territorios sin diván

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TERRITORIOS sin DIVÁN Alicia Kachinovsky ¿Psicoanálisis en la Comunidad? En setiembre de 2003 fui invitada por la Asociación Psicoanalítica Argentina, en ocasión de su ‘X Jornada: Psicoanálisis y Comunidad. Angustia Social e Incertidumbre’. Me correspondió integrar la ‘Mesa Latinoamericana’ que, con idéntico nombre al del encuentro, hacía las veces de apertura. Convocada por mi condición de psicoanalista uruguaya, comencé mi exposición diciendo que también estaba allí como representante de la Universidad de la República, encargada de un servicio clínico. Agregando luego: “Esta doble pertenencia -motivo de un largo debate identitario- hacen posible mi presencia en la mesa.” Las ideas de entonces encuentran hoy, a propósito de esta publicación, una fuerte motivación para construir con ellas un nuevo texto, que a continuación se presenta. Empezaré por considerar la relación del Psicoanálisis con la Comunidad como una pareja desavenida, situando una vez más la cuestión en el eje del conflicto. A tales efectos he de recurrir a los orígenes, es decir, al análisis de este problema desde algunos documentos fundacionales del movimiento psicoanalítico. En 1931 la Liga de las Naciones promovió “que se organizara un intercambio epistolar entre intelectuales representativos, ‘sobre temas escogidos para servir a los comunes intereses de la Liga de las Naciones y de la vida intelectual’...” (p.180) “Una de las primeras personalidades a las cuales se dirigió el Instituto fue Einstein, y él mismo sugirió como interlocutor a Freud.” (Strachey, 1964, p.181) “A Freud no le entusiasmó la tarea; en una carta a Eitingon informaba que ‘había terminado esa correspondencia tediosa y estéril a la que se dio en llamar discusión con Einstein’ (Jones, 1957, pág. 187).” (Strachey, 1964, p.181) Notoriamente incómodo con la propuesta de Einstein, Freud responde en un pasaje de su misiva: “Como usted ve, no se obtiene gran cosa pidiendo consejo sobre tareas prácticas urgentes al teórico alejado de la vida social.” (p.195) Aunque tal vez no nos guste la conclusión freudiana, lo cierto es que el psicoanálisis ha permanecido ‘alejado de la vida social’ en términos generales, y cuando se propone acercarse o implicarse o comprometerse...la primera pregunta ha de ser ¿cómo?

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  • TERRITORIOS sin DIVN

    Alicia Kachinovsky

    Psicoanlisis en la Comunidad?

    En setiembre de 2003 fui invitada por la Asociacin Psicoanaltica Argentina, en ocasin de su X Jornada: Psicoanlisis y Comunidad. Angustia Social e Incertidumbre. Me correspondi integrar la Mesa Latinoamericana que, con idntico nombre al del encuentro, haca las veces de apertura. Convocada por mi condicin de psicoanalista uruguaya, comenc mi exposicin diciendo que tambin estaba all como representante de la Universidad de la Repblica, encargada de un servicio clnico. Agregando luego: Esta doble pertenencia -motivo de un largo debate identitario- hacen posible mi presencia en la mesa.Las ideas de entonces encuentran hoy, a propsito de esta publicacin, una fuerte motivacin para construir con ellas un nuevo texto, que a continuacin se presenta.

    Empezar por considerar la relacin del Psicoanlisis con la Comunidad como una pareja desavenida, situando una vez ms la cuestin en el eje del conflicto. A tales efectos he de recurrir a los orgenes, es decir, al anlisis de este problema desde algunos documentos fundacionales del movimiento psicoanaltico.

