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TEOLOGÍA DOGMÁTICA SACRAMENTOS III ORDEN A. El sacramento del Orden 1. Mediante la imposición de las manos y la invocación del Espíritu Santo, los obispos y los presbíteros son ordenados al sacerdocio jerárquico y los diáconos al ministerio sagrado, de modo que para servir al sacerdocio común, son configurados con Cristo, cabeza de la Iglesia. 2. La gracia del Orden. 3. El ejercicio del triple oficio (profético, cultual y pastoral). 4. El carácter especial, que establece la permanencia de su relación tanto con Cristo como con los miembros del Cuerpo místico. 5. Estudio del fundamento bíblico, del desarrollo histórico de la teología y de la praxis y de la enseñanza del Magisterio. Introducción Orden y matrimonio son llamados sacramentos “del servicio de la comunión” por su función esencialmente relacional. El Orden y el Matrimonio contribuyen a la salvación personal a través del servicio a los otros. Ambos sacramentos confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del pueblo de Dios (CEC 1534). El matrimonio se realiza para la santificación de ambos esposos, en vista de su vida de pareja que se prolonga en la familia. El Orden es todavía más dirigido hacia los otros: la razón de ser de los ministros ordenados es el servicio de sus hermanos, “para que todos aquellos que pertenecen al Pueblo de Dios, y por eso gozan de la verdadera dignidad cristiana, aspiren todos juntos libre y ordenadamente al mismo fin y lleguen a la salvación” (LG 18) 1 . 1 A. MIRALLES, I sacramenti del servizio della comunione. In: Commento teologico al Catechismo della Chiesa Cattolica. Roma, 1993. 908.

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TEOLOGÍA DOGMÁTICA

SACRAMENTOS III

ORDEN

A. El sacramento del Orden

1. Mediante la imposición de las manos y la invocación del Espíritu Santo, los obispos y los presbíteros son ordenados al sacerdocio jerárquico y los diáconos al ministerio

sagrado, de modo que para servir al sacerdocio común, son configurados con Cristo, cabeza de la Iglesia.

2. La gracia del Orden.

3. El ejercicio del triple oficio (profético, cultual y pastoral).

4. El carácter especial, que establece la permanencia de su relación tanto con Cristo como con los miembros del Cuerpo místico.

5. Estudio del fundamento bíblico, del desarrollo histórico de la teología y de la praxis y de la enseñanza del Magisterio.

IntroducciónOrden y matrimonio son llamados sacramentos “del servicio de la comunión” por su función esencialmente relacional. El Orden y el Matrimonio contribuyen a la salvación personal a través del servicio a los otros. Ambos sacramentos confieren una misión particular en la Iglesia y sirven a la edificación del pueblo de Dios (CEC 1534). El matrimonio se realiza para la santificación de ambos esposos, en vista de su vida de pareja que se prolonga en la familia. El Orden es todavía más dirigido hacia los otros: la razón de ser de los ministros ordenados es el servicio de sus hermanos, “para que todos aquellos que pertenecen al Pueblo de Dios, y por eso gozan de la verdadera dignidad cristiana, aspiren todos juntos libre y ordenadamente al mismo fin y lleguen a la salvación” (LG 18)1.

El Orden2 es el sacramento gracias al cual la misión confiada por Cristo a sus Apóstoles continúa y es ejercitada en la Iglesia hasta el final de los tiempos3: es, por lo tanto, el 1 A. MIRALLES, I sacramenti del servizio della comunione. In: Commento teologico al Catechismo della Chiesa Cattolica. Roma, 1993. 908.2 La palabra Orden en la antigüedad romana designaba a los cuerpos constituidos en sentido civil, sobre todo el cuerpo de aquellos que gobernaban. Ordinatio indicaba la integración en un ordo-orden. En la Iglesia existen cuerpos constituidos que la Tradición, con fundamentos escriturísticos (Hb 5,6; 7,11; Sal 110,4) designa desde tiempos antiguos con el nombre de “taxeis” (en griego) u “ordines”. Además del ordo episcoporum, presbyterorum et diaconorum” de que habla la liturgia, otros grupos reciben el nombre de “ordo”: los catecúmenos, las vírgenes, los esposos, las viudas (Cat. 1537). La integración en uno de estos cuerpos eclesiales se realizaba con un rito llamado “ordinatio”. Hoy esta palabra está reservada al acto sacramental que confiere el Orden (Cat. 1538).3 La misión de los Apóstoles es excelsa porque a través de tal ministerio Cristo está presente en la Iglesia como Cabeza, Pastor, Sacerdote y Maestro. Si bien los oficios de santificar, enseñar y gobernar son conferidos por la consagración episcopal, ellos, por su naturaleza no pueden ser ejercitados sino en la comunión jerárquica con la

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sacramento del ministerio apostólico. Comporta tres grados: el episcopado, el presbiterado y el diaconado4.

1. Mediante la imposición de las manos y la invocación del Espíritu, los obispos y los presbíteros son consagrados en el sacerdocio jerárquico y los diáconos en el ministerio sagrado de modo que, para servir al sacerdocio común, sean configurados a Cristo, cabeza de la Iglesia.

a. La imposición de las manos y la invocación del Espíritu Santo:

“El rito esencial del sacramento del Orden está constituido, para los tres grados, por la imposición de las manos por parte del obispo, sobre la cabeza del ordenando como también por la específica oración consecratoria que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones necesarios al ministerio para el cual el candidato es ordenado” (Cat. 1573).

El Espíritu Santo es invocado mediante una fórmula determinada, a la cual está vinculada la impresión del carácter y la infusión de la gracia necesaria al desempeño de los graves oficios del sacerdocio y del ministerio5.

El Espíritu Santo permite ejercitar una potestad sagrada, que viene de Cristo mismo mediante su Iglesia (Cat. 1538).

b. Consagración en el sacerdocio jerárquico

“La ordenación es llamada también consecratio porque es una separación y una investidura de parte de Cristo mismo para su Iglesia. La imposición de las manos del obispo, junto con la oración consecratoria, constituye el signo visible de tal consagración” (Cat. 1538).

