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Historia de un alma

Manuscritos autobiográficos de

santa teresa de Lisieux

Nueva versión traducida directamente del Facsímil de laEdición del Centenario a cargo de

Secundino Pérez Treceño

Editorial Asociación Bendita María

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© Secundino Pérez Treceño© Asociación Bendita MaríaAvenida Pablo VI, 9 - Local 12 A28224 Pozuelo de Alarcón (Madrid)Pedidos: Teléfono 91 759 79 68www.buenanueva.es

Maquetación: Jesús Esteban BarrancoRealización: Dayenu Grupo de Comunicación

Ilustración de cubierta:Teresa, a los veintidós años.Protagonista de una obra de teatroescrita por ella, vestida de Juana de Arco.

ISBN: 978-84-941803-4-7Depósito Legal: M-5229-2014

Queda prohibida, salvo excepciónprevista por la ley, cualquier forma de reproducción, distribución,comunicación pública y transformaciónde esta obra o de cualquiera de sus partes,sin contar con autorización de los titularesde la propiedad intelectual. La infracciónde los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (artículos 270 y siguientes)del Código Penal).

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A los Padres CarmelitasLuciano Sancho, Santiago Guerra y Francisco Brändle.

Y a Victoria Serrano Blanes,Consejera de Redacción de la Revista Buenanueva.

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Índice

Presentación generaL....................................................................................................... 9

1.. . Introducción a los Manuscritos Autobiográficos ........................................... 11

2. Datos biográficos de Teresa de Lisieux. .............................................................. 18

2.1. Cronología................................................................................................................ 18

2.2. Algunas referencias post mortem ................................................................ 21

3. Bibliografía ........................................................................................................................ 23

4. Nuestra edición-traducción de Manuscritos Autobiográficos de Teresa

de Lisieux, «Historia de un Alma» ........................................................................ 24

Historia de un aLma ......................................................................................................... 31

1. Manuscrito A .................................................................................................................. 33

2. Manuscrito B ................................................................................................................... 137

3. Manuscrito C ................................................................................................................... 147

4. Apéndices .......................................................................................................................... 183

4.1. Historia de la pecadora convertida y muerta por amor ..................... 183

4.2. Billete que llevaba Teresa sobre su corazón el día de la profesión 184

4.3. Acto de ofrenda al Amor Misericordioso ................................................. 185

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PRESENTACIÓN GENERAL

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1. Introducción a los Manuscritos Autobiográficos

Las circunstancias por las que pasaron los Manuscritos Autobiográficos de Teresa son bien conocidas en la actualidad gracias al trabajo del P. François

de Sainte Marie. Brevemente resumidas, podríamos decir que su historia co-mienza con una reunión, de las que no hubo muchas, ni mucho menos, en vida de Teresa, entre las cuatro hermanas carmelitas, en las que la voz cantante la llevó la pequeña de la familia, dada su espontaneidad, su carisma, su alegría natural y, sobre todo, su libertad. Recordaban momentos entrañables de su vida en Alençon, primero, y en los Buissonnetes, después. De esta reunión habla la Santa en el Manuscrito A, que comienza a escribir en 1895 por encargo expre-so de M. Inés, su hermana Paulina, quien se resistió al principio a la demanda insistente de Sor María del Sagrado Corazón, su hermana María, madrina de Teresa. Pero al final cedió y le encargó a Teresa que recopilase los recuerdos que conservaba tan vivamente en su mente y los escribiese. Teresa de Lisieux, como su Madre Teresa de Ávila, saltan los límites de los encargos que reciben y redactan unos escritos que poco tienen que ver con las previsiones iniciales, elaborando verdaderos tratados de espiritualidad para provecho de cuantos nos acerquemos a ellos.

Una vez concluido el primer manuscrito, ante la atracción que todas las her-manas carmelitas sienten por la senda que sigue Teresa en su camino hacia la perfección religiosa, de nuevo su hermana María le solicita que le explique por dónde va, cuál es ese camino, la vía, dice siempre Teresa, que sigue. Y Teresa le

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redacta muy brevemente una reducida carta en la que le explica cuál es esa vía. Pero María le responde de una manera tal que Teresa le llegará a decir: «No ha-béis entendido nada». Y se explaya en una nueva misiva, más extensa, que dará pie a un nuevo Manuscrito, el B, que es la quintaesencia de lo que Teresa es, vive, siente, experimenta, a lo que se siente llamada, a una entrega total a Dios, exactamente igual que la de Jesús su Esposo. Este Manuscrito solamente ya valdría para otorgarle a Teresa el título, nada exagerado, de Maestra espiritual, al lado de sus Santos Padres Reformadores, Teresa de Jesús y Juan de la Cruz.

Enterada la M. María de Gonzaga de lo que se cocía en la celda de Teresa, le ordena a esta que escriba también, dedicadas a ella, por supuesto, sus impre-siones, sus vivencias, desde su entrada en el Carmelo, ante instancias sutiles de M. Inés, que quede todo dicho. Así queda configurado el Manuscrito C, en el que las páginas sobre su prueba de la fe y sus experiencias sobre la caridad son verdaderas joyas evangélicas.

Y ya tenemos la Historia de un Alma que se editó en 1898, un año después de su muerte, una edición de 2000 ejemplares que se agota apenas salida a la calle. Pero se edita no como Teresa la había escrito, sino con profundas modifi-caciones. M. Inés queda un tanto asustada de la incandescencia de algunas de sus expresiones y las suaviza. Corrige su ortografía, su puntuación, y la adapta a las diversas peripecias de su vida post mortem, para favorecer en todo lo posible su glorificación inmediata, que ve como una especie de canonización del hogar familiar. Pero no solo existen estas modificaciones de Paulina, al fin y al cabo su hermana le había dado ese permiso, sino que M. María de Gonzaga, llevada de un anhelo irresistible de ser la depositaria de tal legado, exige que se hagan las modificaciones necesarias para dar a entender que toda la Historia de un Alma estaba dedicada por la Santa a ella misma, lo cual supone un arduo trabajo que da a la herencia teresiana un sesgo que ella nunca jamás pretendió ni se identi-ficó con él.

Por otra parte M. Inés, añade un capítulo escrito por ella misma tratando de explicar a su hermana y, al mismo tiempo, redactar como una especie de peque-ña hagiografía con un fin muy claro: la exaltación a los altares de su hermana lo antes posible, viendo en ello no solamente la glorificación de Teresa, sino un reconocimiento de la labor desarrollada por sus padres y por sus hermanas en el hogar paterno: yo diría que la pretensión era que en Teresa se canonizase a la familia Martin-Guerin, como ya señalamos arriba. M. Inés, siempre tuvo dotes de mando, tanto en los Buissonnets, como en el Carmelo y, quizá, una cierta ambición, legítima, no me cabe ninguna duda, de dirigir el Carmelo muy de otra manera a como lo hacía la un tanto despótica, áspera M. Gonzaga.

Por otra parte, Teresa misma alienta a su publicación cuanto antes para que nadie pueda poner obstáculos insuperables y su mensaje llegue a todo el

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mundo, con su nueva vía de acceso a las abundantes riquezas de la gracia de Dios. Para ella la publicación es una urgencia.

Una vez fallecida M. Inés, el P. François de Sainte Marie recibe el permiso del Carmelo para realizar un trabajo exhaustivo de recuperación de los escritos de la Santa tal y como salieron de su mano. Desde ese momento podemos tener acceso a los manuscritos teresianos y traducirlos, ofrecérselos al público, en su plena identidad. O casi. En el TOTUM se habla «hacia una versión definitiva».

Pasemos ahora a otros puntos de interés. Teresa sabe que no puede limitar-se a contar sus recuerdos familiares de la infancia y adolescencia, ni mucho me-nos hacer hagiografías de sus queridos padres y reflejar las excelencias cristianas del hogar paterno. Por ello se inventó como excusa que va a escribir tal y como le venga, sin preocuparse del estilo y demás rasgos secundarios, porque su fin principal es «cantar las misericordias del Señor» y las gracias que ha tenido a bien conceder a su hijita. Se ve a sí misma como una niña que se ha arrojado a los brazos plenos de ternura de un Padre que no puede abandonarla nunca, aunque lo pueda parecer. Y así lo hace. Espontaneidad, ironía, humor, natura-lidad, efervescencia, sinceridad, experiencia viva de su nulidad sin el auxilio de su Amado, y una profundísima fidelidad a Dios y a su actuación en el alma de su hija, unida a una actitud reverencial hacia quienes ostentan en su nombre la autoridad. Y por supuesto, una idea clarísima de lo que representa la pobreza en el espíritu, que Jesús declaró bienaventurada. Teresa llega a sentirse abrasada y quiere abrasar, incendiar el mundo y a los seres en ese mismo Amor que ella vive, siente y padece, porque no se puede amar sin dar la vida por quienes se ama, ya que amor con amor se paga. Un nivel de autoexigencia hacia la máxima perfección que cada alma pueda alcanzar sin dejarse nada para sí misma, ni de sí misma, en el empeño. Es este nivel de exigencia el que aterra a su hermana María del Sagrado Corazón, a quien llega a decir que no ha entendido nada de lo que le ha escrito. ¿Por qué no quedarse en la ladera? ¿Por qué hay que subir a la cima con lo que cuesta y con lo que exige? Teresa dirá porque es ahí donde te quiere Jesús, porque es ahí donde Él subió, y es lo que pide a sus esposas.

No podemos olvidarnos de una clave que es fundamental en la escritura y en el mensaje teresiano. Teresa escribe desde el presente, y su presente es el Carmelo de Lisieux, es decir, no es alguien que escribe dejando de lado su situación actual, su Sitz im Leben, que dicen los alemanes, su contexto vital, con todas las implicaciones que esto conlleva. A pesar de que su espontaneidad la llevaría, naturalmente, a hablar de tú, jamás lo hará, ni siquiera en el anuscrito A, el de su vida familiar. La familiaridad solo se la permite en las aposiciones, «mi querida Madre», pero no solo cuando se refiere a su hermana Paulina, sino también cuando se refiere a su hermana María o a M. Gonzaga. Todo lo demás está redactada con una fidelidad absoluta a las normas vigentes en el

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Carmelo entonces, donde no existía la «propiedad privada», sino que todo, absolutamente todo, era «nuestro», «nuestra», «vuestro» o «vuestra»; y donde el lenguaje utilizado para dirigirse a sus hermanas de religión era siempre el plural, que nosotros hemos traducido por «vos» y no por «usted», porque creemos que era así como se hablaba entonces. Y si en las series bien hechas programadas por las TV se respeta ese trato no tenemos por qué cambiarlo como si fuera obsoleto en los escritos de la época, porque obsoleto lo puede ser ahora, no entonces, y nosotros estamos traduciendo un mensaje de entonces y no de ahora, que vale para ahora y para siempre, pero no es lo mismo. Nos parece que hacerlo de otra manera es reescribir a Teresa, no trasladar lo que Teresa escribió y como lo escribió.

En el Manuscrito C verán que Teresa tiene claro, muy claro, que su familia, sus hermanas, no son las de la sangre, las biológicas, sino todas las monjas del Carmelo con las cuales vive. Fiel a Jesús, lo es hasta en esto y no hace sino llevar a la práctica lo que ya dejó dicho Él en el Evangelio: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Los que cumplen la voluntad de mi Padre, esos son mi madre y mis hermanos». Y Teresa lo vive como si fueran dichas a ella esas palabras de su Esposo Amado. Siempre se manifestó contraria a tener contactos vis a vis con sus hermanas carnales. El subrayado que en el Manuscrito C folio 9rº de las palabras «en famille», en familia, refiriéndose a todo el Carmelo lexoviense, muestra a las claras que para Teresa, su familia no son las hermanas Martin, sino todas las hermanas del convento. Esto hay que tenerlo, como decimos, muy claro.

De la misma manera que, aunque los Manuscritos estén dedicados a per-sonas concretas, Teresa escribe para la Humanidad, quiere que su «evangelio», su «buena noticia» no quede entre los muros de un convento, sino que llegue a todo el mundo, pues se siente portadora de una noticia tan buena que todos los seres deben estar en condiciones de acceder a ella. Como su Madre Santa Tere-sa, la abulense universal, dirá que escribe por obediencia, pero la verdad es que se desvive por escribir; tienen, las dos, Madre e Hija, unas ganas locas por hacer llegar a los hombre y mujeres de su tiempo y de los tiempos futuros, el mensaje del que se sienten y se ven a sí mismas portadoras, en nombre de Aquel que suscita profetas hasta de las piedras.

Ahora bien, no porque Teresa esté circunscrita a una realidad concreta y a una época histórica determinada, no se ve capaz de romper con aquello que traslada una imagen distorsionada del Buen Dios que se le revela en su interior. Esta es otra clave de lectura teresiana. Teresa rompe, dinamita la espiritualidad de su tiempo y la de todos los tiempos en que a Dios se le ha proyectado como justiciero inmisericorde, como el guerrero que descarga con todo furor su es-pada sobre el pobre pecador sin darle tiempo a arrepentirse; en definitiva, un

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dios vengativo, cruel, que espera airado y descarga su golpe mortal sobre quien le ofende. Por ello había muchas víctimas que se ofrecían como pararrayos a la justicia divina, era el jansenismo que en todas las épocas, en la nuestra también, está latente y a la espera de la menor oportunidad para ocupar los espacios. Teresa quiere un Dios justo, porque sabe que esa justicia, la verdadera justicia, tiene en cuenta la debilidad humana, las circunstancias vitales, las carencias per-sonales, las inclinaciones herenciales, etc., de cada ser. Y Dios es justo, pero su justicia no es aséptica, no está carente de humanidad y siempre está matizada por el Amor, porque Dios es Amor y acoge al hijo pródigo y está sentado, con Jesús, su Hijo, a la mesa de los pecadores, a quienes ha venido a sanar porque son los que lo necesitan. Teresa recupera para la Humanidad el Dios de Jesús, el Evangelio de Jesús. Por ello no es de extrañar, sino todo lo contrario, una intuición genial, propia del genio teresiano, que los dos superiores generales del Carmelo, con motivo del Centenario cumplido en 1997, titulasen así su carta a la humanidad: Teresa de Lisieux, una vuelta al Evangelio. Teresa sin Evangelio, sentido, vivido, experimentado, sobre el que cimenta toda su vida y todo su mensaje, no es Teresa. Y esta quizá sea su mayor aportación al mundo de todas las épocas: Vuelvan al Evangelio, pero no para especializarse en él, elaborar te-sis que asombren al mundo, realizar exégesis deslumbrantes, nada de eso, sino para vivirlo, para experimentarlo, para hacerlo vida propia, la esencia de nuestro pensar, ser y querer. Y actuar. En Teresa de Lisieux tenemos a una testigo que, sin tener nunca ni siquiera sueños extraordinarios, ni la más mínima experiencia mística sobrenatural, ni atisbos de éxtasis, arrobamientos y demás componen-tes de misticismos de otra época, lo que le confiere una actualidad muy superior, permítasenos la expresión, sin nada eso, insistimos, le dice al ser de hoy que no hay intermedios, no hay concesiones a la galería, no hay «nadismos» que val-gan, ni siquiera el «casi», ni el «bastante», sino el TODO. «Lo escojo TODO». «TODO es gracia». No hay medias tintas, ni comodidades tan apetecibles como engañosas y limitativas. Y eso es lo que, creo, y afirmo, quiere el ser, quiere la Humanidad de hoy: Plenitud. Si me lo siguen permitiendo, es el «TODISMO» frente al «nadismo», el casi o el bastante. Por ello, hacemos hincapié en esto, sus hermanas no acaban de entenderla. Porque esto supone un extremo nivel de au-toexigencia permanente, y eso no está al alcance de todos. Teresa es ENTERA y es VERDADERA. Y así se da. Y así se entrega. Como Jesús, su Amado.

Finalmente, en Teresa se repiten expresiones, palabras, verbos con profu-sión, a veces, incluso en nuestra traducción, que sigue paso a paso y letra a letra su originalidad, cuando uno se siente inclinado a echar mano de algún sinónimo castellano. Por otra parte, les invitamos a hacer una lectura creativa, por ejem-plo, y, como una especie de guía, fíjense en las mayúsculas y minúsculas, Teresa no las reparte así como así, como le sale, de eso nada, están escritas y utilizadas

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con toda intención, no son aleatorias, son intencionadas e intencionales. Así pasa incluso con su expresión preferida «el Buen Dios», pero también «el buen Dios»; repito, les invitamos a que vean, cuando usa una y cuando usa otra, una pista, observando los estados de ánimo de Teresa. Y lo mismo podemos decir de otras. Nos manifestamos dispuestos a recibir cualquier tipo de sugerencia, opinión, crítica… sobre esta nuestra edición de los Manuscritos Autobiográficos de la nueva Doctora de la Iglesia, que no recibió enseñanza reglada, salvo su estancia, breve, en la Abadía. El Espíritu sigue soplando donde quiere y sobre quien quiere. Gracias a Dios.

Una palabra final. Hay libros que se esfuerzan tanto en cargar las tintas sobre la rutinaria vida religiosa de la mayoría de las monjas carmelitas que com-partieron con Teresa su estancia en el Carmelo de Lisieux, que la llegan a tildar de vulgar, de acomodaticia, casi como si de un profesionalismo externo y me-ramente cumplidor se tratase, que ante tal mediocridad, la santidad teresiana es menos explicable todavía, y más excelsa, por ir contra corriente. Tampoco es eso. La gloria de Teresa no se hace «más grande» por comparación con el entor-no en que se desarrolla, sino por sí misma, porque Teresa camina hacia la san-tidad desde los más tiernos años de su infancia. El Carmelo no es más que otra etapa, la que la llevará hasta la cima, pero no por contraposición a las medianías. Si se me permitiera un símil, diría sin ningún temor que Teresa de Lisieux es la Mozart de la santidad, niños siempre, prodigios desde su más tierna infancia, genios en todo momento, maduros cada uno en su especialidad, pero unos críos encantadores que arrastran, envuelven y elevan, conducen al alma, al espíritu un poco más allá, y hacen que los ojos se pierdan semicerrados en lontananza.

Una nota breve añadida, un inciso: Jean François Six, con su tendencia a los descubrimientos espectaculares sobre la Santa, enunciaba un hallazgo de-finitivo en la espiritualidad teresiana-lexoviense, su impronta trinitaria, hasta ahora, hasta él, poco destacada, cuando es la raíz de todo. No creo que haya una santidad que no sea trinitaria y ahí están los maestros del Carmelo para confirmarlo. Y los de otras órdenes, o de laicos, estos menos porque el Vaticano se cuida muy mucho de canonizar laicos y laicas. Pues, siendo eso así, Six vuelve a meter la pata: el rasgo trinitario por antonomasia lo testimoniará Isabel Catez, en religión, Isabel de la Trinidad, pronto, esperamos, canonizada. La espiritua-lidad de Teresa es «jesulógica», y es desde Jesús, vivo y viviente, resucitador y resucitado, incansable maestro itinerante y paz interior para todo quien se rela-cionaba con él, como Teresa vive y recibe todo lo demás, aquello que se da por añadidura. Teresa «vive» a Jesús, vive con Jesús, vive en Jesús, o si lo prefieren es Jesús quien vive, ocupa todo el espacio, se adueña por completo del ser de Teresa hasta con-fundirse en una sola y única identidad. Aquí está toda raíz de la santidad de Teresa, toda su vida.

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De la misma manera, no se pueden tampoco cargar las tintas sobre los presuntos fallos, debilidades, desatenciones, asperezas, inhibiciones, de sus padres, que llegan a hacerle exclamar a uno cuando los lee: «pero Teresa es un oasis en medio de tanta y tamaña mediocridad cuando no algo peor». Se hace referencia al excesivo tiempo que le ocupa el taller a su madre, de manera que deja todo lo demás de lado incluida la atención a sus hijas, sobre todo las más pequeñas, encargando de este trabajo a sus hijas mayores. Se insiste menos en el dilentantismo del padre, que llega a encargar el trabajo de la joyería a un subalterno, mientras él se dedica al cultivo del espíritu y a su permanente ansia de viajar. Quizá en ello se puede encontrar una explicación del trabajo exhaus-tivo de Celia, su esposa, para que el hogar familiar no se resintiera económi-camente por ello. No creo que la preocupación por una economía saneada en un hogar de siete personas, deba tomarse como un baldón, sino todo lo con-trario, como algo natural y digno de alabanza; de la misma manera que no es criticable que el Sr. Martin se muestre preocupado por la evolución negativa de unos fondos en el mercado de valores. Son preocupaciones normales, lógi-cas, en cualquier familia por muy religiosa que sea. Es más, según he podido comprobar, en las familias religiosas, ahora mismo, ocupa un lugar preponde-rante, su nivel de ingresos, lo cual no es censurable, ni mucho menos, a nadie, religiosos/as incluidos, les ha dado Dios el mandato de vivir en la miseria, o de desatender ningún aspecto de nuestra humanidad, de nuestra necesidad vital.

Por ello Teresa no es un oasis, ni en el Carmelo, ni en su familia. Lejos de ella esta afirmación, la rechazaría de plano. Como tampoco estaría de acuerdo con quien pueda afirmar que no quería a su madre, que prefería a la niñera-nodriza, Rosa Taillé, porque su madre no podía darle el alimento de vida, y su nodriza sí. ¡Qué aberración! Si Teresa se echa a los brazos de Rosa cuando van por ella o la traen a casa después de su amamantamiento, no creo que sea porque re-chace a su madre, sino porque los bebés de meses, lo mismo que las crías de los animalitos, se ciñen con fuerza a quien les proporciona lo que ellos necesitan primordialmente en esos momentos, pero no porque amen a alguien y aborrez-can a otros. No han llegado afortunadamente a eso. Perdonen por la expresión, pero creo que es una aberración, repito. Los libros citados en la bibliografía de J. F. Six van por ahí. Es una pena porque, por lo demás, aportan mucho y bueno sobre Teresa.

Que el Espíritu les guíe en esta lectura: es Evangelio puro. Acompañado de la Imitación y de San Juan de la Cruz. Teresa es quien mejor sabe leer e inter-pretar e incorporar a su vida las enseñanzas de este Gran Doctor del Amor. Y demos gracias a Dios.

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2. Datos biográficos deTeresa de Lisieux

2.1. Cronología

Teresa nace el 2 de enero de 1893, jueves, en Alençon. Sus padres son: Louis Martin (22-8-1823 / 29-7-1894) y Celia Guerin (23-12-1831 / 28-8-1877).

Louis Martin es relojero, Celia se dedica al encaje, llegando a tener un taller en su casa con algunas empleadas. Celia murió tempranamente a causa de un cáncer de mama. Es de notar que los padres de Teresa se casaron a edad tardía para la época y que hicieron propósito de evitar la relación sexual, hasta que por consejo de un sacerdote que los guiaba espiritualmente y les hizo ver que el mandato de Dios es el de creced y multiplicaos, rompieron ese compromiso. Llegan a tener nueve hijos, cuatro de ellos mueren al poco de nacer, aunque uno de ellos llega a un año.

Cuando Teresa nace, el hogar Martin-Guerin cuenta ya con otras cuatro hijas: Paulina, luego Madre Inés, María, luego Sor María del Sagrado Corazón, Leonia, que al final ingresó en la Visitación después de varios intentos de vida religiosa en diferentes comunidades, y Celina, luego Sor Genovea de Santa Tere-sa, carmelita descalza en el Convento de Lisieux como sus otras tres hermanas citadas. Luego solo Leonia no fue descalza.

De bebé es entregada a una nodriza, Rosa Taillé, quien se encarga de ama-mantarla, pues su madre, que probablemente ya estaba atacada en sus inicios por el cáncer de mama, no puede proporcionarle el alimento necesario. Teresa siempre estará muy agradecida a Rosa, aunque no la nombra en su Historia de un Alma, sino, y muy poco, a través de las cartas de su madre.

A los cuatro años muere su madre y la familia se traslada a los Buissonnetes, un caserío ubicado en Lisieux, donde vive su tío Isidoro Guerin casado con Celi-ne Fournet, y sus dos primas, Juana, luego esposa del Dr. La Neéle, que atende-rá a Teresa ya avanzada la tuberculosis, y María, luego carmelita descalza en el mismo monasterio que sus primas con el nombre de Sor María de la Eucaristía, fallecida también de tuberculosis en 1905.

En 1882 Paulina, su madrecita, entra en el Carmelo. De ello Teresa se ha enterado por sorpresa. Esto le produce una nueva orfandad, que le hace arro-jarse a los brazos de su Madrina, su hermana María. En diciembre, dos meses después de la pérdida de Paulina, cae gravemente enferma. Nadie cree que va a salir de esta enfermedad, se toman medidas extraordinarias y desesperadas, se encargan misas… Pero el día 13 de mayo, «ve» la sonrisa de la Virgen María y queda curada de forma súbita.

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En 1884 recibe la primera comunión, día excelso y repleto de gracias, tam-bién en mayo; la confirmación el 14 de junio. Por estas fechas y en las inmediatas anteriores recibe formación en la Abadía, donde no es feliz. Mientras está con ella Celina, aguanta; pero cuando su hermana sale por edad, no resiste y acaba volviendo al hogar paterno, recibiendo a partir de entonces clases particulares en casa de una institutriz, en Lisieux.

En 1886, después de la misa del Gallo, al regresar a casa, su padre, fatiga-do, pronuncia unas fatídicas palabras a la hora en que Teresa ha de recoger los regalos dejados sobre los zapatos en la chimenea: «Menos mal que este será el último año». Estas palabras taladraron el corazón de Teresa, pero le hacen dar un salto cualitativo: se acabaron las niñerías, hay que ser mujer. Comienza entonces la carrera de gigante. Se hizo adulta, así, de repente.

Decide entrar en el Carmelo a los quince años. Tiene que sortear impedi-mentos que le llegan de todas partes, incluso de su otra familia, su tío Isidoro, sobre todo, que llega a decir que necesitará un milagro para cambiar de opinión, pero con el apoyo de la suya propia, con su padre a la cabeza.

Viaje a Roma. Aún no tiene quince años. Viaje que le enseña más que todos los años anteriores y la afirma en su vocación carmelitana y en su misión: rezar por los sacerdotes. Ve el mundo y sus miserias. Quiere volar por encima de todo eso. Incluso llega a atreverse a plantear abiertamente el tema de su entrada a León XIII, quien le dice que se hará la voluntad de Dios.

Y justo al año siguiente, el 9 de abril de 1888 cumple su sueño de entrar en el Carmelo a los quince años en la fiesta de la Anunciación.

El 23 de junio se produce el momento quizá más dramático para la nueva carmelita: Su padre desaparece, y permanecen sin noticias suyas hasta el día 27, en que vuelve a casa después de haber sido encontrado por Celina y María, su prima, en el puerto de El Havre. Hoy diríamos que el alzhéimer se había manifestado. De aquí hasta su final, el Sr. Martin pasará un calvario del que en muy pocas ocasiones se dará cuenta. Y sus hijas y su familia también. Teresa, reaccionando como una santa, dirá que ese tiempo fue un tiempo de gracias inestimables.

En el Carmelo Teresa va recibiendo varios empleos: refectorio, sacrista-na, y realizando diversas tareas. Tiene fama de poco mañosa y de lenta. Pero va creciendo espiritualmente, intuye su pequeña vía, llamada comunmente «caminito», aunque ella no llega a denominarlo con esta palabra, siempre escri-be «pequeña vía» o «atajo» o incluso «ascensor» que la eleva a Dios sin que tenga que subir peldaño a peldaño la escalera de la perfección, y encuentra su lugar en la Iglesia y en la Humanidad, ser el corazón, ser el Amor.

Es nombrada ayudante de Maestra de Novicias por la reelegida M. María de Gonzaga, como Priora de la Comunidad, que llegará a decir que

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si tuviera que elegir una sustituta suya al frente, nombraría a Sor Teresa, porque a sus veinticuatro años tiene una madurez superior a todas las demás hermanas, y eso que jamás la entendió, y sí la trató muy desconsiderada-mente. En este trabajo, se dará cuenta de que en la vida religiosa también hay quien se instala, quien no quiere llegar a darlo todo y a darse del todo, sino que se acomoda y se dedica a cumplir simplemente. Por ello aumentará su nivel de exigencia a las novicias, que llegarán hasta a desear no volver a hablar con ella. Confiesa no sentirse querida por ellas, pero sabe que una re-ligiosa no puede ni debe acomodarse o concederse licencias que disminuyan la entrega de sí misma a Dios.

En 1895 entra Celina en el Carmelo y será una de las novicias que más le hagan sufrir a Teresa. Ella resalta en el Manuscrito C un día en el fue probada casi hasta el límite por una novicia que le había proporcionado un gran disgusto, hasta decir que el cáliz estaba lleno: fue Celina quien le hizo este regalo.

En 1895 recibe el encargo de Madre Inés de Jesús de redactar la historia de la familia, en base a sus recuerdos de infancia, pero Teresa sobrepasa esos lími-tes y escribe todo un tratado de espiritualidad que alcanzará su cumbre el Ma-nuscrito B, «encargado» por su otra hermana Sor María del Sagrado Corazón, y que culminará con el encargo de M. Gonzaga sobre sus años en el Carmelo. El día 9 de junio Teresa realizará un acto tan simbólico como revolucionario para la espiritualidad de la época: se ofrece espontáneamente al Amor Misericordioso de Dios al ver que lo habitual era ofrecerse como víctimas a la justicia divina para parar los rayos de su ira por el pecado del mundo.

En 1896, el día 3 de abril, se produce la primera hemoptisis durante la noche del Viernes Santo. Aun así, pedirá llevar en todo su rigor la Semana de la Pasión de su Amado Jesús. Como premio a tanta fidelidad, recibe el día 5, Pascua, su entrada «en las más espesas tinieblas», la llamada «Noche de la fe», durante la cual no cantará lo que cree, sino lo que quiere creer, y se sentará a la mesa de los impíos para compartir con ellos el drama de su impiedad, y que haya allí, en esa mesa, «al menos un corazón que ama a Dios».

Durante el último tramo del priorato de Madre Inés de Jesús, esta decide hermanarla con un sacerdote-misionero que ha pedido las oraciones y los sa-crificios de una hermana carmelita mientras que ofrece tenerla presente cada vez que celebre misa. Este sacerdote, el abate Belière, no dará muchas señales de vida, como indica la propia Santa. Esta fraternidad espiritual la completará Madre Gonzaga cuando le solicite que sea ella, también, quien se hermane con el abate Roulland, que había de partir para las misiones, proporcionándole a Teresa una de las grandes alegrías de su vida, ya que, confiesa, hubiera deseado que alguno de sus hermanos biológicos, fallecidos muy pronto, si hubiese vivi-do, le hubiera dado esa gran alegría de ser sacerdote.

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El 8 de septiembre comienza el maravilloso Manuscrito B, toda una sínte-sis de su espiritualidad, envuelto en un aliento poético y una audacia espiritual sublimes, supremos.

En 1897 la enfermedad se hace incurable, será todo un martirio aceptado y asumido, sobrellevado en paz y siempre manifestado con el típico y simbólico humor teresiano. Comienzan a recoger sus testimonios, sus frases, sus palabras, lo que luego conformará los volúmenes editados con el título Últimas conver-saciones, donde este humor alcanza cimas de ironía. M. Gonzaga le encarga, por sugerencia muy convincentemente presentada por Madre Inés, muy sutil, no cabe duda, que escriba sus recuerdos desde su entrada en el Carmelo. Es el Manuscrito C, en el que se pueden leer las páginas de más fina y sutil ironía de Teresa. Y que hacen reír, sin duda. Leyéndolas, no extraña nada que fuera de las más deseadas en las recreaciones: donde estaba ella reinaba la alegría, el buen humor, la risa, ¿por qué no?

Después de meses de sufrimiento y de dolor, también por las penas causa-das a la comunidad y sobre todo a sus cuidadoras, y de tener que oír algunas expresiones muy ofensivas, su hermana Celina llegará a decir que se está aten-diendo a una santa, pero allí no huele precisamente a rosas. Teresa, exhausta, fallece el 30 de septiembre de 1897 a las 19,20.

2.2. Algunas referencias post mortem

1898.- El 30 de septiembre salen de la imprenta los primeros 2000 ejemplares de la Historia de un Alma, así bautizada por M. Inés, quien ha modificado el texto de manera considerable, en todos los aspectos, aunque no llega a hacerlo irreconocible.

1899.- 2.ª edición de 4000 ejemplares. La primera se agotó muy pronto.1901.- Primera versión en otra lengua, el inglés.1907.- El nuevo obispo de Bayeux-Lisieux pide a la Comunidad que anoten re-

cuerdos, etc., referentes a Teresa. Justo al año siguiente se produce el pri-mer milagro atribuido a Teresa: la curación de una niña de cuatro años al tocar su sepultura.

1909.- Se designa al postulador y al vicepostulador de la causa, con lo que se abre el proceso de beatificación y canonización de Teresa. El Carmelo recibe miles de cartas de todas las partes que manifiestan su admiración, cariño y devoción por Teresa. Mientras, su Historia de un Alma se va traduciendo a idiomas múltiples y variados, el cingalés, por ejemplo.

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1910.- Se exhuman sus restos que son trasladados de lugar, realizándose una segunda exhumación en 1917, la definitiva, llevándolos al lugar en el que hoy se levanta una Basílica.

1921.- Benedicto XV la proclama Venerable y enfatiza la infancia espiritual como vía.

1923.- Beatificación de Teresa por Pío XI que la proclama «estrella de su ponti-ficado»

1925.- Canonización de Teresa por Pío XI ante 6000 peregrinos. Se fija su fies-ta para el día 1 de octubre. Teresa es proclamada patrona, con S. Francisco Javier, de las Misiones.

1932.- El congreso celebrado en Lisieux pide que Teresa sea declarada Doctora de la Iglesia.

1937.- Se inaugura la Basílica de Lisieux, con homilía del Cardenal Pacelli, des-pués Pío XII.

1944.- Teresa es nombrada por Pío XII patrona secundaria de Francia, al igual que Juana de Arco.

1951.- Muere Madre Inés, su hermana Paulina, lo que significa que los escritos de la Santa podrán ser editados tal y como ella los escribió. Esto se produce en 1956, con una edición facsímil, después de un arduo trabajo del P. Far-nçois de Sainte Marie, OCD. Sus introducciones y los peritajes realizados para restablecer con la mayor fidelidad posible el texto original, son de ca-pital importancia para todos los amantes de Teresa. Al año siguiente, 1957, esta edición se hará llegar al pueblo en general a través de edición impresa.

1971.- Publicación de las obras teresianas en una edición especial conocida como del Centenario, incluyendo la Correspondencia general, es decir, las cartas escritas a Teresa por diversas personas a lo largo de su vida. Y una profunda revisión de Últimas Conversaciones.

1992.- Publicación del «TOTUM», las Obras Completas en un solo tomo, se-gún la NEDC, Nouvelle Edition Du Centenaire, Nueva Edición Del Cen-tenario.

1997.- Proclamación de Teresa de Lisieux como Doctora de la Iglesia por parte de Juan Pablo II.

2003.- Año en el que las reliquias teresianas llegan a España en su periplo a lo largo y ancho de Europa.

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3. Bibliografía

Haremos referencia a algunos de los títulos más significativos, solamente.

Ed. Monte Carmelo: Obras Completas de Santa Teresa de Lisieux. De aquí se extractó la Historia de un Alma, todo ello a cargo del P. Emeterio García Setién. Posteriormente se revisó este texto y se realizó una nueva versión a cargo del P. Ordóñez de acuerdo con la NEDC, pero con un cambio in-aceptable: utiliza el «tú», el «mi». Teresa nunca lo hizo. Es un cambio que reescribe a Teresa, no es ella ya la que habla; es el traductor quien la hace hablar como él quiere que hable, algo inaceptable, pues, como lo sería en las ediciones de Sta Teresa de Jesús: adaptar sus expresiones, un tanto oscuras y difíciles de entender, al castellano actual, o sus maneras de dirigirse a Dios como Su Majestad por ejemplo.

EDE (Editorial de espiritualidad), Historia de un alma. Edic. de Alberto Barrien-tos y Felipe Barthez. Muy inexacta respecto del original teresiano y poco respetuosa con el mismo. No hay actualización de esta versión. Se mueve entre la Historia de un Alma de M. Inés, no de Teresa, y los Manuscritos Autobiográficos. Llega a eliminar hasta frases y dulcifica las fuertes expre-siones de la Santa

Manuscritos Autobiográficos, publicado en México por el P. Nazario, Argimiro Ruano. Bastante fiel al original. Creo que está ya descatalogada.

Historia de un alma: edición de EDIBESA, a cargo del P. Vicente Martínez Blat, gran conocedor de la Santa, y una traducción que es, sin duda, la mejor, la más fiel al espíritu y a la letra de Teresa, pero no traducida del facsímil, sino de la edición del P. Conrad de Meester

Santa Teresita día a día: por el mismo padre y en la misma editorial.Guy Gaucher, publica en M. C. La Pasión de Teresa de Lisieux, estudio serio y

profundo.Conrad de Meester, OCD, publica Dinámica de la Confianza en M. C. Una tesis

con lo que esto conlleva. Buen estudio de la vía teresiana.Del mismo autor Con las manos vacías, estudio sencillo pero vital y fiel de Te-

resa.Teresa de Lisieux: Vida. Doctrina. Ambiente. Ed. M. C. Varios especialistas.Pierre Descouvemont - Helmuth Niils Loose: Teresa y Lisieux. Album foto-

gráfico y datos biográficos, con estudio de los principales temas teresianos. Libro fundamental.

Jean Guitton: El genio de Teresa de Lisieux.Jean François Six: La verdadera infancia de Teresa de Lisieux.

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Idem: Teresa de Lisieux en el Carmelo. Sobre las obras de Six ya hablamos en la introducción. Solo destacar que la aplicación del psicoanálisis desde el presente hacia el pasado lleva a exageraciones y a tremendos errores de interpretación.

P. Marie-Eugene de l’Ènfant Jesus: Tu amor creció conmigo.Hans Urs von Balthasar: Teresa de Lisieux, historia de una misión. Profundo.

Clásico.Idem: Si no os hacéis como este niño. Un opúsculo sobre esa escena del Evan-

gelio con Teresa de Lisieux al fondoRosario Ramos: En la entraña de Teresa de Lisieux. Tesis doctoral. Bien enfo-

cada.Se pueden consultar también los dos números especiales de Revista de Espiri-

tualidad sobre Teresa con motivo del Centenario de su muerte, así como el especial de la Revista Monte Carmelo.

Y las Actas del Congreso que se celebró en España, coordinado por Emilio Mar-tínez, actualmente Vicario General de la Orden, con intervenciones desta-cadas de los principales especialistas, alguna de ellas también desentona del buen nivel general.

Quien desee documentarse más, habrá de acudir a libros publicados en francés por las editoriales Carmel, Cerf y DDB principalmente.

También existe en M. C. un Diccionario de Teresa de Lisieux y una edición de los Procesos.

4. Nuestra edición-traducción deManuscritos Autobiográficos deTeresa de Lisieux Historia de un Alma

Nos hemos decidido a realizar y presentar al público una nueva traducción de los Manuscritos Autobiográficos de Teresa de Lisieux, conocidos en

el mundo entero como Historia de un Alma, que fue su título inicial, porque estábamos insatisfechos sobre cómo se habían editado hasta ahora, con modifi-caciones de forma y de fondo, en algunos casos, contrarios al espíritu y a la letra de la Santa. Vamos a señalar algunas, sin ánimo de polemizar, sino únicamente para remarcar aquello que creemos no es ni forma parte del estilo de Teresa, alterando no solo la letra, sino también el espíritu de la santa lexoviense. Desde

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este punto de partida, recuperamos el «vos» que preferimos al «usted», porque creemos que era la forma de hablarse entre las hermanas del Carmelo. Teresa de Lisieux nunca jamás se refirió a sus hermanas carmelitas, ni habló con ellas den-tro del Claustro, ni siquiera en el estado de licencia, permiso, utilizando el «tú». El hecho de que aparezca el vos-usted en sus manuscritos no hace sino reflejar lo escrupulosa que era ella ante el cumplimiento de las normas carmelitanas que exigían ese trato. Por lo tanto en este punto no hubo corrección por parte de M. Inés, su hermana Paulina, sino su manera habitual de expresión, repito, como lo exigían las normas del Claustro. De hecho nuestra Santa, habituada a hablar en el mundo con toda su natural espontaneidad, viveza, cuando entra en el Carmelo, no la pierde, pero la adapta, es decir, si antes habla de «mi habita-ción», mis pajarillos»…, en el Carmelo hablará de «nuestra» celda, por ejemplo; se cuida mucho en sus manuscritos de usar ese «mi» «mis», con el fin de indicar con ello que las cosas no eran propiedad de nadie, sino que estaban a su uso. Emplear el tú supone contradecir a la propia Santa, e incumplir respecto de ella, formas que eran muy respetadas, aceptadas y asumidas por ella, que se esforza-ba en cumplir hasta en sus más mínimos detalles tanto la Regla como los usos del Carmelo. Y así se lo exigía a sus novicias. La fidelidad de Teresa a esta Regla y Normas fue, desde el principio, de una escrupulosidad absoluta. No se hace ningún bien a la Santa haciéndola expresarse de otra manera, en virtud de su espontaneidad y familiaridad con sus hermanas, siendo así que, mientras vivió en el Carmelo, sus lazos con ellas eran estrictamente los de la Comunidad en Religión, lo que no era obstáculo para que, si se les otorgaba licencia, hablaran de cosas relacionadas con la familia, su niñez, y temas parecidos, de los que únicamente hace referencia a una de ellas, pero podía haber dicho: «Estando de licencia con María mi querida Madrina», pues no, la llama Sor María del Sagra-do Corazón, que era su nombre en religión. Repito: es apoderarse del mensaje teresiano y trasladarlo como ella no lo escribió ni quiso que se escribiese; de lo contrario, un ser libre como ella lo hubiera expresado de esa manera. Lo hizo de otra, la que debía utilizar, sin más. Ese mensaje traducido de esa manera no es el de Teresa, por más que pueda ser más entendible por los lectores y lectoras de hoy. Pero si lo creemos necesario en Teresa de Lisieux, ¿por qué no lo hacemos también con Teresa de Ávila o con Juan de la Cruz o con…? Y además estos son mucho más dificultosos de leer dado el castellano antiguo. Pero lo que en los dos Padres Reformadores del Carmelo se considera no ya necesario sino into-cable, y si hay alguna disputa es por hacer valer una presunta mayor fidelidad al texto salido de sus manos, ¿por qué sí puede uno darse a sí mismo licencia para modificar sustancialmente la forma de expresión de Teresa de Lisieux? Inacep-table desde todos los puntos de vista. ¿Cuántas expresiones de Teresa de Jesús habría que cambiar para hacerlas compatibles con la forma habitual de dirigirse

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a Dios hoy día, y sin embargo se conservan? ¿Es que con Teresita, la ñoña, la infantil, la ingenua, uno se puede permitir ciertas licencias que contravienen su respeto profundísimo por los usos establecidos? No, rotundamente no; el mensaje de Teresa, como el de cualquiera de los que han aportado a la Huma-nidad riquezas inmensas en bien de su camino hacia la liberación integral, debe ser trasladado conforme nos fue dado, en el siglo XVI y el XIX. Lo contrario es reescribir a Teresa, no trasladar lo que nos dejó y cómo nos lo dejó. Teresa es una plena mujer, no es ninguna niña: a sus veinticuatro años ha conquistado unas cimas tan elevadas no ya de perfección, sino de madurez humana, que al Buen Dios le pareció que podía llevarse consigo a ese monumento de mujer que Él mismo había ido formando. Su reciedumbre, su incandescencia, su abrasamien-to, su camino, son suyos, nos los ha legado. Teresa ni es ñoña, ni es infantil, ni es insulsa, ni es en diminutivo. Quien se adentre en el estudio de esta Santa modelada por el sufrimiento, en continua búsqueda de la verdad, lo que le hará llegar a unas alturas de humildad dificilmente constatables en la mayoría, con una naturaleza recia, fuerte, incandescente, con una capacidad de discernimien-to impensable en una muchacha de su edad, se dará cuenta de que está frente no ya a una santa enorme, sino al lado de una mujer de cuerpo y alma enteras, eso es Teresa ante todo; luego vendrá todo lo demás. Por eso, repetimos, nos ha legado sus escritos, pero no nos ha dicho a cada uno que podemos hacer con ellos lo que queramos; solo le dio permiso a su hermana Paulina, M. Inés, que fue la primera que se asustó ante sus fortísimas expresiones, y las dulcificó, contribuyendo con ello, sin querer, quizá, a construir esa imagen falsa y falseada de su hermana como niñita, mimadita, insulsilla, ñoña. Nada más lejos de la rea-lidad. Por ello nosotros hemos querido rescatar el espíritu y la letra de Teresa. Si lo hemos logrado, nos consideraremos satisfechos. Les invitamos a leer a Teresa como ella vivió, sin concesiones a la vulgaridad de un «tú», o de un amor que abraza al mundo, cuando ella dijo con toda intención que lo que hace el Amor del Buen Dios es ABRASAR el mundo. Parece lo mismo, pero no es igual. Y Te-resa va por esto último, no por lo primero. Ardor, quemar, abrasar, guerra a las más leves faltas en sus novicias, buscar, en fin. Lean el Manuscrito B con toda atención, tratando de captar la profundidad del mensaje teresiano y el nivel de intensa, extrema exigencia que describe, y juzguen por ustedes mismos si esto se lleva bien con dulcificaciones manipuladoras y tergiversadoras.

Después de pensarlo detenidamente y de dudar bastante, hemos decidido trasladar a nuestro idioma este mensaje de salvación, de maduración humana, de liberación evangélica, tal como ella nos lo legó: observarán deficiencias en la puntuación, sobre todo; casi nunca escribe los tres puntos suspensivos de rigor, sino que los distribuye conforme el eco que quiere transmitir, uso irregular de la coma, etc. Hemos ido comprobando palabra por palabra y signo por signo,

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teniéndonos que decidir por uno cuando la cosa no estaba demasiado clara, por ejemplo en el tema del punto y coma y los dos puntos. Así que tienen ante ustedes una versión ceñida hasta en el más mínimo de los detalles al texto y a su contexto. Teresa decía «Sólo quiero la verdad», durante toda su vida y, so-bre todo, ante su temprana muerte. Esa verdad sobre cada uno, que tanto nos cuesta aceptar, que hacemos lo posible por rehuirla, ella la abrazó y la asumió con una valentía y un coraje sin igual, y de ahí se lanzó al abandono en las ma-nos de Dios y a la confianza en su misericordia, que la elevaron a unas cimas de santidad inigualables, porque el más pequeño será el más grande, como el que más se humille será más ensalzado. Siguiéndola a ella, hemos preferido traducir su texto tal y como aparece en la edición facsímil del mismo. Ha sido una ta-rea ardua, pero creemos que ha valido la pena. Por ello, no habrá divisiones en capítulos, ni orientaciones sobre los temas tratados en cada uno, según se ha hecho hasta ahora en la mayoría de las traducciones. Usted, lector, sabrá per-fectamente componerlos.

Otra observación. Hay una expresión francesa «à son insu» que literalmen-te se puede traducir «a sus espaldas», pero también equivale a «sin saberlo». Nos hemos decidido por esta última, pues no va en contra de lo que nos parece quiso decir la Santa. Hay dos veces más en que Teresa dice «sin saberlo», en sus manuscritos, una de ellas referida a su padre, precisamente. Lo verán us-tedes. Bueno, pues en esas dos veces utiliza la expresión «sans savoir», que es lo normal en un escrito tan familiar como el de Teresa. ¿Por qué, pues, «à son insu», cuando está hablando de la severidad de M. Gonzaga hacia ella en sus primeros movimientos dentro ya del Carmelo? Si se dan cuenta tanto nuestros «sin saberlo», como «a sus espaldas» vienen a querer indicar lo mismo. El texto está dedicado a su hermana Paulina, M. Inés de Jesús. Teresa le está diciendo a esta que, sin que ella se enterase, M. Gonzaga le obsequiaba con un trato muy acorde con su carácter propio y su desafecto hacia M. Inés. Si esta se hubiese enterado de todo ello, se habría quejado ante su Priora y le hubiera exigido con delicadeza y diplomacia que dejara de hacerlo, con lo cual se hubiera producido una situación que nuestra Santa no quería ni en broma, pues ella había ingre-sado en el Carmelo no por estar con sus hermanas mayores, sino «por Jesús sólo», y Él estaba actuando a través de su superioras. Una prueba más de su fidelidad extrema a la Regla, y una muestra más de esa inteligencia iluminada de la que era portadora. Lean bajo este prisma las primeras páginas del M. C y verán cómo concuerdan con esta impresión. Ustedes, en su lectura creativa, opten por la que les parezca más acorde con Teresa.

Hay una traducción en una editorial carmelitana que modifica sustancial-mente, en algunos casos, el mensaje teresiano en su fondo. Llegan a suprimir hasta frases enteras, y desde el comienzo. Utilizan verbos castellanos que no se

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avienen bien con los usados por Teresa, quizá porque las expresiones teresianos son fuertes, directas, sin subterfugios, y eso no se aviene bien con el pretendido casi infantilismo de ella, no es lo mismo que el Amor de Dios «abrasa al mun-do», que decir «abraza», por poner un ejemplo. ¿Cuál les parece que es la expre-sión más fuerte? La primera, ¿verdad? Pues esa es la de la Santa. Y la edición sigue circulando sin revisión, hasta ahora.

Sí queremos referirnos aquí a la realizada por el P. Vicente Martínez Blat, OCD. Hace una traducción estupenda, gran conocedor de la Santa, no se asus-ta ante ciertas expresiones de Teresa y las traduce tal cual. Es muy fiel y muy teresiana. Pero incurre en algo que nos parece un error, mínimo, pero error. No respeta la ortografía de la Santa, sobre todo en el tema del uso de los signos de puntuación que, como verán, Teresa los usa de una manera un tanto extraña. Por lo demás, es una traducción fidelísima. Para nosotros, sin duda, la mejor. Si no hubiera echado mano de la numeración de los párrafos, hubiera sido más fiel. Teresa no escribe para ser numerada como los Evangelios, capítulos, versículos. Teresa escribe de seguido y nos parece que lo más adecuado es hacerlo así, sin explicación alguna sobre los temas tratados en cada presunto capítulo o párrafo.

