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1. Textos literarios españoles de la Edad Media La épica. El Cantar de Mío Cid . Texto 1 [El texto siguiente pertenece al Cantar del destierro. El Cid cruza Burgos en su camino hacia el destierro] Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entraba, En su compañía, sesenta pendones llevaba. Salíanlo a ver mujeres y varones, burgueses y burguesas por las ventanas son, llorando de los ojos, ¡tanto sentían el dolor! De las sus bocas, todos decían una razón: ¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor! Le convidarían de grado, mas ninguno no osaba; el rey don Alfonso tenía tan gran saña; antes de la noche, en Burgos de él entró su carta, con gran recaudo y fuertemente sellada: que a mío Cid Ruy Díaz, que nadie le diese posada, y aquel que se la diese supiese, veraz palabra, que perdería los haberes y además los ojos de la cara, y aún más los cuerpos y las almas. Gran duelo tenían las gentes cristianas; escóndense de mío Cid, que no le osan decir nada, El Campeador adeliñó a su posada. Así como llegó a la puerta, hallóla bien cerrada; por miedo del rey Alfonso que así lo concertaran: que si no la quebrantase por fuerza, que no se la abriesen por nada. Los de mío Cid a altas voces llaman; los de dentro no les querían tornar palabra. Aguijó mío Cid, a la puerta se llegaba; sacó el pie de la estribera, un fuerte golpe le daba; no se abre la puerta, que estaba bien cerrada. Una niña de nueve años a ojo se paraba: ¡ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada! El Rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta con gran recaudo y fuertemente sellada. No os osaríamos abrir ni acoger por nada; si no, perderíamos los haberes y las casas, y, además, los ojos de las caras. Cid, en el nuestro mal vos no ganáis nada; mas el Criador os valga con todas sus virtudes santas.

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1. Textos literarios españoles de la Edad Media • La épica. El Cantar de Mío Cid.

Texto 1 [El texto siguiente pertenece al Cantar del destierro. El Cid cruza Burgos en su camino hacia el destierro]

Mío Cid Ruy Díaz por Burgos entraba, En su compañía, sesenta pendones llevaba.

Salíanlo a ver mujeres y varones, burgueses y burguesas por las ventanas son, llorando de los ojos, ¡tanto sentían el dolor! De las sus bocas, todos decían una razón: ¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor! Le convidarían de grado, mas ninguno no osaba;

el rey don Alfonso tenía tan gran saña; antes de la noche, en Burgos de él entró su carta, con gran recaudo y fuertemente sellada: que a mío Cid Ruy Díaz, que nadie le diese posada, y aquel que se la diese supiese, veraz palabra, que perdería los haberes y además los ojos de la cara, y aún más los cuerpos y las almas. Gran duelo tenían las gentes cristianas; escóndense de mío Cid, que no le osan decir nada, El Campeador adeliñó a su posada. Así como llegó a la puerta, hallóla bien cerrada; por miedo del rey Alfonso que así lo concertaran: que si no la quebrantase por fuerza, que no se la abriesen por nada. Los de mío Cid a altas voces llaman; los de dentro no les querían tornar palabra. Aguijó mío Cid, a la puerta se llegaba; sacó el pie de la estribera, un fuerte golpe le daba; no se abre la puerta, que estaba bien cerrada. Una niña de nueve años a ojo se paraba: ¡ya, Campeador, en buena hora ceñisteis espada! El Rey lo ha vedado, anoche de él entró su carta con gran recaudo y fuertemente sellada. No os osaríamos abrir ni acoger por nada; si no, perderíamos los haberes y las casas, y, además, los ojos de las caras. Cid, en el nuestro mal vos no ganáis nada; mas el Criador os valga con todas sus virtudes santas.

Texto 2

[El fragmento pertenece al Cantar del destierro. Tras su expatriación, el Cid comienza las campañas militares] Embrazan los escudos ante sus corazones, enristran las lanzas, envueltos los pendones, inclinaron las caras encima de los arzones, íbanlos a atacar con fuertes corazones. A grandes voces llama el que en buena hora nació: «¡Atacadlos, caballeros, por amor del Criador! «¡Yo soy Ruy Díaz de Vivar, el Cid Campeador!» Todos atacan al haz donde está Per Bermudoz. Trescientas lanzas son, todas llevan pendón; trescientos moros matan al primer empujón, y al hacer la tornada otros tantos muertos son. Allí vierais tantas lanzas subir y bajar, tanta adarga horadar y pasar, tanta loriga romper y rajar, tantos pendones blancos rojos de sangre quedar, tantos buenos caballos sin sus dueños andar. Oyerais a unos, «¡Mahoma!»; a otros, «¡Santiago!» gritar. Yacían por el campo en poco lugar mil y trescientos moros muertos, ya.

Texto 3

[Texto perteneciente al Cantar de las bodas. El Cid asedia a Valencia. Pregona a los cristianos la guerra]

Esos moros de Valencia escarmentados están, no se atreven a salir ni quieren irle a buscar,

todas sus huertas las tala, hacíales mucho mal, y esos tres años seguidos el Cid los deja sin pan. Quéjanse los de Valencia, no saben lo que se harán,

porque de ninguna parte su pan podían sacar. Padre a hijo, hijo a padre, ningún amparo se dan, ni de amigo para amigo se podían consolar.

Muy mala cuita es, señores, el tener mengua de pan. A las mujeres y niños de hambre se les ve finar,

el dolor tienen delante, no se pueden remediar. Por el gran rey de Marruecos entonces quieren mandar, pero con los almohades empeñado en guerra está,

ningún amparo les dio y no los quiso ayudar. Al Cid, cuando se enteró, mucha alegría le da; de noche deja Murviedro y se pone a cabalgar,

a Mío Cid le amanece en tierras de Monreal. Por Aragón y Navarra pregones mandaba echar y hasta tierras de Castilla mensajeros suyos van.

Quien quiera dejar trabajos y ganarse buen caudal, con el Cid vaya, que tiene deseos de guerrear, y cercar quiere a Valencia por darla a la Cristiandad.

Texto 4

[El siguiente texto pertenece al Cantar de las bodas. En él, el Cid se congratula del crecimiento de su mesnada y sus riquezas tras conquistar Valencia. Le encarga a un emisario que visite al rey con regalos y le ruegue que deje libre a su familia, que estaba retenida en el monasterio de San Pedro de Cardeña. Al llegar a la corte, el enviado se entrevista con el rey]

"¡Gracias a Dios, Minaya, y a santa María Madre! Con muchos menos salimos de la casa de Vivar; ahora tenemos riqueza, más tendremos adelante. Si a vos pluguiere, Minaya, y no os cayere en pesar, enviaros quiero a Castilla, donde tenemos heredades, al rey Alfonso, mi señor natural; de estas mis ganancias, que hemos hecho acá, darle quiero cien caballos y vos ídselos a llevar. Después, por mí besadle la mano y firme se lo rogad por mi mujer y mis hijas, que me las deje sacar. Enviaré por ellas y vos sabed el mensaje: la mujer de mío Cid y sus hijas las infantes

de tal guisa irán por ellas que con gran honra vendrán a esta tierras extrañas que nos pudimos ganar". Entonces dijo Minaya: "de buena voluntad":

"Besábaos las manos mío Cid lidiador, los pies y las manos, como a tan buen señor, que le hayáis merced, ¡así os valga el Criador! Le echasteis de tierra, no tiene el vuestro amor; aunque en tierra ajena, él bien lo suyo cumplió; ha ganado a Jérica y a Onda por nombre; Tomó a Almenar y a Murviedro que es mejor; Así hizo con Cebolla y después con Castellón, y Peña Cadiella, que es una peña fuerte; con estas todas, de Valencia es señor obispo hizo de su mano el buen Campeador; e hizo cinco lides campales y todas las ganó grandes son las ganancias que le dio el Criador. He aquí las señales, verdad os digo yo: cien caballos fuertes y corredores, de sillas y de frenos, todos guarnecidos son; bésaos las manos y que los toméis vos; tiénese por vuestro vasallo y a vos tiene por señor".

Texto 5

[El siguiente texto pertenece al Cantar de las bodas. Los Infantes de Carrión piden al rey la mano de las hijas del Cid y el rey se lo comunica a los emisarios de Rodrigo, que han ido a visitarlo].

“Merced os pedimos, como a Rey y a señor, con vuestro consejo lo queremos hacer nos, que nos demandéis las hijas del Campeador; casar queremos con ellas a su honra y a nuestra pro”. Una gran hora el Rey pensó y meditó: “yo eché de tierra al buen Campeador, y, haciéndo yo a él mal y él a mí gran pro, del casamiento no sé si tendrá sabor; mas, pues vos lo queréis, entremos en la razón”. A Minaya Álvar Fáñez y a Pero Bermúdez, el rey don Alfonso entonces los llamó; a una habitación, él los apartó: “oídme, Minaya, y Pero Bermúdez, vos, sírveme mío Cid, el Campeador, él lo merece y de mí tendrá perdón; viniéseme a vistas si de ello hubiese sabor. Otros mandados hay en esta mi corte: Diego y Fernando, los infantes de Carrión, sabor han de casar con sus hijas ambas a dos; sed buenos mensajeros y ruégooslo yo que se lo digáis al buen Campeador: habrá con ello honra y crecerá en honor por consagrar con los infantes de Carrión”. Habló Minaya y plugo a Pero Bermúdez: “se lo rogaremos lo que decís vos; Después, haga el Cid lo que hubiere sabor”.

