado incómoda.

Su voz se estremeció a través de mí.La lógica me decía que él simplementequería ver mis tatuajes por lo raros queeran, y que de ninguna manera se meestaba insinuando. Para él no debía sermás que una niña, una iniciada conextrañas marcas y poderes pocofrecuentes. Eso era lo que me decía lalógica. Pero sus ojos, su voz, la formaen que su mano seguía acariciando mihombro: todo eso me decía algocompletamente diferente.

—Te lo enseñaré.Llevaba mi chaqueta favorita: la de

piel negra que se ajusta a mi figura a laperfección. Debajo llevaba una camisetade tirantes de color morado oscuro. (Sí,estábamos a finales de noviembre, peroyo ya no tengo frío como antes de sermarcada. Ninguno de nosotros tiene fríoya). Comencé a quitarme la chaqueta.

—Espera, deja que te ayude.Él estaba de pie, muy cerca de mí,

de frente pero ligeramente echado a unlado. Alzó la mano derecha y agarró elcuello de la chaqueta, y luego la deslizóhacia abajo por mi hombro de modo quela chaqueta quedó arrugada alrededor demis codos.

Loren hubiera debido de quedarse

contemplando mi hombro mediodesnudo, hubiera debido de quedarsemirando boquiabierto un tatuaje que notenía ningún otro iniciado ni vampiroadulto. Pero no era eso lo que hacía. Enlugar de ello, seguía mirándome a losojos. Y entonces, de pronto, algo ocurrióen mi interior. Dejé de sentirme comouna adolescente estúpida e infantil. Lamirada de sus ojos había tocado a lamujer que había dentro de mí,despertándola, y mientras ese nuevo yose desperezaba, sentí una confianza enmí misma que pocas veces antes habíatenido. Lentamente, alcé la mano ydeslicé el fino tirante de la camiseta por

el hombro de modo que cayera junto conla chaqueta. Entonces, sin dejar demirarlo a los ojos, me aparté el pelo delhombro, alcé la barbilla y giré micuerpo ligeramente para enseñarle laparte trasera del hombro, que por finestaba completamente desnudo aexcepción del tirante del sujetadornegro.

Él siguió mirándome a los ojosdurante unos cuantos segundos más, y yopude sentir el fresco aliento del aire dela noche y la caricia de la luna casi llenasobre la piel de mi pecho, mi hombro ymi espalda. Entonces, deliberadamente,Loren se acercó otro poco a mí,

sujetándome el brazo mientras miraba elhombro por detrás.

—Es increíble.Su voz era tan baja, que era casi un

susurro. Sentí las puntas de sus dedosdibujar suavemente el laberinto deespirales que, a excepción de lasexóticas runas entrelazadas por enmedio, eran muy similares a mi marcafacial.

—Jamás había visto algo así. Escomo si fueras una antigua sacerdotisaque se haya materializado en nuestrotiempo. Qué bendición tenerte connosotros, Zoey Redbird.

Había dicho mi nombre como si se

tratara de una oración. Su voz se habíamezclado con el contacto, haciéndomeestremecerme mientras se me ponía lapiel de gallina.

—Lo siento. Debes tener frío.Suave pero rápidamente, Loren tiró

del tirante de la camiseta y de lachaqueta.

—No estaba temblando porquetuviera frío —me oí a mí misma decir.

No pude decidir si debía sentirmeorgullosa de mí misma por haberlodicho, o asustada ante mi atrevimiento.

Cremosa y sedosa comoninguna

Cuánto deseo saborearlay tocarlaLa luna nos observa

Sus ojos no dejaron de mirar losmíos ni un segundo mientras recitaba elpoema. Su voz, que por lo generalsonaba tan experta, tan perfecta, se habíahecho por completo profunda y ronca,como si le costara hablar. Como si esavoz tuviera la habilidad de calentarme,me ruboricé hasta tal punto que oí losfieros ríos de sangre que recorrían micuerpo. Me temblaban los muslos y mecostaba respirar. Quizá explote si él mebesa. La idea me asustó y me obligó a

hablar.—¿Acabas de escribir tú eso? —

pregunté con una voz que sonó como siestuviera sin aliento, que eraexactamente como me sentía.

—No. Lo escribió hace siglos unpoeta japonés, hablando de cómo era suamante desnuda bajo la luna llena.

—Es precioso —dije yo.—Tú eres preciosa —dijo él,

agarrándome de la mejilla—. Y estanoche has sido mi inspiración. Gracias.

Sentí que me inclinaba hacia él, yjuro que su cuerpo respondió. Puede queyo no tenga mucha experiencia. ¡Y sí,joder!, sigo siendo virgen. Pero no soy

una completa estúpida (la mayor partede las veces). Sé cuándo le gusto a untío. Y a ese tío, en ese momento,definitivamente le gustaba. Puse unamano sobre la suya y, olvidándome detodo, incluyendo a Erik e incluyendo elhecho de que Loren era un vampiroadulto y yo una iniciada, deseé que mebesara, que me tocara más. Nosquedamos mirándonos el uno al otro.Los dos respirábamos agitadamente.Entonces, en cuestión de un instante, susojos cambiaron y pasaron de oscuros eíntimos a oscuros y distantes. Él dejócaer la mano de mi rostro y dio un pasoatrás. Sentí su rechazo como un viento

helado.—Ha sido un placer verte, Zoey. Y

gracias por dejarme ver tu marca —dijocon una sonrisa cortés y correcta.

Él inclinó ligeramente la cabeza casicomo si estuviera haciéndome unareverencia y luego se marchó.

Yo no sabía si gritar de frustración,llorar de vergüenza o gruñir yemborracharme. Fruncí el ceño y,musitando para mí misma, hice casoomiso del hecho de que mis manostemblaban y me dirigí al dormitorio.Definitivamente aquella era unasituación de emergencia en la quenecesitaba a mi mejor amiga.

6

Musitando aún para mí misma acerca delos hombres y de los mensajes confusos,entré en el salón que daba a losdormitorios y no me sorprendió ver aStevie Rae y a las gemelas bienapiñaditas, viendo una de las pantallasde televisión. Era evidente que habíanestado esperándome. Me sentíinmensamente aliviada. No quería quetodo el mundo (traducción: las gemelaso Damien) supieran lo que acababa de

ocurrirme, pero iba a contarle a StevieRae cada pequeño y sustancioso detalleacerca de Loren, y luego le permitiríaayudarme a descifrar qué diablossignificaba todo aquello.

—Eh, Stevie Rae, no tengo ni ideadel… eh… trabajo de sociales para ellunes. Quizá tú puedas ayudarme. Quierodecir que no tardaríamos mucho y… —comencé yo a decir, pero Stevie Rae meinterrumpió sin apartar la vista de latele.

—Espera, Z, ven aquí. Tienes quever esto.

Me hizo señas para que me acercaraa la televisión. Las gemelas tampoco

despegaban los ojos de la pantalla.Fruncí el ceño al notar lo tensas que

estaban las tres, y el asunto desvió(temporalmente) mi atención del tema deLoren.

—¿Qué ha pasado?Estaban viendo la repetición en

diferido de las noticias de la noche de lacadena local Fox 23. Chera Kimiko, lapresentadora, hablaba mientras en lapantalla aparecían imágenes familiaresdel Woodward Park.

—Me cuesta creer que Chera no seaun vampiro. Es más guapa de lo normal—dije yo automáticamente.

—¡Shhh! Escucha lo que está

diciendo —ordenó Stevie Rae.Sorprendida aún por la forma tan

extraña de comportarse las tres, mecallé y escuché.

—Así que, repitiendo la historiacentral de las noticias de esta noche, aúncontinúa la búsqueda del adolescenteChris Ford, del Union High School. Elchico de diecisiete años desaparecióayer después de un entrenamiento de unpartido de fútbol.

La foto que salía en ese momento enla pantalla mostraba a Chris con eluniforme de fútbol. Yo solté un grito alreconocer el nombre y el rostro.

—¡Eh, yo lo conozco!

—Por eso te he dicho que vengas —dijo Stevie Rae.

—Los equipos de búsqueda estánpeinando el área alrededor de la plazade Utica y de Woodward Park, que esdonde fue visto por última vez.

—Eso está realmente cerca de aquí—dije yo, interrumpiendo a la locutora.

—¡Shssh! —gritó Shaunee.—¡Ya lo sabemos! —dijo Erin.—Hasta el momento no hay ninguna

pista acerca de por qué estaba en el áreade Woodward Park. La madre de Chrisdice que ella ni siquiera sabía que suhijo conociera el camino desde su casahasta Woodward Park y que, por lo que

ella sabe, su hijo jamás iba por allí. Laseñora Ford ha dicho también queesperaba que volviera a casa justodespués del entrenamiento. De momentolleva desaparecido más de veinticuatrohoras. Si alguien tiene algunainformación que pueda ayudar a lapolicía a localizar a Chris, por favorllame a Crime Stoppers. Su llamadapuede permanecer anónima.

Chera pasó entonces a otra historia,pero todas nos quedamos heladas.

—Entonces, ¿tú lo conocías? —preguntó Shaunee.

—Sí, pero no muy bien. Quierodecir que era uno de los delanteros del

Union cuando yo más o menos salía conHeath. Sabéis, chicas, que Heath eraquarterback del Broken Arrow, ¿no?

Ellas asintieron con impaciencia.—Bueno, él solía arrastrarme a las

fiestas con él, y todos los jugadores defútbol se conocen los unos a los otros,así que Chris y su primo Jon formabanparte del grupo. Según los rumores, enlo que sí se habían graduado era entomarse una cerveza barata detrás deotra hasta ponerse como una cubamientras se pasaban un sucio porro —expliqué yo mirando a Shaunee, quemostraba un particular interés en lasnoticias, algo poco frecuente en ella—.

Y antes de que lo preguntes sí, es tanmono en persona como en la foto.

—Es una vergüenza cuando le pasaalgo malo a un colega mono —dijoShaunee, sacudiendo la cabeza contristeza.

—Es una vergüenza cuando le pasaalgo a cualquier chico mono sea quiensea, gemela —puntualizó Erin—. Nodeberíamos hacer esas distinciones. Unchico mono es un chico mono.

—Tienes razón, gemela. Comosiempre.

—A mí no me gusta la marihuana —intervino entonces Stevie Rae—. Huelemal. La probé una vez y tosí como una

loca, me ardía la garganta. Además seme metió un poco de hierba en la boca.Estaba asqueroso.

—Nosotras no hacemos guarrerías—dijo Shaunee.

—Eso es, y la marihuana es unaguarrería. Además te hace comer ycomer sin razón alguna. Es unavergüenza que unos jugadores de fútboltan atractivos estén metidos en eso —dijo Erin.

—Les hace menos atractivos —añadió Shaunee.

—Bien, pero el asunto no es ni loatractivos que son ni la marihuana —dije yo—. Me da mala espina la historia

esta de la desaparición.—¡Oh, no! —exclamó Stevie Rae.—¡Vaya mierda! —añadió Shaunee.—Detesto cuando tienes uno de esos

presentimientos tuyos —concluyó Erin.

No podíamos hablar de otra cosa que nofuera la desaparición de Chris y loextraño que era el hecho de que hubierasido visto por última vez tan cerca de laCasa de la Noche. En comparación conla desaparición del pobre chico, mipequeño y dramático trauma con Lorenparecía insignificante. Quiero decir queaún quería contárselo todo al menos a

Stevie Rae, pero parecía incapaz deconcentrarme en nada excepto en elabsorbente y negro presentimiento queme había invadido nada más oír lasnoticias.

Chris estaba muerto. No queríacreerlo. No quería saberlo. Pero todo enmi interior me decía que la policía loencontraría, solo que muerto.

Nos encontramos con Damien en elcomedor, y todo el mundo allí hablabade Chris y explicaba sus teorías acercade la desaparición, que iban desde lainsistente historia de las gemelas, queestaban convencidas de que aquel cañónprobablemente se había peleado con sus

padres y se había marchado a algún sitioa emborracharse, hasta la firme creenciade Damien de que quizá el chico habíadescubierto sus tendenciashomosexuales y se había largado aNueva York a hacer realidad su sueñode ser modelo.

Yo no tenía ninguna teoría. Solotenía un presentimiento horrible, del queno quería hablar.

Naturalmente, no pude probarbocado. El estómago me estabamatando. Otra vez.

—No comes nada, y el plato esexcelente —dijo Damien.

—No tengo hambre.

—Eso dijiste a la hora de la comida.—¡Sí, bueno, pues ahora vuelvo a

decir lo mismo! —solté yo.Tuve que lamentarlo de inmediato,

al ver que Damien bajaba la vista haciasu cuenco de ensalada de espaguetisvietnamitas Bun Cha Gio con el ceñofruncido y una expresión dolida.

Las gemelas alzaron una ceja cadauna en mi dirección, y despuésvolvieron a concentrarse en la tarea deutilizar los palillos correctamente.Stevie Rae simplemente se me quedómirando en silencio con cara depreocupación.

—Toma, me he encontrado esto. Me

da la sensación de que es tuyo.Aphrodite dejó caer el aro de plata

junto a mi plato. Yo alcé la vista haciasu rostro perfecto. Extrañamente,carecía de expresión. Igual que su voz.

—Bueno, ¿es tuyo o no?Yo me llevé la mano

automáticamente a una oreja, de dondecolgaba todavía el otro pendiente. Mehabía olvidado de que lo había tirado apropósito para poder fingir que lobuscaba mientras oía la conversación deAphrodite y Neferet. Mierda.

—Sí, gracias.—De nada. Supongo que no eres tú

la única que tiene presentimientos sobre

las cosas, ¿eh?Aphrodite se giró y salió del

comedor por las puertas de cristal endirección al patio. Llevaba una bandejacon la cena que aún no había probado,pero ni siquiera hizo una pausa paramirar en dirección a la mesa en la que sesentaban sus amigas. Noté que ellasalzaban la vista al pasar Aphrodite, peroenseguida la apartaron a toda prisa.Ninguna la miró a los ojos. Aphroditeiba a comer fuera, en el patioescasamente iluminado en el que llevabaya un mes comiendo. Sola.

—Vale, sí que es rarita —comentóShaunee.

—Sí, rarita y un bicho psicótico delinfierno —añadió Erin.

—Ni siquiera sus amigas quierentener nada que ver con ella —dije yo.

—¡Deja ya de sentir lástima porella! —exclamó entonces Stevie Rae,cuya voz sonaba especialmente cabreada—. Esa chica no da más que problemas,¿es que no lo ves?

—Yo no he dicho que no, solo digoque hasta sus amigas le han dado laespalda —contesté yo.

—¿Nos hemos perdido algo? —preguntó Shaunee.

—¿Qué pasa entre Aphrodite y tú?—preguntó entonces Damien.

Yo abrí la boca para contarles loque había oído a hurtadillas, pero lasuave voz de Neferet me silenció.

—Zoey, espero que no te importe site aparto de tus amigos esta noche.

Alcé la vista lentamente hacia ella,asustada casi ante lo que creía que podíaver. Quiero decir que la última vez quehabía oído su voz ella parecíaterriblemente enfadada y fría. La miré alos ojos. Eran de un verde musgo queresultaba precioso, y su amable sonrisasolo comenzaba a mostrar ciertapreocupación.

—Zoey, ¿ocurre algo?—¡No! Lo siento. Mi mente

divagaba.—Me gustaría que cenaras conmigo

esta noche.—Ah, claro. Por supuesto. No hay

problema: me encantaría.Entonces me di cuenta de que estaba

balbuceando, pero no parecía quepudiera hacer nada al respecto.Simplemente esperaba que la cosa separara por sí sola en algún momento.Igual que cuando tienes diarrea, que nopuede durar para siempre. Al final tieneque parar.

—Bien —sonrió Neferet endirección a mis cuatro amigos—.Necesito que me prestéis a Zoey, pero

os la devolveré muy pronto.Los cuatro sonrieron como cuatro

admiradores devotos, apresurándose aasegurarle que podía hacer lo quequisiera porque todo les parecería bien.

Sé que es ridículo, pero el hecho deque me dejaran marcharme con tantafacilidad me hizo sentirme insegura yabandonada. Pero es una estupidez.Neferet es mi mentora, y es una altasacerdotisa de Nyx. Es de las buenas.

Pero entonces, ¿por qué mi estómagose contrajo mientras la seguía fuera delcomedor?

Miré hacia el grupo de mis amigospor encima del hombro. Estaban otra vez

de cháchara. Damien sujetaba lospalillos, y era evidente que pretendíadarles a las gemelas una lección sobrecómo manejarlos. Stevie Rae hacía lademostración. Sentí los ojos de alguienfijos sobre mí, y desvié la vista hacia lapared de cristal que separaba elcomedor del patio. Sentada sola enmedio de la noche, Aphrodite meobservaba con una expresión queparecía casi de lástima.

7

El comedor de los vampiros adultos noera una cafetería como la de losestudiantes: era un salón muy elegantesituado exactamente encima y con unapared con ventanas exactamente igualesen forma de arco de medio punto quedaban al patio. Había mesas y sillas dehierro forjado colocadas en la terrazaque daba al patio. El salón estabadecorado con mucho gusto y muchodinero, con gran variedad de mesas de

todos los tamaños e incluso un par debancos hechos de madera de cerezo enun tono oscuro. Allí no había bandejasni un bufé libre para servirse; habíamanteles de lino, platos de porcelana ycopas de cristal delicadamentecolocados en las mesas, sobre las quedescansaba además un alto candelero decristal con una vela alegrementeencendida. Esa noche había unos pocosprofesores, cenando en silencio porparejas o en grupos reducidos.Asintieron con un gesto de respeto haciaNeferet y sonrieron, dándome labienvenida rápidamente antes de volvercada cual la vista a su plato.

Traté de adivinar lo que estabancenando sin quedarme mirando muydescaradamente, pero solo vi la mismaensalada vietnamita que estábamoscomiendo nosotros abajo y algunosrollitos de primavera de aspectodivertido. No había ni rastro de carne nide nada que se pareciera a la sangre(bueno, excepto por el vino tinto). Y,por supuesto, realmente no hacía faltaque mirara por el rabillo del ojo. Si seestaban dando un festín de sangre, yo lohabría olido. Conocía íntimamente eldelicioso aroma de la sangre.

—¿Te molestará el frío de la nochesi nos sentamos fuera, en la terraza?

—No, no creo. Ya no siento el fríocomo lo sentía antes.

Esbocé una brillante sonrisa,recordándome con severidad a mímisma que Neferet era muy intuitiva yque, probablemente, había oído parte delas estupideces de la cascada depensamientos de mi mente.

—Bien, porque yo prefiero cenar enla terraza estemos en la estación queestemos —contestó Neferet, guiándomea través de las puertas hacia una mesapuesta para dos. De súbito, como si setratara de magia, apareció una camarera:obviamente una vampira, a juzgar por sumarca coloreada y por la serie de

delgados tatuajes que enmarcaban surostro ovalado en forma de corazón. Sinembargo parecía muy joven—. Sí,tráeme el Bun Cha Gio y una botella delmismo vino tinto que tomé anoche —dijo Neferet, haciendo una pausa yañadiendo con una sonrisa cómplicehacia mí—: Y, por favor, tráele a Zoeyun vaso de cualquier refresco marrónefervescente, el que tengamos, siempre ycuando no sea light.

—Gracias —dije yo.—Pero procura no beber mucho de

eso. Realmente no es bueno para ti —añadió, guiñándome un ojo y haciendode su amonestación una pequeña broma.

Yo sonreí feliz ante el hecho de querecordara lo que me gustaba y comencéa sentirme más relajada. Ella eraNeferet, nuestra alta sacerdotisa. Era mimentora y mi amiga, y en el mes quellevaba en la escuela ella siempre habíasido amable conmigo. Sí, su voz habíasonado absolutamente aterradora cuandola oí hablando con Aphrodite, peroNeferet era una sacerdotisa poderosa y,como decía siempre Stevie Rae,Aphrodite era una estúpida egoísta quese merecía todos los problemas quetenía. Seguro que incluso había estadocotilleando acerca de mí.

—¿Te sientes mejor ya? —preguntó

Neferet.Yo la miré a los ojos. Me analizaba

atentamente.—Sí, mejor.—Cuando oí lo del adolescente

humano desaparecido, me preocupé porti. Ese Chris Ford era amigo tuyo, ¿no?

Nada de lo que ella dijera debíapreocuparme. Neferet era muyinteligente y había sido especialmentedotada por la Diosa. Añádase a eso elextraño sexto sentido que tenían todoslos vampiros: en resumen, que ella, contoda probabilidad, lo sabía todo. Ensentido literal. O, al menos, todas lascosas importantes. Probablemente le

había resultado fácil adivinar que yohabía tenido un presentimiento acerca dela desaparición de Chris.

—Bueno, en realidad no era amigomío. Estuvimos en algunas fiestas juntos,pero a mí en realidad no me gusta muchoir a fiestas, así que tampoco lo conocíademasiado bien.

—Pero hay algo en su desapariciónque te ha preocupado.

Yo asentí y contesté:—Es simplemente un presentimiento

que he tenido. Es una tontería.Probablemente se peleó con sus padresy su padre lo castigó o algo así, así queél se escapó. Lo más seguro es que ya

esté en casa.—Si de verdad creyeras eso no

seguirías ahora tan preocupada.Neferet esperó a que la camarera

terminara de servirnos las bebidas y losplatos antes de continuar hablando:

—Los humanos creen que todos losvampiros adultos tenemos poderesparapsicológicos. Lo cierto es queaunque muchos de nosotros sí tenemos eldon de la predicción o de laclarividencia, la inmensa mayoríasimplemente ha aprendido a escuchar asu propia intuición, que es algo que lamayor parte de los humanos han temidosiempre hacer.

Hablaba con el mismo tono de vozcon el que daba la clase, y yo laescuchaba con mucha atención mientrascenábamos.

—Piénsalo, Zoey. Tú eres una buenaestudiante: estoy segura de que teacuerdas de lo que les ha ocurrido porlo general a los humanos a lo largo de lahistoria, especialmente a las mujeres,cuando prestan demasiada atención a suintuición y comienzan a «escuchar vocesen su cabeza» o incluso a vislumbrar elfuturo.

—Que los demás enseguida piensanque pertenecen a la liga del demonio yese tipo de cosas, dependiendo de la

época de la historia. En resumen: quepor culpa de la intuición acaban en elinfierno.

Entonces me ruboricé porque habíadicho esa palabra que empieza por «i»delante de una profesora. Pero a ella nopareció importarle: simplemente asentíacon la cabeza, expresando con ello queestaba de acuerdo.

—Sí, exacto. Han atacado incluso asu gente sagrada, como Juana de Arco.Así que ya ves: los humanos hanaprendido a silenciar sus instintos. Losvampiros, por el contrario, hanaprendido a escucharlos muyatentamente. En el pasado, cuando los

humanos trataban de herir o destruir alos de nuestra especie, el instinto era loúnico que nos ayudaba a salvar las vidasde nuestros antepasados.

Yo me eché a temblar. No megustaba pensar en lo duro que debíahaber sido ser vampiro unos cien añosatrás o así atrás.

—Ah, Zoeybird, no hay de quépreocuparse —sonrió Neferet. Oír queme llamaba por el apodo que usaba miabuela me hizo sonreír a mí también—.La época de las hogueras no va a volver.Puede que no seamos reverenciadoscomo lo éramos en días pasados, perolos humanos no podrán cazarnos y

destruirnos ya nunca más.Por un momento sus ojos verdes

lanzaron un destello peligroso. Yo di unlargo trago de mi refresco burbujeante:no quería mirar esos amenazadores ojos.Cuando por fin continuó hablando,Neferet lo hizo con su voz habitual:cualquier indicio de amenaza habíadesaparecido, y ella volvía a ser mimentora y mi amiga.

—Bien, pues lo que quiero decir contodo esto es que quiero que te aseguresde que escuchas a tu instinto. Si tienesmalos presentimientos con respecto auna situación o con respecto a alguien,préstales atención. Y, por supuesto, si

necesitas hablar conmigo, puedes venircuando quieras.

—Gracias, Neferet, eso significamucho para mí.

Ella hizo un gesto con la mano,restándole importancia.

—Eso es lo que significa ser unmentor y una alta sacerdotisa: dospapeles que espero que tú desempeñesalgún día.

Cuando hablaba de mi futuro y de mícomo una alta sacerdotisa, yo siempresentía una extraña sensación decosquilleo. En parte por la esperanza yel nerviosismo que suscitaba en mí, y enparte debido a mi absoluto pavor.

—De hecho, me sorprendió que novinieras hoy a verme nada más terminartu trabajo en la biblioteca. ¿Es que no tehas decidido aún por el nuevo rumboque quieres que tome las Hijas Oscuras?

—¡Ah, oh, sí! Ya me he decidido —contesté yo, esforzándome por no pensaren mis encuentros con Loren en labiblioteca y en el muro del lado este dela escuela.

De ninguna forma quería que Neferety su intuición adivinaran algo acercade… bueno, de él.

—Noto que vacilas, Zoey. ¿Es quepreferirías no contarme lo que hasdecidido?

—¡Oh, no! Quiero decir, sí. Dehecho, en realidad sí fui a tu clase, perotú estabas… —dije, interrumpiéndomepara alzar la vista y recordando laescena que había oído. Entonces traguéfuerte y añadí—: Estabas ocupada conAphrodite, así que me marché.

—Ah, comprendo. Y ahora entiendoque estés nerviosa conmigo —añadióNeferet, suspirando con tristeza—.Aphrodite… se ha convertido en unproblema. Es una lástima, realmente. Taly como dije el día de Samhain, cuandome di cuenta de hasta qué punto estabahaciendo las cosas mal, me sientoresponsable en parte de su

comportamiento y de su transformaciónen una criatura oscura, que es en lo quese ha convertido. Yo sabía que eraegoísta incluso cuando se unió a nuestraescuela. Hubiera debido de intervenirantes y tener una mano más firme conella —explicó Neferet, que entonces memiró a los ojos—. ¿Qué es lo que oísteesta mañana?

Sentí el estremecimiento de unaadvertencia recorrer mi espina dorsal.

—No mucho —me apresuré a decir—. Aphrodite estaba llorando a lágrimaviva. Te oí decirle que mirara en suinterior, y comprendí que no querías quete interrumpiera.

Tras decir eso me callé, poniendobuen cuidado en no mencionar que esoera todo lo que había oído: es decir,poniendo buen cuidado de no mentir. Yno aparté la vista de su penetrantemirada.

Neferet volvió a suspirar y dio unsorbo de vino.

—Por lo general no suelo hablar deun iniciado con otro, pero este caso esespecial. Tú sabes que el don que laDiosa le concedió a Aphrodite era el deser capaz de prever acontecimientosdesastrosos, ¿no?

Yo asentí, notando de inmediato queutilizaba el tiempo pasado para

mencionar la habilidad de Aphrodite.—Bueno, pues parece que el

comportamiento de Aphrodite ha sido lacausa de que Nyx le retirara su don. Esalgo realmente muy poco frecuente. Unavez que la Diosa toca a alguien,raramente revoca el poder que haconcedido —explicó Neferet,encogiéndose de hombros con tristeza—. Pero ¿quién puede saber qué hay enla mente de la Gran Diosa de la Noche?

—Debe de haber sido terrible paraAphrodite —dije yo, pensando en vozalta más que tratando de charlar.

—Valoro tu compasión, pero no telo cuento para que sientas pena por ella;

en realidad te lo digo para ponerte enguardia. Las visiones de Aphrodite yano son válidas, y puede que ella diga ohaga cosas que resulten perturbadoras.Como líder de las Hijas Oscuras, seráresponsabilidad tuya asegurarte de queAphrodite no inclina la delicada balanzade la armonía que reina entre losiniciados. Por supuesto, sabes quenosotros siempre os animamos aresolver vuestros problemas sin ayuda.Sois mucho más que meros adolescenteshumanos, y por eso esperamos devosotros mucho más, pero puedes venira verme cuando quieras si elcomportamiento de Aphrodite se vuelve

demasiado… —Neferet hizo una pausacomo si estuviera considerandocuidadosamente la palabra que debíautilizar—… errático.

—Lo haré —dije yo, comenzando asentir de nuevo que me dolía elestómago.

—¡Bien! Y ahora, ¿por qué no mecuentas los planes que tienes para tureino como líder de las Hijas Oscuras?

Me olvidé del problema deAphrodite y le conté esquemáticamentemis planes para el Consejo de prefectosy las Hijas Oscuras. Neferet me escuchócon atención y se mostró abiertamenteimpresionada por mi investigación y por

lo que llamó una «reorganizaciónlógica».

—Bien, así que lo que quieres de míes que dirija la votación de losprofesores de los dos nuevos prefectos,porque estoy de acuerdo contigo en quetú y tus cuatro amigos habéisdemostrado de sobra cuánto valéis y quesois ya, de hecho, un Consejo enfunciones excelente.

—Sí, y el Consejo quiere nominar aErik Night para el primero de los dospuestos.

Neferet asintió con la cabeza ycontestó:

—Erik es una sabia elección. Es

popular entre los iniciados, y tiene unexcelente futuro por delante. ¿A quiéntenéis pensado para el último puesto?

—Bueno, en eso es en lo que miConsejo no se pone de acuerdo. Yo creoque necesitamos a alguien de la clase delos mayores, y también creo que lapersona elegida debería haberpertenecido al círculo de amigos íntimosde Aphrodite —dije yo. Neferet alzó lascejas, sorprendida—. Bueno, incluir auna de sus amigas reforzaría la idea quete he explicado antes de que yo no me hemetido en esto porque esté ansiosa depoder o porque quiera quitarle aAphrodite nada suyo o alguna estupidez

así. Simplemente quiero hacer locorrecto. Mi intención no es comenzaruna estúpida guerra entre bandas. Si unade sus amigas entra en el Consejo,entonces puede que el resto de ellascomprendan que no se trata de que yopase por encima de todas ellas: que setrata de algo mucho más importante.

Neferet estuvo reflexionando duranteun rato tan largo, que me pareció eterno.Finalmente dijo:

—Tú sabes que hasta sus amigas lehan dado la espalda.

—Me he dado cuenta hoy, en elcomedor.

—Entonces, ¿qué sentido tiene poner

a una ex amiga de Aphrodite en elConsejo?

—No estoy del todo convencida deque ya no sean amigas. La gente actúa deun modo diferente en privado que enpúblico.

—Sí, en eso también estoy deacuerdo contigo. He anunciado ya a losprofesores que el domingo las Hijas ylos Hijos Oscuros convocarán unareunión y un Ritual de la Luna Llenaespeciales. Espero que asistan casitodos los antiguos miembros, aunque nosea más que por curiosidad acerca detus poderes.

Yo tragué y asentí, aunque en

realidad era perfectamente consciente deque me había convertido en la principalatracción de la feria de frikis hacíatiempo.

—El domingo es el mejor momentopara anunciar tu nueva visión de lo quedebe ser las Hijas Oscuras. Anuncia quequeda un puesto vacante en el Consejo yque debe ser ocupado por un estudiantede sexto. Tú y yo revisaremos lassolicitudes y decidiremos quién encajamejor.

—Pero yo no quiero que sea unasimple elección nuestra —dije yo,frunciendo el ceño—. Quiero que votenlos profesores tanto como los

estudiantes.—Votarán —dijo ella simple y

llanamente—. Y luego decidiremos.Yo quería decirle más cosas, pero

los ojos verdes de Neferet se habíanvuelto fríos; no me avergüenza decir queme daban miedo. Así en lugar de seguirdiscutiendo con ella (lo cual eraabsolutamente imposible), tomé otrocamino (como diría mi abuela).

—También quiero que las HijasOscuras se impliquen en actos decaridad para la comunidad.

En esa ocasión Neferet alzó lascejas tan sorprendida, quedesaparecieron bajo el flequillo.

—¿Te refieres a la comunidad dehumanos?

—Exacto.—¿Y crees que ellos aceptarán

nuestra ayuda? Ellos nos rehuyen, nosaborrecen, nos tienen miedo.

—Quizá porque no nos conocen —dije yo—. Puede que si nosotros noscomportáramos como parte de la gentede Tulsa, ellos nos trataran como partede Tulsa.

—¿Has leído algo acerca de losdisturbios de Greenwood de 1920? Esoshumanos afroamericanos eran parte deTulsa, pero Tulsa acabó con ellos.

—Pero ya no estamos en 1920 —

dije yo. Me costaba mantener su mirada,pero en lo más profundo de mi interiorsabía que estaba haciendo lo correcto—.Neferet, mi intuición me dice que esalgo que debo hacer.

Entonces vi cómo su expresión sedulcificaba mientras ella contestaba:

—Y acabo de decirte que sigas tuintuición, ¿no es así?

Yo asentí.—¿Y en qué acto de caridad has

elegido implicarte, si es que de hecho tepermiten hacerlo?

—Ah, creo que nos lo permitirán.He decidido contactar con Street Cats,la organización de rescate de gatos.

Neferet echó atrás la cabeza altiempo que soltaba una carcajada.

8

Había salido ya del comedor y medirigía a los dormitorios cuando recordéque no le había contado nada a Neferetacerca de los fantasmas, pero de ningunamanera estaba dispuesta a volver a subirlas escaleras para iniciar una nuevaconversación sobre ese asunto. Lacharla que había mantenido con Neferetme había dejado verdaderamenteexhausta, y a pesar de lo precioso queera el comedor con sus grandes vistas,

sus copas de cristal y sus manteles delino, estaba deseando escapar de allí.Quería volver al dormitorio y contarle aStevie Rae todo lo sucedido con Loren,y luego no hacer nada más que vegetar yver reposiciones de horribles programasde televisión y tratar de olvidar, aunquesolo fuera por una noche, que habíatenido una terrible premonición sobre ladesaparición de Chris, que me habíaconvertido en una persona importante yque estaba al mando del grupoestudiantil más importante de la escuela.O lo que sea. Sencillamente, queríavolver a ser yo por un rato. Tal y comole había dicho a Neferet, probablemente

Chris estaba ya a salvo en casa. Y paratodo lo demás había tiempo de sobra. Aldía siguiente escribiría un borradoresquemático sobre lo que iba a decir enla reunión de las Hijas Oscuras deldomingo. Supongo que también tendríaque trabajar sobre el Ritual de la LunaLlena… sería realmente la primera vezque trazara un círculo para invocar enpúblico, y también mi primer ritualformal. Mi estómago comenzó suhabitual gorgoteo. Pero no le hice caso.

Estaba ya a mitad de camino hacialos dormitorios cuando me acordé deque también tenía que escribir un ensayode sociología vampírica para el lunes.

Cierto, Neferet me había excusado depresentar la mayor parte de los trabajosde tercero para que pudiera centrarmeen la lectura del libro de sociología denivel más alto, pero yo me habíaempeñado hacía tiempo en ser unapersona «normal» (significara eso loque significara, porque ahí estaba yo: noera más que una adolescente y unavampira iniciada y, ¿cómo podía nadade eso resultar normal?), lo cual queríadecir que tenía que hacer las mismascosas que hacía el resto de mi clase. Asíque corrí de vuelta hacia mi clase,donde estaba mi casillero y guardabamis libros. Era también el aula donde

impartía clases Neferet, pero acababade dejarla en el comedor bebiendo vinocon unos cuantos profesores así que, poruna vez, no tenía que preocuparme elhecho de oír conversaciones horribles ahurtadillas.

Como siempre, la puerta de la claseestaba abierta. ¿De qué sirven lascerraduras cuando tienes la intuición deun vampiro y eres capaz de aterrorizar alos niños hasta dejarlos secos? La claseestaba a oscuras, pero eso no meimportó. Solo llevaba un mes marcada,pero a esas alturas veía ya tan bien conlas luces encendidas como apagadas. Enrealidad veía mejor en la oscuridad. La

luz excesivamente brillante me dañabalos ojos; la luz del sol me resultaba casiintolerable.

Vacilé mientras abría mi casillero, yentonces me di cuenta de que no habíavisto el sol en casi un mes. Ni siquierase me había ocurrido pensarlo hasta esemomento. Vaya, era extraño.

Estaba reflexionando sobre lo raraque era mi nueva vida cuando vi unanota pegada en el estante interior delarmario. Revoloteó por un segundo conel aire que yo misma había levantado alabrir la puerta. Alargué la mano paraevitar que saliera volando, y entoncessentí un sobresalto al darme cuenta de lo

que era.Poesía.O, más exactamente, un poema. Era

corto y estaba escrito con una atractiva ycaracterística letra en cursiva. Lo leí unay otra vez, fijándome en concreto en loque era. Un haiku.

Rocé las palabras con las puntas delos dedos. Sabía quién la había escrito.Solo había una respuesta lógica. Mi

corazón dio un vuelco al susurrar sunombre, «Loren».

—Lo digo en serio, Stevie Rae. Si te locontara, tendrías que jurarme que no vasa decírselo a nadie. Y cuando digo anadie me refiero en concreto a Damien ylas gemelas.

—Mecachis, Zoey, puedes confiaren mí. Te he dicho que te lo juro. ¿Quéquieres que haga, que me abra lasvenas?

Yo no contesté nada.—Zoey, en serio que puedes confiar

en mí. Te lo prometo.

Yo analicé el rostro de mi mejoramiga. Necesitaba hablar con alguien,alguien que no fuera un vampiro. Miréen mi interior, en el centro mismo de loque Neferet llamaba mi intuición. Sentíque era correcto confiar en Stevie Rae.Me sentí a salvo.

—Lo siento. Sé que puedo confiar enti. Es solo que… no sé —dije yo,sacudiendo la cabeza con frustraciónante mi propia confusión—. Bueno, hoyme han ocurrido cosas raras.

—¿Te refieres a cosas más raras delas que suelen ocurrir por aquíúltimamente?

—Sí. Loren Blake vino hoy a la

biblioteca mientras yo estaba allí. Fue laprimera persona a la que le hablé de laidea del Consejo de prefectos y de misnuevas ideas para las Hijas Oscuras.

—¿Loren Blake?, ¿el vampiro másatractivo que hayamos visto jamásninguna de nosotras? ¡Ohdiosmío! Serámejor que me siente —dijo Stevie Rae,cayendo sobre la cama, colapsada.

—Sí, el mismo.—No puedo creer que no me hayas

dicho nada de eso hasta ahora. Debeshaber estado muriéndote de las ganas.

—Bueno, pero eso no es todo. Él…eh… me tocó. Y más de una vez. Vale,de hecho le he visto hoy más de una vez.

A solas. Y creo que me ha escrito unpoema.

—¿Qué?—Sí, al principio creí que todo era

perfectamente inocente y que me loestaba imaginando todo. En la bibliotecasimplemente hablamos sobre mis ideaspara las Hijas Oscuras. No pensé quesignificara nada. Pero, bueno, él tocó mimarca.

—¿Cuál de ellas? —preguntó StevieRae.

Stevie Rae tenía los ojos redondoscomo platos y parecía como si estuvieraa punto de explotar.

—La de la cara. Esa vez.

—¿Qué quieres decir con eso de«esa vez»?

—Bueno, pues que después determinar de cepillar a Perséfone notenía ninguna prisa por volver aldormitorio, así que fui a dar un paseopor el lado este del muro. Loren estabaallí.

—¡Ohdiosdemivida! ¿Qué ocurrió?—Creo que flirteamos.—¿Crees?—Nos reímos y nos sonreímos el

uno al otro.—Eso me suena a flirtear. ¡Dios!, él

es superatractivo.—Dímelo a mí. Cuando me sonríe,

apenas soy capaz de respirar. Y entératebien: me recitó un poema —dije yo—.Era un haiku que había escrito un poetamientras contemplaba a su amantedesnuda a la luz de la luna.

—¡Debes estar de broma! —exclamó Stevie Rae, comenzando aabanicarse con la mano—. Cuéntame lode que te tocó.

Yo respiré hondo y contesté:—En realidad fue muy confuso.

Todo iba de maravilla. Ya te lo hedicho: hablábamos y nos reíamos.Entonces él dijo que estaba ahí fuerasolo porque era así como se inspirabapara escribir un haiku…

—¡Lo cual es arrebatadoramenteromántico!

Yo asentí y continué:—Lo sé. Bueno, entonces le dije que

no pretendía arrebatarle la inspiración ymolestarlo, y él dijo que había muchascosas que le inspiraban aparte de lanoche. Y me pidió que fuera suinspiración.

—Hay que joderse.—Eso mismo pensé yo.—Y naturalmente le contestaste que

encantada de inspirarle.—Naturalmente —dije yo.—Y… —continuó ansiosamente

Stevie Rae.

—Y él me pidió que le dejara ver mimarca. La de los hombros y la espalda.

—¡No!—Sí.—¡Jopé!, yo me habría quitado la

camisa en menos tiempo de lo que setarda en decir «me encantan los chicos».

—Bueno —reí yo—, yo no me quitéla camisa, pero sí me bajé la chaqueta.En realidad él me ayudó.

—¿Me estás diciendo que LorenBlake, el vampiro y poeta laureado y elhombre más jod…mente sexi que caminasobre dos pies te ayudó a quitarte lachaqueta como un caballero de losviejos tiempos?

—Sí. Fue así —dije yo, haciéndoleuna demostración y bajándome lachaqueta hasta los codos—. Y entoncesno sé qué me pasó, pero de repente yano estaba como un flan ni mecomportaba como una estúpida. Y yosolita me bajé el tirante de la camisetapara él. Así —dije, haciéndole otranueva demostración y bajándome otravez el tirante para exponer la espalda, elhombro y buena parte del pecho (yentonces volví a sentirme aliviada otravez por llevar ese día mi maravillososujetador negro)—. Entonces fue cuandoél me tocó. Otra vez.

—¿Dónde?

—Siguió con el dedo el dibujo de lamarca de la espalda y el hombro. Medijo que parecía una antigua reinavampira y me recitó un poema.

—Hay que joderse —repitió StevieRae.

Yo me tiré en la cama frente a ella ysuspiré, y después volví a colocarme eltirante de la camiseta.

—Sí, por un momento fue increíble.Estaba convencida de que habíamosconectado. Conectado en serio. Creoque él estuvo a punto de besarme. Dehecho, sé que quería hacerlo. Yentonces, sin venir a cuento, su actitudcambió. Se puso todo cortés y formal,

me dio las gracias por enseñarle lamarca y se marchó.

—Bueno, no es de extrañar.—¡Pues a mí desde luego sí que me

extrañó! Quiero decir que primero memira fijamente a los ojos y me mandaseñales de que me desea, y al segundosiguiente… ¡nada!

—Zoey, eres una estudiante. Él esprofesor. Esta es una escuela paravampiros y no tiene nada que ver con lavida de un instituto normal y corriente,pero algunas cosas jamás cambian. Losestudiantes están más allá del alcance delos profesores.

Yo me mordí el labio y comenté:

—Pero él solo da clases a mediajornada, es profesor solotemporalmente.

—Como si eso tuviera importancia—contestó Stevie Rae, girando los ojosen sus órbitas.

—Eso no ha sido todo lo que haocurrido. Acabo de encontrar estepoema en mi casillero.

Le tendí a Stevie Rae el trozo depapel con el haiku. Ella tragó.

—¡Por Dios! Es tan romántico quepodría morir. ¿Cómo?, ¿cómo te tocó lamarca de la espalda?

—¿Pues cómo va a ser? ¡Con eldedo! Siguió el dibujo.

Juro que aún sentía el calor de sucontacto.

—Te recitó un poema de amor, tetocó la marca, y luego escribió unpoema para ti… —comentó Stevie Rae,suspirando soñadoramente—. Es comosi fuerais Romeo y Julieta con todo elasunto de los amantes prohibidos y todoeso —añadió sin dejar de abanicarsecon exageración. De pronto se paró, seincorporó en la cama y preguntó—: Ah,y, ¿qué pasa con Erik?

—¿Qué quieres decir con eso de quépasa con Erik?

—Es tu novio, Zoey.—Oficialmente no —contesté yo

timorata.—Bueno, ¡Dios!, ¿y qué tiene que

hacer el pobre chico para que seaoficial?, ¿ponerse de rodillas? Duranteeste último mes ha quedado bastanteclaro que salís juntos.

—Lo sé —respondí yo, sintiéndomefatal.

—Entonces, ¿te gusta Loren más queErik?

—¡No! Sí. Ay, ¡Dios!, no lo sé. Escomo si Loren fuera por completo deotro mundo. Y además él y yo nopodemos salir juntos o lo que sea.

En realidad yo no estaba muy segurade ese «lo que sea». ¿Podíamos Loren y

yo vernos en secreto? ¿Quería yohacerlo?

Como si pudiera leer mispensamientos, Stevie Rae afirmó:

—Podrías escaparte y ver a Loren.—Eso es ridículo. Probablemente él

ni siquiera siente nada de eso por mí.Pero mientras lo decía, recordaba al

mismo tiempo el calor que emanaba desu cuerpo y el deseo reflejado en susojos negros.

—¿Y si él sí lo siente, Z? —preguntó Stevie Rae, escrutando mirostro atentamente—. ¿Sabes?, tú eresdiferente al resto de nosotros. Nadie hasido marcado jamás como lo has sido tú.

Nadie ha tenido nunca afinidad por cadauno de los cinco elementos. Quizás a tino se te apliquen las mismas reglas.

Se me encogió el estómago. Desdeel momento en el que había llegado a laCasa de la Noche había estado luchandopor encajar. Lo único que realmentequería era convertir aquel nuevo lugaren mi hogar: tener amigos a los quepoder considerar mi familia. No queríaser diferente ni quería jugar con reglasdistintas. Sacudí la cabeza y dije entredientes:

—No quiero que las cosas sean así,Stevie Rae. Yo solo quiero ser normal.

—Lo sé —contestó Stevie Rae en

voz baja—, pero eres diferente. Lo sabetodo el mundo. Además, ¿no quieresgustarle a Loren?

Yo suspiré y contesté:—No estoy muy segura de lo que

quiero, pero sí sé que no quiero quenadie se entere de lo de Loren y yo.

—Mis labios están sellados —dijoStevie Rae que, como la verdaderapaleta de Oklahoma que es, hizo el gestode echarse la cremallera de la boca ytirar la llave—. Nadie va a sacarme niuna palabra —musitó con los labiosmedio sellados.

—¡Mierda! Eso me recuerda queAphrodite vio a Loren tocándome.

—¿Esa bruja te siguió hasta elmuro? —preguntó Stevie Rae con unchillido.

—No, no. Nadie nos vio fuera.Aphrodite entró en el centro multimediacuando él me tocaba la cara.

—¡Ah, mierda!—Exacto: ah, mierda. Y hay más.

¿Recuerdas que me salté parte de laclase de español porque quería ir a vera Neferet? Pues no hablé con ella. Fui asu clase y la puerta estaba entornada, asíque oí parte de su conversación. Estabacon Aphrodite.

—¡Ese bicho estaba cotilleandoacerca de ti!

—No estoy segura. Solo oí parte delo que decían.

—Apuesto a que estabasabsolutamente aterrada cuando Neferetfue a buscarte al comedor para quecenaras con ella.

—Absolutamente —confirmé yo.—No es de extrañar entonces que

pareciera que estabas enferma. ¡Dios!,ahora lo comprendo —dijo Stevie Rae,cuyos ojos de pronto se agrandaron—.¿Aphrodite te ha metido en problemascon Neferet?

—No. Esta noche, cuando hablé conNeferet, me dijo que las visiones deAphrodite eran falsas porque Nyx le ha

retirado el don. Así que sea lo que sealo que Aphrodite le dijera, Neferet no lacreyó.

—Bien —afirmó Stevie Rae, queparecía dispuesta a partir a Aphrodite endos.

—No, bien no. La reacción deNeferet fue demasiado dura. Hizo llorara Aphrodite. Mucho. Stevie Rae,Aphrodite estaba destrozada por lo quele había dicho Neferet. Además, Neferetno parecía la misma de siempre.

—Zoey, no puedo creer quetengamos que hablar de esto otra vez.Tienes que dejar de lamentarte porAphrodite.

—Stevie Rae, tú no comprendes. Nose trata de Aphrodite, sino de Neferet.Fue cruel. Aunque Aphrodite estuvierachivándose de algo mío y exagerando loque vio, la respuesta de Neferet fue unerror. Y tengo un mal presentimiento conrespecto a eso.

—¿Tienes un mal presentimiento conrespecto a Neferet?

—Sí… no… no lo sé. No se tratasolo de Neferet. Es como si se tratara deuna mezcla de cosas, y todas ellas salenal mismo tiempo. Chris, Loren,Aphrodite, Neferet… Algo va mal,Stevie Rae.

Stevie Rae parecía confundida, pero

enseguida me di cuenta de quenecesitaba una analogía al estilo deOklahoma para comprenderme.

—¿Sabes que justo antes de untornado parece que todo va bien? Merefiero a cuando el cielo está despejado,pero el viento comienza a enfriarse y acambiar de dirección. Sabes que algoestá a punto de ocurrir, pero no siempresabes lo que es. Pues así me siento yoahora.

—¿Como si viniera una tormenta?—Sí, una grande.—Entonces, ¿qué quieres que haga

yo?—Que vigiles las tormentas.

—Eso puedo hacerlo.—Gracias.—¿Pero podemos ver primero una

película? Damien acaba de pedirMoulin Rouge al Netflix. Pensabatraérsela, y las gemelas se las iban aarreglar para pillar unas patatas fritas deverdad, no de esas sin grasa —dijoStevie Rae, mirando su reloj de Elvis—.Probablemente estarán ya abajo,cabreados porque llevan ratoesperándonos.

Adoraba el hecho de poderdescargar sobre Stevie Rae todo lo quesentía como un aterrador terremoto enmi interior y ver que ella se ponía a

invocar a su «¡ohdiosmío!» para, unsegundo después, comenzar a hablar decosas tan banales como las películas ylas patatas fritas. Me hacía sentirmecomo una persona normal, con los piesbien plantados en la tierra, ycomprender que nada podía ser tanabrumador y confuso. Le sonreí.

—¿Moulin Rouge?, ¿con EwanMcGregor?

—El mismo. Espero que podamosverle el culo.

—Ya me has convencido. Vamos.Pero recuerda…

—¡Dios! Lo sé, lo sé. No digas nadade esto a nadie —me interrumpió Stevie

Rae—. Pero entonces déjame decirlouna vez más: Loren Blake está por ti.

—¿Has terminado ya?—Sí —sonrió ella maliciosamente.—Espero que alguien me haya

conseguido una bebida burbujeantemarrón.

—¿Sabes, Z? Eres muy rara con esodel refresco burbujeante marrón.

—Lo que tú digas, señorita LuckyCharms —dije yo, empujándola por lapuerta.

—Eh, tú también podrías ser laseñorita Lucky Charms.

—¿En serio? Entonces dime, ¿qué esel dulce de malvavisco?, ¿una fruta, o un

vegetal?—Las dos cosas. Esos cereales

Lucky Charms son únicos… como yo.Me reía de la tonta de Stevie Rae y

me sentía mejor que en todo el díacuando trotamos escaleras abajo haciael salón que da paso a los dormitorios.Las gemelas y Damien habían tomadoposesión de una de las enormespantallas planas de televisión, y noshicieron señas para indicarnos dóndeestaban. Stevie Rae tenía razón: estabanmasticando Doritos auténticos,embadurnados de salsa de cebolla verdecon toda su grasa (suena ordinario, peroestá rico de verdad). Y mi bienestar

llegó al culmen cuando Damien metendió un enorme vaso de refrescoburbujeante marrón.

—Habéis tardado mucho —dijoDamien, echándose a un lado del sofápara que pudiéramos sentarnos con él.

Las gemelas, naturalmente, habíanpillado dos enormes sillones idénticosque habían arrastrado junto al sofá.

—Lo siento —se disculpó StevieRae, añadiendo después con una sonrisaen dirección a Erin—: Necesitaba estarun rato a solas con mis intestinos.

—Una excelente descripción, StevieRae —contestó Erin complacida.

—¡Puaj! Pon la peli, vamos —dijo

Damien.—Espera, yo tengo el mando —

añadió Erin.—¡Espera! —exclamé yo antes de

que presionara el botón de «play».El volumen estaba al mínimo, pero

podía ver a Chera Kimiko en lasnoticias de la Fox News 23. Hablabadirectamente a la cámara con un aspectotriste y serio. En la parte inferior de lapantalla corría un mensaje escrito en elque decía «encontrado el cuerpo deladolescente».

—Sube el volumen —añadí yo.Shaunee subió el volumen.—Repetimos nuestra noticia

principal de esta mañana: el cuerpo deldesaparecido delantero del Union, ChrisFord, ha sido encontrado por dosexcursionistas que iban en kayak aúltima hora de la tarde del viernes. Elcuerpo estaba enganchado a las rocas ybarcazas de arena que se usan comomuro de contención para crear una zonade rápidos de recreo en el río Arkansas,a la altura de la calle Veintiuno. Segúndiversas fuentes, el adolescente murió acausa de una pérdida de sangre masivaasociada a laceraciones múltiples, y esposible que fuera atacado por un animalgrande. Tendremos más informaciónsobre el asunto en cuanto se publique el

resultado del examen médico oficial.Mi estómago, que por fin parecía

haberse asentado y se comportaba connormalidad, se encogió otra vez. Sentíque todo mi cuerpo se helaba. Pero lasmalas noticias no habían terminado.Chera miró seria a la cámara con suspreciosos ojos marrones y continuó:

—Y justo a continuación de estatrágica noticia nos llega otro informe deotro jugador del equipo de fútbol Union,también desaparecido.

En la pantalla salió entonces la fotode otro chico también muy mono,vestido con el típico uniforme rojo yblanco del equipo.

—Brad Higeons fue visto por últimavez el viernes, poco después de lasalida del instituto, en el Starbucks de laplaza de Utica donde estaba pegandofotos de Chris. Brad no era solocompañero del equipo de fútbol deChris, sino además su primo.

—¡Ohdiosmío! Todo el equipo deUnion está cayendo como moscas —dijoStevie Rae. Entonces me miró a mí y yovi sus ojos agrandarse y ponerse comoplatos—. Zoey, ¿estás bien? No tienesbuen aspecto.

—También le conocía.—Es extraño —dijo Damien.—Los dos iban siempre juntos a las

fiestas. Todo el mundo los conocíaporque eran primos, a pesar de queChris era negro y Brad es blanco.

—Eso para mí tiene mucho sentido—dijo Shaunee.

—Lo mismo digo, gemela —dijoErin.

Yo apenas podía oírlas con elzumbido de mis oídos.

—Necesito… salir a dar una vuelta.—Yo voy contigo —afirmó Stevie

Rae.—No, quédate aquí a ver la película.

Yo solo… solo necesito un poco de airefresco.

—¿Seguro?

—Sin duda. No tardaré mucho.Volveré a tiempo de verle el culo aEwan.

A pesar de que casi podía sentir lapreocupación con la que me mirabaStevie Rae (y oír a las gemelas discutircon Damien sobre si se le vería o no elculo a Ewan), salí corriendo del salón alfresco de la noche de noviembre.

Ciega, me alejé del edificioprincipal de la escuela, apartándomeinstintivamente de todo camino en el quepudiera encontrarme a gente. Me esforcépor seguir caminando y por respirar.¿Qué demonios me estaba sucediendo?Sentía una enorme tensión en el pecho y

tenía el estómago tan destrozado quetenía que tragar fuerte a cada momentopara no vomitar. El zumbido de losoídos parecía haber aminorado, pero nohabía nada que hacer contra la ansiedadque rebosaba por todo mi cuerpo. Tododentro de mí gritaba. Gritaba que algono iba bien una y otra vez. Algo no ibabien.

Mientras caminaba, poco a poco mefui dando cuenta de que el cielo, queantes estaba despejado y lleno deestrellas que ayudaban a la luna casillena a iluminar su espesa oscuridad, sehabía cubierto de repente. La suave yfresca brisa se había tornado fría, y

hacía mover las hojas secas de losárboles a mi alrededor, mezclando losolores de la tierra y del viento con losde la oscuridad. De algún modo eso mecalmó, y el tumulto, los pensamientosinconexos y la ansiedad se rebajaron losuficiente como para permitirme dehecho pensar.

Me dirigí a los establos. Lenobia mehabía dicho que podía cepillar yacicalar a Perséfone siempre quequisiera pensar o estar sola. Y sin dudalo necesitaba. Además, tener unadirección en la que caminar, un destinoal que ir, era un pequeño logro en mediode mi caos interior.

Los establos estaban justo delante,extendidos a lo largo en un edificiobajo. Mi respiración comenzaba aapaciguarse cuando oí un ruido. Alprincipio no supe de qué se trataba.Sonó demasiado amortiguado,demasiado extraño. Entonces pensé quequizá fuera Nala. Era muy propio de ellaseguirme y quejarse con su voz deviejecita gruñona hasta que me parara acogerla en brazos. Miré a mi alrededor yla llamé en voz baja:

—Gatita-gatita-gatita.Entonces el ruido se hizo más nítido,

pero no era un gato. De eso estabasegura. Un movimiento cerca de los

establos me llamó la atención, y vi unasilueta desplomada sobre el banco quehabía junto a las puertas principales delestablo. Allí solo había una lámpara degas que estaba justamente junto a laspuertas, pero el banco estabainmediatamente a continuación, fuera delfoco de luz de la lámpara.

La silueta volvió a moverse, yentonces supe que era la de una persona:un iniciado o un vampiro. Estabasentado, pero inclinado de tal modohacia delante, que casi se doblaba sobresí mismo. El ruido comenzó otra vez. Yoestaba ya tan cerca, que podía distinguirque se trataba de un lamento: como si la

persona que había sentada sobre elbanco estuviera sufriendo.

Naturalmente, quería correr ylargarme de allí, pero no podía. Nohabría estado bien. Además, lo sentí:sabía en mi interior que no podíamarcharme, que, fuera lo que fuera loque ocurriera en aquel banco, tenía queenfrentarme a ello.

Respiré hondo y me acerqué albanco.

—Eh… ¿estás bien?—¡No!Aquella palabra había sonado como

un susurro inquietante, como unestallido.

—¿Puedo… puedo ayudarte? —pregunté, tratando de averiguar quién erael que estaba sentado allí, entre lassombras.

Creí ver un cabello de color claro yquizá unas manos cubriendo el rostro.

—¡El agua! El agua está tan fría y estan profunda. No puedo salir… no puedosalir.

Ella apartó las manos de la cara enese momento y alzó la vista hacia mí,pero antes de que lo hiciera yo ya sabíaquién era. Había reconocido su voz. Ytambién había comprendido lo que leestaba ocurriendo. Me esforcé poracercarme a ella con calma. Ella seguía

mirándome. Su rostro estaba cubierto delágrimas.

—Vamos, Aphrodite, estás teniendouna visión. Tengo que llevarte conNeferet.

—¡No! —gritó ella—. ¡No! No melleves con ella. Ella no va a escucharme.Ella… ya no cree en mí.

Recordé lo que había dicho Neferetpoco antes acerca de que Nyx le habíaretirado su don a Aphrodite. ¿Quénecesidad tenía de complicarme la vidacon ella?, ¿quién sabía qué le estabapasando a Aphrodite? Probablementesolo estaba montando una escenapatética de teatro para llamar la

atención, y yo no tenía tiempo para esasmierdas.

—Bien. Digamos que yo tampococreo en ti —dije yo—. Quédate aquí yten tu visión o lo que sea. Yo tengo otrascosas de qué preocuparme.

Me giré en dirección al establo, peroella alargó la mano y me agarró de lamuñeca.

—¡Tienes que quedarte! —exclamóAphrodite mientras le castañeteaban losdientes. Era evidente que le costabahablar—. ¡Tienes que oír la visión!

—No, no tengo por qué —contesté,apartando sus dedos aferrados a mimuñeca—. Sea lo que sea lo que ocurra,

es asunto tuyo, no mío. Tú te encargas deél.

En esa ocasión, cuando me giré paramarcharme, lo hice más deprisa.

Pero no lo suficientemente deprisa.Sentí sus siguientes palabras rasgar miinterior.

—Tienes que escucharme. Si no lohaces, tu abuela morirá.

9

—¿De qué demonios estás hablando? —pregunté, volviéndome hacia ella.

Aphrodite estaba jadeando, y susojos se agitaban inquietos. Incluso enmedio de la oscuridad podía ver elblanco de sus ojos comenzar a nublarse.La agarré de los hombros y la sacudí.

—¡Dime lo que ves!Aphrodite asintió con una pequeña y

brusca sacudida, tratando decontrolarse.

—Lo haré —jadeó—. Pero quédateconmigo.

Me senté junto a ella en el banco ydejé que me agarrara la mano sinimportarme el hecho de que me laapretaba tanto que parecía que fuera arompérmela. Y sin importarme tampocoque ella fuera mi enemiga, y una personaen la que no confiaba. Sin importarmenada, excepto el hecho de que miabuelita podía tener problemas.

—No voy a ninguna parte —dijeseria.

Entonces recordé cómo Neferet alprincipio la había animado a que lecontara lo que veía.

—¡Agua! Es horrible… tan marrón ytan fría. Es todo tan confuso… nopuedo… no puedo abrir la puerta delSaturno…

Sentí un horrible escalofrío. Laabuelita tenía un Saturno. Se lo habíacomprado porque era uno de los cochesmás seguros y se suponía que podíasobrevivir a todo.

—Pero ¿dónde está el coche,Aphrodite?, ¿en qué agua estásumergido?

—En el río Arkansas —jadeó ella—. El puente… se ha derrumbado —continuó Aphrodite, llorando y conaspecto de estar aterrada—. Vi un coche

caer delante de mí y golpear la barcaza.¡Está ardiendo! Esos niños pequeños…los que intentaban que los conductoresde los camiones pitaran al pasar… estánen el coche.

Yo tragué fuerte y pregunté:—Bien, ¿qué puente?, ¿cuándo?Todo el cuerpo de Aphrodite se

tensó de pronto al contestar:—¡No puedo salir! ¡No puedo salir!

El agua, está…Aphrodite hizo entonces un ruido

horrible que juro que sonó como si seatragantara, y luego se desplomó denuevo sobre el banco y su mano sequedó flácida junto a la mía.

—¡Aphrodite! —grité, sacudiéndola—. Tienes que despertarte. ¡Tienes quecontarme más cosas de lo que has visto!

Lentamente, ella abrió los párpados.Esa vez no vi el blanco de sus ojosnegros, y cuando terminó de abrirlos deltodo parecían normales. Aphrodite mesoltó bruscamente la mano y se apartó elpelo de la cara con la mano temblorosa.Noté que la tenía mojada y que estabacubierta de sudor. Ella parpadeó un parde veces más antes de mirarme a losojos. Su mirada era tranquila, y no pudeleer en ella otra cosa que puroagotamiento en su expresión y en su voz.

—Bien, te has quedado —dijo ella.

—Dime lo que has visto. ¿Qué leocurría a mi abuela?

—El puente sobre el que estaba sucoche se derrumbó, y ella cayó al río yse ahogó —dijo Aphrodite lisa yllanamente.

—No. No, eso no ocurrirá. Dimequé puente. Cuándo. Cómo. Yo lodetendré.

Los labios de Aphrodite securvaron, esbozando un atisbo desonrisa.

—Ah, ¿quieres decir que de prontocrees en mis visiones?

El temor por mi abuela era como undolor hirviendo en mi interior. La agarré

del brazo y me puse en pie, obligándolaa ella a hacer lo mismo.