Para entenderla en su sentido justo es necesario verla como participación en la consagración de Cristo. Él ha sido santificado (consagrado – Mesías .- Ungido) y enviado por el Padre al mundo recibiendo la unción del Espíritu Santo (LG 28,1; PO 2,1; 12,2), y atrae a los fieles hacia Él incorporándolos y haciéndolos partícipes de su unción y de su misión. La consagración, por lo tanto, no viene entendida en sentido sociológico o ritual, sino como pertenencia a Dios y destinación en Cristo con la fuerza del Espíritu a la misión de salvación dada por el Padre6.

El ministerio ordenado es de naturaleza sacramental también porque hace visible para la Iglesia la presencia de Cristo Cabeza y Pastor. Por eso el Decreto PO habla del ejercicio público del sacerdocio (2,2), y la comisión conciliar que redactó este decreto explicó que el término “públicamente” sirve para expresar adecuada y formalmente la distinción entre el

cabeza y con los miembros del colegio episcopal (LG 21). Es preciso, en efecto, la asignación al obispo consagrado de una porción del Pueblo de Dios para su cuidado episcopal, o la concesión de un oficio particular, para que pueda de hecho ejercitar tales funciones. A. MIRALLES, op. Cit, 913.4 “Todos respeten a los diáconos como al mismo Jesucristo, y al obispo como a la imagen del Padre, y a los presbíteros como el senado de Dios y como el colegio apostólico: sin ellos no hay Iglesia” (S. Ignacio de Antioquía; Epistola ad Tralianos 3,1).5 A. PIOLANTI. Los Sacramentos. Pontificia Accademia Teologica Romana 1990.6 A. MIRALLES, op. Cit. 908.

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sacerdocio personal y privado de todos los fieles y el sacerdocio de los ministros sagrados7.

c. Consagración en el ministerio sagrado

No todos los consagrados para el Orden desempeñan el triple oficio 8 de Cristo cabeza en medio del pueblo sacerdotal, pues mientras que los presbíteros (cooperadores del orden episcopal según PO 2) son ordenados al sacerdocio jerárquico, cuya plenitud posee el Obispo, y los capacita para ofrecer in persona Christi capitis el Santísimo Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, y para perdonar los pecados, los diáconos, por su parte, son consagrados para el ministerio sagrado de asistir al obispo y a los presbíteros (Cat. 1554) en la celebración de los divinos misterios, sobre todo de la Eucaristía, distribuirla, asistir y bendecir el matrimonio, proclamar el Evangelio y predicar, presidir los funerales y ejercer la caridad solícita y operante por los más necesitados (Cat. 1570).

A los diáconos son impuestas las manos no para el sacerdocio, sino para el servicio (LG 29; ChD 15). En su ordenación sólo el obispo impone las manos, significando así que el diácono está ligado en modo especial al obispo en las tareas de la diaconía (Cat. 1569). El sacramento del Orden imprime en el diácono un sello (carácter) que nada puede cancelar y que lo configura con Cristo, quien se hizo servidor de todos (Cat. 1570). Después del CV II la Iglesia latina restableció el diaconado como un grado propio y permanente de la jerarquía (LG 29). El diaconado permanente, que puede conferirse a hombres casados, constituye un importante enriquecimiento para la misión de la Iglesia (AG 16).

d. Al servicio del sacerdocio común

Los fieles ejercitan su sacerdocio bautismal mediante la participación, cada uno según su propia vocación, de la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey (LG 10). “El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y de los sacerdotes y el sacerdocio común de todos los fieles, aunque participan del único sacerdocio de Cristo, difieren esencialmente, aún estando ordenados el uno al otro. Mientras que el sacerdocio común de los fieles se realiza en el desarrollo de la gracia bautismal -vida de fe, esperanza y caridad, vida según el Espíritu- el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, orientado al desarrollo de la gracia bautismal de todos los cristianos. Es uno de los medios con los cuales Cristo sigue construyendo y guiando su Iglesia (Cat. 1547).

El sacerdocio común, en cambio, no es completamente relativo al sacerdocio ministerial ni a su servicio, sino en el sentido de que todos los fieles deben servirse los unos a los otros según el ejemplo de Cristo, que no ha venido para ser servido sino a servir9.

Aquellos que reciben el sacramento del Orden son consagrados para ser “puestos en nombre de Cristo, a apacentar a la Iglesia con la Palabra y la gracia de Dios” (Cat. 1535). El único sacerdocio de Cristo es hecho presente por el sacerdocio ministerial sin que venga disminuida la unicidad de su sacerdocio. En efecto, sólo Cristo es verdadero sacerdote mientras que los demás son sus ministros (Sto. Tomás de Aquino, Ad Hebraeos, 7,4; Cat. 7 A. MIRALLES, op. Cit. 908.8 La enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y el gobierno pastoral (munus regendi). Cat. 1592.9 A. MIRALLES, op. Cit. 911.

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1545, 1591).

e. Configurados a Cristo, cabeza de la Iglesia

“En el ministerio eclesial del ministro ordenado es Cristo mismo que está presente a su Iglesia en cuanto Cabeza de su Cuerpo, Pastor de su Grey, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de Verdad. Esto es lo que la Iglesia expresa diciendo que el sacerdote, en virtud del sacramento del Orden actúa “in persona Christi capitis” (Cat. 1548).

Los ministerios conferidos por la ordenación son insustituibles para la estructura orgánica de la Iglesia (Cat. 1593). Entonces no se debe pensar el sacerdocio ordenado como si fuera anterior a la Iglesia, porque está totalmente al servicio de esta, no como si fuese posterior a la comunidad eclesial, casi que esta pueda ser concebida como ya constituida sin tal sacerdocio (Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 16). El hecho que existan dos grados de participación en la misión de Cristo de naturaleza sacerdotal y un tercero caracterizado por el servicio, no por el sacerdocio, nos advierte que estamos de frente a una realidad sobrenatural misteriosa, que no se deja encerrar en esquematismos y síntesis deductivas y que, además, el servicio diaconal debe ser comprendido en el marco del misterio de Cristo continuado en la Iglesia10.