Texto 6

[El texto siguiente pertenece al Cantar de la afrenta de Corpes. Relata los abusos a que fueron sometidas las hijas del Cid por parte de los Infantes de Carrión tras pernoctar en el bosque]

En el robledal de Corpes entraron los de Carrión, las ramas tocan las nubes, muy altos los montes son y muchas bestias feroces rondaban alrededor. Con una fuente se encuentran y un pradillo de verdor. Mandaron plantar las tiendas los infantes de Carrión y esa noche en aquel sitio todo el mundo descansó. Con sus mujeres en brazos señas les dieron de amor. ¡Pero qué mal se lo cumplen en cuanto que sale el sol! Mandan cargar las acémilas con su rica cargazón, mandan plegar esa tienda que anoche los albergó. Sigan todos adelante, que luego irán ellos dos: esto es lo que mandaron los infantes de Carrión. No se quede nadie atrás, sea mujer o varón, menos las esposas de ellos, doña Elvira y doña Sol, porque quieren solazarse con ellas a su sabor. Quédanse solos los cuatro, todo el mundo se marchó. Tanta maldad meditaron los infantes de Carrión. "Escuchadnos bien, esposas, doña Elvira y doña Sol: vais a ser escarnecidas en estos montes las dos, nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión. Luego con estas noticias irán al Campeador y quedaremos vengados por aquello del león." Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos, sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó. Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión, cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son. Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol: "Vos, don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios, sendas espadas tenéis de buen filo tajador, de nombre las dos espadas, Colada y Tizona, son. Cortadnos ya las cabezas, seamos mártires las dos, así moros y cristianos siempre hablarán de esta acción, que esto que hacéis con nosotras no lo merecemos, no. No hagáis esta mala hazaña, por Cristo nuestro Señor, si nos ultrajáis caerá la vergüenza sobre vos, y en juicio o en corte han de pediros la razón." Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió; empezaron a azotarlas los infantes de Carrión, con las cinchas corredizas les pegan sin compasión, hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor, y les rasgan las camisas y las carnes a las dos, sobre las telas de seda limpia la sangre asomó. Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón. ¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador que asomase por allí Mío Cid Campeador! Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son, los briales y camisas mucha sangre los cubrió. Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión, esforzándose por ver quién les pegaba mejor. Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.

Texto 7

¡Sí que son grandes los gozos que van por aquel lugar,

cuando el Cid ganó en Valencia y entró por la ciudad!

Los que iban a pie, los tienen como caballeros ya.

y el oro y la plata suyos ¿quién los podría contar?

de riquezas en moneda, treinta mil marcos le dan,

y de las otras riquezas ¿quién las podría contar?

¡Qué alegre el Campeador y los que con él están

viendo en lo alto del alcázar la enseña del capitán!

Descansaba nuestro Cid y lo hacían sus mesnadas.

Al rey que había en Sevilla un mensaje le llegaba:

que tomada fue Valencia sin que pudiera guardarla.

Entonces él acudió con treinta mil hombres de armas

Allí cerca de las huertas tuvieron los dos batalla.

Desbaratólos el Cid, el de la crecida barba:

hasta allá, dentro de Játiva, la acometida alcanzaba.

Al pasar el río Júcar ved qué reñida batalla;

y los moros acosados sin querer beben el agua.

El Rey aquel de Sevilla con tres heridas escapa.

Desde allí se vuelve el Cid con las riquezas ganadas.

• El Romancero viejo

Romance de tema épico-medieval: La jura de Santa Gadea

En Santa Gadea de Burgos, do juran los hijosdalgo, le toman la jura a Alfonso por la muerte de su hermano. Se la tomaba el buen Cid, ese buen Cid castellano, sobre un cerrojo de hierro y una ballesta de palo y con unos evangelios y un crucifijo en la mano Las palabras son tan fuertes que al buen rey ponen espanto: - Villanos te maten, rey, villanos que no hidalgos, de las Asturias de Oviedo, que no sean castellanos; mátente con aguijadas, no con lanzas ni con dardos; con cuchillos cachicuernos,

no con puñales dorados; abarcas traigan calzadas, que no zapatos con lazo; con camisones de estopa, no de holanda ni labrados; montados vengan en burras, que no en mulas ni caballos; traigan las riendas de cuerda, no de cueros fogueados; mátente por las aradas, que no en villas ni en poblado, y sáquente el corazón por el siniestro costado si no dices la verdad de lo que te es preguntado: si tú fuiste o consentiste en la muerte de tu hermano. Las juras eran tan fuertes que el rey no las ha otorgado.

Allí habló un caballero que del rey era privado: - Haced la jura, buen rey, no tengaís de eso cuidado, que nunca hubo rey traidor ni un papa excomulgado. Jura entonces el buen rey, que en tal nunca se había hallado; después, habla contra el Cid, malamente y enojado: - Muy mal me conjuras, Cid; Cid, muy mal me has conjurado; mas si hoy me tomas la jura, después besarás mi mano.

- Por besar mano de rey no me tengo por honrado; porque la besó mi padre me tengo por afrentado. - Vete de mis tierras, Cid, mal caballero probado,

y no vengas más a ellas desde este día en un año. - Pláceme - dijo el buen Cid-, pláceme - dijo - de grado, por ser la primera cosa que mandas en tu reinado Tú me destierras por uno, yo me destierro por cuatro. Ya se partía el buen Cid sin al rey besar la mano, con trescientos caballeros, todos eran hijosdalgo; todos son hombres mancebos, ninguno no había cano; todos llevan lanza en puño y el hierro acicalado, y llevan sendas adargas con borlas de colorado. Mas no le faltó al buen Cid adonde asentar su campo.

Romance histórico: "La venganza de Mudarra"

[Los siete infantes de Lara, hijos de Gonzalo Gustios, asisten a la boda de su tío Rodrigo de Lara con doña Lambra, en Burgos. Durante la fiesta, la novia se cree ofendida por los infantes y Rodrigo promete vengarla. Enviado Gonzalo Gustios a Córdoba con una falsa embajada, es retenido por Almanzor, que no se atreve a matarlo. Para completar la traición, Rodrigo prepara una trampa a sus sobrinos, que son decapitados por los moros. Almanzor presenta las cabezas de sus hijos a su prisionero. Para consolarlo de sus penas, el caudillo moro le ofrece a su hermana con la que tiene un hijo, Mudarra, que vengará la muerte de sus hermanos, los siete infantes de Lara. Este romance es el último de la serie, y resume el final de una trágica historia de venganzas familiares].

A caza va don Rodrigo, ese que dicen de Lara; perdido había el azor, no hallaba ninguna caza; con la gran siesta que hace arrimado se ha a una haya, maldiciendo a Mudarrillo, hijo de la renegada, que si a las manos hubiese que le sacaría el alma. El señor estando en esto, Mudarrillo que asomaba: -Dios te salve, buen señor, debajo la verde haya. -Así haga a ti, caballero; buena sea tu llegada. -Dígasme, señor, tu nombre, decirte he yo la mi gracia. -A mí me llaman don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, cuñado de don Gonzalo, hermano de doña Sancha;

por sobrinos me los hube los siete infantes de Lara. Maldigo aquí a Mudarrillo, hijo de la renegada, si delante lo tuviese, yo le sacaría el alma. -Si a ti dicen don Rodrigo, y aun don Rodrigo de Lara, a mí Mudarra González, hijo de la renegada, de Gonzalo Gustios hijo y alnado de doña Sancha; por hermanos me los hube los siete infantes de Lara; tú los vendiste, traidor, en el val del Arabiana. Mas si Dios ahora me ayuda, aquí dejarás el alma. -Espéresme, don Mudarra, iré a tomar las mis armas. -El espera que tú diste a los infantes de Lara; aquí morirás, traidor, enemigo de doña Sancha.

Romance fronterizo: Abenámar

[En el año 1431, el rey Juan II de Castilla llega ante Granada acompañado del infante moro Abenámar, a quien había ofrecido el trono de este reino. La cuidad se rinde y el infante es reconocido rey en ella. El romance tiene evidente inspiración morisca. Los poetas árabes llaman con frecuencia "esposo" de una región al señor de ella, y de aquí el romance tomó su imagen de la cuidad vista como una novia a cuya mano aspira el sitiador].

-¡Abenámar, Abenábar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida; moro que en tal signo nace no debe decir mentira. -No te la diré, señor, aunque me cueste la vida. -Yo te agradezco, Abenámar, aquesta tu cortesía. ¿Qué castillos son aquéllos? ¡Altos son y relucían! -El Alhambra era, señor, y la otra, la mezquita; los otros, los Alixares, labrados a maravilla. El moro que los labraba, cien doblas ganaba al día, y el día que no los labra otras tantas se perdía; desque los tuvo labrados, el rey le quitó la vida porque no labre otros tales al rey del Andalucía. El otro es Torres Bermejas, castillo de gran valía; el otro, Generalife huerta que par no tenía.

Allí hablara el rey don Juan, bien oiréis lo que decía: -Si tú quisieras, Granada, contigo me casaría; daréte en arras y dote a Córdoba y a Sevilla. -Casada soy, rey don Juan, casada soy, que no viuda; el moro que a mí me tiene muy grande bien me quería. Hablara allí el rey don Juan, estas palabras decía: -Échenme acá mis lombardas doña Sancha y doña Elvira; tiraremos a lo alto, lo bajo ello se daría. El combate era tan fuerte que grande temor ponía.

