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1 Título del trabajo: Sufrimiento y vulnerabilidad en la política moderna / Suffering and vulnerability in modern politics Sección a la que se destina el trabajo en el próximo XXI Congreso Mundial de Ciencia Política de la IPSA: CS03/ Teoría Política/ Panel 660, Convenor: Sr. Tomás Chuaqui. Autora: M. Cecilia Abdo Ferez. Institución a la que pertenece: Dr. phil en Ciencia Política por la Humboldt- Universität zu Berlin y Lic. en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. Investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en el Instituto de Investigaciones “Gino Germani” de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, área de Teoría Política. Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) de la Argentina. Año de elaboración del artículo: 2008/9. E-mail: [email protected] Resumen Según Peter Sloterdijk, el abandono de las justificaciones trascendentes para el sufrimiento en nuestra contemporaneidad harían recaer en la política la función de otorgarle sentido, ya sea enmarcándolo o evitándolo. La política en nuestro tiempo se constituye entonces como una versión sustituta de la teodicea. El intento del artículo es analizar críticamente esa relación entre política y sufrimiento, a partir de las reflexiones de tres autores contemporáneos sobre el tema: por un lado, abordaremos la propuesta de Richard Rorty de juzgar las áreas culturales de acuerdo con su potencial práctico, según el parámetro de la utilidad, que se traduce para la política y las teorizaciones que le corresponden en el mandato a los gobiernos de “impedir el sufrimiento”. Luego, contrapondremos la fuerte concepción del “nosotros” liberal que presume el pragmatismo rortyano con las reflexiones elaboradas por Judith Butler, posteriores a los atentados del 11 de septiembre, que focalizan en el concepto de vulnerabilidad corporal y la inevitabilidad del dolor derivada de esa vulnerabilidad. La posibilidad cierta de sufrir dolor o atestarlo a otros reabre la discusión sobre la necesidad de la ley positiva y la adecuación de sus formas, que se aborda al final del presente texto. Por último, se analiza la posición de Zygmunt Bauman, que observa una delegación de la política a los individuos de la tarea de gestionar los miedos en la modernidad actual, y cómo esa delegación influye sobre el ejercicio de los derechos y sobre la democracia.

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Título del trabajo: Sufrimiento y vulnerabilidad en la política moderna /

Suffering and vulnerability in modern politics

Sección a la que se destina el trabajo en el próximo XXI Congreso Mundial

de Ciencia Política de la IPSA: CS03/ Teoría Política/ Panel 660, Convenor:

Sr. Tomás Chuaqui.

Autora: M. Cecilia Abdo Ferez.

Institución a la que pertenece: Dr. phil en Ciencia Política por la Humboldt-Universität zu Berlin y Lic. en Ciencia Política por la Universidad de Buenos Aires. Investigadora asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), en el Instituto de Investigaciones “Gino Germani” de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, área de Teoría Política. Docente de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y del Instituto Universitario Nacional de Arte (IUNA) de la Argentina.

Año de elaboración del artículo: 2008/9.

E-mail: [email protected]

Resumen

Según Peter Sloterdijk, el abandono de las justificaciones trascendentes para el sufrimiento en nuestra contemporaneidad harían recaer en la política la función de otorgarle sentido, ya sea enmarcándolo o evitándolo. La política en nuestro tiempo se constituye entonces como una versión sustituta de la teodicea. El intento del artículo es analizar críticamente esa relación entre política y sufrimiento, a partir de las reflexiones de tres autores contemporáneos sobre el tema: por un lado, abordaremos la propuesta de Richard Rorty de juzgar las áreas culturales de acuerdo con su potencial práctico, según el parámetro de la utilidad, que se traduce para la política y las teorizaciones que le corresponden en el mandato a los gobiernos de “impedir el sufrimiento”. Luego, contrapondremos la fuerte concepción del “nosotros” liberal que presume el pragmatismo rortyano con las reflexiones elaboradas por Judith Butler, posteriores a los atentados del 11 de septiembre, que focalizan en el concepto de vulnerabilidad corporal y la inevitabilidad del dolor derivada de esa vulnerabilidad. La posibilidad cierta de sufrir dolor o atestarlo a otros reabre la discusión sobre la necesidad de la ley positiva y la adecuación de sus formas, que se aborda al final del presente texto. Por último, se analiza la posición de Zygmunt Bauman, que observa una delegación de la política a los individuos de la tarea de gestionar los miedos en la modernidad actual, y cómo esa delegación influye sobre el ejercicio de los derechos y sobre la democracia.

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Summary

According to Peter Sloterdijk, the abandon of transcendent justifications for the suffering in our contemporaneousness would make relapse into the politics the function to grant sense to it, either restricting or avoiding it. The politics in our time is constituted this way as a substitute version of the theodicy. The attempt of this article is to analyze critically the relation between politics and suffering, from the reflections of three contemporary authors on the topic: on the one hand, we will approach Richard Rorty's offer to judge the cultural areas according to the parameter of the utility, which means in political language that governments must respect the mandate that requires them to "prevent suffering”. Then we will oppose the strong conception of "us", that the liberal pragmatism of Rorty assumes, to the reflections made by Judith Butler, following the attacks of September 11, which focuses on the concept of vulnerability and the inevitability of physical pain derived from this vulnerability.The certain possibility of suffering pain or to attest it to others re-opens the discussion on the need of the positive law and the adequacy of their forms, dealt with at the end of the present text. Finally, we examine Zygmunt Bauman's position, which notes a delegation of the politics to the individuals of the task of managing the fears in the current modernity, and how this delegation influences the exercise of the rights and the democracy.