2. La gracia del Orden:

Jesucristo, mediante la imposición de las manos del Obispo y la invocación del Espíritu Santo en la oración consecratoria, participa su único sacerdocio a los fieles que Él ha llamado para edificar su Cuerpo que es la Iglesia.

“La gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento consiste en una configuración a Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor del cual el ordenado es constituido ministro” (Cat. 1585).“Para el obispo es en primer lugar una gracia de fortaleza ("El Espíritu de soberanía": Oración de consagración del obispo en el rito latino): la de guiar y defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor, con amor gratuito para todos y con predilección por los pobres, los enfermos y los necesitados (cf. CD 13 y 16). Esta gracia le impulsa a anunciar el Evangelio a todos, a ser el modelo de su rebaño, a precederlo en el camino de la santificación identificándose en la Eucaristía con Cristo Sacerdote y Víctima, sin miedo a dar la vida por sus ovejas” (Cat. 1586).

“El don espiritual que confiere la ordenación presbiteral está expresado en esta oración propia del rito bizantino. El obispo, imponiendo la mano, dice: ‘Señor, llena del don del Espíritu Santo al que te has dignado elevar al grado del sacerdocio para que sea digno de presentarse sin reproche ante tu Altar, de anunciar el Evangelio de tu Reino, de realizar el ministerio de tu Palabra de verdad, de ofrecerte dones y sacrificios espirituales, de renovar a tu pueblo mediante el baño de la regeneración; de manera que vaya al encuentro de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo, tu Hijo único, el día de su segunda venida, y reciba de tu inmensa bondad la recompensa de una fiel administración de su orden’ (Euchologion)” (Cat. 1587).

10 A. MIRALLES, op. cit. p. 912-913.

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“En cuanto a los diáconos, "fortalecidos, en efecto, con la gracia del sacramento, en comunión con el obispo y sus presbíteros, están al servicio del Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la Palabra y de la caridad" (LG 29) (Cat. 1588).

La liturgia de la ordenación expresa, pues, en profundidad, la teología del sacramento del Orden.

A la base de la ordenación debe estar la llamada de Dios, que debe ser reconocida y seguida fielmente… signo decisivo de la vocación divina es el discernimiento de la idoneidad para el Orden Sagrado por parte de la autoridad de la Iglesia y su llamada a recibir las Órdenes11.

3. El ejercicio del triple oficio (profético-enseñar, cultual-santificar y pastoral-regir):

“Los ministros ordenados ejercen su servicio dentro del pueblo de Dios a través de la enseñanza (munus docendi), el culto divino (munus liturgicum) y el gobierno pastoral (munus regendi)” (Cat. 1592).

En el servicio del orden ministerial es Cristo mismo que se hace presente a su Iglesia en cuanto Cabeza de su Cuerpo, Pastor de su rebaño, Sumo Sacerdote del sacrificio redentor, Maestro de verdad (LG 10; 28; SC 33; ChD 11; PO 2; 6). Es el mismo Sacerdote, Jesucristo, del cual realmente el ministro hace las veces. Goza de la potestad de actuar con el poder del mismo Cristo que representa (“virtute ac persona ipsius Christi”); Pío XII; Encíclica Mediator Dei (Cat. 1548).

En la caridad está el centro de la perfección para todos los cristianos (cf. STh II-II, q.184 a.1 y 3). En los sacerdotes se transforma en caridad pastoral, que debe manifestarse en la acción a la que es llamado, la santificación de los hermanos: «Los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente su ministerio en el Espíritu de Cristo» (PO 13).

El apostolado no puede ser visto como un obstáculo para la perfección, sino como signo de vida espiritual, «considera lo que realizas y conforma tu vida con el misterio de la Cruz del Señor», dice el rito de ordenación (cf. PO 13). El Vaticano II condensa el ministerio en el tripe oficio: Profético, Sacerdotal y Real; efectivamente, el Decreto PO, al hablar en su cap. II del “Ministerio de los Presbíteros”, se ocupa en primer lugar de las “Funciones de los presbíteros” como ministros de la Palabra de Dios (PO 4), ministros de los Sacramentos y de la Eucaristía (PO 5) y rectores del Pueblo de Dios (PO 6).

a. El munus docendi (Enseñar) (Profeta): ministros de la Palabra de Dios (PO 4)

“Los obispos, con los presbíteros, sus colaboradores, ‘tienen sobre todo el deber de anunciar a todos el Evangelio de Dios (PO 4), según el mandato del Señor” (Cat. 888).

11 A. MIRALLES, op. Cit. 918.

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Como ministro de la Palabra, el ministro ordenado diariamente la lee y la oye; se esmera en recibirla, haciéndose cada día más receptivo (cf. 1Tim 4,15-16). Su condición de discípulo es un elemento constitutivo, pues ser transmisor de la Palabra supone ser oyente (cf. San Agustín, PL 37,1669). Buscando el mejor modo de enseñar lo contemplado (STh II-II, q.188 a.7), gusta más profundamente el conocimiento de Cristo (cf. Ef 3,8; Hch 16,14). En el acto mismo de enseñar se unirá más íntimamente con Cristo Maestro (cf. PO 13). Con el sustento y el vigor de la Palabra, el sacerdote engendra y regenera la comunidad. Hay una vinculación entre el presbítero y la Palabra; es un hombre «de» palabra, «de la» Palabra, «ante» la Palabra y hombre «Palabra».

El presbítero es hombre de la Palabra. Permanentemente se alimenta por un estudio que no es solamente instructivo, sino piadoso; «no le basta conocer su aspecto lingüístico o exegético [...] necesita acercarse a la Palabra con un corazón dócil y orante» (PDV 26). Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo, por eso se hace hombre «ante» la Palabra.Como a Jeremías, la Palabra de Dios le estremece, le domina y le impulsa a su servicio (cf. Jer 15,16; 20,7-9) y, como a Ezequiel (1—2) le hace testigo fidedigno de la experiencia de Dios, esto es, hombre «Palabra».

