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Tlatelolco: lo que el viento no se llevó ( * ) Gregorio J. Pérez Almeida “México será el mismo antes de Tlatelolco, y después de Tlatelolco y quizás siga siendo el mismo, en parte muy importante, por Tlatelolco” Gustavo Díaz Ordaz Presidente de México, 1968 I Tlatelolco: el mal del siglo XX El filósofo Norbert Bilbeny sostiene en su libro “El idiota moral”, que el mal característico del siglo XX es el exterminio metódico, el asesinato de masas. Y justifica su juicio en varios casos emblemáticos, como son el exterminio de judíos y gitanos en manos de los nazis, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, en manos de quienes introdujeron en el argot del derecho internacional el término <genocidio>, la matanza de la aldea My Lai, en Vietnam, ejecutada por un pelotón norteamericano, los centenares de refugiados palestinos (civiles) que murieron en los campos de Sabra y Shatila, en Israel, los miles de ciudadanos muertos en Bosnia, en manos del ejército serbio que impuso la limpieza étnica. La lista de pruebas de Bilbeny puede completarse con otros casos menos emblemáticos, como son las matanzas, de carácter racista, en varios países africanos (Sierra Leona, Congo, Burundi, etc.) amparadas por las potencias europeas en connivencia con las trasnacionales norteamericanas, el genocidio cometido en Guatemala en la década de los 80, las 30.000 víctimas mortales de las dictaduras militares en Argentina, los 3.000 asesinados por Pinochet en Chile en menos de 7 días y, otro genocidio, que se ha querido ocultar bajo la fachada de un “enfrentamiento armado” entre sicarios extranjeros, estudiantes extremistas y el ejército nacional: el perpetrado en la Plaza de las Tres Culturas 1 , en el centro de Ciudad México. Hecho mejor conocido como “la matanza de Tlatelolco”, el 2 de octubre de 1968 2 . Angustiante: el siglo XX fue el mejor tiempo del sistema-mundo capitalista, el período de su expansión total en la geografía universal. El siglo de los grandes descubrimientos científicos y del avance tecnológico. El siglo de las dos caras, como demuestra Eric Hobsbawm en su Historia del Siglo XX”: el período más creativo y a la vez el más destructivo de la historia humana, el más utópico y el más incierto. Angustia, saber que el siglo XXI continúa el camino y va al ritmo del siglo XX y, como si esto fuera poco, tiene un agravante: todo el poder está concentrado en un extremo del sistema- mundo capitalista: los Estados unidos. Y tal parece que al igual que ocurre con un “hueco negro” en el espacio sideral, toda la humanidad será sometida a su fuerza de succión si no hay una reacción de resistencia organizada en el resto del mundo. II 1968 ¿Rebelión generacional o revolución mundial fracasada? Al otro extremo de la visión maniquea del gobierno mexicano de aquella época (y de los que le siguieron), que deslegitima al movimiento estudiantil al presentarlo como la carne de cañón de una conspiración comunista, orquestada por los que llamó el presidente Díaz Ordaz “los filósofos de la destrucción”, existe una visión romántica de 1968, que lo ve como la explosión de la “guerra generacional”, el año en que los jóvenes se rebelaron contra el poder de los adultos, de las tradiciones, etc. y nos presenta a los estudiantes como ángeles, seres puros que arriesgaron su vida –su futuro- por “razones del corazón que la razón desconoce”. Esta versión romántica, nos lleva a recordar la película “Lo que el viento se llevó”, porque de aquel ( * ) Durante los meses que duró la agitación estudiantil más intensa en México, julio-octubre, y que culminó con la matanza de Tlatelolco, la película que se convirtió en gran éxito de taquilla en Ciudad México fue “Lo que el viento se llevó”, cuya reposición se había incluido en la temporada de cine de aquel año. Ironías de la historia… ¿ironías?

