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Tlatelolco es más que un minuto de silencio
Juan Carlos Miranda Arroyo
Ediciones Episistemas Educativos
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Tlatelolco, es más que un minuto de silencio, es una obra editada por
Episistemas Educativos, Sistemas de Conocimiento.
Primera edición, versión digital. © Derechos Reservados por el autor
Juan Carlos Miranda Arroyo.
Querétaro, México. Octubre, 2019.
Correo-e: [email protected]
Twitter: @jcma23
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A mi papá, Ramón Miranda Miranda y
a mi mamá, Amanda Margarita Arroyo Torres,
por su amor, valentía y actitud libertaria, incansable.
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Índice
Presentación, 5 1968: El grito, el silencio y la palabra, 7 El 68 y la Ciencia en México, 11 Tlatelolco: Vida Cotidiana, Infancia y Democracia, 17 Luis González de Alba: Una conversación, 21 1968: Luis González de Alba, Tlatelolco y los Vecinos, 24 Tlatelolco es más que un minuto de silencio, 30 Medio siglo de evocaciones, 34 Tlatelolco 1968: Una Crónica de Vecinos (Parte I), 38 Tlatelolco 1968: Una Crónica de Vecinos (Parte II), 41 Tlatelolco 1968: Una Crónica de Vecinos (Parte III), 45 Las Niñas de Tlatelolco, 49 Noches antes del 2 de octubre, 51 El Mayo Francés, 50 años de aprendizajes, 54
Epílogo
1985, Tlatelolco, 19 de septiembre, 60 Tlatelolco, un día después, 64
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Presentación
En este libro se reúnen algunos textos que originalmente escribí de manera
separada, en diferentes espacios y tiempos, como colaboraciones, artículos o
notas aisladas, pero motivadas o vinculadas con una sola conexión: Tlatelolco.
Lugar donde vivimos desde 1966 hasta 1990. Sitio que nos regaló la infancia y los
inicios de la juventud.
Para unir los textos como una pieza integrada, decidí colocarlos en un solo
volumen al cual le di el título de “Tlatelolco es más que un minuto de silencio”. Por
lo tanto, el material de lectura (publicado en su totalidad en el sitio SDP Noticias,
gracias a la generosidad de don Federico Arreola y Marina Morales), ya unificado
en forma de libro, no sólo se refiere a hechos trágicos o a escenas de tragedia,
sino que abre y cierra con algunos textos reflexivos o de interpretación con
intencionalidades antropológicas o politológicas, sobre los hechos ocurridos en los
años 60´s, y particularmente en el año de 1968, en México y el mundo.
En la parte central del volumen se podrán leer algunas narraciones o piezas
descriptivas, que dan cuenta de las vivencias y experiencias en las cuales
jugamos el papel de “protagonistas anónimos” durante más de 25 años en esta
excepcional tierra; tiempo en el que fuimos vecinos de la tercera sección de la
unidad habitacional, a la cual siempre me gusta decirle “el barrio”, nuestro barrio
de Nonoalco-Tlatelolco.
Al final del libro, como epílogo, también incluí dos textos: Uno, publicado en 2018,
sobre lo vivido en nuestro barrio después del sismo del 19 de septiembre de 1985;
y el segundo, publicado este 2019, sobre lo vivido la madrugada y el resto del día
3 de octubre de 1968, en Tlatelolco.
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Tengo la esperanza de que estos textos, en su mayoría, no sólo aporten algo al
análisis histórico, desde la vida cotidiana, en torno a los hechos sucedidos en ese
espacio singular de la Ciudad de México, Tlatelolco, sino que también se convierta
en un material a través del cual se preserven la tradición y la memoria de nuestra
sociedad, de nuestra comunidad tlatelolca, en un momento y una circunstancia
específicas. Pero sobre todo, aspiro a que esta voz se una a muchas otras voces,
desde la ciudadanía, que se han empeñado en no olvidar el pasado, para recrear
el presente y proyectar el futuro, dentro de un ámbito de libertades y de justicia
social tanto para las propias como para las siguientes generaciones.
Juan Carlos Miranda Arroyo
Querétaro, Qro., octubre, 2019.
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1968: El grito, el silencio y la palabra*
Este 2 de octubre evocamos 1968 imágenes en movimiento de un México posible,
un sueño de la sociedad que despertó hace 49 años. Memoria del anhelo
colectivo; de la protesta callejera sin precedentes; de la historia de lucha por la
apertura democrática con sus claros y oscuros. Uno y mil pasos por las libertades,
la justicia social y la participación ciudadana. Una movilización estudiantil
desobediente que gritó "no a la represión" ni a la barbarie; no a la violencia,
provenga de donde provenga; movimiento que supo marchar también en silencio
para oponerse a la mentira y al autoritarismo.
¿Cómo olvidar a la Vocacional de la Ciudadela? Cómo no recordar a los
estudiantes en las calles el 26 de julio, cerca del Hemiciclo a Juárez. Y a las
organizaciones sociales en pie de lucha a un año de la muerte del Che Guevara…
A las imágenes lejanas de Ho Chi Min; a los maoístas; a la Liga Espartaco... A
Cuba libre. Vietnam. París y el mayo francés. Marcuse, Sartre, Janis Joplin, Bob
Dylan.
Recuerdo al Casco de Santo Tomás. La Escuela Nacional de Ciencias Biológicas,
presente !!! La ESIME y el Huelum. La Escuela Nacional Preparatoria... Ingeniería,
presente. Filosofía y Letras, presente. El Comité de Lucha, presente. La protesta
callejera, el movimiento... La cartulina que denunciaba las mentiras de la prensa
vendida. Educación, sí; represión, no. ¿Y la ocupación de CU? Las “corretizas” en
Santa María La Ribera, cerca de la Escuela Nacional de Maestros. Las asambleas
del Consejo Nacional de Huelga. Clases de democracia. El deslinde de
responsabilidades. La marcha de Antropología al Zócalo… Los errores: Sócrates
Campos Lemus. El Grito del 15 de septiembre. Las campanas de Catedral. La
bandera nacional. El acto de desagravio. El volanteo. El movimiento urbano
popular. Y las consignas fraternas: ¡Vivan los trabajadores, vivan los
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ferrocarrileros. Libertad a Demetrio Vallejo. ¡Vivan los médicos y las enfermeras!
¡Vivan los maestros democráticos! ¡La Facultad de Medicina, presente!
Tampoco olvido a los granaderos con escudos y bombas “lacrimógenas”. Y la
pancarta: “Señor presidente, vacune a sus policías... Atentamente: Escuela de
Veterinaria”. O la otra manta que decía “Ciencias Políticas, presente, por la victoria
siempre”. Goooya, ¡Universidad! Derecho, presente. La movilización política,
presente. El pliego petitorio. Los presos políticos. Las libertades cívicas. Facultad
de Ciencias, presente. Escuela Nacional de Economía, presente. Ciencias
Químicas, presente.
Después de 49 años recuerdo las repudiadas figuras de Mendiolea, Cueto y
Corona del Rosal. A la Policía y al Ejército que, por orden presidencial, violaron la
Autonomía Universitaria. El Bazucazo en la Prepa de San Ildefonso. La conciencia
crítica y solidaridad del ingeniero Javier Barros Sierra, el rector de la dignidad, y
del papel negociador de la Rectoría. Y su llamado a marchar en el marco de las
leyes. La Gaceta y Radio UNAM. Las flores blancas y la revista ¿Por qué?
¿Cómo dejar de recordar la fiesta popular en las calles ocupadas por niños,
jóvenes, hombres y mujeres? Los gritos en las calles. Reuniones, votaciones
públicas, peticiones de diálogo. El ejercicio de la palabra y de la acción; y escribir
por primera vez: "Únete pueblo", “democracia”, "libertad de conciencia". Y redactar
la propaganda. Y saber guardar silencio. La consulta con las bases, la formación
de cuadros. Los mítines relámpago. Los libros, el rock, la música, la poesía. El
canto de Oscar Chávez. La huelga votada. ¡Moción compañero! ¡No procede
compañero! La Coalición de Maestros Pro Libertades Democráticas. El Doctor Eli
de Gortari. El Ingeniero Heberto Castillo. El profesor Fausto Trejo. Las
reivindicaciones de José Revueltas. Los líderes. Los oradores. El "Lábaro", el
“Pino”, el “Búho”, la "Tita". Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, de Chapingo.
Gilberto Guevara Niebla, de Ciencias. Florencio López Osuna. El orden del día. El
movimiento en auge. El movimiento en marcha. El antiautoritarismo va. El boteo.
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Las bombas molotov. Las patrullas quemadas. Las bardas pintadas. Los
macanazos en la cara. La Defensa de los planteles. El diálogo público…
solicitamos diálogo, señor presidente. Derogación. Chapingo, presente.
Indemnización a las víctimas. No a la represión. La Ibero, presente. La mano
extendida del presidente de la República. Los juegos políticos no son juegos
Olímpicos. La marcha del silencio. El Instituto Politécnico Nacional. Negociaciones
con representantes del gobierno. Andrés Caso, no hace caso. No somos borregos.
El Ejército a sus cuarteles. Represión que se ve venir. Y los desplegados en el
diario El Día. El gobierno que se salta olímpicamente a los representantes y al
pliego petitorio.
Tlatelolco. Niños no se vayan a la plaza. Hay mucha tensión. La Vocacional 7. La
secundaria 16. La unidad habitacional “Adolfo López Mateos”. Plaza de las Tres
Culturas. Nonoalco. La balacera... un tiroteo. Miércoles dos de octubre. Los
periodistas internacionales. ¡Son balas de salva compañeros! Provocación,
compañeros, es una provocación. Tranquilos compañeros. Ya vienen las
tanquetas por Manuel González y Nonoalco. Soldados a bayoneta calada. Los del
guante blanco. Edificio Chihuahua. No se olvida. Más represión. El helicóptero
sobre la Iglesia de Santiago. Luces de Bengala. Tercer piso. Balacera. ¡No lloren
hijos, no va a pasar nada! Francotiradores. Batallón Olimpia. Sangre. Lluvia. Las
tuberías de agua rotas. Se escucha agua en fuga. La iglesia de Santiago cerrada.
Ráfagas. ¡Corran, corran! ¡Abran la puerta, por favor! Noche de Tlatelolco. Llueve.
Olor de pólvora y los aros olímpicos en blanco y negro. Es una trampa. ¿Dónde
están las armas? ¿Dónde está la Muerte? Luto en los hogares. Pena, muerte para
la nación. Duelo para los jodidos. ¿Por qué? ¿Quién ordenó esta masacre?
La memoria. Palomas blancas. Veladoras. Manos temblorosas. Sangre sobre la
Plaza. Niños desaparecidos. Cuerpos desnudos. Cuerpos tendidos, mojados.
Sombras. Sueños interrumpidos. Años de lucha social. Madres que buscan a sus
hijos. Llanto. Familias que buscan a sus familias. Octavio Paz protesta, denuncia,
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renuncia. Let it be. ¿Y los sindicatos democráticos? ¿Y el pueblo indignado?
Impotencia, sentimientos de derrota. Clamor de justicia. Pronunciamientos. Más
clamor, más rabia. El gobierno y sus fuerzas represoras, y la conciencia intranquila
de Díaz Ordaz. La mancha a la Constitución, la carta mancillada, la carta
pisoteada, el autoritarismo, la razón de Estado… el orden y el progreso. La ley por
el bien de la nación. El reaccionario MURO.
Tlatelolco, la unidad multifamiliar que por días fue convertida en ciudad
universitaria, en estado de sitio. Los Desplegados del sistema, la burocracia
emergente y la cargada contra los “agitadores internacionales”. “Que las familias
vigilen a sus hijos”. Los legisladores a la defensa del presidente GDO. Presuntos
responsables. Se habla de terroristas. Ordenes de aprehensión. El orden
constitucional. Y que se discuta en asambleas si se levanta o no la Huelga. Ciudad
Tlatelolco sigue ocupada. Gobernación. Luis Echeverría. Disolución social.
Muertos. Desaparecidos. Infiltrados. La Federal de Seguridad. Cárcel. Palacio
Negro de Lecumberri. ¿y la Democracia? El grito, el silencio, la palabra.
*Texto publicado en SDP Noticias, 1 de oct., 2017.
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El 68 y la Ciencia en México*
Ahora que se conmemoran 49 años de los movimientos estudiantiles de 1968 en
México y otras ciudades del mundo, conviene revisar brevemente el contexto
económico, político y sociocultural que tuvo lugar en ese tiempo en nuestro país, así
como el saldo que dejó el movimiento estudiantil, de manera directa o indirecta, en el
proceso de reconstrucción de las comunidades científicas.
En un artículo publicado en 1999, José A. López Cerezo escribió lo siguiente con
respecto al ambiente en que se desarrollaba la ciencia en ese año: “En 1968, en
pleno apogeo del movimiento contracultural, Theodore Roszak expresaba sus ideas
sobre el papel de la ciencia y la tecnología en el mundo contemporáneo:
«Cualesquiera que sean las demostraciones y los beneficiosos adelantos que la
explosión universal de la investigación produce en nuestro tiempo, el principal interés
de quienes financian pródigamente esa investigación seguirá polarizado en el
armamento, las técnicas de control social, la mercancía comercial, la manipulación del
mercado y la subversión del proceso democrático a través del monopolio de la
información y del consenso prefabricado» (1968). Las palabras de Roszak, tremendas
y exageradas como corresponden a un teórico de la contracultura, reflejan, no
obstante, el espíritu de los tiempos: una creciente sensibilidad social y una
preocupación política por las consecuencias negativas de una ciencia y una
tecnología fuera de control. Es lo que se ha llamado «síndrome de Frankenstein», que
empezó a extenderse en la opinión pública de los años 60 y 70.” (*) Cabe resaltar
que el escrito fue publicado en Madrid, en el contexto del Congreso Mundial sobre la
Ciencia convocado por la UNESCO y el Consejo Internacional de la Ciencia (ICSU),
celebrado en 1999.