Sí adoptamos la numeración clásica en folios, colocándola entre paréntesis (1rº), (1vº), indicando en qué folio de cada Manuscrito se puede encontrar la referencia que se busca.

Si han leído hasta aquí, ya sabrán por qué hemos emprendido esta tarea. Fidelidad extrema al fondo y a la forma, incluso utilizando, como ella, el signo de interrogación cuando lo requerido sería el de admiración. Hemos respetado hasta la repetición del mismo vocablo, como hace Teresa, sin sustituir por sinó-nimos lo que suena a repeticiones, aliteraciones varias y continuas. Si en algún caso muy aislado se ha hecho, es únicamente porque ese sinónimo no afecta para nada a la forma propia de la Santa: Dos ejemplos: el adverbio «souvent», que es utilizado profusamente por Teresa, nosotros lo hemos traducido casi siempre por su equivalente «a menudo», alguna vez también por «frecuente-mente», pero muy escasas. El otro ejemplo podría ser: [80vº] «…. de ce Père qui ne fut apprécié que de moi»: la expresión «ne… que…» es quizá la más utilizada por Teresa; NO fue apreciado MAS que… «No más que, nadie más que», casi siempre, la hemos traducido así salvo en dos o tres ocasiones en que nos ha pa-recido más apropiado «sino» o «solo». Es lo mismo, se podría haber hecho más veces. No altera nada, no es sustancial. Es, pues, una edición que no dudamos en calificar de servil respecto del texto primigenio, contrastando las ediciones francesas del TOTUM y de Cerf, en edición separada, con la edición FACSÍMIL del Centenario. Hemos tenido en cuenta también la estupenda introducción de la edición facsímil francesa, y los excelentes peritajes realizados por expertos sobre el texto de la Santa, concretamente los Sres. Trillat y Michaud.

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La cantidad de palabras utilizadas por la Santa llega a 1543, palabra arriba, palabra abajo (decimos esto por si nos ha fallado la suma). O sea, que su diccio-nario constaba de estas palabras. Hay algunas mucho más empleadas que otras: «amour, âme, chercher». Es muy significativo lo de este verbo que equivale a «buscar», que lo usa 122 veces, nada menos. O «brûler», 48. Buscar y quemar, abrasar. Ustedes pueden incidir sobre esto en su lectura creativa, verán que es algo más que una simple curiosidad. Vean qué palabras utiliza más, y lo hace porque quiere hacerlo, porque le son instrumentos necesarios para decir lo que quiere decir, como lo quiere decir.

Hemos de señalar, igualmente, que a veces hemos considerado colocar en-tre corchetes algunas expresiones que nos parece se entienden mejor en nues-tro idioma, sin por ello romper ni alterar el sentido del texto de la Santa, como también algunas partículas que ella olvidó, por descuido simplemente, ya que, como indicamos, y como ella misma nos dice, su escritura estaba muy limitada a los tiempos de ocio o dedicación personal, que eran mínimos, o era continua-mente interrumpida con la mejor intención, por sus hermanas.

Partimos de un principio básico: Teresa dice lo que dice y lo dice como lo dice con plena conciencia de lo que dice y de cómo lo está diciendo, en este caso, escribiendo, porque tiene muy claro desde nada más recibir el encargo, de que no se va a quedar en el pequeño círculo de la familia biológica, ni siquiera en el Carmelo, sino que va a saltar las paredes del mismo y se va a instalar en el corazón mismo del mundo; en otras palabras, sabe que su mensaje se va a difundir por todas las partes y que va a llegar a lugares insospechados, y, si no lo sabe a ciencia cierta, lo intuye: de ahí el permiso que da a su hermana para que haga con ellos lo que estime oportuno y que le pida que se publique muy pronto, para evitar impedimentos que podrían obstaculizarlo. Por lo tanto, su referencia a que al fin y al cabo escribe así porque es como una niña que le cuenta las cosas a su madrecita y por lo tanto no se tiene que ocupar del estilo, siendo así que los premios en la Abadía se los llevaba en estilo, es decir, redac-ción, no deja de ser un subterfugio para velar, no tanto como para que no se vea su intención, su verdadera razón para hacerlo tal y como lo hizo: su mensa-je debe ser asequible a todo el mundo, debe trasladar a un mundo enfrascado en peleas dialécticas y de otro tipo mucho más violento, la necesidad ineludible de la ternura, que al fin y a la postre no es más que una imagen de la ternura de quien nos ama tal como somos, nos acepta así y nos lleva en su corazón. Una vez más lo decimos, respetar hasta en el más mínimo detalle esto, es ser fiel a Teresa y a su mensaje.

Tampoco vamos a poner notas explicativas. Creemos que en una lectura creativa debe ser quien lee un texto el que debe acudir a otras fuentes con el fin de profundizar más en el conocimiento de la autora, si se siente inclinado a ello.

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Nos queda solamente, agradecer a quienes nos lean, la confianza que en nosotros depositan y que estamos abiertos a todo tipo de sugerencias y críticas, que serán bienvenidas.

Que la lectura de este mensaje tan actual de esta mujer, porque Teresa es primero una gran mujer, después todo lo que cada quien quiera, sirva de ali-mento espiritual y de aliento para escalar las más altas cimas de la realización plena de nuestra persona, un viaje al interior de la fe, de la mano del Amor que, en lenguaje teresiano, abarca todas las vocaciones. En confianza y abandono, es decir, en la paz de Jesús.

Solo nos queda insistir en que les invitamos a mantener contacto, del tipo que prefieran, siguiendo las referencias que damos en las páginas de inicio. Y darles las gracias y pedirles de antemano perdón por las posibles erratas.

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1. Manuscrito A

(2rº) J.M.J.T. Enero 1895

Jesús + Historia primaveral de una pequeña florecilla escrita por ella misma y dedi-

cada a la Reverenda Madre Inés de Jesús.

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Es a vos, mi Madre querida, a vos que sois dos veces mi Madre, a quien yo voy a confiar la historia de mi alma….. El día en que me pedisteis que lo

hiciera, me pareció que eso disiparía mi corazón al ocuparlo en sí mismo, pero después Jesús me ha hecho sentir que al obedecer sencillamente le sería agra-dable; además no voy a hacer más que una única cosa: Comenzar a cantar lo que debo repetir eternamente – «¡¡¡Las Misericordias del Señor!!!»……..

Antes de coger la pluma, me arrodillé delante de la estatua de María (esa que nos ha dado tantas pruebas de las maternales preferencias de la Reina del Cielo para con nuestra familia), le he suplicado que guíe mi mano a fin de que no trace ni una sola línea que no le sea agradable. A continuación abriendo el Santo Evangelio, mis ojos han caído [se han topado con] sobre estas palabras: - «Jesús habiendo subido a un monte, llamó a Él a los que le plugo; y ellos vinieron a Él. (St Marcos, cap. III, v. 13). He ahí en verdad el misterio de mi vocación, de mi vida toda entera y sobre todo el misterio de los privilegios de Jesús sobre mi

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alma….. Él no llama a los que son dignos de ello, sino a los que le place o como lo dice St Pablo - : «Dios tiene piedad de quien Él quiere y Él hace misericordia a quien Él quiere hacer misericordia. No es pues la obra de quien quiere ni de quien corre, sino de Dios que hace misericordia.» (Ep. a los Rom. Cap. IX, v. 15 y 16). Durante mucho tiempo me he preguntado por qué el buen Dios tenía preferencias, por qué todas las almas no recibían un igual grado de gracias, me extrañaba al verLe prodigar favores extraordinarios a los Santos que le habían (2vº) ofendido como St. Pablo, St. Agustín y a los que Él forzaba por así decir a recibir sus gracias o bien al leer la vida de Santos a los que Nuestro Señor se complació en acariciar desde la cuna hasta la tumba, sin dejar sobre su paso ningún obstáculo que les impidiese elevarse hacia Él y previniendo esas almas con tales favores que no pudieran empañar el brillo inmaculado de su vestidura bautismal, me preguntaba por qué los pobres salvajes por ejemplo morían en gran número antes incluso de haber oído pronunciar el nombre de Dios……… Jesús se ha dignado instruirme en este misterio, ha puesto delante de mis ojos el libro de la naturaleza y he comprendido que todas las flores que Él ha creado son bellas, que el esplendor de la rosa y la blancura del Lirio no eclipsan el per-fume de la pequeña violeta o la simplicidad encantadora de la margarita…. He comprendido que si todas las florecillas quisiesen ser rosas, la naturaleza perde-ría su adorno primaveral, los campos no estarían ya esmaltados de florecillas…….

Así es [ocurre] en el mundo de las almas que es el jardín de Jesús. Él ha que-rido crear a los grandes santos que pueden ser comparados a los Lirios y a las rosas pero también los ha creado más pequeños y estos deben contentarse con ser margaritas o violetas destinadas a alegrar las miradas del buen Dios cuando Él las abaja a sus pies, la perfección consiste en hacer su voluntad, en ser lo que Él quiere que seamos…………

He comprendido también que el amor de Nuestro Señor se revela tanto en el alma más sencilla que en nada se resiste a su gracia como en el alma más sublime, en efecto siendo lo propio del amor abajarse [humillarse], si todas las almas se pareciesen a las de los Santos doctores que han iluminado a la Iglesia (3rº) con la claridad de su doctrina, parece que el buen Dios no descendería tan abajo al venir hasta su corazón, pero Él ha creado al niño que no sabe nada y no deja oír más que débiles gemidos, Él ha creado al pobre salvaje que no tiene para conducirse más que la ley natural y es hasta su corazón que Él se digna aba-jarse, son sus flores de los campos cuya simplicidad le cautiva…. Al descender así el Buen Dios muestra su grandeza infinita. De la misma manera que el sol alumbra al mismo tiempo a los cedros y a cada pequeña flor como si ella fuese la única sobre la tierra, así también Nuestro Señor se ocupa tan particularmente de cada alma como si ella no tuviese semejantes y como en la naturaleza, todas las estaciones están concertadas [dispuestas] de manera que haga eclosión el

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día señalado la más humilde margarita, del mismo modo todo se ordena al bien de cada alma.

Sin duda, mi Madre querida, os preguntáis con asombro adónde quiero llegar, pues hasta aquí nada he dicho aún que se parezca a la historia de mi vida, pero me habéis pedido que escriba sin coacción lo que me viniese al pensamien-to, no es pues mi vida propiamente dicha lo que voy a escribir [relatar], son mis pensamientos sobre las gracias que el Buen Dios se ha dignado concederme. Me encuentro en una época de mi existencia en la que puedo echar una mirada sobre el pasado, mi alma se ha madurado en el crisol de las pruebas exteriores e interiores, levanto la cabeza y veo que en mí se realizan las palabras del salmo XXII. (El Señor es mi Pastor, no careceré de nada, me hace reposar en pastos agradables y fértiles: me conduce dulcemente a lo largo de las aguas. Él conduce mi alma sin fatigarla………. Pero así cuando descienda al valle de las sombras de la muerte no temeré mal alguno porque ¡vos estaréis conmigo, Señor!........) Siem-pre el Señor ha sido para mí compasivo y lleno de dulzura… ¡Lento para castigar y abundante en misericordias!..(Ps. CII, v. 8.) Así pues, Madre mía, con gozo voy a cantar a su lado las misericordias del Señor… Para vos únicamente voy a escri-bir la historia de la florecilla recogida por Jesús, por lo tanto voy a hablar con abandono, sin inquietarme por el estilo ni por las numerosas digresiones que voy a hacer. Un corazón de madre comprende siempre a su hija aunque no sepa más que balbucir, así que estoy segura de ser comprendida y adivinada por vos que ¡habéis formado mi corazón y le habéis ofrecido a Jesús!.....

Me parece que si una florecilla pudiese hablar, diría simplemente lo que el Buen Dios ha hecho por ella sin tratar de esconder sus favores, bajo pretexto de una falsa humildad no diría que está falta de gracia y sin perfume, que el sol le ha arrebatado su brillo y que las tormentas han roto su tallo cuando reconoce en sí misma todo lo contrario. La flor que va a contar su historia se alegra de te-ner que hacer públicas las deferencias completamente gratuitas de Jesús, reco-noce que nada en ella le hacía capaz de atraer sus divinas miradas y [que] su sola misericordia ha hecho todo lo que de bien hay en ella…. Es Él quien la ha hecho nacer en una tierra santa y como impregnada toda ella de un perfume virginal. Es Él quien la hizo preceder por ocho Lirios resplandecientes de blancura. En Su amor, ha querido preservar a su florecilla del soplo envenenado del mundo, apenas su corola comenzaba a entreabrirse este divino Salvador la trasplantó a la montaña del Carmelo donde ya las dos Azucenas que la habían sostenido y dulcemente arropado en la primavera de su vida expandían (4rº) su suave per-fume…. Siete años han transcurrido desde que la florecilla ha echado raíces en el jardín del Esposo de las vírgenes y ahora tres Azucenas balancean junto a ella sus corolas perfumadas; un poco más lejos otra azucena se abre bajo las miradas de Jesús, y los dos tallos benditos que han producido esas flores están ahora

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reunidos para la eternidad en la Celestial Patria….. Allí se han encontrado a las cuatro Azucenas que la tierra no vio abrirse…. ¡Oh! que Jesús se digne no dejar por mucho tiempo sobre la orilla extraña [extranjera] las flores quedadas en el exilio [destierro]; ¡que pronto el ramo de Azucenas esté completo en el Cielo!

Acabo, Madre mía, de resumir en pocas palabras lo que el buen Dios ha hecho por mí, ahora voy a entrar en detalle en mi vida de niña, sé que allí don-de cualquier otra no vería más que un relato aburrido vuestro corazón mater-nal hallará encantos… Además los recuerdos que voy a evocar son también los vuestros ya que es a vuestro lado que se ha desarrollado mi infancia y que tengo la dicha de contar con unos Padres sin igual que nos rodearon de los mismos cuidados y las mismas ternuras. ¡Oh! ¡que se dignen bendecir a la más pequeña de sus hijas y le ayuden a cantar las misericordias divinas!....

En la historia de mi alma hasta mi entrada en el Carmelo distingo tres pe-riodos bien distintos, el primero a pesar de su corta duración no es el menos fe-cundo en recuerdos; se extiende desde el despertar de mi razón hasta la partida de nuestra Madre querida hacia la patria de los Cielos.

(4vº) El Buen Dios me hizo la gracia de abrir mi inteligencia [muy tem-prano] en muy buena hora y de grabar tan profundamente en mi memoria los recuerdos de mi infancia que me parece que las cosas sucedieron ayer. Sin duda, Jesús quería, en su amor, hacerme conocer la Madre incomparable que me ha-bía dado, ¡pero que su mano Divina tenía prisa por coronar en el Cielo!....

Toda mi vida el buen Dios se ha complacido en rodearme de amor, ¡mis pri-meros recuerdos están impregnados de sonrisas y de las caricias más tiernas!.... pero si Él había puesto en torno a mí mucho amor, también lo había puesto en mi corazoncito, creándolo amoroso y sensible, por ello amaba yo mucho a Papá y a Mamá y les demostraba mi ternura de mil maneras, pues era muy expansiva. Solamente que los medios que empleaba eran a veces extraños, como lo prueba este pasaje de una carta de Mamá – «La bebé es un duende sin igual viene a acariciarme deseándome la muerte: - «¡Oh! ¡Bien quisiera que te murieras, mi pobre Mamita!...» Se la reprende, ella dice: - «Es porque te vayas al Cielo ya que tú dices que es preciso morir para ir allá.»¡Desea igualmente la muerte a su padre cuando está en sus excesos de amor!»

(5rº)El 25 de Junio de 1874 cuando tenía apenas 18 meses, he aquí lo que mamá decía de mí : «Vuestro padre acaba de instalar un columpio, Celina está con una alegría sin parangón, pero hay que ver a la pequeña balancearse; es de risa, se sostiene como una joven, no hay peligro de que suelte la cuerda pues cuando no va demasiado fuerte grita, la atamos por delante con otra cuerda y a pesar de ello no estoy tranquila cuando la veo encaramada allá arriba».

«Me ha ocurrido una divertida aventura últimamente con la pequeña. Ten-go costumbre de ir a la misa de las 5 h y 1/2, en los primeros días no me atrevía

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a dejarla, pero viendo que no se despertaba nunca terminé por decidirme a de-jarla. La acuesto en mi cama y aproximo la cuna tan cerca que es imposible que se caiga, un día olvidé acercar la cuna. Llego y la pequeña no estaba en mi cama, en ese mismo instante oigo un grito, miro y la veo sentada encima de una silla frente al cabecero de mi cama, su cabecita estaba recostada sobre la almohada y ahí dormía [con] un mal sueño pues estaba molesta.-. No he podido explicarme cómo se había caído sentada sobre esa silla, ya que estaba acostada. He dado gracias al Buen Dios porque no le haya sucedido nada, es en verdad providencial debía haber rodado por tierra, su buen Ángel ha velado por ella y las almas del purgatorio a las que hago todos los días una oración por la pequeña la han pro-tegido, así es como yo lo compongo…. ¡componedlo vosotras como queráis!.....»

Al final de la carta mamá añadía: «He ahí a la pequeña bebé que viene a pasarme su manita por la cara y a abrazarme. Esta pobre pequeña no quiere dejarme ni un momento, está continuamente conmigo, le gusta mucho salir al jardín (5vº) pero si yo no estoy allí ella no quiere quedarse ahí y llora hasta [que] la traen de vuelta…»( He aquí un pasaje de otra carta): «La pequeña Teresa me preguntaba el otro día si ella iría al cielo? Yo le dije que sí, si era muy prudente [sensata] y me responde: «Sí, pero si yo no fuese buena iría al infierno… pero yo sé muy bien lo que haría, me echaría a volar hacia ti que estarás en el Cielo, ¿qué haría el Buen Dios para agarrarme?... ¿tú me sujetarías tan fuerte en tus bra-zos?» He visto en sus ojos que creía positivamente que el Buen Dios no podría [no le podía hacer] nada si ella estaba en brazos de su madre…..

«María quiere mucho a su hermanita, la encuentra muy mona, [otra cosa] sería muy difícil pues esta pobre pequeña tiene gran temor de causarle pena alguna. Ayer quise darle una rosa sabiendo que esto le hace dichosa, pero ella se puso a suplicarme que no la cortase, María lo había prohibido, estaba roja de emoción, a pesar de ello le he dado dos, no se atrevía a aparecer por casa. Yo tuve a bien decirle que las rosas eran mías, «pero no decía ella son de María…» Es una niña que se emociona muy fácilmente. Cuando ha cometido una peque-ña torpeza [falta], es preciso que todo el mundo lo sepa. Ayer habiendo roto un pequeño trozo del empapelado [tapiz], estaba en un estado que daba lástima, luego era preciso decírselo muy rápido a su Padre; él llegó cuatro horas después, no pensábamos ya en ello, pero ella se acercó enseguida a decirle a María:«De-prisa dí a Papá que he rasgado el papel.» Ahí está ella como un criminal que espera su condena, pero tiene en su cabecita la idea de que se le va a perdonar más fácilmente si se acusa.»

(4vº,suite) Amaba mucho a mi querida madrina. Sin comprenderlo ponía gran atención en todo lo que se hacía y se decía a [mi] alrededor, me parece que juzgaba las cosas como ahora. Escuchaba muy atentamente lo que María enseñaba a Celina a fin de hacer[obrar] como ella; [ texto rayado ilegible](6rº)

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después de su salida de la Visitación, para obtener el favor de ser admitida en la habitación durante las lecciones que impartía a Celina, era muy prudente [me portaba muy bien] y hacía todo lo que ella quería, así me colmaba de regalos que a pesar de su poco valor me causaban mucho placer [me ponían muy contenta].

Estaba muy orgullosa de mis dos hermanas mayores, pero la que era mi ideal desde niña, era Paulina…. Cuando comenzaba a hablar y Mamá me pre-guntaba –«¿En qué piensas?» la respuesta era invariable -«En Paulina….» Otra vez dejaba ir mi dedito sobre los cristales y decía -«Yo escribo: Paulina..» A menudo oía decir que seguramente Paulina sería religiosa, entonces sin tener demasiada idea de lo que ello era [significaba] pensaba: Yo también seré reli-giosa. Este es uno de [mis] primeros recuerdos y luego, ¡jamás he cambiado de resolución!....... Fuisteis vos pues, mi Madre querida, a quien escogió Jesús para prometerme a Él, no estabais entonces a mi lado, pero ya se había formado un vínculo entre nuestras almas…. erais mi ideal, yo quería ser semejante a vos y es vuestro ejemplo el que desde la edad de dos años me arrastró hacia el Esposo de las vírgenes…..¡Oh! ¡qué dulces reflexiones quisiera confiaros! --- Mas debo proseguir con la historia de la florecilla, su historia completa y general, pues si quisiese hablar con detalle de sus relaciones con «Paulina», ¡tendría que dejar de lado todo lo demás!.....---

Mi querida Leonita tenía también un importante lugar en mi corazón. Me quería mucho, por la tarde era ella la que me cuidaba cuando toda la familia se iba a pasear;… Me parece oír aún las amables canciones que entonaba a fin de dormirme…. en todo buscaba el medio de darme contento también yo habría estado muy triste por causarle pena.

(6vº) Me acuerdo muy bien [de] su primera comunión, sobre todo del mo-mento en que me tomó en sus brazos para hacerme entrar con ella a la rectoría, ¡me parecía tan bello ser llevada por una hermana mayor toda de blanco como yo!.... Al atardecer se me acostó temprano pues era demasiado pequeña para quedarme a la gran cena pero aún veo a Papá que se acercó a los postres llevan-do a su reinecita porciones de tarta…..--- Al día siguiente o pocos días después fuimos a casa de la compañerita de Leonia, creo que ese es el día en que nues-tra buena Madrecita nos llevó detrás de una pared para darnos a beber vino después de la comida (que nos había servido la pobre señora Dagorau,) pues no quería causarle pena a la buena mujer, pero tampoco quería que echásemos en falta nada….. ¡Ah! ¡cuán delicado es el corazón de una Madre, cómo traduce su ternura en mil cuidados previsores en los que nadie pensaría!...........[texto rayado ilegible]

Ahora me queda hablar de mi querida Celina, la compañerita de mi infancia pero los recuerdos son de tal abundancia que no sé cuáles elegir. Voy a extraer algunos pasajes de las cartas que mamá os escribía a la Visitación, pero no voy

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a copiarlo todo sería demasiado largo…. El 10 de Julio de 1873 (el año de mi nacimiento) he aquí lo que decía –«La nodriza ha traído a la pequeña Teresa el Jueves, no hacía más que reír, era sobre todo Celinita quien le agradaba reía a carcajadas con ella, se diría que tiene ya ganas de jugar, eso vendrá pronto, se tiene tiesa sobre sus piernecitas como una pequeña estaca. Creo que andará muy pronto y que tendrá buen carácter, parece muy inteligente y tiene buena pinta de predestinada….»

(7rº) Pero fue sobre todo desde mi separación de la nodriza cuando mostré mi afecto para con mi querida Celinita. Nos entendíamos muy bien, solamente que yo era muy viva y bien mucho menos ingenua que ella; aunque era tres años y medio más joven, me parecía que éramos de la misma edad.

He aquí un pasaje de una carta de Mamá que os mostrará cuán dulce era Celina y yo mala [traviesa] – «Mi Celinita está totalmente inclinada a la vir-tud, es el sentimiento íntimo de su ser, tiene un alma cándida y horror al mal. Pero el huroncito no sé muy bien qué se hará, es tan pequeño, tan despistado, tiene una inteligencia superior a Celina, pero es mucho menos dulce y sobre todo de una terquedad casi invencible, cuando dice «no» nada puede hacerle ceder, así se la metiera un día entero en el sótano que dormiría allí antes de decir «sí»……………………………….

«Tiene sin embargo un corazón de oro, es muy cariñosa y muy sincera, resulta curioso verla correr detrás de mí para hacerme su confesión – Mamá he empujado a Celina solo una vez, la he sacudido una vez, pero no lo volveré a hacer más – (Es así con todo lo que hace). El jueves por la tarde salimos a pasear al lado de la estación, ella por supuesto ha querido entrar en la sala de espera para ir a buscar a Paulina, corría delante con una alegría que nos producía placer, pero cuando ha visto que nos teníamos que volver sin subirnos al tren para ir a buscar a Paulina, lloró durante todo el camino de regreso.»

Esta última parte de la carta me recuerda la dicha que sentía al veros volver de la Visitación, vos, madre mía, me cogíais en vuestro brazo y María tomaba a Celina, entonces os hacía mil carantoñas y me inclinaba (7vº) hacia atrás con el fin de admirar vuestra gran trenza… después me dabais una tableta de chocolate que habíais guardado tres meses. ¡Imaginad qué reliquia era para mí!.... Recuer-do también el viaje que hice a Le Mans, era la primera vez que iba en tren. ¡Qué alegría verme viajar sola con Mamá!.. Sin embargo no sé por qué me eché a llorar y la pobre Madrecita no pudo presentar a mi tía de Le Mans más que una fea mujercita todo roja por las lágrimas que había vertido por el camino…. No he conservado ningún recuerdo del locutorio sino solamente el momento en que mi tía me pasó un ratoncito blanco y una cestita de papel bristol llena de bombones en la que brillaban dos bonitas sortijas de azúcar, justo del grosor de mi dedo, inmediatamente exclamé –«¡Qué dicha habrá una sortija para Celina!»

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Pero ¡oh dolor! cojo mi cesta por el asa, doy la otra mano a Mamá y salimos, al cabo de algunos pasos miro mi cesta y veo que mis bombones estaban casi to-dos esparcidos en la calle, como las piedras de pulgarcito….. Miro más aún y veo que una de las preciosas sortijas había seguido la suerte fatal de los bombones…. ¡No tenía nada que dar a Celina!... entonces mi dolor estalla, exijo volver sobre mis pasos, mamá no parece prestarme atención a mí. Esto era demasiado, a mis lágrimas les siguen mis gritos… No podía comprender que ella no participase de mi pena y eso aumentaba en mucho mi dolor…

Vuelvo ahora a las cartas en las que mamá os habla de Celina y de mí, es el mejor medio que puedo emplear para haceros conocer bien mi carácter, he aquí un pasaje donde mis defectos brillan con vívido fulgor – «He ahí (8rº) a Celina que se divierte con la pequeña con el juego del cubo, disputan de vez en cuando, Celina cede para tener una perla para su corona. Me veo obligada a corregir a esta pobre bebé que se coge unos cabreos espantosos cuando las cosas no van según su idea, [se revuelca en tierra como una desesperada] {este texto anterior está rayado e ilegible} creyendo que todo está perdido, hay momentos en los que esto es más fuerte que ella, y se sofoca por ello. Es una niña exuberante, es sin embargo muy gentil y muy inteligente, se da cuenta [de] todo.» Veis, Madre mía, ¡cuán lejos estaba de ser una chiquilla sin defectos! ni siquiera se podía de-cir de mí «que estaba tranquila cuando dormía» pues por la noche era aún más inquieta que por el día, enviaba a paseo todas las mantas y después (totalmente dormida) me daba golpes contra el respaldo de mi camita, el dolor me desper-taba entonces decía:-«¡Mamá me he golpeado!...» Esta pobre Madrecita tenía que levantarse y constataba que en efecto tenía chichones en la frente, que me había golpeado, me tapaba bien, después volvía a acostarse pero al cabo de un rato volvía a empezar a estar golpeada, al punto de que fue necesario atarme en mi cama. Todos los anocheceres Celinita venía a anudar los numerosos cor-dones destinados a impedir al duendecito golpearse y despertar a su mamá, al salir bien ese medio, hizo que fuese en adelante buena al dormir…….. Existe otro defecto que tenía (estando despierta) y del que Mamá no habla en sus cartas, era un gran amor propio. No voy a ofreceros más que dos ejemplos a fin de no hacer mi relato demasiado largo. – Un día Mamá me dice –«Mi pequeña Teresa, si quieres besar el suelo voy a darte cinco céntimos.» Cinco céntimos eran para mí toda una fortuna, para ganarla no tenía necesidad de abajar mucho mi esta-tura, pues mi pequeña talla no ponía una gran distancia entre yo y el suelo, sin embargo mi dignidad se rebeló ante (8vº) la idea de besar el suelo, mantenién-dome bien derecha le digo a Mamá -¡Oh! no mi Madrecita, ¡prefiero no tener los cinco céntimos!...

Otra vez debíamos ir a Grogny a casa de Mme Mommier. Mamá dice a María que me ponga mi bonito vestido azul Cielo guarnecido de encajes pero

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sin dejarme los brazos desnudos a fin de que el Sol no los tostase. Yo me dejaba vestir con la indiferencia que deben tener las niñas de mi edad, pero interiormen-te pensaba que hubiera estado mucho más mona con mis bracitos desnudos.

Con un natural como el mío, si hubiese sido educada por unos Padres sin virtud o incluso, tal como Celina era mimada por Luisa, me habría vuelto muy mala y quizá me habría perdido…. Pero Jesús vigilaba sobre su pequeña pro-metida, Él quiso que todo girase para su bien incluso sus defectos que corre-gidos tempranamente le han servido para crecer en la perfección… Como yo tenía amor propio y también amor al bien tan pronto como comencé a pensar seriamente (lo hice desde muy pequeña) era suficiente con que se dijese que una cosa no estaba bien para que no me quedasen ganas de hacérmelo repetir dos veces…. Veo con placer en las cartas de Mamá que al crecer le proporcio-naba más consuelo. No teniendo sino buenos ejemplos en torno a mí, quería naturalmente seguirlos. He aquí lo que ella escribía en 1876 – «Hasta Teresa quiere a veces unirse para hacer las prácticas… Es una niña encantadora, es fina como la sombra, muy viva, pero su corazón es sensible. Celina y ella se quieren mucho, se bastan ellas dos para divertirse, todos los días en cuanto han comido Celina va a coger su gallito ella atrapa de una sola vez la gallina de Teresa, yo misma no puedo hacerlo pero ella es tan viva que al primer brinco lo consigue; luego llegan las dos con sus animales a sentarse en la esquina (9rº) del fuego y se distraen así durante mucho tiempo. (Era Rosita quien me había regalado el gallo y la gallina y yo le había dado el gallo a Celina). El otro día Celina había dormido conmigo, Teresa se había acostado en la segunda planta en la cama de Celina había suplicado a Luisa que la bajase de planta para vestirla.. Luisa sube a buscarla, encuentra la cama vacía. Teresa había oído a Celina y había bajado con ella. Luisa le dice:»-¿No quieres pues bajar para vestirte?» - ¡Oh no! mi pobre Luisa, somos como las dos gallinitas, ¡no nos podemos separar! Y al decir esto se abrazaban y se apretujaban las dos… Luego a la tarde Luisa, Celina y Leonia salieron al círculo católico y abandonaron a esta pobre Teresa que comprendía bien que ella era demasiado pequeña para ir allí, decía : - «¡Si al menos quisieran acostarme en la cama de Celina!...» Pero no, no se quiso [no pudo ser]… ella no dijo nada, y se quedó sola con su lamparita, un cuarto de hora más tarde dormía con un profundo sueño…»

Otro día Mamá escribía también: «Celina y Teresa son inseparables, no se puede ver dos niñas que se quieran mejor, cuando María viene a buscar a Celina para darle su clase, esta pobre Teresa es toda lágrimas. ¡Ay [por desgracia] qué va a ser de ella, su amiguita se va!... María siente piedad de ella la coge también y esta pobre pequeña se sienta en una silla durante dos o tres horas, le damos cuentas para enhebrar o un trapo para coser, no osa rebullirse, y lanza a me-nudo profundos suspiros. Cuando su aguja se desenhebra, tarta de volverla a

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enhebrar es curioso contemplarla, no pudiendo conseguirlo, y no atreviéndose a importunar a María; enseguida se ven dos gruesas lágrimas que se deslizan por sus mejillas… María (9vº) la consuela rápidamente, le reenhebra la aguja, y el pobre angelito sonríe a través de sus lágrimas…»

Recuerdo que en efecto yo no podía quedarme sin Celina, prefería levan-tarme de la mesa antes de haber terminado mi postre a no seguirla, tan pronto como ella se levantaba. Me removía en mi gran silla, solicitando se me bajase y luego íbamos a jugar juntas; a veces íbamos con la pequeña «prefecta», lo que me agradaba mucho por el parque y todos los bellos juguetes que nos ense-ñaba, pero era sobre todo por complacer a Celina por lo que iba allí deseando mejor quedarnos en nuestro jardincito para rascar las paredes, pues arrancába-mos todas las lentejuelas brillantes que allí se encontraban y luego íbamos a vendérselas a Papá que nos las compraba muy seriamente.

El domingo, como yo era demasiado pequeña para ir a los oficios, mamá se quedaba a cuidar de mí, yo era muy buena y no andaba más que de puntillas durante la misa, pero así que veía abrirse la puerta, era una explosión de alegría sin igual, me precipitaba al encuentro de mi preciosa Hermanita que entonces «estaba engalanada como una capilla..»….. y le decía: «¡Oh! mi Celinita, ¡dame rápido pan bendito!» A veces ella no tenía, habiendo llegado demasiado tarde… ¿Cómo hacer entonces? Era imposible pasarme sin él, esa era «mi misa»… El remedio fue encontrado muy pronto.- «Tú no tienes pan bendito, pues bien, ¡hazlo!» Dicho y hecho, Celina coge una silla, abre el armario empotrado, atra-pa el pan, corta una rebanada y muy seriamente recita un Ave María lo levan-ta y después me lo presenta y yo luego de [haber] hecho la señal de la Cruz con [el pan] , lo como con una gran devoción, encontrando su sabor (10rº) por completo igual (10rº) al del pan bendito…… A menudo hacíamos juntas conferencias espirituales, he aquí un ejemplo que tomo de las cartas de mamá – «Nuestras dos queridas pequeñas Celina y Teresa son ángeles de bendición, pequeñas naturalezas angélicas. Teresa es la alegría, la dicha de María y su glo-ria, es increíble cuán orgullosa está de ella. Es verdad que tiene réplicas muy raras a su edad, aventaja en ello a Celina que le dobla la edad. Celina decía el otro día: - «¿Cómo puede ser que el buen Dios pueda estar en una hostia tan pequeña?» La pequeña dijo: «Eso no es tan asombroso ya que el buen Dios es todopoderoso.»-«¿Qué quiere decir Todopoderoso?» - «Pues es hacer todo lo que Él quiere!...»

Un día, Leonia pensando que era demasiado mayor para jugar a las muñe-cas viene a encontrarse con nosotras dos con una canastilla repleta de vestidos y de bonitos retales destinados a sacar otros de ellos, arriba estaba recostada su muñeca. – «Tened mis hermanitas, nos dice, escoged, os doy todo esto.» Celina alargó la mano y cogió un paquetito de trencillas que le gustaba. Después de un

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momento de reflexión yo extendí mi mano a mi vez diciendo: - «¡Yo lo escojo todo!» y tomo el cestito sin más ceremonia, los testigos de la escena hallaron la cosa muy justa, Celina misma no pensó en quejarse por ello (por otra parte a ella no le faltaban juguetes, su padrino la colmaba de regalos y Luisa encontraba el medio de procurarle todo lo que deseaba).

Este pequeño rasgo de mi infancia es el resumen de toda mi vida, más tarde cuando la perfección se me apareció, comprendí que para llegar a ser una santa hacía falta sufrir mucho, buscar siempre lo más perfecto y olvidarse de sí misma, he comprendido que había muchos grados en la perfección y que cada alma (10vº) era libre de responder a las proposiciones de Nuestro Señor, de ha-cer poco o mucho por Él, en una palabra elegir entre los sacrificios que Él pide. Entonces como en esos días de mi niñez exclamé: «Dios Mío, yo lo escojo todo. No quiero ser una santa a medias, no me da miedo sufrir por vos, no temo más que una cosa, conservar mi voluntad, tomadla, pues «¡Yo escojo todo» lo que vos queráis!...»

Es preciso que me detenga, no debo hablaros aún de mi juventud, sino del Duendecito de cuatro años. Me acuerdo de un sueño que debí tener a esa edad y que está profundamente grabado en mi imaginación. Una noche, soñé que salía para ir a pasear sola por el jardín, llegada bajo las escaleras que había que subir para llegar allí, me detuve sobrecogida de espanto. Delante de mí, junto al cenador, se encontraba un barril de cal y sobre ese barril dos horribles diablillos danzaban con una agilidad sorprendente a pesar de las planchas que tenían en los pies; de repente, arrojaron sobre mí sus ojos, llameantes, luego al mismo tiempo, parecieron mucho más asustados que yo, se precipitaron de-bajo del barril y fueron a esconderse en la ropería que se encontraba enfrente. Viéndolos tan poco valientes quise saber lo que iban a hacer y me acerqué a la ventana. Los pobres diablillos estaban corriendo sobre las mesas y no sa-biendo cómo hacer para huir de mi mirada, a veces se asomaban a la ventana observando con aire inquieto si yo estaba aún allí y al verme siempre empe-zaban a correr de nuevo como unos desesperados. --- Sin duda este sueño no tiene nada de extraordinario, no obstante creo que el Buen Dios ha permitido que me acuerde de él a fin de demostrarme que un alma en estado de gracia no tiene nada que temer de unos demonios que son unos cobardes, capaces de huir ante la mirada de un niño……………………………

(11rº) He aquí aún un pasaje que encuentro en las cartas de mamá. Ya esta pobre Madrecita presentía el fin de su destierro: «Las dos pequeñas no me in-quietan, están tan bien las dos, son naturalezas escogidas, ciertamente serán buenas, María y tú podréis perfectamente educarlas. Celina jamás comete la menor falta voluntaria. La pequeña será buena también, no mentiría por todo el oro del mundo, tiene el espíritu como no he visto nunca en ninguna de vosotras.

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«El otro día estaba en casa del tendero con Celina y Leonia, hablaba de sus prácticas y discutía fuerte con Celina, la señora le dice a Luisa: ¿Qué quiere decir pues, cuando juega en el jardín [no] se le oye hablar más que de prácticas. Mme. Gaucherin asoma la cabeza por su ventana para tratar de comprender qué quiere expresar este debate sobre prácticas?... Esta pobre pequeña consti-tuye nuestra dicha, será buena, se ve ya el germen, no habla más que del buen Dios, no faltaría por nada a hacer sus oraciones. Quisiera que tú la vieses recitar pequeños cuentos [fábulas], jamás he visto nada tan gracioso, encuentra para todo la única expresión que es preciso darle y el tono, pero es sobre todo cuan-do dice: - Niñito de cabeza rubia, ¿dónde crees tú [pues] que está el buen Dios? Cuando llega a esto: - Está allá en lo alto en el Cielo azul, vuelve su mirada a lo alto con una expresión angelical, no nos cansamos de hacérselo repetir tan bello es, ¡hay algo tan celestial en su mirada que nos quedamos arrebatados!......»

¡Oh Madre mía! Qué feliz era a esta edad, comenzaba ya a disfrutar de la vida, la virtud tenía para mí encantos y estaba me parece en las mismas dispo-siciones que me encuentro ahora, teniendo ya un gran (11vº) dominio sobre mis actos. -- ¡Ah! ¡qué rápidamente han pasado los años soleados de mi pequeña infancia, pero qué dulce huella han dejado en mi alma! Recuerdo con gozo los días en que papá nos llevaba al pabellón, los más pequeños detalles se han gra-bado en mi corazón…. Me acuerdo sobre todo de los paseos del Domingo, en los que siempre nos acompañaba mamá… Siento aún las impresiones profundas y poéticas que nacían [surgían] en mi alma a la vista de los campos de trigo es-maltados de acianos y de flores silvestres. Ya amaba yo las lejanías… El espacio y los pinos gigantescos cuyas ramas tocaban la tierra dejaban en mi corazón una impresión semejante a aquella que vuelvo a sentir aún hoy a la vista de la natu-raleza… Con frecuencia durante esos largos paseos, nos encontrábamos pobres y era siempre Teresita quien se encargaba de darles limosna, de lo que era muy dichosa, pero a veces también, Papá dándose cuenta de que la caminata era demasiado larga para su reinecita, la hacía volver más temprano que los demás a casa (para su gran descontento), entonces para consolarla Celina llenaba de margaritas su bonita cestita y se las entregaba a la vuelta, pero ¡ay! la pobre abuelita encontraba que su hijita tenía demasiadas, así que cogía una buena par-te de ellas para su santa Virgen…… Esto no agradaba a la pequeña Teresa pero se guardaba bien de no decir nada al respecto habiendo tomado la buena costum-bre de no quejarse jamás, tanto cuando se le quitaba lo que era de ella, como cuando era acusada injustamente prefería callarse y no excusarse, lo cual no era mérito de su parte, sino virtud natural….¡Qué pena que esta buena disposición se haya desvanecido!...(12rº) ¡Oh! verdaderamente todo me sonreía sobre la tie-rra: encontraba flores por cada uno de mis pasos y mi feliz carácter contribuía también a volver mi vida agradable, pero un nuevo periodo iba a comenzar para

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mi alma, debía pasar por el crisol de la prueba y sufrir desde mi infancia a fin de poder ser ofrecida más temprano a Jesús. Así como las flores de la primavera empiezan a germinar bajo la nieve y se abren a los primeros rayos del Sol, así la florecilla cuyos recuerdos escribo ha debido pasar por el invierno de la prueba…

Todos los detalles de la enfermedad de nuestra madre querida están to-davía presentes en mi corazón, me acuerdo sobre todo de las últimas semanas que pasó en la tierra, nosotras éramos, Celina y yo, como pobrecitas exiladas, todas las mañanas, Mme Leriche venía a buscarnos y pasábamos la jornada en su casa. Un día no habíamos tenido tiempo de hacer nuestra oración antes de partir y durante el trayecto Celina me dijo muy bajo: «¿Hemos de decirle que no hemos hecho nuestra oración?..» – «¡Oh! sí» le respondí, entonces muy tímidamente se lo dijo a Mme Leriche, ella nos respondió –«Pues bien, hijitas mías, id a hacerla» y luego metiéndonos a las dos en una gran habitación, salió… Entonces Celina me miró y dijimos: «¡Ah! no es como Mamá….¡ella siempre nos hacía hacer nuestra oración!...» [hacía con nosotras]. Jugando con las niñas siempre nos perseguía el pensamiento de nuestra Madre querida, una vez Celi-na habiendo recibido un bello albaricoque se inclinó y me dice muy bajo: «No lo vamos a comer, voy a dárselo a Mamá.» ¡Ay! esta pobre Madrecita estaba ya demasiado enferma para comer los frutos de la tierra, no debía ya hartarse más que en el Cielo de la gloria de Dios y beber con Jesús el vino misterioso del que [Él] habló en su última Cena, diciendo que lo compartiría con nosotros en el reino de su Padre.

La ceremonia conmovedora de la extremaunción está también impresa en mi alma, aún veo el lugar en el que yo estaba al lado de Celina, nosotras todas [las cinco] estábamos(12vº) por rango de edad y ese pobre Padrecito estaba allí [y] también sollozaba…….

El día, o al día siguiente de la partida de Mamá me tomó en sus brazos diciéndome: -«Ven a abrazar una última vez a tu pobre Madrecita.» Y yo sin decir nada, acerqué mis labios a la frente de mi Madre querida….. No recuer-do haber llorado mucho, no hablaba a nadie de los profundos sentimientos que experimentaba…… Miraba y escuchaba en silencio….. nadie tenía tiempo de ocuparse de mí por ello veía muchas cosas que habrían querido ocultarme, una vez me encontré frente a la tapa del ataúd… me detuve largo tiempo a consi-derarla [mirarla] jamás había visto aquello, sin embargo comprendía…… era tan pequeña que a pesar de la poco elevada estatura de Mamá me veía obligada

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a levantar la cabeza para verla enteramente y me parecía muy grande…. muy triste…… Quince años más tarde, me encontraba delante de otro ataúd, el de Madre Genoveva, era de las mismas dimensiones que el de mamá ¡y me creí [imaginé] aún en los días de mi infancia!..... Todos mis recuerdos volvieron a surgir en tromba, era ciertamente la misma Teresita la que miraba, pero había crecido y el ataúd le parecía pequeño no le hacía falta levantar la cabeza para verlo, no la levantaba más que para contemplar el Cielo que le parecía muy alegre, pues todas sus pruebas habían concluído y el invierno de su alma había pasado para siempre……

El día en que la Iglesia bendijo los restos mortales de nuestra Madrecita del Cielo, el buen Dios quiso regalarme otra en la tierra, y quiso que yo la eli-giese libremente. Estábamos juntas las cinco mirándonos con tristeza, Luisa estaba también allí y viéndonos a Celina y a mí, exclama:»Pobres pequeñas ¡no tenéis ya Madre!...» Entonces Celina se arrojó a los brazos de María diciendo –«Pues bien eres tú quien serás mi Mamá.» Yo estaba acostumbrada a obrar (13rº) como ella, sin embargo, me volví hacia Paulina, [hacia vos, Madre mía,] {texto corregido}y como si ya el porvenir hubiera descorrido su velo, me arrojé en vuestros brazos gritando:«¡Y bien!, para mí, es Paulina quien será Mamá!»……………………………………………………………..

Como ya he dicho más arriba, es a partir de esta época de mi vida cuando hube de entrar en el segundo periodo de mi existencia, el más doloroso de los tres, sobre todo después de la entrada en el Carmelo de la que había escogido para mi segunda «Mamá». Este periodo comprende desde la edad de 4 años y medio hasta la de mis catorce años, época en la que recuperé mi carácter de niña aún entrando de lleno en lo serio de la vida.

He de deciros, Madre mía, que a partir de la muerte de Mamá mi alegre carácter cambió por completo, yo tan viva, tan expansiva, me vuelvo tímida y dulce, sensible hasta el exceso. Una mirada bastaba para hacerme fundir en lá-grimas, era preciso que nadie se ocupase de mí para que estuviese contenta, no podía sufrir la compañía de personas extrañas y no recobraba mi alegría más que en la intimidad de la familia….. Sin embargo continuaba estando rodeada de la ternura más delicada. El corazón tan tierno de Papá había añadido al amor que él ya poseía ¡un amor verdaderamente maternal!.....Vos, Paulina, {Madre mía,] y María ¿no erais para mí las madres más tiernas las más desinteresadas?... ¡Ah! si el Buen Dios no hubiese prodigado sus benefactores rayos a su florecilla, jamás habría podido aclimatarse a la tierra, siendo aún demasiado débil para soportar las lluvias y las tormentas, necesitaba calor un dulce rocío y brisas primaverales, nunca le faltaron(13vº) todos esos favores; ¡Jesús se los hizo encontrar, incluso, bajo la nieve de la prueba!

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No sentí ninguna tristeza al dejar Alençon, los niños aman los cambios por lo que fue con placer que vine a Lisieux. Me acuerdo del viaje, de la llegada por la tarde a casa de mi tía, veo aún a Juana y María esperándonos en la puerta…. Era muy dichosa al ver a unas primitas tan gentiles, las quería mucho así como a mi tía y sobre todo a mi tío, sólo que él me daba miedo y no estaba tan cómoda en su casa como en los Buissonnetes, era allí donde mi vida era verdaderamente dichosa………… Por la mañana vos veníais junto a mí, preguntándome si había ofrecido el corazón al buen Dios, enseguida me vestíais hablándome de Él y luego a vuestro lado hacía mi oración. Después venía la lección de lectura, la primera palabra que pude leer sola fue ésta: «Cielos». Mi querida madrina se en-cargaba de las lecciones de escritura y mi Madrecita {vos, Madre mía,} de todas las demás; no tenía una gran facilidad para aprender pero tenía mucha memoria. El catecismo y sobre todo la historia sagrada eran mis preferencias las estudiaba con alegría, pero la gramática ha hecho correr a menudo mis lágrimas…. ¡Acor-daos del masculino y femenino!

Tan pronto como mi clase había finalizado subía al mirador llevando mi con-decoración y mi nota a papá. ¡Qué feliz estaba cuando podía decirle: ¡«Tengo 5 sin excepción, Paulina lo ha dicho la primera!...Pues cuando os preguntaba si tenía 5 sin excepción y vos me contestabais sí, era a mi parecer un grado menos. Vos me dabais también buenos puntos, cuando había reunido un cierto número de ellos, tenía una recompensa y un día de vacación. Recuerdo que esos días (14rº) me parecían mucho más largos que los otros, lo que os causaba placer ya que eso mostraba que no quería quedarme sin nada que hacer. Todas las tardes iba a dar un pequeño paseo con papá, hacíamos juntos nuestra visita al Santo Sacramento, visitando cada día una nueva iglesia, y así es como entré por pri-mera vez en la capilla del Carmelo, papá me enseñó la reja del coro, diciéndome que detrás estaban unas religiosas. Estaba muy lejos de sospechar que ¡nueve años más tarde estaría entre ellas!.......