Palabras clave

Política- Sufrimiento- Crisis del progreso- Liberalismo- Vulnerabilidad-

Identidad-Individuo

Keywords

Politics- Suffering- Crisis of the Progress- Liberalism- Vulnerability-

Identity- Individual

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Sufrimiento y vulnerabilidad en la política moderna (1).

La política moderna asumió, para Peter Sloterdijk, la ríspida función de

sustituir a la teología en el tratamiento del dolor (2). Si la teología recurría al

plan divino, a priori incognoscible, para conciliar el mal, el sufrimiento y la

injusticia terrenales con la existencia de un Dios bondadoso, a la política se le

exige ahora –como “teología sustitutoria” y en un contexto de pérdida de la

referencia posible a un sentido superior- ya no la inclusión del dolor en un

relato del porvenir, sino su terapéutica. La legitimidad de la política moderna se

juega o bien en la prevención del sufrimiento, en extirparlo de las experiencias

sociales posibles, o bien en reducirlo, si es que (pese a todo) se produjo.

Podría decirse que esta forma de relación entre política y sufrimiento, es

decir, de sierva a amo, se dio en estos términos desde la misma temprana

modernidad: tal parece ser el caso de la definición hobbesiana del summum

malum como el peligro efectivo de la muerte violenta y la presencia del Estado

como la garantía temporal de la disipación de esa amenaza. Sostendremos

aquí, sin embargo, que algo cambió radicalmente en el último tiempo en la

relación entre sufrimiento y política. Varios indicios dan cuenta de este cambio.

El primero, con carácter de límite, podría ser de orden temporal e implica la

forclusión de la idea misma de futuro: la política no sólo tiene invalidado hoy

recurrir al futuro en pos de justificar sacrificios actuales, luego de que la versión

secularizada de la teodicea cayera en descrédito con la crítica a la idea y a la

práctica de la revolución, sino que el futuro, si es que fuese posible inferirlo,

imaginativamente, a partir de alguna experiencia presente, se espera que sea

peor. Lo que se impone, de izquierda a derecha, es evitar ya no la palabra

progreso, sino la sola mención al futuro que, por desdibujado, resulta aún más

amenazante (3). Una creciente incertidumbre y precariedad frente a las

supuestas amenazas de un mundo globalizado o ante la probada capacidad

destructiva de los hombres cancela la recurrencia redentora al futuro y torna

inmediatista a la relación contemporánea entre sufrimiento y política: un

consenso amplio encomienda a la política evitar y si no es posible, gestionar

aquí y ahora la vulnerabilidad de los muchos, de modo que no haya lugar para

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accidentes, catástrofes o tragedias (4). Si ellos ocurren, pese a la exponencial

obsesión con los sistemas de control, serán, siempre, la prueba de su inutilidad

como vara de contención frente a la corriente oceánica del riesgo. La política

contemporánea no puede formular serias promesas a largo plazo y se limita a

mostrar, como su mayor haber, los pequeños logros cotidianos con los que

procura reducir la percepción de que es altamente probable que las cosas

empeoren y que las causas de ese verosímil-futuro-peor son aún

desconocidas. Lo que se impone, en suma, es la prudencia y la gestión, en el

excluyente tiempo presente.

El segundo síntoma del cambio evidente en la relación entre política y

sufrimiento en nuestro tiempo da cuenta de la profundidad de las

transformaciones a las que esta torsión alude: es la resonada presencia de la

problematización de la vulnerabilidad en la teoría política contemporánea. Su

repetida aparición como concepto expone de manera privilegiada,

sostendremos aquí, la crisis de las formas liberales modernas de analizar la

política, sobre todo, de las formas que afirmaban la primacía, para el análisis,

del axioma que sostenía la existencia de un individuo autónomo,

autoconsciente y portador de una voluntad libre, fuente de acciones racionales.

Este individuo no precisa haber existido nunca efectivamente de este modo,

pero su presuposición en la teoría sirvió de base a las modernas concepciones

de obligación política. Particularmente, ese individuo conjeturado fue el soporte

y fundamento del concepto y de la práctica de los derechos jurídicos, que es el

terreno privilegiado donde se asienta la obligación política en Occidente. El

énfasis en la vulnerabilidad de los hombres y las mujeres en la teoría política

contemporánea, ya sea por la nueva centralidad del tratamiento del cuerpo, por

el énfasis en el concepto de vida en los análisis, o por influencia de ambos en

los estudios de la biopolítica, expone cómo la noción liberal moderna del

individuo, descorporalizada, racionalista y correlativa al ejercicio de la

soberanía y la decisión -sobre sí y sobre el entorno, claramente distinguidos-,

pierde centralidad frente a otras nociones de individualidad, que siempre

estuvieron en el nuevo tiempo, pero que permanecieron en segundo plano del

análisis teórico hegemónico (5). Lo que es más relevante aún, la repetida

presencia del problema de la vulnerabilidad en las teorías políticas

contemporáneas deja traslucir que esa crisis de la conjetura triunfante del

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individuo moderno, que sojuzgó a las otras formas de individualidad no

identificables con el concepto de persona o de sujeto desde la misma temprana

modernidad, tendrá un impacto necesario en la esfera jurídica –en una

dimensión que sólo se puede aquí intuir y que nos gustaría reconocer como

una demanda al pensamiento político contemporáneo en nuestras geografías-.