—Vamos.Ella sacudió la mano tratando de

apartarse de mí, pero estaba demasiadodébil. No me costaba nada sujetarla.

—¿Adónde?—A ver a Neferet, por supuesto.

Ella arreglará esta mierda, y tú vas ahablar con ella.

—¡No! —dijo Aphrodite casi agritos—. No se lo contaré. Juro que nolo haré. Pase lo que pase, diré que nome acuerdo de nada excepto de quehabía agua y un puente.

—Neferet te lo sonsacará.

—¡No lo hará! Sabrá que le miento,que le oculto algo, pero no sabrá qué. Sime llevas a verla, tu abuela morirá.

Me sentía tan enferma, que comencéa temblar.

—¿Qué quieres, Aphrodite?,¿quieres ser la líder de las HijasOscuras otra vez? De acuerdo. Tedevuelvo el puesto. Pero dime qué hagocon mi abuela.

Una expresión de crudo dolor cruzóel pálido rostro de Aphrodite.

—Tú no puedes devolvérmelo, tieneque ser Neferet.

—Entonces, ¿qué quieres?—Solo quiero que me escuches para

que sepas que Nyx no me haabandonado. Quiero que creas que misvisiones siguen siendo reales —contestóAphrodite, mirándome a los ojos. Su vozsonaba tensa y muy baja—. Y quiero queme debas una. Algún día serás unapoderosa alta sacerdotisa, más poderosaaún que Neferet. Y puede que algún díayo necesite protección, y entonces mevendrá muy bien que me debas un favor.

Quería decirle que eraabsolutamente imposible que yo pudieraprotegerla de Neferet. Ni en esemomento, ni quizá nunca. O quizá yo noquisiera hacerlo. Aphrodite estaba hechaun lío, y yo ya había sido testigo de lo

egoísta y odiosa que podía llegar a ser.No quería deberle un favor; no queríatener nada que ver con ella.

Pero tampoco tenía elección.—Bien. No te llevaré ante Neferet.

Y ahora dime, ¿qué has visto?—Primero dame tu palabra de que

me debes un favor. Y recuerda, no setrata de una promesa humana vacía.Cuando los vampiros dan su palabra,sean iniciados o adultos, es uncompromiso.

—Si tú me dices cómo salvar a miabuela, yo te doy mi palabra de que tedebo un favor.

—Un favor de mi elección —se

apresuró a añadir ella astutamente.—Sí, lo que sea.—Tienes que decir el juramento

completo.—Si tú me dices cómo salvar a mi

abuela, te doy mi palabra de que tedeberé un favor de tu elección.

—Así ha sido dicho; así se hará —susurró Aphrodite.

Su voz me produjo escalofríos en laespalda, pero no les hice caso.

—Dímelo.—Primero tengo que sentarme —

dijo ella.De pronto estaba otra vez

temblorosa, y se derrumbó sobre el

banco.Yo me senté junto a ella y esperé

con impaciencia mientras se calmaba.Cuando comenzó a hablar, sentí todo elimpacto del horror de lo que me estabacontando en mi interior, y supe en lo máshondo de mi alma que su visión eracierta. Si Nyx estaba enfadada conAphrodite, aquella noche desde luego nolo demostraba.

—Esta tarde tu abuela tomará laautopista Muskogee Turnpike de caminoa Tulsa —dijo Aphrodite, haciendo unapausa para ladear la cabeza como situviera que escuchar al viento—. Tucumpleaños es el mes que viene. Ella

viene a la ciudad a comprarte un regalo.La sorpresa me invadió. Aphrodite

tenía razón. Mi cumpleaños era endiciembre. El asqueroso día de micumpleaños era el veinticuatro dediciembre, así que en realidad jamás lohabía celebrado. Todo el mundo queríajuntarlo con la Navidad. Ni siquiera elaño anterior, cuando cumplía dieciséis yhubiera debido de celebrarlo con unaenorme y elegante fiesta, hice nadaespecial. Resultaba realmente una lata…Sacudí ese pensamiento. No era elmomento de perderse en quejas eternas apropósito de mi cumpleaños.

—Bien, así que ella viene a la

ciudad esta tarde, ¿y qué más ocurre?Aphrodite entrecerró los ojos como siestuviera tratando de ver en medio de laoscuridad.

—Es extraño. Por lo general puedodecir exactamente por qué ocurre elaccidente, por ejemplo si un avión fallao lo que sea, pero esta vez estaba tanconcentrada en tu abuela, que no estoysegura de por qué se hunde el puente —dijo Aphrodite, volviendo entonces lavista hacia mí—. Puede que sea porqueesta es la primera visión que tengo en laque muere alguien a quien reconozco.Eso me ha aturdido.

—Ella no va a morir —afirmé yo

rotundamente.—Entonces no debe de ir al puente.

Recuerdo que el reloj del salpicaderode su coche marcaba las tres y cuarto,así que estoy segura de que es por latarde.

Automáticamente miré el reloj: lasseis y diez de la madrugada. Amaneceríaen una hora (y yo me iría a la cama), locual significaba que la abuela estaríadespertándose. Conocía sus horarios. Selevantaba hacia el amanecer y salía apasear a la suave luz de la mañana.Luego volvía a su acogedora casita ydesayunaba algo ligero antes decomenzar con el trabajo que tuviera que

hacer ese día en la granja de lavanda. Lallamaría por teléfono y le diría que sequedara en casa, que no debíaarriesgarse siquiera a salir en coche aninguna parte. Ella estaría a salvo; yome aseguraría de eso. Entonces otra ideacruzó mi mente. Miré a Aphrodite.

—¿Y la otra gente? Recuerdo quehas dicho algo acerca de unos niños delcoche de delante de ti, y que ese cochese estrelló y se prendió fuego.

—Sí.Yo fruncí el ceño sin dejar de

mirarla.—¿Sí, qué?—Que sí, yo lo observaba todo

desde el punto de vista de tu abuela, y viun montón de coches que se habíanestrellado a mi alrededor. Sin embargoocurrió muy deprisa, así que no puedodecirte realmente cuántos eran.

Ella no dijo nada más, pero yosacudí la cabeza con disgusto.

—¿Y qué te parecería salvarlos?¡Has dicho que morían niños!

Aphrodite se encogió de hombros.—Te he dicho que mi visión era

confusa. No puedo decir con exactituddónde fue, y la única razón de que sepala hora es porque vi la fecha y la hora enel salpicadero del coche de tu abuela.

—¿Así que vas a dejar que toda esa

otra gente muera?—¿Y a ti qué te importa? Tu abuela

no morirá.—Me pones enferma, Aphrodite.

¿Te importa alguien aparte de ti?—Lo que tú digas, Zoey. ¡Como si tú

fueras tan perfecta! No te he oídopreocuparte por nadie excepto por tuabuela.

—¡Por supuesto que me hepreocupado sobre todo por ella! ¡Yo laquiero! Pero no quiero que muera nadiemás tampoco. Y nadie va a morir si yopuedo evitarlo. Así que tienes queencontrar el modo de decirme de quépuente estás hablando.

—Ya te lo he dicho, está en laautopista Muskogee Turnpike. No sécuál de ellos es.

—¡Concéntrate! ¿Qué más has visto?Aphrodite suspiró y cerró los ojos.

Yo observé su rostro mientras fruncía elceño: parecía encogerse de miedo. Conlos ojos aún cerrados dijo:

—Espera, no. No es en la autopista.He visto la señal. Es en el puente de laI-40 sobre el río Arkansas, el que estájusto al salir de la autopista junto a lascataratas Webber —dijo Aphrodite,abriendo los ojos—. Ahora ya sabesdónde y cuándo. No puedo decirtemucho más. Creo que una especie de

barca plana, como una barcaza, quegolpea el puente, pero eso es todo lo quesé. No he visto nada que pudieraidentificar la barca. Y bien, ¿cómo vas aevitarlo?

—No lo sé, pero lo haré —musité.—Bueno, pues mientras tú piensas

en cómo salvar el mundo, yo me voy ami dormitorio a hacerme las uñas. Lasuñas andrajosas son patéticas.

—¿Sabes? Tener unos padres locosno es excusa para no tener corazón —dije yo.

Ella se había dado la vuelta, pero aloírme se detuvo. Tensó la espalda almáximo y cuando me miró por encima

del hombro, vi que entrecerraba los ojosen un gesto de enfado.

—¿Y qué sabrás tú de eso?—¿De tus padres? No mucho,

excepto que te manejan y que tu madrees una pesadilla. ¿O te refieres a lospadres-jódelo-todo en general? De esosí sé mucho. He estado conviviendo conel problema de los padres coñazo desdeque mi madre volvió a casarse hace tresaños. Es jodido, pero no es una excusapara ser una guarra.

—Pues prueba a pasar dieciochoaños con algo más que unos simplespadres coñazo, y quizá comiences acomprender. Hasta entonces, tú no sabes

una mierda.Entonces, con el gesto de la antigua

Aphrodite que tan bien conocía y a laque no soportaba, ella se sacudió lamelena y se marchó, meneando su culitocomo si a mí me importara.

—Problemas. La chica tieneverdaderos problemas —musité yo.

Me senté en el banco y comencé arebuscar el móvil por el bolso, contentade llevarlo siempre encima aunquetuviera que llevarlo apagado, sinvibración siquiera. La razón podíaresumirse en una sola palabra: Heath. Élera mi casi ex novio humano, y desde elmomento en el que él y mi

definitivamente ex amiga Kayla habíantratado de hacerme escapar de la Casade la Noche (eso era exactamente lo quedecían ellos, los muy imbéciles), Heathestaba más que obsesionado conmigo.Por supuesto, en realidad no era culpasuya. Fui yo la que probó su sangre ycomenzó todo el asunto de la conexióncon él, pero aún así. De todos modos,aunque el número de sus mensajes sehabía reducido desde un millón o así aldía (que quiere decir unos veinte) a doso tres, seguía sin tener ganas de dejarloencendido y soportar que me molestara.Y, por supuesto, cuando lo abrí yencendí había dos llamadas perdidas,

las dos de Heath. No había mensajes, encambio, así que con un poco de suerte élme estaba demostrando que era capaz deaprender.

La abuela parecía somnolientacuando contestó al teléfono, pero nadamás darse cuenta de que era yo quienllamaba se espabiló.

—¡Oh, Zoeybird! Es tan maravillosodespertarme oyendo tu voz —comentóella.

Yo sonreí.—Te echo de menos, abuelita.—Y yo a ti también, cariño.—Abuelita, la razón por la que te

llamo es un poco rara, pero vas a tener

que confiar en mí.—Pues claro que confío en ti —

contestó ella sin vacilar.Mi abuela es tan distinta de mi

madre que a veces me pregunto cómopuede ser que sean de la misma familia.

—Bien, hoy, más tarde, piensas ir aTulsa a hacer algunas compras,¿verdad?

Hubo una breve pausa, y entoncesella se echó a reír y contestó:

—Supongo que me va a costartrabajo mantener como una sorpresa losregalos de cumpleaños de mi nietecita lavampira.

—Necesito que me prometas una

cosa, abuelita. Prométeme que hoy noirás a ninguna parte. No te subas alcoche. No vayas conduciendo a ningúnsitio. Simplemente quédate en casa yrelájate.

—¿Qué ocurre, Zoey?Yo vacilé, sin saber muy bien cómo

decírselo. Entonces, haciendo uso de suhabitual habilidad para comprenderme,la abuela dijo en voz baja:

—Recuerda que puedes contármelotodo, Zoeybird. Yo te creeré.

No me di cuenta de que había estadoconteniendo la respiración hasta eseinstante. Mientras soltaba el aire, dije:

—El puente de la I-40 sobre el río

Arkansas, junto a las cataratas deWebber, va a derrumbarse. Se suponeque tú estarás en él y morirás.

La última frase la dije en voz baja,casi como un susurro.

—¡Oh! ¡Oh, Dios! Será mejor queme siente.

—Abuelita, ¿estás bien?—Creo que ahora sí, pero no lo

estaría si tú no me hubieras avisado, ypor eso siento como si me mareara —contestó la abuela, que debió coger unarevista o algo así porque yo oía cómo seabanicaba—. ¿Cómo lo hasdescubierto?, ¿tienes visiones?

—No, yo no. Aphrodite.

—¿La chica que era líder de lasHijas Oscuras? Creía que no eraisamigas.

—No lo somos —solté yo—. Deningún modo. Me la encontré mientrastenía una visión, y ella me ha dicho loque ha visto.

—¿Y tú confías en esa chica?—En absoluto, pero sí confío en su

poder. Y la vi, abuela. Era como si ellaestuviera allí, contigo. Fue horrible. Tevio estrellarte y todos esos niñospequeños murieron…

Tuve que hacer una pausa pararespirar. Lo cierto era que de prontocaía por fin en la cuenta: mi abuela

podía haber muerto ese día.—Espera, ¿hay más gente

involucrada en el accidente?—Sí, cuando el puente se derrumbe

un montón de coches caerán al río.—Pero ¿y la otra gente?—Yo me ocuparé de eso, abuela. Tú

simplemente quédate en casa.—¿Y no debería ir al puente y tratar

de detenerlos?—¡No! Mantente alejada de allí. Yo

me aseguraré de que nadie resultaherido, te lo prometo. Pero tengo quesaber que tú estás a salvo.

—De acuerdo, cariño. Te creo. Notienes que preocuparte por mí. Estaré en

casa, sana y salva. Tú harás lo quetengas que hacer, y si me necesitas,llámame. A la hora que sea.

—Gracias, abuelita. Te quiero.—Yo también te quiero, u-we-tsi-a-

ge-hu-tsa.Después de colgar me quedé un rato

sentada ahí, tratando de serenarme ydejar de temblar. Solo un ratito. Mimente comenzaba ya a elaborar un plan,y no tenía tiempo que perder. Necesitabaponerme manos a la obra.

10

—Entonces, ¿por qué no podemoscontarle a Neferet todo el asunto? A ellale basta con hacer unas cuantas llamadastelefónicas, igual que hizo el mes pasadocuando Aphrodite tuvo una visión sobreun avión que se estrellaba en elaeropuerto de Denver —dijo Damien,poniendo buen cuidado de mantener lavoz baja.

—Aphrodite me hizo prometerle queno se lo diría a Neferet. Ellas dos están

peleadas o algo así.—Ya era hora de que Neferet

comenzara a verla como la guarra que es—dijo Stevie Rae.

—Vaca odiosa —intervino Shaunee.—Bruja del demonio —convino

Erin.—Sí, bueno, da igual qué sea

realmente, lo que importa son susvisiones y la gente que está en peligro—dije yo.

—Oí decir que sus visiones ya noson fiables porque Nyx le ha retirado eldon —dijo Damien—. Quizá sea por esopor lo que te hizo prometerle que noirías a ver a Neferet, porque se lo ha

inventado todo y quiere ponerte nerviosapara que hagas algo que o bien te dejeen mal lugar, o bien te cause problemas.

—Yo también pensaría lo mismo sino la hubiera visto teniendo esa visión.Te aseguro que no estaba fingiendo, deeso estoy segura.

—Pero ¿te está diciendo toda laverdad? —preguntó Stevie Rae.

Pensé sobre ello por un momento.Aphrodite había admitido yaabiertamente ante mí que podía ocultarpartes de sus visiones a Neferet. ¿Quéme hacía pensar que no estaba haciendolo mismo conmigo también? Entoncesrecordé la palidez de su rostro, la forma

en que me había agarrado la mano y elmiedo que delataba su voz mientras seunía a mi abuela en el momento de sumuerte. Me eché a temblar.

—Me estaba diciendo la verdad —dije yo—. Chicos, me temo que tendréisque confiar en que mi intuición no seequivoca.

Miré a mis cuatro amigos. A ningunode ellos le gustaba el asunto, pero yosabía que los cuatro confiaban en mí yque podía contar con ellos.

—Bien, lo que hay que hacer es losiguiente. Ya he llamado a mi abuela.Ella no estará en el puente, pero el restode la gente sí. Tenemos que encontrar el

modo de salvar a toda esa gente.—Aphrodite dijo que una especie de

barcaza golpeaba el puente provocandoque se derrumbara, ¿no? —preguntóDamien.

Yo asentí.—Bueno, podrías fingir que eres

Neferet y hacer lo que hace ella, llamara quien sea que esté a cargo de esasbarcazas y decirle que una de tusestudiantes ha tenido la visión de unatragedia. La gente escucha a Neferet: lesasusta no hacerlo. Y todo el mundo sabeque su información ha salvado muchasvidas humanas.

—Eso ya lo he pensado, pero no

funcionaría porque Aphrodite no vio labarcaza con claridad. Ni siquiera estabasegura de que fuera una barcaza, así queno hay modo de saber con quiéncontactar para detener la tragedia. Y nopuedo fingir que soy Neferet. Me parecemal. Quiero decir que es como meterseuno sólito en problemas. Nunca puedessaber si la persona a la que llame nollamará después a Neferet parainformarle sobre cómo lo han arregladotodo. Y entonces se descubriría elpastel.

—Sí, y sería un pastel realmente feo—comentó Shaunee.

—Sí, Neferet descubriría que la

bruja ha tenido otra visión, así que tupromesa de mantenerlo en secreto serompería —dijo Erin.

—Bien, así que no se puede hacernada con la barcaza, y fingir que eresNeferet queda descartado. Eso te dejacasi una sola opción: cerrar el puente —concluyó Damien.

—Sí, eso también lo había pensadoyo —dije yo.

—¡Una amenaza de bomba! —exclamó Stevie Rae de repente.

Todos la miramos.—¿Cómo? —preguntó Erin.—Explícate —añadió Shaunee.—Llamamos a quienquiera que

llamen esos frikis que amenazan con unabomba.

—Eso desde luego podría funcionar—dijo Damien—. Cuando hay unaamenaza de bomba en un edificiosiempre lo desalojan, así que meimagino que si hay una amenaza debomba en un puente, cerrarán el puente.Al menos hasta que averigüen si laamenaza de bomba es real.

—Si llamo desde el móvil no podránsaber quién ha llamado, ¿no? —preguntéyo.

—¡Oh, por favor! —exclamóDamien, sacudiendo la cabeza como siyo fuera idiota—. Por supuesto que

pueden rastrear las llamadas de losmóviles. No estamos en los añosnoventa.

—Entonces, ¿qué hago?—Puedes usar un móvil, pero tiene

que ser uno de esos que luego se tiran —explicó Damien.

—¿Quieres decir como esas cámarasde fotos de un solo uso?

—Pero tú, ¿dónde vives? —preguntóShaunee.

—¿Quién es el que no sabe queexisten móviles de usar y tirar? —preguntó Erin.

—Yo —dijo Stevie Rae.—Exacto —dijeron las gemelas al

unísono.—Eh —dijo Damien, sacándose un

enorme y feo Nokia del bolsillo—, usael mío.

—¿Por qué tienes un móvil de usar ytirar? —pregunté yo mientras examinabael aparato, que parecía completamentenormal.

—Me lo compré cuando mis padresse volvieron locos porque era gay.Hasta que fui marcado y vine aquí, mesentía como si fueran a castigarme y aapartarme de la vida eternamente. Noquiero decir con eso que esperara queme encerraran en un armario de porvida, pero siempre es bueno estar

preparado por si acaso. Desde entonces,siempre me aseguro de llevar unoencima.

Ninguno de nosotros supo qué decir.Era realmente terrible que los padres deDamien se hubieran vuelto tan locos porel hecho de que él fuera gay.

—Gracias, Damien —dije yo al fin.—De nada. Asegúrate de que lo

apagas inmediatamente y me lodevuelves en cuanto hayas terminado dehacer la llamada. Yo lo destruiré.

—De acuerdo.—Y asegúrate también de que les

dices que la bomba está instalada pordebajo de la superficie del agua. De ese

modo tendrán que cerrar el puentedurante mucho más tiempo para podermandar a los buzos a buscarla.

Yo asentí.—Buena idea. Les diré que la

bomba explotará a las tres y cuarto, quees la hora exacta en la que ocurrirá.Aphrodite vio el reloj del salpicaderodel coche de mi abuela cuando seestrellaba.

—No sé cuánto tiempo se necesitapara estas cosas, pero me imagino quedeberías llamar hacia las dos y media.Así tendrán tiempo suficiente para llegary cerrar el puente, pero no tanto comopara descubrir que el aviso es falso y

volver a abrirlo, de modo que se lleneotra vez de coches para las tres —dijoStevie Rae.

—Eh, chicos —dijo Shaunee—, ¿yaquién vais a llamar?

—¡Dios!, no lo sé.Comenzaba a sentir que el estrés me

invadía, y sabía que muy pronto tendríaun terrible dolor de cabeza.

—Míralo en Google —sugirió Erin.—No —negó Damien rápidamente

—. No queremos que sigan el rastro delordenador. Basta con una llamada aldepartamento local del FBI. Seguro queel número viene en la guía. Harán lo quehacen siempre que llama un loco con un

aviso.—¿El qué?, ¿seguirle la pista y

meterlo en la cárcel para el resto de laeternidad? —musité yo lúgubremente.

—No, no van a pillarte. No vas adejar ninguna pista. No tendrán ningunarazón para pensar que ha sido uno denosotros. Llama hacia las dos y media.Diles que has puesto una bomba debajodel puente porque… —Damien vaciló.

—¡Por la polución! —soltó StevieRae.

—¿La polución? —repitió Shaunee.—No creo que debas decir que es

por la polución, no resulta convincente.Creo que debes decir que es porque

estás harta de la interferencia delGobierno en los sectores de la vidaprivada —dijo Erin.

Yo, simplemente, parpadeé. ¿Quédemonios acababa de decir Erin?

—Excelente razón, gemela —dijoShaunee.

—Ha sonado exactamente igual quemi padre. Seguro que él estaríaorgulloso. Bueno, no de la parte deponer la bomba, pero de lo otro sí.

—Te comprendemos, gemela —dijoShaunee.

—A mí sigue gustándome más esode que estás cansada de tanta polución.La polución es un problema real —

insistió Stevie Rae con cabezonería.—Bien, ¿y si digo que es por la

interferencia del Gobierno y por lapolución en nuestros ríos? Esa sería unabuena razón para poner la bomba en elpuente —dije yo. Todos me miraron conuna expresión atónita. Yo suspiré—. Porla polución en el río.

—¡Ahh! —exclamaron todos.—Somos unos terroristas de

pacotilla —rió Stevie Rae.—Pues yo creo que eso es bueno —

dijo Damien.—Entonces, ¿estamos de acuerdo?

—pregunté yo—. Llamo al FBI, y todosmantenemos la boca cerrada con

relación a la visión de Aphrodite.Todos asintieron.—Bien. Estupendo. Entonces

supongo que necesito una guía telefónicapara mirar el número del FBI, y luego…

Vi algo moverse por el rabillo delojo, y alcé la vista y vi a Neferetacompañando a dos hombres con traje alos dormitorios. Todos nos quedamoscallados de pronto, y yo oírepetidamente un susurro por el salónque decía: «Son humanos…». Entoncesya no me quedó tiempo para pensar nipara escuchar, porque enseguida fueevidente que Neferet y los dos humanosse dirigían directamente hacia mí.

—Ah, Zoey, estás ahí —sonrióNeferet en mi dirección, con su habitualamabilidad—. Estos caballerosnecesitan hablar contigo. Creo quepodemos ir a la biblioteca. Notardaremos más que un momento.

Neferet nos hizo un gesto digno a loshombres del traje y a mí para que lasiguiéramos y salió del enorme salónprincipal (mientras todos nos mirabanboquiabiertos) en dirección al cuartitoque llamábamos la biblioteca de losdormitorios. En realidad era más bienuna habitación dedicada a losordenadores, con unas cuantas sillascómodas y un puñado de estantes llenos

de libros. Solo había dos chicas en lafila de ordenadores, pero Neferet selibró de ellas con una orden rápida. Seescurrieron fuera del cuartito y Neferetcerró la puerta. Por último ella se giróhacia nosotros. Yo miré el reloj quehabía sobre uno de los ordenadores.Eran las siete y seis minutos de lamañana del sábado. ¿Qué estabaocurriendo?

—Zoey, estos son el detective Marx—dijo Neferet señalando al más alto delos dos hombres— y el detective Martin,de la división de homicidios delDepartamento de Policía de Tulsa.Quieren hacerte unas cuantas preguntas

sobre el chico humano que fueasesinado.

—Bien —dije yo.No dejaba de preguntarme qué tipo

de preguntas me harían. ¡Demonios!, yono sabía nada. Ni siquiera conocía bienal chico.

—Señorita Montgomery —comenzóel detective Marx, al que Neferetinterrumpió inmediatamente.

—Redbird.—¿Cómo dice?—Zoey cambió legalmente su

apellido por el de Redbird cuando seconvirtió en una menor emancipada alentrar en nuestra escuela el mes pasado.

Todos nuestros estudiantes estánlegalmente emancipados. Es útil dada lanaturaleza única de nuestra escuela.

El poli asintió brevemente. No pudeadivinar si el comentario le habíamolestado o no, pero supuse, por suforma de mirar continuamente a Neferet,que la respuesta era no.

—Señorita Redbird —continuó él—, hemos recibido cierta informaciónsegún la cual tú conoces a Chris Ford ya Brad Higeons. ¿Es eso cierto?

—Ya te digo. Quiero decir que sí —me apresuré a corregirme. Era evidenteque no era el mejor momento paraparecer una estúpida adolescente—. Los

conozco… bueno, los conocía a los dos.—¿Qué quieres decir con eso de que

los «conocías»? —preguntó el detectiveMartin, el poli bajito, bruscamente.

—Bueno, quiero decir que ya nosalgo más por ahí con adolescenteshumanos, pero tampoco antes de sermarcada veía mucho ni a Chris ni aBrad.

Me pregunté por qué razón el poli semostraba tan tenso ante mi respuesta, yentonces me di cuenta de que habíahablado en pasado, lo cual debía habersonado bastante mal dado que Chrisestaba muerto, pero Brad solo habíadesaparecido.

—¿Cuándo fue la última vez que losviste a los dos? —preguntó Marx.

Yo me mordí el labio, tratando derecordar.

—No los veo hace meses… desde elcomienzo de la temporada de fútbol,pero entonces solo los vi en dos o tresfiestas en las que estaban ellos también.

—Entonces, ¿no estabas con ningunode los dos?

Yo fruncí el ceño y contesté:—No, yo más o menos salía con un

quarterback del Broken Arrow. Por esoes por lo que conocía a los chicos delUnion —expliqué, sonriendo para tratarde aligerar la tensión—. La gente cree

que los jugadores del Union detestan alos del BA, pero en realidad no escierto. Muchos han crecido juntos, y unpuñado de ellos aún siguen siendoamigos.

—Señorita Redbird, ¿cuánto tiempolleva en la Casa de la Noche? —preguntó el poli bajito como si yo no mehubiera esforzado por ser amable.

—Zoey lleva con nosotros casiexactamente un mes —contestó Neferetpor mí.

—Y durante ese mes, ¿alguno de losdos, Chris o Brad, han venido avisitarte?

—¡No! —exclamé yo,

completamente sorprendida.—¿Quieres decir que no ha venido

ningún adolescente humano a visitarteaquí en absoluto?

Martin había disparado la preguntamuy deprisa. Tanto, que me pilló porsorpresa y contesté mediotartamudeando y como una estúpida. Yestoy segura de que tenía todo el aspectode ser culpable. Por suerte, Neferet mesalvó.

—Dos amigos de Zoeyefectivamente vinieron a verla durante laprimera semana que estuvo aquí, aunqueno creo que se pudiera llamar a eso unavisita oficial —dijo Neferet con una

inteligente sonrisa de adulto, destinada atransmitirles a los detectives un mensajeque venía a decir algo así como: «Losniños siempre serán niños». Luegoasintió alentadoramente en dirección amí—. Continúa, cuéntales lo de tus dosamigos que pensaron que sería divertidoescalar el muro.

Neferet me miró fijamente. Yo lehabía contado todo el asunto de queHeath y Kayla habían escalado el murocon la ridícula idea de ayudarme aescapar. O, al menos, esa había sido laidea de Heath. Kayla, mi ex mejoramiga, simplemente quería hacerme verque estaba dispuesta a arrebatarme a

Heath. Le había contado a Neferet todoeso y mucho más. Como, por ejemplo,cómo había probado medioaccidentalmente la sangre de Heath,hasta que Kayla me había pillado y sehabía puesto hecha una furia. Entonces,mirando fijamente a los ojos de Neferet,supe tan claramente como si ella hubieradicho las palabras en voz alta que teníaque guardarme para mí el pequeñoincidente de que había saboreado lasangre, lo cual a mí me pareció mejorque bien.

—En realidad no hay mucho quecontar, y hace de eso casi un mes. AKayla y a Heath se les ocurrió colarse

aquí para ayudarme a escapar —expliqué yo, sacudiendo la cabeza comosi pensara que estaban locos.

El poli alto enseguida saltó con lapregunta:

—¿Kayla y Heath qué?—Kayla Robinson y Heath Luck —

contesté yo. (Sí, el apellido de Heath esLuck, «Suerte», pero lo único en lo queHeath ha tenido suerte es en que jamáslo han pillado conduciendo colocado)—. Bueno, el caso es que Heath es aveces un poco lento, y Kayla… bueno, aKayla se le dan bien los zapatos y elpelo, pero de sentido común no andamuy allá. Así que en realidad no habían

pensado mucho en el tema de «Eh, queella va a convertirse en un vampiro, y siabandona la Casa de la Noche, morirá».Entonces les expliqué que no solo noquería escaparme, sino que además nopodía. Y eso fue todo.

—¿Y no ocurrió nada fuera de lonormal cuando viste a tus amigos?

—¿Quiere decir cuando volví aldormitorio?

—No. Repetiré la pregunta con otraspalabras. ¿No ocurrió nada fuera de lonormal cuando viste a Kayla y a Heath?—preguntó Martin.

Yo tragué.—No.

En realidad esa no era exactamenteuna mentira. Según parece, no es deltodo anormal para un iniciadoexperimentar el deseo de sangre de unvampiro adulto. Yo no hubiera debidode experimentarlo tan pronto dentro demi proceso de cambio, pero tampoco mimarca hubiera debido de estar coloreadani hubiera debido de tener los tatuajesdecorativos de la cara de un vampiroadulto. Por no mencionar el hecho deque ningún otro iniciado o vampiro hatenido jamás tatuado el hombro y laespalda como la tengo yo. Vamos, queyo no soy exactamente un iniciadonormal.

—¿No le hiciste un corte al chico yte bebiste su sangre? —preguntó el polibajito con una voz como el hielo.

—¡No! —grité yo.—¿Está usted acusando a Zoey de

algo? —preguntó Neferet, dando un pasohacia mí.

—No, señora. Simplemente laestamos interrogando para tratar dehacernos una idea de la dinámica de losamigos de Chris Ford y Brad Higeons.Hay unos cuantos aspectos del caso queresultan especialmente poco habitualesy…

El poli bajito siguió hablando yhablando mientras mi mente echaba a

correr en otra dirección.¿Qué estaba pasando? Yo no había

cortado a Heath: solo le había arañado.Y no lo había hecho a propósito. Y loque había hecho no era exactamente«beber» su sangre: más bien la habíalamido. Pero ¿cómo diablos se habíanenterado los polis de todo eso? Heath noera muy inteligente, pero no creía que élhubiera corrido a contarle a la gente(especialmente a unos detectives) que lachavala detrás de la cual andaba loco sehabía bebido su sangre. No, Heath jamáshabría dicho nada de eso, pero…

Entonces supe por qué me estabanhaciendo tantas preguntas.

—Hay algo que deberían saberacerca de Kayla Robinson —dije yo depronto, interrumpiendo la aburridacharla del poli bajito—. Ella me viobesar a Heath. Bueno, en realidad fue élquien me besó a mí. A ella le gustaHeath —expliqué, mirando primero a unpoli y luego al otro—. Quiero decir quele gusta de verdad, que quiere salir conél ahora que yo me he apartado de sucamino. Así que cuando lo vio besarmese enfadó y comenzó a gritarme. Cierto,admito que no actué de un modo muymaduro. Me enfadé con ella. Quierodecir que está mal cuando tu mejoramiga va detrás de tu novio. Por eso…

—me interrumpí y comencé a movermenerviosamente, como si me dieravergüenza admitir lo que estaba a puntode decir—. Le dije cosas malas a Kaylapara asustarla. Ella se puso como loca yse marchó.

—¿Qué clase de cosas malas? —preguntó el detective Marx.

Yo suspiré antes de contestar:—Algo así como que si no se

marchaba, bajaría volando del muro y lechuparía la sangre.

—¡Zoey! —exclamó Neferet condureza—. Tú sabes que esas no sonformas apropiadas de hablar. Bastantesproblemas tenemos ya con nuestra

imagen sin necesidad de que asustes alos adolescentes humanos a propósito.No es de extrañar que el pobre se locontara a la policía.

—Lo sé. Lo siento.A pesar de saber que Neferet estaba

siguiéndome el juego, me costaba noencogerme de miedo ante el poder de suvoz. Alcé la vista hacia ambosdetectives. Los dos miraban a Neferetcon los ojos como platos, atónitos.Vaya. Así que, hasta ese momento, ellasolo les había mostrado su preciosolado amable, el público. No tenían niidea del tremendo poder al que seenfrentaban.

—¿Y no has visto a ninguno de losdos desde entonces? —preguntó el polialto tras un incómodo silencio.

—Sí, una vez más, pero solo aHeath, y fue durante nuestro ritual deSamhain.

—¿Cómo dices?, ¿vuestro qué?—Samhain es el antiguo nombre

para la famosa noche de Halloween —explicó Neferet.

Ella volvía a ser la mujerdespampanantemente bella y amable, yyo comprendí a la perfección por quélos polis parecían tan confusos. Sinembargo, le devolvieron a Neferet lasonrisa como si no tuvieran elección. Y,

conociendo los poderes de Neferet,efectivamente no tenían elección.

—Continúa, Zoey —añadió Neferet.—Bueno, estábamos unos cuantos

chicos, y llevábamos a cabo nuestroritual. Es como una misa de una iglesiapero al aire libre —expliqué yo.

Es cierto, nuestros rituales no tienenabsolutamente nada que ver con unamisa en la calle, pero de ninguna formaiba a explicarles a dos polis humanosque trazábamos un círculo einvocábamos a los espíritus de unosvampiros carnívoros muertos. Miré aNeferet. Ella asintió, alentándome acontinuar. Yo respiré hondo y corregí la

historia mientras la contaba. Sabía queen realidad no importaba lo que dijera.Heath no se acordaba de nada de loocurrido esa noche: la noche en la queestuvo a punto de morir a manos de losfantasmas de antiguos vampiros. Neferetse había asegurado de que su memoriaquedara total y permanentementebloqueada. Lo único que él sabía eraque me había encontrado junto con unpuñado de chicos y después se habíadesmayado.

—Bueno, pues Heath se coló en elritual. Yo me sentía muy violenta, sobretodo porque… bueno… porque ibacompletamente ciego.

—¿Heath estaba borracho? —preguntó Mark.

Yo asentí.—Sí, estaba borracho. Pero no

quiero meterlo en ningún problema.Había decidido de antemano no

mencionar la desafortunada y esperemosque temporal fase de experimentación deHeath con la marihuana.

—Él no está metido en ningúnproblema.

—Bien. Quiero decir que ya no esmi novio, pero sigue siendo un buenchico.

—No te preocupes por eso, señoritaRedbird, simplemente cuéntanos lo que

pasó.—Nada, en realidad. Se coló en

nuestro ritual, y fue muy violento. Ledije que se fuera a casa y que novolviera, que él y yo ya habíamosterminado. Hizo el ridículo él solo yluego se desmayó. Lo dejamos ahí. Esofue todo.

—¿No lo has visto desde entonces?—No.—¿Pero has sabido algo de él de

alguna manera?—Sí, me llama por teléfono

demasiado a menudo y me deja molestosmensajes en el móvil. Pero cada vezmenos —añadí precipitadamente. En

realidad no quería causarle ningúnproblema—. Creo que por fin se estádando cuenta de que hemos terminado.

El poli alto terminó de tomar algunasnotas y después se metió la mano en elbolsillo y sacó algo que tenía metidodentro de una bolsa de plástico.

—¿Y qué me dices de esto, señoritaRedbird? ¿Lo habías visto antes algunavez?

El policía me tendió la bolsa y yo vilo que había dentro. Era un colgante deplata con una larga cinta de terciopelonegro. El colgante tenía la forma de doslunas crecientes, colocadas espaldacontra espalda delante de una luna llena

con incrustaciones de granates. Era elsímbolo de la triple Diosa: madre,doncella y bruja. Yo tenía unoexactamente igual porque era el collarque llevaba siempre la líder de las HijasOscuras.

11

—¿De dónde han sacado esto? —preguntó Neferet.

Yo sabía que Neferet estaba tratandode mantener su voz bajo control, pero apesar de todo tenía un tono poderoso yenfadado que no podía ocultar.

—Encontramos este collar cerca delcuerpo de Chris Ford.

Yo abrí la boca, pero no pudecontestar. Sabía que me había puestopálida, y el estómago se me había

encogido dolorosamente.—¿Reconoce el collar, señorita

Redbird? —repitió la pregunta eldetective Marx.

Yo tragué y me aclaré la gargantaantes de contestar:

—Sí. Es el colgante de la líder delas Hijas Oscuras.

—¿Las Hijas Oscuras?—Las Hijas y los Hijos Oscuros son

una organización selecta de esta escuela,formada por los mejores estudiantes —explicó Neferet.

—¿Y tú perteneces a esaorganización? —siguió preguntando elpolicía.

—Soy su líder.—Entonces, ¿te importaría

enseñarnos tu colgante?—Yo… no lo tengo ahora aquí. Está

en mi habitación.Estaba tan asustada que comenzaba a

marearme.—Caballeros, ¿están acusando a

Zoey de algo? —preguntó de nuevoNeferet.

Su tono de voz era normal, pero laamenazadora ira contenida en él mepuso la piel de gallina. Pude ver por lasnerviosas miradas que se dirigieron lospolicías que ellos también la sentían.

—Señora, simplemente la estamos

interrogando.—¿Cómo murió? —pregunté yo.Había hecho la pregunta en voz baja,

pero sonó excesivamente alta en mediodel tenso silencio que rodeaba aNeferet.

—Por laceraciones múltiples ypérdida de sangre —contestó Marx.

—¿Le cortó alguien con una navaja oalgo así?

Había oído en las noticias que aChris lo había destrozado un animal, asíque en realidad ya tenía la respuesta ami pregunta. Sin embargo me sentíaobligada a preguntar.

Marx sacudió la cabeza.

—Las heridas no eran en absolutocomo las que produce un cuchillo: eranmás bien como arañazos o mordiscos deun animal.

—Su cuerpo estaba casi porcompleto vacío de sangre —añadióMartin.

—Y vienen ustedes aquí porqueparece el ataque de un vampiro —afirmó Neferet, muy seria.

—Venimos a buscar respuestas,señora —dijo Marx.

—Entonces les sugiero que le haganuna prueba de alcohol en sangre alcuerpo. Por lo poco que sé de susamigos, eran bebedores habituales.

Probablemente se intoxicó y se calló alrío. Es muy probable que laslaceraciones se las hicieran las rocas, oquizá incluso algún animal. Es frecuenteencontrar coyotes a lo largo del ríoincluso dentro de los límites de laciudad de Tulsa —añadió Neferet.

—Sí, señora, las pruebas ya están enmarcha. Aunque apenas le quedarasangre, esas pruebas pueden explicarnosmuchas cosas.

—Bien, porque estoy segura de queuna de las cosas que les va a explicar esque estaba borracho, quizá incluso muyborracho. Creo que deberían ustedesbuscar causas más razonables que el

ataque de un vampiro. Y ahora, ¿debosuponer que han terminado?

—Una pregunta más, señoritaRedbird —dijo el detective Marx sinmirar a Neferet—. ¿Dónde estaba eljueves entre las ocho y las diez?

—¿De la noche? —pregunté yo a mivez.

—Sí.—En la escuela. Aquí. En clase.Martin me miró con los ojos en

blanco.—¿En la escuela?, ¿a esas horas?—Quizá debiera usted haberse

informado antes de venir a interrogar amis alumnos. Las clases en la Casa de la

Noche comienzan a las ocho de la tardey terminan a las tres de la madrugada.Los vampiros siempre hemos preferidola noche —explicó Neferet con un tonode voz aún amenazador—. Zoey estabaen clase cuando ese chico murió. Yahora, ¿hemos terminado?

—De momento hemos terminado conla señorita Redbird —dijo Marx,volviendo un par de hojas atrás en elpequeño bloc en el que había estadoescribiendo antes de añadir—:Necesitamos hablar con Loren Blake.

Traté de no reaccionar al oírmencionar el nombre de Loren, pero séque mi cuerpo delató el sobresalto y

sentí que me ponía colorada.—Lo siento, pero Loren se marchó

anoche antes del amanecer en el aviónprivado de la escuela. Se ha ido a lacosta este a apoyar a los estudiantes quese presentan a la final de nuestrocertamen internacional de monólogos deShakespeare, pero desde luego puedodarle un mensaje para que los llame encuanto vuelva el domingo —dijo Neferetmientras se encaminaba hacia la puerta,claramente ansiosa por deshacerse deambos hombres.

Pero Marx no se movió. Seguíaobservándome. Lentamente metió lamano en el bolsillo interior de su

chaqueta y sacó una tarjeta de visita. Mela tendió y me dijo:

—Si se te ocurre algo, cualquiercosa que creas que pueda ayudarnos aencontrar a la persona que le hizo eso aChris, llámame. —Luego asintió endirección a Neferet y añadió—: Graciaspor su tiempo, señora. Volveremos eldomingo para hablar con el señor Blake.

—Los acompañaré a la puerta —dijo Neferet, apretándome los hombros ypasando entre los dos detectives paraguiarlos fuera.

Yo me senté allí, tratando de calmarel torbellino de mis pensamientos.Neferet había mentido, y no solo porque

hubiera omitido decir que yo habíabebido sangre de Heath y que él habíaestado a punto de resultar muertodurante el ritual de Samhain. Habíamentido acerca de Loren. Él no se habíamarchado de la escuela el día anteriorantes del amanecer. Al amanecer estabaconmigo en la parte este del muro de laescuela.

Entrelacé las manos para tratar deevitar que me temblaran.

No conseguí dormir hasta casi las diez(que para mí es como si fuera demadrugada). Damien, las gemelas y

Stevie Rae querían saberlo todo acercade la visita de los detectives, y a mí mepareció bien contárselo. Pensé quevolver de nuevo a repasar los detallespodía darme alguna pista sobre lo queestaba ocurriendo. Pero me equivoqué.Nadie consiguió explicar por qué habíaun collar de la líder de las HijasOscuras junto al cuerpo de un chicohumano muerto. Sí, lo comprobé y elmío seguía a salvo en mi joyero. Erin,Shaunee y Stevie Rae pensaban que dealguna manera Aphrodite estaba detrásdel hecho de que los polis hubieranencontrado allí el collar, y quizá inclusodetrás del asesinato. Damien y yo, en

cambio, no estábamos tan seguros.Aphrodite no podía soportar a loshumanos, pero para mí eso no queríadecir que fuera a secuestrar y matar a unjugador de fútbol que era como unarmario y al que no podía esconderprecisamente en su adorable bolsoCoach. Decididamente, ella no salía conhumanos. Y sí, tenía un collar de líderde las Hijas Oscuras, pero Neferet se lohabía quitado para dármelo a mí lanoche en que me convertí en la líder delas Hijas e Hijos Oscuros.

Aparte del misterio del collar, loúnico que pudimos averiguar los cincojuntos fue que la «Apestosa Puta Kayla»

(como la llamaban las gemelas) le habíacontado a los polis que yo era la asesinaporque estaba celosa de que Heathsiguiera loco por mí. Evidentemente, lospolis no tenían ninguna sospecha realporque, de haber sido así, no habríanvenido a la escuela corriendo,basándose únicamente en la palabra deuna adolescente celosa. Por supuesto,mis amigos no sabían nada acerca deltema de beber sangre. Yo me seguíasintiendo incapaz de contarles que habíabebido (o lamido, o lo que sea) lasangre de Heath. Así que les di la mismaversión corregida que les había contadoa los detectives. Las únicas personas

que conocían la historia real sobre elasunto de la sangre (aparte de Heath yde la Apestosa Puta Kayla) eran Neferety Erik. Yo se lo había contado a Neferet,y Erik me había encontrado justodespués de tener la gran escena conHeath, así que él sabía la verdad. Yhablando de él, de pronto deseé que Erikvolviera cuanto antes a la escuela.Había estado tan ocupada últimamente,que en realidad ni siquiera había tenidotiempo de echarlo de menos hasta esemomento en el que deseé tener a alguienque no fuera una alta sacerdotisa parapoder hablar de lo que estabaocurriendo.

El domingo, recordé mientrasintentaba dormir. Erik estaría de vueltael domingo. El mismo día que volveríaLoren. (No, no pensaría en lo que podíahaber entre Loren y yo, ni en cómo enparte ese asunto me había mantenidoocupada, impidiéndome echar de menosa Erik). Y, de todas formas, ¿por quédemonios necesitaban los detectiveshablar con Loren? Ninguno de los cincopudimos explicárnoslo.

Suspiré y traté de relajarme.Detestaba no poder dormir cuando tantolo necesitaba. Pero no podía dejar depensar. En mi cabeza no solo dabavueltas y más vueltas el asunto de Chris

Ford/Brad Higeons, sino que encima enmuy pocas horas tendría que llamar alFBI y hacerme pasar por una terrorista.Añádase a eso el hecho de que apenashabía reflexionado sobre el círculo deinvocación y el Ritual de la Luna Llenaque se suponía que tenía que dirigir: noes de extrañar que tuviera un tremendodolor de cabeza.

Miré la hora en el despertador. Eranlas diez y media de la mañana. Cuatrohoras más y tendría que levantarme parallamar al FBI, y después soportar el díaentero mientras esperaba a que dijeranalgo sobre el accidente del puente en lasnoticias (con un poco de suerte no dirían

nada, lo cual significaría que se habíaevitado). Y después tendría que planearcómo dirigir el Ritual de la Luna Llena(sin ponerme en ridículo, con otro pocode suerte también).

Stevie Rae, que juro que es capaz dequedarse dormida haciendo el pinosobre la cabeza en medio de unaventisca de nieve, roncaba suavementeen la habitación. Nala estaba acurrucadasobre la almohada, junto a mi cabeza.Hasta ella había dejado de quejarse pararespirar profundamente y roncar a suestilo. Pensé por un momento que quizádebía llevarla a hacerle una revisiónmédica por si tenía algún tipo de

alergia. Estornudaba con muchafrecuencia. Pero decidí que me estabaobsesionando y que eso solo contribuíaa aumentar mi estrés. La gata estaba tangorda que parecía un pavo relleno demantequilla. Quiero decir que tenía tantatripa, que era como si tuviera una bolsay llevara dentro a toda una carnada decanguros. Por eso seguramente lecostaba respirar. No debía ser nada fácilandar por ahí cargando con tanta grasa.

Cerré los ojos y comencé a contarovejas. Literalmente. Se suponía quefuncionaba, ¿no? Así que imaginé uncampo en mi cabeza con una puerta yunas cuantas ovejas blancas un tanto

borrosas pero muy monas, saltando.(Creo que es así como se cuentan ovejasdurmiendo, ¿no?). Después de la ovejanúmero 56, los números comenzaron ahacerse borrosos en mi mente hasta que,por fin, caí en un sueño poco profundoen el que vi que las ovejas llevaban eluniforme blanco y rojo del equipo defútbol del Union. Una pastora los dirigíajusto en el momento de saltar la puerta(que de pronto parecía una pequeñaportería). Mi yo soñador flotabasuavemente por encima de la escenacomo si fuera un superhéroe. No podíaver la cara de la pastora, pero a pesarde que estaba de espaldas sabía que era

alta y guapa. Tenía el pelo castaño hastala cintura. Como si pudiera sentir que laobservaba, ella se giró hacia mí y alzóla vista para mirarme con sus ojos verdemusgo. Yo sonreí. Por supuesto queNeferet estaba al mando aunque solofuera un sueño. La saludé con la mano,pero en lugar de responderme ellafrunció el ceño con un gesto amenazadory se giró rápidamente. Luego, gruñendoigual que un animal fiero, agarró a unade las ovejas jugadoras de fútbol, lalevantó y, con un solo movimiento bienpracticado, le rebanó la garganta con sufuerza sobrehumana y sus uñas comogarras, para enterrar luego el rostro en

la garganta sangrienta del animal. Mi yosoñador estaba horrorizado al tiempoque se sentía extrañamente atraído porlo que estaba haciendo Neferet. Queríaapartar la vista, pero no podía… noquería… Entonces el cuerpo de la ovejacomenzó a temblar como las olas decalor de un puchero al fuego. Yoparpadeé, y de pronto ya no era unaoveja. Era Chris Ford, y sus ojosmuertos estaban muy abiertos,mirándome con una expresiónacusadora.

Grité horrorizada y aparté la vista dela sangre con la intención de alejarme deaquella escena onírica de casquería,

pero mis ojos quedaron atrapadosporque ya no era Neferet quien sealimentaba de la garganta de Chris: eraLoren Blake, y sus ojos se alzaban haciamí y me sonreían por encima del río desangre. No podía apartar la vista. Mequedé mirando, y mirando, y…

Mi cuerpo soñador se echó atemblar al oír una voz familiar, viajandopor el aire hasta mí. Al principio elsusurro era tan suave que casi no podíaoírlo, pero mientras Loren se bebíahasta la última gota de sangre de Chris,las palabras se fueron haciendo cada vezmás audibles y hasta visibles. Bailabanpor el aire alrededor de mí con una luz

plateada que me resultaba tan familiarcomo la voz.

Recuerda, la oscuridad no siemprees lo mismo que el mal, igual que la luzno siempre trae el bien.

Abrí los ojos súbitamente y me sentéen la cama, respirando con agitación.Temblaba y me sentía enferma delestómago. Miré el reloj: las doce ymedia. Ahogué un grito. Había dormidosolo dos horas. No era de extrañar queestuviera hecha una mierda. Me dirigísilenciosamente al baño que compartíacon Stevie Rae para refrescarme la caray tratar de desperezarme. Lástima queapartar el horrible presentimiento que

me había provocado el extraño sueño nofuera tan fácil.

De ningún modo podía volver adormir. Me acerqué lánguidamente hastalas pesadas cortinas de la ventana y measomé fuera. Nubes bajas oscurecían elsol y la luz, y una llovizna constante lohacía todo borroso. Encajabaperfectamente con mi estado de ánimo, ytambién hacía de la luz del día algotolerable. Además, ¿desde cuándo nosalía fuera durante el día? Lo pensé porun momento y me di cuenta de que nohabía visto más que un amanecerocasionalmente en todo el mes. Temblé.Y de pronto sentí que no podía seguir

ahí dentro ni un solo instante más. Sentíaclaustrofobia, me sentía como siestuviera enterrada en una tumba, en unataúd.

Me dirigí al baño y abrí el tarro decristal que contenía el maquillaje queocultaba por completo los tatuajes de uniniciado. Nada más entrar en la Casa dela Noche había tenido un pequeñoataque al comprender que, hasta elmomento de pisar la escuela por primeravez, no había visto jamás a un iniciado.Quiero decir nunca. Naturalmente, yopensaba que eso quería decir que losvampiros encerraban a los iniciadosentre los muros de la escuela durante

cuatro años. No tardé demasiado endescubrir la verdad: los iniciados teníanbastante libertad, pero si elegían salir dela escuela, tenían que seguir dos reglasimportantes. La primera, tenían queocultar su marca y quitarse cualquierprenda que llevara el emblemadistintivo de cada curso de la escuela.

La segunda (y para mí la másimportante), una vez que un iniciadoentraba en la Casa de la Noche, debíapermanecer siempre cerca de losvampiros adultos. El cambio de humanoa vampiro es un proceso extraño ycomplejo; ni siquiera la ciencia modernapuede explicarlo por completo. Pero una

cosa sí está clara: si a un iniciado se leimpide todo contacto con vampirosadultos, el proceso se intensifica ydegenera hasta acabar con la muerte deladolescente. Siempre. Así que podemossalir de la escuela para ir de compras olo que sea, pero si permanecemos lejosde los vampiros adultos durante algomás de unas cuantas horas, nuestroscuerpos comenzarán el proceso derechazo y moriremos. No era de extrañarque no creyera haber visto a ningúniniciado antes de ser marcada.Probablemente sí los había visto, peroa) llevaban la marca cubierta demaquillaje y b) los iniciados

comprendían que no podían merodearpor ahí como el típico adolescente. Loshabía visto, pero iban disfrazados y a losuyo.

La razón del disfraz tenía tambiénmucho sentido. No era para poderesconderse entre los humanos yespiarlos o cualquiera de las otrasridículas razones que se inventaban loshumanos. Lo cierto es que los humanos ylos vampiros coexisten en un inestableequilibrio de paz. Pero difundir que losiniciados de hecho sí abandonaban laescuela para ir de compras o al cinecomo un chico cualquiera habría sidoexagerar y buscarse problemas. Me

imagino perfectamente lo que diría lagente como mi horrible padrastroperdedor. Probablemente que losvampiros adolescentes formaban bandasy cometían todo tipo de actos delictivosjuveniles y pecaminosos. ¡Es tangilipollas! Pero no sería el únicohumano adulto que dijera tonterías. Sinduda, las reglas de los vampiros teníansentido.

Decidida, me miré al espejo ycomencé a darme golpecitos con unalgodón embadurnado de maquillajesobre la marca de color zafiro quedeclaraba abiertamente quién era. Eraincreíble cómo aquel maquillaje

ocultaba por completo la marca.Mientras mi luna creciente coloreadadesaparecía junto con el dibujo deespirales azules que enmarcaba misojos, observé cómo reaparecía la viejaZoey. No estaba del todo segura de quésentía hacia ella. Sí, cierto, sabía quehabían cambiado muchas más cosas enmi interior de lo que representaban esospocos tatuajes, pero la ausencia de lamarca de Nyx fue un shock. Me produjouna extraña e inesperada sensación depérdida.

Volviendo la vista atrás, ahorapienso que hubiera debido de prestarmás atención a las dudas que surgían en

mi interior, lavarme la cara, coger unbuen libro y volver directamente a lacama.

Pero en lugar de ello le susurré a mireflejo:

—Eres realmente joven.Entonces me puse unos vaqueros y

un jersey negro, hurgué(silenciosamente, porque si despertaba aStevie Rae o a Nala sabía que no saldríade allí sola) por los cajones del armariohasta encontrar mi vieja sudadera concapucha de los Borg Invasión 4D, me lapuse encima junto con las cómodasPuma negras, y con eso y con la viserade la OSU (la Universidad del Estado

de Oklahoma) bien calada y miselegantes gafas de sol Maui Jim, estabalista. Antes de que pudiera cambiar(inteligentemente) de opinión, agarré elbolso y salí de puntillas de lahabitación.

No había nadie en el salón de losdormitorios. Abrí la puerta y respiréhondo para calmarme antes de salirfuera. La historia de que los vampirosestallan en llamas si los roza el sol esuna ridícula mentira, pero es cierto quela luz del día provoca dolor en unvampiro adulto. Como iniciadaextrañamente «avanzada» en el procesode cambio, para mí resulta

decididamente incómodo, pero apretélos dientes y me interné en la llovizna.

El campus de la escuela estabacompletamente desierto. Resultabaextraño no cruzarse con ningúnestudiante o vampiro a lo largo delcamino que bordeaba el edificioprincipal (que seguía recordándome a uncastillo) en dirección al aparcamiento.Fue fácil encontrar mi VolkswagenEscarabajo de 1966 entre los pulidos ycaros coches de los vampiros. Su fiablemotor chisporroteó solo un segundo,pero luego arrancó y rugió como siestuviera nuevo.

Apreté el botón del llavero que

abría la puerta y que Neferet me habíaentregado después de traerme la abuelael coche. La puerta de hierro del murode la escuela se abrió silenciosamente.

A pesar del hecho de que incluso laluz de un día nublado hería mis ojos yme producía picor en la piel, enseguidame animé al traspasar el muro de laescuela. No porque odiara la Casa de laNoche ni nada parecido. De hecho, laescuela y los amigos que había hechoallí se habían convertido en mi casa y mifamilia. Simplemente necesitaba algomás. Necesitaba sentirme normal otravez, en el sentido de ser la misma deantes de ser marcada, cuando mi

principal preocupación era la clase degeometría y mi único «poder» era miextraña habilidad para encontrar zapatosbonitos en las rebajas.

De hecho, ir de compras era unabuena idea. La plaza de Utica estaba amenos de kilómetro y medio de la Casade la Noche bajando por la misma callede la escuela, y siempre me ha gustadola tienda de American Eagle que hayallí. Por desgracia, desde que había sidomarcada mi armario rebosaba deprendas de colores oscuros como elpúrpura, el negro y el azul marino. Loque necesitaba exactamente era un jerseyde un rojo brillante.

Aparqué en el grupo deaparcamientos más vacío, detrás de lafila de tiendas en medio de las cualesestaba American Eagle. Los árboles deese aparcamiento eran más grandes, asíque me gustó la sombra que daban y elhecho de que hubiera menos gente. Sabíaque mi imagen era la de una adolescentenormal, pero por dentro seguía aúnmarcada y estaba algo más que un poconerviosa por mi primera excursión a miantiguo mundo a la luz del día.

No es que esperara encontrarme anadie conocido. Yo era lo que misamigas del instituto llamaban una tía«rara» porque me gustaba ir por las

elegantes tiendas del centro de la ciudaden lugar de ir al ruidoso, aburrido yapestoso centro comercial, atestado decomida basura. La abuela Redbird era laresponsable de mi exquisito gusto fuerade lo común. Cuando me llevaba portodo Tulsa durante un día, solía llamarlo«excursión por el campo». Imposibleencontrarme a Kayla y a la gente delBroken Arrow en la plaza de Utica, peroen cambio enseguida los familiaresolores y el escaparate de AmericanEagle provocarían su magia al pormenor en mí. Para cuando pagué elprecioso jersey rojo de punto, hechototalmente a mano, el estómago había

dejado de dolerme y, a pesar de que eramediodía y no había dormido nada,tampoco me dolía la cabeza.

Sin embargo me moría de hambre.Había un Starbucks en la misma plaza,frente a American Eagle. Estaba en laesquina que daba paso al precioso ysombreado patio adyacente a la plaza.Me habría apostado cualquier cosa aque, con lo lluvioso y triste que estabael día, no había nadie sentado en laspequeñas mesas de hierro de la anchaacera bajo las sombras de los árboles.Podía pedir un delicioso capuchino yuno de esos muffins enormes dearándano, tomar un ejemplar del Tulsa

World y sentarme fuera, fingiendo seruna colegiala cualquiera.

Aquel parecía un verdadero buenplan. Y yo tenía toda la razón: no habíanadie sentado en las mesas de fuera.Pillé la mesa que estaba más cerca delenorme magnolio y me dispuse a echarun buen montón de azúcar al capuchinomientras mordisqueaba mi muffin deltamaño de una montaña.

No recuerdo cuándo sentí porprimera vez su presencia. Comenzó deun modo sutil, como un extraño picor enla piel. Me moví inquieta en la silla,tratando de concentrarme en la página decine del periódico y pensando en que

quizá pudiera convencer a Erik paraecharle un vistazo a la cartelera elsiguiente fin de semana, pero eraincapaz de concentrarme en las críticasde cine. Aquel molesto picor en la pielpersistía. Enfadada, alcé la vista y mequedé helada.

Heath estaba de pie, bajo una farola,a menos de cinco metros de mí.

12

Heath estaba clavando una especie decartel a la farola. Pude ver su rostroclaramente, y me sorprendió lo guapoque estaba. Sí, por supuesto, yo loconocía desde tercero y lo había vistopasar de ser simplemente mono adesgarbado y luego de mono ydesgarbado a sexi, pero jamás lo habíavisto con ese aspecto. Tenía unaexpresión tan seria en el rostro, queparecía mucho mayor de dieciocho. Era

como si estuviera vislumbrando alhombre en el que iba a convertirse; yresultaba una visión preciosa. Era alto yrubio, con los pómulos bien marcados yuna mandíbula realmente fuerte. Podíaver sus espesas pestañassorprendentemente negras incluso desdeesa distancia, y conocía bien losdelicados ojos marrones queenmarcaban.

Y entonces, como si pudiera sentirmi mirada, sus ojos pasaron de la farolaa mí, donde se quedaron fijos. Observésu cuerpo quedarse completamentequieto y, segundos después, unescalofrío lo recorrió como si alguien le

hubiera dirigido directamente una ráfagade aire helado.

Hubiera debido de ponerme en pie ymeterme en el Starbucks, donde habíaruido y grupos de gente hablando yriendo, y donde nos sería imposiblerealmente a Heath y a mí quedarnossolos. Pero no lo hice. Sencillamente mequedé ahí, sentada, mientras él dejabacaer los carteles, que volaron por laacera como pájaros moribundosmientras él se apresuraba a acercarse amí. Heath se quedó de pie al otro ladode la mesa sin decir una palabra durantelo que me pareció una eternidad. Yo nosabía qué hacer, sobre todo porque de

pronto, inesperadamente, me habíapuesto muy nerviosa. Finalmente nopude soportar por más tiempo aquelprofundo silencio.

—Hola, Heath.Su cuerpo se sacudió como si

alguien acabara de saltar sobre él desdedetrás de la puerta para hacerlo cagarsede miedo.

—¡Mierda! —soltó élprecipitadamente. Aquella palabra habíasalido de su boca como una ráfaga deaire—. ¡Estás aquí de verdad!

Yo fruncí el ceño. Heath jamás habíasido exactamente brillante, pero aquelcomentario sonaba demasiado estúpido

incluso para él.—Por supuesto que estoy aquí. ¿Qué

creías que era, un fantasma?Heath se dejó caer en la silla frente

a mí como si sus piernas no pudieranseguir sosteniéndolo.

—Sí. No. No lo sé. Es solo que teveo mucho y luego nunca estás. Creí queesta vez era como las otras.

—Heath, ¿de qué estás hablando? —pregunté yo, frunciendo el ceño condesprecio en su dirección—. ¿Estásborracho?

Él sacudió la cabeza.—¿Colocado?—No. No he bebido una gota en un

mes. Y también he dejado de fumarporros.

Las frases parecían simples, pero yoparpadeé y me sentí como si estuvieratratando de razonar con la mente turbia.

—¿Has dejado la bebida?—Y los porros. Lo he dejado todo.

Esa es una de las razones por las que tehe estado llamando tanto. Quería quesupieras que he cambiado.

Realmente no supe qué decir.—Ah, bueno, yo, eh… me alegro.Sabía que parecía una tonta, pero la

forma en que los ojos de Heath seposaban sobre mí me producía unasensación casi física. Y había algo más.

Podía olerlo. No era el olor de unacolonia o un olor dulce a tío. Era unafragancia profunda y seductora que meproducía sensaciones cálidas y merecordaba a la luna llena y a sueñoseróticos. Emanaba de sus poros y mehacía desear acercar la silla a él.