Después del paseo ( durante el cual papá me compraba siempre un regalito de uno o dos céntimos) volvía a casa, entonces hacía mis deberes, luego todo el resto del tiempo, me quedaba a dar saltitos en el jardín alrededor de papá, pues no sabía jugar a las muñecas. Era una gran alegría para mí preparar tisanas con semillitas y cortezas de árboles que encontraba por el suelo, se las llevaba luego a papá en una bonita tacita, este pobre papaíto dejaba su ocupación y luego riéndose por ello hacía como que bebía, antes de devolverme la taza me preguntaba (como a hurtadillas) si había de arrojar el contenido, a veces le decía sí, pero más frecuentemente me llevaba mi preciosa tisana, queriendo hacerla servir para varias veces…. Me gustaba cultivar mis florecillas en el jardín que Papá me había dado; me divertía erigir pequeños altares en un hueco que se ha-llaba en medio, en una pared, cuando acababa, corría hacia Papá y arrastrándolo

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le decía que cerrara bien los ojos y no los abriese hasta el momento en que yo le indicase que lo hiciera, él hacía todo lo que yo quería y se dejaba conducir ante mi jardincito, entonces yo exclamaba: «Papá, ¡abre los ojos!» Él los abría (14vº) y se extasiaba para hacerme feliz, admirando lo que yo creía que era ¡una obra maestra!.. No acabaría si quisiese contar mil pequeños detalles de este género que se hacen presentes en masa en mi memoria…¡Ah! ¿Cómo podría referir to-das las ternuras que «Papá» prodigaba a su reinecita? Son cosas que el corazón siente, [= experimentar] pero que la palabra e incluso el pensamiento no pueden llegar a expresar…………

Eran para mí bellos días, aquellos en los que mi rey querido me llevaba a pescar con él, ¡amaba tanto el campo, las flores y los pájaros! Algunas veces trataba de pescar con mi cañita pero prefería ir a sentarme sola sobre la hierba florida, entonces mis pensamientos eran muy profundos y sin saber lo que era meditar, mi alma se sumergía en una real oración…. Escuchaba los ruidos leja-nos… El murmullo del viento e incluso la música incierta de los soldados cuyo sonido llegaba hasta mí melancolizando dulcemente mi corazón…. La tierra me parecía un lugar de destierro y yo soñaba con el Cielo……….. La tarde pasaba rá-pido, pronto había que volver a los Buissonnetes, pero antes de partir tomaba la colación que había reunido en mi cestita, la hermosa rebanada de confitura que vos me habíais preparado había cambiado de aspecto: en lugar de su vivo color no veía más que un ligero tinte rosa, toda ella rancia y pasada…entonces la tierra me parecía aún más triste y comprendía que solamente en el Cielo la felicidad sería sin nubes…… A propósito de nubes, recuerdo que un día el bello Cielo azul de la campiña se cubrió de ellas y que pronto la tormenta se puso a rugir, los relámpagos surcaban las nubes sombrías y vi a cierta distancia caer el rayo, lejos de asustarme por ello, estaba alucinada,[=fascinada] me parecía que el Buen Dios (15rº) ¡estaba tan cerca de mí!...... Papá no estaba por supuesto tan contento como su reinecita, no es que la tormenta le produjese miedo.. pero la hierba y las grandes margaritas(que eran más altas que yo) brillaban como perlas preciosas, y era preciso atravesar muchos prados antes de encontrar una senda y mi padrecito querido, creyendo que los diamantes calarían a su hijita, ¡la cogió a pesar de su bagaje de cañas y la cargó sobre su espalda!

Durante los paseos que hacía [daba] con papá él quería que yo me acercara a llevar la limosna a los pobres que nos encontrábamos, un día vimos a uno que se arrastraba penosamente con unas muletas, me acerqué para darle un céntimo, pero no viéndose demasiado pobre para recibir la limosna, me miró sonriendo tristemente y rehusó coger lo que le ofrecía. No puedo decir lo que pasó en mi corazón, habría querido consolarlo, aliviarlo; en lugar de eso pensaba que le había causado pena, sin duda el pobre enfermo adivinó mi pensamien-to, pues lo vi volverse y sonreírme, papá volvía de comprarme un pastel, tenía

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verdaderas ganas de dárselo pero no me atreví sin embargo quería darle alguna cosa que no pudiese rehusarme, pues sentía por él una simpatía muy grande, entonces me vino a la memoria haber oído decir que el día de la primera comu-nión se obtenía todo lo que se pedía, este pensamiento me consoló y aunque no tenía aún más que seis años, me dije: «Rezaré por mi pobre el día de mi primera comunión.» Cumplí mi promesa cinco años más tarde y espero que el Buen Dios atendiese la oración que Él me había inspirado dirigirle por uno de sus miembros sufrientes…..

(15vº)Amaba mucho al Buen Dios y le ofrecía muy a menudo mi corazón sirviéndome para ello de la formulita que mamá me había enseñado, sin embar-go un día o mejor una tarde del hermoso mes de Mayo, cometí una falta que bien vale la pena de ser contada, me proporcionó una gran ocasión de humillar-me y creo haber hecho la contrición perfecta. – Siendo bastante pequeña para acudir al mes de María me quedaba con Victoria y hacía con ella mis devociones ante mi pequeño mes de María que arreglaba a mi manera, todo era tan peque-ño candelabros y macetas de flores que dos velitas lo alumbraban perfectamen-te; alguna vez Victoria me proporcionaba la sorpresa de darme dos pequeños cabos de vela pero era raro. Una tarde todo estaba dispuesto para ponernos en oración, yo le digo: «Victoria, quieres comenzar el acordaos, voy a encen-der.» Ella hizo intención de empezar, pero no dijo nada y me miró riéndose, yo que veo mis preciosas velitas consumirse rápidamente, le supliqué que hiciera la oración, ella continuó callada, entonces levantándome, me pongo a decirle bien alto, que era mala, y dejando a un lado mi dulzura habitual, pataleé con todas mis fuerzas… La pobre Victoria no tenía ya ganas de reír, me miró con asombro y me mostró cabos de velas que me había traído… después de haber derramado lágrimas de cólera, vertí lágrimas de un sincero arrepentimiento teniendo el fir-me propósito de ¡no volver a hacerlo jamás!........

Otra vez me ocurrió otra aventura con Victoria pero de esta no tuve arrepentimiento alguno, pues mantuve perfectamente mi calma.- Quería coger un tintero que se encontraba encima de la chimenea de la cocina, siendo demasiado pequeña para alcanzarlo, le pedí muy gentilmente a Victoria que (16rº)me lo diese pero ella rehusó diciéndome que me subiese a una silla. Cogí una silla sin decir nada, pero pensando que ella no era amable, queriendo hacérselo sentir,[=experimentar] busqué en mi cabecita lo que la ofendería más, ella me llamaba con frecuencia cuando estaba enojada conmigo «criína», lo que me humillaba mucho. Entonces antes de saltar abajo de mi silla [antes de bajarme], me doy la vuelta con dignidad y le digo: «¡Victoria, eres una cría!» Después me puse a salvo [me alejé] dejándola meditar la profunda palabra que acababa de dirigirle…. El resultado no se hizo esperar, pronto le oí que gritaba: ¡M’amz’elle Mari… Terassa acaba de decirme que soy una cría!» María vino y

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me hizo pedir perdón, pero yo lo hice sin contrición, encontrando [pensando] que ya que Victoria no había querido extender su gran brazo para rendirme un pequeño servicio, merecía el título de cría….. No obstante me quería muchísimo y yo a ella también, un día me libró de un gran peligro en el que había caído por mi culpa. Victoria planchaba teniendo cerca de ella un cubo con agua dentro, yo la miraba balanceándome (según mi costumbre) encima de una silla, de golpe la silla me abandona y caigo, no a tierra, ¡¡¡sino en el fondo del cubo!!!...mis pies tocaban mi cabeza y yo llenaba el cubo ¡como un pollito llena su huevo!...La pobre Victoria me miraba con una sorpresa extrema, no habiendo visto cosa parecida. Tenía muchas ganas de salir lo más pronto posible de mi cubo, pero imposible, mi prisión era tan ajustada que no podía hacer ningún movimiento. Con un poco de trabajo me salvó de mi gran peligro, pero no a mi vestido y todo lo demás que hubo que cambiármelo, pues estaba calada como una sopa.

Otra vez caí dentro de la chimenea, felizmente el fuego no estaba (16vº) prendido, Victoria no tuvo más trabajo que levantarme y sacudirme la ceniza de la que estaba repleta. Era los miércoles cuando Paulina {vos] estabais en el canto (= coro) con María cuando todas estas aventuras me sucedían. Fue tam-bién un miércoles cuando el Señor Ducellier vino a hacer una visita. Habiéndole dicho Victoria que no había nadie en casa más que Teresita, entró en la cocina para verme y echar una ojeada a mis deberes, yo estaba muy orgullosa de re-cibir a mi confesor pues poco tiempo antes me había confesado por primera vez. ¡Qué dulce recuerdo para mí!...¡Oh, mi Madre querida! con qué cuidado me habíais preparado, diciéndome que no era a un hombre sino al Buen Dios a quien iba a decir mis pecados, estaba verdaderamente muy convencida de ello por lo que hice mi confesión con un gran espíritu de fe e incluso pregunté si era preciso decirle a Mr Ducellier que lo quería con todo mi corazón ya que era al Buen Dios a quien iba a hablar en su persona…….

Bien instruída en todo lo que debía decir y hacer, entré en el confesionario y me puse de rodillas, pero al abrir la puertecilla Mr Ducellier no vio a nadie, era tan bajita que mi cabeza quedaba por debajo de la tablilla en la que se apoyan las manos, entonces él me dijo que me pusiese de pie, obedeciéndole al mo-mento me levanté y colocándome justo de cara a él para verlo bien, hice mi confesión como una joven y recibí su bendición con una gran devoción, pues vos {Paulina] me habíais dicho que en ese momento las lágrimas del pequeño Jesús iban a purificar mi alma. Recuerdo que la primera exhortación que me fue dirigida, me invitó sobre todo a la devoción hacia la Santa Virgen y me prometí redoblar mi ternura para con ella. Al salir del confesionario, estaba tan contenta y tan ligera como jamás había sentido tan gran alegría en mi (17rº)alma. Desde entonces volví a confesarme en todas las grades fiestas y era una verdadera fiesta para mí cada vez que iba allí.

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¡Las fiestas!... ¡ah! lo que esta palabra trae de recuerdos….. Las fiestas, ¡las amaba tanto!... Vos sabíais explicarme tan bien, mi Madre querida, todos los misterios escondidos bajo cada una de ellas que eran verdaderamente para mí días del Cielo. Amaba sobre todo las procesiones del Santo Sacramento, ¡qué alegría sembrar flores al paso del Buen Dios!... pero antes de dejarlas caer las lanzaba lo más alto que podía y no era nunca tan dichosa como viendo mis rosas deshojadas tocar el Ostensorio sagrado…..

¡Las fiestas! ¡Ah! si las grandes eran escasas, cada semana traía una muy querida para mi corazón: «El Domingo». ¡Qué día el del Domingo!... Era la fies-ta del Buen Dios, la fiesta del descanso. En principio permanecía en el dodo más tiempo que los demás días y luego, mamá Paulina mimaba a su hijita, trayén-dole su chocolate a su dodo, luego la vestía como una reinecita…… La Madrina venía a peinar a su ahijada que no era siempre amable cuando la tiraban del pelo, pero pronto estaba muy contenta de ir a coger la mano de su Rey que ese día la abrazaba aún más tiernamente que de ordinario, después toda la familia salía a la Misa. A todo lo largo del camino e incluso dentro de la iglesia, la «Rei-necita de Papa» le daba la mano, su lugar estaba a su lado y cuando teníamos que bajar [sentarnos] para el sermón era preciso encontrar también dos sillas la una junto a la otra. Esto no era muy difícil, todo el mundo encontraba tan simpático eso de ver a un tan apuesto Anciano con una tan pequeña hija que las personas se movían para dejarles sus sitios. Mi tío que se encontraba en los bancos de los consejeros se regocijaba al vernos llegar, decía que yo era su rayito (17vº) de Sol…Yo no me inquietaba apenas por ser observada, escuchando muy atentamente los sermones de los que no obstante no comprendía gran cosa, el primero que comprendí y que me tocó profundamente fue un sermón sobre la Pasión predicado por Mr Ducellier y después comprendí todos los demás ser-mones. Cuando el predicador hablaba de Sta Teresa, papá se inclinaba y me decía muy bajo: «- Escucha bien mi reinecita, hablan de tu Sta Patrona» Yo escuchaba bien en efecto, pero miraba a papá más a menudo que al predicador, ¡su bello rostro ¡me decía tantas cosas!... A veces sus ojos se llenaban de lágrimas que se esforzaba en vano en retener, parecía ya no permanecer en la tierra, su alma quería tanto sumergirse en las verdades eternas…Sin embargo su carrera estaba muy lejos de haber concluído, ¡largos años debían pasar antes que el hermoso Cielo se abriese a sus ojos maravillados y para que el Señor enjugase las lágrimas de su buen y fiel servidor!.........

Pero vuelvo a mi jornada del Domingo. Esta gozosa jornada que pasaba tan rápidamente tenía también su tinte de melancolía. Recuerdo que mi dicha era sin mezcla hasta completas, durante este oficio, pensaba que el día de des-canso iba a terminar.… que a la mañana siguiente había que recomenzar la vida, trabajar, aprender lecciones y mi corazón sentía el exilio de la tierra…anhelaba

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entonces el reposo eterno del Cielo,¡el Domingo sin ocaso de la Patria!…… Tan es así que hasta los paseos que dábamos antes de regresar a los Buissonnetes dejaban un sentimiento de tristeza en mi alma, entonces la familia no estaba al completo ya que por complacer a mi Tío, Papá le dejaba la tarde de cada Do-mingo a María o a Paulina, (18rº) solamente estaba yo muy contenta cuando me quedaba yo también. Quería mejor esto que ser invitada yo sola: - porque se tenía menos atención hacia mí. Mi más grande placer era escuchar todo lo que mi Tío decía, pero no quería: que él me interrogase y tenía mucho miedo cuando me ponía sobre una sola de sus rodillas cantando Barbazul con una voz formidable…. Con placer veía a Papá venir a buscarnos, al volver yo miraba las estrellas que titilaban dulcemente y esta visión me extasiaba… Había sobre todo un grupo de perlas de oro que remarcaba con alegría observando que tenían la forma de una T (he aquí su forma más o menos ), le hacía mirar a Papá diciéndole que mi nombre estaba escrito en el Cielo y luego no queriendo ver nada de la vil tierra, le pedía que me condujese, entonces sin mirar donde posaba los pies… ponía mi cabecita bien al aire ¡no dejando de contemplar el azul estrellado!........

¿Qué podría decir de las veladas de invierno, sobre todo de las del Domin-go? ¡Ah! Que dulce era para mí después de la partida de damas sentarme con Celina en las rodillas de Papá…. Con su bella voz, él cantaba arias llenando el alma de pensamientos profundos… o bien meciéndonos suavemente recitaba poesías impregnadas de verdades eternas……. Enseguida nos poníamos a hacer la oración en común y la reinecita estaba sola al lado de su Rey, no tenía más que mirarlo para saber cómo rezan los Santos.… Al final veníamos todas por orden de edad a darle las buenas noches a papá y a recibir un beso, la reina se acercaba naturalmente la última, el rey para besarla (18vº) la tomaba por los codos y la levantaba bien alto: «Buenas noches Papá, buenas noches, duerme bien», era todas las noches el mismo repique… Luego mi mamita me cogía entre sus brazos y me metía en la cama de Celina, entonces decía: «Paulina ¿he sido muy buena hoy? ¿Van a volar los angelitos en torno a mí? Siempre la respuesta era sí, de otro modo habría pasado la noche entera llorando…. Después de ha-berme besado al igual que mi querida madrina, Paulina bajaba al piso inferior y la pobre Teresita quedaba completamente sola en la oscuridad, tenía a bien representarse a los angelitos volando alrededor de ella, el pavor pronto se apo-deraba de ella, las tinieblas le producían miedo, pues no veía desde la cama las estrellas que brillaban dulcemente….

Considero una verdadera gracia haber sido habituada por vos, mi Madre querida, a sobreponerme a mis miedos, a veces me enviabais sola por la noche a buscar un objeto en una habitación alejada, si no hubiese sido tan bien dirigida, me habría vuelto muy miedosa, mientras que ahora soy verdaderamente difícil

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de asustar.… Me pregunto a veces cómo habéis podido educarme con tanto amor y delicadeza sin mimarme, pues es verdad que no me pasabais una sola imperfección, nunca me hicisteis reproches sin motivo, pero jamás os volvisteis atrás de una cosa que habíais decidido, lo sabía tan bien esto que no habría po-dido ni querido dar una paso si vos me lo habíais prohibido, papá mismo tenía que conformarse a vuestra voluntad, sin el consentimiento de Paulina yo no iba a pasear y cuando Papá me decía que fuera le respondía: «Paulina no quiere»; (19rº) entonces él venía a pedir mi permiso, a veces para contentarle Paulina decía sí, pero Teresita veía bien claro que no lo decía de buen corazón, se ponía a llorar sin aceptar consuelo alguno ¡hasta que Paulina dijese sí y le diese un abra-zo de buen corazón![ de buena gana, sinceramente]. {Este párrafo está lleno de correcciones de atribución, y donde dice vos, debía decir Paulina, como al final]

Cuando Teresita estaba mala, lo que le ocurría todos los inviernos, no es po-sible expresar con qué ternura maternal era cuidada. Paulina la hacía acostarse en su cama (favor incomparable) y después le daba todo aquello de lo que tenía ganas. Un día Paulina sacó de debajo del travesaño una preciosa navajita de ella [suya] y dándosela a su hijita la dejó sumergida en un encantamiento que no se puede describir: -«¡Ah! Paulina, exclamó ella, ¿tú me amas pues mucho ya que.. te privas por mí de tu preciosa navajita que tiene una estrella de nácar?... Pero puesto que me amas tanto, ¿harías también el sacrificio de tu reloj para impe-dir que me muera?.....» – «No sólo para impedir que mueras, te daría mi reloj sino sólo por verte pronto curada haría toda suerte de sacrificios.» Al escuchar estas palabras de Paulina mi asombro y mi reconocimiento eran tan grandes que no puedo expresarlos…. En verano tenía alguna vez mal en el corazón [me mareaba], Paulina me cuidaba también con ternura, para distraerme, que era el mejor de los remedios, me paseaba en carrito alrededor del jardín y después ha-ciéndome bajar ponía en mi lugar un lindo manojito de margaritas que paseaba con mucha precaución hasta mi jardín donde era depositado con gran pompa…..

Era Paulina, quien recibía todas mis confidencias íntimas, quien aclaraba todas mis dudas… Una vez me extrañaba de que el Buen Dios no(19vº) diese una gloria igual en el Cielo a todos los elegidos, y temía que no todos fuesen dichosos, entonces Paulina me dijo que fuese a buscar el «gran vaso de Papá» y le pusiese junto a mi muy pequeño dedal, luego de llenarlos de agua, a con-tinuación me preguntó cuál estaba más lleno. Yo le dije que estaban tan llenos el uno como el otro y que era imposible echarles más agua que la que podían contener. Mi Madre querida me hizo entonces comprender que en el Cielo el Buen Dios dará a sus elegidos tanta gloria como la que puedan recibir y que así el último no tendrá nada que envidiar al primero. Así poniendo a mi alcance los más sublimes secretos, vos sabíais, Madre mía, dar a mi alma el alimento que le era necesario… {ella sabía dar a mi…]

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¡Con qué alegría veía cada año llegar el reparto de premios!... Ahí como siempre [en eso como en todo] la justicia era guardada y no recibía más que las recompensas merecidas, completamente sola de pie en medio de la noble asam-blea, escuchaba mi sentencia, leída por el «Rey de Francia y Navarra», el cora-zón me latía muy fuerte al recibir los premios y la corona…¡era para mí como una imagen del juicio!... En cuanto acababa el reparto la Reinecita, se quitaba su vestido blanco, se daba prisa en disfrazarse a fin de tomar parte en la ¡gran representación!.....

¡Ah! qué gozosas eran estas fiestas de familia.... Cuán lejos estaba yo en-tonces viendo a mi Rey querido tan radiante, de prever las pruebas que habían de visitarlo!...

Un día sin embargo, el Buen Dios me mostró en una visión verdadera-mente extraordinaria, la imagen viviente de la prueba que Él se complacía en prepararnos más adelante, su cáliz rebosando ya.

Papá estaba de viaje desde hacía unos cuantos días, debían transcurrir aún dos (20rº) antes de su retorno. Podían ser las dos o las tres de la tarde, el sol brillaba con un vivo resplandor y toda la naturaleza parecía en fiesta. Yo me en-contraba sola en la ventana de una buhardilla que daba al gran jardín, miraba de-lante de mí el espíritu ocupado en pensamientos risueños, cuando vi delante del lavadero que se encontraba justo enfrente, un hombre vestido absolutamente como Papá, que tenía la misma talla y los mismos andares, solo que estaba mu-cho más encorvado…Su cabeza estaba cubierta con una especie de delantal de color indeciso de suerte que no pude ver su rostro. Llevaba un sombrero pare-cido a los de Papá. Lo vi avanzar con paso irregular, bordeando mi jardincito…… De pronto un sentimiento de pavor sobrenatural invadió mi alma, pero en un instante yo pensé que sin duda Papá estaba de regreso y que se escondía con el fin de sorprenderme entonces lo llamé muy alto con una voz trémula por la emoción: - «¡Papá, Papá!.....» Pero el misterioso personaje pareciendo no oírme, continuó su marcha regular sin incluso volverse, siguiéndole con los ojos lo vi dirigirse hacia el bosquecillo que cortaba la gran alameda en dos, contaba con verlo reaparecer al otro lado de los grandes árboles, mas la visión profética ¡se había desvanecido!...Todo esto no duró más que un instante, pero se grabó tan profundamente en mi corazón que hoy después de 15 años… su recuerdo me es tan presente como si la visión estuviese ahora ante mis ojos……. María estaba con vos, Madre mía, en una habitación que comunicaba con aquella en la que yo me encontraba, al oírme llamar a Papá, experimentó una sacudida de temor, sintiendo, me ha dicho después, que debía de pasar una cosa extraordinaria, sin dejarme ver su emoción acudió cerca de mí preguntándome lo que me pasa-ba por la cabeza para llamar a Papá que estaba en Alençon, yo (20vº)le conté entonces lo que acababa de ver. Para tranquilizarme María me dijo que era sin

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duda Victoria la que para hacerme miedo [asustarme] se había tapado la cabeza con un delantal, pero interrogada Victoria aseguró no haber salido de la cocina, además, yo estaba muy segura de haber visto un hombre y que ese hombre te-nía la apariencia de Papá, entonces fuimos las tres detrás del macizo de árboles, pero no habiendo encontrado ninguna señal que indicase el paso de alguien, me dijisteis que no pensara en eso……

No pensar más en ello no estaba en mi poder, muy a menudo mi imagi-nación me representó la imagen misteriosa que había visto..... muy a menudo he procurado levantar el velo que me ocultaba el sentido de ello, puesto que he conservado en el fondo del corazón la convicción íntima,[de que] esta vi-sión tenía un sentido que debía serme revelado un día…… Ese día se hizo espe-rar mucho tiempo pero después de 14 años el Buen Dios ha descorrido el velo misterioso Él mismo. Estando en licencia con Sr María del Sagrado Corazón, hablábamos como siempre de las cosas de la otra vida y de nuestros recuerdos de infancia, cuando yo le recordé la visión que había tenido a la edad de 6 a 7 años, de pronto recordando los detalles de esta escena extraña, comprendimos inmediatamente lo que significaba… Claro que era Papá a quien yo había vis-to, avanzando encorvado por la edad…. Claro que era él llevando sobre su faz venerable, sobre su cabeza encanecida, el signo de su gloriosa prueba…. Como la Faz Adorable de Jesús que estuvo velada durante su Pasión, así la faz de su fiel servidor debía estar velada hasta los días de sus dolores a fin de poder resplandecer en la Celeste Patria cerca de su Señor, ¡el Verbo Eterno!... Desde el seno de esta gloria inefable conque él ya reinaba en el Cielo, es como nuestro Padre querido nos ha obtenido la gracia de comprender la visión (21rº) que su reinecita había tenido ¡a una edad en la que la ilusión no es de temer! Es desde el seno de la gloria que él nos ha obtenido esta dulce consolación de compren-der que 10 años antes de nuestra gran prueba el Buen Dios nos la mostró ya, como un Padre hace entrever a sus hijos el porvenir glorioso que les prepara y se complace en considerar por adelantado las riquezas sin precio que deben ser su herencia………………………………………………

¡Ah! ¿Por qué es a mí a quien el Buen Dios dio esta luz? ¿por qué mostró a una niña tan pequeña una cosa que ella no podía comprender, una cosa que si la hubiese comprendido, le habría hecho morir de dolor, por qué?... ¡He ahí uno de esos misterios que sin duda comprenderemos en el Cielo y que causará nuestra eterna admiración!....

¡Qué bueno es el Buen Dios!.. cómo ajusta las pruebas a las fuerzas que Él nos da. Nunca como acabo de decir habría podido soportar incluso el pensa-miento de las penas amargas que el porvenir me reservaba… Más aún no podía pensar siquiera sin estremecerme que Papá pudiese morir…. Una vez estaba su-bido en lo alto de una escalera y como yo quedaba justamente debajo me gritó:

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«Aléjate pobrecita si caigo te voy a aplastar.» Al oírlo sentí una revuelta inte-rior, en lugar de alejarme me arrimé contra la escalera pensando: «¡Al menos si Papá cae, no voy a tener el dolor de verlo morir, ya que voy a morir con él!» No puedo expresar lo que yo amaba a Papá, todo en él me producía admiración, cuando me explicaba sus pensamientos (como si yo fuese una hija mayor) yo le decía ingenuamente que bien seguro que si dijese (21vº) todo eso a los hombres del gobierno, ellos lo cogerían para hacerle Rey y que entonces Francia sería feliz como no lo había sido jamás…… Pero en el fondo yo estaba contenta (y me lo reprochaba como pensamiento de egoísmo) de que no hubiese nadie más que yo que conociese bien a Papá, pues si hubiese llegado a ser Rey de Francia y de Navarra, yo sabía que habría sido infeliz ya que esa es la suerte de todos los monarcas y sobre todo ¡no habría sido ya mi Rey, para mí sola!.......

Tenía seis o 7 años cuando Papá nos llevó a Trouville. Nunca olvidaré la impresión que me produjo el mar, no podía evitar mirarlo sin cesar, su majestad, el bramido de sus olas, todo hablaba a mi alma de la Grandeza y del Poderío del Buen Dios. Recuerdo que durante el paseo que dimos por la playa, un Mr y una Dama me miraron dando vueltas alegremente en torno a Papá y acercándose, le preguntaron si era de él y dijeron que yo era una niñita muy maja. Papá les respondió que sí, pero me di cuenta de que les hizo señas para que no me hicie-ran cumplidos…. Era la primera vez que oía decir que era guapa, esto me agradó mucho, pues yo no lo creía, vos poníais tan gran atención, mi Madre querida, en no dejar acercarse a mí cosa alguna que pudiese empañar mi inocencia, en no dejar que oyese sobre todo ninguna palabra capaz de hacer colarse la vanidad en mi corazón. Como yo no prestaba atención más que a vuestras palabras y a las de Papá, y vos nunca me habíais dirigido un solo cumplido, no di dema-siada importancia a las palabras y a las miradas admirativas de la dama.(22rº) Al atardecer, a la hora en que el sol parece bañarse en la inmensidad del oleaje dejando delante de sí un surco luminoso, iba a sentarme yo sola sobre una roca con Paulina…. Entonces me contaba la conmovedora historia ¡«Del surco de oro!...» Yo contemplaba durante largo tiempo este surco luminoso, imagen de la gracia que ilumina el camino que debe recorrer la pequeña barquilla de graciosa vela blanca….. Cerca de Paulina, tomé la resolución de jamás alejar mi alma de la mirada de Jesús, ¡a fin de que navegase en paz hacia la Patria de los Cielos!.......

Mi vida discurría tranquila y dichosa, el afecto de que estaba rodeada en los Buissonnetes me hacía por así decir crecer, pero ya era indudablemente bas-tante mayor para comenzar a luchar, para empezar a conocer el mundo y las miserias de las que está lleno……………………………………….

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Tenía ocho años y medio cuando Leonia salió del pensionado y yo la re-emplacé en la Abadía. Con frecuencia he oído decir que el tiempo pasado en el pensionado es el mejor y el más dulce de la vida, no fue así para mí, los cinco años que pasé allí fueron los más tristes de mi vida, si no hubiese tenido con-migo a mi Celina querida, no habría podido quedarme allí un solo mes sin caer enferma…..La pobre florecilla había estado habituada a hundir sus frágiles raíces en una tierra escogida, hecha expresamente para ella, por eso le pareció muy duro verse en medio de flores de toda especie con raíces a menudo muy poco delicadas y ¡tener que encontrar en una tierra común el jugo necesario para su subsistencia!......

Vos me habíais instruído tan bien, mi Madre querida, que al llegar a la pen-sión era la más avanzada de las niñas de mi edad, fui ubicada en (22vº) una clase de alumnas todas ellas mayores que yo, una de ellas de edad de 13 a 14 años era poco inteligente, pero sabía no obstante imponerse a las demás e incluso a las profesoras. Viéndome tan joven, aunque siempre la primera de mi clase y que-rida de todas las religiosas, se vio afectada sin duda por unos celos muy discul-pables en un internado y me hizo pagar de mil maneras mis pequeños éxitos…

Con mi naturaleza tímida y delicada no sabía defenderme y me contentaba con llorar sin decir nada, no quejándome ni siquiera a vos de lo que sufría, pero no tenía suficiente virtud para elevarme por encima de estas miserias de [la] vida y mi pobre corazoncito sufría mucho…… Afortunadamente cada atardecer retornaba al hogar paterno, entonces mi corazón se expansionaba, saltaba sobre las rodillas de mi Rey, diciéndole las notas que me habían sido dadas y su beso me hacía olvidar todas mis penas…. Con qué alegría anuncié el resultado de mi 1ª composición (una composición sobre H. Sagrada), un sólo punto me faltaba para tener el máximo, por no haber sabido el nombre del padre de Moisés. Era pues la primera y gané una bella condecoración de plata. Para recompensarme Papá me regaló una preciosa monedita de cuatro céntimos que coloqué en una hucha que fue destinada a recibir cada Jueves una nueva moneda siempre de igual tamaño…(esta era la hucha a la que acudía a sacar cuando en ciertas gran-des fiestas quería dar una limosna de mi monedero en la colecta, fuese para la propagación de la Fe u otras obras similares). Paulina, encantada con los triunfos de su pequeña alumna, le regaló un bonito aro (23rº) para animarla a continuar siendo muy estudiosa. La pobre pequeña tenía real necesidad de estas alegrías de la familia, sin ellas, la vida del pensionado le habría resultado demasiado dura.

La tarde de cada Jueves había vacación, pero no era como las vacaciones de Paulina, no estaba en el mirador con Papá…. Tenía que jugar pero no con mi Celina, lo que me agradaba cuando estaba sola con ella, sino con mis primitas y las pequeñas Maudelonde, eso era para mí un verdadero esfuerzo, al no saber jugar como las otras niñas, no resultaba una compañía agradable, sin embargo

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yo ponía lo mejor de mí misma para imitar a las demás sin conseguirlo y me aburría mucho, sobre todo cuando había que pasar toda una tarde jugando a la rayuela. La única cosa que me satisfacía era ir al jardín de la estrella, entonces era la primera en todo, cogiendo las flores con profusión y sabiendo encontrar las más bonitas provocaba la envidia de mis compañeritas…………..

Lo que también me agradaba era cuando por azar estaba solo con Mariíta, no estando Celina Maudelonde para practicar juegos ordinarios ella me dejaba escoger y yo elegía un juego completamente nuevo. María y Teresa se con-vertían en dos solitarios que no tenían más que una sola cabaña, un pequeño campo de trigo y algunas legumbres para cultivar. Su vida transcurría en una contemplación continua, es decir que uno de los solitarios reemplazaba al otro en la oración, cuando aquél tenía que ocuparse de la vida activa. Todo se hacía con una armonía, un silencio y unas maneras tan religiosas que era perfecto. Cuando mi Tía venía a buscarnos para el paseo nuestro juego continuaba inclu-so por la calle. Los dos solitarios recitaban(23vº)juntos el rosario, sirviéndose de sus dedos para no mostrar su devoción al indiscreto público, un día sin embargo el más joven solitario se olvidó, habiendo recibido un pastel para su colación, hizo antes de comerlo, una gran señal de la cruz, lo que hizo reír a todos los profanos del siglo…….

María y yo éramos siempre del mismo parecer, teníamos hasta tal punto los mismos gustos que una vez nuestra unión de voluntades traspasó los límites. Regresando una tarde de la Abadía, le digo a María: «Condúceme, voy a cerrar los ojos.» – «Yo quiero cerrarlos también, me responde ella.» Dicho y hecho, sin discutir cada una hizo su voluntad…. Estábamos sobre una acera, no teníamos que temer……… a los coches después de un agradable paseo de unos minutos, habiendo saboreado las delicias de caminar sin ver, las dos pequeñas atolondra-das cayeron juntas sobre unas cajas colocadas a la puerta de una tienda, o más bien ellas hicieron caer a estas últimas, el mercader salió todo encolerizado para levantar su mercancía, las dos ciegas voluntarias se habían levantado ya solas y caminaban a grandes pasos, los ojos bien abiertos, escuchando los justos repro-ches de Juana ¡que estaba tan enfadada como el tendero! Así que para castigar-nos resolvió separarnos y desde ese día María y Celina fueron juntas mientras que yo hacía mi camino con Juana. Esto puso fin a nuestra demasiado grande unión de voluntades y no fue un mal para las mayores las cuales al contrario no eran nunca del mismo parecer y discutían a lo largo de todo el camino. La paz así fue completa.

No he dicho nada aún de mis relaciones íntimas con Celina, ¡ah! (24rº) si tuviese que contarlo todo, no podría acabar…… En Lisieux los papeles habían cambiado, era Celina quien se había convertido en un malicioso duendecillo y Teresa no era más que una niñita muy dulce pero llorona en exceso….. Eso no

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impedía que Celina y Teresa se amaran más y más, a veces había algunas discu-siones pero no era grave y en el fondo eran siempre del mismo parecer. Puedo decir que jamás mi hermanita querida me causó pena sino que ella ha sido para mí como un rayo de sol, alegrándome y consolándome siempre…… ¿Quién po-drá decir con qué intrepidez me defendía en la Abadía cuando era acusada?.. Tenía tanto cuidado con mi salud que me aburría a veces. Lo que no me enojaba era verla divertirse, ponía en fila a toda la tropa de nuestras muñequitas y les daba clase como una hábil profesora, sólo tenía cuidado de que sus hijas fuesen siempre prudentes mientras que las mías eran a menudo expulsadas a causa de su mala conducta…. Me contaba todas las cosas nuevas que acababa de apren-der en su clase, lo que me divertía mucho, y la miraba como un pozo de ciencia… Yo había recibido el título de: «hijita de Celina», así cuando estaba enfadada conmigo su más grande muestra de descontento era decirme: «Tú no eres ya mi hijita se acabó, ¡me acordaré de ello siempre!......» Entonces yo no hacía más que llorar como una Magdalena, suplicándole me mirase de nuevo como su hijita, enseguida ella me abrazaba ¡y me prometía no acordarse ya de nada!... Para consolarme cogía una de sus muñecas (24vº) y le decía: «Querida mía, besa a tu tía.» Una vez la muñeca se apresuró tanto a abrazarme tiernamente que me pasó sus dos bracitos por la nariz… Celina que no lo había hecho a propósito me vio estupefacta con la muñeca colgada de mi nariz; la tía no tardó mucho tiempo en rechazar los abrazos demasiado tiernos de su sobrina y se echó a reír con todo su corazón por una tan singular aventura.

Lo más divertido era vernos comprar nuestros aguinaldos, juntas en el ba-zar, nos escondíamos cuidadosamente la una de la otra. Teniendo 10 céntimos para gastar hacían falta al menos 5 o 6 objetos diferentes, eran para que cada una comprase las más bellas cosas. Encantadas con nuestras compras esperába-mos con impaciencia el primer día del año para podernos ofrecer nuestros mag-níficos regalos. La que se levantaba antes que la otra se apresuraba a desearle feliz año, luego nos dábamos los regalos ¡cada una se admiraba por los tesoros conseguidos con 10 céntimos!....... Esos regalitos nos complacían tanto como los bellos presentes de mi tío, por otra parte esto no era sino el comienzo de las alegrías. Este día éramos rápidamente vestidas y cada una hacía guardia para saltar al cuello de Papá; en cuanto salía de la habitación, había gritos de alegría por toda la casa y este pobre Padrecito aparecía dichoso por vernos tan conten-tas…. Los regalos que María y Paulina ofrecían a sus hijitas no tenían un gran va-lor pero les producían también una alegría grande…¡Ah! Es que a esta edad no estábamos hastiadas, nuestra alma en toda su frescura se abría como una flor feliz de recibir el rocío de la mañana… El mismo soplo hacía balancear nuestras corolas y lo que producía alegría o pena (25rº) a la una se lo producía al mismo tiempo a la otra. Sí nuestras alegrías eran comunes, lo sentí [=experimenté] bien

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el bello día de la primera Comunión de mi Celina querida. No iba aún a la Aba-día al no tener más que siete años pero he conservado en mi corazón el muy dulce recuerdo de la preparación que vos,[Paulina, nueva corrección] mi Madre querida, hicisteis hacer a Celina, cada atardecer la poníais sobre vuestras rodillas y le hablabais del gran acto que iba a hacer, yo misma escuchaba ávida por pre-pararme también, pero muy a menudo me decíais que me fuese de allí porque era demasiado pequeña, entonces mi corazón se entristecía mucho y pensaba que no eran demasiado cuatro años para prepararse a recibir al Buen Dios………

Una tarde os oí que decíais que a partir de la primera Comunión, era preciso comenzar una nueva vida, entonces mismo resolví no esperar a ese día sino co-menzar una [la mía] al mismo tiempo que Celina…… Jamás había sentido tanto cuánto la quería como lo experimenté durante su retiro de tres días; por primera vez en mi vida estaba lejos de ella, no dormía en su cama… El primer día habien-do olvidado que no iba a venir, había guardado un manojito de cerezas que Papá me había comprado para comerlas con ella, al no verla llegar, tuve mucho pesar. [ me entristecí]. Papá me consoló diciéndome que me llevaría a la Abadía a la mañana siguiente para ver a mi Celina, ¡y que le llevaría otro manojo de cere-zas!....... El día de la 1ª Comunión de Celina me dejó una impresión semejante al de la mía, al despertarme por la mañana completamente sola en la gran cama, me sentí inundada de alegría. «¡Es hoy!...El gran día ha llegado…» no dejaba de repetirme (25vª) estas palabras. Me parecía que era yo quien iba a hacer mi 1ª Comunión. Creo que recibí grandes gracias ese día y lo considero como uno de los más bellos de mi vida…

He vuelto un poco atrás para traer a la memoria este delicioso y dulce re-cuerdo, ahora debo hablar de la dolorosa prueba que vino a romper el corazón de la pequeña Teresa, cuando Jesús le arrebató a su querida mamá, su Paulina ¡tan tiernamente amada!...

Un día, le había dicho a Paulina que desearía ser solitaria, irme con ella a un desierto lejano, ella me había respondido que mi deseo era el suyo y que espe-raría a que yo fuese lo bastante mayor para partir. Indudablemente esto no lo había dicho en serio, pero Teresita sí se lo había tomado en serio, así que cuál no sería su dolor al oír un día a su querida Paulina hablar con María de su próxima entrada en el Carmelo………..Yo no sabía lo que era el Carmelo, pero comprendía que Paulina iba a abandonarme para entrar en un convento, comprendía que ella no me esperaría y que iba a perder a mi segunda Madre….¡Ah! ¿Cómo podré expresar bien la angustia de mi corazón?... En un instante comprendí qué era la vida, hasta entonces la había visto tan triste, pero se me apareció en toda su realidad, vi que no era más que sufrimiento y una separación continua. Derramé lágrimas muy amargas, pues no comprendía aún la alegría del sacrificio, era dé-bil, tan débil que veo como una gran gracia haber podido soportar una prueba

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¡que parecía estar muy por encima de mis fuerzas!... Si me hubiese enterado más suavemente de la partida de mi Paulina querida, no habría quizá sufrido en tan gran manera pero (26rº) al recibirla por sorpresa fue como si una espada se hubiese clavado en mi corazón……….

Siempre recordaré, mi Madre querida, con qué ternura me consolasteis….. Después me explicasteis la vida del Carmelo ¡que me pareció tan bella!, Repa-sando en mi espíritu todo lo que me dijisteis, sentí que el Carmelo era el desier-to al que el Buen Dios quería que yo fuese también a esconderme…Lo sentí con tanta fuerza que no hubo la menor duda en mi corazón; no era un sueño de niña que se deja arrastrar, sino la certeza de una llamada Divina; quería ir al Carmelo no por Paulina sino por Jesús sólo……Pensé muchas cosas que las palabras no pueden reflejar, pero que dejaron una gran paz en mi alma.

A la mañana siguiente confié mi secreto a Paulina, quien considerando mis deseos como la voluntad del Cielo, me dijo que pronto iría con ella a ver a la Madre Priora del Carmelo y que tendría que decirle lo que el Buen Dios me ha-cía sentir.…Un Domingo fue el escogido para esta solemne visita, mi apuro fue grande cuando me di cuenta de que María G. debía quedarse conmigo, siendo demasiado pequeña para ver a las carmelitas; sin embargo era preciso que en-contrase el medio de quedarme sola, he aquí lo que me vino al pensamiento, dije a María que teniendo el privilegio de ver a la Madre Priora, teníamos que ser muy amables y muy educadas, para ello deberíamos confiarle nuestros secretos, así pues cada una en nuestro turno debería salir un momento y dejar a la otra completamente sola. María creyó en mi palabra y a pesar de su repugnancia a confiar secretos que no tenía, nos quedamos solas, la una después de la otra, junto a la M. M. de G. (26vº). Al oír mis grandes confidencias esta buena Ma-dre creyó en mi vocación, pero me dijo que no se podía recibir postulantes de 9 años y que sería preciso esperar a mis 16 años….. Yo me resigné pese a mi vivo deseo de entrar lo más pronto posible y de hacer mi 1ª Comunión el día de la toma de Hábito de Paulina…… Ese día fue cuando recibí cumplidos por segunda vez. Sr Th. De St Agustin habiendo venido a verme, no paraba de decir que era hermosa, no contaba con venir al Carmelo para recibir alabanzas, así que des-pués del locutorio, no cesaba de repetirle al Buen Dios que solo era por Él por quien yo quería ser carmelita.

Traté de aprovecharme bien de mi Paulina querida durante algunas sema-nas que ella se quedó aún en el mundo, cada día Celina y yo le comprábamos un pastel y bombones pensando que pronto no los comería ya; estábamos siempre a su lado no dejándole un minuto de reposo. En fin el 2 de Octubre llegó, día de lágrimas y de bendiciones en el que Jesús recogió la primera de sus flores, que debía ser la madre de las que vendrían a reunirse con ella pocos años después.

Veo aún el lugar en que recibí el último beso de Paulina, luego mi Tía nos

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llevó a todas a misa durante la cual Papá iba a ofrecer sobre la montaña del Carmelo su primer sacrificio……. Toda la familia lloraba de suerte que al vernos entrar en la Iglesia las personas nos miraban con asombro, pero eso me era igual y no me impidió llorar, creo que si todo se hubiese venido abajo en torno a mí no habría prestado atención alguna, miraba el hermoso Cielo azul ¡y me sorprendía que el Sol pudiese lucir con (27rº) tal resplandor, cuando mi alma estaba inundada de tristeza!...

¿Tal vez, mi Madre querida, encontráis que exagero la pena que sentía?.. Me doy perfecta cuenta de que no habría debido ser tan grande ya que tenía la esperanza de reencontrarnos en el Carmelo pero mi alma estaba LEJOS de estar madura, debía pasar para bien por el crisol de la prueba antes de conseguir le meta tan deseada………………..

El 2 de Octubre era el día señalado para la entrada en la Abadía, tuve pues que ir allí pese a mi tristeza…. Por la tarde mi Tía vino a buscarnos para ir al Carmelo y vi a mi Paulina querida al otro lado de las rejas….. ¡Ah! ¡cómo he sufrido en este locutorio del Carmelo! Puesto que escribo la historia de mi alma debo decirle todo a mi Madre querida, y confieso que los sufrimientos que había precedido a su entrada no fueron nada en comparación de los que vendrían.… Todos los Jueves íbamos en familia al Carmelo y yo habituada a relacionarme de corazón a corazón con Paulina obtenía como mucho dos o tres minutos al final del locutorio, bien entendido que los pasaba llorando y me iba de allí con el corazón destrozado…..… No comprendía que era por delicadeza para con mi Tía que vos dirigieseis preferentemente la palabra a Juana y a María en lugar de hablar a vuestras hijitas… no lo comprendía y me decía en el fondo de mi cora-zón: «¡¡¡Paulina está perdida para mí!!!»Es sorprendente ver cómo mi espíritu se desarrolló en el seno del sufrimiento, hasta tal punto que no tardé en caer enferma.

La enfermedad por la que fui alcanzada provenía ciertamente del demonio, furioso por vuestra entrada en el Carmelo quiso vengarse en mí del estropicio que nuestra familia le había de hacer en el porvenir, pero no sabía que la (27vº) dulce Reina del Cielo velaba por su frágil florecilla, que la sonreiría desde lo alto de su trono y se disponía a hacer cesar la tempestad en el momento en que su flor había de romperse sin remedio……

Hacia el fin de año fui presa de un dolor de cabeza continuo pero que no me hacía casi sufrir, podía proseguir mis estudios y nadie se inquietaba por mí, esto duró hasta la fiesta de Pascua de 1883. Habiendo ido Papá a París con María y Leonia, mi Tía me acogió en su casa con Celina. Una tarde mi Tío que me había llevado con él, me habló de Mamá, de los recuerdos pasados con una bondad que me emocionó profundamente y me hizo llorar, entonces me dijo que tenía demasiado corazón, que me hacía falta mucha distracción y resolvió con mi tía

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procurarnos placeres durante las vacaciones de Pascua; esa tarde debíamos ir al círculo católico, pero viendo que yo estaba demasiado fatigada mi Tía me hizo acostar, al desvestirme, fui presa de un temblor extraño, creyendo que tenía frío mi Tía me envolvió con mantas y botellas calientes pero nada pudo disminuir mi agitación que duró casi toda la noche. Mi Tío, al regresar del círculo católico con mis primas y Celina se sorprendió mucho al encontrarme en este estado que juzgó muy grave, pero no quiso decirlo para no asustar a mi Tía. A la mañana siguiente fue a buscar al Doctor Notta quien juzgó como mi Tío que tenía una enfermedad muy grave por la que nunca una niña tan pequeña había sido ata-cada. Todo el mundo estaba consternado, mi Tía tuvo que guardarme en su casa y me cuidó con una solicitud verdaderamente maternal. Cuando Papá llegó de París con mis hermanas mayores, Amada los recibió con una cara tan triste que María (28rº) creyó que estaba muerta.… Pero esta enfermedad, no era para que yo muriese, sino más bien como la de Lázaro para que Dios fuese glorificado… Lo fue así en efecto, por la resignación admirable de mi pobre Padrecito que pensó que «su hijita iba a volverse loca o bien que iba a morir»…¡Lo fue también por la de María!.. ¡Ah! cuánto sufrió por mi causa.…cuán agradecida le estoy por los cuidados que me prodigó con tanto desinterés…su corazón le dictaba lo que necesitaba y verdaderamente un corazón de Madre es mucho más sabio que el de un médico, sabe adivinar lo que conviene a la enfermedad de su hijo……

Esta pobre María hubo de venir a instalarse en casa de mi Tío pues era imposible trasladarme por entonces a los Buissonnetes. Entre tanto la toma de hábito de Paulina se aproximaba, se evitaba hablar de ello delante de mí sa-biendo la pena que sentiría por no poder ir, pero yo decía a menudo que estaría suficientemente bien para ir a ver a mi Paulina querida.- En efecto, el Buen Dios no quiso rehusarme esta consolación o mejor quiso consolar a su Prometida querida que había sufrido tanto por la enfermedad de su hijita.... He compro-bado que, Jesús no quiere probar a sus hijas el día de sus nupcias, esta fecha debe ser sin nubes, un anticipo de las alegrías del Paraíso, ¿no lo ha demostrado ya 5 veces?... Pude pues abrazar a mi Madre querida, sentarme en sus rodillas y colmarle de caricias….. Pude contemplarla tan radiante bajo el blanco vestido de Prometida…. ¡Ah! fue un bello día, en medio de mi sombría prueba, pero pasó rápido….. Pronto hube de montarme en el coche que me llevó bien lejos de Paulina… bien lejos de mi Carmelo querido. Al llegar a los Buissonnetes, se me acostó, a pesar mío pues aseguraba(28vº) estar perfectamente curada y no te-ner necesidad de cuidados. Desgraciadamente, ¡no estaba entonces más que al comienzo de mi prueba!... A la mañana siguiente fui zurcida [atacada] como no lo había sido y la enfermedad devino tan grave que no iba a curarse siguiendo los cálculos humanos…. No sé cómo describir una enfermedad tan extraña, es-toy persuadida ahora de que era obra del demonio, pero mucho tiempo después

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de mi curación he creído que me había puesto a propósito enferma y esto fue entonces un verdadero martirio para mi alma….

Se lo dije a María quien me tranquilizó lo mejor que pudo con su bondad acostumbrada. Lo dije en confesión y allí también mi confesor trató de tranqui-lizarme diciendo que no era posible haber hecho que pareciese estar enferma hasta el punto en que yo lo había estado. El Buen Dios que quería sin duda puri-ficarme y sobre todo humillarme me dejó este martirio íntimo hasta mi entrada en el Carmelo donde el Padre de nuestras almas me espantó todas mis dudas como con la mano y desde ese día estoy perfectamente tranquila.