Analizaremos entonces tres visiones diferentes de la imbricación actual

entre política y sufrimiento, y cómo ellas impactan sobre las nociones de

individuo, identidad y derechos. La primera visión sostiene la “esperanza” de

evitar el sufrimiento a partir de un proceso creciente de identificación de un

nosotros narrado, el nosotros-liberal de Richard Rorty en Contingencia, ironía y

solidaridad –un argumento que se amplifica en las discusiones sobre el

liberalismo y la tortura posteriores al 2001, en los Estados Unidos- (6); la

segunda visión, expuesta por Judith Butler en Vida precaria (7), un libro que

reúne escritos sobre la violencia y el duelo publicados después del atentado a

las Torres Gemelas, afirma que, dado el status inerradicable del sufrimiento

humano, se impone la necesidad de reconocerlo e intervenir sobre su desigual

distribución, a partir de una teoría del cuerpo como sustento de lo político y lo

social; y la última, la de Zygmunt Bauman en Tiempos líquidos (8), hace del

sufrimiento un problema “endémico” de la modernidad actual, que sumerge a

los países en un juego de suma cero, donde el bienestar de unos implica el

sufrimiento de los otros. Las relaciones que queremos establecer entre los

autores son las siguientes: por un lado, analizar la inscripción o no de la

extrema vulnerabilidad en el discurso, en la comparación entre Rorty y Butler.

Entendemos que examinar las diferencias en el poder del discurso frente al

sufrimiento en estos dos autores nos permite examinar cómo éste opera sobre

los límites del contenido de la categoría que define, en cada tiempo, lo que es

humano –esto es, lo reconocible y lo memorable como tal-, de modo de

observar cómo se invisibiliza a ciertos grupos de población, que no revisten

siquiera la denominación –entitaria- de “enemigo”. Por el otro, pretendemos

diferenciar entre individuación y las diferentes etapas del individuo en la

modernidad, en la comparación entre Butler y Bauman, para dar cuenta de las

diversas formas de entender la normatividad jurídica y sus límites en nuestro

tiempo.

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A lo largo del texto sostendremos, en pocas palabras, que mientras que en

Rorty la preocupación por la crueldad supone una identidad de los individuos

semejantes que se refuerza ante el peligro y por la cual se otorgan marcados

lugares tanto al agente de violencia como a la muda víctima; una teoría del

cuerpo como la propuesta por Butler parte de la premisa de que la identidad es

el resultado -siempre en disputa- de un proceso de individuación. Ser resultado

de un proceso de individuación, estar sujeto a la condición de una común

vulnerabilidad corporal, nos vuelve pasibles tanto de sufrir dolor, como de

infligirlo. Pero sufrir dolor o infligirlo no es el mal radical, decretado por los que

son semejantes, sino una efectiva posibilidad, distribuida desigualmente al

interior del campo de poder en el que conviven los que se vuelven diferentes.

El desafío político, en este caso, se resume en cómo intervenir en la

distribución desigual de la posibilidad de padecer, sin recurrir a la esperanza

tranquilizadora de extirpar el sufrimiento, esperanza que un ironista liberal,

como Rorty, puede “infundadamente” sostener. Creemos que el análisis de

Bauman, por su parte, insiste sobre el concepto de individuo pero lo historiza y

hace de su vulnerabilidad y sufrimiento una condición diferenciada por épocas,

marcadas por la existencia o no de estructuras de solidaridad colectivas que

incluyan a la fortuna y al destino de cada quién en un marco de la seguridad

social. Nuestra época es aquella que –adelantamos-, delega la tarea de

afrontar los miedos y las incertidumbres, generados a escala global, en los

individuos, de modo que ellos no sólo están ante un trabajo similar al de Sísifo,

sino que, además, pueden tomar como estrategia para afrontarlos una

segregación y una diferenciación tal entre los distintos segmentos de población,

que su efecto sea destruir la democracia. Del análisis de estas dos últimas

posiciones, la de Butler y la de Bauman, se desprenden antagónicas

expectativas sobre las capacidades efectivas de la política hoy de intervenir

sobre el sufrimiento.

Queremos afirmar, por último, que el presente texto, a pesar de partir de

multívocos conceptos de modernidad e individuo, se piensa aún dentro de los

márgenes del nuevo tiempo, porque quiere retomar, a partir del trabajo sobre la

vulnerabilidad, la persistente pretensión de nuestra época de problematizar la

contingencia. La renovada presencia de la cuestión la vulnerabilidad en las

teorías políticas contemporáneas, creemos, enhebra de una nueva forma la

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batalla siempre latente de la modernidad por morigerar los “caprichos de la

fortuna”.

1. El tiempo historicista: progreso, narración e identidad en Richard

Rorty.

Un ironista liberal es, según Rorty, aquel que tiene la esperanza de que

cese el sufrimiento (9). Esta esperanza tiene la forma de un deseo

infundamentado, producto de la socialización que en los últimos 300 años

cimentó al mundo desarrollado. Esta socialización hizo que, azarosamente, la

época presente haya llegado a la fehaciente comprobación de que las

democracias liberales son aquellos regímenes que más promueven la

ampliación de la solidaridad humana. Si esos valores fueran puestos en

cuestión en nombre de algo más “fundamental”, que para Rorty podría aludir a

la idea de la existencia de una naturaleza humana o algo por fuera de los

léxicos que los haga prevalecer, no habría manera “neutral” de defenderlos.

“No hay una manera neutral, no circular, de defender la afirmación liberal de

que la crueldad es lo peor que podemos hacer” (10). En caso de

cuestionamiento a esos valores, ni siquiera podría esgrimirse cuán estable es

esa socialización que los permitió, porque ella, como todas, podría

derrumbarse. El fundamento que sostiene el derecho a la existencia de esa

afirmación liberal es, afirmamos, el axioma historicista de la adecuación entre

época y pensamiento: o sea, la conjunción virtuosa entre tiempo y azar que

produjo las democracias liberales presentes y su privilegio de la solidaridad,

produjo también, como pensamiento adecuado, el que los liberales rortyanos

estén convencidos de la validez de esa afirmación. Produjo que estén

convencidos de la superioridad de este presente, aún cuando se abandone la

pretensión de argumentar teóricamente en favor de su superioridad: para el

autor, un liberal está convencido de que la crueldad es lo peor que se puede

hacer, tanto como lo está, por ejemplo, de la elección de un amigo (11).