—¿Por qué no has contestado aninguna de mis llamadas? Ni siquierame has mandado un mensaje.

Parpadeé, tratando de desvanecer laatracción que sentía por él y de pensarcon claridad.

—Heath, no tiene sentido. Entre tú yyo no puede haber nada —contestésensatamente.

—Tú sabes que ya hay algo entre túy yo.

Sacudí la cabeza y abrí la boca paraexplicarle lo equivocado que estaba,pero él me interrumpió.

—¡Tu marca! ¡Ha desaparecido!Detestaba que hablara casi a gritos,

y automáticamente me eché atrás.—Te equivocas otra vez. Mi marca

no ha desaparecido. Simplemente me lahe tapado para que los estúpidoshumanos de por aquí no se asusten —dije, haciendo caso omiso de laexpresión dolida que Heath esbozó yque pareció acabar de un plumazo contoda su madurez, devolviéndome al

chico mono por el que había estado tanloca—. Heath —añadí, bajando la voz—, mi marca no desaparecerá jamás. Obien me transformo en vampiro, o bienmuero en el plazo de tres años. Esas sonmis únicas alternativas. Jamás volveré aser lo que fui. Nunca más volverá a sertodo igual entre nosotros. —Hice unapausa, y luego añadí con suavidad—: Losiento.

—Zo, eso ya lo sé. Lo que noentiendo es por qué todo eso tiene queterminar con nuestra relación.

—Heath, nuestra relación ya habíaterminado antes de ser marcada,¿recuerdas? —expliqué, exasperada.

En lugar de soltarme una de sustípicas salidas impertinentes, Heath sequedó mirándome a los ojos y, con unatremenda seriedad, dijo:

—Eso es porque yo me comportécomo un estúpido. Tú detestabas que meemborrachara y me colocara. Y teníasrazón. Lo estaba liando todo. Pero esose acabó. Ahora me estoy centrando enel fútbol y en los estudios para poder ira la OSU —dijo mientras me miraba yesbozaba la adorable sonrisa de niñopequeño que me había estadoderritiendo el corazón desde tercero—.Y es allí adonde va a ir mi noviatambién. Va a ser veterinaria. Una

vampira veterinaria.—Heath, yo… —vacilé, sintiendo

un nudo en la garganta que súbitamenteme quemaba y me producía unastremendas ganas de llorar—. Ya no sé siquiero ser veterinaria, pero aunque fueraasí, eso no significa que tú y yopodamos estar juntos.

—Sales con otro —afirmó Heath.No parecía enfadado, soloextremadamente triste—. No recuerdomucho de aquella noche. Lo heintentado, pero cada vez que trato deconcentrarme, todo se vuelve borroso yse convierte en una pesadilla que notiene ningún sentido, y luego me duele la

cabeza.Yo me quedé sentada muy quieta.

Sabía que hablaba del ritual de Samhainal que me había seguido y en el queAphrodite había perdido el controlsobre los fantasmas de los vampiros.Heath había estado a punto de serasesinado. Erik estaba allí, y comoNeferet había dicho entonces, habíademostrado ser un gran guerrero alquedarse al lado de Heath y lucharcontra los espectros, dándome tiempo amí para conjurar mi propio círculo ydevolver a los fantasmas al lugar delque provenían. La última vez que habíavisto a Heath estaba inconsciente y

sangrando a causa de laceracionesmúltiples. Neferet me había aseguradoque ella curaría sus heridas y nublaría sumemoria. Evidentemente, la niebla de sumente se había ido disipando.

—Heath, no pienses en esa noche.Ya pasó, todo terminó y es mejor que…

—Estabas allí con alguien —meinterrumpió él—. ¿Sales con él?

Yo suspiré y contesté:—Sí.—Dame una oportunidad para

recuperarte, Zo.Yo sacudí la cabeza, a pesar de que

sus palabras se anclaban a mi corazón.—No, Heath, es imposible.

—¿Por qué? —preguntó él,deslizando una mano por encima de lamesa para posarla sobre la mía—. Nome importa todo ese rollo de losvampiros. Sigues siendo Zoey. La mismaZoey de siempre. La Zoey que fue laprimera chica a la que besé. La Zoeyque me conoce mejor que nadie en estemundo. La Zoey con la que sueño todaslas noches.

Me llegaba su fragancia de la mano,sexi y exquisita, y sentí su pulso contramis dedos. No quería decírselo, perotenía que hacerlo. Lo miré directamentea los ojos y dije:

—La razón por la que no puedes

olvidarme es porque al saborear tusangre aquella noche en el muro de laescuela establecí una conexión contigo.Me deseas porque eso es lo que pasacuando un vampiro o, según parece, uniniciado, bebe sangre de una víctimahumana. Neferet, nuestra altasacerdotisa, dice que tú no estás porcompleto conectado conmigo y que si yome aparto de ti esa conexión sedesvanecerá, y tú volverás a ser normalotra vez y a olvidarte de mí. Y eso es loque he estado haciendo.

El último párrafo lo había dicho a lacarrera. Sabía que él probablemente seasustaría y me llamaría monstruo o algo

así, pero la verdad era que no teníaelección. Él lo sabía por fin, y podíamirarlo todo desde otra perspectiva y…

Su risa interrumpió mi diatribamental. Heath echó la cabeza atrás y serió a carcajadas con su típico estiloexuberante, y ese sonido tan familiar, tandulce y tan simplón me obligó a sonreír.

—¿Qué? —pregunté yo, tratando deponerme seria.

—¡Oh, Zo!, contigo me parto de larisa —dijo él, apretándome la mano—.Estoy loco por ti desde que tenía ochoaños. ¡Como si eso tuviera algo que vercon el hecho de que bebieras mi sangre!

—Heath, créeme, hemos comenzado

a conectar.—Eso me parece bien —dijo él,

serio.—¿Te parecería igual de bien que yo

te sobreviviera varios cientos de años?Heath alzó las cejas con torpeza y

contestó:—Se me ocurren cosas peores que

tener a una chavala vampira joven y sexia mi lado cuando cumpla, digamos,cincuenta.

Yo puse los ojos en blanco. ¡Quécomentario tan típico de un tío!

—Heath, no es tan sencillo. Haymuchas cosas a tener en cuenta.

Heath trazó un círculo sobre mi

mano con el dedo pulgar.—Siempre lo haces todo demasiado

complicado. Solo somos tú y yo, y esoes todo lo que hay que tener en cuenta.

—Hay más cosas, Heath —dije yo.De pronto se me ocurrió una idea. Alcélas cejas sonriendo con fingidainocencia y pregunté—: Y hablando deotras cosas, ¿qué tal está mi ex mejoramiga Kayla?

Sin inmutarse lo más mínimo, Heathse encogió de hombros y contestó:

—No lo sé. Ya casi ni la veo.—¿Por qué no?Eso era extraño. Aunque él no

saliera con Kayla, llevaban años

saliendo con el mismo grupo de gente.Incluida yo.

—Ya no es como antes. No megustan las cosas que dice.

Heath hablaba sin mirarme.—¿Sobre mí?Él asintió.—¿Qué ha estado diciendo?Me resultaba imposible decidir si

estaba más dolida que enfadada.—Bueno, cosas.Seguía sin mirarme.Yo fruncí el ceño al caer en la

cuenta.—Cree que tengo algo que ver con

lo de Chris.

Él se movió inquieto en la silla.—No tú, o al menos no dice que

hayas sido tú. Sí cree que han sido losvampiros, pero eso lo piensa muchagente.

—¿Y tú? —pregunté yo en voz baja.Entonces él volvió a mirarme a los

ojos.—¡De ningún modo! Pero creo que

algo está ocurriendo. Alguien estásecuestrando a jugadores de fútbol. Poreso vine aquí hoy. Estoy pegandocarteles con la foto de Brad. Quizáalguien recuerde haber visto que otrapersona lo arrastraba o algo.

—Lamento lo de Chris —dije yo,

entrelazando los dedos con los de él—.Sé que erais amigos.

—Es horrible. No puedo creer queesté muerto. —Heath tragó, y yo supeque luchaba por no llorar—. Creo queBrad también está muerto.

Yo también lo creía, pero no podíadecirlo en voz alta.

—Quizá no. Puede que loencuentren.

—Sí, puede. Eh, el funeral de Chrises el lunes. ¿Quieres venir conmigo?

—No puedo, Heath. ¿Te imaginas loque sucedería si una iniciada sepresentara en el funeral de un chico alque la gente cree que asesinó un

vampiro?—Sí, supongo que nada bueno.—Exacto, nada bueno. Y eso es lo

que he estado tratando de hacertecomprender. Tú y yo juntos…tendríamos que enfrentarnos aproblemas como ese todo el tiempo.

—No cuando terminemos elinstituto, Zo. Entonces podrás llevar esacosa que llevas ahora y que te tapa lamarca, y nadie lo sabrá.

Lo que estaba diciendoprobablemente hubiera debido deofenderme, pero lo decía tan en serio,estaba tan seguro de que si me tapabalos tatuajes con maquillaje todo volvería

a ser como antes que… que no podíaenfadarme, porque lo comprendía. ¿Noera eso precisamente lo que estabahaciendo yo ese día allí?, ¿no habíaestado tratando de revivir parte de miantigua vida?

Pero yo ya no era yo, y en lo másprofundo de mi interior no quería volvera ser la de antes. Me gustaba la nuevaZoey, aunque despedirme de la antiguano solo fuera duro, sino también triste.

—Heath, no quiero taparme lamarca. Eso sería pretender ser alguienque no soy —expliqué, respirandohondo antes de continuar—: He sidomarcada especialmente por la Diosa, y

Nyx me ha otorgado algunos poderespoco frecuentes. Sería imposible paramí fingir que soy la Zoey humana otravez, aunque quisiera. Y, Heath, noquiero.

Sus ojos escrutaron mi rostro.—Bien, entonces lo haremos a tu

modo y mandaremos a la mierda a lagente a la que no le guste.

—Ese no es mi modo de hacer lascosas, Heath. Yo no…

—Espera, no tienes que decidir nadaahora. Solo piénsalo. Podemos volver aencontrarnos aquí dentro de unos días —sonrió Heath—. Vendré incluso aunquesea por la noche.

Decirle a Heath que no volvería averlo nunca era mucho más duro de loque había imaginado. De hecho, nisiquiera me había imaginado que tendríauna conversación así con él. Pensé quehabíamos terminado. Estar sentada allícon él era extraño: en parte era normal,y en parte era algo imposible. Lo cualdescribía nuestra relación con bastanteexactitud. Suspiré y miré nuestrasmanos, unidas, y por último le eché unvistazo al reloj.

—¡Oh, mierda!Aparté la mano de él y cogí mi bolso

y la bolsa de American Eagle. Eran lasdos y cuarto. Tenía que hacer la maldita

llamada telefónica al FBI en quinceminutos.

—Tengo que irme, Heath. Llegotarde a un asunto de la escuela. Te… tellamaré más tarde —expliqué,apresurándome a marcharme.

No me sorprendió que él vinieraconmigo.

—No —me interrumpió cuando yocomencé a decirle que se marchara—.Te acompaño al coche.

No discutí con él. Conocía ese tonode voz. Por gamberro y exasperante quepudiera llegar a ser Heath, siemprehabía demostrado que su padre le habíaenseñado buenos modales. Había sido

todo un caballero desde tercero,abriéndome las puertas y llevándome loslibros a pesar de que sus amigos lollamaran perrito faldero. Acompañarmeal coche era una de las cosas quesiempre hacía Heath. Y punto.

El Volkswagen estaba solo bajo elenorme árbol, tal y como lo habíadejado cuando había aparcado. Comosiempre, Heath me adelantó y me abrióla puerta. No pude evitar sonreírle.Quiero decir que sin duda tenía unabuena razón para que aquel chico mehubiera gustado durante tanto tiempo:realmente era un encanto.

—Gracias, Heath —dije yo,

subiéndome al coche.Iba a bajar la ventanilla para

despedirme de él, pero Heath ya habíadado la vuelta al coche y en dossegundos estaba sentado junto a mí,sonriendo.

—Eh… no puedes venir conmigo —dije yo—. Y tengo prisa, así que nopuedo llevarte.

—Lo sé. No necesito que me lleves.Tengo la camioneta.

—Muy bien, entonces adiós. Tellamaré más tarde.

Él no se movió.—Heath, tienes que…—Tengo que enseñarte una cosa, Zo.

—¿Me la podrías enseñar deprisa?No quería ser una maleducada con

él, pero tenía verdadera prisa por volvera la escuela para hacer esa llamada.¿Por qué diablos no me había guardadoel teléfono móvil desechable de Damienen el bolso? Tamborileéimpacientemente con los dedos sobre elvolante mientras Heath se metía la manoen el bolsillo y sacaba lo que queríaenseñarme.

—Aquí está. Comencé a llevar estoencima a diario hace un par de semanas,por si acaso.

Heath se sacó una cosa plana deunos treinta centímetros de largo del

bolsillo. Lo llevaba envuelto en algoque parecía cartón.

—Heath, de verdad, tengo que irmey tú…

Mis palabras se desvanecieron en elaire al tiempo que me quedaba sinaliento. Heath desenvolvió aquelpequeño objeto. La cuchilla reflejó laluz y brilló seductoramente. Traté dehablar, pero de pronto tenía la bocaseca.

—Quiero que bebas mi sangre, Zoey—dijo él con toda sencillez.

Un escalofrío de horrible deseo merecorrió todo el cuerpo. Me agarré alvolante con ambas manos para evitar

temblar… o quitarle la cuchilla deafeitar y deslizaría por su cálida, dulcepiel, de modo que la sangre comenzara abrotar y brotar y…

—¡No! —grité, detestando deinmediato la forma en que el poder demi voz lo dejó aterrado. Tragué fuerte ytraté de controlarme—. Aparta eso ybájate del coche, Heath.

—No estoy asustado, Zo.—¡Pero yo sí! —exclamé, medio

llorando.—No tienes que tener miedo. Solo

somos tú y yo, como siempre.—No sabes lo que estás haciendo,

Heath.

Ni siquiera podía mirarlo a la cara.Temía que si lo hacía no podría seguirrechazándolo.

—Si lo sé. Bebiste un poco de misangre aquella noche. Fue… fueincreíble. No he podido dejar de pensaren ello.

Quería gritar de frustración. Yotampoco había podido dejar de pensaren ello a pesar de lo mucho que lo habíaintentado. Pero eso no podía decírselo.No se lo diría. En lugar de ello,finalmente lo miré y me obligué a mímisma a relajarme. Solo pensar en bebersu sangre me ponía tensa y me excitaba.

—Quiero que te vayas, Heath. Esto

no está bien.—No me importa lo que la gente

piense que está bien, Zoey. Te quiero.Y antes de que pudiera detenerlo,

Heath alzó la cuchilla de afeitar y ladeslizó hacia abajo por un lado de sucuello. Fascinada, contemplé la finalínea de color escarlata brotar contra elblanco de su piel.

Entonces sentí el olor: profundo,penetrante y seductor. Como elchocolate, solo que más dulce y mássalvaje. En cuestión de segundos todo elcoche se llenó de aquella fragancia. Meatraía como jamás me había atraídoantes nada. No era solo que quisiera

saborearlo: es que necesitabasaborearlo. Tenía que saborearlo.

Ni siquiera me había dado cuenta deque me había movido hasta que Heathhabló, pero de pronto estaba inclinadaen medio del espacio entre los dosasientos, atraída por su sangre.

—¡Sí! Quiero que lo hagas, Zoey —dijo Heath con una voz profunda yronca, como si estuviera tratando portodos los medios de controlar surespiración.

—Quiero… quiero saborearlo,Heath.

—Lo sé, preciosa. Adelante —susurró él.

No pude resistirme. Saqué la lenguay lamí la sangre de su cuello.

13

Aquel sabor estalló en mi boca. Al tocarmi saliva la superficial herida su sangrecomenzó a brotar más y más deprisa, ycon un gemido que apenas reconocícomo mío abrí la boca y presioné loslabios contra su piel, chupando eldelicioso hilo escarlata. Sentí los brazosde Heath rodearme mientras los míos loenvolvían por los hombros de modo quepudiera sujetarlo con más firmeza contrami boca. Él echó atrás la cabeza y le oí

gemir un «sí». Me agarró el culo con unamano y metió la otra por debajo de mijersey para estrujarme el pecho.

El contacto físico intensificó elplacer. Una ola de excitación recorriómi cuerpo, poniéndome al rojo. Como siotra persona controlara mismovimientos, mi mano se deslizó desdeel hombro de Heath por todo el pechohasta restregar el duro paquete dedelante de sus vaqueros. Succioné sucuello. No quedaba un solo pensamientoracional en mi mente. Lo único quepodía hacer era sentir, saborear y tocar.Sabía en lo más profundo de mi interiorque estaba reaccionando a un nivel que

era casi animal por su urgencia y suferocidad, pero no me importaba.Deseaba a Heath. Lo deseaba comojamás había deseado nada en mi vida.

—¡Oh, Dios, Zo, sí! —jadeó élmientras sus caderas comenzaban aembestir al ritmo de mi mano.

Alguien golpeó la ventanilla delasiento del pasajero.

—¡Eh, no podéis hacer eso aquí!La voz de aquel hombre me

sobresaltó de tal modo, que terminó conla excitación de mi cuerpo. Vi de reojoel uniforme de un guardia de segundad ytraté de apartarme de Heath, pero élapretó mi cabeza contra un lado de su

cuello y se giró de modo que el guardia,que seguía de pie justo delante de laventanilla, no pudiera verme bien nitampoco ver el hilo de sangre que seguíabrotando con regularidad del cuello deHeath.

—¿Me habéis oído, chicos? —gritóel tipo—. Marchaos de aquí antes deque tome nota de vuestros nombres yllame a vuestros padres.

—Enseguida, señor —gritó Heathcon buenos modales. Era increíble, perosu voz sonaba perfectamente normalsolo que un poco jadeante—. Ya nosvamos.

—Más os vale. Estoy vigilándoos.

Malditos adolescentes… —gruñó elhombre enfadado, largándose.

—Bien, ahora ya se ha ido y nopuede ver la sangre —dijo Heath,soltándome un poco por fin.

Yo me eché atrás instantáneamente,apretándome contra la puerta del asientodel conductor y tan lejos de Heath comopude. Con manos temblorosas abrí elbolso y saqué un pañuelo de papel,tendiéndoselo a Heath sin tocarlo.

—Presiona esto contra tu cuello paraque deje de sangrar.

Él hizo lo que le decía.Bajé mi ventanilla y me estrujé las

manos, respirando hondo el aire fresco y

tratando de impedir que la fragancia delcuerpo de Heath y de su sangre siguierainvadiéndome.

—Zoey, mírame.—No puedo, Heath —contesté yo,

tragándome las lágrimas que mequemaban la garganta—. Por favor, vete.

—No hasta que me mires y escucheslo que tengo que decirte.

Giré la cabeza y lo miré.—¿Cómo diablos puedes estar tan

sereno y tan normal?Heath seguía presionando el pañuelo

de papel contra su cuello. Tenía la caracolorada y el pelo revuelto. Me sonrió yyo pensé que jamás había visto a nadie

tan absolutamente adorable.—Tranquila, Zo. Para mí,

montármelo contigo es perfectamentenormal. Has estado volviéndome locodurante años.

Yo ya había mantenido con él todaesa larga conversación sobre el tema de«aún-no-estoy-preparada-para-acostarme-contigo» cuando tenía quinceaños y él diecisiete. Entonces él mehabía dicho que lo comprendía y queestaba dispuesto a esperar, lo cual, porsupuesto, no significaba que él y yo nonos lo montáramos en plan fuerte. Perolo que había ocurrido en el coche eradiferente. Era más excitante, más crudo.

Sabía que si me permitía el lujo devolver a verlo no seguiría siendo virgenpor mucho tiempo, y no porque Heathme presionara precisamente. Yo mismano podría controlar mi deseo de sangre.La idea me asustaba casi tanto como mefascinaba. Cerré los ojos y me restreguéla frente. Comenzaba a dolerme lacabeza. Otra vez.

—¿Te duele el cuello? —pregunté,mirándolo por entre los dedos de lamano como si estuviera viendo unaestúpida película de miedo.

—No. Estoy bien, Zo. No me hashecho daño en absoluto —contestó él,alargando una mano y retirándome la

mía de la cara—. Todo irá bien. Deja depreocuparte tanto.

Quería creerle. Y, de pronto, me dicuenta de que también quería volver averlo. Suspiré.

—Lo intentaré. Pero de verdad queahora tengo que irme. No puedo llegartarde a la escuela.

Él tomó mi mano entre las suyas.Pude sentir el pulso de su sangre, y supeque latía al mismo ritmo que mi corazón,como si él y yo nos hubiéramossincronizado interiormente de algunamanera.

—Prométeme que me llamarás —dijo él.

—Te lo prometo.—Y volveremos a encontrarnos aquí

esta semana.—No sé cuándo podré volver a

escaparme. Esta semana va a ser muydura para mí.

Esperaba que él se pusiera adiscutir, pero simplemente asintió y meapretó la mano.

—Vale, lo comprendo. Vivirveinticuatro horas al día metida en uncolegio debe ser una putada. ¿Qué teparece esto? El viernes jugamos con elJenks en casa. Podríamos vernos en elStarbucks después del partido.

—Quizá.

—¿Lo intentarás?—Sí.Heath sonrió y se inclinó para darme

un rápido beso.—¡Esa es mi Zo! Te veo el viernes

—dijo, saliendo del coche. Antes decerrar la puerta se inclinó otra vez yañadió—: Te quiero, Zo.

Pude verlo por el retrovisor delcoche mientras me alejaba. Él estaba depie, en medio del aparcamiento,presionando el pañuelo contra su cuelloy diciéndome adiós con la mano.

—No tienes ni idea de lo que estáshaciendo, Zoey Redbird —dije en vozalta para mí misma mientras veía el

cielo gris abrirse y comenzar adescargar fría lluvia.

Eran las dos y treinta y cinco cuandoentré de puntillas de vuelta en mihabitación. El hecho de que llegara casijusto a la hora en realidad fue bueno.Así no tuve tiempo de volver a pensaren lo que tenía que hacer. Stevie Rae yNala seguían profundamente dormidas.De hecho, Nala había abandonado micama y estaba acurrucada encima de laalmohada de Stevie Rae junto a sucabeza, lo cual me hizo sonreír. (La gataera una verdadera acaparadora de

almohadas). Abrí en silencio elordenador portátil de mi mesa y cogí elmóvil desechable de Damien junto conel pedazo de papel en el que habíaescrito el número del FBI, y luego fui albaño.

Respiré hondo un par de veces,recordando el consejo de Damien. Lallamada telefónica debía ser corta. Mivoz debía sonar un poco enfadada ycomo de una persona medio loca, perono como la de una adolescente. Marquéel número. Cuando contestó un hombrecon voz de oficial que dijo «OficinaFederal de Investigación. ¿En qué puedoayudarlo?», yo entoné una voz grave y

dura, cortando rápidamente las palabrascomo si tuviera que reprimirme a causade todo el odio que albergaba (que eratal y como Erin, con sus repentinos,inesperados y extraños conocimientospolíticos, me había descrito que debíasentirme supuestamente).

—Quiero informar de la colocaciónde una bomba.

Seguí hablando sin darle tiempopara interrumpirme, pero hablé despacioy con claridad porque sabía que estabangrabando la conversación.

—Mi grupo, la Jihad por laNaturaleza (nombre que se habíainventado Shaunee), acaba de colocarla

justo por debajo de la superficie delagua en uno de los pilares (la palabra lahabía sugerido Damien) del puente quecruza el río Arkansas en la I-40, junto alas cataratas Webber. Está programadapara estallar a las 1515 (usar laterminología militar para decir la horahabía sido otra de las brillantes ideas deDamien). Queremos hacernos totalmenteresponsables de este acto dedesobediencia civil (más ideas de Erin,aunque ella había dicho que un acto deterrorismo no era de hechodesobediencia civil, sino… bueno,terrorismo, que es algo completamentediferente) para protestar por la

interferencia del Gobierno de losEstados Unidos en nuestras vidas y porla polución de los ríos americanos.Quedan advertidos de que este esúnicamente el primer aviso.

Colgué. Entonces le di la vuelta alpedacito de papel y marqué el númeroescrito por el otro lado.

—Fox News de Tulsa —dijoanimadamente una mujer.

Esa parte había sido, de hecho, ideamía. Me imaginé que si llamaba a uncentro informativo local tendríamos másposibilidades de que la noticia de laamenaza se difundiera rápidamente, yentonces podríamos estar al tanto de lo

que iba ocurriendo e incluso quizá sabersi nuestro intento de clausurar el puentehabía sido o no un éxito, y en quémomento lo habían cerrado. Respiréhondo y me lancé a cumplir el resto delplan.

—Un grupo terrorista conocido conel nombre de Jihad por la Naturaleza hallamado por teléfono al FBI para darlesla información de que han colocado unabomba en el puente de la I-40 sobre elrío Arkansas junto a las cataratasWebber. Está programada para explotara las tres y cuarto de hoy.

Cometí el error de detenermedurante una fracción de segundo, y la

mujer, cuya voz ya no sonaba tananimada, preguntó:

—¿Quién es usted, señora, y dedónde ha sacado esa información?

—¡Abajo la intervención delGobierno y la polución, y arriba elpoder de la gente! —grité y luegocolgué.

Inmediatamente apagué el móvil.Entonces mis rodillas no pudieron seguirsosteniéndome por más tiempo y mederrumbé sobre la tapa del retrete. Lohabía hecho. Lo había hecho de verdad.

Sonaron dos suaves golpecitoscontra la puerta del baño, seguidos de lavoz de Stevie Rae con su acento de

Oklahoma.—¿Zoey?, ¿estás bien?—Sí —contesté sin aliento.Hice un esfuerzo por ponerme en pie

y dirigirme a la puerta. La abrí y vi elrostro de Stevie Rae, mirándome comosi fuera un conejito campestresomnoliento.

—¿Los has llamado? —susurró ella.—Sí, y no hace falta que susurres.

Solo estamos tú y yo —contesté. Nalabostezó y me dirigió un malhumoradomi-auu desde la almohada de StevieRae—. Y Nala.

—¿Y qué ha pasado?, ¿te han dichoalgo?

—Nada más que eso de «Hola, aquíel FBI». Damien dijo que no debíadarles la oportunidad de hablar,¿recuerdas?

—¿Les dijiste que somos la Jihadpor la Naturaleza?

—Stevie Rae, no somos la Jihad porla Naturaleza, solo lo fingimos.

—Bueno, te oí gritar eso de «Abajoel gobierno y la polución», así quepensé que quizá… en realidad no sé loque pensé. Supongo que me dejé llevar.

—Stevie Rae, solo estaba actuando—contesté yo, girando los ojos en lasórbitas—. La mujer de las noticias mepreguntó quién era y me entró miedo. Y

sí, les he dicho todo lo que dijimos quedebía decirles. Espero que funcione.

Me quité la sudadera y la colgué delrespaldo de una silla para que se secara.

Stevie Rae se dio cuenta entonces deque tenía el pelo mojado y la marcatapada, cosa de la que yo me habíaolvidado por completo con las prisaspor hacer las llamadas. ¡Mierda!

—¿Has ido a alguna parte?—Sí —admití, reacia—. No podía

dormir, así que fui al American Eagle deUtica y me compré un jersey nuevo —expliqué, señalando la bolsa de la tiendaque había arrojado a un rincón.

—Deberías haberme despertado,

habría ido contigo.De no haber sonado la voz de Stevie

Rae tan dolida, habría tenido mástiempo para pensar en qué iba a contarleexactamente acerca de lo sucedido conHeath, en lugar de soltarprecipitadamente:

—Me encontré con mi ex novio.—¡Ohdiosmío! Cuéntamelo todo.Stevie Rae se tiró en mi cama. Tenía

los ojos brillantes. Nala refunfuñó ysaltó de la almohada de mi compañera ala mía. Yo cogí una toalla y comencé asecarme el pelo.

—Yo estaba en el Starbucks. Élestaba pegando carteles con la foto de

Brad en la calle.—¿Y?, ¿qué pasó cuando te vio?—Hablamos.—¡Vamos! —exclamó Stevie Rae,

girando los ojos en sus órbitas—. ¿Yqué más?

—Ha dejado de beber y de fumarmarihuana.

—¡Vaya!, eso sí que está bien. ¿Nofue por eso precisamente por lo que túlo dejaste?

—Sí.—Eh, ¿y qué hay de la apestosa

Kayla y él?—Heath dice que ya no la ve por

culpa de la mierda que suelta Kayla

sobre los vampiros.—¿Lo ves? Así que teníamos razón

cuando pensamos que ella era la razónpor la que habían venido aquí lospolicías a hacerte preguntas —dijoStevie Rae.

—Eso parece.Stevie Rae me observaba con

demasiada atención.—Aún te gusta, ¿verdad?—No es tan sencillo.—Bueno, de hecho, en parte sí es

sencillo. Quiero decir que si no te gusta,ya está. No vuelves a verlo. Sencillo —argumentó Stevie Rae con toda sulógica.

—Aún me gusta —admití yo.—¡Lo sabía! —exclamó Stevie Rae,

dando un salto en la cama—. ¡Dios!,tienes como un millón de hombres, Z.¿Qué vas a hacer?

—No tengo ni la menor idea —contesté yo tristemente.

—Erik vuelve de la competición deShakespeare mañana.

—Lo sé. Neferet dijo que Lorenhabía ido a apoyar a Erik y al resto dechicos, así que eso significa que volverátambién mañana. Y le dije a Heath quesaldría con él el viernes después delpartido.

—¿Vas a contarle a Erik lo de

Heath?—No lo sé.—¿Te gusta más Heath que Erik?—No lo sé.—¿Y Loren?—Stevie Rae, no lo sé —contesté

yo, llevándome la mano a la frente. Eldolor de cabeza era ya insistente—.¿Podríamos dejar de hablar de eso porun momento, al menos hasta que me hayaaclarado un poco?

—Vale, vamos —dijo Stevie Rae,agarrándome del brazo.

—¿Adónde? —pregunté yo,parpadeando confusa.

Había pasado de Heath a Erik y

luego a Loren y luego a «vámonos»demasiado deprisa para mi gusto.

—Necesitas tu tazón de CondeChócula, y yo necesito mis LuckyCharms. Y las dos tenemos que ver laCNN y las noticias.

Eché a caminar arrastrando los pieshacia la puerta. Nala se estiró, refunfuñócomo una gruñona y luego, aunquereacia, me siguió. Stevie Rae sacudió lacabeza en dirección a las dos.

—Vamos, vosotras dos. Todo teparecerá mejor cuando te hayas tomadotu tazón de Conde Chócula.

—Y mi refresco burbujeante marrón—dije yo.

Stevie Rae retorció el gesto como siacabara de succionar un limón.

—¿Para desayunar?—Tengo la sensación de que hoy es

uno de esos días en que necesitodesayunar un refresco.

14

Por suerte no tuvimos que esperarmucho para oír algo. Stevie Rae, lasgemelas y yo estábamos viendo el TheDr. Phil Show exactamente a las tres ydiez (Stevie Rae y yo íbamos pornuestro segundo tazón de cereales, y yoiba por el tercer refresco burbujeantemarrón) cuando interrumpieron laprogramación para dar un informativoespecial en la Fox News.

—Aquí Chera Kimiko con las

últimas noticias. Hemos sabido quepoco después de las dos y media de estatarde la sección de Oklahoma del FBI harecibido una alerta de bomba de ungrupo terrorista que se llama a sí mismola Jihad por la Naturaleza. Fox News hadescubierto que el grupo terrorista hadeclarado haber colocado una bomba enel puente de la I-40 sobre el ríoArkansas, no lejos de las cataratas deWebber. Conectamos en directo conHannah Downs para que nos cuente lasúltimas noticias.

Las cuatro nos quedamos muyquietas, observando cómo la cámaraenfocaba a una joven periodista que

estaba de pie, ante el puente de unaautopista de aspecto perfectamentenormal. Bueno, el puente tenía unaspecto perfectamente normal exceptopor el hecho de que una marea dehombres uniformados pululaban enmanadas por allí. Yo suspiré aliviada.Habían cortado el tráfico.

—Gracias, Chera. Como puedenustedes ver, el FBI y la policía,incluyendo a un equipo de la Oficina deAlcohol, Tabaco, Armas de fuego yExplosivos, ATF, han clausurado elpuente. Están realizando una búsquedaexhaustiva de la supuesta bomba.

—Hannah, ¿han encontrado algo de

momento? —preguntó Chera.—Es demasiado pronto para

contestar a esa pregunta, Chera. Laslanchas del FBI acaban de llegar ahoramismo.

—Gracias, Hannah —dijo Chera. Lacámara volvió al plató—. Lescontaremos algo más acerca de estaúltima noticia en cuanto tengamos másinformación sobre la supuesta bomba osobre este nuevo grupo terrorista. Hastaentonces, la Fox vuelve ahora a…

—Una amenaza de bomba, eso hasido inteligente.

Las palabras habían sonado en unavoz tan baja y yo estaba tan concentrada

en la televisión, que tardé unos segundosen caer en la cuenta de que se trataba deAphrodite. Cuando al fin lo comprendí,alcé la vista. Ella estaba de pie, a miderecha, detrás del sofá en el queestábamos sentadas Stevie Rae y yo.Esperaba que soltara una de sushabituales risitas arrogantes, así que mesorprendió cuando asintió en midirección ligeramente, casi hasta conrespeto.

—¿Qué quieres? —preguntó StevieRae con una voz dura muy pocofrecuente en ella.

Yo me di cuenta entonces de quemuchas de las chicas que habían estado

viendo la televisión en grupos por allídirigían de pronto la vista hacianosotras. Y por la forma repentina decambiar de expresión, era evidente queAphrodite también se había dado cuenta.

—¿De una ex nevera? ¡Nada! —contestó Aphrodite despreciativamente.

Noté que Stevie Rae se ponía tensa.Yo sabía que ella detestaba que lerecordaran que le había permitido aAphrodite y a sus amigas del grupo delas Hijas Oscuras utilizar su sangre enun ritual que había sido un completoerror. Ser utilizada como «nevera» noera nada bueno, y ser llamada así seconsideraba un insulto.

—Eh, puta bruja del infierno —dijoentonces Shaunee en un tono de vozdulce y amistoso—, eso nos recuerdaque el nuevo grupo de las HijasOscuras…

—… que ahora somos nosotros, y notus asquerosas amigas —intervino Erin,completando la frase.

—… tiene una vacante para elpuesto de nevera para el ritual demañana —terminó Shaunee la frase,tranquilamente.

—Sí, y ahora que ya no eres unamierda, tu única posibilidad de entrar enel ritual es haciendo de aperitivo —dijoErin—. ¿Has venido a solicitar el

puesto?—Porque si es así, lo siento. Quién

sabe dónde habrás estado, no nos gustanlas guarrerías —dijo Shaunee.

—¡Jódeme, puta! —soltó Aphrodite.—Ni aunque me lo supliques —dijo

Shaunee.—¡Ya hooo! —gritó Erin.Stevie Rae se quedó simplemente

sentada, pálida y con mal aspecto. Yoquería darles a todas juntas decabezazos.

—¡Ya vale, basta! —grité,haciéndolas callar a todas. Miré aAphrodite—. No vuelvas a llamar aStevie Rae «nevera» nunca más. —

Entonces me volví hacia las gemelas—.Una de las cosas del ritual con las quevoy a terminar es esa de utilizar a losiniciados como neveras, así que nonecesitamos que nadie haga el papel devíctima. Lo cual significa que no habráaperitivo.

Bueno, no había gritado exactamentea las gemelas, pero las dos me miraroncon una expresión idéntica de sorpresa ytristeza. Suspiré.

—Estamos todos del mismo lado —añadí, bajando la voz y tratando deasegurarme de que las chicas que habíaalrededor, escuchando, no pudieranoírme—, así que no estaría mal si

dejáramos de discutir.—No te engañes a ti misma, no

estamos del mismo lado. Ni siquiera nosacercamos —dijo Aphrodite que, actoseguido, soltó una risa que más bienparecía un gruñido y se marchó.

Yo la observé caminar hasta lapuerta principal, y justo antes deatravesarla volvió la vista hacia mí, memiró a los ojos y me hizo un guiño.

¿De qué iba eso? Casi parecía comosi hubiera estado jugando, como sifuéramos amigas y estuviéramos debroma. Pero eso no era posible. ¿O sí?

—Me da escalofríos —dijo StevieRae.

—Aphrodite tiene problemas —dijeyo. Las tres me miraron como si acabarade decir que realmente Hitler no era tanmalo—. Ya sabéis, chicas, que en serioquiero que las Hijas Oscuras sea ungrupo que una a la gente, no un grupitoengreído y tan exclusivo que solopuedan entrar las amiguitas de lacamarilla —continué yo. Ellas seguíanmirándome—. Ha sido su aviso lo queha salvado a mi abuela y a otra muchagente hoy.

—Ella te avisó solo porque quierealgo de ti, Zoey. No te engañes en eso—dijo Erin.

—Por favor, no me digas que estás

pensando en dejarla volver a las HijasOscuras —dijo Stevie Rae.

Yo sacudí la cabeza y contesté:—No. Y aunque quisiera, que no es

así —me apresuré a añadir—, según mispropias nuevas reglas ella no tiene lascualidades necesarias para ser miembro.Una hija o un hijo oscuro tiene que darejemplo de nuestros ideales con suconducta.

—Esa bruja no sabe en absolutocómo ser auténtica, fiel, sabia, empáticani sincera más que con sus odiososplanes —soltó Shaunee.

—Para dominar el mundo —añadióErin.

—Y no creas que están exagerando—dijo Stevie Rae.

—Stevie Rae, ella no es amiga mía.Solo… no sé —vacilé, tratando deponer palabras al instinto que tan amenudo me susurraba y me dirigía hacialo que tenía o no que hacer—. Supongoque a veces me da realmente lástima. Ytambién creo que la entiendo un poco.Aphrodite solo quiere ser aceptada,pero lo hace todo al revés. Cree que lamanipulación y las mentiras unidas alcontrol pueden forzar a la gente a que laquieran. Eso es lo que ve en su casa, yeso es lo que la hace ser así.

—Lo siento, Zoey, pero eso son

gilipolleces —dijo Shaunee—. Esdemasiado mayor para comportarsecomo una estúpida solo porque su madrees una jodelotodo.

—¡Por favor! ¡De verdad, ya bastacon eso de «la culpa de que sea una putamierda es de mamá»! —exclamó Erin.

—No pretendo ofenderte ni nada deeso, pero tú también tienes una madrejodelotodo, Zoey, y tú no permites queella ni tu padrastro perdedor te líen así—dijo Stevie Rae—. Y Damien tieneuña madre que ya no lo quiere porque esgay.

—Sí, pero él no se ha vuelto unaodiosa puta bruja —dijo Shaunee—. De

hecho, es todo lo contrario. Él escomo… es como… —Shaunee hizo unapausa, mirando a Erin en busca de ayuda—. Gemela, ¿cómo se llamaba la chicade la película Sonrisas y lágrimas queinterpretaba Julie Andrews?

—María. Y es verdad, gemela.Damien es como esa niñera estupenda.Solo tiene que soltarse un poco, o no vaa pillar cacho nunca.

—No puedo creer que estéisdiscutiendo mi vida amorosa, chicas —dijo Damien.

Todas nos sobresaltamos ymusitamos un «Lo siento».

Damien sacudió la cabeza mientras

Stevie Rae y yo nos echábamos a unlado para dejarle sitio en el sofá.

—Y quiero que sepáis que yo noquiero simplemente «pillar cacho»,como decís vosotras con tantacochinería. Quiero una relación largacon una persona a la que realmentequiera, y estoy dispuesto a esperar loque haga falta.

—Ja, fräulein —susurró Shaunee.—María —musitó Erin.Stevie Rae trató de disimular las

risitas tosiendo.Damien frunció el ceño en dirección

a las tres. Yo decidí que esa era mioportunidad para hablar.

—Ha funcionado —dije en voz baja—. Han cerrado el puente.

Me saqué el móvil de Damien delbolsillo y se lo devolví. Él comprobóque estuviera apagado y asintió.

—Lo sé, vine para acá en cuanto vilas noticias.

Damien miró el reloj digital del dvddel salón, junto a la televisión, y luegome miró.

—Son las tres y veinte. Lo hemosconseguido.

Los cinco sonreímos. Es cierto, mesentí aliviada, pero por dentro me seguíacorroyendo una preocupación de la queno podía librarme y que no era solo el

nerviosismo por lo de Heath. Quizánecesitara mi tercer refresco burbujeantemarrón.

—Vale, bien, eso ya está resuelto,así que, ¿por qué seguimos aquísentados, hablando de mi vida amorosa?—preguntó Damien.

—O de tu falta de vida amorosa —lesusurró Shaunee a Erin, que trataba deno echarse a reír (junto con Stevie Rae),pero sin éxito.

Damien no les hizo caso. Se puso enpie y me miró.

—Bueno, vamos.—¿Eh?Él giró los ojos en sus órbitas, alzó

la vista al cielo, sacudió la cabeza yañadió:

—¿Es que tengo que hacerlo todoyo? Tienes que celebrar un ritualmañana, lo que significa que tienes quetransformar el salón de entretenimiento.¿O creías que Aphrodite iba a ofrecersevoluntaria para arreglártelo todo?

—No había pensado en eso —dijeyo.

Como si hubiera tenido tiempo.—Bueno, pues piénsalo ahora —

dijo Damien, tirándome del brazo paraponerme en pie—. Tenemos trabajo quehacer.

Yo recogí mi refresco burbujeante

marrón y todos seguimos al tornado deDamien afuera, a la fría y nublada tardede sábado. Había dejado de llover, perolas nubes estaban más negras que antes.

—Parece como si fuera a nevar —dije yo, alzando la vista al cieloplomizo.

—¡Dios, ojalá! ¡Me encantaría verun poco de nieve! —exclamó StevieRae, girando sobre sí misma con losbrazos extendidos como si fuera unaniña.

—Pues ve a Connecticut. Verás másnieve de la que podrás soportar. Se hacerealmente agobiante después de meses ymeses de frío y humedad. ¡Por favor! Si

es la razón por la que los del nortesomos tan cascarrabias —comentóShaunee, mirándola con simpatía.

—No me importa lo que digas, nome lo vas a estropear. La nieve esmágica. Hace que la tierra parezca comosi se hubiera echado una esponjosasábana blanca por encima —continuóStevie Rae, abriendo los brazos ygritando—: ¡Quiero que nieve!

—Sí, bueno, y yo quiero esosvaqueros decorados impresionantes decuatrocientos cincuenta dólares que vien el catálogo de Victoria’s Secret —dijo Erin—. Lo cual demuestra que nosiempre podemos tener lo que queremos,

ya sea nieve o unos vaqueros.—Bueno, gemela, quizá los rebajen.

Esos vaqueros son demasiado bonitoscomo para renunciar a ellos.

—¿Y por qué no coges tu par devaqueros favoritos y miras a ver sipuedes reproducir los dibujos? Nopuede ser tan difícil, ¿no crees? —sugirió Damien con lógica (y muy alestilo gay).

Yo abrí la boca para decir queestaba de acuerdo con Damien y, depronto, me cayó un copo de nieve en lafrente.

—Eh, Stevie Rae, tu deseo se hahecho realidad. Está nevando.

Stevie Rae soltó un grito de alegría.—¡Sí! ¡Que nieve más y más!Y, por supuesto, Stevie Rae

consiguió lo que deseaba. Para cuandollegamos al salón de entretenimientotodo estaba cubierto de gruesos yenormes copos de nieve. Tuve queadmitir que Stevie Rae tenía razón. Lanieve era como una sábana blanca sobrela tierra. Lo convertía todo en algosuave y blanco, e incluso Shaunee (delmalhumorado y nevado estado deConnecticut), se reía y trataba de pescarcopos de nieve con la lengua.

Todos nos reíamos a carcajadascuando entramos en el salón de

entretenimiento. Había bastantes chicosallí. Algunos jugaban al billaramericano y otros con los videojuegosde las viejas máquinas arcade. Nuestrasrisas mientras nos sacudíamos la nieveles llamaron la atención, y muchosdejaron lo que estaban haciendo paraalzar las gruesas cortinas negras de lasventanas que aislaban el salón de la luzdel día.

—¡Sí, está nevando! —exclamóStevie Rae.

Yo simplemente sonreí y meencaminé hacia la pequeña cocina de laparte trasera de ese edificio seguida deDamien, las gemelas y Stevie Rae, que

seguía como loca por la nieve. Sabíaque había un almacén junto a la cocina yque era allí donde las Hijas Oscurasguardaban las cosas para sus rituales.Quizá hubiera llegado el momento deprepararlo todo, y sobre todo de fingirque sabía lo que estaba haciendo.

Oía la puerta del salón deentretenimiento abrirse y luego cerrarsedetrás de mí, y entonces me sorprendióla voz de Neferet.

—La nieve es preciosa, ¿verdad?Los chicos que había de pie junto a

las ventanas le contestaron con unrespetuoso «Sí». Me sorprendiósentirme de pronto ligeramente molesta,

así que traté de olvidarme de esasensación al instante y me giré paravolver al salón a saludar a mi mentora.Como los bebés patitos, mi panda mesiguió.

—¡Zoey!, bien. Me alegro deencontrarte aquí —dijo Neferet con uncariño tan evidente hacia mí que elsentimiento de molestia que habíanotado por su interrupción instantesantes se desvaneció.

Neferet era algo más que mimentora. Era como una madre para mí, yera un egoísmo por mi parte enfadarmeporque hubiera venido a buscarme.

—Hola, Neferet —contesté yo

cálidamente—. Estábamos empezando apreparar el salón para el ritual demañana.

—¡Excelente! Esa es una de lasrazones por las que quería verte. Sinecesitas algo para el ritual, no dudes enpedírmelo. Y definitivamente cuentaconmigo mañana por la noche, pero note preocupes —dijo, volviendo a sonreíren mi dirección—, porque no mequedaré a ver todo el ritual: solo losuficiente como para demostrar miapoyo a tu nueva perspectiva de lasHijas Oscuras. Luego dejaré las Hijas eHijos Oscuros en tus capacitadas manos.

—Gracias, Neferet —dije yo.

—Bien, y la segunda razón por laque quería verte a ti y a tus amigos —continuó Neferet, girando la cabezahacia ellos sin dejar de sonreír— esporque quiero presentaros a nuestroestudiante recién llegado.

Neferet hizo un gesto, y un chico decuya presencia yo aún no me habíapercatado dio un paso adelante. Era unchico mono en cierto sentido, con elcabello rubio rizado y unos ojos azulesrealmente bonitos. Era evidente que erauno de esos chicos un poco raros quepor lo general son idiotas, pero era unchico raro en cierto modo simpático ycon cierto potencial (traducción: se

bañaba y se lavaba los dientes, yademás tenía una piel y un pelo bonitos,y no se vestía como un completoperdedor).

—Quiero presentaros a todos a JackTwist. Jack, esta es mi iniciada, ZoeyRedbird, líder de las Hijas Oscuras, ysus amigos y prefectos, miembros delConsejo, Erin Bates, Shaunee Cole,Stevie Rae Johnson y Damien Maslin.

Neferet fue señalándolos uno a unomientras se los presentaba, y se oyó un«hola» detrás de otro. El chico nuevoparecía un poco nervioso y pálido, peroaparte de eso tenía una bonita sonrisa yno debía ser un completo marginado ni

nada de eso. Justo estaba preguntándomepor qué Neferet había estadobuscándome precisamente a mí parapresentarme al chico nuevo cuando ellacomenzó a explicarlo:

—Jack es poeta y escritor, y LorenBlake va a ser su mentor, solo que Lorenno volverá de su viaje del este hastamañana. Además Jack va a ser elcompañero de habitación de Erik Night,y como todos vosotros sabéis, Eriktampoco volverá a la escuela hastamañana. Por eso pensé que estaría bienque vosotros cinco le enseñarais laescuela y os asegurarais de que se sientebienvenido y se instala a gusto hoy.

—Claro, nos encantaría —dije yosin vacilar, pensando que ser el nuevonunca había sido un plato de gusto.

—Damien, tú puedes enseñarle lahabitación de Erik, ¿verdad?

—Claro, por supuesto —contestóDamien.

—Sabía que podía contar con losamigos de Zoey —añadió Neferet conuna sonrisa increíble que parecióiluminar la habitación por sí sola y que,de pronto, me hizo sentirmeprofundamente orgullosa al ver que elresto de chicos observaban el evidentetrato de favor de Neferet hacia nosotros—. Y recordad, si necesitáis algo

especial para mañana, decídmelo. Ah, ycomo es tu primer ritual he ordenado enla cocina que preparen algo especialpara ti y para los Hijos e Hijas Oscurospara después. Debería ser unacelebración encantadora y muy especialpara ti, Zoey.

Me sentí abrumada por tantaconsideración, y no pude evitarcomparar su comportamiento con elmodo frío y despreocupado con que metrataba mi madre. ¡Dios!, la verdad eraque mi madre ni siquiera me quería losuficiente como para tratarme de otromodo. La había visto solo una vez entodo el mes, pero después de la estúpida

escena que había montado el perdedorde su marido con Neferet no parecíaprobable que volviera a verla pronto.Pero ¿me importaba? No. No cuandotenía buenos amigos y a una mentoracomo Neferet, dispuestos a ayudarme encualquier momento.

—Realmente aprecio mucho tugesto, Neferet —dije yo, tragándome elnudo de la garganta, producto de la puraemoción.

—Para mí es un placer, y es lomenos que puedo hacer por mi iniciadaen su primer Ritual de la Luna Llenacomo líder de las Hijas Oscuras.

Neferet me dio un abrazo rápido y

después abandonó el salón, asintiendoamablemente hacia los chicos que ledirigían la palabra y la saludaban conrespeto.

—¡Uau! —exclamó Jack—. Esrealmente increíble.

—Desde luego que lo es —contestéyo, sonriendo a mis amigos (y al chiconuevo)—. Bueno, ¿listos para trabajar?Aquí hay muchas cosas que sacar —continué yo, viendo entonces que Jacktenía todo el aspecto de estar despistado—. Damien, será mejor que le des aJack una clase rápida sobre ritualesvampíricos para que no se sienta tanperdido.

Entonces eché a caminar hacia lacocina (de nuevo), y oí a Damiencomenzar su pequeña escena en el papelde profesor, explicando para empezar lorelativo al Ritual de la Luna Llena.

—Eh… Zoey, ¿podemos ayudarte?Yo miré por encima del hombro.

Drew Partain, un chico bajito y atléticoal que reconocí porque íbamos a lamisma clase de esgrima (él eraincreíblemente bueno en esgrima: tanbueno como Damien, y eso es decirmucho), estaba de pie junto a la pared,de espaldas a las ventanas, con un grupode amigos. Me sonrió, pero yo noté queno dejaba de mirar a Stevie Rae.

—Hay muchas cosas que sacar. Losé porque mis amigos y yo solíamosayudar a Aphrodite a preparar el salón—continuó él.

—Huh —oí que murmurabaShaunee, apenas sin aliento.

Antes de que Erin pudiera añadiralgo más a aquel susurro sarcástico, yome apresuré a contestar:

—Sí, no nos vendría mal vuestraayuda. Excepto porque mi ritual va a serdiferente. Damien os explicará a qué merefiero —añadí, tratando de ponerlos aprueba.

Esperé a ver las miradas desdeñosasy de sarcasmo que los chicos de estilo

deportista solían dirigir invariablementea Damien y a los otros pocos chicos quese mostraban como gays abiertamente enla escuela, pero Drew solo se encogióde hombros y contestó:

—Vale, por mí está bien.Simplemente dinos qué hacer.

Luego sonrió y le guiñó un ojo aStevie Rae, que soltó una risita nerviosay se puso colorada.

—Damien, son todos tuyos —dijeyo.

—Estoy seguro de que el infierno seestá congelando por alguna parte —susurró Damien sin mover apenas loslabios. Luego, con su voz de siempre,

añadió—: Bueno, lo primero que no legusta a Zoey es que el salón parezca undepósito de cadáveres con todas esasmáquinas retiradas hacia atrás ycubiertas con una tela negra, así quevamos a ver si podemos meter la mayorparte de ellas en la cocina y elvestíbulo.

El grupo de Drew comenzó atrabajar junto con Damien y el chiconuevo, y Damien volvió a su lección.

—Nosotras iremos a por las velas ysacaremos la mesa —les dije yo a loschicos, haciéndoles un gesto a StevieRae y a las gemelas para que mesiguieran.

—Damien ha muerto y ha resucitadodirectamente en el paraíso de los gays—comentó Shaunee en cuanto nosalejamos lo suficiente como para quenadie la oyera.

—Bueno, ya era hora de que esoschicos dejaran de comportarse comoignorantes pueblerinos y demostraran unpoco de sentido común —dije yo.

—Shaunee no se refería a eso,aunque estamos de acuerdo contigo —dijo Erin—. Se refería al pequeño Jackel-chico-mono-gay-nuevo Twist.

—Pero ¿qué demonios os ha hechopensar que es gay? —preguntó StevieRae.

—Stevie Rae, juro que tienes queabrir tus horizontes, chica —contestóShaunee.

—Vale, yo también estoy perdida.¿Por qué pensáis que Jack es gay? —pregunté yo.

Shaunee y Erin se miraron la una a laotra con una expresión de pena, y luegoErin explicó:

—Jack Twist es idéntico alsuperatractivo cowboy gay al queinterpreta Jake Gyllenhaal en BrokebackMountain.

—Además, ¡De verdad! Cualquieraque elija un nombre como ese y quetenga un aspecto tan desaliñadamente

mono como él es que es total, completay absolutamente del equipo de Damien.

—Ah —dije yo.—Bueno, lo que tú digas —dijo

Stevie Rae—. ¿Sabéis? Yo jamás vi esapelícula. No la trajeron al Cinema 8 deHenrietta.

—¿No te lo había dicho? —dijoShaunee.

—¡Por favor, no puedo creerlo! —exclamó Erin sarcástica, fingiendoincredulidad.

—Bueno, Stevie Rae, pues creo queha llegado la hora de enseñarte esaexcelente película en dvd —añadióShaunee.

—¿Se ve cómo se besan los doschicos?

—A pedir de boca —contestaronShaunee y Erin al unísono.

Yo lo intenté, pero falléirremisiblemente a la hora de noecharme a reír ante la expresión delrostro de Stevie Rae.

15

Casi habíamos terminado de arreglar elsalón para el ritual cuando alguienencendió la enorme pantalla detelevisión que habíamos tenido quedejar allí. Daban las noticias de lanoche. Los cinco nos lanzamos miraditasrápidas: lo que llamaban la «broma demal gusto de la Jihad por la Naturaleza»seguía siendo la noticia del día. Aunqueyo sabía que no podían rastrear millamada telefónica y había visto a

Damien dejar caer «accidentalmente» elmóvil desechable, que después habíapisado, solo respiré con un poco más detranquilidad al oír a Chera Kimikorepetir que hasta ese momento la policíano tenía ninguna pista acerca de laidentidad del grupo terrorista.

Como noticia relacionada con laanterior del río Arkansas, la Fox Newscontaba también que aquella nocheSamuel Johnson, capitán de una de lasbarcas del servicio de transportemarítimo por el río, había sufrido unataque cardíaco mientras pilotaba labarca. Había sido una «verdaderasuerte» para él que el tráfico hubiera

estado cortado en ese momento y quehubiera médicos y policía tan cerca. Lehabían salvado la vida, y la barca nohabía chocado contra ninguna otra nicontra ningún pilar de ningún puente.

—¡Eso era! —exclamó Damien—.Tuvo un ataque cardíaco y la barca seestrelló contra un pilar del puente.

Yo asentí, medio paralizada.—Y eso demuestra que las visiones

de Aphrodite son ciertas —añadí yo.—Pero esa no es una buena noticia

—comentó Stevie Rae.—Yo creo que sí —contesté yo—.

Siempre y cuando Aphrodite nos cuentesus visiones, claro. Así podremos

tomárnoslas en serio.Damien sacudió la cabeza.—Tiene que haber una razón para

que Neferet piense que Nyx le haretirado el don a Aphrodite. Es unalástima que no podamos contarle todoesto, porque de ese modo ella podríaexplicarnos qué ocurre o quizá inclusocambiar de opinión con respecto aAphrodite.

—No, le di mi palabra de que nodiría nada.

—Si Aphrodite estuviera dejando deser una bruja, ella misma se lo diría aNeferet —comentó Shaunee.

—Quizá debieras hablar con ella

acerca de todo esto —sugirió Erin.Stevie Rae emitió una especie de

gruñido.Yo puse los ojos en blanco, pero

Stevie Rae ni siquiera se dio cuentaporque Drew sonreía en ese momento endirección a nosotras, y ella estabademasiado ocupada ruborizándose comopara prestarme atención.

—¿Qué te parece, Zoey? —preguntóél sin apartar los ojos de Stevie Rae.

Que estás loquito por micompañera de habitación, eso hubieraquerido yo contestarle. Pero pensé queera un chico majo y que el rubor deStevie Rae demostraba claramente que

ella pensaba lo mismo, así que decidí nomortificarla.

—Ha quedado estupenda —dije yo.—Sí, desde aquí tampoco se ve tan

mal —comentó Shaunee, mirando aDrew de arriba abajo.

—Lo mismo digo, gemela —añadióErin.

—Estoy muerto de hambre —dijo él.—Yo también —dijo Stevie Rae.—Bueno, ¿y por qué no vamos a por

algo de comer? —le preguntó Drew aStevie Rae.

—Vale —se apresuró a contestarStevie Rae, dándose cuenta después deque todos la mirábamos y poniéndose

aún más colorada—. Bueno, es la horade cenar. Será mejor que vayamos a poralgo.

Con un gesto nervioso, Stevie Rae sepasó una mano por el pelo corto y rizadoy llamó a Damien, que estaba en el otroextremo del salón muy concentrado,hablando con Jack. (Por lo que yo habíaoído, a los dos les gustaban los mismoslibros y estaban discutiendo acerca decuál de los volúmenes de Harry Potterera el mejor. Evidentemente, los doseran igual de bobos).

—Damien, nos vamos a comer. ¿Notenéis hambre Jack y tú?

Jack y Damien intercambiaron una

mirada, y luego Damien nos gritó:—¡Sí, ya vamos!—¡Chachi! —exclamó Stevie Rae

sin dejar de sonreír a Drew—. Todostenemos hambre.

Shaunee suspiró y echó a caminarhacia la puerta, comentando:

—¡Por favor! Solo con las hormonasde los jóvenes amantes reunidos en estesalón tengo ya dolor de cabeza.

—Pues yo me siento como siestuviera encerrada en una película deLifetime. ¡Espérame, gemela! —gritóErin.

—¿Por qué son las gemelas tancínicas con respecto al amor? —le

pregunté yo a Damien nada más cruzar ély Jack el salón en nuestra dirección.

—No lo son. Simplemente estánenfadadas porque los últimos chicos conlos que han salido les parecieronaburridos —explicó Damien.

Salimos todos fuera como un sologrupo a la magia de una noche nevada denoviembre. Los copos habían cambiadoy eran ya más pequeños, pero seguíancayendo regularmente y haciendo que laCasa de la Noche pareciera aún másmisteriosa y más parecida a un castilloque nunca.

—Sí, las gemelas son duras con lostíos. Es como si supieran el doble que

ellos —dijo Stevie Rae.Yo noté que Stevie Rae caminaba

realmente muy cerca de Drew y que devez en cuando sus brazos se rozaban.

Oí un montón de murmullos deasentimiento procedentes del grupo dechicos que habían estado ayudándonos amover los muebles por el salón deentretenimiento, e imaginé que para unchico (vampiro o humano) salir con unade las gemelas debía ser todo un reto.

—¿Os acordáis cuando Thor quisosalir con Erin? —preguntó uno de losamigos de Drew, que creo que se llamaKeith.

—Sí, ella lo llamó lémur. Ya sabes,

como los estúpidos lémures esos de lapelícula de Disney —dijo Stevie Rae,riéndose.

—Y Walter salió con Shaunee untotal exacto de dos días y medio, yluego, en medio del Starbucks, lo llamóordenador Pentium 3 —comentóDamien.

Yo le lancé una mirada despistada.—Z, ahora ya vamos por el

ordenador Pentium 5.—Ah.—Erin sigue llamándolo el Lento

McSlowenstein cada vez que se cruzacon él —añadió Stevie Rae.

—Entonces es evidente que hacen

falta dos chicos especiales de verdadpara salir con las gemelas —dije yo.

—Yo creo que siempre hay alguienespecial para todo el mundo —dijo depronto Jack.

Todos nos giramos hacia él, que seruborizó. Pero antes de que ninguno delos chicos pudiera burlarse de él yodije:

—Yo estoy de acuerdo con Jack.Aunque lo difícil era figurarse quién

estaba hecho precisamente para él,añadí yo en silencio para mí misma.

—¡Totalmente! —exclamó StevieRae con su habitual animación yoptimismo.

—¡Absolutamente! —agregóDamien, guiñándome un ojo.

Yo le sonreí.—¡Eh! —exclamó Shaunee, saliendo

de detrás de un árbol—. ¿De qué estáishablando, chicos?

—De tu falta de vida amorosa —gritó Damien todo contento.

—¿En serio?—En serio —dijo Damien.—¿Y por qué no habláis mejor del

frío que hace y de lo mojados queestáis? —sugirió Shaunee.

Damien frunció el ceño antes decontestar:

—¿Cómo? Yo no tengo frío.

Erin salió de detrás del mismoárbol, por el otro lado, con una bola denieve en la mano.

—¡Pero lo tendrás! —gritó,tirándosela a Damien y dándole en todoel pecho.

Por supuesto, enseguida se montóuna guerra de bolas de nieve. Los chicosgritaban y corrían a ponerse a cubiertomientras recogían puñados enteros denieve virgen y se la tiraban a Shaunee ya Erin. Yo traté de echarme atrás.

—¡Te dije que la nieve era genial!—gritó Stevie Rae.

—Bueno, entonces esperemos unvendaval —gritó Damien, apuntando a

Erin—. Viento y nieve en abundancia.¡Sin duda lo mejor para una guerra debolas de nieve!

Damien lanzó la bola, pero Erin fuedemasiado rápida y saltó justo a tiempode evitar que le diera en toda la cabeza.

—¿Adónde vas, Z? —gritó StevieRae desde detrás de un arbustoornamental.

Yo vi que Drew estaba justo a sulado, disparando bolas de nieve aShaunee desde su refugio.

—Al centro multimedia. Tengo quetrabajar en el texto del ritual de mañana.Ya pillaré algo de comer cuando hayaterminado, de camino al dormitorio —

dije yo, caminando marcha atrás cadavez más deprisa—. Detesto perderme laparte divertida, pero…

Conseguí retroceder, entrar y cerrarde golpe la puerta detrás de mí justo atiempo de oír los tres plop, plop, plopde tres bolas de nieve, golpeando lavieja puerta de madera.