No es sorprendente que [me] haya creído (=imaginado) haber fingido estar enferma sin estarlo en efecto, pues decía y hacía cosas que no pensaba, casi siempre parecía delirar diciendo palabras que no tenían sentido y sin embargo estoy segura de no haber estado privada un solo instante del uso de mi razón….. Parecía a menudo desvanecida no haciendo el más leve movimiento, entonces me hubiera dejado hacer todo lo que se hubiera querido, incluso matar, sin em-bargo yo oía todo lo que se decía a mi alrededor y me acuerdo aún de todo…. Me sucedió una vez estar mucho tiempo sin poder abrir los ojos y abrirlos en un momento en que me encontraba sola……..…

Creo que el demonio había recibido un poder exterior sobre mí pero (29rº) que no podía acercarse a mi alma ni a mi espíritu, si no era para inspirarme mie-dos muy grandes sobre ciertas cosas, por ejemplo hacia los remedios muy senci-llos que en vano se trataba de hacerme aceptar. Pero si el Buen Dios permitía al demonio aproximarse a mí me enviaba también ángeles visibles.… María estaba siempre al lado de mi cama cuidándome y consolándome con la ternura de una Madre, nunca testimonió el más mínimo enojo mientras que yo le correspondía muy malamente, no sufriendo que ella se alejase de mí. Tenía que ir sin embar-go a comer con Papá, pero yo no cesaba de llamarla todo el tiempo que estaba fuera, Victoria que me cuidaba a veces se veía obligada a ir a buscar a mi querida «Mamá» como yo la llamaba…Cuando María quería salir tenía que ser para ir a misa o bien [para] ver a Paulina, entonces no decía nada…….…

Mi Tío y mi Tía eran también muy buenos para conmigo, mi querida Tiíta venía todos los días a verme y me traía mil chucherías. Otras personas amigas de la familia vinieron también a visitarme, pero yo supliqué a María que les dije-se que no quería recibir visitas, me desagradaba «ver personas sentadas alrede-dor de mi cama como ristra de cebollas y mirándome como una bestia curiosa». La única visita que yo quería era la de mi Tío y mi Tía.

Desde esta enfermedad no sabría decir cuánto aumentó mi afecto para con ellos, comprendí mejor que nunca que no eran para nosotros unos parientes ordinarios. ¡Ah! este pobre Padrecito tenía mucha razón cuando nos repetía con frecuencia las palabras que acabo de escribir. Más tarde él experimentó que

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no estaba equivocado y ahora debe proteger y bendecir a los que le prodigaron cuidados tan abnegados…… Yo aún estoy exilada y no sabiendo mostrar mi agra-decimiento, no tengo más que un único medio para aliviar mi corazón: ¡Rogar por los parientes que amo, que fueron y [que] son aún buenos para mí! { Este último párrafo escrito en nota en la parte baja del folio}

Leonia era también muy buena conmigo, tratando de divertirme de la me-jor manera, yo le causaba a veces pena pues veía claramente que María no podía ser reemplazada a mi lado………

Y mi Celina querida ¿qué no hacía por su Teresa?... El Domingo en lugar de ir a pasear venía a encerrarse horas enteras con una pobre chiquilla que parecía una idiota; verdaderamente (29vº) se necesitaba amor para no rehuirme..... ¡Ah! mis queridas Hermanitas, ¡cuánto os he hecho sufrir!... nadie os había causado tanta pena como yo y nadie ha recibido tanto amor como vosotras me habéis prodigado…… Felizmente tendré el cielo para vengarme, mi Esposo es muy rico y dispondré de sus tesoros de amor a fin de rendiros el céntuplo de todo lo que vosotras habéis sufrido por mi causa…………………….-…

Mi mayor consuelo mientras estaba mala, era recibir una carta de Paulina… La leía, la releía hasta sabérmela de memoria….. Una vez mi Madre querida, me enviasteis un reloj de arena y una de mis muñecas vestida de carmelita, expresar mi alegría es cosa imposible… Mi Tío no estaba contento, decía que en lugar de hacerme pensar en el Carmelo sería preciso alejarlo de mi espíritu, pero yo lo sentía al contrario, era la esperanza de ser un día carmelita lo que me hacía vivir..… Mi placer era trabajar para Paulina, le hacía pequeñas labores en papel bristol y mi mayor ocupación consistía en hacer coronas de margaritas y de mio-sotas para la Santa Virgen, estábamos en el mes de mayo, toda la naturaleza se engalanaba de flores y respiraba alegría, únicamente la «florecilla» languidecía y parecía para siempre marchita… Sin embargo tenía un Sol cerca de ella, ese Sol era la Estatua milagrosa de la Sta Virgen que había hablado dos veces a Mamá, y a menudo, muy a menudo la florecilla volvía su corola hacia ese Astro bendito… Un día vi a Papá entrar en la habitación de María en la que yo estaba acostada; y dándole varias monedas de oro con una expresión de gran tristeza le dijo que escribiese a París y que encargara misas en Nuestra Señora de las Victorias para que ella curase a su pobre hijita. ¡Ah! cómo fui conmovida al ver la Fe y el Amor de mi Rey querido (30rº), hubiese querido poder decirle que estaba curada, pero ya le había procurado bastantes falsas alegrías, no eran mis deseos los que podían hacer un milagro, pues se necesitaba uno para curarme.… Se necesitaba un milagro y fue Nuestra Señora de las Victorias quien lo hizo. Un Domingo (durante el novenario de misas) María salió al jardín dejándome con Leonia que leía cerca de la ventana, al cabo de unos minutos me puse a llamar muy bajo: «Mamá… Mamá». Leonia que estaba acostumbrada a oírme siempre llamar así,

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no me prestó atención. Esto duró bastante tiempo, entonces yo llamé más fuer-te y al final vino María, la vi perfectamente entrar, pero no podía decir que la reconociese y continué llamando siempre más fuerte: «Mamá….» Sufría mucho con esta lucha forzada e inexplicable, y María sufriendo quizá aún más que yo, después de vanos esfuerzos para demostrarme que ella estaba a mi lado, se puso de rodillas al lado de mi cama con Leonia y Celina luego volviéndose hacia la Santa Virgen y rogándole con el fervor de una Madre que intercediese por la vida de su hija, María obtuvo lo que deseaba…….

Al no encontrar ningún socorro en la tierra, la pobre Teresita se había vuel-to también hacia su Madre del Cielo, le rogó con todo su corazón que tuviese al fin piedad de ella…….… De pronto la Santa Virgen me pareció bella, tan bella como jamás había visto yo nada tan bello, su rostro respiraba una bondad y una ternura inefables, pero lo que me penetró hasta el fondo de mi alma fue la «encantadora sonrisa de la Sta Virgen». Entonces todas mis penas se des-vanecieron, dos gruesas lágrimas brotaron de mis párpados y se deslizaron si-lenciosamente por mis mejillas, pero eran lágrimas de alegría sin mezcla... ¡Ah! pensé, la Sta Virgen me ha sonreído, qué feliz soy... sí(30vº) pero jamás se lo diré a nadie, pues entonces mi dicha desaparecería. Sin esfuerzo alguno entorné los ojos y [vi] a María que me miraba con amor, parecía emocionada y parecía sospechar el favor que la Sta Virgen me había concedido… ¡Ah! a ella era, a sus oraciones conmovedoras a las que yo debía la gracia de la sonrisa de la Reina de los Cielos. Al ver mi mirada fija en la Santa Virgen, ella se había dicho: «¡Teresa está curada». Sí la florecilla iba a renacer a la vida, el Rayo luminoso que le había recalentado no debía detener sus favores, no actuó de golpe, sino dulcemente, suavemente recuperó su flor y la fortificó de tal manera que cinco años después se abría sobre la montaña fértil del Carmelo.

Como ya lo he dicho, María había adivinado que la Santa Virgen me había concedido alguna gracia oculta, por eso cuando estuve sola con ella, al pregun-tarme lo que había visto, no pude resistir sus requerimientos tan tiernos y tan apremiantes, asombrada de ver mi secreto descubierto sin que lo hubiese reve-lado, lo confié todo entero a mi querida María… ¡Ay! como lo había presentido, mi dicha iba a desaparecer y a cambiarse en amargura; durante cuatro años el recuerdo de la gracia inefable que había recibido fue para mí una verdadera pena del alma, no iba a reencontrar mi gozo sino a los pies de Nuestra Señora de las Victorias, pero entonces me fue devuelta en toda su plenitud…volveré a hablar más tarde de esta segunda gracia de la Sta Virgen. Ahora me es preciso deciros, mi Madre querida, cómo mi alegría se tornó tristeza. María después de haber oído el relato ingenuo y sincero de «mi gracia» me pidió permiso para decirlo en el Carmelo, no podía decir…. no…… En mi primera visita a ese Carmelo querido, me sentí llena de alegría viendo a mi Paulina con el hábito de

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la Santa Virgen (31rº), fue un momento muy dulce para nosotras dos…… Había tantas cosas que decirse que no pude decir nada en absoluto, mi corazón esta-ba demasiado lleno…….. La buena Madre M. de Gonzaga estaba allí también, dándome mil muestras de afecto, vi también a algunas otras hermanas y de-lante de ellas, se me preguntó por la gracia que había recibido, [María] pregun-tándome si la Sta Virgen llevaba al niño Jesús, o bien si tenía mucha luz, etc.... Todas estas cuestiones me atribularon y me causaron gran pena, yo no podía decir más que una cosa: «La Santa Virgen me había parecido muy bella…y la había visto sonreírme.» Era su rostro únicamente lo que me había impresiona-do, también viendo que las carmelitas se imaginaban muy otra cosa (mis penas de alma habían comenzado ya con el tema de mi enfermedad) me figuraba ha-ber mentido…..… Sin duda, si hubiese guardado mi secreto, habría conservado también mi dicha, pero la Sta Virgen ha permitido este tormento para el bien de mi alma, quizá sin él habría tenido algún pensamiento de vanidad, mientras que al convertirse la humillación en mi lote, [hacía que] no podía mirarme sin un sentimiento de profundo horror…¡Ah! ¡lo que he sufrido no podré decirlo más que en el Cielo!.....................................

Hablando de visita a las Carmelitas recuerdo la primera, que tuvo lugar poco tiempo después de la entrada de Paulina, he olvidado hablar de ello más arriba pero hay un detalle que no debo omitir. La mañana del día en que debía ir al locutorio, reflexionando completamente sola en mi cama (pues era allí donde yo hacía mis más profundas oraciones y contrariamente a la esposa de los can-tares allí encontraba siempre a mi Bien-Amado), Yo me preguntaba qué nombre tendría en el Carmelo, sabía que había una Sor Teresa de Jesús, sin embargo mi bonito nombre de Teresa no podría serme arrebatado. De pronto pensé (31vº) en el Pequeño Jesús que yo amaba tanto y me dije: «¡Oh! ¡qué feliz sería de llamarme Teresa del Niño Jesús!» No dije nada en el locutorio sobre el sueño que había tenido toda despierta, pero esta buena Madre M. de Gonzaga al pre-guntar a las hermanas qué nombre tendrían que darme, le vino al pensamiento llamarme con el nombre que yo había soñado…. Mi alegría fue grande y esta fe-liz coincidencia de pensamiento me pareció una delicadeza de mi Bien-Amado Pequeño Jesús.

He olvidado también algunos pequeños detalles de mi infancia antes de mi entrada en el Carmelo, no os he hablado de mi amor por las imágenes y la

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lectura..… Y sin embargo, mi Madre querida, debo a las bellas estampas que me enseñabais como recompensa, una de las más dulces alegrías y de las más fuertes impresiones que me han azuzado en la práctica de la virtud… Se me pasaban las horas mirándolas, por ejemplo: La Florecilla del Divino Prisionero me decía tantas cosas que me zambullía en ella. Viendo que el nombre de Paulina estaba escrito al pie de la florecilla hubiese querido que el de Teresa estuviese también allí y me ofrecía a Jesús para ser su florecilla….. Si no sabía jugar, amaba mucho la lectura y en ello habría pasado mi vida, felizmente, tenía para guiarme ángeles de la tierra que me elegían libros que divirtiéndome nutrían mi corazón y mi espíritu, y además no debía pasar más que un cierto tiempo leyendo lo que era tema de grandes sacrificios interrumpiendo frecuentemente mi lectura en medio del pasaje más apasionante…. Esta atracción por la lectura ha durado hasta mi entrada en el Carmelo. Decir el número de libros que me han pasado por las manos no me sería posible, pero nunca el Buen Dios ha permitido que leyese ni uno solo capaz de hacerme mal. Es verdad que leyendo ciertos relatos caballerescos, no sentía siempre al primer momento la verdad de la vida, pero pronto el Buen Dios me hacía (32rº)sentir que la verdadera gloria es aquella que durará eternamente, y que para llegar a ella no era necesario hacer obras relumbrantes sino esconderse y practicar la virtud de suerte que la mano izquierda ignore lo que hace la derecha.… Es así que al leer las novelas de hechos patrióticos de las heroínas Francesas en particular las de la Venerable JUANA de ARCO, tenía un gran deseo de imitarlas, me parecía sentir en mí, el mismo ardor del que ellas estaban animadas, la misma inspiración Celestial, entonces recibí una gracia que siempre he mirado como una de las más grandes de mi vida, pues a esta edad no recibía luces como [estas] por las que ahora estoy inundada. Pensaba que había nacido para la gloria y buscando el medio de llegar a ella, el Buen Dios me inspiró los sentimientos que acabo de expresar. Me hizo comprender también que mi gloria no aparecería a los ojos mortales ¡¡¡que….. consistiría en llegar a ser una gran Santa!!!..... Este deseo podría parecer temerario si se considera cuán débil era yo e imperfecta y cuánto lo soy aún después de siete años pasados en religión, con todo siento siempre la misma confianza audaz de llegar a ser una gran Santa, pues no cuento con mis méritos no teniendo ninguno sino que espero en El que es la Virtud, la Santidad Misma, es Él solamente quien contentándose con mis débiles esfuerzos me levantará hasta Él y, cubriéndome con sus méritos infinitos, me hará Santa. No pensaba entonces que era preciso sufrir mucho para llegar a la santidad, el Buen Dios no tardó en mostrármelo enviándome las pruebas que he contado arriba…… Ahora debo reemprender mi relato en el punto en que lo había dejado.- Tres meses después de mi curación Papá nos hizo hacer el viaje a Alençon, era la primera vez que tornábamos allí y mi alegría fue muy grande volviendo a ver los lugares

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en los que había transcurrido mi infancia,(32vº)sobre todo al poder rezar sobre la tumba de Mamá y pedirle que me protegiera siempre…..

El Buen Dios me ha concedido la gracia de no conocer el mundo más que lo justo para despreciarlo y alejarme de él. Podría decir que fue durante mi es-tancia en Alençon que hice mi primera entrada en el mundo. Todo era alegría, felicidad en torno a mí, era festejada, mimada, admirada, en una palabra mi vida durante quince días solo estuvo sembrada de flores… Confieso que esa vida te-nía encantos para mí. La Sabiduría tiene mucha razón al decir: «Que el hechizo de las bagatelas del mundo seduce el espíritu incluso el alejado del mal.» A los diez años el corazón se deja fácilmente deslumbrar, también considero como una gran gracia no haberme quedado en Alençon; los amigos que teníamos allí eran demasiado mundanos, sabían demasiado juntar las alegrías de la tierra con el servicio del Buen Dios. No pensaban bastante en la muerte y sin embargo la muerte vino a visitar a un gran número de personas que he conocido¡¡¡jóvenes, ricas, y dichosas!!! Amo regresar con el pensamiento a los lugares encantadores en los que vivieron, para preguntarme ¿dónde están, qué les reportaron casti-llos y parques en los que los he visto gozar de las comodidades de la vida?... Y veo que todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el Sol…Que el único bien está en amar a Dios de todo corazón y ser aquí abajo pobre de espíritu……………….

Quizá Jesús ha querido mostrarme el mundo antes de la primera visita que debía hacerme a fin de que eligiese más libremente la vía que debía prometerle seguir. La época de mi primera Comunión ha quedado grabada en mi corazón, como un recuerdo sin nubes, me parece que no podía estar mejor preparada de como lo estuve, y además mis penas de alma me abandonaron durante cerca de un año. Jesús quería hacerme gustar una alegría tan perfecta como es posible en este valle de lágrimas……

(33rº)¡Os acordáis, mi Madre querida, del encantador librito que me hicis-teis tres meses antes de mi primera Comunión !.. fue el que me ayudó a dispo-ner mi corazón de una manera seguida y rápida, pues si desde hacía tiempo yo la preparaba ya, faltaba ciertamente darle un nuevo impulso, llenarlo de flores nuevas a fin de que Jesús pudiese reposar en ella con placer…. Cada día hacía un gran número de prácticas que componían otras tantas flores, hacía también un mayor número de aspiraciones que me habíais escrito en mi librito para cada día y estos actos de amor conformaban los capullos de flores….

Cada semana me escribíais una bonita cartita que me llenaba el alma de pensamientos profundos y me ayudaba a practicar la virtud, era un consuelo para vuestra hijita que hacía un tan gran sacrificio aceptando no ser preparada cada tarde sobre vuestras rodillas como lo había sido su querida Celina.… Era María quien reemplazaba a Paulina para mí, yo me sentaba sobre sus rodillas y allí escuchaba ávidamente lo que ella me decía me parece que todo su corazón,

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tan grande, tan generoso, pasaba a mí.- como los ilustres guerreros instruyen a sus hijos en el oficio de las armas, así me hablaba ella de los combates de la vida, de la palma entregada a los victoriosos…. María me hablaba también de las riquezas inmortales que es fácil amasar cada día, de la desgracia de pasar sin querer darse la molestia de tender la mano para cogerlas, luego me indicaba el modo de ser santa por la fidelidad en las pequeñas cosas, me dio la hojita:» Del renunciamiento» que meditaba con deleite…

¡Ah! ¡qué elocuente era mi querida madrina! Habría querido no ser yo sola en oír sus profundas enseñanzas, me sentía tan conmovida que en mi ingenui-dad creía que los más grandes pecadores habrían sido conmovidos como yo y [que] dejando sus riquezas perecederas, … no habrían querido ganar (33vº) más que las del Cielo..…En esta época nadie me había enseñado todavía el modo de hacer oración, yo tenía sin embrago muchas ganas de ello, pero María encon-trándome bastante piadosa, no me dejaba hacer más que mis oraciones. Un día una de mis maestras de la Abadía me preguntó qué hacía los días de va-cación cuando estaba sola. Yo le respondí que me ponía detrás de mi cama en un espacio vacío que allí había y que me era fácil cerrar con la cortina y que allí «pensaba.»- Pero ¿en qué pensáis? me dice ella.- Pienso en el buen Dios, en la vida… en la eternidad, en fin ¡pienso!..... La buena religiosa se rió mucho de mí, más tarde quería recordarme el tiempo en que yo pensaba preguntándome si pensaba todavía.… Comprendo ahora que hacía oración sin saberlo y que ya el Buen Dios me instruía en secreto.

Los tres meses de preparación pasaron rápido, pronto hube de entrar en retiro y para ello volver al gran pensionado, durmiendo en la Abadía. No puedo expresar el dulce recuerdo que me ha dejado este retiro, verdaderamente si he sufrido mucho en el internado, he sido largamente compensada por la dicha inefable de aquellos días pasados en la espera de Jesús….. No creo que pueda gustarse esta alegría en otro lugar que [no sea] en las comunidades religiosas, siendo pequeño el número de niñas, es fácil ocuparse de cada una en particular y verdaderamente nuestras maestras nos prodigaban en aquel momento cui-dados maternales. Se ocupaban incluso más de mí que de las demás, cada atar-decer la primera maestra venía con su pequeña linterna a besarme a mi cama mostrándome un gran afecto, una noche conmovida por su bondad le dije que iba a confiarle un secreto y sacando misteriosamente mi precioso librito que estaba bajo mi almohada, se lo enseñé con ojos radiantes de alegría… Por la ma-ñana, encontraba muy gentil ver a todas las alumnas levantarse del sueño(34rº)y hacer como ellas, pero no estaba habituada a hacer mi toilette yo sola, María no estaba allí para rizarme así que debía ir tímidamente a presentar mi peine a la maestra del tocador, ella se reía al ver a una gran chica de 11 años que no sabía servirse [por sí misma], sin embargo me peinaba, pero no tan dulcemente como

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María y sin embargo yo no osaba gritar, lo que [sí] ocurría todos los días bajo la dulce mano de [mi] madrina….. Experimenté durante mi retiro que era una niña mimada y atendida como había pocas sobre la tierra, sobre todo entre las niñas que están privadas de su madre……. Todos los días María y Leonia venían a ver-me con Papá que me colmaba de chucherías, así que no he sufrido la privación de estar lejos de la familia y nada vino a oscurecer el hermoso Cielo de mi retiro.

Escuchaba con mucha atención las instrucciones que nos daba Mr el abate Domin y escribía incluso un resumen de ellas; de mis pensamientos no quise escribir ninguno diciéndome que me acordaría bien de ellos, lo que fue verdad….. Era para mí una gran dicha ir con las religiosas a todos los oficios; me hacía no-tar entre mis compañeras por un gran Crucifijo que Leonia me había regalado y que pasaba por mi cintura a la manera de los misioneros, ese Crucifijo causaba envidia a las religiosas que pensaban que quería, al llevarlo, imitar a mi hermana carmelita…… ¡Ah! claro que era hacia ella que se dirigían mis pensamientos, sa-bía que mi Paulina estaba en retiro como yo, no para que Jesús se diese a ella, sino para darse ella misma a Jesús, esta soledad pasada a la espera me era pues doblemente querida……

Recuerdo que una mañana se me había hecho ir a la enfermería porque to-sía mucho (después de mi enfermedad mis profesoras tenían una gran atención hacia mí, por un ligero dolor de cabeza, o bien si me veían más pálida que de (34vº) ordinario, me enviaban a tomar el aire o a reposar en la enfermería..) Vi entrar a mi Celina querida, había obtenido permiso para venir a verme a pesar del retiro para ofrecerme una imagen que me produjo un enorme placer, era «La florecilla del Divino Prisionero» ¡Oh! ¡cuán dulce me fue recibir ese recuerdo de la mano de Celina!... ¿Cuántos pensamientos de amor no he tenido por causa de ella?.... La víspera del gran día recibí la absolución por segunda vez, mi confesión general me dejó una gran paz y el Buen Dios no permitió que la más ligera nube viniese a turbarla. Por la tarde pedí perdón a toda la familia que vino a verme pero yo no pude hablar más que con mis lágrimas, estaba demasiado emocio-nada…… Paulina no estaba allí, sin embargo sentía que estaba cerca de mí con el corazón, me había enviado una bella imagen por María, ¡no me hartaba de admirarla y de hacerla admirar por todo el mundo!... Había escrito al buen Pa-dre Pichon para encomendarme a sus oraciones, diciéndole también que pronto sería carmelita y que entonces él sería mi director (Eso fue en efecto lo que ocu-rrió cuatro años más tarde, ya que fue en el Carmelo donde yo le abrí mi alma…).. María me dio una carta de él, ¡verdaderamente era demasiado feliz!... Todas las alegrías me llegaban juntas. Lo que me causó mayor placer en su carta fue esta frase: «¡Mañana, yo subiré al Santo Altar por vos y vuestra Paulina!» Paulina y Teresa se unieron más y más el 8 de Mayo, pues Jesús parecía confundirlas inundándolas con sus gracias……….

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El «bello día entre los días» llegó al fin, ¡qué inefables recuerdos han deja-do en mi alma los más pequeños detalles de esta jornada del Cielo!... El gozoso despertar de la aurora, los abrazos respetuosos y tiernos de las maestras y de las(35rº) compañeras mayores… La gran habitación repleta de copos de nieve con los que cada niña se veía revestir en su turno… Sobre todo la entrada a la capilla y el canto matinal del hermoso cántico: «¡Oh santo Altar que los ángeles rodean!»

Pero no quiero entrar en detalles, hay cosas que pierden su perfume cuando son expuestas al aire, son pensamientos del alma que no pueden traducirse en lenguaje de la tierra sin perder su sentido íntimo y Celeste, son como esa «Pie-dra blanca que será dada al vencedor y sobre la que está escrito un nombre que nadie conoce más que el que la recibe.»¡Ah! ¡qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi alma!....................

Fue un beso de amor, me sentía amada y yo decía también: «Os amo, me doy a vos para siempre.» No hubo preguntas, ni luchas, ni sacrificios, desde hacía mucho tiempo, Jesús y la pobre Teresita se habían mirado y se habían comprendido…Ese día no era solo una mirada, sino una fusión, no eran ya dos, Teresa había desaparecido, como la gota de agua que se pierde en el seno del océano quedando sólo Jesús. Él era el Maestro, el Rey. ¡No le había pedido Teresa que le quitase su libertad, pues su libertad le daba miedo, se sentía tan débil, tan frágil que quería unirse para siempre a la Fuerza Divina!... Su alegría era demasiado grande, demasiado profunda como para que la pudiese contener, lágrimas deliciosas la inundaron pronto ante el gran asombro de sus compa-ñeras, que más tarde se decían la una a la otra: «¿Por qué ha llorado? ¿Alguna cosa la ha molestado?...- ¿No será más bien el no ver a su lado a su Madre o a su Hermana a la que quiere tanto, la que es carmelita?» No comprendían que llegando toda la alegría del Cielo a un corazón, ese corazón desterrado no pu-diese soportarla sin derramar lágrimas…… ¡Oh! no, la ausencia de Mamá no me causaba pena el día de mi primera comunión, el Cielo ¿no estaba (35vº) en mi alma, y Mamá no había ya cogido un lugar allá desde hacía tiempo? Por eso al recibir la visita de Jesús recibía también la de mi Madre querida que me bende-cía regocijándose con mi felicidad… No lloraba la ausencia de Paulina, sin duda habría sido feliz de verla a mi lado, pero desde hacía tiempo había aceptado mi sacrificio; en aquel día, sólo la alegría llenaba mi corazón, ¡me unía a ella que se daba irrevocablemente a Aquél que se daba tan amorosamente a mí!........ A la tarde fui yo quien pronunció el acto de consagración a la Sta Virgen, era muy justo que yo hablase en nombre de mis compañeras a mi Madre del Cielo, yo que había sido privada tan joven de mi Madre de la tierra…… Puse todo mi cora-zón al hablarle, al consagrarme a ella, como una niña que se arroja en los brazos de su Madre y le pide que vele por ella. Me parece que la Santa Virgen debió mirar a su florecilla y sonreírla, ¿ no era ella la que que la había curado por (con)

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una visible sonrisa?.. ¿No había ella depositado en el cáliz de su florecilla, a su Jesús, la Flor de los Campos, el Lirio de los Valles?...

Al atardecer de este bello día retorné a mi familia de la tierra, ya por la mañana después de la misa, había abrazado a Papá y a todos mis queridos pa-rientes, pero era entonces la verdadera reunión, Papá asiendo la mano de su reinecita, se dirigió al Carmelo….. Entonces pude ver a mi Paulina convertida en Esposa de Jesús, la vi con su velo blanco como el mío y su corona de rosas….. ¡Ah! ¡mi alegría fue sin amargura, esperaba reunirme con ella pronto y esperar con ella el Cielo!

No fui insensible a la fiesta de familia que tuvo lugar la tarde de mi primera Comunión, el bello reloj que me regaló mi Rey me causó gran placer, pero mi alegría era tranquila y nada vino a turbar mi paz íntima.

María me acostó con ella la noche que siguió a ese bello día, pues los días más radiantes son seguidos de tinieblas, ¡sólo el día de la primera, de la única, (36r)de la eterna Comunión del Cielo será sin ocaso!...........

El día siguiente de mi primera Comunión aún fue un bonito día, pero estu-vo impregnado de melancolía, el hermoso tocador que María me había compra-do, todos los regalos que había recibido no me llenaban el corazón, no había en él más que Jesús, que pudiera contentarme, aspiraba al instante en que podría recibirlo una segunda vez. Aproximadamente un mes después de mi primera comunión fui a confesarme para la Ascensión y me atreví a pedir permiso para hacer la Santa comunión. Contra toda esperanza, Mr el abate me lo permitió y tuve la dicha de ir a arrodillarme a la Santa Mesa entre Papá y María; ¡qué dulce recuerdo he conservado de esta segunda visita de Jesús! Mis lágrimas corrieron de nuevo con una inefable dulzura, me repetía a mí misma sin cesar estas pala-bras de St Pablo: «¡No soy yo quien vivo, es Jesús quien vive en mí!...»Después de esta comunión, mi deseo de recibir al Buen Dios fue haciéndose más y más grande, obtuve el permiso de hacerla todas las fiestas principales. La víspera de estos dichosos días María me ponía al atardecer en sus rodillas y me preparaba como lo había hecho para mi primera comunión, recuerdo que una vez me ha-bló del sufrimiento, diciéndome que no daría probablemente un paso por esta vía sin que el Buen Dios me llevase siempre como una niña………..

El día siguiente después de mi comunión, las palabras de María me vinieron al pensamiento; sentí nacer en mi corazón un gran deseo de sufrimiento y al mismo tiempo la íntima seguridad de que Jesús me reservaba un gran número de cruces, me sentí inundada de consolaciones tan grandes que las veo como una de las gracias más grandes de mi vida. El sufrimiento se me hizo atractivo, tenía encantos que me maravillaban sin conocerlos bien; hasta entonces había sufrido sin amar el sufrimiento, desde ese día sentí por él(36vº) un verdadero amor. Sentía también el deseo de no amar más que al Buen Dios, de no encontrar

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alegría más que en Él, a menudo durante mis comuniones, repetía estas palabras de la Imitación: «¡Oh Jesús! dulzura inefable, ¡cambiad para mí en amargura todos los consuelos de la tierra!...» Esta oración salía de mis labios sin esfuerzo, sin coacción, me parecía que la repetía, no por mi voluntad, sino como un niño que repite las palabras que una persona amada le inspira…… Más tarde os diré, mi Madre querida, cómo Jesús se ha complacido en realizar mi deseo, cómo fue Él siempre , sólo Él mi dulzura inefable, si os hablara de ello pronto me vería obligada a anticiparme al tiempo de mi vida de joven, me restan aún muchos detalles que daros sobre mi vida de niña.

Poco tiempo después de mi primera comunión entré de nuevo en retiro para mi Confirmación. Me había preparado con mucho cuidado para recibir la visita del Espíritu Santo, no comprendía que no se prestase una gran atención a la recepción de este sacramento de Amor. Ordinariamente no se hacía más que un día de retiro para la Confirmación pero no pudiendo venir Monseñor el día señalado, tuve el consuelo de tener dos días de soledad. Para distraer-nos nuestra maestra nos condujo a Monte Casino y allí recogí a manos llenas grandes margaritas para la Fiesta de Dios. ¡Ah!, cuán gozosa estaba mi alma como los apóstoles yo esperaba con gozo la visita del Espíritu Santo… Me re-gocijaba el pensamiento de ser pronto perfecta cristiana y sobre todo de tener eternamente sobre la frente la cruz misteriosa que el Obispo marca al imponer el sacramento…… En fin el feliz momento llegó, no sentí un viento impetuoso en el instante del descenso del Santo Espíritu, sino más bien esa brisa ligera de la que oyó el profeta Elías el murmullo sobre el monte Horeb… En ese día recibía la fuerza para sufrir pues muy pronto el martirio de mi alma debía (37rº) comenzar…. Fue mi querida Leonita quien me sirvió de Madrina, estaba tan emocionada que no pudo impedir que sus lágrimas corriesen durante toda la ceremonia. Conmigo recibió la Santa Comunión pues tuve la dicha de unirme a Jesús de nuevo en ese bello día.

Después de esas deliciosas e inolvidables fiestas, mi vida volvió a lo ordi-nario, es decir que hube de reemprender la vida del pensionado que me era tan penosa. En el momento de mi primera Comunión yo amaba esta existencia con niñas de mi edad, todas llenas de buena voluntad habiendo tomado como yo la resolución de practicar seriamente la virtud, pero había de establecer contacto con alumnas bien diferentes, disipadas, que no querían observar la regla, y eso me volvía muy desdichada. Yo era de carácter alegre, pero no sabía jugar a los juegos de mi edad, frecuentemente durante las recreaciones, me apoyaba con-tra un árbol y allí contemplaba el panorama, ¡entregándome a serias reflexiones! Había ideado un juego que me agradaba, consistía en enterrar a los pobres pa-jarillos que nos encontrábamos muertos debajo de los árboles, muchas alumnas quisieron ayudarme de suerte que nuestro cementerio llegó a ser muy bonito,

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plantado de árboles y flores proporcionadas a la grandeza de nuestros peque-ños emplumados. Me gustaba contar historias que inventaba a medida que me venían a la mente, mis compañeras entonces me rodeaban con atención y a veces alumnas mayores se mezclaban con la tropa de oyentes. La misma histo-ria duraba varios días, pues me complacía en hacerla más y más interesante a medida que veía la impresión que producía y que se mostraba en los rostros de mis compañeras, pero pronto, la maestra me prohibió continuar con mi oficio de orador queriendo vernos jugar y correr y no discurrir…..

Retenía fácilmente el sentido de las cosas que aprendía, pero tenía dificul-tad para aprender palabra por palabra, también para el catecismo, pedí (37vº) casi todos los días durante el año que precedió a mi primera Comunión, permi-so para aprenderlo durante los recreos, mis esfuerzos fueron coronados por el éxito y fui siempre la primera. Si por casualidad por una sola palabra olvidada perdía mi lugar, mi dolor se manifestaba mediante lágrimas amargas que Mr

el abate Domin no sabía cómo remediar.… Estaba muy contento conmigo (no cuando lloraba) y me llamaba su doctorcito a causa de mi nombre de Teresa. Una vez la alumna que me seguía no supo hacer a su compañera la pregunta del catecismo, Mr el abate habiendo dado en vano la vuelta a todas las alumnas se allegó a mí y dijo que iba a comprobar si yo merecía mi lugar de primera. En mi profunda humildad, no esperaba más que eso; levantándome con seguridad dije lo que me había pedido sin cometer una sola falta, ante el gran asombro de todo el mundo….… Después de mi primera Comunión, mi celo por el catecismo continuó hasta mi salida del pensionado. Iba muy bien en mis estudios, casi siempre era la primera, mis más grandes éxitos estaban en la historia y el estilo [redacción]. Todas mis maestras me miraban como una alumna muy inteligente, no era igual en casa de mi Tío donde pasaba por una pequeña ignorante, buena y dulce, que tenía recto juicio, pero incapaz y torpe.… No estoy sorprendida por esta opinión que mi Tío y mi Tía tenían y tienen sin duda aún de mí, no hablaba apenas al ser muy tímida, cuando escribía, mi letra de gato y mi ortografía que no era nada más que natural, no estaban hechas para seducir….. En cuanto a los trabajitos de costura, bordados y otros me salían bien, a gusto de mis maestras, es verdad, pero la manera torpe y desmañada con que sostenía mi tarea, justi-ficaba la opinión poco favorable que se tenía de mí. Miro eso como una gracia, el Buen Dios, queriendo mi corazón para (38rº) Él solo, atendía ya mi plegaria «cambiando en amargura las consolaciones de la tierra.» Tenía tanta necesidad de ello cuanto que no habría sido insensible a las alabanzas. Frecuentemente se ensalzaba delante de mí la inteligencia de los demás pero la mía jamás, entonces concluí que no la tenía y me resignaba a verme privada de ella……

Mi corazón sensible y amante se habría fácilmente entregado si hubiese encontrado un corazón capaz de comprenderlo………. Trataba de relacionarme

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con jovencitas de mi edad, sobre todo con dos de entre ellas, las quería y ellas por su parte me querían tanto cuanto eran capaces; pero ¡ay! ¡¡¡qué estrecho y voluble es el corazón de las criaturas!!!....... Pronto vi que mi amor era incom-prendido, una de mis amigas que se vio obligada a volver con su familia regre-só unos meses después, durante su ausencia había pensado en ella guardando preciosamente una pequeña sortija que me había regalado. Al volver a ver a mi compañera mi alegría fue grande, pero ¡desgraciadamente! no obtuve más que una mirada indiferente…. Mi amor no era comprendido, lo sentí y no mendigué un afecto que se me rehusaba, pero el Buen Dios me ha dado un corazón tan fiel que cuando ha amado puramente, ama siempre, así que continué rogando por mi compañera y aún la amo…. Viendo a Celina amar a una de nuestras maes-tras, quise imitarla, pero no sabiendo ganarme las buenas gracias [el favor] de las criaturas no pude conseguirlo. ¡Oh dichosa ignorancia! ¡qué grandes males me ha evitado!...... Cuánto agradezco a Jesús que no me haya hecho encontrar «más que amargura en las amistades de la tierra», con un corazón como el mío, me hubiera dejado enganchar y cortar las alas, entonces, ¿cómo habría podi-do volar y descansar?» ¿Cómo un corazón entregado al afecto de las criaturas puede unirse intimamente con Dios?... Siento que esto no es posible. Sin haber bebido la copa envenenada (38vº) del amor demasiado ardiente de las criaturas, siento que no puedo engañarme, he visto tantas almas seducidas por esta falsa luz, volar como pobres mariposas y abrasarse las alas, volver luego a la verdade-ra, la dulce luz del amor que les proporcionaba nuevas alas más brillantes y más ligeras a fin de que pudiesen volar hacia Jesús, ese Fuego Divino «que arde sin consumir». ¡Ah! lo siento Jesús, me sabía demasiado débil para exponerme a la tentación, quizá me habría dejado quemar toda entera por la engañosa luz si la hubiese visto brillar a mis ojos… No ha sido así, no he encontrado sino amar-gura allí donde almas más fuertes encuentran alegría y se apartan de ella por fidelidad. No tengo pues ningún mérito por no estar entregada al amor de las criaturas, ya que he sido preservada ¡por la gran misericordia del Buen Dios!.. Reconozco que sin Él habría podido caer tan bajo como Santa Magdalena y la profunda palabra de Nuestro Señor a Simón resuena con una gran dulzura en mi alma… Lo sé: «aquél a quien se le ha perdonado menos, ama menos» pero yo sé también que Jesús me ha perdonado más que a Sta Magdalena, puesto que me ha perdonado de antemano impidiéndome caer. ¡Ah! ¡Cómo quisiera poder explicar lo que siento!.. He aquí un ejemplo que traducirá un poco mi pensamiento.- Supongo que el hijo de un hábil doctor encuentra en su camino una piedra que le hace caer y que en esta caída se rompe un miembro, tan pron-to como su padre llega a él, lo levanta con amor, cuida sus heridas, empleando en esto todos los recursos de su arte y pronto su hijo completamente curado le testimonia su reconocimiento. ¡Sin duda este hijo tiene mucha razón en amar a

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su padre! Mas voy a hacer ahora un nuevo supuesto.- El padre sabiendo que en el camino de su hijo se halla una piedra, se apresura a ir delante de él y la retira (sin ser visto por nadie). Ciertamente, este hijo, (39rº) objeto de su previsora ternura, no sabiendo la desgracia de la que ha sido librado por su padre no le testimoniará su reconocimiento y le amará menos que si hubiese sido curado por él,…. pero si llega a conocer el peligro del que acaba de escapar,¿ no lo amará más? Pues bien, yo soy esta hija objeto del amor previsor de un Padre que no ha enviado a su Verbo para redimir a los justos sino a los pecadores. El quiere que yo lo ame porque me ha perdonado, no mucho sino todo. No ha esperado a que yo lo ame mucho como Sta Magdalena, sino que ha querido que cómo me ha amado con un amor de inefable previsión, para que ahora lo ame con locura….. He oído decir que no se ha encontrado un alma pura que ame más que un alma arrepentida, ¡ah! ¡cómo quisiera desmentir esta palabra!.........

Me doy cuenta de que estoy muy lejos de mi tema así que me apresuro a volver a él.- El año que siguió a mi primera Comunión transcurrió todo entero sin pruebas interiores para mi alma, fue durante mi retiro para la segunda Co-munión cuando me vi asaltada por la terrible enfermedad de los escrúpulos…… Hay que haber pasado por este martirio para comprenderlo bien: decir lo que he sufrido durante un año y medio me sería imposible….. Todos mis pensamientos y mis acciones las más simples llegaban a ser para mí un tema de turbación, no tenía reposo más que contándoselas a María, lo que me costaba mucho, pues me creía obligada a decirle los pensamientos extravagantes que tenía so-bre ella misma. En cuanto mi fardo era descargado, gustaba un instante de paz, pero esta paz pasaba como un rayo y pronto mi martirio recomenzaba. ¿Cuánta paciencia le hizo falta a mi querida María, para escucharme (39vº) sin jamás mostrar enojo?.. Apenas había vuelto de la abadía cuando se ponía a rizarme para el día siguiente ( pues todos los días para agradar a Papá la reinecita tenía rizados sus cabellos, con gran asombro de sus compañeras y sobre todo de las maestras que no veían niñas tan mimadas por sus padres), durante la sesión no cesaba de llorar al contarle todos mis escrúpulos. Al fin de año Celina habiendo acabado sus estudios volvió a casa y la pobre Teresa obligada a volver sola, no tardó en caer enferma, el único encanto que le retenía en el pensionado era vivir con su inseparable Celina, sin ella «su hijita»no pudo quedarse más allí…. Salí pues de la abadía a la edad de 13 años, y continué mi educación tomando algu-nas lecciones por semana en casa de «Mme Papinau». Era una buena persona muy instruída, pero que tenía un poco del porte de vieja solterona, vivía con su madre, y era encantador ver el triangulito que formaban ellas tres juntas (pues la gata era de la familia y yo debía soportar que hiciese su ronron sobre mis cuadernos e incluso admirar su bonita apariencia).Tenía la ventaja de vivir en la intimidad de la familia, estando los Buisssonnetes demasiado alejados para las

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piernas un poco gastadas de mi maestra, había solicitado que yo fuese a tomar lecciones en su casa. Cuando llegaba, no encontraba ordinariamente más que a la vieja dama Cochain que me miraba con «sus grandes ojos claros» y luego llamaba con una voz tranquila y sentenciosa: «Mme Papinau…. ¡Ma…d’ moizelle Teresa está ahí!...» Su hija le respondía prontamente con una voz infantil: «Ya voy, mamá» Y pronto comenzaba la lección. Estas lecciones tenían también la ventaja (además de la instrucción que recibía en ellas) de hacerme conocer el mundo… ¡Quién habría podido creerlo!.. en esta habitación amueblada a la antigua, rodeada de libros y de cuadernos, asistía a menudo (40rº) a visitas de todos los géneros, Sacerdotes, damas, jóvenes etc….. Mme Cochain hacía en tan-to cuanto le era posible el gasto de la conversación a fin de dejar a su hija darme la lección, pero esos días no aprendía gran cosa; la nariz en un libro, oía todo lo que se decía e incluso lo que más me hubiera valido no oír, ¡la vanidad se cuela tan fácilmente en el corazón!.... Una dama decía que yo tenía bellos cabellos…. otra al salir, creyendo no ser oída preguntaba, quién era esa joven tan bonita y esas palabras tanto más halagüeñas cuanto que no eran dichas delante de mí, dejaban en mi alma una impresión de agrado que me mostraba claramente cuán llena estaba yo de amor propio. ¡Oh! ¡Qué compasión tengo de las almas que se pierden!.. Es tan fácil extraviarse por los floridos senderos del mundo….sin duda, para un alma poco elevada, la dulzura que ofrece está mezclada con amargura y el vacío inmenso de los deseos no podría ser llenado por alabanzas de un instan-te… pero si mi corazón no hubiese sido elevado hacia Dios desde su despertar, si el mundo me hubiese sonreído desde mi entrada en la vida, ¿qué habría llegado yo a ser?....... ¡Oh mi Madre querida, con qué gratitud canto las misericordias del Señor!.. ¿No me ha, siguiendo las palabras de [la] Sabiduría «Retirado del mundo antes de que mi espíritu fuese corrompido por su malicia y que sus apa-riencias engañosas no hayan seducido mi alma»?... La Santa Virgen también velaba por su florecilla y no queriendo que ella fuese empañada al contacto de las cosas de la tierra, la retiró a su montaña antes de que fuese abierta…… Espe-rando este dichoso momento la pequeña Teresa crecía en amor hacia su Madre del Cielo, para probarle este amor realizó una acción que le costó mucho y que voy a contar en pocas palabras a pesar de su extensión….

(40vº) Casi inmediatamente después de mi entrada en la abadía, había sido recibida en la asociación de los Stos Angeles, amaba mucho las prácticas de devoción [me gustaban] que ello me imponía, teniendo un atractivo muy particular en rezar a los Bienaventurados Espíritus del Cielo y particularmente a aquel que el Buen Dios me había dado para ser el compañero de mi destierro. Algún tiempo después de mi Primera Comunión la cinta de aspirante a las hijas de María reemplazó a la de los Stos Angeles, pero dejé la abadía sin haber sido recibida en la asociación de la Sta Virgen. Habiendo salido antes de haber acabado

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mis estudios, no tenía permiso de entrar como antigua alumna; confieso que este privilegio no excitaba [provocaba] mi envidia, pero pensando que todas mis hermanas habían sido «hijas de María», temí ser menos que ellas hija de mi Madre de los Cielos, así que fui muy humildemente (pese a lo que eso me costó) a pedir permiso para ser recibida en la asociación de la Sta Virgen a la abadía. La primera maestra no quiso rechazarme pero para ello puso por condición que fuese dos días por semana a la tarde a fin de demostrar si era digna de ser admitida. Bien lejos de agradarme este permiso me costó extremadamente, no tenía como las demás antiguas alumnas, maestra amiga con la que poder ir a pasar varias horas, por eso me contentaba con ir a saludar a la maestra después trabajaba en silencio hasta el fin de la lección de labores. Nadie me prestaba atención a mí, así que subía a la tribuna de la capilla y me quedaba delante del Santo Sacramento hasta el momento en que Papá venía a buscarme, era mi único consuelo. ¿No era Jesús mi único amigo?... No sabía hablarle más que a Él, las conversaciones con las criaturas, incluso las conversaciones piadosas, me fatigaban el alma…. Sentía que valía más hablar a Dios que (41rº) hablar de Dios, pues ¡se mezcla tanto amor propio en las conversaciones espirituales!.... ¡Ah! era cierto que por la Sta Virgen únicamente yo venía a la abadía…. a veces me sentía sola, muy sola, como en los días de mi vida de internado cuando paseaba triste y enferma en el gran patio, repetía estas palabras que siempre hacían renacer la paz y la fortaleza en mi corazón: «¡la vida es tu navío y no tu posada!…»De muy pequeña esas palabras me devolvían el coraje, aún ahora, pese a los años que han hecho desaparecer tantas impresiones de piedad infantil, la imagen del navío encandila todavía mi alma y la ayuda a soportar el destierro… La Sabiduría ¿no dice también que «la vida es como el bajel que surca las olas agitadas y no deja después huella alguna de su paso rápido?..» Cuando pienso en estas cosas, mi alma se abisma en el infinito, me parece tocar ya la orilla eterna… Me parece recibir los abrazos de Jesús…… Creo ver a Mi Madre del Cielo llevándome al reencuentro con Papá---- Mamá… los cuatro angelitos… Creo gozar en fin para siempre de la verdad, de la eterna vida en familia……

Antes de ver a la familia reunida en el hogar Paternal de los Cielos, debía pasar aún por muchas separaciones; el año en que fui recibida hija de la Sta

Virgen, ella me arrebató a mi querida María, el único sostén de mi alma…. Era María quien me guiaba, me consolaba, me ayudaba a practicar la virtud, era mi único oráculo. Sin duda, Paulina permanecía muy adentro en mi corazón… pero Paulina estaba lejos, ¡muy lejos de mí!...había sufrido el martirio para ha-bituarme a vivir sin ella, para ver entre ella y yo muros infran- (41vº)queables, pero al fin había acabado por reconocer la triste realidad: Paulina estaba perdi-da para mí, casi de la misma manera que si hubiese muerto, me amaba siem-pre, rezaba por mí, pero a mis ojos, mi Paulina querida se había convertido en

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una Santa, que no debía ya comprender las cosas de la tierra; y las miserias de su pobre Teresa habrían debido, si las hubiese conocido, extrañarla e impedirle amarla tanto……. Por otro lado aun cuando yo hubiera querido confiarle mis pensamientos, como en los Buissonnets, no habría podido, los parlamentos no eran nada más que con María. Celina y yo no teníamos permiso para lle-garnos allí más que al final, justo para tener tiempo de oprimirse el corazón….. Así solo tenía en realidad a María, me era por decirlo así indispensable, a ella solamente contaba mis escrúpulos, y era tan obediente que nunca mi confesor conoció mi fea enfermedad, le relataba justo el número de pecados que María me había permitido confesar, ni uno más, por lo tanto hubiera podido pasar por ser el alma menos escrupulosa de la tierra, a pesar de que lo era en sumo grado..… María sabía pues todo lo que pasaba en mi alma, sabía también mis deseos del Carmelo y la quería tanto que no podía vivir sin ella. Mi tía nos invitaba todos los años a ir unas después de otras a su casa de Trouville, me habría gustado mucho ir allí, pero ¡con María! cuando no la tenía, me enojaba mucho. Una vez sin embargo gocé en Trouville, era el año del viaje de Papá a Constantinopla, para distraernos un poco (pues teníamos mucha tristeza por saber a Papá tan lejos) María nos envió, a Celina y a mí, a pasar 15 días junto al mar. Yo me divertí mucho porque tenía a mi Celina. Mi Tía nos procuró todos los placeres posibles: paseos en asno, pesca de pececillos, etc…. Era aún muy niña (42rº) pese a mis 12 años y medio, me acuerdo de mi alegría al ponerme bonitas cintas azul cielo que mi Tía me había regalado para mis cabellos, me acuerdo también de haberme confesado en Trouville incluso ese placer infantil que me parecía ser pecado…. Una tarde hice una experiencia que me sorpren-dió mucho.- María (Guerin) que estaba casi siempre enferma, lloriqueaba a menudo, entonces mi Tía la mimaba, le prodigaba los nombres más tiernos y mi querida primita no dejaba de decir por ello lamentándose que le dolía la cabeza. Yo que casi cada día tenía también dolor de cabeza y no me quejaba de ello, quise una tarde imitar a María, me sentí pues en el deber de lloriquear sobre un sillón en una esquina del salón. Pronto Juana y mi Tía se apresuraron a acercarse a mí preguntándome qué tenía. Respondí como María: «Me duele la cabeza.» Parece que esto de quejarme no me iba, nunca pude convencerlas de que el dolor de cabeza me hacía llorar; en lugar de mimarme, me hablaron como a una persona mayor y Juana me reprochó la falta de confianza en mi Tía pues ella pensaba que tenía una inquietud de conciencia…. en fin fui dejada a mis anchas, bien resuelta a no imitar a los demás y comprendí la fábula de «El asno y el perrito». Yo era el asno que habiendo visto las caricias que se le prodigaban al perrito, había venido a poner su pata sobre la mesa para reci-bir su ración de besos; pero ¡desgraciadamente! si no recibí golpes de bastón como el pobre animal, recibí en verdad mi paga y esta paga me curó para la

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vida de desear atraer la atención, ¡el único esfuerzo que hice para ello me costó demasiado caro!----------------

El año siguiente que fue el de la partida de mi querida Madrina, mi Tía me invitó otra vez pero esta vez sola, y me encontré tan desorientada que (42vº) al cabo de dos o tres días caí enferma y fue preciso traerme a Lisieux, mi enfer-medad que se creía que era grave, no era sino la nostalgia de los Buissonnets, apenas puse el pie allí la salud volvió….. ¡Y era a esta niña a la que el Buen Dios iba a arrebatar el único apoyo que le ataba a la vida!... En cuanto me enteré de la determinación de María resolví [no] tomar placer alguno sobre la tierra…. Desde mi salida del pensionado, me había instalado en la antigua habitación de pintura de Paulina y la había arreglado a mi gusto. Era un verdadero bazar, un ensam-blaje de piedad y de curiosidades, un jardín y una pajarera.… Así en el fondo se destacaban sobre la pared una gran cruz de madera sin Cristo, algunos dibujos que me agradaban; sobre la otra pared, una banasta guarnecida de muselina y cintas rosas con hierbas finas y flores; en fin en la última pared el retrato de Paulina a los 10 años reinaba solo; debajo de este retrato había una mesa sobre la que estaba colocada una gran jaula, conteniendo un gran número de pájaros cuyos melodiosos trinos devanaban los sesos de los visitantes, pero no así los de su pequeña dueña que los quería mucho….. Aún había más «el mueblecito blanco» lleno de mis libros de estudio, cuadernos, etc…… y sobre este mueble estaba puesta una estatua de la Sta Virgen con vasijas siempre guarnecidas de flores naturales, de velas, alrededor había una cantidad de pequeñas estatuas de santos y santas, de pequeños cestos de conchitas, cajas de papel Bristol etc. En fin mi jardín estaba colgado delante de la ventana en la que yo cuidaba de macetas con flores (las más raras que podía encontrar), aún había una jardinera en el interior de «mi museo» y allí ponía mi planta privilegiada [preferida]… Delante de la (43rº) ventana estaba colocada mi mesa con un mantel verde y sobre este mantel había puesto en el medio, un reloj de arena, una estatuilla de St José, un portarrelojes, cestas de flores, un tintero etc…. Algunas sillas cojas y la encantadora cama de muñecas de Paulina constituían todo mi mobiliario. En realidad esta pequeña buhardilla era un mundo para mí y como Mr de Maistre podría componer un libro intitulado: «Paseo alrededor de mi habitación.» Era en esta habitación donde yo quería pasar sóla horas enteras para estudiar y meditar ante la bella vista que se extendía ante mis ojos…

Al enterarme de la marcha de María mi habitación perdió para mí todo en-canto, no quería estar lejos un solo instante de la hermana querida que debía echarse a volar pronto…¡Cuántos actos de paciencia le hice practicar! cada vez que pasaba delante de su habitación, llamaba hasta que me abría y la abrazaba con todo mi corazón, quería hacer provisión de besos para todo el tiempo que iba a estar privada de ella.