El sacerdote es ministro de la Palabra, no es dueño sino servidor de ella, lo que requiere transmitirla íntegra y fielmente y sintonizar afectivamente con la Tradición y el Magisterio de la Iglesia (cf. PDV 26). Su anuncio del Reino es a la vez denuncia saludable. Ello le hace cargar la cruz del predicador que, por una parte, porta la conciencia de la propia indignidad y, por otra, el dolor por la indiferencia en la acogida12.

b. El munus liturgicum (Santificar) (Sacerdote): ministros de los Sacramentos y de la Eucaristía (PO 5)

El sacerdocio ministerial es siempre participación en el sacerdocio de Cristo. Su actividad está dirigida a actuar el sacerdocio de Cristo por la predicación y por el sacramento. El “munus liturgicum” los capacita para ofrecer in persona Christi capitis el Santísimo Sacramento del Cuerpo y la Sangre del Señor, y para perdonar los pecados.

Justamente porque representa a Cristo, el sacerdocio ministerial puede representar a la Iglesia cuando presenta a Dios la oración y sobre todo cuando ofrece el sacrificio eucarístico (Cat. 1552). La oración y la ofrenda de la Iglesia son inseparables de la oración y de la ofrenda de Cristo, su Cabeza. Es siempre el culto de Cristo en y por medio de su Iglesia. Es toda la Iglesia, Cuerpo de Cristo, que ora y se ofrece per ipsum et cum ipso et in ipso en la unidad del Espíritu Santo, a Dios Padre.

El sacerdocio ministerial o jerárquico de los obispos y presbíteros, y el ministerio de los diáconos, están en estrechísima relación con la Eucaristía. Ella es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio13.

«Como ministros de lo sagrado, señaladamente en el sacrificio de la Misa, los presbíteros representan a Cristo, que se ofrece a sí mismo como víctima» (PO 13). Esto les pide que su

12 E. TARANCÓN, El sacerdocio a la luz del Concilio Vaticano II, 206-226.13 JUAN PABLO II, Dominicae Cenae, 2.

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vida se transforme en ofrenda y participen de la caridad de Aquel que se da en manjar (cf. PO 13). Su vida y persona también se entregan en sintonía con el cuerpo y la sangre del Buen Pastor (cf. PO 5).

Los sacramentos son al mismo tiempo acción de Cristo y de la Iglesia, que, como esposa, se adhiere al Señor. Los sacerdotes prestan corporeidad y visibilidad a los gestos salvadores. En la administración de cualquier sacramento se unen a la intención y caridad de Cristo. En la Penitencia son los ministros, «pero deben ser también sus beneficiarios, haciéndose testigos de la misericordia de Dios» (PDV 26).

Prestan su voz a la Iglesia en la oración litúrgica de la recitación del Oficio Divino. Como órganos oficiales recogen el movimiento de búsqueda y diálogo con Dios de la comunidad, en relación profunda del ejercicio del ministerio y vida interior (cf. PDV 26)14.

La fuerza del Espíritu Santo garantiza la administración de los sacramentos, de tal manera que ni el pecado del ministro puede impedir el fruto de la gracia (Cat. 1550).

La fuerza operativa de la presencia de Cristo en el ministerio ordenado -fuerza del Espíritu Santo- varía según los actos ministeriales. En las acciones sacramentales ella está garantizada, independientemente de las cualidades morales del ministro. En las otras acciones -la predicación, la dirección de la comunidad, etc.-, las disposiciones morales del ministro tienen un rol más determinante: su fe viva, la caridad pastoral y el ejemplo de su vida contribuyen decisivamente a la fecundidad de su ministerio, mientras que sus debilidades, errores y hasta pecados dejan una huella negativa y afectan la eficacia de la acción pastoral15.

c. El munus regendi (Regir) (Rey): rectores del Pueblo de Dios (PO 6).

Aquellos que reciben el sacramento del Orden son consagrados para ser puestos, en persona de Cristo Cabeza, a apacentar a la Iglesia con la Palabra y la gracia de Dios. Este oficio que el Señor ha confiado a los pastores de su pueblo (LG 24) está enteramente referido a Cristo y a los hombres.

El ejercicio de tal autoridad debe, por lo tanto, medirse sobre el modelo de Cristo, que por amor se hizo el último y el siervo de todos (Mc 10,43-45; 1Pe 5,3). El Señor mismo afirmó que la solicitud por su rebaño es una prueba de amor hacia Él (Jn 21,15-17).

La dimensión de servicio del ministerio ordenado se manifiesta ante todo en su naturaleza enteramente relativa a Cristo y a los hombres, pero se expresa también en su connotación oblativa… El ejercicio del ministerio ordenado no puede revestir una modalidad diversa de aquella de la donación redentora de la propia vida, obviamente en sentido participado, no fontal, ya que la obra de salvación va adscrita enteramente a Cristo16.

«Al regir y apacentar al pueblo de Dios, se sienten movidos por la caridad del buen Pastor a dar su vida por sus ovejas» (PO 13). Siempre dispuestos a renunciar a los propios intereses

14 E. TARANCÓN, El sacerdocio a la luz del Concilio Vaticano II, 228-243.15 A. MIRALLES, op. Cit. 911.16 A. MIRALLES, op. Cit. 911-912.

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y a entrar por nuevas vías pastorales, bajo la guía del Espíritu (cf. PO 13). Ejercen la función de Cristo Cabeza y Pastor (cf. PO 6). Este munus regendi incluye la atención a cada una de las personas, así como valorar y discernir todos los carismas que contribuyan a la edificación.

«Sea oficio de amor apacentar la grey del Señor», dice San Agustín (In Io, 123, 5: CCL 36,678), un amoris officium tan humilde como lleno de autoridad, que puede desvirtuarse por dos tentaciones: la primera, ejercer el ministerio tiranizando a los fieles encomendados (cf. Lc 22,24-27; 1Pe 5,1-4); la segunda, eliminar toda diferencia, cayendo en el «democratismo», al no reconocer el don de la autoridad y de la gracia capital de Cristo, sino confundiendo la Iglesia con cualquier otra sociedad (cf. Directorio 16-17; PDV 24). El sacerdote «participa de la misión de Cristo bajo el doble aspecto, de autoridad y de servicio» (Sínodo 1971, 1,5). Mandar en sentido cristiano es servir17.