No se trataba de una excusa para evitarla guerra de bolas de nieve. De hecho,pensaba saltarme la cena y pasar unascuantas horas en el centro multimedia.Al día siguiente tenía que invocar uncírculo y dirigir un ritual que quizá fuera

tan antiguo como la luna misma.Y no tenía ni idea de qué hacer.Sí, claro; había invocado un círculo

con mis amigos un mes atrás comoexperimento casero para ver si deverdad tenía afinidad con los elementoso si me estaba engañando. Hasta nosentir el poder del viento, del fuego, delagua, de la tierra y del espíritu recorrertodo mi cuerpo, y hasta que mis amigosno lo vieran también, yo habría juradoque me estaba engañando. No es que seauna completa cínica o algo así, pero ¡porfavor!, ¡de verdad! (como dirían lasgemelas). Ser capaz de extraer el poderde los elementos es una habilidad muy

poco común. Quiero decir que mi vidano era una película de los X-Men(aunque sin duda me habría gustadotener unas cuantas aventuras conLobezno).

El centro multimedia estaba vacío,como era de esperar; después de todoera sábado por la noche. Solo uncompleto gilipollas pasa la noche delsábado en un centro multimedia. Sí,sabía muy bien en qué me convertía eso.Tenía decidido de antemano por dóndeiba a iniciar la investigación. Pinché lapestaña «catálogo» del menú principaldel ordenador y busqué libros dehechizos y rituales antiguos, pero no

hice caso de ninguno que tuviera unafecha de publicación reciente. Me atrajoespecialmente un libro titulado Ritosmísticos de la luna de cristal, de Fiona.Recordaba vagamente ese nombre porser una de las vampiras poetas laureadasa principios del siglo XIX (había unafoto suya muy bonita en nuestrodormitorio). Tomé nota del código dellibro según el sistema de clasificacióndecimal Dewey y lo encontré por fin enun oscuro estante, solitario ypolvoriento. Pensé que ese era unexcelente síntoma: se trataba de uno deesos tomos antiguos, encuadernados enpiel. Necesitaba un fundamento y una

tradición de modo que mi liderazgo delas Hijas Oscuras conociera algo másque las costumbres ultramodernas (y deguarra) de Aphrodite.

Abrí el cuaderno de notas y saqué mibolígrafo favorito, lo cual me hizorecordar lo que había dicho Lorenacerca del hecho de preferir escribir amano a escribir en el ordenador; eso, asu vez, me hizo recordar a Lorentocando mi rostro y mi espalda, y laconexión que se había establecido entrelos dos. Sonreí y sentí que mis mejillasse sonrojaban, y entonces me di cuentade que estaba ahí sola, sentada,sonriendo y ruborizándome como una

retrasada mental a causa de un chico queera demasiado mayor para mí y que,además, era un vampiro. Ambas cosasme ponían realmente nerviosa (comodebe ser). Quiero decir que él erasuperatractivo, pero tenía veintitantosaños: era un verdadero adulto queconocía todos los secretos de losvampiros sobre el deseo de sangre y,bueno, sobre el deseo en general. Locual, por desgracia, contribuía a hacerleaún más seductor, sobre todo después demi breve y picante escena de sexo,succionando sangre, con Heath.

Di golpecitos con el bolígrafo sobrela página en blanco. Bueno, vale,

durante el último mes había estadobesándome y enrollándome con Erik unpoco. Y sí, me gustaba. Pero no, nohabíamos llegado demasiado lejos. Yuna de las razones era que, a pesar detoda reciente evidencia en contra, yo porlo general no me comporto como unaguarra. La otra razón era que yo era aúndemasiado consciente de la escena quehabía observado entre Erik y Aphrodite,su ex novia, en la que ella estabaarrodillada delante de él, tratando dehacerle una mamada. No quería que Erikalbergara la menor duda sobre el hechode que yo no soy una guarra comoAphrodite, la prostituta. (Eso, haciendo

caso omiso de mi forma de restregar elpaquete de Heath). Así que sin duda mesentía atraída por Erik, al que todo elmundo consideraba mi novio oficial apesar de que no habíamos hecho grancosa al respecto.

Entonces comencé a pensar enLoren. Fuera, a la luz de la luna y con lapiel desnuda, Loren me había hechosentirme como una mujer: no como unachica nerviosa y sin experiencia, que escomo suelo sentirme cuando estoy conErik. Cuando vi el deseo en los ojos deLoren me sentí bella y poderosa y muy,muy sexi. Y sí, tenía que admitir que megustaba ese sentimiento.

¿Cómo demonios encajaba Heath enmedio de todo eso? Con Heath me sentíade un modo completamente diferente acomo me sentía con Erik o con Loren.Heath y yo teníamos una historia. Nosconocíamos el uno al otro desde queéramos niños, y habíamos estadosaliendo de un modo irregular durante elúltimo par de años. Yo siempre mehabía sentido atraída hacia Heath, y losdos nos habíamos enrollado muchasveces a base de bien, pero él jamás mehabía excitado tanto como cuando secortó el cuello y yo bebí su sangre.

Temblé y me lamí los labiosautomáticamente. Solo de pensarlo me

excitaba y me sentía horrorizada almismo tiempo. Sin duda quería volver averlo, pero ¿era porque aún lo quería, osimplemente por el intenso deseo quesentía por su sangre?

No tenía ni idea.Cierto, Heath me había gustado

durante años. A veces se comportabacomo un estúpido, pero aún así resultabaun estúpido entrañable. Él me tratababien, y a mí me gustaba salir con él. O almenos así había sido hasta el momentode comenzar él a emborracharse y acolocarse. Entonces su estupidez habíapasado a ser gilipollez, y yo no habíavuelto a confiar en él. Pero él había

dejado la bebida y los porros, así que,¿significaba eso que volvía a ser elmismo chico de antes, el que me gustabatanto? Y si era así, ¿qué diablos sesuponía que debía hacer yo acerca de:1) Erik, 2) Loren, 3) el hecho de quebeber la sangre de Heath estuvieracompletamente prohibido en la Casa dela Noche y 4) el hecho de que, sin lugara dudas, yo volvería a beber su sangre?

Mi suspiro sonó sospechosamente allanto. Realmente necesitaba a alguiencon quien hablar.

¿Neferet? De ningún modo. Noestaba dispuesta a contarle a ningúnvampiro adulto el asunto de Loren.

Sabía que tenía que reconocer que habíabebido la sangre de Heath (otra vez,admití suspirando) y sabía queprobablemente eso había intensificadola conexión entre los dos. Pero no podíadecírselo a ella. O al menos no podíahacerlo tan pronto. Sabía que era unaactitud egoísta, pero no quería metermeen problemas con ella cuando aún nohabía establecido mi liderazgo en lasHijas Oscuras.

¿Stevie Rae? Ella era mi mejoramiga y yo quería contárselo, pero si deverdad iba a contárselo entonces teníaque admitir ante ella que había bebido lasangre de Heath. Dos veces. Y admitir

cuánto deseaba volver a bebería otravez. ¿Cómo no iba eso a asustarla? Measustaba incluso a mí. No podía soportarla idea de que mi mejor amiga memirara como si fuera un monstruo.Además, no creo que ella lo entendieraen realidad.

No podía contárselo a la abuela. Sinduda a ella le desagradaría el hecho deque Loren tuviera veintitantos años. Yera incapaz de imaginarme a mí mismahablándole de mi deseo por la sangre.

Irónicamente, de inmediato me dicuenta de quién sería la única personaque no se asustaría por el asunto de lasangre y que, sin duda, comprendería

mis deseos y todo eso: Aphrodite. Y,por extraño que parezca, en parte queríahablar con ella, sobre todo después dedescubrir que sus visiones seguíansiendo ciertas. Con esa chica tenía elpresentimiento de que ocultaba muchomás que el mero hecho de que cuandoquería podía ser una odiosa guarra.Había cabreado a Neferet, eso eraevidente. Pero Neferet le había dichocon palabras duras y odiosas que Nyx lehabía retirado su favor, y me habíadejado bien claro a mí (y prácticamentea toda la escuela) que las visiones deAphrodite eran falsas. Sin embargo yotenía una prueba de que no lo eran, y eso

me producía una aterradora e inquietantesensación que, no obstante, erainevitable: comenzaba a preguntarmehasta qué punto podía confiar, de hecho,en Neferet.

Traté de concentrarme en lainvestigación que tenía que hacer, abríel antiguo libro de rituales y entonces unpedazo de papel salió volando de entresus páginas. Lo recogí, creyendo quealgún chico se había dejado sus notasallí olvidadas, y me quedé helada. Minombre estaba escrito en la cabecera deaquella nota escrita a mano, de la quedefinitivamente reconocía la letra:

Las palabras del poema meprodujeron un escalofrío. ¿Quédemonios…?, ¿cómo podía nadie, ymenos aún Loren que, supuestamente,estaba en la costa Este, saber queconsultaría ese libro?

La mano me temblaba, así que dejéel papel sobre la mesa y volví a leer elpoema. Si dejaba a un lado el hecho de

que era increíblemente romántico que unvampiro y poeta laureado me escribierauna poesía, y leía el poema sin dejarmellevar por lo sexi que resultaba, teníaque reconocer que en ese poema habíaalgo tan perturbador como el haikumismo. «La noche no puede envolver tusueño escarlata». ¿Me estaba volviendoabsolutamente loca, o aquella líneaimplicaba que Loren sabía que habíabebido sangre? De pronto el poema mepareció mal…, peligroso…, como si setratara de una advertencia que no fueraen realidad una advertencia, y empecé ahacerme preguntas sobre el poeta. ¿Y sino había sido Loren quien lo había

escrito?, ¿y si había sido Aphrodite? Yohabía oído su conversación con suspadres. Se suponía que ella tenía queconseguir que me arrebataran elliderazgo de las Hijas Oscuras.¿Encajaba el poema con sus planes?(¡Dios!, eso de «sus planes» sí quesonaba a cómic malo).

Sí, Aphrodite me había visto conLoren, pero ¿cómo podía ella saber nadadel haiku? Además, ¿cómo podía sabertambién que volvería al centromultimedia para consultar aquel libroantiguo en particular? Eso sonaba másbien a un presentimiento psíquico de unvampiro adulto, aunque yo no tenía ni

idea de cómo lo hacían. Quiero decirque ni siquiera yo sabía que iba aescoger ese libro hasta unos minutosantes.

Nala saltó sobre la mesa delordenador, dándome un susto de muerte.Se quejó y se restregó contra mí.

—Vale, vale, ya me pongo atrabajar.

Pero mientras buscaba rituales yhechizos tradicionales en aquel antiguolibro, mi mente no dejaba de dar vueltasy más vueltas al poema y a esa extrañasensación que parecía habérsemeaposentado de manera permanente bajoel esternón.

16

Saqué a Nala en brazos del centromultimedia. La gata se había quedadotan profundamente dormida, que nisiquiera se molestó en quejarse cuandola recogí. Miré el reloj al salir, y nopude creer que hubieran transcurridotantas horas. No era de extrañar que seme hubiera dormido el culo ni quetuviera el cuello tan tenso. Pero nada deeso importaba, porque por fin sabía quéiba a hacer en el Ritual de la Luna

Llena. Me había quitado un gran peso deencima. Seguía nerviosa, así que no meparé demasiado a considerar el hecho deque cuando desarrollara el ritual, loharía delante de un puñado de chicosque, en su mayoría, no estaríanprecisamente encantados de verme en elpuesto de su compi Aphrodite.Sencillamente, tenía que centrarme en elritual y recordar los increíblessentimientos que me embargaban cadavez que invocaba a los cinco elementos.El resto se arreglaría por sí solo. Consuerte.

Empujé la pesada puerta principalde la escuela y salí a un mundo

diferente. Nevaba a un ritmo regular, yseguramente había seguido así mientrasyo estaba en el centro multimedia. Losjardines del colegio estaban cubiertosde blanco como si se tratara de unamanta de pelo. Se había levantadoviento, y la visibilidad era terrible. Lasfarolas de gas que señalaban el oscurocamino apenas eran sino diminutospuntos de luz amarilla contra la blancaoscuridad. Hubiera debido de volver aentrar en el edificio y recorrerlo enterohasta el otro extremo, permaneciendodentro todo el tiempo que pudiera para,después, salir corriendo hasta el edificiode los dormitorios de las chicas. Pero en

realidad no quería hacerlo. Pensé queStevie Rae tenía razón. La nieve erarealmente mágica. Cambiaba el mundo,lo hacía más silencioso, más suave, másmisterioso. Como iniciada, yo contabaya con bastante de la protección naturalde la que disfruta un vampiro contra elfrío, que antes siempre me producíacierto repelús. Quiero decir que el fríome hacía pensar en criaturas muertas yheladas que existían solo porque bebíanla sangre de los vivos: algocompletamente espantoso, aunque solopensara en ello alguna que otra vez. Porfin sabía más acerca de eso en lo que meestaba convirtiendo, así que comprendía

que mi protección contra el frío era másbien el resultado de un metabolismoalterado, y no debido al hecho de estarno muerta. Los vampiros no estánmuertos. Simplemente han cambiado. Esa los humanos a quienes les gustaalimentar el aterrador mito de losmuertos vivientes, cosa que yocomenzaba a encontrar algo más quesimplemente molesto. De un modo uotro, me gustaba de verdad ser capaz dedisfrutar de un paseo en medio de unvendaval sin sentir que me iba acongelar. Nala se acurrucó contra mí,ronroneando fuerte cuando la envolvícon un gesto protector con los brazos. La

nieve amortiguaba mis pisadas, y por unmomento me pareció como si estuvierasola en un mundo en el que se habíanmezclado el negro y el blanco paraformar un color único solo para mí.

Había dado solo un par de pasoscuando, de pronto, suspiré. Me habríadado un tortazo a mi misma en la frentede no haber tenido los brazos ocupadoscon la gata. Tenía que ir al almacén dehechizos y rituales de la escuela a por unpoco de eucalipto. Por lo que habíaleído en el libro de rituales, el eucaliptose asociaba con la curación, laprotección y la purificación: tres cosasque yo creía importante tener presentes

durante mi primer ritual como líder delas Hijas Oscuras. Me figuré que podríaconseguir el eucalipto al día siguiente,pero necesitaba anudar las hebrasformando una cuerda como parte delhechizo que tenía planeado invocar y,bueno, probablemente lo más inteligenteera practicar antes. No quería que se mecayera nada durante el ritual o, peor aún,descubrir que las hebras de eucalipto serompían en pedazos porque no eran loflexibles que yo esperaba, porqueentonces me pondría colorada y tendríaque acurrucarme en posición fetal parallorar…

Aparté la encantadora imagen de mi

mente, me giré y comencé a caminar condificultad de vuelta al edificio principal.Fue entonces cuando vi la sombra. Mellamó la atención porque no encajaba: yno solo porque era poco habitual queotro iniciado fuera lo suficientementeestúpido como para salir a dar un paseodurante una tormenta de nieve. Lo queme pareció extraño fue que esa persona,porque definitivamente no era ni un gatoni un arbusto, no caminaba por la acera.Iba en dirección al salón deentretenimiento, pero tomando un atajo yatravesando la cuadrícula de césped máslejano. Me detuve y observé con losojos entrecerrados la figura contra la

nieve que seguía cayendo. Llevaba unacapa larga y oscura y una capucha.

De pronto me invadió tal urgenciapor seguirla, que me quedé atónita. Casicomo si no tuviera voluntad propia, bajéde la acera y me apresuré a seguir a esamisteriosa persona que acababa dellegar al borde de la línea de árbolesque crecían a lo largo del muro de laescuela.

Abrí los ojos inmensamente. En elinstante en el que la figura se internóentre las sombras, fuera quien fuera, él oella comenzó a moverse con unavelocidad inhumana, haciendo ondear lacapa bruscamente detrás de sí en aquel

viento plagado de copos de nieve demodo que parecía tener alas. ¿Rojo?,¿había visto fiases de color escarlatacontra los destellos de piel blanca? Lanieve me producía picor de ojos y mivisión se nubló, pero sujeté a Nala conmás fuerza contra mí y apreté el paso, apesar de que sabía que la figura meguiaba hacia la zona este de la valladonde se encontraba la trampillasecreta. El mismo lugar en el que habíavisto a dos fantasmas o espectros o loque fuera; el mismo lugar al que mehabía dicho a mí misma que no volvería,o al menos que no volvería sola.

Sí, hubiera debido de girar a la

izquierda y marcharme directamente aldormitorio. Pero naturalmente no lohice.

El corazón me galopaba como unloco y Nala refunfuñaba en mi oídocuando llegué a la línea de árboles ycontinué a toda prisa a lo largo delmuro, pensando todo el tiempo en loloca que estaba por estar ahí fuera,persiguiendo en el mejor de los casos aun chico que trataba de escaparse de laescuela y en el peor a un fantasmaseriamente peligroso.

Había perdido de vista a la figura,pero sabía que me estaba acercando a latrampilla, así que aminoré la marcha

automáticamente, buscando las sombrasmás impenetrables y moviéndome deárbol en árbol. En ese momento nevabacon más fuerza aún, y Nala y yoestábamos cubiertas de blanco. Dehecho yo comenzaba a sentirme helada.¿Qué estaba haciendo allí? Me dijeranlo que dijeran mis tripas, mi mente medecía que estaba haciendo una locura yque tenía que volver al dormitorio (conmi temblorosa gata). Aquel no erarealmente asunto mío. Quizás alguna delas profesoras estuviera comprobando…no sé… los terrenos, para asegurarse deque ningún iniciado estúpido (como yo)se dedicaba a husmear por los

alrededores en medio de una tormenta.O quizá alguien acabara de colarse

en los terrenos de la escuela trasasesinar brutalmente a Chris Ford ysecuestrar a Brad Higeons, y en esemomento volvía a escabullirse parasalir, y si yo me enfrentaba a él o a ellasería igualmente asesinada.

Sí, bien. Y luego hablaban de laimaginación sobreexcitada.

Entonces oí las voces.Aminoré aún más la marcha,

caminando prácticamente de puntillashasta que finalmente los vi. Había dosfiguras de pie junto a la trampillaabierta. Parpadeé con fuerza, tratando de

ver con más claridad a través del velode copos de nieve que caían. Yo habíaestado persiguiendo a la persona queestaba más cerca de la trampilla y quepor fin no estaba corriendo (a unavelocidad ridícula), de modo que pudever que estaba de pie en una extrañapostura, agazapada y con la espaldaencorvada. Dirigí la atención a la otrafigura, y entonces sentí que el escalofríoque había estado rozando mi piel comolos copos de nieve se hundíaprofundamente en mi alma. Era Neferet.

Tenía un aspecto misterioso ypoderoso con su pelo otoñal volandoalborotado alrededor del rostro y la

nieve cubriendo su largo vestido negro.Estaba de frente a mí, así que pude verque su expresión era seria y casi deenfado, y que hablaba mirando fijamentea la persona agazapada, utilizando lasmanos de un modo muy expresivo. Meacerqué en silencio, contenta de llevarropa oscura que se camuflaba bien conlas sombras del muro. Desde aquellaposición el viento me traía algunas delas palabras que pronunciaba Neferet.

—¡… más cuidado con lo que haces!No pienso…

Escuché con atención, tratando deoír las palabras a pesar de los aullidosdel viento, y entonces me di cuenta de

que el aire me llevaba algo más quesimplemente la voz de Neferet. Podíaoler algo, y podía olerlo a pesar del olorfresco de la nieve cayendo. Era un olorseco y mohoso, extrañamente fuera delugar en medio de aquella noche fría yhúmeda.

—… demasiado peligroso —seguíadiciendo Neferet—. Obedece o…

No oí el resto de la frase, perodespués ella hizo una pausa. La figura dela capa respondió con un extrañosonido, como un gruñido, más animalque humano.

Nala, que había estado acurrucadabajo mi mentón y que parecía haberse

quedado dormida otra vez, de prontocomenzó a mover la cabeza a toda prisaa su alrededor. Entonces se puso agruñir, y yo me agazapé aún más detrásdel tronco del árbol bajo cuya sombraestaba escondida.

—Shhh —susurré, tratando decalmarla.

Nala se calló, pero yo sentí que se leerizaba el pelo de la espalda y quecerraba los ojos hasta quedar solo dosrendijas. Parecía enfadada mientrasmiraba a la persona de la capa.

—¡Lo prometiste!El sonido gutural de la misteriosa

voz de aquel hombre me puso la carne

de gallina. Asomé la cabeza justo atiempo de ver a Neferet levantar la manocomo si fuera a pegarlo. El hombre,acobardado, se pegó al muro de talmodo que se le cayó la capucha de lacabeza, y mi estómago se hizo un nudotan fuerte que estuve a punto de vomitar.

Era Elliot, el chico muerto cuyo«fantasma» nos había atacado a mí y aNala el mes anterior.

Neferet no le pegó. En lugar de ellohizo un gesto violento hacia la trampilla.Alzó la voz, de modo que el viento metrajo todas sus palabras.

—¡Ya no puedes tomar más! Ahorano es el momento. Tú no puedes

comprender estas cosas, y tampocopuedes cuestionarme. Y ahora vete deaquí. Si vuelves a desobedecerme otravez conocerás mi ira, y la ira de unadiosa es terrible de soportar.

Elliot se encogió de miedo y seapartó de Neferet, medio llorando ycontestando:

—Sí, Diosa.Era él. Estaba segura. A pesar de

que su voz sonaba ronca, la reconocí.De alguna manera Elliot no habíamuerto, pero tampoco había cambiado nise había transformado en un vampiroadulto. Era otra cosa. Algo terrible.

Pero mientras yo pensaba en lo

desagradable que resultaba, Neferet encambio suavizaba su expresión y añadía:

—No quiero volver a enfadarme conmis niños. Tú sabes que son mi mayoralegría.

A pesar de la repugnancia quesentía, observé a Neferet dar un pasoadelante y acariciar el rostro de Elliot.Los ojos de él comenzaron a tomar unbrillo del color de la sangre vieja, y noobstante la distancia pude ver que todosu cuerpo temblaba. Elliot había sido unchico bajito, regordete y nada atractivo,con la piel demasiado blanca y el pelode un rojo zanahoria que por lo generalse encrespaba. Y seguía siendo todas

esas cosas, pero sus pálidas mejillasparecían en ese momento demacradas ytenía todo el cuerpo encorvado, como sise hubiera doblado sobre sí mismo. Poreso Neferet tuvo que inclinarse parabesarlo en los labios. Oí con absolutarepugnancia que Elliot gemía de placer.Neferet se enderezó y se echó a reír. Surisa sonó oscura y seductora.

—¡Por favor, Diosa! —lloró Elliot.—Sabes que no te lo mereces.—¡Por favor, Diosa! —repitió él.El cuerpo de Elliot temblaba

violentamente.—Muy bien, pero recuerda. Lo que

una diosa te da, puede volver a

quitártelo.Yo me sentía incapaz de dejar de

espiar. Vi a Neferet alzar un brazo yretirarse la manga. Entonces lo acariciócon una uña a lo largo, dejando una líneaescarlata que enseguida comenzó agotear sangre. Sentí la atracción de susangre. Cuando alargó el brazoofreciéndoselo a Elliot, yo me apretécontra la rugosa corteza del árbol,esforzándome por permanecer quieta yoculta mientras Elliot caía rendido, derodillas ante ella, y comenzaba a emitirgemidos y sonidos guturales y luego asuccionar el brazo de Neferet. Entoncesyo aparté la vista de él para dirigirla

hacia Neferet. Ella había echado atrás lacabeza y abría los labios como si elhecho de que una criatura tan grotescacomo Elliot le succionara la sangrefuera para ella una experienciaexcitante.

En lo más profundo de mi interiorsentí deseo. Quería abrir la piel dealguien y…

No. Me escondí por completo detrásdel árbol. No me convertiría en unmonstruo. No sería un bicho raro. Nopermitiría que esa fuerza me controlara.Lenta y silenciosamente, comencé avolver sobre mis pasos, negándome avolver a mirarlos otra vez.

17

Aún estaba temblorosa y confusa y algomás que un poco enferma del estómagocuando por fin llegué al salón que dabapaso a los dormitorios. Grupos dechicos empapados se apiñaban para verla televisión y beber chocolate caliente.Yo cogí una toalla del montón que habíajunto a la puerta y me uní a Stevie Rae,las gemelas y Damien, que veían ProjectRunway sentados ante nuestra pantallafavorita. Enseguida comencé a secar a

Nala, que no dejaba de gruñir. StevieRae no se dio cuenta de que yo estabamás callada de lo normal. Estabademasiado ocupada, hablando conentusiasmo sobre cómo la batalla debolas de nieve que yo había evitado unpoco antes se había metamorfoseado enuna gran guerra después de la cena, ysobre cómo esa guerra había hechoestragos hasta que alguien habíaarrojado una bola que había chocadocontra una de las ventanas del despachode Dragon. Todo el mundo llamaba«Dragon» simplemente al profesor deesgrima, pero a pesar de tantafamiliaridad ningún iniciado estaba

dispuesto a provocar su ira.—Dragon terminó con la guerra de

bolas de nieve —rió Stevie Rae—, perohasta ese momento fue realmentedivertido.

—Sí, Z, te has perdido una guerrainfernal —dijo Erin.

—Damien y su novio se han cagadode miedo —comentó Shaunee.

—¡Él no es mi novio! —exclamóDamien, cuya ligera sonrisa parecíaañadir un silencioso «todavía» al finalde la frase.

—¿Qué…?—… Ni lo será jamás —dijeron las

gemelas.

—A mí me parece mono —dijoStevie Rae.

—Y a mí —convino Damien,poniéndose adorablemente colorado.

—¿Qué piensas tú de él, Zoey? —preguntó Stevie Rae.

Yo la miré y parpadeé. Me sentíacomo si estuviera dentro de una peceraen la que estaba teniendo lugar un tifón ytodo el mundo estuviera fuera,disfrutando del buen tiempo y sin tenerni idea de lo que me ocurría.

—¿Va todo bien, Zoey? —preguntóDamien.

—Damien, ¿puedes conseguirme unpoco de eucalipto? —pregunté yo con

brusquedad.—¿Eucalipto?Yo asentí.—Sí, unas pocas hebras. Y también

un poco de salvia. Las necesito las dospara el ritual de mañana.

—Sí, claro. Tranquila —contestóDamien, observándome de arriba abajoatentamente.

—¿Ya sabes cómo va a ser el ritual,Z? —preguntó Stevie Rae.

—Eso creo —contesté, haciendo unapausa y respirando hondo. Entonces notéque Damien no dejaba de mirarmeinquisitivamente—. Damien, ¿hay algúncaso en la historia de algún iniciado que

parezca que haya muerto, pero que luegose haya descubierto que está vivo?

Tengo que decir a favor de Damienque no se asustó ni me miró como si mehubiera vuelto loca. En cambio sí sentíque las gemelas y Stevie Rae meobservaban como si acabara de anunciarque iba a participar en un de esos vídeoseróticos de Girls Gone Wild: VampEdition. Sin embargo yo no hice caso yme concentré en Damien. Todossabíamos que él se pasaba horas y horasestudiando y que recordaba todo lo queleía. Si alguno de los allí presentesconocía la respuesta a mi extrañapregunta, ese era él.

—Cuando el cuerpo de un iniciadocomienza a rechazar el cambio no haymanera de pararlo: eso está claro entodos los libros. Y también es lo que nosha contado Neferet, Zoey —contestóDamien, al que yo jamás había visto tanserio—. ¿Qué ocurre?

—¡Por favor, por favor, por favor,dime que no estás enferma! —rogóStevie Rae, prácticamente llorando.

—¡No! No es nada de eso —meapresuré yo a contestar—. Estoy bien, telo prometo.

—¿Qué está pasando? —preguntóShaunee.

—Nos estás asustando —dijo Erin.

—No era mi intención. Bueno, noera así como pretendía decíroslo, perocreo que he visto a ese chico, Elliot.

—¿Qué? —preguntaron las gemelasal mismo tiempo.

—No comprendo —dijo Damien—.Elliot murió el mes pasado.

De pronto Stevie Rae abrió los ojosinmensamente.

—¡Igual que Elizabeth! —exclamó.Antes de que yo pudiera decir nada, ellasoltó sin parar y apenas sin aliento—: Elmes pasado Zoey creyó ver al fantasmade Elizabeth junto al muro en la zonaeste, pero no dijimos nada porque noqueríamos asustaros.

Yo abrí la boca para explicar lo deElliot. Y lo de Neferet. Pero luego volvía cerrarla. Antes de pronunciar una solapalabra delante de mis amigos, debíhaberme dado cuenta de que no podíacontarles absolutamente nada acerca deNeferet. Todos los vampiros sonintuitivos hasta cierto punto, pero unaalta sacerdotisa como Neferet lo esincreíblemente más. Tanto, que amenudo parecía capaz de leer elpensamiento. De ninguna forma podíanmis amigos pasearse por la escuelasabiendo que yo había visto a unacriatura desagradable y no muerta comoElliot succionándole la sangre a Neferet,

porque ella adivinaría todo lo quepasara por sus aterradas mentes.

Lo que había visto esa noche teníaque guardármelo para mí.

—¿Zoey? —me llamó Stevie Rae,poniendo una mano sobre mi brazo—.Puedes contárnoslo.

Yo le sonreí y deseé con todo micorazón que fuera así.

—Creí que había visto al fantasmade Elizabeth el mes pasado, y esta nochecreo que he visto al de Elliot —dije yopor fin.

Damien frunció el ceño y preguntó:—Si lo que has visto son fantasmas,

¿por qué me preguntas si algún iniciado

se ha recuperado alguna vez de unproceso de rechazo?

Miré a mi amigo a los ojos y mentícomo una bellaca.

—Porque me ha parecido más fácilcreer eso que creer que había visto unfantasma. O al menos me lo ha parecidohasta que lo he dicho en voz alta.Entonces me ha parecido una locura.

—Pues a mí me aterraría ver a unfantasma —dijo Shaunee.

Erin asintió con entusiasmo: estabamás que de acuerdo con su gemela.

—¿Fue igual que con Elizabeth? —preguntó Stevie Rae.

Al menos no tenía que mentir para

responder a esa pregunta.—No. Elliot parecía más real, pero

a los dos los he visto en el mismo sitio,al final del muro en la zona este, y losdos tenían los ojos brillantes de unextraño color rojo.

Shaunee se echó a temblar.—Yo desde luego no pienso

acercarme a ese misterioso trozo demuro de la zona este —afirmó Erin.

Damien, siempre tan aleccionador,se tamborileó la barbilla con los dedoscomo si fuera un profesor.

—Zoey, quizá tengas otra afinidadmás. Quizá puedas ver a los iniciadosmuertos.

Yo también lo habría creído así, apesar de que era una idea un tanto burda,de no haber visto al supuesto fantasmacon un aspecto absolutamente sólido yreal, succionando la sangre de mimentora. Aún así seguía siendo unabuena teoría y una excelente forma demantener a Damien ocupado.

—Puede que tengas razón —dije yo.—¡Puaj! —exclamó Stevie Rae—,

espero que no.—Yo también, pero ¿podrías

investigar el asunto por mí, Damien?—Por supuesto. Y también buscaré

cualquier referencia a apariciones deiniciados.

—Gracias, me vendría bien.—¿Sabes? Creo recordar haber

leído algo en un libro de texto dehistoria griega antigua sobre espíritus devampiros merodeando por tumbasantiguas de…

Yo dejé de escuchar la lección deDamien, y observé contenta que StevieRae y las gemelas prestaban toda suatención a esa historia de fantasmas y seolvidaban de hacerme preguntas másconcretas. Detestaba mentirles, sobretodo porque de verdad me habríaencantado poder contárselo todo. Perolo que había visto me había asustado deverdad. ¿Cómo mierda iba a enfrentarme

de nuevo a Neferet?Nala se restregó la cara contra la

mía y luego se sentó en mi regazo. Yome quedé mirando la televisión yacariciándola mientras Damien seguía yseguía contando historias de viejosvampiros fantasmas. Y entonces me dicuenta de lo que estaba viendo y alarguéprecipitadamente la mano hacia StevieRae, en busca del mando a distancia queestaba en la mesita de la esquina, a sulado. Molesta por el movimiento, Nalasoltó otro mi-aa-u gruñón y saltó de miregazo. Yo ni siquiera me molesté encalmarla: subí el volumen lo másrápidamente que pude.

Era Chera Kimiko otra vez, querepetía la historia principal de lasnoticias de esa noche.

—El cuerpo del segundoadolescente del equipo Union HighSchool, Brad Higeons, ha sidoencontrado por los guardias deseguridad del museo Philbrook estanoche, en plena corriente del río. Elcuerpo se encontraba en la zona del ríoque pasa precisamente por delante dedicho museo. A estas horas todavía nose ha establecido oficialmente la causade la muerte, pero diversas fuentes haninformado a Fox News de que podríatratarse del resultado de laceraciones

múltiples y de su consecuente pérdidamasiva de sangre.

—¡No…!Sentí que mi cabeza se sacudía

adelante y atrás. Tenía un terrible pitidoen los oídos.

—Ese es el trozo de río quecruzamos cuando fuimos al jardín delPhilbrook para el ritual de Samhain delmes pasado —dijo Stevie Rae.

—Está aquí al lado, bajando la calle—añadió Shaunee.

—Las Hijas Oscuras solíanescaparse de la escuela e ir allí muy amenudo para los rituales —dijo Erin.

Entonces Damien dijo lo que ya

todos pensábamos:—Alguien trata de hacer parecer que

son los vampiros los que están matandoa adolescentes humanos.

—O quizá lo sean de verdad —dijeyo.

De hecho no pretendía decir lo quepensaba en voz alta, así que apreté loslabios y me callé, arrepintiéndomeinmediatamente del desliz.

—¿Por qué dices eso, Zoey? —preguntó Stevie Rae con verdaderaperplejidad.

—No… no lo sé. No lo decía enserio —contesté yo, tartamudeando.

No estaba del todo segura de lo que

había querido decir ni de por qué lohabía dicho.

—Estás asustada, no es más que eso—explicó Erin.

—Por supuesto que lo está. Ellaconocía a esos dos chicos —añadióShaunee—. Y encima esta noche havisto a un maldito fantasma.

Damien volvía a escrutarme otravez.

—¿Has tenido un presentimientosobre Brad antes de oír que estabamuerto, Zoey?

—Sí. No —contesté yo, suspirando—. Pensé que estaba muerto en cuanto oíque había desaparecido —admití por

fin.—¿Pero pensaste algo en concreto,

alguna información, mientras tenías esepresentimiento?, ¿sabes algo más? —siguió preguntando Damien.

Como si las preguntas de Damienhubieran activado de pronto mimemoria, volví a oír en mi mente trozosde frases que había escuchado decir aNeferet: «…Demasiado peligroso… yano puedes tomar más… tú no puedescomprender… tampoco puedescuestionarme…».

Sentí un terrible escalofrío que notenía nada que ver con la tormenta quese desarrollaba fuera.

—No, no pensé nada en concreto,aparte del presentimiento. Ahora tengoque marcharme a mi habitación —añadí,incapaz de pronto de mirar a la cara aninguno de ellos. Detestaba mentir, perodudaba que pudiera guardármelo todopara mí misma si me quedaba allí conellos mucho tiempo—. Tengo queterminar de preparar el texto para elritual de mañana. Y anoche no dormímucho, estoy realmente cansada —añadícon tristeza.

—Vale, de acuerdo. Locomprendemos —dijo Damien.

Estaban todos tan preocupados pormí, que yo apenas podía mirarlos a los

ojos.—Gracias, chicos —musité mientras

abandonaba el salón.Estaba ya a medio camino por las

escaleras cuando Stevie Rae mealcanzó.

—¿Te importa si vuelvo yo tambiénal dormitorio ahora? Tengo un dolor decabeza terrible, me muero de ganas deirme a la cama. No te molestaré si vas aestudiar o lo que sea.

—No, no me importa —me apresuréyo a decir.

La miré. Estaba un poco pálida.Stevie Rae era una chica tan sensible,que aunque ni siquiera conocía a Chris

ni a Brad, sus muertes claramente laafectaban. Añádase a eso mi noticia apropósito de los fantasmas: la pobrechica debía estar muerta de miedo. Larodeé por los hombros con el brazo y laestrujé mientras nos dirigíamos aldormitorio.

—Eh, todo va a salir bien.—Sí, lo sé. Solo estoy cansada —

contestó ella sonriendo y alzando lacabeza hacia mí.

Su voz, sin embargo, no sonaba tananimada como siempre.

No hablamos mucho mientras nosponíamos los pijamas. Nala entró en eldormitorio por la trampilla para gatos,

saltó sobre mi cama y se durmió casi tandeprisa como Stevie Rae, lo cual fue unalivio para mí porque no tuve que fingirque escribía el texto de un ritual que yatenía preparado. Era otra cosa lo quetenía que hacer, solo que no queríaexplicárselo a nadie, ni siquiera a mimejor amiga.

18

Mi libro de texto de Sociologíavampírica 415 estaba exactamentedonde lo había dejado: en el estante deencima de la mesa donde tenía elordenador. Era un libro para mayores o,como lo llamaban aquí, un libro delnivel de los de la clase de sexto. Neferetme lo había dado poco después de llegara la escuela, cuando resultó obvio quelos cambios que se producían en micuerpo se desarrollaban a una velocidad

distinta de los del resto de los iniciadosnormales. Ella había querido sacarme dela clase de sociales de tercero parallevarme a la clase de sociales del nivelmás alto, pero yo había conseguidoconvencerla de que no lo hicieradiciéndole que ya me sentía losuficientemente diferente al resto: era lafriki de la escuela. Habíamos llegado aun acuerdo por el cual yo mecomprometía a estudiar el libro de textode nivel 415, capítulo por capítulo, y lehacía las preguntas que me fueransurgiendo.

Bueno, bien, esa había sido miintención, pero entre unas cosas y otras

(hacerme cargo de las Hijas Oscuras,salir con Erik, los deberes cotidianos dela escuela y demás) apenas le habíaechado un vistazo más que a la tapa.

Con un suspiro que sonó tanexhausto como me sentía en realidad,tomé el libro, me lo llevé a la cama y mesenté, apoyándome sobre una pila dealmohadas. A pesar de los terriblessucesos de ese día, tuve que luchar paramantener los ojos abiertos mientrasbuscaba en el glosario lo que meinteresaba: el deseo de sangre.

Había toda una fila de números depáginas detrás de la entrada de esapalabra, así que la marqué en el glosario

y, con cansancio, pasé a la primerapágina enumerada y comencé a leer. Alprincipio no decía sino cosas que yo yame había figurado: que cuanto másevolucionado estaba el iniciado en elcambio, más desarrollaba el gusto por lasangre; que beber sangre pasaba de seralgo aborrecible a algo delicioso; quesolo cuando un iniciado estaba ya bienavanzado en el proceso de cambio,comenzaba a detectar el olor de lasangre a distancia; que debido a loscambios en el metabolismo, las drogas yel alcohol tenían progresivamente menosefecto en los iniciados y que, al tiempoque ese efecto se disipaba, se

incrementaba en igual medida el efectoque producía beber sangre.

—No es broma —me dije ensusurros.

Incluso beber sangre de un iniciadomezclada con vino me había producidouna increíble excitación. Beber la deHeath había sido como sentir el fuegoexplotar deliciosamente dentro de mí.Pasé páginas y seguí leyendo másadelante. Sabía ya perfectamente todoeso de lo deliciosa que era la sangre.Entonces un nuevo título captó miatención, y me detuve en esa página.

Sexualidad y lujuria por

la sangreAunque la frecuencia

de la necesidad difieredependiendo de la edad, elsexo y, en general, la fuerzadel vampiro, los adultosdeben beber regularmentesangre humana paramantenerse saludables ycuerdos. Es por tantológico que la evolución ynuestra amada Diosa, Nyx,se hayan asegurado de queel proceso de beber sangresea placentero tanto para elvampiro como para eldonante humano. Tal ycomo ya hemos dicho, lasaliva del vampiro actúacomo anticoagulante para

la sangre humana. La salivadel vampiro segregaademás endorfinas duranteel proceso de ingesta desangre, lo cual estimula laszonas de placer tanto en elcerebro humano como en eldel vampiro, y puede dehecho simular el orgasmo.

Parpadeé y me restregué la cara conla mano. ¡Dios! No era de extrañar quehubiera respondido como una guarra conHeath. Estaba programado en el procesode cambio de mis genes que me excitaríacuando bebiera sangre. Fascinada, seguíleyendo.

Cuanto mayor sea elvampiro más endorfinassegregará durante elproceso de ingesta y, portanto, más placenteroresultará tanto para elvampiro como para elhumano.Los vampiros llevan siglosespeculando acerca de si eléxtasis por la sangre es laclave para explicar ladifamación humana denuestra raza. Los humanosse sienten amenazados pornuestra capacidad paraproporcionarles unintenso placer durante unacto que ellos consideranpeligroso y odioso, así que

nos han puesto la etiquetade «depredadores». Laverdad, por supuesto, esque los vampiros puedencontrolar su deseo desangre, así que el peligrofísico es mínimo para eldonante humano. Elpeligro se esconde, sinembargo, en la conexiónque se produce a menudodurante el ritual de bebersangre.

Completamente absorta, seguíleyendo el párrafo siguiente.

Conexión

La conexión entrevampiro y humano no seestablece necesariamentecada vez que el primerobebe la sangre del segundo.Se han realizado muchosestudios para tratar dedeterminar exactamentepor qué algunos humanosquedan conectados y otrosno, pero aunque haymuchos factoresdeterminantes, tales comola relación emocional, larelación entre el humano yel vampiro antes delcambio, la edad, laorientación sexual y lafrecuencia con la que sebebe sangre, no hay manera

de predecir con seguridadsi un humano quedará o noconectado con un vampiro.

El texto seguía hablando acerca delas precauciones que debía tener unvampiro cuando bebía sangre de undonante vivo comparado con la ingestade sangre procedente de un banco, queera un negocio altamente secreto de cuyaexistencia muy pocos humanos estabanenterados (y, según parecía, esos pocoshumanos estaban muy bien pagados porsu silencio). Sin lugar a dudas, el librode sociales tenía una opinión muy críticacon relación a la ingesta de sangre de unhumano vivo, y estaba lleno de

advertencias sobre lo peligroso que eraestablecer esa conexión, porque no soloel humano quedaba emocionalmenteunido al vampiro, sino que el vampiroquedaba asimismo atado al humano. Laidea me hizo enderezarme en la cama. Apesar de cierto malestar en el estómago,seguí leyendo acerca de cómo una vezestablecida la conexión, el vampiro escapaz de sentir las emociones humanasy, en algunos casos, llamar al humano oseguirle el rastro. A partir de ahí el textose salía por la tangente y contaba cómoBram Stoker, que de hecho habíamantenido una conexión con una altasacerdotisa, no había sido capaz de

comprender que el compromiso de estacon Nyx era más fuerte y anterior a sulazo con él y, en un arranque de celos, lahabía traicionado exagerando losaspectos negativos de la conexión en sutristemente famoso libro, Drácula.

—Vaya, no tenía ni idea —dije envoz alta.

Era irónico, pero esa había sido unade mis novelas favoritas desde los treceaños. Leí por encima el resto del párrafohasta que llegué a una parte que meinteresó tanto, que la leí muy despaciosin dejar de morderme el labio.

Conexiones entre

iniciados y vampirosComo ya explicamos en

el capítulo anterior, losiniciados tienen prohibidobeber sangre de un donantehumano debido a laposibilidad de la conexión,pero pueden hacerexperimentos entre ellos.Tal y como ha sidodemostrado, los iniciadosno pueden establecerconexiones entre sí. Sinembargo, sí es posible queun vampiro adulto laestablezca con un iniciado.Una vez que el Iniciadotermina el proceso decambio, esa conexión llevaa complicaciones físicas y

emocionales que a menudono son beneficiosas paraninguno de los dos: portanto queda absolutamenteprohibido beber sangreentre vampiros adultos einiciados.

Sacudí la cabeza, horrorizándomemás y más ante la escena de la que habíasido testigo entre Neferet y Elliot.Dejando a un lado todo el asunto de queElliot estaba muerto, problema que metenía por completo confusa, Neferet erauna alta sacerdotisa. De ningún malditomodo hubiera debido de permitir que uniniciado bebiera su sangre (por muerto

que estuviera).Había un capítulo sobre la ruptura

de las conexiones que comencé a leer,pero era demasiado deprimente. Segúnparecía, esa ruptura requería de la ayudade una poderosa alta sacerdotisa eimplicaba mucho dolor físico, sobretodo por parte del humano, e incluso unavigilancia constante tanto por parte delhumano como del vampiro paramantenerse apartados el uno del otro demodo que la conexión no volviera arestablecerse.

De repente me sentí increíblementecansada. ¿Cuánto tiempo hacía que nodormía de verdad? Más de un día. Miré

el despertador. Eran las seis y diez de lamadrugada. Pronto amanecería. Tensa yagotada, me levanté y devolví el libro asu estante. Luego tiré de un extremo delas pesadas cortinas que cubrían porcompleto la enorme ventana de nuestrahabitación e impedían entrar la luz.Seguía nevando, pero a la vacilante luzde poco antes del amanecer el mundoparecía inocente y de ensueño. Eradifícil imaginar que allí pudieran ocurrircosas tan horribles como el asesinato deun adolescente o la reanimación de uniniciado muerto. Cerré los ojos y apoyéla cabeza sobre el frío cristal. No queríapensar en ninguna de esas cosas en ese

momento. Estaba demasiado cansada,demasiado confusa, me sentíademasiado incapaz de dar con lasrespuestas que tanto necesitaba.

Mi mente somnolienta divagó.Quería tumbarme, pero el frío del cristalme sentaba bien en la frente. Erikllegaría un poco más tarde ese mismodía. La idea me produjo entusiasmo,pero también un fuerte sentimiento deculpabilidad y, por supuesto, esesentimiento de culpabilidad me hizopensar en Heath.

Probablemente había entablado unaconexión con él. La idea me asustaba,pero a la vez también me atraía. ¿Tan

terrible sería sentirse emocional ypsíquicamente atada a un Heath sobrio?Antes de conocer a Erik (o a Loren), mirespuesta sin duda habría sido no. No,no sería tan terrible. En realidad en esemomento lo que verdaderamente mepreocupaba no era lo terrible quepudiera llegar a ser, sino el hecho deque tendría que ocultárselo a todo elmundo. Aunque, por supuesto, siemprepodía mentir. La idea pasó rozando pormi sobreexcitada cabeza como unveneno. Neferet sabía que un mes atrásme había encontrado en una situacióndifícil en la que había bebido la sangrede Heath; hasta Erik lo sabía, y en aquel

entonces yo no sabía nada de la lujuriapor la sangre ni de la conexión. Podíafingir que había entablado la conexiónen ese momento. De hecho inclusoNeferet me había mencionado esaposibilidad. Quizá pudiera encontrar elmodo de seguir viendo tanto a Heathcomo a Erik.

Pero sabía que esa forma de pensarestaba mal. Sabía que verlos a los dosera deshonesto tanto para Erik comopara Heath, y sin embargo me sentíacompletamente dividida en dos.Comenzaba de hecho a encariñarme conErik, y además él vivía en mi mundo ycomprendía mis problemas, como el del

cambio y el de cambiar por completo devida. Pensar en romper con él merompía el corazón.

Pero pensar en no volver a ver aHeath nunca más, en no volver asaborear su sangre jamás… eso mehacía sentirme como si estuvierasufriendo un ataque de pánico. Volví asuspirar. Si esto era así de terrible paramí, probablemente era una millón deveces peor para Heath. Después de todohacía un mes que no nos veíamos, ydurante todo ese tiempo él había estadollevando encima una navaja de afeitarpor si acaso se daba la remotaposibilidad de que nos encontráramos

por casualidad. Heath había dejado debeber y de fumar a causa de lo ocurridoentre nosotros dos. Y estaba ansioso porcortarse para que bebiera su sangre. Meeché a temblar solo de recordarlo, y nopor lo frío que estaba el cristal. Eldeseo me hacía temblar. En el libro detexto de sociales se describían lógica ydesapasionadamente las razones por lasque se producía el deseo de sangre, peroesas descripciones no se acercaban nide lejos a la realidad.

Beber la sangre de Heath era unaexperiencia increíblemente excitante.Era algo que quería hacer una y otra, yotra vez. Cuanto antes. En ese mismo

instante, de hecho. Me mordí el labiopara reprimir un gemido mientraspensaba en él, en la dureza de supaquete y en el increíble sabor de susangre.

Y de pronto fue como si parte de mimente se elevara, como si hubierasacado y arrojado una hebra de unenorme ovillo de lana. Podía sentir esaparte de mí buscando, cazando,siguiendo una pista… hasta que chocócon una habitación oscura y planeósobre una cama. Contuve el aliento. EraHeath.

Él estaba tumbado en la cama bocaarriba. Tenía el pelo rubio revuelto, y

eso le hacía parecer un niño pequeño.Sí, todo el mundo habría dicho que eraun chico monísimo. Quiero decir que yase sabe que los vampiros sonincreíblemente guapos y atractivos, peroincluso un vampiro habría tenido queadmitir que Heath daba una puntuaciónalta dentro de su propia escala debelleza.

Como si pudiera sentir mi presencia,Heath se estiró aún en sueños, movióinquieto la cabeza y le dio una patada ala sábana. Estaba desnudo excepto porel par de calzoncillos boxer azules condibujitos de ranas gordas verdes. Esome hizo sonreír. Pero mi sonrisa se heló

cuando me di cuenta de que podía ver lafina línea rosa que recorría un ladoentero de su cuello.

Era ahí donde él se había cortadocon la cuchilla de afeitar y donde yohabía succionado su sangre. Casi podíavolver a saborearla otra vez: sentí sucalidez y su sabor denso como si fuerachocolate derretido solo que mil vecesmejor.

Gemí, incapaz de reprimirme, y en elmismo instante Heath gimió en sueños.

—Zoey… —musitó él en sueños,volviendo a moverse en la cama,inquieto.

—¡Oh, Heath! —susurré yo—. No sé

qué hacer con lo nuestro.Pero sabía lo que quería hacer

demasiado bien. Quería olvidarme de miagotamiento, subirme al coche yconducir directamente a casa de Heath.Luego me colaría por la ventana de sudormitorio (y no sería la primera vez),le reabriría la herida cerrada del cuelloy dejaría que la sangre fluyera por miboca mientras presionaba mi cuerpocontra el de él y hacía el amor porprimera vez en mi vida.

—¡Zoey!Esa vez los ojos de Heath se

abrieron de par en par. Él volvió agemir, bajó la mano hacia el duro

paquete de los calzoncillos y comenzóa…

Yo también abrí los ojos, y entoncesestaba de vuelta en mi habitación con lafrente sobre el cristal de la ventana,respirando con demasiada fuerza.

Mi móvil soltó el pitido queindicaba que tenía un mensaje de texto.Las manos me temblaban mientras loabría y lo leía: «T e sntid aki. Prmetme qns vrems l vrnes».

Respiré hondo y contesté a Heathcon dos palabras que me encogieron elestómago de pura excitación: «T lprmeto».

Cerré el móvil y lo apagué.

Entonces, esforzándome por olvidar laimagen de Heath con la herida aún sincurar del todo en el cuello, cálido yatractivo y evidentemente deseándometanto como yo a él, me alejé de laventana y me fui a la cama. Eraincreíble, pero según el despertadoreran las ocho y veintisiete minutos de lamañana. Había estado más de dos horasde pie, delante de la ventana. No era deextrañar que tuviera el cuerpo tan tensoy hecho polvo. Tomé nota mentalmentede que tenía que buscar más informaciónsobre la conexión entre humanos yvampiros en cuanto volviera al centromultimedia (lo cual debía ser cuanto

antes). Antes de apagar la lámpara de lamesilla dirigí la vista hacia Stevie Rae.Estaba acurrucada de lado y con laespalda hacia mí, pero su respiraciónprofunda era signo inequívoco de queseguía dormida. Bueno, al menos misamigos no sabían en qué demonio defriki lujurioso me había convertido.

Deseaba a Heath.Necesitaba a Erik.Y me intrigaba Loren.No tenía ni la menor idea de qué iba

a hacer con aquel caos en el que sehabía convertido mi vida.

Estrujé la almohada hasta hacer conella una pelota. Estaba tan cansada que

me sentía como si alguien me hubieradrogado, pero a pesar de todo mi menteno quería desconectar. Casi con todaseguridad cuando despertara volvería aver a Erik otra vez, y tambiénprobablemente a Loren. Y tendría queenfrentarme a Neferet. Tendría quecelebrar un ritual delante de un grupo dechicos que probablemente se alegraríande verme fracasar o, al menos, decometer un error, y siempre cabía laposibilidad de que ocurrieran ambascosas. Y luego estaba la extrañeza desaber que había visto lo que solo podíallamarse el fantasma de Elliot,comportándose de un modo muy poco

característico de un fantasma. Por nomencionar el hecho de que había muertootro adolescente, y de que cada vez másy más el asunto tenía pinta de estarrelacionado con un vampiro.

Cerré los ojos y le ordené a micuerpo que se relajara y a mi mente quese concentrara en algo agradablecomo… como… como lo preciosa queera la nieve.

Lentamente, el cansancio se apoderóde mí y por fin, por suerte, caí en unprofundo sueño.

19

Unos golpes en la puerta me despertaronde un sueño acerca de copos de nievecon forma de gato.

—¡Zoey! ¡Stevie Rae! ¡Vais allegartarde!

La voz de Shaunee sonabaamortiguada pero apresurada, igual queun molesto timbre de despertadorcubierto con una toalla.

—¡Vale, vale, ya voy! —grité yomientras luchaba por liberarme de las

mantas y Nala se quejaba a voz en grito.Miré el despertador, que no me

había molestado en poner. Quiero decirque no era como si fuese un díalaborable, y por lo general yo tampocoduermo más de ocho o nueve horasseguidas así que…

—¡Dios!Parpadeé. Pero no cabía duda: eran

las nueve y cincuenta y nueve minutos dela noche. ¿Sería posible que hubieradormido más de doce horas? Corrí atrompicones hacia la puerta,deteniéndome un momento para sacudira Stevie Rae.

—Mumph —musitó ella, dormida.

Entorné la puerta. Shaunee memiraba.

—¡Por favor, qué manía de dormirtodo el día! Vosotras dos vais a tenerque dejar de acostaros tarde si luegosois incapaces de levantaros. Erik estaráen el escenario en media hora.

—¡Ah, mierda! —exclamé yo,restregándome la cara y tratando dedespertarme—. Me había olvidado porcompleto.

Shaunee giró los ojos en sus órbitas.—Será mejor que te des prisa y te

vistas. Échate bien de maquillaje en eserostro tan pálido y hazte algo en el pelo,que se nota que acabas de levantarte. Tu

novio ha estado buscándote por todaspartes.

—Vale, bien, bien. ¡Mierda! Ya voy.¿Os importaría a Erin y a ti…?

Shaunee alzó una mano y meinterrumpió.

—¡Por favor! Ya le hemos dado unaexcusa de tu parte. Ahora mismo Erinestá guardando los asientos de laprimera fila del auditorio.

—¿Eres tú, mamá? Hoy no quiero iral colegio… —musitó Stevie Rae,evidentemente dormida aún.

Shaunee soltó un bufido.—Nos daremos prisa. Vosotras

simplemente guardadnos el sitio —dije

yo, cerrando de golpe la puerta yapresurándome a la cama de Stevie Rae—. ¡Despierta! —grité, sacudiéndole elhombro.

Ella entreabrió los ojos.—¿Huh?—¡Que te despiertes de una vez! —

solté yo, sacando toda mi frustración porhaberme quedado dormida y pagándolocon ella.

—¿Qué…?Stevie Rae alzó los ojos legañosos

hacia el despertador, y por fin eso ladespertó.

—¡Ohdiosmíodemivida! ¡Vamos allegar tarde!

Yo giré los ojos en sus órbitas.—Eso es lo que he estado tratando

de decirte. Yo voy a ponerme cualquiercosa rápidamente y a arreglarme el peloy la cara con maquillaje. Tú métete en laducha, tienes un aspecto terrible.

—Vale —contestó Stevie Rae,tambaleándose hacia el baño.

Me puse unos vaqueros y un jerseynegro a todo correr, y entonces comencécon el pelo y el maquillaje. No podíacreer que me hubiera olvidado porcompleto de que Erik iba a interpretar elmonólogo de Shakespeare con el quehabía asistido a la competición. Dehecho, ni siquiera me había preocupado

por averiguar en qué puesto habíaquedado, lo cual no estaba nada bien enuna novia. Por supuesto no es que notuviera ninguna otra cosa en qué pensar,pero aún así. Todo el mundo meconsideraba la chica con suerte quehabía pescado a Erik después de que élescapara de la sucia telaraña deAphrodite (y con eso de la telaraña merefiero a la entrepierna). ¡Dios!, yomisma consideraba que tenía suerte detenerlo, aunque me costara recordarlomientras succionaba la sangre de Heatho ligaba con Loren.

—Lamento haberme quedadodormida, Z —dijo Stevie Rae al salir

del baño en medio de una nube de vapory con una toalla en la cabeza.

Iba vestida muy parecida a mí, perodebía de estar todavía medio dormidaporque estaba pálida y tenía aspecto decansancio. Bostezó abriendoenormemente la boca y se estiró comoun gato.

—No, ha sido culpa mía —dije yo,que aún me sentía mal por la forma enque la había despertado—. Tendría quehaber puesto el despertador, porque conlo poco que he dormido era evidente queiba a hacerme falta.

Supongo que no debía sorprendermeque Stevie Rae tampoco hubiera

dormido mucho en los últimos tiempos.Éramos muy buenas amigas, y ellasiempre notaba cuándo estabaexcesivamente estresada. Las dosnecesitábamos un largo y reparadorsueño.

—Yo estoy en un segundo. Solo voya ponerme un poco de maquillaje y elbrillo de labios. De todos modos el pelose me secará en dos minutos —comentóStevie Rae.

Salimos del dormitorio en cincominutos. No quedaba tiempo paradesayunar: del dormitorio prácticamentecorrimos al auditorio. Llegamos a losasientos que Erin nos tenía reservados

justo cuando comenzaban a apagar yencender las luces, advirtiendo alpúblico de que tomara asiento porque endos minutos empezaría la función.

—Erik ha estado aquí fueraesperándote hasta hace exactamente unsegundo —dijo Damien.

Yo me alegré de ver que estabasentado junto a Jack. Los dos hacíanrealmente buena pareja.

—¿Se ha enfadado? —pregunté yo.—Yo más bien diría que la palabra

que lo describe mejor es «confusión» —dijo Shaunee.

—O preocupación. Parecíapreocupado también —añadió Erin.

Yo suspiré.—¿Le dijisteis que me había

quedado dormida?—Sí, y de ahí que mi gemela diga

que parecía preocupado —contestóShaunee.

—Le conté que habían muerto dosamigos tuyos. Erik comprende que esoha tenido que ser duro para ti, y por esoes por lo que estaba preocupado —explicó Damien, frunciendo el ceño endirección a Shaunee y Erin.

—Yo solo digo que Erik esdemasiado atractivo para tenerlo ahí depie esperando, Z —añadió Erin.

—Lo mismo digo, gemela —convino

Shaunee.—Yo no… —comencé a soltar a

borbotones.Sin embargo, me interrumpieron las

luces, que se apagaron.La profesora de teatro, la profesora

Nolan, salió a escena y se quedó un ratoexplicando la importancia de un buenentrenamiento en teatro clásico para losactores y hablando de lo prestigioso queera el certamen de monólogos deShakespeare para los vampiros de todoel mundo. Nos recordó que cada uno delos veinticinco campus de las Casas dela Noche de todo el mundo enviaba a suscinco mejores alumnos, lo cual

significaba que había un total de cientoveinticinco iniciados con gran talentocompitiendo los unos contra los otros.

—¡Dios!, no sabía que Erik tuvieraque competir con tantos chicos —murmuré yo en dirección a Stevie Rae.

—Probablemente Erik les ha dadouna patada en el culo a todos. Él esimpresionante —contestó ella ensusurros.

Stevie Rae bostezó y tosió. Yo lamiré con el ceño fruncido. Tenía unaspecto horrible. ¿Cómo podía seguirtan cansada después de lo que habíadormido?

—Lo siento —sonrió Stevie Rae

tímidamente—, tengo un sapo en lagarganta.

—¡Shhh! —silbaron las gemelas.Volví la atención de nuevo hacia la

profesora Nolan.—El resultado de la competición ha

permanecido sellado y en secreto hastahoy, día en que todos los estudiantesvuelven a sus respectivas escuelas.Anunciaré el puesto en el que haquedado cada uno de nuestros finalistasmientras os los voy presentando. Todosellos volverán a interpretar su monólogopara nosotros. No tengo palabras paraexpresar lo orgullosos que estamostodos de nuestro equipo. Todos y cada

uno de nuestros participantes hanrealizado un trabajo espléndido.

La profesora Nolan irradiabasatisfacción y alegría. Acto seguidopresentó a la primera participante: unachica llamada Kaci Crump. Era unachica de cuarto a la que yo no conocíademasiado bien porque era tímida ysiempre estaba muy calladita cuandoandábamos por los dormitorios, peroparecía maja. No creo que fueramiembro de las Hijas Oscuras, así quetomé nota mentalmente para mandarleuna invitación. La profesora Nolananunció que Kaci había quedado en elpuesto número cincuenta y dos de la

competición con su interpretación delmonólogo de Beatriz de la obra Muchoruido y pocas nueces.

A mí la interpretación me parecióbuena, pero no fue nada comparada conla que hizo Cassie Kramme después.Cassie era de quinto curso y habíaquedado en el puesto número veinticincodel certamen. Interpretó el famosodiscurso de Porcia de El mercader deVenecia que comienza: «Locaracterístico de la compasión es que noes forzada…». Yo lo reconocí porqueera el monólogo que había elegidomemorizar durante mi primer año deestudios en mi antiguo instituto SIHS.

Sin lugar a dudas, la interpretación deCassie daba mil vueltas a la mía. Y nocreía que ella fuera tampoco miembrode las Hijas Oscuras. Según parecía,Aphrodite no quería reinas del dramaque pudieran competir con su actuación.Menuda sorpresa.

La siguiente interpretación la hizo unchico al que conocía porque era amigode Erik. Cole Clifton era alto, rubio ymonísimo. Había quedado en el puestonúmero veintidós del certamen con suinterpretación del discurso de Romeo:«Pero ¡silencio!, ¿qué resplandor seabre paso a través de aquella ventana?».Vale, era bueno. Sí, era realmente

bueno. Oí a Shaunee y a Erin (sobretodo a Shaunee) soltar unas cuantasexclamaciones de admiración, y susaplausos al terminar fueron atronadores.Hmmm… Tendría que hablar con Erinacerca de emparejar a Shaunee conCole. En mi opinión, los chicos blancosdeberían salir con más frecuencia conmujeres de color. Era bueno paraexpandir sus horizontes (y eso resultabaespecialmente cierto de los chicosblancos de Oklahoma).

Y hablando de mujeres de color, lasiguiente interpretación estuvo a cargode Deino. Deino era una mulataimpresionante con un pelo de morirse y

piel de color vainilla. También era unade las chicas del círculo íntimo deAphrodite, o al menos lo había sido. Amí me la habían presentado durante elRitual de la Luna Llena. Deino era unade las tres mejores amigas de Aphrodite.Las tres se habían cambiado de nombrepara ponerse los de las hermanasmitológicas de Gorgona y Escila: Deino,Enyo y Penfredo que, traducidos,querían decir Terrible, Belicosa yAvispa.

