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1 Texto de Historia para el plan de formación política e ideológica de la Juventud Comunista de México. Presentación Estimados camaradas: Dejamos en sus manos estos materiales desarrollados por militantes de la JCM. En su elaboración buscamos conjugar brevedad y sencillez con profundidad. El resultado, tal vez por ahora poco satisfactorio, es, sin embargo, una primera versión. Esperamos, con su ayuda, irlo mejorando. En la elaboración de estos materiales buscamos la objetividad, pero sin dejar por eso de lado lo maravilloso que resulta el estudio de esta bellísima Historia; nuestra Historia. Se privilegió siempre, eso sí, un enfoque marxista, no sólo por parecernos este el más objetivo, sino porque sólo desde él podemos asumir el estudio de esta ciencia como una herramienta de transformación de la sociedad. Esperamos que estos textos resulten de provecho y que sirvan, para los camaradas que no lo han tenido, como un acercamiento agradable a esa fascinante ciencia que es la Historia. Atte. Secretaría De Formación Política e Ideológica del CN

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texto de historia utilizado en el plan de formación propio de la juventud comunista mexicana

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1

Texto de Historia para el plan de formación política e ideológica de la

Juventud Comunista de México.

Presentación

Estimados camaradas:

Dejamos en sus manos estos materiales desarrollados por militantes de la JCM. En su

elaboración buscamos conjugar brevedad y sencillez con profundidad. El resultado, tal

vez por ahora poco satisfactorio, es, sin embargo, una primera versión. Esperamos, con

su ayuda, irlo mejorando.

En la elaboración de estos materiales buscamos la objetividad, pero sin dejar por

eso de lado lo maravilloso que resulta el estudio de esta bellísima Historia; nuestra

Historia. Se privilegió siempre, eso sí, un enfoque marxista, no sólo por parecernos

este el más objetivo, sino porque sólo desde él podemos asumir el estudio de esta

ciencia como una herramienta de transformación de la sociedad.

Esperamos que estos textos resulten de provecho y que sirvan, para los camaradas

que no lo han tenido, como un acercamiento agradable a esa fascinante ciencia que es

la Historia.

Atte. Secretaría De Formación Política e Ideológica del CN

2

Las luchas de los pueblos 1

Introducción

1 Dos concepciones de la Historia

Cuando empleamos la palabra “Historia” podemos referirnos a los acontecimientos

que han tenido lugar en el pasado o a la narración de los mismos. Ahora bien, toda

narración de sucesos pasados, ya sea oral o escrita, supone una interpretación de tales

sucesos. La Historia escrita no es un retrato fiel de lo acontecido. El historiador plasma

en el papel lo que él o las personas a quienes consultó percibieron, o lo que otros

cronistas percibieron. Además de esto, de que tiene acceso sólo a algunos aspectos de

la realidad, el historiador decide cuáles de estos aspectos son importantes, cuáles han

de ser plasmados y cuáles olvidados: hace su propia interpretación de los hechos.

Aunado a lo anterior tenemos que, ya sea consciente o inconscientemente, el

historiador, al hacer su interpretación, suele privilegiar el punto de vista de la clase

dominante o del grupo vencedor. Así, los historiadores de la burguesía suelen centrar

su atención en héroes y caudillos (personalidades) que encarnan los valores

democráticos burgueses. Presentan a la sociedad como masas inconscientes que

siguen ciegamente a los líderes, quienes aparecen como el prototipo humano

indiscutible. Es una Historia de buenos y malos que no sólo oculta, sino que niega la

lucha de clases como motor del cambio social. Está de más señalar que esa es la

interpretación que intentaremos evitar en el presente curso.

La interpretación de la Historia que nos interesa es aquella conocida como

“interpretación crítica”. No deja de ser una interpretación, pero su mayor objetividad

radica en que tiene como base teórica el materialismo histórico. Algunas diferencias

entre la interpretación oficial o burguesa y la crítica son las siguientes:

La interpretación oficial niega la existencia de leyes que determinen el devenir

de los pueblos. La crítica acepta la lucha de clases como motor de la Historia

(ley dialéctica aplicada a la Historia).

La interpretación oficial tiende a la parcelación de la Historia, tomando los

hechos como independientes entre sí y resaltando las diferencias entre las

Historias de los diferentes pueblos, tiende al estudio de Historias nacionales. La

interpretación crítica, sin negar las particularidades de cada sociedad, intenta

meterlas en un conjunto histórico armónico, regido por leyes que subyacen a

las particularidades. La interpretación oficial exalta las diferencias, la crítica

busca similitudes.

La interpretación oficial centra su atención en personalidades, la crítica en

clases o en pueblos.

3

La interpretación oficial, al no prestar atención a la lucha de clases o negarla,

presenta el acontecer histórico como azaroso. Los hechos son fortuitos o

dependen de la visión y la voluntad de tal o cual héroe o de las ideas de ciertos

pensadores. La interpretación crítica ve como motivo de los cambios históricos

las relaciones entre personas, el cambio en las relaciones de producción, la

lucha de clases y el desarrollo de los medios de producción.

Al considerar los hechos históricos como fenómenos aislados, la Historia oficial

resulta sólo una acumulación de datos y fechas. Es una Historia muerta. La

interpretación crítica pretende mostrar la estrecha relación de los sucesos

entre sí y de estos con la realidad, con el presente, como aquello que lo

determina. Es una Historia viva de la humanidad, que se hace patente en

nuestro presente y que debe ser usada como una guía para el futuro. Es

nuestra experiencia colectiva.

La periodización en la interpretación oficial depende de hechos fortuitos o

aislados, de grandes acontecimientos que, si bien han marcado la historia, no

guardan una relación que pueda sugerir un criterio objetivo. Estos periodos

son: prehistoria, antigüedad, edad media, edad moderna y época

contemporánea. La periodización en la interpretación crítica toma como

criterio los cambios en las formaciones económico-sociales. No atiende a

fechas exactas, sino al cambio en la vida de las sociedades.

2 Las formaciones económico-sociales

“Formación económico-social” es un concepto estrechamente ligado al de “modo de

producción” pero más abarcador que este.

Las fuerzas productivas aunadas a las relaciones sociales de producción1 forman el

modo de producción. Tales aspectos económicos forman la base o estructura de la

sociedad, mientras que aspectos como la política, filosofía, moral, legislación, religión,

arte, etc., forman la superestructura.

Estructura y superestructura, juntas, constituyen una formación económico-social.

La historia de la humanidad es una sucesión de formaciones económico-sociales que

comienzan en la comunidad primitiva y deben desembocar en el comunismo.

Las formaciones económico-sociales transcurridas hasta ahora son las siguientes:

Comunidad primitiva (o comunismo primitivo).

Modo de producción asiático (o despotismo tributario).

1 Fuerzas productivas son los instrumentos de producción, la técnica al servicio de la producción y los

propios trabajadores. “Relaciones sociales de producción” se refiere al lugar que ocupan los distintos grupos (clases sociales) en el proceso productivo.

4

Esclavismo.

Feudalismo.

Capitalismo.

El periodo histórico al que nos abocaremos en este curso se encuentra dentro de la

formación económico-social capitalista, la última de lo que Marx denomina “la

prehistoria de la humanidad”. Antes de entrar de lleno al estudio de esta formación

daremos un breve repaso de las anteriores. Para el efecto, se presenta un texto

extraído del libro De la prehistoria a la historia2, que trata sobre las formaciones pre

capitalistas y de cómo fue el paso de las inferiores a las superiores.

Las formaciones precapitalistas

Marx sostenía que la historia universal, como historia común de los distintos pueblos, no

comienza sino con el capitalismo, es decir con el mercado capitalista mundial.

Sin embargo debemos notar que desde antes de la formación de este mercado mundial, la

vida social de los hombres no dependía solamente de la evolución interna de la comunidad a la

que pertenecían, pueblo, ciudad, tribu o imperio. Esta vida social estaba influida también por

contactos, efectos e influencias a larga distancia: reagrupamientos político-militares; sistemas

culturales religiosos; migraciones; gran comercio; circulación de las técnicas; grandes viajes. Estas

sociedades precapitalistas no vivían replegadas sobre sí mismas; y en sectores esenciales de su

propia vida social mantenían intercambios y eran, en definitiva, interdependientes “Pero estas

relaciones lejanas no eran sino discontinuas, parciales, marginales sobre todo… más que nada, al

no alterar las estructuras económicas de base, no están fundadas, como en el capitalismo, en una

necesidad estructural”3.

Precisamente esta cita, que nos muestra la importancia de la imposición capitalista, nos puede

explicar en algo el llamado eurocentrismo: la universalidad impuesta por el capitalismo europeo;

por qué de parcial ha venido a ser total.

El estudio de las formaciones precapitalistas nos ayuda a destruir el mito de la inmutabilidad

de las sociedades; nos orienta en el profundo sentido de la historia y al mismo tiempo nos

muestra tanto la riqueza cultural de los pueblos, como el por qué de sus grandes

transformaciones. *…+

La comunidad primitiva

Según refiere Engels en un conocido estudio, la vida surgió en la tierra hace unos 900 millones

de años4, y los primeros hombres aparecen como producto de su evolución, hace

aproximadamente un millón de años5. La humanidad ha recorrido un largo camino, iniciado con

2 Colmenares, Ismael, Delgado, Arturo, Gallo, Miguel Ángel, Et al. , De la prehistoria a la historia, México,

Ed. Quinto sol, 1990. Págs. 68-74. 3 Chesneaux. ¿Hacemos tabla rasa del pasado?, México, Siglo XXI.

4 Hoy sabemos que la vida surgió a mediados del precámbrico, hace unos 3 500 millones de años.

5 Los restos de los más antiguos antecesores del hombre conocidos (ramapithecus y australopithecus)

datan de hace unos 15 millones de años. Sin embargo, el homo sapiens sapiens (hombre de Cro-Magnon) del que desciende todo el género humano vivió apenas hace unos 45 000 años. Esta nota y la anterior se basan en información extraída del libro La vida antes del hombre, México: Time Life. 1979. Ambas notas de la Secretaría de Formación Política de la JCM.

5

la transformación del mono en hombre, y continúa durante miles de años en los cuales crea y

perfecciona sus instrumentos de trabajo, a la par que evoluciona su mente formando varios tipos

de sociedades.

La primera formación económico-social en la historia fue la Comunidad Primitiva,

caracterizada por el escaso conocimiento del hombre sobre la naturaleza y el consiguiente bajo

desarrollo de las fuerzas productivas, lo que obliga a los hombres a poseer en común los medios

de producción. Derivado de ello tenemos la no existencia de las clases sociales y por esto mismo

la igualdad social. La Comunidad Primitiva comprende dos etapas, señaladas por el tipo de

instrumentos de trabajo tanto como por las actividades económicas fundamentales; éstas son: el

Salvajismo donde predominan la apropiación de satisfactores que se toman directamente de la

naturaleza (recolección, pesca y caza); la Barbarie, en que se comienza la producción agrícola y el

pastoreo, actividades que generan plusproducto o excedente económico. En esta segunda etapa

se desarrollan una serie de instrumentos productivos que señalan avances importantes en el

dominio de la naturaleza; tal es, por ejemplo el caso de la utilización del hierro; aparecen las

primeras divisiones sociales del trabajo y el intercambio de productos mediante el trueque. Las

formas de organización social sufren también varias trasformaciones que, sin embargo, no llegan

más allá de los gobiernos tribales patriarcales. La religión y el arte, derivados del escaso

conocimiento de la naturaleza tienen lógicamente características primitivas: fetichismo,

totemismo en aquella; pinturas rupestres, adornos y las primeras danzan en el caso del arte.

La agricultura y el pastoreo señalan el paso del nomadismo al sedentarismo, al tiempo que en

el seno de dichas sociedades se gestarán las condiciones económicas que engendrarán la

destrucción de la Comunidad Primitiva.

La creciente división del trabajo derivada del incremento de las fuerzas productivas y el

intercambio de productos cada vez mayor, fueron desbordando el marco de la propiedad

comunal. Al ir desapareciendo la necesidad del trabajo en conjunto se ve reemplazado por el

trabajo familiar e individual, el cual engendrará la propiedad privada y con ella las clases sociales.

Con las guerras6 se desarrolla paralelamente el esclavismo, al que se ven sometidos los

derrotados; poco a poco crecen las diferenciaciones sociales que resultan en la lucha entre las

mismas. Se hace así necesaria la aparición del Estado como un órgano opresivo de la clase

explotadora. La comunidad primitiva ha llegado a su fin.

Aun cuando las tradiciones y leyendas e incluso algunas obras literarias nos han dejado bellas

descripciones de lo que pudo ser la Comunidad Primitiva, llamándole Edad Dorada o Paraíso

Terrenal, en realidad creemos necesario desterrar esta idílica típica también de Rousseau y su

tesis del “Buen Salvaje”. Si bien el trabajo en común, propio de aquella edad nos muestra que el

egoísmo es solamente producto de la aparición de clases y no algo inherente al hombre, y que

por lo tanto no sólo es posible sino deseable aspirar a una igualdad social cuyo ejemplo lo

tendríamos en esa Comunidad Primitiva, en definitiva aquello no debió ser paradisíaco: el

desconocimiento de la naturaleza, la dura lucha cotidiana por la existencia, la precariedad de las

condiciones materiales no son deseables…

A partir de la aparición de las clases sociales y del Estado, tenemos dos posibles vertientes del

desarrollo histórico: el modo de producción asiático o despotismo tributario, y el modo esclavista

clásico. Al parecer, una de ellas –posiblemente la más antigua– corresponde al modo de

6 Las guerras existieron desde antes de la aparición de la propiedad privada, aunque su función era

diferente. En estas guerras no se capturaban prisioneros, pues solamente en las sociedades que generan plusproducto es posible utilizar esclavos. (Nota del autor)

6

producción asiático, característico de sociedades de Asia, África y América Latina, si bien esta

afirmación es menester matizarla, dado que las civilizaciones americanas no tienen tal

antigüedad, siendo básicamente posteriores o contemporáneas de la esclavista clásica. Del

despotismo tributario se pueden señalar como ejemplos las sociedades hindúes, persas, árabes y

egipcias, así como varias prehispánicas (aztecas, incas, etc.).

Modo de producción asiático

Centro de un gran debate en nuestros días, este tipo de sociedad es importante para nosotros

por dos causas que señala Roger Bartra: es una doble categoría estructural (modo de

producción), y nos permite comprender las causas del desequilibrio económico-político que frenó

el nacimiento autónomo del capitalismo en vastas regiones del mundo7.

Son varias las características de este tipo de formación económico-social:

Persisten las comunidades, aunque se desarrollen la propiedad privada y las clases sociales. Estas

comunidades o aldeas son, además, autosuficientes debido en gran parte al hecho de que no se

realiza en su seno la diferenciación entre manufactura y producción agrícola.

El estado, situado por encima de las comunidades, se desarrolla como unidad económica y

política aglutinante y, al contrario de lo que sucede en Europa occidental en la transición de la

Comunidad Primitiva al esclavismo, aquí no se disuelven las comunidades con la aparición de la

propiedad privada y el Estado.

Si bien en algunas sociedades que caben en la categoría del modo asiático de producción el

Estado estuvo ligado directamente a la organización de grandes obras de riego, ello no debe ser

un elemento básico de interpretación, pues nos llevaría a un determinismo geográfico que, por lo

demás no aclararía casos como el del Imperio Azteca.

Un breve enlistado de las funciones estatales en este tipo de sociedad, nos aportaría datos

significativos. Para Marx, en estos Estados aparecen tres funciones básicas: finanzas (pillaje

interior), guerra (pillaje exterior) y obras públicas como templos, carreteras, etc. Otras funciones

serian el control de la rotación de tierras; mantenimiento de carreteras y control de seguridad;

protección militar de las aldeas contra incursiones provenientes del exterior; toma de posesión

por parte del Estado, de ciertos sectores productivos que sobrepasan las posibilidades de las

comunidades; por ejemplo, minas y metalurgia.

Otra característica esencial es la extracción de tributos a las comunidades por parte del

Estado, lo que ha llevado a la denominación alternativa de despotismo tributario para estas

sociedades, junto a la de modo de producción asiático. Este Estado, además, aparece como

apropiador del producto mediante los tributos, y al mismo tiempo el vendedor de dichos

productos (lo que Marx llamó pillaje interior).

Las sociedades que desarrollaron este modo de producción se caracterizaron además por su

larga existencia como tales: el despotismo tributario es extraordinariamente retardatario y, al

parecer sólo fue roto por la violenta irrupción del capitalismo europeo, a partir del siglo XVI,

hasta el siglo XIX.

El estado tiene una forma despótica y centralizada, junto al cuál la religión juega un papel muy

importante; existe ya una división rígida de clases, así como esclavos, aunque estos (al contrario

7 Bartra, Roger. El modo de producción asiático. Problemas de la historia de los países coloniales.

México: ERA. 1980.

7

del esclavismo clásico) no cargan en sus hombros el peso de la mayor creación de riqueza social.

Existen entonces antagonismos de clases, aunque planteados en forma diferente al esclavismo

clásico. Se puede aquí hablar de “esclavitud generalizada”, dado que, de hecho, todos los

miembros de las comunidades son explotados por las altas clases sociales, sin embargo,

recordemos que los miembros de las clases dirigentes sólo tienen un “poder de función”; es

decir, no participan de la explotación directa a título personal, sino que lo hacen como parte de

una institución.

Las grandes construcciones, la religión y sobre todo el arte alcanzan en estas sociedades una

altura muy elevada, puesto que se dan las condiciones de división del trabajo en las cuales una

clase se ve obligada al trabajo pesado, en tanto que otra, que vive en el ocio, se dedica al cultivo

de las actividades intelectuales. La casta sacerdotal, monopolista del conocimiento astrológico y

astronómico, se convierte en árbitro de la agricultura; en varias civilizaciones los templos

funcionan como grandes almacenes de grano. Los sacerdotes coordinan también la edificación de

construcciones religiosas, así como el calendario de festividades, muchas veces relacionadas con

actividades económicas (por ejemplo, los ciclos agrícolas).

El esclavismo clásico

En Europa Occidental (originalmente entre griegos y después entre los romanos), se llevó a

cabo un desarrollo diferente, en esencia, al despotismo tributario: el que siguió el camino hacia la

formación económico social esclavista. En este caso tenemos el típico desarrollo histórico que

pasando por el feudalismo llevará hacia el capitalismo.

Las relaciones de producción en el esclavismo tenían como base la propiedad privada tanto de

los medios de producción como de los propios esclavos. Aquí el peso fundamental de la

producción de la riqueza social recaía directamente en los esclavos que formaban la mayor parte

del total de la población en estas sociedades. Apareció la gran hacienda esclavista, donde se

daban a estos trabajadores el peor de los tratos. El amo no tenía ninguna obligación con los

esclavos, a los que se consideraba como simples “instrumentos parlantes” (Aristóteles). El trabajo

esclavista es, por definición, un trabajo forzado; la más brutal forma de explotación del hombre

por el hombre.

Y pese a todo, el mundo helénico y después en menor grado el Imperio Romano alcanzan

importantísimos logros en todos los terrenos: la organización política, las leyes, la religión, la

arquitectura y escultura, la literatura, la filosofía y ciencias como las matemáticas y la geometría.

Las bases sobre las que se asienta la cultura occidental aún tienen mucho de estas civilizaciones.

Pero la formación esclavista tenía indisolubles contradicciones que repercutían en el resto de

los aspectos y que al paso de los siglos se agudizaría en todos los sentidos: primero vino la

decadencia de los griegos e incluso su sometimiento a manos del pueblo romano que, como

tantas veces ha sucedido en la Historia, tomará muchos de los elementos culturales helénicos

para edificar su propia civilización. El Imperio romano, que abarcará en su dominio a la mayor

parte de los territorios europeo occidentales, irá gestando en sus entrañas una serie de

contradicciones indisolubles que combinadas con los procesos crecientes de desarrollo de los

pueblos bárbaros, acabarán en el cataclismo de la formación social esclavista.

La sobreexplotación de los esclavos propiciará frecuentes levantamientos, el más trascendente

de los cuales fue el de Espartaco (73-71 A.C.).Al mismo tiempo la gran cantidad de esclavos fue

resultando antieconómica, derivándose de este factor una institución como el colonato, en el

cual el esclavista “liberaba” a sus esclavos otorgándoles un pedazo de tierra para que la

trabajaran a cambio de la renta en trabajo y especie (primer antecedente del feudalismo).

8

En la época del Imperio Romano aparece el cristianismo, que en sus inicios planteará

profundas reivindicaciones igualitarias, extendiéndose así entre los diversos sectores explotados

y convirtiéndose en una religión revolucionaria que de alguna manera contribuye también a la

crisis de Roma.

Por otro lado la excesiva carga económica que significaba el Estado romano, con sus

escandalosas dilapidaciones, y más adelante el peso de la Iglesia Católica ya formando parte de

Roma acarrearían demasiados gastos que se cargan a los contribuyentes romanos (artesanos,

pequeños propietarios, pequeños comerciantes) y sobre todo a los pueblos sometidos por el

Imperio. Ello trae como consecuencia un empobrecimiento general; retroceso del comercio y la

producción; decadencia de las ciudades e incluso descenso de la población.