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Tlatelolco: lo que el viento no se llevó (*) Gregorio J. Pérez Almeida “México será el mismo antes de Tlatelolco, y después de Tlatelolco y quizás siga siendo el mismo, en parte muy importante, por Tlatelolco” Gustavo Díaz Ordaz Presidente de México, 1968 I Tlatelolco: el mal del siglo XX El filósofo Norbert Bilbeny sostiene en su libro “El idiota moral”, que el mal característico del siglo XX es el exterminio metódico, el asesinato de masas. Y justifica su juicio en varios casos emblemáticos, como son el exterminio de judíos y gitanos en manos de los nazis, las bombas de Hiroshima y Nagasaki, en manos de quienes introdujeron en el argot del derecho internacional el término <genocidio>, la matanza de la aldea My Lai, en Vietnam, ejecutada por un pelotón norteamericano, los centenares de refugiados palestinos (civiles) que murieron en los campos de Sabra y Shatila, en Israel, los miles de ciudadanos muertos en Bosnia, en manos del ejército serbio que impuso la limpieza étnica. La lista de pruebas de Bilbeny puede completarse con otros casos menos emblemáticos, como son las matanzas, de carácter racista, en varios países africanos (Sierra Leona, Congo, Burundi, etc.) amparadas por las potencias europeas en connivencia con las trasnacionales norteamericanas, el genocidio cometido en Guatemala en la década de los 80, las 30.000 víctimas mortales de las dictaduras militares en Argentina, los 3.000 asesinados por Pinochet en Chile en menos de 7 días y, otro genocidio, que se ha querido ocultar bajo la fachada de un “enfrentamiento armado” entre sicarios extranjeros, estudiantes extremistas y el ejército nacional: el perpetrado en la Plaza de las Tres Culturas1, en el centro de Ciudad México. Hecho mejor conocido como “la matanza de Tlatelolco”, el 2 de octubre de 19682. Angustiante: el siglo XX fue el mejor tiempo del sistema-mundo capitalista, el período de su expansión total en la geografía universal. El siglo de los grandes descubrimientos científicos y del avance tecnológico. El siglo de las dos caras, como demuestra Eric Hobsbawm en su “Historia del Siglo XX”: el período más creativo y a la vez el más destructivo de la historia humana, el más utópico y el más incierto. Angustia, saber que el siglo XXI continúa el camino y va al ritmo del siglo XX y, como si esto fuera poco, tiene un agravante: todo el poder está concentrado en un extremo del sistema-mundo capitalista: los Estados unidos. Y tal parece que al igual que ocurre con un “hueco negro” en el espacio sideral, toda la humanidad será sometida a su fuerza de succión si no hay una reacción de resistencia organizada en el resto del mundo. II 1968 ¿Rebelión generacional o revolución mundial fracasada? Al otro extremo de la visión maniquea del gobierno mexicano de aquella época (y de los que le siguieron), que deslegitima al movimiento estudiantil al presentarlo como la carne de cañón de una conspiración comunista, orquestada por los que llamó el presidente Díaz Ordaz “los filósofos de la destrucción”, existe una visión romántica de 1968, que lo ve como la explosión de la “guerra generacional”, el año en que los jóvenes se rebelaron contra el poder de los adultos, de las tradiciones, etc. y nos presenta a los estudiantes como ángeles, seres puros que arriesgaron su vida –su futuro- por “razones del corazón que la razón desconoce”. Esta versión romántica, nos lleva a recordar la película “Lo que el viento se llevó”, porque de aquel

(*) Durante los meses que duró la agitación estudiantil más intensa en México, julio-octubre, y que culminó con la matanza de Tlatelolco, la película que se convirtió en gran éxito de taquilla en Ciudad México fue “Lo que el viento se llevó”, cuya reposición se había incluido en la temporada de cine de aquel año. Ironías de la historia… ¿ironías?

