trabajos premiados

24

Upload: rafa-roma

Post on 12-Mar-2016

234 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

Concurso literario

TRANSCRIPT

CATEGORÍA ACATEGORÍA ACATEGORÍA ACATEGORÍA A PRIMER CICLO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA.

1º PREMIO1º PREMIO1º PREMIO1º PREMIO

TÍTULO: Un día contigo pero nunca sin tiUn día contigo pero nunca sin tiUn día contigo pero nunca sin tiUn día contigo pero nunca sin ti AUTORA: María Carracedo Añón

CURSO: 2º A 2º PREMIO2º PREMIO2º PREMIO2º PREMIO

TÍTULO: La Religión del más fuerteLa Religión del más fuerteLa Religión del más fuerteLa Religión del más fuerte AUTOR: Marcos Varela Abellón

CURSO: 2º B

CATEGORÍA BCATEGORÍA BCATEGORÍA BCATEGORÍA B SEGUNDO CICLO DE EDUCACIÓN SECUNDARIA.

1º PREMIO1º PREMIO1º PREMIO1º PREMIO

TÍTULO: LunesLunesLunesLunes AUTORA: Inés Martínez Lorenzo

CURSO: 3º B 2º PREMIO:2º PREMIO:2º PREMIO:2º PREMIO:

TÍTULO: Tres de noviembreTres de noviembreTres de noviembreTres de noviembre AUTORA: María Gallardo de Artaza

CURSO: 4º B

CATEGORÍA CCATEGORÍA CCATEGORÍA CCATEGORÍA C BACHILLERATO

1º PREMIO1º PREMIO1º PREMIO1º PREMIO

TÍTULO: NachoNachoNachoNacho AUTORA: Andrea Muñoz Martín

CURSO: 2º A 2º PREMIO2º PREMIO2º PREMIO2º PREMIO

TITULO: Mi primer díaMi primer díaMi primer díaMi primer día AUTORA: Ana María Eirís Rey

CURSO: 1º B

UN DÍA CONTIGO, PERO NUNCA SIN TI

Observó la habitación, la luz del atardecer daba a sus pálidas mejillas un tono un poco más rosado, los labios, que en otro tiempo lucían un color rojo intenso, estaban agrietados y presentaban un color morado. Sus pálpebras, no dejaban ver sus bonitos ojos azules, y su cuerpo, aunque estaba allí, el alma y espíritu de Carolina se encontraban muy lejos, demasiado lejos. Como todos los días, se sentó en el sillón de color marrón oscuro y abrió su libro. Tras observar la figura postrada en al cama, Manuel se aclaró la voz, y empezó a leer. Las palabras eran un cálido aliento para él, y le gustaba pensar, que también lo eran para Carolina, su amada y dulce Carolina. Daría lo que fuera por oír su voz, pero cada vez que lo deseaba, llegaba a su mente el recuerdo de aquel día, que había comenzado como un día normal, con exámenes pero pocos deberes, pero que había finalizado como el peor de su trágica y miserable vida. Desde ese momento, su vida dejó de tener un rumbo fijo y empezó a caer en un pozo sin fondo, en el que la desesperación, el dolor y el alcohol, daban lugar a una mezcla de la que saldría un hombre maltrecho, y envés de solucionar sus problemas, lo único que hacia era dejarse embotar el cerebro con substancias que deterioraban su cuerpo cada vez más. Leyó unas páginas, pero ese día no le apetecía seguir, ese día quería recordar, hacer frente a su situación y tomar de una vez por todas una solución. No sabía como empezar, era algo curioso, pues lo único que tenía que hacer era rememorar ese día, pero no se veía en condiciones. Llevaba cinco años escapando de esos recuerdos que le habían impedido llevar una vida normal. Los había guardado en el fondo de su mente, y gracias a la ayuda del alcohol y de las drogas, se había olvidado poco a poco, pero no se podía permitir el lujo de escapar y actuar como si nada hubiese sucedido, tenía que recordarse porque llevaba esa vida, y lo hacía martirizándose, yendo a visitar a la persona a la que había dañado.