Podemos establecer una cronología de este proceso de decadencia que llevaría al fin del

esclavismo como modo de producción dominante:

Rebelión de los esclavos, encabezados por Espartaco, 73-71 a.C.

Crisis económica y política (siglos I y II); comprende el colonato como una de sus

características esenciales.

Del siglo III en adelante. Crisis política acentuada con el militarismo y la separación

gradual de las provincias, así como la naturalización de la economía. Se va dejando atrás

el uso de la moneda y se vuelve al trueque. Regresión económica general.

Siglo IV. Separación, por Teodosio, en dos imperios romanos: El Oriental, con capital en

Constantinopla; y el Occidental, con Roma como sede. Lucha entre éstas; al tiempo que

se generaliza la crisis a todos los niveles. Final Caída de Roma 476 d.C.

El gran crecimiento demográfico de los pueblos bárbaros chocará con el decadente imperio,

propiciando el derrumbamiento del modo esclavista de producción y la lenta formación del

siguiente tipo de sociedad: el feudalismo. Tres son los componentes históricos que en simbiosis

no exenta de contradicciones sentarán las bases del feudalismo: los pueblos bárbaros, la iglesia

católica y los restos de la cultura grecorromana.

Feudalismo

“El feudalismo es el régimen característico de la Edad Media europea. Su importancia ahí

radica en que constituye la forma en que nacerá el sistema predominante hoy en la mayor parte

del mundo, el capitalista; en otras regiones, el feudalismo, con características muy semejantes al

europeo, tiene una estabilidad mucho mayor”8

La cronología que los historiadores proponen para el feudalismo comprende tres grandes

períodos:

1. Periodo de formación, o fase inicial del Medievo. Del siglo V a principios del siglo del XI.

El primer periodo es aquel de simbiosis entre los bárbaros, la Iglesia y la cultura

grecorromana; aquí aún no se separan los oficios de la agricultura ni alcanza desarrollo

el comercio. Las ciudades prácticamente no existen; hay una supervivencia aún de las

tierras comunales de aldeas y la sociedad en general es inestable y amorfa…

2. Segundo periodo. Época del desarrollo del feudalismo. Los oficios se separan por 2ª vez

de la agricultura y se forman ciudades como centros del comercio y la producción

artesanal. Siglo XI-XV. En el segundo periodo se inicia el desarrollo de esas estructuras

8 Brom. Esbozo de Historia Universal. Méx. Edit. Grijalbo.

9

básicas del feudalismo, aunque aparecen otras de carácter más dinámico que a la larga

acarrearían su destrucción. Esta es la etapa iniciada con el desarrollo de los oficios

separados de la agricultura, y como consecuencia el crecimiento de las ciudades con las

consiguientes actividades artesanales y mercantiles. Del siglo X al XIII se solidifica el

dominio de la Iglesia, planteándose la cuestión de las investiduras (lucha por el poder

entre el Papa y los emperadores), definida a favor del clero. Por otro lado, en el siglo XII

se establece la inquisición como poderoso instrumento represivo y que evitará en

mucho el desarrollo cultural.

3. Tercer período. Final del Medievo. Descomposición de las relaciones feudales y

nacimiento de las relaciones capitalistas. Del siglo XV hasta mediados del XVII.

En la primera etapa del feudalismo las relaciones de producción feudales se asientan en el feudo

como célula económica, constituido por la gran propiedad territorial en manos del señor feudal,

el que cederá como renta a los campesinos ciervos cierta cantidad de tierra, a cambio del pago

en especie y trabajo por parte de estos. La agricultura es la principal actividad económica, y en el

seno del feudo se produce prácticamente todo lo que se necesita; como consecuencia de estas

economías naturales o autárquicas hay un escaso desarrollo comercial e incluso un limitado uso

de la moneda.

Las clases principales de esta formación feudal son: los clérigos y los nobles, poseedores de los

medios de producción, que controlan el Estado, la religión y el orden social; las capas medias al

principio muy débilmente formadas (comerciantes, artesanos y pequeños propietarios); y

finalmente los campesinos siervos, sobre quienes recae el peso fundamental de la producción.

Estos siervos se encuentran en mejores condiciones de trabajo con respecto a los antiguos

esclavos, aunque son, de otra forma, mano de obra explotada. El siervo goza ya de mayor

libertad personal y, al poseer algunos bienes, realiza su trabajo con mayor interés.

Si bien los feudos forman la unidad económica del feudalismo, es importante señalar que son

también la célula política, sobre la que se establecerán en unidades mayores los reinos (conjunto

de feudos en un territorio determinado) y los imperios (conjunto de reinos). La monarquía feudal,

sin embargo, no integra un gobierno fuerte y estable debido a que no había una efectiva

centralización de poder, pues los señores feudales eran de hecho autónomos en sus territorios.

De ahí que dos elementos serán clave para comprender mejor la necesidad de unificación

política: el vasallaje y la iglesia.

El vasallaje es la aceptación de obediencia que se brinda al superior inmediato, tanto como

mediato, es el acatamiento de su autoridad y el apoyo militar que debe brindársele en caso de

guerra. Rinden ahí vasallaje los siervos a los señores, los señores al rey, y este al emperador,

formando una rígida cadena de autoridad y obediencia. La tendencia a la formación de imperios a

la manera de la antigüedad clásica es notable en el feudalismo, aunque estos se edificarán sobre

bases económicas y políticas siempre endebles, como en los casos de Carlomagno y

posteriormente Carlos V. La iglesia, con su carácter universalista, logró cierta solidificación entre

todas estas unidades mediante el poder económico, político e ideológico.

Aunque en el feudalismo se logra en algunos aspectos cierto desarrollo de las fuerzas

productivas, la tendencia más general es hacia el estancamiento, sobre todo en la Alta Edad

Media. El arado de hierro, el molino de mano y el de viento favorecen el progreso, aunque no

totalmente compensado con las grandes necesidades de la época.

La cultura feudal es básicamente religiosa, predominando el Escolasticismo, que por medio de

especulaciones racionales pretende conciliar los conocimientos transmitidos de los filósofos

10

griegos, con la Biblia. La observación directa y la experimentación prácticamente no existen,

anteponiéndose la fe a la razón como medio del conocimiento.

Predomina el arte románico y el gótico, básicamente teocéntricos. Así mismo en la astronomía

se siguen las tendencias geocéntricas de Ptolomeo.

Hacia el advenimiento de la Baja Edad Media se inicia el desarrollo paulatino de las ciudades y

por consiguiente de la producción artesanal y el comercio: las contradicciones entre el campo y la

ciudad irán tomando caracteres cada vez más fuertes, a la par que una serie de catástrofes

sociales van minando los cimientos del viejo edificio feudal: pestes, plagas, hambrunas y

rebeliones campesinas irán socavando a la sociedad. Pero tal vez ningún factor influirá tan

corrosivamente como el propio desarrollo de las fuerzas productivas que en sí mismo abriga el

del comercio, las ciencias y el arte, las nuevas ideas filosóficas, políticas y religiosas.

En un principio las ciudades feudales no fueron un elemento extraño al sistema, dado que

muchas de ellas se fundaron precisamente por nobles, reyes o por el clero. Estas pequeñas

unidades cabían perfectamente dentro de la estructura feudal e incluso dependían políticamente

de las propias clases explotadoras, quienes se auto nombraban máximas autoridades, exigiendo

así diversas contribuciones, regulando el comercio y la producción.

Sin embargo, el paulatino crecimiento de las fuerzas productivas, la apertura de nuevos

mercados, y la creciente mercantilización de la economía engendrarían un sostenido desarrollo

que al paso del tiempo antagonizaría los intereses del campo y la ciudad. La creciente

mercantilización del sistema penetrará también a las relaciones en el campo, obligando a los

feudales a exigir el pago de la renta en dinero, o incluso “liberando”, mediante un pago en

metálico, a los siervos.

Conforme la producción crecía, a tono con una mayor demanda de productos, en el seno de

las ciudades los artesanos se agrupan en gremios, mientras que los comerciantes hacen lo propio,

llamando guildas a sus organizaciones; en ambos casos se busca proteger los intereses propios,

cada día más opuestos a los de las viejas clases feudales. Resultado de estas contradicciones son

las luchas que los habitantes de las ciudades entablan contra la nobleza, derivándose de estas, en

muchas ocasiones, un proceso de independencia política de las ciudades. Pero quienes

encabezaban estas luchas emancipadoras son precisamente los comerciantes burgueses que

mediante el comercio y la usura explotan a los artesanos. Las ciudades, en esta forma, no

integran bloques monolíticos, sino que albergan dentro de ellas una serie de fuertes

contradicciones: entre comerciantes y nobles, entre aquellos y artesanos; entre maestros,

oficiales y aprendices.

Como hemos señalado, la burguesía logrará enriquecerse gracias al desarrollo del comercio,

pero también de la usura, logrando penetrar hasta los sectores claves de la economía feudal,

dado que organiza no sólo algunas importantes rutas como la del Norte, la del Rhin, la

Mediterránea, sino también agrupaciones comerciales poderosas, como la Hansa.

El comercio se establece así en todos los niveles: al interior de los feudos; en las ciudades;

entre aquéllos y éstas; en las rutas comerciales; en las ferias, etc.; provocándose paulatinamente

una mercantilización y monetarización de la economía que hasta entonces había sido natural.

Con las cruzadas en la segunda etapa del feudalismo, se establecen poderosos vínculos

comerciales entre Oriente y Europa, generalmente aprovechados por los mercaderes italianos

que revitalizan el Mar Mediterráneo como escenario principal del comercio.

11

Los bancos, la contabilidad, las rutas comerciales, las ferias y las ligas son ya una estructura

comercial formada; y todo ello es obra de la burguesía que paulatinamente se hace consciente de

que sus intereses son profundamente contradictorios a la estructura feudal.

La caída de Constantinopla en poder de los turcos provocará la necesidad de la apertura de

nuevas rutas comerciales, cuyas consecuencias contribuirán decisivamente a la caída del

feudalismo.

3 El paso del feudalismo al capitalismo

La transición del feudalismo al capitalismo ocurrió entre múltiples factores

determinados por el desarrollo del comercio y el subsecuente desarrollo de las fuerzas

productivas.

Cuando no hay mercado para un producto no hay estímulo para producir de este

más de lo indispensable. Esta fue la situación reinante durante la primera parte de la

época feudal. La producción era de autoconsumo. Cada feudo producía lo que le era

indispensable para subsistir; era económicamente autosuficiente. En esta primera

etapa del feudalismo era incluso poco común el uso de moneda. Los siervos y sus

familias, en sus propias casas, producían los artículos de uso cotidiano. Si tenían alguna

vez excedentes los intercambiaban con sus vecinos, o en el mercado semanal, por lo

que les faltara.

En el segundo periodo del feudalismo (entre los siglos XI y XV) esta situación

cambió. El desarrollo del comercio y de las fuerzas productivas llevó a una crisis en

toda la estructura feudal. Crisis larga que duró del siglo XV al XVIII y termina con las

revoluciones que marcan la conquista del poder político por parte de la burguesía.

Entre los múltiples factores que jugaron un papel determinante en la transición del

feudalismo al capitalismo podemos mencionar los siguientes:

Desarrollo del comercio.

Crecimiento de las ciudades.

Manufactura.

Mercantilismo.

Absolutismo y Estado nacional.

Descubrimiento y conquista de nuevos territorios.

Renacimiento.

Reforma y guerras campesinas.

Acumulación originaria.

revolución agrícola.

Revolución industrial.

12

A continuación presentamos un texto extraído del libro De la prehistoria a la historia9

que ilustra claramente algunos de estos factores.

Transición del feudalismo al capitalismo

(Introducción del capítulo 3 “Con el capital el mundo se hizo redondo” del libro De la prehistoria

a la historia.)

Cuando hablamos de la transición del feudalismo al capitalismo nos referimos a un proceso que

tiene lugar en Europa Occidental aproximadamente del siglo XV al siglo XVIII, aunque en algunos

países hubo variaciones en cuanto a tales límites cronológicos, ocurriendo antes o terminando

después.

Si bien el análisis histórico de cualquier proceso de transición de una formación social a otra

presenta cierto grado de dificultad, en el caso del período que nos ocupa la complejidad es aún

mayor. Varias son las razones: a) la intervención de un mayor número de factores de diversa

índole; b) el hecho de que el paso al capitalismo es un proceso histórico prácticamente mundial,

aunque con características propias en cada lugar. Lo que facilita dicho proceso son los

descubrimientos y colonización de América y África, así como los lazos tendidos sobre Asia; tal

circunstancia provoca una división entre metrópolis y colonias que coincide con un desarrollo

clásico en Europa y uno deformado en los territorios sometidos; y c) la existencia de una mayor

cantidad de información sobre la época, en relación con los modos de producción anteriores,

aunque facilita por un lado la labor del historiador, por el otro la hace más polémica, en tanto

que se formulan diversas interpretaciones.

Este es un período en extremo significativo el cual nos permitirá, incluso, comprender el

momento histórico actual. En esta parte de nuestro estudio, al igual que en las anteriores, se

manifiestan choques violentos entre poseedores y desposeídos, en una palabra, se agudiza la

lucha de clases. Y es que cada nueva clase social dominante establece su dominación sobre una

base cada vez más amplia, en relación al dominio ejercido por la anterior; pero al mismo tiempo,

en la medida en que vemos sucederse en la historia la sustitución de una clase dominante por

otra, se hace más dramática y aguda la contradicción entre la clase desposeída y la nueva clase

detentadora de la riqueza. Ambos elementos: el dominio material e intelectual de una clase

sobre otra y la contradicción progresivamente irreconciliable que se produce entre estas clases,

generan una respuesta más resuelta, más radical, más revolucionaria, que en los estados sociales

anteriores por parte de la clase explotada.

En la transición del feudalismo al capitalismo la lucha de clases tiene como protagonistas, por

un lado, a los señores feudales, emperadores, reyes, príncipes, es decir, a la nobleza en general.

Así mismo, está presente la iglesia con sus distintas jerarquías; por otro lado, tenemos a la clase

explotada donde se encuentran los siervos de la gleba, colonos, aparceros, los artesanos y

obreros y, como germen de la nueva clase dominante burguesa, los arrendatarios capitalistas,

comerciantes, empresarios y manufactureros. El ámbito social y geográfico está delimitado en

Europa y particularmente en Europa occidental. Es aquí donde se van gestando formas concretas

y específicas de Estados nacionales. Es al interior y al exterior de ellos donde se propone y se

promueve el nuevo proyecto de política económica: el mercantilismo. Así, el nuevo método de

producción se va consolidando paulatinamente, hasta constituirse, hasta acuñarse

definitivamente como el nuevo modo de producción: el modo de producción capitalista (MPC).

9 Colmenares, Ismael, Delgado, Arturo, Gallo, Miguel Ángel, Et al. , De la prehistoria a la historia, México,

Ed. Quinto sol, 1990. Págs. 137-148.

13

Es válido preguntarse antes de entrar de lleno al estudio de los siglos XIV, XV, XVI y XVII;

¿Cuáles fueron las contradicciones que al hacerse insostenibles dieron origen al MPC? Para

algunos autores como Marice Dobb, fueron elementos internos los determinantes de la

destrucción del modo de producción feudal (MPF). Según estos autores, lo que hizo posible el

paso del feudalismo al capitalismo, fue la destrucción de las relaciones de señoríos y servidumbre

(aquí feudalismo equivale a servidumbre). Para otros como Zweezy, los elementos disolventes

del feudalismo son externos, tales como: enclaves comerciales que fueron desarrollándose en las

ciudades. Es pues, la destrucción de los gremios en las ciudades y la repercusión de este hecho en

el medio rural, lo que produjo el derrumbe del feudalismo. Aquí feudalismo tiene que ver con la

organización de los gremios y su consecuente desestructuración.

Sin embargo, no es la elección de uno y otro enfoque lo que no daría una satisfactoria y

convincente respuesta a este aparente callejón sin salida. Debemos dejar asentado que lo que se

da es una interacción de ambos tipos de elementos. Esta última consideración es la que parece

estar más acorde con la búsqueda de objetividad en la comprensión de los aspectos que inciden

en este período de transición, mismo que desembocará en el actual modo de producción

capitalista, el cual se erige como la expresión más acabada de la explotación, el dominio y la

manipulación. Hemos de proceder a analizar, entonces, las contradicciones generadas por el

feudalismo, pero no de una manera simplista y mecánica, sino tratando de interrelacionar los

aspectos estructurales y superestructurales. De igual forma, habrá que ahondar –hasta donde sea

posible– en las contradicciones que subyacen a toda formación social o proceso histórico donde

están implicadas sujeciones económicas, políticas y sociales de una clase sobre otra; así como sus

correlativos proyectos culturales, que de hecho pueden jugar un doble papel: a) reproductores y

reforzadores de esas sujeciones de las que hacíamos mención; o bien, b) elementos de

subversión en un momento determinado.

Características del Capitalismo

En la etapa de transición se gestarán las condiciones históricas que hicieron posible la

implantación del capitalismo, el cual aún predomina a nivel mundial. Este sistema presenta una

serie de características generales, las cuales se han ido desarrollando de acuerdo a las etapas por

las que ha pasado.

Entre las características fundamentales del capitalismo está el uso y explotación que de

manera predominante se hace de la mano de obra asalariada. Los principales productores de la

riqueza material en el régimen capitalista se hallan desprovistos o carecen de cualquier medio de

producción para satisfacer para sí mismos sus necesidades vitales; por ello se ven orillados a

vender “libremente”, y como una mercancía, su fuerza de trabajo a los patrones o empresarios a

cambio de un salario. A su vez, esa condición libre de los asalariados facilita su adiestramiento a

través de la educación laica burguesa, adecuándolos a la explotación capitalista al convertirlos en

obreros más despiertos para el manejo de las modernas máquinas y a tono con las exigencias

técnicas. Este tipo de trabajadores asalariados que requiere de manera masiva el funcionamiento

del capitalismo, se creó esencialmente durante la Acumulación Originaria de Capital.

Otra de las características destacadas del sistema capitalista es la producción generalizada de

mercancías dirigida hacia el mercado. La producción de autoconsumo o limitada y simple de

mercancías que imperaba antes del capitalismo es sustituida durante este régimen por una

producción masiva destinada a un mercado interno o externo. Los productores ya no lo hacen

para sí mismos o para un intercambio pequeño o para un comercio de escasa magnitud;

producen, como asalariados al servicio de los patrones, bienes en mayor cantidad para venderse

14

como mercancías en el mercado. Ahí concurren los vendedores y compradores que son

fundamentalmente el proletariado y los mismos capitalistas.

Para hacer posible la producción generalizada de mercancías en el capitalismo se requería de

varios factores: un mercado nacional o interno de cada país, integrado principalmente por la

masa de compradores potenciales, los propios asalariados; un mercado externo o mundial, que

estaría compuesto por la demanda de otros países o colonias; una transformación de los medios

de producción y métodos de trabajo, que tendría lugar por medio de la gran Revolución

Industrial, el paso de la manufactura a la maquinofactura, los avances científicos, la

modernización tecnológica y el desarrollo de la división social del trabajo. Todos esos factores

tienen sus antecedentes en la etapa de transición al capitalismo, pues en ella el mercado interno

se constituiría con la formación del ejército industrial de reserva, el mercado exterior, con el

descubrimiento y dominio de nuevas colonias y la modernización técnica y científica de los siglos

XVIII y XIX con las grandes inversiones y fortunas producto del saqueo de las colonias sojuzgadas.

Por otro lado, una de las características sobresalientes del capitalismo, y que constituye al

mismo tiempo una de las leyes medulares que rigen el funcionamiento de este sistema

económico, es la plusvalía. La obtención de ésta representa el resorte clave que mueve a la

burguesía en su afán desmedido de acumulación de capital. Viene siendo la forma que adopta la

ganancia producida por el obrero para el patrón; es decir, la forma que asume la explotación del

proletariado industrial y agrícola por los capitalistas. Consiste en el tiempo de trabajo no

remunerado al obrero; ello equivale a no pagar a éste una parte del nuevo valor que genera en la

elaboración de mercancías durante una determinada jornada de trabajo; la parte no retribuida

del trabajo del obrero se la apropia el capitalista en calidad de ganancia, convirtiéndose en

dinero al momento de la venta o realización de las mercancías.

El despojo del que es víctima el obrero se repite una y otra vez multiplicando las ganancias del

capital. Además, como una buena proporción de tales ganancias se reinvierte aumentando el

número de trabajadores o modernizando o ampliando la empresa, la explotación de los obreros y

la generación de plusvalía se incrementan. Hay que añadir que los capitalistas recurren a varios

métodos para apropiarse de mayores cuotas de trabajo del obrero, o sea de la plusvalía, ya sea

alargando o intensificándole los ritmos de producción. Es así como se va dando la acumulación de

capital.

La obtención incrementada de plusvalía y la acumulación de capital se deben al carácter de

explotación de las relaciones de producción capitalistas. En estas, una minoría representada por

la clase burguesa tiene el dominio privado del dinero y los medios de producción, lo cual le

permite apropiarse del producto ajeno de los asalariados, quienes únicamente disponen de su

fuerza de trabajo. Este tipo de relaciones de producción se gestan también en el tránsito del

feudalismo al capitalismo y un papel importante en todo ello lo jugará, entre otros factores, el

despojo de las colonias y la intensificación del comercio.