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“romanticismo” y “pureza” no quedó nada al cabo de varios años, ya que los jóvenes envejecieron, muchos callaron y otros se asimilaron al sistema. Ley de la vida. Pero existe otra visión del asunto y es la que sostiene que ese año hubo una revolución mundial antisistema, pero fracasada. Si vemos en el mapamundi –de Arno Peters, por favor- los lugares donde hubo revueltas populares, muchas dirigidas por estudiantes, nos damos cuenta que se extendieron a casi todo el mundo: Estados Unidos, Canadá, Europa Central (Gran Bretaña, Italia, Alemania, Francia), Europa del Este (Checoslovaquia, Polonia, Hungría), Tokio, México y en otros países del mundo, pero no con igual fuerza. Desde esta perspectiva, sostenida por Immanuel Wallerstein y otros (Wallerstein; 1999), en 1968 hubo una revolución, aunque fracasada, contra la contrarrevolución representada por la organización estadounidense de la hegemonía mundial a partir de 1945 y también hubo un intento de cumplir los objetivos de la Revolución rusa de 1917 y, por ende, un esfuerzo por superar sus limitaciones. Para Wallerstein, el viento no se lo llevó todo luego del fracaso revolucionario de 1968, sino que nos dejó un legado que él resume en cuatro aspectos. El primero es que “aunque el equilibrio militar entre el mundo occidental y el bloque del Este no cambió de modo apreciable desde 1968, la capacidad de de uno y otro bloque de vigilar e intervenir en el Sur se ha visto limitada” (1999; p. 88). El punto de quiebre de este dominio absoluto, según Wallerstein, lo constituye la derrota de EUA en Vietnam y su consecuencia es la frustración de los múltiples intentos efectuados por el gobierno estadounidense por hacer entrar en <<razón>> al pueblo iraní. Esta frustración no es síntoma de debilidad de los EUA como potencia mundial o de un vigor excepcional del Estado iraní como fuerza antisistémica, sino que es un síntoma de la incrementada soberanía disfrutada de los pueblos del Tercer Mundo desde la retirada de los Estados Unidos de Vietnam. No puede dejar de establecerse la semejanza de la experiencia de Estados Unidos en Vietnam y la de la URSS en Afganistán. El mejor ejemplo de lo que sostiene Wallerstein sobre la mayor independencia del Sur frente a los EUA, se plasma en la introducción del Documento de Santa Fe IV: “…el grupo Santa Fe está motivado por el deseo de ofrecer un cambio real al pueblo del hemisferio, y de fortalecer los lazos entre Estados Unidos y sus vecinos sureños. Los desconcertantes descubrimientos de Santa Fe IV muestran que los Estados Unidos han tendido a considerar garantizadas a aquellos vecinos sureños; y que lo que antes fue simple negligencia se tornó en escándalo abierto bajo las políticas de la Administración Clinton durante los últimos siete años. Obsesionado por Europa y China, y atontado con la corrupción en Rusia, el presidente Clinton ha dejado a Sudamérica en un patio trasero. No debe sorprender por ello que Suramérica haya buscado inversiones y relaciones comerciales en cualquier otro lado –en España, por ejemplo- y en la República Popular de China” (Santa Fe IV; 2002; p.15). El segundo es que “los cambios que se produjeron en las relaciones de poder entre los grupos de estatus (los grupos de edad, de género y las minorías <<étnicas>>), lo cual fue una de las consecuencias más importantes de la revolución de 1968, han demostrado ser más duraderos que los movimientos que hicieron que se convirtiesen en objeto de atención mundial. Estos cambios se registran básicamente en los espacios ocultos de la vida cotidiana y, por tanto, son menos fáciles de discernir que los que se han producido en la relaciones de poder interestatales” (1999; p. 89), pero ya en los años noventa es evidente que las “generaciones adultas”, los “hombres” y los “blancos”, han perdido su capacidad para mantener subordinados a los jóvenes, a las mujeres y a las minorías étnicas, después de 1968. El tercero es que “las relaciones entre el capital y la clase obrera no han logrado restablecerse en los términos vigentes antes de 1968. Es evidente la frustración experimentada por los funcionarios del capital en su búsqueda global de paraísos seguros de disciplina laboral: he ahí los esfuerzos del G 7, para concertar consensos con los trabajadores en el mundo y también la estrategia de “deslocalizar” las industrias y las empresas en busca de la “paz laboral” en los pueblos hambrientos del Sur. Y, el cuarto aspecto, es que en las décadas de los años setenta y ochenta, la sociedad civil –especialmente en la semiperiferia del sistema- se ha mostrado a grandes rasgos mucho menos receptiva a las órdenes autoritarias de los detentadores (o potenciales detentadores) del poder del Estado de lo que era antes de 1968 y hemos visto avanzar hacia la “democracia burguesa formal” a Portugal, Grecia, España, en los setenta, y a Filipinas, Corea del Sur, Argentina y Brasil, en los ochenta. Paralela a esta crisis en la semiperiferia occidental, se ha producido, en el bloque del Este, la crisis de las denominadas dictaduras del proletariado con el resultado ya conocido.