    En 1931 la Liga de las Naciones promovi que se organizara un intercambio epistolar entre intelectuales representativos, sobre temas escogidos para servir a los comunes intereses de la Liga de las Naciones y de la vida intelectual... (p.180) Una de las primeras personalidades a las cuales se dirigi el Instituto fue Einstein, y l mismo sugiri como interlocutor a Freud. (Strachey, 1964, p.181)A Freud no le entusiasm la tarea; en una carta a Eitingon informaba que haba terminado esa correspondencia tediosa y estril a la que se dio en llamar discusin con Einstein (Jones, 1957, pg. 187). (Strachey, 1964, p.181)

    Notoriamente incmodo con la propuesta de Einstein, Freud responde en un pasaje de su misiva: Como usted ve, no se obtiene gran cosa pidiendo consejo sobre tareas prcticas urgentes al terico alejado de la vida social. (p.195)

    Aunque tal vez no nos guste la conclusin freudiana, lo cierto es que el psicoanlisis ha permanecido alejado de la vida social en trminos generales, y cuando se propone acercarse o implicarse o comprometerse...la primera pregunta ha de ser cmo?

  • En 1933, en la 35 conferencia, Freud asevera que una cosmovisin es una construccin intelectual que soluciona de manera unitaria todos los problemas de nuestra existencia a partir de una hiptesis suprema; dentro de ella, por tanto, ninguna cuestin permanece abierta y todo lo que recaba nuestro inters halla su lugar preciso. (p.145) Y agrega ms adelante: Opino que el psicoanlisis es incapaz de crear una cosmovisin particular. (p.167)

    He aqu una suerte de advertencia, en el sentido de reconocer los lmites de la herramienta psicoanaltica para responder a los requerimientos de la comunidad, cuando al sujeto psquico -mbito por excelencia de la indagacin analtica-, se le superponen otras coordenadas: sujeto del grupo, sujeto de la institucin, sujeto social... Se precipita as la necesidad de establecer puentes dialgicos con otras disciplinas, lo que siempre implica el riesgo no menor de una prdida de especificidad. Traducida esta prdida como amenaza identitaria para quienes ejercemos el oficio del divn, nos arroja en una nueva fuente de malestar a sostener. Digamos ahora con toda honestidad que no siempre hemos sabido responder a esta dificultad del mejor modo.

    Otorgar al psicoanlisis el carcter de un panptico disciplinar ha sido una de esas alternativas poco felices. Tomar al pie de la letra otro pasaje freudiano ms prometedor que el de la conferencia 35 podra pensarse como el origen de este pecado de soberbia. En 1926, bajo la pregunta Pueden los legos ejercer el anlisis?, Freud dice del edificio terico por l creado: Como psicologa de lo profundo, doctrina de lo inconciente anmico, puede pasar a ser indispensable para todas las ciencias que se ocupan de la historia gentica de la cultura humana y de sus grandes instituciones, como el arte, la religin y el rgimen social. (...) El uso del anlisis para la terapia de las neurosis es slo una de sus aplicaciones; quizs el futuro muestre que no es la ms importante. En todo caso, no sera equitativo sacrificar a una de sus aplicaciones todas las dems... (p.232)

    Sin embargo, la propuesta freudiana parece ser otra que la de un panptico. Su disgusto con Einstein radica, al menos en parte, en prestarse a un intercambio que desestima la posibilidad de inaugurar un verdadero espacio de interlocucin:

    Estimado profesor Einstein: Cuando me enter (...) que usted se propona invitarme a un intercambio de ideas sobre un tema que le interesaba y que le pareca digno del inters de los dems, lo acept de buen grado. Esperaba que escogera un problema situado en la frontera de lo cognoscible hoy, y hacia el cual cada uno de nosotros, el fsico y el psiclogo, pudieran abrirse una particular va de acceso, de suerte que se encontraran en el mismo suelo viniendo de distintos lados. (p.186)

    Ubicado por Einstein en el lugar del saber, el fundador del psicoanlisis se corre de all reclamando un mbito de pensamiento interdisciplinar. Su referencia a las fronteras del conocimiento marca una orientacin epistemolgica en torno a la construccin plural del saber. La metfora de la frontera da cuenta de un lugar

  • que, siendo compartido, no es de uno ni es de otro y, en consecuencia, lleva el sello de lo novedoso.