La era de los descubrimientos

Con las cruzadas de los siglos XI al XIII se había intensificado un lucrativo comercio de Europa

con Oriente. Dicho comercio, realizado principalmente en el Mar Mediterráneo, era controlado

en gran parte por los navegantes italianos, que así incrementan sus ganancias con la importación

de seda, perfumes, especias y tantas otras mercancías vendidas a precios exorbitantes a las altas

clases feudales. La caída de Constantinopla en poder de los turcos en el año de 1473 marcará una

15

nueva etapa, debido a que se cierra, a partir de entonces, el paso por dicha ciudad de todas las

corrientes comerciales europeas con el Oriente.

Los grandes descubrimientos geográficos posteriores, es decir, los que se realizan en los siglos

XV y XVI, tienen entonces toda una serie de causas históricas y económicas que con mucho van

más allá de los mitos alrededor de Cristóbal Colón.

Si por un lado existe una gran necesidad de encontrar una nueva ruta hacia el Oriente y por

otro se buscan nuevas tierras y metales preciosos, no olvidemos que mucho de ello no hubiera

sido posible sin la intervención de factores tales como la utilización de instrumentos técnicos

como la brújula y el astrolabio; de la construcción de carabelas; de los estudios astronómicos

recientes; del apoyo financiero tanto de los recientes capitalistas como de los monarcas. En fin,

los descubrimientos geográficos sólo son explicables a la luz de los fenómenos que en su tiempo

los propiciaron, y de ninguna manera son debidos a la casualidad o al intento romántico de

demostrar la redondez de la tierra.

De los descubrimientos derivarán las conquistas y el proceso de colonización: grandes

territorios ricos en metales y materias primas, así como mano de obra abundante, quedarán en

poco tiempo a disposición de las potencias europeas. Nace así el mercado mundial caracterizado

por la división internacional del trabajo entre los países, en la que las metrópolis se reservan el

establecimiento de las condiciones más favorables a su desarrollo, a costa de la miseria de las

colonias y semicolonias.

Los descubrimientos contribuirán, en esta forma, al proceso histórico de la acumulación

originaria de capital.

Acumulación originaria

Hay un concepto clave desarrollado por Marx para comprender este período: el de

“acumulación originaria o primitiva de capital”.

Marx nos dice que ni el dinero ni la mercancía son de por sí capital, así como tampoco lo son

los medios de producción ni los de consumo; necesitan todos ellos convertirse en capital. Para

que esto suceda han de concurrir una serie de circunstancias concretas, que se pueden resumir

así: han de enfrentarse y entrar en contacto dos clases diversas de poseedores de mercancías: A)

Los propietarios de dinero, medios de producción y artículos de consumo, “deseosos de valorizar

la suma de valor de su propiedad mediante la compra de fuerza ajena de trabajo”; B) Los obreros

libres, vendedores de su fuerza de trabajo. Aquí se entiende la expresión “obreros libres” en un

doble sentido, pues no figuran directamente como medios de producción como los esclavos o

siervos, ni cuentan con sus propios medios de producción.

El capitalismo presupone el divorcio entre los obreros y la propiedad sobre las condiciones de

realización de su trabajo; así el proceso que engendra el capitalismo sólo puede ser uno: el

proceso de disociación entre el obrero y la propiedad sobre las condiciones de trabajo , proceso

que por un lado convierte en capital los medios de vida y de producción, en tanto que por otro

convierte a los productores directos en obreros asalariados. Así la llamada acumulación originaria

es el proceso histórico de disociación entre el productor y sus medios de producción. Se le llama

originaria, dice Marx, porque forma la prehistoria del capital, y por tanto, del capitalismo. Se sitúa

este proceso desde el siglo XVI hasta finales del XVIII aunque con antecedentes desde el XIV y el

XV, y sus diversas etapas se pueden rastrear por orden cronológico en España, Portugal, Holanda,

Francia e Inglaterra.

16

Aunque hemos dicho que este período de transición del feudalismo al capitalismo conlleva

una complejidad especial y el entrecruzamiento de un sinnúmero de factores, debemos señalar

que la columna vertebral de todo este proceso es, indudablemente, la acumulación originaria de

capital.

El proceso de acumulación originaria está teñido de sangre, injusticias, despojos, fraudes y

guerras: el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo de pies a cabeza. En efecto, si

nosotros analizamos dicha etapa, nos percataremos de ello; tanto en el aspecto de la disociación

del productor de sus medios de producción, como en el de acumulación de grandes masas de

capital, están implícitas formas nada idílicas; el capitalismo es violento en sus inicios, como lo es

en su desarrollo y decadencia.

En cuanto a la disociación, tomemos en cuenta el despojo de la tierra a los campesinos,

realizado principalmente por los feudales, los arrendatarios capitalistas y los propios monarcas,

obedeciendo todos ellos a las necesidades de un mercado creciente, así como a las posibilidades

de aumentar la producción agrícola y ganadera. Dicho proceso que incluyó leyes dictadas a

sangre y fuego, propiciará a su vez el desarrollo de un mercado interno, así como la emigración

de los campesinos a las ciudades, donde se realizaba paralelamente la transformación del viejo

taller artesanal al más moderno manufacturero; hay una gran cantidad de mano de obra

disponible, que ahora se refuerza, pero que comienza con la liberación de los siervos. Esta mano

de obra disponible, poseedora únicamente de su fuerza de trabajo, son los obreros libres, de los

que hemos hablado más arriba.

El mercado mundial, el gran saqueo a las colonias recientemente descubiertas y sometidas, la

monetarización de la economía, el desarrollo de la manufactura irán sentando las bases del

segundo aspecto básico de la acumulación originaria de capital: la acumulación o el

atesoramiento de grandes masas de capital. Proveniente del capital usurario y, en mayor medida,

del capital comercial, es precisamente este atesoramiento un requisito indispensable para el

capitalismo debido a que las grandes empresas comerciales, industriales e incluso las guerras

coloniales, así como las invenciones técnicas, precisan de sumas poderosas de capital para luego

acrecentarlo.

El triple saqueo de Europa a las colonias se realiza en los aspectos esenciales: de materias

primas y metales preciosos, de explotación de mano de obra y comercio de esclavos, de

intercambio desigual.

La mayor parte de los grandes cambios que en esta etapa se desarrollan, con todas las

implicaciones económicas, políticas, sociales y culturales, se orientan en el doble sentido de

poner en crisis la estructura feudal y al mismo tiempo acrecentar los elementos capitalistas; la

acumulación originaria es, en todo ello, el punto nodal.

La llamada revolución agrícola

Desde el siglo XIV el proceso de crisis del feudalismo había tenido un punto de arranque en las

profundas transformaciones agrícolas. Requisito importante en la acumulación originaria es esta

revolución agrícola que analizaremos a continuación.

La depresión agrícola se ve paulatinamente superada por el impulso de las fuerzas

productivas; el empuje del comercio interno y externo, así como la liberación de los siervos y la

introducción de las relaciones capitalistas en la agricultura.

17

La rotación de cultivos, la utilización racional de abonos y la nitrogenación de las tierras dieron

a la agricultura las condiciones técnicas para su desarrollo; pero éstas no se comprenderían sin

un contexto económico social. Efectivamente, el hecho relevante en este proceso es la

adecuación de dicha actividad económica a las nuevas condiciones capitalistas de desarrollo. La

agricultura tiene un papel básico en varios sentidos: libera mano de obra barata para las

ciudades; produce materias primas para las manufacturas; produce alimentos para la población

de las urbes. Todos estos factores y funciones están determinados por la expansión comercial

interna y externa. Y es así como se introduce en el campo feudal la figura del arrendatario

capitalista que desplaza tanto al antiguo siervo como al propietario feudal de la tierra.

Los procesos históricos ocurridos en esta época llevarán al arrendatario capitalista a

entronizarse en el campo, dado que la “revolución de los precios” causada por la llegada de

enormes masas de metales preciosos a Europa, lo favorecen, así como el paulatino

encarecimiento del suelo.

La llamada revolución agrícola, si bien adecuó el campo a las nuevas condiciones capitalista,

por otro lado trajo consigo una profunda crisis que se reflejó en las rebeliones campesinas, como

la alemana del siglo XVI.

Al ponerse en crisis el feudalismo en el campo, se le atacaba en su base misma: Aquiles había

sido herido en el talón.

Hacia una mayor especialización

La profundidad de los cambios en esta época puede ejemplificarse con la creciente división del

trabajo. La sociedad feudan con su economía natural era estática: en sus clases, en su

producción, en sus actividades económicas, en su concepción del mundo. El capitalismo naciente

se abre paso trayendo en su dinamismo la creciente diversificación a todos los niveles; la división

del trabajo es una de sus condiciones indispensables y se presentó en varios sentidos:

La primera división se desarrolla entre los propios siervos, que paulatinamente emigran a las

ciudades para volverse artesanos o, los más afortunados, comerciantes. Se separan así los oficios

de la agricultura e incluso en el propio campo la introducción del capitalismo implica mayor

especialización ya sea como arrendatario, propietario feudal, asalariado agrícola, etc.

La creciente emigración a las ciudades propicia también la división entre éstas y el campo,

pero en el interior de aquellas prosigue la especialización de actividades: guildas de comerciantes

y gremios de artesanos. Más adelante la manufactura implicará una nueva división del trabajo

llevada al seno mismo del taller.

Las conquistas sobre los nuevos territorios implican una división internacional del trabajo, en

tanto existen ya metrópolis y colonias con funciones económicas asignadas por las primeras. El

propio capital, hacía apenas unas décadas considerado algo nuevo, se divide en usurario,

comercial, bancario, manufacturero y agrícola.

La división del trabajo se refleja incluso en el saber. Aparecen paulatinamente nuevas ciencias

que se avocan al estudio de realidades específicas: la ciencia política, la economía, la física, la

química, la anatomía, la balística, etc. Descartes, en su obra, denota el impacto de la división del

trabajo: en el precepto segundo del método científico por él propuesto, señala que para la

solución de un problema hay que dividirlo en tantas partes como sea posible.

El avance de la Ciencia

18

En la última instancia, la mayor parte de los procesos de transformación hacia el capitalismo

encuentran una explicación en el asombroso desarrollo de las fuerzas productivas. Pocas veces

en la historia existió una generación tan numerosa, profunda y creativa de científicos, filósofos,

técnicos, inventores y hombres ingeniosos que aportara tanto en tan breve lapso de tiempo; y

como sucede con frecuencia, todas estas aportaciones se influían y reforzaban mutuamente,

trayendo a la postre lo que en el siglo XVIII sería la Revolución Industrial, pero cuyas bases las

encontramos en los inventos y el desarrollo científico de los siglos XVI y XVII.

Ya sea inventos o perfeccionamientos y adaptaciones de anteriores, mencionaremos aquellos

que más impacto tuvieron: la brújula y el astrolabio, el papel, la tinta y la imprenta, el nuevo

desarrollo de la matemática y la geometría, el descubrimiento de algunos ácidos, la mineralogía,

la navegación con exclusas, los relojes mecánicos, el vidrio, el uso del viento y el agua en molinos

y fuelles, el estudio de la anatomía, el descubrimiento de la circulación de la sangre, las nuevas

teorías astronómicas, en una u otra medida, todos ellos marcarán de una manera indeleble el

paso a una etapa superior en la historia al desarrollar de manera explosiva la producción y el

intercambio, pero también al echar por tierra las viejas interpretaciones del mundo.

Manufactura

Uno de los aspectos importantes en que se reflejan estos cambios, tanto en el mercado como en

las fuerzas productivas, es la manufactura.

La manufactura es una forma de cooperación productiva basada en la división del trabajo que,

como forma característica del proceso capitalista de producción, impera desde mediados del

siglo XVI al último tercio del XVIII en Europa occidental; y sus características son:

A) La división del trabajo en las diversas operaciones que integran el proceso productivo. B) sigue

imperando el trabajo manual, pero al hacerse más intenso el trabajo empleado por cada operario

especializado en una parte del proceso, se eliminan los “tiempos muertos” o perdidos. C) El

operario (ahora obrero), ya no es dueño de sus condiciones de producción, ni de la materia prima

y herramientas. D) Los trabajadores reciben un salario a cambio de su trabajo; el dueño del

producto, por lo tanto, no son ya los trabajadores, sino los patrones. E) Finalmente se produce en

masa, para cubrir un mercado creciente.

Así como el periodo de transición del feudalismo al capitalismo tiene rasgos duales, en tanto

que persisten elementos de la sociedad vieja frente a la aparición y desarrollo de embriones de la

nueva sociedad, la manufactura contiene ya marcados rasgos capitalistas en una estructura

global que sigue siendo atrasada.

La manufactura precisa de capitales para comenzar a funcionar y en este sentido el desarrollo

de capitales comerciales y, en menor medida, usuarios, ayudará mucho en esta etapa de

transición. La nueva producción necesita también mano de obra libre, formada en gran parte por

artesanos pauperizados que no resisten la competencia de las fábricas. Al mismo tiempo, debido

al desarrollo agrícola y la consiguiente expropiación de tierra a los campesinos se formará, como

hemos señalado antes, un ejército industrial de reserva que abarata la mano de obra al aumentar

la oferta de trabajo. La manufactura implica entonces la disolución de los gremios artesanales,

cuyo marco feudal plagado de restricciones, privilegios y jerarquías entorpecía grandemente el

desarrollo de la industria.

Dos factores superestructurales van a contribuir al desarrollo de las manufacturas: la ciencia y

el proteccionismo estatal. La ciencia, en su doble aspecto (técnico, en el sentido de la producción,

y en el teórico como interpretación del mundo), tendrá un significativo papel como impulsora de

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la producción a través de los descubrimientos e invenciones técnicas. Aquí, por un lado, cumple

una necesidad histórica: la de impulsar la producción con miras a la demanda creciente de

productos. La ciencia como necesidad se complementa con la ciencia como impulso, y este doble

aspecto será básico en la manufactura, sobre todo en el paso hacia la Revolución industrial.

El otro factor superestructural es la política de protección estatal que favorece a las

manufacturas. En efecto, el Estado absolutista, al definir su política económica mercantilista

como la necesaria para obtener metales preciosos a través de una balanza comercial favorable,

protegerá así a las manufacturas, y esta protección se manifestará en varios sentidos: política de

exención de impuestos, supresión de barreras feudales al comercio, disolución de gremios

artesanales y persecución del vagabundaje, dictando leyes que obligaban a aquellos

“vagabundos” (en realidad siervos despojados) a trabajar en las manufacturas.

Finalmente recordemos que la manufactura, que propicia la acumulación capitalista, es por

otro lado, y en cierto sentido, una consecuencia de esta acumulación y del mercado mundial.

Dicha forma productiva, asentada mayoritariamente en las ciudades, incidirá con fuerza en el

desarrollo de las contradicciones entre aquellas y el campo.

Las ciudades

Aunque las ciudades se desarrollan a partir del siglo XII como parte de la estructura feudal; es

decir, sin ser un cuerpo extraño a dicha sociedad; sin embargo, paulatinamente, se irán

convirtiendo en el centro de los elementos más dinámicos. Fundados originalmente ya sea por

los mismos nobles o por los comerciantes, las ciudades concentran al paso del tiempo una serie

de factores que en estrecha relación dinámica formarán un todo coherente y a la vez

contradictorio. En este apartado veremos algunos de éstos.

Dentro de los económicos el comercio tendrá, como se ha visto, un importante papel como

actividad cuyo centro se desarrolla en mucho dentro de las urbes: ahí se concentran los

comerciantes, y ahí se organizan en guildas para proteger sus intereses, sin olvidar, por supuesto,

aquel carácter ambulante que también tuvo dicha actividad. Sede de las manufacturas también

será la ciudad, a donde por otro lado emigraban constantemente los siervos despojados.

La ciudad, cuyo crecimiento se vuelve incontenible, se convierte, desde el punto de vista

económico, en una explotadora del campo: absorbe mano de obra; efectúa un intercambio

desigual comprando productos agrícolas y vendiendo elaborados; provoca con estos mecanismos

un aumento de valor en las tierras, y es sede de los comerciantes que, a fin de cuentas, son los

favorecidos con dichos fenómenos.

Pero la urbe es explotada políticamente por el campo en tanto que, dependiendo de la

nobleza feudal se ve obligada no sólo al acatamiento, sino también a pagar una serie de

exacciones cada vez más pesadas. De ahí la respuesta que organizaron los habitantes de las

ciudades: violentas rebeliones, agrupaciones económicas, y finalmente, estructuras políticas

alternativas. Al paso del tiempo, y con la consolidación del Estado Absolutista, la ciudad se

convierte en centro del nuevo poder político.

Pero si todos estos factores económicos y políticos conllevan el crecimiento de las ciudades,

no debemos olvidar la importancia que las formas de conciencia social tendrán en todos estos

enormes cambios. En efecto, tanto el desarrollo de la imprenta, como la consiguiente difusión de

la cultura favorecida con la fundación de universidades, influirán en una renovación cultural

profunda que se condensa en el Renacimiento, el Humanismo y la Reforma, y que tuvo como

centro a las ciudades.

20

Y sin embargo, pese a que los habitantes de la ciudad pueden en ocasiones presentar un

frente a la voracidad de la nobleza, este hecho no oculta las profundas contradicciones que

existen en dichos centros urbanos: entre comerciantes y corporaciones; entre maestros y

aprendices; entre los propios obreros y los dueños de los talleres manufactureros; entre éstos y

los gremios artesanos, etc. La ciudad será también centro de violentas luchas de clases, como

anunciando así lo que más adelante sucederá en el capitalismo.

El estado absolutista

En la época que estamos analizando se formó el Estado Absolutista, forma de gobierno del

naciente Estado Nacional. Dicho Estado se encuentra a nivel de desarrollo histórico en medio del

Estado Señorial (feudal) y del Estado burgués que surge posteriormente a las revoluciones de los

siglos XVII y XVIII.

Las investigaciones más recientes ubican al Estado Absolutista como una organización dual; si

bien políticamente es la expresión acabada de los intereses de la monarquía feudal,

económicamente abrirá resquicios para el desarrollo de los diversos sectores burgueses:

usureros, comerciantes, manufactureros, arrendatarios, etc.

Las características del Estado Nacional, surgido en el transcurso de los siglos XVI al XVIII en el

Occidente europeo, son las siguientes: la formación de un ejército nacional: la existencia de una

burocracia; un derecho codificado; un mercado nacional unificado. El Estado Nacional aparecido

aquí tiene como forma de gobierno la monarquía absoluta.

El Estado Nacional Absolutista no es capitalista, ni tampoco refleja el equilibrio entre nobles y

burgueses: es un Estado Feudal.

La paradoja aparente del absolutismo occidental era que representaba fundamentalmente un

aparato de protección de la propiedad y los privilegios aristocráticos, pero que, al mismo tiempo,

los medios por los que se realiza esta protección aseguraban simultáneamente los intereses

básicos de la clase mercantil y manufacturera. En tanto atendemos a las funciones económicas

de dicho Estado notaremos la verdad señalada: a) suprime barreras comerciales internas y

patrocina aranceles exteriores contra competidores extranjeros; b) proporciona al capital

usurario inversiones en la Hacienda Pública; c) durante la Reforma incauta bienes eclesiásticos,

movilizando la propiedad rural; d) patrocina empresas coloniales, favoreciendo así el saqueo a las

colonias. Todos estos factores contribuyen a la Acumulación Originaria de Capital. Anderson ve

que pudo realizar eso el Estado Absolutista porque ni el capital usurario ni el mercantil se basan

en la producción masiva que caracteriza al capitalismo, y no chocan con la estructura agraria

feuda. De esta manera la centralización económica, el proteccionismo y la expansión ultramarina

engrandecieron al último Estado feuda, a la vez que beneficiaban a la primera burguesía.

Y este engrandecimiento del Estado Nacional se hizo, en varios países, a costa de la pérdida

de poder universal por parte del papado. En este sentido, la Reforma Protestante juega

importante papel, en tanto que fundará una iglesia nacional dependiente de los reyes.

No olvidemos que el fenómeno histórico conocido como Estado Absolutista favorece también

el desarrollo de la ciencia política, dado que los grandes pensadores de la época dedicarán su

talento al análisis y la justificación de dicho Estado: Maquiavelo, Hobbes, Bodino.

Pero si el Estado Absolutista fue capaz de conjuntar intereses opuestos, el tiempo de su

decadencia llega precisamente con el paulatino enriquecimiento burgués y con el desarrollo de

las contradicciones que a todos los niveles comienzan a hacer crisis. De ahí que los

21

enciclopedistas franceses, en parte influidos por John Locke, comiencen a plantear el

cuestionamiento del absolutismo. Poco quedaba de vida a dichas monarquías, ya que muchos de

los antagonismos, producto de su política, iban a ser tomados como bandera reivindicatoria por

los burgueses para barrer a las clases feudales mediante las violentas revoluciones de los siglos

XVII y XVIII.

