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67FUNDAMENTOS DE ARQUITECTURA Y PATRIMONIO
TIEMPOAndy Warhol
Pienso siempre en los que construyen edificios que de pronto desaparecen. O en una
película con escenas de multitudes donde todo el mundo muere. Es espantoso.
Procuro pensar en qué es el tiempo y lo único que puedo pensar es…
«El tiempo es el tiempo que fue.»
La gente dice «el tiempo en mis manos». Pues bien, me miré las manos y vi
muchas líneas. Entonces alguien me dijo que algunos no tienen líneas. No la
creí. Estábamos sentados en un restaurante y ella me dijo: «¿Cómo puedes decir
eso? ¡Mira al camarero!». Le llamó: «Cariño, cariño, ¿podrías traerme un vaso de
agua?», y cuando se lo trajo, ella le cogió la mano, me la mostró y ¡no tenía líneas!
Sólo las tres principales. Y ella dijo: «¿Ves? Te lo dije. Algunos como este camare-
ro no tienen líneas». Y yo pensé: «Demonios, ojalá fuera camarero».
Si las líneas de tus manos son arrugas, debe significar que tus manos se preocu-
pan mucho.
A veces te invitan a una gran fiesta y durante meses piensas en lo excitante y es-
pectacular que será. Entonces vuelas a Europa y vas a la fiesta y cuando piensas
en ella un par de meses después, quizá recuerdes el coche que te llevó a la fiesta
y no recuerdas nada de la fiesta. A veces los pequeños momentos que tú crees
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que son insignificantes mientras ocurren, resultan hitos en toda una etapa de tu
vida. Podría haber estado soñando durante meses con ese viaje en coche y con
vestirme para ese viaje y con comprar mi billete para Europa con el fin de poder
hacer ese viaje en coche. Entonces, quién sabe, quizás habría recordado la fiesta.
Algunos deciden ser viejos y hacen exactamente lo que se supone que hacen los
viejos. Pero cuando tenían veinte años hacían lo que se suponía que hacían los
chicos de veinte años. Y también están los que parecen tener veinte años toda
la vida. Es apasionante ver a las estrellas de cine —ya que lo viven más de cerca
que los demás—, que han elaborado su belleza, que aún tienen toda la energía
porque aún están elaborando sus jóvenes egos.
Ya que la gente va a vivir más y a ser más tiempo anciana, basta con que aprenda a
ser bebé por más tiempo. Pienso que eso es lo que está sucediendo ahora. Algunos
niños que conozco personalmente siguen siendo bebés durante mucho tiempo.
En una ocasión, estaba en una calle de París y noté que una anciana me miraba.
Pensé: «Oh, probablemente me mira porque es inglesa», porque los ingleses
siempre me conocen por un desastroso programa de televisión que en cierto
modo me convirtió allí en estrella. De modo que desvié la mirada y ella me
dijo: «¿No eres Andy?». Dije que sí y ella dijo: «Hace veintiocho años y medio
viniste a mi casa en Provincetown. Llevabas un sombrero para cubrirte del sol.
Ni siquiera te acuerdas de mí, pero yo nunca te olvidaré con aquel sombrero.
¿Sabes?, no podías tomar el sol». Me sentí muy raro porque no podía acordarme
de nada y ella lo recordaba todo. Porque recordar algo de «hace veintiocho años
y medio» sin ni siquiera detenerse a calcular debe significar que realmente no
perdía la cuenta de nada y que a veces diría: «Pues, hace ya diecinueve años que
estuvo aquí con aquel sombrero». Fue muy curioso; su marido estaba allí y dis-
cutieron acerca de cuánto tiempo hacía. El dijo: «No, no, no. Aún no nos había-
mos casado, ¿recuerdas? Debe de haber sido hace veintiséis años y ocho meses».
Algunos dicen que París es más estética que Nueva York. Pues bien, en Nueva
York no tienes tiempo para tener una estética, porque tardas medio día en llegar
al downtown y otro medio día en volver.