    Nexos dialgicos

    Lejos de la pretensin de brindar una propuesta acabada, procurar dar cuenta de la operatividad de algunas herramientas conceptuales propias del campo psicoanaltico, cuando stas no slo no eluden las particularidades del contexto en las que se las utiliza sino que, por el contrario, se ponen al servicio de las mismas. Para ello circunscribir estas reflexiones a dos conceptos que detentan una estrecha relacin entre s: encuadre y abstinencia.

    Recordar los clsicos planteos de Jos Bleger resulta un punto de partida necesario. Segn este autor, el encuadre consiste en un marco estable o no proceso -factores que se mantienen constantes-, en cuyo seno se desarrolla el proceso analtico.1 Se trata entonces de mantener fijas algunas variables, entre las cuales se destacan: el rol del analista, lo espacial (lugar de trabajo, ambientacin), lo temporal (tiempo de cada consulta, duracin del proceso, suspensiones, vacaciones), lo econmico (honorarios) y otros.

    En el ejercicio de la profesin liberal, el encuadre se establece a travs de un 'contrato' explcito entre ambas partes de la dada consultante - consultado. Para el caso que nos ocupa, el mbito de un servicio clnico producto de un convenio e inserto en una institucin educativa, su Reglamento representa un homlogo del encuadre descripto por Bleger. En su letra se contemplan las variables espacio-temporales y econmicas, entre otras, a modo de constantes que nos trascienden tanto a clnicos como a usuarios.

    Una primera hiptesis de trabajo respecto al problema que aqu se aborda es pensar los incumplimientos a las disposiciones del Reglamento como modos de sortear una legalidad que atraviesa todos los actos clnicos ocurridos en el seno del Servicio. Me refiero as a las mltiples ocasiones en las que clnicos o usuarios, con muy diversas justificaciones, han propiciado e incluso instalado situaciones que deben ser entendidas como formas de transgresin. Sin embargo, es preciso establecer una clara diferenciacin entre stas y aquellas otras circunstancias -tambin previstas en el Reglamento- en las que las desviaciones de lo reglamentado responden a una decisin consensuada por el equipo docente-asistencial o avalada por quienes la misma letra ha previsto, otorgndoles la autoridad para hacerlo. A ttulo de ejemplo, cuando el Ministerio de Salud Pblica no ha cumplido con sus compromisos econmicos, la crtica situacin del Servicio ha obligado a las autoridades de la Facultad de Psicologa y del propio Servicio a instituir situaciones de excepcin forzosas, aunque siempre poco deseables.

    1 Salvo en ocasiones como sta, en la cual se procura trasmitir las ideas de un autor con la mayor fidelidad posible, cuando se haga referencia al Servicio se hablar de 'clnico' o 'clnica' y no de 'analtico' o 'analista'.

  • Hecha la aclaracin, detengmonos ahora en los actos clnicos que s merecen ser analizados como modos de transgresin. Siendo consecuente con el marco terico que sostiene estas reflexiones, no se trata de emitir un juicio de valor sobre dichos actos, sino de procurar entenderlos. Luego podr apreciarse a qu me refiero, pero es menester dilucidar desde el principio la intencin que se persigue, ya que la palabra transgresin evoca en quien la escucha un dejo de desprecio hacia el agente de la misma.Para una mayor comprensin del hecho, dir que mi preocupacin descansa en aquellas situaciones en las que, por el bien del paciente, los acotados plazos del Reglamento no han sido respetados y se los ha extendido ms all de lo estipulado. Elijo la variable tiempo para ejemplificar estas circunstancias, ya que ha sido sta la ms tematizada -tambin la ms transgredida- en los espacios formales e informales de dilogo del equipo docente. Y aunque pueda ser obvio a esta altura, me corresponde explicitar que el foco de las presentes consideraciones recae sobre la figura del clnico, porque es ste el guardin del encuadre. Qu otra cosa puede hacer el usuario -consultante, paciente o como se lo quiera denominar- sino intentar transgredirlo? He aqu su derecho: intentarlo. Mientras tanto, es al clnico a quien le corresponde salvaguardarlo.