El Mercantilismo, expresión de una época

Entre los funcionarios del Estado Absolutista se va a generar la primera doctrina económica

coherente, que es al mismo tiempo una política estatal: el mercantilismo. A grandes rasgos dicho

sistema teórico representaba los intereses de una nación, estableciendo una serie de medidas

que el gobierno realizaría con miras al enriquecimiento de la misma. Se suponía que la riqueza de

un país se basaba en la cantidad de metales preciosos que éste poseyera; de ahí que toda la

política económica debería estar orientada en este sentido. Los medios apropiados eran lograr

una balanza comercial favorable mediante el proteccionismo; ayudar a las empresas comerciales

o manufactureras; usar de los impuestos para desalentar las importaciones; favorecer el

desarrollo de una armada poderosa, etc.

El mercantilismo supone, acorde con los hechos económicos que entonces parecían ir en este

sentido, que la fuente de la riqueza se encontraba en la esfera de la circulación y no, como lo

demostrarían más adelante los fisiócratas, los clásicos y luego el marxismo, en la producción.

El Renacimiento

Renacimiento significa renovación. ¿Cuál era esa renovación y hacia dónde apuntaba? Por

humanismo se acostumbra entender un movimiento que pone el acento en el hombre mismo.

Pero, ¿hasta dónde es válido hablar de Renacimiento en singular, de Humanismo en singular, y

asimismo de, de filosofía y de ciencia?

En sentido estricto, lo que se dio a nivel histórico fueron varias expresiones del humanismo. Y

en algunos casos, se conjugaron distintas actividades no sólo artísticas sino científicas. Así ocurre

en la manifestación concreta del humanismo en los Países Bajos.

En otros lugares de Europa, en Francia, por ejemplo, el humanismo estuvo orientado por

preocupaciones artísticas pero también jurídicas y políticas.

En España, lugar donde se dio la contra reforma, el humanismo y su hermano gemelo el

renacimiento, tienen un tono más pesimista, sobre todo en la transición del renacimiento tardío

al barroco.

En Inglaterra, las condiciones materiales específicas, van a dar otro matiz al humanismo. Aquí

nos encontramos con una visión más optimista de las cosas. Moro y Bacon formulan sus Utopías.

Utopía significa: lo que no tiene lugar. Sin embargo, la confianza ilimitada en las potencialidades

humanas es evidente, destacándose en este aspecto Bacon. “la ciencia del hombre es la medida

de su potencia”, afirmaba este autor. Las ciencias constituyen, a los ojos de los hombres de la

época del humanismo y del renacimiento, instrumentos poderosísimos. Al decir de Bacon, son

auxiliares de la inteligencia; de la misma manera como las herramientas –en esta misma etapa

que corresponde a la manufactura– son los verdaderos apoyos y auxiliares de la mano.

En otros países el humanismo estuvo al servicio de intereses políticos concretos (en Hungría,

por ejemplo). Como vemos, más que un humanismo, sería más correcto hablar de humanismos.

Algunos ejemplos serían el humanismo literario, el humanismo cristiano, etc.

22

Existe, no obstante, un común denominador tanto en el renacimiento como en sus correlatos

el humanismo, las ciencias y la filosofía. Dicha constante es el enfrentamiento entre la

observación de la naturaleza contra los dogmas, la razón contra la fe, las ciencias contra las

pseudociencias y el uso cada vez más creciente de escribir en lengua nativa contra el hábito de

recurrir al latín culto.

El método escolástico, es decir, la lectura y su correspondiente discusión en el salón de clase,

era ya insuficiente para las nuevas exigencias históricas y sociales. El estudio de la naturaleza no

podía supeditarse a lo que las Escrituras o Aristóteles consignaran. Además, como ha dicho Lenin

en sus Cuadernos Filosóficos: “El feudalismo enterró lo que había de vivo en Aristóteles y resucitó

lo inservible”.

Filósofos y hombre de ciencia se dan a la tarea de buscar un nuevo camino para el estudio de

la naturaleza y del universo. Descartes escribe el Discurso del Método; Bacon su Novum Organum

(Nuevo instrumento); Spinoza su Ética, pero utilizando los procedimientos de la geometría tales

como axiomas, definiciones, corolarios, etc. Locke publica su Ensayo sobre el entendimiento

humano y Leibniz escribe otro respecto del mismo tema. El entendimiento y la forma más

correcta de conducirlo son, pues, las preocupaciones centrales de los filósofos y científicos de la

etapa de transición.

El derecho romano, el latín, pero el de los escritos de autores romanos antiguos, la geometría

euclidiana, la mitología, los arquetipos artísticos de los griegos, etc., son algunos de los aspectos

que los hombres de los siglos XV y XVI retomaron para enfrentar una batalla a fondo en contra de

las caducas concepciones medievales.

El humanismo en sus distintas manifestaciones, el renacimiento tal y como se dio en los

distintos países europeos, las ciencias, y las corrientes filosóficas del racionalismo y del

empirismo (incluido el materialismo francés, por supuesto), sellaron la derrota del feudalismo

católico; expresando al mismo tiempo los intereses y las ambiciones de una naciente burguesía

en ascenso.

La reforma

La reforma religiosa fue un movimiento con caracteres no sólo religiosos, sino incluso militares,

que se manifestó en países europeos con diferente grado de intensidad renovadora, misma que

dependió de las distintas circunstancias políticas, económicas, sociales y culturales por las que

atravesaban los países (o en vías de serlo) durante el siglo XVI: Alemania, Suiza, Francia, Escocia,

etc.

La reforma ante las clases sociales. Los señores feudales y algunos representantes de la nobleza,

aceptaban que se debía luchar contra el poder político y económico de la Iglesia. Es decir, para

ellos, la reforma religiosa reviste este carácter: mina el poder papal. Pero la misma reforma

religiosa tiene también como carácter, a saber: ser un instrumento no sólo para ir debilitando el

poder papal sino el poder representado por las autoridades laicas. Este último matiz que reviste

la reforma es el que advierten los siervos y la burguesía.

Los principales impulsores de la reforma son: Lutero en Alemania, Calvino en Francia, John

Knox en Escocia y Münzer y Karlstadt también en Alemania. Es más frecuente –y pensamos que

más correcto–, sin embargo, hablar de reforma en relación de movimientos que de ella se

desprendieron. O sea: Luteranismo, Calvinismo, Anabaptismo.

23

En términos muy generales puede decirse que la reforma religiosa –en sus diferentes

representantes y con sus muy variados matices– expresa un carácter dual. De un lado, la lucha de

algunos sectores de la misma Iglesia y de la sociedad para eliminar una serie de corruptelas,

despilfarros, privilegios y abusos de poder en los que habían incurrido las autoridades

eclesiásticas. Asimismo se cuestiona la práctica religiosa y la interpretación sobre algunos pasajes

de las Escrituras. La práctica del bautismo, el culto a la virgen María, las obras de caridad e

incluso la misma Biblia en su totalidad, entre otros aspectos, son el blanco de los ataques de las

distintas corrientes que representan al protestantismo.

La Iglesia adopta un carácter local y en algunos casos nacional. Los sínodos (junta de ministros

protestantes) se constituyen en nacionales o locales también. Esto permite ir desarrollando –

hasta donde sea posible– una reestructuración de la organización religiosa. Se estimula con estos

procedimientos el rompimiento del centralismo que ejerce la Iglesia en Roma, el cual está

representado por el Papa.

No obstante, le queda todavía un recurso al Papa: las bulas. Estas son documentos pontificios

relativos a la materia de fe o de interés general, concesión de privilegios, etc. Las bulas, pues, son

un instrumento, una carta que la Iglesia va a jugar… y la juega. Mediante algunas bulas emitidas a

mediados del siglo XVI, se manda a editar algunos textos que sirven para renovar la fe y orientar

la enseñanza en las universidades acorde con los intereses amenazados de la Iglesia.

Por otro lado, la reforma, al menos en Lutero, no logra calar muy hondo que digamos en el

contexto social. Es más bien el ala radicar del luteranismo representada por el doctor Andrés

Bodesnstein, llamado Karlstadt, la que lleva a la práctica ciertos planteamientos que Lutero no se

decidía a aprobar.

El calvinismo había evolucionado en Francia desde posiciones tales como: “la paciencia y la

oración son nuestras armas”, hasta la formación de ejércitos financiados por algunos

representantes de la nobleza. Se da aquí la alianza entre la nobleza y el calvinismo militante. No

ocurre lo mismo en los Países Bajos, donde además de no producirse la referida alianza entre

nobles y calvinistas, éstos se ven rebasados por las masas hambrientas, pero desorganizadas,

irrumpen en las iglesias destruyendo imágenes y en demanda de pan.

Pero la reforma, aunada al renacimiento y al humanismo, influyen y son influidos por el

crecimiento científico y económico; todos estos factores estructurales o superestructurales

reunidos concurrirán de manera importante en la transición que estamos analizando.

Filosofía de la transición

Durante el período feudal en Occidente, periodo que abarca, al decir de algunos historiadores,

1000 años: del siglo V al siglo XV de n. e., se expresan en términos generales dos corrientes de

pensamiento teológico filosófico que son: la Patrística y la Escolástica. La primera se refiere al

planteamiento formulado por los llamados padres de la iglesia; entre ellos tenemos a San Agustín

y San Ambrosio. La segunda se denomina así por el hecho de que la discusión y la enseñanza de

temas filosóficos y teológicos, se ejercitan en las escuelas; Escolástica deriva de escuela.

Sería largo enumerar el total de pensadores y filósofos que se dan a lo largo de diez siglos. La

lista sería, por otra parte, improcedente. Baste señalar, pues, que en la transición del feudalismo

al capitalismo empieza a romperse el cerco demasiado libresco y teoricista en el que habían caído

las universidades y los centros de enseñanza.

24

Filósofos como Bacon y Descartes ponen el acento en el estudio observación y, en general, de

atención a la naturaleza. Ahora bien, en los escritos de ambos nos encontramos con

ambigüedades, contradicciones, dualidades, etc., características propias, en suma, de un periodo

de transición.

Dios sigue apareciendo en los escritos tanto del llamado padre de la filosofía moderna

(Descartes) como del también, llamado por Marx, verdadero patriarca del materialismo inglés y

de toda ciencia experimental moderna: Bacon. Sin embargo, este hecho, por sí mismo, no aclara

ni es suficiente para explicar el sentido y la significación en lo relativo al papel desempeñado por

la filosofía en la transición.

La actitud de Bacon y de Descartes es de rechazo y refutación argumentada a la lógica

aristotélica. Aristóteles y su doctrina eran elementos filosóficos influyentes en el pensamiento del

feudalismo. Los escritos del pensador griego tenían autoridad comparable a la de la Biblia. No

obstante, si se daba por alguna circunstancia cierta contradicción entre las Escrituras y las

aseveraciones del filósofo griego, los escolásticos no dudaban, se decidían por la autoridad

religiosa: la biblia.

El cerco del feudalismo se expresa no sólo en los feudos, en el aula de los escolásticos, etc.,

también se manifiesta en las lenguas. El latín culto era la lengua oficial del feudalismo. Como

rasgo significativo del rompimiento del cerco feudal en el terreno del lenguaje, consignaremos lo

siguiente: 1) El Discurso del Método de Descartes se publicó en francés en el año de 1637. 2)

Bacon, al hablarnos de su teoría de los ídolos (ídolo significa en este autor: error, falsa noción o

prejuicio), nos describe una especie de ídolos, llamados ídolos del foro o ídolos del mercado.

Estos introducen en la inteligencia humana, según Bacon, la confusión y la vaguedad por medio

del lenguaje. Había que erradicar todos los obstáculos que se le opusieran al entendimiento

humano en su camino hacia la búsqueda de la verdad. Los ídolos del foro (el latín culto en este

caso) eran ciertamente un obstáculo.

En apoyo de estos planteamientos habría que señalar también que no es casual que los títulos

de las obras más importantes de los llamados filósofos modernos (siglo XVI, XVII y XVIII), se

centren en el problema de cómo dirigir mejor nuestro entendimiento para una mejor

comprensión de la naturaleza.

Pero la filosofía no se limita a expresar únicamente las transformaciones o los vaivenes que se

producen en la estructura de una sociedad; contribuye también a acelerar o a retardar, en

algunos casos, el cambio social. Siguiendo este orden de ideas, podemos decir que la afirmación

con la que comienza el Discurso del Método contribuyó a luchar a nivel ideológico contra una

sociedad fuertemente jerarquizada. La sentencia en cuestión es: “El buen sentido, sentido común

o razón es la cosa mejor repartida del mundo”. Piénsese en las repercusiones de esta

contundente formulación filosófica en una sociedad como la feudal. Asimismo, la formulación de

Bacon al comienzo de su obra principal: El Nuevo Órgano: “El hombre es servidor e intérprete de

la naturaleza”. Así, pues, la filosofía también prestó su contribución al derrocamiento del modo

de producción feudal.

Texto recomendado: “Aparece el comerciante”. En Huberman, Leo, Los bienes

terrenales del hombre, México, Ed. Nuestro Tiempo, 1976, pp. 28-39.

A continuación vamos a profundizar en algunos factores que jugaron un papel

determinante en el tránsito del feudalismo al capitalismo.

25

Crecimiento de las ciudades.

En los siglos XI y XII los reyes comenzaron a atraer en gran número a comerciantes

para que se establecieran en las ciudades. Los tributos recibidos por estos súbditos, en

dinero, resultaban para los monarcas más convenientes que los recibidos en productos

naturales de los campesinos. Este dinero lo podían gastar libremente en las mismas

ciudades. Paulatinamente, los monarcas comienzan a cobrar los tributos de sus

vasallos en dinero, por lo que estos se ven forzados a vender sus productos. Los

beneficiarios directos y operadores principales en esta nueva forma de recaudación

son los comerciantes.

A partir del siglo XIII las ciudades comienzan a crecer. Su forma de organización

social comienza a ser incompatible con el feudalismo; se desarrolla un agudo contraste

entre ciudad y señorío feudal. El plusproducto que se obtenía en la ciudad tenía un

origen distinto al obtenido por el señor feudal en el campo. Mientras que el señor

feudal obtiene el plusproducto de sus siervos, el comerciante de la ciudad lo obtiene

de hombres libres. El comerciante compra trabajo y debe compartir la ganancia

obtenida de él con el señor feudal, pero sin arriendo alguno, sólo por el derecho de

hacer tal transacción.

En las ciudades la estructura feudal se comienza a convertir en una carga. Los

tributos pagados al señor feudal pierden su sentido: la ciudad es capaz de defenderse

por ella misma; muchas veces, además, la única amenaza para la ciudad es el propio

señor feudal, el tributo pagado es garantía de que no será él mismo quien la saquee y

de que impedirá a sus hombres hacerlo. El tributo por protección es cada vez más un

chantaje.

Muchas ciudades lograron independizarse del poder feudal, pero, en general,

lograran su independencia o no, se irían convirtiendo en cuerpos extraños dentro de la

economía feudal, en grandes núcleos de población que monopolizan la producción y el

comercio en detrimento de ciervos y señores feudales.

El sector dominante en las ciudades era el de los comerciantes. Muchas ciudades

fueron fundadas para ser centros de comercio. El comerciante robaba un poco de plus

producto a todos los demás sectores. Al siervo le pagaba por sus productos menos de

26

lo que valían; al artesano le compraba barato y le vendía caro; al señor feudal le vendía

a precios exorbitantes, quedándose con parte del plusproducto que aquel le quitaba a

los siervos.

Con el surgimiento de las corporaciones de artesanos estos logran hacer un

contrapeso al poder de los comerciantes. La contradicción entre corporaciones y

comerciantes es la más importante de las que se dan al interior de las ciudades.

Las corporaciones tienen por objeto garantizar las condiciones de existencia de sus

agremiados, que son los maestros artesanos. Por medio de ellas se controla la

producción, no permitiendo que nuevos artesanos produzcan lo mismo que los

agremiados, obligando a los campesinos a vender sus materias primas exclusivamente

a ellos y prohibiendo a los comerciantes introducir en la ciudad mercancías que en ella

se producen.

Conforme los artesanos van cobrando mayor poder van exigiendo mayor

participación en el control de la ciudad, entrando constantemente en conflicto con los

comerciantes y la nobleza aristocrática urbana. Esta contradicción, al resolverse,

sentará las bases para el tránsito a la nueva formación económico social. Se resuelve

cuando los maestros artesanos incursionan en el comercio y los comerciantes

comienzan a participar en la producción; es decir, cuando artesanos y comerciantes

comienzan a fusionarse en una misma clase que, a la postre, devendrá en la moderna

burguesía.

Otra contradicción importante se presentaba en la ciudad al interior de los gremios.

Conforme los maestros artesanos iban adquiriendo mayor poder económico se hacía

más difícil que los aprendices se convirtieran en maestros. La lucha entre maestros y

aprendices, por otro lado, “es tan antigua como la corporación y las exigencias que los

aprendices presentan son las exigencias viejísimas y siempre nuevas de todos los

oprimidos, o sea: aumento de su coparticipación en la plusproducción (bajo forma de

aumento de salario) y reducción del tiempo de trabajo. La primera huelga es

proclamada en Francia, ya en el año 1280: una lucha de los aprendices panaderos de

Provenza contra la prolongación del horario de trabajo”10.

10 Colmenares, Ismael, et. al. De la prehistoria a la historia, México, Ed. Quinto Sol, 1990. pp. 129

27

Hay que prestar mucha atención al hecho de que la nueva sociedad capitalista se

fue desarrollando dentro de la feudal en pequeños embriones. La ciudad de los siglos

XIII al XV son embriones de capitalismo, los talleres manufactureros que surgen en

ellas también lo son. El desarrollo de estos embriones fue lento y se dio a la par de la

conquista de espacios económicos de los comerciantes (protoburguesía). Nótese la

convivencia (dialéctica) entre los elementos de la nueva sociedad con los de la vieja.

Transpórtese esta circunstancia a la actualidad y tendremos que hoy ocurre algo

similar: pequeños embriones de una sociedad nueva, de mentalidad no capitalista,

pequeñas sociedades cuyos valores no están basados en el consumo sino en el bien de

la colectividad, que buscan la comprensión, aceptación y potenciación de su propia

identidad (sociedad no enajenada). Podemos encontrar claros ejemplos de este tipo de

sociedades en las comunidades Bases de Apoyo Zapatistas o en países como Cuba o

Venezuela (en los sectores más avanzados de estos países).

Mercantilismo

El mercantilismo es una doctrina económica afín al absolutismo y, como este, se

encuentra en la etapa de transito del feudalismo al capitalismo. Es una doctrina que

pone el acento en el intercambio comercial, centra su atención en el comercio

internacional el cual se hizo posible gracias al crecimiento de la población, a la

ampliación de rutas comerciales, a la manufactura, a la generalización del uso de

moneda y a la eliminación de los peajes e impuestos que cobraban los señores

feudales.

Los mercantilistas proponen, como políticas nacionales, dar prioridad a la venta de

mercancías, adquirir metales preciosos, construir un estado poderoso y mantener una

balanza comercial favorable al país. Esta doctrina es proteccionista en el sentido de

que alienta la producción interna y pone trabas a las importaciones que puedan

generar una balanza comercial negativa.

Detrás de esta doctrina económica se encuentran los intereses de la clase

comerciante de la época, a la que le convenía una centralización del poder político que

terminara con el poder de los señores feudales que les obstaculizaban el comercio. Les

interesaba la seguridad que este poder central ofrecía a sus negocios, la protección

arancelaria a la producción de sus talleres de manufactura (recordemos que el jefe de

un taller manufacturero suele ser un comerciante que incursiona en la producción o un

28

maestro artesano que incursiona en el comercio) y la creación de un fuerte mercado

interno. El monarca absoluto era apoyado financieramente por los comerciantes en

sus guerras contra otras naciones y en sus pugnas contra la iglesia y la nobleza feudal.

A cambio de este apoyo, los monarcas absolutos pusieron el aparato estatal al servicio

de la naciente burguesía, legitimaron la expropiación violenta del productor rural para

convertirlo en trabajador libre. Las monarquías absolutas, de esta forma,

contribuyeron a acelerar el proceso de transición del feudalismo al capitalismo (siendo,

sin embargo, ellas mismas, un último baluarte del poder feudal).

El interés mercantilista por la acumulación de riqueza denota ya la presencia de los

nuevos valores, de los valores de la naciente burguesía esgrimidos por las cortes

reales. La riqueza y la actividad económica se vuelven más importantes que la moral y

la religión.

Conforme la incipiente burguesía fue cobrando más poder sus intereses se fueron

volviendo contradictorios con los postulados del mercantilismo y con la centralización

del poder en las monarquías absolutas. A los comerciantes les interesaba comerciar

intensamente con el exterior, para lo cual debían sacar del país grandes volúmenes de

metales preciosos e introducir mercancías. Esta pretensión, sin embargo, se

contrapone con los principios mercantilistas de mantener una balanza comercial

favorable y de promover la entrada de dinero impidiendo su salida. El control estatal

se convierte en una difícil traba para el comercio. A partir de estas contradicciones la

teoría comienza a ser atacada. A mediados del siglo XVIII surgen las teorías económicas

“fisiócratas”, que critican el mercantilismo.