Luego está el tiempo de la calle, cuando te encuentras con alguien a quien no
has visto en, digamos, cinco años, y te comportas con toda naturalidad. Lo mejor
es cuando te lo encuentras y no te inmutas. No dices: «¿Qué has estado hacien-
do?». Es decir, no intentas recuperar el tiempo perdido. Quizá menciones que
vas a la Calle 8 a comprar una tarta helada y quizás él aluda a la película que va
a ver, pero eso es todo. Un tanteo casual. Muy ligero, distante, al azar, muy ame-
ricano. Nadie se turba, nadie queda fuera del tiempo, nadie se pone histérico,
nadie se inmuta. Así está bien. Y cuando alguien te pregunta qué le ha pasado
a éste y aquél, tú sólo dices: «Sí, le vi bebiendo whisky de malta en la Calle 53».
Simplemente se actúa con toda naturalidad, como si todo hubiera ocurrido ayer.
Creo que carezco de algunas sustancias químicas y ésa es la razón de mi ten-
dencia a ser un… niño de mamá. Un… finolis. No, un niño de mamá. Un «niño
mono». Pienso que me faltan sustancias químicas para el sentido de la respon-
sabilidad y algunas sustancias químicas reproductivas. Si las tuviera, probable-
mente pensaría más en envejecer bien y en casarme al menos cuatro veces y en
tener una familia —esposas, niños y perros—. Soy inmaduro, pero tal vez algo
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les ocurra a mis sustancias químicas y pueda madurar. Podría empezar a asumir
las arrugas y dejar de usar mis wings.
Siempre dicen que el tiempo cambia las cosas, pero en realidad tienes que cam-
biarlas tú mismo.
A veces la gente deja que el mismo problema le abrume durante años cuando
bastaría con decir: «¿Y qué?». Es una de mis frases favoritas: «¿Y qué?».
«Mi mamá no me quería.» ¿Y qué?
«Mi marido no folla conmigo.» ¿Y qué?
«Soy todo un éxito pero sigo solo.» ¿Y qué?
No sé cómo me las arreglé durante tantos años antes de aprender este truco.
Tardé mucho en aprenderlo, pero una vez que te das cuenta, jamás lo olvidas.
¿Qué es lo que hace que una persona se pase el tiempo triste cuando podría estar
contenta? Estaba una vez en el Lejano Oriente y caminaba por una callejuela y me
encontré allí una gran fiesta en pleno apogeo cuando, en realidad, estaban que-
mando viva a una persona. Celebraban una fiesta y estaban contentos, cantando
y bailando.
Luego, otro día, estaba en el Bowery y una persona que vivía en un hotel de mala
muerte saltó por la ventana y se mató. Una multitud se agrupó en torno al cadáver
y entonces un mendigo se acercó tambaleándose y dijo: «¿Habéis visto la comedia
de enfrente?».
No digo que deba uno alegrarse cuando muere una persona, sino que resulta cu-
rioso ver casos que demuestran que no tienes por qué entristecerte por ello, según
lo que crees que significa y lo que crees acerca de lo que piensas que significa.
Una persona puede reír o llorar. Siempre que lloras podrías estar riendo, tienes
la posibilidad. Los locos saben mejor que nadie cómo hacerlo porque tienen la
mente suelta. Por lo tanto, puedes recurrir a la flexibilidad de que es capaz tu
cabeza y emplearla en tu favor. Decides lo que quieres hacer y cómo quieres pa-
sar tu tiempo. Recuerda, sin embargo, que creo que me faltan algunas sustancias
químicas, de modo que a mí me es más fácil que a una persona que tiene un
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montón de sustancias químicas en el sentido de la responsabilidad, pero aun así
el mismo principio puede aplicarse en un montón de casos.