Una vez desechada la creencia en una naturaleza humana común o en la

existencia de alguna solidaridad constitutiva entre los hombres, Rorty sostiene

que “lo único que compartimos con los demás seres humanos es lo mismo que

compartimos con los demás animales: la facultad de experimentar dolor” (12).

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La diferencia entre el dolor humano y el animal está, para él, en la mediación

del lenguaje: a los humanos se los puede humillar, esto es, destruir la relación

con el lenguaje que tenían, hacerles hacer o decir cosas de modo tal que

“después ella [esa persona, frente a las acciones en cuestión, CAF] sea

incapaz de enfrentarse con el hecho de que las ha llevado a cabo o las ha

pensado” (13). El que fue sometido a esta extrema dominación, a este radical

sufrimiento, en Rorty expuesto bajo la forma de la humillación, tiene invalidado

a partir de aquí el “utilizar el lenguaje para describir lo que esa misma persona

ha sido” (14). El dolor, en la forma de la humillación o de la dominación

extrema, interrumpe la capacidad de narrar, de construir un relato articulador

del yo y por lo tanto, introduce un corte en la identidad que Rorty presupone en

la víctima: ella es incapaz de enfrentarse con lo que ha hecho o ha pensado,

ella ya no es lo que era, porque eso que ha hecho o pensado es inaceptable en

los términos del relato que venía narrando su yo. Ella no puede incluir en el

lenguaje lo que fue, a lo que fue sometida, porque lo que fue y el relato que

estructura su yo se excluyen.

La capacidad de narrar, entonces, la capacidad de zurcir de algún modo la

interrupción del relato producida por el dolor y de restablecer cierta identidad de

víctima a la víctima recae en otras personas ajenas a ella, en algunos sensibles

al dolor que a partir de pequeños discursos, sobre todo etnográficos o literarios,

“llevan su situación al lenguaje”. “Las víctimas de la crueldad, las personas que

están padeciendo, no tienen algo semejante a un lenguaje. Por eso no hay

cosas tales como ‘la voz del oprimido’ o ‘el lenguaje de las víctimas’. [...] En

particular, las novelas y las obras de etnografía nos hacen sensibles al dolor de

los que no hablan nuestro lenguaje” (15). La tarea de los intelectuales

postmetafísicos, que no son principalmente los cientistas, teólogos o filósofos,

sino los periodistas, escritores, poetas, o todos aquellos que puedan crear

“conmiseración por el dolor y remordimiento por la crueldad” (16), es

redescribir, en el lenguaje de los semejantes, la sufriente experiencia de las

víctimas. Esta redescripción no pone nunca en cuestión la estricta distinción

entre lo público y lo privado de la sociedad que está lista para recibir estos

relatos, sino que, sustentada en la conmiseración y el remordimiento, la

redescripción del dolor de las víctimas apuntala su orden.

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Repasemos el andamiaje rortyano esbozado hasta aquí. Si se dice que las

víctimas no hablan nuestro lenguaje, el nosotros que es el sujeto de la

afirmación no contiene hasta aquí a las víctimas, sino que se distingue de ellas,

justamente por la capacidad de hablar. Pero las víctimas existen y por lo tanto,

también la crueldad y la humillación, lo que está también presupuesto en el

verbo utilizado “cesar”, al hablar de la esperanza liberal del fin del sufrimiento.

Entonces, si en este historicismo no hubiera más que una mirada desde la

superioridad del presente que ha dado lugar, azarosamente, a la democracia

liberal; si nada permitiera pensar en un movimiento de esta época, en la que la

crueldad existe y en la que las víctimas son mudas, hacia otra época, entonces

una descripción como la rortyana corre serios riesgos de ser complaciente con

el estado de las cosas y con su propia posición en ellas. También el autor lo

advierte e introduce en su historicismo una explícita teoría del progreso, en

este caso, de tipo moral, que “se orienta [...] en dirección de una mayor

solidaridad humana” (17), concebida como “la capacidad de percibir cada vez

con mayor claridad que las diferencias tradicionales [...] carecen de importancia

cuando se las compara con las similitudes referidas al dolor y la humillación; se

la concibe como la capacidad de considerar a personas muy diferentes de

nosotros incluidas en la categoría de nosotros” (18). ¿Pero qué es lo que

progresa, nos preguntamos? No se trata de los cuerpos, imbricados hoy con

una técnica que los vuelve perfectibles y los asemeja a máquinas (19), porque

el sufrimiento de Rorty no precisa tematizar el cuerpo; no se trata del progreso

de una vida, porque ella no es susceptible de ser mejorada indefinidamente y

porque antes que de vidas, se hablaría aquí de personas; tampoco se

pretende, al mencionar la temida palabra “progreso”, abogar por un solapado

retorno a los argumentos de la razón emancipadora, porque ella, en este

marco, será siempre desechada por metafísica: lo que progresa, a nuestro

entender, en el historicismo liberal rortyano, es la capacidad de los que narran,

del nosotros que no somos víctimas, de incluir en el relato que los hace

semejantes a cada vez más personas, a través de la conmiseración con su

dolor. Lo que progresa es un discurso voraz, el de nosotros, los semejantes,

que pretende incluir gradualmente, mediante redescripciones, a aquellos que

eran des-semejantes –o al menos, que lo eran a partir de la interrupción que

produjo el dolor en su narración y que quebró la dependencia entre identidad y

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relato continuo-. Los semejantes son aquellos que, pese a los peligros y las

vicisitudes, o justamente por salir triunfantes de ellos, han reforzado la

identidad que articula su propio relato; identidad que los hace capaces de

incorporar también a los que perdieron el lenguaje.