Los fisiócratas se oponen a toda regulación económica afirmando que el mercado se

regula por leyes naturales. Afirmaban que no es el comercio el que genera riqueza,

sino la agricultura y la minería, ya que estas generan nuevas mercancías.

Renacimiento

En el contexto de la lucha de los comerciantes por romper las trabas feudales se da un

movimiento tendiente a liberar el pensamiento de las ataduras del dogma, de liberar el

espíritu humano de la tiranía del pensamiento y la religión medievales.

29

“Renacimiento”. Pero, ¿Qué renació? El espíritu humano doblegado por la iglesia

católica.

Durante más de mil años toda la investigación científica, la filosofía y las artes,

habían quedado subordinadas a la teología. Lo que renace en los siglos XIV y XV es el

espíritu inquisitivo y el deseo apasionado por comprender la naturaleza, inquietudes

muy difundidas en el mundo antiguo griego y romano. Los renacentistas retoman el

hilo del desarrollo intelectual de la humanidad donde los antiguos lo habían dejado y

continúan la marcha con la convicción de poder superarlos.

Como en todos los grandes momentos del devenir intelectual de nuestra especie,

en el renacimiento Dios fue destronado de su pedestal como centro de la especulación

teórica y, en su lugar, es colocado lo humano. El renacimiento es una vuelta de la

atención al ser humano. En pintura Leonardo Da Vinci realiza profundos estudios de la

anatomía humana, como su época, está maravillado por el hombre. La anatomía

humana es reconsiderada también por médicos como Vesalius, Harvey y Miguel

Servet. Se redescubre el pensamiento de Platón frente al de Aristóteles, quien fuera el

único filósofo reconocido por la escolástica medieval. Nace el racionalismo con

Descartes y el empirismo con Bacon, posturas filosóficas que centran su atención en el

conocimiento humano. Copérnico saca a la tierra del centro del universo, Kepler

describe el movimiento planetario y Galileo revoluciona la Física.

El gusto por la vida y el placer de las altas capas de la sociedad renacentista se

aprecia en el interés que en ellas despertó el pensamiento de Epícuro. El placer y el

gusto por el saber se contrapusieron al dogmatismo y a la mortificación del cuerpo

propios del pensamiento medieval.

Pero la grandeza de espíritu necesariamente habría de ser mal vista en una sociedad

donde se exaltaba la debilidad humana, donde se tenía por buen comportamiento el

humillarse y por malo el preguntar. Los nuevos descubrimientos científicos y la

especulación filosófica sobre la naturaleza fueron tomados por herejías. La inquisición

persiguió a los científicos cuyas teorías se alejaran de los dogmas cristianos; muchos de

ellos fueron torturados y asesinados; otros, como Galileo, obligados a retractarse.

Hacer ciencia y pensar libremente eran actividades que requerían no sólo de ingenio y

dedicación, sino de una buena dosis de valor y rebeldía.

30

De entre los pensadores perseguidos y asesinados por la inquisición retomaremos a

Giordano Bruno, por ser su pensamiento emblemático de las ideas renacentistas,

porque continua con la tendencia materialista de los antiguos griegos y porque su vida

llena de vicisitudes es buena muestra de la persecución que padecían los pensadores

en el renacimiento.

Giordano Bruno

Filippo Bruno

(Italia, 1548-1600) Filósofo y poeta renacentista italiano cuya dramática muerte dio un especial significado a su obra. Había nacido Bruno en Nola, cerca de Nápoles. Su nombre de pila era Filippo, pero adoptó el de Giordano al ingresar en la orden de predicadores; con estos frailes estudió la filosofía aristotélica y la teología tomista. Pensador independiente de espíritu atormentado, abandonó la orden en 1576 para evitar un juicio en el que se le acusaba de desviaciones doctrinales e inició una vida errante que le caracterizaría hasta el final de sus días. Visitó Génova, Toulouse, París y Londres, donde residió dos años, desde 1583 hasta 1585, bajo la protección del embajador francés y frecuentando el círculo del poeta inglés sir Philip Sidney. Fue el periodo más productivo de su vida ya que durante estos años escribió La cena de las cenizas (1584) y Del Universo infinito y los mundos (1584), así como el diálogo Sobre la causa, el principio y el uno (1584). En otro poético diálogo, Los furores heroicos (1585), ensalza una especie de amor platónico que lleva al alma hacia Dios a través de la sabiduría. En 1585 Bruno volvió a París, y viajó después a Marburgo, Wittenberg, Praga, Helmstedt y Frankfurt, donde pudo arreglárselas para imprimir la mayor parte de sus obras. Por invitación del noble veneciano, Giovanni Moncenigo, que se erigió en su tutor y valedor privado, Bruno volvió a Italia. En 1592, sin embargo, Moncenigo denunció a Bruno ante la Inquisición que le acusó de herejía. Fue llevado ante las autoridades romanas y encarcelado durante más de ocho años mientras se preparaba un proceso donde se le acusaba de blasfemo, de conducta inmoral y de hereje. Bruno se negó a retractarse y en consecuencia fue quemado en una pira levantada en Campo dei Fiori el 17 de febrero del año 1600. En el siglo XIX se erigió una estatua dedicada a la libertad de pensamiento en el lugar donde tuvo lugar el martirio. Las teorías filosóficas de Bruno combinan y mezclan un místico neoplatonismo y el panteísmo. Creía que el universo es infinito, que Dios es el alma del universo y que las cosas materiales no son más que manifestaciones de un único principio infinito. Bruno es considerado como un precursor de la filosofía moderna por su influencia en las doctrinas del filósofo holandés Baruch Spinoza y por su anticipación del monismo del siglo XVII. ©

11

[...]

Giordano Bruno representa una personalidad típicamente renacentista y la cima del pensamiento

de esa época. En todas partes tuvo que huir de la Inquisición, y cuando lo prendieron fue

condenado a muerte después de terribles torturas y vanos intentos de convencerlo. El heroico

filósofo, escuchando de rodillas la sentencia de muerte, declaró orgulloso: “Ustedes, los que me

condenan, tienen más miedo que yo, el condenado”.

11 En http://www.epdlp.com/escritor.php?id=1508 Recuperado 1 de noviembre de 2012.

31

¿Qué planteaba la doctrina pregonada por Bruno, que tanto ofendió a la Iglesia? En primer lugar,

prosiguió con valentía los estudios iniciados por Copérnico, se apoyó en las teorías de los filósofos

materialistas de la edad antigua y en los pensamientos de Cusanus. Su avance ideológico es aún

más admirable si se tiene en cuenta que no pudo hacer experimentos u observaciones científicas,

de manera que penetró al conocimiento de la naturaleza a través de la lectura y de su propio

raciocinio. Y sin embargo, su ciencia del cosmos, Cosmología, es tan revolucionaria, que el mismo

Kepler declaraba que leyendo las ideas de Bruno, acerca del espacio infinito se apoderaba de él el

vértigo. Considera al cosmos infinito en el tiempo y el espacio. El sistema solar es uno, entre el

inmenso número de sistemas que constantemente surgen y desaparecen. Este hecho no lo

deprimía de ninguna manera, ya que según él, la naturaleza encuentra sustituto para todo. Así

esboza su idea del espacio en el diálogo Del infinito universo y los mundos: “Existe un campo

infinito, tridimensional, espacio que lo comprende todo, que encierra en sí todo y que penetra a la

vez en todas las cosas. En él hay innumerables cuerpos semejantes a nuestra tierra, de los cuales

ninguno es más cercano al centro que el vecino, porque el infinito es sin fronteras y sin centro. No

hay, entonces, un único mundo, una única tierra, un único sol; hay tantos como puntos luminosos

vemos sobre nosotros, y todos están en el cielo, ni más ni menos, que el mundo habitado por

nosotros; esto es, están en un medio que lo encierra todo, el espacio, el cielo”.

Bruno agregaba luego que toda la naturaleza es material y que fuera de la naturaleza no existe

nada. Aristóteles, y con él también los escolásticos, consideran a la materia como muerta y pasiva,

supeditada al espíritu, que es el único capaz de transformarla y ponerla en movimiento. La división

del mundo en superior, espiritual e inferior, sólo material, justificaba la división de los hombres en

superiores e inferiores. La división dualista del mundo en materia y espíritu fue el apoyo a la

doctrina de la inmortalidad del alma y de la vida extra terrenal. En relación con esto

comprendemos mucho mejor el carácter revolucionario de su doctrina y la posición indignada de la

iglesia. En contraposición con Aristóteles, Bruno enseñaba que la materia no es inmóvil ni

intransmutable. La materia, según él, contiene capacidades infinitas, se encuentra en constante

movimiento creador. Los principios y las leyes no existen fuera de la materia, sino que están en ella

y dirigen su metamorfosis. Proclama luego que la materia no es simple posibilidad que el principio

superior convierte en realidad, como señalaba Aristóteles. La materia en Bruno es una posibilidad

tal, que ella misma es fuente de toda realidad. De ella surgen todas las formas y a ella regresan.

Nacen de ella y en ella mueren. La materia es eterna y eternamente se transforma. Es un todo que

contiene en sí la multiplicidad. Estas ideas hacen que ubiquemos a Bruno en la concepción

materialista monista12

.

Texto recomendado: Giordano Bruno, La cena de la ceniza, México, UNAM, 1972.

Introducción. Pág. 6-31.

12 Chadraba, R. Ciencia y Filosofía en el Renacimiento, Argentina, Editorial Cártago, 1970. Enciclopedia Popular No. 4. pp. 162-163.

32

Revolución industrial e ilustración.

Para finalizar con esta introducción estudiaremos dos fenómenos que antecedieron

directamente a las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII: la revolución

industrial, que sentó las bases técnicas que permitieron pasar del taller de

manufactura a la fábrica capitalista; y el pensamiento ilustrado, que combatió las ideas

políticas monárquicas, extendió el pensamiento liberalista y preparó el camino para la

dominación ideológica de la burguesía. Para tal fin, nos valdremos de dos textos

extraídos del libro De la prehistoria a la historia:

Las ideas de los enciclopedistas13

Voltaire (el verdadero nombre del escritor es Francisco María Arouet) (1694-1788) fue un

notabilísimo filósofo, literato y dramaturgo.

Tradujo la posición de la parte de la burguesía francesa que no pretendía el poder y que

sólo presentaba la reivindicación de garantías dispuesta a satisfacerse con el modesto

programa de un absolutismo “ilustrado”.

En numerosos folletos, tratados científicos y obras sobre el arte, este autor denunció la

ignorancia del clero, la intolerancia religiosa, la desigualdad de castas y la justicia feudal; todo

el régimen feudal de Francia.

En sus Cartas Filosóficas (su otro título era Cartas sobre los ingleses), publicadas en 1753

―después de una permanencia de tres años en Inglaterra y quemadas a manos del verdugo―;

en sus novelas y relatos (Cándido, Zadig y otros); en el diccionario filosófico y en otras obras,

se hacen evidentes las concepciones filosóficas y políticas de su autor, contrarias a la iglesia

feudal y al despotismo feudal.

Se manifiesta enérgicamente contra la Iglesia católica, contra las fechorías del clero, contra

el oscurantismo y el fanatismo. Reclama audaz y firmemente la anulación de las sentencias

pronunciadas por los tribunales eclesiásticos, y brega por la rehabilitación de las víctimas

inocentes condenadas con ferocidad eclesiástica…

Estimaba que todas las calamidades de aquella sociedad tenían su origen en la falta de

instrucción, en la ignorancia sostenida por la iglesia. Apenas se eliminen la ignorancia, la

superstición y el fanatismo, todo andará a las mil maravillas. Exhorta a luchar por la ciencia y el

progreso, confiando en “La unión de los reyes y los filósofos” para desbrozar el camino del

desarrollo de la sociedad humana.

13

Tomado de Pokrovski y otros, Historia de las ideas políticas. En Colmenares, Ismael, Delgado, Arturo, Gallo,

Miguel Ángel, Et al. , De la prehistoria a la historia, México, Ed. Quinto sol, 1990. Págs. 213-222.

33

Pero aun cuando condenaba resueltamente a la iglesia católica y se pronunciaba

enérgicamente contra la misma, Voltaire tuvo en cuenta, sin embargo, la importancia de la

religión como instrumento para mantener sumisas a las masas, estimando necesaria su

conservación como freno para el pueblo. Son suyas estas famosas palabras: “Si dios no

existiera, habría que inventarlo”.

Voltaire fue partidario de una religión racionalista. Reconocía a Dios como cierta primera

causa del mundo (el ismo) y consideraba que esta admisión no estaba en contradicción con el

pensamiento científico y con la investigación científica.

Como muchos otros pensadores de su tiempo, Voltaire, para someter a crítica al régimen

existente, hacía valer las ideas del derecho natural. Las leyes, según él, son leyes de la razón,

que la naturaleza proporciona a la humanidad “Ser libre, tener en torno suyo a iguales, tal es

la vida auténtica, natural, del hombre”.

Por la libertad, este pensador entendía la supresión de las relaciones de servidumbre

feudal. Concebía la misma como libertad de pensamiento, de prensa y de conciencia. Entendía

también por libertad la eliminación de toda arbitrariedad. “La libertad radica en depender

únicamente de las leyes”

Cuando Voltaire habla de igualdad, tiene en cuenta la igualdad formal ante la ley, o sea, la

abolición de los privilegios feudales y la instauración de igual capacidad jurídica civil para

todos, pero de ninguna manera la igualdad de posición social. “En nuestro desgraciado mundo

–dice– no puede ser que los hombres, viviendo en sociedad, no estén divididos en dos clases:

la de los ricos y la de los pobres”.

Considera que la propiedad privada es una condición indispensable de una sociedad bien

ordenada. Sólo los propietarios, según él, deben gozar de derechos políticos. Se pronuncia por

la “libertad de trabajo”, por la cual sólo entiende la de la explotación burguesa: el derecho a

vender su trabajo a quien ofrezca mayor remuneración por él.

Voltaire está a favor de las normas sociales burguesas, las cuales debían reemplazar a la

servidumbre feudal que entorpecía el ulterior desarrollo económico de su país: “Hacen falta

hombres –dice–, que no tengan nada fuera de sus brazos y de su buena voluntad; así venderán

su trabajo al que les pague más, y con esto se reemplazará la propiedad”.

Voltaire es partidario del absolutismo “ilustrado”. Considera que un rey “ilustrado”, dotado

de buena voluntad, podrá llevar a la práctica el vasto programa de reformas que había trazado.

No se puede, sin embargo, dejar de ver las simpatías de Voltaire por el régimen estatal inglés,

por la monarquía constitucional, a la que, a su juicio, el absolutismo “ilustrado” debía ceder su

lugar, como resultado de reformas y sin revolución.

No obstante, estima que la forma primaria del Estado es la república, y no la monarquía.

Esta ha surgido más tarde a consecuencia de la conquista y de la elevación de algún jefe

militar.

34

Dispuesto a hacer la paz con la monarquía, con tal de que sea “ilustrada”, un absolutismo

“ilustrado”, Voltaire, en su programa político, se limita a reivindicar las reformas encaminadas

a la supresión de las fundamentales instituciones feudales.

Reclama, ante todo, el aniquilamiento de los privilegios del clero, la supresión de los

tribunales eclesiásticos especiales que causaban estragos en Francia, sacar de la incumbencia

de la iglesia el registro de los actos de estado civil, que debía pasar, a su juicio, a los órganos

del Estado. Proyecta poner a todo el clero a sueldo, convirtiendo a los eclesiásticos en

funcionarios del Estado.

Propone también abolir los cargos feudales que pesan sobre los campesinos y eliminar las

múltiples aduanas existentes a lo largo del país, ubicadas en los límites de las grandes

posesiones feudales. Reclama un derecho único en lugar de las infinitas coutumes

(costumbres), o sea la supresión del sistema de derecho local, diferente en cada provincia.

Propugna la destrucción de la Inquisición y de los tormentos que continuaron aplicándose

en Francia. El programa de Voltaire es, así, el de la destrucción definitiva de los restos del

fraccionamiento feudal, de las relaciones de servidumbre feudal que siguieron conservándose

en el país, y la liquidación del régimen de iniquidad y de arbitrariedad. Reclama la reforma de

la justicia y, sobre todo, la abolición de la venta –existente en su tiempo– de cargos judiciales

y otros, usados como patrimonio hereditario de personas privadas.

Voltaire está convencido, al mismo tiempo, de que el poder político y la dirección de la

sociedad deben continuar en manos de una minoría. De las masas habla con altivez, revelando

su completa desconfianza en la fuerza y la capacidad del pueblo. Temía la actividad de las

masas: “cuando el populacho se ponga a razonar, todo se vendrá abajo”.

Voltaire no deseaba un cambio revolucionario y cifraba todas sus esperanzas en las

reformas realizadas desde arriba. No creía en su rápido y radical viraje hacia lo mejor, ni

consideraba posible un mejoramiento básico de las relaciones sociales en un próximo futuro

inmediato.

Montesquieu.- Más resueltamente, pero aún con un programa sumamente moderado, se

presenta otro ideólogo de la burguesía en su marcha hacia el poder: el enciclopedista francés

del siglo XVIII, Carlos Luis Montesquieu (1689-1751).

La primera de sus obras, Cartas persas (1721), que obtuvo un ruidoso éxito, constituye una

mordaz sátira enderezada contra las prácticas y los hábitos de la Francia absolutista. Está

escrita en forma de cartas entre persas que viajan por Europa.

Años después publicó el libro Consideraciones sobre las causas de la grandeza y de la

decadencia de los romanos (1734), y, finalmente (1748), a la edad de 60 años, escribió Del

espíritu de las leyes (De l'espirit des lois), obra que le dio una resonante fama dos años más

tarde, al publicarse.

La obra Del espíritu de las leyes es la de mayor interés. Por cuanto la teoría en ella expuesta

ocupó un descollante lugar en la ideología política de la Francia del siglo XVII, y ejerció gran

35

influencia sobre el ulterior desarrollo del pensamiento jurídico estatal, e incluso sobre el de las

instituciones burguesas del Estado.

En esta extensa obra, Montesquieu trata de demostrar que las leyes de cualquier país

deben corresponder, y corresponden inevitablemente, a las condiciones geográficas, situación

económica, religión y, sobre todo, a sus instituciones políticas. Son las leyes que determinan el

contenido del derecho de este o del otro pueblo. El “espíritu” de las leyes se halla

condicionado por una serie de circunstancias concretas en que vive esta o la otra sociedad: tal

es el pensamiento fundamental del autor.

Montesquieu trata de poner al descubierto las leyes que presiden los fenómenos sociales,

establecer los lazos entre diversos aspectos de la vida de la sociedad y dilucidar la importancia

de las condiciones en que vive este o el otro pueblo.

Este autor exageró, evidentemente, el valor de las condiciones geográficas (el clima, el

suelo) para la evolución social.

Además, Montesquieu exageraba la importancia del factor político, la forma de gobierno.

Suponía que el régimen político determina, no solo el espíritu de las leyes y el contenido de la

legislación, sino que incluso puede frenar la acción del factor geográfico. Está completamente

claro que este autor parte de posiciones idealistas, por cuanto, para él, la organización política

es lo más importante en la vida de la sociedad.

A la par, con el clima y las instituciones políticas reconoce la importancia de otros factores

también. Así, por ejemplo, la densidad de la población, a su juicio, ejerce también influencia

sobre la legislación. También para el carácter de esta tiene importancia, según su punto de

mira, la religión. Así, el cristianismo, con su prédica de docilidad y de respeto a los hombres,

facilita loa actos de gobierno mesurados, mientras que el islamismo predispone para el

despotismo. De entre las religiones cristianas, el catolicismo conduce a la monarquía ilimitada,

y el protestantismo, a un régimen de Estado libre.

Precisamente por atribuir un valor especialmente importante a las instituciones políticas,

Montesquieu se detiene en un análisis sumamente minucioso de las formas de Estado, hace la

clasificación según el número de personas que gobiernan, lo que él denomina naturaleza de

los gobiernos.

En la democracia, el poder supremo está en manos de toda la masa del pueblo. En la

aristocracia, en un numero restringido de personas. Además, cuanto menor es la cantidad de

personas carentes de derechos políticos, tanto más sólido es el gobierno. La mejor aristocracia

es la que más se acerca a la democracia. Finalmente, en la monarquía gobierna una sola

persona, guiada por leyes y apoyada por la nobleza. La existencia de esta última es un signo

indispensable de la monarquía, y constituye, según afirma el autor, un poder “intermediario”.

Estas son las tres formas correctas del Estado.

La forma incorrecta, según él, es el despotismo, opuesto a las tres anteriores.

Cada forma de Estado tiene su principio motriz vital, una determinada fuerza que mantiene

su existencia. El principio de la democracia es la virtud, el amor al bien común. En la

36

aristocracia el principio fundamental es la mesura. En la monarquía, según él, es el honor,

entendiendo por tal “la tendencia a la honra, pero conservando su independencia”. El

depositario del principio de honor es la nobleza. Con ello se traduce el pensamiento de que en

la sociedad feudal, la monarquía es inconcebible sin aquella.

El despotismo, según dice Montesquieu, se sostiene por el temor. El gobernante aquí se

considera todo, no hace caso a los demás, y sustenta el poder por medio de las medidas

terroristas.