    Derechos y obligaciones en la clnica? Por qu no? No hay otro modo de pensar lo humano sino en el contexto de la cultura, y esto supone siempre al menos un mnimo de reglas que condicionan todo posible encuentro e intercambio. De all deriva ese inevitable malestar que el clnico tomar a su cargo: ...no puede soslayarse la medida en que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional, el alto grado en que se basa, precisamente, en la no satisfaccin (...) de poderosas pulsiones. (Freud, 1930; p. 96)

    Sobre estos derechos y obligaciones deberamos agregar un argumento de otro orden. Siguiendo a Bleger nuevamente, diremos que un proceso slo puede ser investigado cuando se mantienen las mismas constantes. Entendiendo al encuadre como un conjunto de normas y actitudes a ser sostenidas, Bleger afirma que su funcin es anloga a la de una institucin. Si acordamos luego que las instituciones funcionan como ncleo central de la identidad, es en el encuadre donde se depositara lo ms indiferenciado del sujeto. Por ello se torna en herramienta privilegiada para la labor clnica, a condicin de su defensa.Como invariable, y al modo de las instituciones, su presencia es muda, imperceptible. Slo se manifiesta cuando se produce una ruptura o una amenaza de ruptura, habilitndose as la indagacin analtica. El ataque al encuadre es un mal necesario que reservamos al paciente. Si cedemos a la tentacin de ubicarnos en el lugar de cmplices, habremos perdido la oportunidad de trabajar con una permanencia que ha devenido en lo faltante, permitiendo visualizar y trabajar sobre lo menos evidente del sujeto en cuestin.

  • Trama clnica

    Necesario, pero no suficiente, el concepto de encuadre requiere de la nocin de abstinencia para avanzar en su comprensin. Abstinencia o neutralidad? Bajo esta misma interrogante, invertidos sus trminos, Fanny Schkolnik (1999) fundamenta por qu el concepto de neutralidad no sera pertinente en el campo analtico, en tanto evoca la ausencia de deseo en el analista. Por el contrario, al hablar de una regla de abstinencia, dicha expresin le permite trascender su aplicacin a la creacin de un mbito de privacin, que as habilite la emergencia de lo inconciente y el despliegue del deseo del lado del paciente. En este sentido, agrega:

    "...tal vez no se atiende suficientemente la necesidad de privacin del lado del analista, en tanto sus deseos, que tienen que orientarse bsicamente hacia la tarea de analizar, muchas veces toman otros caminos. Adems de los deseos sexuales, que muchas veces no pueden ser suficientemente procesados, llevando a un clima transferencial erotizado, quisiera destacar la incidencia de las aspiraciones narcisistas de diverso tipo, el afn de curacin, o la tendencia al maternaje, como tentaciones siempre presentes que requieren ser trabajadas por el analista..." (p. 71)

    Como puede verse, el concepto de abstinencia involucra a ambos trminos de la pareja analtica. Al no satisfacerse los deseos de uno u otro, se apuesta al investimento del propio proceso, aqul que se asienta -como deca Bleger- en el no proceso o encuadre. La vigilancia del encuadre, entonces, requiere de un constante trabajo de autoanlisis. Entre otras cosas, porque el deseo con escasa frecuencia irrumpe con estridencia ante nuestros ojos. Si apelramos a una metfora cromtica, diramos que si lo figurramos de color rojo no se posara sobre el negro para ser descubierto por el contraste. En todo caso, se ha de presentar en gris para pasar inadvertido.

    Quedmonos por un breve lapso en el gris, que parece ms apto para representar la queja o el sufrimiento. Cuando el usuario del Servicio -advertido desde el comienzo de los lmites temporales de la prestacin asistencial- le manifiesta al clnico, en actos o en palabras, que no est preparado para seguir solo, que necesita ms atencin, que quedan problemas por resolver...que necesita ms tiempo, no es acaso este pedido testimonio de su demanda? Cuando a tal peticin se accede o se rehusa, a sabiendas de que otros esperan su turno para recibir el mismo derecho, no es un problema de amor lo que se pone en juego?Ese que denominamos usuario, en consideracin al convenio, apela desde su falta. Cuando el clnico asume la disyuntiva de establecer un lmite, no es slo la demanda de aqul la que se pone en cuestin. La identificacin con el semejante convoca la propia falta y, en consecuencia, la eventualidad de una renuente renuncia a colmarla.