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Un mes antes de su entrada en el Carmelo, Papá nos condujo a Alençon, pero este viaje estuvo lejos de parecerse al primero, todo en él fue para mí tris-teza y amargura. No podría decir las lágrimas que derramé sobre la tumba de mamá, porque había olvidado llevar un ramo de acianos recogidos para ella. ¡Me daba en verdad pena todo!, era lo contrario que ahora, pues el Buen Dios me hace la gracia de no ser abatida por cosa pasajera alguna. Cuando me acuerdo del tiempo pasado, mi alma desborda de agradecimiento al ver los favores que he recibido del Cielo, se ha operado un tal cambio en mí que no soy reconoci-ble….. Es verdad que deseaba la gracia de «tener sobre mis acciones un dominio absoluto, de ser la dueña de ellas y no su esclava»(43vº). Estas palabras de la Imitación me impresionaban profundamente pero debía por así decir comprar con mis deseos esta gracia inestimable; no era aún más que una niña que no parecía tener más voluntad que la de los demás, lo que hacía comentar a las per-sonas de Alençon que era débil de carácter…… Fue durante este viaje que Leonia hizo su ensayo en las clarisas, me entristeció su intempestiva entrada, pues la quería mucho y no había podido abrazarla antes de su partida.

Nunca olvidaré la bondad y el apuro de este pobre Padrecito viniendo a anunciarnos que Leonia tenía ya el hábito de clarisa… Como nosotras, él encon-traba esto muy raro, pero no quería decir nada, al ver cuán descontenta esta-ba María. Nos llevó al convento y allí sentí un encogimiento del corazón como jamás lo había sentido a la vista de un monasterio, este me produjo el efecto contrario del Carmelo donde todo me dilataba el alma… La vista de las religiosas no me encantó en demasía, y no fui tentada para quedarme entre ellas, la pobre Leonia estaba no obstante muy linda con su nuevo atuendo, nos dijo que mirá-semos bien sus ojos porque no volveríamos a verlos más (las clarisas no se mues-tran si no es con los ojos bajos) pero el buen Dios se contentó con dos meses de sacrificio y Leonia volvió a mostrarnos sus ojos azules muy frecuentemente mojados por las lágrimas……Al abandonar Alençon creía que ella se quedaría con las clarisas, por eso mi corazón estuvo muy apenado cuando me alejaba de la triste calle de la media luna. No éramos más que tres y pronto nuestra querida María debía también dejarnos…… ¡El 15 de octubre fue el día de la separación! De la alegre y numerosa familia de los Buissonnets no quedaban ya más que las dos últimas hijas…Las palomas habían huido del nido paternal, las que quedaban habrían querido volar a su vez, pero sus alas (44rº)eran aún demasiado débiles para poder levantar su vuelo…… El Buen Dios que quería llamar para sí a la más pequeña y la más débil de todas se apresuró a desarrollar sus alas. Él que se com-place en mostrar su bondad y su poder sirviéndose de los instrumentos menos dignos para ello, tuvo a bien llamarme antes que a Celina quien indudablemente merecía mucho más que yo este favor, pero Jesús sabía cuán débil era yo y es por ello por lo que Él me ha escondido la primera en el hueco de la roca.

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Cuando María entró en el Carmelo, yo era aún muy escrupulosa. No pu-diendo ya confiarme a ella me volví del lado de los Cielos. Fue a los cuatro ange-litos que me habían precedido allá en lo alto a quienes me dirigí, pues pensaba que esas almas inocentes que no habían conocido las turbulencias ni el miedo debían tener piedad de su pobre hermanita que sufría sobre la tierra. Les hablé con una sencillez de niña, haciéndoles notar, que siendo la última de la fami-lia, había sido siempre la más querida, la más colmada por las ternuras de mis hermanas, que si ellos se hubiesen quedado en la tierra también me habrían dado pruebas de afecto.… No pareciéndome su partida al Cielo una razón para olvidarme, al contrario encontrándose en disposición de sacar de los tesoros divinos, ¡debían coger para mí la paz y demostrarme que en el Cielo también se sabe amar!.... La respuesta no se hizo esperar, pronto la paz vino a inundar mi alma con sus caudales deliciosos y comprendí que si era amada en la tierra, lo era también en el Cielo…. Desde ese momento mi devoción hacia mis hermanitos y hermanitas creció y me gusta entretenerme a menudo con ellos hablarles de las tristezas del destierro.… ¡de mi deseo de ir pronto a reunirme con ellos en la Patria!.........................

Si el Cielo me colmaba de gracias no era porque yo las mereciese, aún era muy imperfecta, tenía es verdad, un gran deseo de practicar(44vº) la virtud, pero lo hacía de una extraña manera he aquí un ejemplo de ello: Siendo la úl-tima, no estaba acostumbrada a servirme, Celina hacía la habitación en la que dormíamos juntas y yo no hacía trabajo casero alguno; después de la entrada de María en el Carmelo me dio para agradar al Buen Dios por tratar de hacer alguna vez la cama, o bien en ausencia de Celina ir a meter dentro al atardecer sus macetas de flores; como he dicho antes era por el Buen Dios solamente por quien hacía estas cosas, por tanto no habría debido esperar el agradecimiento de las criaturas. ¡Por desgracia! era completamente de otra manera, si Celina te-nía la desgracia de no mostrarse feliz y sorprendida por mis pequeños servicios, yo no estaba contenta y se lo probaba con mis lágrimas…..

Estaba verdaderamente insoportable por mi demasiado grande sensibili-dad [excesiva], por tanto, si me sucedía causar involuntariamente una pequeña pena a una persona que amaba, en lugar de sobreponerme y de no llorar, lloraba como una Magdalena lo que aumentaba mi falta en lugar de disminuirla y cuan-do empezaba a consolarme de la cosa en sí misma, lloraba por haber llorado……..

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Todos los razonamientos eran inútiles y no podía conseguir corregirme de este ruin defecto. No sé cómo me engañaba con el dulce pensamiento de entrar en el Carmelo ¡estando aún en las mantillas de la infancia!.. Era preciso que el Buen Dios hiciese un pequeño milagro para hacerme crecer en un momento y ese mi-lagro lo hizo en el inolvidable día de Navidad, en esa noche luminosa que alum-bra las delicias de la Trinidad Santa, Jesús el dulce Niñito en un instante, cambió la noche de mi alma en torrentes de luz…. en esa noche en la que Él se hizo débil y sufriente por mi amor, Él me volvió fuerte y valerosa, me revistió con sus armas y desde esa noche bendita, no fui vencida en combate alguno, sino al contrario caminé de victoria en victoria y comencé por así decir «¡una carrera de gigante!...»(45rº) La fuente de mis lágrimas se agotó y no se abrió después sino rara y difícilmente, lo que justificó esa frase que me había sido dicha: «¡Tú lloras tanto en tu infancia que más tarde no tendrás lágrimas que derramar!..»

Fue el 25 de diciembre de 1886 cuando recibí la gracia de salir de la infan-cia, en una palabra la gracia de mi completa conversión.- Habíamos vuelto de la misa de medianoche en la que había tenido la dicha de recibir al Dios fuerte y poderoso. Al llegar a los Buissonnets me alegraba mucho ir a la chimenea a recoger mis sandalias, esa antigua costumbre nos había proporcionado tanta alegría durante nuestra infancia que Celina quería seguir tratándome como un bebé ya que era la más pequeña de la familia…. Papá disfrutaba viendo mi feli-cidad, al oír mis gritos de alegría al sacar cada sorpresa de los zapatos encanta-dos, y el gozo de mi Rey querido aumentaba más aún mi felicidad, pero Jesús queriendo enseñarme que debía deshacerme de los defectos de la infancia me retiró también las inocentes alegrías, permitió que Papá fatigado por la misa de medianoche sintiese enojo al ver mis zapatos en la chimenea y dijo estas pala-bras que me taladraron el corazón: «¡En fin, felizmente este es el último año!....» Subía justo entonces la escalera para ir a dejar mi sombrero, Celina conociendo mi sensibilidad y viendo unas lágrimas brillar en mis ojos tuvo también ganas de llorar, pues me quería mucho y comprendía mi pesar: «¡Oh Teresa!, me dijo, no bajes, te daría demasiada pena ver ahora mismo tus zapatos.» Pero Teresa no era ya la misma; ¡Jesús había cambiado su corazón! Reprimiendo mis lágrimas bajé rápidamente la escalera y conteniendo los latidos de mi corazón, cogí mis zapatos y poniéndolos delante de Papá, saqué gozosamente todos los objetos, con aire dichoso como una reina. Papá reía, también él había vuelto a estar ale-gre y ¡Celina creía soñar!...... Felizmente era una dulce realidad, la pequeña Tere-sa había reencontrado la fuerza del alma que había perdido a los 4 años y medio ¡y era para siempre que ella habría de conservarla!...................

(45vº) En aquella noche de luz comenzó el tercer periodo de mi vida, el más bello de todos, el más lleno de las gracias del cielo…. En un instante la obra que yo no había podido hacer en 10 años, la hizo Jesús contentándose con

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mi buena voluntad que jamás me había faltado. Como sus apóstoles yo podía decirle: «Señor, he pescado toda la noche sin coger nada.» Más misericordioso aún conmigo que con sus discípulos, Jesús tomó Él mismo la red, la arrojó y la retiró llena de peces…. Hizo de mí un pescador de almas, sentí un gran deseo de trabajar en la conversión de los pecadores, deseo que no había sentido tan vivamente….. Sentí en una palabra la caridad entrar en mi corazón, la necesidad de olvidarme para agradarle ¡y desde entonces fui feliz!.... Un Domingo al mirar una fotografía de Nuestro Señor en la Cruz, fui conmovida por la sangre que caía de una de las manos Divinas, experimenté una gran pena al pensar que esa sangre caía a tierra sin que nadie se aprestase a recogerla y resolví mantenerme en espíritu al pie de [la] Cruz para recibir el Divino rocío que de ella emana-ba, comprendiendo que tendría que esparcirla inmediatamente en las almas…. El grito de Jesús en la Cruz resonaba también continuamente en mi corazón: «¡Tengo sed!» Esas palabras alumbraban en mí un ardor desconocido y muy vivo… Quería dar a beber a mi Bien-Amado y me sentía a mí misma devorada por la sed de almas…No eran aún las almas de los sacerdotes las que me atraían, sino las de los grandes pecadores, me abrasaba el deseo de arrancárselos a las llamas eternas…..

A fin de excitar mi celo el Buen Dios me demostró que tenía mis deseos por agradables.- Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por unos crímenes horribles, todo llevaba a creer que moriría en la im-penitencia. Quise a toda costa impedirle caer en el infierno y a fin de conseguirlo empleé todos los medios imaginables: sintiendo que por mí misma no podía nada, ofrecí (46rº) al Buen Dios todo los méritos infinitos de Nuestro Señor, los tesoros de la Santa Iglesia, en fin rogué a Celina que hiciese decir [encargase] una misa por mis intenciones, no atreviéndome a pedirla yo misma por miedo a verme obligada a revelar que era por Pranzini, el gran criminal. Tampoco quería decírselo a Celina pero me hizo tan tiernas y tan presionantes preguntas que le confié mi secreto; muy lejos de reírse de mí, pidió ayudarme a convertir a mi pecador, acepté con gratitud, pues habría querido que todas las criaturas se uniesen a mí para implorar la gracia para el culpable. Sentía en el fondo de mi corazón la certeza de que nuestros deseos serían satisfechos, pero con el fin de darme valor para continuar rogando por los pecadores, le dije al Buen Dios que estaba muy segura de que Él perdonaría al pobre desdichado [de] Pranzini, que lo creería incluso si no se confesaba y no daba ninguna muestra de arrepenti-miento, tanta confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús, pero demandé solamente «una señal» de arrepentimiento para mi simple consolación…. ¡Mi oración fue atendida al pie de la letra! A pesar de la prohibición que Papá nos había hecho de leer periódico alguno, no creí desobedecerle leyendo los pasajes que hablaban de Pranzini. Al día siguiente de su ejecución encuentro a mano el

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diario: «La Croix». Lo abro con presteza y ¿qué veo?.. ¡Ah! mis lágrimas traicio-naron mi emoción y tuve que esconderme…… Pranzini no se había confesado, había subido al cadalso y se aprestaba a pasar su cabeza por el lúgubre hueco, cuando de repente sobrecogido por una súbita inspiración, se vuelve, agarra un Crucifijo que le presentaba el sacerdote y ¡besa por tres veces sus llagas sagra-das!... Luego su alma fue a recibir la sentencia misericordiosa de Aquél que de-clara que en el Cielo ¡habrá más alegría por un solo pecador que hace penitencia que por 99 justos que no tienen necesidad de penitencia!.............

Había obtenido «la señal» pedida y esa señal era la reproducción fiel de (46vº) gracias que Jesús me había hecho para atraerme a rezar por los peca-dores. ¿No era ante las llagas [de] Jesús, al verlas derramar su sangre Divina que la sed de almas había penetrado en mi corazón? Quería darles a beber esa sangre inmaculada que debía purificarles de sus manchas, ¡¡¡y los labios de mi «primer hijo» fueron a pegarse sobre las llagas sagradas!!!...¡Qué respuesta in-efablemente dulce!...¡Ah! después de esa gracia única, mi deseo de salvar almas creció cada día, me parecía oír a Jesús decirme como a la samaritana: «¡Dame de beber!». Era un verdadero intercambio de amor; a las almas les daba la sangre de Jesús, a Jesús le ofrecía esas almas refrescadas por su rocío Divino, de esa manera me parecía le quitaba la sed y cuanto más le daba a beber más aumen-taba la sed de mi pobrecita alma y era esta sed ardiente la que Él me daba como el más delicioso brebaje de su amor……………………

En poco tiempo el Buen Dios había sabido hacerme salir del círculo estre-cho en que giraba sin saber cómo salir de él. Al ver el camino que me hizo re-correr, mi agradecimiento es grande, pero tengo a bien admitir, que si el mayor paso estaba dado me quedaban aún muchas cosas que dejar. Liberado de sus escrúpulos, de su sensibilidad excesiva, mi espíritu se desarrolló. Había amado siempre lo grande, lo bello, pero en esta época fui presa de un deseo extremo de saber. No contentándome con las lecciones y los deberes que me ponía mi profesora, me apliqué sola a estudios especiales de historia y de ciencias. Los demás estudios me dejaban indiferente, pero esas dos partes atraían toda mi atención, de modo que, en pocos meses adquirí más conocimientos que duran-te mis años de estudios. ¡Ah! eso no era más que vanidad y aflicción de espí-ritu…El capítulo de la Imitación en el que se habla de ciencias me venía a me-nudo al pensamiento, pero encontraba el medio de continuar a pesar de todo, diciéndome que estando en edad de estudiar, no había(47rº) mal en hacerlo. No creo haber ofendido al Buen Dios (aunque reconozco haber pasado en ello un tiempo inútil) pues no empleaba en ello más que un cierto número de horas que no quería superar a fin de mortificar mi deseo demasiado vivo de saber.… Estaba en la edad más peligrosa para las jóvenes, pero el buen Dios ha hecho por mí eso que cuenta Ezequiel en sus profecías: «Pasando a mi lado, Jesús ha

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visto que había llegado para mí el tiempo de ser amada, Él ha hecho alianza conmigo y yo he llegado a ser suya… Él ha extendido sobre mí su manto, me ha lavado con perfumes preciosos, me ha revestido con brocados, dándome collares y joyas sin precio… Me ha alimentado con la más pura harina, con miel y aceite en abundancia… Así he llegado a ser bella a sus ojos ¡y Él ha hecho de mí una poderosa reina!.....»

Sí Jesús ha hecho todo eso por mí, podría repetir cada palabra que acabo de escribir y probar que se ha realizado en mi favor, pero las gracias que he relatado arriba son una prueba suficiente, voy solamente a hablar del alimento que Él me ha prodigado en «abundancia». Desde hace tiempo me alimentaba con la «pura harina» contenida en la Imitación, era el único libro que me hizo bien, pues no había encontrado aún los tesoros escondidos en el evangelio. Sabía de memoria casi todos los capítulos de mi querida Imitación, ese librito no me abandonaba jamás; en verano, lo llevaba en mi bolsillo, en invierno en mi manguito, por tanto se había convertido en tradicional; en casa de mi Tía se divertían mucho y abriéndolo al azar me hacían recitar el capítulo que estaba ante sus ojos. A los 14 años, con mi deseo de ciencia, el Buen Dios encontró que era necesario añadir «a la pura harina, miel y aceite en abundancia.» Esa miel y ese aceite me los hizo encontrar en las conferencias de Mr el abate Arminjon sobre el fin del mundo presente y los misterios de la vida futura. Este libro había sido prestado a Papá por mis queridas carmelitas, por lo que contrariamente a mi costumbre(-47vº) (pues no leía los libros de Papá) solicité leerlo.

Esa lectura fue también una de las más grandes gracias de mi vida, la hice en la ventana de mi habitación de estudio y la impresión que experimenté es demasiado íntima y demasiado dulce para poder contarla………..

Todas las grandes verdades de la religión, los misterios de la eternidad, su-mían mi alma en una dicha que no era de la tierra…. Presentía ya lo que Dios reserva a los que le aman (no con el ojo del hombre sino con el del corazón) y viendo que las recompensas eternas no tenían proporción alguna con los ligeros sacrificios de la vida quería amar, amar a Jesús con pasión, darle mil muestras de amor mientras pudiese…. Copié varios pasajes sobre el perfecto amor y sobre la recepción que el Buen Dios debe hacer a sus elegidos en el momento en que Él mismo llegue a ser su grande y eterna recompensa, le volvía a decir sin cesar las palabras de amor que habían abrasado mi corazón…. Celina se había convertido en la confidente íntima de mis pensamientos; desde Navidad podíamos com-prendernos, la distancia en edad no existía ya pues yo había crecido en altura y sobre todo en gracia…. Antes de esta época me quejaba con frecuencia de no saber nada de los secretos de Celina, me decía que era demasiado pequeña, que me haría falta crecer la altura de un taburete para que pudiese tener confianza en mí….. Amaba subirme sobre ese precioso taburete cuando estaba a su lado, y

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le decía que me hablara intimamente, pero mi estrategia era inútil, ¡una distan-cia nos separaba aún!....

Jesús que quería hacernos avanzar juntas, formó en nuestros corazones unos lazos más fuertes que los de la sangre, nos hizo convertirnos en herma-nas de almas, en nosotras se realizaron las palabras del Cántico de St Juan de la Cruz (hablando al Esposo, la esposa exclama): «siguiendo vuestras huellas, las jóvenes recorren ligeramente el camino, el toque de (48rº) centella, el vino sazonado les hace producir aspiraciones divinamente aromadas.» Sí, era muy li-geramente como nosotras seguíamos las huellas de Jesús, los destellos de amor que Él sembraba a manos llenas en nuestras almas, el vino delicioso y fuerte que nos daba a beber hacía desaparecer a nuestros ojos las cosas pasajeras y de nuestros labios salían aspiraciones de amor inspiradas por Él. ¡Cuán dulces eran las conversaciones que teníamos cada atardecer en el belvedere! La mirada hundida en la lejanía, mirábamos la blanca luna elevándose dulcemente detrás de los grandes árboles.… los reflejos plateados que expandía sobre la naturaleza adormecida, las brillantes estrellas titilando en el azul profundo… el soplo ligero de la brisa del anochecer haciendo flotar las nubes níveas, todo elevaba nuestras almas hacia el Cielo, el bonito Cielo del que no contemplábamos todavía más que «el reverso límpido»………………….…

No sé si me engaño, pero me parece que el desahogo de nuestras almas se asemejaba al de Sta. Mónica con su hijo cuando en el puerto de Ostia ¡se quedaron perdidos en el éxtasis a la vista de las maravillas del Creador!... Me parece que recibíamos gracias de un orden tan elevado como las otorgadas a los grandes santos. Como lo dice la Imitación, el Buen Dios se comunica a veces en medio de un vivo resplandor o bien «dulcemente velado, bajo sombras y figuras», era de esa manera como Él se dignaba manifestarse a nuestras almas pero ¡cuán transparente y ligero era el velo que ocultaba a Jesús de nuestras miradas!...... La duda no era posible, ya la Fe y la Esperanza no eran necesarias, el amor nos hacía encontrar sobre la tierra al que buscábamos. «Habiéndole encontrado a Él sólo, nos había dado su beso, a fin de que en el porvenir nadie pudiese menospreciarnos.»

Gracias tan grandes no debían quedar sin frutos, por ello fueron abundan-tes, la práctica de la virtud se nos hizo dulce y natural; en el comienzo mi rostro traicionaba con frecuencia el combate, pero poco a poco esta impresión desa-pareció y el renunciamiento se me hizo fácil incluso en el primer instante. Jesús lo ha dicho: «Al (48vº) que posee, se le dará más y estará en la abundancia.» Por una gracia fielmente recibida Él me ha otorgado una multitud de otras.… Él se daba a Sí mismo a mí en la Sta Comunión con más frecuencia de la que yo hubiese osado esperar. Había tomado por regla de conducta hacer sin faltar a ninguna las comuniones que mi confesor me permitiera, pero dejarle a él reglar

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el número sin jamás pedírselas yo. No tenía en esta época la audacia que poseo ahora, de lo contrario habría actuado de otra manera, pues estoy muy segura de que un alma debe decir a su confesor el atractivo que siente de recibir a su Dios, no es para quedarse en el copón de oro por lo que desciende cada día del Cielo, es para encontrar otro Cielo que le es infinitamente más querido que el primero, el Cielo de nuestra alma, hecha a su imagen, ¡el templo viviente de la adorable Trinidad!....

Jesús que veía mi deseo y la rectitud de mi corazón permitió que duran-te el mes de mayo, mi confesor me ordenase que hiciese la Sta Comunión 4 veces por semana y pasado ese bello mes, añadió una quinta cada vez que se encontrase una fiesta. Muy dulces lágrimas resbalaron desde mis ojos al salir del confesionario, me parecía que era Jesús Él mismo quien quería darse a mí, puesto que en poco tiempo hacía mi confesión, nunca decía una palabra de mis sentimientos interiores, la vía por la que andaba era tan recta, tan luminosa que no me hacía falta otro guía que Jesús…. Comparaba a los directores con los es-pejos fieles que reflejaban a Jesús en las almas y decía que para mí el Buen Dios no se servía de intermediarios sino que ¡actuaba directamente!……..

Cuando un jardinero rodea de cuidados un fruto que quiere hacer madu-rar antes de temporada, nunca es para dejarlo suspendido en el árbol sino para presentarlo en una mesa brillantemente servida. Era con una intención similar (49vº) como Jesús prodigaba sus gracias a su florecilla….. Él que exclamaba en los días de su vida mortal en un transporte de alegría: «Padre mío, os bendigo porque habéis escondido estas cosas a los sabios y a los prudentes y las habéis revelado a los más pequeños» quería hacer estallar en mí su misericordia, como yo era pequeña y débil él se abajaba hasta mí, me instruía en secreto en las cosas de su amor. ¡Ah! si sabios que han pasado su vida en el estudio hubiesen venido a interrogarme, sin duda se habrían asombrado al ver a una niña de catorce años comprender los secretos de la perfección, secretos que toda su ciencia no les puede descubrir, ya que para poseerlos ¡es preciso ser pobre de espíritu!..

Como lo dice St Juan de la Cruz en su cántico: «No tenía ni guía, ni luz, exceptuada la que brillaba en mi corazón, esta luz me guiaba más seguramente que la del mediodía al lugar donde me esperaba Aquél que me conocía perfec-tamente.» Ese lugar era el Carmelo; antes de «reposar a la sombra de Aquél que yo deseaba», debía pasar por muchas pruebas, pero la llamada Divina estaba tan presente que si hubiese tenido que atravesar las llamas, lo habría hecho para ser fiel a Jesús…Para estimularme en mi vocación, no encontré más que una única alma, fue la de mi Paulina querida… mi corazón encontró en el suyo un eco fiel y sin ella sin duda no habría llegado a la orilla bendita que la ha recibido 5 años después sobre su sol impregnado del rocío celeste….. Sí luego de estar 5 años alejada de vos, mi Madre querida, creía haberla perdido, pero en el momento de

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la prueba es vuestra mano la que me indicó la ruta que tenía que seguir… Ne-cesitaba ese consuelo, pues mis locutorios en el Carmelo se me habían conver-tido en más y más penosas, no podía hablar de mi deseo de entrar sin sentirme rechazada. María pareciéndole que era demasiado joven, hacía todo lo posible para impedir mi entrada; vos misma, Madre mía, para probarme, tratasteis a veces de ralentizar mi ardor (49vº) en fin de no haber tenido verdaderamente vocación, lo habría detenido desde el principio pues encontré obstáculos tan pronto como comencé a responder a la llamada de Jesús. No quise contarle [a] Celina mi deseo de entrar tan joven en el Carmelo, y eso me hizo sufrir más puesto que me era muy difícil ocultarle cualquier cosa… Este sufrimiento no duró mucho tiempo, pronto mi Hermanita querida se enteró de mi determina-ción y lejos de tratar de detenerme, aceptó con un valor admirable el sacrificio que el Buen Dios le pedía; para comprender cuán grande fue sería preciso saber hasta qué grado estábamos unidas… era por así decir la misma alma la que nos hacía vivir; desde hacía pocos meses gozábamos juntas de la vida más dulce que las jóvenes pueden soñar, todo, en torno nuestro respondía a nuestros gustos, la libertad más grande nos era dada, en fin diría que nuestra vida sobre la tierra era el Ideal de la dicha…….

Apenas habíamos tenido tiempo de gustar ese ideal de la felicidad, era pre-ciso privarse de él libremente y mi Celina querida no se rebeló [ni] un instante. No era ella sin embargo a la que Jesús llamaba la primera, por tanto hubiera podido quejarse.… teniendo la misma vocación que yo ¡era para ella [le tocaba a ella] el partir!.. Pero como en los tiempos de los mártires, los que quedaban en la prisión daban gozosamente el beso de la paz a sus hermanos que partían los primeros para combatir en la arena y se consolaban con el pensamiento de que quizá ellos eran reservados para combates más arduos aún, así Celina dejó a su Teresa alejarse y se quedó sola para el glorioso y sangrante combate al que Jesús la destinaba como ¡la privilegiada de su amor!......

Celina se convirtió pues en la confidente de mis luchas y de mis sufrimientos, tomó en ellos la misma parte que si se hubiera tratado de su propia vocación; de su lado no tenía que temer oposición alguna, pero no sabía qué medio es-coger para anunciárselo a Papá…. ¿Cómo hablarle de quedarse sin su reina, a él que acababa de sacrificar a sus tres hijas mayores?.. ¡Ah! ¡qué luchas íntimas he sufrido antes de (50rº)sentirme con el valor de hablar!.. No obstante tenía que decidirme, iba a tener catorce años y medio, seis meses solamente nos separaban entonces de la bella noche de Navidad en la que yo había resuelto entrar a la mis-ma hora en que el año precedente había recibido «mi gracia». Para hacer mi gran confidencia elegí el día de Pentecostés, todo el día supliqué a los Stos Apóstoles que rogasen por mí, que me inspiraran las palabras que iba a tener que decir… ¿No eran ellos en efecto quienes debían ayudar a la niña tímida a la que Dios

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destinaba a convertirse en apóstol de los apóstoles por la oración y el sacrificio?.. No fue hasta la tarde al volver de vísperas cuando encontré la ocasión de hablar a mi Padrecito querido; había ido a sentarse al borde del aljibe y allí, con las ma-nos juntas, contemplaba las maravillas de la naturaleza, el sol cuyo fuego había perdido su ardor doraba la copa de los grandes árboles, en los que los pajarillos cantaban alegremente su oración de la tarde. La hermosa figura de Papá tenía una expresión celestial, sentí que la paz inundaba su corazón; sin decir una sola palabra fui a sentarme a su lado, los ojos ya bañados en lágrimas, él me miró con ternura y agarrando mi cabeza la apoyó sobre su corazón, diciéndome: «¿Qué tienes mi reinecita?... confíamelo…» Después levantándose, como para disimular su propia emoción, anduvo lentamente, manteniendo siempre mi cabeza sobre su corazón. A través de mis lágrimas le confié mi deseo de entrar en el Carmelo, entonces sus lágrimas vinieron a mezclarse con las mías, pero no dijo una palabra para apartarme de mi vocación contentándose simplemente con hacerme notar que era aún muy joven para tomar una determinación tan grave. Pero yo defendí tan bien mi causa, que con la naturaleza sencilla y recta de Papá, se convenció pronto de que mi deseo era el de Dios mismo y en su fe profunda exclamó que el Buen Dios le hacía un gran honor al pedirle así sus hijas, continuamos largo rato nuestro paseo, mi corazón aliviado por la bondad con la que mi incomparable Padre había acogido sus confidencias (50vº)se expansionaba dulcemente en el suyo. Papá parecía gozar de esa alegría tranquila que da el sacrificio aceptado, me habló como un santo y querría acordarme de sus palabras para escribirlas aquí, pero no he conservado de ellas más que un recuerdo demasiado fragante para poder traducirlas. Lo que recuerdo perfectamente fue la acción simbólica que mi Rey querido realizó sin saberlo; acercándose a una pared poco elevada, me mostró pequeñas flores blancas semejantes a unos lirios en miniatura y to-mando una de esas flores, me la dio, explicándome con qué cuidado el Buen Dios la había hecho nacer y la había conservado hasta ese día; oyéndole hablar, creía escuchar mi historia tanta semejanza había entre lo que Jesús había hecho por la florecilla y por Teresita…. Recibí esa florecita como una reliquia y ví que al querer cogerla Papá había arrancado todas sus raíces sin romperlas, parecía destinada a vivir en otra tierra aún más fértil que el musgo blando donde habían transcurrido sus primeras mañanas…. Era exactamente lo mismo que Papá acababa de hacer conmigo unos instantes antes, permitiéndome escalar la montaña del Carmelo y dejar el dulce valle testigo de mis primeros pasos en la vida.

Coloqué mi florecilla blanca en mi imitación, en el capítulo intitulado: «Que hay que amar a Jesús por encima de todas las cosas», es ahí donde está ahora, solamente el tallo se ha quebrado cerca de la raíz y el Buen Dios parece decirme con ello que Él romperá pronto los lazos de su florecilla ¡y no la dejará marchi-tarse sobre la tierra!

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Después de haber obtenido el permiso de Papá, creía poder echar a volar sin temor hacia el Carmelo, pero muy dolorosas pruebas debían aún probar mi vocación. No fue sino temblando como confié a mi tío la resolución que había tomado. Él me prodigó todas las señales de ternura posibles, sin embargo no me dio el permiso de partir, al contrario, me prohibió (51rº) hablarle de mi voca-ción antes de la edad de 17 años. Era contrario a la prudencia humana, decía él, permitir entrar en el Carmelo a una niña de 15 años, la vida de carmelita siendo a los ojos del mundo una vida de filósofos, sería hacer daño a la religión dejar a una niña sin experiencia abrazarla… Todo el mundo hablaría de ello, etc….. etc… Dijo incluso que para decidirle a dejarme partir haría falta un milagro. Vi claro que todos los razonamientos serían inútiles así que me retiré el corazón sumer-gido en la amargura más profunda, mi único consuelo era la oración, supliqué a Jesús hiciese el milagro pedido ya que solo a ese precio podría responder a su llamada. Un tiempo demasiado largo pasó antes de que me atreviese a hablar de nuevo con mi tío, me costaba en extremo ir a su casa, por su parte parecía no pensar en mi vocación, pero he sabido más tarde que mi gran tristeza le influyó mucho a mi favor. Antes de hacer relucir en mi alma un rayo de esperanza, el Buen Dios quiso enviarme un martirio muy doloroso que duró tres días. ¡Oh! jamás he comprendido tan bien como durante esta prueba, el dolor de la Sta Virgen María y de St José buscando al Divino Niño Jesús….. Estaba en un triste destierro o mejor mi alma era semejante al frágil esquife abandonado sin piloto a merced del oleaje tempestuoso… Lo sé, Jesús estaba durmiendo ahí sobre mi barquilla pero la noche era tan negra que me era imposible verlo, nada me alum-braba, ni siquiera un relámpago venía a surcar las sombrías nubes… Sin duda es muy triste un resplandor como el de los relámpagos, pero al menos, si la tem-pestad hubiese estallado abiertamente, habría podido percibir algún instante a Jesús….. era la noche, la noche profunda del alma… como Jesús en el jardín de la agonía yo me sentía sola, no encontrando consuelo ni en la tierra ni de parte de los Cielos, ¡¡¡el Buen Dios parecía haberme abandonado!!!... La naturaleza parecía tomar parte en mi tristeza amarga, durante esos tres días, el sol no hizo que luciera ni (51vº) uno solo de sus rayos y la lluvia cayó a torrentes, (Me he dado cuenta de que en todas las circunstancias graves de mi vida, la naturaleza era la imagen de mi alma. Los días de lágrimas, el Cielo lloraba conmigo, los días de alegría, el Sol enviaba con profusión sus gozosos rayos y el azul no estaba oscurecido por ninguna nube.…)

En fin el cuarto día que era precisamente un sábado, día consagrado a la dulce Reina de los Cielos, fui a ver a mi tío. ¡Cuál no fue mi sorpresa al verle mirarme y hacerme entrar en su gabinete sin que yo le hubiese manifestado el deseo de ello!... Comenzó por hacerme dulces reproches acerca de que le parecía que tenía miedo de él y luego me dijo que no era necesario pedir un milagro,

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que había solamente rogado al Buen Dios le diera «una simple inclinación del corazón» y que había sido escuchado…. ¡Ah! no estuve tentada de implorar mi-lagros, pues para mí el milagro estaba concedido, mi tío no era el mismo. Sin hacer ninguna alusión a la «prudencia humana» me dijo que era una florecilla que el Buen Dios quería coger y que ¡él no se opondría a ello!.......

Esa respuesta definitiva era verdaderamente digna de él. Por tercera vez este Cristiano de otra época permitía que una de las hijas adoptivas de su co-razón fuese a sepultarse lejos del mundo. Mi Tía también estuvo admirable de ternura y de prudencia, no recuerdo que durante mi prueba ella me haya dicho una palabra que pudiera aumentarla, veía que tenía gran piedad de su pobre Teresita, por lo que cuando hube obtenido el consentimiento de mi querido Tío, ella me dio el suyo pero no sin demostrarme de mil maneras que mi partida le causaría tristeza…¡Helas! Nuestros queridos parientes estaban lejos de (52rº)esperarse entonces que les sería preciso renovar dos veces más aún el mismo sacrificio… {este último párrafo está añadido en nota en la parte baja del folio; nótese que la palabra «tío» está escrita con minúsculas, cuando no era así antes; sin embargo cuando concede el permiso, vuelve la mayúscula, ¿les dice algo?} Pero tendiendo la mano para pedir otra vez, el Buen Dios no la presentó va-cía, sus amigos más queridos pudieron sacar de ella abundantemente la fuerza y el coraje que les eran tan necesarios…. Pero mi corazón me lleva muy lejos de mi tema, vuelvo a él casi a disgusto: - Después de la respuesta de mi Tío, vos comprendéis, Madre mía,(51vºsuite) con qué júbilo retomé el camino de los Buissonnets bajo ¡«el hermoso cielo, cuyas nubes se habían disipado comple-tamente»!.. En mi alma también había cesado la noche, Jesús despertándose me había devuelto la alegría, el fragor de las olas se había atenuado; en lugar del viento de la prueba, una brisa ligera inflaba mi vela y creía llegar pronto a la ribera bendita que divisaba tan cerca de mí. Estaba en efecto muy cerca de mi navecilla pero más de una tormenta debía aún levantarse y hurtándole la vista de su faro luminoso, hacerle temer ser alejada sin retorno de la playa tan ardien-temente deseada………………………….

Pocos días después de haber obtenido el consentimiento de mi tío, fui a veros, Madre mía querida, y os conté mi alegría porque todas mis pruebas hu-biesen pasado, pero cuál no fue mi sorpresa y mi tristeza al oíros decirme que Mr (52rº) el Superior no consentía mi entrada antes de los 21 años de edad……

Nadie había pensado en esa oposición, la más invencible de todas, no obs-tante sin perder valor fui yo misma con Papá y Celina a casa de nuestro Padre, a fin de tratar de convencerle mostrándole que yo tenía clara mi vocación al Carmelo. Nos recibió muy fríamente, mi incomparable Padrecito tuvo a bien unir sus instancias a las mías, nada pudo cambiar su disposición. Él me dijo que no había peligro en la demora, que podía ir llevando una vida de carmelita en casa,

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que aunque no tomara la disciplina no todo estaría perdido..—etc.. etc… en fin terminó por añadir que no era más que el delegado de Monseñor y que si él que-ría permitirme entrar en el Carmelo, él no tendría nada que decir…. Salí del pres-biterio hecha un mar de lágrimas, felizmente estaba cubierta por mi paraguas, pues la lluvia caía a cántaros. Papá no sabía cómo consolarme… me prometió llevarme a Bayeux tan pronto yo manifesté mi deseo de ello, puesto que estaba resuelta a conseguir mis fines, dije que iría incluso hasta el Santo Padre, si Mon-señor no quería permitirme entrar en el Carmelo a los 15 años… Muchos aconte-cimientos sobrevinieron antes de mi viaje a Bayeux, al exterior mi vida parecía la misma, estudiaba, tomaba lecciones de dibujo con Celina y mi hábil profesora encontraba en mí buenas disposiciones para su arte, sobre todo crecía en el amor al Buen Dios; sentía en mi corazón aspiraciones desconocidas hasta entonces, a veces tenía verdaderos arrebatos de amor. Una tarde no sabiendo cómo decir a Jesús que lo amaba y cuánto deseaba que Él fuese amado y glorificado por todas partes, pensé con dolor que en el infierno no podía recibir nunca un solo acto de amor, entonces dije al Buen Dios que para procurarle placer consentiría ciertamente en verme hundida en él, para que fuese amado eternamente en ese lugar de blasfemia…. Sabía que eso no podía glorificarlo, ya que Él no desea sino nuestra felicidad, pero cuando se ama (52vº) se siente la necesidad de decir mil locuras; si hablaba de esta suerte, no era porque el Cielo no excitase mis ganas, sino que mi Cielo no era para mí otra cosa que el Amor y yo sentía como St Pa-blo que ¡nada podría apartarme del objeto divino que me había arrebatado!.......

Antes de dejar el mundo, el Buen Dios me dio el consuelo de contemplar de cerca almas de niños; siendo la más pequeña de la familia, no había tenido nunca esa dicha. He aquí las tristes circunstancias que me lo procuraron: Una pobre mujer, pariente de nuestra sirvienta, murió en la flor de la edad dejando 3 niños muy pequeños; durante su enfermedad recogimos en casa a las dos hijitas cuya edad no superaba los 6 años, me ocupaba de ellas toda la jornada y era un gran placer para mí ver con qué candor creían todo lo que yo les decía. Es preciso que el Santo Bautismo deposite en las almas un germen bien profundo de las virtudes teologales puesto que desde la infancia se manifiestan ya y que la esperanza de bienes futuros es suficiente para hacer aceptar sacrificios. Cuando quería ver a mis dos hijitas, muy conciliadoras la una con la otra, en lugar de prometer juguetes y bombones a la que cediera respecto a su hermana, les hablaba de las recompensas eternas que el pequeño Jesús dará en el Cielo a los niñitos sabios; la mayor cuya razón comenzaba a desarrollarse, me miraba con ojos brillantes de alegría, me hacía mil preguntas encantadoras sobre el pequeño Jesús y su hermoso Cielo y me prometía con entusiasmo ceder siempre ante su hermana, y decía que nunca en su vida olvidaría las cosas que le había dicho «la señorita mayor», pues es así como ella me llamaba….Viendo de cerca esas

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almas inocentes, he comprendido qué desdicha era no formarlas bien desde su despertar cuando ellas se parecen a una cera blanda sobre la que se puede imprimir la huella de las virtudes pero también la del mal… he comprendido lo que ha dicho Jesús en el Evangelio: Que valdría más ser arrojado al mar que escandalizar a uno solo de esos pequeños niños.(53rº) ¡Ah! ¡cuántas almas llegarían a la santidad si estuvieran bien dirigidas!...

Lo sé, el Buen Dios, no tiene necesidad de nadie para hacer su obra, pero así como permite a un hábil jardinero cuidar plantas raras y delicadas y que le den para ello la ciencia necesaria, reservándose para Él mismo el cuidado de fecun-darlas, así Jesús quiere ser ayudado en su Divino cultivo de las almas.

¿Qué sucedería si un jardinero torpe no insertase bien sus arbustos? ¿si no supiera reconocer la naturaleza de cada uno y quisiera hacer eclosionar rosas en un melocotonero?.. Haría morir al árbol que sin embargo era bueno y capaz de producir frutos.

Del mismo modo es preciso saber reconocer desde la infancia lo que el Buen Dios pide a las almas y secundar la acción de su gracia, sin jamás acelerarla ni ralentizarla.

Como los pajarillos aprenden a cantar escuchando a sus padres, así los niños aprenden la ciencia de las virtudes, el canto sublime del Amor Divino, al lado de las almas encargadas de formarlas para la vida.

Recuerdo que entre mis pájaros, tenía un canario que cantaba a las mil maravillas, tenía también un pequeño chorlito al que prodigaba mis cuidados maternales habiéndole adoptado antes de que hubiese podido gozar de la dicha de su libertad. Este pobre prisionerito, no tenía padres para enseñarle a cantar, pero oyendo desde la mañana al atardecer a su compañero el canario realizar gozosos trinos, quiso imitarlo… Esta empresa era difícil para un chorlito, por eso su dulce voz tuvo mucho trabajo para acomodarse con la voz vibrante de su maestro en música. Era encantador ver los esfuerzos del pobre pequeñín, pero al final fueron coronados por el éxito, pues su canto aun conservando una mayor dulzura fue absolutamente el mismo que el del canario.

(53vº)¡Oh Madre mía querida! Sois vos quien me habéis enseñado a can-tar… es vuestra voz la que me ha cautivado desde la infancia y ahora ¡¡¡tengo el consuelo de oír decir que me parezco a vos!!! Sé cuán lejos estoy aún de ello, pero espero a pesar de mi debilidad ¡volver a cantar eternamente el mismo cán-tico que vos!..

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Antes de mi entrada en el Carmelo, hice aún muchas experiencias sobre la vida y las miserias del mundo, pero esos detalles me llevarían demasiado lejos, voy a retomar el relato de mi vocación.----- El 31 de octubre fue el día fijado para mi viaje a Bayeux. Partí sola con Papá, el corazón repleto de esperanza, pero también muy emocionada por el pensamiento de presentarme ante el obispo. Por primera vez en mi vida, debía ir a hacer una visita sin estar acompañada por mis hermanas y ¡esa visita era a un Obispo! Yo que no tenía nunca necesidad de hablar más que para responder a las preguntas que se me dirigían, debía explicar yo misma el motivo de mi visita, exponer las razones que me llevaban a solicitar la entrada en el Carmelo, en una palabra debía mostrar la solidez de mi vocación. ¡Ah! ¡cuánto me costó realizar ese viaje! Fue preciso que el Buen Dios me concediera una gracia muy especial para que yo pudiese sobreponerme a mi gran timidez…. Es también mucha verdad que «Jamás el Amor encuentra imposibilidades, porque lo cree todo posible y todo permitido». Era en verdad el solo amor de Jesús el que podía hacerme vencer esas dificultades y las que seguirían pues a Él le plugo hacerme comprar mi vocación con muy grandes pruebas.…

Hoy día que gozo de la soledad del Carmelo (reposando a la sombra de Aquél a quien tan ardientemente he deseado) estimo haber comprado mi feli-cidad a muy bajo precio y estaría dispuesta a soportar más grandes penalidades para adquirirla si no la tuviere aún.

Llovía a cántaros cuando llegamos a Bayeux. Papá que no quería ver a su reinecita entrar en el obispado con su bello tocado totalmente calado le hizo subir en un ómnibus y llevarla a la catedral. Allí comenzaron mis miserias, Mon-señ. y todo su clero asistían a un gran entierro. La Iglesia estaba llena de señoras en duelo y yo era observada por todo el mundo con mi(54rº) vestido claro y mi sombrero blanco, habría querido salir de la Iglesia pero no tenía que pensar en ello, a causa de la lluvia, y para humillarme aún más, el Buen Dios permitió que Papá con su simplicidad patriarcal me hiciese subir hasta lo alto de la catedral; no queriendo causarle pena le obedecí de buen grado y procuré esta distracción a los buenos habitantes de Bayeux a quienes habría deseado no haber jamás conocido… En fin pude respirar a mis anchas en una capilla que se encontraba detrás del altar mayor y allí me quedé mucho tiempo rezando con fervor espe-rando que la lluvia cesara y nos permitiera salir. Al bajar Papá me hizo admirar la belleza del edificio que parecía mucho más grande estando desierto, pero un solo pensamiento me ocupaba y no podía tomarle gusto a nada. Fuimos directamente a casa de Mr Reverony que estaba al tanto de nuestra llegada habiendo fijado él mismo el día del viaje, pero estaba ausente; tuvimos pues que errar por las calles que me parecieron muy tristes, al fin volvimos cerca del obispado y Papá me hizo entrar en un bello hotel en el que no hice honor

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al experto cocinero. Este pobre Padrecito era de una ternura conmigo casi in-creíble, me decía que no estuviese triste, que bien seguro que Monseñor iba a concederme mi petición. Después de haber reposado, retornamos a casa de Mr Reverony; un señor llegó al mismo tiempo, pero el vicario general le pidió educadamente que esperase y nos hizo entrar los primeros en su gabinete ( el pobre señor tuvo tiempo de aburrirse pues la visita fue larga). Mr Reverony se mostró muy amable pero creo que el motivo de nuestro viaje le sorprendió mu-cho; después de haberme mirado sonriendo y dirigido algunas preguntas, nos dijo: «Voy a presentaros a Monseñor, tengan la bondad de seguirme.» Viendo brillar lágrimas en mis ojos añadió: «¡Ah! veo unos diamantes… ¡no es necesario enseñárselos a Monseñor!...» Nos hizo atravesar varios pasillos muy amplios, guarnecidos (54vº) con retratos de obispos; verme en esos grandes salones, me hacía el efecto de una pobre hormiguita y me preguntaba lo que iba a osar decir a Monseñor; él se paseaba entre dos sacerdotes por una galería, vi a Mr

Reverony decirle algunas palabras y volver con él, nosotros le esperábamos en su gabinete, allí, tres enormes sillones estaban colocados delante de la chimenea en la que chisporroteaba un fuego ardiente. Al ver entrar a su Excelencia, Papá se puso de rodillas a mi lado para recibir su bendición, después Monseñor hizo sentar a Papá en uno de los sillones, se puso frente a él y Mr Reverony quiso ha-cerme coger el del medio, rehusé cortésmente, pero él insistió diciéndome que mostrase si era capaz de obedecer, rápidamente me senté sin hacer reflexión alguna y quedé confundida al verle tomar una silla mientras yo estaba enfunda-da en un sillón en el que cuatro como yo hubieran estado a sus anchas (¡más a sus anchas que yo, pues yo estaba lejos de estarlo!...) Esperé a que Papá hablase pero él me dijo que explicase yo misma a Monseñor el motivo de nuestra visita, lo hice, lo más elocuentemente posible, su Excelencia habituado a la elocuencia no pareció muy impresionado por mis razones, en lugar de ellas una palabra de Mr el Superior me hubiese servido más, desdichadamente no hubo ninguna y su oposición no litigaba de ninguna manera en mi favor…..