El pensamiento fundamental de Montesquieu radica en que la legislación depende de las

formas de gobierno. Unas leyes son necesarias en la democracia y no sirven para las otras

formas del Estado, otras son necesarias en la aristocracia, y otras, en la monarquía.

Desiguales son, ante todo, las leyes que se refieren a la educación. También las relaciones

patrimoniales se reglan de diversa manera, según las formas del Estado. En la democracia es

conveniente prohibir el acaparamiento de bienes en unas solas manos como resultado de

herencia. Allí vienen bien las leyes que estipulan la igualdad de todos los hijos en caso de

herencia. En la monarquía hay que contribuir a la conservación de las grandes haciendas, a fin

de prestar apoyo a los nobles que son fuertes e influyentes cuando dispones de bienes y de

poderío económico.

Armándose contra el despotismo Montesquieu dirige sus golpes contra el absolutismo

francés. Manifiesta que el despotismo ejerce una influencia nociva sobre la sociedad, que es

contrario a la naturaleza humana, a tal punto, que sorprende el hecho de que los pueblos

hayan consentido en someterse a él.

Montesquieu trata de fundamentar la tesis de que la forma de Estado es la que determina

la política exterior: “La guerra y la conquista son el espíritu de la monarquía; la paz y la

moderación, el de la república”, dice.

Plantea también el problema relativo a qué es lo que provoca el paso de una forma del

Estado a otra. Sin embargo, con sus peculiares concepciones sobre los fenómenos sociales, no

pudo señalar las causas efectivas de dichos cambios de formas políticas. A su juicio, este

cambio de formas es provocado, con mayor frecuencia que todo, por la insuficiencia o exceso

en la realización de los principios sobre los que se basa esta o la otra forma.

Atribuye también cierto papel a la dimensión del Estado. Una república pequeña, dice,

puede hundirse a causa de una agresión del exterior, mientras que la monarquía, que suele

tener una dimensión importante, por el contrario, aguanta mucho mejor y ofrece una mayor

resistencia al enemigo. Pero a la vez, estima que dicha monarquía está más expuesta a ser

víctima de la corrupción interna a causa de su mayor dimensión; los grandes Estados

manifiestan atracción hacia el despotismo. A fin de conjurar el peligro exterior, las repúblicas

deben unirse. Este autor propuso un plan de creación de un Estado federativo, en el cuál,

según él, se asocian las ventajas del Estado grande con las notables características del

pequeño.

La búsqueda para encontrar las leyes que rigen la vida social y establecer las causas que

determinan la forma del Estado y el contenido de la legislación, no pudo ser coronada por el

37

éxito, debido a que todos los razonamientos de Montesquieu se basaban en la interpretación

idealista de los fenómenos sociales. Sobre todo se revela en ellos la importancia exagerada

que atribuía a las formas del Estado, a sus diversas peculiaridades, puramente externas, sin

comprender en absoluto que las formas políticas dependen de las condiciones materiales de

vida de la sociedad.

Montesquieu, “colocándose en el punto de vista de las ilusiones jurídicas, no ve en las leyes

el producto de las condiciones materiales de producción, sino que considera, por el contrario,

el régimen de producción como el producto de la ley”.14

Montesquieu relaciona sus razonamientos sobre la importancia de las instituciones políticas

y el “espíritu” de las leyes con consideraciones relativas a la ciencia de la libertad y las vías para

asegurar esta. A su juicio, la libertad es el sosiego del espíritu que brota de la conciencia de

seguridad lograda por el dominio de las leyes dentro del Estado. La legalidad es lo más

importante dentro del Estado, es la garantía de la libertad política.

Por consiguiente, la tarea fundamental del político radica en señalar el medio para asegurar

la legalidad. Tal medio, según él, es la separación de poderes, que defiende siguiendo a Locke.

Dice que la libertad solamente puede estar asegurada cuando en el Estado existe una

separación. No pueda haber un gobierno “mesurado” sin ella. Donde los poderes no se hayan

separados, el Estado, inevitablemente, se inclina hacia el despotismo.

Distingue dentro del estado tres poderes: el legislativo, el ejecutivo y el judicial. Los tales

deben estar en manos de diferentes órganos del estado. En esto radica la separación de los

poderes. La libertad no admite la unión de dos, y menos aún de los tres, en manos de un solo

órgano. Si el legislativo está unido con el ejecutivo, éste, al promulgar las leyes y darles

cumplimiento, no observará rigurosamente las indicaciones que contienen, tenderá a su

transgresión y creará la arbitrariedad en el país. La arbitrariedad sobrevive también cuando en

una sola mano se concentran el ejecutivo y el judicial. Entonces los jueces se verán vejados,

por ser jueces y ejecutores de leyes a la vez. Tampoco debe existir la unión en una sola mano

del poder judicial y el legislativo, por cuanto al existir tal unión, los jueces, en la resolución de

las causas, no seguirán estrictamente la ley y podrán, si así lo desean, proponer modificaciones

e introducirlas en el contenido de la ley.

Por estas mismas consideraciones, Montesquieu estima necesario que los tres poderes

estén representados por diversos órganos. A su juicio, esa práctica se realiza en la monarquía

constitucional, en la que el poder legislativo está a cargo de representación popular. El rey es

depositario solamente del poder ejecutivo, y el tribunal de jurados es el órgano que ejerce el

poder judicial. El ejecutivo, según Montesquieu, debe ser ejercido por una sola persona, por

cuanto consideran que la rapidez de acción es su peculiaridad más importante. Como portavoz

de los intereses de la burguesía liberal, este autor se pronuncia en favor de la monarquía

constitucional y contra la república democrática.

14 C. Marx. El Capital. Librería Allende 1978. T.I, pág. 495. Nota 4

38

Al proponer la creación de órganos de representación popular, Montesquieu establece una

restricción muy sustancial: considera que a la par de crear la cámara baja electiva, debe

crearse otra alta integrada por los representantes de la aristocracia.

Su ideal político está basado en la Inglaterra de esa época, reproduciendo los rasgos de la

monarquía constitucional allí existente. La Cámara de los lores inglesa sirvió, indudablemente,

de modelo para una Cámara alta de los pares.

Desarrollando su teoría relativa a la separación de poderes, Montesquieu promueve la tesis

de que deben equilibrarse dentro del Estado. No pueden establecerse entre ellos frontera tan

rígidas que excluyan totalmente la incidencia de un poder en el campo de actividad del otro.

Así, el monarca ratifica las leyes y el legislador, a su vez, resuelve ciertos problemas de

gobierno: problemas financieros, de organización militar, etcétera. El autor aprueba esta

acción recíproca de los poderes, admitiendo que en cierta medida los poderes se detendrán y

se frenarán mutuamente, pero como consecuencia de ello, dice, se obtendrá un armónico

movimiento de avance.

En Inglaterra, claro está, no existía la separación de poderes tal y como habla Montesquieu.

Allí, el gabinete de ministros, ya en el siglo XVIII no se formaba al margen del parlamento, sino

de conformidad con el deseo de éste. Sin embargo ambos eran instrumento de dominación

política al servicio de unas y las mismas clases. En la monarquía constitucional inglesa, con su

distinción entre “el rey en el parlamento” y “el rey en el consejo”, se había realizado el

compromiso entre dos clases, la burguesía y la nobleza. Y precisamente en semejante régimen

soñaba Montesquieu para su patria. Al promover su teoría de la separación de poderes,

recomendaba a la burguesía francesa, en el fondo, imitar el modelo inglés.

Marx y Engels señalaron: “En un momento… y en un país donde el poder real, la aristocracia

y la burguesía se disputan el dominio, donde este, por lo tanto, esté dividido, allí la teoría de la

separación de poderes es el pensamiento dominante…”15

El principio de la separación de poderes dirigía su filo contra el absolutismo real, contra la

concentración de toda la plenitud de poder en manos del monarca. Significó una exhortación a

crear órganos representativos. En ello radica su valor relativamente progresista. Pero, al

mismo tiempo, esta teoría justificaba la conservación del poder real, independiente del

parlamento, excluyendo, así, la plenitud de poderes a los órganos representativos.

Esta teoría de Montesquieu obtuvo una gran popularidad entre sus coetáneos, la nobleza y

la burguesía liberal. Voltaire denominó la obra de Montesquieu “el código de la razón y de la

libertad”. En la Asamblea Constituyente de Francia, este principio de la separación de poderes

fue defendido por Lafayette, Mercier, Mounier y otros; además, para todos estos partidarios

de dicha teoría, el mencionado principio significó la defensa de la monarquía constitucional. La

teoría de Montesquieu halló su reflejo también en las “Actas Constitucionales de la revolución

burguesa de Francia”, de fines del siglo XVIII. Así, el artículo 16º de la Declaración de los

Derechos del Hombre y del Ciudadano, de 1789, reza: “la sociedad que no tiene asegurado el

usufructo de los derechos y no tiene establecida la separación de poderes, carece de una

15 C. Marx y F. Engels, Obras. Ed. Rusa, t. IV, pág. 37.

39

Constitución”. Y la de 1791 trató de dar la realización concreta de este principio dentro del

régimen de Estado en Francia. Este principio halló cabida también en la Constitución de 1787

de los Estados Unidos. Sirvió, entonces, de fundamentación ideológica para la independencia

del presidente y del gobierno con respecto a las instituciones representativas.

Rousseau.- Mucho más radical que el programa político de Montesquieu fue el de Juan Jacobo

Rousseau (1712-1778), ideólogo de la pequeña burguesía y notable defensor de ideas

democráticas, el cual ejerció una inmensa influencia sobre el pensamiento político en vísperas

y durante la revolución francesa de fines del siglo XVIII.

Rousseau obtuvo su primer éxito literario con su obra, premiada en el concurso organizado

por la Academia de Dijon, sobre el tema El restablecimiento de las ciencias y de las artes ha

contribuido a mejorar las costumbres (1750). Este tema era de tipo histórico: se trataba de la

época del Renacimiento y de su influencia sobre las costumbres de la sociedad europeo-

occidental. Pero su autor lo planteó como un problema filosófico, haciendo un análisis general

del valor de la ilustración y de la cultura para la evolución de la sociedad humana.

Años después redacta otra disertación –también para un concurso de la mencionada

academia–, en torno al origen y fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Aun

cuando no mereció el premio, su aparición contribuye al acrecentamiento del renombre de su

autor. Más tarde se publica su obra La nueva Eloísa, en la que se desarrolla la idea de la falsa

orientación de la cultura.

Después publica Emilio, sobre la educación, (1762), en la que recomienda educar a los hijos

acercándolos a la naturaleza, y no inculcándoles diversos prejuicios.

Junto con esta última obra sale a la luz pública su famoso Contrato social (1762). La

publicación de Emilio provoca de parte del clero una serie de ataques contra el autor, y el

temor a las represiones le obliga a abandonar Francia. Vive algún tiempo en Suiza y se traslada

después a Inglaterra. Desde este país, poco tiempo antes de morir, retorna a París, donde

fallece.

Sus obras constituyen una ferviente protesta contra la opresión feudal y contra el

despotismo del poder real. Su aparición presagiaba el próximo hundimiento del régimen

existente en Francia.

En su primera disertación, Rousseau defiende una tesis paradójica sobre la ciencia y el arte:

la cultura no sólo no trae utilidad, sino que corrompe al hombre. Todos los vicios proceden de

la ciencia y del arte. Así responde este autor al problema planteado por la academia precitada.

El conocimiento es inútil y nocivo. La cultura no aumenta la felicidad. Todo lo contrario, la

ciencia, el arte y la literatura afianzan las calamidades y la opresión existentes en la sociedad.

La fuente principal del mal radica en la riqueza. Esta y el lujo dan vida a la ciencia y al arte,

afirma, con lo que revela el sentido de su oposición a la cultura.

Rousseau marca a fuego la civilización, basada en la desigualdad y el lujo: nacida por la

ociosidad y los vicios, consolida a su vez éstos, dentro de la sociedad de su época. Es la

40

protesta del artesano, del pequeñoburgués y del pequeño propietario, a quienes el desarrollo

capitalista les depara la ruina.

Rousseau idealiza las primitivas relaciones patriarcales. Teme la envergadura del desarrollo

económico con el cual inevitablemente se conjugan aspectos negativos del progreso.

En su segunda disertación, a la par que los problemas relacionados con el origen de la

desigualdad entre los hombre, el autor plantea también el referente a la procedencia del

Estado. Toma como punto de partida la suposición de que en otros tiempos existió un “estado

natural”, en el que todos los hombres fueron iguales y libres. No había otra desigualdad que la

física motivada por la diferencia de edad, de la salud, etc.: en cambio la desigualdad

económica y política no existía. Esta última apareció más tarde, cuando los hombres salieron

del “estado natural” en que originariamente se hallaban.

En el “estado natural” no existía la propiedad privada, ni el poder del Estado. Los hombres

se caracterizan por la moral primitiva. El autor pinta este estado de los hombres como cierta

Edad de Oro que éstos habrían perdido. Con aquel estado, los hombres eran sanos y se

desarrollaban armónicamente. Estaban vinculados por la amistad y los sufrimientos comunes.

Fueron felices y buenos. El hombre, afirma, es un ser bueno por naturaleza y sólo las

instituciones lo volvieron malo.

Pero a pesar de su actitud negativa frente a la civilización, Rousseau entendía que el

hombre es susceptible de perfeccionamiento, y lo señaló directamente. El perfeccionamiento,

según afirma, condujo inevitablemente a la invención de herramientas y determinó el paso de

los hombres a la vida sedentaria y el de la sociedad humana al cultivo de la tierra. Los hombres

inician la elaboración de metales, y éstos y las herramientas mejoran el cultivo de la tierra. De

aquí nace, en cierto modo y como resultado del progreso de la sociedad, la propiedad privada.

Esta trae como consecuencia la división de la sociedad en ricos y pobres, y la tendencia de

unos a enriquecerse a expensas de otros. Aparece la lucha, las cizañas y las apropiaciones, que

dan paso a la formación del Estado.

El Estado, según la teoría de Rousseau, se formó por el nacimiento de la propiedad privada,

y ésta, por el perfeccionamiento de los instrumentos del trabajo humano...

Rousseau hizo notar que la propiedad privada sobre la tierra fue el motivo de la división de

la sociedad en ricos y pobres, lo cual condicionó después, también, la aparición de la

organización política.

“El primer hombre a quien —después de haber levantado un cerco alrededor de una

parcela de tierra— se le ocurrió pensar y decir esto es mío, y encontró a gente suficiente

mente ingenua para creérselo, fue el auténtico fundador de la sociedad civil. Cuántos

crímenes, guerras y asesinatos, cuántas calamidades y horrores habría evitado al género

humano aquel que, arrancando las estacas y llenando las zanjas, hubiese exclamado a sus

prójimos: No le hagáis caso a este embustero, estáis perdidos si llegáis a olvidar que los frutos

de la tierra pertenecen a todos, y esta última, a nadie”.16

16J.J. Rousseau. Sobre las causas de la desigualdad. San Petersburgo, 1907, pág. 68.

41

A juicio de Rousseau, el Estado nace para consolidar el dominio, para salvaguardar la

propiedad privada. La infinita lucha entre el “derecho” del fuerte y el del que fue “el primero

en apoderarse”, conduce a las colisiones y a los asesinatos. Para poner término a estos y

esclavizar a los débiles, los fuertes inventan el Estado y crean el poder de éste. El autor

presenta al Estado como resultado de la invención y de la confabulación de los ricos.

Con la aparición del Estado se acrecienta la desigualdad entre los hombres. La aparición del

Estado es, según él, la segunda etapa de la desigualdad que sigue a la primera, la desigualdad

de bienes.

Finalmente, la tercera es la formación del despotismo, el nacimiento de la forma despótica

de gobierno, el punto extremo de desigualdad, cuando los hombres, en el fondo, se vuelven

iguales, siendo igualmente esclavos del déspota. Todos ellos carecen ahora igualmente de

derechos frente a este individuo, único depositario de toda la plenitud del poder del Estado.

Rousseau se pregunta si debe aniquilarse el Estado y volver a la perdida Edad de Oro, al

estado de ingenuidad y simplicidad, de igualdad y de libertad, en el que, según afirma, los

hombres vivieron en tiempos anteriores.

Contesta en forma negativa.

“Entonces, ¿qué? —dice—, ¿quiere decir que hay que destruir la sociedad, la diferencia

entre lo mío y lo tuyo, volver a la selva y vivir allí al lado de los osos?”17 No en esto, a su juicio,

radica la solución del problema, ni la salida del lamentable estado en que se encuentra la

humanidad.

Para liberarla de las calamidades, Rousseau estima necesario destruir el despotismo y crear

un régimen de Estado basado en un contrato social, un régimen democrático en el que el

hombre, viviendo en sociedad y subordinándose al poder del Estado siga siendo, a pesar de

esto, libre.

Rousseau trata de resolver este problema en su más renombrada obra: El contrato social.

“El hombre ha nacido libre y sin embargo en todas partes está encadenado... ¿De qué modo se

operó este cambio? Yo no sé —dice el autor—, ¿qué puede hacer que este cambio sea legal?

Pienso qué podría resolver este problema”.18

Sólo un poder democrático es legítimo, postula Rousseau: la libertad se conserva sólo en un

Estado en el cuál todo el pueblo participa en la legislación. Únicamente con una organización

democrática del Estado, el hombre, a cambio de su libertad natural, ya perdida, adquiere la

libertad política, bajo la cual, aun cuando se subordina al poder, ya no es un esclavo, como

bajo el despotismo.

El autor considera que la participación en la legislación asegura la libertad al hombre, por

cuanto cada uno da su conformidad a las leyes que reglan la vida de la sociedad, cada uno

acata las leyes en cuya formación ha participado.

17J. J. Rousseau. Sobre Las causas de la desigualdad, observación 9.

18J. J. Rousseau. Sobre el contrato social. Libro I. Cap. I

42

Rousseau cita también otro argumento a favor de la democracia. Señala que la voluntad

común, si está orientada hacia objetivos comunes e instaura disposiciones generales que

afectan a todos los ciudadanos, es infalible y siempre contribuirá a la realización del bien

común. Cuando el pueblo legisla, siempre hará leyes igualmente útiles para todos, para todo el

pueblo en general y para cada ciudadano en particular. Al no comprender la esencia de clase

del Estado y del derecho, Rousseau no admite que la ley que el pueblo establece pueda ser

perjudicial para algún ciudadano por separado. Para él, el todo jamás causará daño a sí mismo,

ni a ninguna de sus partes. Y cada ciudadano por separado es una parte del todo.

Rousseau se manifiesta como partidario convencido de la soberanía popular, de los

principios democráticos. Es un ferviente defensor de las ideas democráticas, de la democracia

radical pequeño burguesa.

Según él, la soberanía, única, indivisible e inalienable, debe pertenecer al pueblo en su

conjunto. En ello radica la tesis fundamental del contrato social que los hombres concertaron

entre sí al pasar del estado natural al civil, de conformidad con cuyas condiciones se debe

organizar el poder del Estado.

Donde no existe la soberanía popular, preconiza, se desconoce el contrato social. Allí existe

el despotismo, el dominio ilegítimo de una sola persona sobre todas las demás.

Rousseau cree que la democracia asegura el bienestar y la felicidad de todos y de cada uno.

Por eso precisamente dice que “…los súbditos no tienen necesidad de garantía contra el poder

soberano, ya que es absurdo presuponer que un organismo quiera perjudicar a todos sus

miembros… no puede causar daño a ninguno en particular”.19

Si alguien se niega a acatar la voluntad general y se ve obligado a subordinarse a todo el

organismo político, esto significa que por fuerza le obligan a ser libre.

La subordinación al poder democrático asegura la felicidad y la libertad del individuo.

Dentro de un Estado que responde a las condiciones del contrato social, el hombre adquiere

mucho más de lo que tenía en el estado natural. Cierto es que pierde su libertad “natural”,

pero a cambio de ella “sus aptitudes se ejecutan y se desarrollan, su pensamiento se amplía,

sus sentimientos se ennoblecen, y toda su alma se engrandece…20. Se convierte “de animal

torpe y mediocre en ser racional, en hombre”.21 Adquiere la libertad y el derecho ciudadano de

propiedad sobre todo lo que posee.

El autor, sin embargo, no se circunscribe a estas estrictas indicaciones. Dice que ciertos

derechos naturales del hombre son inalienables, que sigue conservando incluso al pasar al

estado estatal, como si el poder soberano del Estado no fuera absoluto e ilimitado.

De las condiciones del contrato social, Rousseau extrae el derecho del pueblo a la

insurrección. Trata de justificar la próxima revolución burguesa. “Mientras el pueblo, obligado

a someterse, se conforma, —dice―, procede bien; pero apenas tiene la posibilidad de

liberarse del yugo y así lo hace, procede aun mejor, por cuanto, al recuperar la libertad según

19

J. J. Rousseau. Sobre el contrato social. Libro I. Cap. VII 20

Ibídem. 21

Ibídem.