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Concluye Wallerstein, que “Desde todos estos puntos de vista, 1968 está vivo y coleando, ya que su objetivo de alterar el equilibrio de poder en el sistema social mundial a favor de los grupos subordinados ha sido altamente exitoso”(1999; p. 90). Sin embargo, advierte el autor, “nos enfrentamos con la paradoja manifiesta de que un cambio favorable en el equilibrio de poder ha producido un escaso o nulo incremento del bienestar material de los grupos subordinados” y esta paradoja tiene su explicación en que la economía-mundo capitalista tiene por condición la subordinación social de las masas trabajadoras reales y potenciales y cuando esta subordinación disminuye, igualmente lo hace la propensión de la economía-mundo capitalista a reproducir y a incrementar el bienestar material, tal y como lo demuestra la historia de dicha economía desde 1973, que ha sido una historia de ajustes problemáticos frente a los levantamientos sociales de los cinco años anteriores (1968/1972). III Tlatelolco 1968 y Puente Llaguno 2002: La CIA invariable. (un intento de interpretación) Son numerosas las pruebas de que la CIA estuvo implicada en la matanza de Tlatelolco. Lo decimos no por paranoia, sino porque, como es costumbre de la fría burocracia del Departamento de Estado estadounidense, varias décadas después de cometer sus fechorías y asesinatos, “desclasifica” documentos en los que se registran sus andanzas y ahora se pueden “bajar” del espacio virtual de Internet. Bueno, en verdad, dejan leer lo que les interesa dar a conocer, porque la desclasificación de documentos es como la confesión de un dios maligno que le hace saber a sus víctimas que tiene el poder suficiente para hacerlos sufrir cada vez que quiera. Esto de la desclasificación de documentos “secretos”, por parte de los gobiernos estadounidenses –léase bien: los gobiernos, sean demócratas o republicanos-, es el ejercicio de sadismo colectivo e internacional más descarado y cruel que se conozca en la historia de la humanidad. Las palabras que este “súper” sádico nos dirige son: “Te jodí, tu lo sospechabas, pero no podías comprobarlo. Ahora, 30 o más años después, te lo digo en tu cara y en la de tus nietos, para que lo sepan, para que me conozcan y tiemblen: SÍ, YO TE JODÍ ¿Y QUÉ? ¿Y sabes otra cosa? Te volveré a joder cuando quiera…” Lo más espeluznante del asunto es que la CIA, 34 años después de Tlatelolco y a 17 años de finalizada la “guerra fría”, utilizó un esquema parecido en abril del 2002 en Venezuela, pero para un objetivo distinto. En Venezuela, se trataba de derrocar a un gobierno democrático adverso a los planes de EUA y utilizó como carne de cañón a una multitud opositora ciega de odio, ignorancia histórica y angustia existencial, y como verdugos contrató a unos sicarios (los que mataron al reportero Tortoza) y a varios francotiradores. Luego de la matanza de Puente Llaguno, los militares golpistas terminarían el trabajo. La zanahoria que utilizó para guiar a la muchedumbre como borrega al matadero, fue: “Tomar Miraflores, para sacar al tirano que representa los intereses extranjeros del castro-comunismo”. Ahí la ignorancia histórica de esa gente, porque el comunismo dejó de ser una amenaza para Occidente desde 1991, cuando le bajaron el telón a la URSS y China entró en el proceso de reformas económicas. Y Cuba está en proceso de venezolanizarse, es decir, de asumir un modelo político y económico más liberal, como ha hecho China mediante su connivencia con EUA y la Comunidad Europea. Por ello, quienes temen a la cubanización de Venezuela -y aquellos que la piensan en serio dentro del gobierno, como parece ser el caso de los conductores del programa radial “Conciencia del Sur”, evidencian un profundo desfase histórico, filosófico y sociológico, porque entre nosotros y el pueblo cubano –por una parte- y entre los años 60 y el 2007, existen diferencias abismales, ¿y qué decir del pensamiento contemporáneo? Como hemos dicho, hoy se habla de “los marxismos” y no “del marxismo” y cuando de piensa en “socialismo”, casi nadie tiene en mente el modelo soviético, replicado en Cuba. En Tlatelolco, la CIA “convenció” (un decir) al Presidente Gustavo Díaz Ordaz de que “el mitin de la Plaza de las Tres Culturas tenía como objetivo tomar la Secretaría de Relaciones Exteriores, dado que anteriormente los estudiantes no habían podido apoderarse del Palacio Nacional” (Volpi; 2001, p.333), obedeciendo a un complot de las fuerzas izquierdistas internacionales que planeaban un golpe de estado para instaurar una dictadura comunista. Los estudiantes eran simple carne de cañón. Tristes títeres. Con este esquema, sanguinariamente exitoso, logró desmovilizar no sólo a los estudiantes y al movimiento popular, sino también –y mucho más importante- a la intelectualidad izquierdista mexicana, al convertirlos en autores intelectuales de la matanza que, por macabra coincidencia con Puente LLaguno, comenzó con el disparo de un francotirador que hirió al general José Hernández Toledo, comandante del