4. El carácter especial, que establece la permanencia de su relación, ya sea con Cristo, ya sea con los miembros del Cuerpo Místico

“Este sacramento configura con Cristo mediante una gracia especial del Espíritu Santo a fin de servir de instrumento de Cristo en favor de su Iglesia. Por la ordenación recibe la capacidad de actuar como representante de Cristo, Cabeza de la Iglesia, en su triple función de sacerdote, profeta y rey” (Cat. 1581).

“Como en el caso del Bautismo y de la Confirmación, esta participación en la misión de Cristo es concedida de una vez para siempre. El sacramento del Orden confiere también un carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado” (cf. Cc. de Trento: DS 1767; LG 21.28.29; PO 2) (Cat. 1582).

“Un sujeto válidamente ordenado puede ciertamente, por justos motivos, ser liberado de las obligaciones y las funciones vinculadas a la ordenación, o se le puede impedir ejercerlas (cf. CIC, can. 290–293; 1336,1, nos. 3 y 5; 1338,2), pero no puede convertirse de nuevo en laico en sentido estricto (cf. CC. de Trento: DS 1774) porque el carácter impreso por la ordenación es para siempre. La vocación y la misión recibidas el día de su ordenación, lo marcan de manera permanente” (Cat. 1583).

“Puesto que en último término es Cristo quien actúa y realiza la salvación a través del ministro ordenado, la indignidad de éste no impide a Cristo actuar (cf. Cc. de Trento: DS 1612; 1154). S. Agustín lo dice con firmeza: ‘En cuanto al ministro orgulloso, hay que colocarlo con el diablo. Sin embargo, el don de Cristo no por ello es profanado: lo que llega a través de él conserva su pureza, lo que pasa por él permanece limpio y llega a la tierra fértil... En efecto, la virtud espiritual del sacramento es semejante a la luz: los que deben ser iluminados la reciben en su pureza y, si atraviesa seres manchados, no se mancha (Ev. Ioa. 5,15)” (Cat. 1584).

17 E. TARANCÓN, El sacerdocio a la luz del Concilio Vaticano II, 245-261.

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5. Estudio del fundamento bíblico, del desarrollo histórico de la teología y de la praxis, y de la enseñanza del magisterio:

a. El sacramento del Orden en la economía de la salvación:

“En la Antigua Alianza el pueblo elegido fue constituido por Dios como “un reino de sacerdotes y una nación santa” (Ex 19,6; Is 61,6). Pero al interno del pueblo de Israel Dios elige una de las doce tribus, la de Leví, consagrándola para el servicio litúrgico… Un rito propio consagró los orígenes del sacerdocio de la Antigua Alianza. En ella los sacerdotes eran constituidos ‘para el bien de los hombres en las cosas que se refieren a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados (Hb 5,1)” (Cat. 1539).“Instituido para anunciar la Palabra de Dios y restablecer la comunión con Dios mediante los sacrificios y la oración; tal sacerdocio era, sin embargo, impotente para realizar la salvación y la santificación definitiva…” (Cat. 1540).“La liturgia de la Iglesia ve sin embargo en el sacerdocio de Aarón y en el servicio de los levitas, como también en la institución de los setenta ‘Ancianos’ (Nm 11,24-25), la prefiguración del ministerio ordenado de la Nueva Alianza…” (Cat. 1541).“Todas las prefiguraciones del sacerdocio de la Antigua Alianza encuentran su cumplimiento en Jesucristo, único ‘mediador entre Dios y los hombres’ (1Tim 2,5)… el cual ‘con una única oblación ha hecho perfectos para siempre a aquellos que son santificados’ (Hb 10,14), es decir, con el único sacrificio de su Cruz” (Cat. 1544).El pueblo de la Nueva Alianza es un pueblo sacerdotal adquirido por Cristo en su Misterio Pascual18, llamado a participar del culto que en espíritu y verdad Jesucristo ofrece al Padre por siempre. Por el bautismo todos los fieles participan del sacerdocio de Cristo (cf. LG 10); y Cristo mismo, para facilitar el desempeño de este sacerdocio común, elige de entre los fieles a hombres que en su nombre conduzcan a todos a la plenitud de comunión con el Padre, por Cristo en el Espíritu Santo.

Sobre el sacramento del Orden emergen dos cuestiones: la continuidad con el NT, y la dimensión sacerdotal.

b. Continuidad con el NT

La comunidad cristiana que emerge del evento-Cristo se desarrolla en modo esencialmente carismático, pero los carismas se van transformando en ministerios o funciones. En las cartas de Ignacio de Antioquía (ca. 107) se describe a la Iglesia como “el colegio de presbíteros y el grupo de los laicos”. En el mundo conocido por él la Iglesia estaba ya constituida de ese modo.La continuidad implica que se deben encontrar elementos que den un fundamento suficiente para aquello que creemos; la continuidad fundamental se encuentra en Hch, donde la autoridad eran los apóstoles y presbíteros. Entre los discípulos que el Señor envió, hubo un grupo que fue enviado con una misión precisa (los Doce), pero luego aparecen otros reconocidos por Pablo, convencido de que aquello que predicaba lo había recibido del mismo Señor, si bien buscó verificarlo con los demás Apóstoles (Hch 15). Cuando Pablo sale en misión, antes de despedirse, establece Presbíteros (Hch 14,23).Apóstoles y Presbíteros son figuras destacadas en Hch (15,2.4.6.22.23; 16,4).