2. Individuación, Desconfianza y Empatía en Judith Butler.

Una teoría del cuerpo como la que propone Judith Butler, en cambio, parte

de la universalización de la experiencia de la sujeción y del sufrimiento. Aunque

no se viva en el mismo lugar o no se tenga una historia común, los cuerpos

construyen un “tenue nosotros” (20), el de los vulnerables a la violencia y a la

pérdida. La dependencia física originaria entre los cuerpos, el que previo a la

constitución de mi “voluntad” o de mi “ego autosuficiente” haya estado en

proximidad con otros cuerpos, no elegidos, marca al cuerpo como algo

“socialmente constituido”, como un “fenómeno social”, como un cruce entre lo

privado y lo público. “El cuerpo tiene una dimensión invariablemente pública.

Constituido en la esfera pública como un fenómeno social, mi cuerpo es y no

mío. Entregado desde el comienzo al mundo de los otros, el cuerpo lleva sus

huellas [...]; sólo más tarde, y no sin alguna duda, puedo reclamar mi cuerpo

como propio” (21). El carácter público del cuerpo produce entonces una

relación paradójica con la política: nos constituimos políticamente a partir de la

vulnerabilidad social de nuestros cuerpos, por estar sujetos a otros que nos

hacen pasibles de sufrir violencia, pero esos cuerpos por los que luchamos no

son nunca enteramente nuestros.

El cuerpo es, para Butler, un lugar público de exposición y de vulnerabilidad,

de afirmación y de amenaza, una red de lazos cuyo entramado desmiente los

límites estrictos entre el yo y el tú, aunque sin fusionarlos. Cualquier pasión

(sea furia, deseo, éxtasis o ansiedad), pone fuera de sí a lo que se ilusiona con

ser un sujeto constituido y obstruye la narración de un relato sin vacilaciones ni

cortes. No lo condena al individuo al silencio, pero muestra cuán “saturado” de

Otros está el discurso sobre sí. La inadecuación entre cuerpos y palabras se

muestra sobre todo en una situación de dolor: frente a, por ejemplo, la pérdida

de alguien, el saber y el explicarse quién se es y de qué se es capaz se vuelve,

para el que sufre, una tarea laberíntica, algo que roza lo inescrutable; y es un

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desconocimiento que quizá no tenga salidas, porque el dolor de esa pérdida

puede haber transformado al que padece, sin retornos. El dolor, en este caso,

la pérdida, nos revela algo que en situaciones de normalidad aparece

encubierto por el relato del sujeto autónomo, capaz de ejercer control sobre sí:

muestra la sujeción a la que se está sometido, en formas que muchas veces no

pueden relatarse o explicarse, sencillamente porque no se conocen. La marca

de nuestra común vulnerabilidad es el desconocimiento, porque nadie sabe lo

que puede un cuerpo ni puede pretender agotar lo que no sabe apelando a

palabras.

Como consecuencia de esa vulnerabilidad constitutiva, de su exposición y

sujeción a lazos sociales que construyen pero también desintegran, todos

podemos sufrir violencia, pero también somos capaces de ejercerla. El

nosotros tenue y descentrado de los cuerpos, que son vulnerables a la

violencia y posibles agentes de ella, precisa de la constitución de una

comunidad política que reconozca las diferencias con que esa vulnerabilidad se

distribuye. El nosotros de los cuerpos, ante una situación de peligro, no puede

recurrir a la conversación con otros semejantes para reforzar su identidad

moral, sino que precisa estar inserto en un campo de poder intervenido en el

que los sufrimientos, porque existen, se reconocen y en el que las violencias,

porque existen, se castigan. Precisa, afirmamos, de la complementación de

una teoría positiva de la ley (22).

Un intelectual o cualquier otro, en el marco de una teoría del cuerpo que

procure reconocer e intervenir sobre la desigual distribución social de la

vulnerabilidad común, es aquel que, ante un relato público sobre las víctimas

que las vuelva cuasi familiares, desconfía. No desconfía de la víctima, sino del

discurso que, al historizar esa vida sufriente y hacerla digna de un obituario

público, pone en juego los instrumentos narrativos necesarios como para que

esa historia sea recordada, por los que son semejantes (23). Pero, sobre todo,

un intelectual o cualquier otro que piense en el marco de una teoría del cuerpo,

se preocupa por mostrar que no todas las víctimas son incluibles en el discurso

público, porque muchas caen fuera de la formulación de una categoría de lo

humano, de un dispositivo de humanización, cuyos límites se desplazan de

acuerdo a la época y el lugar. Muchos vulnerables no serán reconocibles ni

integrables ni aparecerán en el discurso público, y no tienen entidad política ni

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siquiera como adversarios o enemigos: son aquellos que, aunque existan

realmente, no existen para el imaginario y los presupuestos con los que se

construye la esfera pública. Lo que el discurso puede integrar de la radical

vulnerabilidad de los muchos es aquello que ya se ajustó a los límites

históricamente desplazados que definen lo que es, cada vez, percibible como

humano.

3. Los individuos frente a los miedos, según Bauman: la amenaza

democrática.

El análisis de la vulnerabilidad propuesto por Zygmunt Bauman, por su

parte, se desprende del punto de vista eminentemente filosófico de Butler, pero

introduce una revisión de la experiencia efectiva de construcción de los

derechos en la modernidad occidental, que bien podría ser también deudora de

una teoría del cuerpo. Su punto de partida es el análisis de las

transformaciones que la globalización ejerce sobre el individuo y sus miedos. El

sociólogo describe al momento actual como el de una “globalización negativa”,

en donde la extensión de la modernidad a todos los lugares del planeta, ahora

absolutamente conectados e interdependientes, insume a los países en un

juego de suma cero entre el bienestar y el sufrimiento: el bienestar en un lugar

implica el sufrimiento en el otro (24). Es una modernidad absoluta en su

alcance y que, justamente por eso y a diferencia de las anteriores, carecería de

la posibilidad de encontrar espacios libres para exteriorizar los peligros que

ella misma crea y alojar -lejos de los centros de poder- a una franja de la

población difícilmente integrable por el desarrollo económico. Esta población se

convierte ahora en el “desperdicio”, en los “sobrantes”, que pululan por el

planeta en forma de migrantes y refugiados, o que permanecen en sus tierras

como segregados y excluidos.

