texto escaparate

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Se levantó muy temprano, escuchó el despertador e inmediatamente se hizo un bosquejo de su día. Le esperaba uno especialmente agradable. Salía temprano del trabajo, y la próxima semana estaría nuevamente de cumpleaños. Los temidos treinta, eran algo que lo inquietaba, pues ya no estaba en esa barrera de los veintitantos. Todo aquello significaba más cuidado en la vida, la ingenuidad debía quedar de lado y la responsabilidad aflorar. Pero siempre pensaba que todo ello era un pensamiento arraigado en los convencionalismos. Cada uno hace lo que quiere con su vida – ése era su mantra-. De todas formas él conocía personas que todavía eran niños, pero que casi rondaban los cincuenta años. Estando en la ducha sintió un escozor en su cuerpo. No pudo identificar qué lo había provocado; pero era una sensación que desconocía. No eran escalofríos, tampoco las palpitaciones que alguna vez le habían provocado los antidepresivos. Sin darle mucha importancia continuó con su limpieza corporal, luego se vistió y salió de su hogar. Antes se despidió del gato que estaba recostado en su cama, al momento de tocarlo éste comenzó a ronronear. Era la señal de agradecimiento por darle cariño y un hogar. Tenía que caminar unos treinta minutos para llegar a su trabajo. Durante su trayecto le gustaba mirar los escaparates de las tiendas, en general siempre cambiaban. Algunos le gustaban mucho, como ese que tenía un peluche de ratón que invitaba al eventual cliente, era una tienda de artículos de ortodoncia; el ratón se afirmaba con un cepillo. Pero lo más interesante era que el peluche emulaba muy bien a un ratón; no estábamos en presencia de

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Page 1: Texto Escaparate

Se levantó muy temprano, escuchó el despertador e inmediatamente se hizo un bosquejo de su

día. Le esperaba uno especialmente agradable. Salía temprano del trabajo, y la próxima semana

estaría nuevamente de cumpleaños.

Los temidos treinta, eran algo que lo inquietaba, pues ya no estaba en esa barrera de los

veintitantos. Todo aquello significaba más cuidado en la vida, la ingenuidad debía quedar de lado y

la responsabilidad aflorar. Pero siempre pensaba que todo ello era un pensamiento arraigado en

los convencionalismos. Cada uno hace lo que quiere con su vida – ése era su mantra-. De todas

formas él conocía personas que todavía eran niños, pero que casi rondaban los cincuenta años.

Estando en la ducha sintió un escozor en su cuerpo. No pudo identificar qué lo había provocado;

pero era una sensación que desconocía. No eran escalofríos, tampoco las palpitaciones que alguna

vez le habían provocado los antidepresivos. Sin darle mucha importancia continuó con su limpieza

corporal, luego se vistió y salió de su hogar. Antes se despidió del gato que estaba recostado en su

cama, al momento de tocarlo éste comenzó a ronronear. Era la señal de agradecimiento por darle

cariño y un hogar.

Tenía que caminar unos treinta minutos para llegar a su trabajo. Durante su trayecto le gustaba

mirar los escaparates de las tiendas, en general siempre cambiaban. Algunos le gustaban mucho,

como ese que tenía un peluche de ratón que invitaba al eventual cliente, era una tienda de

artículos de ortodoncia; el ratón se afirmaba con un cepillo. Pero lo más interesante era que el

peluche emulaba muy bien a un ratón; no estábamos en presencia de una caricatura como Mickey,

éste era bastante real, por eso algunas personas detestaban la tienda. Alguna vez oyó decir a

alguien que le repugnaba ese ratón y siempre cerraba los ojos cuando caminaba por aquel sitio, y

más de una vez había tropezado en el acto.

Otra de las cosas que disfrutaba era apreciar la arquitectura, se la sabía casi de memoria, pero

siempre se deslumbraba por los detalles en las construcciones. Había una casa de estilo neo-

clásico que le gustaba observar, especialmente las columnas dóricas. Las jónicas y corintias no le

seducían mucho. En la siguiente esquina sabía que se encontraría con un sitio eriazo; ahí unos

hombres se habían apropiado del lugar. Eran unos vagabundos o homeless, personas sin hogar

que buscan un lugar para estacionarse; ya que todo en ellos es momentáneo, fugaz. Alguna vez él

pensó acerca de la libertad que suponía ser uno de ellos. Pero aquella imagen se desvaneció, no

Page 2: Texto Escaparate

soportaba la incertidumbre, estaba acostumbrado a su trabajo y el salario mensual que le permitía

desenvolverse como un ciudadano más.