Al final de mi vida, cuando muera, no quiero dejar ninguna sobra. Y no quiero
ser una sobra. Esta semana miraba la tele y vi a una señora que se metía en
una máquina de rayos y desaparecía. Fue algo maravilloso porque la materia es
energía y ella simplemente se dispersó. Ese podría ser un auténtico invento ame-
ricano, el mejor invento americano: ser capaz de desaparecer. Me refiero a que,
así, no podrían decir que has muerto, no podrían decir que te han asesinado, no
podrían decir que te suicidaste por alguien.
Lo peor que pudiera pasarte al final de tu tiempo sería que te embalsamaran y
te metieran en una pirámide. Me da asco pensar en los egipcios que cogían los
órganos uno por uno y los embalsamaban por separado en un receptáculo. Yo
quiero que mi maquinaria desaparezca.
Aun así, me gusta la idea de que la gente se convierta en arena o algo parecido
para que la maquinaria siga en funcionamiento después de tu muerte. Supongo
que desaparecer sería eludir el trabajo que a tu maquinaria aún le queda por ha-
cer. Como creo en el trabajo, supongo que no pensaría en desaparecer al morir.
De todos modos, tendría mucho glamour reencarnarse en un enorme anillo en
el dedo de Pauline de Rothschild.
Vivo verdaderamente volcado hacia el futuro, porque cuando me como una caja
de caramelos, no puedo esperar a degustar el último. Ni siquiera pruebo otros,
sólo quiero terminar y tirar la caja y sacarlo de mi cabeza de una vez.
Debería tenerla ahora o saber que no la tendré nunca para ya no tener que pen-
sar en eso.
Esa es la razón por la que ciertos días deseo parecer muy pero que muy viejo
para no tener que pensar en llegar a parecer viejo.
Realmente quedaría fatal, y nunca me molesto en arreglarme o en tratar de ser
atractivo porque simplemente no quiero que nadie se comprometa conmigo. Y
eso es cierto. Descuido mis buenos atributos y destaco los malos. De modo que
tengo una pinta espantosa y llevo los pantalones equivocados y los zapatos equi-
vocados y llego en el momento equivocado con amigos equivocados, y digo las
cosas equivocadas y hablo con la gente equivocada, y aun así, si alguien se interesa
por mí huyo y me pregunto: «¿En qué me equivoqué?». Entonces me voy a casa
y procuro averiguarlo. «Pues bien, debo llevar algo que la gente considera atrac-
tivo. Mejor será que me cambie. Antes de que las cosas vayan demasiado lejos.»
Me acerco a mi espejo de tres caras, me examino y veo que tengo quince nuevos
granos en la cara y por lo general eso tendría que haberles detenido. Así pues,
pienso: «Qué extraño. Sé que estoy horrible. Hice lo posible para estar especial-
mente horrible, especialmente equivocado, porque sabía que allí habría la gente
correcta, y aun así alguien se interesó por mí…». Entonces empiezo a caer presa
del pánico porque pienso que no tengo ni idea de cuál es el atractivo que debo
eliminar antes de que empiece a causarme más problemas. El asunto es que
conocer a una persona más me resulta simplemente demasiado difícil, porque
cada nueva persona ocupa más tiempo y espacio. La manera de disponer de
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un poco de tiempo para ti mismo es la de conservarte tan poco atractivo que
nadie más se interese por ti.
Miro a los profesionales como los comediantes de nightclubs, y siempre me
impresiona su ritmo perfecto, pero jamás he podido comprender cómo pueden
aguantar el decir exactamente lo mismo cada día. Entonces me doy cuenta de cuál
es la diferencia, porque de todos modos siempre repites tus cosas cada día, tanto
si alguien te lo pregunta como si no, cualquiera que sea tu trabajo. Normalmente
cometes los mismos errores. Y aplicas tus errores habituales a cualquier nueva
categoría o a cualquier nuevo campo de acción en que te metas.