En el México de finales de los 60 prevalecía un ambiente relativamente favorable en
términos de la estabilidad económica. Justamente el llamado “desarrollo estabilizador”
permitió que nuestro país mantuviera indicadores macroeconómicos sin luces rojas,
es decir, en niveles manejables: Finanzas públicas sanas, tipo de
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cambio sin alteraciones mayores, control de la inflación, empleo a la alza, salarios
bajos pero sin sobresaltos y conflictos laborales escasos o poco significativos.
En el plano político, el régimen mantenía un poder hegemónico que también le dotó
de estabilidad, sin embargo, esto fue logrado por el régimen priísta mediante diversos
mecanismos de control. Los estudiosos de los procesos políticos, como Pablo
González Casanova, han considerado que durante los años 60 el régimen político
dominante y hegemónico en México, reunía las siguientes características: Se
registraba la ausencia de una oposición real al partido del gobierno; el movimiento
obrero en sus tendencias generales, presentaba marcadas características de
dependencia respecto de la política del ejecutivo; el ejecutivo controlaba al legislativo;
la Suprema Corte de Justicia obraba con cierta independencia respecto del poder
ejecutivo, pero otorgaba mayor apoyo a los propietarios y compañías que a los
trabajadores y campesinos; y los estados y municipios estaban controlados por el
poder de la Federación.
Al carecer de válvulas de escape democrático y debido al exceso del manejo
centralizado del poder, la sociedad tiende a revelarse. Prácticamente en México, hace
50 años, no existía un sistema de partidos políticos y la organización de las
elecciones federales y locales estaba a cargo de la Secretaría de Gobernación. La
democracia, por lo tanto, era un procedimiento a cargo del Estado, en el cual la
participación ciudadana era simbólica o casi inexistente, en términos de la
administración, el control y el seguimiento de los procesos electorales, pero sobre
todo, en lo que se refiere a la efectividad del sufragio y el contenido de las contiendas
políticas (diversidad de programas).
Fue ahí precisamente, en el ámbito político, caracterizado por un régimen de partido
único, y debido, de alguna forma, a la reiteración de las prácticas sociales autoritarias,
donde se da la ruptura; ese fue el contexto en el que se desarrolló a su máxima
expresión el movimiento de rebeldía, de oposición al régimen y de lucha popular.
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Los estudiantes politécnicos, universitarios, normalistas, preparatorianos y
vocacionales, así como de otras instituciones de educación superior en México, antes
y después del 68, tenían reivindicaciones claramente antiautoritarias, junto con otras
expresiones de carácter político como la libertad a los presos de conciencia. La
necesidad de construir una sociedad más libre, justa y democrática fueron, en el
fondo, las banderas que dieron pie a la gran movilización de los estudiantes durante
esos años, junto con profesores y ciudadanos que desde otros sectores los apoyaron.
Cabe mencionar que las clases subalternas clásicas, a las que hacía referencia
Antonio Gramsci, como el campesinado, los obreros u otras expresiones sociales, no
tenían una presencia en el liderazgo de estas protestas. Si acaso se podían encontrar
algunos activistas y militantes de la izquierda local, que actuaban en la ilegalidad
(porque el Partido Comunista no contaba con registro oficial como institución política),
y pocos focos de resistencia obrera o campesina antes existentes, que habían sido
objeto de la represión gubernamental.
En 1968, las instituciones educativas del nivel superior, sobre todo sus estudiantes, se
convirtieron en los canales de activación de una protesta callejera, pacífica, que
nunca antes se había visto en México después de la segunda guerra mundial. Apenas
unos meses antes de que estallara en México la movilización, las revueltas callejeras
de estudiantes en Praga, en Paris, en Santiago de Chile, o en Palo Alto, California,
entre otros lugares, habían sido símbolos de la lucha por la libertad del pensamiento,
la democracia política, pero sobre todo, a favor de la contracultura y la caída de los
regímenes y prácticas sociales autoritarias, tanto en lo político como en lo comunitario
y familiar.
La ciencia que sigue su curso en las instituciones nacionales de educación superior
en México, como la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico
Nacional, el Centro de Investigación y Estudios Avanzados (creado en 1968), entre
otras, fue recreada a partir de estos cambios; fue ahí justamente donde detonaron las
transformaciones más visibles; en el corazón mismo de las viejas prácticas
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autoritarias. Nacen así las nuevas conciencias críticas tanto en las ciencias naturales
como en las ciencias sociales, si se nos permite esta clasificación.
Este proceso de cambios, es descrito así por López Cerezo: “Desde el optimismo
incondicional que siguió a la segunda guerra mundial, donde el progreso científico era
visto prácticamente como sinónimo de bienestar social, una actitud crecientemente
crítica y cautelosa con la ciencia y la tecnología comenzó a extenderse en los años
60. Fue una actitud alimentada por catástrofes relacionadas con la tecnología
(accidentes nucleares, envenenamientos farmacéuticos, derramamientos de petróleo,
etc.) y por el desarrollo de activos movimientos sociales contraculturales críticos con
el industrialismo y el Estado tecnocrático. El desarrollo del movimiento ecologista de
los años 60 y las protestas públicas contra el uso civil y militar de la energía nuclear
fueron elementos importantes de esa reacción. La ciencia y la tecnología comenzaron
a ser objeto de escrutinio público y se transformaron en sujetos de debate político.”
En ese ambiente antiautoritario y libertario, las renovadas comunidades científicas se
abrieron paso, más allá de impactar en los contenidos mismos de las teorías y los
métodos científicos. La incorporación de los jóvenes estudiantes y profesores que
dieron la batalla en las calles generó los círculos científicos, de especialistas, de
profesionales, de expertos, con una mirada diferente; lo mismo se observó en las
disciplinas técnicas como en las artes, en todos los campos del desarrollo intelectual
se produjo la alteración súbita y consciente de actitudes y formas de trabajo; de
pensar y hacer.
Las nuevas energías intelectuales estaban puestas en movimiento no sin
contradicciones. No sólo en las artes, en las finanzas, en el comercio o los medios de
comunicación, sino que las instituciones encargadas de generar los conocimientos
científicos, también vivieron estas transformaciones radicales.
“Este es precisamente el contexto en el que tiene lugar una revisión y corrección
institucional del modelo unidireccional de desarrollo (+ ciencia=+ tecnología=+
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riqueza=+ bienestar), original de la postguerra, que sirvió de base a las políticas
públicas sobre ciencia y tecnología. La vieja política de laissez-faire, que dejaba la
regulación de la ciencia y la innovación tecnológica como un asunto de control
corporativo interno, comenzó a transformarse en una nueva política más
intervencionista, donde los poderes públicos desarrollaron y aplicaron una serie de
instrumentos técnicos, administrativos y legislativos para el encauzamiento del
desarrollo científico-tecnológico y la supervisión de sus efectos sobre la naturaleza y
la sociedad. El incremento de la participación pública fue desde entonces una
constante en las iniciativas institucionales relacionadas con el impulso y
especialmente con la regulación de la ciencia y la tecnología. De aquí surgen, en los
años 70, instrumentos como la evaluación de tecnologías y de impacto ambiental, e
instituciones calificadoras y reguladoras adscritas a distintos poderes en diferentes
países (González García et al., 1996).”
Después de mirar los altos costos políticos, sociales y culturales que tuvo en su
momento la masacre de 1968 en México, conviene reflexionar acerca de las
aportaciones y rasgos críticos que trajo consigo esta generación de estudiantes y
profesores jóvenes, que luego se incorporaron como miembros del personal
académico en estas instituciones educativas; que formaron sindicatos universitarios;
que produjeron libros, revistas, periódicos, etc., en todos los ámbitos de la cultura y en
diversos círculos intelectuales; que establecieron, en síntesis, nuevos lenguajes,
códigos y actitudes frente a la vida y la sociedad.
Aunque no podría pensar que la generación del 68 es la única catalizadora de los
cambios culturales, educativos, científicos y tecnológicos producidos durante los
últimos 50 años, sí podríamos asegurar que en ésta, quizá, hallamos a una de las
energías sociales más dinamizadoras, transformadoras, que ha tenido el poder de
impulsar un nuevo camino de pensamiento y de acción para la sociedad mexicana.
* López Cerezo, José A. (1999). Los estudios de ciencia, tecnología y sociedad.
Revista Iberoamericana de Educación. Número 20 (Mayo-Agosto), 217-225 pp.
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*Texto publicado en SDP Noticias, el 28 de septiembre, 2017.
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Tlatelolco: Vida Cotidiana, Infancia y Democracia*
“Niños no se vayan a la Plaza, sólo tienen permiso de jugar aquí en el cuadro (jardín
de juegos infantiles), ya saben que es peligroso ir para allá, recuerden lo que pasó el
otro día entre granaderos y estudiantes”, decía mi madre días antes del 2 de octubre
de 1968.
La Vocacional 7, del IPN, que se encontraba dentro de la Unidad Habitacional
Tlatelolco, a un lado de la Plaza de las Tres Culturas, era el escenario de las
confrontaciones entre autoridades de la fuerza pública y estudiantes. Esa situación se
extendía hacia los edificios de la Unidad. A nosotros nos tocó escuchar los disparos
en las noches y madrugadas, en varias ocasiones, durante algunos días de julio,
agosto y septiembre de ese año, cuando personas armadas intentaron romper la
huelga o intimidar a los muchachos.
Vivíamos en el edificio Durango, en un departamento de dos recámaras, en el cuarto
piso. Era uno de los 20 departamentos que tenía cada entrada. Un edificio que, por
cierto, no tenía elevadores, solo escaleras. Llegamos en 1966 a la Unidad
Habitacional “Adolfo López Mateos” Nonoalco Tlatelolco. Ésta fue inaugurada en
1964. En los departamentos, en el 66, todavía se percibía el aroma de la pintura
fresca en cocina, baño, puertas y ventanas.
Desde 1967 mi padre participó en la organización, con otros vecinos, de la primera
liga de fútbol del barrio. Él había sido portero, en su juventud, en una liga de fut al sur
de la ciudad, por Nativitas; de ahí su afición por ese deporte. En Tlatelolco había un
campo de tierra en la primera sección, ubicada entre Av. Insurgentes y la calle de
Guerrero. Recuerdo que la cancha, en esa zona, estaba a un lado del edificio Allende;
mientras que el campo de fut de la segunda sección, estaba en la explanada de lo
que hoy es el Metro Tlatelolco, a un costado del edificio Arteaga. Ese campo de tierra
existió antes de la construcción del cine Tlatelolco, también ubicado en el mismo
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predio. La segunda sección de la unidad se ubica entre la calle de Guerrero y el eje
Central Lázaro Cárdenas. Y la tercera de ahí hasta el Paseo de la Reforma.
Debido a que en la tercera sección no había campo de fut, nosotros de niños
atravesábamos toda la unidad habitacional, a pie, para llegar a los campos. Había que
cruzar entonces la Plaza de las Tres Culturas y un jardín bastante grande, conocido
en el barrio como “La Pera”. Nuestro equipo se llamaba “Monterrey”, aunque mi papá
quería ponerle el nombre de “Torreón”, por ser su lugar de origen, pero como sólo
encontró en las tiendas de deportes, de la calle de Peralvillo, el uniforme del
“Monterrey”, ese nombre se quedó. Entre 1969 y 1970, en Tlatelolco se organizó uno
de los primeros torneos de fútbol de salón en la historia nacional de ese deporte. El
famoso futbolista Horacio Casarín, goleador del Atlante, participó en una ceremonia
de entrega de trofeos en nuestra liga.
La Plaza de las Tres Culturas fue también nuestro patio de pasatiempos, aunque no
tenía juegos metálicos infantiles. Recuerdo que antes del 2 de octubre hubo uno o dos
mítines en la Plaza, entre agosto y septiembre. Los dirigentes se colocaban en la
terraza del tercer piso del edificio Chihuahua, porque desde ahí se podía observar
toda la plaza, era un lugar práctico y accesible para realizar conexiones eléctricas.
Aun cuando teníamos prohibido asistir a los mítines (yo tenía 6 y mi hermano 8 años),
sabíamos que en esas reuniones participaban miles de estudiantes, profesores, y
otras personas solidarias con el movimiento, que no estaban relacionadas con las
escuelas, entre quienes se encontraban vecinos de la Unidad. La distancia entre el
edificio Durango y el Chihuahua es como de unos 80 metros, así que desde el cuadro
de juegos de los edificios Chiapas, Hidalgo y Durango podíamos escuchar claramente
los discursos de los líderes a través de los altavoces.
Las demandas de su lucha eran desconocidas para nosotros en ese entonces, sin
embargo, sabíamos que los estudiantes no estaban armados, que protestaban a
gritos, que pintaban bardas, postes y camiones, que distribuían volantes y que su
lucha era pacífica. Por ello los vecinos los apoyábamos. Hay que reconocer, sin
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embargo, que los estudiantes también contraatacaban con los medios que podían:
piedras, tubos, bombas molotov. Niños y adultos vecinos del barrio sabíamos que la
violencia venía de los cuerpos de policías civiles, uniformados y de los granaderos,
porque nos tocó ver cómo los politécnicos huían y se defendían de los ataques. La
presencia del ejército mexicano no fue frecuente antes del 2 de octubre.