Los nombres desde luego encajabanbien. Eran tres odiosas y egoístasguarras que habían abandonado aAphrodite durante el ritual de Samhain

y, por lo que yo sabía, no habían vueltoa dirigirle la palabra. Vale, Aphrodite lohabía liado todo y sin duda era unabruja, pero yo misma puedo ser unabruja y liarlo todo y no creo que StevieRae, las gemelas o Damien me den laespalda por eso. Enfadarse conmigo sí,seguro, e incluso decirme que me hevuelto loca, por supuesto. Peroabandonarme: de ningún modo.

La profesora Nolan presentó a Deinodiciendo que había quedado en elincreíble puesto número once, yentonces Deino comenzó a recitar elmonólogo de Cleopatra en la escena desu muerte. Tengo que admitir que era

buena. Realmente buena. Su talento medeslumbró tanto, que comencé apreguntarme hasta qué punto su odiosocarácter de bruja no era producto de lainfluencia de Aphrodite. Desde que yome había hecho cargo de las HijasOscuras, ninguna de las amigas íntimasde Aphrodite había causado el másmínimo problema. De hecho, pensándolobien, me di cuenta que desde entoncesTerrible, Belicosa y Avispa apenashabían llamado la atención. Mmm.Bueno, yo había decidido que queríaincluir a una de las antiguas amigasíntimas de Aphrodite en el Consejo deprefectos. Quizá Deino fuera la elección

correcta. Podía hacerle preguntas a Erikacerca de ella. Con Aphrodite lejos delpoder, podía darle a Deino unaoportunidad (aunque al mismo tiempodeseaba sinceramente que su nombre nohubiera sido tan perturbador).

Aún estaba preguntándome cómo lesdiría a mis amigos (que eran además miscompañeros prefectos) que se me habíaocurrido pedirle a Terrible que seuniera a nuestro Consejo, cuando laprofesora Nolan volvió a escena.Primero esperó a que la audienciaguardara silencio. Cuando por fincomenzó a hablar, sus ojos brillaron deentusiasmo y parecía a punto de estallar.

Yo sentí un ligero arrebato de emoción.Erik había quedado entre los diezprimeros.

—Erik Night es nuestro últimointérprete. Él ha demostrado tener unincreíble talento desde el día mismo enque fue marcado, hace tres años. Estoymuy orgullosa de ser su profesora y sumentora —dijo ella con una sonrisadeslumbrante—. ¡Por favor, ofrecedle labienvenida de héroe que se merece porhaber quedado el primero en elCertamen Internacional de Monólogosde Shakespeare!

Todo el auditorio explotó al salirErik al escenario, sonriendo. Yo apenas

podía respirar. ¿Cómo podía habermeolvidado de lo absolutamente guapo quees? Alto, más alto incluso que Cole,tenía un pelo negro que hacía eseadorable rizo a lo Superman y unos ojosde un azul tan brillante, que mirarlos eracomo quedarse mirando el cielo deverano. Igual que el resto de oradores,iba vestido todo de negro con la insigniadel curso de quinto sobre el ladoizquierdo del pecho como únicoelemento de color: el carro de oro deNyx, tirando de una estela de estrellas.Y permitidme que os diga una cosa: enél el negro hasta resultaba bien.

Caminó hasta el centro del

escenario, se detuvo, sonriódirectamente hacia mí (fue obvio) y meguiñó el ojo. Era tan increíblementesexi, que sentí que me moría. Entoncesinclinó la cabeza, y cuando volvió alevantarla ya no era el chico dedieciocho años Erik Night, vampiroiniciado de quinto curso de la Casa de laNoche. De algún modo, allí mismo,delante de nuestros ojos, se habíaconvertido en un guerrero moro quetrataba de explicar a una sala abarrotadade escépticos cómo una princesaveneciana se había enamorado de él, yél de ella:

Su padre me quería; meinvitaba a menudo;Seguía haciéndomepreguntas sobre lahistoria de mi vida,Detallada año por año;las batallas, los asedios,la suerteQue había corrido.

Yo no podía apartar la vista de él,pero nadie en toda la sala parecía capaztampoco de hacerlo mientras setransformaba en Otelo. Y tampoco pudeevitar compararlo con Heath. A sumanera, Heath tenía tanto éxito y tanto

talento como Erik. Era el quarterbackestrella del Broken Arrow, con unabrillante carrera universitaria pordelante e incluso, quizá, un futuro comofutbolista profesional. Heath era unlíder. Erik era un líder. Yo habíacrecido viendo a Heath jugar al fútbol,me había sentido orgullosa de él y mehabía alegrado por él. Pero jamás mehabía sentido maravillada por su talentocomo me sentía maravillada por el deErik. Y la única ocasión en la que Heathme había hecho sentir que apenas podíarespirar había sido cuando se habíacortado el cuello para ofrecerme susangre.

Erik hizo una pausa en el monólogoy caminó por el escenario hastaquedarse justo al borde, tan cerca de míque si me ponía de pie podía alargar lamano y tocarlo. Entonces me miró a losojos y terminó el discurso de Otelodedicándomelo a mí, como si yo fuera laausente Desdémona de la que élhablaba:

… Ella deseó no haberlooído, y sin embargodeseóQue el cielo creara a unhombre semejante paraella; me dio las gracias,

Y me dijo que si tenía unamigo que la amara,Debía enseñarle cómocontaba mi historia,Y que con eso se laganaría. Ante lainsinuación yo hablé:Ella me amaría por lospeligros que habíacorridoY yo la amé por lacompasión que mostrópor ellos.

Erik se llevó los dedos a los labiosy alargó la mano hacia mí como

ofreciéndome ese beso formal, y luegolos presionó contra su pecho e inclinó lacabeza. La audiencia prorrumpió envítores y en una ovación general, todosse pusieron en pie. Stevie Rae loaclamaba de pie, a mi lado, secándoselas lágrimas de los ojos y riendo.

—¡Eso ha sido tan romántico quecasi me meo en los pantalones! —gritó.

—¡Y yo! —reí yo.Entonces volvió a salir la profesora

Nolan al escenario, cerró la función ydirigió a todo el mundo hacia elvestíbulo, donde estaba preparada ya larecepción de bienvenida con vino yqueso.

—Vamos, Z —me dijo Erin,agarrándome de la mano.

—Sí, nos vamos contigo porque eseamigo de Erik que ha interpretado aRomeo está como un cañón —dijoShaunee, agarrándome de la otra mano.

Las gemelas comenzaron aarrastrarme entre la multitud,adelantando a los otros chicos queavanzaban más despacio. Yo volví lavista con frustración en dirección aDamien y Stevie Rae. Estaba claro quetendrían que apañárselas solos paraalcanzarnos. Las gemelas eran unafuerza bruta más allá de mi control.

Salimos del auditorio repleto hasta

el borde de gente como tres corchos quepor fin alcanzan la superficie. Y depronto ahí estaba Erik, entrando justo enel vestíbulo por el lado de los actores.Nuestras miradas se encontraron y él alinstante dejó de hablar con Cole y sedirigió directamente hacia mí.

—¡Mmmmmm! ¡Es totalmente sexi!—murmuró Shaunee.

—Como siempre, estamos deacuerdo, gemela —suspiró Erinsoñadora.

No pude hacer nada exceptoquedarme ahí, de pie, sonriendo comouna estúpida mientras Erik nosalcanzaba. Con un brillo malicioso en la

mirada me agarró la mano, la besó yluego, inclinando la cabeza y con su vozde actor, audible en todo el vestíbulo,proclamó:

—Hola, mi dulce Desdémona.Sentí que mis mejillas se ponían

realmente coloradas, y de hecho me echéa reír. Él estaba tirando de mí paradarme un cálido abrazo de esos que sonaptos para el consumo en públicocuando oí una risa familiar y odiosa.Aphrodite, despampanante con una faldacorta negra, botas de tacón de aguja y unjersey ceñido, se reía mientras pasabapor delante de nosotros (de hecho, másque caminar casi parecía

convulsionarse. Quiero decir que esachica sabía menear el culo de verdad).Nuestras miradas se encontraron porencima del hombro de Erik y, con unavoz sedosa que habría sonado amistosade no haber procedido de esa boca,dijo:

—Si te llama Desdémona, entonceste sugiero que tengas cuidado. Aunquesolo parezca que lo estás engañando, teestrangulará en la cama. Pero tú jamáslo engañarías, ¿verdad?

Entonces meneó los largos, rubios yperfectos cabellos y se marchó,moviendo bruscamente el culo.

Nadie dijo nada durante un segundo,

pero después las gemelas dijeron almismo tiempo:

—Problemas. Esa chica tieneproblemas.

Y todo el mundo se echó a reír.Todos menos yo. Lo único en lo que

podía pensar era en el hecho de que noshabía visto a Loren y a mí en el centromultimedia, y en que la escena sin dudapodría parecer un engaño hacia Erik pormi parte. ¿Estaba advirtiéndome de queiba a decírselo a Erik? Bien, porque nome preocupaba que él me estrangularaen la cama, pero ¿la creería? Además elaspecto más que perfecto de Aphroditeme recordaba que yo solo llevaba unos

vaqueros arrugados y un jersey que mehabía puesto precipitadamente. Y mipelo y mi maquillaje habían visto díasmás gloriosos. De hecho, creo aún mequedaban arrugas de la almohadamarcadas en la cara.

—No dejes que ella te afecte —dijoErik amablemente.

Alcé la vista hacia él. Me agarrabade la mano y me sonreía, mirando paraabajo. Sacudí de mi mente todas esasideas.

—Tranquilo, no me afecta —contesté animadamente—. De todosmodos, ¿a quién le importa? ¡Hasganado la competición! Es increíble,

Erik. ¡Estoy tan orgullosa de ti!Volví a abrazarlo. Adoraba su olor a

limpio y el hecho de que su altura mehiciera sentirme pequeña y delicada.Pero entonces nuestro pequeño momentode intimidad se desvaneció al llegar másy más gente del auditorio.

—¡Erik, es genial que hayas ganado!—dijo Erin—. Aunque, la verdad, nonos sorprende. Nos has dado una buenalección a todos en escena.

—Totalmente. Y lo mismo tu amigode ahí —dijo Shaunee, ladeando labarbilla en dirección a Cole—. Haestado estupendo en el papel de Romeo.

Erik sonrió y dijo:

—Le diré lo que has dicho.—Pues dile también que si quiere un

poco de azúcar morena en su Julieta, nohace falta que busque mucho. Basta conque mire para acá —añadió Shaunee,señalándose a sí misma y frunciendo loslabios.

—Gemela, creo que las cosas nohabrían acabado tan mal si Julietahubiera sido negra. Quiero decir quehabríamos tenido el suficiente sentidocomún como para no bebemos esamierda de veneno para dormir y pasarpor todo ese drama solo por undesafortunado problema familiar.

—Exactamente —dijo Shaunee.

Ninguno de nosotros afirmó algo queera obvio: que Erin, con el cabello rubioy los ojos azules, definitivamente no eranegra. Estábamos demasiadoacostumbrados a verlas a las doscomportarse como verdaderas gemelascomo para hacer preguntas sobre loextraño que resultaba el tema.

—¡Erik, eres increíble! —exclamóDamien, corriendo a nuestro ladoseguido de cerca por Jack.

—Enhorabuena —dijo Jack contimidez, pero con mucho entusiasmo.

Erik les sonrió.—Gracias, chicos. Eh, Jack, antes

estaba muy nervioso y no pude decirte

que me alegro de que estés aquí. Seráestupendo tener un compañero dehabitación.

El encantador rostro de Jack seiluminó, y yo le apreté la mano a Erik.Esa era una de las razones por las que élme gustaba tanto. Además de ser guapo ytener talento, Erik era un auténtico buenchico. Había muchos en su mismasituación (ridículamente populares) que,o bien habrían hecho caso omiso deaquel compañero de habitación de uncurso muy inferior o bien, peor aún, sehabrían mostrado abiertamentecabreados por tener que compartir lahabitación con un maricón. Pero Erik no

era en absoluto así, y yo no pude evitarcompararlo con Heath, queprobablemente se habría asustado dehaber tenido que usar el mismo cuartoque un chico gay. Y no es que Heathfuera odioso ni nada parecido,simplemente era el típico adolescenteokie (o sea, de Oklahoma), que engeneral venía a significar que de puraestrechez mental llegaba a la homofobia.Lo cual me hizo darme cuenta de quejamás le había preguntado a Erik dedónde era. ¡Dios!, era una mierda denovia.

—¿Me has oído, Zoey?—¿Qué?

La pregunta de Damien interrumpiómi balbuceo mental. Pero no, no la habíaoído.

—¡Eh! ¡Vuelve a la tierra, Zoey! Tehe preguntado si te has dado cuenta de lahora que es. ¿Te acuerdas de que elRitual de la Luna Llena empieza amedianoche?

Miré el reloj de la pared.—¡Ah, Dios!Eran las once y cinco. Todavía tenía

que cambiarme de ropa y dirigirme alsalón de entretenimientos, encender elcírculo de velas, asegurarme de que lascinco velas de los cinco elementosestuvieran en su sitio y comprobar que

todo estuviera dispuesto en la mesa dela Diosa.

—Erik, lo siento mucho pero tengoque marcharme. Tengo que hacer unmillón de cosas antes de que empiece elritual —me excusé yo, mirando entoncesa mis cinco amigos—. Y vosotros,chicos, tenéis que venir conmigo —añadí. Los cinco asintieron comomuñecos de cabezas articuladas.Entonces me giré hacia Erik—. Vendrásal ritual, ¿no?

—Claro. Y eso me recuerda que tehe traído una cosa de Nueva York.Espérame solo un segundo, voy atraerlo.

Erik se apresuró al auditorio otravez desde la entrada de actores.

—Juro que ese chico es demasiadobueno para ser verdad —dijo Erin.

—Esperemos que su amigo seaexactamente como él —dijo Shaunee,lanzándole una sonrisa coqueta a Cole,que estaba en el otro extremo delvestíbulo.

Yo me fijé en que él se la devolvía.—Damien, ¿me conseguiste el

eucalipto y la salvia?Comenzaba a ponerme nerviosa. Y

hubiera debido de comer algo: tenía elestómago más vacío que una caverna, yparecía dispuesto a saltar sobre lo

primero que cayera.—Tranquila, Z. Tengo el eucalipto,

e incluso te lo he atado con la salviatodo junto —dijo Damien.

—Todo va a salir bien, ya lo verás—me tranquilizó Stevie Rae.

—Sí, no te pongas nerviosa —dijoShaunee.

—Nosotros estaremos contigo —terminó Erin.

Yo les sonreí a todos, feliz de tenertan buenos amigos. Y entonces volvióErik. Me tendió una caja grande blanca.Yo vacilé antes de abrirla, y entoncesShaunee dijo:

—Z, si no la abres tú, la abriré yo.

—O yo —dijo Erin.Ansiosa, solté la cinta decorativa

que cerraba la caja, abrí la tapa y mequedé boquiabierta (exactamente igualque el resto de personas que estaban losuficientemente cerca como para ver quéera). Dentro de la caja estaba el vestidomás bonito que haya visto nunca. Eranegro, pero llevaba cuentas metálicasplateadas bordadas al material de modoque todo él brillaba y reflejaba la luzcomo si las cuentas fueran estrellas en lanoche.

—¡Erik, es precioso!Me atraganté al decirlo porque

intentaba por todos los medios no hacer

el ridículo y echarme a llorar deemoción.

—Quería que tuvieras algo especialpara tu primer ritual como líder de lasHijas Oscuras —dijo él.

Volvimos a abrazarnos delante demis amigos y luego tuve que correr a lasala de entretenimiento. Me aferré alvestido y traté de no pensar en el hechode que mientras Erik me estabacomprando un regalo increíblementeelegante, yo estaba o bien succionándolela sangre a Heath, o bien ligando conLoren. Y mientras trataba de no pensaren ello, traté también de hacer casoomiso de la voz de mi conciencia, que

resonaba en mi interior sin dejar derepetir: No te lo mereces, no te lomereces, no te lo mereces…

20

—Shaunee, Erin y Stevie Rae: vosotras,chicas, comenzad a encender las velasblancas. Damien, si colocas las velas decolores de los elementos en susposiciones respectivas, yo comprobaréque todo esté perfecto en la mesa deNyx.

—Fácil —comentó Shaunee.—Chupado —convino Erin.—Más que chupado —añadió Stevie

Rae, haciendo que las gemelas pusieran

los ojos en blanco.—¿Las velas de los elementos

siguen en el almacén? —preguntóDamien.

—Sí —grité yo mientras me dirigíaa la cocina.

Me alegré de haber preparado conantelación una fuente de frutas, quesos ycarnes para Nyx. Solo tenía que sacarlade la nevera junto con la botella de vinoy colocarlo todo bien decorado en lamesa que había en el centro del grancírculo de velas blancas. Sobre la mesahabía ya un cáliz y una figura de laDiosa, un esbelto y elegante encendedory una vela de color púrpura que

representaría al espíritu, el últimoelemento al que invocaría al círculo. Lamesa simbolizaba la riqueza de lasbendiciones que Nyx había concedido asus hijos, vampiros e iniciados. Megustaba poner la mesa de la Diosa. Meserenaba, y eso era algo que me hacíamucha falta esa noche. Coloqué lacomida y el vino, y repasé una y otra vezlas palabras que iba a decir durante elritual en unos quince minutos (miré lahora en el reloj y sentí que se me hacíaun nudo en el estómago). Los iniciadoshabían comenzado ya a entrar en la salade entretenimiento, pero se mostrabanbastante comedidos y se quedaban de

pie, en grupos, por los rincones delenorme salón mientras observaban a lasgemelas y a Stevie Rae encender lasluces blancas que formaban el círculo.Quizá no fuera yo la única persona queestaba nerviosa esa noche. El hecho deque yo dirigiera las Hijas Oscurassuponía un gran cambio. Aphroditehabía sido la líder durante los últimosdos años, y en ese tiempo el grupo sehabía convertido en un club exclusivistay esnob que se burlaba de los iniciadosa los que no consideraba in, además deutilizarlos.

Bien, pues aquella noche todo iba acambiar.

Miré a mis amigos. Todos noshabíamos apresurado a cambiarnos deropa antes de dirigirnos al salón deentretenimiento, y todos habían decididovestirse de negro total para ir a tono conel increíble vestido que Erik me habíaregalado. Me miré otra vez más. Elvestido era sencillo, pero perfecto.Tenía el cuello redondo pero escotado,aunque no tanto como los de los vestidosque solía llevar Aphrodite en losrituales. Era de manga larga y entalladohasta la cintura, y a partir de ahí caíahaciendo vuelo hasta el suelo. Lascuentas plateadas que lo cubrían porentero resplandecían a la luz de las

velas cada vez que me movía, pero loque también brillaba cada vez que memovía era el colgante que pendía de lacadena de plata de mi cuello. Cada unode los Hijos e Hijas Oscuros tenía uncolgante idéntico excepto por dosdetalles: solo en el mío las tres lunastenían incrustaciones de granates, y soloel mío había sido encontrado junto alcadáver de un adolescente humano.Bueno, cierto, no había sido exactamentemi colgante el que habían hallado juntoal cuerpo, pero sí uno igual. Idéntico almío.

No, no debía pensar en cosasnegativas esa noche. Debía

concentrarme solo en las cosas positivasy prepararme para dirigir un ritual y unainvocación en círculo en público.Damien volvió al salón con una granbandeja sobre la que se balanceabancuatro velas que representaban a loscuatro elementos: amarilla para el aire,roja para el fuego, azul para el agua yverde para la tierra. Yo tenía yapreparada mi vela púrpura para elespíritu sobre la mesa de Nyx. Sonreí ypensé en lo estupendos que estaban mischicos, vestidos de negro y con unaspecto tan chic, con sus colgantes delas Hijas Oscuras en plateado. StevieRae estaba situada ya en su puesto en la

parte norte del círculo, donde debíaestar la tierra. Damien le tendió la velaverde. Por casualidad yo lo estabaobservando, así que no me cupo dudasobre lo que vi. Nada más tocar StevieRae la vela, abrió los ojosinmensamente y soltó un extraño ruido,entre grito y jadeo. Damien dio un pasoatrás con tanta precipitación, que tuvoque agarrar el resto de las velas paraevitar que se cayeran de la bandeja.

—¿Lo has sentido? —preguntóStevie Rae con una voz extraña, unaespecie de susurro que, no obstante,sonó amplificado.

Damien estaba tembloroso, pero

asintió y dijo:—Sí, y también lo he olido.Los dos se giraron para mirarme a

mí.—Eh, Zoey, ¿podrías venir aquí un

segundo? —preguntó Damien.Damien volvía a hablar con

completa normalidad, de modo que deno haber observado yo lo que acababade ocurrir entre ellos dos habríapensado simplemente que él necesitabaayuda con las velas.

Pero había estado observándolo, ypor eso no grité desde el centro delcírculo para preguntarle qué quería. Enlugar de ello me apresuré a acercarme y

hablé en voz baja.—¿Qué ocurre?—Díselo —le dijo Damien a Stevie

Rae.Sobresaltada, con los ojos como

platos aún y bastante pálida, Stevie Raecontestó:

—¿No lo hueles?—¿Olerlo? —repetí yo, frunciendo

el ceño—. ¿Qué son…?Y entonces lo olí: heno recién

cortado, a madreselva y a otra cosa quejuro que me recordaba al abono reciénarado de los campos de lavanda de miabuela.

—Sí, lo huelo —dije vacilante con

una sensación de absoluta confusión—,pero yo aún no he invocado a la tierra alcírculo.

Mi afinidad o poder concedido porNyx era una habilidad para materializara los cinco elementos. Pero aún despuésde transcurrido un mes, yo no estaba deltodo segura de qué incluían todos esospoderes. Lo único que sabía a cienciacierta era que cuando trazaba un círculoy llamaba a cada uno de los cincoelementos, estos se manifestaban de unmodo físico: el viento soplaba a mialrededor cuando llamaba al aire; elfuego hacía brillar mi piel de calor (y,sinceramente, también me hacía sudar);

podía sentir el frío del mar cuandoinvocaba al agua; y cuando llamaba a latierra al círculo, olía cosas terrestres eincluso sentía el césped bajo mis pies (apesar de llevar zapatos, lo cual erarealmente muy extraño).

Pero, tal y como he dicho, aún nohabía comenzado a invocar el círculo,así que no había llamado a ninguno delos elementos. Y sin embargo StevieRae, Damien y yo sin ninguna dudaestábamos oliendo olores terrestres.

Damien respiró profundamente y surostro esbozó una enorme sonrisa.

—¡Stevie Rae tiene afinidad con latierra! —exclamó, nervioso.

—¿Cómo? —pregunté yo.—¡De ningún modo! —afirmó Stevie

Rae.—Espera, vamos a probar a ver con

esto —continuó Damien con crecienteexcitación—. Cierra los ojos, StevieRae, y piensa en la tierra. Y tú nopienses en ella —añadió en dirección amí.

—Está bien —me apresuré yo adecir.

El entusiasmo de Damien eracontagioso. Habría sido fantástico queStevie Rae tuviera afinidad con la tierra.Tener una afinidad con un elemento eraun poderoso don de Nyx, y sin duda para

mí habría sido maravilloso si mi mejoramiga hubiera sido bendecida con esedon por nuestra Diosa.

—Vale —accedió Stevie Rae apesar de estar sin aliento, cerrando losojos.

—¿Qué está ocurriendo? —preguntóentonces Erin.

—¿Por qué tiene Stevie Rae los ojoscerrados? —inquirió a su vez Shaunee.Entonces olió el aire visiblemente—. ¿Ypor qué huele a heno aquí? Stevie Rae,te juro que como estés probando unnuevo perfume asqueroso, voy a tenerque darte un puñetazo.

—¡Shhhh! —ordenó Damien,

llevándose un dedo a los labios parahacerlas callar—. Creemos que StevieRae ha desarrollado una afinidad con latierra.

—¿Sí? ¡No! —exclamó Shaunee,parpadeando.

—¿Eh? —preguntó Erin.—¡No puedo concentrarme si estáis

todos hablando! —gritó Stevie Rae,abriendo los ojos y mirando a lasgemelas.

—Lo siento —musitaron ellas.—Inténtalo otra vez —la animé yo.Stevie Rae asintió. Cerró los ojos y

arrugó la frente de pura concentraciónmientras pensaba en la tierra. Yo no

pensé en ella, lo cual me costó bastanteporque en cuestión de dos segundos elaire se llenó de olores a césped reciéncortado y a flores, y yo incluso pude oírel canto de unos cuantos pájaros.

—¡Ohdiosmío! ¡Stevie Rae tieneafinidad con la tierra! —solté yo.

Stevie Rae abrió los ojos y se tapóla boca con las dos manos. Estabaemocionada y atónita.

—¡Stevie Rae, es increíble! —exclamó Damien.

En cuestión de segundos todosestábamos felicitándola y abrazándolamientras ella no paraba de reír y llorarde emoción.

Y entonces ocurrió: yo tuve uno demis presentimientos. Y esa vez (porsuerte) fue bueno.

—Damien, Shaunee, Erin: quieroque os coloquéis en vuestros puestos enel círculo —dije yo.

Todos me dirigieron miradasinquisitivas, pero debieron advertir queles hablaba con un tono de vozautoritario porque inmediatamentehicieron lo que les decía. Yo no eraexactamente su jefa, pero mis amigossentían respeto por el hecho de que yome estuviera entrenando para ser su altasacerdotisa algún día. Entonces secolocaron obedientemente cada uno en

el lugar que yo les había asignado hacíasemanas cuando, estando los cincosolos, tracé el círculo por primera vezpara tratar de descubrir si de verdadtenía una afinidad o si era solo productode mi imaginación y de mi falta desentido común.

Mientras ellos se colocaban yo miréa mi alrededor, hacia los chicos quehabía en el salón de entretenimiento. Sinlugar a dudas necesitaba ayuda.Entonces entraron Erik y Jack, y yo lessonreí y les hice un gesto para que seacercaran.

—¿Qué ocurre, Z? Pareces a puntode estallar —dijo Erik, bajando la voz y

añadiendo a mi oído—: Y estás tan sexicon ese vestido como me habíaimaginado.

—¡Gracias, me encanta! —exclaméyo, dando una vuelta completa en partepor coquetería hacia Erik y en parte depura felicidad ante lo que casi con todaseguridad estaba a punto de ocurrir—.Jack, ¿te importaría acercarte a Damieny traer la bandeja con las velas que élsostiene hasta el centro del círculo?

—Sí —contestó Jack, que salió casicorriendo a buscar la bandeja.

Bueno, es cierto, no corrió, pero sílo hizo con mucho ánimo.

—¿Qué ocurre? —preguntó Erik.

—Ahora lo verás —sonreí yo, queapenas podía ocultar mi entusiasmo.

Nada más volver Jack con labandeja, yo dejé las velas sobre la mesade Nyx. Me concentré por un segundo ydecidí que mi instinto me decía que lomejor era elegir primero el fuego.Entonces recogí la vela roja y se la tendía Erik, diciéndole:

—Bien, necesito que le des esto aShaunee.

Erik arrugó la frente.—¿Solo tengo que dárselo?—Sí. Dáselo y presta atención.—¿A qué?—Será mejor que no te lo diga.

Erik se encogió de hombros y memiró como si estuviera convencido deque estaba loca, aparte de que pudieraestar muy sexi, pero hizo lo que le pedíy se acercó a Shaunee, que estaba de pieen el extremo más al sur del círculo.Erik se detuvo delante de ella. Shauneeme miró a mí.

—Coge la vela —le grité yo,concentrándome en lo atractivo queestaba Erik para no pensar en absolutoen el fuego.

—Bien —accedió Shaunee,encogiéndose de hombros.

Shaunee tomó la vela roja de manosde Erik. Yo la observaba atentamente,

pero en realidad no hacía falta. Lo queocurrió resultó tan evidente, que muchosde los chicos que estaban de pie anuestro alrededor, fuera del círculo,abrieron la boca atónitos al mismotiempo que Shaunee. En el instante en elque ella tocó la vela se produjo un fuerteruido. Su pelo largo y negro se elevócomo si todo a su alrededor estuvieralleno de electricidad estática, y supreciosa piel de color chocolate brillócomo si su cuerpo tuviera luz en suinterior.

—¡Lo sabía! —grité yo, saltandoarriba y abajo de pura emoción.

Shaunee alzó la vista de su propio

cuerpo luminoso y me miró a los ojos.—Eso lo he hecho yo, ¿no?—¡Sí, tú!—¡Tengo afinidad con el fuego!—¡Sí, la tienes! —grité yo, feliz.Oí montones de exclamaciones a mi

alrededor, pues cada vez se amontonabamás gente, pero no tenía tiempo queperder. Seguí mi instinto y le pedí a Erikque volviera al centro del círculo, locual hizo con una enorme sonrisa en elrostro.

—Creo que esto ha sido lo másbonito que he visto nunca —dijo él.

—Pues espera. Si no me equivoco,creo que todavía hay más —contesté yo,

dándole la vela azul—. Ahora llévaleesto a Erin.

—Tus deseos son órdenes para mí—dijo Erik, haciendo una reverenciacon una floritura al estilo antiguo.

De haber hecho ese gesto cualquierotra persona, habría parecido uncompleto estúpido. En Erik, en cambio,resultaba de lo más sexi: en parteparecía un caballero y en parte un piratamalo. Yo seguía pensando en lo buenoque estaba cuando Erin y Shauneesoltaron alaridos de felicidad casi en elmismo instante.

—¡Mira el suelo! —dijo Erin,señalando el suelo de baldosines de

cerámica del salón.En un área circular alrededor de

Erin el suelo parecía hacer ondas ylamer sus pies, a pesar de que no habíanada mojado, de hecho. Parecía como siErin estuviera de pie como un fantasmaen medio de la costa del océano.Entonces ella alzó la vista y me mirócon sus relucientes ojos azules.

—¡Oh, Z! ¡Tengo afinidad con elagua!

—¡Sí, así es! —sonreí yo.Erik volvió deprisa hacia mí. En esa

ocasión no tuve que decirle querecogiera la vela amarilla.

—Se la doy a Damien, ¿verdad?

—Exacto.Erik se dirigió a Damien, que se

movía inquieto en el punto más al estedel círculo, donde debía manifestarse elelemento aire. Erik le ofreció la velaamarilla. Damien no la tocó. En lugar deello me miró. El pobre estaba muerto demiedo.

—Tranquilo, adelante, cógela —ledije yo.

—¿Estás segura de que todo va a irbien? —preguntó Damien connerviosismo, mirando a su alrededor alo que se había convertido en unnumeroso grupo de iniciados, que nosobservaban expectantes.

Yo sabía qué era lo que iba mal.Damien tenía miedo de fallar, de quedarfuera de la magia que les estabaocurriendo a las chicas. En clase desociales había aprendido que era muyextraño que un don tan fuerte como el dela afinidad por un elemento fueraconcedido a un hombre. Nyx otorgaba alos hombres una fuerza excepcional, ysus afinidades por lo general serelacionaban con lo físico, como en elcaso de Dragon, nuestro profesor deesgrima, que había sido bendecido conuna rapidez y una exactitud visualexcepcionales. El aire era sin duda unaafinidad femenina, y habría sido algo

increíble por parte de Nyx concedérselaa Damien. Pero en mi interior yo sentíaun profundo sentimiento de felicidad yde paz. Asentí en dirección a Damien ytraté de infundirle seguridad.

—Estoy segura. Adelante. Yo estaréocupada pensando en lo guapo que estáErik mientras tú invocas al aire —dijeyo.

Erik giró la cabeza por encima delhombro para sonreír y, mientras tanto,Damien respiró hondo y alargó la manopara tomar la vela que él le ofrecía.Parecía como si creyera que estaba apunto de agarrar una bomba.

—¡Magnífico!, ¡glorioso!,

¡maravilloso!Damien hizo uso de todo su

vocabulario mientras el pelo y la ropase le levantaban como locos a causa delrepentino aire que lo rodeaba. Cuandovolvió a mirarme, las lágrimasresbalaban por sus mejillas.

—Nyx me ha concedido un don. ¡Amí! —dijo, pronunciando las palabrasnítidamente.

Yo supe qué quería decir con esasdos únicas palabras: que Nyx loencontraba valioso a pesar de que suspadres no, y a pesar incluso de quemucha de la gente de su vida anterior sehabía burlado de él porque le gustaban

los hombres. Yo tuve que parpadearvarias veces para evitar llorar como unbebé.

—Sí, a ti —afirmé yo conrotundidad.

—Tus amigos son espectaculares,Zoey —resonó entonces la voz deNeferet por encima de los gritos deentusiasmo de los chicos que hacíancomentarios sobre los cuatro nuevostalentos recién descubiertos.

La alta sacerdotisa estaba de piejusto a la entrada del salón deentretenimiento, y yo me pregunté cuántotiempo llevaba allí. Pude ver que habíaunos cuantos profesores con ella, pero la

sombra de la puerta me impidió verquiénes eran exactamente. Sí, podíahacerlo. Podía enfrentarme a ella.Tragué fuerte y me esforcé porconcentrarme en mis amigos y en losmilagros que acababan de ocurrir.

—¡Sí, mis amigos sonespectaculares! —convine conentusiasmo.

—Es perfectamente normal que Nyx,en su sabiduría, haya pensado ofrecerteun regalo precisamente a ti, a unainiciada con poderes muy pocohabituales: el regalo de un grupo deamigos que también han sido bendecidoscon poderes impresionantes —afirmó

Neferet, asintiendo y alzando los brazoscon un gesto exagerado—. Yo predigoque este grupo de iniciados haráhistoria. Nunca antes había sidoconcedido tanto en un solo momento ylugar.

Neferet sonrió en dirección a todos,y su aspecto era verdaderamente el deuna amantísima madre. Yo me habríasentido tan emocionada por la calidez yla belleza de su sonrisa como todos losdemás, de no haber sido por el brillo dela fina línea roja de un corte reciente ensu antebrazo. Temblé y traté de apartarlos ojos y la mente de aquella pruebaque corroboraba que lo que había visto

no era producto de mi imaginación.Y menos mal que lo hice, porque

Neferet se giró entonces hacia mí.—Zoey, creo que es el momento

perfecto para anunciar tu proyecto paralos nuevos Hijos e Hijas Oscuros.

Yo abrí la boca para comenzar aexplicar lo que había pensado hacer(aunque en realidad no había pensadoanunciar los cambios hasta después dehaber invocado el círculo ritual y dehaber demostrado así a los antiguosmiembros de las Hijas Oscuras que Nyxme había concedido un don), pero nadieme prestaba atención. Todo el mundotenía la vista fija en Neferet, que entró

en el salón y se quedó de pie muy cercade Shaunee, de modo que el fuego de sudon iluminó a la alta sacerdotisa hastahacerla parecer un punto ardiente de luz.Entonces, con la misma voz atractiva ypoderosa con la que invocaba durante unritual, Neferet habló. Solo que en esaocasión hizo uso de mis palabras y demis ideas.

—Ha llegado el momento de que lasHijas Oscuras establezcan sufundamento. Ha sido decidido que ZoeyRedbird comenzará una nueva era y unanueva tradición con su liderazgo. Ellaconstituirá un Consejo de prefectos,formado por siete iniciados, de los

cuales ella será la directora. Los otrosmiembros del Consejo serán ShauneeCole, Erin Bates, Stevie Rae Johnson,Damien Maslin y Erik Night. Habrá otroprefecto más, elegido de entre el círculomás estrecho de amigos de Aphrodite,que representará mi deseo de unidadentre todos los iniciados.

¿Su deseo? Yo apreté los dientes ytraté de no perder el buen humormientras Neferet hacía una pausa,esperando a que cesaran los gritos deentusiasmo (incluyendo los de lasgemelas, Stevie Rae, Damien, Erik yJack, que lo celebraban a bombo yplatillo). ¡Dios! Neferet hacía como si

fuera ella la responsable de todas lasideas por las que yo llevaba semanassudando.

—El Consejo de prefectos seráresponsable del funcionamiento de losnuevos Hijos e Hijas Oscuros, lo cualincluirá asegurarse a partir del mismodía de hoy de que todos sus miembrosdan ejemplo de las siguientes ideas:deben ser auténticos por el aire; debenser leales por el fuego; sabios por elagua; empáticos por la tierra y sincerospor el espíritu. Si un hijo o una hijaoscura fallan en el mantenimiento deestos ideales, el trabajo del Consejoconsistirá en decidir qué castigo se le

aplica, incluyendo la expulsión delgrupo.

Neferet hizo una nueva pausa, y yoobservé lo serios y atentos que estabantodos. Era la reacción que yo esperabacuando hiciera el mismo anuncio duranteel Ritual de la Luna Llena.

—También he decidido que lescorresponde a nuestros iniciadosinvolucrarse más en la comunidad en laque vivimos. Después de todo, laignorancia no da pie más que al miedo yal odio. Por eso quiero que los Hijos eHijas Oscuros comiencen a trabajar conalgún organismo de caridad local.Después de mucho considerarlo, he

decidido que ese organismo de caridadlocal sea Street Cats, la organización decaridad de salvamento de gatos sinhogar.

Al oír aquello hubo risas y buenhumor, que era exactamente la reacciónque había tenido Neferet al contarle yomi decisión de involucrar a las HijasOscuras en ese organismo de caridad enparticular. No podía creer que Neferetse estuviera llevando todo el mérito poralgo que le había contado yo esa mismanoche.

—Y ahora os dejo. Este es el ritualde Zoey, y yo solo estoy aquí paramostrar mi apoyo de todo corazón a una

iniciada de gran talento —continuóNeferet, sonriéndome. Yo me obligué adevolverle la sonrisa—. Pero primerotengo un regalo para el nuevo Consejode prefectos.

Neferet dio una palmada y cincohombres vampiros a los que jamás habíavisto salieron de entre las sombras de laentrada. Cada uno de ellos llevaba loque parecían gruesas baldosasrectangulares que debían mediralrededor de unos treinta centímetroscuadrados y unos cinco centímetros deespesor. Las dejaron en el suelo, a lospies de Neferet, y volvieron adesaparecer por la puerta. Yo me quedé

mirando aquellas cosas. Eran de colorcrema y parecían estar mojadas. Notenía ni idea de qué eran. La risa deNeferet nos rodeaba, y a mí me hizoapretar los dientes. ¿Acaso nadiepensaba que sonaba completamenteautoritaria?

—¡Zoey, me asombra que noreconozcas tu propia idea!

—Yo… no. No sé qué son —dijeyo.

—Son baldosas de cemento húmedo.Recuerdo que me dijiste que querías quecada uno de los miembros del Consejode prefectos tuviera una huella de sumano para poder preservarla para

siempre. Esta noche seis de esosmiembros del nuevo Consejo podrántener su huella.

Yo parpadeé varias veces. Genial.Por fin me otorgaba el mérito de algo,aunque la idea era de Damien.

—Gracias por tu regalo —dije yo,apresurándome a añadir—, pero la ideade hacer las huellas de la mano fue deDamien, no mía.

La sonrisa de Neferet entonces fuecegadora, y cuando se giró haciaDamien no necesité mirarlo yo también aél para saber que, prácticamente, elchico se retorcía de puro placer.

—Qué idea más encantadora,

Damien —añadió Neferet, volviéndoseentonces hacia todo el salón—. Mesiento muy complacida de que Nyx hayaconcedido tantísimos dones a este grupo.¡Que seáis todos bendecidos y buenasnoches!

Neferet se inclinó haciendo unagraciosa reverencia. Luego, ante losgritos de júbilo de los iniciados, se alzóy salió del salón haciendo volar lasfaldas e interpretando una salida deescena magnífica.

Lo cual me dejó a mí en medio de uncírculo en el que aún no se habíainvocado nada, sintiéndome como si mehubiera quedado compuesta y sin novio.

21

Tardamos siglos en conseguir que todoel mundo se calmara y se colocara en sulugar para el ritual, sobre todo porqueyo no podía demostrar cómo me sentíaexactamente: cabreada. No solamentenadie lo comprendería, sino que ademásnadie creería lo que yo estabacomenzando a vislumbrar: que habíaalgo oscuro y erróneo en Neferet. ¿Y porqué iba nadie a comprenderme o acreerme? Después de todo, yo no era

más que una cría. Por muchos poderesque me hubiera concedido Nyx, noestaba ni muchísimo menos a la altura deuna alta sacerdotisa. Y además de esonadie, excepto yo, había sido testigo detodas aquellas pequeñas piezas delpuzzle que comenzaban a encajar paracrear una imagen tan terrible.

Pero Aphrodite sí me comprenderíay me creería. Detestaba pensar que esaera la verdad.

—Zoey, tú dime cuándo estás lista yyo pondré la música —gritó Jack desdeel rincón de más atrás del salón deentretenimiento donde estaba todo elequipo de audio.

Según parecía el chico era un geniocon los aparatos electrónicos, así que yoinstantáneamente lo había reclutado paraque se encargara de la música del ritual.

—Vale, un segundo. ¿Qué teparecería si te hiciera un gesto cuandoestuviera lista?

—Por mí bien —dijo él con unasonrisa.

Retrocedí varios pasos dándomecuenta de que, irónicamente, en esemomento estaba de pie justo dondeNeferet había estado minutos antes.Traté de despejar mi mente de toda laconfusión y las ideas negativas que nodejaban de darme vueltas. Observé todo

el círculo. Había un grupoverdaderamente grande de chicos: dehecho, había más de los que yoesperaba. Todos se habían callado, peroa pesar de todo seguía notándose ciertaexcitación en el ambiente. Las velasblancas en sus altas palmatorias decristal iluminaban el círculo con una luzbrillante. Podía ver a mis cuatro amigosde pie en sus posiciones, esperandoexpectantes a que comenzara el ritual.Me concentré en ellos y en losmaravillosos dones que les habían sidoconcedidos, y entonces me sentípreparada y le hice la señal a Jack.

—Se me ha ocurrido venir como

voluntario a ofrecerte mis servicios.La profunda voz de Loren me

sobresaltó de tal modo, que tuve quelanzar un grito muy poco atractivo. Élestaba de pie, detrás de mí, junto a lapuerta.

—¡Dios, Loren! ¡Me has asustadotanto que casi me meo encima! —soltéyo antes de recordar que debía controlarmi estúpida lengua.

Sin embargo, lo que decía eraverdad: Loren me había asustado hastaencogérseme el corazón.

Según parecía, a él no le importabami incapacidad para controlar la lengua.Me sonrió larga y lentamente, esbozando

su sonrisa más sexi, y dijo:—Creía que sabías que estaba aquí.—No, estaba distraída.—Estresada, diría yo.Loren me tocó el brazo con un gesto

aparentemente inocente: como si setratara del contacto de un profesional yun amigo, dispuesto a apoyarte. Sinembargo yo lo sentí como una caricia:como una verdadera caricia íntima. Suamplia sonrisa me hizo preguntarme porsu capacidad intuitiva como vampiroadulto. Si era capaz de leer mi menteaunque solo fuera en parte, me moriría.

—Bueno, pues aquí estoy paraayudarte con ese estrés.

¿Estaba de broma? Perdía la cabezasolo con verlo. ¿Loren Blake, ayudarmea reducir el estrés? Imposible.

—¿En serio?, y eso, ¿cómo vas ahacerlo? —pregunté yo con la sonrisamás ligera que pude esbozar, conscientede que todos en el salón nos observaban,incluyendo a mi novio.

—Haré por ti lo que hago porNeferet.

El silencio se prolongó entrenosotros unos instantes mientras mimente se sumergía más y más en elarroyo. Me preguntaba qué hacía élexactamente para Neferet. Por suerte,Loren no me dejó bucear durante

demasiado tiempo.—Toda alta sacerdotisa tiene un

poeta que recita versos antiguos paraevocar la presencia de la musa alcomenzar el ritual. Hoy me ofrezco pararecitar para una alta sacerdotisa muyespecial que se está entrenando.Además, creo que hay ciertosmalentendidos que convendría aclarar.

Loren se llevó el puño al pecho enun gesto tradicional de respeto que lagente usaba a menudo para saludar aNeferet. Pero a diferencia de la elegantealta sacerdotisa, tan segura de sí, y másbien como una imbécil, yo simplementeme quedé ahí, mirándolo. Quiero decir

que no tenía ni idea de qué estabahablando. ¿Malentendidos?, ¿en elsentido de que alguien podía creer queyo sabía qué demonios estaba haciendo?

—Pero necesitaré tu permiso —continuó Loren—. No quisieraentrometerme en tu ritual.

—¡Oh, no!Entonces me di cuenta de lo que él

debía haber pensado que significaba misilencio primero y después aquella vagaexclamación, y añadí:

—Lo que quiero decir es que no, sinduda no lo considero una intromisión, ysí, acepto tu oferta. Gracias.

Entonces no pude evitar preguntarme

cómo era posible que en algún momentoyo me hubiera sentido madura y sexifrente a ese hombre.

La sonrisa que me dirigió me hizodesear derretirme formando un charco asus pies.

—Excelente. Cuando estés lista,dímelo y yo comenzaré la introducción—contestó Loren, dirigiendo la vistahacia Jack, que nos observaba con laboca abierta—. ¿Te importa si hablounas palabras con tu ayudante sobre estepequeño cambio de planes?

—No —contesté yo, sintiendo quenada de todo aquello era real.

Al pasar por mi lado Loren me rozó

íntimamente el brazo. ¿Me lo estabaimaginando, o era cierto todo el ligoteoque se desarrollaba entre él y yo? Dirigíla vista a los chicos del círculo y vi quetodos me observaban. Reacia, busqué aErik con la mirada, de pie junto a StevieRae. Él me sonrió y me guiñó un ojo.Bien, así que él no parecía haber vistonada erróneo en el comportamiento deLoren hacia mí. Entonces miré aShaunee y a Erin. Seguían a Loren conuna mirada voraz. Debieron sentir queyo las observaba, porque las dosapartaron la vista del culo de Loren yme miraron sonrientes. También ellasdos actuaban de un modo completamente

normal.Así que era solo yo quien me sentía

extraña con Loren.—¡Cálmate! —me ordené en un

susurro—. ¡Concéntrate… concéntrate,concéntrate…!

—Zoey, yo estoy listo si lo estás tú—dijo Loren, volviendo a mi lado.

Yo respiré hondo, tratando decalmarme y alcé la cabeza.

—Estoy lista.Sus ojos oscuros sostuvieron mi

mirada.—Recuerda, confía en tu instinto.

Nyx les habla a sus sacerdotisasdirectamente al corazón.

Tras decir eso, Loren caminó un parde pasos y se alejó un poco de mí.Luego continuó:

—Esta es una noche de júbilo.La voz de Loren no solamente era

profunda y expresiva, sino tambiénautoritaria. Tenía la misma habilidadque Erik de captar la atención de todo elmundo en la sala simplemente con lavoz. Todos se callaron al instante,esperando ansiosos sus siguientespalabras.

—Pero deberíais saber que el júbilode esta noche no lo encontramos solo enlos dones que Nyx ha concedido tanmanifiestamente aquí. Parte de ese

júbilo se debe a lo ocurrido hace un parde noches, cuando vuestra nueva líder sedecidía sobre el futuro que quería paralos Hijos e Hijas Oscuros.

Esas palabras me sorprendieron. Nosabía si alguien más comprendíarealmente lo que Loren estaba diciendo:que era a mí, y no a Neferet, a quien sele había ocurrido establecer reglas paralas Hijas Oscuras. No obstanteapreciaba ese intento por enderezar lascosas.

—Y para celebrar a vuestra nuevalíder, Zoey Redbird, y su nueva visiónde las Hijas Oscuras, tengo el honor deabrir su primer ritual como directora del

Consejo y aprendiz de alta sacerdotisacon un poema clásico sobre el júbiloque fue escrito por mi tocayo, WilliamBlake.

Loren giró la vista hacia mí ypronunció en silencio «Te toca», y luegoasintió en dirección a Jack, que seapresuró a poner en marcha el equipo.

Los sonidos mágicos de la canciónorquestal de Enya Aldebaran inundaronel salón. Yo me tragué los últimos restosde mi nerviosismo y eché a andar,trazando un camino alrededor de la parteexterna del círculo tal y como les habíavisto hacer a Neferet y a Aphrodite ensus rituales. Igual que ellas, me moví al

ritmo de la música haciendo pequeñosgiros improvisados y movimientos dedanza. Había estado realmente asustadapor esa parte en concreto del ritual.Quiero decir que no soy una absolutatorpe, pero tampoco soy la señoritaFelicidad del Pelotón de Animación.Por suerte, era muchísimo más fácil delo que yo había imaginado. Habíaescogido esa canción por su bello ritmocadencioso, pero también porque habíabuscado la palabra «Aldebaran» enGoogle y había descubierto que es unaestrella gigante, y entonces habíapensado que resultaba muy apropiadapor ser una música que celebraba la

noche. Fue una buena elección, porquepareció como si la música me llevara,moviendo mi cuerpo graciosamentealrededor del salón y ayudándome asuperar mis nervios y mi incomodidaddel principio. Cuando la voz de Lorencomenzó a recitar el poema, él tambiénse hizo eco de la cadencia de la músicaexactamente igual que mi cuerpo, y eracomo si los dos estuviéramos haciendomagia juntos.

—No tengo nombre,solo tengo dos días.—¿Cómo te llamaré?—Feliz soy,

Júbilo es mi nombre.—¡Dulce júbilo vivas!

Las palabras del poema meemocionaron. Y mientras me dirigía alcentro del círculo, me sentí literalmentecomo si personificara la emoción.

¡Bello júbilo!Dulce júbilo de solo dosdías,Dulce júbilo te llamo;Tú que sonríes…

Haciendo eco de las palabras delpoema, sonreí. Adoraba aquella

sensación de magia y misterio queparecía inundar la sala junto con lamúsica y la voz de Loren.

Yo canto mientras tanto,Dulce júbilo vivas.

De algún modo Loren consiguiósincronizarse conmigo perfectamente,porque su poema concluyó justo alllegar yo a la mesa de Nyx en el centrodel círculo. Solo estaba ligeramente sinaliento al sonreír y decir:

—¡Bienvenidos al primer Ritual dela Luna Llena de los nuevos Hijos eHijas Oscuros!

—¡Bien hallados! —respondierontodos al instante.

Sin darme tiempo a mí misma paravacilar, recogí el encendedorornamental del ritual y me dirigí apropósito hacia Damien, quedándome depie delante de él. El primer elemento alque había que invocar al trazar elcírculo era el aire, y del mismo mododebía ser el último en abandonar cuandose cerrara el círculo. Podía sentir elnerviosismo y la expectación de Damiencomo si se tratara de fuerzas físicas.

Yo le sonreí y tragué con fuerza paratratar de aclararme la garganta, porquela tenía seca. Cuando hablé, traté de

proyectar mi voz lejos como hacíaNeferet. No estoy muy segura de qué talme salió. Digamos simplemente que mealegré de que el círculo no fueraexcesivamente grande y de que la salaestuviera en silencio.

—Llamo al elemento del aire elprimero a nuestro círculo, y le pido quenos guarde con los vientos de laperspicacia. ¡Ven a mí, aire!

Acerqué el encendedor a la vela deDamien, que inmediatamente cobró vidaa pesar de que de repente él y yoestábamos metidos en el centro de unfuerte torbellino de viento que nosvolaba el pelo y que cantaba juguetón

con mi falda de vuelo. Damien rió ysusurró:

—Lo siento, es todo tan nuevo paramí que me cuesta no mostrarme un tantoexuberante.

—Te comprendo perfectamente —lecontesté yo, también en susurros. Luegome giré a mi derecha y continué elcírculo hasta Shaunee, que estaba muchomás seria de lo normal: igual que siestuviera haciendo un examen dematemáticas—. Tranquila —le dije envoz muy baja, tratando de no moversiquiera los labios.

Ella asintió bruscamente. Parecíaasustada hasta la muerte.

—Llamo al elemento del fuego anuestro círculo y le pido que arda conbrillantez aquí, con la luz del poder y lapasión, trayéndonos esas dos fuerzaspara guardarnos y guiarnos. ¡Ven a mí,fuego!

Alargué el brazo para acercar elencendedor a la vela roja que sosteníaShaunee, pero antes de rozar la mecha,esta se encendió con una llama blanca yparpadeante que se elevaba bastante porencima de la palmatoria de cristal que lacubría.

—¡Uy! —exclamó Shaunee.Tuve que morderme los labios para

no soltar una carcajada. Enseguida me

apresuré a mi derecha, hacia Erin, queesperaba sosteniendo la vela azul ante sícomo si fuera un pájaro dispuesto aechar a volar si no lo sujetaba confuerza.

—Llamo al agua a este círculo y lepido que nos guarde con sus océanos demisterio y majestad, y que nos alimentecomo hace su lluvia con el césped y losárboles. ¡Ven a mí, agua!

Encendí la vela azul de Erin, yentonces ocurrió la cosa más extraña.Juro que fue como si de pronto me vieratransportada a la orilla de un lago. Podíaoler el agua y sentir su frío contra mipiel a pesar de saber que estaba de pie

en medio de un salón en el que no habíaagua por ninguna parte.

—Supongo que la próxima vezdebería moderar el tono un poco —dijoErin en voz baja.

—¡Nah! —susurré yo.Entonces me dirigí a Stevie Rae.

Pensé que estaba un poco pálida, perosonreía ampliamente cuando me situéfrente a ella.

—¡Estoy lista! —exclamó ella conuna voz tan fuerte, que los chicos queestaban cerca soltaron unas cuantascarcajadas en voz baja.

—Bien —contesté yo—. Entoncesllamo a la tierra al círculo, y le pido que

nos guarde con la fuerza de la piedra yla riqueza de los campos cubiertos detrigo. ¡Ven a mí, tierra!

Encendí la vela verde y súbitamenteme invadieron las fragancias de losprados y me vi rodeada de flores ycantos de pájaros.

—¡Esto es genial! —exclamó StevieRae.

—Y eso también —dijo Erik.Me sorprendió oír su voz, pero

cuando lo miré él me señaló el círculo.Confusa, seguí la dirección de su mano yvi el hilo de luz plateada que conectabalas cuatro velas de mis cuatro amigos,las personificaciones de los cuatro

elementos, y que creaba una barrera depoder en el interior de la circunferenciaque ya estaba iluminada.

—Es como si fuera solo paranosotros, solo que ahora es más fuerte—susurró Stevie Rae.

Por la expresión de sorpresa deErik, imaginé que la había oído.Supongo que tendría que dar algún tipode explicación más tarde, porque sinlugar a dudas aquel no era el momento.

Volví deprisa a la mesa de Nyx en elcentro del círculo para completar lainvocación. Me quedé frente a la velapúrpura que había sobre la mesa.

—Finalmente, llamo al espíritu a

nuestro círculo y le pido que se una anosotros y nos proporcioneentendimiento y verdad, de modo quelos Hijos y las Hijas Oscuros puedan serguardados por su integridad. ¡Ven a mí,espíritu!

Encendí la vela. Ardió con másfuerza aún que la de Shaunee, y elespacio a mi alrededor quedó repletocon las fragancias y los sonidos de losotros cuatro elementos. A mí también meinundaron, haciéndome sentirme fuerte ytranquila, e inspirándome confianza almismo tiempo que me procurabanenergía. Con manos serenas tomé larama trenzada de eucalipto y salvia. La

encendí con la vela del espíritu, dejéque ardiera unos minutos y luego laapagué de un soplo, de modo que elfragante humo me rodeara con sus ondas.Entonces me di la vuelta, miré hacia elcírculo y comencé mi discurso. Habíaestado preocupada por lo que iba adecir después de que Neferet se hubierapresentado allí de improviso pararobarme literalmente la mayor parte delas ideas que iba a explicar. Sinembargo en ese momento, en el centrodel círculo que acababa de invocar yque estaba a rebosar con el poder de loscinco elementos, mi confianza se veíarestaurada y las frases surgían

precipitadamente en mi mente connuevas palabras.

Hice ondear el ramo trenzado dehierbas a mi alrededor mientras recorríael círculo, mirando a todos los chicos alos ojos y tratando de hacerles sentirsebienvenidos, y dije:

—Esta noche yo quería cambiar lascosas: desde la forma de arder delincienso hasta el abuso de nuestroscompañeros.

Hablé despacio, dejando que mispalabras y el humo se mezclaran,empapando a todo el grupo de atentoschicos. Todos sabían que bajo elliderazgo de Aphrodite se había

utilizado el incienso de los ritualesmezclado con marihuana, exactamenteigual que todo el mundo sabía que aAphrodite le encantaba mezclar lasangre de cualquier pobre chico, al quellamaba «nevera» o «aperitivo», con elvino que todos bebíamos. Pero ningunade esas dos cosas iba a volver a ocurrirsi es que yo podía evitarlo.

—Esta noche he elegido quemareucalipto y salvia por sus propiedadesespeciales. El eucalipto ha sidoutilizado por los indios americanosdurante siglos por su poder curativo y sucapacidad de purificación y protección,igual que utilizaban también la salvia

para ahuyentar a los malos espíritus, lasenergías y las influencias negativas. Estanoche les pido a los cinco elementos quepotencien el poder de estas hierbas ymagnifiquen su energía.

De pronto el aire a mi alrededor semovió, atrayendo el humo de la ramaardiente, curvándolo y haciendo ondascon él para arrastrarlo por todo elcírculo como si se tratara de la mano deun gigante, haciendo ondear el humo.Atónitos, los iniciados del círculocomenzaron a murmurar, y yo le mandéuna oración en silencio a Nyx,agradeciéndole que permitiera que mipoder sobre los elementos se

manifestara aquella noche con tantaclaridad.

Cuando todos en el círculoguardaron silencio de nuevo, yocontinué:

—El momento en el que aparece laluna llena es un momento mágico, es elmomento en el que el velo entre loconocido y lo desconocido es más fino eincluso puede llegar a levantarse. Eso esmisterioso y maravilloso, pero estanoche quiero centrarme en otro aspectode la luna llena: en el hecho de que es unmomento excelente para completar oterminar cosas. Y con lo que quieroterminar hoy es con la vieja y negativa

reputación de los Hijos e Hijas Oscuros.Y de igual modo que esta noche de lunallena que termina se despide denosotros, así comienza un nuevo tiempo.

Seguí caminando, moviéndomealrededor del círculo en el sentido delas agujas del reloj. Eligiendocuidadosamente las palabras, continué:

—De ahora en adelante los Hijos eHijas Oscuros será un grupo íntegro ylleno de buenos propósitos, y creo quelos iniciados a los que Nyx ha elegidoconceder el don de la afinidad con unelemento representan muy bien esosnuevos ideales de nuestro grupo —afirmé, dirigiendo la vista hacia Damien

y sonriendo—. Mi amigo Damien es lapersona más auténtica que conozco, apesar de que esa sinceridad consigomismo ha sido muy dura de mantener. Élrepresenta bien el aire.

El viento se levantó alrededor deDamien y él sonrió tímidamente haciamí.

Entonces me volví hacia Shaunee.—Mi amiga Shaunee es la persona

más fiel que conozco. Si está de tu parte,lo estará siempre, estés en un error oestés en lo cierto. Si estás en un errorella te lo dirá, pero no te abandonará.Ella representa bien el fuego.

La piel de color moca de Shaunee

brilló mientras todo su cuerpo seiluminaba. No ardía, pero sí seiluminaba como una llama.

Me volví hacia Erin.—La belleza de mi amiga Erin a

veces engaña a la gente, haciéndolacreer que tiene un hermoso pelo y muypoco cerebro. Pero no es así. Es una delas personas más sabias que conozco, yNyx ha demostrado al elegirla quesiempre mira al interior, y jamás alexterior. Ella representa bien el agua.

Al pasar por delante de Erin, pudeoír el sonido de las olas rompiendocontra la costa.

Entonces me detuve frente a Stevie

Rae. Parecía cansada, y tenía ojeras ybolsas alrededor de los ojos, pero eralógico. Evidentemente, había estadopreocupándose demasiado por mí. Comosiempre, por otra parte.

—Mi amiga Stevie Rae siempresabe cuándo estoy triste y cuándo feliz,cuándo estresada y cuándo relajada. Sepreocupa por mí. La verdad es que sepreocupa por todos sus amigos, y aveces incluso es demasiado empática.Me alegro de que ahora tenga afinidadcon la tierra, de la cual extraerá energía.Ella representa bien la tierra.

Sonreí en dirección a Stevie Rae, yella me devolvió la sonrisa y parpadeó

rápidamente para evitar llorar. Entoncesme dirigí al centro del círculo y dejé elramo de hierbas sobre la mesa pararecoger la vela de color púrpura.

—No soy perfecta, y no voy apretender que lo soy. Pero sí os prometosinceramente que quiero lo mejor paralos Hijos e Hijas Oscuros y para todoslos iniciados de la Casa de la Noche.

Estaba a punto de decir queesperaba poder representar bien elespíritu cuando la voz de Erik se elevó yresonó por todo el círculo, gritando:

—¡Ella representa bien el espíritu!Mis cuatro amigos gritaron a su vez

para demostrar que estaban de acuerdo,

y yo me alegré (y me sorprendí bastantetambién) de oír gritar a unos cuantosiniciados más como si se tratara de uneco.

22

Cuando comencé de nuevo a hablar,todo el mundo se calló.

—Aquellos de vosotros que creáisque podéis mantener los ideales de losHijos e Hijas Oscuros y que estéisdispuestos a intentar por todos losmedios ser auténticos, fieles, sabios,empáticos y sinceros, podéis continuarsiendo miembros del grupo. Pero quieroque sepáis que nuevos iniciados seunirán a nosotros, y que no serán

juzgados por su aspecto o según quienessean sus amigos. Tomad vuestradecisión y venid a verme a mí o acualquiera de los otros prefectos parahacernos saber si os quedáis en el grupoo no —dije. Entonces miré a los ojos aalgunos de los antiguos amigos deAphrodite y añadí—: Nadie os criticarápor vuestro pasado. Lo que cuenta escómo os comportáis a partir de ahora.

Un par de chicas apartaron la vistade mí con aspecto de sentirse culpables,y otras pocas más parecían tratar portodos los medios de evitar llorar. Mealegró especialmente ver que Deino memiraba serena a los ojos y asentía

seriamente. Quizá, después de todo, nofuera tan «terrible».

Dejé la vela púrpura y alcé la copaceremonial que había servidopreviamente con dulce vino tinto.

—Y ahora brindemos para celebrarla luna llena y el fin que da comienzo alnuevo inicio.

Mientras recorría el círculocompleto, ofreciendo vino a cada uno delos iniciados, recité la oración delRitual de la Luna Llena que habíaencontrado en el libro antiguo Ritosmísticos de la luna de cristal, de Fiona,la poetisa vampira laureada a principiosdel siglo XIX.

Luz airosa de la lunaMisterio de la tierraprofundaPoder del agua que fluyeCalidez de la llamaardiente¡En nombre de Nyx tellamamos a nosotros!

Me concentré en las palabras deaquel precioso poema antiguo, y deseésinceramente que aquella noche deverdad fuera el comienzo de algoespecial.

Curación de las heridas

Enderezamiento de loerróneoLimpieza de lo impuroDeseo de verdad¡En nombre de Nyx tellamamos a nosotros!