  • Lo paradjico se presenta al tener que aceptar que existe una transgresin necesaria. No satisfacer la demanda, pero procurar su despliegue! Cmo se entiende? Una vez ms recurriremos a Fanny Schkolnik, cuando fundamenta la importancia de ingresar en la intimidad del paciente, traspasando los lmites de lo conciente y manifiesto, para incursionar en las oscuridades del inconciente de ese otro, y a la vez contactar con lo que proviene de su propio inconciente. (p. 76)

    La transgresin es, bajo esta ptica, un problema clnico antes que tico o moral. Constituye un modo harto frecuente de resolver obstculos del binomio transferencial, soslayndolos. Y hasta podra defenderse su validez cuando se piensa en intervenciones clnicas de apoyo o de acompaamiento. No cuando se aspira a producir cambios en la dinmica psquica de un sujeto. Qu procura el Servicio al respecto? ... No sabe, no contesta! Si al menos podemos dejar la pregunta planteada, como deuda pendiente por la cual responder, habremos dado un paso. Al retomarla deber tenerse en cuenta que si no se procura reproducir el circuito de la repeticin, ofreciendo con nuestro accionar las ms diversas alternativas de satisfaccin sustitutiva, entonces los conceptos de encuadre y de abstinencia ganarn un lugar destacado en las reflexiones clnicas de este grupo docente.

    Otros hilos de la misma trama

    La autora de estas lneas no slo responde a mi filiacin psicoanaltica. La preocupacin por los reiterados incumplimientos, punto de partida de las mismas, es un derivado inevitable del lugar asignado y asumido: si el clnico es, como afirm antes, el custodio del encuadre, la Encargada del Servicio es quien debe velar por el cumplimiento del convenio en su conjunto (incluyendo al Reglamento previsto en su letra). Disponer de las herramientas conceptuales para transformar un tema de prescripciones en una cuestin clnica no habra sido suficiente si no se pusiera en juego, asimismo, una particular asimetra funcional. Ms all de la responsabilidad y de la autoridad detentada, la funcin de encargada(o) en esta estructura docente-asistencial exime a quien la sustenta, en exclusividad, del ejercicio clnico directo en este mbito. Esta posicin favorece un cierto nivel de exterioridad de la mirada respecto al quehacer del equipo a cargo y al de cada uno de sus integrantes.

    Al no protagonizar tareas asistenciales, tambin es cierto que tal privilegio deviene en taln de Aquiles. Ocasin favorable para cuestionar el saber del que sabe. Por supuesto que sta es la arena del consabido vnculo entre saber y poder! Sobre la figura del encargado, ms all de quin ocupe ese lugar de saber/poder, recaer la ambivalencia de los que estn a su cargo. Esto no implica desconocer las variaciones individuales de unos y de otros. De todos modos, se podra decir que el ordenamiento docente en general, con sus diferentes estamentos acadmicos, resulta un terreno frtil para que confluyan sobre sus representantes

  • reconocimientos y descalificaciones. Y esto se acenta, sin dudas, en relacin a los grados ms altos.Asegurar el cumplimiento de las disposiciones reglamentarias es, como se dijo antes, tarea del encargado. En forma recproca, estas mismas disposiciones dicen de su autoridad y amparan sus decisiones. Reducto de mxima fortaleza, el Reglamento es, asimismo, lugar de mxima vulnerabilidad cuando se lo desconoce. Su transgresin es, desde este punto de vista, una forma de debilitar el poder del encargado; no tanto el que efectivamente tiene, como dato de realidad, sino el que sobre l se deposita en trminos de imaginario.Transferencia al fin, aunque sean otros los circuitos transferenciales que se encienden, ya que el mbito relacional es el de la meta-clnica.