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Primer Batallón de Fusileros Paracaidistas, que avanzaba con sus tropas hacia el lugar del mitin. El disparo provino de sus espaldas –es decir donde estaba su tropa- y se efectuó luego de las luces de bengala que disparó un helicóptero del ejército que sobrevolaba la plaza, tal como hacían los marines norteamericanos en Vietnam para ubicar el lugar que iban a bombardear. Luego, los “sicarios”, policías y soldados vestidos de civiles, con un guante blanco en la mano izquierda como identificación, dispararon a mansalva contra los manifestantes, a la vez que desde las azoteas de los edificios llovían balas de distintos calibres sobre la multitud. La cantidad de soldados muertos -40- se debió a que los militares avanzaron en círculo sobre la muchedumbre, cerrando cada vez más el radio de acción de sus armas y cruzaron sus disparos entre ellos. La cifra de civiles asesinados, calculada por los sobrevivientes del Consejo Nacional de Huelga, fue de 150. Posteriormente la cifra total se aproximó a los 400 muertos.

IV Octavio Paz: ¿Postdata o epígrafe? Luego de la publicación de su breve ensayo sobre Tlatelolco, a Octavio Paz los execró la izquierda mexicana y poco a poco no hizo falta más repudio, porque el mismo Paz renegó de la izquierda, se alejó de ella, la criticó y ya todos sabemos su acercamiento a la derecha. Pero no es este periplo ideológico del escritor lo que nos interesa, sino lo que dijo en aquella postdata. Desde nuestra óptica, aquel ensayo constituye hoy una pieza clave para comprender no la derivación del autor hacia la derecha, sino la derivación de la izquierda latinoamericana hacia el dogmatismo. El mismo que llevó a la URSS a la tumba y mantiene a Cuba en tres y dos. A continuación abusaremos de la paciencia del lector y copiaremos una página de “Postdata” (286), que, palabras más palabras menos, parece escrita por Boaventura De Sousa Santos y que no albergamos ninguna duda de que Chávez suscribiría su contenido:

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No coincidimos con la posición política actual de Octavio Paz, pero no dudamos en afirmar que su posición ante los sucesos de 1968, en México, expuesta en su “Postdata”, fue la más sincera, la más racional, la de más visión retrospectiva y prospectiva y un ejercicio de pensamiento crítico inigualable, entre todas las que se expusieron en su momento. Para Paz, Tlatelolco no fue una simple masacre ordenada por un gobierno autoritario pasajero, sino un eslabón dentro de la cadena histórica y antropológica de la sociedad mexicana. Quizá no tiene el replique de las denuncias contra el imperialismo y la CIA, que tanto adornaba los textos de la izquierda de aquel tiempo –y los de hoy-, pero ofrece una visión de la política que recupera su organicidad, su condición de expresión práctica del poder que determina la fisonomía cultural de los pueblos. El que haya denunciado la tendencia autoritaria de la tradición revolucionaria marxista, al igual que las tendencias monopólicas del Estado, de los partidos y del capitalismo privado, así como la trampa que constituye el ideal de progreso de la modernidad, lo convirtió en un crítico “postmoderno”, sin que se hubiese acuñado aún el término. Y que proponga encontrar nuevas formas de poder popular y democrático para gobernar la política, la economía, la educación y los medios de información, que permitieran a los latinoamericanos ser auténticos, sin copias ni sombras –a lo Simón Rodríguez-, lo ubicaba como un pensador de

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izquierda adelantado a su tiempo, porque es ahora, después de la disolución del Bloque soviético -nunca imaginada por alguien en aquellas décadas de los años 60 y 70- cuando muchos intelectuales se atreven a dilucidar estos temas en público y asumen como una necesidad de satisfacción prioritaria la revisión, y en algunos casos el abandono, de ideas y propuestas marxistas. El caso más interesante, para nosotros, ya lo hemos dicho, es el de Santos. A decir verdad, el escrito de Paz, no es una “Postdata”, sino un “epígrafe” de la realidad latinoamericana que debe leerse hoy con interés renovado por el resurgimiento del espíritu libertario de los pueblos del Sur. Postdata: las fotos que anexamos al final, son una muestra visual de la crueldad y el salvajismo con que atacó el ejército mexicano a los manifestantes en Tlatelolco. Ahí están a la vista no sólo algunas víctimas, sino también las evidencias de que fueron embestidos por sorpresa, torturados públicamente, heridos sin atención, asesinados como perros rabiosos. Y no las reproducimos inspirados por aquello de que “Una imagen dice más que mil palabras”, porque sabemos que eso es mentira… sólo que duele más.

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2 Está escrito: nací 18 años antes de Tlatelolco, en octubre de 1950. De manera que entré a la mayoría de edad con el signo de rebeldía, de rabia y de impotencia que generó aquella matanza de jóvenes mexicanos. Hoy, 39 años después del genocidio –aún impune- rindo tributo a su memoria, que es la mía. Fotos:

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Bibliografía:

Bilbeny, Norbert. El idiota moral. Edit. Anagrama. España, 1993.

Documentos Santa Fe IV. Ediciones Desde Abajo. Colombia, 2002.

Hobsbawm, Eric. Historia del Siglo XX. Edit. Crítica. España, 2003.

Jardón, Raúl. 1968: el fuego de la esperanza. Edit. Siglo XXI. México, 1998.

Paz, Octavio. Postdata. Edit. FCE. México, 2004.

Poniatowska, Elena. La noche de Tlatelolco. Edit. Era. México, 1971.

Volpi, Jorge. La imaginación y el poder. Edit. Era. México, 2001.

Wallerstein, Immanuel y otros. Movimientos antisistémicos. Edit. Akal. España, 1999.