Rodeé rápidamente el círculo y mealegré de ver que la mayor parte de loschicos sonreían y murmuraban «Benditaseas» tras beber de la copa. Supongoque a nadie le importó que aquellanoche el vino no estuviera mezclado conla sangre de ningún pobre iniciado (y menegué a pensar en lo mucho que mehabría gustado el sabor de la sangre de

un iniciado mezclado con el vino).

Vista del gatoOído del delfínVelocidad de la serpienteMisterio del fénix¡En nombre de Nyx tellamamos a nosotrosy te pedimos que temezcles con nosotros!

Bebí las últimas gotas de vino y dejéla copa de nuevo sobre la mesa. Enorden inverso, agradecí a cada elementosu presencia y los devolví a cada uno asu lugar, comenzando por Stevie Rae,

siguiendo con Erin y Shaunee yterminando por Damien mientras ellos,alternativamente, iban apagando susvelas. Entonces terminé el ritualdiciendo:

—Este Rito de la Luna Llena haterminado. ¡Bienvenidos, partid con bieny de nuevo bienvenidos!

Y eso fue todo. Mi primer ritualcomo líder de las Hijas Oscuras habíaterminado.

Entonces me sentí un poco como vacía ycasi incluso triste, ¿sabes? Mediodecepcionada, igual que cuando has

estado esperando y esperando a quellegue la primavera y de pronto llega yse acaba el colegio y te das cuenta deque no tienes absolutamente nada quehacer. Aunque bueno, la verdad, esasensación solo me duró unos segundos,porque súbitamente todos mis amigos seacercaron a mí, hablando sin parar de lahuella de la mano y de que las baldosasde cemento se iban a secar.

—¡Por favor! ¡Como si mi gemelano pudiera invocar al agua para quemoje un poco ese cemento, si es que seatreve a secarse antes de queestampemos nuestras huellas! —dijoShaunee.

—Para eso estoy yo aquí, gemela —contestó Erin, asintiendo—. Para eso ypara ser ejemplo de un increíble buengusto para la moda.

—Y las dos cosas son muyimportantes, gemela.

Damien puso los ojos en blanco,pero esa vez con un gesto exagerado.

—Ya, venga, vamos a estampar lashuellas y a salir de aquí. Me duele elestómago y tengo un dolor de cabeza queme está matando —dijo Stevie Rae.

Yo asentí en dirección a Stevie Rae,a la que comprendía perfectamente. Noshabíamos levantado tan tarde que nohabíamos tenido tiempo para tomar

nada. Yo también estaba muerta dehambre. Y probablemente no tardaría entener dolor de cabeza si no comía ybebía algo cuanto antes.

—Estoy de acuerdo con Stevie Rae.Vamos a darnos prisa y a estampar lashuellas, y luego nos unimos a los demásen la otra sala con la comida.

—Neferet les ha pedido a loscocineros que preparen una barra libreespecial de tacos. Asomé la cabeza haceun rato, y tenía un aspecto delicioso —comentó Damien.

—Bueno, pues entonces démonosprisa. Dejad ya de decir tonterías —dijoStevie Rae de mal humor mientras se

lanzaba hacia las baldosas.—¿Qué le pasa? —preguntó Damien

con un susurro.—Es evidente que tiene problemas

con el síndrome premenstrual —declaróShaunee.

—Sí, ya me pareció a mí antes queestaba pálida e hinchada, pero no quisedecir nada para no fastidiarla —dijoErin.

—Vamos a estampar las huellas y acomer —dije yo, recogiendo una de lasbaldosas de cemento, feliz de ver queErin elegía la que estaba a mi derecha.

—Mmm… He mojado unas toallasen la cocina para vosotros, chicos. Para

que podáis lavaros las manos cuandohayáis terminado —dijo Jack, queestaba monísimo y muy nervioso,sujetando un montón de toallas blancas.

Yo le sonreí y le contesté:—Eres muy amable, Jack. ¡Venga,

vamos con esto!De cerca era evidente que las

baldosas de cemento habían sidomoldeadas sobre moldes de cartón, yparecía que sería fácil retirarlo una vezel cemento se hubiera secado. Me seguíagustando la idea de Damien de colocarlas baldosas con la huella de la mano enel patio que había a la salida delcomedor, como si se tratara de una

extraña pasarela.El cemento seguía húmedo, y nos

reímos mucho mientras estampábamoslas huellas y usábamos las ramas queJack había corrido a recoger por eljardín para escribir nuestros nombres(realmente resultaba útil tener a aquelchico siempre cerca).

Mientras nos limpiábamos las manoscon las toallas y examinábamos nuestrotrabajo, Erik se acercó a mí y dijo:

—Me alegro de que Neferet meeligiera como prefecto para el Consejo.

Yo mantuve la boca cerrada y asentí.Si le decía que de hecho había sido yoquien lo había elegido de acuerdo con

Damien, Stevie Rae y las gemelas,probablemente sería como cortarle lasalas. Neferet era una persona muyimportante, y realmente no le hacía dañoa nadie (excepto a mi ego) dejar que élsiguiera pensando que había sido la altasacerdotisa quien lo había elegido. Medisponía a cambiar de tema deconversación y a llamarlos a todos parair a comer cuando oí extraños ruidos ami derecha. Al darme cuenta de qué eranesos extraños ruidos se me encogió elcorazón.

Stevie Rae estaba tosiendo.Damien estaba justo a mi derecha.

Luego estaban las gemelas y por último

Stevie Rae, que había elegido la baldosade cemento más a la derecha del todo, laque estaba junto a la puerta del salóndonde habían preparado la cena. Ungrupo de chicos estaban ya allícomiendo, pero la otra mitad más omenos había preferido quedarse aobservarnos estampar la huella ycharlar, así que había bastante genteentre Stevie Rae y yo. A pesar de elloyo podía ver que ella seguía encuclillas, frente al bloque de cemento.Stevie Rae debió sentir que la miraba,porque se echó hacia atrás, sentándoseen los talones, y alzó la cabeza hacia mí.La oí aclararse la garganta. Sonrió con

cara de cansancio y luego se encogió dehombros, pronunciando las palabras«tengo un sapo en la garganta» ensilencio. En ese instante yo recordé queeso era exactamente lo que me habíadicho durante la interpretación de losmonólogos. Ya entonces ella habíaestado tosiendo.

Sin mirarlo siquiera, le ordené aErik:

—¡Ve a por Neferet! ¡Deprisa!Me puse en pie y eché a caminar

hacia ella. Stevie Rae había estampadoya la huella de su mano y había firmadola baldosa, y estaba secándose lasmanos con una toalla. Pero antes de que

yo pudiera llegar a su lado, Stevie Raecomenzó de nuevo a toser. Tanto, quesacudió los hombros. Tenía la toallaapretada contra la boca.

Entonces lo olí, y fue como sichocara de golpe contra un muroinvisible. El olor de la sangre meinvadió, seductor, atractivo y al mismotiempo horrible. Me detuve en seco ycerré los ojos. Quizá, si me quedabamuy quieta y no volvía a abrirlos,lograría convencerme de que todoaquello no era más que un mal sueño, deque podía despertar en unas cuantashoras, nerviosa aún por el Ritual de laLuna Llena, con Nala roncando

plácidamente sobre mi almohada yStevie Rae roncando exactamente igual,en la cama de al lado.

Sentí que un brazo me rodeaba, peroseguí sin moverme.

—Ella te necesita, Zoey.Era la voz de Damien, solo

ligeramente temblorosa. Entonces abrílos ojos y lo miré. Él ya estaba llorando.

—No creo que pueda hacer esto.—Sí, sí puedes. Tienes que hacerlo

—contestó él, apretándome más loshombros.

—¡Zoey! —lloró Stevie Rae.Sin pensarlo más, me solté de los

brazos de Damien y corrí hacia mi mejor

amiga. Ella estaba de rodillas, aferradaa la toalla llena de sangre que sujetabaapretada contra el pecho. Tosió más ymás, y salió más sangre de su boca y desu nariz.

—¡Tráeme más toallas! —le pedí aErin, que estaba sentada con la carapálida y en silencio, junto a Stevie Rae.Entonces me arrodillé en el suelo frentea ella y dije—: Todo va a salir bien. Telo prometo. Todo va a salir bien.

Stevie Rae estaba llorando, y suslágrimas estaban teñidas de rojo. Ellasacudió la cabeza.

—No. Ya no. No puede ser. Meestoy muriendo.

Su voz sonaba débil y acuosa altratar de hablar con aquella hemorragiade sangre en los pulmones y la garganta.

—Yo me quedo contigo. No voy adejarte sola —dije yo.

Ella me agarró la mano y yo mequedé atónita ante lo fría que la tenía.

—Tengo miedo, Z.—Lo sé. Yo también tengo miedo.

Pero soportaremos esto juntas. Te loprometo.

Erin me tendió una pila de toallas.Yo le quité a Stevie Rae la toalla suciade sangre de las manos y comencé alimpiarle la cara y la boca con otralimpia, pero entonces Stevie Rae

empezó de nuevo a toser y fue inútilseguir. Había demasiada sangre. Depronto Stevie Rae se echó a temblar detal modo, que ni siquiera podía seguirsosteniendo ya una toalla por sí sola.Grité y la atraje a mi regazo, la rodeécon mis brazos y ella volvió a ser comouna niña, y yo la acuné y le dije una yotra vez que todo saldría bien, que noiba a abandonarla.

—Zoey, puede que esto ayude.Yo me había olvidado de que había

otras personas en la sala, así que la vozde Damien me sorprendió. Alcé la vistay vi que sostenía la vela verde querepresentaba la tierra, encendida de

nuevo. Entonces, de algún modo, enmedio de mi miedo y de midesesperación, mi instinto surgió y depronto sentí una tremenda calma.

—Agáchate, Damien. Sujeta la velacerca de ella.

Damien se puso de rodillas y, sinhacer caso del charco de sangre que nodejaba de crecer a nuestro alrededor yque nos calaba, se acercó cuanto pudo aStevie Rae y sujetó la vela junto a surostro. Más que verlas, yo sentí que Eriny Shaunee se arrodillaban cada una a unlado mío, así que conseguí extraer fuerzade su presencia.

—Stevie Rae, abre los ojos, cariño

—dije yo suavemente.Con una respiración húmeda y

agitada, Stevie Rae abrió los ojos. Teníael blanco de los ojos completamentecolorado y más lágrimas rojascomenzaron a resbalar por sus pálidasmejillas. Sin embargo, sus ojospermanecieron fijos en la vela.

—Llamo al elemento tierra sobrenosotros ahora —dije yo con una vozcada vez más fuerte y más alta—. Y lepido a la tierra que permanezca con estainiciada tan especial, Stevie RaeJohnson, que acaba de ser bendecidacon el don de la afinidad por esteelemento. La tierra es nuestro hogar,

nuestra madre proveedora y el lugar alque volveremos algún día. Esta noche lepido a la tierra que abrace y reconforte aStevie Rae, y que haga de su viaje devuelta a casa una travesía tranquila.

Una ráfaga de aire repleto con lasfragancias y los sonidos de un huerto defrutales nos envolvió de pronto. Olí lasmanzanas y el heno, y escuché a lospájaros cantar y a las abejas zumbar.

Los labios rojos de Stevie Raesonrieron. Sus ojos no dejaron de mirarni un segundo la vela verde. Entoncessusurró:

—Ya no tengo miedo, Z.De pronto oí la puerta principal

abrirse. En cuestión de segundos Neferetestaba agachada a mi lado. Comenzó aapartar a Damien y a las gemelas de allíy a quitarme a Stevie Rae de los brazos,pero mi voz estalló en el salón con todosu poder, y vi que incluso Neferet seechaba atrás, sorprendida.

—¡No! Nosotros nos quedamos conella. Ella necesita su elemento y nosnecesita a nosotros.

—Muy bien —accedió Neferet—,de todos modos ya casi ha terminado.Ayudadme a darle esto de beber paraque su muerte no sea tan dolorosa.

Yo iba a quitarle la ampolla llena delíquido blanco a Neferet para dársela a

Stevie Rae cuando, de pronto, ella hablócon sorprendente claridad.

—No la necesito. Desde que havenido la tierra, ya no me duele.

—Por supuesto que ya no te duele,niña —dijo Neferet, tocando la mejillaensangrentada de Stevie Rae. Entonces yo sentí que su cuerpo se relajaba ydejaba por completo de temblar. La altasacerdotisa alzó la cabeza—. Ayudad aZoey a levantarla para llevarla a lacamilla. Que estén las dos juntas. Vamosa llevarla a la enfermería —dijo porúltimo, mirándome a mí.

Yo asentí. Fuertes manos nosagarraron a Stevie Rae y a mí, y en

cuestión de minutos yo estaba en lacamilla con Stevie Rae en mis brazos.Rodeadas de Damien, Shaunee, Erin yErik, nos internamos suavemente en lanoche. Más tarde recordé muchas cosasextrañas de ese corto trayecto desde elsalón de entretenimiento hasta laenfermería, como por ejemplo el hechode que nevaba fuertemente, y sinembargo a nosotros no nos caía ningúncopo encima. Y todo estabainusualmente silencioso, como si latierra estuviera conteniéndose porqueestuviera ya afligida. Yo no dejaba desusurrarle cosas al oído a Stevie Rae, dedecirle que todo iría bien y que no había

razón para estar asustada. Recuerdo queella en algún momento se inclinó haciadelante para vomitar sangre por un ladode la camilla y recuerdo la imagen delas gotas de color escarlata sobre lanieve blanca y limpia recién caída.

Y entonces, de pronto, estábamos enla enfermería, y nos elevaron y nospasaron de la camilla a la cama. Neferetles hizo un gesto a mis amigos para quese acercaran a nosotras. Damien sesubió a la cama junto a Stevie Rae.Seguía sujetando la vela verdeencendida. La alzó por si Stevie Raevolvía a abrir los ojos, para que laviera. Yo respiré hondo. El aire a

nuestro alrededor estaba lleno demanzanos cubiertos de flores y cánticosde pájaros.

Entonces Stevie Rae abrió los ojos yparpadeó un par de veces. Parecíaconfusa. Me miró a mí y sonrió.

—¿Les dirás a mi mamá y a mi papáque los quiero?

No me costaba nada entenderla, perosu voz sonaba débil y terriblementehúmeda.

—Por supuesto que se lo diré —meapresuré a contestar.

—¿Y harás otra cosa por mí?—Lo que tú quieras.—En realidad tú no tienes ni mamá

ni papá, así que, ¿querrás decirle a mimamá que ahora tú eres su hija? Creoque me preocuparía menos por ellos sisupiera que os tenéis los unos a losotros.

Las lágrimas resbalaron por mismejillas. No pude evitar respirarentrecortadamente, llorando, antes decontestar:

—No te preocupes por nada, yo selo diré.

Stevie Rae volvió a cerrar los ojos ya sonreír.

—Bien. Mamá hará galletas dechocolate para ti —dijo Stevie Rae que,con un evidente esfuerzo, volvió a abrir

los ojos y a mirar a su alrededor,buscando a Damien, Shaunee y Erin—.Vosotros, todos, tenéis que seguir conZoey. No dejéis que nada os separe deella.

—Tranquila —susurró Damien sindejar de llorar.

—Nosotros cuidaremos de ella porti —consiguió decir Shaunee a duraspenas.

Erin se aferraba a la mano deShaunee y lloraba sin parar, pero asintiómostrando su acuerdo y sonrió endirección a Stevie Rae.

—Bien —dijo Stevie Rae, queenseguida volvió a cerrar los ojos—. Z,

creo que ahora me voy a dormir un rato,¿de acuerdo?

—De acuerdo, cariño —dije yo.Stevie Rae abrió los ojos una vez

más y me miró.—¿Te quedarás conmigo?Yo la abracé con fuerza.—No voy a ninguna parte. Tú

descansa. Estaremos todos aquí contigo.—Bien… —dijo Stevie Rae muy

débilmente.Stevie Rae cerró los ojos. Respiró

con gran trabajo un par de veces más.Entonces sentí que se quedabacompletamente quieta y que no volvía arespirar. Sus labios se abrieron una

pizca, como si estuviera sonriendo. Lesalieron gotas de sangre de la boca, delos ojos, de la nariz y de las orejas, peroyo no pude olería. Lo único que podíaoler eran las fragancias de la tierra.Entonces, con una ráfaga de vientorepleta de esencias de la pradera, lavela verde se apagó y mi mejor amigamurió.

23

—Zoey, cariño, tienes que dejarlamarchar.

En realidad no llegué a comprenderlo que decía Damien. Quiero decir queoía su voz, pero era como si él hablaraen una extraña lengua extranjera. Lo quedecía no tenía sentido para mí.

—Zoey, ¿por qué no vienes connosotros ahora?

Esa era Shaunee. ¿No hubieradebido Erin hacer el eco? Apenas había

logrado formar esa idea en mi mentecuando oí:

—Sí, Zoey, necesitamos que vengascon nosotros.

Sí, esa era Erin.—Está paralizada por la conmoción.

Habladle despacio y tratad de hacerlasoltar el cuerpo de Stevie Rae.

El cuerpo de Stevie Rae. Aquellaspalabras resonaron de un modo extrañoen mi cerebro. Yo estaba aferrada aalgo. Eso lo sabía. Pero tenía los ojoscerrados y estaba verdaderamentehelada. No quería abrirlos, y no creíaque nunca jamás volviera a calentarme.

—Tengo una idea —la voz de

Damien rebotó dentro de mi cerebrocomo si se tratara de la bola de una deesas máquinas tragaperras—. Notenemos velas ni círculo sagrado, perono es como si Nyx no estuviera aquí.Vamos a utilizar nuestros elementos paraayudarla. Yo lo haré el primero.

Sentí una mano agarrarme delantebrazo, y luego oí a Damien musitaralgo sobre invocar al aire para hacervolar la fragancia de la muerte y ladesesperación. Un fuerte viento sopló ami alrededor, y me eché a temblar.

—Será mejor que ahora lo haga yo.Parece que está helada.

Esa era Shaunee. Otra persona más

tocó mi brazo y después de decir unaspalabras que no llegué a entender, mesentí rodeada de calidez igual que siestuviera junto a una chimenea.

—Mi turno —dijo Erin—. Llamo alagua y le pido que lave de mi amiga yfutura alta sacerdotisa la tristeza y eldolor que está sintiendo. Sé que no todopuede desaparecer, pero, por favor,¿podrías llevarte lo suficiente comopara que ella pueda seguir adelante?

Entendí las palabras de Erin con másclaridad, pero a pesar de todo seguía sinquerer abrir los ojos.

—Aún queda un elemento en elcírculo.

Me sorprendió oír la voz de Erik.Parte de mí quería abrir los ojos ymirarlo, pero otra parte, una parte muygrande aún, se negaba a moverse.

—Pero Zoey siempre representa elespíritu —dijo Damien.

—Ahora mismo Zoey no puederepresentar nada por sí misma. Vamos aayudarla —dijo Erik. Dos fuertes manosme agarraron de los hombros mientrasotras cuantas me cogían de los brazos—.Yo no tengo afinidad por estoselementos, pero me preocupa lo que leocurra a Zoey, y ella ha sido bendecidacon la afinidad por los cinco elementos,así que, junto con todos sus amigos, le

pido al elemento espíritu que la ayude adespertar de modo que pueda superar lamuerte de su mejor amiga —terminóErik.

Sentí una especie de choqueeléctrico, mi cuerpo fue repentinamentesacudido, se llenó de una increíblesensación de alerta. Vi el rostrosonriente de Stevie Rae tras lospárpados cerrados. No estaba pálido ycubierto de sangre, como la última vezque ella me había sonreído. La imagenque vi fue una imagen saludable y felizde Stevie Rae, y se acercaba a losbrazos de una mujer bella que meresultaba familiar mientras reía llena de

júbilo.Era Nyx, pensé. Stevie Rae estaba

siendo abrazada por la Diosa.Abrí los ojos.—¡Zoey!, ¡has vuelto con nosotros!

—gritó Damien.—Z, ahora vas a tener que dejar

marchar a Stevie Rae —dijo Erikseriamente.

Yo desvié la vista de Damien a Erik.Luego miré a Shaunee y a Erin. Loscuatro tenían las manos encima de mí, ylos cuatro lloraban. Entonces me dicuenta de que era eso a lo que meaferraba. Lentamente, miré para abajo.

Stevie Rae tenía un aspecto sereno.

Estaba demasiado pálida y sus labioscomenzaban a ponerse azules, pero teníalos ojos cerrados y su rostro estabarelajado, aunque estuviera cubierto desangre. Ya no le salía sangre de ningúnorificio, pero en cierto modo yo me dicuenta de que no olía como debía. Olía arancio, a viejo, a muerto. Casi a moho.

—Z —dijo Erik—, tienes quedejarla marchar.

Yo lo miré a los ojos.—Pero le dije que me quedaría con

ella.Mi voz había sonado extraña, rota.—Y lo has hecho. Has estado con

ella hasta el final. Pero ahora ella se ha

ido, así que ya no puedes hacer nadamás.

—Por favor, Zoey —rogó Damien.—Neferet tiene que lavarla para que

pueda verla su madre —dijo Shaunee.—Tú sabes que ella no querría que

sus padres la vieran toda cubierta desangre —añadió Erin.

—Sí, pero… pero no sé cómodejarla marchar.

Mi voz volvió a sonar rota, y sentílágrimas nuevas resbalar una vez máspor las mejillas.

—Yo me la llevaré, Zoeybird —dijoNeferet alargando los brazos hacia mícomo si se preparara para recibir a un

bebé que yo hubiera estado sujetando.Neferet parecía tan triste, tan bella y

tan fuerte; tan familiar, que yo me olvidéde todas mis dudas acerca de ella, asentícon sencillez y me incliné despaciohacia delante.

Neferet metió los brazos por debajodel cuerpo de Stevie Rae, la levantó y laapartó de mí. Entonces la agarró mejor,la giró y la tumbó suavemente sobre lacama vacía que había junto a la mía.

Yo miré para abajo. Mi vestidonuevo estaba empapado de sangre queya se estaba secando. Las cuentasplateadas seguían tratando de brillar a laluz de las lámparas de la enfermería,

pero en lugar de la luz pura que antesemitían en ese momento solo lucía undébil reflejo cobrizo. No podía seguirmirándolas. Tenía que apartarme de allí.Tenía que salir de allí y quitarme esevestido. Saqué los pies por un lado de lacama y traté de ponerme en pie, pero lahabitación pareció cabecear y rodar ami alrededor. Entonces notéinmediatamente las fuertes manos de misamigos otra vez en mis brazos, y sentíque me anclaban a la tierra con su calor.

—Llevadla a su habitación. Quitadleel vestido y lavadla. Y luego aseguraosde que se va a la cama y de que estácaliente y en silencio —dijo Neferet

como si yo no estuviera allí. Pero a míno me importó. No quería estar allí. Noquería nada de lo que estaba ocurriendo—. Dadle esto de beber antes de meterlaen la cama. La ayudará a dormir sintener pesadillas —siguió diciendoNeferet. Yo sentí su suave mano en mimejilla. El calor que pasó de su cuerpoal mío fue para mí como un choque, asíque instintivamente me aparté—. Que temejores, Zoeybird —añadió Neferetamablemente—. Te doy mi palabra deque te recuperarás de esto. Llevadla a suhabitación.

Yo no la miré, pero supe que habíadesviado la atención de nuevo hacia mis

amigos.Caminé hacia delante. Erik iba a mi

lado y me sujetaba con fuerza el cododerecho. Damien iba a mi izquierda, ytambién me sujetaba con fuerza. Lasgemelas iban detrás de nosotros. Nadiedijo nada mientras me llevaban a midormitorio. Volví la vista atrás porencima del hombro para ver el cuerpoinerte de Stevie Rae sobre la cama. Casiparecía como si estuviera durmiendo,pero yo sabía que no era así. Yo sabíaque estaba muerta.

Los cinco abandonamos laenfermería y salimos a la noche nevada.Yo temblé, y todos nos detuvimos un

momento para darle tiempo a Erik dequitarse la chaqueta y ponérmela porencima de los hombros. Me gustaba laforma en que olía, traté de pensar en elloen lugar de observar a los chicossilenciosos por delante de los cualespasábamos. Al acercarnos a ellos,estuvieran solos o en grupos, se echabana un lado, se apartaban de la acera,inclinaban la cabeza y se llevaban elpuño derecho al corazón en silencio.

Llegamos al dormitorio en cuestiónde segundos. O eso me pareció a mí. Alentrar en el salón las chicas que veían latelevisión por allí sentadas se quedaroncompletamente en silencio. Yo no miré a

ninguna de ellas. Simplemente dejé queErik y Damien me guiaran escalerasarriba. Pero antes de llegar Aphrodite seinterpuso en nuestro camino. Yoparpadeé fuertemente tratando deenfocar su rostro. Ella parecía cansada.

—Lamento que Stevie Rae hayamuerto. Yo no quería que muriera —dijoAphrodite.

—¡No nos vengas ahora con esamierda, jodida bruja! —exclamóShaunee.

Ella y Erin dieron un paso adelante.Parecían dispuestas a arrancarle la piela tiras.

—No, esperad —me obligué a mí

misma a decir. Mis cinco amigosvacilaron—. Necesito hablar conAphrodite.

Los cinco me miraron como siirremediablemente hubiera perdido deltodo la cabeza, pero yo me aparté de losbrazos que me sujetaban formando unnido y caminé a tientas unos pocospasos, alejándome del grupo. Aphroditevaciló, pero por fin me siguió.

—¿Sabías lo que le iba a ocurrir aStevie Rae? —le pregunté en voz baja—. ¿Tuviste una visión acerca de ella?

Aphrodite sacudió la cabezalentamente y contestó:

—No, solo tuve un presentimiento.

Sabía que esta noche iba a ocurrir algoterrible.

—Yo también los tengo —dije yo envoz baja.

—¿Presentimientos acerca de lagente?

Yo asentí.—Son más bastos que las visiones.

No son tan específicos. ¿Tuviste unpresentimiento con respecto a StevieRae?

—No. No tenía ni idea, a pesar deque ahora, si vuelvo la vista atrás, veosignos de que algo iba mal con respectoa ella.

Aphrodite me miró a los ojos.

—No habrías podido detenerlo. Nohabrías podido salvarla. Nyx no tepermitió ver que iba a suceder porqueno podías hacer nada.

—¿Cómo lo sabes? Neferet dice queNyx te ha abandonado —solté yodirectamente.

Sabía que estaba siendo cruel, perono me importaba. Lo hacía a propósito.Quería que todo el mundo se sintiera tandolido como yo.

Sin dejar de mirarme a los ojos,Aphrodite dijo:

—Neferet miente.Entonces echó a caminar, pero

cambió de opinión y volvió para añadir:

—Y no te bebas lo que te ha dado.Después de eso se marchó.Erik, Damien y las gemelas

estuvieron a mi lado en un abrir y cerrarde ojos.

—No escuches nada de lo que tediga esa bruja —soltó Shaunee.

—Si te ha dicho algo malo acerca deStevie Rae, vamos a darle de patadas enel culo —añadió Erin.

—No, no me ha dicho nada malo,solo me ha dicho que lo lamentaba. Esoes todo.

—¿Por qué querías hablar con ella?—preguntó Erik.

Él y Damien habían vuelto a

agarrarme del brazo y me llevabanescaleras arriba.

—Quería saber si había tenidovisiones sobre la muerte de Stevie Rae—dije yo.

—Pero Neferet ha dejado muy claroque Nyx le ha dado la espalda aAphrodite —dijo Damien.

—De todas maneras queríapreguntárselo —dije yo.

Iba a añadir que Aphrodite habíatenido razón acerca del accidente quecasi acaba con mi abuela, pero no pudedecir nada de eso delante de Erik.Llegamos a la puerta de mi dormitorio.Nuestro dormitorio: de Stevie Rae y

mío. Yo me paré. Erik abrió la puerta ytodos entramos.

—¡No! —grité yo—. ¡Se hanllevado todas sus cosas! ¡No puedenhacer eso!

Todas las cosas de Stevie Raehabían desaparecido: desde la lámparacon forma de bota de cowboy hasta elpóster de Kenny Chesney o el relojgiratorio de Elvis. Los estantes sobre sumesa del ordenador estaban vacíos.Tampoco estaba su ordenador. Y sabíaque si miraba en su armario, tambiénhabría desaparecido su ropa.

Erik me rodeó con el brazo y medijo:

—Es lo que hacen siempre. No tepreocupes, no han tirado sus cosas.Simplemente se las han llevado para queno te pongas triste. Si quieres algunacosa de ella y a su familia no le importa,te lo darán.

No sabía qué decir. No quería lascosas de Stevie Rae, la quería a ella.

—Zoey, ahora de verdad que tienesque quitarte eso y tomar una duchacaliente —dijo Damien suavemente.

—Vale.—Mientras estás en la ducha, te

conseguiremos algo de comer —dijoShaunee.

—No tengo hambre —negué yo.

—Tienes que comer. Te traeremosalgo sencillo, como sopa, ¿vale? —insistió Erin.

Parecía tan preocupada y resultabatan evidente que estaba dispuesta ahacer cualquier cosa y cualquieresfuerzo por lograr hacerme sentirmemejor, que yo asentí. Además, estabademasiado cansada como para discutir.

—Vale —contesté yo.—Yo me quedaría, pero hace rato

que se ha pasado la hora del toque dequeda y no me permiten estar en losdormitorios de las chicas —dijo Erik.

—No importa, lo comprendo.—Yo también quiero quedarme,

pero de hecho no soy una chica —dijoDamien.

Yo sabía que trataba de hacermesonreír, así que obligué a mis labios amoverse. Supongo que parecería uno deesos payasos aterradores y tristes quetienen una sonrisa eterna pintada en loslabios junto con una lágrima en lamejilla.

Erik me abrazó, y lo mismo hizoDamien. Luego se marcharon.

—¿Quieres que una de nosotras sequede mientras te vas a la ducha? —mepreguntó Shaunee.

—No, estoy bien.—Bueno, entonces… —dijo

Shaunee, que parecía a punto de echarsea llorar otra vez.

—Enseguida volvemos —dijo Erin,tomando a Shaunee de la mano.

Las dos abandonaron la habitación ycerraron la puerta suavemente.

Yo me moví muy despacio, como sialguien me hubiera apretado el botón deencendido, pero me hubiera dejado lavelocidad al mínimo. Me quité elvestido, el sujetador y las bragas, y losarrojé a la bolsa de plástico de lapapelera que había en un rincón denuestro… quiero decir de mi dormitorio.Cerré la bolsa de plástico y la saquéfuera. Sabía que una de las gemelas la

tiraría por mí. Entré en el baño con laintención de dirigirme directamente a laducha, pero mi propio reflejo me llamóla atención y me detuve. Me miré. Unavez más me había convertido en unaextraña que a mí misma me resultabafamiliar. Tenía un aspecto terrible.Estaba pálida, pero tenía bolsas oscurasbajo los ojos. Los tatuajes del rostro, laespalda y los hombros resaltaban por sucolor oscuro, contrastando el color azulzafiro con el blanco de la piel y lasmanchas rojizas de sangre seca quecubrían mi cuerpo. Mis ojos parecíanenormes y más oscuros de lo normal. Nome había quitado el colgante de las

Hijas Oscuras. La plata de la cadena yel rojo de las granadas atraían la luz ybrillaban.

—¿Por qué? —susurré—. ¿Por quéhas permitido que muera Stevie Rae?

En realidad no esperaba respuesta, yno la obtuve. Así que me metí en laducha y me quedé allí mucho tiempo,dejando que las lágrimas se mezclarancon el agua y con la sangre y se fueranpor el desagüe.

24

Cuando salí del baño Shaunee y Erinestaban sentadas en la cama de StevieRae. En medio de ellas había unabandeja con un cuenco de sopa, unascuantas galletas saladas y una lata derefresco burbujeante marrón con toda suazúcar. Habían estado hablando en vozbaja, pero nada más entrar yo secallaron.

Suspiré y me senté en la cama.—Si empezáis a comportaros de una

forma tan rara conmigo, no sé si voy apoder aguantarlo.

—Lo siento —musitaron las dos alunísono, mirándose tímidamente la una ala otra.

Entonces Shaunee me tendió labandeja. Yo miré la comida como sifuera incapaz de recordar lo que habíaque hacer con ella.

—Tienes que comer para podertomarte la medicina que nos dio Neferetpara ti —dijo Erin.

—Además, puede que te hagasentirte mejor —agregó Shaunee.

—No creo que jamás vuelva asentirme mejor.

Los ojos de Erin se llenaron delágrimas que resbalaron por susmejillas.

—No digas eso, Zoey. Si tú no tesientes mejor nunca, entonces nosotrastampoco.

—Tienes que intentarlo, Zoey.Stevie Rae se enfadaría contigo si no lointentaras —dijo Shaunee, sorbiéndosela nariz a pesar de las lágrimas.

—Es verdad, se enfadaría —dije yo.Tomé la cuchara y comencé a dar

sorbos de sopa. Era sopa de pollo confideos chinos. Atravesaba mi gargantatrazando un camino que me resultabafamiliar y expandiéndose por todo mi

cuerpo, de modo que apartaba el terriblefrío que había estado sintiendo.

—Y cuando se enfadaba le salía unacento fortísimo que no podía controlar—dijo Shaunee.

Eso nos hizo sonreír a Erin y a mí.—¡Portaos bieeen! —dijo Erin,

imitando a Stevie Rae y repitiendo lasmismas palabras que les había dicho alas gemelas miles de veces.

Las tres sonreímos, y a mí comenzóa costarme menos tragarme la sopa.Cuando iba ya por la mitad del cuenco,tuve un pensamiento repentino.

—No van a hacerle ningún funeral ninada de eso, ¿verdad?

—No —dijo Shaunee mientras lasdos negaban con la cabeza.

—Nunca lo hacen —añadió Erin.—Bueno, gemela, creo que algunos

padres sí, pero eso será en susrespectivas ciudades.

—Cierto, gemela —confirmó Erin—. Pero no creo que nadie de aquí vayaa viajar a… —La voz de Erin sedesvaneció mientras reflexionaba—.¿Cuál era el nombre de esa pequeñaciudad tan paleta de donde era StevieRae?

—Henrietta —dije yo—. El hogarde las gallinas de pelea.

—¿Gallinas de pelea? —repitieron

las dos gemelas.Yo asentí.—A Stevie Rae la volvía loca. A

pesar de lo pueblerina que era, no lehacía ninguna gracia ser una gallina depelea.

—¿Pero las gallinas pelean? —preguntó Shaunee.

—¿Cómo voy a saberlo yo, gemela?—preguntó Erin a su vez, encogiéndosede hombros.

—Yo creía que solo se peleaban losgallos —dije yo.

Las tres nos miramosalternativamente y gritamos«¡Gallos!»[2], y entonces nos echamos a

reír y enseguida también a llorar.—A Stevie Rae le habría parecido

gracioso —dije yo en cuanto recuperé elaliento.

—Todo va a ir realmente bien,¿verdad, Zoey? —preguntó Shaunee.

—Sí, ¿verdad? —preguntó a su vezErin.

—Eso creo —dije yo.—Pero ¿cómo? —volvió a preguntar

Shaunee.—En realidad no lo sé. Creo que lo

único que podemos hacer es ir poquito apoco, día a día.

Sorprendentemente, me terminé todala sopa. Y me sentí mejor: más caliente,

más normal. También estabaincreíblemente cansada. Las gemelasdebieron notar que se me caían lospárpados, porque Erin me quitó labandeja. Shaunee me tendió el frascocon el líquido lechoso.

—Neferet dijo que debías beberteesto, que te ayudaría a dormir sinpesadillas.

—Gracias —dije yo, quitándoselode las manos. Pero no me lo bebí. Ella yErin se quedaron ahí, mirándome—. Melo tomaré en un minuto, después de ir albaño. Pero deja el refresco por si estome sabe malo.

Eso pareció dejarlas satisfechas.

Antes de marcharse, Shaunee dijo:—Zoey, ¿quieres que te traigamos

alguna cosa más?—No, pero gracias.—Nos llamarás si necesitas

cualquier cosa, ¿verdad? —preguntóErin—. Le prometimos a Stevie Rae…

Erin no pudo terminar la frase, peroShaunee lo hizo por ella:

—Le prometimos que cuidaríamosde ti, y nosotras siempre cumplimosnuestras promesas.

—Sí, os llamaré —dije yo.—Vale, buenas noches —se

despidieron ellas.—Buenas noches —dije yo mientras

se cerraba la puerta.Nada más marcharse tiré el espeso

líquido blanco por el lavabo y arrojé elfrasco a la papelera.

Entonces me quedé sola. Miré lahora en el despertador: las seis de lamadrugada. Era increíble la cantidad decosas que podían cambiar en unas pocashoras. Traté de no pensar en ello, perome venían a la mente imágenes de lamuerte de Stevie Rae como si tuvierauna horrible película atascada en lacabeza. Me sobresalté cuando sonó elmóvil, así que primero comprobé dequién se trataba. Era el número de miabuela. Me sentí tremendamente

aliviada. Abrí el teléfono y traté de noecharme a llorar.

—¡Me alegro tanto de que mellames, abuelita!

—Pequeño pajarito, me hedespertado y estaba soñando contigo.¿Va todo bien?

Su tono de voz preocupado daba aentender que ya sabía que no todo ibabien, lo cual no me sorprendió. Miabuela y yo siempre habíamos estadomuy unidas durante toda la vida.

—No, nada va bien —susurrémientras comenzaba otra vez a llorar—.Abuelita, Stevie Rae ha muerto estanoche.

—¡Oh, Zoey, lo siento mucho!—Ha muerto en mis brazos, abuelita,

solo unos pocos minutos después de queNyx le concediera la afinidad con elelemento tierra.

—Ha debido de ser muyreconfortante para ella el que túestuvieras con ella al final —dijo miabuela, a la que oía llorar también.

—Todos estábamos con ella, todossus amigos.

—Y Nyx también ha estado con ella.—Sí —dije yo, medio llorando—.

Creo que la Diosa estaba con ella, perono lo comprendo, abuela. No tieneningún sentido que Nyx le concediera un

don y después la dejara morir.—La muerte nunca tiene sentido

cuando le ocurre a una persona joven,pero creo que vuestra Diosa estaba muycerca de Stevie Rae a pesar de que sumuerte sucediera tan pronto, y ahora elladescansa en paz con Nyx.

—Eso espero.—Ojalá pudiera ir a visitarte, pero

con toda esa nieve en las carreteras esimposible. ¿Qué te parecería si hoyayunara y rezara por Stevie Rae?

—Gracias, abuelita. Sé que ella loapreciará.

—¡Ah, cariño! Tienes que superarlo.—Pero ¿cómo, abuelita?

—Honrando su memoria, viviendouna vida de la que ella pudiera estarorgullosa. Viviendo también por ella.

—Es difícil, abuelita. Sobre todoporque los vamps quieren que nosolvidemos cuanto antes de los chicosque mueren. Los tratan como si solofueran una dificultad pasajera, no sedetienen más que un minuto y ¡hala, yaestá!

—No pretendo poner en cuestión atu alta sacerdotisa ni a ningún otrovampiro adulto, pero eso me parecepoco inteligente. La muerte es másdifícil de asumir si ni siquiera sereconoce.

—Eso creo yo. De hecho, eso era loque creía también Stevie Rae —dije yo.Entonces se me ocurrió una idea, y almismo tiempo sentí en mi interior queera lo correcto—. Puedo cambiar eso.Con o sin permiso, voy a asegurarme deque se honra la muerte de Stevie Rae.Ella va a ser algo más que una dificultadpasajera.

—No te metas en problemas, cariño.—Abuelita, soy la iniciada más

poderosa de la historia de los vampiros.Creo que debería de estar ansiosa pormeterme en problemas cuando se tratade algo que siento de una forma tanfuerte.

La abuela hizo una pausa y por findijo:

—En eso puede que tengas razón,Zoeybird.

—Te quiero, abuelita.—Y yo a ti también, u-we-tsi-a-ge-

hu-tsa —contestó ella. La palabra«hija» en cheroqui me hizo sentirmeamada y a salvo—. Y ahora quiero queintentes dormir. Quiero que sepas quevoy a estar rezando por ti y que lepediré a los espíritus de nuestrosantepasados que te cuiden y tereconforten.

—Gracias, abuelita. Adiós.—Adiós, Zoeybird.

Cerré el móvil suavemente. Mesentía mejor después de hablar con laabuela. Antes de eso era como si tuvieraun peso enorme e invisible sobre mipecho, pero después ese peso pareciódesplazarse un poco y me resultó másfácil respirar. Me tumbé en la cama, yentonces Nala entró por la trampillapara gatos, se subió a mi cama y deinmediato comenzó con su mi-a-uu. Yola acaricié y le dije cuánto me alegrabade verla, y luego miré la cama vacía deStevie Rae. Ella siempre se reía con elmal genio de Nala. Decía que era comouna vieja, pero quería a la gata tantocomo yo. Una vez más las lágrimas

inundaron mis ojos, y yo me pregunté sihabía algún límite en lo que una personapodía llorar. Justo entonces sonó elmóvil, pero esa vez era un mensaje detexto. Me restregué los ojos y lo abrí.

«tas bn? alg va mal?»Era Heath. Bueno, al menos ya no

cabía ninguna duda sobre el hecho deque él y yo teníamos una conexión. Yqué diablos iba a hacer al respecto, deeso no tenía ni idea.

«mal dia,m mjor amga a mrto» Escribíel mensaje y se lo mandé.

Pasó tanto rato, que creí que él noiba a responder. Finalmente el móvilsonó otra vez.

«ms amgos an mrto, 2»

Cerré los ojos. ¿Cómo podíahaberme olvidado de que dos de losamigos de Heath acababan de serasesinados?

«l snto», escribí yo.«io tb,qres q vya a vrte?»Un poderoso e instantáneo «si»

surgió y recorrió todo mi cuerpo,sorprendiéndome por lo impetuoso, perosupuse que no debía hacerlo. Habríasido maravilloso encontrar el olvido enbrazos de Heath, en la seducciónescarlata de la sangre de Heath.

«no» me apresuré a rechazar, conmanos temblorosas, «tnes cole».

«no n un día d niev»Sonreí y me quedé un segundo o dos

deseando poder volver a los tiempos enlos que un día de nieve significaba unaspequeñas vacaciones, vagabundeandopor las calles con mis amigos paraacabar ante la televisión, viendopelículas alquiladas y comiendo pizza.El móvil volvió a sonar, haciendoañicos mi fantasía.

«l vrnes staras mjor».Suspiré. Había olvidado por

completo que le había prometido aHeath vernos después del partido. Nodebía volver a verlo. Lo sabía. Dehecho, hubiera debido de presentarmeante Neferet y confesárselo todo paraque ella me ayudara a arreglarlo.

«Neferet miente», oí la voz deAphrodite susurrar en mi mente. No. Nopodía presentarme ante Neferet, y nosolo por la advertencia de Aphrodite.Sentía que algo estaba mal con respectoa ella. No podía confiar en ella. Elmóvil sonó.

«zo?»Suspiré. Estaba tan cansada que me

costaba concentrarme. Comencé aescribir otro mensaje de texto paradecirle a Heath que sencillamente nopodía quedar con él por mucho quequisiera. Incluso llegué a apretar elbotón de la «N» y el de la «O». Peroentonces me detuve, volví a atrás y lo

borré, y escribí con decisión: «ok».«ok». Esa fue su respuesta.Suspiré otra vez, cerré el teléfono y

me senté en la cama. Acaricié a Nalacon la mirada perdida, deseandodesesperadamente poder girar las agujasdel reloj y dar marcha atrás un día oincluso un año. Y por fin noté que, fuerapor la razón que fuera, los vamps que sehabían llevado las cosas de Stevie Raehabían olvidado el viejo edredón hechoa mano que ella dejaba siempre dobladoa los pies de la cama. Dejé a Nala sobremi almohada y me levanté para ir a porél y luego la gata y yo nos acurrucamos ynos tapamos con él.

Sentía como si cada una de lasmoléculas de mi cuerpo estuvieracansada, pero a pesar de todo no podíadormir. Supongo que echaba de menoslos suaves ronquidos de Stevie Rae y elhecho de saber que no estaba sola. Unaenorme tristeza me invadió y era tanprofunda, que creí ahogarme en ella.

Entonces oí dos suaves golpes en lapuerta. Luego se abrió despacio. Meincorporé a medias en la cama y vi aShaunee y a Erin, las dos en pijama yzapatillas, con un montón de almohadasy mantas.

—¿Podemos dormir contigo? —preguntó Erin.

—No queremos estar solas —dijoShaunee.

—Sí, y hemos pensado que puedeque tú tampoco quieras estar sola —añadió Erin.

—Tenéis razón, no quiero —contesté yo, tragándome las lágrimas—.Entrad.

Entraron arrastrando los pies y, trasun segundo de vacilación, se subieron ala cama de Stevie Rae. Su gato de pelolargo color gris plateado, Belcebú, sesubió en medio de ambas. Nala alzó lacabeza de mi almohada para mirarlo yluego, como si el gato hubiera sidoaceptado en el reino de su presencia, se

enroscó otra vez y se durmiórápidamente.

Yo estaba a punto de quedarmedormida cuando oí otro golpe en lapuerta. En esa ocasión la puerta no seabrió segundos después, así que grité:

—¿Quién es?—Yo.Shaunee, Erin y yo nos miramos y

parpadeamos perplejas. Luego yo meapresuré a ir a abrir la puerta. Damienestaba de pie, con su pijama de franelalleno de ositos con lazos rosas. Parecíamojado, y llevaba algún que otro copode nieve sin derretir en el pelo. Cargabacon un saco de dormir y una almohada.

Yo lo agarré del brazo y tiré de élrápidamente para que entrara. Su gordogato atigrado, Cameron, entró con él.

—¿Qué estás haciendo, Damien?Sabes que vas a tener muchos problemascomo te pillen aquí.

—Sí, porque ya se ha pasado la horadel toque de queda —añadió Erin.

—Podrías haber venido adesflorarnos a nosotras, las vírgenes —dijo Shaunee.

Entonces ella y Erin se miraron launa a la otra y se echaron a reír, cosaque a mí me hizo sonreír. Era extrañotener un sentimiento feliz en medio detanta tristeza, y probablemente por eso

las carcajadas de las gemelas y misonrisa se desvanecieron pronto.

—Stevie Rae no querría quedejáramos de ser felices —dijo Damienen medio del incómodo silencio.Entonces se encaminó al centro de lahabitación, estiró su saco de dormir enel suelo, entre las dos camas, y añadió—: Y estoy aquí porque tenemos queseguir juntos, no porque quieradesfloraros a ninguna de las tres. Niaunque fuerais vírgenes, aunque aprecioen lo que vale tu uso del vocabulario.

Erin y Shaunee soltaron un bufido,pero parecían más divertidas queofendidas, así que yo tomé nota

mentalmente para interrogarlas sobre elsexo más adelante.

—Bueno, me alegro de que hayasvenido, pero nos va a costar trabajosacarte de aquí mañana cuando todo elmundo esté desayunando y corriendo deun lado para otro antes de clase —dijeyo, comenzando a trazar planes de huidapara Damien en mi cabeza.

—Ah, por eso no te preocupes. Losvamps están poniendo carteles por todala escuela para anunciar que mañanaestará cerrada por la nieve. Nadiesaldrá corriendo a ninguna parte. Me irécaminando con vosotras cuando quiera.

—¿Poniendo carteles? ¿Quieres

decir que han tenido que levantarse,vestirse y bajar las escaleras antes deque nos levantemos y descubramos queno hay colé? ¡Qué horror!

Casi podía oírse la risa en la voz deDamien al contestar:

—Lo anunciaron por la radio localexactamente igual que en los colegiosnormales, pero ¿acaso escucháis StevieRae y tú las noticias alguna vezmientras…?

La voz de Damien se desvaneció, yyo me di cuenta de que él habíacomenzado a hacer la pregunta como siStevie Rae estuviera aún viva.

—No —me apresuré yo a contestar,

tratando de disimular su malestar—.Siempre solíamos escuchar músicacountry. A mí esa música me dabamuchas ganas de darme prisa y estarlista cuanto antes para escapar y no tenerque oírla —añadí. Mis amigos seecharon a reír. Yo esperé a que secallaran otra vez, y entonces dije—: Novoy a olvidar a Stevie Rae, y no voy afingir que su muerte no significa nadapara mí.

—Yo tampoco —dijo Damien.—Ni yo —dijo Shaunee.—Lo mismo digo, gemela —dijo

Erin.Tras una pausa, yo añadí:

—No creí que pudiera ocurrirle auna iniciada a la que Nyx acababa deotorgar una afinidad. Yo… yo no creíque pudiera ocurrir.

—Nadie tiene garantizado nadadurante el cambio, ni siquiera aquellos alos que Nyx ha otorgado un don —dijoDamien en voz baja.

—Eso solo significa que tenemosque seguir juntos —dijo Erin.

—Es el único modo de superar todoesto —dijo Shaunee.

—Entonces eso es lo que haremos,seguir juntos —dije yo con rotundidad—. Y prometeremos que si ocurre lopeor, y algunos de nosotros no

conseguimos llegar al final, los otros nopermitirán que seamos olvidados.

—Lo prometemos —dijeronsolemnemente mis tres amigos.

Todos estuvimos de acuerdo y dealgún modo, en ese momento, eldormitorio dejó de ser una estancia tansolitaria. Justo antes de quedarmedormida yo susurré:

—Gracias por no dejarme estarsola…

En ese momento, sin embargo, noestaba muy segura de si les daba lasgracias a mis amigos, a mi Diosa o aStevie Rae.

25

Estaba nevando en mi sueño. Alprincipio pensé que era genial. Quierodecir que realmente estaba todoprecioso y que con la nieve mi mundoparecía Disney: un mundo perfecto en elque nada malo podía ocurrir o, siocurría, era solo algo temporal porquetodo el mundo sabe que en Disney todosson felices y comen perdices.

Yo caminaba lentamente, sin sentirel frío. Parecía estar a punto de

amanecer aunque era difícil estar seguracon el cielo nevado y todo gris. Ladeé lacabeza hacia atrás y observé como lanieve colgaba de las gruesas ramas delos viejos robles y como con ella elmuro del este parecía más bajo y menosimponente.

El muro del este.Vacilé en mi sueño al darme cuenta

de dónde estaba. Entonces vi figuras,con capa y capucha, de pie, formando ungrupo de cuatro, frente a la trampillaabierta de la puerta secreta.

No, le grité a mi yo soñador. Noquería estar allí. No tan pronto despuésde la muerte de Stevie Rae. Las dos

últimas veces en que había muerto uniniciado había visto sus fantasmas, o susespíritus, o sus cuerpos no muertos, o loque fueran, caminando por allí. AunqueNyx me hubiera otorgado la extrañahabilidad de ver a los muertos, ya erasuficiente. Yo no quería…

La más pequeña de esas figuras sedio la vuelta, y entonces todos esosargumentos se dispersaron por mi mente.Era Stevie Rae. Solo que no lo era.Estaba demasiado pálida y demasiadodelgada. Y había algo más. Me quedémirándola, pero enseguida mi urgentenecesidad de comprender superó concreces mi vacilación inicial. Quiero

decir que si realmente era Stevie Rae,entonces no tenía por qué tener miedo deella. Aunque extrañamente transformadapor la muerte, seguía siendo mi mejoramiga, ¿no? No pude evitar acercarmehasta que me quedé de pie a pocos pasosdel grupo. Contuve el aliento, esperandoa que se dieran la vuelta hacia mí, peroninguno se dio cuenta de que estaba ahí.Así que me acerqué más. Era incapaz deapartar los ojos de Stevie Rae. Ellatenía un aspecto terrible, parecíahistérica y no paraba quieta, y movía losojos de un lado para otro como siestuviera extremadamente nerviosa oaterrada.

—No deberíamos estar aquí.Tenemos que marcharnos.

Al oír la voz de Stevie Rae mesobresalté. Ella seguía teniendo suacento okie, pero por lo demás resultabairreconocible. Su tono de voz era duro yplano, carecía de toda emoción, exceptopor cierta especie de nerviosismoanimal.

—Tú no eres responsable denosotros —susurró otra de las figurascon capa, mostrándole los dientes aStevie Rae.

¡Puaj!, era esa criatura otra vez,Elliot. A pesar de tener el cuerpoextrañamente encorvado, se alzaba

amenazador por encima de Stevie Rae.Sus ojos comenzaron entonces a brillarcon un sucio color rojo. Yo tenía miedopor ella, pero Stevie Rae no permitióque él la intimidara. En lugar de ellotambién ella enseñó los dientes, lanzó unbrillo escarlata con la mirada y soltó unhorrible gruñido. Y luego le dijo demala manera:

—¿Te responde a ti la tierra? ¡No!—exclamó, respondiendo ella misma asu pregunta y dando un paso adelante.Elliot dio varios pasos atrásautomáticamente—. ¡Pues meobedecerás hasta que llegue el día enque lo haga! Eso es lo que ha dicho ella.

Entonces la criatura Elliot hizo unareverencia extraña y servil que imitaronenseguida las otras dos figuras con capa.Stevie Rae señaló la trampilla del muroabierta y dijo:

—Ahora, vamos, deprisa.Pero antes de que ninguno de ellos

pudiera moverse, yo oí una voz al otrolado del muro que me resultó familiar.

—Eh, vosotros, ¿conocéis a ZoeyRedbird? Necesito decirle que estoyaquí y que…

La voz de Heath se interrumpiócuando las cuatro criaturas atravesaronla trampilla del muro a una velocidadpasmosa hacia él.

—¡No! ¡Quietos! ¿Qué diablos estáishaciendo? —grité yo.

El corazón me latía tan deprisa queme dolía. Yo corría hacia la puerta de latrampilla que se cerraba, pero lleguéjusto a tiempo de ver como las tresfiguras agarraban a Heath. Oí a StevieRae decir:

—Nos ha visto. Ahora tiene quevenir con nosotros.

—¡Pero ella ha dicho que ya no más!—gritó Elliot mientras sujetabafuertemente a Heath, que no dejaba deluchar.

—¡Pero él nos ha visto! —repitióStevie Rae—. ¡Por eso viene con

nosotros hasta que ella nos diga quéhacer!

Ninguno de los tres discutió conStevie Rae, y con una fuerzasobrehumana lo arrastraron y se lollevaron. La nieve parecía ahogar losgritos de Heath.

Me incorporé de golpe en la cama yme senté. Respiraba muy deprisa,sudaba y temblaba. Nala refunfuñó. Yomiré a mi alrededor en el dormitorio yde pronto sentí pánico. Estaba sola. ¿Esque acaso había soñado todo lo quehabía ocurrido el día anterior? Miré lacama vacía de Stevie Rae y luego vi queno quedaba por allí ninguna de sus

cosas. No. No lo había soñado. Mimejor amiga había muerto. Dejé que elpeso de la tristeza se asentara en micorazón y entonces supe que lo llevabaencima desde hacía tiempo.

¿Pero no habían venido las gemelasy Damien a dormir conmigo? Mediogrogui, me restregué los ojos y miré eldespertador. Eran las cinco de la tarde.Debí haberme quedado dormida enalgún momento entre las seis y media ylas siete. Y definitivamente habíadormido lo suficiente. Me levanté, meacerqué a la ventana y asomé la cabezapor las pesadas cortinas. Era increíble,pero seguía nevando y aunque aún era

pronto, las farolas de gas estabanencendidas, iluminando una noche negracomo la pizarra y brillando comopequeños halos de nieve. Los iniciadoshacían las cosas típicas de los niños:construir muñecos de nieve y hacerpeleas de bolas. Vi a una chica que mepareció Cassie Kramme, la que habíaobtenido tan buen resultado en lacompetición de monólogos,construyendo ángeles de nieve con otropar de chicas. A Stevie Rae le habríaencantado. Me habría obligado alevantarme horas antes y me habríasacado ahí fuera, en medio de todo eldivertido tumulto (me gustara o no). Y

pensando acerca de ello, no sabía siquería llorar o reír.

—¿Z?, ¿estás durmiendo? —preguntó Shaunee a tientas por la puertaentreabierta.

Yo le hice un gesto para que entraray contesté:

—¿Adónde os habíais ido, chicos?—Llevamos despiertos un par de

horas. Hemos estado viendo la tele.¿Quieres venir abajo con nosotros? Eriky Cole, ese chico que está como uncañón, amigo de él, también van a venir.

Nada más terminar de decirlo,Shaunee miró a su alrededor con unaexpresión de culpabilidad, como si de

pronto recordara que Stevie Rae sehabía ido y lamentara habersecomportado con naturalidad. Algo en miinterior me obligó a hablar.

—Shaunee, tenemos que seguiradelante. Tenemos que tener citas y serfelices y vivir nuestras vidas. No haynada garantizado, y la muerte de StevieRae es la mejor demostración de ello.No podemos malgastar el tiempo que senos ofrece. Cuando dije que measeguraría de que ella era recordada, noquería decir con eso que fuéramos aestar tristes para siempre. Solo quisedecir que recordaría la felicidad queella nos trajo y que guardaría su sonrisa

cerca de mi corazón. Siempre.—Siempre —repitió Shaunee,

asintiendo.—Si me das un segundo, me pongo

unos vaqueros y nos vemos abajo.—Bien —contestó Shaunee con una

sonrisa.Nada más marcharse Shaunee, parte

de la sonriente fachada que yo manteníase derrumbó. Lo que le había dicho ibacompletamente en serio, solo que mecostaría trabajo ponerlo en práctica.Además, lo estaba pasando un poco maltratando de olvidar aquel mal sueño.Sabía que no era más que un sueño, peroa pesar de todo me incomodaba. Era

como si pudiera oír el eco de los gritosde Heath en el opresivo silencio de midormitorio. Me vestí automáticamentecon mis vaqueros más cómodos y lasudadera gigante que había comprado enla tienda de la escuela un par desemanas antes. Bordada sobre elcorazón llevaba la insignia de plata deNyx, de pie con los brazos en alto,sosteniendo una luna llena. De algúnmodo esa insignia me hacía sentirmemejor. Me cepillé el pelo y suspiré antemi reflejo en el espejo. Tenía un aspectohorroroso. Me tapé las bolsas bajo losojos con un lápiz color carne y me pusemaquillaje y un brillo de labios que olía

a fresas. Entonces me sentí lista paraenfrentarme al mundo y bajé lasescaleras.

Pero al llegar al final de lasescaleras me detuve. La escena meresultaba familiar, y sin embargo todohabía cambiado. Las chicas searremolinaban ante las distintaspantallas planas de televisión. Debíanestar hablando y supongo que lo hacían,pero sus voces sonaban como si loestuvieran haciendo en voz baja. Elgrupo de mis amigos estaba delante denuestra pantalla de televisión preferida:las gemelas en sus mullidos sillonesidénticos, Damien y Jack sentados en el

suelo junto al pequeño sofá de dosplazas (los dos con aspecto de estarcompartiendo muy cómodamente laintimidad), y Erik en ese mismo sofá.Pero lo que más me sorprendió de todofue que también estaba Cole, el amigode Erik que está como un cañón, que sehabía sentado en una silla en medio delas dos gemelas. Sentí que mis labios secrispaban con un tic involuntario yrepentino. O bien aquel chico era unvaliente, o bien era un imbécil. Estabantodos hablando en voz baja, y desdeluego ninguno prestaba atención a lapelícula El retorno de la momia. Asíque, excepto por dos detalles, la escena

me era completamente familiar. Elprimero, que todos estaban demasiadocallados. Y el segundo, que Stevie Raehubiera debido de estar sentada en elpequeño sofá, con las piernas subidasencima, diciéndole a todo el mundo quese callara para poder oír la televisión.

Yo tragué fuerte para tratar de evitarla emoción que me ahogaba. Tenía queseguir adelante. Todos teníamos queseguir adelante.

—Hola, chicos —dije yo,esforzándome por sonar normal.

En esa ocasión no se produjo unextraño silencio al presentarme. Enlugar de ello hubo un intercambio de

saludos multitudinario que me resultóigual de extraño.

—Hola, Z.—¡Zoey!—Eh, ¿qué hay, Z?Conseguí no suspirar ni poner los

ojos en blanco mientras me sentaba en elsofá junto a Erik. Él colocó el brazoalrededor de mis hombros y me estrechócon fuerza, lo cual me hizo sentirextrañamente mejor y a la vez másculpable. Mejor porque Erik era muycariñoso y muy sexi y yo seguíaalucinada por el hecho de gustarle tanto,y culpable porque… bueno, eso deculpable podría resumirse en una sola

palabra: Heath.—¡Bien!, ahora que ha venido Z

podemos empezar la maratón —dijoErik.

—Quieres decir la maratón demierda —lo corrigió Shaunee con ungruñido.

—Si fuera fin de semana, podríamosllamarlo el fin de semana de mierda —agregó Erin.

—Dejadme que adivine —dijeentonces yo, alzando la vista hacia Erik—. Tú has traído las películas.

—Sí, he sido yo.El resto del grupo emitió silbidos y

gruñidos de exagerada desaprobación.

—Lo cual significa que vamos a verLa guerra de las galaxias —añadí.

—Otra vez —puntualizó con unmurmullo su amigo Cole.

Shaunee arqueó una cejaperfectamente depilada en su dirección ypreguntó:

—¿Quieres decir con eso que noeres un fan de La guerra de lasgalaxias?

Él sonrió a Shaunee, e incluso yodesde mi posición pude ver un brilloseductor en su mirada.

—No he venido aquí a ver porenésima vez la versión resumida de Erikde la versión ampliada del director de

La guerra de las galaxias, aunque sísoy un fan entusiasta. Pero no de Darth ode Chewbacca.

—¿Quieres decir que te gusta más laprincesa Leia? —siguió preguntandoShaunee.

—No, yo soy algo más colorista queeso —contestó Cole, inclinándose haciaella.

—Yo tampoco estoy aquí porque seafan de La guerra de las galaxias —intervino entonces Jack, lanzándole aDamien una mirada de adoración.

Erin soltó una risita sofocada ycomentó:

—Bueno, a ti ya sabemos que la

princesa Leia no te gusta.—¡Por suerte! —exclamó Damien.—Ojalá estuviera aquí Stevie Rae

—dijo entonces Erik—. Os regañaría atodos, os diría que no estáis siendo muyamables.

Las palabras de Erik nos hicieroncallar a todos. Yo alcé la vista hacia ély vi que sus mejillas se poníancoloradas. Era como si no se hubieradado cuenta de lo que iba a decir hastadespués de soltarlo. Sonreí, apoyé lacabeza sobre su hombro y dije:

—Tienes razón, Stevie Rae estaríaregañándonos como si fuera nuestramamá.

—Y luego nos haría palomitas atodos y nos diría que lascompartiéramos como buenos hermanos—añadió Damien—. Como buenoshermanitos, como diría ella.

—Me gustaba lo paleta que eraStevie Rae con las palabras —dijoentonces Shaunee.

—Sí, siempre lo decía todo al estilookie —comentó Erin.

Todos sonreímos, y yo sentí ciertasensación de calor en el pecho. Y así escomo comenzó. Así es comorecordaríamos a partir de entonces aStevie Rae: con sonrisas y amor.