Cogió una hoja en blanco, respiró hondo y empezó a escribir, a desahogarse. Había tomado la decisión de plasmarlo todo, absolutamente todo, en un papel. Era una soleada mañana, mi madre, siempre tan atenta, había tenido la amabilidad de meterme una botella de agua en la mochila. La gente que pasaba a mi lado, me observaba con curiosidad, era normal; en la mano derecha llevaba el libro de texto, y en la izquierda la botella de agua. Cuando entré en clase, estaba hecho un manojo de nervios, nos encontrábamos en época de exámenes finales, y me jugaba el curso, pero no tardé en darme cuenta que mis compañeros se encontraban en mi la misma situación, pues la tensión se respiraba en el ambiente, hoy, teníamos uno de los exámenes más difíciles, el de Química, y no era para menos, entre el profesor y la asignatura, el número de aprobados se contaba con los dedos de una mano. Me senté en mi sitio, los alumnos iban entrando poco a poco, y los pupitres vacíos eran cada vez menos. Carolina no llegaba, y aunque había estudiado para este examen, su cercanía me tranquilizaba. El profesor entró, pero mi preocupación se disipó cuando la vi detrás de Don Ramón, su cabello caía formando suaves ondas, sus ojos azules brillaban con la energía que la caracterizaba, y los labios, pintados de un rojo intenso, dejaban entrever un mundo de sensaciones. Me saludo con una fugaz mirada y un rápido hola. Don Ramón no quiso prolongar nuestra agonía, así que, cuando guardamos nuestros libros en el pupitre, se puso a repartir los exámenes. Cuando tuve el examen sobre mi mesa, eche un vistazo a todas las preguntas, la mayoría las sabía, pero había otras… El tiempo pasó rápidamente, pero había podido acabar el examen. Noté un suave roce en mi hombro y como un resorte me di la vuelta para observarla, mi corazón empezó a palpitar, tanto que tuve miedo de que ella lo escuchara. -¿Qué tal el examen? -Bueno… cre..Creo que bien, pien.. Pienso que me..Me da para apro..Aprobar- respondí

-Tranquilo, el examen ya ha pasado, relájate y verás como dentro de una rato dejas de tartamudear como un niño pequeño. Tal era mi bochorno que en cuanto me pude me escapé a mi refugio, aunque sonaba un poco infantil sentía que en mi pupitre estaba a salvo, se encontraba en el lugar más apartado del aula, y poca gente se acercaba hasta allí.. Manuel paró un momento d escribir, no sabía si estaba preparado para contar lo que venía a continuación. Su cabeza estaba a punto de explotar, los recuerdos aparecía en ella como si de petardos se tratase, uno detrás de otro. Las lágrimas empezaron a aflorar en sus ojos, pero sabía que no se podía permitir el lujo de llorar. Agarró el bolígrafo con tanta fuerza que a punto estuvo de romper, pero sin vacilar siguió escribiendo. La siguiente asignatura era Biología, era una de las pocas asignaturas que me gustaban, la profesora era agradable, y explicaba bastante bien. Empecé a buscar le libro en el pupitre, pero no lo encontraba, así que deduje que con los nervios del examen, no lo había sacado de la mochila. Me incline hacia abajo y tire de la mochila hacia ami, pero observé que estaba enganchada en la pata de la silla de Carolina. Era demasiado vago, así que envés de levantar la pata de la silla y sacar la mochila, tiré de ella con fuerza, arrastrando la silla hacia mí. Lo último que oí antes de entrar en estado de shock, fue la voz de Carolina, pero aun hoy, no recuerdo con exactitud sus palabras. Carolina se estaba sentando en el momento en el que tiré de la silla. Cayó de espaldas, y su cabeza chocó contra mi mesa. Los recuerdos de ese día y los siguientes son muy vagos; el desprecio de mis compañeros, la tristeza de mis padres y de los de Carolina, el interrogatorio de la policía, la visita al hospital... Más tarde, me explicaron que el golpe que había sufrido, la había sumido en un estado vegetativo, del que difícilmente podría despertar. Desde ese momento, todos los días, vengo a visitarla, ha hablarle a contarle las novedades y a recordarle lo horrible que es mi vida sin ella. Esta vez, Manuel dejó brotar las lágrimas, sin importarle nada, salvo ella. Su psicóloga le decía una y otra vez que tenía que dejar

de verla, que eso era hurgar en la llaga, pero no se imaginaba un día de su vida sin ella, prefería vivir anclado a ese hospital, que estar un solo momento de su vida alejado de allí, de esa habitación, de ese sillón y de su ocupante. Los avances de la ciencia eran impresionantes, pero aun no se había averiguado como despertar a una persona del coma. Miró el reloj y decidió que era hora de marcharse, pero iba a hacer algo que hasta ese momento no se había planteado. Se acercó a ella, y lentamente, poco a poco, sus labios rozaron los suyos. Fue un contacto leve pero intenso. Recuerdos felices empezaron a pasar por su mente, pero una voz, débil, seca, llena de esperanza, lo sacó de su ensoñación: - ¿Dónde estoy? Manuel no se lo podía creer, SE HABÍA DESPERTADO, NO ERA UN SUEÑO. Anhelaba ver sus ojos azules, y después de tanto tiempo lo había conseguido, estaban brillantes, y llenos de energía, como siempre. Manuel no pudo reprimir un grito de alegría, lo que atrajo la atención de los médicos, que se quedaron petrificados, alucinados… en fin todos los calificativos que se te ocurran. Los días fueron pasando, Manuel no se despegaba un minuto de ella, y ella, tampoco quería que se fuera. Los médicos preguntaron una y otra vez que es lo que había ocurrido, y él, armado de paciencia se lo repetía sin cesar. Los amigos del colegio, la familia le volvían a dirigir la palabra, y él estaba tan borracho de felicidad, que había olvidado su actitud durante todos estos años. Empezó a ver las cosas de otra forma, poco a poco, fue recuperando su vida y su personalidad, pero siempre a su lado.