Siempre que me intereso por algo, sé que no es el momento indicado, porque
siempre me interesa la cosa adecuada en el momento inapropiado. Debería
empezar a interesarme después de que haya dejado de interesarme, porque
justo después de que me avergüence de seguir pensando en una idea deter-
minada, es precisamente cuando esa idea está a punto de hacerle ganar varios
millones a alguien. Mis consabidos buenos errores.
Aprendí algo sobre el tiempo cuando tenía que andar por Nueva York y ver a
gente que me había citado en sus despachos. Alguien me citaba a las diez y me
rompía la cabeza para estar allí a las diez, llegaba allí y no me recibían hasta la
una menos cinco. Así que cuando eso ya te ha ocurrido cien veces y te dicen:
«¿A las diez?», respondes: «Bueeeeno, qué extraño, creo que me presentaré a la
una menos cinco». Por lo tanto, iba a la una menos cinco y funcionaba siempre.
Era cuando me recibían. Y así aprendí. Era como ser un conejillo de Indias y te
hacían pasar por todos esos tests y te premiaban cuando hacías las cosas bien, y
cuando las hacías mal, te echaban a patadas, así aprenderás. Así aprendí a saber
cuándo encontraría a la gente.
La única persona con quien mi sistema no funcionó fue con Liz Taylor. Yo esta-
ba en Roma rodando una película con ella y a lo largo de una semana ella llegó
cada día con horas de retraso al rodaje. Finalmente pensé: «Bueno, oye, vayamos
mañana con calma, no hace falta que te levantes a las seis y media». Pues bien,
aquel día llegó antes que nadie. Llegó antes que la encargada del vestuario y que
el guarda con las llaves. Tomó su café prácticamente a solas. Y lo cierto es que
esas cosas te espabilan. Hizo lo mismo que yo hacía, pero al revés, y me desarmó
porque no la conocía lo suficiente como para poder predecir su comportamiento.
Liz Taylor, al llegar tarde cincuenta veces y temprano una sola, debía aplicar mis
mismos principios cuando me tiño el pelo de gris, de modo que cuando hago algo
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con una dosis normal de energía, parezco «joven». Cuando Liz Taylor es puntual
parece «temprano». Es como si de repente adquirieras un nuevo talento al ser
malo en algo durante mucho tiempo, y de pronto un día dejas de serlo tanto.
Me gusta la idea de que ahora en Nueva York la gente tenga que hacer colas
para ir al cine. Pasas por muchas salas en las que hay colas larguísimas. Pero
nadie parece descontento. Sólo vivir ya cuesta ahora tanto dinero que, si tienes
una cita, puedes pasarte todo el tiempo de la cita en una cola, y así te ahorras
dinero porque no tienes que pensar en qué hacer mientras esperas, empiezas a
conocer a gente y sufrís juntos un ratito y os entretenéis durante dos horas. Así,
habéis intimado y compartido juntos toda una experiencia. Y la idea de esperar
algo, lo hace de todos modos más excitante. No entrar nunca es el colmo de la
excitación, y después de eso, lo que más excita es esperar.
Si sólo tuviera vacaciones cada diez años me parece que aun así no querría
ir a ninguna parte. Probablemente iría a mi habitación, mulliría la almohada,
encendería un par de televisores, abriría una caja de galletas Ritz, me sentaría
con el último número de cada revista con excepción de la guía de televisión del
quiosco de la esquina y llamaría a todos los conocidos para que miraran en sus
respectivas guías y me dijeran qué ponen, y qué van a poner. También disfruto
releyendo el periódico. Especialmente en París. No me canso de releer el Herald
Tribune internacional cuando estoy en París. Me encanta dejar pasar las horas
mientras otra gente hace sus cosas, siempre que me llamen para informarme
de lo que hacen. En mi habitación, el tiempo avanza lentamente para mí, única-
mente afuera todo ocurre muy deprisa.