Romances legendarios o de ficción: El infante Arnaldos, Gerineldo, El prisionero y Fontefrida

¡Quién hubiera tal ventura sobre las aguas del mar como hubo el infante Arnaldos la mañana de San Juan! Andando a buscar la caza para su falcón cebar, vio venir una galera que a tierra quiere llegar; las velas trae de sedas, la jarcia de oro torzal, áncoras tiene de palta, tablas de fino coral. Marinero que la guía, diciendo viene un cantar, que la mar ponía en calma, los vientos hace amainar; los peces que andan al hondo, arriba los hace andar; las aves que van volando, al mástil vienen posar. Allí habló el infante Arnaldos, bien oiréis lo que dirá: -Por tu vida, el marinero, dígasme ora ese cantar. Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar: -Yo no digo mi canción sino a quien conmigo va.

***

-«Gerineldo, Gerineldo, el mi paje más querido, quisiera haberte esta noche en este jardín sombrío». -«Como soy vuestro criado, señora, os burláis conmigo». -«No me burlo, Gerineldo, que de verdad te lo digo». -«¿A qué hora, mi señora, complir héis lo prometido?»

-«Entre las doce y la una, que el rey estará dormido». Tres vueltas da a su palacio y otras tantas al castillo; el calzado se quitó y del buen rey no es sentido, y viendo que todos duermen, do posa la infanta ha ido. La infanta, que oyera pasos, de esta manera le dijo: -«¿Quién a mi estancia se atreve ¿quién a tanto se ha atrevido?». -«No vos turbéis, mi señora, yo soy vuestro dulce amigo, que acudo a vuestro mandado humilde y favorecido». Enilda le ase la mano sin más celar su cariño: cuidando que era su esposo en el lecho se han metido, y se hacen dulces halagos como mujer y marido: tantas caricias se hacen y con tanto fuego vivo, que al cansancio se rindieron y al fin quedaron dormidos. El alba salía apenas a dar luz al campo amigo cuando el rey quiere vestirse, mas no encuentra sus vestidos: -«Que llamen a Gerineldo, el mi buen paje querido». Unos dicen: «No está en casa». Otros dicen: «No lo he visto». Salta el buen rey de su lecho y vistióse de proviso, receloso de algún mal que puede haberle venido: al cuarto de Enilda entraba y en su lecho halla dormidos a su hija y a su paje en estrecho abrazo unidos. Pasmado quedó y parado el buen rey muy pensativo, pensándose qué hará contra los dos atrevidos: -«¿Mataré yo a Gerineldo, al que cual hijo he querido? Si yo matare la infanta, mi reino tengo perdido!». En tal estrecho, el buen rey, para que fuese testigo, puso la espada por medio entre los dos atrevidos. Hecho esto, se retira del jardín a un bosquecillo. Enilda al despertarse, notando que estaba el filo de la espada entre los dos, dijo asustada a su amigo: -«Levántate, Gerineldo, levántate, dueño mío, que del rey la fiera espada entre los dos ha dormido». -«¿Adónde iré, mi señora?

¿Adónde me iré, Dios mío? ¿Quién me librará de muerte, de muerte que he merecido?». -«No te asustes, Gerineldo, que siempre estaré contigo: márchate por los jardines, que luego al punto te sigo». Luego obedece a la infanta, haciendo cuanto le ha dicho, pero el rey, que está en acecho, se le hace encontradizo: -«¿Dónde vas, buen Gerineldo? ¿Cómo estás tan sin sentido?» -«Paseaba estos jardines para ver si han florecido, y vi que una fresca rosa el color ha deslucido». -«Mientes, mientes, gerineldo, que con Enilda has dormido».

*** Que por mayo era, por mayo, cuando hace el calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor,

sino yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión, que ni sé cuándo es de día ni cuándo las noches son, sino por una avecilla que me cantaba al albor. Matómela un ballestero, déle Dios mal galardón.

*** Fontefrida, Fontefrida, Fontefrida y con amor, do todas las avecicas van tomar consolación, sino es la tortolica que está viuda y con dolor. Por allí fuera a pasar el traidor del ruiseñor, las palabras que le dice llenas son de traición. Si tu quisieses, señora yo sería tu servidor. -Vete de ahí, enemigo, malo, falso, engañador, que ni poso en rama verde, ni en prado que tenga flor, que si el agua hallo clara, turbia la bebía yo; que no quiero haber marido, porque hijos no haya, no; no quiero placer con ellos, ni menos conosolación. ¡Déjame, triste enemigo,

malo, falso, mal traidor, que no quiero ser tu amiga ni casar contigo, no!

• Mester de clerecía. Gonzalo de Berceo y los Milagros de Nuestra Señora: Introducción Amigos e vassallos de Dios omnipotent, si vos me escuchássedes por vuestro consiment, querríavos contar un buen aveniment: terrédeslo en cabo por bueno verament. Yo maestro Gonçalvo de Verceo nomnado, yendo en romería caeçí en un prado, verde e bien sençido, de flores bien poblado, logar cobdiçiaduero pora omne cansado. Davan olor sovejo las flores bien olientes, refrescavan en omne las [carnes] e las mientes; manavan cada canto fuentes claras corrientes, en verano bien frías, en ivierno calientes. Avién y grand abondo de buenas arboledas, milgranos e figueras, peros e mazanedas, e muchas otras fructas de diversas monedas, mas non avié ningunas podridas [nin] azedas. La verdura del prado, la olor de las flores, las sombras de los árbores de temprados savores, resfrescáronme todo e perdí los sudores: podrié vevir el omne con aquellos olores. Nunqua trobé en sieglo logar tan deleitoso, nin sombra tan temprada [nin] olor tan sabroso; descargué mi ropiella por yazer más viçioso, poséme a la sombra de un árbor fermoso. Yaziendo a la sombra perdí todos cuidados, odí sonos de aves, dulces e modulados: nunqua udieron omnes órganos más temprados, nin que formar pudiessen sones más acordados. Unas tenién la quinta, e las otras doblavan, otras tenién el punto, errar no las dexavan: al posar [e] al mover, todas se esperavan, aves torpes nin roncas non se acostavan. Non serié organista nin serié vïolero, nin giga nin salterio nin mano de rotero, nin estrument nin lengua nin tan claro vocero cuyo canto valiesse con esto un dinero. Peroque [nos] dissiemos todas estas bondades, non contamos las diezmas, esto bien lo creades: que avié de noblezas tantas diversidades que no las contarien priores [nin] abbades. El prado que vos digo avié otra bondat: por calor nin por frío non perdié su beltat,

siempre estava verde en su entegredat, non [perdié] la verdura por nulla tempestat. Manamano que fui en tierra acostado, de todo el lazerio fui luego folgado; oblidé toda cuita [e] lazerio passado: ¡Qui allí se morasse serié bienventurado! Los omnes e las aves, quantos acaecién, levavan de las flores quantas levar querién, mas mengua en el prado ninguna non façién: por una que levavan tres e quatro nacién. Semeja esti prado egual de Paraíso, en qui Dios tan grand graçia, tan grand bendiçión miso; él que crió tal cosa maestro fue anviso: omne que ý morasse nunqua perdrié el viso. El fructo de los árbores era dulz e sabrido, si don Adám oviesse de tal fructo comido, de tan mala manera non serié decibido, ni tornárién tal danno Eva [nin] so marido. Sennores e amigos, lo que dicho avemos palavra es oscura, esponerla queremos: tolgamos la corteza, al meollo entremos, prendamos lo de dentro, lo de fuera dessemos. [...] Milagro IX, del clérigo simple Era un simple clérigo pobre de clerecía, decía a diario misa a la Sancta María, non sabía decir otra, la decía cada día, más la sabía por uso que por sabiduría. Fue este misacantano al Obispo acusado de que era idiota, mal clérigo probado; Salve Sancta Parens sólo tenía usado, non sabía otra misa el torpe embargado. Vino ante el Obispo el preste pecador, había con el gran miedo perdido la color, non podía de vergüenza mirar a este señor, nunca fue el mezquino en tan mala sudor. Díjole el Obispo: “preste, dime verdad, si es tal como dicen la tu necedad; le dijo el buen hombre: “señor, por caridad si dijese que non diría falsedad”. Díjole el Obispo: “como non tienes cïencia de cantar otra misa, nin tienes potencia, te ordeno que non cantes, te meto en sentencia: vive como mereces por otra agudencia”. La Virgen gloriosa, madre sin dición se le apareció al Obispo luego en visión; Le dijo fuertes dichos, un bravillo sermón, descubrióle en ello todo su corazón. Díjole bravamente: “Don Obispo lozano, ¿contra mí porqué fuiste tan fuerte e tan villano? Yo nunca te quité valía de un grano, e tú me has quitado a mí un capellano.

El que a mí cantaba la misa cada día, tú dijiste que hacía yerro de herejía; lo juzgaste por bestia e por cosa radía, le quitaste la orden de la capellanía. Si tú no li mandares decir la misa mía, como solie decirla, grand querella habría, e tú serás muerto en el trenteno día, y así verás que vale la saña de María”. Fue con estas amenazas el Obispo espantado, mandó enviar luego por el preste vedado, rogóle quel perdonase lo que había errado, porque fue en aquel pleito duramente engañado. Mandólo que cantase como solía cantar, fuese de la Gloriosa siervo del su altar, si algo le menguasse en vestir o calzar el se lo mandare del suyo mismo dar. Tornó el hombre bueno a su capellanía, sirvió a la gloriosa Madre Sancta María, murió en su oficio de fin cual yo quería, fue la alma a la gloria, a la dulce cofradía.

• Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, y su Libro de buen amor.

Fragmento de la disputa entre Carnal y Cuaresma 1067 Açercándose viene un tiempo de Dios santo, fuime para mi tierra por folgar algún rato, dende a siete días era Quaresma tanto puso por todo el mundo miedo e grand' espanto, 1068 Estando a la mesa con don Jueves Lardero, truxo a mí dos cartas un ligero trotero, desirvos he las notas, ser vos tardinero, ca las cartas leídas dilas al mensagero. 1069 «De mí, Santa Quaresma, sierva del Salvador, »enviada de Dios a todo pecador, »a todos los arçiprestes et clérigos con amor, »salud en Jesu Christo fasta la pasqua mayor. 1070 »Sabed, que me dixieron, que ha çerca de un año, »que anda don Carnal sañudo muy estraño »astragando mi tierra, fasiendo mucho daño, »vertiendo mucha sangre de lo que más me asaño: 1071 »Et por esta rasón en vertud de obediençia »vos mando firmemente so pena de sentençia, »que por mí e por mi ayuno e por mi penitençia, »que lo desafiedes con mi carta de creençia. 1072 »Desidle de todo en todo, que de hoy siete días »la mi persona mesma, e las compañas mías »iremos pelear con él, e con todas sus porfías, »creo que se me non detenga en las carneçerías.

1073 »Dadla al mensajero esta carta leída, »liévela por la tierra, non la traya escondida, »que non diga su gente, que non fue aperçebida: »dada en Castro de Ordiales, en Burgos resçebida.» 1074 Otra carta traía abierta e sellada, una concha muy grande de la carta colgada, aquél era el sello de la dueña nombrada; la nota es aquésta, a don Carnal fue dada: 1075 «De mí doña Quaresma, justiçia de la mar, »algoaçil de las almas, que se an de salvar, »a ti Carnal goloso, que te non coydas fartar, »envíote el ayuno por mí desafiar. 1076 »Desque hoy en siete días tú e tu almohalla »que seades conmigo en campo a la batalla, »fasta el Sábado Santo darvos he lid sin falla; »de muerto o de preso non podrás escapalla.» 1077 Leí amás las cartas, entendí el ditado, vi que venía a mí el un fuerte mandado, ca non tenía amor, nin era enamorado, a mí e a mi huésped púsonos en coydado. 1078 Do tenía a don Jueves por huésped a la mesa, levantose bien alegre, de lo que non me pesa; dixo: «Yo só el alfrés contra esta mal apresa, »yo justaré con ella, que cada año me sospesa.» 1079 Diome muchas graçias por el buen combid, fuese, e yo fis' mis cartas, díxele al Viernes: «Id »a don Carnal mañana, todo esto le desid, »que venga aperçebido el martes a la lid.» 1080 Las cartas resçebidas, don Carnal orgulloso mostró en sí esfuerço, pero estaba medroso: non quiso dar respuesta, vino a mí acuçioso, truxo muy grand' mesnada, como era poderoso. 1081 Desque vino el día del plazo señalado, vino don Carnal, que ante estava esforçado, de gentes muy guarnidas muy bien acompañado, seríe don Alexandre de tal real pagado. 1082 Puso en las delanteras muchos buenos peones, gallinas, e perdiçes, conejos, e capones, ánades, e lavancos, e gordos ansarones, fazían su alarde çerca de los tisones.

1083 Éstos traíen lanzas de peón delantero, espetos muy cumplidos de fierro e de madero, escudábanse todos con el grand' tajadero, en la buena yantar éstos venían primero. 1084 En pos los escudados están los ballesteros, las ánsares, çeçinas, costados de carneros, piernas de puerco fresco, los jamones enteros: luego en pos aquéstos están los caballeros. 1085 Las puestas de la vaca, lechones et cabritos, allí andan saltando e dando grandes gritos, luego los escuderos, muchos quesuelos fritos, que dan de las espuelas a los vinos bien tintos. 1086 Traía buena mesnada rica de infançones, muchos buenos faysanes, los loçanos pavones, venían muy bien guarnidos, enfiestos los pendones, traían armas estrañas, e fuertes guarnisiones. 1087 Eran muy bien labladas, templadas, e bien finas, ollas de puro cobre traían por capellinas, por adargas calderas, sartenes e cosinas, real de tan grand' preçio non teníen las sardinas. 1088 Vinieron muchos gamos, e el fuerte jabalí, «Señor», dis', «non me escusedes de aquesta lid a mí, »que ya muchas vegadas lidié con don Alí. »Usado só de lid, siempre por ende valí.» 1089 Non avía acabado desir bien su verbo, ahevos a do viene muy ligero el çiervo: «Homíllome», dis', «señor, yo, el tu leal siervo, »por te faser servicio ¿non fui por ende siervo?» 1090 Vino presta e ligera al alarde la liebre, «Señor», dis', «a la dueña yo le metré la fiebre, »dalle he sarna e diviesos, que de lidiar non l' miembre »más querría mi pelleja quando alguno le quiebre.» 1091 Vino el cabrón montés con corços e torcasas, desiendo sus braburas e muchas amenasas; «Señor», dis' «a la dueña si conmigo la enlasas, »non te podrá empesçer con todas sus espinaças.» 1092 Vino su paso a paso el buey viejo lindero: «Señor», dis', «a herrén me echa hoy el llugiero, »non sé para afrue en carrera nin ero, »mas fágote serviçio con la carne e cuero.» 1093 Estava don Toçino con mucha otra çeçina, cidiérvedas e lomos finchida la cosina, todos aperçebidos para la lid malina, la dueña fue maestra, non vino tan ayna.

1094 Como es don Carnal muy grand emperador, et tiene por el mundo poder como señor, aves et animalias por el su grand amor vinieron muy humildes, pero con grand' temor. 1095 Estava don Carnal ricamente asentado, a mesa mucho farta en un rico estrado, delante sus juglares como omen honrado, de sus muchas viandas era bien abastado.

[...]

1099 Fasía la media noche en medio de las salas vino doña Quaresma: «¡Dios Señor, tú me valas!» Dieron voses los gallos, batieron de las alas, llegaron a don Carnal aquestas nuevas malas. 1100 Como avía el buen omen sobra mucho comido, con la mucha vianda mucho vino ha bebido, estava apesgado e estava adormido, por todo el su real entró el apellido. 1101 Todos amodorrados fueron a la pelea, pusieron las sus fases, ninguno non platea, la compaña del mar las sus armas menea, viniéronse a ferir desiendo todos: «¡Ea!» 1102 El primero de todos que ferió a don Carnal, fue el puerro cuello albo, e feriolo muy mal, físole escupir flema, ésta fue grand' señal, tovo doña Quaresma que era suyo el real. 1103 Vino luego en ayuda la salada sardina, ferió muy resiamente a la gruesa gallina, atravesósele en el pico, afogola ayna, después a don Carnal falsol' la capellina. 1104 Viníen las grandes mielgas en esta delantera, los berdeles e gibias guardan la costanera: vuelta es la pelea de muy mala manera, caía de cada cabo mucha buena mollera. 1105 De parte de Valençia veníen las anguilas salpresas e trechadas a grandes manadillas, daban a don Carnal por medio de las costillas, las truchas de alberche dábanle en las mexillas. 1106 Ay andaba el atún como un bravo león, fallose con don Tosino, díxole mucho baldón, si non por doña Ceçina que l' desvió el pendón, diéranl' a don Ladrón por medio del coraçón.

[...]

1124 La mesnada del mar físose un tropel,

fincaron las espuelas, dieron todos en él, non lo quisieron matar, hobieron duelo d'él, a él e a los suyos metieron en un cordel. 1125 Troxiéronlos atados porque non escapasen, diéronlos a la dueña ante que se aforrasen, mandó luego la dueña, que a Carnal guardasen, et a doña Ceçina con el toçino colgasen. 1126 Mandolos colgar altos bien como atalaya, et que a descolgallos ninguno y non vaya, luego los enforcaron de una viga de faya, el sayón iba desiendo: «Quien tal fiso tal haya.» 1127 Mandó a don Carnal, que guardase el ayuno, et que lo toviesen ençerrado a do non lo vea ninguno, si non fuese doliente o confesor alguno,

et que l' diesen a comer al día manjar uno.

Las serranillas del marqués de Santillana (s. XV): la vaquera de la Finojosa Serranilla VI Moça tan fermosa non ví en la frontera, como una vaquera de la Finojosa. Faziendo la vía del Calatraveño a Santa María, vençido del sueño, por tierra fragosa perdí la carrera, do ví la vaquera de la Finojosa. En un verde prado de rosas e flores, guardando ganado con otros pastores, la ví tan graciosa, que apenas creyera que fuese vaquera de la Finojosa. Non creo las rosas de la primavera sean tan fermosas nin de tal manera; fablando sin glosa, si antes supiera de aquella vaquera de la Finojosa. Non tanto mirara su mucha beldad, porque me dexara en mi libertad. Mas dixe: "Donosa

(por saber quién era), ¿aquella vaquera de la Finojosa?..." Bien como riendo, dixo: "Bien vengades, que ya bien entiendo lo que demandades: non es desseosa de amar, nin lo espera, aquessa vaquera de la Finojosa. Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique [fragmentos] Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando, cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor. Pues si vemos lo presente cómo en un punto se es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. No se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera, más que duró lo que vio porque todo ha de pasar por tal manera. Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, y llegados, son iguales los que viven por sus manos

y los ricos.