María Carracedo AñónMaría Carracedo AñónMaría Carracedo AñónMaría Carracedo Añón

La religión del más fuerte

Yo soy Lucas y tengo 15 años. Voy a un instituto donde después de 3 años la gente me sigue discriminando por mis creencias, mi creencia es que Dios no existe. Sí, soy ateo. Yo pienso que es lo más normal del mundo pero mis compañeros de clase creen que soy un enviado del diablo.

Hoy es lunes, vuelta a mi infierno personal. Llego a clase tarde, son ya las ocho y cuarenta minutos.

Entro por la puerta:

- ¿A qué se debe este retraso, Lucas? – Pregunta mi tutor.

- Me levanté tarde y vine todo lo rápido que pude – Dije.

- Ponte de pie en una esquina y ya hablaremos -.

- “Genial”- Pensé. Lo que me faltaba.

Lo peor de que tu profesor te obligue a ponerte de pie es que tus compañeros te harán la vida imposible en el recreo. Tal vez durante toda la semana.

Tras una larga hora suena el timbre y me siento en mi sitio, en el cambio de clase empiezan las primeras burlas:

- Bien hecho hermano del 666 – Dijo Óscar, mi némesis.

- Déjame en paz, no fue para tanto – respondo yo.

- Si creyeses en Dios tal vez te ayudaría – Me dijo.

Entonces me enfadé, ya harto de sus bromas le espeté:

- ¡¡No creo en Dios porque en él creen ignorantes como tú!! -.

Hasta yo reconocí que me había pasado. Lo vi en sus ojos tenía ganas de matarme o algo peor, es alto y fornido, no será la primera vez que pega a alguien. Yo no soy precisamente un forzudo, que se diga, pero puedo oponer bastante resistencia. Pero él es demasiado fuerte como para que alguien como yo le plante cara.

- Nos vemos a la salida, a no ser que me tengas miedo – Dijo finalmente.

Pasé las dos horas siguientes pensando en lo que había hecho.

- Me va a matar – Pensé.

Llegó el recreo, un respiro según se mire. Puede que Óscar se adelantase y me pegase en ese momento.

Pero el recreo lo pasé solo, tranquilo como siempre.

Vuelta a clase otra vez. Era como si estuviese en otro mundo, no me enteraba de nada, no me importaba lo que decían los profesores, da igual si era o no interesante, yo estaba pensando en mi muerte o algo por el estilo. Me mandaría directamente al hospital y nadie me iba a defender, y si alguien lo hiciese, recibiría unos cuantos golpes también.

Cuando me di cuenta ya eran las dos y la última clase estaba a punto de terminarse.

Sonó el timbre, para mí siempre era una sensación sublime pero aquel día significaba una paliza.

Giré la cabeza hacia Óscar, éste me miró con muy mala cara.

- Espérame ahí abajo, te voy a dejar unos moratones del tamaño de tu cabeza - Soltó.

Asentí y me fui abajo todo lo rápido que pude, pretendía huir, con un poco de suerte llegaría a mi casa y lo perdería de vista.

Corrí con mi mochila a la espalda, que pesaba una tonelada por lo menos, estaba cerca de la salida y frené en seco.

Todos y cada uno de los amigos de Óscar estaban en la puerta, esperándome.

- Muerte al ateo – Muerte al ateo – Gritaban.

- Esto parece la edad media – Pensé.

Entonces lo vi, estaba mirándome con una expresión que mezclaba enfado y ansia.

- ¿Preparado para pelear? – Dijo.

No respondí pero saqué los puños. Él se acercó, poco a poco, mareándome. Entonces lancé el puño, pero le di al aire. Aprovechó me propinó un rodillazo en el estómago. Me levanté como pude y volvió a la carga, intentó golpearme con el puño derecho, tuve suerte, ya que me dio tiempo a esquivarlo y agacharme para darle un golpe donde más le duele, ahí abajo. Entonces cayó al suelo y sus amigos vinieron a por mí.

Aparecieron los profesores y el director, que consiguieron parar la pelea.

- Óscar, Lucas vengan conmigo – Dijo el director.

Mientras Óscar seguía doliéndose del golpe, llegamos al despacho del director.

Estuvimos casi una hora hasta que decidió expulsarnos durante una semana a cada uno, y después podrían volver. También añadió que si volvía a suceder seríamos enviados a un correccional.

- Vaya día. Además es lunes – Pensé.

Marcos Varela AbellónMarcos Varela AbellónMarcos Varela AbellónMarcos Varela Abellón

LUNESLUNESLUNESLUNES

Lunes. Todo el mundo odia los lunes. Sin duda, el peor día de la semana. Está demostrado científicamente que la gente está de peor humor y el rendimieto laboral es menor que el de cualquier otro día de la semana. Estoy de acuerdo.

Son las nueve de la mañana, primera hora. Historia. La gran mayoría de mis compañeros están tan dormidos como yo. Alguno hace los deberes de otras asignaturas, otros fijan la mirada en nuestra profesora, haciéndole creer a ésta que están atentos. Otros, simplemente, dejan caer su cabeza sobre el pupitre, confirmando la sospecha de que ayer se quedaron despiertos hasta tarde, tal vez para estudiar o,seguramente,para acabar de ver la serie que tanto les gusta.