No me apetece viajar porque lo cierto es que me gusta el tiempo lento y para co-
ger un avión tienes que salir con tres o cuatro horas antes, así que allí mismo ya
se te va un día. Si realmente quieres que la vida pase ante ti como una película,
viaja y podrás olvidar tu vida.
Me encanta la rutina. La gente me llama y dice: «Espero no sacarte de tu rutina
llamándote de este modo». Saben cuánto me gusta.
De vez en cuando cometo el error de no obedecer la Regla de Oro de no com-
plicarse la vida. Asimismo, aunque trato de tirar cosas para simplificar mi vida,
descargo las cosas sobre los demás.
Lo que hace que una película pase más rápida es verla, y cuando la ves por
segunda vez, va mucho más rápida. Si realmente quieres sufrir, vete a ver algo
y luego vuelve a verlo. Verás que tu sufrimiento pasará más rápidamente la
segunda vez.
Puedo ver una noche una de crimen y misterio, y verla por segunda vez la
noche siguiente y aun así no saber quién cometió el asesinato hasta el último
minuto. Entonces sé que hay algo en mí que no va. Me refiero a que, si pudiera
sentarme ahí mismo y ver otro episodio del Hombre delgado y volver a verlo la
noche siguiente, seguiría sin saber quién es el asesino hasta el último minuto…
Y sentiría tanta curiosidad como si estuviera sentado en el borde de la silla a la
espera de descubrirlo, y me llevaría la misma sorpresa que la noche anterior. Si
la viera quince veces, quizás alguna vez podría recordarla y tener una vaga idea
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de quién lo hizo. Supongo que el mejor argumento es en realidad el tiempo: el
suspense de ver si recuerdas.
Los relojes digitales me demuestran que hay un nuevo tiempo en mis manos. Y
asusta un poco. Alguien ha pensado en una nueva manera de ver el tiempo, así
que supongo que ya no tendremos que ir diciendo: «Es la una o’clock», porque
debería decirse of the clock o by the clock, (O’clock «en punto»; clock, «reloj»;
Of the clock, «del reloj»; by the clock, «según el reloj») y ya no habrían relojes:
será «un tiempo» en vez de «la una» y «tiempo tres y media» y «tiempo cuatro
y cuarenta y cinco».
Cuando era niño y pasaba mucho tiempo enfermo, sentía esas temporadas como
pequeñas interrupciones. Pausas internas. Jugando con muñecas.
Jamás recortaba de las revistas mis muñecas recortables. Algunos de los que han
trabajado conmigo podrían sugerirme que tenía a alguien que lo hacía por mí,
pero realmente la razón por la que no las recortaba era la de que no quería estro-
pear las bonitas páginas en que se encontraban. Siempre dejaba mis muñecas
recortables en mis libros de muñecas recortables.
Sobre el tiempo
De tiempo en tiempo
haz tiempo
tómate tu tiempo
fines de semana.
Con el tiempo
En tiempo alguno
Por buen tiempo
Entre tiempo
Tiempo y de nuevo
El tiempo de la vida
Tiempo perdido
Pasa tiempo
Tiempo récord
Compra el tiempo
Funciona a tiempo
A tiempo
Con el tiempo
Tiempo libre
Tiempo de ocio
Zona del tiempo
Tiempo de encierro
Mapa del tiempo
Lapso de tiempo
Antes de tiempo
En el tiempo
Después de tiempo
Todo el tiempo
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Cuando hoy miro a mi alrededor, el mayor anacronismo que veo es el embarazo.
Simplemente no puedo creer que la gente aún se quede embarazada.
El mejor tiempo para mí es aquel en el que no tengo problemas de los que no
pueda comprar la solución.
Mi filosofía de A a B y de B a A [1975], traducción de Marcelo Covián, Tusquets, Barcelona, 2002.
Fotografías de Fred W. McDarrah, Ugo Mulas y Christopher Makos.