Los niños de Tlatelolco íbamos a las escuelas Primarias y Secundarias ubicadas en la
zona, o a las que estaban en las colonias cercanas a la Unidad. Muchas de nuestras
familias estaban unidas debido, sobre todo, a las actividades comunitarias y
educativas que se hacían a través de las escuelas públicas. Aunque muchos años
después entendí que una escuela no es “un lugar”, sino una comunidad educativa,
para mí el “lugar” donde aprendí a leer y a escribir fue la Primaria “Nicolás Rangel”.
Cuántos amigos, cuántas maestras y maestros, cuántas historias se han escrito ahí.
Por las tardes, niños, niñas y jóvenes, salíamos a jugar a los cuadros o jardines, con
la seguridad de que no había calles abiertas a la circulación de vehículos. Una o dos
veces por semana, acudíamos a las clases de natación que se daban en las albercas
de los clubes o centros deportivos (había uno por sección). A nosotros nos tocaba
practicar ese deporte, por su ubicación, en el club “Antonio Caso”, que estaba a un
costado del edificio Nuevo León. Para sacar credencial del club, había que llevar fotos
tamaño infantil y el recibo de pago, claro, para tramitarla, después del examen
médico, en el edificio de Banobras. Ese edificio grande y emblemático de Tlatelolco,
que tiene forma triangular, ubicado casi en la esquina de la calle de Nonoalco, hoy
Flores Magón, y Av. de los Insurgentes. El arquitecto Mario Pani utilizó muchas
formas triangulares en el diseño de los edificios tlatelolcas, como simbolismo y
homenaje a las flechas utilizadas por los grupos indígenas en épocas prehispánicas.
Han pasado 50 años de esos sucesos. La memoria es un continuo que se percibe
como discontinuo. El recuerdo forma parte de la vida misma. Hacer el resumen de la
infancia es una injusticia, porque no incluyes a todos los que estuvieron contigo, ni se
agotan las historias en una narración. Luego, al transcurrir del tiempo, te das cuenta
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que ya eres un joven, un adulto, y en el optimismo extremo, un adulto joven; aunque
por fortuna las vivencias significativas de la niñez siempre se quedan, permanecen,
son inagotables.
Los vecinos de Tlatelolco en 1968 nunca nos imaginamos que íbamos a ser
protagonistas de momentos desgarradores; o testigos de heridas profundas entre los
nuestros; hermanos fraternos ante tragedias humanas jamás imaginadas en la historia
reciente de México. Niños, hoy ciudadanos, que vivimos de cerca la marcha de una
generación camino hacia la democracia, con todo lo que ello pueda significar. Cambio
social en el cual el eje de aceleración, en ese difícil tránsito, lo puso la juventud en un
tiempo, a un ritmo no calculado y sin detenerse ante las adversidades.
Generación de los años 60 que tomó las calles por primera vez en México, sin pedir
permiso, en especial la gente del 68. El movimiento estudiantil se convirtió en escuela
urbana de la crítica, de las libertades, de la democracia y de la defensa de los
derechos cívicos; de las actitudes antiautoritarias, rebeldes, irreverentes, utópicas e
independientes. Escuela callejera de la participación y del ejercicio de la política como
palabra y como razón; como exigencia de justicia, del no a la impunidad y del sí a la
búsqueda de la verdad; de la negación al régimen cerrado, represor y caduco; de la
política como derecho, como compromiso y como representación de sí mismo y de la
sociedad.
Texto publicado en SDP Noticias, el 5 de septiembre, 2018.
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Luis González de Alba: Una conversación*
Hoy en día hay conversaciones mediáticas donde los participantes en un encuentro
intercambian mensajes casi como seres anónimos. Suele ocurrir. Esto me sucedió en
2011, cuando tuve una breve conversación con Luis González de Alba, quien fue un
maestro para mí como divulgador de la ciencia, como escritor y como personaje
sobresaliente de una historia viva, la del movimiento estudiantil de 1968.
A Luis y a mí nos unían tres temas: Tlatelolco, la Psicología y la divulgación de la
Ciencia. Durante muchos años leí su columna: “La Ciencia en la Calle”, del diario La
Jornada, donde cada semana hacía recuentos y compartía opiniones sobre temas de
la vida científica y humanística, y daba sus puntos de vista con la rigurosidad
académica que no se requería en un diario, pero al mismo tiempo con un lenguaje
sencillo, sin debilitar el sarcasmo y la lucidez que lo caracterizaron. Siempre
irreverente y crítico, y de una acidez poco conocida en nuestros medios periodísticos.
Cuando leí su libro “Los días y los años”, entendí muchos ángulos sobre lo sucedido
en Tlatelolco ese 2 de octubre de 1968.
El 3 septiembre de 2011, le escribí por Facebook:
- “Maestro Luis: Te comparto una historia común. Yo era un niño de 6 años cuando
sucedieron los acontecimientos de 1968. Vivía en el edificio “Durango”, atrás del
“Chihuahua”, en ese entonces. He escrito algunos textos testimoniales desde lo que
vi. Uno de ellos fue publicado en una edición especial del diario La Jornada (1988),
que llevó el nombre de “Los niños de Tlatelolco”, y que después apareció en un libro
titulado: “Memorial del 68, crónica a muchas voces”, compilado por Daniel Cazés…
No sé si lo has leído…
Luis respondió así:
22
- “Gracias Juan Carlos. Para el 30 aniversario publiqué en Nexos una revisión con
el título: “La fiesta y la tragedia”. Luego la incluí en mi libro: “Las mentiras de mis
maestros”. (Cal y Arena). No conozco la compilación de Cazés. Saludos.”
- En breve te enviaré una copia. Saludos. Contesté…
- No, no. Te ruego que no me envíes nada. No me gusta leer sobre el tema. Ahora
que cambié de editorial (“Los días y los años”, estaba en ERA, ahora en Planeta), me
fue difícil hasta leerme para corregir pruebas. Pero te agradezco la intención. Saludos.
- Maestro: mis respetos por tu decisión de no leer sobre el tema. Te enviaré
entonces textos que he publicado sobre divulgación de la ciencia. Saludos cordiales.
- Prefiero que no lo hagas, no leo nada inédito y lo publicado se me acumula
mucho. Lo del 68 ni siquiera es decisión, es que sencillamente no puedo leer…
desesperé a Planeta porque no enviaba las pruebas de imprenta…
El 15 de septiembre de 2011 tuvimos este intercambio:
- Maestro Luis: Como te comentaba en un mensaje anterior, viví en Tlatelolco
desde 1966, tenía 4 años de edad. Aunque hoy vivo en Querétaro, mantengo
comunicación por este medio con muchos vecinos y ex vecinos del barrio… En un
foro en redes sociales, sobre 1968, se comentaba que los líderes estudiantiles se
reunían en el café “Malinalli”, que estaba ubicado en la planta baja del edificio
“Guanajuato”. Como protagonista y dirigente del movimiento ¿tú recuerdas ese lugar
o asististe a alguna reunión ahí? ¿existirán algunas fotos de esas reuniones? Te
envío un abrazo afectuoso.
- No, el nombre “Malinalli” no lo había oído. No nos reuníamos en ningún café sino
por las noches, a diario, en la Facultad de Medicina, o la de Ciencias, de la UNAM.
Pero sería posible que algunos del Poli se vieran allí en ese café. Nunca lo supe. Lo
dudo mucho porque teníamos tomadas las cafeterías de nuestras escuelas y no nos
sentíamos seguros como para ir a un café…
Reitero lo que alguna vez le escribí al finalizar una de las conversaciones: “He
seguido tus escritos sobre Ciencia y estoy atento a tu trayectoria literaria… Te envío
un abrazo fraterno, Maestro.”
23
Hoy por la tarde me enteré de su lamentable pérdida, ocurrida ayer dos de octubre…
Luis fue conocido en el movimiento como “El Lábaro”…Nunca supe por qué… Para mí
González de Alba fue honesto y autocrítico; nunca buscó los reflectores ni puestos
públicos… Fue un ser creativo, con mentalidad y pensamiento libres…
*Texto publicado en SDP Noticias, el 3 de octubre, 2016.
24
1968: Luis González de Alba, Tlatelolco y los Vecinos
50 años del Movimiento Estudiantil de 1968. No es extraño ni raro evocar algunos
aspectos, detalles, pinceladas del pasado que vivimos de manera cotidiana como
vecinos de Tlatelolco, nuestro barrio, nuestra colonia, “la Unidad” (así le decíamos en
las charlas cotidianas). Las miradas tienen lugar desde diferentes ángulos, desde los
departamentos, los andenes, los cuadros, los jardines o desde la Plaza, en fin, desde
donde fuimos testigos de ese suceso social e histórico que marcó la vida política y
cultural de México, y de nuestras vidas.
A propósito de ello, les comparto que en 2016, en este mismo espacio, narré una
conversación que tuve con uno de los miembros del Consejo Nacional de Huelga
(CNH), instancia de la dirigencia estudiantil del Movimiento. Me refiero al Maestro Luis
González de Alba “El Lábaro”, representante de la Facultad de Filosofía y Letras de la
UNAM y, en ese tiempo, estudiante del Colegio de Psicología, ya que aún no existía
la Facultad de Psicología.
La conversación tuvo lugar en 2011 a través de redes sociales. Así lo escribí hace dos
años: “A Luis y a mí nos unían tres temas: Tlatelolco, la Psicología y la divulgación de
la Ciencia. Durante muchos años leí su columna: “La Ciencia en la Calle”, del
diario La Jornada, donde cada semana hacía recuentos y compartía opiniones sobre
temas de la vida científica y humanística, y daba sus puntos de vista con la
rigurosidad académica que no se requería en un diario, pero al mismo tiempo con un
lenguaje sencillo, sin debilitar el sarcasmo y la lucidez que lo caracterizaron. Siempre
irreverente y crítico, y de una acidez poco conocida en nuestros medios periodísticos.”
(Luis González de Alba: Una conversación, SDP Noticias, 3 de octubre, 2016)
“Hoy en día hay conversaciones mediáticas donde los participantes en un encuentro
intercambian mensajes casi como seres anónimos. Suele ocurrir. Esto me sucedió en
25
2011, cuando tuve una breve conversación con Luis González de Alba, quien fue un
maestro para mí como divulgador de la ciencia, como escritor y como personaje
sobresaliente de una historia viva, la del movimiento estudiantil de 1968.”
A propósito de esa comunicación, recientemente encontré que la
revista Nexos publicó, como homenaje a Luis y su obra, en noviembre de 2016,
algunos fragmentos de su libro “Tlatelolco aquella tarde” (Cal y Arena), del cual
retomo algunos detalles, fragmentos de la narrativa de hechos, que conviene revisar
y, en su caso, precisar desde la visión de un vecino de “la Unidad” (a esto le
llamaría precisiones periféricas sobre la historia de Tlatelolco en 1968).
Primera precisión de Luis: Los Comités de huelga
Para mí no existía una diferencia clara entre un comité estudiantil “de huelga” y uno
“de lucha”. Luis describe esa distinción: “…durante el movimiento del 68 no hicimos
comités de lucha, sino comités de huelga. Se integraban así: una asamblea escolar
declaraba huelga de esa escuela y nombraba a varios alumnos, usualmente los más
destacados en la asamblea, como miembros del comité de huelga; luego decidía, de
entre ese comité de huelga, quiénes serían los representantes de la escuela ante el
órgano director, el Consejo Nacional de Huelga o CNH.”… “¿Afirmo que no existieron
comités de lucha? No. Digo que fueron el recurso antidemocrático, estilo castrista,
para eternizarse en el micropoder estudiantil una vez concluidas las huelgas. Es decir,
fueron posteriores al Movimiento Estudiantil que duró del 1 de agosto al 2 de octubre.
Dos meses. Con la mitad de septiembre inmovilizados por la ocupación del Ejército de
la Ciudad Universitaria y las escuelas politécnicas.”… “Quien no participó no supo de
ese cambio y suena más valiente llamarse comité de lucha.” (1)
Primera precisión a Luis
En otra parte de su crónica, Luis González de Alba afirma lo siguiente: “Desde el
Chihuahua yo veía un puente al fondo de la Plaza, puente que llevaba decenios
26
diciendo que es Insurgentes norte, así está en Los días y los años, pero en 2008,
durante una plática en el Centro Tlatelolco, museo de la UNAM donde estuvo
Relaciones Exteriores, con un gran ventanal a mis espaldas desde el que se puede
ver toda la Plaza y el horrible monumento funerario levantado por mis amigos con los
nombres de los muertos esa tarde, un nativo de la Ciudad de México me explicó que
era imposible ver desde donde yo decía el puente de Insurgentes. Me dio el nombre
de la calle y ya se me olvidó.”
Ese puente o pórtico es el que se ubica en la calle que se conocía como “Santa María
la Redonda”, cercano a la Secundaria Diurna Número 16 “Pedro Díaz”, donde estudié;
hoy esa avenida tiene el nombre oficial de Eje Central “Lázaro Cárdenas” (por cierto,
en otro tramo, la misma calle se llamaba “San Juan de Letrán”). Quien no vivía en
Tlatelolco no estaba obligado a saberlo.
La planta baja del edificio Chihuahua
“El Chihuahua no tiene planta baja, está montado sobre dos gruesas columnas dentro
de las cuales circulan los elevadores, éstos dan servicio nada más cada tres pisos
para ahorrar en mantenimiento, por eso hay esas amplias terrazas en el tercero y el
sexto: son el acceso a los elevadores.”