-Compañero, ¿podría leer y dejar de papar moscas? -Carmen, la profesora, me mira. Me sobresalto y fijo la mirada en el libro. No sé dónde tengo que leer, estoy perdidísimo. Sabela, mi compañera de al lado, se da cuenta y me susurra:-Iago, en la página 143.

Miro hacia la parte inferior. Es la de mi derecha. Empiezo a leer. No me entero de nada.

-No siga. -dice Carmen y sigue explicando. Le murmuro a Sabela un gracias y me quedo mirándola durante unos instantes. Se toca el pelo y después se lo echa hacia atrás. Me encanta. Tiene algo, su sonrisa, su mirada. Me armo de valor y le pregunto: -Oye, Sabela, ¿te apetecería ver por la tarde una peli conmigo? Como no hay que hacer nada…

-Está bien. -Sonrío, para que luego digan que el colegio no es un buen sitio para ligar. Toca la sirena. Intercambio. Me levanto sin poder dejar de sonreír y voy a la mesa de Roi.

-Y tu matado, ¿por qué sonríes tanto?- me dice Pablo que también está allí.

-Nada, que acabo de quedar con Sabela esta tarde.

-Bien tío, bien. Si ya decía yo que lo acabarías consiguiendo, seguro que te pusiste todo romanticón, ¡eh nenaza! -me dice Luis mientras hace con las manos un corazón.

-Tal vez, pero yo por lo menos hablo con una tía no como tú,q ue la última vez que lo hiciste fue con tu hermana. -le devuelvo el vacile. Él está a punto de contestarme cuando entra el profesor de matemáticas por la puerta.

-Señor González, siéntese rápido o se queda de pie. -Mira que me tiene manía…

Matemáticas. Gallego. Me paso las dos horas pensando en hoy por la tarde.

Suena la sirena. Adoro ese sonido a tercera hora. Recreo, aleluya .Nos pasamos los veinticinco minutos jugando al fútbol. Antes de subir a clase Roi me acompaña a las fuentes. Allí está ella, Sabela. Acaba de beber y me ve. Sonríe y yo hago lo mismo. La miro mientras se aleja.

-¿Piensas beber o te vas a quedar mirándola mucho más tiempo? -dice Roi. -Oye,¿tú no te habrás enamorado, verdad?

-¿Qué? ¿Pero qué dices...?- le contesto y me agacho para poder beber.

-Buah, estás enamorado de Sabela. Pero venga tío, ¿enamorado?

-¡Qué no! ¡No estoy enamorado! Y venga apúrate que la de francés nos va a dejar de pie.

Llegamos a clase y no me equivoco, nada más entrar Sofía nos manda quedarnos de pie.

-¿Ustedes dos no saben que el recreo se acaba a las doce menos cuarto? ¡Quédense ahí!

-Sofía es que estábamos subiendo e Iago se cayó. Tuvimos que ir al baño .-Roi y sus escusas.

-Es verdad, me hice muchísimo daño.

-¿Creen que soy tonta? Como no se callen irán al despacho del jefe de estudios.

-Sí,sí .Pero le decimos que Iago se ha caído.-vuelve a repetir Roi.

-Bien, me han hartado. A mí no me vacilan. Ambos al despacho de Carlos.

Hacemos caso y nos vamos. Al llegar, Roi llama a la puerta.

-¿Si? Pasen .-se oye una voz desde dentro.

-Hola, Carlos .-dice Roi sonriendo. Yo le hago un gesto con la cabeza. Nos sentamos.

-Otra vez vosotros dos. Y díganme, ¿qué han hecho esta vez?

-Pues nada, que la de francés no entiende que hayamos llegado tarde porque Iago se haya caído.

-Sí, o tal vez ya no se crean sus mentiras, ¿no cree?

-Puede .-dice Roi mientras se echa hacia atrás y se estira.

-Vale, está bien. Se quedarán toda la hora en mi despacho. Como hablen vienen por la tarde.

-No, por la tarde no, que Sabela y yo hemos quedado.-pienso mientras Carlos sale del despacho.

-Bueno, ahora a aburrirnos durante una hora .-dice Roi bostezando.

-Anda calla, que si no tenemos que venir por la tarde.-le digo.

-Total por una tarde más. -me sonríe.

-Pues a mí no me haría gracia venir hoy. -digo.

-¿Por? ¡Ah! Me había olvidado de que habías quedado .-Justo en ese momento entra Carlos

-¿Creen que estaba de broma? -dice todo serio .-Esta tarde les espero.

-Carlos, Iago no habló. Era yo, él ni si quiera me contestó. -dice Roi.

-¿Es eso cierto, Iago? -asiento con la cabeza .-Pues entonces le espero a usted, Roi.

-¿Dónde siempre? -Carlos asiente. Nos pasamos los quince minutos que quedan callados.

Volvemos a subir a clase y cuando llegamos todavía no hay ningún profesor. Que raro...