Invocación:

Dejo las invocaciones de los famosos poetas y oradores;

no curo de sus ficciones, que traen yerbas secretas sus sabores;

a Aquél sólo me encomiendo, aquél sólo invoco yo

de verdad, que en este mundo viviendo el mundo no conoció

su deidad. Este mundo es el camino

para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino

para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos,

andamos mientras vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos;

así que cuando morimos descansamos.

Este mundo bueno fue si bien usáramos de él

como debemos, porque, según nuestra fe, es para ganar aquél

que atendemos. Aun aquel hijo de Dios, para subirnos al cielo

descendió a nacer acá entre nos, y a vivir en este suelo

do murió.

Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos,

que en este mundo traidor, aun primero que muramos

las perdamos: de ellas deshace la edad, de ellas casos desastrados

que acaecen, de ellas, por su calidad,

en los más altos estados desfallecen.

Decidme: la hermosura,

la gentil frescura y tez de la cara, el color y la blancura,

cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas y ligereza

y la fuerza corporal de juventud, todo se torna graveza

cuando llega al arrabal de senectud.

Pues la sangre de los godos, y el linaje y la nobleza

tan crecida, ¡por cuántas vías y modos se pierde su gran alteza

en esta vida! Unos, por poco valer, ¡por cuán bajos y abatidos

que los tienen! otros que, por no tener, con oficios no debidos

se mantienen. Los estados y riqueza

que nos dejan a deshora, ¿quién lo duda? no les pidamos firmeza,

pues son de una señora que se muda.

Que bienes son de Fortuna que revuelven con su rueda presurosa,

la cual no puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa.

Pues los bienes de este mundo llegan solo hasta la huesa

con su dueño: y con eso nos engañan, y se va la vida apriesa

como sueño; y los deleites de acá son, en que nos deleitamos,

temporales, y los tormentos de allá, que por ellos esperamos,

eternales.

Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos,

no son sino corredores, y la muerte, la celada en que caemos.

No mirando nuestro daño, anda el tiempo a rienda suelta sin parar;

cuando vemos el engaño y queremos dar la vuelta, no hay lugar.

[...]

¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón ¿qué se hicieron?

¿Qué fue de tanto galán, qué fue de tanta invención

como trajeron? Las justas y los torneos, paramentos, bordaduras

y cimeras, ¿fueron sino devaneos? ¿qué fueron sino verduras

de las eras? ¿Qué se hicieron las damas,

sus tocados, sus vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas

de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar,

las músicas acordadas que tañían?

¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían?

2. Textos literarios españoles del Renacimiento:

• Lírica petrarquista y clasicista:

Ejemplo de imitación petrarquista en el Siglo de Oro: comparación de tres sonetos, de Petrarca (s. XIV), Garcilaso (s. XVI) y Lope de Vega (s. XVII):

Soneto de Petrarca Soneto de Garcilaso Soneto de Lope de Vega

Cuando me paro a contemplar los años que me han los pensamientos disipado, matado el fuego, donde he ardido helado, turbado toda paz con desengaños, roto la fe con que he pagado engaños, todo mi bien en dos partes cifrado (la que fue al Cielo, y la que aquí ha quedado), y, al fin, gastado el fruto de mis daños; despierto y me descubro tan desnudo que envidia tengo a la más cruda suerte: tal espanto me cobro de mí mismo. ¡Oh mi Estrella, oh Fortuna, oh Hado, oh Muerte, oh siempre para mí día dulce y crudo, cómo me habéis hundido en este abismo!

Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por do me han traído, hallo, según por do anduve perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; mas cuando del camino estó olvidado, a tanto mal no sé por do he venido; sé que me acabo, y más he yo sentido ver acabar conmigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme si ella quisiere, y aun sabrá querello; que pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, pudiendo, ¿qué hará sino hacello?

Cuando me paro a contemplar mi estado y a ver los pasos por donde he venido, me espanto de que un hombre tan perdido a conocer su error haya llegado.

Cuando miro los años que he pasado, la divina razón puesta en olvido, conozco que piedad del cielo ha sido no haberme en tanto mal precipitado.

Entré por laberinto tan extraño, fiando al débil hilo de la vida el tarde conocido desengaño;

mas de tu luz mi escuridad vencida, el monstruo muerto de mi ciego engaño, vuelve a la patria la razón perdida.

*** Garcilaso de la Vega. Sonetos A Dafne ya los brazos le crecían, y en luengos ramos vueltos se mostraba; en verdes hojas vi que se tornaban los cabellos que el oro escurecían. De áspera corteza se cubrían los tiernos miembros, que aún bullendo estaban: los blancos pies en tierra se hincaban, y en torcidas raíces se volvían. Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol que con lágrimas regaba. ¡Oh miserable estado! ¡oh mal tamaño! ¡Que con llorarla crezca cada día la causa y la razón porque lloraba!

En tanto que de rosa y azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, enciende al corazón y lo refrena; y en tanto que el cabello, que en la vena del oro se escogió, con vuelo presto, por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto, antes que el tiempo airado cubra de nieve la hermosa cumbre; marchitará la rosa el viento helado. Todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre.

Hermosas ninfas que, en el río metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas y en columnas de vidrio sostenidas; agora estéis labrando embebecidas, o tejiendo las telas delicadas; agora unas con otras apartadas, contándoos los amores y las vidas; dejad un rato la labor, alzando vuestras rubias cabezas a mirarme, y no os detendréis mucho según ando; que o no podréis de lástima escucharme, o convertido en agua aquí llorando, podréis allá de espacio consolarme.

***

Escrito’stá en mi alma vuestro gesto y cuanto yo escribir de vos deseo: vos sola lo escribistes; yo lo leo tan solo que aun de vos me guardo en esto. En esto estoy y estaré siempre puesto, que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo, tomando ya la fe por presupuesto. Yo no nací sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero; cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero.

*** Un rato se levanta mi esperanza, mas cansada d’haberse levantado, torna a caer, que deja, a mal mi grado, libre el lugar a la desconfianza. ¿Quién sufrirá tan áspera mudanza del bien al mal? Oh corazón cansado, esfuerza en la miseria de tu estado, que tras fortuna suele haber bonanza! Yo mesmo emprenderé a fuerza de brazos romper un monte que otro no rompiera, de mil inconvenientes muy espeso; muerte, prisión no pueden, ni embarazos, quitarme de ir a veros como quiera, desnudo espíritu o hombre en carne y hueso.

***

Mientras que por la limpia y tersa frente ese cabello de oro ensortijado al fresco viento vuela enmarañado sobre las tiernas rosas del Oriente; mientras la primavera está presente, de ese clavel, sobre marfil sentado, coged las flores y alegrías del prado, que el tiempo corre, huye y no se siente. ¿De qué fruto os será la hermosura cuando el invierno vista de su nieve la lumbre de oro y encarnadas rosas? Si la edad pasa, el tiempo la apresura las hojas vuelan y en su curso breve hallan y tienen fin todas las cosas.

Égloga I (fragmento)

El dulce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso, he de contar, sus quejas imitando; cuyas ovejas al cantar sabroso estaban muy atentas, los amores, (de pacer olvidadas) escuchando. Tú, que ganaste obrando un nombre en todo el mundo y un grado sin segundo, agora estés atento sólo y dado el ínclito gobierno del estado Albano; agora vuelto a la otra parte, resplandeciente, armado, representando en tierra el fiero Marte [...] Salicio: ¡Oh más dura que mármol a mis quejas, y al encendido fuego en que me quemo más helada que nieve, Galatea!, estoy muriendo, y aún la vida temo; témola con razón, pues tú me dejas, que no hay, sin ti, el vivir para qué sea. Vergüenza he que me vea ninguno en tal estado, de ti desamparado, y de mí mismo yo me corro agora. ¿De un alma te desdeñas ser señora, donde siempre moraste, no pudiendo de ella salir un hora? Salid sin duelo, lágrimas, corriendo [...] Nemoroso: Corrientes aguas, puras, cristalinas, árboles que os estáis mirando en ellas, verde prado, de fresca sombra lleno, aves que aquí sembráis vuestras querellas, hiedra que por los árboles caminas, torciendo el paso por su verde seno: yo me vi tan ajeno del grave mal que siento, que de puro contento con vuestra soledad me recreaba, donde con dulce sueño reposaba, o con el pensamiento discurría

por donde no hallaba sino memorias llenas de alegría. Égloga III (fragmento) Cerca del Tajo en soledad amena de verdes sauces hay una espesura, toda de yedra revestida y llena, que por el tronco va hasta la altura, y así la teje arriba y encadena, que el sol no halla paso a la verdura; el agua baña el prado con sonido alegrando la vista y el oído. Con tanta mansedumbre el cristalino Tajo en aquella parte caminaba, que pudieran los ojos el camino determinar apenas que llevaba. Peinando sus cabellos de oro fino, una ninfa del agua do moraba la cabeza sacó, y el prado ameno vido de flores y de sombra lleno. Movióla el sitio umbroso, el manso viento, el suave olor de aquel florido suelo. Las aves en el fresco apartamiento vio descansar del trabajoso vuelo. Secaba entonces el terreno aliento el sol subido en la mitad del cielo. En el silencio sólo se escuchaba un susurro de abejas que sonaba. Habiendo contemplado una gran pieza atentamente aquel lugar sombrío, somorgujó de nuevo su cabeza, y al fondo se dejó calar del río. A sus hermanas a contar empieza del verde sitio el agradable frío, y que vayan las ruega y amonesta allí con su labor a estar la siesta. No perdió en esto mucho tiempo el ruego, que las tres de ellas su labor tomaron y en mirando de fuera, vieron luego el prado, hacia el cual enderezaron. El agua clara con lascivo juego nadando dividieron y cortaron, hasta que el blanco pie tocó mojado, saliendo de la arena el verde prado.