Monseñ. me preguntó si hacía mucho tiempo que deseaba entrar en el Carmelo: «¡Oh sí! Monseñor muchísimo tiempo…»- «Veamos replicó riéndose Mr Reverony, no podéis decir que hace 15 años que tenéis ese deseo.» – «Es verdad, repliqué sonriendo también, pero no hay que ir muchos años atrás pues he deseado hacerme religiosa desde el despertar de mi razón y he deseado el carmelo tan pronto como lo conocí bien, porque en esa orden yo encuentro que todas las aspiraciones de mi alma estarían cumplidas.»(55rº) No sé, Madre mía, si esas son exactamente mis palabras, creo que fueron peor construídas aún, pero ese en fin es el sentido.

(54vºsuite) Monseñor creyendo agradar a Papá trató de hacerme permane-cer aún algunos años a su lado, así que no quedó poco sorprendido y edificado

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al verle tomar mi partido, intercediendo para que yo obtuviese el permiso de levantar el vuelo a los 15 años. Sin embargo todo fue inútil dijo que antes de de-cidirse era indispensable una entrevista con el Superior del Carmelo. No podía oír nada que me diese más pena, pues conocía la oposición formal de nuestro Padre, de modo que sin tener en cuenta la recomendación de Mr Reverony hice más que enseñar diamantes a Monseñor, ¡se los regalé!... Vi ciertamente que él estaba impresionado, tomándome por el cuello, apoyó mi cabeza en su hombro y me hacía mimos, como nunca parece nadie(55rº) había recibido de parte de Él. Me dijo que todo no estaba perdido, que estaba muy contento de que hi-ciese el viaje a Roma a fin de afirmar mi vocación y que en lugar de llorar debía alegrarme, añadió que la semana siguiente, antes de ir a Lisieux, hablaría de mí a Mr el cura de Saint Jacques y que ciertamente recibiría su respuesta en Italia. Comprendí que era inútil hacer nuevas instancias, además no tenía nada más que decir habiendo agotado todos los recursos de mi elocuencia.

Monseñor nos condujo hasta el jardín. Papá le divirtió mucho al decirle que a fin de parecer de más edad me había hecho levantar los cabellos. (Eso no fue inútil pues Monseñ no habla de «su hijita» sin contar la historia de los cabellos…)Mr R. quiso acompañarnos hasta el límite del jardín del obispado, le dijo a Papá que nunca había visto una cosa parecida: «¡Un padre tan dispuesto a entregar a su hija al Buen Dios como esa hija a ofrecerse ella misma!»

Papá le pidió varias explicaciones sobre la peregrinación, entre otras cómo había que vestirse para aparecer delante del St. Padre. Lo veo en ese momen-to situarse delante de Mr Reverony diciéndole: «¿Estoy bastante bien así?...» También le dijo a Monseñor que si él no me permitía entrar en el Carmelo yo pediría esa gracia al Soberano Pontífice. Era muy sencillo en sus palabras y en sus maneras mi Rey querido pero estaba tan guapo!... tenía una distinción com-pletamente natural que debió agradar mucho a Monseñor habituado: a verse rodeado de personajes que conocen todas las reglas de la etiqueta de los salo-nes, pero no al Rey de Francia y de Navarra en persona con su reinecita......

Cuando estuve en la calle mis lágrimas comenzaron de nuevo a deslizarse, no tanto por causa de mi tristeza, cuanto al ver a mi Padrecito querido que acababa de hacer un viaje inútil…. Él que se había hecho la ilusión de enviar un despacho al Carmelo, anunciando la feliz respuesta de Monseñor, se vio obliga-do(55vº) a regresar sin tener ninguna…¡Ah! ¡qué pena tenía!... me pareció que mi futuro estaba quebrado para siempre, cuanto más me aproximaba al térmi-no, más veía embrollarse mis asuntos. Mi alma estaba sumida en la amargura, pero también en la paz, pues no buscaba más que la voluntad del Buen Dios.

Así que llegamos a Lisieux, fui a buscar consuelo en el Carmelo y lo encon-tré a vuestro lado, mi Madre querida. ¡Oh no! nunca olvidaré todo lo que ha-béis sufrido por mi causa. Si no temiere profanarlas sirviéndome de ellas, podría

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decir las palabras que Jesús dirigió a los apóstoles, la tarde de su Pasión: «Sois vosotros los que habéis estado siempre conmigo en todas mis pruebas»…..Mis amadas hermanas me ofrecieron también muchas dulces consolaciones…Tres días después del viaje de Bayeux, debía hacer uno mucho más largo, el de la ciudad eterna…. ¡Ah! ¡Qué viaje aquél!... Él solo me ha instruído más que largos años de estudio, me mostró la vanidad de todo lo que pasa y que todo es aflic-ción de espíritu bajo el sol…… Sin embargo vi cosas muy bellas, contemplé todas las maravillas del arte de la religión, sobre todo pisé la misma tierra que los Sts. Apóstoles, la tierra rociada con la sangre de los Mártires y mi alma creció al contacto de las cosas santas…

Soy muy feliz por haber estado en Roma, pero comprendo a las personas del mundo que pensaron que Papá me había hecho realizar ese gran viaje a fin de cambiar mis ideas acerca de la vida religiosa; había en efecto con qué hacer tambalear una vocación poco afirmada.

No habiendo vivido nunca entre el gran mundo, Celina y yo nos encontra-mos en medio de la nobleza que componía casi exclusivamente el peregrinaje. ¡Ah! muy lejos de deslumbrarnos todos esos títulos y los «de» no nos parecie-ron más que humo… De lejos eso me habría arrojado alguna vez un poco de polvo a los ojos, pero de cerca, vi que «todo lo que brilla no es oro» y comprendí esa frase (56rº) de la Imitación: «No persigáis esa sombra que se llama un gran nombre, no deseéis ni siquiera numerosas uniones, ni la amistad particular de hombre alguno.»

He comprendido que la verdadera grandeza se encuentra en el alma y no en el nombre como lo dice Isaías: «el Señor dará otro nombre a sus elegidos» y St. Juan dice también: «Que el vencedor recibirá una piedra blanca sobre la que esté escrito un nombre nuevo que nadie conoce sino el que lo recibe.» Es pues en el Cielo donde sabremos cuáles son nuestros títulos de nobleza. Entonces cada uno recibirá de Dios la alabanza que merece y el que sobre la tierra haya querido ser el más pobre, el más olvidado por amor de Jesús, ¡ese será el prime-ro, el más noble y el más rico!....

La segunda experiencia que hice hace referencia a los sacerdotes. No ha-biendo nunca vivido en su intimidad, no podía comprender el motivo principal de la reforma del Carmelo. Rezar por los pecadores me encantaba, pero rezar por las almas de los sacerdotes, que creía más puras que el cristal, ¡me parecía extraño!…

¡Ah! Comprendí mi vocación en Italia, no era demasiado lejos ir a buscar un tan útil conocimiento….

Durante un mes viví con muchos santos sacerdotes y vi que, si su sublime dignidad los eleva por encima de los ángeles, no son por ello menos hombres débiles y frágiles… Si santos sacerdotes a los que Jesús llama en el Evangelio:

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«La sal de la tierra» muestran en su conducta que tienen extrema necesidad de oraciones ¿qué habrá que decir de los que son tibios? ¿No ha dicho Jesús también: «Si la sal llega a desalarse, con qué se la salará?»

¡Oh Madre mía! ¡qué bella es la vocación que tiene por objetivo conservar la sal destinada a las almas! Esa vocación es la del Carmelo, puesto que el único fin de nuestras oraciones y de nuestros sacrificios es ser el apóstol de los após-toles, rogando por ellos mientras que ellos evangelizan a las almas mediante sus palabras y sobre todo con sus ejemplos…(56vº) Es preciso que me detenga, si continuase hablando sobre este tema no acabaría…

Voy, Madre mía querida, a contaros mi viaje con algunos detalles, perdon-adme si os doy demasiados, no reflexiono antes de escribir, y lo hago en tantas diferentes veces, a causa de mi poco tiempo libre, que mi relato os parecerá quizá aburrido… Lo que me consuela es pensar que en el Cielo os volveré a hablar de las gracias que he recibido y que podré hacerlo entonces en términos agradables y encantadores…. Ya nadie vendrá a interrumpir nuestros desahogos íntimos y en una sola mirada, habréis comprendido todo… Desgraciadamente ya que aún tengo que emplear el lenguaje de la triste tierra, ¡voy a tratar de hacerlo con la sencillez de un niñito que conoce el amor de su Madre!..----

Fue el siete de septiembre cuando la peregrinación partió de París, pero Papá nos llevó a esa ciudad unos días antes para hacérnosla visitar.

Una mañana a las tres atravesé la ciudad de Lisieux aún dormida; muchas impresiones pasaron en mi alma en ese momento. Sentía que iba hacia lo desco-nocido y que grandes cosas me aguardaban allí…. Papá estaba gozoso; cuando el tren se puso en marcha, cantó ese viejo estribillo: «Rueda, rueda, diligencia mía, vamos allá por el gran camino.» Llegados a París por la mañana, comenzamos enseguida a visitarla. Este pobre Padrecito se fatigó mucho para procurarnos placer, así que vimos pronto todas las maravillas de la capital. En cuanto a mí, no encontré más que una sola que me encandiló, esa maravilla fue: «Nuestra Señora de las Victorias». ¡Ah! lo que sentí allí a sus pies no podría decirlo… Las gracias que me concedió me emocionaron tan profundamente que sólo mis lágrimas tradujeron mi dicha, como en el día de mi primera comunión….. La San-ta Virgen me hizo sentir que era ella verdaderamente la que me había sonreído y me había curado. Comprendí que velaba por mí, que era su hija, de modo que ya no podía darle más nombre que el de «Mamá» pues me parecía más tierno aún que el de Madre….. ¡Con qué fervor le rogué que me guardara siempre y rea-lizase pronto mi sueño escondiéndome a la sombra de su manto virginal!.. ¡Ah!, era uno de mis primeros deseos de niña…. Al crecer había comprendido que era en el Carmelo donde me sería posible encontrar ciertamente el manto de la San-ta Virgen y era hacia esta montaña fértil a la que tendían todos mis deseos……..

Supliqué entonces a Nuestra Señora de las Victorias que alejase de mí todo

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lo que hubiese podido empañar mi pureza, ignoraba que en un viaje como el de Italia, encontraría muchas cosas capaces de enturbiarla, sobre todo porque no conociendo el mal temía descubrirlo, no habiendo experimentado que todo es puro para los puros y que el alma sencilla y recta no ve el mal en nada, ya que en efecto el mal no existe más que en los corazones impuros y no en los objetos insensibles…… Rogué también a St José velase por mí; desde mi infancia tenía por él una devoción que se confundía con mi amor por la Sta. Virgen. Cada día recitaba la oración: «Oh St. José padre y protector de las vírgenes» de este modo fue sin temor que emprendí mi lejano viaje, estaba tan bien protegida que me parecía imposible tener miedo.

Después de habernos consagrado al Sagrado Corazón en la basílica de Montmartre partimos de París el lunes a las 7 de la mañana; pronto trabamos conocimiento con las personas de la peregrinación. Yo tan tímida que ordinaria-mente apenas me atrevía a hablar, me encontré completamente desembarazada de ese molesto defecto; para gran sorpresa mía hablaba libremente con todas las grandes damas, los sacerdotes e incluso con Monseñor de Coutances. Me parecía haber vivido siempre en aquel mundo. Éramos creo (57vº) muy amados por todo el mundo y Papá parecía orgulloso de sus dos hijas, pero si él estaba orgulloso de nosotras, nosotras lo estábamos igualmente de él, pues no había en toda la peregrinación un señor más bello ni más distinguido que mi Rey querido; amaba ser visto rodeado por Celina y por mí, a menudo cuando no íbamos en coche y yo me alejaba de él, me llamaba a fin de que le diera el brazo como en Lisieux….. Monseñor el abate Reverony examinaba cuidadosamente todos nuestros actos, le veía con frecuencia que nos miraba de lejos; en la mesa cuando no estaba frente a él, encontraba el medio de inclinarse para verme y oír lo que decía. Sin duda él quería conocerme para saber si en verdad era capaz de ser carmelita, pienso que debió quedar satisfecho de su examen pues al final del viaje pareció bien dispuesto hacia mí, pero en Roma él estuvo lejos de serme favorable como voy a decir más tarde.- Antes de llegar a la villa eterna, fin de nuestro peregrinaje, nos fue dado contemplar muchas maravillas. Al principio fue Suiza con sus montañas cuyas cimas se pierden en las nubes, sus gráciles cascadas brotan de mil maneras diferentes, sus valles profundos llenos de he-lechos gigantescos y de brezos rosas. ¡Ah! mi Madre querida, cuánto bien han hecho a mi alma esas bellezas de la naturaleza extendidas profusamente, cómo la han levantado hacia Aquél que se ha complacido en dejar caer parecidas obras maestras sobre una tierra de exilio que no debe durar más que un solo día…….. No tenía suficientes ojos para mirar. De pie en la portezuela perdía casi la res-piración, habría querido estar a ambos lados del vagón pues al darme la vuelta, veía paisajes de un aspecto encantador y completamente distintos de los que se extendían delante de mí.

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A veces nos encontrábamos en la cima de una montaña, a nuestros pies (58rº) precipicios de los que la mirada no podía sondear la profundidad pare-cían dispuestos a engullirnos…. o bien era una encantador pueblecito con sus graciosos chalets y su campanario, por encima del cual se balanceaban indolen-temente algunas nubes restallantes de blancura…. más lejos era un extenso lago al que doraban los últimos rayos del sol; las olas calmosas y puras adoptando el color azulado del Cielo que se mezclaba con los fuegos del ocaso, presentaban a nuestras miradas maravilladas el espectáculo más poético y más encantador que pueda verse…. Al fondo del vasto horizonte se percibían montañas cuyos imprecisos contornos habrían escapado a nuestros ojos si sus cimas nevadas que el sol volvía deslumbrantes no hubieran venido a añadir un encanto más al hermoso lago que nos maravillaba………

Mirando todas estas bellezas, nacían en mi alma pensamientos bien pro-fundos. Me parecía comprender ya la grandeza de Dios y las maravillas del Cie-lo… La vida religiosa se me aparecía tal como es con sus sometimientos, sus pe-queños sacrificios cumplidos en la sombra. Comprendía cuán fácil es replegarse sobre sí misma, olvidar el fin sublime de su vocación y me decía: Más tarde, a la hora de la prueba, cuando prisionera en el Carmelo no pueda contemplar más que un trocito de Cielo estrellado, me acordaré de lo que veo hoy, ese pensa-miento me dará coraje, olvidaré fácilmente mis pobres pequeños intereses al ver la grandeza y el poder de Dios a quien quiero amar únicamente. No tendré la desgracia de atarme a pajitas, ahora que «¡Mi corazón ha presentido lo que Jesús tiene reservado a quienes lo aman!......»

Después de haber admirado el poder del Buen Dios, pude aún admirar el que Él da a sus criaturas. La primera villa de Italia que visitamos fue Milán. Su catedral toda en mármol blanco con sus estatuas tan numerosas como para formar un pueblo casi innumerable,(58vº) fue visitada por nosotros hasta en sus más mínimos detalles. Celina y yo éramos intrépidas, siempre las primeras y siguiendo directamente a Monseñor a fin de ver todo lo que concernía a las reliquias de los Santos y oír bien las explicaciones; así mientras él ofrecía el Santo Sacrificio sobre la tumba de St Carlos nosotras estábamos con papá detrás del Altar, la cabeza apoyada sobre el relicario [que] encierra el cuerpo del santo revestido con sus hábitos pontificales, era así en todas partes….. (Excepto cuando se trataba de subir allá donde la dignidad de un Obispo no lo permitía, pues entonces sabíamos bien alejarnos de su Dignidad)…Dejando que las señoras tímidas ocultasen su rostro entre las manos después de haber subido los primeros campaniles que coronaban la catedral, nosotras seguimos a los peregrinos más audaces y llegamos hasta la cima del último campanario de mármol, y tuvimos el placer de ver a nuestros pies la villa de Milán cuyos numerosos habitantes parecíanse a una pequeña hormiguita……. Bajadas de

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nuestro pedestal comenzamos nuestros paseos en coche que debían de durar un mes y hartarme para siempre de mi deseo de rodar sin fatiga. El camposanto nos maravilló aún más que la catedral, todas sus estatuas de mármol blanco que un cincel de genio parece haber animado están colocadas sobre el vasto campo de los muertos con una suerte de negligencia, lo que para mí aumentaba su encanto…. Se sentiría uno tentado a consolar a los ideales personajes que lo rodean. Su expresión es tan verdadera, su dolor tan calmado y tan resignado que no puede uno sustraerse a reconocer los pensamientos de inmortalidad que deben llenar el corazón de los artistas al ejecutar esas obras maestras. Aquí es una niña arrojando flores sobre la tumba de sus padres, el mármol parece haber perdido su pesadez y los delicados pétalos parecen resbalar entre los dedos de la niña, el viento parece dispersarlos, parece (59rº) también hacer flotar el velo ligero de las viudas y las cintas con las que están adornados los cabellos de las jóvenes. Papá estaba tan asombrado como nosotras; en Suiza, se había fatigado pero ahora habiendo recuperado su alegría gozaba del bello espectáculo que contemplábamos, su alma de artista se revelaba en las expresiones de fe y de admiración que aparecían en su bello rostro. Un viejo señor (francés) que sin duda no tenía un alma tan poética nos miraba de reojo y decía con malvado humor, teniendo todo el aire de lamentar no poder compartir nuestra admiración: «¡Ah! ¡cuán entusiastas son los franceses!» Creo que ese pobre señor habría hecho mejor quedándose en su casa, pues no parecía estar contento de su viaje, se encontraba con frecuencia cerca de nosotras y siempre salían lamentos de su boca, estaba descontento de los coches, hoteles, personas, villas, en fin de todo…. Papá con su grandeza de alma habitual trataba de consolarle, le ofrecía su lugar, etc… … … en fin él se encontraba siempre bien en todas partes, teniendo un carácter directamente opuesto al de su descortés vecino…¡Ah! ¡qué de personajes diferentes hemos visto, qué interesante estudio el del mundo cuando se está cerca de abandonarlo!....

En Venecia, el escenario cambió completamente, en lugar del brillo de las grandes villas no se oye en medio del silencio más que el grito de los gondoleros y el murmullo del agua agitada por los remos. Venecia no está sin encanto [no carece de], pero hallo esta ciudad triste. El palacio de los duques es espléndido, sin embargo también es triste con sus vastos apartamentos en los que restalla el oro, la madera, los mármoles más preciosos y los cuadros de los más grandes maestros. Desde hace tiempo sus bóvedas sonoras han cesado de oír la voz de los gobernantes que pronunciaban fallos de vida y de muerte en las salas que nosotros atravesábamos…. Han dejado de sufrir, los desdichados prisioneros encerrados por el dux en los calabozos y las (59vº) mazmorras subterráneas….Visitando esas horribles prisiones me creía en el tiempo de los mártires ¡y habría querido poder quedarme allí para imitarlos!.. Pero teníamos que salir

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prontamente de allí y pasar sobre el puente «de los suspiros» así llamado a causa de los suspiros de alivio que lanzaban los condenados al verse liberados del horror de los subterráneos a los que preferían la muerte….

Después de Venecia nos llevaron a Padua, donde veneramos la lengua de S. Antonio-- luego a Bolonia donde vimos a Sta. Catalina que guarda la huella del beso del Niño Jesús. Son muchos los detalles interesantes que podría dar sobre cada villa y sobre las mil pequeñas circunstancias particulares de nuestro viaje pero no acabaría, por ello no voy a escribir más que los detalles principales.

- Fue con alegría que dejé Bolonia, esa villa se me había hecho insoportable por los estudiantes de que está repleta y que constituían un obstáculo cuando teníamos la desdicha de salir a pie y sobre todo por causa de la aventurilla que me aconteció con uno de ellos, me sentí dichosa de tomar la ruta de Loreto. { Al parecer, según cuenta Celina un estudiante no pudo resistir una espontánea y viva atracción hacia Teresa y la abrazó] No estoy sorprendida de que la Sta. Vir-gen haya escogido este lugar para trasladar allí su casa bendita, la paz, la alegría, la pobreza reinan allí soberanas; todo es sencillo y primitivo, las mujeres han conservado su graciosa costumbre italiana y no han adoptado, como las demás villas, la moda de París, en fin ¡Loreto me encantó! ¿Qué decir de la santa casa?.. ¡Ah! mi emoción fue profunda al encontrarme bajo el mismo techo que la Sta. Familia, al contemplar las paredes en las que Jesús había fijado sus ojos, al pisar la tierra que St. José había regado con sus sudores, en la que María había lleva-do a Jesús entre sus brazos, después de haberlo llevado en su seno virginal…. Vi la pequeña habitación en la que el ángel descendió cerca de la Sta. Virgen… Deposité mi rosario en la pequeña escudilla del Niño Jesús…¡Qué encantadores son esos recuerdos!...

(60rº)Pero nuestro mayor consuelo fue recibir a Jesús mismo en su casa y ser su templo vivo en el mismo lugar que él había honrado con su presencia. Siguiendo una costumbre de Italia, el St Copón se conserva en cada iglesia sólo sobre un altar y allí solamente se puede recibir la Sta comunión, ese altar estaba en la basílica misma donde se halla la Sta. Casa, encerrado como un diamante precioso en su estuche de mármol blanco. Eso no producía nuestra felicidad, era en el diamante mismo y no en el estuche donde nosotras queríamos hacer la comunión…. Papá con su dulzura acostumbrada hizo como todo el mundo, pero Celina y yo fuimos a buscar un sacerdote que nos acompañaba por todas partes y que justamente se preparaba para celebrar su misa en la Santa-Casa por un privilegio especial. Pidió dos pequeñas hostias que colocó sobre su patena con su hostia grande y comprendimos, Madre mía querida, ¡cuál fue nuestro asombro al hacer las dos la Sta. Comunión en esa casa bendita!..... Era una dicha totalmente celestial que las palabras son impotentes de traducir. ¿Qué será pues cuando recibamos la comunión en la eterna morada del Rey de los Cielos?...

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Entonces no veremos acabar ya nuestra alegría, no habrá ya tristeza por la partida, y para llevar un recuerdo no nos será necesario rascar furtivamente las paredes santificadas por la presencia Divina, puesto que su casa será la nuestra por la eternidad… No quiere darnos la de la tierra, se contenta con mostrárnosla para hacernos amar la pobreza y la vida escondida, lo que él nos reserva es su Palacio de gloria en el que no le veremos ya escondido bajo la apariencia de un niño o de una blanca hostia sino ¡¡¡tal como Él es en el estallido de su esplendor infinito!!!...

Ahora me resta hablar de Roma, de Roma fin de(60vº) nuestro viaje, ¡allí donde creía reencontrar el consuelo, hallé la cruz!.. A nuestra llegada, se hacía de noche y nosotras que estábamos dormidas fuimos despertadas por los em-pleados de la estación que gritaban: «Roma, Roma». ¡No era un sueño, estaba en Roma!...

La primera jornada la pasamos fuera de los muros y fue quizá la más deli-ciosa, pues todos los monumentos han conservado su carácter de antigüedad mientras en el centro de Roma podría creerse una en París viendo la magnifi-cencia de los hoteles y de las tiendas. Ese paseo por las campiñas romanas me ha dejado un muy dulce recuerdo. No hablaré de los lugares que visitamos, hay demasiados libros que los describen en toda su extensión, sino solamente de las principales impresiones que sentí. Una de las más dulces fue la que me hizo estremecer a la vista del Coliseo. Al fin pues veía esa arena en la que tantos mártires habían derramado su sangre por Jesús, entonces me dispuse a besar la tierra que ellos habían santificado, pero ¡qué decepción! el centro no es más que un amasijo de escombros que los peregrinos deben contentarse con mirar ya que una barrera impide la entrada a él, por otra parte nadie siente la tentación de tratar de penetrar en medio de esas ruinas.… ¿[Podría] haber venido a Roma sin descender al Coliseo?... Me parecía imposible, no escuchaba ya las explica-ciones del guía, un solo pensamiento me ocupaba: bajar a la arena…. Al ver a un obrero que pasaba con una escalera, estuve a punto de pedírsela, felizmente no puse mi idea en ejecución pues me habría tomado por una loca…. Se dice en el Evangelio que Magdalena permaneciendo siempre cerca de la tumba e inclinándose repetidas veces para mirar en el interior acabó por ver dos ángeles. Como ella, habiendo reconocido totalmente la imposibilidad de ver mis deseos realizados, (61rº) seguí inclinándome hacia las ruinas a las que quería bajar; al fin no vi ángeles, sino lo que yo buscaba, lancé un grito de alegría diciendo a Celina: «¡Ven rápido, vamos a poder pasar!..» Al pronto franqueamos la barrera hasta la que los escombros llegaban en ese punto, y henos allí escalando las ruinas que se hundían bajo nuestros pasos.

Papá nos miraba asombrado de nuestra audacia, pronto nos dijo que vol-viésemos, pero las dos fugitivas no oían nada; así como los guerreros sienten su

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valor aumentar en medio del peligro, también nuestra alegría se acrecentó en proporción al esfuerzo que habíamos hecho para alcanzar el objeto de nuestros deseos. Celina, más previsora que yo, había escuchado al guía y recordando que él acababa de señalar un cierto pequeño enlosado con una cruz, como si fuese aquél en el que combatían los mártires, se puso a buscarlo: pronto, habiéndolo encontrado y estando nosotras de rodillas sobre esa tierra sagrada, nuestras almas se fundieron en una misma plegaria…. Mi corazón latía muy fuerte cuan-do mis labios se aproximaron al polvo empapado con la sangre de los primeros cristianos, pedí la gracia de ser también mártir por Jesús ¡y sentí, en el fondo de mi corazón que mi oración era escuchada!..... Todo esto sucedió en muy poco tiempo; después de haber cogido algunas piedras, regresamos hacia los muros en ruinas para recomenzar nuestra peligrosa empresa. Papá viéndonos tan feli-ces no pudo regañarnos y vi claramente que estaba orgulloso de nuestro cora-je…… El Buen Dios nos protegió visiblemente, pues los peregrinos no se perca-taron de nuestra ausencia estando más lejos que nosotras, ocupados sin duda en mirar las magníficas arcadas, en las que el guía remarcaba «los pepinillos y los avaros puestos encima», por tanto ni él ni «los señores abates» tuvieron conocimiento de la alegría que llenaba nuestros corazones………

Las catacumbas me dejaron también una muy dulce impresión: son tal co-mo(61vº) me las había figurado leyendo su descripción en la vida de los már-tires. Después de haber pasado allí una parte de la tarde, me parecía estar allí únicamente desde hacía unos instantes tan aromada me parecía la atmósfera que allí se respira….. Era preciso ciertamente conseguir algún recuerdo de las catacumbas, así que habiendo dejado la procesión alejarse un poco, Celina y Teresa se metieron juntas hasta el fondo de la antigua tumba de Sta. Cecilia y cogieron tierra santificada por su presencia. Antes de mi viaje a Roma no tenía hacia esta santa devoción particular alguna, pero al visitar su casa transformada en iglesia, el lugar de su martirio, conociendo que había sido proclamada reina de la armonía, no a causa de su bella voz ni de su talento para la música, sino en memoria del canto virginal que hizo oír a su Esposo Celestial escondido en el fondo de su corazón, sentí por ella más que devoción: una verdadera ternura de alma….. Vino a ser mi santa predilecta, mi confidente íntima….. Todo en ella me maravillaba, sobre todo su abandono, su confianza ilimitada que le volvió capaz de virginizar a unas almas que no habían deseado nunca otras alegrías que las de la vida presente…..

Sta. Cecilia es semejante a la esposa de los cantares, en ella veo «¡Un coro en un campo de batalla!..» Su vida no fue otra cosa que un cántico melodioso en medio incluso de las más grandes pruebas y eso no me extraña, ya que «¡El Evangelio sagrado reposaba sobre su corazón!» ¡y que en su corazón reposaba el Esposo de las Vírgenes!.......

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La visita a la iglesia de Sta. Inés me resultó también muy dulce, era una amiga de la infancia a la que iba a visitar en su casa, le hablé largamente de la que lleva tan bien su nombre e hice todos mis esfuerzos para obtener una de las reliquias de la Angélica patrona de mi Madre querida con el fin de llevársela, (62rº) pero nos fue imposible obtener otra que una piedrecita roja que se des-prendió de un rico mosaico cuyo origen se remonta al tiempo de Sta. Inés y que ella debió a menudo mirar. ¿No era encantador que la amable Santa nos diese ella misma lo que buscábamos y que nos estaba prohibido coger?... He mirado siempre eso como una delicadeza y una prueba del amor con el que la dulce Sta. Inés ¡mira y protege a mi Madre querida!....

Seis días se pasaron en visitar las principales maravillas de Roma y fue el séptimo cuando vi la más grande de todas: «León XIII»….. Ese día, lo deseaba y lo temía al mismo tiempo, era de él de quien mi vocación dependía, pues la respuesta que debía recibir de Monseñor no había llegado y había sabido por una carta vuestra, Madre mía, que no estaba muy bien dispuesto a mi favor, por lo que mi única tabla de salvación era el permiso del St Padre…… pero para obte-nerlo, había de pedírselo, era preciso que delante de todo el mundo me atreviese a hablar: «al Papa», este pensamiento me hacía temblar, lo que sufrí antes de la audiencia, el Buen Dios solo lo sabe, con mi querida Celina. Nunca olvidaré la parte que ella tomó en todas mis pruebas, parecía que mi vocación fuese la suya. (Nuestro amor mutuo era señalado por los sacerdotes de la peregrinación: una tarde, estando en una reunión tan numerosa que faltaron las sillas, Celina me puso sobre sus rodillas y nos mirábamos tan amorosamente que un sacer-dote exclamó: «¡Cómo se aman, ¡ah! jamás podrán separarse estas dos herma-nas!» Sí, nos amábamos pero nuestro afecto era tan puro y tan fuerte que el pensamiento de la separación no nos atormentaba, pues sentíamos que nada, ni siquiera el océano, podría alejarnos la una de la otra….. Celina veía con calma a mi pequeña(62vº) barquilla abordar la orilla del Carmelo, ella se resignaba a permanecer tanto tiempo como el Buen Dios quisiera en la mar tormentosa del mundo, segura de abordar en su turno la ribera objeto de nuestros deseos….. )

El Domingo 20 de Noviembre después de habernos vestido según el cere-monial del Vaticano (es decir de negro, con una mantilla de encaje por sombre-ro) y habernos adornado con una ancha medalla de León XIII suspendida de una cinta azul y blanca, hicimos nuestra entrada en el Vaticano en la capilla del So-berano Pontífice. A las 8 horas nuestra emoción fue profunda viéndole entrar para celebrar la Sta. Misa..… Después de haber bendecido a los numerosos pere-grinos reunidos en torno a él, ascendió los escalones del Sto. Altar y nos mostró, por su piedad digna del Vicario de Jesús, que él era verdaderamente «el Santo Padre». Mi corazón latía muy fuerte y mis oraciones eran muy ardientes mien-tras Jesús descendía entre las manos de su Pontífice, no obstante estaba llena

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de confianza, el Evangelio de ese día refería estas encantadoras palabras: «No temáis, pequeño rebaño, pues le ha complacido a mi Padre daros su reino.» No yo no temía, esperaba que el reino del Carmelo me perteneciera pronto, no pen-saba en ese momento en estas otras palabras de Jesús: «Os preparo mi reino como mi Padre me lo ha preparado.» Es decir yo os reservo cruces y pruebas, es así como os haré dignos de poseer ese reino por el que suspiráis; puesto que ha sido necesario que Cristo sufriese y que entrase por ello en su gloria, si deseáis tener un lugar a su lado ¡bebed el cáliz que ha bebido Él mismo!..... Ese cáliz me fue presentado por el Santo Padre y mis lágrimas se mezclaron con el amargo brebaje que me era ofrecido. Después de la misa de acción de gracias que siguió a la de Su Santidad comenzó la audiencia. León XIII estaba sentado en un gran sillón, estaba vestido sencillamente (63rº)con una sotana blanca, con una mu-ceta del mismo color y no tenía sobre la cabeza más que un pequeño bonete. En torno a él, se mantenían los cardenales, arzobispos y obispos pero yo no los vi sino en general [me fijé en ellos sino…]estando ocupada en el Santo Padre; pasábamos delante de él en procesión, cada peregrino se arrodillaba a su turno, besaba el pie y la mano de León XIII, recibía su bendición y dos guardias-nobles le tocaban ceremoniosamente, indicándole con ello que se levantase (el peregri-no, pues me explico tan mal que podría creerse que era el Papa). Antes de entrar en el apartamento pontificio estaba muy resuelta a hablar, pero sentí mi valor flaquear al ver a la derecha del Sto. Padre «¡a Mr. Reverony!...» Casi en el mismo instante se nos dijo de su parte que él prohibía hablar a León XIII, la audiencia se prolongaría demasiado tiempo….. Me volví hacia mi Celina querida, para saber su parecer: «¡Habla! me dijo.» Un instante después estaba a los pies del Santo Padre; habiendo besado su pantufla él me presentó la mano, pero en lugar de besarla, uní las mías y levantando hacia su rostro mis ojos bañados en lágrimas, exclamé: «Santísimo Padre ¡tengo una gran gracia que pediros!...» Entonces el Soberano Pontífice inclinó su cabeza hacia mí de manera que mi cara tocaba casi la suya, y vi sus ojos negros y profundos fijarse en mí y parecer que me penetra-ban hasta el fondo de mi alma. - «Santísimo Padre, le dije, en honor de vuestro jubileo, ¡permitidme entrar en el Carmelo a los 15 años!....»

La emoción había hecho sin duda temblar mi voz, por eso volviéndose hacia Mr. Reverony que me miraba con asombro y enfadado, el Sto. Padre dijo: «No comprendo muy bien»-- Si el Buen Dios lo hubiese permitido, hubiera sido fácil que Mr. Reverony me obtuviese lo que deseaba, pero era la cruz y no el consuelo lo que Él quería darme.-«Santísimo Padre (respondió el [Gran] Vicario [General]) es una niña que desea entrar en el Carmelo a los 15 años, pero los superiores examinan la cuestión en estos momentos.»- «Pues bien, hija mía, replicó el St Padre mirándome con bondad, haced lo que los Superiores os indiquen.» Apoyando entonces las manos (63vº) sobre sus rodillas intenté

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un último esfuerzo y dije con una voz suplicante: «¡Oh! Santísimo Padre, si vos decís sí, todo el mundo lo tendría a bien!...» Él me miró fijamente y pronunció estas palabras remarcando cada sílaba: «Vamos….Vamos…. Entraréis si el Buen Dios lo quiere….» (Su acento tenía algo tan penetrante y tan convencido que me parece oírlo aún). La bondad del St Padre me envalentonaba y yo quería hablar aún pero los dos guardias-nobles me tocaron cortésmente para hacerme levantar, viendo que eso no era suficiente me cogieron por los brazos y Mr Reverony les ayudó a levantarme pues permanecía aún con las manos juntas apoyadas sobre las rodillas de León XIII y fue por la fuerza que me arrancaron de sus pies…. En el momento en que era así levantada, el St Padre puso su mano sobre mis labios, luego la izó para bendecirme, entonces mis ojos se llenaron de lágrimas y Mr Reverony pudo contemplar al menos tantos diamantes como no había visto en Bayeux……… Los dos guardias-nobles me llevaron por así decir hasta la puerta y allí, un tercero me dio una medalla de León XIII. Celina que me seguía había sido testigo de la escena que acababa de suceder, casi tan emocionada como yo tuvo sin embargo el valor de solicitar una bendición para el Carmelo. Mr Reverony con una voz descontenta replicó: «Ya está bendecido el Carmelo.» El buen St Padre replicó con dulzura: «¡Oh sí! Ya está bendecido.» Papá había pasado delante de nosotras a los pies de León XIII (con los señores). Mr Reverony había estado encantador con él presentándole como el Padre de dos Carmelitas. El Soberano Pontífice en señal de particular benevolencia puso la mano sobre la cabeza venerable de mi Rey querido, pareciendo así marcarlo con un sello misterioso, en nombre de Aquél de quien es el verdadero representante….. ¡Ah! ahora que está en el Cielo, ese Padre de cuatro Carmelitas, no es ya la mano del Pontífice la que reposa sobre su frente, profetizándole (64rº) el martirio…. Es la mano del Esposo de las Vírgenes, del Rey de Gloria, la que hace resplandecer la cabeza de su Fiel Servidor, ¡y nunca jamás cesará de reposar esa mano adorada sobre la frente de quien ha glorificado!...

Mi Papá querido tuvo mucha pena al encontrarme en un baño de lágrimas al salir de la audiencia, hizo todo lo que pudo para consolarme, pero en vano….. En el fondo del corazón sentía una gran paz, ya que había hecho absolutamente todo lo que estaba en mi poder hacer para responder a lo que el Buen Dios exi-gía de mí, pero esa paz estaba en el fondo y la amargura llenaba por completo mi alma, pues Jesús se calló. Parecía ausente, nada me revelaba su presencia…. Aquel día ni el sol osó brillar y el hermoso cielo azul de Italia cargado de nubes sombrías, no cesó de llorar conmigo… ¡Ah! se había acabado, mi viaje no tenía ya encanto alguno a mis ojos pues su meta había fallado… No obstante las úl-timas palabras del Santo Padre habrían debido consolarme: ¿no eran en efecto una verdadera profecía? A pesar de todos los obstáculos, lo que el Buen Dios ha querido se ha cumplido. No ha permitido a las criaturas hacer lo que querían,

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sino a Él su voluntad….. Desde hacía algún tiempo me había ofrecido a Jesús para ser su juguetito, Le había dicho que no se sirviese de mí, como de un jugue-te caro al que los niños se contentan con mirar sin atreverse a tocarlo, sino como de una pelotita de ningún valor que pudiese arrojar a tierra, empujar con el pie, agujerear, dejar en un rincón o bien apretar sobre su corazón si eso Le producía placer; en una palabra, quería divertir, al pequeño Jesús, complacerlo; quería entregarme a sus caprichos infantiles……. Él escuchó mi plegaria……

En Roma Jesús agujereó su juguetito, quería ver lo que tenía dentro y después de haberlo visto, contento de su descubrimiento, dejó caer su pelotita y se durmió….. ¿Qué hizo durante su dulce sueño y qué vino a ser de la pelotita abandonada?... Jesús soñó que se divertía aún con su juguete, dejándolo y to-mándolo por turno y luego después de haberlo hecho rodar muy lejos lo apretó sobre su corazón, no permitiendo ya que se alejase de su manita…….

Vos comprendéis, Madre mía querida, cuán triste estaba la pelotita de verse por tierra…. Sin embargo no cesaba de esperar contra toda esperanza. Unos días después de la audiencia del St. Padre, Papá habiendo ido a ver al buen hermano Simeón encontró en su casa a Mr Reverony que estuvo muy amable. Papá le reprochó amablemente no haberme ayudado en mi difícil empresa, luego contó la historia de su Reina al hermano Simeón, el venerable anciano escuchó su relato con mucho interés, incluso tomó notas y dijo con emoción: «¡No se ve esto en Italia!» Creo que esa entrevista causó muy buena impresión en Mr Re-verony; ¡en consecuencia no cesó de probarme que estaba al fin convencido de mi vocación!

Al día siguiente de la memorable jornada, tuvimos que partir de mañana hacia Nápoles y Pompeya. En nuestro honor el Vesubio hizo ruido todo el día, dejando con sus cañonazos escapar una espesa columna de humo. Las huellas que ha dejado en las ruinas de Pompeya son asustantes, muestran el poder de Dios: «Que mira la tierra y la hace temblar, que toca las montañas y las reduce a humo…….»

Habría querido pasearme sola en medio de las ruinas, soñar sobre la fragi-lidad de las cosas humanas, pero el número de los viajeros eliminaba una parte del encanto melancólico de la ciudad destruída….. En Nápoles fue todo lo con-trario, el gran número de coches de dos caballos volvía magnífico nuestro paseo al Monasterio de San Martín situado sobre (65rº) una alta colina que dominaba toda la ciudad, infelizmente los caballos que nos conducían doblaban a cada ins-tante el espinazo y más de una vez creí llegada mi última hora. El cochero tenía a bien repetir constantemente la palabra mágica de los conductores italianos: «Appipau, appipau…» los pobres caballos querían volcar el coche, en fin gracias a la protección de nuestros ángeles de la guarda llegamos a nuestro magnífico hotel. Durante todo el curso de nuestro viaje habíamos sido alojadas en hoteles

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principescos, nunca había estado rodeada de tanto lujo, hace bien al caso decir que la riqueza no hace la felicidad, pues hubiera sido más dichosa bajo un techo de paja con la esperanza del Carmelo, que entre artesonados dorados, escaleras de mármol blanco, tapices de seda, con la amargura en el corazón….. ¡Ah! Lo sentí claramente, la alegría no se encuentra en los objetos que nos rodean, se halla en lo más íntimo del alma, se la puede poseer igual en una prisión que en un palacio, la prueba, es que yo soy más feliz en el Carmelo, incluso en medio de pruebas interiores y exteriores que en el mundo rodeada de las comodidades de la vida ¡y sobre todo de las dulzuras del hogar paterno!.....

Tenía el alma hundida en la tristeza, sin embargo al exterior, era la misma pues creía desconocida la petición que le había hecho al St Padre; pronto pude convencerme de lo contrario, habiéndome quedado sola en el vagón con Celina (los demás peregrinos habían bajado al buffet durante unos minutos de descan-so) vi a Mr Legaux, vicario general de Coutances, abrir la puerta y mirándome sonriendo me dijo: «Y bien, cómo va nuestra pequeña carmelita...» Comprendí entonces que toda la peregrinación conocía mi secreto, felizmente nadie me habló de ello pero noté por la simpática manera con que me miraban, que mi petición no había producido un mal (65vº) efecto, al contrario…… En la pequeña ciudad de Asís, tuve la ocasión de subir en el coche de Mr Reverony, favor que no fue concedido a señora alguna durante todo el viaje. He aquí cómo obtuve ese privilegio.

Después de haber visitado los lugares aromatizados por las virtudes de St Francisco y Sta Clara, habíamos terminado por el monasterio de Sta Inés, herma-na de Sta Clara, había contemplado a mis anchas la cabeza de la Santa, cuando retirándome una de las últimas me di cuenta que había perdido mi cinturón, lo busqué en medio de la multitud, un sacerdote tuvo piedad de mí y me ayudó, [pero] después de habérmelo encontrado le vi alejarse y me quedé yo sola bus-cando, pues tenía ciertamente el cinturón, pero me era imposible ponérmelo, faltaba la hebilla…. Al fin la vi brillar en un rincón, cogerla y ajustarla al cinturón no se me hizo largo [no tardé mucho], pero el trabajo precedente había sido mayor, por lo que mi asombro fue grande al encontrarme sola junto a la iglesia, todos los numerosos coches habían desaparecido, a excepción del de Mr Reve-rony. ¿Qué partido tomar? Tenía que correr detrás de los coches que no veía ya, exponerme a perder el tren y llevar a mi querido Papá la inquietud, o bien soli-citar un lugar en la calesa de Mr Reverony? Tomé partido por lo último. Con mi aire más gracioso y el menos apurado posible, a pesar de mi extremado apuro, le expuse mi situación crítica y le puse en un apuro a él mismo, pues su coche estaba ocupado por los señores más distinguidos de la peregrinación, sin medio de encontrar un lugar de más, pero un señor muy galante, se apresuró a bajarse, me hizo subir a su sitio y se colocó modestamente al lado del cochero. Parecía

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yo una ardilla pillada en una trampa y estaba lejos de encontrarme a mis anchas rodeada de todos esos grandes personajes y sobre todo del más temible enfren-te del cual estaba yo situada…. Fue sin embargo muy (66rº)amable conmigo, interrumpiendo de tiempo en tiempo su conversación con los señores para ha-blarme del Carmelo. Antes de llegar a la estación todos los grandes personajes cogieron sus grandes portamonedas para darle dinero al cochero(ya pagado), yo hice como ellos y tomé mi muy pequeño monedero, pero Mr Reverony no consintió en que yo hiciese salir preciosas pequeñas monedas, prefirió darle una grande por nosotros dos.

Otra vez me encontré a su lado en el ómnibus, aún fue más amable y me prometió hacer todo lo que pudiera para que entrara en el Carmelo….. Poniendo un poco de bálsamo sobre mis heridas, esos pequeños encuentros no impidie-ron que el retorno fuese mucho menos agradable que la ida, pues no tenía ya la esperanza «del St Padre», no hallaba auxilio alguno sobre la tierra que me parecía un desierto árido y sin agua; toda mi esperanza estaba en el Buen Dios únicamente… acababa de hacer la experiencia de que quiere mejor que recurra-mos a Él que a sus santos………..

La tristeza de mi alma no me impidió tomar un gran interés por los santos lugares que visitamos. En Florencia fui feliz al contemplar a Sta Magdalena de Pazzi en medio del coro de las carmelitas que nos abrieron la reja mayor; como no sabíamos que gozaríamos de este privilegio, muchas personas deseaban ha-cer tocar sus rosarios en la tumba de la santa, no había más que yo que pudiese pasar la mano entre la reja que nos separaba de ella, por lo tanto todo el mundo me acercaba rosarios y yo estaba muy orgullosa de mi oficio….. Era preciso que siempre encontrase el medio de tocarlo todo, así en la Iglesia de la Sta Cruz de Jerusalem (de Roma) pudimos venerar varios fragmentos de la verdadera Cruz, dos espinas y uno de los clavos encerrado en un magnífico relicario realizado en oro, pero sin vidrio por eso yo encontré el medio venerando la preciosa reliquia, de colar mi dedo pequeño [meñique](66vº) por uno de los huecos del relicario y pude tocar el clavo que fue regado con la sangre de Jesús…… ¡Era en verdad demasiado audaz!.. Felizmente el Buen Dios que ve el fondo de los corazones sabe que mi intención era pura y que por nada del mundo habría querido dis-gustarle, trataba con Él como un niño que se cree que todo le está permitido y mira los tesoros de su Padre como suyos.- No puedo aún comprender por qué las mujeres son tan fácilmente excomulgadas en Italia, a cada instante se nos decía: «¡No entréis aquí.. No entréis ahí seréis excomulgadas!..» ¡Ah! las pobres mujeres, ¡cuán menospreciadas son!... Sin embargo ellas aman al Buen Dios en mucho mayor número que los hombres y durante la Pasión de Nuestro Señor las mujeres tuvieron más valor que los apóstoles ya que ellas desafiaron los insultos de los soldados y osaron enjugar la Faz adorable de Jesús… Es sin

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duda por ello que permite que el menosprecio sea su recompensa sobre la tierra puesto que la escogió para sí-mismo……… En el cielo sabrá bien mostrar que sus pensamientos no son los de los hombres, pues entonces las últimas serán las primeras…. Más de una vez durante el viaje, no tuve la paciencia de esperar al Cielo para ser la primera….. Un día que visitamos un monasterio de Carmelitas, no contentándonos con seguir a los peregrinos en las galería exteriores, avancé bajo los Claustros interiores…. de repente vi a un buen anciano carmelita que de lejos me hacía señales de que me alejara, pero en lugar de irme de allí, me aproximé a él y enseñándole los cuadros del claustro, le hice señas de que eran bonitos. Él reconoció indudablemente por mis cabellos sobre la espalda y por mi aire juvenil, que era una niña, me sonrió con bondad y se alejó al ver que no tenía una enemiga delante de él; si hubiese podido hablar italiano, le hubiera dicho que era una futura carmelita, pero por causa de los constructores de la torre de Babel, eso me fue imposible.