43

el mismo derecho por el cual se le había despojado de ella, tenía razón para recuperarla: de lo

contrario, tampoco existía motivo alguno para despojársela”.22

Desde el punto de vista de la soberanía popular única e indivisible, Rousseau critica la teoría

de Montesquieu relativa a la separación de poderes. Compara los argumentos que dan los

partidarios de esta teoría con los procedimientos de los prestidigitadores japoneses, que, ante

la vista de los espectadores cortan a un niño en pedazos, tiran éstos para arriba, después de lo

cual el niño cae abajo vivo y entero. “Iguales son, aproximadamente —dice—, los

procedimientos de nuestros políticos: después de desmembrar el cuerpo social de una manera

digna de un prestidigitador de feria, juntan de nuevo, no se sabe de qué modo, los pedazos”.23

Pero Rousseau es también adversario de la representación popular. Estima que cada

ciudadano debe participar personalmente en la discusión y aprobación de las leyes. Los

diputados sólo son empleados del pueblo y por eso no pueden resolver definitivamente. Sus

decisiones pueden adquirir fuerza de ley sólo después que el pueblo las ratifica mediante un

referéndum. El ideal de este autor es, pues, la pequeña república patriarcal, en la que todos los

ciudadanos pueden discutir y aprobar ellos mismos las leyes. Prototipo de ésta era la

democracia griega antigua. También la Suiza de esa época pudo ver algunos modelos de este

género de democracia. Allí siguieron conservándose las pequeñas repúblicas forestales, los

cantones, en los que se practicaba la discusión directa de las leyes por toda la población

adulta, por todos los ciudadanos de la república. Su patria, Ginebra, era el modelo de una

pequeña república de este tipo, con elementos de democracia directa. El autor exalta más de

una vez el régimen estatal de su ciudad natal: no obstante no se sentía satisfecho de la

práctica de aquel régimen en la vida política, por cuanto resultaba una desviación de su

constitución.

Después de haber determinado a quién debe pertenecer el poder legislativo, Rousseau pasa

a resolver el problema relativo al poder gubernamental. El establecimiento de éste, a su juicio,

es también un asunto del pueblo quien resuelve el problema de a quién se ha de conceder

dicho poder, determinando con ello la forma de gobierno. Este es encomendado a una sola

persona; se implanta la monarquía. Si el pueblo lo concede a varios, se forma la aristocracia, y

si él mismo se hace cargo, no sólo del legislativo, sino también del ejecutivo, es una

democracia, o sea, exactamente, la forma democrática del gobierno. Pero la soberanía

siempre debe permanecer en manos del pueblo.

El poder gubernamental no se establece, a su juicio, por el contrato social, sino por un

decreto, por una disposición del pueblo. Por decreto se determina la forma o modo de

gobierno, y de igual manera se nombran después las personas que deben ejercerlo.

Para que el modo de gobierno existente siga conservándose y para que su ejercicio siga

permaneciendo en manos de las personas designadas para este fin, y para que el gobierno no

atente contra el poder legislativo del pueblo, Rousseau recomienda inaugurar toda asamblea

popular con el planteo de dos problemas: 1) ¿Conviene al pueblo conservar la forma de

22

Ídem.Libro I, cap. I. 23

Ídem.Libro II, cap. II.

44

gobierno existente? Y 2) ¿Debe quedar el poder gubernamental en manos de los que

actualmente lo ejercen?

En estas condiciones, piensa Rousseau, los gobiernos siempre estarán expuestos a ser

destituidos, motivo por el cual tratarán por todos los medios de ejercer fielmente las

facultades del poder que se les ha concedido y de seguir estrictamente las directivas recibidas

de la asamblea popular.

Partiendo de las concepciones idealistas acerca de la sociedad y de su desarrollo, este autor

creía que con la implantación de la república democrática se operaría una milagrosa

regeneración de la naturaleza humana, desaparecería totalmente la opresión del hombre por

el hombre, no existiría más la grave desigualdad de bienes y estaría asegurada la prosperidad

general. Además, claro está, para Rousseau se trataba de una república burguesa: en las

condiciones de su tiempo no se imaginaba otra.

Engels dice: “El estado de la razón, el contrato social roussoniano, tomó vida, y sólo pudo

cobrarla, como república burguesa democrática”.24

Rousseau soñaba con una sociedad en la que no hubiera ricos ni pobres, pero donde la

propiedad privada siguiera conservándose íntegramente. La propiedad, según él, corresponde

al contrato social, debe mostrarse inamovible, por ser necesaria en cualquier sociedad. Sólo

objetaba aquella bajo la cual “un puñado de hombres nadan en el lujo, mientras que la

inmensa mayoría del pueblo tiene necesidad de lo más indispensable”. Soñaba con un

pequeño Estado democrático patriarcal, en que cada uno tenga poca propiedad, suficiente

para cubrir sus necesidades elementales. Su ideal era típicamente pequeñoburgués. Defendía

un orden en el que “un hombre no sea tan rico para poder comprar a otro, ni tan pobre para

tener necesidad de venderse”. Consideraba que un orden así era perfectamente factible, aún

cuando no señaló, ni pudo señalar, los medios para llevarlo a la práctica. No aprobaba el

desarrollo capitalista, temía las graves contradicciones que éste provoca dentro de la sociedad,

y condenaba resueltamente la opresión de los trabajadores que el capitalismo traía consigo.

Precisamente por no haber comprendido las tendencias de la evolución histórica, Rousseau

preconizaba la pequeña propiedad privada.

No preveía, ni pudo prever, que la evolución social, al implementar la desigualdad, lanza, al

mismo tiempo, sobre la palestra histórica, a una nueva clase social capaz de eliminarla y de

transformar radicalmente la sociedad.

Si comparamos a los más mesurados, a los más antiguos, enciclopedistas del siglo XVIII, y en

primer lugar a Voltaire, con Rousseau, veremos el gran avance que éste significó en cuanto a la

crítica del régimen de Estado y de los usos políticos existentes en su tiempo, y también en

cuanto a programa político.

Voltaire hace las paces con el absolutismo ilustrado, Montesquieu se muestra dispuesto a

aceptar el compromiso con la nobleza y aprobar la monarquía constitucional. Rousseau, en

cambio, postula una organización política en la que la plenitud del poder y la soberanía del

Estado pasen íntegramente a manos del pueblo, o sea, a las de toda la población sin excepción.

24

F. Engels. Anti-Dühring. Ediciones quinto sol, México, 1978.

45

Como desconoce la existencia de la lucha de clases dentro de la sociedad, se vale del concepto

abstracto de “pueblo”, y preconiza, por lo mismo, la teoría abstracta y formal de democracia,

típica de los ideólogos burgueses, manifestándose, pese a todo, como decidido partidario de

los principios democráticos.

LA REVOLUCION INDUSTRIAL25

Las Primeras Máquinas.

EL PERFECCIONAMIENTO comenzó en la producción de tejidos cuando el mecánico Kay, en

1733, inventó la lanzadera.

La lanzadera es un dispositivo especial que se usa para tramar. Antes de esta invención, el

tejedor efectuaba la operación haciendo pasar la canilla ora a la derecha, ora a la izquierda.

Para impulsar la lanzadera, basta con tirar de la palanca con el cordón. Esto acelera en alto

grado el proceso y eleva el rendimiento del trabajo, exigiendo menos habilidad y experiencia,

una calificación más baja que la utilización de la canilla corriente. Así se creó la maquina

sumamente simple, por el momento, sin impulsión a vapor… Las consecuencias de esta

invención, sumamente modesta a primera vista, fueron enormes. Se duplicó la cantidad de

producción del tejedor. Pero lo principal consistía en que se quebrantaba el equilibrio natural

entre la producción de hilados y tejidos. Los hiladores no daban abasto en la producción de

hilados para los tejedores que, gracias a la invención de Kay, comenzaron a trabajar con una

rapidez doble de la anterior, mientras que los hiladores continuaban con el mismo

rendimiento de trabajo. Surgió el “hambre de hilados” que demandaba insistentemente

perfeccionamientos en la hilandería.

En 1738, J. Withe y Lewis Paul inventaron los rodillos de estirar, que sustituían a los dedos

del hilador. A continuación, Highs construyo una máquina de hilar, que actuaba por la fuerza

del agua, la llamaba “water machine”, invención de la que se apropió el hábil y emprendedor

barbero y relojero Arkwright.

Con la máquina de Arkwright se fabricaban hilos muy fuertes, pero muy gruesos. Con estos

hilados solo podían confeccionarse tejidos bastos. Por eso, a pesar del ascenso vertical de la

productividad del trabajo, la competencia de los tejedores de la India, que producían tejidos

de alta calidad, no disminuyó. Se precisaba una máquina para la producción de hilos finos. Por

fin, en 1765, la inventó el tejedor y mecánico Hargreaves, que la denominó “hiladora de Jenny”

en honor a su hija. La “Jenny” proporcionaba un hilado fino, pero el mecanismo era

excesivamente frágil. La máquina se movía a mano, pero en lugar de un huso, como la hiladora

manual corriente, tenía 16 o 18 husos que ponía en movimiento un solo hilador. Se obtuvo la

posibilidad de producir muchos más hilados que antes. Si hasta entonces por cada tejedor

trabajaban tres hiladores y el hilado no bastaba, ahora se producía mas del que podían utilizar

los tejedores existentes. Se precisaron más tejedores y su salario se elevó. El tejedor abandono

25

Tomado de Mijailov, M.I., La revolución industrial, Argentina, Editorial Cartago, 1970. Pp. 43-91.

46

sus ocupaciones agrícolas y se dedicó exclusivamente a tejer. Poco a poco el tejedor labriego

fue desapareciendo y se convirtió en obrero tejedor, carente de toda propiedad y viviendo

sólo de su jornal.

Con la aparición de las primeras máquinas, sumamente imperfectas, no sólo comenzó a

desarrollarse el proletariado industrial, sino que se impulsó el surgimiento del proletariado

rural…

El desarrollo de la industria, que se operó paralelamente a los cambios de la estructura

social, no paro aquí. En 1799, un hilador, hijo del granjero Samuel Crompton, construyó una

máquina que reunía los principios de las máquinas de Hargreaves y de Arkwright. Por ser una

fusión de las dos invenciones precedentes, por su origen hibrido, recibió la denominación

popular de mula. La máquina de Crompton proporcionaba un hilo fino y fuerte que sería para

la producción de tejidos caros, en particular, de la muselina. Esta invención incrementó de

súbito el rendimiento del trabajo a proporciones enormes, jamás vistas. Ahora, una máquina,

manejada por una persona, tenía hasta 120.000 husos. Gracias a las invenciones en la

producción de hilados, la cantidad de estos aumentó varias veces. Los tejedores seguían

trabajando a mano y resultaban incapaces de elaborar toda la masa de hilados que producían

las fábricas. El “hambre del tejido” fue liquidada mediante la introducción del telar mecánico,

inventado por el Rev. Cartwright de Kent (1785).

La utilización del telar de Cartwright incrementó cuarenta veces el rendimiento del trabajo.

En otras palabras: un obrero producía tanto como cuarenta tejedores a mano.

Paulatinamente, el telar de Cartwright se fue perfeccionando y, por fin, terminó con el telar a

mano, como antes la “Jenny” y la maquina mula, terminaron el hilado a mano.

Gracias a estas y otras invenciones, el trabajo mecánico triunfó sobre el manual en las

ramas principales de la industria inglesa. Los resultados no tardaron en aparecer. Por un lado,

se produjo un rápido descenso de los precios de todos los artículos fabriles, un florecimiento

del comercio y de la industria; se conquistaron nuevos mercados extranjeros, se

incrementaron con rapidez los capitales y las riquezas nacionales. Por otro lado, se operó un

rápido crecimiento cuantitativo del proletariado, los trabajadores perdieron toda seguridad en

el salario, se hicieron más frecuentes los disturbios obreros.

La máquina de vapor.

En 1765, el inventor ingles James Watt construyo un modelo de máquina de vapor. Cuatro

años después, en 1769, construyo su primera máquina de vapor. El invento halló muy pronto

aplicación en las empresas de Inglaterra. En 1780, en Birmingham funcionaban once máquinas

de vapor, en Leeds 20, y en Manchester 32.

(…) La invención de la máquina de vapor fue el resultado de los conocimientos prácticos y

científicos; sólo pudo efectuarla un hombre que, además de la habilidad práctica, contase con

grandes conocimientos en la esfera de las ciencias exactas. La invención y la aplicación en gran

escala de la máquina de vapor fue la base de la gran industria: las maquinas pudieron existir

ante la invención de la de vapor, pero no pudo haber producción mecánica. La introducción de

47

la máquina de vapor en la producción presentaba enormes dificultades: exigía la creación de

una nueva rama de la industria con su personal y sus instalaciones.

La invención de la máquina de vapor fue el resultado de los conocimientos prácticos en

empresas industriales. Antes todas las fábricas, impulsadas por la energía hidráulica, podían

emplazarse solamente a orillas de los ríos de corriente caudalosa y rápida, lejos de las

ciudades, de los mercados y las fuentes de materias primas. Ahora todo había cambiado. La

máquina de vapor podía instalarse en cualquier lugar donde pudiera obtenerse carbón mineral

a precio asequible. El carbón mineral abundaba en toda Inglaterra. En adelante, las fábricas

podían construirse cerca de los mercados en los que era posible adquirir materia prima y

vender los artículos, aproximarse a los grandes centros de población, en los que se reclutan los

obreros. Las moles de los edificios fabriles se apretujaban unas contra otras; en las grandes

ciudades se formaron los suburbios obreros, sobre los que se ciernen constantemente las

nubes de humo de los hornos de máquinas de vapor.

La siderurgia y la minería.

¿Qué ocurrió? En el siglo XVIII, para convertir el mineral en fundición y está en hierro, se

utilizaba exclusivamente la leña. Esto produjo la destrucción de enormes extensiones de

bosques. El gobierno inglés tomo medidas de protección de los bosques del país, ya que

precisaba madera para su cuantiosa flota. Y a fines del siglo XVIII se promulgó una ley que

prohibía el emplazamiento de las empresas siderúrgicas en las cercanías de Londres y a las

orillas del Támesis. La producción de metales descendió, pero la destrucción de los bosques

proseguía. Los altos hornos continuaban devorando enormes cantidades de carbón de leña,

que se volvía cada vez más caro. Entre tanto los riquísimos yacimientos de carbón mineral

continuaban intactos.

La utilización del carbón de hulla como combustible se conocía desde tiempos remotos,

pero no se había logrado utilizarlo para la fundición de hierro. La causa estribaba en que

todavía no se había conseguido volver inofensivas las sustancias contenidas en la hulla (en

especial el azufre) y, como consecuencia, la fundición que se obtenía con el carbón mineral era

inservible. Los técnicos ingleses trataban de hallar el procedimiento para emplear el carbón

mineral en la siderurgia, pero sus intentos fracasaron, hasta que, en 1735, Abraham Derby,

dueño de unas minas, obtuvo buenos resultados.

Derby elaboró el procedimiento de aplicar cal viva al mineral y obtuvo, por fin, una

fundición de alta calidad… La unión que a partir de entonces se estableció entre la hulla y el

hierro abrió un magnifico futuro para la industria inglesa.

El procedimiento de Derby permitió la fundición en masa. Pero en seguida surgió el

segundo problema: ¿Cómo convertir la fundición en hierro de forja? Esta operación se seguía

efectuando con el carbón de leña y tenía un carácter de artesano. Sólo podía haber una salida:

utilizar el carbón mineral, como se había hecho para la obtención de la colada.

Esta vez el periodo de la búsqueda fue relativamente breve. En 1762, John Robek

obtuvo resultados excelentes y muy prometedores. Es curioso el hecho de que fue inventado

casi simultáneamente en dos lugares. Los inventores no se conocían y su destino fue

48

totalmente diferente: el maestro de fábrica Peter Onions permaneció desconocido a pesar de

ser el primero; en cambio, Henry Cort, abastecedor del almirantazgo, que se hallaba en

relaciones con altas personalidades, difundió inmediatamente la noticia de su procedimiento.

Las invenciones de Derby, Cort y Hunstman tuvieron una gran importancia, pues

permitieron organizar la producción de hierro y acero en gran escala; además, sustituyeron el

caro carbón vegetal, por el mineral. No sólo incrementaron la producción, sino que mejoraron

en alto grado su calidad. Los primeros pasos de la revolución industrial en la siderurgia no

condujeron a una sustitución decisiva del trabajo manual por la máquina. Pero el predominio

del trabajo manual en las nuevas condiciones duró poco; pronto aparecieron también las

máquinas en esta rama de la industria.

Los cambios de los métodos de producción en la siderurgia no sólo transformaron esta rama

de la industria, sino ciudades y regiones enteras…

Como resultado, el hierro se abarató mucho y se diversificó su utilización. Los rieles de

madera fueron sustituidos por los de hierro; en lugar los fuelles de piel, aparecieron los

metálicos; se construyeron depósitos de hierro para las fábricas de cerveza y las destilerías,

tubos de hierro de todas las medidas, etc. En 1779 se construyó el primer puente de hierro, en

1796 el segundo, y en 1797 el tercero. En 1787, navegó por el río Severn el primer barco

metálico, construido con planchas de hierro remachadas. En 1788, en una de las fábricas de

Inglaterra se fabricaron alrededor de 9000 metros de tuberías de fundición para el

abastecimiento de aguas de París. Pero lo más importante fue la utilización del metal en la

construcción de maquinarias.

De todas las nuevas aplicaciones del hierro, ésta fue la más importante. En las viejas

máquinas, la mayoría de las piezas eran de madera, a excepción de algunos resortes. La

célebre máquina de hilar de Arkwright, por ejemplo, era toda de madera. Por eso, todas las

máquinas tenían movimientos irregulares y su desgaste era muy rápido. El empleo del metal

en gran escala permitió la construcción de laminadoras, tornos para la elaboración de metales

y martillos hidráulicos. No cabe duda de que Watt no hubiera podido construir su primera

máquina de vapor, si no le hubiesen proporcionado previamente cilindros metálicos de forma

irreprochable, que inútilmente intentaron construir con los viejos métodos. A fines de la

década del 80 del siglo XVIII, se construyeron, según diseños de Watt, nuevos molinos de

vapor, cuyas piezas eran todas de metal.

Medios de comunicación

La etapa inicial de la revolución industrial está relacionada con la intensificación de la

construcción de caminos. Sólo en el quinquenio de 1769 a 1774, el parlamento votó más de

450 decretos sobre la construcción de nuevos caminos o mejoramiento de los viejos. Con el

mejoramiento de los caminos, la velocidad de las comunicaciones comerciales aumentó a más

del doble. A partir de 1756 aparecieron las comunicaciones postales y de viajeros regulares

entre Londres y Edimburgo. Las bestias de carga fueron sustituidas en casi todas partes por

carretas. Sin embargo, para la conducción de cargas voluminosas y pesadas, el transporte

terrestre continuaba siendo muy caro e incómodo. Surgió la idea de sustituir los caminos por

las comunicaciones fluviales. La construcción de canales comenzó a principios de la segunda

49

mitad del siglo XVIII… En unos 30 años el país se cubrió de todo un sistema de canales, abiertos

preferentemente en los condados del centro y del norte.

Todos los canales los construyeron particulares, dueños de grandes manufacturas o

magnates de la industria. Pero la verdadera revolución en los medios de transporte está

relacionada con la aplicación del vapor y la invención de la locomotora y el barco de vapor. En

el primer cuarto del siglo XIX los veleros comenzaron a ser sustituidos por los vapores, y las

torpes y pesadas diligencias por los ferrocarriles.

El primer vapor se botó en 1807 en el río Hudson, en Norteamérica. Su inventor y

constructor fue Robert Fulton. En gran Bretaña, el primer vapor se construyó en 1811. En 1816

un vapor cruzó por primera vez el Canal de la Mancha. Tres años después, en 1819, el vapor

norteamericano Savannah hizo el primer viaje entre el Nuevo y el Viejo Mundo, cruzando el

Atlántico en 25 días, o sea en 6 días más que los barcos de vela. En 1842, el vapor inglés Drover

realizó el primer viaje en derredor del mundo. Hasta entonces sólo los barcos habían

circundado el globo. En los primeros tiempos, la navegación del vapor fue más lenta que la de

vela y resultaba más cara; muchos comerciantes y empresarios no querían utilizarla, pero los

más sagaces no tardaron en darse cuenta de sus ventajas en un futuro próximo.

Todavía de mayor trascendencia fue la construcción de los ferrocarriles. La idea de construir

un carro automotor se remonta al siglo XVII. Precisamente en este siglo, el matemático

holandés Stavinus construyó un carro con vela. En el siglo XVIII se inicia la construcción de

carros impulsados por vapor, para lo cual se adaptó la máquina de Watt a una carreta

corriente de cuatro ruedas.

En 1812, el mecánico inglés George Stephenson logró inventar la locomotora, elemento

primordial del transporte ferroviario. La primera locomotora podía transportar 8 vagones con

una carga total de 30 toneladas, con una velocidad de 6 kilómetros por hora, es decir, mucho

más lento que los caballos. 17 años después, en 1829, el propio Stephenson obtuvo un premio

por su locomotora “Cohete” que podía desarrollar velocidad hasta de 60 Km. por hora, sin

carga, y de 25 Km. por hora con una carga de 39 toneladas. En 1830 se inaugura el primer

ferrocarril, que comunicaba dos grandes centros industriales de Inglaterra: Liverpool y

Manchester. En 1832 se inauguró en Francia el tráfico de viajeros entre Saint-Etienne y Ruán.