-¿Que pasa aquí? ¿No tenemos lengua? -grita Roi para todos.

-Sí, pero por lo que se ve no debe de estar Clara. -nos explica Olalla.

Todo la clase está de pie. La mayoría de las chicas hablan entre ellas. Miguel se une a la conversación de Sabela y María haciéndose el interesante.Ellas se ríen y le ignoran volviendo a su tema de conversación. Me supongo que hablaran de ropa, maquillaje, de ese actor que está tan de moda y es tan guapo...y ese tipo de conversaciones que tiene las chicas.

Los chicos por el contrario están jugando al fútbol. Me uno a ellos.

-¿Vas a jugar nenaza? -me dice Luis y me guiña el ojo.

-Sí, acaso tienes miedo a que te machaque. -le digo señalándome.

Mientras, Rodrigo se pone a pintar en la pizarra. Lucía y Carla se ponen a bailar en la tarima y David pone música. Cada uno está a su rollo hasta que de repente Miguel se va corriendo a su sitio y dice:

-¡Rápido que viene alguien!

Todos nos sentamos corriendo y nos quedamos callados. Miguel se pone a reír como un loco.

-No me puedo creer que os lo hayáis creído. -nos dice a todos.

-Chaval, tu eres subnormal.- le contesta Rodrigo.

-Joba, ¡que susto! -dice Marta. -Yo me lo había creído.

Toda la clase se vuele a levantar y sigue a su rollo. Nosotros dejamos el balón y nos ponemos a hacer el tonto. Luis se pone a cantar y a bailar la macarena y el resto le seguimos. Algunos salen de clase para ir al baño y otros combaten en una guerra de bolas de papel.

-Congaaaa! -grita Roi de repente.Todos se unen y empezamos a dar vueltas por la clase durante cinco minutos sin parar. Está a punto de acabar la clase. Todos nos sentamos.

-Menuda hora, ¿qué no? -le digo a Sabela.

-Ya, fue divertido. ¿Ya pensaste en peli para hoy?

-Sí. ¿Qué te parece el Grito?

-Guay, me dijeron que da mucho miedo. -ambos sonreímos.

Toca la sirena. Todos recogen sus cosas y van saliendo poco a poco.

-Entonces hoy, ¿a qué hora quedamos? -me pregunta Sabela mientras bajamos las escaleras.

-¿A las 6 te viene bien?

-Vale, perfecto. Pues nos vemos por la tarde.Chao,Iago. -se despide con la mano y se va.

Yo sigo caminando hacia el portón donde me está esperando Roi.

-Mira que tardaste... ¿Qué, estabas con la churri? -me guiña un ojo y empezamos a subir la cuesta que lleva a mi casa.

-Que tonto eres... Por cierto, gracias por lo del castigo.

-Nada, hombre. No te ibas a quedar sin cita. -me da un palmada y seguimos andando. Llegamos a mi portal.

-Chao, tío. Pásatelo bien con Sabela.

-Y tú en el castigo .-sonrío y entro en mi casa. Menudo día. Nunca me imaginé que un lunes podría ser tan maravilloso. Si es que, al fin y al cabo, en el colegio tampoco te aburres tanto.

Inés Martínez LorenzoInés Martínez LorenzoInés Martínez LorenzoInés Martínez Lorenzo

3 de Noviembre3 de Noviembre3 de Noviembre3 de Noviembre

Solamente los cuatro pequeños faroles quitan el peso de la amargura y la oscuridad de la noche. Mi reloj marca las 7:57 de la mañana, demasiado temprano para mi gusto. En mis cascos suena ‘’when it rains’’ de Paramore. No podría haber escogido una canción mejor para el momento. Puedo sentir en frío de las últimas gotas de la tormenta, atravesar mi ropa y clavarse en mi piel como agujas afiladas. En estos momentos voy ausente por la calle, tanto, que me sobresalto cuando un coche hace sonar su claxon y pasa a toda velocidad delante de mí, mojando lo poco que quedaba seco de mi ropa. Del susto, resbala de mi mano el pequeño cuaderno al que, particularmente, suelo llamarle ‘agenda’. Me agacho a recogerlo… sí, ha caído en un charco, era de esperar pues durante toda la noche no ha parado de llover. Termino de cruzar, y me tomo unos segundos para ojear como ha quedado mi librillo. Está hecho un desastre…solo se puede ver la clara letra impresa en color negro LUNES LUNES LUNES LUNES todo lo demás son confusas lágrimas de tinta azul. La batería de mi mp3 se acaba justo a tiempo para escuchar la alarma del reloj; son las 8:00. Genial, llego tarde. Un destello de luz hace más clara la calle por tan solo unas décimas de segundo, instantes después un ruido ensordecedor retumba en toda la calle.