—Eh… ¿puedo sentarme con

vosotros, chicos?Alcé la vista y vi a ese chico tan

mono, Drew Partain, de pie, nervioso,cerca de nosotros, pero al margen.Estaba pálido y parecía triste, y tenía losojos rojos como si hubiera estadollorando. Me acordé de cómo habíamirado a Stevie Rae, y sentí súbitamenteun impulso de simpatía hacia él.

—¡Claro! —exclamé, tratando deanimarlo—. Tráete una silla. Hay sitioahí, al lado de Erin —añadí tras otroimpulso súbito.

Erin abrió los ojos azules un poco,pero enseguida se recobró y dijo:

—Sí, tráete una silla, Drew. Pero te

lo advierto, estamos viendo La guerrade las galaxias.

—Por mí, bien —dijo Drew,sonriendo tímidamente en dirección aErin.

—Bajito, pero mono —le oí decir aShaunee en murmullos en dirección aErin.

Estoy casi segura de que en esemomento vi que las mejillas de Erin sesonrojaban un poco.

—Eh, voy a hacer palomitas paratodos. Además, necesito mi…

—¡Tu refresco de burbujas marrón,y a lo sabemos! —gritaron Damien, lasgemelas y Erik al mismo tiempo.

Me solté del brazo de Erik y fui a lacocina, sintiéndome más ligera quenunca desde el momento de comenzar atoser Stevie Rae. Todo iría bien. LaCasa de la Noche era mi hogar. Misamigos eran mi familia. Yo mismaseguiría mi propio consejo y me tomaríalas cosas con calma, de una en una.Encontraría el modo de capear eltemporal con los problemas de losnovios. Haría todo cuanto estuviera enmi mano para evitar a Neferet (sin quese notara que la evitaba) hasta quedescubriera qué ocurría con ella y conElliot, el no muerto. (Y con él solitobastaba para producir pesadillas a

cualquiera, así que no era de extrañarque hubiera tenido ese terrible sueñoacerca de Stevie Rae y Heath).

Coloqué una bolsa de palomitas conración extra de mantequilla en cada unode los cuatro microondas y preparécuencos grandes mientras se ibanhaciendo. Quizá debiera invocar uncírculo en privado para pedirle ayuda aNyx para entender el problema delrepulsivo Elliot. Se me hizo un nudo enel estómago al darme cuenta de que nocontaría con Stevie Rae para hacerlo.¿Cómo iba a reemplazarla? Me poníaenferma, pero tenía que hacerlo. Si no enese preciso momento, para el ritual

privado, sí al menos para el siguienteRitual de la Luna Llena. Cerré los ojospara no sentir el dolor por la pérdida deStevie Rae y para no ver que el mundoseguía adelante sin ella. Rogaba ensilencio para que Nyx me mostrara quédebía hacer.

—Zoey, tienes que venir al salón.Abrí los ojos de golpe. La voz de

Erik me sobresaltó. La expresión de surostro puso en marcha toda miadrenalina.

—¿Qué ocurre?—Tú ven —insistió él, tomándome

de la mano y sacándome de la cocina—.Están las noticias.

A pesar de que el inmenso salónestaba lleno de chicos, el silencio eratotal. Todos miraban nuestra enormepantalla de televisión, en la que CheraKimiko hablaba con solemnidad, con losojos fijos en la cámara.

—… policía está lanzandoadvertencias a los ciudadanos para queno cunda el pánico, a pesar de que estees ya el tercer adolescente quedesaparece. Están investigando, y hanasegurado a la cadena Fox News quetienen varias pistas. Repetimos lainformación de este boletín especial: unadolescente de Broken Arrow,casualmente otro jugador del equipo de

fútbol del instituto, ha sido declaradodesaparecido. Su nombre es Heath Luck.

Las rodillas no pudieron seguirsosteniéndome. Me habría caídoredonda al suelo si Erik no me hubieraagarrado por la cintura y no me hubierasentado en el sofá. Sentía como si nopudiera respirar mientras escuchaba aChera, que seguía diciendo:

—Han encontrado la camioneta deHeath junto a la puerta de la Casa de laNoche, pero la alta sacerdotisa de esaescuela, Neferet, le ha asegurado a lapolicía que ni él ha entrado en lapropiedad del colegio, ni nadie de allílo ha visto. Por supuesto, se especula

mucho acerca de estas desapariciones,sobre todo después de que el informedel médico forense afirmara que lacausa de la muerte de los otros doschicos secuestrados fue una pérdida desangre debida a mordiscos ylaceraciones múltiples. Y si bien escierto que los vampiros no muerdencuando toman sangre de los humanos, laslaceraciones siguen un patrón que esperfectamente coherente con la forma dealimentación de los vampiros. Esimportante que recordemos a laciudadanía que los vampiros hanfirmado un acuerdo legal vinculante conlos humanos según el cual no se

alimentarán de su sangre contra suvoluntad. Les contaremos más cosassobre esta historia a las diez en punto, ypor supuesto interrumpiremos laprogramación si surgen nuevasnoticias…

—¡Que alguien me traiga algunacosa donde vomitar, estoy enferma! —conseguí exclamar a pesar del zumbidode mi cabeza.

Alguien me puso un enorme cuencoen las manos y yo eché dentro todas misentrañas.

26

—Toma, Zoey, bébete esto, yo te ayudo.Ciega, tomé lo que me tendía Erin y

comprobé, aliviada, que solo era aguafría. Escupí en el cuenco sucio delvómito.

—¡Puaj, llévatelo! —dije yo,reprimiendo el instinto reflejo de volvera vomitar al ver el cuenco.

Quería taparme la cara con lasmanos y romper a llorar, pero sabía quetodo el mundo en el salón me estaba

observando, así que me enderecédespacio y me aparté el pelo de la cara,por detrás de las orejas. No podíapermitirme el lujo de ponerme histérica.Mi mente procesaba ya las cosas quenecesitaba hacer: lo que tenía que hacer.Por Heath. Él era lo más importante enese momento, no yo y mi necesidad deponerme histérica.

—Tengo que ver a Neferet —dijeresuelta, poniéndome en pie.

Me sorprendió lo fuertes que sehabían vuelto de pronto mis rodillas.

—Voy contigo —dijo Erik.—Gracias, pero primero tengo que

lavarme los dientes y ponerme unos

zapatos —contesté yo, sonriendo endirección a Erik (me había puesto soloun par de calcetines gordos para bajar aver la televisión)—. Subiré corriendo ybajaré en un momento —dije. Luego, alver que las gemelas se preparaban paraacompañarme, añadí—: Estoy bien, soloserá un segundo.

Entonces me giré y comencé a subirlas escaleras.

Pero no me detuve en mi habitación,sino que seguí por el pasillo, giré a laderecha y me paré delante de la puertadel dormitorio número 124. Alcé elpuño para llamar, pero antes de que lohiciera la puerta se abrió.

—Pensé que serías tú —dijoAphrodite, lanzándome una mirada fría,pero echándose a un lado para quepasara—. Vamos, entra.

Yo entré y me sorprendió ver que eldormitorio estaba decorado con unbonito color pastel. Supongo queesperaba que fuera oscuro y tenebroso,como la tela de araña de una viudanegra.

—¿Tienes algún enjuague bucal?Acabo de vomitar, lo he echado todo.

Ella señaló con la barbilla elarmario de las medicinas encima dellavabo y contestó:

—Ahí. El vaso está limpio.

Me lavé la boca y aprovechéaquellos instantes para tratar de aclararmi mente. Cuando terminé me giré haciaella. Decidí no perder el tiempo contonterías e ir directa al grano.

—¿Cómo sabes si una visión es realo es solo un sueño?

Aphrodite se sentó en una de lascamas y se echó atrás la larga, rubia yperfecta melena antes de decir:

—Lo sientes en tu interior. Lasvisiones jamás son fáciles ni cómodas nivienen envueltas en papel de floresrosas como en las películas. Al revés,apestan. Al menos las reales.Básicamente, si te hacen sentirte fatal,

entonces es que son reales y no son unsueño —explicó, mirándome muyatentamente con sus ojos azules ypreguntando—: Entonces, ¿has estadoteniendo visiones?

—Anoche creí tener un sueño. Unapesadilla, de hecho. Hoy creo que fueuna visión.

—Bueno, pero fue algo malo —dijoAphrodite, alzando muy levemente loslabios hacia arriba.

Entonces yo cambié de tema ypregunté:

—¿Qué pasa con Neferet?Aphrodite se quedó mirando con una

expresión vaga, y por fin preguntó a su

vez:—¿A qué te refieres?—Creo que tú sabes perfectamente a

qué me refiero. Algo va mal, y quierosaber qué.

—Tú eres su iniciada. Su favorita.Su nueva chica de oro. ¿De verdad creesque voy a contarte a ti toda la mierda?Puede que sea rubia, pero desde luegono soy tonta.

—Si eso es realmente lo quepiensas, ¿por qué me advertiste sobre lamedicina que me dio?

Aphrodite apartó la mirada y luegorespondió:

—Mi primera compañera de

dormitorio murió seis meses después dellegar aquí. Yo entonces tomé lamedicina y me… me afectó. Durantemucho tiempo.

—¿Qué quieres decir?, ¿cómo teafectó?

—Me hizo sentirme extraña, todo medaba igual. Y dejé de tener visiones. Nopara siempre, pero sí durante un par desemanas. Y luego me costaba recordarincluso qué aspecto tenía mi amiga —explicó Aphrodite, haciendo una pausa—. Se llamaba Venus. Venus Davis —dijo Aphrodite, mirándome de nuevo alos ojos. Los de ella parecían tristes—.Fue por ella por lo que yo elegí el

nombre de Aphrodite. Éramos muybuenas amigas, y a las dos nos parecíannombres muy enrollados. Yo queríarecordar a Venus, y supongo que túquerrás recordar a Stevie Rae.

—Sí, quiero recordarla y larecordaré. Gracias.

—Deberías marcharte. No creo quesea bueno para ninguna de las dos sialguien nos ve aquí, hablando —advirtióAphrodite.

Entonces yo me di cuenta de queprobablemente tenía razón y meencaminé hacia la puerta, pero la voz deella me detuvo.

—Neferet te hace creer que es

buena, pero no lo es. No todo lo que esluz es bueno, y no todo lo que esoscuridad es siempre malo.

La oscuridad no siempre es lomismo que el mal, igual que la luz nosiempre trae el bien. Esas eran laspalabras que me había dicho Nyx el díaen que fui marcada, y se reflejabanperfectamente en la advertencia deAphrodite.

—En otras palabras, ten cuidado conNeferet y no confíes en ella —dije yo.

—Sí, pero yo jamás he dicho eso.—¿Decir qué? Ni siquiera estamos

teniendo esta conversación —contestéyo, saliendo y cerrando la puerta para

apresurarme a ir a mi habitación.Me lavé la cara y los dientes, me

puse unos zapatos y después volví alsalón.

—¿Lista? —preguntó Erik.—Nosotros también vamos —

declaró Damien, haciendo un gesto en elque incluía a las gemelas, Jack y Drew.

Yo abrí la boca para decirles queno, pero no pude conseguir que mesaliera esa palabra. Lo cierto era que mealegraba de que estuvieran conmigo, deque sintieran la necesidad de unir susfuerzas a las mías y de protegerme.Durante mucho tiempo me habíapreocupado el hecho de que mis poderes

especiales y mi extraña marca, fruto dela elección de la Diosa, hicieran de míuna completa friki, incapaz de encajaren ningún sitio y sin amigos. Pero laverdad es que estaba ocurriendoexactamente lo contrario.

—Bien, pues vamos.Nos dirigimos hacia la puerta. Yo no

estaba del todo segura de qué iba adecirle a Neferet. Lo único que sabíaera que no podía seguir con la bocacerrada, que tenía el extrañopresentimiento de que mi mal «sueño»había sido en realidad una visión, y quelos «espíritus» eran algo más quesimples fantasmas. Y, sobre todo, temía

que esos espíritus se hubieranapoderado de Heath. En qué convertíaeso a Stevie Rae era algo que me helabael corazón, pero no por eso dejaba deser cierto que Heath había desaparecidoy que yo creía saber quién lo habíasecuestrado (si es que se trataba depersonas).

Ni siquiera habíamos llegado a lapuerta cuando esta se abrió y Neferetentró en medio de una ráfaga de aire conolor a nieve. La seguían el detectiveMarx y el detective Martin. Llevabananoraks azules abrochados hasta elcuello y las gorras cubiertas de nieve, ytenían las narices coloradas. Neferet,

como siempre, iba perfectamentearreglada y lucía su aspecto de absolutoaplomo y control de la situación.

—Ah, Zoey, bien. Ahora no tendréque buscarte. Estos dos detectives tienenmuy malas noticias, y quieren hablarcontigo un momento.

Yo no me molesté en mirar ni unasola vez a Neferet, pero sentí que ella seponía tensa al ver que les respondíadirectamente a los agentes.

—Ya he oído en las noticias queHeath ha desaparecido. Si puedo ayudaren algo, cuenten conmigo.

—¿Podríamos volver a usar labiblioteca? —preguntó el detective

Marx.—Por supuesto respondió Neferet.Yo eché a caminar detrás de Neferet

y de los dos detectives, pero me detuveun momento para volver la vista atrás endirección a Erik.

—Estaremos aquí —aseguró él.—Todos —añadió Damien.Yo asentí. Eso me hizo sentirme

mejor, así que me dirigí a la biblioteca.Apenas entré el detective Martincomenzó a interrogarme.

—Zoey, ¿puedes explicarnos dóndehas estado entre las seis y media y lasocho y media de esta mañana?

Yo asentí y respondí:

—Arriba, en mi habitación. A esahora más o menos estaba hablando porteléfono con mi abuela, y luego Heath yyo estuvimos mandándonos mensajes detexto el uno al otro un buen rato —expliqué, metiéndome la mano en elbolsillo de los vaqueros para sacar elmóvil—. Ni siquiera he borrado losmensajes, pueden verlos todos siquieren.

—No tienes que darles tu teléfono,Zoey —dijo Neferet.

Yo me esforcé por sonreír en sudirección y contesté:

—No importa, no pasa nada.El detective Martin cogió mi

teléfono y comenzó a revisar losmensajes de texto almacenados, tomandonota de ellos en un pequeño bloc denotas.

—¿Has visto a Heath esta mañana?—preguntó mientras tanto el detectiveMarx.

—No. Me preguntó si podía venir averme, pero le dije que no.

—Aquí pone que planeabas verlo elviernes —dijo el detective Martin.

Sentí la dura mirada de Neferetsobre mí. Respiré hondo. La únicamanera de salir de la situación era decirtoda la verdad en la medida de loposible.

—Sí, iba a salir con él el viernesdespués del partido.

—Zoey, tú sabes que vacompletamente en contra de las reglasde esta escuela seguir viendo a humanosde tu antigua vida.

Por primera vez noté el disgusto conel que Neferet pronunciaba la palabra«humanos».

—Lo sé, lo siento —dije yo. Unavez más volví a decir la verdad, soloque omitiendo el pequeño detalle de lasucción de sangre. Omitiendo el tema dela conexión, y omitiendo el detalle deque ya no confiaba más en ella: undetalle por aquí, otro por allá—. Es solo

que Heath y yo hemos vivido juntosmuchas cosas, y me resulta realmentedifícil dejar de hablar con él porcompleto, a pesar de saber que tengoque hacerlo. Pensé que quizá fuera másfácil si nos veíamos y, de una vez portodas, le explicaba por qué no podemosseguir viéndonos. Te lo habría dicho,pero quería arreglar este asunto yo sola.

—Entonces, ¿no has vuelto a verloesta mañana? —volvió a preguntar eldetective Martin.

—No. Al terminar de mandarnos losmensajes me fui a la cama.

—¿Puede alguien respaldar tuhistoria de que a esas horas estabas en tu

habitación, durmiendo?—Señores —contestó Neferet con

voz de hielo—, acabo de explicarlesque Zoey ha sufrido una terrible pérdidajustamente ayer. Su compañera dehabitación ha muerto, así que nadiepuede respaldar su historia de que…

—Ah, disculpa, Neferet, pero enrealidad anoche no dormí sola. Misamigas Shaunee y Erin no querían queestuviera sola, así que vinieron a mihabitación y durmieron conmigo.

No mencioné a Damien. No teníasentido causarle problemas al pobrechico.

—¡Ah, qué amables por su parte! —

exclamó Neferet, bajando la voz ycambiando el tono de vampira tenebrosaa amante madre.

Yo traté de no pensar en que a mí nome engañaba.

—¿Tienen ustedes alguna idea dedónde está Heath? —le pregunté aldetective Marx (que seguía siendo elque mejor me caía de los dos).

—No. Encontraron su camioneta nolejos del muro de esta escuela, pero hacaído tanta nieve y tan deprisa, quecualquier huella que hubiera podidodejar ha quedado por completo cubierta.

—Bien, porque, en mi opinión, seríamejor que en lugar de perder el tiempo

interrogando a mi iniciada investigaranustedes en el arroyo —dijo Neferet conun tono tan brusco, que sentí deseos degritar.

—¿Cómo dice, señora? —preguntóMarx.

—Para mí está claro lo que ocurrió.El chico quería ver a Zoey. Otra vez.Hace solo un mes que él y su amiguitaescalaron el muro de la escuela,diciendo que venían a ayudarla aescapar —explicó Neferet, haciendo ungesto despectivo con la mano—.Entonces estaba borracho y colocado, yprobablemente esta mañana también loestuviera. Y por eso mismo tanta nieve

ha sido excesiva para él. Probablementese habrá caído en algún arroyo. ¿No esen el arroyo donde suelen acabar losborrachos?

—Señora: era un adolescente, no unborracho. Y sus padres y sus amigosdicen que no había bebido ni una gota enun mes.

Por la suave risotada que soltóNeferet resultó obvio que no les creía.Para mi sorpresa, Marx no le hizo nicaso. En lugar de ello me miró conatención y preguntó:

—¿Tú qué crees, Zoey? Salisteisjuntos durante un par de años, ¿no? ¿Sete ocurre algún sitio al que haya podido

ir?—No por estos alrededores. Si

hubieran encontrado su camioneta apoca distancia de la calle Oak GroveRoad, en Broken Arrow, podría decirlesdónde celebraron el botellón —dije yo.No pretendía gastar una broma, y menosaún después de los maliciososcomentarios de Neferet acerca de Heath,pero el detective parecía haceresfuerzos por no sonreír, lo cual meresultó de repente muy simpático. Aquelpolicía casi incluso parecía una personaaccesible, así que antes de que pudieradarme cuenta de lo que hacía y cambiarde opinión, solté—: Pero esta mañana

he tenido un extraño sueño que puedeque no sea de hecho un sueño, sino unavisión acerca de Heath.

En medio del atónito silencio que seprodujo, la voz de Neferet sonó áspera ydesagradable.

—Zoey, tú jamás has manifestadoantes tener afinidad por la profecía o lasvisiones.

—Lo sé —contesté yo con una vozdeliberadamente insegura e incluso unpoco asustada (aunque lo de asustada noera fingido precisamente)—, ¡pero estan extraño que haya soñado que Heathestaba junto al muro, en la parte este, yque lo secuestraban!

—¿Quién lo secuestraba, Zoey? —preguntó con ansiedad el detective Marxque, evidentemente, me tomaba en serio.

—No lo sé —contesté yo. Y eso, sinduda, no era una mentira—. Sé que noeran ni vampiros ni iniciados. En misueño eran cuatro figuras con capa quese lo llevaban arrastras.

—¿Viste adónde se lo llevaban?—No, me desperté gritando de

miedo —contesté yo, que no tuve quefingir las lágrimas que inundaron misojos—. Quizá debieran buscar bien porlos alrededores de la escuela. Hay algoahí fuera, algo que se lleva a los chicos,pero no somos nosotros.

—Por supuesto que no somosnosotros —convino Neferet, acudiendoen mi ayuda y poniendo un brazo sobremi hombro como si fuera mi madre—.Caballeros, creo que Zoey ha tenido yamás que suficiente por hoy. ¿Quierenque les presente a Shaunee y a Erin que,estoy segura, corroborarán su coartada?

«Coartada». Aquella palabra habíasonado horrible.

—Si recuerdas algo más o tienesalgún otro extraño sueño, por favor, nodudes en ponerte en contacto conmigosea de día o de noche —dijo eldetective Marx.

Aquella era la segunda vez que me

daba su tarjeta de visita: el detective erauna persona realmente insistente. Yo laacepté y le di las gracias. Luego,mientras Neferet los guiaba a la salida,el detective Marx vaciló un segundo yvolvió de nuevo hacia mí.

—Mi hermana gemela fue marcada ycambió hace quince años —dijo eldetective en voz baja—. Ella y yoseguimos muy unidos, a pesar de que sesupone que ella debería haber olvidadoa su familia humana. Por eso, cuando tedigo que me llames sea la hora que seapara contarme lo que sea, puedescreerme. Y puedes confiar en mí.

—Detective Marx —lo llamó

Neferet, de pie en el umbral de lapuerta.

—Solo quería volver a darle lasgracias a Zoey y decirle que sientomucho lo de su compañera de habitación—dijo él con naturalidad mientras salíaa pasos agigantados de la biblioteca.

Yo me quedé donde estaba, tratandode calmarme y recapacitar. ¿La hermanade Marx era una vampira? Bueno, enrealidad tampoco era tan extraño. Loque sí era extraño era que él siguieraqueriéndola. Quizá pudiera confiar enél.

La puerta se cerró y yo mesobresalté. Neferet estaba de pie, frente

a mí, observándome con atención. No sehabía marchado.

—¿Has establecido una conexióncon Heath?

Por un instante yo sentí pánico, unpánico blanco y frío. Ella iba a leermela mente. Había estado engañándome amí misma. De ninguna manera era yorival para aquella alta sacerdotisa.Entonces sentí el roce de una brisasuave e imposible… el calor de unfuego invisible… la frescura de la lluviade primavera… la dulce fragancia verdedel fértil prado… y el poderoso influjode una fuerza elemental, fluyendo por miespíritu. Con renovada confianza alcé la

vista hacia Neferet.—¡Pero si tú me dijiste que no! ¡Tú

me dijiste hace tiempo que lo que habíaocurrido entre él y yo en el muro no erasuficiente para establecer una conexión!—exclamé yo, poniendo buen cuidadode que mi voz sonara confusa y molesta.

Los hombros de Neferet se relajaroncasi imperceptiblemente.

—No, no creo que establecieras unaconexión con él en ese momento. Asíque, ¿dices que no has vuelto a estar conél desde entonces? ¿No has vuelto abeber sangre de él otra vez?

—¿Cómo que otra vez? —preguntéyo a la vez, mostrándome tan perpleja

como me sentía siempre ante lainquietante y no obstante seductora ideade beber la sangre de Heath—. ¡Pero sien realidad no llegué a beber su sangre!,¡tú me lo dijiste! ¿No es así?

—No, no, por supuesto que no —measeguró Neferet—. Lo que hicisteapenas tuvo importancia, fue algorealmente insignificante. Es solo que tusueño me ha hecho preguntarme si hasvuelto a estar con tu novio otra vez.

—Ex novio —la corregímecánicamente—. No, pero él ha estadomandándome mensajes y llamándomemucho últimamente, así que pensé que lomejor era quedar con él para tratar de

hacerle comprender de una vez portodas que ya no podemos seguirviéndonos. Lo siento. Debería habértelodicho, pero la verdad es que queríaresolverlo por mí misma. Quiero decirque como fui yo la que se metió en ellío, quería ser yo solita la que saliera deél.

—Bien, tu sentido de laresponsabilidad me parece muymeritorio, pero no creo que haya sidointeligente por tu parte hacerles creer alos detectives que tu sueño puede habersido una visión.

—Es que me pareció tan real —dijeyo.

—Seguro que sí, Zoey, ¿te tomaste lamedicina que te di anoche?

—¿Te refieres a esa que parecíaleche? Sí, me la dio Shaunee.

Era cierto: me la había dadoShaunee. Solo que yo la había tirado porel desagüe.

Neferet pareció relajarse aún más.—Bien. Si sigues teniendo malos

sueños, ven a verme y te daré unamezcla más fuerte. Pensé que con lo quete di te aliviaría las pesadillas, pero esevidente que he subestimado la dosisque necesitas.

No era la dosis lo único que Neferethabía subestimado.

Yo sonreí.—Gracias, Neferet. Te lo agradezco

de verdad.—Bien, y ahora vuelve con tus

amigos. Son muy protectores contigo, asíque a estas alturas estarán yapreocupados.

Yo asentí y salí con ella endirección al salón, poniendo buencuidado de no demostrar mi desagradocuando ella me abrazó delante de todo elmundo y se despidió de mí con todo elcariño de una madre. En realidad eraidéntica a una madre: a la mía, a LindaHeffer, la mujer que me habíatraicionado por un hombre y que se

preocupaba más por sí misma y por suaspecto que de mí. Las similitudes entreNeferet y Linda eran cada día másevidentes.

27

Al marcharse Neferet y los dosdetectives nuestro pequeño grupo volvióa ocupar su lugar en el salón. Todovolvió a la normalidad, y nadie dijogran cosa. Yo noté que nadie cambiabael canal de televisión. El DVD de Laguerra de las galaxias había caído en elolvido al menos por esa noche.

—¿Estás bien? —preguntó al finErik en voz baja, poniendo de nuevo unbrazo sobre mis hombros mientras yo me

acurrucaba a su lado.—Sí, más o menos.—¿Tenían los policías alguna

noticia de Heath? —preguntó Damien.—Nada, aparte de lo que ya hemos

oído por la tele —dije yo—. O si lastenían, no me han contado nada.

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó Shaunee.

Yo sacudí la cabeza y contesté:—Nada, solo ver la televisión local

y esperar a ver si dicen algo nuevo enlas noticias de las diez.

Todos musitaron un «vale», y todosse dispusieron a ver la maratonianareposición de Will y Grace mientras

esperábamos a que emitieran de nuevolas noticias. Yo me quedé mirando lapantalla y pensando en Heath. ¿Tenía unmal presentimiento con respecto a él?Sin duda, pero ¿era la misma clase demal presentimiento que había tenido conChris Ford y Brad Higeons? No, másbien no, aunque no sabía cómoexplicarlo. Mis tripas me decían queHeath estaba en peligro, pero no medecían que estuviera muerto. Aún.

Cuanto más pensaba en Heath, másinquieta me sentía. Para cuandoemitieron por fin las últimas noticias,apenas era capaz de quedarme sentadaescuchando las historias de lo ocurrido

en Tulsa y sus alrededores a propósitode la inesperada ventisca de nieve quelo había cubierto todo. No paraba quietamientras veíamos las estampasmisteriosamente vacías del centro de laciudad y de la autopista, que parecíanfotos del día después de una guerranuclear o del choque de un meteorito.

No había noticias nuevas sobreHeath, excepto el comunicado de que lascondiciones climáticas estabanobstaculizando seriamente los esfuerzosde búsqueda.

—Tengo que marcharme —dije yo,poniéndome en pie.

Pero esas palabras habían salido de

mi boca antes de que mi mente pudierarecordarme que no tenía ni idea ni deadónde ir, ni de cómo llegar.

—¿Adónde, Z? —preguntó Erik.Mi mente agitada revoloteó, y por

fin fue a aterrizar sobre un puntoconcreto: un pequeño remanso desatisfacción en medio de un mundo deestrés, confusión y locura.

—Me voy a los establos —contestéyo. Erik me miró con una expresión tanatónita como todos los demás—.Lenobia me dijo que podía cepillar aPerséfone siempre que quisiera —expliqué, encogiéndome de hombros—.Siempre me calma cepillarla, y ahora

necesito calmarme.—Bien, vale. Me gustan los

caballos. Vamos, pondremos guapa aPerséfone —dijo Erik.

—Necesito estar sola —añadí yo.Esas palabras sonaron mucho más durasde lo que yo había pretendido, así quevolví a sentarme a su lado y deslicé lamano entre las suyas—. Lo siento. Essolo que necesito pensar, y eso es algoque tengo que hacer sola.

Los ojos azules de Erik se quedarontristes, pero a pesar de todo trató desonreír.

—¿Y qué te parecería si teacompañara al establo y luego volviera

aquí a vigilar por si hay noticiasmientras tú te quedas pensando?

—Eso me encantaría.Detestaba los rostros de

preocupación de mis amigos, pero nopodía hacer gran cosa por cambiarlos.Erik y yo ni siquiera nos molestamos enponernos los abrigos. El establo noestaba lejos; apenas habría oportunidadpara quedarnos helados.

—Toda esta nieve es impresionante—comentó Erik tras un rato caminando.

Alguien había intentado trazar unsendero a lo largo de la acera, porque lanieve era menos abundante allí que enlos alrededores. Sin embargo seguía

nevando tan copiosamente, que elsendero apenas era reconocible y lanieve nos llegaba ya hasta la mitad de lapantorrilla.

—Recuerdo que una vez nevó asícuando tenía seis o siete años. Fuedurante las vacaciones de Navidad, asíque fue un rollo porque no perdimoscolegio —conté yo.

Erik soltó un vago gruñidotípicamente masculino, y luego seguimoscaminando en silencio. Por lo general,los silencios entre ambos no resultabanincómodos, pero en esa ocasión sí quefue extraño. Yo no sabía qué decir paraaligerar la situación.

Entonces Erik se aclaró la garganta ypreguntó:

—Aún te importa, ¿verdad? Quierodecir que no se trata simplemente de unex novio.

—Sí —contesté yo.Erik merecía conocer la verdad, y yo

estaba harta de las mentiras.Llegamos a la puerta del establo y

nos detuvimos bajo el halo de luz de lalámpara de gas. El recoveco de laentrada nos protegía de la ventisca denieve, así que parecía como siestuviéramos de pie, en una burbuja,dentro de un globo de nieve.

—¿Y yo qué? —preguntó Erik.

Yo alcé la vista hacia él y contesté:—A ti también te quiero, Erik. Ojalá

pudiera solucionar esto, ojalá pudieraevitar toda esta mierda, pero no puedo.Y no voy a mentirte sobre Heath. Creoque establecí una conexión con él.

Vi la expresión de sorpresa en losojos de Erik.

—¿Solo por esa única vez en elmuro? Z, yo estaba allí y apenasprobaste su sangre. El simplemente noquería perderte, por eso es por lo queestaba obsesionado. Y lo comprendo —añadió Erik con una sonrisa irónica.

—Volví a verlo.—¿Cuándo?

—Hace un par de días. No podíadormir, así que me fui al Starbucks de laplaza de Utica yo sola. Él estaba allí,pegando pósters con la foto de Brad porla calle. Mi intención no era verlo, y sihubiera sabido que estaba allí no habríaido, Erik. Eso te lo prometo.

—Pero lo viste.Yo asentí.—¿Y bebiste de su sangre?—Fue… simplemente ocurrió. Yo

traté de evitarlo, pero él se cortó. Apropósito. Y yo no pude contenerme.

Mantuve la vista fija sobre Erik,pidiéndole con los ojos su comprensión.Por fin me enfrentaba de hecho a la

posibilidad, muy real, de que Erik y yorompiéramos nuestra relación, yentonces me di cuenta de hasta qué puntolo quería. Aunque eso, por otro lado, nome ayudó a reducir el estrés o mi nivelde confusión, porque a pesar de todotambién seguía queriendo a Heath.

—Lo siento, Erik. Yo no quería queocurriera, pero ocurrió. Y por eso ahorahay algo entre Heath y yo, y no estoysegura de qué hacer al respecto.

Erik suspiró profundamente y meapartó un poco de nieve del pelo.

—Vale, bien, pero también hay algoentre tú y yo. Y algún día, si logramossuperar este maldito cambio, tú y yo

seremos iguales. Yo no me convertiré enun hombre lleno de arrugas ni morirédécadas antes que tú. Estar conmigo noserá algo sobre lo que los demásvampiros murmuren, ni será razón paraque los humanos te odien. Será algonormal, correcto.

De pronto su mano estaba en mi nucay tiraba de mí hacia él. Erik me besóapasionadamente. Su contacto era cálidoy dulce. Alcé los brazos para rodearlopor los hombros y le devolví el beso. Alprincipio solo quería apartar de él eldolor que yo misma le había causado,pero luego nuestro beso se hizo cada vezmás profundo y ambos presionamos el

cuerpo el uno contra el otro. Yo norebosaba ciega ansiedad por beber susangre como me había ocurrido conHeath, pero me gustaba la forma en queme hacían sentir los besos de Erik, comosi estuviera medio mareada y muycaliente. ¡Dios!, en el fondo lo queocurría era que él me gustaba. Mucho. Yademás, él tenía razón. Él y yoestaríamos juntos sin problemas. PeroHeath y yo no.

Cuando terminamos de besarnos, losdos respirábamos agitadamente. Yotomé a Erik de la barbilla y repetí:

—Lo siento de verdad.Erik giró la cabeza y me besó la

palma de la mano, diciendo:—Saldremos de esta.—Eso espero —susurré yo más para

mí misma que para él. Entonces meaparté de él y puse la mano sobre elpicaporte de la puerta—. Gracias poracompañarme hasta aquí. No sé cuándovolveré, pero no deberías esperarme.

—Z, si de verdad estableciste unaconexión con Heath, puedes encontrarlo—dijo Erik.

Yo estaba ya a punto de abrir lapuerta, pero ese comentario me detuvo.Hice una pausa y me giré hacia él. Erikparecía tenso y triste, pero no vaciló a lahora de explicarse:

—Mientras cepillas a la yegua,piensa en Heath. Llámalo. Si él puede,vendrá adonde tú estés. Si no puedepero vuestra conexión es losuficientemente fuerte, es posible quepuedas hacerte una idea de dónde está.

—Gracias, Erik.Él sonrió, pero seguía sin parecer

feliz.—Nos vemos luego, Z.Erik se marchó y la nieve se lo

tragó.La cálida paja olía a limpio y a

caballo seco, en contraste con elexagerado frío que hacía fuera. Elestablo apenas estaba iluminado más

que por un par de lámparas de gas. Loscaballos dormían y hacían ruidos comode masticar. Algunos respiraban por lanariz, lo cual sonaba casi a ronquido.Yo busqué a Lenobia mientras meretiraba la nieve de la camisa y del pelo,y me dirigía al almacén de los cepillos yguarniciones, pero era evidente queestaba sola a excepción de los caballos.

Bien, porque necesitaba pensar y notener que explicarle a nadie qué hacíaallí en medio de una tormenta de nieveen mitad de la noche.

Vale, le había contado a Erik laverdad sobre Heath y él no había rotoconmigo. Por supuesto, dependiendo de

lo que ocurriera con Heath más adelanteél todavía podía darme la patada.¿Cómo hacían todas esas guarras parasalir con una docena o así de chicos almismo tiempo? Salir con dos era yaagotador. El recuerdo de la sonrisa sexiy de la increíble voz de Loren se deslizóen mi mente, ya saturada deculpabilidad. Me mordí el labio y recogíun cepillo y un peine para las crines. Dehecho, en cierto sentido había estadoviendo a tres chicos, lo cual era unacompleta locura. Así que tomé ladecisión en ese mismo instante de que yatenía suficientes problemas: nonecesitaba añadir el del extraño ligoteo

entre Loren y yo que quizá estuvierateniendo lugar o quizá no. Solo depensar que Erik descubría que le habíaenseñado todo ese pedazo de piel aLoren… me echaba a temblar. Y sentíaganas de darme la patada yo misma.Desde ese momento en adelante evitaríaa Loren, y si a pesar de todo meencontraba con él lo trataría como acualquier otro profesor, lo cualsignificaba que no ligaría con él. Elproblema seguía siendo qué hacer conErik y Heath.

Abrí la puerta de la casilla dePerséfone y comencé a decirle lo guapay dulce chica que era mientras la yegua

me bufaba, medio dormida, mediosorprendida, y me rozaba la cara con elhocico tras besarla yo suavemente en lanariz. Ella suspiró y se apoyó sobre trespatas mientras yo comenzaba acepillarla.

Vale, no había modo de saber cómoiba a salir a la vez con Erik y con Heathmientras Heath no estuviera a salvo. (Yme negaba a considerar la posibilidadde que quizá él ya no estuviera a salvonunca más o que jamás fueran aencontrarlo vivo). Comencé a acallar lacharlatanería y la confusión de mi mente.En realidad no me habría hecho falta queErik me dijera que podía encontrar a

Heath. Esa era una de las muchasposibilidades que habían estadoinquietándome durante toda la noche. Latriste realidad era que era una cobarde ytenía miedo: miedo de lo que pudieradescubrir o de lo que pudiera nodescubrir, y miedo de no ser losuficientemente fuerte como paraenfrentarme a cualquiera de esasposibilidades. La muerte de Stevie Raeme había destrozado, y no estaba segurade estar en condiciones de salvar anadie.

Pero la verdad es que no teníaalternativa.

Así que, pensando en Heath,

comencé a recordar lo mono que eracuando estábamos en primaria. Poraquel entonces su pelo era mucho másrubio, y tenía millones de rizos que lecaían por la frente. Solían quedárseletiesos por toda la cabeza como si fueranplumas de pato. En tercero fue cuandome dijo por primera vez que me quería yque algún día se casaría conmigo. Yoentonces estaba en segundo, así que nome lo tomé muy en serio. Quiero decirque aunque yo era casi dos años másjoven que él, le sacaba casi treintacentímetros. Él era mono pero no eramás que un niño que no había dado elestirón, y eso significaba que no era más

que un engorro.Vale, puede que aún fuera un

engorro, pero había crecido y habíaensanchado. En algún momento entre eltercero y el undécimo curso yo comencéa tomarme en serio a Heath. Recuerdoperfectamente la primera vez que mebesó de verdad, recuerdo la sensaciónde revoloteo, la excitación que me hizosentir. Recuerdo lo dulce que era ycómo era capaz de hacerme sentirmebella incluso aunque tuviera un terribleconstipado y la nariz toda colorada. Ysiempre se había portado conmigo comoun caballero a la vieja usanza. Heathhabía estado abriéndome puertas y

llevándome libros desde que él teníanueve años.

Entonces pensé en la última vez quelo había visto. Estaba tan convencido deque estábamos hechos el uno para elotro y confiaba tanto en mí, que élmismo se había cortado y me habíaofrecido su sangre. Cerré los ojos y meincliné sobre el suave flanco dePerséfone, pensando en Heath y dejandoque los recuerdos pasaran por delantede mis párpados cerrados como si setratara de una película. Entonces lasimágenes de nuestro pasado cesaron, ytuve una vaga sensación de oscuridad,humedad y frío, y un miedo que me

agarrotaba las entrañas. Jadeé tratandode respirar, pero mantuve los ojosfuertemente cerrados. Queríaconcentrarme en él igual que la otraúnica vez en la que de algún modo habíaconseguido verlo en su dormitorio, perola conexión entre nosotros en esemomento era diferente. Era menos clara,estaba más llena de emociones negativasque de deseo juguetón. Me concentrécon más fuerza e hice lo que Erik mehabía dicho. Llamé a Heath.

En voz alta y con toda la fuerza demi interior, grité:

—¡Heath, ven a mí! Te estoyllamando, Heath. Quiero que vengas a

mí ahora. Estés donde estés, ¡sal de ahíy ven a mí!

Nada. No hubo respuesta. Ningúntipo de contestación. Ningúnpresentimiento excepto la humedad y elfrío miedo. Lo llamé otra vez.

—¡Heath, ven a mí!En esa ocasión sentí frustración

seguida de desesperación. Pero noconseguí una imagen de él. Sabía que élno podía venir a mí, pero no lograbaadivinar dónde estaba.

¿Por qué había logrado verlo conmucha más facilidad en la ocasiónanterior?, ¿cómo lo había hecho?Entonces había estado pensando en

Heath exactamente igual que en esemomento. Había estado pensando en…

¿En qué había estado pensando? Depronto me puse toda colorada al darmecuenta de qué era lo que me habíaarrastrado hacia él entonces. Yo nohabía estado pensando en lo mono queera de pequeño o en lo bien que mehacía sentirme. Había estado pensandoen beber su sangre, en alimentarme deél, y en el deseo de sangre que eso meprovocaba.

Bien, entonces…Respiré hondo y pensé en la sangre

de Heath. Sabía a deseo líquido, a deseosexi, profundo y eléctrico. Ponía tenso

todo mi cuerpo y me hacía sentirme vivaen partes que antes solo habíancomenzado a despertar. Y esas partesestaban sedientas. Quería beber la dulcesangre de Heath mientras él satisfacía mideseo por sus caricias, por su cuerpo,por su sabor…

La imagen inconexa de oscuridadque había visto se aclaró tanbruscamente que fue un todo un golpe.Todo seguía oscuro, pero eso no eraproblema con mi visión nocturna. Alprincipio no comprendí lo que estabaviendo. La estancia era extraña. Era másuna especie de alcoba pequeña en unacueva o en un túnel que una verdadera

habitación. Las paredes eran redondas yestaban húmedas. Había algo de luz,pero era solo la que provenía de unsombrío y ahumado candil que colgabade un gancho oxidado. El resto estaba enla más completa oscuridad. Lo que alprincipio creí que era un montón de ropasucia, de pronto se movió y gimió. Y enesa ocasión ya no fue solo como si vieraa través de la hebra de un ovillo que sehubiera desgajado de mi mente: fue dehecho como si yo entera estuvieraflotando. Cuando reconocí el bulto deropa y el gemido, mi cuerpo planeóhacia él.

Él estaba acurrucado sobre un

colchón sucio. Tenía las manos y lostobillos atados juntos y sangraba porvarios cortes del cuello y de los brazos.

—¡Heath!Mi voz no era audible, pero él alzó

bruscamente la cabeza como si lehubiera pegado un grito.

—¿Zoey?, ¿eres tú?Entonces abrió inmensamente los

ojos y se sentó erguido, mirando a sualrededor como un loco.

—¡Sal de aquí, Zoey! ¡Están locos!¡Te matarán como hicieron con Chris ycon Brad!

Heath comenzó a luchar, tratandodesesperadamente de romper la cinta

adhesiva que lo ataba a pesar de que loúnico que conseguía era que lesangraran más las muñecas en carneviva.

—¡Para, Heath! Tranquilo, yo estoybien. No estoy aquí. No realmente.

Heath dejó de luchar por soltarse ymiró entrecerrando los ojos a sualrededor como si tratara de verme.

—Pero te oigo.—Dentro de tu cabeza: es ahí donde

me oyes, Heath. Es porque hemosconectado, y ahora estamos unidos.

Sorprendentemente, Heath sonrió.—¡Cómo mola, Zo!Puse los ojos en blanco. En sentido

figurado.—Vale, Heath, concéntrate. ¿Dónde

estás?—No vas a creerlo, Zo, pero estoy

debajo de Tulsa.—¿Qué quieres decir, Heath?—¿Te acuerdas de las clases de

historia de Shaddox? Nos habló de lostúneles que se habían excavado pordebajo de la ciudad en los años veintepor la historia esa del alcohol.

—La prohibición —dije yo.—Sí, eso. Pues estoy en uno de esos

túneles.Por un momento no supe qué decir.

Recordaba vagamente haber oído hablar

de los túneles en la clase de historia,pero estaba atónita ante el hecho de queHeath, que jamás había sido exactamenteun estudiante excelente, pudierarecordarlo.

Pero igual si se hubiera percatado demi vacilación, Heath sonrió y añadió:

—Se trataba del contrabando dealcohol, me pareció un tema muy molón.

Totalmente asombrada, yo contesté:—Bueno, dime cómo llegar allí,

Heath.Él sacudió la cabeza y esbozó una

expresión de cabezonería que meresultaba muy familiar.

—Imposible, te matarían. Ve y

cuéntaselo a los polis y oblígales a quemanden a un equipo de los SWAT o algoasí.

Eso era exactamente lo que queríahacer. Quería sacarme la tarjeta deldetective Marx del bolsillo, llamarlo yconseguir que él solucionara aquelenrevesado día.

Pero por desgracia, no podía.—¿A quiénes te refieres con eso de

«ellos»? —pregunté yo.—¿Cómo?—La gente que te ha secuestrado,

¿quiénes son?—No son gente, y no son vampiros a

pesar de que beben sangre, pero no son

como tú, Zo. Son… —Heath hizo unapausa. Estaba temblando—. Son otracosa. Un error.

—¿Han estado bebiendo tu sangre?La idea me puso tan furiosa que me

costó un inmenso trabajo controlar misemociones. Quería descargar mi iracontra quien fuera y gritarle que Heathme pertenecía a mí. Me obligué arespirar hondo varias veces paratranquilizarme mientras él respondía:

—Sí, se la han bebido, pero se hanquejado mucho de ella. Dicen que misangre no sabe bien. Creo que esa es laúnica razón por la que sigo vivo —explicó Heath, que de pronto tragó fuerte

y se puso más pálido aún—. No es comocuando tú bebiste mi sangre, Zo. Eso megustó. Lo que hacen ellos es…desagradable. Ellos son desagradables.

—¿Cuántos son? —pregunté yo,apretando los dientes.

—No estoy muy seguro. Aquí estátodo muy oscuro, y siempre vienen engrupos, apiñados los unos contra losotros como si tuvieran miedo de estarsolos. Bueno, excepto tres de ellos. Unose llama Elliot, otro Venus, lo cual es delo más extraño, y el otro se llama StevieRae.

Se me hizo un nudo en el estómago.—¿Stevie Rae tiene el pelo corto,

rubio y rizado?—Sí, y es la que está al mando.Heath acababa de justificar todos

mis miedos. No podía llamar a lapolicía.

—Bien, Heath, voy a sacarte de allí.Dime cómo encontrar el túnel.

—¿Vas a ir a buscar a la policía?—Sí —mentí yo.—No, estás mintiendo.—¡No estoy mintiendo!—Zo, sé cuándo mientes. Lo siento.

Es por eso de que estamos conectados—sonrió Heath.

—Heath, no puedo llamar a lapolicía.

—Pues no te digo dónde estoy.Entonces se oyó un eco proveniente

del fondo de uno de los túneles. Parecíael sonido de un movimiento rápido yligero, y me recordó al ruido que hacíanlas ratas en los experimentos dellaboratorio de ciencias, cuando seapresuraban por los laberintos queconstruíamos en clase de biología. Lasonrisa de Heath desapareció al instante,igual que el color que le había vuelto alas mejillas mientras hablábamos.

—Heath, no tenemos tiempo paraesto —aseguré yo mientras lo veíacomenzar a sacudir la cabeza en unanegativa—. ¡Escúchame! Tengo poderes

especiales. Esas… —vacilé porque nosabía muy bien cómo llamar a ese grupode criaturas que de alguna maneraincluía a mi mejor amiga—. Esas cosasno van a poder hacerme daño.

Heath no dijo nada, pero tampocopareció convencido y los ruidos de rataseran cada vez más y más fuertes.

—Has dicho que sabes cuándomiento a causa de nuestra conexión, yeso es verdad en los dos sentidos. Erescapaz de distinguir cuándo lo que digoes verdad —dije yo. Heath parecía apunto de ponerse a discutir y parlotear,así que me adelanté y continué—:Concéntrate. Dijiste que recordabas algo

de la noche en la que me encontraste enPhilbrook. Yo te salvé esa noche, Heath.No la poli. Ni ningún vampiro adulto.Te salvé, y puedo volver a hacerlo —repetí, contenta de escuchar mucha másseguridad en mi voz de la que realmentesentía—. Dime dónde estás.

Heath se quedó pensativo unmomento, y yo ya estaba dispuesta agritarle (otra vez) cuando al fin élcontestó:

—¿Sabes la vieja estación de trenesdel centro de la ciudad?

—Sí, la que se ve desde el Centrode Artes Interpretativas al que fuimos av e r El fantasma de la Ópera por mi

cumpleaños el año pasado, ¿no?—Sí, esa. Pues estoy debajo de esa

estación. Me bajaron por una especie depuerta de barrotes. Está vieja y oxidada,pero se puede abrir. El túnel comienza apartir de las rejillas de las alcantarillasque hay allí.

—Bien, entonces…—Espera, eso no es todo. Hay

muchos túneles. Son más bien comocuevas. Y no son tan molonas como yome imaginé cuando estábamos en clasede historia. Están oscuras y húmedas,son desagradables. Elige una a laderecha, y luego sigue siempre torciendoa la derecha. Estoy al final de uno de

esos túneles.—Bien, iré en cuanto pueda.—Ten cuidado, Zo.—Lo tendré. Y tú mantente a salvo.—Eso procuraré —contestó Heath.

Entonces se oyeron siseos además de losruidos de movimientos apresurados—.Pero creo que deberías darte prisa.

28

Abrí los ojos y estaba de vuelta en elbox de Perséfone. Respirabatrabajosamente y sudaba, y la yegua merozaba con el hocico y hacía ruiditossuaves como de preocupación. Metemblaron las manos al acariciarle lacabeza y la mandíbula, mientras le decíaque todo saldría bien. Porque estabasegura de que no sería así.

La vieja estación del centro de laciudad estaba a unos diez o doce

kilómetros, en un lugar oscuro y pocofrecuentado, bajo un enorme y tenebrosopuente que conectaba una parte de Tulsacon la otra. Antes ese puente teníasiempre mucho tráfico, con trenes demercancías y de pasajeros que iban yvenían sin parar, pero durante las dosúltimas décadas los trenes de pasajeroshabían dejado de circular por allí (lo séporque mi abuela quiso llevarme deviaje en tren al cumplir los trece años,pero tuvimos que ir conduciendo hastala ciudad de Oklahoma para cogerloallí) y los trenes de mercancías tambiénhabían reducido su número. Encircunstancias normales, llegar allí

desde la Casa de la Noche no habríasupuesto más que unos pocos minutos.

Pero aquella noche yo no meenfrentaba a circunstancias normales.

Según las noticias de las diez lascalles estaban intransitables, y eso serefería a… miré el reloj y parpadeésorprendida: se refería a hacía ya un parde horas. No podía ir conduciendo.Siempre podía caminar, pero teníademasiada prisa como para que esafuera una buena opción.

—Ve a caballo.Perséfone y yo nos asustamos al oír

la voz de Aphrodite. Ella estabaapoyada contra la puerta del box del

caballo y parecía pálida y seria.—Tienes un aspecto horrible —dije

yo.—Las visiones apestan —contestó

ella casi sonriendo.—¿Has visto a Heath? —me

apresuré a preguntar con el estómago denuevo agarrotado.

Aphrodite no tenía visiones defelicidad y luz. Veía muerte ydestrucción. Siempre.

—Sí.—¿Y?—Y si no te subes a ese caballo y

mueves el culo adonde quiera que esté,Heath va a morir —contestó Aphrodite

haciendo una pausa y mirándome a losojos—. Es decir, eso si me crees.

—Te creo —afirmé yo sin vacilar.—Entonces lárgate con viento

fresco.Aphrodite entró en el box y me

tendió las bridas que yo ni siquierahabía visto que estuviera sosteniendo.Mientras yo se las ponía a Perséfone,ella desapareció para volver minutosdespués con una silla de montar y unamanta. En silencio le colocamos lasguarniciones a Perséfone, que parecíanotar la tensión del ambiente porque sequedó quieta por completo. Cuando layegua estuvo lista, la saqué del box.

—Llama primero a tus amigos —aconsejó Aphrodite.

—¿Cómo?—No puedes vencer tú sola a esas

cosas.—¿Pero cómo van a venir conmigo?Me dolía el estómago, tenía tanto

miedo que me temblaban las manos yhasta me costaba comprender lo quedecía Aphrodite.

—Ellos no pueden ir contigo, pero apesar de todo sí pueden ayudarte.

—Aphrodite, no tengo tiempo paraadivinanzas. ¿A qué demonios terefieres?

—¡Mierda, no lo sé! —exclamó ella

con tanta frustración, aparentemente,como la que sentía yo—. Yo solo sé queellos pueden ayudarte.

Abrí el móvil y, siguiendo el instintode mis entrañas y rezando en silenciouna oración a Nyx para que fuera miguía, marqué el número de Shaunee. Ellacontestó inmediatamente.

—¿Qué ocurre, Z?—Necesito que Erin, Damien y tú

vayáis a algún sitio juntos y llaméis avuestros elementos igual que lo hicisteispor Stevie Rae.

—Bien, no hay problema. ¿Vas aencontrarte con nosotros?

—No, voy a ir a salvar a Heath.

Tengo que reconocer en honor deShaunee que solo vaciló un segundo odos después de esa contestación, y luegodijo:

—Bien, ¿qué podemos hacernosotros?

—Simplemente estar juntos,manifestar vuestros elementos y pensaren mí.

Comenzaba a manejar a laperfección eso de mostrar calma cuandocreía que mi cabeza estaba a punto deestallar.

—Zoey, ten cuidado.—Lo tendré. Tranquila.Sí, yo me preocupaba ya lo

suficiente por las dos.—A Erik no le va a gustar.—Lo sé. Dile… dile… que yo…

eh… hablaré con él cuando vuelva.No tenía ni idea de qué le iba a

decir.—Bien, se lo diré.—Gracias, Shaunee. Hasta luego —

me despedí, cerrando el teléfono. Luegome volví hacia Aphrodite—. ¿Qué sonesas criaturas?

—No lo sé.—¿Pero las has visto en tu visión?—Sí, pero hoy ha sido la segunda

vez que las veo en una visión. Laprimera vez las vi matar a los otros dos

chicos —dijo Aphrodite, retirándose unespeso mechón de pelo rubio de la cara.

Yo me cabreé al instante.—¿Y no dijiste nada porque solo

eran humanos y no merecía la penasalvarlos, quizá?

Los ojos de Aphrodite brillaron deindignación.

—¡Se lo dije a Neferet! ¡Se lo contétodo: lo de los adolescentes humanos, lode esas cosas, todo! Y entonces fuecuando ella empezó a decir que misvisiones eran falsas.

Yo sabía que ella estaba diciendo laverdad exactamente igual quecomenzaba a intuir que había algo

oscuro en Neferet.—Lo siento, no lo sabía —me

disculpé escuetamente.—No importa —dijo ella—. Vete, o

tu novio morirá.—Ex novio —la corregí yo.—Vale otra vez, lo que tú digas.

Venga, te echo una mano.Dejé que Aphrodite me aupara para

subir al caballo, y entonces ella añadió:—Toma, llévate esto. —Aphrodite

me tendió una manta gorda escocesa delas de los caballos y, antes de que yopudiera protestar, dijo—: No es para ti,es a él a quien le hará falta.

Me envolví en la manta y por unos

segundos disfruté de su olor terrestre acaballo. Luego seguí a Aphrodite a laspuertas traseras del establo que ellaabrió. Nieve y un aire helado entraronvolando como pequeños tornados,haciéndome temblar. Aunque supongoque más bien temblaba por los nervios yla aprensión que por el frío.

—Stevie Rae es uno de ellos —dijoAphrodite.

Yo bajé la cabeza para mirarla, peroella tenía la vista fija en la noche.

—Lo sé.—Ella ya no es como era antes.—Lo sé —repetí yo, a pesar de que

decir esas palabras en voz alta me hacía

daño—. Gracias por todo, Aphrodite.Entonces ella alzó la vista hacia mí,

pero la expresión de su rostro no habíacambiado y me resultaba indescifrable.

—No empieces a comportarte comosi fuéramos amigas o algo así.

—Jamás se me ocurriría —contestéyo.

—Quiero decir que no somosamigas.

—No, sin duda no lo somos —corroboré yo mientras observaba cómoella trataba de reprimir una sonrisa.

—Mientras eso quede claro —continuó Aphrodite—. ¡Ah!, y recuerdallamar al silencio y a la oscuridad a tu

alrededor para que a los humanos lescueste trabajo verte de camino haciaallí. No tienes tiempo que perder.

—Lo haré. Gracias porrecordármelo.

—Bien, pues, buena suerte —dijoAphrodite.

Yo agarré las riendas, respiré hondoy después apreté los muslos y chasqueéla lengua para ordenarle a Perséfoneque echara a caminar.

Entonces entré en un misteriosomundo que estaba hecho de blancaoscuridad. Sin duda «mundo blanco»sería una buena descripción. En él lanieve ya no eran los grandes y

simpáticos copos, sino pedazospequeños y cortantes de hielo comocuchillas. El viento soplabaconstantemente, sin altibajos, haciendorebosar la nieve por los bordes. Tiré dela manta para taparme la cabeza yprotegerme y me incliné hacia delante,golpeando con los tobillos a Perséfonepara indicarle que trotara. Deprisa, megritaba mi mente. Heath me necesitabacon urgencia.

Acorté por el aparcamiento y laparte trasera de los terrenos de laescuela. Los pocos coches que quedabanestaban cubiertos de nieve, y laslámparas de gas parpadeantes que los

alumbraban por detrás los hacíanparecer moscas pegadas a una puerta.Apreté el botón que abría la verja desdeel interior. Quería abrirla bien, pero lanieve acumulada lo impedía y Perséfoney yo tuvimos que estrujarnos para salir.Hice girar a la yegua hacia la derecha yme quedé un momento a cubierto, bajolos robles que rodeaban los terrenos dela escuela.

—Estamos en silencio…fantasmas… nadie puede vernos. Nadiepuede oírnos —murmuré contra elviento que no dejaba de soplar,quedándome de piedra cuandoinmediatamente todo se quedó quieto.

Entonces se me ocurrió continuar—:Viento, mantén la calma a mi alrededor.Fuego, caliéntame el camino. Agua, parala nieve a mi paso. Tierra, cobíjamecuanto puedas. Y tú, espíritu, ayúdame ano ceder al miedo.

Apenas había terminado depronunciar esas palabras cuando vi unpequeño destello de energía a mialrededor. Perséfone bufó y se resbalóligeramente a un lado, y al moverse fuecomo si una pequeña burbuja deserenidad se moviera con ella. No, latormenta de nieve no había parado y lanoche seguía helada y aterradoramenteextraña, pero yo me sentía rebosante de

calma y protegida por los elementos.Incliné la cabeza y susurré:

—Gracias, Nyx, por estos grandesdones que me has concedido.

Y luego, en silencio, añadí queesperaba ser merecedora de ellos.

—Vamos a rescatar a Heath —ledije a Perséfone.

La yegua se lanzó sin problemas aejercitar su larga zancada a mediogalope, y yo me quedé atónita al vercómo la nieve y el hielo parecíanecharse atrás para evitar sus cascosmientras volábamos por la noche bajo laatenta mirada de la Diosa que, en símisma, era la noche personificada.

El trayecto fue sorprendentementebreve. Bajamos toda la calle Utica hastallegar a la entrada de la autopista decircunvalación de Broken Arrow.Habían levantado barricadas con lucesintermitentes para advertir de que laautopista estaba cerrada al tráfico.Sonreí mientras guiaba a Perséfone paraque rodeara la barricada y entrara por laautopista desierta. Entonces dejé que layegua me llevara y ella galopó hasta elcentro de la ciudad. Yo me aferré a ellay me incliné sobre su cuello. Supuse queparecería la heroína de una novelaromántica clásica, montada a caballocon la manta revoloteando a mi espalda,

y entonces deseé galopar en dirección auna gran fiesta muy picante, con alguienmontado a la grupa a quien mi regiopadre consideraba inapropiado, en lugarde dirigirme directamente al infierno.

Conduje a Perséfone a la salida quenos llevaría al Centro de ArtesInterpretativas y a la vieja estación quehabía más allá. No había visto a nadieen el trayecto desde la escuela hasta laautopista de circunvalación, pero en esemomento sí vi algún que otro peatónarrastrando los pies hasta la estación deautobuses y unos pocos coches depolicía aquí y allá. Estamos ensilencio… fantasmas… nadie puede

vernos, rezaba yo mentalmente una yotra vez. Nadie volvió la vista siquieraen nuestra dirección. Era como si mehubiera convertido realmente en unfantasma, idea que en el fondo no mehacía ninguna gracia.

Obligué a Perséfone a reducir lavelocidad al pasar por el Centro deArtes Interpretativas y a trotar al llegaral ancho puente en el que seentrecruzaba una maraña de raílesferroviarios. Detuve a la yegua en elcentro del puente y miré hacia abajo,hacia la estación abandonada en mediade la oscuridad y el silencio. Gracias alseñor Brown, mi antiguo profesor de

arte del instituto South Intermediate HighSchool, sabía que el edificio de laestación había sido una preciosaconstrucción de estilo Art Deco quehabía sido primero abandonada y luegosaqueada cuando los trenes dejaron decircular por allí. En ese momento y conese aspecto, la estación hubiera debidode estar en la ciudad de Gotham de loscómics de Batman de El caballerooscuro. (Sí, lo sé, soy una idiota). Teníaesas enormes ventanas con arcos demedio punto que me recuerdan a lasdentaduras entre dos torres y queparecen perfectos y espeluznantescastillos embrujados.

—Y tenemos que bajar ahí —le dijea Perséfone.

La yegua respiraba trabajosamentedespués de galopar, pero no parecía muypreocupada, lo cual yo esperaba quefuera buena señal. Ya sabes: se suponeque los animales son capaces de sentirlas cosas malas y todo eso.

Terminamos de pasar por el puente yenseguida vi la pequeña y destartaladacarretera que llevaba a la estación. Elcamino estaba oscuro. Muy oscuro. Esono hubiera debido de preocuparme conmi excelente visión nocturna de iniciada,pero me preocupó. La verdad era queestaba muerta de miedo mientras

Perséfone se acercaba al edificio, perola hice rodearlo para buscar la entrada ala planta sótano que me había descritoHeath.

No me costó demasiado encontrar lapuerta de rejilla de hierro oxidada conaspecto de barrera infranqueable. No mepermití el lujo de vacilar ni de pensar enlo asustada que estaba. Me bajé de layegua y la guié hasta la entrada de laestación para ponerla a cubierto yprotegerla del viento y la nieve. Até lasriendas a un chisme metálico, le eché lamanta sobre el lomo y me pasé un buenrato dándole palmaditas y diciéndole lovaliente y buena chica que era y lo

pronto que volvería yo. En relación aeso último, solo trataba de conseguirque la profecía se hiciera realidad abase de repetirla. Alejarme dePerséfone fue duro. Supongo que hastaese momento no me había dado cuentade lo reconfortante que era su presencia.No me habría venido nada mal un pocomás de esa seguridad mientraspermanecía de pie, mirando los barrotesde la puerta y entrecerrando los ojospara tratar de ver más allá, en laoscuridad.

Pero no pude ver nada excepto laforma imprecisa de una enorme cavidad:el sótano del espeluznante y

desgraciadamente no abandonadoedificio. Genial. Y Heath estaba ahíabajo, recordé mientras agarraba losbarrotes y tiraba. La puerta se abriófácilmente, lo cual tomé por una pruebade la frecuencia con la que debía usarse.Una vez más, genial.

El sótano no era tan terrible como yome lo había imaginado. En realidad eraun semisótano, porque se filtraban hilosde débil luz por los barrotes de lasventanas que quedaban justo al nivel delsuelo, y era evidente que los pobressintecho debían haberlo utilizado. Dehecho había un montón de cosasabandonadas allí: cajas grandes de

cartón, mantas sucias e incluso uncarrito de supermercado (quién sabecómo se las habían ingeniado parameterlo allí). Pero, por extraño queparezca, no había ningún mendigosintecho esa noche. Era como la ciudadfantasma de los sintecho, lo cualresultaba doblemente extrañoconsiderando el tiempo que hacía. ¿Nosería esa la noche perfecta para retirarseal abrigo de aquel comparativamentecálido semisótano, en lugar de tratar debuscar un lugar caliente y seco por lascalles? Y llevaba días nevando. Asíque, siendo un poco realistas, paraempezar aquel lugar hubiera debido de

estar abarrotado con todos los sintechoque habían dejado allí sus cosas.