    No ser intil reiterar que estas consideraciones no pretenden configurarse en juicios de valor. El propsito que se persigue es el de comprender una particular dramtica humana. Su repeticin precipita en quien la observa y padece una imperiosa necesidad de inteleccin.Tambin aqu, como en La rosa prpura del Cairo2 -entre protagonista y espectadora-, los efectos de esta peripecia humana me llevaron a pensar que esta inevitable tragedia de la convivencia humana, inscripta en la verosimilitud de un relato como el que se procura, podra devenir en comedia: Melinda, Melinda3.

    Sintese ahora usted, lector, al lado de mi butaca! El espectculo al que est asistiendo es el Ateneo...los Ateneos de los lunes por la tarde. No espere una versin romntica, tampoco apocalptica.En una rtmica sucesin de relatos, algo espaciada pero constante, los colegas fundamentan -no pocas veces con actitud desafiante y cuestionadora- por qu han hecho caso omiso a los plazos establecidos. Se lo recuerdo: por el bien del paciente! Entiende mi desconcierto? Prefiere que hablemos de malestar?

    No se apresure a tomar partido! Ellos tienen otras fuentes de malestar. Qu tiempo les da el tiempo para procesar los restos transferenciales? Bajo el ttulo Malestares, de la Revista Uruguaya de Psicoanlisis, una pregunta inaugura el artculo de Luz Porras: Incomoda el inconciente? En l se plantea que en nuestro trabajo hallamos situaciones no tramitadas, que nos habitan, como parte de los restos (concientes e inconcientes) de nuestra funcin. (p. 172) Y en un oportuno juego de palabras nos advierte que esta alteridad nos altera.La clnica incomoda...porque el inconciente incomoda. Sabe usted que asisten hasta seis o siete consultas por semana cada uno? Trabajan con el sufrimiento humano y cargan sobre sus hombros el peso de mltiples demandas.

    2 Tomo prestada esta feliz metfora creada por Antonio Garca para dar cuenta de la formacin clnica en nuestro Servicio, recomendando la lectura de su trabajo. 3 Pelcula de Woody Allen recientemente estrenada en Montevideo.

  • Si usted crey que la funcin del encargado era mera gestin, se equivoc de sala. En sta, le compete sostener las complejas redes transferenciales, e incluso intervenir para desanudarlas. Si sentencia, pierde...

    Regrese a la escena trgica de la declinacin de mi autoridad, revisitada como en la vida onrica. Curiosamente, no alcanza nunca el desenlace fatal. El protagnico insiste.Ingrese ahora en la escena psquica que, golpe a golpe, se constituye en m a modo de evocacin:

    Un da los hermanos (...) se aliaron...

    Igual que en otra oportunidad4, acude a m el fantstico mito de la horda primitiva creado por Freud en 1913. La memorable hazaa (criminal) da cuenta del origen de las organizaciones sociales.Ocurri el crimen? No importa; tal vez no... Slo su verosimilitud nos importa. Escuche una voz en off... Es Marcelo Viar que, reescribiendo el mito, conjetura:

    Si bien en el mito, como tiempo fundador, hay un antes y un despus ntidos, en el desarrollo de la historia y su diacrona habra que pensar en momentos alternantes de la estructura (...) donde el padre de la horda y el padre muerto de la Ley, estn siempre en tensin y son fundamentos posibles de dos modos contrastantes de convivencia. (p. 13)

    Drama indefinidamente actuado? Actualizacin de la estructura en el seno del espacio docente?

    Guarde para s estas interrogantes, para cuando sea su turno de ingresar al otro lado de la pantalla, como protagonista. Pero antes de levantarse de la butaca, escuche la palabra de un estudiante que, con la sabidura de su frescura, preguntar: Siempre es as? Toda ocasin en la que no se obedecen las disposiciones del Reglamento, deben ser pensadas como transgresiones?Entonces, la propia Encargada del Servicio responder que no es posible establecer generalizaciones en el contexto de la singularidad de la clnica.