Cabe precisar que el edificio Chihuahua sí tiene planta baja, ya que en ella se ubican
los locales comerciales y los pasillos de acceso; los departamentos comienzan desde
el primer piso. Las terrazas de ese tipo de edificios tienen acceso a los elevadores en
los pisos tercero, sexto, noveno y doceavo. Este tipo de detalles pueden resultar de
interés, sobre todo para quienes estudian esta historia y desean reconstruirla, debido
a los cambios que sufrió la Unidad Tlatelolco, después de los sismos. Por ejemplo, las
columnas externas que hoy se observan en ese edificio, fueron construidas para
apuntalarlo, después de 1985. Lo mismo ocurre con el cambio de fachada y
ventanería, que se llevó a cabo entre 1973 y 1974. Cabe recordar que las ventanas
eran, en 1968, de vidrio, solera y “marcolita” (fibra de vidrio amarilla), y que luego
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fueron cambiadas por aluminio plateado y vidrio, no solo en el Chihuahua, sino en
todos los edificios de Tlatelolco.
Acerca de los tinacos inexistentes
A lo largo de su narración, el “Lábaro” describe diferentes aspectos físicos del edificio
Chihuahua durante los hechos del 2 de octubre de ese año: “Comenzó a llover. Por
las escaleras escurría agua, quizá de calentadores y tinacos perforados en la
balacera a un edificio sin paredes sólidas.”
La Unidad Tlatelolco no tiene tinacos en sus edificios. El agua que circula por las
tuberías y salidas es llevada a los departamentos por bombas que están ubicadas
dentro de grandes cisternas, que ocupan el sótano de los principales
estacionamientos de la zona habitacional. Probablemente el agua que se oía esa
tarde-noche, era de alguna tubería perforada, no de tinacos pues éstos nunca
existieron. Los muros no son de plástico, sino de concreto. Nosotros vivíamos en el
edificio Durango, a unos 80 metros del Chihuahua, y la bala que entró esa tarde-
noche del 2 de octubre, a nuestro departamento ubicado en el cuarto piso, atravesó la
ventana de nuestros vecinos, uno o dos muros de concreto, la ventana del baño que
da hacia la recámara y luego explotó dentro del pequeño baño, entre el plafón, la
pared y la puerta. Algunos decían que se había tratado de una bala “expansiva”. Mi
madre, mi hermano y yo estábamos ahí, justo en el baño, resguardándonos de la
balacera durante ese trágico episodio. Tlatelolco no fue construido, desde sus
orígenes, con muros de plástico ni de tabla roca. Quien no vivía en Tlatelolco no
estaba obligado a saberlo.
Segunda precisión de Luis: Fue Movimiento Estudiantil, no Popular
“El Movimiento Estudiantil de 1968, en México, fue lo que indica su adjetivo:
estudiantil. Nunca logramos la participación “obrera, campesina y popular” que la
izquierda universitaria fantaseaba y que los buenos deseos le han endilgado después,
28
cuando ya nadie recuerda que no vimos ni obreros ni campesinos. Lo iniciamos y
condujimos nada más estudiantes. Primero del IPN y la UNAM, pronto se añadieron
Chapingo y la Normal Superior (que nos mandó un policía como representante y sólo
nos enteramos después del 2 de octubre y ya encarcelados).”
Cabe mencionar que, aunque pocos, en algunas manifestaciones se llegaron a
incorporar pequeños contingentes de padres de familia y ocasionalmente de
trabajadores ferrocarrileros. Segmentos de profesores de Primaria y de Secundaria,
que trabajaban en algunos planteles cercanos, también lo hicieron; así como vecinos
de Tlatelolco. Si fue o no un movimiento estudiantil y popular es un asunto que
deberán discutir y poner sobre la mesa de análisis, los historiadores.
Varias veces me pregunté si Luis estuviera con nosotros ¿qué y cómo respondería a
las observaciones hechas a sus narraciones por parte de un simple vecino de
Tlatelolco, que era un niño en esos días?
Al margen ello, hay otro dato interesante: en la conversación de 2011, descrita al
inicio de este testimonio, afirmé que no sabía por qué a Luis le apodaban “El Lábaro”.
El 6 de octubre de 2016, Francisco de Hoyos me escribió, vía correo electrónico, lo
siguiente: “El apodo de "el lábaro" se lo puso el Lic. Luis Prieto, quien era secretario
particular del Gral. Lázaro Cárdenas. Fue en una eufórica fiesta unos días antes del
fatídico 2 de octubre. Luis González de Alba se destacaba por su vitalidad y buena
presencia, además de que bailaba muy bien. El Lic. Prieto exclamó, "ese joven está
tan cuero que dan ganas de envolverse con él como si fuera el lábaro patrio y
arrojarse por el balcón”. Cabe mencionar aquí que con su sentido del humor
desorbitado el Lic. Prieto creó al personaje de "la seca" a partir del cual González de
Alba desarrollo su novela "Y sigo siendo sola".
Fuente:
29
(1) Luis González de Alba. Tlatelolco aquella tarde. Revista Nexos, 1 de noviembre,
2016.
* Texto publicado en SDP Noticias, 10 de agosto, 2018.
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Tlatelolco es más que un minuto de silencio*
“Tlatelolco” es un nombre náhuatl que significa tlatelli “terraza” o se deriva de
xaltiloll que se refiere a “punto arenoso” o “en el lugar del montón de arena”, dice
un sitio de búsqueda en la red. Tlatelolco no solo son edificios, explanadas,
pasillos y plazas. Tlatelolco es, y siempre ha sido, su gente. Tlatelolco, la ciudad
dentro de la gran ciudad, no solo son jardines, locales comerciales, una estación
del metro y las torres emblemáticas del Centro Cultural Universitario de la UNAM
(ex de la Secretaría de Relaciones Exteriores) ni la torre triangular (ex de
Banobras), ambas ubicadas sobre la antigua avenida Nonoalco (hoy Ricardo
Flores Magón). No, Tlatelolco no solo es eso.
La Unidad Habitacional es mucho más. Lo digo en ocasión de las interrogantes
que surgen. Trataré de explicarme: Después de las conmemoraciones en torno a
los trágicos y tristes sucesos de octubre de 1968 y de septiembre de 1985, los
amigos y las amigas me preguntan ¿qué se siente vivir en Tlatelolco? La
respuesta no se hace esperar: Tlatelolco es más que un minuto de silencio.
Ciertamente hay una energía especial, no lo dudo, que se siente... que se palpa,
que se vive en el corazón de cada uno de los habitantes tlatelolcas. Las
emociones son difíciles de describir, sin embargo, las expresiones más fuertes y
significativas se muestran a través de actitudes positivas. La vida tlatelolca, por lo
tanto, es optimista... Es una vida cuyas habitaciones simbolizan flores de
esperanza.
Los espacios y las actividades realizadas en ellos por los tlatelolcas, han sido
importantes para la edificación de su historia comunitaria: El Jardín de Santiago y
31
su kiosco central; la Feria anual del mes de julio; la Casa Blanca y el gran mural
de Siqueiros; el puente rojo de la avenida Guerrero; el jardín de la Pera; las pistas
para andar en bici, en avalanchas, en patines o patinetas... Los clubes sociales y
deportivos, uno en cada una de las tres secciones de la Unidad. Los hospitales,
las tiendas, las tlapalerías, las loncherías, los abarrotes, las tortillerías, las
farmacias, las papelerías, los salones de belleza, los consultorios y las
panaderías. O los espacios singulares para la recreación y la reconstrucción de la
cultura local. Hablo de los teatros, los escenarios abiertos, las áreas al aire libre
para practicar deportes... pienso en las áreas verdes con sus árboles originarios,
que podrían contar historias de cincuenta y tantos años o más. Donde sus
protagonistas, sus personajes, son anónimos y no tanto.
Los “cuadros” (así les decimos a las áreas de juegos infantiles) en Tlatelolco, son
áreas de convivencia, son la parte lúdica de las acciones y los gritos de las
generaciones infantiles; son sitios de encuentros y desencuentros; de relaciones
amistosas o de rupturas pasajeras. Dinámica que se repite en las escuelas
locales, en la parroquia de Santiago Apóstol y su convento, en los restaurantes, o
en las zonas donde confluyen los vecinos cotidianamente, como en las reuniones
de residentes, en las fiestas por cualquier motivo o en los actos cívicos.
Tlatelolco es salir a correr o a caminar; sacar al perro a pasear, cuidar a las demás
mascotas que habitan en el barrio... Acudir a las juntas de la escuela; colaborar
con los vecinos en las juntas vecinales; apoyar a los enfermos; ayudar a los
inválidos que no lo solicitan; es una banca del parque para sentarse a leer;
reunirse con los cuates del “cuadro” para cotorrear; una cascarita sabatina; es
denunciar situaciones de inseguridad antes las autoridades locales; en fin, tratar
de vivir y resolver al mismo tiempo y de prisa, como tornado, los complejos
problemas que forman parte de la vida cotidiana. Tlatelolco es una colonia
significativa y valiosa en la inmensa CDMX.
32
Zona urbana habitada por más de ochenta mil personas, que no podía estar ajena
a los conflictos sociales. No obstante, miles de familias dan continuidad, día a día,
a la solidaridad tlatelolca. Ese es el sello, el valor agregado, por fortuna de nuestro
vecindario, barrio, colonia, territorio. En eso descansa la vida tlatelolca: en el
apoyo incondicional, en la fraternidad... Después de más de cincuenta años de
existencia de la Unidad, ese es uno de los valores sociales más preciados. Esa
solidaridad vecinal es la que se repone todos los días; es la que se recicla a cada
momento, porque se resiste a la tragedia; se opone a la oscuridad, a la derrota y al
pesimismo. Contra cualquier prejuicio, el ánimo de unidad entre vecinos mantiene
de pie a Tlatelolco. Gente solidaria desde escenas del pasado en la defensa
tlatelolca ante el invasor español; solidaridad hace medio siglo con los estudiantes
y frente a la represión; fraternidad y hermandad por las víctimas del sismo y a
favor de los damnificados.
Edificios, construcciones coloniales y ruinas prehispánicas de un Tlatelolco que no
se cae. Ahí están como testigos de la historia vieja y moderna de la gran ciudad.
Lugar emblemático de una y mil historias, (y para profesar con el optimismo, de
relatos humanos más alegres que tristes...) Zona habitacional que no solo tiene
significados políticos, sino trascendencia arquitectónica y social (es una de las
unidades habitacionales más grandes en México y de Latinoamérica).
Cuauhtémoc, como Tlatelolco, sería un águila que cae, pero que no se quiebra.
Tlatelolco significa: Montón de arena solidaria.
El moño negro no forma parte del imaginario social de la vida comunitaria en
Tlatelolco. Por eso entre los vecinos la conversación se da en torno a la defensa
de la convivencia sana; sobre cómo cuidarnos, unidos, de las olas de violencia y
criminalidad que azotan no solo a nuestro barrio, sino a toda la ciudad. De lo que
se habla es de la colaboración vecinal; de cómo resolver los problemas de la
33
basura, del mantenimiento de los edificios, del funcionamiento preventivo y de la
protección civil (las alarmas sísmicas). Es un lenguaje más cercano a la idea de
colaborar mano con mano que divididos.
En el contenido del lenguaje tlatelolca están por delante el bienestar de las
familias, la convivencia civilizada entre las personas y la solidaridad: Es un código
que consiste en decir, pensar y actuar por los niños, niñas, jóvenes y adultos, con
especial atención a los adultos mayores. El Tlatelolco actual, así como del pasado,
es y ha sido habitable por eso, porque su gente prefiere la paz. Un lugar para vivir
en confianza con sus familias, para convivir con los amigos, recibir a los familiares
cercanos. Por eso, además de su gente, por su actitud fraterna Tlatelolco sigue de
pie. Águila y Jaguar que se unen y se separan; que no dejan de luchar...
La vida en Tlatelolco sigue. Las enseñanzas del pasado han servido y deben
usarse para continuar con un ánimo narrativo esperanzador como el que evoca
Cristina Pacheco, en el sentido de “Aquí nos tocó vivir”. Vecindad es destino, lo
que significa: Aquí decidimos vivir; éste es el camino que elegimos.
Por eso y otras mil razones, pienso que Tlatelolco es más que un minuto de
silencio.
*Texto publicado en SDP Noticias, el 8 de octubre, 2018.
34
Medio Siglo de Evocaciones*
Para los vecinos de Tlatelolco era cierto que la violencia venía en aumento. Que
los estudiantes huían y se defendían de las agresiones de las fuerzas públicas, y
que eventualmente defendían sus planteles escolares en batallas prácticamente
campales, especialmente por las tardes y noches. Sabíamos también que la
protesta callejera, aunque era en principio pacífica, estaba llena de tensiones,
dificultades y miedo. Que los estudiantes hacían pintas o subían a los camiones a
repartir volantes con temor y de prisa, porque policías vestidos de civil podían
detenerlos en cualquier lugar.
Nosotros no teníamos teléfono en el departamento, así que la comunicación era
limitada. Ese día llovió. Fue triste, de miedo, un día terrible y de coraje a la vez. Mi
madre reconoció, -ayer que platiqué con ella- (en 1968 era una mujer de 24 años
de edad), que ese día los estudiantes en protesta y la gente que se hallaban en la
Plaza, se notaban nerviosos, inquietos, como con gestos de temor, y con la
intuición negativa, rostros que indicaban que algo terrible podía pasar. Las
amenazas del gobierno y del mismo presidente de la República, durante los días
previos al mitin del 2 de octubre, calaban, en el sentido de que se tomarían
medidas extremas, “necesarias”, según las autoridades, para frenar al movimiento
estudiantil.
Entonces no habría diálogo. Solo habría un monólogo, con la voz de las balas, los
tanques y las bayonetas. Entonces las vías políticas, que por definición serían vías
pacíficas, estaban canceladas.