18 Ap. 1,6; 5,9s; 1Pe 2,5.9

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En Hch 20 Pablo se despide de los presbíteros de Éfeso y les dice que deben cuidar la grey que les ha sido confiada, vigilando (“episkopein”); el ministerio de estos se define cuidando de la comunidad. Episkopo era la función, presbítero era el ser de la persona, la capacidad de cuidar de otros como ancianos. A esto se añade la imagen del pastor: cuidar de la grey.1Pe 5,1: “yo, apóstol y co-presbítero con ustedes… cuando llegue el supremo pastor”. El ministerio del presbítero es descrito como pastoreo.U. Vanni afirma que los “ancianos” en la tradición hebraica aparecen en el sanedrín, eran personas de dignidad y autoridad moral en la comunidad, formaban colegios y tenían siempre una estructura, con alguno que presidía. Estos colegios de presbíteros nombrados por Pablo, recibieron la misión de dirigir la comunidad cristiana; aquel que presidía recibió el nombre de “obispo”.U. Vanni afirma también que en 1Tes 5,12 con la expresión “aquellos que se fatigan entre ustedes”, Pablo está indicando cómo en la comunidad hay ya un inicio de estructuración: los fieles y quienes tienen la función de cuidar a los fieles, que después adquieren el término “presbíteros”, palabra que se traduce de modos diversos. En Ap. aparecen los “presbiteroi” (ancianos) ejercitando una función al servicio de la Iglesia (4,4.10; 5,5.6.8.11.14; 7,11.13; 11,1; 14,3; 19,4).El término “episkopos” en el NT no tiene el sentido técnico que aparece en Ignacio de Antioquía. Más bien en el NT se debe comprender cómo “episkopoi” y “presbiteroi” son dos términos que indicaban a las mismas personas.En 1Clem ad Corintios (ca. 80) se habla de “episkopoi” no todavía en sentido técnico del que preside el colegio de presbíteros. La acción de los “episkopoi” era netamente sacerdotal.Estos datos permiten hablar de continuidad.

c. La dimensión sacerdotal en el NT

- Sinópticos: Jesús no se designó nunca a sí mismo como sacerdote, ni los evangelios le aplican este título. Los sinópticos, sin embargo, nos transmiten afirmaciones de Jesús en las que se manifiesta su conciencia de que su misión pasaba por el sufrimiento y la muerte en cumplimiento del plan divino. "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos" (Mc. 10,45).

- Pablo: La Iglesia primitiva vio en la muerte y resurrección de Cristo la realización de Is 52—53; como Siervo de Yhwh, Jesús da su vida por los pecados de los hombres. En 1Tim 4,14 y 2Tim 1,6 aparece una liturgia de imposición de manos y oración, y en los relatos de la institución de la Eucaristía aparece el encargo dado a los Apóstoles. En la tradición apostólica la imposición de manos era constitutiva junto a la oración.En 1Tim 2,5-6 se subraya que el “único mediador entre Dios y los hombres” es el hombre Jesucristo, que se entregó en redención por todos; su muerte es el sacrificio de la Nueva Alianza. La función sacerdotal de Cristo en el sacrificio de sí mismo es designada con el término equivalente de “Mediador”. El sacrificio de Cristo en la Cruz fue ofrecido por el mismo Cristo en obediencia al Padre y amor a los hombres.Esta auto-oblación implica, evidentemente, el sacerdocio de Cristo, por más que Pablo nunca le aplica el término “sacerdote”, ni menciona expresamente su sacerdocio19.El misterio salvífico de Cristo no terminó en la Cruz, pues en la resurrección Dios Padre 19 El mismo Pablo usa el lenguaje cultual de entonces para referirlo a todas las dimensiones de la vida del cristiano: glorifiquen a Dios con sus cuerpos (1Cor 7,20); esto señala la diferencia que existe entre el sacerdocio del AT y el del NT, pues mientras en el AT era necesario echar mano de animales para impetrar el perdón y rendir culto a Dios, en el NT es Cristo mismo, personalmente, quien se ofrece al Padre.

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revela la aceptación del sacrificio de la cruz y de toda la vida de Jesús, por eso Pablo atribuye nuestra salvación no sólo a la muerte de Cristo, sino también a su resurrección. Cristo glorificado continúa su obra redentora no sólo mediante el Espíritu Santo enviado por Él, sino también mediante su intercesión sacerdotal ante el Padre en favor nuestro.

- Escritos joánicos: mencionan la auto-oblación y acentúan más que los otros escritos del NT el aspecto interior y voluntario del sacrificio; destacan el carácter sacrificial de la muerte de Cristo a veces con afirmaciones directas (Jn 10,11) o con metáforas alusivas (Jn 1,29), pero prevalece la idea de que murió por los hombres para librarlos del pecado (Jn 6,51). Para Jn la vida eterna designa la entera transformación que experimentan ya durante la existencia terrena los hombres que creen en Cristo (Jn 3,36). La muerte y resurrección de Cristo pertenecen a su hora, es decir, constituyen un solo evento, que es su vuelta de este mundo al Padre (Jn 13,1-3). La mediación salvífica de Cristo no terminó con su muerte, Cristo glorificado está para siempre ante Dios a favor de los hombres (1Jn 2,1-2).