Parece que aún queda tormenta que pasar. Apresuro a duras penas los metros que me quedan hasta la pequeña puerta donde, en media hora, sería un infierno atravesarla. Todo tiene su parte buena, incluso ir castigada a las 8:00 (castigo al que por cierto, si no os habéis dado cuenta, llego tarde) ahora, no tendré que pelearme con nadie por entrar. Me adentro en la penumbra del majestuoso edificio. No se puede apreciar ningún sonido, salvo el de mis botines chirriando, a causa del agua, contra los abstractos dibujos del suelo. Avanzo, y subo las escaleras dejando tras de mí huellas de agua y gotas caídas. Quinto piso. 8:09. Solo puedo ver oscuridad. Ninguna luz a lo largo de todo el corredor. Se habrá olvidado. En fin… Con sumo cuidado de no resbalar, camino despacio hacia las cuatro paredes donde paso la mayor parte del tiempo. Necesito ir al servicio. Me apresuro para llegar a clase, pero resbalo con facilidad y caigo; no puedo evitar morirme de vergüenza aunque por lo que parece, este yo sola. A duras penas alcanzo mi clase. Coloco mi empapada mochila junto a mi viejo y oscuro pupitre. Ya miraré después el estado de los libros, estarán empapados, igual que todo. Dejo mi abrigo en el perchero y emprendo otra vez un cuidadoso camino, esta vez con destino a los servicios. Presiono suavemente el interruptor, sin otra respuesta que un leve calambre. Mascullo entre dientes y maldigo uno y cada uno de los segundos que han pasado desde que sonó el despertador esta mañana.

Regreso a mi clase algo más aliviada gracias a que ahora no siento una gran presión en mi vejiga. En clase tampoco hay luz; por lo menos las calderas funcionan, el radiador esta caliente, y yo, aún helada gracias a la tormenta, me acerco a el y dejo que mis articulaciones cobren vida de nuevo. Mi móvil deja escuchar una cancioncilla, es demasiado tarde para ser la alarma, debe de ser un mensaje. Efectivamente es de Elisa dice:‘ lo sé es tarde pero ayer me olvide, hoy no hay clase, así que vuelve para cama. Nos vemos mañana, bss tq cielo’ ¿Por qué a mí? Levanto la vista, suspiro, descanso unos segundos y cierro los ojos, vuelvo a suspirar, también las extrañas muecas del techo parecen reírse de mi. Parece que la tormenta esta amainando. Me mentalizo, y recojo mi, aún, empapada chaqueta, me acerco a mi pupitre y, en el momento de levantar la mochila para colocarla en mi espalda, cae al suelo un pequeño sobre, cerrado a la antigua, con aquellos sellos de cera roja. No lo entiendo, cuando llegue no había nadie, y ahora, por lo que parece… tampoco.

María Gallardo de ArtazMaría Gallardo de ArtazMaría Gallardo de ArtazMaría Gallardo de Artaza a a a

NachoNachoNachoNacho

Desde su trona observaba con atención a mamá, que hacía las cosas muy deprisa yendo de un lado para otro en la cocina. Hoy le habían despertado inusualmente pronto, no entendía por qué. Papá le había puesto su camiseta favorita, en la que un dinosaurio, de dentadura descolocada, sonreía de oreja a oreja mientras sostenía un balón en las manos. “¡No te manches, Nacho!, ¿crees que a mamá le gusta estar todo el día lavando?”. Nacho no entendía por qué mamá decía siempre eso, había un chisme en la cocina (lavadora, cree que le llaman) que se encargaba de mantener la ropa limpia. Y esto Nacho lo sabía porque, a veces, hacía mucho ruido… ¡y no había quien viera los dibujos con semejante estruendo! Nacho necesitaba ver los dibujos para comer, comer era muy aburrido y tardaba mucho tiempo en terminar lo que mamá o papá le ponían. “Cuando vayas al cole de mayores no creas que van a estar esperando a que termines tú”, le decían siempre. ¡¡Claro, el cole de mayores!! ¿¡Cómo se le había podido olvidar!? Toda esta semana había estado yendo con mamá y papá a comprar cosas, de hecho, la otra noche, había estado haciendo la mochila con papá, una mochila que, por cierto, ¡no le gustaba nada! Él quería una en la que salían un montón de balones de fútbol, sólo que papá le había dicho que era para mayores porque salía una chica sin mucha ropa, pero eso a Nacho le daba igual, ¡había muchísimos balones!, ¡¡más de diez o de mil!! Al final tuvo que conformarse con una mochila verde en la que salían un arco iris y un montón de animales, no era nada chula comparada con la otra. Le había gustado mucho hacer la mochila, y es que todo lo que había metido estaba nuevo: los cuadernos, los lapiceros, el borrador y el sacapuntas, el pegamento, las ceras... Había estado un montón de rato oliendo la caja de las ceras, tan ordenaditas y afiladas. Y no como en la guarde de la sita Pepi, que estaban todas sucias y desgastadas. Y no sólo las ceras, también casi todos los juguetes, los cuales, a veces, se rompían, ¡Debían de ser tan viejos como el abuelo! Porque el abuelo también se rompía un poco a