    Tome en cuenta que ahora s, va a bajar el teln. Si fuera murga...estara entonando retirada. Ocasin de dolor para quien resigna un lugar entraable: el grupo humano que la acompa hasta ahora. Quien fuera la Encargada mira hacia atrs, y en gesto de reconocimiento al saber recibido, devuelve al grupo -a ttulo de dedicatoria- estas hojas escritas.

    4 Referencia a un trabajo anterior: El desembarco. Una historia sin fin.

  • Sin divn, con Maestro...

    No podra terminar estas notas sin dejar sentada una salvedad en relacin al comienzo. Volviendo a Freud, su escaso entusiasmo en la correspondencia con Einstein admite otras lecturas que merecen sumarse a lo planteado. Su actitud podra responder a una falta de compromiso con lo social o a un fuerte pesimismo de su parte. Sin embargo, tal vez no sea demasiado importante detenernos a juzgar al hombre que fuera el fundador del psicoanlisis. A pesar de este escaso entusiasmo, hacia el final de la carta emerge un halo de esperanza que, dados los ltimos y dolorosos acontecimientos mundiales, me permito subrayar en este final. Dice Freud:

    Entretanto tenemos derecho a decirnos: todo lo que promueva el desarrollo de la cultura trabaja tambin contra la guerra. (p.197)

    Referencias

    Bleger, J. (1984). Simbiosis y ambigedad . (4 ed.). Buenos Aires: Paids.

    Freud, S. (1976). [1933]. En torno a una cosmovisin. Obras Completas, XXII (pp. 145 -168). Buenos Aires: Amorrortu.

    Freud, S. (1976). [1933]. Por qu la guerra? (Einstein y Freud). Obras completas, XXII (pp. 186 -198). Buenos Aires: Amorrortu.

    Freud, S. (1976). [1930]. El malestar en la cultura. Obras Completas, XXI (pp. 57-140). Buenos Aires: Amorrortu.

    Freud, S. (1976). [1926]. Pueden los legos ejercer el anlisis? Dilogos con un juez imparcial. Obras Completas, XX (pp. 165 - 244). Buenos Aires: Amorrortu.

    Freud, S. (1976). [1913]. Ttem y Tab. Obras Completas, XIII (pp. 7 - 164). Buenos Aires: Amorrortu.

    Kachinovsky, A. (2005). El desembarco: una historia sin fin. En: Gatti, E. y Kachinovsky, A. Entre el placer de ensear y el deseo de aprender . (pp. 141-174). Montevideo: Psicolibros.

    Porras, L. (1992). Incomoda el inconciente? Revista Uruguaya de Psicoanlisis (76). 171 - 177.

    Schkolnik, F. (1999). Neutralidad o abstinencia? Revista Uruguaya de Psicoanlisis (89). 68 - 81.

  • Strachey, J. (1976) [1964]. Nota introductoria. En: Freud, S. Por qu la guerra? (Einstein y Freud). Obras completas, XXII (pp. 181-182). Buenos Aires: Amorrortu.

    Viar, M. (2000). Sobre vivir juntos: una reflexin desde Ttem y Tab (1911 - 1913). Indito. [Documento presentado en la Sociedad Brasilea de Psicoanlisis de San Pablo y en la Asociacin Psicoanaltica del Uruguay.]

    Alicia KachinovskyEn 1933, en la 35 conferencia, Freud asevera que una cosmovisin es una construccin intelectual que soluciona de manera unitaria todos los problemas de nuestra existencia a partir de una hiptesis suprema; dentro de ella, por tanto, ninguna cuestin permanece abierta y todo lo que recaba nuestro inters halla su lugar preciso. (p.145) Y agrega ms adelante: Opino que el psicoanlisis es incapaz de crear una cosmovisin particular. (p.167)Nexos dialgicosTrama clnicaOtros hilos de la misma trama