Después de haber visitado también Pisa y Génova, nos volvimos a Francia. Sobre el recorrido(67rº) la vista era magnífica, unas veces bordeábamos el mar y el ferrocarril pasaba tan cerca de él que me parecía que las olas iban a llegar hasta nosotros (ese espectáculo fue causado por una tempestad, era al atarde-cer, lo que hacía que la escena fuese aún más impactante). Otras eran llanuras cubiertas de naranjos con frutas maduras, de verdes olivares de follaje ligero, de palmeras esbeltas… a la caída del día vimos numerosos pequeños puertos de mar iluminarse con multitud de lámparas, mientras que en el cielo titilaban las primeras estrellas…. ¡Ah! ¡qué poesía llenaba mi alma a la vista de todas esas cosas que miraba por primera y última vez en mi vida!.... Era sin añoranza como yo las veía desvanecerse, mi corazón aspiraba a otras maravillas, había contemplado suficientemente las bellezas de la tierra, las del Cielo constituían el objeto de sus deseos y para donárselas a las almas ¡quería convertirme en prisionera!............... Antes de ver abrirse delante de mí las puertas de la prisión bendita por la que suspiraba, tenía que luchar todavía y sufrir, lo sentí al volver a Francia, sin embargo mi confianza era tan grande que no cesaba de esperar que me sería permitido entrar el 25 de Diciembre….. Apenas llegados a Lisieux, nuestra primera visita fue para el Carmelo. ¡Qué entrevista fue aquella!...Tenía-mos tantas cosas que decirnos, luego de un mes de separación, mes que se me hizo muy largo y durante el cual aprendí más que durante muchos años…………

¡Oh Madre mía querida! Qué dulce me fue volver a veros, abriros mi pobre almita herida. A vos que tan bien sabíais comprenderme, a quien ¡una sola pa-labra, una mirada bastaba para adivinarlo todo! Yo me abandonaba completa-mente, había hecho todo lo que dependía de mí, todo, hasta hablar al Sto Padre, así que no sabía qué debía aún hacer. Me dijisteis que escribiera a Monseñor y le recordase su promesa; lo hice enseguida, lo mejor que me fue posible, pero

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en términos que mi Tío halló un poco(67vº) demasiado simples, él rehízo mi carta; en el momento en que iba a enviarla, recibí una vuestra diciéndome que no escribiese, que esperase algunos días, obedecí enseguida, pues estaba segura de que era el mejor medio de no equivocarme. ¡Al fin 10 días antes de Navidad, mi carta partió! Muy convencida de que la respuesta no se haría esperar, iba todas las mañanas después de misa a correos con Papá, imaginando encontrar allí el permiso para volar, pero cada mañana me acarreaba una nueva decepción que sin embargo no hacía tambalearse [mi] fe…. Pedía a Jesús que rompiese mis ataduras, Él las rompió, pero de una manera totalmente diferente a la que yo esperaba…… La hermosa fiesta de Navidad llegó y Jesús no se despertó… Dejó por tierra su pelotita sin ni siquiera lanzarle una mirada………………………….

Mi corazón estaba roto al volver de la misa de medianoche, ¡yo contaba tanto con asistir a ella tras las rejas del Carmelo!... Esa prueba fue muy grande para mi fe, pero Aquél cuyo corazón vela durante su sueño [mientras duerme], me hizo comprender que a aquellos cuya fe iguala a un grano de mostaza, él concede milagros y hace cambiar de lugar las montañas, con el fin de afirmar esta fe tan pequeña; pero para sus íntimos, para su Madre, no hace milagros antes de haber probado su fe. ¿No dejó morir a Lázaro aunque Marta y María le habían hecho llegar que estaba enfermo?.. En las bodas de Caná, la Sta Virgen habiéndole pedido a Jesús que socorriese a sus huéspedes ¿no Le respondió que su hora no había llegado aún?…. Pero después de la prueba, ¡qué recompen-sa, el agua se convierte en vino… Lázaro resucita!..... Así trató Jesús a su peque-ña Teresa: después de haberle probado largo tiempo, colmó todos los deseos de su corazón…

La tarde de la radiante fiesta pasada por mí en lágrimas, fui a ver a las carmelitas; mi sorpresa fue enorme al ver cuando se abrió la (68vº) reja un en-cantador pequeño Jesús que sostenía en su mano una pelota en la que estaba escrito mi nombre. Las carmelitas en lugar de Jesús, demasiado pequeño para hablar, me cantaron una canción compuesta por mi querida Paulina, cada pala-bra reportaba a mi alma un muy dulce consuelo, jamás olvidaré esta delicadeza del corazón maternal que siempre me colmó de las más exquisitas ternuras……… Después de haber dado las gracias derramando dulces lágrimas, conté la sor-presa que mi querida Celina me había dado al volver de la misa de medianoche. Había encontrado en mi habitación en medio de un encantador barreño, un pe-queño navío que llevaba al pequeño Jesús durmiendo con una pequeña pelota cerca de Él, sobre la vela blanca Celina había escrito estas palabras: «Yo duermo pero mi corazón vela» y sobre la nave esta única palabra: «¡Abandono!» ¡Ah! si Jesús no hablaba todavía a su pequeña prometida, si siempre sus ojos divinos permanecían cerrados, al menos, El se revelaba a ella por medio de almas que comprendían todas las delicadezas y el amor de su corazón…………………

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El primer día del año 1888 Jesús me presentó aún su cruz, pero esta vez estuve yo sola para llevarla, fue tanto más dolorosa cuanto que era incompren-sible…… Una carta de Paulina vino a anunciarme que la respuesta de Monseñor había llegado el 28, fiesta de los Stos Inocentes, pero que no me la había dado a conocer, habiendo decidido que mi entrada no tendría lugar antes de la cua-resma. No pude contener mis lágrimas ante la idea de un tan largo retraso. Esa prueba tuvo para mí un carácter muy particular, veía mis ligaduras rotas de par-te del mundo y esta vez era el arca santa la que rehusaba su entrada a la pobre palomita…… Quiero creer bien [estar segura] que debí parecer irrazonable al no aceptar gozosamente mis tres meses de destierro, pero creo también que, sin parecerlo, esa prueba fue muy grande y me hizo crecer mucho en el abandono y en las demás virtudes.

(68vº)¿Cómo se pasaron esos tres meses tan ricos en gracias para mi alma?.. En principio me vino al pensamiento no molestarme en llevar una vida tan bien reglada como tenía por costumbre, pero pronto comprendí el valor del tiempo que me era ofrecido y resolví entregarme más que nunca a una vida seria y mortificada. Cuando digo mortificada, no es con el fin de hacer creer que realizaba penitencias, ¡desgraciadamente! no he hecho nunca ninguna, muy le-jos de asemejarme a las hermosas almas que desde su infancia practicaron toda especie de mortificaciones, yo no sentía por ellas ningún atractivo; sin duda eso venía de mi flojera, pues habría podido, como Celina, encontrar mil pequeños inventos para hacerme sufrir, en lugar de eso me dejé siempre mimar [mantener entre] en algodón y atiborrar como un pajarillo que no tiene necesidad de hacer penitencia……. Mis mortificaciones consistían en quebrar mi voluntad, siempre dispuesta a imponerse, en contener una palabra de réplica, en rendir pequeños servicios sin hacerles valer [darles valor], en no apoyar la espalda cuando es-taba sentada, etc., etc…. Fue por la práctica de esas naderías que me preparé a convertirme en la novia de Jesús, y no podría decir cuántos dulces recuerdos me ha dejado esa espera… Tres meses pasan muy rápido, al fin el momento tan ardientemente deseado llegó.

El lunes 9 de Abril día en que el Carmelo celebraba la fiesta de la Anuncia-ción, trasladada a causa de la cuaresma, fue elegido para mi entrada. La víspera toda la familia estaba reunida en torno a la mesa a la que debía sentarme una última vez. ¡Ah! ¡cuán desgarradoras son esas reuniones íntimas!.. cuando una

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querría verse olvidada, las caricias, las palabras más tiernas son prodigadas y hacen sentir el sacrificio de la separación………………. Papá no decía casi nada pero su mirada se fijaba en mí con amor…. Mi tía lloraba de cuando en cuando y mi Tío me hacía mil cumplidos afectuosos. Juana y María también me llenaban de delicadezas, sobre todo María que tomándome (69rº) aparte me pidió perdón por las penas que creía haberme causado. En fin mi querida Leonita, vuelta de la Visitación después de algunos meses me colmó más aún de besos y caricias. No hay nada de Celina de la que aún no he hablado, pero vos adivináis, mi Madre querida, cómo pasamos la última noche que nos acostamos juntas……. La maña-na del gran día, después de haber echado una última mirada a los Buissonnets, ese nido galante de mi infancia que no debía volver a ver, partí del brazo de mi Rey querido para subir la montaña del Carmelo…. Como la víspera toda la familia se encontró reunida para oír la Sta. Misa y comulgar. Luego que Jesús descendió al corazón de mis parientes queridos, no oí a mi alrededor más que sollozos, no hubo nadie salvo yo que no derramase lágrimas, pero sentí mi corazón latir con una violencia tal que me pareció imposible avanzar cuando vinieron a hacernos señales de ir hacia la puerta conventual, yo avancé sin embargo preguntándome a mí misma si no iba a morir por la fuerza de los latidos de mi corazón…… ¡Ah! qué momento aquél, hay que pasarlo para saber lo que es…………

Mi emoción no se tradujo hacia fuera: después de haber abrazado a todos los miembros de mi querida familia, me puse de rodillas delante de mi incompa-rable Padre, pidiéndole su bendición, para dármela se puso él mismo de rodillas y me bendijo llorando… Era un espectáculo que debía hacer sonreír a los ángeles el de ese anciano presentando al Señor su hija ¡todavía en la primavera de la vida!... Algunos instantes después las puertas del arca santa se cerraban sobre mí y allí recibí los abrazos de las hermanas queridas que me habían servido de madres y que a partir de ahora iba a tomar como modelos de mis actos…. Al fin mis deseos se habían cumplido, mi alma sentía una PAZ tan dulce y tan profun-da que me sería imposible (69vº) de explicar y desde hace 7 años y medio esta paz íntima ha sido mi lote, no me ha abandonado en medio de las más grandes pruebas.

Como todas las postulantes fui conducida al coro inmediatamente después de mi entrada, estaba sombrío a causa del St Sacramento expuesto y lo que primero atrajo mis miradas fueron los ojos de nuestra santa Madre Genoveva que se fijaron en mí, permanecí un momento de rodillas a sus pies agradeciendo al Buen Dios la gracia que me concedía de conocer a una santa y luego seguí a nuestra Madre María de Gonzaga por los diferentes lugares de la comunidad; todo me parecía encantador, me creía transportada a un desierto, nuestra celdi-ta sobre todo me cautivaba, pero la alegría que sentía era tranquila, el más ligero céfiro no hacía ondular las aguas tranquilas sobre las que bogaba mi navecita,

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ninguna nube oscurecía mi cielo azul…¡ah! estaba plenamente recompensada de todas mis pruebas…. Con qué alegría profunda repetía estas palabras: «¡Es para siempre, siempre que yo estoy aquí!..»

Esta dicha no era efímera, no debía esfumarse con «las ilusiones de los primeros días». Las ilusiones, el buen Dios me ha hecho la gracia de no tener NINGUNA al entrar en el Carmelo; he encontrado la vida religiosa tal como me la había figurado, ningún sacrificio me sorprendió y no obstante, vos lo sabéis, mi Madre querida, ¡mis primeros pasos encontraron más espinas que rosas!..... Sí el sufrimiento me tendió los brazos y yo me arrojé a ellos con amor… Lo que venía a hacer al Carmelo, lo declaré a los pies de Jesús-Hostia en el examen que precedió a mi profesión: «He venido para salvar almas y sobre todo para rezar por los sacerdotes.» Cuando se quiere lograr una meta es preciso poner los medios para ello; Jesús me hizo comprender que era por la cruz que [como] Él quería darme almas y mi atracción por el sufrimiento creció a medida que el su-frimiento aumentaba. Durante 5 años esa vía fue la mía pero (70rº) al exterior, nada traducía mi sufrimiento tanto más doloroso cuanto que solo era yo quien lo conocía. ¡Ah! ¡Qué sorpresa tendremos al final del mundo leyendo la historia de las almas!.... ¡Cuántas personas asombradas habrá al ver la vía por la que ha sido conducida la mía!..................

Esto es tan verdadero que, dos meses después de mi entrada, el Padre Pi-chon habiendo venido para la profesión de Sr María del Sagrado Corazón, se maravilló de lo que el Buen Dios hacía en mi alma y me dijo que el día anterior habiéndome observado orando en el coro, creía que mi fervor era todo infantil y mi vida muy dulce. Mi entrevista con el buen Padre fue para mí un consuelo muy grande, pero velado por las lágrimas a causa de la dificultad que halla-ba para abrir mi alma. Hice no obstante una confesión general, como nunca la había hecho; al final el Padre me dijo estas palabras, las más consoladoras que han venido a resonar en el oído de mi alma: «En presencia del Buen Dios, de la Sta Virgen y de todos los Santos declaro que jamás habéis cometido un solo pecado mortal.» Luego añadió: agradeced al Buen Dios lo que hace por vos, pues si él os abandonase, en lugar de ser un angelito, seríais un diablillo. ¡Ah! no tenía ninguna dificultad en creerlo, sentía cuán débil e imperfecta era, pero el agradecimiento llenaba mi alma, tenía un temor tan grande de haber teñido la vestidura de mi Bautismo, que una tal aseveración salida de la boca de un director como los deseaba Nuestra Sta Mre Teresa, es decir uniendo la ciencia a la virtud, me parecía salida de la boca misma de Jesús……. El buen Padre me dijo también estas palabras que están dulcemente grabadas en mi corazón: «Hija mía, que Nuestro Señor sea siempre vuestro Superior y vuestro Maestro de novicias.» Él lo fue en efecto y también «Mi director.» No es que quiera decir que mi alma ha estado cerrada para mis Superiores, ¡ah! lejos de ello he tratado

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siempre de que les sea un libro (70vº) abierto; pero nuestra Madre a menudo enferma tenía poco tiempo para ocuparse de mí. Sé que ella me amaba mucho y hablaba de mí lo mejor posible, no obstante el Buen Dios permitió que sin saberlo,{en otra ocasión, cuando su padre le coge una flor dice que realizó una obra simbólica sans savoir, aquí utiliza la expresión «à son insu» que podría traducirse también: a sus espaldas, ¿de quién sino de M. Inés, su hermana que no lo hubiera permitido?] ella fuese MUY SEVERA; no podía encontrarla sin besar la tierra [el suelo], lo mismo sucedía en las raras direcciones que tenía con ella…… ¡Qué inapreciable gracia!.. ¡Cómo el Buen Dios me trataba visiblemente mediante la que ocupaba su lugar! ¿Qué habría sido de mí si como creían las personas del mundo hubiese sido el «juguete» de la comunidad?.. Quizá en lu-gar de ver a Nuestro Señor en mis Superiores, no hubiera considerado más que a las personas y mi corazón tan bien guardado en el mundo se hubiera atado humanamente en el claustro…… Felizmente fue preservado de esa desgracia. Sin duda quería mucho a nuestra Madre, pero con un afecto puro que me elevaba hacia el Esposo de mi alma…..

Nuestra maestra era una verdadera santa, el tipo acabado de las primeras carmelitas; toda la jornada estaba con ella, pues me enseñaba a trabajar. Su bon-dad hacia mí era sin límites y sin embargo, mi alma no se dilataba…. No era más que con esfuerzo que me era posible tener dirección, no estando acostumbrada a hablar de mi alma no sabía cómo explicar lo que en ella pasaba. Una buena an-ciana madre comprendió un día lo que yo sentía, me dijo riendo en la recreación: «Hijita mía me parece que vos no debéis tener gran cosa que decir a vuestros superiores.»- ¿Por qué, Madre mía, decís eso?...- «Porque vuestra alma es extre-madamente sencilla, pero cuando seáis perfecta, seréis aún más sencilla, cuanto más se acerca una al Buen Dios tanto más se simplifica.» La buena Madre tenía razón, no obstante la dificultad que tenía para abrir mi alma al provenir de mi sencillez era una verdadera prueba, lo reconozco ahora, pues sin dejar de ser sencilla (71rº) explico mis pensamientos con una facilidad muy grande.

He dicho que Jesús había sido «mi Director»- Al entrar en el Carmelo trabé conocimiento con el que debía servirme de tal, pero apenas me había ad-mitido entre el número de sus hijas cuando partió para el exilio…. Así que no lo había [llegado a conocer] conocido como para estar inmediatamente privada de él… Reducida a recibir de él una carta por año por las 12 que yo le escribía, mi corazón se volvió muy pronto hacia el Director de directores y así fue Él quien me instruyó en esa ciencia escondida a los sabios y a los prudentes que Él se digna revelar a los más pequeños…………..

La florecilla trasplantada a la montaña del Carmelo debía desarrollarse a la sombra de la Cruz, las lágrimas, la sangre de Jesús se convirtieron en su rocío y su Sol fue la Faz Adorable velada de llanto…. Hasta entonces no había sondeado

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la profundidad de los tesoros escondidos en la Santa Faz, fue por vos, Madre Inés de J., que aprendí a conocerlos, de la misma manera que nos habéis prece-dido a todas en el Carmelo, así habéis penetrado la primera en los misterios de amor ocultos en el Rostro de nuestro Esposo: así pues vos me habéis llamado y yo he comprendido……. He comprendido que era la verdadera gloria. Aquél cuyo reino no es de este mundo me enseñó que la verdadera sabiduría consiste en «querer ser ignorada y tenida por nada - En poner su alegría en el menosprecio de sí-misma»…. ¡Ah! como el de Jesús, yo quería que : «Mi rostro estuviese verdaderamente oculto, que sobre la tierra nadie me reconociese.» Tenía sed de sufrir y de ser olvidada……..

Qué misericordiosa es la vía por la que el Buen Dios me ha conducido siem-pre, nunca me ha hecho desear cosa alguna sin dármela, por tanto su cáliz amar-go me pareció delicioso………………

Después de las radiantes fiestas del mes de Mayo, fechas de la profesión y toma de velo(71vº) de nuestra querida María, la mayor de la familia a la que la última tuvo la dicha de coronar en el día de sus bodas, tuvo a bien venir a visitarnos la prueba…… El año precedente en el mes de Mayo, Papá había sido afectado por un ataque de parálisis en las piernas, nuestra inquietud fue muy grande entonces, pero el fuerte temperamento de mi Rey querido lo recuperó pronto y nuestros temores desaparecieron, sin embargo más de una vez duran-te el viaje a Roma, nos habíamos dado cuenta de que se fatigaba fácilmente, que no estaba ya tan alegre como de costumbre…. Lo que yo había observado sobre todo eran los progresos que Papá hacía en la perfección, a ejemplo de St Francis-co de Sales, había llegado a ser señor de su vivacidad natural hasta el punto que parecía tener la naturaleza más dulce del mundo… Las cosas de la tierra parecían apenas rozarle, se sobreponía fácilmente a las contrariedades de esta vida, en fin el Buen Dios le inundaba de consolaciones, durante sus visitas diarias al St

Sacramento sus ojos se llenaban a menudo de lágrimas y su rostro respiraba una beatitud celestial…… Cuando Leonia salió de la Visitación, no se afligió, no hizo reproche alguno al Buen Dios por no haber escuchado los ruegos que le había hecho para obtener la vocación de su querida hija, incluso fue con una cierta alegría a buscarla……

He aquí con qué fe Papá aceptó la separación de su reinecita, lo anunció en estos términos a sus amistades de Alençon: -«Bien queridos Amigos, Teresa, mi reinecita, ¡ha entrado ayer en el Carmelo!.. Sólo Dios puede exigir un tal sacrifi-cio…No me compadezcáis, pues mi corazón sobreabunda de alegría.»

Era hora de que un tan fiel servidor recibiese el premio a sus trabajos, era justo que su salario se asemejase al que Dios dio al Rey del Cielo, su Hijo único…… Papá acababa de ofrecer a Dios un Altar, él fue la víctima escogida para ser inmolada en él con el Cordero sin tacha(72rº) Conocéis, mi Madre querida, nuestras amarguras

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del mes de Junio y sobre todo la del 24 del año 1888, esos recuerdos están de-masiado bien grabados en el fondo de nuestros corazones como para que sea ne-cesario describirlos………… ¡Oh Madre mía! ¡lo que hemos sufrido!....... y no era aún más que el comienzo de nuestra prueba….. Sin embargo la época de mi toma de hábito había llegado; fui recibida por el capítulo, pero ¿cómo soñar con hacer una ceremonia? Ya se hablaba de imponerme el santo hábito sin hacerme salir cuando se decidió esperar. Contra toda esperanza nuestro Padre querido se recuperó de su segundo ataque y Monseñor fijó la ceremonia para el 10 de enero. La espera había sido larga, pero también ¡qué bella fiesta!.... nada faltó en ella, nada ni siquiera la nieve…. ¿No sé si ya os he hablado de mi amor por la nieve?.... De muy pequeña, su blancura me maravillaba; uno de mis mayores placeres era pasear bajo los copos de nieve. ¿De dónde me venía este gusto por la nieve?.. Quizá de que siendo flo-recilla de invierno el primer adorno por el que mis ojos de niña vieron embellecida la naturaleza debió de ser su blanco manto….. En fin había deseado siempre que el día de mi toma de hábito la naturaleza estuviese como yo vestida de blanco. La víspera de este hermoso día miraba tristemente el cielo gris del que caía de tiempo en tiempo una fina lluvia y la temperatura era tan suave que no esperaba la nieve. A la mañana siguiente el Cielo no había cambiado, sin embargo la fiesta fue en-cantadora, y la más hermosa, la más radiante flor era mi Rey querido, nunca había estado más bello, más digno… Fue la admiración de todo el mundo, ese día fue su triunfo, su última fiesta aquí abajo. Había entregado todas sus hijas al Buen Dios, pues habiéndole confiado Celina su vocación, él había llorado de alegría [y] había ido con ella a agradecer a Aquél que «le hacía el honor de tomar a todas sus hijas».

(72vº) Al final de la ceremonia Monseñor entonó el Te Deum, un sacerdote trató de hacerle ver que ese cántico no se cantaba más que en las profesiones, pero el tono estaba dado y el himno de acción de gracias se continuó hasta el final. ¿No era preciso que la fiesta fuese completa ya que en ella se reunían to-das las demás?.. Después de haber abrazado una última vez a mi Rey querido, entré en clausura, la primera cosa que percibí bajo el claustro fue «mi pequeño Jesús rosa» sonriéndome en medio de las flores y luces y luego al instante mi mirada se posó sobre los copos de nieve…… el patio estaba blanco como yo. ¡Qué delicadeza de Jesús! Advirtiendo los deseos de su pequeña novia, le daba la nieve…. La nieve ¿qué mortal es pues tan poderoso que pueda hacerla caer del Cielo para encantar a su bien-amada?.... Tal vez las personas del mundo se harían esta pregunta, lo que hay de cierto, es que la nieve de mi toma de hábito les pareció un pequeño milagro y que toda la ciudad se sorprendió por ello. Les pareció un poco raro mi gusto de amar la nieve… Tanto mejor, eso hizo resaltar aún más la incomprensible condescendencia del Esposo de las vírgenes…. ¡de Aquél que ama los Lirios blancos como la NIEVE!…… Monseñor entró después de la ceremonia, fue de una bondad absolutamente paternal conmigo. Bien creo

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que estaba orgulloso de ver que yo había salido adelante, decía a todo el mundo que yo era «su hijita». Cada vez que vino después de aquella hermosa fiesta, su Eminencia fue siempre muy bueno conmigo, me acuerdo sobre todo de su visi-ta con ocasión del centenario de N.P. St Juan de la Cruz. Me tomó la cabeza en sus manos, me hizo mil caricias de toda clase,¡ nunca había sido tan honrada! Al mismo tiempo el Buen Dios me hizo pensar en las caricias (73rº) que Él tendrá a bien prodigarme delante de los ángeles y los Santos y de las que me daba una débil imagen en este mundo, por ello el consuelo que sentí fue muy grande……..

Como acabo de decirle la jornada del 10 de enero fue el triunfo de mi Rey, la comparo a la entrada de Jesús en Jerusalén el día de los ramos, como la de Nuestro Divino Maestro, su gloria de un día fue seguida de una pasión dolorosa y esa pasión no fue para él sólo; de la misma manera que los dolores de Jesús atravesaron con una espada el corazón de su Divina Madre, así nuestros cora-zones se resintieron con los sufrimientos de quien nosotros queríamos lo más tiernamente sobre la tierra…… Me acuerdo que en el mes de Junio de 1888 en el momento de nuestras primeras pruebas, yo decía: «Sufro mucho, pero presien-to que puedo soportar aún penas más grandes.» No pensaba entonces en las que me estaban reservadas….. No sabía que el 12 de Febrero, un mes después de mi toma de hábito, nuestro Padre querido bebería la más amarga, la más humi-llante de todas las copas……..

¡Ah! ¡¡¡¡ aquél día no dije que podía sufrir todavía más!!!!... Las palabras no pueden expresar nuestras angustias, así pues no voy a tratar de describirlas. Un día en el Cielo querremos hablar de nuestras gloriosas pruebas, ¿no estamos ya felices de haberlas sufrido?... Sí los tres años del martirio de Papá me parecían los más amables, los más fructíferos de toda nuestra vida, no los regalaría por todos los éxtasis y las revelaciones de los Santos, mi corazón desborda de re-conocimiento al pensar en este tesoro inestimable que debe causar una santa envidia a los Ángeles de la corte Celestial…….

Mi deseo de sufrimiento estaba colmado, no obstante mi atracción por él no disminuyó, así pues mi alma compartió pronto los sufrimientos de mi (73vº) co-razón. La sequedad era mi pan cotidiano, privada de toda consolación era sin em-bargo la más dichosa de las criaturas, ya que todos mis deseos eran satisfechos……

¡Oh mi Madre querida! ¡qué dulce ha sido nuestra gran prueba, puesto que de todas nosotras no han salido más que suspiros de amor y de agradecimiento!. No andábamos ya por los senderos de la perfección, volábamos todas las 5. Las dos pobrecitas exiladas de Caen aún estando en el mundo no eran ya del mundo… ¡Ah! ¡Qué maravillas ha obrado la pena en el alma de mi Celina querida!... Todas las cartas que escribía en esta época están impregnadas de resignación y de amor… y ¿quién podrá contar las locuciones que teníamos juntas?..... ¡Ah! lejos de separarnos las rejas del Carmelo unían más fuertemente nuestras almas,

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teníamos los mismos pensamientos, los mismos deseos, el mismo amor de[por] Jesús y de [por] las almas…. Cuando Celina y Teresa hablaban, jamás una palabra de las cosas de la tierra se mezclaba en sus conversaciones que ya estaban todas en el Cielo. Como en otro tiempo en el belvedere [mirador], soñaban con las cosas de la eternidad y para gozar pronto de esa dicha sin fin, elegían aquí abajo por único lote «El sufrimiento y el menosprecio».

Así discurrió el tiempo de mi noviazgo……. ¡fue muy largo para la pobre Te-resita! Al final de mi año, nuestra Madre me dijo que no pensara en pedir la pro-fesión, que ciertamente Mr el Superior rechazaría mi petición, debí esperar aún 8 meses…. En el primer momento, se me hizo muy difícil de aceptar ese gran sacri-ficio pero pronto la luz se hizo en mi alma, meditaba entonces los fundamentos de la vida espiritual por el Padre Surin, un día durante la oración comprendí que mi deseo tan vivo de hacer la profesión estaba mezclado con un gran amor-pro-pio, puesto que me había dado a Jesús para complacerlo, consolarlo (74rº) no debía obligarle a hacer mi voluntad en lugar de la suya, comprendí también que una novia debía estar preparada para el día de sus bodas y yo no había hecho nada para ese fin…. entonces le dije a Jesús: «¡Oh Dios mío! no os pido pronun-ciar mis santos votos, esperaré hasta tanto vos queráis, solamente no quiero que por mi falta mi unión con vos sea diferida, así que voy a poner todos mis sentidos para hacerme un bello vestido enriquecido con pedrería, cuando lo encontréis bastante ricamente adornado, ¡estoy segura que todas las criaturas no os impe-dirán descender hacia mí para unirme a vos para siempre, oh mi Bien-Amado!...»

Desde mi toma de hábito, había recibido abundantes luces sobre la perfec-ción religiosa, principalmente en el tema del voto de Pobreza. Durante mi pos-tulantado, estaba contenta de tener cosas bonitas para mi uso y de encontrar a mano todo lo que me era necesario. «Mi Director» sufría eso pacientemente, pues Él no desea mostrar todo a las almas al mismo tiempo. Él da ordinaria-mente su luz poco a poco. (En el comienzo de mi vida espiritual, hacia la edad de 13 a 14 años, me preguntaba qué tendría que ganar más tarde, pues creía que me era imposible comprender mejor la perfección, he reconocido muy rápido que se avanza más en este camino cuanto una se cree más alejada del final, por consiguiente ahora me resigno a verme siempre imperfecta y en ello encuentro mi alegría…) Vuelvo a las lecciones que me dio «mi Director». Un anochecer después de completas, busqué en vano nuestra lamparita en las tablas reser-vadas para ese uso, era el gran silencio, imposible reclamarla…. comprendí que una hermana creyendo coger su lámpara había cogido la nuestra de la que tenía gran necesidad, en lugar de sentirme triste por estar privada de ella, me sentí muy dichosa, sintiendo que la pobreza consiste en verse privada no solo de las cosas agradables sino también (74vº) de las cosas indispensables, así en las tinieblas exteriores fui iluminada interiormente…… Fui presa durante esta época

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de un verdadero amor por los objetos más feos y los menos cómodos, por eso fue con alegría que vi llevarse el precioso pequeño cántaro de nuestra celda y darme en su lugar un cántaro voluminoso todo él mellado……. Hacía también muchos esfuerzos para no excusarme, lo que me parecía difícil sobre todo con nuestra Maestra a la que no hubiese querido ocultar nada, he aquí mi primera victoria, no es grande pero me costó mucho.- Un vasito colocado detrás de una ventana se halló roto, nuestra Maestra creyendo que era yo quien le había dejado tirado, me lo enseñó diciéndome que pusiese más atención otra vez. Sin decir nada besé el suelo, prometí al mismo tiempo tener más cuidado en el fu-turo.- A causa de mi poca virtud esas pequeñas prácticas me costaban mucho y tenía que pensar que en el juicio último todo sería revelado, así pues hacía esta observación: cuando una hace su deber, no excusándose jamás, nadie lo sabe, por el contrario, las imperfecciones aparecen inmediatamente…….

Me aplicaba sobre todo en practicar las virtudes pequeñas, no teniendo fa-cilidad para practicar las grandes, por ello amaba plegar los manteles olvidados por las hermanas y rendirles todos los pequeños servicios que podía.

El amor a la mortificación también me fue dado, fue tanto más grande cuanto que nada me estaba permitido [hacer] para satisfacerlo… La única pe-queña mortificación que hacía en el mundo y que consistía en no apoyar la espalda cuando estaba sentada me fue prohibida a causa de mi propensión a encorvarme. ¡Por desgracia! mi ardor no habría sido sin duda de larga duración si se me hubieran concedido muchas penitencias….. Las que me permitía sin que yo las pidiese consistían en mortificar mi amor propio, lo que me hacía muchísi-mo más bien [mucho mayor bien]que las penitencias corporales….

(75vº) El refectorio que fue mi empleo inmediatamente después de mi toma de hábito me proporcionó más de una ocasión de poner mi amor propio en su lugar, es decir, bajo los pies…. Es verdad que tenía el gran consuelo de estar en el mismo empleo que vos, mi Madre {Inés de J.} querida, y de poder contem-plar de cerca vuestras virtudes, pero esa proximidad era un tema de sufrimiento, yo no me sentía como en otro tiempo, libre para contaros todo, había una regla que observar, no podía abriros mi alma, en fin ¡estaba en el Carmelo y no ya en los Buissonnets bajo el techo paterno!...

Sin embargo la Sta Virgen me ayudó a preparar el vestido de mi alma, en cuanto estuvo rematado los obstáculos se alejaron por sí mismos. Monseñor me envió el permiso solicitado, la comunidad tuvo a bien recibirme y mi profe-sión fue fijada para el 8 de Septiembre………..

Todo lo que acabo de escribir en pocas palabras requeriría muchas pági-nas de detalles, pero esas páginas no se leerán jamás sobre la tierra, pronto, mi Madre querida, os hablaré de todas esas cosas en nuestra casa paterna, en el hermoso Cielo hacia el que suben los suspiros de nuestros corazones!..........

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Mi vestido de bodas estaba presto, estaba enriquecido con antiguas joyas que me había dado mi Novio, eso no bastaba a su liberalidad. Quería regalar-me un nuevo diamante con reflejos sin número. La prueba de Papá era con todas sus dolorosas circunstancias las joyas antiguas, y la nueva fue una prueba muy pequeña en apariencia, pero que me hizo sufrir mucho.- Desde hacía algún tiempo a nuestro pobre Padrecito encontrándose mejor, se le hacía salir en co-che, estaba en cuestión incluso el hacerle viajar en ferrocarril para venir a vernos. Naturalmente Celina pensó de inmediato que había que escoger el día de mi toma de velo. «Para no fatigarlo, decía ella, no le haré (75vº) asistir a toda la ceremonia, solamente al final, iré a buscarlo y lo conduciré muy delicadamente hasta cerca de la reja para que Teresa reciba su bendición». ¡Ah! reconocía bien en ello el corazón de mi Celina querida… es mucha verdad [muy verdadero] que «nunca el amor pretexta [utiliza como pretexto] imposibilidad porque lo cree todo posible y todo permitido»… La prudencia humana al contrario tiembla a cada paso y no osa por así decir posar el pie, por consiguiente el Buen Dios que quería probarme se sirvió de ella como de un instrumento dócil y el día de mis bodas estuve verdaderamente huérfana, no teniendo ya Padre sobre la tierra pero pudiendo mirar al Cielo con confianza y decir con toda verdad: «Padre nuestro que estás en los Cielos.»

Antes de hablaros de esta prueba habría debido, mi Madre querida, habla-ros del retiro que precedió a mi profesión: estuvo lejos de aportarme consolacio-nes, la aridez más absoluta y casi el abandono fueron mi porción, Jesús dormía como siempre en su barquita; ¡ah! veo ciertamente [sé muy bien] que raramente las almas Le dejan dormir tranquilamente en ellas. Jesús está tan cansado de hacer siempre el gasto y los avances que se apresura a aprovechar el reposo que yo Le ofrezco, no se revelará sin duda antes de mi gran retiro en la eternidad, pero en lugar de causarme pena eso me produce un extremo placer….

Verdaderamente estoy lejos de ser una santa, nada es más prueba de ello que eso, debería en lugar de regocijarme de mi sequedad atribuirla a mi poco fervor y fidelidad, debería estar desolada por dormir (desde hace 7 años) durante mis oraciones y mis acciones de gracias, y bien, no me apeno… pienso que los ni-ños pequeños agradan a sus padres tanto cuando duermen como cuando están despiertos, pienso que para hacer operaciones, los médicos (76rº) adormecen a sus enfermos. En fin pienso que: «El Señor ve nuestra fragilidad, que se acuerda de que no somos más que polvo.»

Mi retiro de profesión fue pues como todos los que le siguieron un retiro de gran aridez, no obstante el Buen Dios me mostró claramente sin que yo me apercibiese de ello, el medio de agradarle y de practicar las más sublimes virtudes. He notado muchas veces que Jesús no quiere darme provisiones, me alimenta cada instante con un alimento totalmente nuevo, lo encuentro en mí sin saber

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cómo está ahí… Creo con toda sencillez que es Jesús Él mismo escondido en el fondo de mi pobre corazoncito quien me hace la gracia de actuar en mí y me hace pensar todo lo que quiere que haga en el momento presente.

Algunos días antes del de mi profesión, tuve la dicha de recibir la bendición del Soberano Pontífice; la había solicitado a través del buen Hermano Simeón para Papá y para mí y eso me produjo un gran consuelo al poder devolver a mi querido Padrecito la gracia que él me había procurado llevándome a Roma.

En fin el bello día de mis nupcias llegó, fue sin nubes, pero la víspera se levantó en mi alma una tempestad como jamás había visto….. Ni una sola duda sobre mi vocación me había venido hasta entonces al pensamiento, era pre-ciso que conociera esta prueba. Al anochecer haciendo mi camino de la Cruz [vía crucis] después de maitines, mi vocación se me apareció como un sueño, una quimera… encontraba la vida del Carmelo muy bella, pero el demonio me inspiraba la seguridad de que no estaba hecha para mí, que engañaría a los su-periores avanzando por una vía a la que no estaba llamada…. Mis tinieblas eran tan grandes que no veía ni com(76vº)prendía más que una cosa: ¡No tenía voca-ción!...¡Ah! ¿cómo describir la angustia de mi alma?.. Me parecía (cosa absurda que demuestra que esa tentación era del demonio) que si contaba mis temores a mi maestra ella iba a impedirme pronunciar mis Santos Votos, sin embargo quería hacer la voluntad del buen Dios y retornar al mundo mejor [antes que] que quedarme en el Carmelo haciendo la mía, hice pues salir a mi maestra y llena de confusión le conté el estado de mi alma…. Felizmente ella vio más claro que yo y me tranquilizó completamente; por otra parte el acto de humildad que había hecho vino a poner en fuga al demonio que pensó quizá que no me iba a atrever a confesar mi tentación; tan pronto como terminé de hablar mis dudas se marcharon, sin embargo para hacer más completo mi acto de humildad quise también confiar mi extraña tentación a nuestra Madre que se contentó con reírse de mí.

La mañana del 8 de septiembre, me sentí inundada por un río de paz y fue con esa paz «que supera todo sentimiento» que yo pronuncié mis Santos Votos.… Mi unión con Jesús se hizo [obró] no en medio de rayos y relámpa-gos [truenos], es decir de gracias extraordinarias, sino en el seno de un ligero céfiro semejante al que oyó nuestro padre St Elías…… ¡Cuántas gracias pedí ese día!... Me sentía verdaderamente la Reina por tanto aproveché mi título para liberar cautivos, obtener los favores del Rey hacia sus sujetos ingratos, en fin quería liberar a todas las almas del purgatorio y convertir a los pecadores… Recé mucho por mi Madre mis queridas Hermanas… por toda la familia pero sobre todo por mi Padrecito tan probado y tan santo…. Me ofrecí a Jesús para que cumpliese en mí perfectamente su voluntad sin que jamás las criaturas le pusiesen obstáculo……

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(77rº) Ese hermoso día pasó como los más tristes, ya que los más radiantes tienen su día siguiente, pero fue sin tristeza como yo deposité mi corona a los pies de la Sta Virgen, sentí que el tiempo no empañaría mi felicidad…. ¡Qué bella fiesta la de la Natividad de María para convertirme en la esposa de Jesús! era la pequeña Sta Virgen de un día la que presentaba a su florecilla al pequeño Jesús… Aquel día todo era pequeño excepto las gracias y la paz que recibí, excepto la alegría apacible que sentí al anochecer al mirar las estrellas titilar en el firma-mento, pensando que pronto el hermoso Cielo se abriría a mis ojos maravillados y que podría unirme a mi Esposo en el seno de una alegría eterna........

El 24 tuvo lugar la ceremonia de mi toma de velo, estuvo todo el día velado por lágrimas…… Papá no estaba allí para bendecir a su Reina… El Padre estaba en Canadá…. Monseñor que debía venir y comer en casa de mi Tío se encontró enfermo y no vino, en fin todo fue tristeza y amargura…. Sin embargo la paz, siempre la paz, se encontraba en el fondo del cáliz… Aquel día Jesús permitió que no pudiese retener mis lágrimas y mis lágrimas no fueron comprendidas… en efecto había soportado sin llorar mucho más grandes pruebas, pero entonces era ayudada por una gracia poderosa; al contrario el 24, Jesús me dejó con mis propias fuerzas y mostré cuán pequeñas eran.

Ocho días después de mi toma de velo tuvo lugar el matrimonio de Juana, deciros, mi Madre querida, cuánto me instruyó su ejemplo en cuanto a las deli-cadezas que una esposa debe prodigar a su Esposo me sería imposible, escuché ávidamente todo lo que podía aprender sobre ello, pues no quería hacer menos por mi Jesús bien-amado que Juana por Francis, una criatura sin duda perfec-ta,¡ pero en fin una criatura!.....

(77vº) Me entretuve incluso en escribir una carta de invitación a fin de compararla con la suya, he aquí cómo estaba concebida:

Carta de invitación a las Nupcias de sor Teresa Del Niño Jesús de la Santa Faz.

El Dios Todopoderoso, Creador del El Señor Luis Martin, Prpietario Cielo y de la tierra, Soberano Domi- y Dueño de los Señoríos del Sufri- Nador del Mundo, y la Gloriosísima miento y de la Humillación y Virgen María, Reina de la Corte Celeste, la Señora Martin Princesa yTienen a bien participarles el Matrimonio Dama de Honor de la CorteDe su Augusto Hijo, Jesús, Rey de Celeste tienen a bien participarlesReyes y Señor de señores con el Matrimonio de su Hija: TeresaLa Señorita Teresa Martin, aho- con Jesús el Verbo Divino,Ra Dama y Princesa de los rei- segunda Persona de la AdorableNos aportados en dote por su Divino Esposo/ Trinidad que por obra del A saber: El Niño Jesús y su Pasión Espíritu Santo se ha hecho Hombre ySiendo sus títulos de Nobleza: del Niño Hijo de María la Reina de los CielosJesús y de la Santa Faz.

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No habiendo podido invitaros a la bendición Nupcial que les ha sido otorga-da sobre la Montaña del Carmelo, el 8 de septiembre de 1890 (estando única-mente admitida a ella la corte celeste) se les ruega no obstante que asistan a la Tornaboda que tendrá lugar Mañana, Día de la Eternidad, en el cual día Jesús, Hijo de Dios, vendrá sobre las Nubes del Cielo con el resplandor de su Majes-tad, para juzgar a los Vivos y a los Muertos.

Siendo la hora incierta, se les invita a mantenerse dispuestos y a velar.

(78rº) Ahora, mi Madre querida, ¿qué me resta deciros? ¡Ah! Creía haber acabado pero no os he dicho aún nada de mi felicidad por haber conocido a nuestra Santa Madre Genoveva….. Es una gracia inapreciable esta; y bien, el Buen Dios que me había concedido ya tantas quiso que viviese con una Santa de ninguna manera inimitable, sino una Santa santificada por virtudes ocul-tas y ordinarias… Más de una vez he recibido de ella grandes consolaciones, sobre todo un domingo.- Yendo como de ordinario a hacerle mi corta visita, encontré a dos Hermanas al lado de Madre Genoveva, la miré sonriendo y me disponía a salir ya que no se puede estar tres al lado de una enferma, pero ella, mirándome con un aire inspirado, me dijo: «Esperad, hijita mía, solo voy a deciros una palabrita. Cada vez que venís, me pedís que os dé un ramillete espiritual, pues bien hoy voy a daros éste: Servid a Dios con paz y con Alegría, recordad, hija mía, que nuestro Dios, es el Dios de la paz.» Después de habér-selo agradecido con sencillez, salí emocionada hasta las lágrimas y convencida de que el Buen Dios le había revelado el estado de mi alma, aquel día estaba extremadamente probada, casi triste, en una noche tal que no sabía ya si era amada del Buen Dios, pero la alegría y el consuelo que sentí, ¡vos lo adivináis mi Madre querida!........

El Domingo siguiente, quise saber qué revelación había tenido Madre Ge-noveva, ella me aseguró no haber recibido ninguna, entonces mi admiración fue aún mayor, viendo en qué grado eminente Jesús vivía en ella y le hacía obrar y hablar. ¡Ah! esta santidad parece la más verdadera, la más santa y es la que yo deseo pues no se encuentra en ella ilusión alguna………………………

(78vº) El día de mi profesión fui también muy consolada al saber por boca de Madre Genoveva que ella había pasado por la misma prueba que yo antes de pronunciar sus votos….. En el momento de nuestras grandes penas ¿os acordáis vos, mi Madre querida, de las consolaciones que hallamos por parte de ella? En fin el recuerdo que Madre Genoveva ha dejado en mi corazón es un recuerdo

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perfumado…. El día de su partida para el Cielo me sentí particularmente conmovida, era la primera vez que asistía a una muerte, en verdad el espectáculo era encantador….. Estaba colocada justo al pie de la cama de la santa moribunda, veía perfectamente sus más ligeros movimientos, me parecía durante las horas que pasé así que mi alma habría debido de sentirse llena de fervor, al contrario, una especie de insensibilidad se había apoderado de mí, pero en el preciso instante del nacimiento para el Cielo de Nuestra Santa Madre Genoveva, mi disposición interior cambió, en una abrir y cerrar de ojos me sentí llena de una alegría y de un fervor indecibles, era como si Madre Genoveva me hubiese dado una parte de la felicidad de la que ella gozaba pues estoy totalmente persuadida de que se fue directa al Cielo…. En vida le dije un día: «¡Oh Madre mía! ¡vos no iréis al purgatorio!..» «Yo lo espero» me respondió con dulzura…. ¡Ah! muy seguro que el Buen Dios no ha podido frustrar una esperanza tan llena de humildad, todos los favores que nosotras hemos recibido son prueba de ello…… Cada hermana se aprestó a reclamar alguna reliquia, vos sabéis, mi Madre querida, la que yo tengo la dicha de poseer.… Durante la agonía de Madre Genoveva, observé una lágrima que brillaba en su párpado, como un diamante, esa lágrima, la última de todas las que derramó, no cayó, la vi todavía brillar en el coro sin que nadie pensase en recogerla. Entonces tomando un pequeño lienzo fino, osé aproximarme al anochecer sin ser vista y coger como reliquia la última lágrima de una Santa… Desde entonces la he llevado siempre en el (79rº) saquito en el que están guardados mis votos.

No presto importancia a mis sueños, por otra parte raramente los tengo de los simbólicos y me pregunto incluso cómo puede ser que pensando toda la jornada en el Buen Dios, no me ocupe más de Él durante mi sueño.… ordi-nariamente sueño con bosques, flores, riachuelos, y el mar, y casi siempre, veo preciosas nenitas, atrapo mariposas y pájaros como nunca los había visto. Veis, Madre mía, que si mis sueños tienen una apariencia poética están muy lejos de ser místicos…….

Una noche después de la muerte de Madre Genoveva tuve uno más con-solador, soñé que ella hacía su testamento, dando a cada hermana una cosa que le había pertenecido, cuando llegó mi turno creía que no recibiría nada, pues ya no le quedaba nada, pero levantándose me dijo por tres veces con un acento penetrante: «A vos, os dejo mi corazón.»

Un mes después de la partida de nuestra Santa Madre, se declaró la gripe en la comunidad, estaba solo yo de pie con otras dos hermanas, jamás podré decir todo lo que vi, lo que me pareció la vida y todo lo que pasa……

El día de mis 19 años fue festejado con una muerte, pronto seguida de otras dos. En esa época estaba sóla en la sacristía, mi primera de oficio [la sacristana primera] al estar muy gravemente enferma, era yo la que debía [me correspondía

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a mí] preparar los entierros, abrir las rejas del coro para la misa, etc…. El Buen Dios me concedió muchas gracias de fortaleza en ese momento, me pregunto ahora cómo pude hacer sin parar todo lo que hice, la muerte reinaba por doquier, las más enfermas eran cuidadas por las que apenas se sostenían [en pie], en cuanto una hermana había exhalado el último suspiro era obligado [había que] dejarla sola. Una mañana al levantarme, tuve el presentimiento de que Sr Magdalena estaba muerta, el dormitorio estaba en la oscuridad, nadie salía de sus celdas, en fin me decidí (79vº) a entrar en el de mi Sr Magdalena cuya puerta estaba abierta; la vi en efecto, vestida y acostada en su jergón, no tuve el menor pavor. Al ver que no tenía cirio fui a buscarle uno así como una corona de rosas.

La noche de la muerte de Madre Subpriora, yo estaba sola con la enferma, es imposible figurarse el triste estado de la comunidad en ese momento, solo las que estaban de pie pueden hacerse una idea de ello, pero en medio de ese abandono, yo sentía que el Buen Dios velaba sobre nosotras. Era sin esfuerzo como las moribundas pasaban a una vida mejor, inmediatamente después de su muerte sus facciones recuperaban una expresión de alegría y paz, se hubiera dicho que [se podría decir] un dulce sueño; así era en verdad ya que después que la figura de este mundo haya pasado, se despertarán para gozar eternamente de las delicias reservadas a los elegidos.…

Todo el tiempo que la comunidad estuvo así probada, pude tener el inefable consuelo de hacer todos los días la Sta Comunión…. ¡Ah! ¡qué dulce era!.. Jesús me mimó durante mucho tiempo, más tiempo que a sus fieles esposas, pues permitió que me Lo dieran sin que las demás tuviesen la dicha de recibirLo. Era también muy feliz de tocar los vasos sagrados, de preparar los pequeños pañales destinados a recibir a Jesús, sentía que tenía que ser muy fervorosa y me acordaba a menudo de esa frase dirigida a un santo diácono: «Sed santo, vos que tocáis los vasos del Señor.»

No puedo decir que haya recibido frecuentemente consolaciones durante mis acciones de gracias, quizá sea el momento en que tengo menos.… En-cuentro eso totalmente natural ya que me he ofrecido a Jesús no como una persona que desea recibir su visita para su propio consuelo, sino al contrario para el placer de Aquél que se da a mí.- Me figuro mi alma como un terreno libre y ruego a la Sta Virgen que quite los escombros que podrían impedirle (80rº) ser libre, al tiempo que le suplico que elabore ella misma una amplia tienda digna del Cielo, que la adorne con sus propios aderezos y después in-vite a todos los Santos y a los Ángeles a venir a dar un magnífico concierto. Me parece que cuando Jesús desciende dentro de mi corazón está contento de encontrarse tan bien recibido y yo estoy contenta también….. Todo eso no impide que las distracciones y el sueño vengan a visitarme, pero al salir de la acción de gracias viendo que la he hecho tan mal tomo la resolución de estar

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todo el resto del día en acción de gracias….Veis, mi Madre querida, que estoy lejos de ser conducida por la vía del temor, sé siempre encontrar el medio de ser feliz y de aprovecharme de mis miserias… sin duda eso no desagrada a Jesús, pues Él parece empujarme por este camino.- Un día contrariamente a mi costumbre, estaba un poco atribulada yendo a la Comunión, me parecía que el Buen Dios no estaba contento de mí y me decía: «¡Ah! si hoy no reci-bo más que la mitad de una hostia me va a dar mucha pena, voy a creer que Jesús viene como a disgusto a mi corazón.» Me acerco…. ¡oh felicidad! ¡por primera vez en mi vida, veo al sacerdote tomar dos hostias bien separadas y dármelas!... Comprendéis mi alegría y las dulces lágrimas que derramé, viendo una tan gran misericordia……

El año que siguió a mi profesión, es decir dos meses antes de la muerte de madre Genoveva, recibí grandes gracias durante el retiro.