Cuando años después vi la película “Rojo Amanecer” (protagonizada por Héctor
Bonilla, María Rojo y los hermanos Bichir; cinta que por cierto sufrió de censura
oficial), recordé que ese día, efectivamente, en la Unidad Tlatelolco se cortó
intencionalmente la energía eléctrica por unas horas. El 2 de octubre de 1968 fue
un miércoles.
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Esa tarde mi madre fue a comprar el pan, en el expendio que estaba en la planta
baja del edificio Chihuahua; y después se asomó a la Plaza de las Tres Culturas
para ver qué sucedía. En ese momento inició la balacera. Dice que corrió con otra
vecina del edificio Hidalgo, pero que no pudieron hacerlo rápido pues la señora
sufrió una crisis nerviosa, una especie de pánico escénico que le impidió correr.
De inmediato algunos estudiantes, como tres o cuatro, les ayudaron a avanzar y a
correr, casi cargando a la vecina, por la parte trasera de la Escuela Primaria
“Nicolás Rangel”. Las balas hacían sonidos cerca de ellos. Se escuchaban los
proyectiles que rebotaban lo mismo entre los muros, atravesaban vidrios o
explotaban en diferentes direcciones.
Al mismo tiempo, sonaban ráfagas de metralletas, aullidos de rifles que se
disparaban por todos lados y uno que otro ruido parecido a un cañonazo. La
balacera fue desatada por elementos del gobierno.
Mi madre corrió rápido para encontrarnos en el departamento, pues su indicación
horas antes había sido: “En el momento que oigan balazos se suben rápido al
departamento”. Nosotros estábamos (mi hermano y yo) en el parque de juegos (el
“cuadro”, le decíamos), con algunos amigos de la infancia. Todos corrimos a
nuestros respectivos departamentos. Para este momento, mi hermano Pancho
traía las llaves de la casa. Así es que nos subimos en cuanto escuchamos los
disparos. Vivíamos en el cuarto piso del edificio Durango. ¡¡¡ A correr por las
escaleras !!! Ese edificio no tenía elevador. Esto sucedió unos minutos después de
que escuchamos al helicóptero que volaba sobre la zona de la Plaza y la parroquia
de Santiago Apóstol. Nosotros no vimos las luces de bengala. La caída de esas
famosas luces verdes la conocimos después, en voz de otros vecinos.
Habría tardado unos 25 minutos mi madre en llegar con nosotros. Nos metió al
pequeño baño del departamento; ahí pasamos, tirados sobre unas toallas, las tres
horas de la primera balacera: Entre las seis de la tarde (o poco antes) hasta las
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nueve de la noche. Nada podíamos hacer. El terror y la angustia; el miedo y la
tristeza se apoderaron de nosotros. Luego de escuchar los tronidos de las balas
por un tiempo aproximado de dos horas, una bala entró y explotó entre el plafón y
la puerta del baño por la parte interna. Al seguir la trayectoria del proyectil, días
después, nos percatamos que se trataba de una bala expansiva, que habría sido
disparada desde un arma de alto poder, de una tanqueta o de un tanque de
guerra, pues atravesó dos ventanas y un muro, y terminó floreando la pintura tanto
del techo como de la puerta.
Horas después llegó mi padre con nosotros al departamento; luego de que los
soldados no lo dejaban pasar. Paseo de la Reforma estaba acordonado por
personal militar y no había acceso a la Unidad Habitacional. Dijo que un soldado le
impidió el paso; le indicó que no se podía pasar y que, si quería hacerlo, él se
haría responsable si le pasaba algo. Que una bala perdida podía matar a cualquier
persona. Por supuesto, mi padre avanzó sin el temor de poner en riesgo su vida y
con la esperanza de encontrar con bien a los miembros de su familia. Después
vino la segunda balacera para sembrar el terror entre los residentes de Tlatelolco.
Historias vividas por los vecinos del barrio tlatelolca. Un joven vecino, que también
vivía en la entrada “C” del Durango, fue herido gravemente. A tal grado fue la
lesión de bala, que su familia pidió ayuda por varios días a los vecinos para
conseguir donadores de sangre, pues el muchacho entraría a cirugía mayor.
También en esos días supimos del caso de una niña, vecina del mismo edificio,
quien tendría como 8 o 10 años de edad, que desapareció durante uno o dos días,
junto con su hermano. Su mamá los buscó desesperadamente durante ese tiempo
en distintos hospitales. Por fortuna los encontró. Explicaron a su mamá que se
habían escondido durante la balacera en un departamento del edificio Chihuahua,
con una amiga.
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Es la visión de los vecinos, que está lejos de compararse con las lecturas y
estudios sociológicos, políticos o historiográficos realizados sobre los hechos,
durante estas cinco décadas. Hechos previos y posteriores al 2 de octubre de
1968.
Aunque las de los vecinos son indudablemente interpretaciones libres sobre los
hechos de represión ejercidas en contra de los jóvenes por un gobierno autoritario,
no dejan de ser válidas. Aun cuando estén levantadas sobre columnas de
subjetividades. Sobre sentimientos de impotencia asimilados tras los hechos
fatídicos, trágicos, de esos días.
Ha sido medio siglo de evocaciones, de necesidad de conocer la verdad, de exigir
justicia sin perder la esperanza.
*Texto publicado en SDP Noticias, 2 de octubre, 2018.
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Tlatelolco 1968: Una Crónica de Vecinos
(Parte I)*
Hace 5 décadas, durante los últimos días de julio, entre el 22 y el 26, la Ciudad de
México vivó el inicio del Movimiento Estudiantil y Popular de 1968. En ese tiempo,
el Conjunto Habitacional Nonoalco Tlatelolco, al norte de la Ciudad, fue escenario
de momentos importantes de esa historia que, en su desenlace fue marcado,
como sabemos, por la represión, el autoritarismo y la brutalidad gubernamental.
Los vecinos de Tlatelolco, ese año, fuimos testigos y actores en distintos episodios
significativos de ese Movimiento.
Tlatelolco, a partir de 1964, año en que fue inaugurada la Unidad, estaba
compuesto por familias de clase media, comerciantes, profesionistas, burócratas y
pequeños empresarios, que encontraron una opción de ascenso social en una
zona urbana de reciente crecimiento como lo fue durante esa década esta unidad
habitacional. Los vecinos nos conocíamos, como sucede en cualquier barrio o
pueblo, porque éramos una comunidad unida y solidaria, que convivía en fiestas,
en eventos de escuelas, en centros deportivos, en misas o en comercios.
Una ciudad dentro de la gran Ciudad de México: Tlatelolco contaba, en 1968, con
todos los servicios urbanos: bancos, escuelas, parroquia, hospitales, cine,
unidades deportivas y culturales, centros comerciales pequeños y grandes (como
el “Centro Mercantil”, ubicado sobre la calle de Nonoalco, hoy Av. Ricardo Flores
Magón); además, ahí se ubicaba la sede de la Cancillería Mexicana, la torre de
Banobras y una zona arqueológica (junto a la parroquia de Santiago Apóstol) con
importante presencia, debido al turismo nacional e internacional que
cotidianamente la visitaba.
La participación de los vecinos en el Movimiento tuvo alcances relevantes, que no
han sido completamente registrados en las diversas crónicas ni en las narrativas
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publicadas sobre los hechos. Por una parte, algunos vecinos, que eran al mismo
tiempo estudiantes de la Escuela Secundaria Diurna 16 “Pedro Díaz”, participaron
en diferentes actos de resistencia frente a las fuerzas del orden (Cuerpo de
Granaderos); así como no pocos vecinos y estudiantes que defendieron a sus
Escuelas: la Prevocacional y la Vocacional 7, del Instituto Politécnico Nacional,
cuyas instalaciones se ubicaban a cerca o a un costado de la Plaza de las Tres
Culturas. Por otra parte, los vecinos niños, jóvenes y adultos apoyamos de
distintas formas a los estudiantes desde los departamentos: A través de la
atención de algunos muchachos que caían heridos, así como en el acopio de
materiales y víveres para su defensa y para resistir el paro escolar, que inició a
finales de julio o inicios de agosto.
Durante días y semanas antes del 2 de octubre, por las noches y de madrugada,
se escuchaban detonaciones y balaceras en los alrededores de la tercera sección
de la Unidad, por la calle de Santa María la Redonda (hoy Eje Central Lázaro
Cárdenas) y la avenida Manuel González, como resultado de las “corretizas”
protagonizadas por grupos paramilitares o de la Dirección Federal de Seguridad
en contra de estudiantes politécnicos.
Para defenderse, los estudiantes usaban piedras, ladrillos, tubos y otros
materiales sólidos para repeler los ataques de los grupos policiacos. En esa época
se hicieron populares las bombas “Molotov”, que eran confeccionadas por los
estudiantes con botellas de refresco de vidrio, gasolina y estopa. En tono de
broma, uno de mis amigos, vecino tlatelolca, decía que también se les agregaba, a
esos cocteles, un poco de azúcar para que tomaran más fuerza y sabor las
explosiones.
Fuimos testigos del lanzamiento de esos proyectiles, que los politécnicos
aventaban desde los edificios Chihuahua y Guanajuato; eran prácticamente líneas
de fuego que caían sobre las filas de granaderos que se cubrían con escudos de
fibra de vidrio, quienes intentaban ingresar a la unidad por las bardas perimetrales
40
de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), que en esa época era zona de
estacionamiento, (años después fue el terreno en que se construyó el Centro de
Desarrollo Infantil para trabajadores de la SRE).
Los vecinos solidarios con el Movimiento lanzábamos, desde las ventanas,
cubetas de agua caliente contra las autoridades policiacas; o lanzábamos también
objetos y gritábamos, entre otras cosas y con impotencia: “Malditos granaderos,
déjenlos, son estudiantes no delincuentes” … Se les llamaba “Granaderos” a esos
cuerpos policiacos, porque dichas fuerzas “del orden” lanzaban granadas
lacrimógenas que contenían sustancias tóxicas en forma de gases, que hacían
“llorar” y afectaban las vías respiratorias. Los vecinos mayores nos decían que
cuando se soltaran las granadas, tapáramos nuestros rostros, sobre todo ojos,
nariz y boca, con toallas mojadas para evitar cualquier lesión.
Hasta donde recuerdo, la participación del ejército mexicano en el conflicto, no se
dio antes del 2 de octubre. Solo las corporaciones policiacas del D. F. y grupos de
policías vestidos de civil fueron protagonistas de los intentos de rompimiento del
paro y la detención arbitraria de estudiantes. Por lo mismo, los vecinos de
Tlatelolco, padres y madres de familia, hermanos, primos, tíos y abuelos, al mismo
tiempo que defendían a sus hijos, a sus muchachos, siempre se mostraron
solidarios con los estudiantes y los profesores politécnicos.
* Texto publicado en SDP Noticias, el 27 de julio, 2018.
41
Tlatelolco 1968: Una crónica de vecinos
(Parte II)*
El ejército mexicano sí intervino en diferentes escenarios donde se desarrolló el
Movimiento estudiantil, por ejemplo, en la toma de Ciudad Universitaria de la
UNAM, pero a Tlatelolco no acudió antes del 2 de octubre de 1968. De tal forma
que los enfrentamientos que se suscitaron en días previos a esa fecha en la zona
habitacional, solo tuvieron como actores principales a granaderos y policías contra
estudiantes, y eventualmente contra profesores politécnicos, que contaban con el
apoyo de los vecinos.
Durante los últimos días de julio, antes y después del 25, día de Santiago Apóstol,
se realizaba en Tlatelolco, y hoy todavía se realiza, la feria popular anual de la
parroquia; organizada por el padre responsable en turno y los vecinos, que
consiste en celebraciones litúrgicas y festejos comunitarios con puestos de
comida, juegos mecánicos, concursos típicos, fuegos artificiales y eventos sociales
tradicionales. Tlatelolco se vestía así de fiesta durante la última semana de julio.
Por ello, la parroquia siempre jugó un papel importante como centro de reunión de
vecinos, tanto por motivos de fe como por razones de carácter social. En 1967
había un padre de nombre Bernabé, que facilitaba uno de los salones de la
parroquia para llevar a cabo la organización de la primera liga de fútbol en
Tlatelolco. Recuerdo que él fue invitado, y asistió, a una ceremonia de entrega de
trofeos al final del torneo de ese año, que tuvo lugar en la cancha (de tierra) de la
segunda sección de la Unidad Habitacional, justo en el terreno que después se
convirtió en la explanada y estación del metro "Tlatelolco".
La parroquia siempre estuvo activa en la vida comunitaria. Los domingos por las
mañanas, por ejemplo, desde las 6:45 horas, sonaban las campanas de ese
templo franciscano de Santiago, para llamar a los vecinos, cada dos o tres horas,
a misa. Nunca olvidaré a las dos o tres señoras que vendían unas galletas o
gorditas de dulce, que preparaban con sus pequeños anafres, frente al atrio del
42
templo. Era típico ver, sobre todo los domingos, los paquetes de 5 a 8 galletas
envueltas en tubos de papel de china de diferentes colores.
La Plaza de las Tres Culturas fue por mucho tiempo la sede de la feria anual de
julio; aunque en ocasiones ésta se trasladaba a la zona de estacionamiento de la
Secretaría de Relaciones Exteriores, o a un costado del famoso Jardín de
Santiago, que es una réplica del jardín de San Marcos, en Aguascalientes.
También la plaza fue punto de reunión para los vecinos jóvenes y niños, pues era
un espacio para jugar lo mismo fútbol soccer que americano, así como para
practicar con los patines sobre ruedas de fierro o para andar en bicicleta o
avalancha.