La municipalidad pensaba en desalojar a los vagabundos, sus razones eran que provocaban

mucho bullicio y que a su vez originaban un foco infeccioso. Las declaraciones habían sido

fuertemente criticadas por la prensa. En las cartas al director, hubo una queja que recuerdo

particularmente; ésta decía que se estaba catalogando a los hombres como una especie de peste y

se les cosificaba. Lo último me hizo reflexionar todavía más, ya que ellos por una parte pierden la

condición de sujeto y es ahí cuando se podría hablar de una cosificación. Ciertamente no están

insertos en las convencionalidades del diario vivir, podríamos pensar en sujetos desarraigados de

la sociedad. Pero la interrogante que me hago es si el hecho de no pertenecer al canon,

inmediatamente son merecedores de perder su lugar.

El tema sin duda me intriga, pero tendré que esperar unos días para saber lo que les depara a ésos

hombres. Mientras, sigo caminando por las calles atestadas de gente. Observo a unas señoras

estrambóticas, pero de aspecto distinguido y arrogante. Caminan tomadas de la mano, van

ataviadas las dos con un ceñido vestido verde oliva y joyas aparatosas; supongo que deben tener

unos ochenta años cada una. Es decir, ciento sesenta años suman ambos cuerpos. Si restáramos

sus años a nuestro tiempo, actualmente sería el año 1855. Pensar en el siglo XIX me da

escalofríos, es una época de cambios sustanciales en la historia de occidente como la revolución

industrial. Sin embargo al pensar en la época se viene a mi mente la imagen del Hombre Elefante y

las calles de Londres oscuras y con neblina. Creo que por eso siento estremecimiento.

Finalmente llegué al trabajo. Observé mi cubículo impoluto, acostumbro a ordenarlo muy bien

después de que suena el timbre. Estaba todo en su sitio como siempre, los lápices apilados uno

encima del otro, la libreta también en el mismo lugar. La alfombra estaba un poco desordenada,

tal vez la señora Ernestina pasó la aspiradora por el lugar. Yo le había dicho que no era necesario

aquello, pues yo mismo tenía el cuidado y la delicadeza de hacer el aseo en mi metro cuadrado.

Probablemente lo olvidó, pero para estar más tranquilo se lo preguntaría en unos días más. Puesto

que Ernestina se había ido de vacaciones el día anterior. La mujer me inspiraba ternura, tenía un

humor existencialista, además era crítica del sistema y no le gustaba la televisión. En sus ratos

libres gozaba creando figuras de origami y haciendo tortas de chocolate.

Page 3: Texto Escaparate

Ernestina ya se encontraba en la playa junto a sus hijos, Matilda de catorce años y Nicolás de

ocho. Pese a tener un trabajo extenuante siempre se daba el tiempo de compartir sus vacaciones

con sus hijos. Ellos estaban felices, les gustaba observar la playa desde la cabaña que

acostumbraban alquilar. - Las olas eso es lo que más me gusta- decía el niño y la adolescente

opinaba que el atardecer era lo más lindo puesto que en su casa de la “gran ciudad” no tenía una

vista tan privilegiada. Es cierto, en la costa podía observar el viaje inicial del sol que se desplazaba

al otro hemisferio.

Sentados en la mesa la madre les preguntaba a sus hijos sobre su vida. De manera más calma –

Nicolás ¿cómo te ha ido en el colegio?- A lo que el niño respondió – me ha ido bien, no tengo

problemas con las materias. ¡Pero ahora no quiero hablar de eso! Está bien replicó la madre,

estamos de vacaciones y es comprensible que no quieras recordar las actividades cotidianas.

Mientras hablaban madre e hijo, Matilda se encargaba de poner música; estaba pensando en

Bossa Nova o música ambiental.