Égloga I de Garcilaso (fragmento) Saliendo de las ondas encendido, rayaba de los montes al altura el sol, cuando Salicio, recostado al pie de un alta haya en la verdura, por donde un agua clara con sonido atravesaba el fresco y verde prado, él, con canto acordado al rumor que sonaba, del agua que pasaba, se quejaba tan dulce y blandamente como si no estuviera de allí ausente la que de su dolor culpa tenía; y así, como presente, razonando con ella, le decía: Con mi llorar las piedras enternecen su natural dureza y la quebrantan; los árboles parece que se inclinan: las aves que me escuchan, cuando cantan, con diferente voz se condolecen, y mi morir cantando me adivinan. Las fieras, que reclinan su cuerpo fatigado, dejan el sosegado sueño por escuchar mi llanto triste. Tú sola contra mí te endureciste, los ojos aún siquiera no volviendo a lo que tú hiciste. Salid sin duelo, lágrimas, corriendo. (Nemoroso): ¿Dó están agora aquellos claros ojos que llevaban tras sí, como colgada, mi ánima doquier que ellos se volvían? ¿Dó está la blanca mano delicada, llena de vencimientos y despojos que de mí mis sentidos le ofrecían? Los cabellos que veían con gran desprecio al oro, como a menor tesoro, ¿adónde están? ¿Adónde el blando pecho? ¿Dó la columna que el dorado techo con presunción graciosa sostenía? Aquesto todo agora ya se encierra, por desventura mía, en la fría, desierta y dura tierra.

Égloga II (fragmento)

En medio del invierno está templada el agua dulce desta clara fuente , y en el verano más que nieve helada. ¡Oh claras ondas, cómo veo presente, en viéndoos , la memoria de aquel dia de que el alma temblar y arder se siente! En vuestra claridad vi mi alegría escurecerse toda y enturbiarse; cuando os cobré perdí mi compañía. ¿A quién pudiera igual tormento darse, que con lo que descansa otro afligido venga mi corazón a atormentarse? El dulce murmurar de este ruido, el mover de los árboles al viento, el suave olor del prado florecido, podrían tornar, de enfermo y descontento, cualquier pastor del mundo, alegre y sano; yo solo en tanto bien morir me siento. ¡Oh hermosura sobre el ser humano! Oh claros ojos! Oh cabellos de oro! Oh cuello de marfil! Oh blanca mano! ¿Cómo puede ora ser que en triste lloro se convirtiese tan alegre vida, y en tal pobreza todo mi tesoro? Quiero mudar lugar, y a la partida quizá me dejará parte del daño que tiene el alma casi consumida.

Égloga III de Garcilaso (fragmento)

ALCINO

Hermosa Filis, siempre yo te sea amargo al gusto más que la retama, y de ti despojado yo me vea, cual queda el tronco de su verde rama, si más que yo el murciélago desea la oscuridad, ni más la luz desama, por ver ya el fin de un término tamaño de este día; para mí mayor que un año.

TIRRENO

Flérida, para mi dulce y sabrosa más que la fruta del cercado ajeno, más blanca que la leche, y más hermosa que el prado por abril de flores lleno: si tú respondes pura y amorosa al verdadero amor de tu Tirreno, a mi majada arribarás primero que el cielo nos muestre su lucero.

ALClNO

¿Ves el furor del animoso viento embravecido en la fragosa sierra que los antiguos robles ciento a ciento, y los pinos altísimos atierra, y de tanto destrozo aún no contento, al espantoso mar mueve la guerra? Pequeña es esta furia, comparada a la de Filis, con Alcino airada.

TIRRENO

El blanco trigo multiplica y crece produce el campo en abundancia y tierno pasto al ganado; el verde monte ofrece a las fieras salvajes su gobierno-, a do quiera me miro, me parece que derrama la copia todo el cuerno; mas todo se convertirá en abrojos, si de ello aparta Flérida sus ojos.

• La mística. San Juan de la Cruz

En una noche oscura, con ansias en amores inflamada, (¡oh dichosa ventura!) salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. A oscuras y segura, por la secreta escala disfrazada, (¡oh dichosa ventura!) a oscuras y en celada, estando ya mi casa sosegada. En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía sino la que en el corazón ardía. Aquésta me guïaba más cierta que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía. ¡Oh noche que me guiaste!, ¡oh noche amable más que el alborada!, ¡oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada! En mi pecho florido, que entero para él solo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba. El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía. Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.

***

¡Oh llama de amor viva que tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro! Pues ya no eres esquiva acaba ya si quieres, ¡rompe la tela de este dulce encuentro! ¡Oh cauterio süave! ¡Oh regalada llaga! ¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado que a vida eterna sabe y toda deuda paga! Matando, muerte en vida has trocado. ¡Oh lámparas de fuego en cuyos resplandores las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego, con estraños primores color y luz dan junto a su querido! ¡Cuán manso y amoroso recuerdas en mi seno donde secretamente solo moras, y en tu aspirar sabroso de bien y gloria lleno, cuán delicadamente me enamoras! Cántico espiritual (fragmento) Esposa:

¿Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido? Como el ciervo huiste, habiéndome herido; salí tras ti, clamando, y eras ido. Pastores, los que fuerdes allá, por las majadas, al otero, si por ventura vierdes aquél que yo más quiero, decidle que adolezco, peno y muero. Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas; ni cogeré las flores, ni temeré las fieras, y pasaré los fuertes y fronteras. (Pregunta a las Criaturas)

¡Oh bosques y espesuras, plantadas por la mano del amado! ¡Oh prado de verduras, de flores esmaltado, decid si por vosotros ha pasado!

(Respuesta de las Criaturas)

Mil gracias derramando, pasó por estos sotos con presura, y yéndolos mirando, con sola su figura vestidos los dejó de hermosura. Esposa:

¡Ay, quién podrá sanarme! Acaba de entregarte ya de vero; no quieras enviarme de hoy más ya mensajero, que no saben decirme lo que quiero. Y todos cantos vagan, de ti me van mil gracias refiriendo. Y todos más me llagan, y déjame muriendo un no sé qué que quedan balbuciendo.

• Ética y horacionismo. Las Odas de fray Luis de León

ODA V – De la avaricia (A Felipe Ruiz)

En vano el mar fatiga la vela portuguesa; que ni el seno de Persia ni la amiga Maluca da árbol bueno, que pueda hacer un ánimo sereno.

No da reposo al pecho, Felipe, ni la India, ni la rara esmeralda provecho; que más tuerce la cara cuanto posee más el alma avara.

Al capitán romano la vida, y no la sed, quitó el bebido tesoro persiano; y Tántalo, metido en medio de las aguas, afligido

de sed está; y más dura la suerte es del mezquino, que sin tasa se cansa ansí, y endura el oro, y la mar pasa osado, y no osa abrir la mano escasa.

¿Qué vale el no tocado tesoro, si corrompe el dulce sueño, si estrecha el ñudo dado, si más enturbia el ceño, y deja en la riqueza pobre al dueño?

ODA XII - A Felipe Ruiz

¿Qué vale cuanto vee, do nace y do se pone, el sol luciente, lo que el Indio posee, lo que da el claro Oriente con todo lo que afana la vil gente?

El uno, mientras cura dejar rico descanso a su heredero, vive en pobreza dura y perdona al dinero y contra sí se muestra crudo y fiero;

el otro, que sediento anhela al señorío, sirve ciego y, por subir su asiento, abájase a vil ruego y de la libertad va haciendo entrego.

Quien de dos claros ojos y de un cabello de oro se enamora, compra con mil enojos

una menguada hora, un gozo breve que sin fin se llora.

Dichoso el que se mide, Felipe, y de la vida el gozo bueno a sí solo lo pide, y mira como ajeno aquello que no está dentro en su seno.

Si resplandece el día, si Éolo su reino turba, ensaña, el rostro no varía y, si la alta montaña encima le viniere, no le daña.

Bien como la ñudosa carrasca, en alto risco desmochada con hacha poderosa, del ser despedazada del hierro torna rica y esforzada;

querrás hundille y crece mayor que de primero y, si porfía la lucha, más florece y firme al suelo invía al que por vencedor ya se tenía.

Esento a todo cuanto presume la fortuna, sosegado está y libre de espanto ante el tirano airado, de hierro, de crueza y fuego armado;

«El fuego —dice— enciende; aguza el hierro crudo, rompe y llega y, si me hallares, prende y da a tu hambre ciega su cebo deseado, y la sosiega;

¿qué estás? ¿no ves el pecho desnudo, flaco, abierto? ¿Oh, no te cabe en puño tan estrecho el corazón, que sabe cerrar cielos y tierra con su llave?;

ahonda más adentro; desvuelva las entrañas el insano puñal; penetra al centro; mas es trabajo vano, jamás me alcanzará tu corta mano.