Pero, por supuesto, si había criaturasinfernales utilizando el semisótano, ladeserción de los sintecho tenía ya muchomás sentido.

No debía pensar en ello, me dije. Loque tenía que hacer era buscar la malditarejilla del alcantarillado y después aHeath.

No me costó trabajo encontrar larejilla. Simplemente me dirigí hacia elrincón más oscuro y más sucio de aquelsemisótano, e inmediatamente encontréen el suelo la rejilla de metal. Sí. Justoen el rincón. En el suelo. Nunca jamás,

ni en un millón de años, habríaconsiderado siquiera la posibilidad detocar aquella cosa tan desagradable, ymenos aún de levantarla y bajar por ahí.

Pero, naturalmente, eso fue justo loque hice.

La rejilla se levantó tan fácilmentecomo se había abierto la puerta debarrotes del exterior, recordándome(una vez más) que no era la únicapersona/iniciado/humano/criatura quepasaba por allí últimamente. Había unaescalera de hierro por la que tuve quebajar probablemente unos tres metros ypico. Entonces llegué al suelo del túnel.Y eso es lo que era exactamente: un

enorme y húmedo túnel de alcantarilla.Ah, y además estaba oscuro. Pero quemuy oscuro. Me quedé ahí de piemientras mi visión nocturna se ibaacostumbrando a aquella densaoscuridad, pero no pude permanecer allímucho tiempo. La necesidad deencontrar a Heath era para mí como elpicor de un mosquito. Me alentaba aseguir.

—Tuerce siempre a la derecha —susurré.

Entonces me callé porque hasta eseligero murmullo producía eco a mialrededor. Giré a la derecha y comencéa caminar lo más rápido posible.

Heath tenía razón. Había muchostúneles. Se dividían una y otra y otra vezcomo las madrigueras de gusanos bajotierra. Al principio vi más pruebas deque por allí había habido personas sinhogar, pero después de girar variasveces a la derecha ya no hubo más cajasni más basura tirada ni más mantas. Nohabía nada excepto humedad yoscuridad. Los túneles habían dejado deser grandes, redondeados y lisos, tal ycomo yo imaginaba un túnel civilizado ybien hecho, para pasar a convertirse enuna absoluta mierda. Las paredesparecían haber sido construidas porenanos de Tolkien muy borrachos (y soy

consciente otra vez de lo tonta que soy).Y además hacía frío, aunque yorealmente no lo sentía.

Seguí torciendo a la derecha,esperando que Heath supiera de quéestaba hablando. Pensé en detenerme elsuficiente rato como para concentrarmeen su sangre de modo que la conexiónque nos unía pudiera volver a ayudarme,pero sentía una necesidad tan urgente deencontrarlo, que no podía parar. ¡Teníaque encontrar a Heath!

Los olí antes de oír los siseos y losmovimientos apresurados y antes dehecho de verlos. Era el mismo olor arancio, a viejo, el mismo olor

repugnante que notaba cada vez que veíaa alguno de ellos junto al muro.Entonces me di cuenta de que era el olorde la muerte, y me pregunté cómo no lohabía reconocido antes.

La completa oscuridad a la que yame había acostumbrado dio paso a unadébil y parpadeante luz. Me detuve paraconcentrarme. Podía hacerlo, me dije.Yo había sido elegida por la Diosa. Y lehabía dado una patada en el culo alfantasma de un vampiro. Aquello eraalgo de lo que yo me podía encargar.

Yo seguía tratando de«concentrarme» (o sea, de convencermea mí misma de que debía ser valiente)

cuando Heath gritó. Y entonces ya noquedó tiempo para concentrarse o paracharlas conmigo misma. Corrí en ladirección del grito. Vale, probablementedebería explicar que los vampiros sonmás fuertes y más rápidos que loshumanos, y aunque yo no soy aún másque una iniciada, soy una iniciada muyespecial. Así que cuando digo que corrí,quiero decir que en serio me moví muydeprisa. Deprisa y en silencio. Losencontré en cuestión de segundos. Osegundos debían ser, pero a mí se mehicieron horas. Estaban en una pequeñacaverna al final de un tosco túnel. Elcandil que había visto con anterioridad

colgaba de un gancho oxidado,arrojando grotescamente sombras contralas rústicas paredes. Habían formado unmedio círculo alrededor de Heath. Élestaba de pie sobre el colchón sucio conla espalda contra la pared. De algúnmodo había conseguido soltarse la cintaadhesiva de los tobillos, pero seguíateniendo las muñecas bien atadas juntas.Tenía un nuevo corte en el brazoderecho y la fragancia de su sangre erapenetrante y seductora.

Y esa fue la última provocación.Heath me pertenecía a pesar de miconfusión sobre el tema de la sangre y apesar también de mis sentimientos por

Erik. Heath era mío y nadie sealimentaría nunca, nunca jamás, dealguien que era mío.

Me lancé sobre el círculo decriaturas balbuceantes como si yo fuerauna bola de jugar a los bolos y ellosfueran los estúpidos bolos sin cerebro, yenseguida me coloqué al lado de Heath.

—¡Zo! —exclamó Heath, quepareció delirantemente feliz por unadécima de segundo, pero luego, comotodos los tíos, trató de empujarme ymeterme detrás de él—. ¡Cuidado!Tienen los dientes y las uñas muyafilados ¿De verdad no te has traído alos SWAT? —preguntó en un susurro.

Fue fácil evitar que me empujara aninguna parte. Quiero decir que es unchico mono y todo eso, pero no es másque un humano. Golpeé sus manosatadas por donde se aferraba a mi brazoy le sonreí, y con un solo tajo de la uñacorté la cinta adhesiva gris que le atabalas muñecas. Él abrió los ojossorprendido y separó las manos.

Yo le sonreí. Ya no tenía miedo. Enese momento lo que realmente estaba eracabreada.

—Lo que he traído es mejor que unequipo de los SWAT. Tú quédate detrásde mí y observa.

Empujé a Heath contra la pared y di

un paso adelante mientras me giraba defrente hacia el círculo de…

¡Joder! Eran las cosas másdesagradables que había visto nunca.Habría probablemente una docena deellos o así. Tenían los rostros pálidos ydemacrados. Sus ojos brillaban con unrojo sucio. Gruñían y siseaban en midirección, y yo vi que tenían los dientesy las uñas salientes. ¡Puaj! Tenían lasuñas largas y amarillas, con un aspectopeligroso.

—Esss sssolo una iniciada —siseóuno de ellos—. La marca no hace de ellaun vampiro. Ess sssolo un bicho raro.

—¡Elliot! —exclamé yo al

reconocer al que hablaba.—Lo era. Ya no sssoy el Elliot que

t ú conocissste —dijo el monstruo concabeza de serpiente, balanceándola deun lado a otro mientras hablaba.Entonces sus ojos brillantes se apagarony sus labios se curvaron—. Tedemossstraré a qué me refiero…

Comenzó a acercarse a mí consalvajes zancadas, agazapado. Las otrascriaturas se revolvieron,envalentonándose detrás de él.

—¡Cuidado, Zo, vienen a pornosotros! —exclamó Heath, tratando deadelantarme para cubrirme.

—No, no vienen a por nosotros —

dije yo. Entonces cerré los ojos solo porun segundo y me concentré. Pensé en elpoder y el calor de las llamas y en laforma en que podían limpiar al tiempoque destruir, y pensé en Shaunee—.¡Venid a mí, llamas!

Sentí que las palmas de mis manosse calentaban. Abrí los ojos y alcé lasmanos, que en ese momento brillaban yacon una llama amarilla.

—¡Atrás, Elliot! Eras un gilipollascuando estabas vivo, y la muerte no hacambiado en nada eso.

Elliot se echó atrás ante la luz demis manos. Yo di un paso adelante, listapara decirle a Heath que me siguiera de

modo que pudiéramos salir disparadosde allí, pero entonces la voz de ella meheló.

—Te equivocas, Zoey. La muerte síha cambiado algunas cosas.

La multitud de criaturas se echó alos lados y Stevie Rae se adelantó.

29

Las llamas de las palmas de mis manoschisporrotearon y se desvanecieron alperder la concentración con el susto.

—¡Stevie Rae! —exclamé yo.Iba a dar un paso hacia ella, pero su

aspecto me sobresaltó, me paralizó y meheló. Era terrible: peor de lo que yohabía visto en mi sueño o visión. Y notanto por su palidez o su delgadez o porel terrible mal olor que la impregnaba yque la hacía parecer tan cambiada, sino

por su expresión. En vida, Stevie Raehabía sido la persona más amable quejamás hubiera conocido. Pero en esemomento y fuera lo que fuera, estuvieramuerta o no o fuera una extraña criaturaresucitada, lo cierto es que era otra. Susojos eran crueles y carecían deexpresión. Su rostro estaba falto de todaemoción excepto de una: odio.

—Stevie Rae, ¿qué te ha ocurrido?—He muerto.Su voz era solo una sombra

retorcida, malformada y triste de lo quehabía sido. Seguía teniendo el acentookie, pero la suave dulzura de suentonación había desaparecido por

completo. Sonaba más bien a mierdamalévola.

—¿Eres un fantasma?—¿Un fantasma? —repitió, soltando

una risita—. No, no soy un malditofantasma.

Yo tragué y sentí una vertiginosapunzada de esperanza.

—Entonces, ¿estás viva?Stevie Rae curvó los labios y esbozó

una sonrisa sarcástica que me pareciótan poco propia de ella que me puseenferma.

—Tú dirías que estoy viva, pero yodiría que no es tan simple. Pero claro,ya no soy tan simple como lo era antes.

Bueno, al menos no me habíasiseado a la cara como esa cosa deElliot. Stevie Rae estaba viva. Yo meaferré a ese milagro, me tragué mi miedoy mi repulsión y me moví tan deprisaque ella no tuvo tiempo de apartarse (ode morderme o de lo que fuera). Laagarré y, haciendo caso omiso delterrible hedor que emanaba, la abracécon fuerza.

—¡Estoy tan contenta de que no estésmuerta! —le susurré.

Era como abrazar a un apestosopedazo de roca. Ella no se apartó de mí.Ni me mordió. No reaccionó enabsoluto, pero las criaturas de nuestro

alrededor sí. Pude oírlas sisear ymusitar que la soltara y que diera unpaso atrás.

—No vuelvas a tocarme —dijo ella.—Stevie Rae, ¿hay algún sitio al que

podamos ir a hablar? Tengo que llevar aHeath a casa, pero puedo volver yquedar contigo. O quizá tú podríasvolver a la escuela conmigo, ¿no?

—No comprendes nada, ¿verdad?—Comprendo que te ha ocurrido

algo malo, pero sigues siendo mi mejoramiga, así que podemos solucionarlo.

—Zoey, tú no vas a ninguna parte.—Bien —dije yo, fingiendo a

propósito que malinterpretaba su

amenaza—, supongo que podemoshablar aquí, pero, bueno… —continué,mirando a mi alrededor hacia aquellascriaturas que no dejaban de sisear—, noes un lugar muy íntimo, y además es unpoco desagradable.

— ¡P e r o mátalossss ya! —gritóElliot desde detrás de Stevie Rae.

—¡Cállate, Elliot! —soltamosStevie Rae y yo a la vez.

Nuestras miradas se encontraronentonces y juro que vi algo más en susojos que ira o crueldad.

—Tú sssabesss que ahora que nossshan visssto ya no pueden vivir —dijoElliot.

Las otras criaturas se movieroninquietas, haciendo malévolos ruiditosde asentimiento.

Entonces una chica se adelantó deentre el montón de criaturas. Eraevidente que había sido muy guapa.Incluso entonces tenía un extraño ysurrealista atractivo. Era alta y rubia, yse movía con más gracia que los demás.Pero luego la miré a los ojos rojos y visolo maldad.

—Si tú no puedes hacerlo, lo haréyo. Primero tomaré al hombre. No meimporta que su sangre haya sido teñidapor la conexión. Sigue estando caliente yviva —dijo ella que, acto seguido,

pareció bailar en dirección a Heath.Yo me coloqué delante de él,

bloqueándole el paso.—Tócalo, y te mato. Otra vez.Stevie Rae interrumpió su risita.—Vuelve con los otros, Venus. Tú

no darás ningún golpe hasta que yo te lodiga.

Venus. El nombre despertó misrecuerdos.

—¿Venus Davis? —pregunté yo.La guapa rubia entrecerró los ojos y

me miró.—¿Y cómo es que tú sabes mi

nombre, iniciada?—Ella sabe muchas cosas —dijo

Heath, dando un paso por delante de mí.Heath hablaba con ese tono de voz queyo llamaba «de futbolista». Sonaba atipo duro, cabreado y absolutamentepreparado para la pelea—. Y estoy másque harto de todos vosotros, jodidascriaturas.

—¿Por qué está «eso» hablando? —soltó entonces Stevie Rae.

Yo suspiré y giré los ojos en susórbitas. Estaba de acuerdo con Heath:yo también estaba absolutamente hartade aquellas criaturas tenebrosas yextrañas. Había llegado el momento desalir de allí, y también era hora de quemi mejor amiga comenzara a

comportarse como la persona que yohabía vislumbrado por un segundo ensus ojos.

—Él no es «eso», es Heath. ¿No teacuerdas, Stevie Rae? Mi ex novio.

—Zo, yo no soy tu ex novio. Soy tunovio.

—Heath, ya te he dicho que lonuestro no puede funcionar.

—Vamos, Zo, estamos conectados.Eso quiere decir que estamos hechos eluno para el otro, preciosa —sonrióHeath en dirección a mí como siestuviéramos en medio de un baile de finde curso, en lugar de en medio de ungrupo de criaturas no muertas que

querían comernos vivos.—Eso fue un accidente, y tendremos

que hablar de ello, pero desde luegoeste no es el mejor momento.

—Oh, Zo, tú sabes que me quieres—insistió Heath, cuya sonrisa no sedesvaneció ni un ápice.

—Heath, eres el tipo más cabezotaque he conocido jamás —dije yo. Él meguiñó un ojo, y yo no pude evitardevolverle la sonrisa—. Bueno, tequiero.

—¿Qué esssstá ocurriendo…? —siseó la repulsiva criatura Elliot.

El resto de las cosas horribles quenos rodeaban se movieron sin descanso,

y Venus se acercó un paso hacia Heath.Yo me esforcé por no temblar ni gritarni nada de eso. En lugar de ello, unaextraña calma me invadió. Miré a StevieRae, y de pronto supe lo que tenía quedecir. Puse los brazos en jarras y meencaré con ella.

—Díselo —dije yo—. Díselo atodos.

—¿Decirles qué? —preguntó StevieRae, entrecerrando peligrosamente losojos de color granate.

—Diles lo que está ocurriendo. Túlo sabes. Sé que tú lo sabes.

El rostro de Stevie Rae se retorció,y las palabras que dijo a continuación

sonaron como si alguien se las hubieraarrancado de la garganta.

—¡Es la humanidad! Estánmostrando su humanidad.

Las criaturas gruñeron exactamenteigual que si ella acabara de arrojarlesagua bendita (y, por favor, ese tambiénes un estereotipo sobre los vampiros).

—¡Es debilidad! Por eso es por loque nosotros somos más fuertes queellos —dijo Venus, curvandorepulsivamente los labios—. Porque esuna debilidad que nosotros ya notenemos.

Yo hice caso omiso de Venus. Y deElliot. Joder, hice caso omiso de todos

ellos y me quedé mirando a Stevie Rae,obligándola a mirarme a los ojos yobligándome a mí misma a no apartar lavista ni vacilar cuando los de ellacomenzaron a brillar rojos y ardientes.

—¡Chorradas! —exclamé yo.—Ella tiene razón —dijo Stevie Rae

con voz fría y malévola—. Al morir,murió nuestra humanidad.

—Puede que eso sea cierto paraellos, pero no creo que sea cierto para ti—dije yo.

—Tú no sabes nada de esto, Zoey —dijo Stevie Rae.

—Ni falta que hace. Te conozco, yconozco a nuestra Diosa, y eso es todo

lo que necesito saber.—Ella ya no es mi Diosa.—¿En serio?, ¿y tu mamá ya no es

tampoco tu mamá?Supe que le había dado en su punto

débil cuando la vi sacudirsebruscamente como si sintiera un dolorfísico.

—Yo no tengo mamá. Ya no soyhumana.

—¡Menudo jodido descubrimiento!Técnicamente, yo tampoco soy humanaya. Estoy en algún punto en medio delcambio, lo cual hace de mí un poco deaquello y un mucho de lo otro. ¡Dios!, elúnico aquí que todavía es humano es

Heath.—Y no es que yo vaya a esgrimir

vuestra ahumanidad contra vosotros,chicos —advirtió Heath.

Yo suspiré.—Heath, ahumanidad no es una

palabra. Se dice inhumanidad.—Zo, no soy tonto. Lo sé. Solo

estaba acuñando una palabra.—¿Acuñando? —repetí yo.¿Había dicho realmente eso?Heath asintió.—He aprendido esa palabra en la

clase de inglés de Dickinson. Tiene quever con… —explicó Heath, haciendouna pausa. Juro que las criaturas lo

escuchaban expectantes—… con lapoesía.

A pesar de nuestra terrible situación,no pude evitar echarme a reír.

—Heath, ¿en serio has estadoestudiando?

—Ya te digo —contestó Heath conuna sonrisa absolutamente adorable.

—¡Ya basta! —gritó Stevie Rae,cuya voz rebotó contra las paredes deltúnel, provocando eco—. Estoy harta deesto —añadió. Stevie Rae se giró deespaldas a Heath y a mí y, haciendo casoomiso de nosotros, continuó—: Nos hanvisto. Saben demasiado. Tienen quemorir. ¡Matadlos!

Y, acto seguido, se marchó.En esa ocasión Heath no trató de dar

un paso adelante para cubrirme. En lugarde ello se giró y, pillándome porcompleto por sorpresa, me empujó haciael colchón de modo que aterricé con elculo. Luego él se volvió hacia el círculode gruñonas criaturas no muertas que secernían sobre nosotros y, plantándose enel suelo con las piernas abiertas y lospuños cerrados, soltó el grito de tigreque solía soltar en los partidos de fútbolde los Broken Arrow:

—¡Vamos, frikis!Vale, no es que no apreciara sus

gestos de macho, pero el chico no se

enteraba absolutamente de nada. Mepuse en pie y me concentré.

—¡Fuego, te necesito otra vez!En esa ocasión grité las palabras en

el mismo tono de mando de una altasacerdotisa. Las llamas cobraron vidaen las palmas de mis manos y de arribaabajo por mis brazos. Me habría gustadotener tiempo para analizar el fuego alque había llamado a la vida; resultabamolón que pudiera arder sobre mí sinquemarme, pero no podía perder uninstante.

—Muévete, Heath.Él miró por encima de su hombro y

sus ojos de pronto se abrieron atónitos.

—¿Zo?—Estoy bien. ¡Muévete!Heath se apartó de mi camino y yo,

ardiendo, me dirigí a la salida. Lascriaturas se apartaban asustadas de mí,pero a pesar de todo alargaban lasmanos para tratar de alcanzar a Heath.

—¡Basta! —grité yo—. Atrás,dejadlo en paz. Heath y yo vamos a salirde aquí. Ahora. Si tratáis de detenernosos mataré, y me da la sensación de queesta vez será para bien.

Vale, es cierto, en realidad no queríamatar a nadie. Lo que realmente queríaera sacar a Heath de allí y después ir abuscar a Stevie Rae para que ella me

explicara cómo era posible que uniniciado muerto pudiera seguircaminando por ahí, con una actitud tanhostil, con los ojos brillantes y oliendo amoho y a polvo.

Vi un movimiento en la periferia demi campo visual. Me giré justo a tiempode ver a una de las criaturas lanzarsedirectamente sobre Heath. Alcé losbrazos y le lancé fuego como si setratara de una pelota. La criatura gritó ycomenzó a arder en llamas, y entoncesyo la reconocí y tuve que reprimirmepara no ponerme enferma. Era ElizabethSin Apellido: la amable chica que habíamuerto el mes anterior. Su cuerpo

ardiente se retorcía en el suelo,apestando a carne pasada y adecadencia. Y eso era todo lo quequedaba de su caparazón sin vida.

—¡Viento y lluvia, yo os llamo! —grité yo.

Y mientras el aire comenzaba a girara mi alrededor y a llenar la estancia deolor a lluvia primaveral, vi por unsegundo la imagen de Damien y Erinsentados de piernas cruzadas junto aShaunee. Tenían los ojos cerrados paraconcentrarse mejor y sujetaban sus velasvotivas del color cada uno de suelemento. Dirigí mi fiero dedo hacia elardiente cuerpo de Elizabeth y lo bañé

con una repentina lluvia. Luego unafresca brisa se llevó el humo teñido deverde, levantándolo por encima denuestras cabezas y llevándose su hedorpor el túnel hacia la noche.

Entonces me encaré con las criaturasy dije:

—Eso es lo que le haré a cualquierade vosotros que trate de detenernos.

Le hice un gesto a Heath para quecaminara por delante de mí y lo seguí,dándole la espalda a las criaturas.

Nos siguieron. Yo no siempre podíaverlas mientras volvía sobre mis pasospor los oscuros túneles, pero oía cómoarrastraban los pies y oía sus gruñidos

amortiguados. Fue más o menosentonces cuando comencé a sentirmeagotada. Era como si yo fuera un móvilal que hacía tiempo no recargaran yalguien llevara demasiado tiempohablando. Dejé que se apagaran lasllamas que rodeaban mis brazos porentero excepto por una pequeña llama enla mano derecha. Heath no vería deninguna forma la manera de salir de allísin esa llama, y yo seguía corriendo pordetrás de él, guardándonos las espaldaspor si las criaturas nos atacaban. Traspasar por dos bifurcaciones más deltúnel le dije a Heath que se detuviera.

—Deberíamos darnos prisa, Zo. Ya

sé que tienes ese poder, pero haymuchos; más de los que has visto ahídentro. No sé con cuántos te puedesenfrentar —dijo Heath, tocándome lacara—. No pretendo ofenderte ni nadade eso, pero tienes un aspecto horrible.

Yo también me sentía hecha unamierda, pero no quise mencionarlo.

—Tengo una idea.Acabábamos de girar en una curva

en la que el túnel se estrechaba hasta elpunto de que podía tocar las dos paredesde los lados si extendía los brazos.Volví a esa parte más estrecha de lacurva. Heath vino detrás de mí.

—No, quédate allí —le dije yo,

señalando la zona más alejada endirección a la salida.

Heath frunció el ceño confuso, perohizo lo que le decía.

Yo me giré de espaldas a él y meconcentré. Alcé los brazos y pensé encampos recién arados y en las preciosaspraderas de Oklahoma, cubiertas deheno sin cortar en invierno. Pensé en latierra y en cómo estaba yo de pie, dentrode ella, rodeada de ella…

—¡Tierra, yo te llamo!Al alzar las manos la fugaz visión de

Stevie Rae pasó por delante de mispárpados cerrados. Ella no estaba comosolía estar siempre: su rostro no era ya

el dulce rostro, concentrado fijamentesobre la vela verde encendida. Estabaacurrucada en un rincón de un oscurotúnel. Su cara estaba blanca ydemacrada y sus ojos brillaban con luzescarlata. Pero su expresión ya no era lafría e indiferente parodia de sí misma nitampoco era una máscara cruel. Llorabaabiertamente, y su expresión era decompleta desesperación. Era uncomienzo, me dije. Entonces, con unrápido y poderoso movimiento bajé losbrazos y ordené:

—¡Ciérrate!Desde el techo comenzaron a caer

frente a mí y por encima de mí trozos de

suciedad y de piedras. Al principio erasolo gravilla, pero pronto se convirtióen una pequeña avalancha que enseguidaahogó los gruñidos y los siseos de lascriaturas atrapadas.

Una ola de debilidad hizo presaentonces en mí y me tambaleé haciaatrás.

—Te tengo, Zo.Los fuertes brazos de Heath me

rodearon y yo me apoyé sobre él por unmomento. Se le habían vuelto a abrirmuchas de las heridas durante la huida, yla fragancia madura de su sangre mecosquilleaba los sentidos.

—No están realmente atrapados,

¿sabes? —dije yo en voz baja, tratandode no pensar en cuánto deseaba chuparel hilo de sangre roja que le resbalabapor la mejilla—. Hemos pasado un parde túneles más, pero estoy convencidade que al final acabarán por encontrar elcamino de salida.

—No pasa nada, Zo —dijo él sindejar de abrazarme, pero apartándoseligeramente para mirarme a los ojos—.Sé lo que necesitas. Puedo sentirlo. Sibebes de mí no te sentirás tan débil —añadió, sonriendo mientras sus ojosazules se oscurecían—. No pasa nada —repitió él—. Quiero que lo hagas.

—Heath, te han ocurrido demasiadas

cosas. ¿Quién sabe cuánta sangre hasperdido ya? No creo que sea una buenaidea que yo beba más.

Decía que no, pero mi voz temblabade deseo.

—¿Estás de broma?, ¿un semental,futbolista y deportista como yo? Tengosangre de sobra —bromeó Heath. Peroluego se puso serio y añadió—: Para ti,me sobra.

Sin dejar de mirarme a los ojos,Heath se limpió con un dedo el hilo desangre de la mejilla y esparció luego esasangre por su labio inferior. Entonces seinclinó y me besó.

Yo saboreé la profunda dulzura de

su sangre, que se disolvió en mi bocaprovocándome un placer salvaje yproporcionándome una ola de energíaque recorrió todo mi cuerpo. Heathapartó los labios y guió los míos haciael corte de su mejilla. Cuando saqué lalengua y lo rocé, él gimió y presionó miscaderas con fuerza contra las suyas. Yocerré los ojos y comencé a succionar…

—¡Mátame! —gritó Stevie Rae convoz rota, haciendo pedazos el hechizo dela sangre de Heath.

30

Me aparté de los brazos de Heathcompletamente ruborizada de vergüenzay me limpié la boca. Respirabaentrecortadamente. Stevie Rae estaba depie, a pocos pasos, en el mismo túnelque nosotros. Las lágrimas seguíanresbalando por sus mejillas, y su rostroseguía retorcido por la desesperación.

—¡Mátame! —repitió ella, llorando.—No —dije yo, sacudiendo la

cabeza y dando un paso adelante hacia

ella.Pero Stevie Rae se echó atrás y alzó

una mano como si quisiera detenerme.Entonces yo me paré y tragué variasveces, intentando controlarme.

—Vuelve a la Casa de la Nocheconmigo. Averiguaremos cómo ocurrióesto. Todo saldrá bien, Stevie Rae, te loprometo. Lo único que importa es que túestás viva.

Pero Stevie Rae sacudía ya lacabeza mientras me oía hablar.

—No estoy realmente viva, y nopuedo volver allí.

—Por supuesto que estás viva.Hablas y caminas.

—Ya no soy yo. He muerto, y partede mí, mi mejor parte, sigue muerta.Igual que le pasa al resto —explicóStevie Rae, haciendo un gesto hacia elinterior de la cueva.

—Tú no eres como ellos —afirméyo con convicción.

—Me parezco más a ellos que a ti—dijo ella, desviando la vista de mí ydirigiéndola hacia Heath que estaba depie, callado, a mi lado—. No creeríaslas horribles cosas que se me hanpasado por la cabeza. Podría haberlomatado a él sin pensármelo dos veces.Lo habría hecho si su sangre no hubieraestado alterada por la conexión contigo.

—Quizá no fuera solo por eso,Stevie Rae. Quizá no le hayas matadoporque en realidad no querías hacerlo—dije yo.

Ella volvió a mirarme a los ojos ycontestó:

—No, quería matarlo. Y sigoqueriéndolo.

—Fueron todos los otros los quemataron a Brad y a Chris —dijoentonces Heath—. Y eso fue culpa mía.

—Heath, ahora no es momento… —comencé yo a protestar, pero Heath meinterrumpió.

—No, tienes que oír esto, Zoey.Esas cosas secuestraron a Brad y a

Chris porque ellos estuvieronmerodeando por la Casa de la Noche, yeso fue culpa mía porque yo les habíacontado lo sexis que eras —explicóHeath, mirándome con una expresión dearrepentimiento—. Lo siento, Zo —añadió. Inmediatamente su rostro seendureció para continuar—: Deberíasmatarla. Deberías matarlos a todos.Mientras ellos estén vivos, la genteseguirá en peligro.

—Él tiene razón —confirmó StevieRae.

—¿Y cómo va a resolver eso elhecho de que te mate a ti y a los demás?,¿es que no surgirán otros como

vosotros? —pregunté yo entonces. Depronto tomé una decisión y me dirigídirectamente hacia Stevie Rae. Ellaparecía dispuesta a salir huyendo, peromis palabras la detuvieron—. ¿Cómoocurrió esto?, ¿qué te hizo ser así?

El rostro de Stevie Rae secontorsionó de angustia antes decontestar:

—No sé cómo. Solo sé quién lohizo.

—Bien, ¿y quién te hizo esto?Stevie Rae abrió la boca para

responderme, pero entonces, con unmovimiento tan rápido que su cuerpo sehizo incluso borroso, se acurrucó contra

la pared del túnel y gritó:—¡Ella ya viene!—¿Cómo?, ¿quién? —pregunté yo,

agachándome a su lado.—¡Sal de aquí! ¡Deprisa!

Probablemente aún os dé tiempo aescapar —exclamó Stevie Rae,alargando una mano para tomar la mía.La tenía fría, pero me agarraba confuerza—. Te matará si te ve. A ti y a él.Sabes demasiado. De todos modospuede que te mate, pero le costará mástrabajo si consigues volver a la Casa dela Noche.

—¿De quién estás hablando, StevieRae?

—De Neferet.El nombre atravesó mi cuerpo como

una ráfaga e incluso mientras sacudía lacabeza en una negativa sentí muy dentrode mí que era verdad.

—¿Neferet te ha hecho esto a ti?, ¿atodos?

—Sí. ¡Y ahora sal de aquí, Zoey!Sentí el terror que la invadía y sabía

que ella tenía razón. Si Heath y yo nonos marchábamos, moriríamos.

—No voy a abandonarte, StevieRae. Utiliza tu elemento. Sigues teniendouna conexión con la tierra, lo siento. Asíque usa tu elemento y mantente fuerte.Volveré a por ti, y solucionaremos esto

de algún modo. Lo arreglaremos. Te loprometo.

Entonces la abracé con fuerza y, trasvacilar solo un segundo, ella medevolvió el abrazo.

—Vamos, Heath.Agarré a Heath de la mano para

llevarlo a toda velocidad por el oscurotúnel. La llama de la palma de mi manose había desvanecido al invocar a latierra, pero de ninguna manera iba aarriesgarme a volver a encenderla. Esallama podía también guiarla a ella.Mientras corríamos por el túnel oí aStevie Rae susurrar:

—Por favor, no te olvides de mí.

Heath y yo corrimos. La energía quesu sangre me había proporcionado noduró mucho, y para cuando llegamos a laescalera metálica que daba a la rejillade alcantarilla del semisótano, yo yaestaba deseando caer redonda al suelo ydormir durante días. Heath estabadispuesto a subir la escalera a toda prisahasta el sótano, pero yo lo obligué aesperar. Respirando trabajosamente, meapoyé contra la pared del túnel y saquéel móvil del bolsillo de mi pantalónjunto con la tarjeta de visita deldetective Marx. Abrí el teléfono y juroque mi corazón se paró y no comenzó alatir otra vez hasta que vi las barras de

color verde comenzar a encenderse.—¿Sientes nuestra conexión ahora?

—preguntó Heath, sonriéndome.—¡Shh! —ordené yo, sonriéndole

también.Entonces marqué el número del

detective.—Aquí Marx —contestó una voz

profunda tras el segundo timbre.—Detective Marx, aquí Zoey

Redbird. Solo tengo un segundo parahablar, y luego tengo que marcharme. Heencontrado a Heath Luck. Estamos en elsótano de la antigua estación ferroviariade Tulsa, y necesitamos ayuda.

—Aguanta, ¡llegaré en un minuto!

Un ruido más arriba me obligó acortar la conexión telefónica y cerrar elteléfono. Al ver que Heath iba a hablar,apreté el dedo índice contra mis labios.Heath me rodeó con sus brazos, y losdos tratamos de guardar silencio y norespirar. Entonces oí el cu-cú de unapaloma y un aleteo.

—Creo que solo es un pájaro —susurró Heath—. Voy a echar un vistazo.

Yo estaba demasiado cansada comopara discutir con él, y además Marx yaestaba de camino y yo estaba harta detanta humedad y túnel sucio.

—Ten cuidado —contesté ensusurros.

Heath asintió y me apretó loshombros, y luego subió por lasescaleras. Lenta y prudentemente levantóla parrilla de metal, sacando la cabezapara millar afuera. Enseguida volviópara abajo, me tomó de la mano y medijo que subiera.

—Es solo una paloma. Vamos.Con cautela, me subí encima de él y

dejé que me él me llevara hasta elsótano. Nos sentamos en un rincón juntoa la parrilla de la alcantarilla duranteunos cuantos minutos, escuchandoatentamente. Por fin yo susurré:

—Vamos fuera a esperar a Marx.Heath ya había comenzado a temblar

de frío, así que entonces me acordé de lamanta que me había dado Aphrodite.Además, prefería arriesgarme con latempestad que quedarme en aqueltenebroso sótano.

—Yo también detesto estar aquí. Escomo estar en una maldita tumba —dijoHeath en voz baja, rechinando losdientes.

De la mano, atravesamos elsemisótano y las bandas de luz gris quese reflejaban en el suelo desde el mundode arriba. Estábamos ya en la puerta debarrotes que daba al exterior cuando oíel sonido distante de una sirena depolicía. La terrible tensión de mi cuerpo

acababa justo de comenzar a rebajarsecuando oí la voz de Neferet, procedentede las sombras.

—Debería haber adivinado queestarías aquí.

El cuerpo de Heath se sacudió acausa de la sorpresa y yo le apreté lamano a modo de advertencia. Meconcentré en mí misma mientras me dabala vuelta para mirarla de frente yentonces comencé a sentir el poder delos elementos, vibrando trémulos en elaire a mi alrededor. Respiré hondo ydejé la mente en blanco.

—¡Oh, Neferet! ¡Cuánto me alegrode verte!

Apreté la mano de Heath una vezmás antes de soltarlo, tratando detelegrafiarle el mensaje «sígueme eljuego diga lo que diga», y luego melancé, llorando, en brazos de la altasacerdotisa.

—¿Cómo me has encontrado?, ¿te hallamado el detective Marx?

Vi la indecisión en los ojos deNeferet mientras se soltaba de misbrazos y repetía:

—¿El detective Marx?—Sí —respondí yo, sorbiéndome la

nariz y limpiándomela en la mangamientras me esforzaba por irradiaralivio y confianza en ella—. Ese ruido

es él, que ya viene para acá.El ruido de la sirena estaba ya muy

cerca, y era evidente que se le habíanunido otros dos coches más.

—¡Gracias por encontrarme! —exclamé—. ¡Ha sido horrible! Creí queese tipo loco de la calle iba a matarnosa los dos.

Volví de nuevo al lado de Heath y lotomé de la mano. Él se había quedadomirando a Neferet, y tenía todo elaspecto de estar conmocionado. Yo medi cuenta entonces de que probablementeestaría recordando retazos de la otraúnica vez en que había visto a la altasacerdotisa: la noche en que los

fantasmas de los vampiros habían estadoa punto de matarlo, y me imaginé que sumente estaba demasiado aterrada comopara que Neferet pudiera darle unsentido a todo lo que se le pasaba por lacabeza. Y eso era una buena cosatambién.

Entonces se cerraron las puertas delos coches y se oyeron pesados pasosaplastando la nieve.

—Zoey, Heath… —dijo Neferet,dirigiéndose rápidamente hacianosotros.

Ella alzó las manos, que relucíancon una extraña luz roja. Esa luz merecordó de repente a los ojos de las

cosas no muertas de más abajo. Antes deque pudiera correr o gritar o ni siquierarespirar, ella nos agarró de los hombros.Sentí que Heath se ponía rígido altiempo que un fuerte dolor recorría micuerpo. Explotó contra mi mente y misrodillas, y me habría caído al suelo deno haberme sujetado Neferet con lamano.

—¡No recordaréis nada!Aquellas palabras resonaron como

un eco por mi mente agonizante, y luegoya solo quedó la oscuridad.

31

Yo estaba en un precioso prado enmedio de lo que parecía un densobosque. Soplaba una brisa cálida ysuave, trayéndome la fragancia de laslilas. Por el prado corría un riachuelo, ysu agua cristalina rebosaba rítmicamentelas lisas rocas.

—¡Zoey!, ¿me oyes, Zoey? —preguntaba una voz masculina einsistente, tratando de interrumpir misueño.

Yo fruncí el ceño y no le hice caso.No quería despertar a pesar de que miespíritu estaba inquieto. Necesitabadespertarme. Necesitaba recordar. Ellanecesitaba que yo la recordara.

Pero ¿quién era ella?—Zoey…Esa vez la voz sonó dentro de mi

sueño y pude ver mi nombre pintadosobre el azul del cielo primaveral. Erala voz de una mujer, me era familiar, eramágica, maravillosa.

—Zoey…Rebusqué con la vista por el claro y

encontré a la Diosa, sentada al otro ladodel riachuelo, graciosamente apoyada

sobre una roca lisa de arenisca deOklahoma con los pies descalzos,jugando en el agua.

—¡Nyx! —grité yo—. ¿Estoymuerta?

Mi voz reverberó a mi alrededor. LaDiosa sonrió.

—¿Vas a preguntarme eso cada vezque te haga una visita, Zoey Redbird?

—No, eh… lo siento —contesté yocon palabras teñidas de rosa,probablemente ruborizadas igual quemis mejillas.

—No lo sientas, hija mía. Lo hashecho muy bien. Estoy complacidacontigo. Ha llegado el momento de

despertar, pero primero quierorecordarte que los elementos puedenrestaurar exactamente igual que destruir.

Yo iba a darle las gracias a pesar deno tener ni idea de qué estaba hablando,pero mi hombro sacudiéndose y unrepentino remolino de aire frío meinterrumpió. Abrí los ojos.

La nieve se agitaba a mi alrededor.El detective Marx estaba inclinadosobre mí, sacudiéndome el hombro. Apesar de la extraña niebla que inundabami mente, encontré una palabra:

—¿Heath?El detective Marx ladeó la barbilla

hacia su derecha e inclinó mi cabeza

para que viera el cuerpo inmóvil deHeath, que en ese momento cargaban enla ambulancia.

—¿Está…?No pude terminar la pregunta.—Está bien, solo un poco

magullado. Ha perdido un montón desangre, pero ya le han dado algo para eldolor.

—¿Magullado? —repetí yo, tratandode darle sentido a todo—. ¿Qué le haocurrido?

—Laceraciones múltiples,exactamente igual que los otros doschicos. Menos mal que tú lo encontrastey me llamaste antes de que se desangrara

hasta morir —explicó el detective,apretándome el hombro. Un enfermerotrató de apartar a Marx de mi lado, peroél dijo—: Yo me ocuparé de ella. Solonecesita volver a la Casa de la Noche yse pondrá bien.

Vi al enfermero lanzarme una miradaque claramente venía a llamarme friki,pero el detective me ayudó a sentarme ysu enorme cuerpo me bloqueó la vista deél.

—¿Puedes venir andando hasta micoche? —preguntó Marx.

Yo asentí. Mi cuerpo comenzaba aestar mejor, pero mi mente seguía siendoun barullo. El «coche» de Marx era en

realidad una enorme camionetapreparada para cualquier eventualidad,con enormes ruedas y una barraantivuelco. El detective me ayudó asubir al asiento de delante, que eracómodo y estaba calentito, pero antes deque él pudiera cerrar la puerta yo meacordé de otra cosa, a pesar de que elesfuerzo me hacía sentir como si lacabeza fuera a partírseme en dos.

—¡Perséfone!, ¿está bien?Marx me miró confuso, pero solo

durante un segundo, y luego sonrió.—¿Te refieres a la yegua?Yo asentí.—Está bien. Un oficial la está

llevando andando a los establos de lapolicía en el centro de la ciudad hastaque se despejen las calles y puedanllevarla de vuelta a la Casa de la Nocheen un trailer —explicó con una enormesonrisa—. Me parece que eres másvaliente que la policía de Tulsa. Nadiese ofreció voluntario para llevarla devuelta galopando.

Yo descansé la cabeza sobre elasiento y Marx encendió el motor detracción a las cuatro ruedas y condujopor entre los parches de nieve,alejándose de la estación. Debía haberallí diez coches de policía junto con uncamión de bomberos y dos ambulancias,

todos aparcados y con las luces azules,rojas y blancas encendidas en medio dela noche desértica y cubierta de nieve.

—¿Qué ha ocurrido aquí hoy, Zoey?Yo traté de recordar, pero tuve que

entrecerrar los ojos para evitar elrepentino dolor de cabeza.

—No lo recuerdo —conseguí decira pesar del fuerte pulso que sentía en lassienes.

Podía sentir la penetrante mirada deldetective sobre mí. Lo miré a los ojos yrecordé que él me había dicho que teníauna hermana gemela vampira que seguíaqueriéndolo. También me había dichoque podía confiar en él, y yo le había

creído.—Algo va mal —admití yo—.

Tengo la cabeza hecha un lío.—Bien —dijo él lentamente—,

empieza por lo último que te sea fácilrecordar.

—Yo estaba cepillando a Perséfoney de pronto supe dónde estaba Heath yque iba a morir si no iba a rescatarlo.

—¿Vosotros dos estáis conectados?—preguntó él. Debió ser fácilinterpretar mi expresión de sorpresa,porque el detective sonrió y continuó—:Mi hermana y yo hablamos, y siempre hesentido curiosidad por las cosas de losvamps, sobre todo justo después de que

ella cambiara —explicó Marx,encogiéndose de hombros como si nofuera nada del otro mundo para unhumano tener todo tipo de informaciónacerca de los vampiros—. Somosgemelos, así que estamos acostumbradosa compartirlo todo. Un cambio deespecie no significa una gran diferenciapara nosotros —añadió mirando a loslados y luego de nuevo hacia mí—.Vosotros dos habéis conectado,¿verdad?

—Sí, Heath y yo estamosconectados. Por eso supe dónde estaba—confesé yo, omitiendo hablar deAphrodite.

De ninguna manera tenía ganas deexplicarle todo el asunto de que lasvisiones de Aphrodite eran reales peroNeferet decía…

—¡Ah!En esa ocasión grité en voz alta al

sentir un dolor agónico en la cabeza.—Respira hondo y con calma —

aconsejó Marx, lanzándome miraditas depreocupación cada vez que podíaapartar la vista de la carretera—. Hedicho que me digas lo que te sea fácilrecordar.

—No, no importa. Estoy bien.Quiero hacer esto.

Él parecía aún preocupado, pero

siguió haciendo preguntas.—De acuerdo, tú sabías que Heath

tenía problemas y sabías dónde estaba.Así que, ¿por qué no me llamastesencillamente y me dijiste que fuera a lavieja estación?

Traté de recordar, pero el dolor meatravesó la cabeza. Pero junto con eldolor vino la rabia. Le había ocurridoalgo a mi mente. Alguien habíaenturbiado mi mente. Y eso me cabreabade verdad. Me restregué las sienes yapreté los dientes para evitar el dolor.

—Quizá debiéramos dejarlo por unrato.

—¡No! Déjame pensar —jadeé yo.

Recordaba los establos y recordabaa Aphrodite. Recordaba que Heath menecesitaba y recordaba el arriesgadotrayecto en medio de la nieve conPerséfone hasta el sótano de la estación.Pero cuando trataba de recordar algomás allá del sótano, la agonía que seextendía por mi cabeza era demasiadopara mí.

—¡Zoey! —exclamó el detectiveMarx, cuya preocupación puede oír apesar del dolor.

—Algo ha enturbiado mi mente.Me enjugué las lágrimas que ni

siquiera me había dado cuenta de queresbalaran por mi rostro.

—Partes de tu memoria se hanborrado.

No parecía una pregunta, pero detodos modos yo asentí.

Él permaneció en silencio un rato.Parecía concentrado en las callesdesiertas y cubiertas de nieve, pero a míno podía engañarme, pensé yo, y losiguiente que dijo me dio la razón.

—Mi hermana, que se llama Anne—comenzó el detective, volviendo lavista hacia mí y sonriendo—, meadvirtió una vez de que si enfadaba auna alta sacerdotisa me metería engraves problemas, porque tienen formasde borrar las cosas. Y con eso de borrar

las cosas se refería a borrar a laspersonas y los recuerdos —explicóMarx, que volvió a desviar la vistahacia mí desde la carretera, pero en esaocasión sin sonreír—. Así que supongoque la pregunta es: ¿qué has hecho túpara enfadar a una alta sacerdotisa?

—No lo sé. Yo…Mi voz se desvaneció mientras

reflexionaba sobre lo que él acababa dedecir. No traté de recordar lo que habíaocurrido esa noche. En lugar de ello,dejé que mi memoria retrocedieraperezosamente hacia atrás, haciaAphrodite y hacia el hecho de que Nyxhubiera seguido bendiciéndola con sus

visiones a pesar de que Neferetaseguraba que eran falsas, y hacia laleve y casi imperceptible sensación deque algo en Neferet estaba mal,sensación que había ido creciendo comoun hongo día a día hasta culminar eldomingo por la noche, cuando ellasocavó las decisiones que yo habíatomado para las Hijas Oscuras y… y…Entonces abracé mi torso ante el calorque comenzaba a palpitar por toda micabeza y ante el penetrante dolor que meatravesó al recordar a la criatura en laque se había convertido Elliot, chupandode la sangre de la alta sacerdotisa.

—¡Para el camión! —grité.

—Ya estamos casi en la escuela,Zoey.

—¡Ahora! Me estoy poniendoenferma.

Nos echamos a un lado de la calle.Yo abrí la puerta y caí en la carreteracubierta de nieve, me tambaleé hasta lacuneta y allí vacié las entrañas. Eldetective Marx permaneció a mi lado,me retiró el pelo y adoptó un airepaternal mientras me decía que respirarahondo y que todo saldría bien. Yo traguéaire y por fin dejé de vomitar. Él metendió un pañuelo de esos antiguos, dehilo, que se doblan varias vecesformando un cuadrado.

—Gracias.Quise devolverle el pañuelo después

de limpiarme la cara y sonarme la nariz,pero él sonrió y dijo:

—Guárdatelo.Yo me quedé ahí, tragando aire y

dejando que el pulso en mi cabeza fueradesvaneciéndose mientras miraba al otrolado de un prado cubierto de nievevirgen, hacia unos robles distantes quecrecían a lo largo de un enorme muro depiedra y ladrillo. Y con un grito desorpresa, me di cuenta de dóndeestábamos.

—Es el lado este del muro de laescuela —dije yo.

—Sí, se me ocurrió traerte por laparte de atrás para darte más tiempopara pensar y quizá restaurar tu memoriaalgo más.

Restaurar… ¿Qué tenía esa palabra?A tientas, traté de concentrarme confuerza y de recordar mientras mepreparaba para el dolor que sabía quevendría a continuación. Pero no vino, y ami memoria acudió el recuerdo de lavisión de un precioso prado y de lassabias palabras de mi Diosa: «Loselementos pueden restaurar tanto comodestruir».

Y entonces comprendí lo que teníaque hacer.

—Detective Marx, necesitoquedarme aquí un minuto, ¿de acuerdo?

—¿Sola?Yo asentí.—Estaré en el camión,

observándote. Si me necesitas, llámame.Sonreí y le di las gracias, pero antes

de que se hubiera dado la vuelta hacia elcamión yo ya estaba caminando endirección a los robles. No necesitabaestar bajo su sombra ni estar de hechoen los terrenos de la escuela, pero estarcerca de ellos me ayudaba aconcentrarme. Cuando estuve losuficientemente cerca como para vercómo se enredaban sus ramas como

viejos amigos, me detuve y cerré losojos.

—Viento, te llamo a mí y esta vez tepido que te lleves con tu soplo cualquiermancha oscura que haya tocado mimente y que la limpies.

Sentí que una ráfaga de frío mesacudía como si estuviera apaleándomemi propio huracán personal, pero el aireno se presionaba contra mi cuerpo, sinoque llenaba mi mente. Dejé los ojosfuertemente cerrados y traté de bloquearel dolor palpitante que había vuelto amis sienes.

—Fuego, te llamo a mí y te pido quequemes cualquier oscuridad que haya

tocado mi mente.El calor llenó mi cabeza, solo que

no era como el latigazo caliente quehabía sentido antes. En lugar de ello setrataba de una agradable calidez como lade una venda sobre un músculo tenso.

—Agua, te llamo y te pido que lavesla oscuridad que ha tocado mi mente.

El frío inundó la calidez, templandoy suavizando lo que se había recalentadoy procurándome un increíble alivio.

—Tierra, te llamo y te pido que tufuerza alimentadora se lleve laoscuridad que ha tocado mi mente.

Desde las plantas de los pies, pordonde estaba conectada firmemente a la

tierra, sentí como si un grifo se abriera yla fétida oscuridad escapara de micuerpo para ser consumida por la fuerzay la bondad de la tierra.

—¡Y espíritu, te pido que cures loque la oscuridad ha destruido en mimente y restaures mi memoria!

Algo saltó dentro de mí y unasensación blanca y familiar recorriótoda mi espalda, haciéndome caer derodillas.

—¡Zoey! ¡Zoey! ¡Dios mío!, ¿estásbien?

Una vez más las fuertes manos deldetective Marx sacudieron mis hombrosy me ayudaron a ponerme en pie. En esa

ocasión mis ojos se abrieron fácilmentey yo sonreí al ver su amable rostro.

—Estoy más que bien. Lo recuerdotodo.

32

—¿Estás segura de que es así comotiene que ser? —preguntó el detectiveMarx por enésima vez.

—Sí —asentí yo cansadamente—.Tiene que ser así.

Estaba tan condenadamente cansadaque creí que caería redonda, dormida,en medio del monstruoso camión delpoli. Pero sabía que no podía dormir. Lanoche aún no había terminado. Ni mitrabajo tampoco.

El detective suspiró, y yo le sonreí.—Vas a tener que confiar en mí —

dije yo, repitiendo una frase que élmismo me había dicho a mí un pocoantes ese mismo día.

—No me gusta —dijo él.—Lo sé, y lo siento, pero te he

contado todo lo que puedo.—¿Que ese desgraciado sintecho es

responsable de lo que le ocurrió a Heathy de las muertes de los otros dos chicos?—preguntó Marx, sacudiendo la cabeza—. No me lo parece.

—¿Estás seguro de que no tienespoderes psíquicos? —sonreí yo,cansada.

—Si los tuviera sabría qué tiene demalo esa explicación —contestó él,sacudiendo de nuevo la cabeza—.Entonces explícame esto: ¿qué le hasucedido a tu memoria?

Yo ya había pensado en unarespuesta para esa pregunta.

—Ha sido por el trauma de estanoche. Ese trauma ha bloqueado mirecuerdo de lo que ocurrió, y entoncesmi afinidad con los cinco elementos meha ayudado a desbloquear la memoria ya recordar.

—¿Y por eso te dolía tanto?—Supongo —contesté yo,

encogiéndome de hombros—. De todos

modos ya no me duele.—Escucha, Zoey, estoy seguro de

que ocurre algo más que no me estáscontando, y quiero que sepas querealmente puedes confiar en mí.

—Lo sé.Yo le creía, pero también sabía que

había ciertos secretos que no podíacompartir. Ni con aquel amabledetective, ni con nadie.

—No tienes que enfrentarte tú sola alo que sea que está ocurriendo, yo puedoayudarte. No eres más que una cría, unaadolescente —dijo él, completamentedesesperado.

Yo lo miré a los ojos con calma.

—No, soy una iniciada, líder de lasHijas Oscuras y aprendiz de altasacerdotisa. Créeme, eso es mucho másque una simple adolescente. Te he hechouna promesa, y tú sabes por tu hermanaque mi promesa me obliga. Te prometoque te he contado todo lo que puedocontarte, y si desaparece algún chicomás, creo yo que podré encontrarlo.

Lo que no le dije era que no tenía niun uno por ciento de seguridad acerca decómo iba a hacer eso de encontrarlo,pero me parecía bien hacerle esapromesa y, por eso mismo, sabía queNyx me ayudaría a hacer honor a ella. Yno es que fuera a ser fácil, pero no podía

traicionar a Stevie Rae, lo cualsignificaba que nadie debía saber nadaacerca de las criaturas o, al menos,nadie debía saber nada hasta que StevieRae estuviera a salvo.

Marx volvió a suspirar, y yo pudever que musitaba para sí mismo mientrasdaba la vuelta al camión para ayudarmea bajar. Justo antes de que abriera lapuerta del edificio principal de laescuela Marx me revolvió el pelo (locual me resultó molesto) y dijo:

—Bueno, está bien, haremos esto atu modo. Aunque, por supuesto, enrealidad no me queda elección.

Tenía razón: él no tenía elección.

Entré en el edificio delante de él einmediatamente me sentí rodeada por lacalidez y la familiaridad de su olor aincienso y aceite, y por la suavidad delas luces de los farolillos de gas queparpadeaban como si fueran mis amigosy quisieran darme la bienvenida.

Y hablando de amigos…—¡Zoey! —oí a las gemelas gritar al

unísono.De pronto me vi apretujada en medio

de ellas dos mientras me abrazaban,lloraban y me gritaban, enfadadas porhaberlas asustado tanto, y hablaban sinparar, diciendo que habían podido sentircuándo extraía la fuerza de sus

respectivos elementos. Damien no tardóen aparecer detrás de ellas. Y luegoenseguida estaba en los fuertes brazosde Erik, mientras me abrazaba y mesusurraba lo asustado que había estadopor mí y lo contento que estaba de queestuviera bien. Yo me permitírecostarme sobre su pecho y devolverleel abrazo. Ya me ocuparía más tarde dequé hacer acerca de Heath y de él. Enese instante estaba demasiado cansada y,de todos modos, necesitaba conservarmis fuerzas para enfrentarme a…

—Zoey, nos has dado un buen susto.Me aparté de los brazos de Erik y

me giré para mirar de frente a Neferet.

—Lo siento, no quería preocupar anadie —dije yo.

Y era verdad. Mi intención no era nimolestar, ni preocupar ni asustar anadie.

—Bueno, no le has hecho daño anadie, cariño. Estamos todos muycontentos de que estés sana y salva, devuelta en casa.

Neferet sonrió en dirección a mí conesa maravillosa sonrisa maternal queella sabía esbozar tan bien y que parecíarepleta de amor, de luz y de bondad, y apesar de que yo sabía qué ocultaba esasonrisa, sentí que se me encogía elcorazón y deseé desesperadamente estar

equivocada y que Neferet fuera tanmaravillosa como yo antes solía creer.

Pero no siempre la oscuridad esequiparable al mal, igual que no siemprela luz nos trae el bien. Las palabras dela Diosa resonaron como un eco en mimente, proporcionándome fuerza.

—Sí, y sin duda Zoey es nuestraheroína —comentó el detective Marx—.De no haber sido porque estásintonizada con ese chico, jamás noshabría llamado ni habríamos llegado atiempo a la vieja estación para salvarlo.

—Sí, bueno, ese es un pequeñoproblema del que tendremos que hablarella y yo más tarde —contestó Neferet,

lanzándome una severa mirada, pero conun tono de voz que delataba a las clarasdelante de todos que no se trataba denada serio.

Si ellos supieran.—Detective, ¿han detenido a la

persona que ha estado secuestrando atodos esos chicos? —siguió preguntandoNeferet.

—No, pudo escapar antes de quellegáramos, pero tenemos pruebas deque alguien ha estado viviendo en lavieja estación. De hecho, parece inclusoque la usaba como cuartel general. Creoque nos será fácil encontrar pruebas deque los otros dos chicos murieron allí.

El que los mató trataba de hacernoscreer que eran los vampiros los quesecuestraban a los adolescentes, peroahora, a pesar de que Heath no seacuerda de gran cosa debido al trauma,Zoey nos ha dado una buena descripciónde ese hombre. Cogerlo es solo cuestiónde tiempo.

¿Fui yo la única que vio un fugazbrillo de sorpresa en los ojos deNeferet?

—¡Eso es maravilloso! —exclamóNeferet.

—Sí —contesté yo, mirando a losojos a la alta sacerdotisa—. Le hecontado muchas cosas al detective Marx.

Tengo una memoria estupenda.—¡Estoy tan orgullosa de ti,

Zoeybird! —volvió a exclamar Neferet,acercándose para rodearme con susbrazos y abrazarme de nuevo con fuerza.Me apretó tanto, que solo yo pude oírlasusurrarme al oído—: Si hablas en micontra, me aseguraré de que ningúnhumano, iniciado o vampiro te creajamás.

Yo no la solté. No reaccioné deningún modo. Pero cuando ella me soltó,hice mi último movimiento: el que habíaplaneado hacer en el momento en el queuna sensación blanca y caliente, yafamiliar para mí, me cosquilleó la piel

de la espalda.—Neferet, ¿quieres por favor

mirarme la espalda?Yo había llamado a mis amigos por

teléfono mientras estaba con el detectiveMarx a las puertas de la escuela parapedirles que me esperaran en elvestíbulo del edificio principal y que seaseguraran de que Neferet estuviera allítambién. Por lo visto, desde esemomento no habían podido parar dehablar, atolondrados y alterados por elalivio y la alegría de verme. Pero esaextraña y repentina petición de que memiraran la espalda, que yo había hechocon voz bien alta y clara, los hizo callar

a todos súbitamente. De hecho inclusotodos en el vestíbulo, incluyendo eldetective Marx, me miraron con unaexpresión extraña, como si se estuvieranpreguntando si durante mis aventuras mehabía golpeado la cabeza y si se meestaban saliendo los sesos por algunaparte.

—Es importante —añadí, sonriendoen dirección a Neferet como si estuvieraocultando un regalo solo para ella en laespalda, debajo de la camisa.

—Zoey, no estoy segura de que… —comenzó a decir Neferet con un tono devoz bien estudiado entre lapreocupación y la violencia.

Yo suspiré exageradamente ycomenté:

—¡Dios, pues mira!Y antes de que nadie pudiera

detenerme, me giré para que todo elmundo pudiera ver mi espalda y melevanté la camiseta (con cuidado dedejarme bien tapado el pecho).

En realidad no me había preocupadoni por un instante el hecho de que mepudiera equivocar, pero me sentíaliviada al oír las exclamacionesmaravilladas y los gritos de sorpresa yfelicidad de mis amigos.

—¡Z, se te ha extendido la marca! —exclamó Erik, riendo y tocando a tientas

el nuevo tatuaje de mi espalda.—¡Uau, es increíble! —jadeó

Shaunee.—¡Superguay! —exclamó Erin.—¡Es espectacular! —corroboró

Damien—. Es el mismo laberinto que elde tus otras dos marcas.

—Sí, con las runas en los espaciosentre las espirales —dijo Erik.

Creo que fui la única que notó queNeferet no decía nada.

Me bajé la camiseta. Esperaba conansiedad el momento de ir a mirarme aun espejo para ver lo que solo habíasentido.

—Enhorabuena, Zoey. Me imagino

que eso significa que sigues siendoespecial para tu Diosa —dijo eldetective Marx.

Yo le sonreí y le contesté:—Gracias. Gracias por todo lo que

has hecho esta noche.Nuestras miradas se encontraron y él

me guiñó un ojo. Luego se volvió haciaNeferet.

—Será mejor que me vaya, señora.Me queda mucho trabajo que hacer estanoche. Además, me imagino que Zoeyestará deseando marcharse a la cama.Buenas noches a todos —se despidióMarx, tocando el ala de su sombrero ysonriendo en mi dirección una vez más

antes de salir.—Estoy realmente cansada —dije

entonces yo, mirando a Neferet—. Si noos importa, me gustaría irme a la cama.

—Sí, cariño —contestó ella consencillez—. Nos parece bien.

—Pero me gustaría detenerme unmomento en el templo de Nyx de caminoal dormitorio, si te parece bien también—añadí yo.

—Tienes muchas cosas queagradecerle a Nyx, me parece muy buenaidea.

—Iremos contigo, Z —dijo Shaunee.—Sí, Nyx ha estado con todos

nosotros esta noche —dijo Erin.

Damien y Erik también estuvieron deacuerdo, pero yo no miré a ninguno demis amigos. No dejaba de mirar a losojos a Neferet.

—Sí, le daré las gracias a Nyx, perotengo otra razón para ir a su templo —dije yo. Sin esperar a que ella mepreguntara a qué me refería, continuédiciendo con mucha seriedad—: Voy aencender una vela terrestre por StevieRae. Le prometí que no la olvidaría.

Mis amigos volvieron a murmurarque estaban de acuerdo, pero yo seguípendiente de Neferet. Por fin me acerquéa ella lenta y deliberadamente.

—Buenas noches, Neferet —me

despedí, y esa vez fui yo quien laabrazó. Mientras la estrechaba entre misbrazos, añadí en susurros—: Loshumanos, los iniciados y los vampirosno necesitan creer nada de lo que yodiga de ti, porque es Nyx la que cree enmí. Esto no ha terminado.

Me aparté de los brazos de Neferet yle di la espalda. Juntos, mis amigos y yosalimos fuera y cruzamos la cortadistancia que nos separaba del templode Nyx. Por fin había dejado de nevar, yla luna se asomaba entre briznas denubes que parecían pañuelos de seda.Me detuve ante la bella estatua demármol de la Diosa que había delante

del templo.—Aquí —afirmé yo convencida.—¿Qué quieres decir, Z? —preguntó

Erik.—Quiero poner la vela de Stevie

Rae aquí fuera, a los pies de Nyx.—Yo te la traeré —dijo Erik,

apretándome la mano y apresurándose aentrar en el templo de Nyx.

—Tienes razón —dijo entoncesShaunee.

—Sí, a Stevie Rae le gustaría tenerlavela encendida aquí —convino Erin.

—Está más cerca de la tierra —comentó Damien.

—Y más cerca de Stevie Rae —dije

yo en voz baja.Erik volvió y me tendió una vela

votiva verde y un encendedor grandeque se usaba para los rituales. Yo seguími instinto: encendí la vela y la dejé alos pies de Nyx.

—Me acuerdo de ti, Stevie Rae. Taly como te prometí —dije yo.

—Lo mismo que yo —dijo Damien.—Yo también —dijo Shaunee.—Lo mismo digo —añadió Erin.—Yo también me acuerdo de ti —

dijo Erik.De pronto una fragancia a hierba de

la pradera invadió el aire alrededor dela estatua de Nyx, haciendo sonreír a

mis amigos a pesar de las lágrimas.Antes de alejarnos de allí, yo cerré losojos y susurré una oración: una promesaque sentía en lo más profundo de mialma.

Volvería a por Stevie Rae.

Notas

[1] Las palabras seguidas de asteriscoestán en español en el original. <<

[2] N. de la t.: Juego de palabrasintraducible. Cock, «gallo» en inglés,también significa «polla». <<