Entre julio y agosto de 1968 se iniciaron las primeras manifestaciones estudiantiles
y populares, masivas, en las calles del centro histórico de la Ciudad de México. Al
mismo tiempo en que las protestas aumentaban de tono y se sumaban cada vez
más estudiantes a las exigencias en contra de la represión policiaca y a favor de
otros puntos del pliego petitorio relacionados con derechos cívicos y políticos, las
escuelas superiores y de educación media superior más importantes de la ciudad
permanecían en huelga. En el Movimiento participaron activamente estudiantes y
docentes de la UNAM, el Politécnico, la Universidad de Chapingo, la Escuela
Nacional de Maestros y de la Normal Superior, así como estudiantes de otras
instituciones de educación superior, públicas y privadas, como el caso
extraordinario de los estudiantes de la Universidad Iberoamericana.
Tlatelolco fue, en especial, territorio politécnico. En cada escuela los estudiantes
se organizaban en comités de lucha, que era una estructura integrada por
brigadas, guardias permanentes y asambleas participativas que destacaban por
sus relaciones y toma de decisiones horizontales. Prácticamente ahí se vivieron y
se construyeron, por primera vez en sus vidas, singulares espacios de libertad y
de solidaridad entre estudiantes, hombres y mujeres, en un contexto social
caracterizado por el autoritarismo y las actitudes conservadoras. Debido a lo
43
anterior, y para el caso particular de la Vocacional 7, ubicada en Tlatelolco, hay
testimonios que indican que los jóvenes bachilleres del Poli eran los más
aferrados, organizados y valientes en la defensa de su plantel. De hecho, los
universitarios reconocían, en general, que los estudiantes politécnicos fueron los
que mostraron, durante el Movimiento, enorme capacidad organizativa y
fraternidad en el cuidado de sus escuelas.
Los actos policiacos por las noches, en que se atacaba a los planteles a través de
diversas agresiones, incluyendo disparos con armadas de fuego, tenían la
intención de intimidar y desmotivar a los estudiantes en paro. Con frecuencia los
grupos policiacos o paramilitares agredían a los estudiantes en las calles cuando
éstos volanteaban, boteaban o hacían pintas de protesta en camiones urbanos,
postes y bardas. Incluso se llegó a denunciar que, a cualquier muchacho, sin ser
estudiante también lo detenían en la calle por el hecho de ser joven. Por eso, de
pronto había estudiantes o chavos que corrían por la unidad habitacional, para huir
de los "macanazos" o de las detenciones irregulares por parte de las fuerzas
públicas.
En alguna ocasión, entre agosto y septiembre de ese año, en pleno acto de
defensa, estudiantes de la Prevocacional (Secundaria) y de la Voca 7 incendiaron
una patrulla de la policía capitalina, justo en la zona de estacionamiento que se
encuentra entre el edificio Chihuahua y el templo de Santiago. Recuerdo que en
ese suceso participó uno de nuestros vecinos del edificio Chiapas, Manuel, que
tenía como 15 ó 16 años, pues estudiaba en la Secundaria Diurna 16, quien
también había sido compañero de mi hermano, unos años atrás, en la Escuela
Primaria "Nicolás Rangel".
Así, entre amigos y vecinos de Tlatelolco y colonias hermanas, como Tepito, la
Guerrero y la Ex Hipódromo de Peralvillo, se consideraba que el hecho de
participar en el Movimiento era visto con reservas por los mayores, sobre todo
porque era un acto solidario, un hecho de justicia o, a veces, por ser un acto de
44
heroísmo, pero que implicaba correr altos riesgos por defender a los compañeros
y a las escuelas en paro.
Cuando se llevó a cabo el primer mitin organizado por el Consejo Nacional de
Huelga (CNH), en la Plaza de la Tres Culturas, antes del 2 de octubre, los vecinos
lo vivimos como un evento cívico, como un acto cargado de festividad, más allá de
ser una reunión de protesta. Entre la gente, sobre la plaza, había muchos vecinos
que se detenían a escuchar a los dirigentes, quienes se ubicaban con micrófono y
altavoces en uno de los descansos, en el tercer piso, del edificio Chihuahua. Si
bien había algo de temor ante la represión latente entre los participantes, en la
plaza había la confianza de que se trataba de una reunión pacífica, un acto
libertario, en el cual se hacía uso de la razón y del derecho de manifestación
consagrado en la Constitución. Hay imágenes, por cierto, de ese acto
multitudinario, en el que incluso se veían algunas caras de niños y niñas tlatelocas
entre los manifestantes.
Estudiantes, profesores, trabajadores y vecinos niños, jóvenes y adultos reunidos
en Tlatelolco, en 1968, como protagonistas, testigos, del nacimiento difícil o del
registro público de la democracia mexicana.
* Texto publicado en SDP Noticias, el 28 de julio, 2018.
45
Tlatelolco 1968: Una crónica de vecinos
(Parte III y última)*
Con respecto a la intervención del ejército mexicano ese año en Tlatelolco,
específicamente para ocupar los instalaciones del Instituto Politécnico Nacional
(IPN), hay dos registros que coinciden con esas tomas de edificios: El día 30 de
julio de 1968 “El ejército toma la Vocacional 7, en Tlatelolco”… aunque el día 31
es devuelta (1). Por otra parte, hay una nota en la cual se indica que,
efectivamente, policías y granaderos, con apoyo de unidades del ejército, en un
día como hoy 29-30 de julio, hace 50 años, fueron ocupadas las instalaciones de
esa Vocacional y de la Prevocacional 4 (Secundaria), ambas ubicadas en
Tlatelolco: “El 30 de julio, día en que el rector Javier Barros Sierra izó la Bandera
Nacional a media asta por la violación de la autonomía universitaria, el Ejército
tomó por primera vez la Vocacional 7.” (2)
También existen algunas discrepancias de interpretación acerca de si la toma de
camiones urbanos, así como la quema de los mismos y de patrullas de la policía
en esos días, habían sido actos de legítima defensa por parte de los estudiantes, o
si se trató de actos de provocación realizados con toda premeditación, a cargo de
agentes policiacos, de civil, infiltrados entre los estudiantes, con la finalidad de
generar desórdenes y provocar la violencia de las fuerzas públicas. Esta última (la
tesis de la infiltración) es la explicación en particular que han externado varios
dirigentes estudiantiles de ese año, como Gilberto Guevara Niebla.
Así lo narra el Maestro Guevara Niebla: “…Otro hecho se produjo frente a la
Preparatoria 9 (sobre Av. Insurgentes Norte) donde los estudiantes, bajo la
dirección de agentes provocadores, asaltaron e incendiaron a un vehículo de la
policía con lo cual se suscitó una batalla callejera que duró horas. En ese punto
aparecieron francotiradores que dispararon desde las azoteas. Hubo al menos un
muerto. El día 21, en la vocacional 7, los agentes provocadores del Consejo
Nacional de Huelga (CNH) Sócrates Amado Campos Lemus, José Nazar y
46
Sóstenes Torrecillas comenzaron a secuestrar autobuses e incendiar vehículos
oficiales, dando lugar a una prolongada batalla. En un momento dado, bajo la
dirección de Amado Campos y Torrecillas, los estudiantes atacaron con bombas
molotov el vecino edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores causando
numerosos destrozos...” (3)
En la misma nota consultada y publicada por el diario La Jornada, se indica que
“De 1965 a 1968 la Vocacional 7 –llamada oficialmente Escuela Preparatoria
Técnica Piloto Cuauhtémoc– vivió un creciente activismo y recibió varios ataques
de policías, militares y grupos anónimos.”
Es de dominio público, en Tlatelolco, que algunos vecinos participaron en actos de
defensa, así como en protestas y manifestaciones públicas para denunciar esas
ocupaciones arbitrarias de las instalaciones educativas, pero sobre todo para
pronunciarse en contra de las detenciones irregulares y de las agresiones de las
que eran víctimas los estudiantes. Y no se trató solo de los padres o madres de
familia de los vecinos, que a la vez eran estudiantes politécnicos, sino que también
esa participación de vecinos tlatelolcas se dio de manera espontánea pues, sin
jugar ningún rol familiar, se solidarizaban con los muchachos.
“La madrugada del 29 de agosto sujetos enmascarados dispararon contra la
Vocacional 7. En la tarde siguiente estudiantes, trabajadores y vecinos
pretendieron realizar un mitin, pero fue impedido por policías y soldados con
tanques. Y de nuevo ocuparon el plantel.”
“El escritor Felipe Galván, egresado en 1967 de la Vocacional 7 y estudiante de la
Escuela Superior de Ciencias Biológicas del IPN, en 1968, comenta: ´En ese
edificio (de la Voca 7 en Tlatelolco) se concretó un proyecto piloto que se
diferenciaba de la Voca tradicional. En el primer año, aparte de las materias
específicas, llevábamos literatura, Psicología, orientación vocacional y asignaturas
que nos integraban humanísticamente a la sociedad. Eso generó estudiantes de
47
alta conciencia.´. En otro relato, un estudiante describió lo siguiente: “…hacíamos
guardias y en el día salían más de 50 brigadas como de 50 chavos cada una. La
Voca 7 parecía el centro neurálgico del movimiento, porque aquí se venían a
reunir los estudiantes de las Vocacionales 1 y 4… Por las noches algunos obreros
y vecinos venían a visitarnos. Era tal el apoyo de la gente que todos los días
llevaba un costal de monedas a depositar al banco. Compraba las mantas por
rollo, las cartulinas, el papel por mayoreo. Teníamos tres mimeógrafos
funcionando día y noche.” (misma nota de La Jornada) Esto según la narración
del estudiante politécnico, de Voca 7, Iván Uranga, responsable de prensa y
propaganda, así como de las finanzas del Comité de Lucha de ese plantel.
De acuerdo con notas escritas por egresados de esa escuela politécnica, se tiene
el siguiente registro: “Las instalaciones de la Voca 7 con su arquitectura moderna
y vanguardista, fueron inauguradas el día 6 de noviembre de 1964 por el
Presidente Adolfo López Mateos, junto al edificio Chihuahua, la Secretaría de
Relaciones Exteriores, los vestigios de las pirámides prehispánicas, el templo y
convento de Santiago Tlatelolco, constituían la hermosa Plaza de las Tres
Culturas, que representan el México prehispánico, el México de la colonia y el
México actual… La escuela y sus instalaciones contaban entonces con los
laboratorios y talleres mejor equipados del Politécnico y abarcaban todas las
especialidades como: Física, Química y Biología; Además contábamos con un
gran auditorio para 500 personas, hoy en día teatro Isabela Corona, así como
instalaciones deportivas con una cancha y pista de atletismo (hoy convertida en
estacionamiento), donde destacaba el equipo Ardillas de Voca 7.” (4)
Antes del 68, los niños de Tlatelolco veíamos a los estudiantes de la Voca 7 que
realizaban diversas actividades cotidianas en su ambiente escolar, sobre todo los
sábados en que se hacían eventos en la zona del campo de prácticas deportivas,
que como ya apuntamos tenía una pista de atletismo. Fue triste para nosotros ver
cómo esas instalaciones educativas eran ocupadas por granaderos y militares, y
48
cómo poco a poco se extinguía la vida académica y la energía generada por los
jóvenes estudiantes en el barrio tlatelolca.
Fuentes consultadas:
(1) Antonio Gómez Nashiki. 1968 Cronología del movimiento estudiantil mexicano.
Nexos, 1 enero, 1988.
(2) Arturo Jiménez. La demolida Voca 7, página en la historia de los movimientos
estudiantiles: activistas. La Jornada, 7 octubre, 2013.
(3) Gilberto Guevara Niebla. La masacre de Tlatelolco. La Crónica, 15-16
diciembre, 2017.
(4) Mauricio Clemente Buitrón Monroy. Mi escuela. Alternativa. FCR. 2013.
http://fcralternativa.blogspot.com/2013/06/voca-7-de-tlatelolco.html
*Texto publicado en SDP Noticias, el 30 de julio, 2018.
49
Las Niñas de Tlatelolco*
Tengo más de 30 años en la búsqueda de esta imagen. Recuerdo que alguna vez
la vi, junto con otra similar a ésta, en la que las dos niñas que se ven en el primer
plano del lado izquierdo, aparecen con otro amigo de la infancia en Tlatelolco.
Grande fue mi sorpresa, en aquella ocasión que vi la imagen por primera vez, en
1986, durante un cine club de la UNAM, pues la foto estaba insertada en un
documental titulado: "Mexico, 1968", de Óscar Menéndez.
No cabe duda que, al menos para mí, es una foto con historia; sobre todo, porque
el lugar donde ésta se tomó es la Plaza de las Tres Culturas, cerca de las
escaleras de acceso a la explanada durante un mitin. Precisamente con la
descripción de esa imagen, inicié, en 1988, un relato denominado "Los Niños de
Tlatelolco", justo cuando se conmemoraron los 20 años del movimiento estudiantil.
Esa narración después apareció publicada en un suplemento especial del diario La
Jornada, mismo que, en 1993, se convirtió en el libro "Memorial del 68"
(compilación a cargo de Daniel Cazés, Ediciones La Jornada. Serie Atrás de la
Raya). Pero a la foto nunca la tuve en mis manos.
Las niñas, como dije antes, son nuestras amigas de la infancia, justo durante los
inicios de la vida de la Unidad Habitacional. Fueron vecinas del mismo edificio
Durango, de la tercera sección de Tlatelolco, donde crecimos, jugamos, nos
divertimos y compartimos festejos, posadas decembrinas y demás vivencias que
nos marcaron a lo largo de nuestras vidas. Un dato interesante, es que ambas
formaron parte de uno de los primeros equipos de fútbol femenil de salón, en
Tlatelolco, en el llamado “Torreón”, que fue organizado y dirigido por mi padre.