Rompiste mi cadena, ardiendo por prenderme: al gran consuelo subido he por tu pena; ya suelto encumbro el vuelo, traspaso sobre el aire, huello el cielo.»

ODA I – A la vida retirada

¡Qué descansada vida la del que huye del mundanal ruïdo, y sigue la escondida senda, por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho de los soberbios grandes el estado, ni del dorado techo se admira, fabricado del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama canta con voz su nombre pregonera, ni cura si encarama la lengua lisonjera lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento si soy del vano dedo señalado; si, en busca deste viento, ando desalentado con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,! ¡Oh secreto seguro, deleitoso! Roto casi el navío, a vuestro almo reposo huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño, un día puro, alegre, libre quiero; no quiero ver el ceño vanamente severo de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves con su cantar sabroso no aprendido; no los cuidados graves de que es siempre seguido el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo, gozar quiero del bien que debo al cielo, a solas, sin testigo, libre de amor, de celo, de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera, por mi mano plantado tengo un huerto, que con la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa por ver y acrecentar su hermosura, desde la cumbre airosa una fontana pura hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada, el paso entre los árboles torciendo, el suelo de pasada de verdura vistiendo y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea y ofrece mil olores al sentido; los árboles menea con un manso ruïdo que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro los que de un falso leño se confían; no es mío ver el lloro de los que desconfían cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena cruje, y en ciega noche el claro día se torna, al cielo suena confusa vocería, y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla mesa de amable paz bien abastada me basta, y la vajilla, de fino oro labrada sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable- mente se están los otros abrazando con sed insacïable del peligroso mando, tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido, de hiedra y lauro eterno coronado, puesto el atento oído al son dulce, acordado, del plectro sabiamente meneado.

• Novela picaresca. El Lazarillo de Tormes

Usaba poner junto a él un jarrillo de vino cuando comíamos, y yo muy de presto le asía y daba un par de besos callados y tornábale a su lugar. Mas me duró poco, que en los tragos conocía la falta, y por reservar su vino a salvo nunca después desamparaba el jarro, antes lo tenía por el asa asido; mas no había piedra imán que así trajese a sí como yo con una paja larga de centeno, que para aquel menester tenia hecha, la cual metiéndola en la boca del jarro, chupando el vino lo dejaba a buenas noches. Mas como fuese el traidor tan astuto, pienso que me sintió, y desde entonces mudó propósito, y asentaba su jarro entre las piernas, y lo tapaba con la mano, y así bebía seguro.

Yo, como estaba hecho al vino, moría por él, y viendo que aquel remedio de la paja no me aprovechaba ni valía, acorde en el suelo del jarro hacerle una fuentecilla y agujero sutil, y delicadamente con una muy delgada tortilla de cera taparlo, y al tiempo de comer, fingiendo haber frío, entrábame entre las piernas del triste ciego a calentarme en la pobrecilla lumbre que teníamos, y al calor de ella luego derretida la cera, por ser muy poca, comenzaba la fuentecilla a destilarme en la boca, la cual yo de tal manera ponía que maldita la gota se perdía. Cuando el pobreto iba a beber, no hallaba nada. Se espantaba, maldecía, daba al diablo el jarro y el vino, no sabiendo que podía ser. "No diréis, tío, que os lo bebo yo -decía-, pues no le quitáis de la mano."

Tantas vueltas y tiento dio al jarro, que halló la fuente y cayó en la burla; mas así lo disimuló como si no lo hubiera sentido, y luego otro día, teniendo yo rezumando mi jarro como solía, no pensando en el daño que me estaba aparejado ni que el mal ciego me sentía, me senté como solía, estando recibiendo aquellos dulces tragos, mi cara puesta hacia el cielo, un poco cerrados los ojos por mejor gustar el sabroso licor, sintió el desesperado ciego que agora tenía tiempo de tomar de mi venganza y con toda su fuerza, alzando con dos manos aquel dulce y amargo jarro, le dejo caer sobre mi boca, ayudándose, como digo, con todo su poder, de manera que el pobre Lázaro, que de nada de esto se guardaba, antes, como otras veces, estaba descuidado y gozoso, verdaderamente me pareció que el cielo, con todo lo que en él hay, me había caído encima.

Fue tal el golpecillo, que me desatinó y sacó de sentido, y el jarrazo tan grande, que los pedazos de él se me metieron por la cara, rompiéndomela por muchas partes, y me quebró los dientes, sin los cuales hasta hoy día me quede. Desde aquella hora quise mal al mal ciego, y aunque me quería y regalaba y me curaba, bien vi que se había holgado del cruel castigo. Lavóme con vino las roturas que con los pedazos del jarro me había hecho, y sonriéndose decía: "¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermo te sana y da salud".

Cómo Lázaro se asentó con un escudero, y de lo que le acaesció con él

Desta manera me fue forzado sacar fuerzas de flaqueza y, poco a poco, con ayuda de las buenas gentes, di comigo en esta insigne ciudad de Toledo, adonde, con la merced de Dios, dende a quince días se me cerró la herida. Y mientras estaba malo, siempre me daban alguna limosna; mas, después que estuve sano, todos me decían: -Tú, bellaco y gallofero eres. Busca, busca un buen amo a quien sirvas. -¿Y adónde se hallará ése -decía yo entre mí-, si Dios agora de nuevo, como crió el mundo, no le criase? Andando así discurriendo de puerta en puerta, con harto poco remedio, porque ya la caridad se subió al cielo, topóme Dios con un escudero que iba por la calle con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden. Miróme, y yo a él, y díjome: -Mochacho, ¿buscas amo? Y yo le dije: -Sí, señor. -Pues vente tras mí -me respondió-, que Dios te ha hecho merced en topar comigo; alguna buena oración rezaste hoy. Y seguíle, dando gracias a Dios por lo que le oí, y también que me parescía, según su hábito y continente, ser el que yo había menester.

Era de mañana cuando este mi tercero amo topé, y llevóme tras sí gran parte de la ciudad. Pasábamos por las plazas do se vendía pan y otras provisiones. Yo pensaba, y aun deseaba, que allí me quería cargar de lo que se vendía, porque ésta era propria hora cuando se suele proveer de lo necesario; mas muy a tendido paso pasaba por estas cosas. «Por ventura no lo vee aquí a su contento -decía yo-, y querrá que lo compremos en otro cabo». Desta manera anduvimos hasta que dio las once. Entonces se entró en la iglesia mayor, y yo tras él, y muy devotamente le vi oír misa y los otros oficios divinos, hasta que todo fue acabado y la gente ida. Entonces salimos de la iglesia. A buen paso tendido comenzamos a ir por una calle abajo. Yo iba el más alegre del mundo en ver que no nos habíamos ocupado en buscar de comer. Bien consideré que debía ser hombre, mi nuevo

amo, que se proveía en junto, y que ya la comida estaría a punto y tal como yo la deseaba y aun la había menester. En este tiempo dio el reloj la una después de mediodía, y llegamos a una casa, ante la cual mi amo se paró, y yo con él, y, derribando el cabo de la capa sobre el lado izquierdo, sacó una llave de la manga y abrió su puerta y entramos en casa, la cual tenía la entrada obscura y lóbrega, de tal manera que paresce que ponía temor a los que en ella entraban, aunque dentro della estaba un patio pequeño y razonables cámaras.

Después desto, consideraba aquel tener cerrada la puerta con llave, ni sentir arriba ni abajo pasos de viva persona por la casa. Todo lo que yo había visto eran paredes, sin ver en ella silleta, ni tajo, ni banco, ni mesa, ni aun tal arcaz como el de marras. Finalmente, ella parecía casa encantada. Estando así, díjome: -Tú, mozo, ¿has comido? -No, señor -dije yo-, que aún no eran dadas las ocho cuando con Vuestra Merced encontré. -Pues, aunque de mañana, yo había almorzado, y, cuando ansí como algo, hágote saber que hasta la noche me estoy ansí. Por eso, pásate como pudieres, que después cenaremos. Vuestra Merced crea, cuando esto le oí, que estuve en poco de caer de mi estado, no tanto de hambre como por conocer de todo en todo la fortuna serme adversa. Allí se me representaron de nuevo mis fatigas y torné a llorar mis trabajos; allí se me vino a la memoria la consideración que hacía cuando me pensaba ir del clérigo, diciendo que, aunque aquél era desventurado y mísero, por ventura toparía con otro peor. Finalmente, allí lloré mi trabajosa vida pasada y mi cercana muerte venidera. Y con todo, disimulando lo mejor que pude, le dije: -Señor, mozo soy que no me fatigo mucho por comer, bendito Dios. Deso me podré yo alabar entre todos mis iguales por de mejor garganta, y ansí fui yo loado della hasta hoy día de los amos que yo he tenido. -Virtud es ésa -dijo él-, y por eso te querré yo más, porque el hartar es de los puercos y el comer regladamente es de los hombres de bien. «¡Bien te he entendido! -dije yo entre mí-. ¡Maldita tanta medicina y bondad como aquestos mis amos que yo hallo hallan en la hambre!».

Fragmento de El Lazarillo de Tormes, tratado III

3. Textos literarios españoles del Barroco:

• Lírica barroca (I). El amor según el petrarquismo tardío.

Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado, un cobarde con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero paroxismo; enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo. ¿Mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo!

Francisco de Quevedo

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido: su cuerpo dejará no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado.