En Alemania, el primer ferrocarril, entre Nuremberg y Furth, se construyó en 1835. Ese mismo

año comenzó a funcionar el primer ferrocarril de Rusia, entre Petersburgo y Tsárskoie Selo. A

partir de entonces se abre la era de los ferrocarriles en Europa y Estados Unidos.

Consecuencias de la Revolución Industrial

La invención y, posteriormente, la aplicación en gran escala de las máquinas tuvo vastas

consecuencias. Se incrementó en alto grado el rendimiento del trabajo y se redujo el costo de

producción, lo que reportó un enorme crecimiento de las riquezas nacionales. La artesanía y la

manufactura no pudieron ya competir con la gran fábrica capitalista y fueron desapareciendo

paulatinamente. El modo de producción capitalista, que se formó en el seno del feudal, había

vencido ahora a todas las formas de economía precapitalista, condenándola a la ruina y el

hundimiento irremisibles. La industria ocupó una situación predominante. Se intensificó el

dominio económico de la ciudad sobre el campo. Culminó el proceso de desaparición del

50

campesinado inglés. Cambió radicalmente la estructura profesional de la población: a cuenta

de la población agrícola se incrementó el número de personas ocupadas en las diferentes

ramas de la industria. Aparecieron las grandes ciudades, que se convirtieron en centros

industriales. Pero la consecuencia principal de la revolución industrial fue la aparición de las

dos clases de la sociedad capitalista: la burguesía industrial y el proletariado fabril. El

desarrollo impetuoso de la economía, suscitado por la revolución industrial, acarreó un

incremento de lujo y riqueza de la burguesía, por una parte, y de la pobreza y la indigencia de

las masas trabajadoras, por otra. La situación precaria de las masas trabajadoras empeoró con

motivo de las crisis económicas, que acompañaban al rápido crecimiento de la producción

capitalista.

El aumento de la población

El incremento de la población de Inglaterra comenzó a acelerarse en 1750, desde el

principio de la revolución industrial. De 1750 a 1801 el aumento fue de dos millones y medio:

el porcentaje de incremento era cuatro veces superior al del periodo precedente. Así pues, el

rápido aumento de la población es una consecuencia directa de la revolución industrial.

Crecimiento de las grandes ciudades

Simultáneamente al proceso del incremento de la población se produjo otro fenómeno: el

cambio de su estructura profesional. A fines del siglo XVII, vivían en el campo las cuatro

quintas partes de la población del país. En la década del 70 del siglo XVIII, la población urbana

y la rural se nivelaron numéricamente. En 1811 quedaban en el campo no más del 35% de los

habitantes, el 33% en 1821 y el 28% en 1831. Más adelante, el proceso de despoblación del

campo se intensificó. En cambio la población urbana creció muy de prisa, porque las ciudades

se convertían en centros de la gran industria. Así pues, en 50 años, la población de la ciudad se

cuadruplicó. En 1726 había en Manchester sólo una fábrica; 15 años más tarde, contaba con

más de 50 fábricas de hilados de algodón, la mayor parte de ellas con máquinas de vapor. En

su derredor se alzaban las barriadas obreras, construidas apresuradamente, sumamente

estrechas para la población que en ellas habitaba. Las calles y callejones húmedos

ennegrecidos por el humo eran un vivero de enfermedades y epidemias. En contraste, en el

centro de la ciudad surgieron calles anchas con grandes edificios de mampostería y tiendas

lujosas. En las afueras se construyeron elegantes villas circundadas de jardines, donde vivía la

nueva aristocracia, la nueva clase de los ricos, a quienes el pueblo inglés llamaba “lores de

algodón”.

Todo cuanto se podía observar en Londres era plenamente aplicable a Manchester,

Birmingham, Leeds, a todas las grandes ciudades. En todas partes la bárbara indiferencia, el

egoísmo implacable de los unos y el sufrimiento y la miseria indescriptible de los otros. Por

doquier, la guerra social, la casa de cada uno en un estado de sitio, en todas partes el despojo

mutuo, al amparo de la ley. Como quiera que el arma principalísima en esta guerra es el

capital, en otras palabras, el dominio directo o indirecto sobre los medios de vida y los medios

de producción, es completamente natural que todas las calamidades de semejante situación

recaigan sobre el pobre.

51

La catastrófica situación de los trabajadores

En medio de la abundancia, el lujo y la riqueza, creados por el trabajo del pobre, la situación

de éste se volvió catastrófica. He aquí algunos hechos que se refieren a los tiempos en que la

revolución industrial alcanzaba su cima, o por lo menos, el desarrollo máximo:

En Stockport, un tribunal declaró culpables a unos padres de haber envenenado a tres hijos.

En el procesos, los padres alegaron que no habían hallado otro medio de lograr recursos para

comprar pan a sus hijos hambrientos que quedaban vivos, que el de percibir de la sociedad de

entierros 3 libras y 8 chelines por cada una de las criaturas muertas. Esto ocurrió en 1841. Y el

caso no fue único. Por ejemplo, en Liverpool fue ahorcada Betty Jules, de Boston, que, por la

misma causa, envenenó a tres hijos propios y a dos hijastros.

Algunos funcionarios ingleses, que estaban obligados por su cargo, en casos especiales, a

visitar tales viviendas proletarias, nos hicieron su descripción. He aquí algunos ejemplos. El 14

de noviembre de 1843, apareció en los periódicos la descripción de la vivienda de la difunta

Ana Golwey. “En la pequeña habitación no había lecho, ni ropa de cama ni mueble alguno. La

difunta yacía con su hijo en un montón de plumas, que se habían pegado a su cuerpo

semidesnudo. Ni manta, ni sábanas. Las plumas se habían adherido al cadáver, que no pudo

ser investigado hasta que se lo limpió. Entonces, el médico lo halló sumamente extenuado…”

Los ingleses ricos. La burguesía industrial

Además de los pobres, en las nuevas ciudades vivían rodeados de lujo y riqueza los

representantes de la burguesía industrial, de reciente formación. La miseria y la riqueza

existían mucho antes del comienzo de la revolución industrial. En el siglo XVIII, el primer lugar

entre los ricos lo ocupaban los propietarios rurales, dueños de tierras eclesiásticas o seculares.

Esta capa de opulentos, la más numerosa, gozaba de una influencia política dominante en el

país. Sus representantes componían la mayoría del Parlamento, entre ellos se reclutaban los

ministros, los generales y los altos funcionarios. La política del gobierno se subordinaba

preferentemente a sus intereses. La potencia económica de esta capa, fortalecida por

privilegios seculares, era también muy considerable.

Tras de los magnates rurales iban banqueros, los cambistas y los arrendatarios. Esta

categoría de gentes carecía por lo general de bienes inmuebles. Su riqueza era el dinero. Los

representantes de esta capa eran de preferencia enérgicos, emprendedores, estrechamente

ligados al gobierno, del que con frecuencia eran acreedores.

El tercer grupo de los ricos lo componían los mercaderes, los comerciantes, asociados a

menudo en compañías y que habían acumulado grandes capitales. Los más ricos de entre ellos

constituían la verdadera aristocracia de las ciudades comerciales. Esta gente fue tomando

gradualmente en sus manos el control de la industria. Pero lo que más les interesaba no era la

producción, sino el cambio. En calidad de mercaderes, consideraban que su función era

comprar y revender. Los terratenientes, los financieros, poseedores de dinero, y los

comerciantes, eran las tres categorías de ricos antes del comienzo de la revolución industrial.

Había otra categoría de ricos: los dueños de las grandes manufacturas. Eran propietarios de las

52

instalaciones, de los locales industriales, organizaban el trabajo, dirigían la producción. Pero

eran una excepción: no existía una capa numerosa de dueños de manufacturas.

A fines del siglo XVIII, cuando surgieron las grandes empresas industriales, las minas, los

establecimientos metalúrgicos, las fábricas de hilados y tejidos, cambió también la fisonomía

del dueño de la empresa. Se formó una nueva fuerza social: la clase de los capitales

industriales. ¿De qué capas sociales se reclutaban los cuadros de la nueva clase? Los

representantes de las viejas clases poseedoras –terratenientes, comerciantes y banqueros–

por regla general no integraban el conjunto de los empresarios industriales. No se fiaban

mucho de las máquinas y no querían arriesgar el capital acumulado. En la primera generación

de los fabricantes tampoco hallamos a las personas que con sus invenciones contribuyeron a la

creación de la gran industria. Ni Hargreaves, ni Crompton, ni Cartwright, pese a sus tenaces

esfuerzos, lograron fundar grandes empresas industriales. Aunque Arkwright, Derby y algunos

otros “se abrieron camino”, no constituyeron la base de los capitalistas industriales.

La nueva clase se formó de pequeños terratenientes y modestos artesanos, que iniciaban

con frecuencia sus actividades con sumas muy reducidas, obtenidas mediante la venta

afortunada de su parcela de tierra o de su taller. Para comenzar un negocio absolutamente

nuevo se precisaba, ante todo, reunir el capital necesario. Cuando se lograba resolver con

éxito esta cuestión y, por tanto, la del equipo, surgía otra: la de la mano de obra. Era necesario

buscar, reunir, instruir y obligar a trabajar en condiciones completamente nuevas a una masa

de gente inhabituada al trabajo conjunto.

El problema de los mercados fue extraordinariamente importante y difícil de resolver. El

dueño de la nueva empresa no podía obrar como los pequeños productores, es decir, dirigirse

a la ciudad a vender sus artículos. El mercado local fue desde el principio muy insuficiente y el

nacional no tardó en resultar estrecho. El dueño de la empresa tuvo que hacerse comerciante,

maestro en busca de nuevos mercados, con frecuencia en el extranjero, entablar y afianzar las

relaciones. Por último el fabricante era, al mismo tiempo, el ingeniero diseñador y el mecánico

principal de su empresa. En este sentido, el antecesor de la moderna burguesía industrial se

diferenciaba radicalmente de ésta, puesto que el burgués moderno dirige sus empresas por

mediación de sus administradores, directores e ingeniero. Así, pues, el industrial tenía que ser

capitalista, organizador del trabajo, comerciante, y de no poca monta; pero su cualidad

principal debía ser la del tipo acabado de negociante. Con frecuencia no era más que esto.

Entre esta masa de nuevos ricos, de gente enérgica, sólo gracias a la avidez y el lucro se

destacó un grupo reducido de personas altamente cultas e instruidas. Estos fueron los

primeros en expresar los intereses comunes de la clase de la burguesía industrial.

Es curioso comprobar que las primeras actuaciones políticas de la burguesía industrial

inglesa estuviesen ligadas de la manera más estrecha a sus intereses económicos.

La comunidad de intereses cohesionó rápidamente a la nueva clase de los capitalistas

industriales. En 1785 se organizó un comité de fabricantes que recibió el nombre de “Cámara

Principal de los Industriales Ingleses”. Es evidente que los capitalistas no siembre actuaban

solidarios y unidos: los interese materiales los aproximaban, por una parte, y los distanciaban,

por otra. Pero las divergencias cesaban inmediatamente cuando se ponían en juego los

intereses comunes de clase de los capitalistas. Cuando se trataba de las relaciones con los

53

obreros, la unidad de acción de los fabricantes se manifestaba plenamente. En 1782, el comité

de fabricantes de tejidos de algodón recabó y logró del Parlamento la promulgación de una

dura ley contra los obreros que durante las huelgas destruían las máquinas y los artículos. Esta

ley fue un instrumento de dominación de clase de los capitalistas. En 1799, los tejedores de las

ciudad de Bolton se quejaron de que algunos de ellos no podían hallar ocupación en su

comarca por haber sido inscritos sus nombres en el “libro negro”, que los dueños se pasaban

de unos a otros. Este fue un ejemplo típico de coalición de los patrones contra los obreros. El

episodio se produjo precisamente en los tiempos en que, por exigencia de los patrones, se

prohibieron las coaliciones de obreros bajo amenaza de cárcel y multas.

En el transcurso de la revolución industrial se operó otro proceso sumamente importante:

la formación ideológica de la nueva clase, de la clase de la burguesía industrial… Para los

industriales de todos los países era particularmente odiosa la constante injerencia del Estado

en las actividades económicas de los particulares. Los capitalistas estaban persuadidos de que

ellos mismos hallarían la vía y los medios de incrementar sus riquezas. Por el momento, en el

siglo XVIII, la misión de la ideología burguesa consistía en comprender, asimilar, fundamentar y

justificar, si ello era necesario, las nuevas relaciones económico-sociales, el nuevo modo de

vida, la nueva moral. Por otro lado, la nueva ideología debería convertirse en el instrumento

de lucha contra el feudalismo o sus reminiscencias; debía mostrar la necesidad de nuevas

formas de estructura estatal que correspondiesen a los intereses de la burguesía.

Así pues, como consecuencia de la revolución industrial, se formó una nueva clase social -la

clase de la burguesía industrial- cuyos representantes estaban unidos por comunes intereses

materiales y políticos, por una ideología común.

Situación de los obreros

El proceso de introducción de las máquinas y de creación de la gran industria y del proletariado

industrial fue, al mismo tiempo, un proceso de forja de una rigurosa disciplina laboral en las

fábricas capitalista. Para el obrero, acostumbrado a trabajar en casa o en un pequeño taller, la

disciplina fabril fue durante mucho tiempo extraordinariamente penosa. En casa trabajaba

mucho, obligado por la baja retribución del trabajo, sin embargo, podía comenzar y acabar su

labor cuando le venía en gana, y no a hora fija. Podía también distribuir el trabajo a su antojo,

salir de casa y regresar cuando lo deseaba y tomarse unos minutos de descanso cuando el

cuerpo se lo pedía; incluso podía abandonar el trabajo por unos días. En el taller del maestro

artesano, el obrero gozaba también una libertad bastante considerable. Sus relaciones con el

patrono eran las de un hombre con otro, ya que el obrero no percibía el abismo que lo

separaba de aquél y confiaba en que tarde o temprano él mismo sería propietario, cosa que,

por cierto, sucedía a veces. Ingresar en la fábrica significaba algo así como convertirse en una

pieza de un grande y complejo mecanismo; la fábrica era para el obrero un cuartel o una

cárcel. Por eso la primera generación industrial tropezó con grandes dificultades para reclutar

mano de obra: mientras hubo la mínima posibilidad de trabajar a domicilio, los obreros

ingleses no acudieron a la fábrica. Pero esa posibilidad no tardó en desaparecer, y a las fábricas

afluyeron nuevos operarios. El miedo de éstos a la fábrica tenía su razón de ser. No pecaremos

de exagerados al afirmar que el régimen imperante en las empresas industriales de la segunda

mitad del siglo XVIII era el de un presidio. Los locales eran pequeños, la atmósfera irrespirable,

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y en todas partes reinaba una suciedad horrible. El obrero recibía un salario mísero por una

jornada laboras de 16 a 18 horas. La protección del trabajo brillaba por su ausencia, lo que era

causa de accidentes que terminaban muchas veces con la muerte del obrero. El método

predilecto para reducir los salarios era el de las multas, por la causa más insignificante o sin

ella. Las condiciones de habitación de los obreros eran espantosas.

Quienes más sufrían eran las mujeres y los niños. La máquina hizo que perdieran su valor la

fuerza individual, la habilidad y la calificación elevada del trabajador. El puesto de los obreros

excelentes conocedores de su oficio lo ocuparon mujeres y niños. La explotación de los niños

en los primeros tiempos de existencia de las fábricas es un vergonzoso baldón en la historia de

la sociedad capitalista. Los pobres resistían a enviar a sus hijos a las fábricas. Los industriales

lograban explotar en sus empresas a los huérfanos de los orfelinatos parroquiales. Los

aprendices de los orfelinatos parroquiales fueron al principio los únicos niños que trabajaban

en las fábricas. Los obreros procuraban, con toda razón, que sus hijos no fuesen a ellas. Pero

su resistencia no fue muy prolongada: la miseria, penosa, insoportable, les hizo doblegarse. Las

condiciones del trabajo infantil eran muy duras. Los niños se encontraban a completa

disposición de los patronos, que los encerraban en locales aislados. La jornada de trabajo tenía

un solo límite: el agotamiento absoluto. Los capataces, cuyo sueldo disminuía o aumentaba de

acuerdo con la producción del taller, no permitían que se disminuyese ni por un segundo el

ritmo de trabajo. A la tarea dura, agotadora, se unían unas condiciones de vida increíblemente

crueles: los niños vivían en locales estrechos, sucios, con el aire enviciado y todo su alimento

consistía en una sopa de avena, un poco de tocino asado y un pedazo de pan negro. En los

patios de algunas fábricas podía verse cómo los niños sostenían batallas campales con los

cerdos para arrebatarles la pitanza. En 1801 se descubrió que el dueño de una fábrica

martirizaba de hambre a los niños. El propietario –cosa rara en aquella época– fue procesado

por ello. Constituía un fenómeno particularmente repugnante la feroz disciplina, si es que

puede darse ese nombre a una brutalidad indescriptible que lindaba a veces con un sadismo

refinado… Un trabajo insoportable, la falta de sueño y el propio carácter del trabajo que se

imponía a los niños en el periodo del desarrollo del organismo, eran más que suficientes para

arruinar su salud y deformar su cuerpo. Muchos de los niños que tuvieron fuerzas para pasar la

terrible prueba del aprendizaje llevaron luego su sello durante toda la vida: deformaciones de

la espina dorsal y las extremidades, huellas del raquitismo y mutilaciones originadas por

accidentes del trabajo. “Rostro lívido y avejentado, talla anormalmente corta, vientre

hinchado”, así pintaban los contemporáneos a los aprendices fabriles. Los niños no recibían la

menor instrucción general o profesional. Debido a ello, la mayoría veíanse condenados a ser

eternamente peones, adscritos a la fábrica como antes los siervos a la tierra. Los industriales

ingleses explotaban en gran escala el trabajo de las mujeres y de los niños. En su libro La

situación de la clase obrera en Inglaterra Federico Engels ofrece los siguientes datos: en 1839,

en la industria inglesa había 419,500 obreros, de los cuales 192,800, o sea, casi la mitad, no

llegaba a los dieciocho años, y 242,000 eran mujeres, de las que 112,100 tampoco habían

cumplido dicha edad. Hombres adultos había tan sólo 66,500, es decir, el 23%, menos de un

curto del número total de obreros.

Naturalmente, el fabricante no podía permitirse con los obreros adultos, sobre todo con los

hombres, las indignantes crueldades de que hacia objeto a los niños. No obstante, la opresión

capitalista era enorme y hacia muy dura y triste la vida del obrero. La jornada laboral

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larguísima, los talleres pequeños, la vigilancia de los capataces tiránica. Debido a las

espantosas condiciones higiénicas, se propagaba entre los obreros una enfermedad particular,

a la que en aquellos tiempos se le dio el nombre de “fiebre fabril”. Como no podían ejercer

violencia con los obreros adultos, los fabricantes los engañaban y robaban, disminuían el

descanso de la comida y daban la señal de comenzar el trabajo antes de tiempo y con retraso

la de final de la jornada. A los obreros se les prohibía rigurosamente que llevasen relojes a la

fábrica. En esa explotación se hallaba la raíz de todos los males que los obreros atribuían

erróneamente al empleo de las máquinas. El patrono estaba en su casa, hacía lo que se le

antojaba y consideraba que no necesitaba justificarse ante nadie. Estaba obligado a pagar al

obrero determinada suma, y una vez que se la había entregado, nadie tenía derecho a

quejarse. Esa es la moral feroz del fabricante. Incluso el conocimiento más superficial de las

condiciones de trabajo en las fábricas capitalistas nos permite comprender cuánta razón asistía

a los obreros que declararon en un mitin: “Los negros de las plantaciones son esclavos y así se

les llama; los obreros fabriles son esclavos de hecho”.

Así pues, la consecuencia más importante de la victoria de la producción maquinizada fue la

considerable acentuación del antagonismo entre el trabajo y el capital. Por una parte, se

formaba la clase de los capitalistas, de los propietarios de fábricas y máquinas, que tenía una

fuerza enorme. El capitalista poseía su capital, que se multiplicaba rápidamente gracias al

trabajo de los obreros asalariados, y poseía sus propias máquinas, de mucho valor. Era tan

fuerte y poderoso, que toda lucha contra él parecía condenada a desembocar en una derrota.

Por otra parte surgía y se formaba la clase obrera, que en los primeros años de la revolución

industrial se sentía débil, aplastada por el poderío de la burguesía industrial. La clase obrera

perdía su personalidad y se sentía granito de arena arrastrado por un enorme huracán. Y sólo

poco a poco, con el correr de los años, el obrero fue adquiriendo la conciencia de que no era,

ni mucho menos, un granito de arena despreciable, sino un soldado del más poderoso ejército

que jamás existiera en la historia de la sociedad humana. Pero el obrero tardó en adquirir esa

conciencia; por el momento sólo veía las calamidades que le acarreaba el empleo de las

máquinas y se decía: ¿qué hacer para derrotar al nuevo y terrible enemigo, a la máquina, al

“hombre de hierro”?