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SUPLEMENTO ESPECIAL DE A 40 años del golpe de Estado Memorias del fuego PáginaI 12 DOMINGO 20 DE MARZO DE 2016 Las movilizaciones contra el terrorismo de Estado La Memoria en la calle Desde las proclamas militares de los 24 de marzo durante la dictadura y los primeros actos relámpago de repudio hasta las marchas multitudinarias encabezadas por los organismos de derechos humanos. La concentración contra el indulto como la primera muestra masiva de repudio a la impunidad.

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SUPLEMENTO ESPECIAL DE

A 40 años del golpe de Estado

Memorias del fuego

PáginaI12

D O M I N G O 2 0 D E M A R Z O D E 2 0 1 6

Las movilizaciones contra elterrorismo de Estado

La Memoriaen la calle

Desde las proclamas militares de los 24 de marzo durante la dictadura y losprimeros actos relámpago de repudio

hasta las marchas multitudinariasencabezadas por los organismos de

derechos humanos. La concentracióncontra el indulto como la primera muestra

masiva de repudio a la impunidad.

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Memorias del fuego 40 años del golpeIV

Por Roberto “Tito” Cossa

El 23 de marzo de 1976 a las 11.30 de la noche ha-bíamos cerrado la edición de El CronistaComercial. Eran horas de gran incertidumbre insti-

tucional. Si la memoria no me falla ese día el vespertinoLa Razón encabezaba la portada con título catástrofe: “Esinminente el final. Todo está dicho”.

Al salir del diario me crucé con Rafael Perrotta, pro-pietario y director. “Cacho” (así quería que los llamára-mos) había dado un vuelco ideológico espectacular. Eraun hombre que en el pasado frecuentaba el mundo de laoligarquía; socio del Jockey Club. En sus últimos añosasumió las ideas de izquierda y puso el diario a su servi-cio. Pero mantenía su amistad con Martínez de Hoz y losprincipales generales del Ejército. Tenía, entonces, muybuena información del verdadero poder. Esa noche lepregunté que noticias tenía. “A las dos de mañana anun-cian el golpe; poné la radio”. Y agregó: “Ustedes no sa-ben lo que se viene. Va ser terrible. ¡Terrible!”

Perrotta –se sabe– está entre los miles de desapareci-dos. Testigos que compartieron sus últimas horas en lacárcel lo vieron destrozado.

Esa noche me acosté con la radio encendida. Tal co-mo lo había pronosticado Perrotta sonó la marchita mi-litar y locutor anunció que el país estaba bajo el controlde las Fuerzas Armadas.

Dormí mal y a las 10 de la mañana del día siguiente yaestaba en la redacción. Era uno de los responsables de laedición y no sabía cómo venía la mano. Un rato despuésrecibimos un mensaje del Edificio Libertador. Se convo-caba a responsables de los medios. Fuimos con el prose-cretario Hugo Murno. Esperamos un rato en el parqueque rodea a la sede militar hasta que llegó nuestro turno.Nos recibió un coronel (cuyo nombre no recuerdo)quien nos informó que, a partir de ese momento, solodebíamos publicar los cables de la agencia Télam. “¿YNoticias Argentinas?” le pregunté.

Claro. Las noticias argentinas.Con Hugo no pudimos reprimir un intercambio de mi-

radas socarronas.Y como advirtió Perrotta vino una época terrible. Con

frecuencia repaso aquéllos años y me vuelven las peoresimágenes. Desde el ventanal del Cronista vimos comodos tipos de civil subían a un camión de Juncadella alNegro Demarchi, nuestro recordado compañero y dele-gado de los trabajadores. Demarchi, también, figura en lalista de los desaparecidos. O de cuando con mi ex mujertuvimos que abandonar un departamento por un dato

que nos resultó sospechoso. Ya no podríamos dormirtranquilos en ese departamento que nos gustaba mucho.Y fuimos a parar al dos ambientes de mi ex suegra.

Cuando se produjo el golpe, El Cronista se vendió rá-pidamente a un sector vinculado con el poder. Penséque no iba a resistir seguir trabajando en un diario quese convertiría en un vocero de la dictadura y renuncié.Tenía como recurso de vida al imprevisible oficio de dra-maturgo. Y, más aun, decidí abandonar el país. Me ins-cribí en la lista de espera de ELMA, la empresa nacionalque admitía algunos pasajeros en sus buques de carga. Lehabía escrito a mi entrañable compañero, el periodistaHoracio Eichelbaum, quien me dijo que en Andalucíaencontraría un lugar bajo el sol.