- Hebreos: A. Vanhoye ha escrito sobre el sacerdocio de Cristo: en Hb Cristo no aparece como víctima entregada en sacrificio sino que aparece como Sumo Sacerdote fiel y misericordioso. El autor de Hb profundiza en la solidaridad de Cristo con los hombres y en la significación salvífica de esta solidaridad, poniendo fuertemente de relieve que Cristo experimentó en sí mismo todas las debilidades de la existencia humana, excepto el pecado, y así condujo a la humanidad a la salvación. La gran originalidad está en designar a Cristo "Sumo Sacerdote" de la Nueva Alianza y haber centrado en torno a este concepto clave toda su función salvífica, desde su aparición en el mundo hasta su eterna glorificación a la diestra del Padre.Le es esencial al sacerdote pertenecer a la familia humana y tener la experiencia de la propia debilidad para ver con espíritu de compasión a los pecadores e interceder ante Dios con el sacrificio por los pecados (Hb 5,1; 8,3). Por eso Hb nos descubre profundamente la solidaridad del Gran Sacerdote con el hombre: hizo suyo nuestro sufrimiento y tentación, temor y dolor, por eso sabe compadecerse de las debilidades de los hombres (Hb 2,18; 5,7). La auto-oblación de Cristo en la Cruz se nos describe con terminología sacrificial y constituye un acto de primer orden en su sacerdocio (Hb 7,27; 9,12.14.26). Más que el hecho mismo de la muerte de Cristo se pone de relieve el aspecto voluntario de su inmolación; el nuevo Sacerdote de la Nueva Alianza ofreció libremente el holocausto de su vida en obediente aceptación de la voluntad de Dios y en favor de sus hermanos, los hombres (Hb 5,8; 7,27; 9,14.28). El sacrificio de Cristo fue un sacrificio por el pecado, a semejanza del sacrificio ofrecido una vez al año por el sumo sacerdote levítico en el gran Día de la Expiación (Hb 5,2-3; 7,27).El ministerio sacerdotal de Jesús no termina con su muerte, sino que permanece para siempre (Hb 6,20). Tanto la mediación celeste como la misma Cruz pertenecen esencialmente al sacerdocio de Cristo; su presencia eterna en el cielo es una permanente oblación de sí mismo a Dios en favor de los hombres, pero no es una repetición del sacrificio de la Cruz (Hb 9,25), pues la mediación celeste perpetúa y supone la oblación del Calvario.Hb subraya con insistencia la perfección del sacerdocio de Cristo, sirviéndose de la misteriosa figura de Melquisedec, para mostrar su superioridad sobre el sacerdocio levítico. La perfección del sacerdocio de Cristo proviene de su carácter de Hijo de Dios hecho hombre (Hb 7,28). La multiplicidad de sumos sacerdotes y sacrificios manifiesta la imperfección del sacerdocio levítico. La unicidad del Sumo Sacerdote del NT, Cristo, y de su sacrificio, tiene su razón de ser en la perfección de su sacerdocio (Hb 7,16-28). La mediación sacerdotal del Hijo de Dios comienza en su existencia terrena, culmina en la Cruz y permanece para

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siempre en su existencia gloriosa (Hb 6,20; 7,27; 9,26).

d. La Tradición

El ministerio ordenado como sacerdocio no aparece en el NT, pero sí en la Tradición ya desde el siglo I.De los documentos de la Iglesia naciente se revela que, desde la edad apostólica, por todas partes estaba constituida la jerarquía con el triple grado -episcopal, presbiteral, diaconal- con el fin de ofrecer el sacrificio a Dios, y de dispensar a los hombres los bienes espirituales por medio de los Sacramentos.En la Iglesia de Jerusalén, después de la dispersión de los Apóstoles en el año 44, como se revela por muchas circunstancias y por el explícito testimonio de Egesipo, Santiago el Menor fue el primer obispo; a él estaban sometidos los presbíteros que juntos trabajaban en el gobierno de la Iglesia, como aparece del primer Concilio celebrado en Jerusalén (Hch 15). Al obispo y a los presbíteros estaban sometidos los diáconos, los cuales tenían responsabilidades pastorales: administrar la caridad (Hch 6,1-3), pero también bautizar y predicar como se puede ver en Hch 8,26-40; 6,1-2 donde se habla de Esteban y Felipe.

En las Iglesias fundadas por Pablo frecuentemente vienen recordados los diáconos (Flp 1,1; 1Tim 3,8) y los presbíteros (Hch 14,22; 20,17s; Tt 1,1; 1Tim 5,17), que tal vez son también llamados “obispos”. Aunque no todos aquellos que en la edad apostólica eran llamados obispos gozaban de la plenitud del sacerdocio, sin embargo comúnmente se admite que al menos Tito y Timoteo, propuestos por Pablo a las Iglesias de Éfeso y de Creta (Tt 1,5; 1Tim 5,22), fueron investidos de poderes verdaderamente episcopales.

Desde el inicio del siglo II las Iglesias de Éfeso, Magnesia, Tralia, Filadelfia y Esmirna tenían un episcopado monárquico, un colegio de presbíteros y un cierto número de diáconos: lo atestigua ampliamente Ignacio de Antioquía20. El fin principal de esta trimembre jerarquía era el de ofrecer el sacrificio y de administrar los Sacramentos. En cuanto al sacrificio, el sacerdote oferente es el obispo, ayudado de todo el clero; esto es afirmado por Ignacio (Phil 4,1), Ireneo21 y Justino (1ª Apol. 65.67). En cuanto a los Sacramentos, ya desde los primeros tiempos el obispo ordena con la imposición de las manos (1Tim 4,14; 2Tim 1,6), los presbíteros administran la Unción de los enfermos (St 5,12-15), y los diáconos bautizan (Hch 8,26-40).

Sin embargo, el ministerio no es algo que la Iglesia se ha dado a sí misma para poder funcionar, no es simplemente una función para predicar y celebrar la Eucaristía. En la Iglesia se mantiene la convicción de la dimensión sacramental como constitutiva de la Iglesia misma. Entre los fieles hay un ministerio ordenado que es también sacerdotal.En el I milenio aparecen los diversos grados (órdenes) para responder al crecimiento de la Iglesia y a la complejidad de las celebraciones.

En la Escolástica la comprensión del ministerio se centra en la presidencia de la Eucaristía y en el perdón de los pecados. Esto plantea la cuestión sobre la diferencia que existe entre obispo y presbítero. Para muchos la sacramentalidad existiría sólo en la ordenación 20 Eph 2,2; 4,1; 6,1; 20,2; Magn 3,1; 4; 6,1; 13,1; Trall 2,1-3; 3,1; Phil 4; 7,1; Smir 8,1; 9,1. Ignacio es el testimonio más calificado de la persuasión de la Iglesia naciente de que la jerarquía sacerdotal fue instituida por Dios. A. PIOLANTI, I Sacramenti, 481.21 EUSEBIO, Historia Eclesiástica, 5,24,16s.

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presbiteral, la consagración episcopal sería más bien una dignidad o asignación de una función. Esto no es propiamente herético, pero tampoco es algo claro.

e. El Magisterio: Trento y el Vaticano II:

En el Medioevo las Órdenes religiosas surgen con un impulso a la predicación, no tanto vinculada al ministerio ordenado, los frailes eran laicos. No había desaparecido el ministerio de la Palabra como pretendía Lutero.