El pilar fundamental de esta modernidad absoluta es, para Bauman, el

miedo. El miedo sustentaría a la legitimidad política estatal, que se ve obligada

a sustituir la pretensión de llevar bienestar a sus ciudadanos –un localismo

impensable para el autor, en un contexto de problemas globales- por la

implementación de políticas –defectuosas- de protección personal de los

mismos. Como recurso, esta vieja pasión política sería, además, inagotable,

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porque se reproduce de forma exponencial, constituyendo una de las pocas

estabilidades que puede exhibir una época de incesantes cambios: cuantas

más actividades se dediquen a alivianar los miedos y a crear supuestas

seguridades, más se verificará en sus efectos cuán inservibles fueron y cuán

necesario es reforzarlas y perpetuarlas. El miedo motoriza así un círculo

vicioso: cada pretendida medida de seguridad y protección demuestra que

nada alcanza y que nuevos miedos vienen a profundizar a los que antes se

pretendió ahuyentar.

El miedo permea toda la modernidad, desde sus comienzos: cuando se

aflojaron o suprimieron los lazos comunales medievales, el nuevo tiempo debió

sustituir esos lazos supuestamente naturales o naturalizados por otras

estructuras, artificiales, que incluyeran a la suerte individual en un sistema de

seguridad colectiva, que en los países centrales y en algunos de los periféricos

se conoció como Estado de Bienestar. El tiempo contemporáneo, sin embargo,

exacerba la contingencia, al poner en jaque también a esas estructuras de

contención artificiales, solidarias y colectivas. Lo que emerge entonces para

Bauman es una “segunda fase del proceso de liberalización más

individualización”, en el que el individuo es hecho responsable de disponer de

los medios y de las estrategias para afrontar a las nuevas incertidumbres (25).

Pero justamente eso, no está a su alcance. “A esta segunda liberalización no le

han seguido nuevas formas societarias de gestionar el miedo. La tarea de

afrontar los miedos que emergen de las nuevas incertidumbres ha sido, como

lo han sido los propios miedos, ‘liberalizada’ y ‘subsidiarizada’, es decir, dejada

en manos de las iniciativas y de los esfuerzos locales; privatizada y transferida

en gran medida a la esfera de la ‘política vital’, esto es, entregada al cuidado,

ingenio y astucia de los individuos, y a los mercados, tenazmente hostiles y

empeñados en oponerse a cualquier forma de interferencia comunal (política)

y, más aún de su control” (26). Los individuos, en esta nueva fase de la

modernidad, se ven completamente impedidos de hacer frente a la gestión del

miedo con recursos apropiados: el deterioro de los vínculos y seguridades

colectivas los convierte, para Bauman, en individuos de iure, pero todo

concurre para impedirles convertirse en individuos de facto. Son individuos

inadecuados para las tareas que se les encomiendan. La incertidumbre y el

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miedo se convierten, entonces, en problemas endémicos de la nueva

modernidad líquida (27).

Los individuos de iure pero no de facto pueden tomar como estrategia –

siempre inadecuada, tan inadecuada como son ellos mismos- desandar, por

medio de acciones concretas –por ejemplo, por medio de reformas

discriminatorias en la arquitectura urbana, que fuercen la creación de una

comunidad de semejantes sustentada en el tranquilizador “sentimiento del

nosotros”-, el camino de la democratización que recorrió la modernidad (28).

Este camino tuvo para Bauman un paso decisivo en la extensión de los

derechos sociales: cuando la modernidad avanzó en la extensión de los

derechos políticos y se otorgaron derechos de sufragio a las capas menos

favorecidas, el elector medio pasó de ser aquel que quería participar

políticamente para asegurarse que no le serían alterados o sustraídos los

derechos personales que ya disfrutaba, a ser aquel que participaba para

conseguirlos, por medio de los derechos sociales. “En ese momento –sostiene

Bauman-, la apuesta del juego político experimentó un cambio decisivo. En vez

de adaptar las instituciones y los procedimientos políticos a las realidades

sociales existentes, la democracia moderna pasó a encargarse de desarrollar

instituciones y procedimientos con el fin de reformar las realidades sociales. En

otras palabras, pasó de conservar el equilibrio de las fuerzas sociales a

cambiarlo” (29). Si para tener derechos personales fue preciso entonces, para

amplias capas de la población, conformar estructuras solidarias y colectivas

que pudieran dar cauce a los derechos sociales, pre-condición de los derechos

personales, la nueva individualización que particulariza la tarea de afrontar los

miedos parece ser una amenaza a la democratización. Parece ser, además, la

demostración de una cada vez mayor formalización de los derechos,

necesitados para su existencia ya no de estructuras que atemperen

colectivamente la contingencia de la vida individual -estructuras que están

siendo o fueron derruidas-, sino de una intervención estatal que Bauman

describe como de escasa “musculatura” (30). El efecto pernicioso de esta

nueva individualización y de la tarea de Sísifo que ella asume frente a los

miedos se visualiza, por ejemplo, en la proliferación de estratos completamente

incapacitados de hacer frente a las contingencias, llamados por el sociólogo

polaco y también por Manuel Castells, las “nuevas clases peligrosas” -ellas sí,

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descriptas en la forma de colectivos-. Las nuevas clases peligrosas son los

más vulnerables dentro de los individuos vulnerables, pero carecen, al revés de

ellos, de la posibilidad siquiera de la ilusión de encarar las tareas de hacer

frente a la incertidumbre bajo la forma del nombre propio: son los migrantes, los

refugiados, los delincuentes, los desempleados, los habitantes de barrios o

villas periféricas, etc., que perdieron la capacidad de apelar su condición de ser

irrevocablemente excluidos y por siempre prescindibles (31).