veces, sobre todo los dientes, ¡no tenía ni un solo diente! En lugar de eso se ponía una dentadura, que a Nacho le recordaba un poco a la de los vampiros. Una vez Nacho estuvo muy preocupado, porque a su hermana Ale se le empezaron a caer los dientes también, ¡era muy pronto para que Ale fuera abuela! Así que una noche cogió los dientes de su abuelo del vaso de agua donde los ponía siempre y se los llevó a su hermana mayor a la que, a juzgar por el grito que dio al encontrar la dentadura, no le pareció una muy buena idea. Terminó de tomarse la leche. Mamá le dejó en el suelo y le dijo que fuera corriendo a despedirse de papá, que en ese momento salía del baño. “Bueno, Nachete, ya estás hecho todo un hombrecito. Presta atención a tus nuevas profesoras y haz muchos amigos”. Le besó suavemente la frente. En ese momento apareció mamá corriendo, con la chaquetita azul y aquella mochila tan fea. Cogió a Nacho en brazos y le dio un beso a papá, ¡algo que nunca había entendido Nacho es por qué los mayores se daban ahí los besos! Mientras bajaban en el ascensor mamá le puso la chaqueta. Cuando salieron a la calle hacía algo de frío, pero no mucho. Caminaban deprisa por la acera sin asfaltar, Nacho tenía que hacer un verdadero esfuerzo por seguir a mamá, que cada vez andaba más deprisa. Se paró, si daba un paso más se le iba a salir el corazón por la boca, tomó aire, mucho aire. Mamá sonrió y le cogió en brazos. Cinco minutos después entraron por una puerta muy grande. “Mira, cariño, éste es tu nuevo cole”, “¿El cole de mayores, mamá?”, “Sí, Nacho, sí, el cole de mayores”. Cruzaron inmediatamente una puerta un poco más pequeña y, de repente, apareció una mujer muy joven y bastante bajita que llevaba una bata de rayas rojas. “Hola, este es Nacho Aparicio…”, “Uy, mire, es el único que faltaba. Déjemelo, que ya le llevo yo a clase”, “Perdona… es que se nos ha hecho un poco tarde”, mamá se inclinó, le dio la mochila a Nacho y le dio un beso de esos que dan las madres que hacen mucho ruido y te dejan un oído pitando. “Es su primer día…”, “Como el de todos, señora, váyase, váyase tranquila”, se giró hacia Nacho, “y tú, Nacho, ven conmigo, que te

voy a presentar al resto de tus compañeros y a enseñarte tu nuevo aula”. Nacho no sabía que era un aula, sólo sabía que, de repente, se le habían quitado todas las ganas de empezar el cole de mayores y de que mamá se fuera. Caminaba ya de la mano de la chica con la bata de rayas rojas mientras saludaba a mamá con la manita que le quedaba libre. Ella le devolvía el saludo desde el umbral de la puerta, parecía que estaba un poco triste. Entró en una gran habitación en la que había muchos niños, pósters de colores y juguetes. La chica de la bata de rayas rojas dijo cómo se llamaba, y todos los que estaban sentados en sillas muy pequeñas le siguieron con la mirada hasta que se acomodó en una de ellas. Después de un rato empezaron a cantar canciones, Nacho se las sabía casi todas. Y luego hicieron lo que Julia (que, por lo visto, así se llamaba la chica de la bata con rayas rojas) llamó un juego para presentarse. Cuando le llegó el turno a Nacho dijo: “Me llamo Nacho y ya soy todo un hombre, que me lo ha dicho papá, porque vengo al cole de mayores. Me gusta mucho el fútbol”. Luego salieron al recreo, allí Nacho hizo cuatro amigos y dos enemigos (sólo le diría a papá y a mamá lo de los amigos). De sus nuevos amigos, el que mejor le caía era Pedro, porque corría más que nadie y eso seguro que algún día le podría ayudar. Sus dos enemigos eran Roberto, que le había intentado quitar la caja de ceras nuevas, y Josito, que ya lo conocía de la guarde de la sita Pepi y, la verdad, es que era bastante tonto. Una vez Nacho había llevado a la guarde el coche de carreras más espectacular del mundo, que le habían regalado el día anterior en su cumpleaños. Josito se lo cogió y lo guardó en su mochila, menos mal que la sita Pepi le vio y le devolvió el juguete a Nacho, que desde entonces decidió que ya no quería ser su amigo nunca más. Después volvieron a entrar en clase y pintaron con los dedos. Nacho intentó pintar el dinosaurio de su camiseta. Cuando intentaba mirar el dibujo acercándose la camiseta a los ojos la