En la foto se puede apreciar también que las niñas están sonrientes, como claro
reflejo de su alegría e inocencia. Creo que tendrían, en la imagen, entre 11 y 12
años de edad. Quizá en un plan de juego, ambas se acercaron a la explanada
donde los estudiantes universitarios, normalistas y politécnicos celebraban una de
50
sus reuniones públicas y de protesta, como parte del movimiento de 1968. Lo
hicieron como muchos niños y niñas vecinos del barrio que, despertados por la
curiosidad, acudieron con ánimo a la concentración ciudadana como si se tratara
de una fiesta popular.
Fue apenas la semana pasada que me encontré con esta imagen y hasta hoy he
podido compartirla, a través de este gentil espacio. Con la ayuda de los
buscadores en internet y a través de las redes sociales, logré dar con esta
memorable foto. De hecho, recientemente conversé con una de las niñas de la
imagen, ya como mujer, claro, a raíz de que le surgió la duda acerca de dónde
podría localizar la foto, que había sido descrita en uno de mis textos. Esa vez le
dije que solo tenía la referencia del documental donde la había captado, pero que
no tenía más datos.
Una fotografía que podría ser tan simple, ahora podría convertirse en un
documento histórico, en especial, durante este año en que se cumple medio siglo
de los hechos de Tlatelolco.
Solicité, antes, la autorización de ella y de uno de los hermanos de la otra amiga,
para compartir la imagen en las redes o medios electrónicos, a lo cual obtuve
respuesta afirmativa.
Para fortuna de ellas y de sus familias, todo parece indicar que la foto no fue
captada el 2 de octubre, sino durante alguno de los mítines que se celebraron en
la Plaza entre los meses de agosto y septiembre de 1968; hecho que ha sido
verificado por una de ellas.
*Texto publicado en SDP Noticias, 9 de septiembre, 2018.
51
Noches antes del 2 de octubre*
¡¡¡“Déjenlos, no son delincuentes. Malditos granaderos. Asesinos”!!! Eran los
gritos desesperados y de impotencia que expresaba mi madre para que soltaran a
los estudiantes detenidos. Esto sucedía desde las ventanas del departamento
donde vivíamos, y que estaba ubicado en el cuarto piso del edificio Durango.
Algunos vecinos, al mismo tiempo que gritaban casi las mismas palabras en
contra de las autoridades, aventaban agua caliente desde sus departamentos al
momento exacto en que los granaderos circulaban por los pasillos exteriores de
los edificios. Algunos vecinos, jóvenes, de manera espontánea juntaban montones
de piedras para que los estudiantes las usaran.
Todo esto que describo se desató en los alrededores de la Vocacional 7, que
estaba dentro del perímetro de la Unidad Habitacional Tlatelolco. Los estudiantes
corrían por los edificios Chihuahua, Guanajuato y Querétaro. Algunos alcanzaban
a subir a las escaleras de los edificios, que en ese tiempo no tenían rejas o
puertas generales de acceso, para escapar de las manos con garrotes de los
granaderos o de los grupos paramilitares.
Mientras mi madre gritaba desde la ventana del departamento, nosotros, mi
hermano Pancho y yo (de 8 y 6 años, respectivamente), nos tapábamos las caras
con toallas mojadas para evitar que los gases lacrimógenos nos intoxicaran. Otros
vecinos nos pedían que tuviéramos apagadas las luces de la sala y recámara,
para evitar que nos ubicaran como vecinos que nos solidarizábamos con los
muchachos.
Así fueron las noches antes del 2 de octubre. Esto sucedió por varios días durante
el auge del movimiento estudiantil, debido a que las escuelas estaban en huelga.
La represión era feroz de parte de las fuerzas policiacas en contra de los
estudiantes politécnicos en pie de lucha, tanto de la Escuela Vocacional 7 como
52
de la “Prevo 4” (Escuela Secundaria Técnica del IPN), cuyas instalaciones también
estaban en Tlatelolco, sobre la avenida Manuel González.
De pronto, alcanzamos a ver cómo cuatro muchachos cargaban y corrían a la vez
con un quinto estudiante herido y ensangrentado, en posición “bocarriba”. Dos
estudiantes lo tomaban de los brazos y hombros, uno de cada lado; mientras los
otros dos, lo tomaban del pantalón y los pies, también uno de cada lado. Corrían
rápido para salvar al herido y huir de los granaderos que iban en persecución.
Por las noches, de madrugada, se escuchaban ráfagas de metralla o balazos
aislados en la zona cercana a la Voca 7. De un momento a otro se escuchaban a
los estudiantes correr y gritar; y les seguían los balazos de parte de los policías o
sonaban las piedras o los vidrios de las botellas con las que se fabricaban las
bombas molotov, y que usaban los estudiantes para defenderse.
Algunos estudiantes politécnicos y universitarios, de nivel profesional, vivían
también en los departamentos de Tlatelolco. Recuerdo que se unían entre varios
para alquilar un lugar donde vivir, mientras estudiaban. En algunos casos, había
departamentos de estudiantes; en otros, había familias que se iban a vivir a la
Ciudad de México, para acompañar a sus muchachos mientras estudiaban en la
UNAM o en el IPN. También tuvimos como vecinos a estudiantes normalistas,
hombres y mujeres, que alquilaban una habitación en los departamentos o en los
cuartos de servicio que funcionaron en los edificios grandes.
No se me olvida que muchos estudiantes, a la vez que se convirtieron en amigos
de nuestros hermanos y hermanas mayores, se hicieron también populares entre
la población tlatelolca. En el edificio Chiapas, por ejemplo, vivía un estudiante que
era más popular por su lugar de origen que por su nombre propio: Le decíamos “el
Guaymas”. Después del 68 varios estudiantes de Jalisco, Sonora, Sinaloa,
Tabasco, Aguascalientes y de otros estados de la República, formaron familias
con vecinas o vecinos de Tlatelolco. La amistad y la solidaridad entre estudiantes
53
y vecinos de Tlatelolco iban más allá del anecdotario; iban más allá de aquellas
historias que los unen en algunas crónicas sobre los actores de 1968, como si
éstos solo se hubieran encontrado de manera coyuntural. Pero en realidad esto no
era así. Los vínculos entre estudiantes y tlatelolcas, sobre todo con los alumnos
politécnicos, eran verdaderamente profundos, de cercanía, fraternidad y confianza.
Recuerdo que había un doctor que vivía en la entrada “B” del edificio Durango,
que atendió a varios estudiantes heridos después de las golpizas o que habían
sufrido heridas de bala antes del 2 de octubre, e incluso ese mismo día. Nuestro
vecino doctor, que no tenía hijos, cada 2 de octubre después del 68, colocaba
flores blancas en memoria de los caídos en la Plaza de las Tres Culturas, siempre
acompañado de su esposa.
Aunque muchas personas piensan que el 68 se reduce a los acontecimientos
trágicos y a la represión gubernamental que se dio la tarde y noche del 2 de
octubre, deben saber que antes y después de esa fecha hubo acontecimientos
relevantes sin los cuales se podría entender lo que significa, en su complejidad y
esencia, el movimiento estudiantil de 1968.
*Texto publicado en SDP Noticias, el 27 de septiembre, 2018.
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El Mayo Francés, 50 años de aprendizajes*
La conexión social e histórica que se dio entre educación superior, movimientos
sociales y poder político se elevó, hace cinco décadas, a su máxima expresión en
diferentes ciudades del mundo. El cambio impulsado por los estudiantes y no
pocos profesores, se reveló en forma de protestas, consignas y huelgas, cuyos
contenidos giraron en torno al cuestionamiento de las estructuras del poder
político y económico, el señalamiento de las relaciones sociales hegemónicas, y la
decadencia de las teorías sociales monocromáticas.
En relación con las ciencias sociales, las revueltas callejeras estudiantiles que se
produjeron en ciudades como París, Praga y México, en 1968, condujeron a
reflexionar, críticamente y en el plano teórico, sobre una de las tesis del filósofo
Louis Althusser, en el sentido de que la institución llamada “escuela” juega un
papel social específico, a nivel de conciencia, como “aparato ideológico del
Estado”, junto con otras instituciones “clasistas” como los medios de
comunicación, la iglesia y demás organizaciones de la cultura. La educación y los
aprendizajes escolares, estaban destinados a reproducir, según Althusser, la
“ideología de la clase social dominante”.
Con los hechos, la tesis del “reproductivismo (althusseriano) entró especialmente
en crisis durante esos años, debido al contraste, al desencanto y al infortunio de
sus interpretaciones sobre “lo social”, que se desarrollaron en formato “blanco y
negro”. Dicha vertiente se vino a tierra por su “linealidad” o “mecanicismo” en la
arena de la discusión teórica, ya que las “escuelas superiores” se convirtieron,
paradójicamente y a la luz de los acontecimientos, en las instituciones más
“rupturistas” o “contestatarias” del Estado.
En su libro “Educación y Política en México” (Nueva Imagen, 1983), Olac
Fuentes Molinar escribió en la Introducción: “El intento de explicar cotidianamente
la finísima dialéctica de la educación y la política me convenció, si alguna duda me
55
quedaba, de que lo que sucede en la escuela no puede entenderse a partir de
aquella noción de “aparato ideológico de Estado”, término que no volví a usar y
que originalmente me había deslumbrado por su clarificadora sencillez.
Reconociendo todas las funciones de reproducción que cumple el sistema escolar,
hoy soy mucho más sensible a su otra naturaleza –la de institución ´civil´ y de
espacio de la lucha ideológica y política-, como a la supervivencia de prácticas
arcaicas, a la filtración de lo popular y dominado y aún así, gris es la teoría…”
La imaginación al poder
París más allá de las universidades. De acuerdo con una narrativa de los hechos,
“…el 22 de marzo de 1968 comenzaban, con la ocupación de la universidad
Nanterre, en París, los «acontecimientos del 68», que darían lugar a
manifestaciones radicales con enfrentamientos contra la policía; pero no era la
primera vez, un año antes también estudiantes habían enfrentado con barricadas
a las fuerzas policíacas, lo importante de esta ocasión es que se desarrolló
también la mayor huelga de la historia del movimiento obrero internacional: más
de 9 millones de trabajadores por cerca de un mes, esto fue lo que hizo
excepcional este movimiento y no la movilización radicalizada de los estudiantes.”
(1) Así, en 1967 y 1968, los estudiantes universitarios franceses (Nanterre,
Nantes y la Sorbona), registraron protestas en las calles de París contra los actos
de represión, contra el “estado de cosas” y para cambiar las “rigideces del poder”.
Nosotros somos el poder
Estudiantes de California protestaron también. “…(Es) en EUA donde se
desarrollan, a partir de 1964, los movimientos masivos y más significativos de este
período. En la Universidad de Berkeley, en California, el conflicto estudiantil tomó
un carácter masivo. La primera reivindicación que movilizó a los estudiantes fue la
"libertad de palabra" en favor de la libertad de expresión política (en particular,
contra la guerra de Vietnam y contra la segregación racial). Las autoridades
56
reaccionan de manera extremadamente represiva, contra la ocupación pacífica de
los locales, con 800 detenciones.”
Rompamos los viejos engranajes, se leía en una de las bardas parisinas…
“El movimiento va a desarrollarse en masa y a radicalizarse en los años siguientes
en torno a la protesta contra la segregación racial, por la defensa de los derechos
de las mujeres y sobre todo contra la guerra de Vietnam. Del 23 al 30 de abril de
1968, la Universidad de Columbia, en Nueva York, es ocupada, en protesta contra
la contribución de sus departamentos a las actividades del Pentágono y en
solidaridad con los habitantes del gueto negro vecino de Harlem.”
Seamos realistas, pidamos lo imposible
Es 1968, los estudiantes en México protestan también contra la represión
policiaca; luchan contra el autoritarismo en las calles, discuten, redactan un pliego
petitorio; crean el Consejo Nacional de Huelga (CNH), integrado por
representantes de las asambleas de más de 80 escuelas y facultades; crean un
movimiento social en el cual las diferentes expresiones ideológicas y políticas de
estudiantes y profesores, marchan unidas; se organizan, toman los planteles
educativos y los defienden. La dirección colegiada del movimiento pide diálogo
con las autoridades. Convocan al presidente de la República a protagonizar un
diálogo público, que rechaza. El rector de la UNAM, Ing. Javier Barros Sierra, se
une a la protesta y encabeza una marcha por el sur de la Ciudad de México.
Posteriormente, y después de diversas movilizaciones urbanas, se viene la ola de
represión y muerte por órdenes del gobierno federal. Tlatelolco en la memoria.
La generación de estudiantes y profesores de 1968, en México y el mundo,
inaugura un nuevo lenguaje y un contenido, desde la ciudadanía, en favor de las
libertades y los derechos políticos. Esta generación en movimiento, pese a la
represión gubernamental, generó ondas expansivas hacia el ejercicio de la
57
conciencia social, la participación crítica, la defensa de los derechos humanos y la
lucha contra las desigualdades sociales en los distintos ámbitos de la vida pública.
A partir de entonces, la política ya no fue más un asunto de adultos ni de un grupo
de elite. El régimen autoritario, con su hegemonía priista, se vio obligado a aceptar
la apertura democrática y a recrear, con criterios de pluralidad, el sistema de
partidos.
El sonido del silencio
Estudiantes movilizados en todo el mundo… “Muchos otros países van a conocer
rebeliones estudiantiles similares en acciones en el curso de este período: Japón,
Gran Bretaña, Italia, España, Alemania durante varias semanas, antes de que las
miradas se vuelvan hacia Francia, fueron el principal polo del movimiento
estudiantil. Esta lista está obviamente lejos ser exhaustiva, pues muchos países
de la periferia del capitalismo son afectados también por movimientos estudiantiles
durante el año 1968 (como Brasil o Turquía, entre otros).”