Francisco de Quevedo Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido al sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lirio bello; mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano; y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello; goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, lirio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o viola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada. Luis de Góngora

La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas destilado, y a no invidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, ¡amantes! no toquéis si queréis vida: porque entre un labio y otro colorado Amor está de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas que al Aurora diréis que aljofaradas y olorosas se le cayeron del purpúreo seno. Manzanas son de Tántalo y no rosas, que después huyen dél que incitan ahora y sólo del Amor queda el veneno. Luis de Góngora

Ya besando unas manos cristalinas, ya anudándome a un blanco y liso cuello, ya esparciendo por él aquel cabello

que amor sacó entre el oro de sus minas,

ya quebrando en aquellas perlas finas

palabras dulces mil sin merecello, ya cogiendo de cada labio bello

purpúreas rosas sin temor de espinas,

estaba, oh claro sol invidïoso, cuando tu luz, hiriéndome los ojos, mató mi gloria y acabó mi suerte.

Si el cielo ya no es menos poderoso, porque no den los tuyos más enojos, rayos, como a tu hijo, te den muerte. Luis de Góngora

Lucinda, yo me siento arder, y sigo el sol que deste incendio causa el daño, que porque no me encuentre el desengaño tengo al engaño por eterno amigo. Siento el error, no siento lo que digo, a mí yo propio me parezco extraño; pasan mis años, sin que llegue un año que esté seguro yo de mí conmigo. ¡Oh dura ley de amor, que todos huyen la causa de su mal, y yo la espero siempre en mi margen, como humilde río! Pero si las estrellas daño influyen, y con las de tus ojos nací y muero, ¿cómo las venceré sin albedrío?

Lope de Vega

Vierte racimos la gloriosa palma, y sin amor se pone estéril luto; Dafne se queja en su laurel sin fruto, Narciso en blancas hojas se desalma. Está la tierra sin la lluvia en calma, viles hierbas produce el campo enjuto, porque nunca el Amor pagó tributo, gime en su piedra de Anaxarte el alma. Oro engendra al amor de agua y de arenas, porque las conchas aman el rocío, quedan de perlas orientales llenas. No desprecies, Lucinda hermosa, el mío, que al trasponer del sol, las azucenas pierden el lustre, y nuestra edad el brío. Lope de Vega

• Lírica barroca (II). Poesía filosófico-moral: las ruinas A ROMA SEPULTADA EN SUS RUINAS Buscas en Roma a Roma ¡oh peregrino! y en Roma misma a Roma no la hallas: cadáver son las que ostentó murallas y tumba de sí proprio el Aventino. Yace donde reinaba el Palatino y limadas del tiempo, las medallas más se muestran destrozo a las batallas de las edades que Blasón Latino. Sólo el Tibre quedó, cuya corriente, si ciudad la regó, ya sepultura la llora con funesto son doliente. ¡Oh Roma en tu grandeza, en tu hermosura, huyó lo que era firme y solamente lo fugitivo permanece y dura. Francisco de Quevedo

Entre aquestas columnas abrasadas, frías cenizas de la ardiente llama de la ciudad famosa que se llama ejemplo de soberbias acabada. Entre estas, otro tiempo levantadas, y ya de fieras deleitosa cama; entre aquestas ruinas que la fama por memoria dejó medio abrasadas. Entre estas ya de púrpura vestidas y agora sólo de silvestres yedras, despojos de la muerte rigurosa, busco memorias de mi bien perdidas, y hallo sola una voz que entre estas piedras responde: “Aquí fue Troya la famosa”.

Lope de Vega

CANCIÓN A LAS RUINAS DE ITÁLICA Estos, Fabio, ¡ay dolor! que ves ahora campos de soledad, mustio collado fueron un tiempo Itálica famosa. Aquí de Cipión la vencedora colonia fue: por tierra derribado yace el temido honor de la espantosa muralla, y lastimosa reliquia es solamente. De su invencible gente

sólo quedan memorias funerales, donde erraron ya sombras de alto ejemplo. Este llano fue plaza, allí fue templo: de todo apenas quedan las señales. Del gimnasio y las termas regaladas leves vuelan cenizas desdichadas. Las torres que desprecio al aire fueron a su gran pesadumbre se rindieron.

Rodrigo Caro

• Lírica barroca (III). Poesía filosófico-moral: la muerte y el tiempo

Epístola moral a Fabio

Fabio, las esperanzas cortesanas prisiones son do el ambicioso muere y donde al más activo nacen canas; el que no las limare o las rompiere ni el nombre de varón ha merecido, ni subir al honor que pretendiere. El ánimo plebeyo y abatido elija en sus intentos temeroso primero estar suspenso que caído; que el corazón entero y generoso al caso adverso inclinará la frente antes que la rodilla al poderoso. Más triunfos, más coronas dio al prudente que supo retirarse, la fortuna, que al que esperó obstinada y locamente. Esta invasión terrible e importuna de contrarios sucesos nos espera desde el primer sollozo de la cuna. Dejémosla pasar como a la fiera corriente del gran Betis, cuando airado dilata hasta los montes su ribera. Aquel entre los héroes es contado que el premio mereció, no quien la alcanza por vanas consecuencias del estado. Peculio propio es ya de la privanza cuanto de Astrea fue, cuanto regía con su temida espada y su balanza. El oro, la maldad, la tiranía del inicuo, precede y pasa al bueno, ¿qué espera la virtud o en qué confía? Vente, y reposa en el materno seno de la antigua Romúlea, cuyo clima te será más humano y más sereno

Andrés Fernández de Andrada

¡Fue sueño ayer: mañana será tierra! ¡Poco antes, nada; y poco después, humo! ¡Y destino ambiciones, y presumo, apenas punto al cerco que me cierra! Breve combate de importuna guerra, en mi defensa, soy peligro sumo; y mientras con mis armas me consumo, menos me hospeda el cuerpo, que me entierra. Ya no es ayer; mañana no ha llegado; hoy pasa, y es, y fue, con movimiento que a la muerte me lleva despeñado. Azadas son la hora y el momento que, a jornal de mi pena y mi cuidado, cavan en mi vivir mi monumento. Francisco de Quevedo

Ayer naciste y morirás mañana. Para tan breve ser, ¿quién te dio vida? ¿Para vivir tan poco estás lucida? Y, ¿para no ser nada estás lozana? Si te engañó su hermosura vana, bien presto la verás desvanecida, porque en tu hermosura está escondida la ocasión de morir muerte temprana. Cuando te corte la robusta mano, ley de la agricultura permitida, grosero aliento acabará tu suerte. No salgas, que te aguarda algún tirano; dilata tu nacer para la vida, que anticipas tu ser para tu muerte. Luis de Góngora

¡Cómo de entre mis manos te resbalas! ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía! ¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría, pues con callado pie todo lo igualas! Feroz de tierra el débil muro escalas, en quien lozana juventud se fía; mas ya mi corazón del postrer día atiende el vuelo, sin mirar las alas. ¡Oh condición mortal! ¡Oh dura suerte! ¡Que no puedo querer vivir mañana, sin la pensión de procurar mi muerte! Cualquier instante de la vida humana es nueva ejecución, con que me advierte cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana.

Francisco de Quevedo

Si culpa el concebir, nacer tormento, guerra vivir, la muerte fin humano; si después de hombre, tierra y vil gusano, y después de gusano, polvo y viento; si viento nada, y nada el fundamento, flor la hermosura, la ambición tirano, la fama y gloria, pensamiento vano, y vano en cuanto piensa el pensamiento, ¿quién anda en este mar para anegarse? ¿De qué sirve en quimeras consumirse, ni pensar otra cosa que salvarse? ¿De qué sirve estimarse y preferirse, buscar memoria habiendo de olvidarse, y edificar habiendo de partirse? Lope de Vega

• Lírica barroca (IV). El cultismo gongorino Soledades [Fragmento] Era del año la estación florida en que el mentido robador de Europa, media Luna las armas de su frente y el Sol todo los rayos de su pelo, luciente honor del cielo, 5en campos de zafiro pace estrellas, cuando el que ministrar podia la copa a Júpiter mejor que el garzón de Ida, náufrago y desdeñado, sobre ausente, lagrimosas de amor dulces querellas 10da al mar, que condolido, fue a las ondas, fue al viento el mísero gemido segundo de Arión dulce instrumento.

Fábula de Polifemo y Galatea

[Fragmentos] Guarnición tosca de este escollo duro troncos robustos son, a cuya greña menos luz debe, menos aire puro la caverna profunda, que a la peña; caliginoso lecho, el seno obscuro ser de la negra noche nos lo enseña infame turba de nocturnas aves, gimiendo tristes y volando graves.

[…] De este, pues, formidable de la tierra bostezo, el melancólico vacío a Polifemo, horror de aquella sierra, bárbara choza es, albergue umbrío y redil espacioso donde encierra cuanto las cumbres ásperas cabrío de los montes esconde: copia bella que un silbo junta y un peñasco sella. [...] Un monte era de miembros eminente éste, que - de Neptuno hijo fiero - de un ojo ilustra el orbe de su frente, émulo casi del mayor lucero; cíclope a quien el pino más valiente, bastón, le obedecía tan ligero, y al grave peso junco tan delgado, que un día era bastón y otro cayado. [...] Ninfa, de Doris hija, la más bella, adora que vio el reino de la espuma. Galatea es su nombre y dulce en ella el terno Venus de sus Gracias suma. Son una y otra luminosa estrella lucientes ojos de su blanca pluma: si roca de cristal no es de Neptuno, pavón de Venus es, cisne de Juno.