manchó, sin querer, con la pintura, ¡papá y mamá le iban a matar! Cuando estaban pintado, un niño se hizo pis encima y empezó a llorar, Nacho ya casi no se hacía pis encima, no como Ale, que a veces se lo seguía haciendo. Luego llegó la hora de comer y a Nacho le echaron un montón de comida que, además, no olía muy bien. Un chico muy grande que había sentado en su mesa, al ver que no probaba bocado, le dijo que si quería podía darle su comida. Nacho se la dio encantando, ese sería su amigo número cinco. Después de comer, Julia les llevó a todos a una habitación muy oscura. Cada uno cogió una de las mantas apiladas en un rincón de la clase y se tumbó en el suelo, que era bastante más blandito que el de casa de Nacho, la verdad. Nacho notó que alguien le cogía en brazos, la manta que le cubría cayó al suelo y noto un poco de frío. Abrió los ojitos, estaba en la clase. “Nacho, coge la mochila y el abrigo, que mamá y papá te están esperando abajo”. Nacho se puso el abrigo intentando tapar la mancha de pintura de la camiseta y la verdad es que lo consiguió, porque ni mamá ni papá se dieron pizca de cuenta. Salieron los tres a la calle, Nacho los cogió a ambos de la mano y les empezó a contar todo lo que había hecho aquel día en el cole para mayores. “Me ha gustado mucho, pero he estado pensando que casi mejor me quedo mañana en casa con vosotros”. Mamá y papá se sonrieron, Nacho sonrió también. “Seguro que eso es un sí”.

Andrea Muñoz MartínAndrea Muñoz MartínAndrea Muñoz MartínAndrea Muñoz Martín

Mi primer día

Mi primer día. Creía que sería una pesadilla. Colegio nuevo, compañeros nuevos, profesores…lo que decía, una pesadilla. Lo recuerdo como si fuera ayer pero en realidad ya han pasado unos cinco años. Solamente con ver la fachada del colegio me entraba un miedo que ni os imagináis. En ese momento me pregunté a mi misma: Sara, ¿tanto miedo tienes? ¿qué pasa?. Y yo misma me respondí: es lo que hay, a papá lo han ascendido y tiene que estar en esta ciudad, en mi nueva ciudad, La Coruña. Después de estar unos segundos pensando en el tema me decidí y pasé esa puerta que tan grande me parecía. “ Lo conseguí”, pensé para animarme. Empecé a observar a la gente de mi alrededor y me dirigí hacia la puerta que me habían indicado días antes que llevaba a las aulas. Las once de la mañana y suena la sirena que indica subir a las aulas. Me mezclo entre la gente para pasar lo más inadvertida posible ya que soy la persona más vergonzosa del mundo, podéis creerme.Recuerdo el recorrido y mis pensamientos perfectamente. Primer piso a la derecha en el fondo del pasillo. Allí exactamente, estaba la puerta con el cartel de primero A de la ESO. La puerta estaba abierta y entré sin pensar en mis miedos ni en todos los cambios que había habido en las últimas semanas a causa del ascenso y traslado de mi padre a este lugar. La profesora nos fue nombrando e indicándonos nuestros sitios. Éramos treinta alumnos. Me parecían muchísimos comparando con mi antigua clase que éramos diecinueve. Era la única alumna nueva y la profesora me pidió que saliera a la tarima y me presentara para tener mi primer contacto con la clase. Me temblaban las piernas como nunca pero aún así logré llegar hasta allí. Dije mi nombre y apellidos y como no sabía que decir comenté lo del traslado de mi padre a La Coruña. Luego mi nueva profesora me mandó sentarme de nuevo. Creo que fueron los peores dos o tres minutos de mi corta vida o por lo menos que yo recuerde. Mercedes, así se

llamaba la profesora, nos estuvo durante una media hora comentando como sería el curso y nos habló sobre los profesores ya que la mayoría eran nuevos para todos porque estos solo daban clase en secundaria. Se despidió de nosotros y nos deseó un buen día a todos. Al salir del pasillo se me acercaron un par de niñas o mejor dicho compañeras de clase. Me quedé sorprendida porque creo que yo en su lugar no me hubiera acercado a la nueva en día de la presentación del nuevo curso escolar. Me saludaron y se presentaron una a una. Estuvimos unos cinco minutos hablando y creo que los mejores cinco minutos de la toda la mañana. Una de ellas me dijo que no me preocupara que en unos días mis miedos y mi vergüenza se irían. En ese momento pensé:” ¿Estaría leyendo mis pensamientos y se daría cuenta de mis miedos?”. Pero no era eso, era que ella había vivido lo mismo que yo hace dos años con el ascenso de su madre lo que les obligó a ella y a su hermano a vivir en esta maravillosa ciudad. Al oír esas palabras me tranquilicé y me relajé un poco. Me despedí de ellas porque a pesar de que me había relajado algo necesita salir de allí para organizar dentro de mi aquellas sensaciones y sentimientos nuevos que había sentido. Después de ir a la secretaria del colegio a entregar unos papeles y salir por la puerta que llevaba a la calle, mis pulmones cogieron aire y respiraron por fin la libertad que necesitaba, ese sabor dulce de libertad que derrumbaba totalmente esos miedos y malas sensaciones que sentía desde hace unas semanas. Lo único que esperaba en ese momento es que se cumpliera lo que me había dicho mi nueva compañera de clase. Y sinceramente así fue. Soy feliz en esta ciudad con mar, tengo muchos amigos y amigas, estoy cursando primero de bachiller en el mismo colegio, mi mejor amiga es aquella chica que me vino a hablar aquel día y me comprendía, mi corazón está ocupado…Nunca hubiera pedido tanto.

Ana María Eirís ReyAna María Eirís ReyAna María Eirís ReyAna María Eirís Rey