La política en Bauman y en esta modernidad líquida, lejos de ser quien

haría posible la intervención sobre el sufrimiento desigualmente distribuido,

como defendía Butler, ha abandonado la función de gestionar el miedo en

manos de los individuos y esa delegación aumenta la vulnerabilidad y pone en

riesgo, a la vez, a la democracia conseguida, una democracia sostenida en

alguna, aunque tenue, ilusión de igualdad.

Conclusión: el interrogante sobre la vigencia y los límites de las

formas jurídicas

Dos conclusiones preliminares pueden extraerse de la demanda que le

presenta a la política la pretensión contemporánea de suprimir o morigerar el

dolor: en primer lugar, la dificultad para imaginar un futuro que se deduzca de

este presente, signado por la aceleración de los tiempos, introduce en los

léxicos políticos la necesidad de repensar ciertas premisas que antes hubieran

resultado conservadoras. El desafío de intervenir sobre el sufrimiento sin poder

recurrir al tiempo futuro sanador supone enriquecer lo que se entiende por

presente en la temporalidad política, un presente que debe incluir lo

imprevisible como necesidad. Cómo puede la política defender su posibilidad

de operar sobre el sufrimiento de los muchos, sin reducirse a ser una técnica

más a su servicio, como podría ser la industria farmacéutica o la terapéutica de

varios tipos, y sin empeñarse en incluir ese sufrimiento en formas discursivas

que pretendan invisibilizarlo o digerirlo, es un desafío contemporáneo.

La segunda consecuencia alude a la pregunta por la vigencia de las formas

jurídicas centradas en la relación entre derechos y deberes personales, que

presuponía una ontología liberal, sustentada en la presuposición teórica de la

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existencia de un sujeto concebido como autónomo, consciente y soberano. La

relación con el dolor mostró, por un lado, la continuidad posible entre hombres

y animales frente al sufrimiento, y por el otro, advierte sobre el poder que

ostenta hoy la técnica para tornar a los cuerpos cada vez más asimilables a las

máquinas. Pero más allá de la relación entre cuerpos, animales y máquinas, la

pregunta sobre la vigencia de las formas jurídicas deudoras del sujeto liberal

resuena con fuerza si se privilegia en el análisis al proceso por el cual el

individuo es un resultado, sin garantías, y no un punto de partida, como sugirió

Butler, recuperando concepciones presentes en la temprana modernidad. Un

individuo que sea un resultado posible y no el presupuesto garantizado de un

proceso de singularización a partir de la corporalidad común y que además

puede ser jaqueado por pasiones que lo ponen fuera de sí, parece ser un

incentivo para pensar cómo hacer del reclamo de autonomía subjetiva que

pugna por la universalización de los derechos personales y políticos, un

momento necesario e ineludible, pero no el fin de toda concepción de

normatividad en nuestro tiempo.

Pero también la experiencia descripta por Bauman de la ampliación de los

derechos en la modernidad sólida complejiza la posibilidad de pensar hoy la

vigencia de las formas jurídicas: si efectivamente el avance de la

democratización precisó de la creación de estructuras que asumieran

colectivamente la protección de la vida personal y de su fortuna, es decir, si

para hacer efectivos los derechos políticos y personales para amplias capas de

la población –as más vulnerables- se precisó antes realizar derechos sociales,

¿cómo afecta –nos preguntamos- a ese ejercicio de los derechos personales y

políticos (y también a su teorización) la crisis de las sociedades basadas en la

solidaridad colectiva y la seguridad social? ¿Qué noción de individualidad que

no sea la del individuo abstracto, racional y descorporalizado, claramente

distinguible de su entorno e inteligible para sí y los otros, permite aunar

vulnerabilidad y responsabilidad en nuestro tiempo? ¿Cómo impulsar –sobre

todo en América latina- la realización, la recuperación y el ejercicio pleno de los

derechos personales, políticos y sociales, sin renunciar a imaginar otras formas

de normatividad posibles, que sostengan una imagen menos mutilante de lo

que somos, que la que presuponen hoy nuestras formas jurídicas? (32)

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Notas

(1) Una versión reducida y modificada de este artículo fue presentado como

ponencia en el IX Coloquio Internacional Bariloche de Filosofía, organizado por

la Fundación Bariloche y realizado en esa ciudad de la Argentina, del 1 al 3 de

octubre de 2008.

(2) SLOTERDIJK, Peter, Crítica de la razón cínica, Madrid, Taurus, 1989, p.

291.

(3) La crisis de la idea de progreso se lee aquí desde la perspectiva de Leo

STRAUSS en ¿Progreso o retorno?, Buenos Aires, Paidós, 2005. La

imposibilidad de inferir el futuro desde el presente en la modernidad actual

remite a Koselleck, Reinhart en Futuro pasado. Para una semántica de los

tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993.

(4) Apelaciones a este argumento se pueden leer, entre otros, en: ABÉLÈS,

Marc, Política de la supervivencia, Eudeba, Buenos Aires, 2008; JONAS, Hans,

El principio de responsabilidad: ensayo de una ética para la civilización

tecnológica, Barcelona, Editorial Herder, 1994; BECK, Ulrich, La sociedad del

riesgo global, España, Siglo XXI editores, 2006 y en el compilado de BERIAIN,

Josetxo, Modernidad y violencia colectiva, Madrid, CIS, 2004.