Los años recientes. Pienso en nuestras protestas universitarias locales de 1983,
en la UNAM. En las movilizaciones universitarias, de 1985, solidarias con las
víctimas y los damnificados de los sismos. O las protestas del Consejo Estudiantil
Universitario (CEU) de la UNAM, contra la “Ley Carpizo” de 1986; en la
participación universitaria, amplia y diversa, del Congreso Universitario de la
misma UNAM, en 1990. Hago también memoria de los diversos movimientos
estudiantiles que se han dado en diferentes partes de México y el mundo durante
los últimos 30 años, a veces con la misma matriz contestataria. Recuerdo con
simpatía a los estudiantes críticos y activos del movimiento “#Yo Soy 132”, que
inició en 2012, en la Universidad Iberoamericana (UIA). Y sigo sin olvidar a los 43
o más estudiantes normalistas muertos y desaparecidos, en Iguala, en septiembre
de 2014.
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Me pregunto, después de 50 años de revueltas callejeras, de consignas
ingeniosas e irreverentes, de construcciones y “deconstrucciones”, (como diría
Jacques Derrida); de rupturas y quiebres: ¿Qué hemos aprendido, como sociedad,
durante estas cinco décadas de lucha y generación de conciencias críticas desde
los espacios educativos? ¿Cómo se han transformado las relaciones políticas,
económicas y sociales durante este lapso? ¿Cuál es el estado de cuenta o cómo
se encuentra la factura del “autoritarismo” en los gobiernos y en la sociedad?
¿Qué avances se han logrado en materia de educación cívica y ética al pasar el
tiempo y el transcurrir de estas historias? ¿Los estudiantes universitarios, hoy,
están de “Vuelta a la normalidad”?
Enlace consultado:
(1) http://es.internationalism.org/revolucion-mundial/200805/2255/mayo-del-68-el-
movimiento-de-estudiantes-en-francia-y-en-el-mundo
*Texto publicado en SDP Noticias, el 23 de mayo, 2018.
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Epílogo
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1985, Tlatelolco, 19 de septiembre*
Ese día, 19 de septiembre, pasé caminando por el edificio Nuevo León, como a las
6:15 am., entre los elevadores del módulo central, para tomar el camión urbano
sobre Paseo de la Reforma y la calle de Constancia, para ir a mi trabajo; eran
autobuses amarillos con ruta hacia San Juan de Aragón. En ese tiempo trabajaba
en una Escuela Secundaria Federal ubicada en la Colonia Casas Alemán. A las
7:19 ya me encontraba en la escuela, poco antes de ingresar a mi cubículo de
Orientación Educativa, cuando inició el sismo.
Varios grupos de alumnos se encontraban en su salón y corrí, sobre el piso del
patio en movimiento, para decirles que se salieran de ahí, que era peligroso
quedarse. Al mismo tiempo, pedí a todos los estudiantes que se concentraran en
el patio principal de la escuela.
Maestros, alumnos y personal administrativo, nunca imaginamos la magnitud e
impacto que generó este fenómeno natural, hasta varias horas después, cuando
empezaron a llegar padres y madres de familia a la Secundaria, asustados, para
recoger a sus hijos, pues se empezaban a escuchar las noticias sobre la tragedia
a través de los radios de los automóviles, ya que la energía eléctrica se había
suspendido parcialmente en las casas. Lo único trascendente que se dijo que
ocurrió en esa zona, fue la caída de una bardita.
Una profesora de inglés me sugirió que fuéramos a la papelería que estaba
enfrente de la escuela, para hacer llamadas telefónicas, pero tampoco había
servicio. En las noticias decían que varios edificios del centro histórico se habían
derrumbado. De pronto alguien dijo –porque lo escuchó de manera indirecta-, que
varios edificios se habían caído en Tlatelolco.
Tardé varias horas en regresar a Tlatelolco, mi barrio desde 1966, para establecer
comunicación con mis padres y mis hermanos. Ya eran casi las siete de la tarde-
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noche; fue muy difícil trasladarse rápidamente ese día. Cuando pisé
territorio tlatelolca, por el lado del edificio Tamaulipas (donde estaban las pistas),
me quedé totalmente paralizado al observar que ya no estaba de pie el edificio
Nuevo León. Dado que nosotros vivíamos en el edificio Durango, el Nuevo León
era parte de nuestro paisaje cotidiano en la Unidad Habitacional, tercera sección.
El hecho de no ver a ese edificio en su lugar, sino ver que la luz de la tarde se
encontraba en ese espacio, me provocó un sentimiento extraño, ajeno, terrible,
como si estuviera viviendo una auténtica pesadilla.
Fue uno de los momentos más tristes y lamentables de mis 25 años de vivir en
Tlatelolco, aparte de los trágicos acontecimientos de 1968.
Durante ese día y los siguientes ayudamos a sacar escombros de las ruinas del
Nuevo León, por la parte interna de la Unidad. Todavía recuerdo el sonido y el olor
a motor de diesel de varias máquinas que estaban operando en la zona. Había
grúas, palas mecánicas gigantes y camiones de volteo en varios puntos de la zona
siniestrada. Con fuerte presencia de policía y del ejército que acordonaron y
resguardaron el módulo del Nuevo León que quedó de pie. Por supuesto, mucha
gente civil. Vecinos, vecinas y gente que se sumó al apoyo desde otros lugares.
Con botes metálicos acarreábamos tierra, piedras y demás restos del inmueble
destruido. De pronto alguien tomó en sus manos algunos objetos de cocina que
estaban sucios y llenos de tierra; también había muchos papeles tirados y
pedazos de madera que al parecer pertenecieron a algunos libreros o marcos de
pinturas o fotos. La labor de pasar los botes con tierra, de mano en mano, se
realizaba con la vigilancia permanente de la fuerza pública y de unos reflectores
gigantescos que se había colocado por todos lados.
Recuerdo que ese día 19 de septiembre sonaban muchas sirenas de patrullas y
ambulancias; al lugar acudieron muchos cuerpos de rescate. Inclusive me tocó ver
brigadas de bomberos canadienses y noruegos que se sumaron a las tareas de
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rescate. Uno de nuestros amigos más aguerridos en las maniobras pesadas,
Armando, vecino del edificio Chiapas, se encontraba en la parte más alta del
edificio caído, junto con obreros y bomberos que cortaban trozos de cemento y
gruesas varillas con máquinas especiales.
Dentro de las primeras 24 horas se rescataron a muchas personas del Nuevo
León. Lamentablemente otras no pudieron salir. Fue y sigue siendo profunda la
tristeza por esas pérdidas humanas. Pero también había la esperanza y la
motivación positiva de continuar con los trabajos, pues se estimaba que habría
más sobrevivientes debajo de los escombros.
Mientras tanto, a los vecinos de Tlatelolco nos pidieron que nos vacunáramos
durante las primeras horas del sismo. Una de las vacunas preventivas que
recuerdo nos aplicó personal del sector salud, fue una inyección contra el tétano o
tétanos. También recuerdo que se distribuyeron tapabocas y cascos de protección
por todos lados.
Durante la noche y los días siguientes, los vecinos organizamos brigadas de
voluntarios para participar en las obras de remoción de escombros. Así mismo,
hubo grupos organizados de vecinos que preparaban alimentos para apoyar a los
voluntarios y voluntarias. Como sabemos, la experiencia de un sismo con tales
estragos no se había vivido antes en Tlatelolco ni en toda la ciudad. Sin embargo,
la solidaridad, el apoyo incondicional y la colaboración desinteresada entre
vecinos tanto de Tlatelolco como de las colonias aledañas, se hicieron presentes
no solo por ese día, sino por varias semanas.
Abrazo desde aquí a todos mis amigos y amigas que seguramente vivieron, junto
con nosotros, esos momentos tan difíciles de nuestro querido barrio tlatelolca. Un
abrazo fraterno también y bendiciones para todas las familias vecinas que
sufrieron alguna o varias pérdidas de sus seres queridos. Los llevamos siempre en
la memoria y en el corazón.
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*Texto publicado en SDP Noticias, el 18 de septiembre de 2018.
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Tlatelolco, un día después*
A la memoria del señor Carlos Gaytán Huesca,
vecino tlatelolca de toda la vida.
Hace unas semanas Ivonne, vecina de Tlatelolco y coautora de uno de los
testimoniales sobre los hechos ocurridos hace 51 años (1), preguntó en una
cuenta de redes sociales digitales: ¿Qué sucedió el 3 de octubre de 1968? ¿Qué
sentimientos se vivieron un día después de la masacre en Tlatelolco? Ivonne,
aunque no vivió el 68, pero que conserva la tradición de las historias contadas por
sus padres y abuelos para recordar y no olvidar, es una persona interesada en
indagar, narrar y escribir sobre esos lamentables acontecimientos, desde la vida
cotidiana.
La escena de caos y muerte creada la tarde y noche anteriores por las fuerzas
gubernamentales, durante el 2 de octubre de 1968 y la madrugada del día
siguiente, trajeron un ambiente de desolación, de incertidumbre, de tristeza entre
los vecinos de nuestra unidad habitacional. Tlatelolco se convirtió, desde el 3 de
octubre, en un estado de sitio... en una especie de zona con toque de queda, por
la vía de los hechos.
La mañana siguiente, -para contestar, en parte, lo que preguntó Ivonne-, los
vecinos nos reuníamos para preguntar, unos a otros, cómo estábamos; o acerca
de dónde estaban nuestros familiares y amigos, puesto que algunos no habían
sido localizados aún. Recuerdo que, en mi entrada, la “C” del edificio “Durango”
(que está ubicado atrás del edificio Chihuahua, visto desde la plaza de las Tres
Culturas), los vecinos nos movilizamos para conseguir donadores de sangre, pues
un vecino joven, estudiante de secundaria, había sido herido en la cabeza cuando
se encontraba en el departamento de su hermano, que vivía con su familia en el
Chihuahua.
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Yo tenía 6 años entonces. Recuerdo que nuestros padres no nos dejaron ir a la
plaza (de las Tres Culturas), tanto el día 2 como los días siguientes. Sin embargo,
no olvido que durante esos días se decía que la plaza había sido lavada, durante
la madrugada, con mangueras y bombas de alta presión, para borrar la sangre
derramada sobre la plaza y para retirar todas las evidencias que habían quedado
dispersadas sobre el piso. Hay imágenes, que tiempo después se dieron a
conocer, de zapatos, papeles, ropa y otros objetos personales tirados sobre la
plancha de concreto.
Hubo en ese entonces, vecinas y vecinos que empezaron a organizarse para
colocar flores y veladoras en el lugar de los hechos, no obstante, y pese a que la
unidad habitacional, al menos la tercera sección, (donde se ubica la plaza, el
edificio Chihuahua y la iglesia de Santiago Apóstol), fue ocupada por el ejército.
A mi hermano y a mí nos tocó ver, junto con otras niñas y niños de Tlatelolco,
cómo entraban y salían camiones llenos de soldados a los estacionamientos
adjuntos a la iglesia, debido a que se hacían cambios de guardia cada 24 horas.
Eso sucedió durante varios días. Me parece que las fuerzas armadas se retiraron
de la zona habitacional, hasta después que iniciaron los Juegos Olímpicos, es
decir, después del 12 de octubre. De algunos camiones militares, los soldados
descargaban unos botes metálicos (plateados, del tipo de los recipientes que se
usaban en los establos para conservar la leche fresca), donde venía, ya
preparado, arroz blanco, que se servía a los soldados que se encontraban
apostados en el jardín de Santiago y sobre el estacionamiento ubicado entre los
edificios Durango, Hidalgo, Chiapas, Querétaro y Guanajuato. También les
llevaban pan, agua y algún guisado.
Había soldados apostados en la plaza, en el jardín de Santiago, en la torre de la
Secretaría de Relaciones Exteriores (SER) (hoy Centro Cultural Tlatelolco,
UNAM); en las plantas bajas de los edificios “Chihuahua”, “2 de abril” y “15 de
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septiembre”; así como en los accesos principales a la plaza. También la
Vocacional 7 del IPN, estaba resguardada por fuerzas públicas.
Otra cosa que recuerdo son los bloques de adoquines levantados y acomodados
como en pequeñas barricadas... No hay que olvidar que, durante la balacera del
día anterior, se perforaron algunas tuberías de agua de los edificios donde hubo
mayores daños por el uso de armas de alto poder. La bala que entró a nuestro
departamento, por ejemplo, atravesó una ventana, un muro doble, del
departamento de nuestros vecinos de la entrada “D” y del nuestro; luego atravesó
y rompió la ventana de nuestro baño y floreó, al final, el techo y la parte alta de
puerta, en el interior del baño. Esto lo comento para que dimensionemos la
magnitud y poderío de las armas utilizadas en esa sangrienta operación
gubernamental.
A través de los libros testimoniales y sobre la interpretación de los hechos,
supimos después que el operativo militar tuvo el propósito de desmembrar a la
dirigencia del movimiento estudiantil, a través del uso criminal de la fuerza, con lo
que se rompió también de tajo la dinámica de protesta, contestataria y en ascenso
del movimiento estudiantil. A pesar de que ya se habían iniciado algunas pláticas
para lograr un acuerdo entre representantes del gobierno y del Consejo Nacional
de Huelga (CNH).
Estoy a favor de las peticiones que hace Ivonne a través de las redes sociales
digitales. No hay razones para olvidar lo que sucedió ese día y el día
siguiente en Tlatelolco.
Fuente:
(1) Varios autores. “Crónicas de octubre” (2018). Centro Cultural Tlatelolco,
UNAM.
*Texto publicado en SDP Noticias, el 2 de octubre de 2019.