Entretanto me puse a escribir. Y terminé un borradorde La Nona. que se estrenaría en agosto de 1977 congran éxito. La Nona inclinó la balanza para quedarme enel país. Habíamos formado un grupo con Carlos Gorosti-za, Carlos Somigliana, el escenógrafo Leandro Ragucci yel director y productor Héctor Aure. Tomamos el teatroLassalle y estrenamos algunas obras. El estar en grupo,con mis colegas, con actores y directores, haciendo loque me gustaba me daba alguna protección. Yo me habíahecho mi propio prontuario. No estaba en la guerrilla. Esmás, varias veces discutí con algún compañero sobre laeficacia de la lucha armada. Se sabía que yo era la quesuele calificarse como un “hombre de izquierda” pero,me decía, inocuo. No me desprendí de los pocos librosmarxistas que tenía en la biblioteca. Pensé que si la jau-ría entraba en mi casa entendería que un escritor poseye-ra esos ejemplares. No advertí que en una vieja libretatenía anotado el teléfono de unos de los más importantesjefes Montoneros. Ese dato, sí, me hubiera provocado unmal momento.

Hace poco tiempo el ex ministro de Defensa, AgustínRossi, recibió de la Fuerza Aérea las listas donde figuran

los artistas y periodistas que estábamos prohibidos. Apa-rezco en “Fórmula 4”, la más sospechada, con la califica-ción “posee antecedentes marxistas”.

En fin. Sobreviví. En 1980 hice un viaje a Europa conel propósito de visitar a mis amigos y compañeros exilia-dos: Osvaldo Soriano en París, Mabel Itzcovich en Ro-ma, Carlos Alfieri en Barcelona y Norberto Colominasen Madrid. Hablamos mucho de la situación en el país, aveces con otros argentinos que frecuentaban a mis ami-gos. Sentí que el subtexto del diálogo era: “¿cómo podésvivir en la Argentina?”. Y sí: me lavo los dientes todaslas mañanas, almuerzo y ceno como siempre; escribo tea-tro, estreno y me va bien; duermo tranquilo y hago elamor. Y a veces nos juntamos los amigos, tomamos vinoy nos reímos. La vida sigue. En ningún caso apareció elmínimo reproche sobre si había que quedarse o habíaque partir. Todos éramos víctimas.

También es cierto que uno se cargaba de culpas. Ahíestaban esas valientes mujeres girando alrededor del mo-numento en Plaza de Mayo. Ganas de gritar, de salir deesa asfixia que nos tenía inmóviles. Hasta que aparecióTeatro Abierto. Los autores prohibidos en los espaciosoficiales decidimos salir de los sótanos donde nos ence-rrábamos con la consigna no escrita: “hay autores, aquíestamos”. Convocamos a los actores y a los directores ypusimos en escena 20 obras breves con gran éxito de pú-blico. Algunas de esas obras claramente dirigidas al mo-mento que vivíamos. A la semana, un atentado destruyóparte de la sala. Si bien la etapa de terror había quedadoatrás, el atentado demostraba que la dictadura no estabadispuesta a permitir rebeldías. Entendieron que TeatroAbierto, más que un hecho artístico, era un acto de re-sistencia política. Entendieron bien y golpearon. TeatroAbierto se trasladó al teatro Tabarís y potenció la con-currencia de público, La solidaridad del mundo culturalfue enorme. Más de cien pintores nos donaron cuadroscon los que pudiéramos reparar las pérdidas, veinte salasse ofrecieron para albergar el ciclo. Surgió “Danza Abier-ta”, “Poesía Abierta”. Por primera vez sentimos que enmedio del infierno estábamos vivos.

Pasaron cuarenta años desde aquélla noche en que Pe-rrotta me dijo que lo que se venía era terrible. Cuarentaaños, pero la dictadura no se desprende de mi memoria.Los juicios y las condenas a los genocidas son reparado-res. La presencia de Madres, Abuelas, H.i.j.o.s, y los or-ganismos de derechos humanos me hacen pensar que notodo está perdido.

Pero a veces me pregunto: ¿cómo pudiste vivir en laArgentina?

Vivir endictadura