(5) La temprana modernidad, es decir, el período que va aproximadamente

desde las reformas protestantes a la revolución francesa, exhibe una

constelación de diversas –e inclusive antagónicas- concepciones de

individualidad, que no pueden resumirse a la identidad entre sujeto y persona

que la modernidad madura conocerá después. Se puede examinar como

muestra de esta pluralidad coexistente de concepciones de individuo las

divergencias entre Baruch de Spinoza y su noción de individuo compuesto,

Thomas Hobbes y la traducción política del concepto de persona, Gottfried

Leibniz y la identificación entre nombre propio y concepto, y John Locke y la

idea de identidad personal, entre otros.

(6) Nos limitamos aquí al análisis de: RORTY, Richard, Contingencia, ironía y

solidaridad, Barcelona, Paidós, 1991.

(7) Nos limitamos aquí al análisis de: BUTLER, Judith, “Violencia, duelo,

política”, en Vida precaria. El poder del duelo y la violencia, Buenos Aires,

Paidós, 2006, p. 45- 78.

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(8) Nos limitamos aquí al análisis de BAUMAN, Zygmunt, Tiempos líquidos.

Vivir en una época de incertidumbre, Barcelona, Tusquets, 2008.

(9) Rorty, op. cit., p. 17. El autor remite el argumento a SHKLAR, Judith “Putting

Cruelty First”, en Daedalus 111:3, verano de 1982, p. 17-28. Para una crítica

centrada en los alcances del concepto de crueldad, ver: Kekes, John, “Cruelty

and Liberalism”, en Ethics, vol. 106, nr. 4, julio de 1996, p. 834-844.

(10) Rorty, op. cit., p. 216.

(11) Rorty, op. cit., p. 73

(12) Rorty, op. cit., p. 195.

(13) Rorty, op. cit., p. 196.

(14) Rorty, op. cit., p. 196.

(15) Rorty, op. cit., p. 112.

(16) Rorty, op. cit., p. 211.

(17) Rorty, op. cit., p. 210.

(18) Rorty, op. cit., p. 210.

(19) Para el desarrollo de este argumento, ver: FERRER, Christian, “El arte del

cuerpo en la era de su infinita perfectibilidad técnica”, en Artefacto, nr. 5,

Buenos Aires, 2003-4.

(20) Butler, op. cit., p. 46.

(21) Butler, op. cit., p. 52.

(22) Remito la definición de derecho positivo al artículo de Manfred WALTHER:

“Spinoza und der Rechtspositivismus”, en Giancotti, Emilia (ed.): Spinoza nell’

350 Anniversario della nascita. Proceedings of the First Italian International

Congress on Spinoza, Nápoles, Bibliopolis, 1985.

(23) Butler ejemplifica con el tratamiento que dieron los medios de

comunicación al degollamiento del periodista norteamericano Daniel Pearl a

manos de sus captores, en Pakistán: “En efecto, después del brutal y terrible

asesinato de Daniel Pearl del Wall Street Journal, varios periodistas

comenzaron a escribir acerca de sí mismos como trabajando en el ‘frente’ de

guerra. Además, Daniel Pearl, ‘Danny’ Pearl, me resulta tan familiar: podría ser

mi hermano o mi primo; es tan fácil de humanizar y se ajusta tan bien al

marco... [...] Sin embargo, uno no puede sino preguntarse por los efectos

humanizantes de estas narraciones”. Butler, op. cit., p. 64s.

(24) Bauman, op. cit., p. 14.

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(25) Bauman, op. cit., p. 98.

(26) Bauman, op. cit., p. 98.

(27) Bauman, op. cit., p. 121.

(28) Senett, Richard, The Uses of Disorder: Personal Identity and City Life,

Londres, Faber & Faber, 1996, p. 39 y 42. La tesis de Bauman de que la crisis

del Estado de Bienestar y de sus estructuras pondría en retroceso a la

democracia y a las prerrogativas básicas de la ciudadanía es, sin dudas,

contrastable con el análisis que Denis Merklen hace para la Argentina. Merklen

afirma que, dada la necesidad de participación política de los estratos pobres

de la Argentina y la mediación que ofrecen sus organizaciones al reclamar

derechos al Estado –que negocia con ellas y las reconoce al hacerlo, ligando

así politización con derechos (en contraste con, por ejemplo, la universalización

de los derechos sociales en Francia, que no precisa de esta capacidad de

organización de los más vulnerables)-, no se puede de ninguna manera asociar

pobreza con pérdida de capacidad de incidencia política o con una escasa

ciudadanización. Cf. MERKLEN, Denis, Pobres ciudadanos. Las clases

populares en la era democrática (Argentina, 1983-2003), Buenos Aires, Gorla,

2005 y entrevista en Página/12 del 4/5/2009.

(29) Bauman, op. cit., p. 97.

(30) Bauman, op. cit., p. 57.

(31) Bauman, op. cit., p. 100s.

(32) Una crítica similar a la mutilación que supone la concepción moderna de

derecho hace Martha C. Nussbaum en La fragilidad del bien, aunque centra su

análisis sobre todo en la influencia –perniciosa, a su entender- que tuvo la

normatividad formal kantiana sobre el pensamiento de la acción, en nuestro

tiempo. También Butler alude a la inadecuación entre imagen legal y lo que

somos, como lazo social, cuando afirma que “quizá cometamos un error si

entendemos la definición legal de quiénes somos como descripciones

adecuadas de lo que somos”. Cf. NUSSBAUM, Martha C., La fragilidad del

bien. Fortuna y ética en la tragedia y la filosofía griega, Madrid, La balsa de la

Medusa, 2004 y Butler, op. cit., p. 51.

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