Cuando los Protestantes del siglo XVI hicieron todo intento por eliminar el sacrificio, tendían, naturalmente, a abrogar también el sacerdocio visible. Sobre este punto versa parte de la Reforma Luterana: la Eucaristía no es sacrificio, por tanto los ministros ordenados no son sacerdotes, y por eso la jerarquía es una invención humana. En el NT no dice que el sacrificio esté ligado a los Apóstoles o Presbíteros. Los pastores son quienes tienen el ministerio de la predicación. De hecho en la Iglesia luterana la “cena” no necesariamente tiene que ser presidida por un pastor constituido. El ministerio se ha reducido a una función, ignorando la dimensión sacramental.

Los Reformadores negaron todos los aspectos que se pueden considerar tanto en el sacerdocio como en el sacramento, es decir, su existencia (institución y administración), su esencia (los ritos sacramentales) y sus efectos (carácter y gracia). Poniendo en duda la institución del Sacerdocio por Cristo, rechazaron la pluralidad de los Órdenes, por los cuales se accede al Sacerdocio por grados y por los cuales resulta la Sacra Jerarquía; y la rechazaron como una invención humana. Oscurecido el concepto de Orden, tuvieron por "vacía ceremonia" el rito con el cual se confiere el poder sacerdotal. Finalmente, negaron los dos efectos del mismo Sacramento, el carácter y la gracia. A estas negaciones el Concilio de Trento opuso otras tantas definiciones (Cf. DS 1764-1778):

Cristo ha instituido el Sacramento del Orden en tres grados (obispos, presbíteros y ministros).

Este Sacramento debe perpetuarse por medio del ministerio episcopal. Con un rito sensible, constituido por la imposición de las manos y por una fórmula

determinada. Con este rito se imprime el carácter, al cual está anexa la potestad de ofrecer el

sacrificio y de administrar los Sacramentos, y viene infusa la gracia necesaria para el desempeño de estos altos oficios.

De aquí emergen todos los elementos por los cuales es constituido un verdadero sacramento del NT, es decir, un signo sensible eficaz de la gracia instituido por Jesucristo.

El Concilio Vaticano II, por su parte, afirma la existencia en la Iglesia de un sacerdocio ministerial de institución divina y que se ejerce en distintos órdenes (LG 28). Mediante el Sacerdocio se confiere la potestad de obrar en persona de Cristo Cabeza (PO 2), Mediador y Pastor (PO 1; LG 28), como representación de Cristo en medio de la Iglesia (SC 7; LG 21). Aquellos que han sido investidos con el Orden sagrado están puestos en nombre de Cristo para dirigir la Iglesia por la Palabra y la gracia de Dios (LG 11).

El Orden es un amplio oficio en donde hallan lugar la predicación del Evangelio, el servicio pastoral y la celebración litúrgica (LG 28). La plenitud del sacramento del Orden se encuentra en el obispo (LG 21; ChD 15). Los presbíteros son colaboradores de los obispos (LG 28; ChD

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15; 28). El diaconado es un grado jerárquico específico (LG 29).

El sacerdocio ministerial se distingue del común de los fieles por su naturaleza, y no por el grado (LG 10). Se confiere por un sacramento; los sujetos son sellados por un carácter especial (PO 2), y son ordenados para el servicio de sus hermanos (LG 18).

f. Reflexión sistemática: Los sacramentos como acción litúrgica:22

Un sacramento como celebración litúrgica es una manifestación pública cargada de simbolismos fuertes y de elementos esenciales (materia y forma en esquema aristotélico de la composición del ente): un texto y una oración.La plegaria se desarrolla en varios momentos:- alabanzas dirigidas a Dios Padre haciendo memoria de las cosas que ha hecho,- epíclesis (petición que por la fuerza del Espíritu realice algo en continuidad con las cosas que ha hecho antes),- intercesión (suplicando que lo que se acaba de pedir se desarrolle en modo adecuado en quien lo ha recibido).Aquí sucede una “actualización” de la acción de Cristo en la celebración, en dos momentos: la actualidad de hecho (el evento pascual), y la actualidad de una acción específica de Cristo (en los demás sacramentos).La acción es sacramental: se trata de una elección y una misión dada por Cristo mismo a través del Obispo. El poder de Cristo actúa en aquel que es ordenado, es la gracia de Dios que actúa. La gracia que se recibe tiene dos niveles: el carácter imborrable o sello y la gracia para realizar la misión que se ha recibido.La gracia que recibe el ordenado tiene un presupuesto: el bautismo y la confirmación. La gracia del bautismo configura al candidato ontológicamente. El ser cristiano no es algo escondido sino lo que se ve mientras se actúa presente en el mundo.X. Zubiri afirma que el término fundamental de la experiencia humana es la realidad y no el ser, lo que es factual y se presenta. El ser del hombre como alma y cuerpo se presenta en el cuerpo como figura que se va configurando procesualmente hacia un término: la muerte como momento definitivo de la configuración. El ser o presentarse de la realidad humana en el mundo es llamado por Zubiri como “figura”, que está siempre configurándose. En el Bautismo el ser humano queda “con-figurado”, pero debe continuar configurándose en dimensión cristológica. El bautizado está llamado a realizar su vida como la de Cristo, en obediencia incondicionada a la voluntad del Padre y en fidelidad a su misión. El bautizado debe realizarlo así según sea su estado de vida.La ordenación da a un bautizado la “figura” ministerial. El ministerio ordenado es una precisación de la figura bautismal para hacer actual en la Iglesia y en el mundo la figura de Jesús. La gracia de la ordenación está dirigida a realizarse haciendo actuar en el mundo la figura de Cristo, a ayudar a otros a vivir el Evangelio. La figura ministerial dirige a quien la ha recibido a realizarse teniendo como acciones prioritarias dirigir a los demás al encuentro con Cristo. El carácter dirige a una realización concreta por la palabra y el sacramento.Entre las acciones del sacramento del orden el punto máximo es la celebración de la Eucaristía. El ministerio de la presidencia no es protagonismo sino presidencia sacramental.En la ordenación no sólo se da un orden sino que inmediatamente el candidato queda inserto en un colegio por medio de la obediencia. La gracia que recibe el obispo es tener cuidado de su propio colegio de presbíteros.

22 G. FERRARO. La liturgia de los sacramentos.

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