Ordinariamente los retiros predicados me son también más dolorosos que los que hago yo sola, pero aquel año fue de otra manera. Había hecho una no-vena preparatoria con mucho fervor, a pesar del sentimiento íntimo que tenía, pues me parecía que el predicador no podría comprenderme estando destinado sobre todo a hacer el bien a los grandes pecadores mas no (80vº) a las almas religiosas. El Buen Dios queriendo mostrarme que era Él solo el director de mi alma se sirvió justamente de este Padre que no fue apreciado más que por mí…. Tenía entonces grandes pruebas interiores de toda clase, (hasta preguntarme alguna vez si había Cielo). Me sentía dispuesta a no decir nada de mis disposi-ciones interiores no sabiendo cómo explicarlas pero apenas entrada al confe-sionario, sentí a mi alma dilatarse. Después de haber dicho pocas palabras, fui comprendida de una manera maravillosa e incluso adivinada………….. mi alma era como un libro en el que el Padre leía mejor que yo misma…… Él me lanzó a toda vela por los oleajes de la confianza y del amor que me atraían tan fuerte pero sobre los que no me atrevía a avanzar….. Me dijo que mis faltas no le producían pena al Buen Dios, que ocupando su lugar [en su nombre] él me decía de su parte que estaba muy contento de mí [conmigo]…….

¡Oh! ¡qué feliz fui al escuchar estas consoladoras palabras!.. Nunca había oído decir que las faltas pudieran no causarle pena al buen Dios, esa aseve-ración me colmó de alegría, me hizo soportar pacientemente el destierro de la vida.… Sentí muy en el fondo de mi corazón que era verdad pues el Buen Dios es más tierno que una Madre, y bien, vos, mi Madre querida, ¿no estáis siempre dispuesta a perdonarme pequeñas indelicadezas que os hago invo-luntariamente?... ¡Cuántas veces no he hecho esa dulce experiencia!... Ningún reproche me habría conmovido tanto como una sola de vuestras caricias. Soy de una naturaleza tal que el temor me hace recular[retroceder]; con el amor no solamente avanzo sino que vuelo………………

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¡Oh Madre mía! fue sobre desde el bendito día de vuestra elección que yo volé por las vías del amor….. Aquel día, Paulina se convirtió en mi Jesús viviente…… volvió a ser por segunda vez «¡Mamá!.........» {este párrafo es casi ilegible debido a las correcciones de atribución que M. Gonzaga obligó a realizar, en él se lee siempre «Paulina» y no M. Inés.}

(81rº) Desde hace ya bastante tiempo, tengo la dicha de contemplar las maravillas que Jesús opera por medio de mi madre querida….Veo que el sufri-miento únicamente puede alumbrar a las almas y más que nunca estas sublimes palabras de Jesús me desvelan su profundidad: «En verdad, en verdad, os digo, si el grano de trigo habiendo caído sobre la tierra no llega a morir, se queda solo, pero si muere reporta mucho fruto.» ¡Qué abundante cosecha habéis vos reco-lectado!.. Habéis sembrado con lágrimas, pero pronto veréis el fruto de vuestros trabajos, volveréis llena de alegría portando gavillas en vuestras manos….. ¡Oh Madre mía!, entre esas gavillas florecidas, la pequeña flor blanca se mantiene escondida pero en el Cielo ella tendrá una voz para cantar la dulzura y las virtu-des que os ve practicar cada día en la sombra y el silencio de la vida de exilio……

Sí, desde hace tres años, he comprendido bien los misterios hasta enton-ces ocultos para mí. El buen Dios me ha mostrado la misma misericordia que mostró con el rey Salomón. No ha querido que tenga un solo deseo que no sea cumplido, no solamente mis deseos de perfección, sino también aquellos cuya vanidad comprendía, sin haberla experimentado.

Habiéndoos siempre, mi Madre querida, mirado como mi ideal, deseaba pare-cerme en todo a vos, viéndoos realizar bellas pinturas y encantadoras poesías, me decía: «¡Ah! ¡qué dichosa sería de poder pintar, de saber expresar mis pensamientos en verso y también hacer bien a las almas…» No hubiera querido pedir esos dones naturales y mis deseos quedaban ocultos en el fondo de mi corazón. Jesús escon-dido él también en este pobre corazoncito, se complació en mostrarle que todo es vanidad y aflicción de espíritu bajo el sol….. Para gran asombro de las hermanas, se me hizo pintar y el Buen Dios permitió que sacase provecho de las lecciones que mi Madre querida me dio..… Quiso también (81vº) que pudiese a su ejemplo hacer poesías, componer piezas [texto recreativo] que fueron encontradas [consideradas] bonitas….. Así como Salomón volviéndose hacia las obras de sus manos por las que se disgustó tan inútilmente vio que todo es vanidad y aflicción de espíritu, así también yo he reconocido por EXPERIENCIA, que la felicidad no consiste sino en esconderse, en permanecer en la ignorancia de las cosas creadas. He comprendido que sin el amor, todas las obras no son más que nada, incluso las más restallantes (llamativas], como resucitar a los muertos o convertir a los pueblos…..

En lugar de hacerme mal, de llevarme a la vanidad, los dones que el buen Dios me ha prodigado (sin que yo se los pidiese) me llevan hacia Él, creo que sólo Él es inmutable, que Él sólo puede llenar mis inmensos deseos…….

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Tengo aún otros deseos de otro género que Jesús se ha complacido en col-mar, deseos infantiles semejantes a los de la nieve de mi toma de hábito.

Vos sabéis, mi Madre querida, cuánto amo las flores; al hacerme prisionera a los 15 años, renuncié para siempre a la dicha de correr por las campiñas es-maltadas de los tesoros de la primavera ¡y bien! nunca he poseído más flores que desde mi entrada en el Carmelo…… Es costumbre que los novios ofrezcan a menudo ramilletes de flores a sus novias, Jesús no lo olvidó, me envió con profusión haces de acianos, grandes margaritas, amapolas, etc… Todas las flo-res que más me encantaban. Había incluso una florecilla llamada la Neguilla de los trigos que no había encontrado desde nuestra estancia en Lisieux, deseaba mucho volver a ver esa flor de mi infancia recogida por mí en las campiñas de Alençon, fue en el Carmelo donde vino a sonreírme y a mostrarme que en las pequeñas cosas como en las grandes, el Buen Dios da el céntuplo en esta vida a las almas que por su amor lo han dejado todo.

Pero el más íntimo de mis deseos, el más grande de todos el que pensaba que no vería (82rº) jamás realizarse, era la entrada de mi Celina en el mismo Carmelo que nosotras… Ese sueño me parecía inverosímil, vivir bajo el mismo techo, compartir las alegrías y las penas de la compañera de mi infancia, por ello había hecho completamente mi sacrificio, había confiado a Jesús el porvenir de mi hermana querida estando resuelta a verla partir hasta el fin del mundo si fuera preciso. La única cosa que no podía aceptar, era que no fuese la esposa de Jesús, pues amándola tanto como a mí misma, me era imposible verla dar su corazón a un mortal. Había sufrido ya mucho al saberla expuesta en el mundo a peligros que me habían sido desconocidos. Puedo decir que mi afecto por Celina era después de mi entrada en el Carmelo un amor de madre tanto como de hermana….. Un día que ella debía a ir a una fiesta nocturna me dio tanta pena que supliqué al Buen Dios le impidiese bailar e incluso (contra mi costumbre) derramé un torrente de lágrimas. Jesús se dignó escucharme, no permitió que su pequeña novia pudiese bailar aquella noche (aunque ella no tenía embarazo en hacerlo graciosamente cuando era necesario). Habiendo sido invitada sin que pudiese rehusar, su caballero se encontró en la impotencia total de hacerla bai-lar; en su gran confusión, se vio condenado a caminar simplemente para poder llevarla a su lugar luego el se escabulló y no volvió a aparecer por la fiesta. Esta aventura única en su género, me hizo crecer en confianza y en amor de Aquél que poniendo su señal sobre mi frente, la había impuesto al mismo tiempo so-bre la de mi Celina querida.

El 29 de Junio del pasado año, el Buen Dios rompiendo los lazos de su incomparable servidor y llamándolo a la recompensa eterna, rompió al mismo tiempo los que retenían en el mundo a su novia querida, ella había cumplido su primera misión; encargada de representarnos a todas cerca de nuestro Padre tan

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tiernamente amado, esa misión la había cumplido como un ángel…. y los ángeles no se quedan (82vº) sobre la tierra, cuando han cumplido la voluntad del Buen Dios, retornan enseguida a Él, es para eso por lo que tienen alas….. Nuestro ángel también sacudió sus alas blancas, estaba presto a volar muy lejos para encontrar a Jesús, pero Jesús le hizo volar muy cerca… Él se contentó con la aceptación del gran sacrificio que fue muy doloroso para Teresita……… Durante dos años su Celina le había ocultado un secreto….. ¡Ah! ¡cuánto había sufrido ella también!... En fin desde lo alto del Cielo, mi Rey querido, que sobre la tierra no amaba las lentitudes, se dio prisa en arreglar los asuntos tan embrollados de su Celina ¡y el 14 de septiembre se unía a nosotras!........

Un día en que las dificultades parecían insalvables, dije a Jesús durante mi acción de gracias: «Vos sabéis, Dios mío, cuánto deseo saber si Papá ha ido todo derecho al Cielo, no os pido que me habléis pero dadme una señal. Si mi Sr A. de J. consiente en la entrada de Celina o no pone obstáculos para ello, será la res-puesta de que Papá ha ido todo derecho con Vos.» Esta hermana, como sabéis, mi Madre querida, estimaba que éramos ya demasiadas tres y por consiguiente no quería admitir una más, pero el Buen Dios, que tiene en su mano el corazón de las criaturas y lo inclina como Él quiere, cambió la disposición de la hermana, la primera persona que encontré después de la acción de gracias, fue ella que me llamó con aire amable, me dijo de subir a vuestra celda y me habló de Celina con lágrimas en los ojos..…

¡Ah! ¡Cuántos temas tengo que agradecer a Jesús que supo colmar todos mis deseos!....

Ahora, no tengo ya deseo alguno, si no es el de amar a Jesús hasta la lo-cura.… Mis deseos infantiles han levantado el vuelo, sin duda amo aún preparar flores para el altar del Pequeño Jesús, pero desde que Él me ha dado la Flor que deseaba, mi Celina querida, no deseo ninguna otra cosa, es ella la que yo le (83rº) ofrezco como mi más encantador ramillete…..

No deseo ni el sufrimiento, ni la muerte y sin embargo los amo a los dos, pero es el amor únicamente quien me atrae…. Durante mucho tiempo lo he deseado; he poseído el sufrimiento y he creído tocar la ribera del Cielo, he creído que la florecilla sería cortada en su primavera… Ahora es solo el abandono quien me guía, ¡no tengo ninguna otra brújula!...... No puedo pedir ya nada con ardor excepto el cumplimiento perfecto de la voluntad del Buen Dios sobre mi alma sin que las criaturas puedan poner obstáculo alguno para ello.

Puedo decir estas palabras del cántico espiritual de N. Padre St Juan de la Cruz: «En la bodega interior de mi Amado, he bebido y cuando salí por esa planicie (llanura] no conocía nada, y perdí el rebaño que seguía antes… Mi alma se ha empleado con todos sus recursos en su servicio, no guardo ganado, ni tengo otro oficio, ¡puesto que ahora todo mi ejercicio es Amar!...» o aún

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más: «Desde que tengo la experiencia de ello, el AMOR es tan poderoso en obras que sabe sacar provecho de todo, del bien y del mal que halla en mí, y transformar mi alma en SÍ.»; ¡Oh mi Madre querida! qué dulce es la vía del Amor. Sin duda podemos también caer, cometer infidelidades, pero, el amor sabiendo sacar provecho de todo, consume muy pronto todo lo que le puede desagradar a Jesús, no dejando más que una humilde y profunda paz en el fondo del corazón…..

¡Ah! ¡cuántas luces he encontrado en las obras de Nuestro P. St J.de la C!... A la edad de 17 y 18 años no tenía otro alimento espiritual pero más tar-de todos los libros me dejaron en la aridez y aún estoy en ese estado. Si abro un libro compuesto por un autor espiritual (incluso el más bello, el más con-movedor) siento inmediatamente encogerse mi corazón y leo sin por así decir comprender, o si comprendo mi espíritu se detiene sin poder meditar…. En esta impotencia la Escritura Santa y la Imi (83vº)tación vienen en mi ayuda, en ellas encuentro un alimento sólido y completamente puro. Pero es por encima de todo el Evangelio quien me mantiene durante mis oraciones, en él hallo todo lo que es necesario para mi pobre almita. Descubro en él siempre nuevas luces, sentidos ocultos y misteriosos…..

Comprendo y sé por experiencia: «Que el reino de Dios está dentro de nosotros.» Jesús no tiene necesidad de libros ni de doctores para instruir a las almas, Él el Doctor de los Doctores, enseña sin ruido de palabras.… Nunca le he oído hablar pero siento que está en mí, en cada instante, Él me guía me inspira lo que debo decir o hacer. Descubro justo en el momento en que tengo necesi-dad de ello luces que no había visto aún, no es más frecuentemente durante mis oraciones cuando son más abundantes, es sobre todo en medio de las ocupacio-nes de mi jornada..…

¡Oh mi Madre querida! después de tantas gracias no puedo más que cantar con el salmista: «Que el Señor es bueno, que su misericordia es eterna.» Me parece que si todas [las] criaturas tuvieran las mismas gracias que yo, el Buen Dios no sería temido de (por] nadie, sino amado hasta la locura, y que por amor y no temblando, nunca ningún alma consentiría en causarLe pena…. [apenarLe] Comprendo no obstante que todas las almas no pueden parecerse, es preciso que haya diferentes familias para honrar especialmente cada una de las perfec-ciones del Buen Dios. A mí me ha dado su Misericordia infinita ¡y es a través de ella como yo contemplo y adoro las demás perfecciones Divinas!... Entonces todas me parecen restallantes de amor, la Justicia misma (y quizá aún más que cualquier otra) me parece revestida de amor….

Qué dulce alegría pensar que el Buen Dios es Justo, es decir, que tiene en cuenta nuestras debilidades, que conoce perfectamente la fragilidad de nuestra naturaleza. ¿De qué pues tendré miedo? ¡Ah! el Dios infinitamente justo que

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se dignó (84rº) perdonar con toda bondad todas las faltas del hijo pródigo, ¿no debe ser Justo también conmigo que «estoy siempre con Él?».

Este año el 9 de junio fiesta de la Santa Trinidad, he recibido la gracia de comprender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado.

Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la Justicia de Dios con el fin de desviar y atraer hacia ellas los castigos reservados a los culpables, esa ofrenda me parecía grande y generosa, pero yo estaba lejos de sentirme arrastrada a hacerla. «¡Oh Dios mío! exclamaba en el fondo de mi corazón, ¿no será más que vuestra Justicia la que reciba alma inmolándose como víctimas?... [¿]Vuestro Amor Misericordioso no tiene necesidad él también[?]…. Por todas partes es desconocido, rechazado; los corazones en los que deseáis prodigarlo se vuelven hacia las criaturas solicitándolas la felicidad con su miserable afecto, en lugar de arrojarse a vuestros brazos y aceptar vuestro Amor infinito….. ¡Oh Dios mío! vuestro Amor despreciado ¿se va a quedar en vuestro Corazón? Me parece que si encontrarais almas ofreciéndose como Víctimas de holocausto a vuestro Amor, las consumiríais rápidamente, me parece que seréis feliz de no comprimir las oleadas de infinitas ternuras que están en vos… Si vuestra Justicia ama descargarse, ella que no se extiende más que sobre la tierra, cuánto más vuestro Amor Misericordioso desea abrasar a las almas, ya que vuestra Miseri-cordia se eleva hasta los Cielos…… ¡Oh Jesús mío! Que sea yo esa dichosa víc-tima, ¡consumid vuestro holocausto por el fuego de vuestro Divino Amor!…..»

Mi Madre querida, vos que me habéis permitido ofrecerme así al Buen Dios, sabéis las olas, o mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma….. ¡Ah! desde ese feliz día me parece que el Amor me penetra y me rodea, me parece que a cada instante este Amor Misericordioso me renueva, purifica mi alma y no deja en ella traza alguna de pecado, por ello (84vº) no puedo temer el purgatorio.… Sé que por mí misma no merecería incluso entrar en ese lugar de expiación, puesto que las almas santas pueden solamente tener acceso a él, pero sé también que el Fuego del Amor es más santificante [dor] que el del purgatorio, sé que Jesús no puede desear para nosotras sufrimientos inútiles y que Él no me inspiraría estos deseos que siento, si no quisiera colmarlos……

¡Oh!¡qué dulce la vía del Amor!... ¡Cómo quiero yo aplicarme a hacer siem-pre con el más grande abandono, la voluntad del Buen Dios!...

He ahí, mi Madre querida, todo lo que puedo deciros de la vía de vues-tra Teresita, conocéis mucho mejor por vos misma qué es lo que Jesús ha hecho por ella, por eso me perdonaréis haber abreviado mucho la historia de su vida religiosa.…

¿Cómo se acabará, esta «historia de una florecilla blanca»?…Quizá la flo-recilla será recogida en su frescura o bien transportada a otras riberas…. lo ig-noro, pero de lo que estoy cierta es de que la Misericordia del Buen Dios la

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acompañará siempre, que jamás dejará de bendecir a la Madre querida que le ha ofrecido a Jesús; eternamente se regocijará de ser una de las flores de su co-rona…. Eternamente cantará con esta Madre querida el cántico siempre nuevo del Amor……

(85vº) EXPLICACION DEL ESCUDO DE ARMAS.- El blasón JHS es el que Jesús se ha dignado aportar en dote a su pobre

pequeña esposa. La huérfana de la Beresina se ha convertido en Teresa del NIÑO JESUS de la SANTA FAZ, esos son sus títulos de nobleza, su rique-za y su esperanza.- La Vid que separa en dos el blasón es también la figura de Aquél que se dignó decirnos: «Yo soy la Vid y vosotros los sarmientos, quiero que me reportéis mucho fruto.» Las dos ramas alrededor, la una la Santa Faz, la otra el pequeño Jesús son la imagen de Teresa que no tiene más que un deseo aquí abajo, el de ofrecerse como una pequeña uva de racimo para refrescar a Jesús niño, divertirlo, dejarse apresar por Él a merced de sus caprichos y de poder también sofocar la sed ardiente que sintió durante su pasión.- El arpa representa también a Teresa que quiere cantar sin cesar a Jesús melodías de amor.

El blasón FMT es el de María Francisca Teresa, la florecilla de la Santa Vir-gen, por ello esa florecilla está representada recibiendo los rayos benefactores de la Dulce Estrella de la mañana.- La tierra verdeante representa la familia bendita en el seno de la cual la florecilla creció; más lejos se ve una montaña que representa el Carmelo. Es ese lugar bendito el que Teresa ha escogido para fi-gurar en su escudo de armas el dardo inflamado del amor que debe merecerle la palma del martirio esperando que ella pueda en verdad dar su sangre por Aquél a quien ama. Pues para responder a todo el amor de Jesús quisiera hacer por Él lo que Él ha hecho por ella…pero Teresa no olvida que no es más que una débil caña [junco] por ello la ha colocado en su blasón.

El triángulo luminoso representa la Adorable Trinidad que no cesa de de-rramar sus dones inestimables sobre el alma de la pobre Teresita, así pues en su reconocimiento ella no olvidará jamás esta divisa: «El Amor no se paga más que con Amor.»

Nacimiento 2 Enero 1873 –Bautismo 4 Enero 1873 –Sonrisa de la Santa Virgen 1883

Primera Comunión 8 Mayo 1884 –Confirmación 14 Junio 1884 –Conver-sión 25 Diciembre 1886 –Audiencia de León XIII 20 noviembre 1887 –Entrada en el Carmelo 9 Abril 1888 –Toma de hábito 10 Enero 1889 –Nuestra gran riqueza 12 Febrero 1889 –Examen canónico Bendición de León XIII Septiembre 1890 –Profesión 8 Septiembre 1890 –Toma de velo Septiembre 1890 – Ofren-da de mí misma al Amor 9 Junio 1895

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2. Manuscrito B

J.M.J.T.(1rº)

Jesús +

¡Oh mi Hermana querida! Me pedís que os dé un recuerdo de mi retiro, retiro que quizá será el último… Ya que nuestra Madre lo permite,

es una alegría para mí venir a conversar con vos, que sois dos veces mi Herma-na, con vos que me habéis prestado vuestra voz, prometiendo en mi nombre que no quería servir más que a Jesús cuando no me era posible hablar…. Queri-da Madrinita, es la niña que habéis ofrecido al Señor la que os habla esta tarde; es ella que os ama como una hija sabe amar a su Madre..… Solamente en el Cielo conoceréis toda la gratitud que desborda de mi corazón..… ¡Oh mi Hermana querida! Queréis oír los secretos que Jesús confía a vuestra hijita, esos secretos os los confía Él a vos yo lo sé, pues sois vos quien me habéis enseñado a recoger las enseñanzas Divinas, sin embargo voy a tratar de balbucir algunas palabras, aunque siento que es imposible para la palabra humana hablar sobre cosas que el corazón humano puede apenas presentir…..

No creáis que nado en consolaciones, ¡oh no! mi consuelo está en no tenerlo sobre la tierra. Sin mostrarse sin hacer oír su voz Jesús me instruye en lo secreto, no es por medio de libros, pues no comprendo lo que leo, sino a veces una palabra como la que he encontrado al final de la oración (tras haber perma-necido en el silencio y la sequedad) viene a consolarme: «He aquí el Maestro que te ofrezco, él te enseñará todo lo que tú debes hacer. Quiero hacerte leer en el libro de la vida, en el que está contenida le ciencia del Amor.» La ciencia del Amor, ¡oh sí! esta palabra resuena dulcemente en el oído de mi alma, no deseo más que esa ciencia. Por ella, habiendo entregado todas mis riquezas, estimo como la esposa de los sagrados cantares no haber dado nada. … Comprendo tan bien que no hay nada más que el amor que pueda volvernos agradables al Buen Dios que ese amor es el único bien que ambiciono. Jesús se complace en ense-ñarme el único camino que conduce a esa hoguera Divina, el camino es el aban-dono del niño pequeño que se recuesta sin temor en los brazos de su Padre…… «Si alguno es completamente pequeño que venga a mí» ha dicho el Espíritu santo por boca de Salomón y ese mismo Espíritu de Amor ha dicho también que

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«La misericordia es concedida a los pequeños». En su nombre, el profeta Isaías nos revela que en el último día «el Señor conducirá a su rebaño a los pastos, que reunirá a los corderitos, y los apretará sobre su seno», y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta cuya mirada inspirada se sumergió ya en las profundidades eternas exclama en nombre del Señor «Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré sobre mi seno y os acariciaré so-bre mis rodillas.» ¡Oh Madrina querida! ante un lenguaje semejante, no hay más que callarse, llorar de gratitud (1vº) y de amor…… ¡Ah! si todas las almas débiles e imperfectas sintiesen lo que siente la más pequeña de todas las almas, el alma de vuestra Teresita, ni una sola se desesperaría por llegar a la cima de la montaña del amor, ya que Jesús no pide grandes acciones, sino solamente el abandono y el reconocimiento, pues Él ha dicho en el Ps. XLIX «No tengo necesidad alguna de los machos cabríos de vuestros rebaños, porque todas las bestias de los bosques me pertenecen y los millares de animales que pastan en las colinas, conozco to-dos los pájaros de las montañas……. Si tuviera hambre no es a vosotros a quienes se lo diría: pues la tierra y todo lo que contiene es mío. ¿Es que debo comer la carne de los toros y beber la sangre de los machos cabríos?.....

Inmolad a Dios sacrificios de alabanza y de acción de gracias.» He ahí pues todo lo que Jesús reclama de nosotras, no necesita nuestras obras, sino sola-mente nuestro amor, pues el mismo Dios que declara no tener necesidad en absoluto de decirnos que tiene hambre, no tiene temor de mendigar un poco de agua a la Samaritana. Tenía sed..… Pero al decirle «dame de beber» era el amor de su pobre criatura lo que el Creador del universo reclamaba. Tenía sed de amor… ¡Ah! siento más que nunca que Jesús está sediento [lit.estropeado, alterado], no encuentra más que ingratos e indiferentes entre los discípulos del mundo y entre sus discípulos los suyos encuentra, ¡desgraciadamente! pocos corazones que se le entreguen sin reserva, que comprendan toda la ternura de su Amor infinito.

Hermana querida, que nosotras seamos dichosas de comprender los ínti-mos secretos de nuestro Esposo, ¡ah! si vos quisierais escribir todo lo que co-nocéis de ellos tendríamos bellas páginas para leer pero lo sé, preferís mejor guardar en el fondo de vuestro corazón «Los secretos del Rey», a mí me decís «Que es admirable publicar las obras del Altísimo». Encuentro que tenéis razón al guardar silencio y es únicamente con el fin de complaceos por lo que escribo estas líneas, pues siento mi impotencia para contar con palabras terrenas los secretos del Cielo y además, después de haber trazado páginas y páginas, me encontraría con que no habría comenzado aún….. Hay tantos horizontes diver-sos tan variadas sutilezas hasta el infinito, que solo la paleta del Pintor Celeste podrá, tras la noche de esta vida, proveerme de colores capaces de pintar las maravillas que él descubre al ojo de mi alma.

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Mi Sr querida, me habéis pedido que os escriba mi sueño y mi «pequeña doctrina» como la llamáis…. Lo he hecho en las páginas siguientes pero tan mal que me parece imposible que lo comprendáis. Quizá vais a encontrar mis ex-presiones exageradas….. ¡Ah! perdonadme, eso debe obedecer a mi estilo poco agradable, os aseguro que no hay exageración alguna en mi pequeña alma, que todo está en calma y reposado……(Al escribir es a Jesús a quien hablo, eso me resulta más fácil para explicar mis pensamientos…… Lo que ¡desgraciadamente! no impide que estén muy mal explicados.

J.M.J.T.(2rº) 8 Septiembre 1896

(A mi querida Hermana María del Sagrado Corazón)

¡Oh Jesús, mi Bien-Amado! ¿quién podrá decir con qué ternura, con qué dulzura conducís mi pequeña alma? ¿cómo os place hacer relu-

cir el rayo de vuestra gracia aún en medio de la más sombría tormenta?.. Jesús, la tormenta ruge bien fuerte en mi alma desde la hermosa fiesta de vuestro triunfo, la radiante fiesta de Pascua, cuando un sábado del mes de mayo, pen-sando en los sueños misteriosos que a veces son concedidos a ciertas almas, me decía que eso debía ser un muy dulce consuelo, no obstante yo no lo pedía. Al anochecer, considerando [contemplando] las nubes que cubrían su cielo, mi pe-queña alma se decía que los bellos sueños no eran para ella, y bajo la tormenta se durmió….. El día siguiente era el 10 de mayo, el segundo Domingo del mes de María, quizá el aniversario del día en que la Santa Virgen se dignó sonreír a su florecilla….

En los primeros resplandores de la aurora, me encontré (en sueño) en una suerte de galería, había varias personas más pero alejadas, solo Nuestra Madre estaba cerca de mí, de pronto sin haber visto cómo habían entrado, percibí tres carmelitas revestidas con sus hábitos y grandes velos, me pareció que venían por nuestra Madre, pero lo que comprendí claramente, es que venían del Cielo. En el fondo de mi corazón exclamé: ¡Ah! qué dichosa sería de ver el rostro de una de esas carmelitas. Entonces como si mi oración hubiese sido oída por ella, la más grande de las santas avanzó hacia mí; al momento caí de rodillas. ¡Oh! felicidad la Carmelita se quitó su velo o mejor lo levantó y me cubrió con él… sin vacilación alguna reconocí a la venerable Madre Ana de Jesús, la fundadora del Carmelo en Francia. Su rostro era hermoso, de una belleza inmaterial, ningún

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rayo se desprendía de él y sin embargo a pesar del velo que nos envolvía a las dos, veía ese celestial rostro iluminado por una luz inefablemente dulce, luz que no recibía sino que la producía él mismo..…

No sabría describir la alegría de mi alma, esas cosas se sienten y no se pue-den expresar….Varios meses han transcurrido desde ese dulce sueño, sin embar-go el recuerdo que dejó en mi alma no ha perdido nada de su frescura de sus encantos Celestiales…Veo aún la mirada y la sonrisa llenas de amor de la Vble Madre. Creo sentir todavía las caricias con las que me colmó…..

Viéndome tan tiernamente amada, me atreví a pronunciar estas palabras: «¡Oh Madre mía! Os lo suplico, decidme si el Buen Dios ¿me dejará mucho tiempo aún en la tierra?...¿Vendrá pronto a buscarme?...» Sonriendo con ter-nura, la Santa murmuró: «Sí pronto, pronto…Os lo prometo.» – «Madre mía, añadí, decidme también si el Buen Dios no me pide alguna cosa (2vº) además de mis pobres pequeñas acciones y mis deseos. ¿Está contento conmigo?» El rostro de la santa tomó una expresión incomparablemente más tierna que la primera vez que me habló. Su mirada y sus caricias eran la más dulce de las res-puestas. Sin embargo me dijo: «El Buen Dios no pide ninguna otra cosa de vos, ¡Él está contento, muy contento!...» Luego de haberme acariciado de nuevo con más amor que nunca lo haya hecho con su hijo la más tierna de las madres, la vi alejarse… Mi corazón estaba en la alegría, pero me acordé de mis hermanas y quise pedir algunas gracias para ellas, desgraciadamente… ¡me desperté!...

¡Oh Jesús! no rugía ya la tormenta, el cielo estaba en calma y sereno…. creía, sentía que hay un Cielo y que ese Cielo está poblado por almas que me quieren, que me miran como su hija… Esa impresión queda en mi corazón, tan-to más cuanto que la Vble Madre Ana de Jesús me había sido hasta entonces absolutamente indiferente, no la había invocado nunca y su pensamiento no me venía al espíritu más que al oír hablar de ella, lo que era raro. Por eso cuando he comprendido hasta qué punto ella me amaba, cuán poco indiferente le era yo, mi corazón se derritió de amor y gratitud, no solamente hacia la Santa que me había visitado, sino también hacia todos los Bienaventurados habitantes del Cielo

¡Oh mi Bien-Amado! esa gracia no era sino el preludio de otras gracias más grandes con las que tú querías colmarme, déjame, mi único Amor, que te las cuente hoy… hoy, el sexto aniversario de nuestra unión;… ¡Ah! perdóname Jesús, si desvarío al querer describir mis deseos, mis esperanzas que tocan el infinito, perdóname y ¡¡¡cura mi alma dándole lo que espera!!!...

Ser tu esposa, oh Jesús, ser carmelita, ser por unión contigo, la madre de las almas, debería bastarme………… No es así… Sin duda, estos tres privilegios son ciertamente mi vocación, Carmelita, Esposa y Madre, sin embargo siento en mí otras vocaciones, siento la vocación de Guerrero, de Sacerdote, de Apóstol, de Doctor, de Mártir, en fin, siento la necesidad, el deseo de cumplir por ti Jesús,

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todas las obras, las más heroicas….. Siento en mi alma el valor de un Cruzado, de un Zuavo Pontificio, quisiera morir sobre un campo de batalla por la defensa de la Iglesia..

Siento en mí la vocación de Sacerdote, con qué amor, oh Jesús, te llevaría en mis manos cuando, a mi voz, descendieras del Cielo…. ¡Con qué amor te daría a las almas!... Pero ¡ay! deseando del todo ser Sacerdote, yo admiro y envidio la humildad de St Francisco de Asís y siento en mí la vocación de imitarle rehusan-do la sublime dignidad del Sacerdocio.

¡Oh Jesús! Mi amor, mi vida… ¿cómo llevar estos contrastes? (3rº) ¿Cómo realizar los deseos de mi pobre almita?...

¡Ah! a pesar de mi pequeñez, quisiera iluminar las almas como los Profe-tas, los Doctores, tengo la vocación de ser Apóstol…quisiera recorrer la tierra, predicar tu nombre y plantar sobre suelo infiel tu Cruz gloriosa, pero, oh mi Bien-Amado, una única misión no me bastaría, quisiera al mismo tiempo anun-ciar el Evangelio en las cinco partes del mundo y hasta en las islas más remo-tas…. Quisiera ser misionera no solo durante algunos años, sino quisiera haberlo sido desde la creación del mundo y serlo hasta la consumación de los siglos…. Pero quisiera por encima de todo, oh mi Bien-Amado Salvador, quisiera verter mi sangre por ti hasta la última gota….…

El Martirio, he ahí el sueño de mi juventud, ese sueño ha crecido conmigo bajo los claustros del Carmelo… Pero también ahí siento que mi sueño es una locura, pues no sabría limitarme a desear un género de martirio… Para satisfa-cerme me serían precisos todos…. Como tú mi Esposo Adorado, quisiera ser flagelada y crucificada.… Quisiera morir desollada como St Bartolomé… Como St Juan, quisiera ser sumergida en aceite hirviendo, quisiera sufrir todos los supli-cios infligidos a los mártires…Con Sa. Inés y Sa. Cecilia quisiera presentar mi cue-llo a la espada y como Juana de Arco mi hermana querida, quisiera murmurar tu nombre, en la hoguera, oh Jesús… Pensando en los tormentos que serán el lote de los cristianos en los tiempos del Anticristo, siento mi corazón estreme-cerse y quisiera que esos tormentos me fueran reservados..… Jesús, Jesús, si quisiera escribir todos mis deseos, me haría falta pedir prestado tu libro de vida, ahí son consignadas las acciones de todos los Santos y esas acciones, yo querría haberlas cumplido por ti……

¡Oh, Jesús mío! a todas mis locuras ¿qué vas tú a responder?..... ¡Y hay un alma más pequeña, más impotente que la mía!. Sin embargo a causa precisa-mente de mi debilidad, tú te has complacido, Señor, en colmar mis pequeños deseos infantiles, y quieres hoy, colmar otros deseos más grandes que el uni-verso………..

En la oración haciéndome sufrir mis deseos un verdadero martirio abrí las epístolas de St Pablo con el fin de buscar alguna respuesta. Los cap. XII y XIII de

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la primera epístola a los Corintios me vinieron a los ojos… Leí allí, en el primero, que todos no pueden ser apóstoles, profetas, doctores, etc… que la Iglesia está compuesta por diferentes miembros y que el ojo no podría ser al mismo tiempo la mano….

La respuesta estaba clara pero no colmaba mis deseos, no me proporciona-ba la paz… Como Magdalena inclinándose siempre cabe la tumba vacía acabó por encontrar (3vº) lo que buscaba, así, descendiendo hasta las profundidades de mi nada, me levanté tan alto que pude alcanzar mi meta…… Sin descorazo-narme continué mi lectura y esta frase me alivió : «Buscad con ardor los dones más perfectos, pero voy a mostraros una vía más excelente aún.» Y el Apóstol explica cómo todos los dones, los más perfectos son nada sin el Amor…… Que la Caridad es la vía excelente que conduce con total seguridad a Dios. En fin había encontrado la respuesta… Considerando el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por St Pablo, o mejor quería reconocerme en todos… La Caridad me dio la llave de mi vocación. Com-prendí que si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no le faltaba el más necesario, el más noble de todos, comprendí que la Iglesia tenía un Corazón, y que ese Corazón estaba ardiendo de Amor. Comprendí que sólo el Amor hacía obrar a los miembros de la Iglesia, que si el Amor lle-gase a extinguirse, los Apóstoles no anunciarían ya el Evangelio, los Mártires rehusarían derramar su sangre…..Comprendí que el Amor encerraba todas las Vocaciones, que el Amor lo era todo, que abarcaba todos los tiempos y todos los lugares… en una palabra ¡que es Eterno!.........................

Entonces en el exceso de mi alegría delirante exclamé: Oh Jesús mi Amor….. mi vocación al fin la he encontrado, ¡mi vocación es el Amor!...

Sí he encontrado mi lugar en la Iglesia y ese lugar, oh Dios mío, sois vos quien me lo habéis dado…. en el Corazón de la Iglesia, mi Madre, yo seré el Amor…así lo seré todo…. ¡¡¡así mi sueño será realizado!!!....

Por qué hablar de una alegría delirante, no esa expresión no es justa, es más bien la paz calmada y serena del navegante que percibe el faro que debe conducirlo al puerto…. Oh Faro Luminoso del amor, sé cómo llegar hasta ti, he encontrado el secreto para apropiarme tu llama.

No soy más que una niña, impotente y débil, sin embargo es mi misma debi-lidad la que me da la audacia de ofrecerme como Víctima a tu Amor, ¡oh Jesús!. En otro tiempo sólo las hostias puras y sin tacha eran las únicas aceptadas por el Dios Fuerte y Poderoso. Para satisfacer la Justicia Divina hacían falta víctimas perfectas, pero a la ley del temor le ha sucedido la ley del Amor, y el Amor me ha elegido en holocausto, a mí débil e imperfecta criatura…. ¿esta elección no es digna del Amor? Sí, para que el Amor sea plenamente satisfecho, tiene que abajarse, abajarse hasta la nada y transformar en fuego esa nada….

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(4rº) Oh Jesús, lo sé, el amor no se paga más que con amor, por eso he buscado, he encontrado el medio de aliviar mi corazón devolviéndote Amor por Amor. «Emplead las riquezas que os vuelven injustos para haceros amigos que os reciban en los tabernáculos eternos.» He ahí, Señor, el consejo que das a tus discípulos después de haberles dicho que «Los hijos de las tinieblas son más astutos en sus asuntos que los hijos de la luz.» Hija de la luz, he comprendido que mis deseos de ser todo, de abrazar todas las vocaciones, eran riquezas que podrían ciertamente volverme injusta, así que me he servido de ellas para hacer-me amigos… Acordándome de la oración de Eliseo a su Padre Elías cuando osó pedirle su doble espíritu, me he presentado delante de los Ángeles y los Santos, y les he dicho : «Soy la más pequeña de las criaturas, conozco mi miseria y mi debilidad, pero sé también cuánto los corazones nobles y generosos desean ha-cer el bien, os suplico pues, oh Bienaventurados habitantes del Cielo, os suplico me adoptéis por hija, para vosotros solos será la gloria que me hagáis adquirir pero dignaos escuchar mi plegaria, es temeraria, lo sé, sin embargo me atrevo a pediros me obtengáis: vuestro doble Amor.»

Jesús, no puedo profundizar mi demanda, temería encontrarme agobiada bajo el peso de mis deseos audaces……. Mi excusa es que soy una niña, los niños no reflexionan sobre el alcance de sus palabras, sin embargo sus padres cuando están colocados sobre el trono, cuando poseen inmensos tesoros no dudan en contentar los deseos de los pequeños seres a los que quieren tanto como a ellos mismos; para complacerlos, hacen locuras, llegan hasta la debilidad…. ¡Y bien! yo soy Hija de la Iglesia, y la Iglesia es Reina pues es tu Esposa, oh Divino Rey de Reyes…. No son las riquezas y la Gloria (ni siquiera la Gloria del Cielo) lo que reclama el corazón del hijito…. La gloria, él comprende que pertenece por dere-cho a sus Hermanos, los Ángeles y los Santos.… Su gloria será para él el reflejo de la que brotará de la frente de su Madre. Lo que él pide es el Amor……. No sabe más que una cosa, amarte, oh Jesús… Las obras restallantes [relumbrantes]le están vedadas, no puede predicar el Evangelio, verter su sangre…. pero qué importa, sus hermanos trabajan en su lugar, y él, pequeño niño, se mantiene muy cerca del trono del Rey y de la Reina, ama por sus hermanos que comba-ten….. Pero ¿cómo testimoniará él su Amor, pues el Amor se prueba con obras? Y bien, el niño pequeño arrojará flores, aromatizará con sus perfumes el trono real, cantará con su voz argentina el cántico del Amor…

Sí mi Bien-Amado, he ahí cómo se consumirá mi vida…. No tengo otro me-dio de probarte mi amor, que arrojarte flores, es decir no dejar escapar ningún pequeño sacrificio, ninguna mirada (4vº), ninguna palabra, de aprovechar todas las pequeñas cosas y hacerlas por amor… Quiero sufrir por amor y también go-zar por amor, así arrojaré flores delante de tu trono; no hallaré ninguna de ellas sin deshojarla para ti…. luego arrojando mis flores cantaré, (¿podría uno llorar al

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hacer tan gozosa acción?) cantaré, incluso cuando tenga que coger mis flores en medio de espinas y mi canto será tanto más melodioso cuanto las espinas sean más largas y punzantes.

Jesús, ¿para qué te servirán mis flores y mis cantos?... ¡Ah! lo sé bien, esta lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor del más pequeño de los corazones te encantarán, sí esas nadas te causarán pla-cer, harán sonreír a la Iglesia Triunfante, ella recogerá mis flores deshojadas por amor y haciéndolas pasar por tus Divinas Manos, oh Jesús, esa Iglesia del Cielo queriendo jugar con su hijita, arrojará ella también, esas flores que han conse-guido por tu toque divino un valor infinito, las arrojará sobre la Iglesia sufriente para apagar las llamas, las arrojará sobre la Iglesia combatiente ¡para hacerle conseguir la victoria!......

¡Oh Jesús mío!: yo te amo, amo a la Iglesia mi Madre, recuerdo que: «el más pequeño movimiento de puro amor le es más útil que todas las de-más obras reunidas juntas» pero el puro amor ¿está ciertamente en mi co-razón? [¿hay acaso en mi coraz…]…Mis inmensos deseos ¿no son más que un sueño, una locura?...¡Ah!, si ello es así, Jesús, ilumíname, tú lo sabes, yo busco la verdad… si mis deseos son temerarios, hazlos desaparecer pues esos deseos son para mí el más grande de los martirios….. Sin embargo, lo siento, oh Jesús, después de haber aspirado a las regiones más elevadas del Amor, si me faltase [no] alcanzarlas algún día [si después de …… no pudiera…], habré saboreado más dulzura en mi martirio, en mi locura que la que saborearía en el seno de las alegrías de la patria, a menos que por un milagro tú no me quites el recuerdo de mis esperanzas terrestres. Así pues deja[me] gozar durante mi destierro de las delicias del amor. Déjame saborear las dulces amarguras de mi martirio…….

Jesús, Jesús, si es tan delicioso el deseo de Amarte, ¿cómo será pues el de poseerte, el de gozar del Amor?..................

¿Cómo un alma tan imperfecta como la mía puede aspirar a poseer la pleni-tud del Amor? ¡Oh Jesús! mi primer, mi único amigo, a ti a quien yo amo ÚNI-CAMENTE, dime ¿qué misterio es éste? ¿Por qué no reservas esas inmensas aspiraciones para las grandes almas, para las Águilas que planean en las alturas?

Yo me considero como un débil pajarito cubierto solamente por un ligero plumón, no soy un águila, tengo de ella simplemente los ojos y el corazón pues a pesar de mi pequeñez extrema me atrevo a fijar los ojos en el Sol Divino, el Sol del Amor y mi corazón siente en él todas (5rº) las aspiraciones del Águila… El pajarillo quisiera volar hacia ese brillante Sol que encandila sus ojos, quisiera imitar a las Águilas sus hermanas a las que ve elevarse hasta el hogar Divino de la Trinidad Santa.… ¡por desgracia! todo lo que puede hacer, es alzar sus alitas, pero echarse a volar, ¡eso no está en su pequeño poder! ¿qué va a suceder, morir de pena viéndose tan impotente?.. ¡Oh no! el pajarillo ni siquiera va a afligirse.

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Con un audaz abandono, quiere seguir fijo en su Divino Sol; nada podrá asus-tarlo, ni el viento ni la lluvia y si sombrías nubes llegan a ocultar al Astro del Amor, el pajarillo no cambia de lugar, sabe que más allá de las nubes su Sol brilla siempre, que su resplandor no será eclipsado un solo instante. A veces es verdad, el corazón del pajarillo se halla acometido por la tempestad, le parece creer que no existe otra cosa más que las nubes que lo envuelven; es entonces el momento de la alegría perfecta para el pobre pequeño ser débil… ¡¡¡Qué fe-licidad para él quedarse ahí a pesar de todo, y seguir fijo en la invisible luz que se hurta a su fe!!!.. Jesús, hasta el presente, comprendo tu amor por el pajarillo, ya que él no se aleja de ti…. pero sé y tú lo sabes también, a menudo, la imper-fecta criaturita quedándose enteramente en su lugar (es decir bajo los rayos del Sol), se deja distraer un poco de su única ocupación, toma un granito a la derecha y a la izquierda, corta después un tallito… luego hallando un charquito de agua moja sus plumas apenas formadas, ve una flor que le agrada, entonces su pequeño espíritu se ocupa de esa flor..… en fin no pudiendo planear como las águilas, el pobre pajarillo se ocupa también de las bagatelas de la tierra. Sin embargo después de todas sus malas acciones, en lugar de ir a esconderse en un rincón para llorar su miseria y morir de arrepentimiento, el pajarillo se vuelve hacia su Bien Amado Sol, presenta a sus rayos benefactores sus alitas mojadas, gime como la golondrina y en su dulce canto confía, cuenta en detalle sus infide-lidades, pensando en su temerario abandono conseguir así más dominio, atraer más plenamente el amor de Aquél que no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores…… Si el Astro Adorado permanece sordo a los gorjeos quejum-brosos de su criaturita, si él permanece velado…¡y bien! la criaturita se queda mojada, acepta estar transida de frío y aún se regocija con este sufrimiento que tiene no obstante merecido….. ¡Oh Jesús! que tu pajarillo es feliz de ser débil y pequeño, ¿qué sería de él si fuese grande?... Nunca tendría la audacia de apare-cer en tu presencia, de dormitar delante de ti…. sí, esta es también una debilidad del pajarillo cuando quiere mirar fijamente al Divino Sol y las nubes le impiden ver un solo rayo, a su pesar sus pequeños ojos se cierran, su cabecita se esconde bajo la alita y el pobre pequeño ser se adormece [el pobrecito], creyendo [ima-ginando] continuar mirando siempre a su Astro Querido. Al despertar, él no se aflige, su corazoncito queda en paz, recomienza su oficio de amor, invoca a los Ángeles y a los Santos que se elevan como Águilas hacia el Fuego devorador, objeto de su ansia (5vº) y las Águilas teniendo piedad de su hermanito, lo pro-tegen, lo defienden y ponen en fuga a los buitres que quisieran devorarlo. A los buitres, imágenes de los demonios, el pajarillo no los teme, no está destinado a ser su presa, sino del Águila que contempla en el centro del Sol de Amor. Oh Verbo Divino, ¡eres tú el Águila adorada a quien yo amo y quien me atrae! eres tú quien lanzándote hacia la tierra del exilio has querido sufrir y morir con el fin

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de atraer las almas hasta el seno del Eterno Hogar de la Trinidad Bienaventu-rada, eres tú quien remontándote hasta la inaccesible Luz que será en adelante tu morada te quedas todavía en el valle de lágrimas oculto bajo la apariencia de una blanca hostia… Águila Eterna, tú quieres alimentarme con tu divina sustan-cia, a mí, pobrecito ser, que entraría en la nada si tu divina mirada no me diese la vida a cada instante….. ¡Oh Jesús! déjame en el exceso de mi gratitud, déjame decirte que tu amor va hasta la locura….. ¿Cómo quieres que ante esa Locura, mi corazón no se lance hacia ti? Cómo tendría límites mi confianza….. ¡Ah! por ti, lo sé, los Santos también han hecho locuras, han hecho grandes cosas pues eran águilas…….

Jesús, soy demasiado pequeña para hacer grandes cosas……………..y mi locura para mí, es esperar que tu Amor me acepte como víctima…. Mi locura consiste en suplicar a las Águilas mis hermanas que me obtengan el favor de volar hacia el Sol del Amor con las propias alas del Águila Divina……

Por eso durante todo el tiempo que tú quieras, oh mi Bien-Amado, tu pajarillo permanecerá sin fuerzas y sin alas, siempre permanecerá [con] los ojos fijos en ti, [tendrá], él quiere estar fascinado por tu mirada divina, quiere llegar a ser la presa de tu Amor… Un día, tengo la esperanza de ello, Águila Adorada, vendrás a bus-car a tu pajarillo, y remontando el vuelo con él hacia el Hogar del Amor, tú le su-mergirás para la eternidad en el abrasador Abismo de Este Amor al que él se ofre-ce como víctima.............................................................................................................................................................................................................................................................................................

¡Oh Jesús! que no pueda decir a todas las pequeñas almas cuán inefable es tu condescendencia…… siento que si por un imposible encontraras un alma más débil, más pequeña que la mía, te complacerías en colmarla de favores más grandes aún, si ella se abandonase con una entera confianza a tu misericordia in-finita.. Pero ¿por qué desear comunicar tus secretos de Amor, oh Jesús, no eres tú sólo quien me los ha enseñado y no puedes tú revelárselos a otros?... Sí lo sé y te conjuro a hacerlo, te suplico abajes tu mirada divina sobre un gran número de pequeñas almas………….. ¡Te suplico escojas una legión de pequeñas víctimas dignas de tu AMOR!...

La muy pequeña ( la pequeñísima) Sr Teresa del Niño Jesús de la Sta Fazrel. carm.ind.

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3. Manuscrito C

(1rº) J.M.J.T.

Madre mía bien-amada, me habéis manifestado el deseo de que acabe con vos de Cantar las Misericordias del Señor. Este dulce canto lo había co-

menzado con vuestra hija querida, Inés de Jesús, que fue la madre encargada por el Buen Dios de guiarme en los días de mi infancia; era pues con ella con quien debía cantar las gracias concedidas a la florecilla de la Sta Virgen, cuando estaba en la primavera de su vida, pero es con vos con quien debo cantar la di-cha de esta florecilla ahora que los tímidos rayos de la aurora se han hecho sitio en los abrasadores ardores del mediodía. Sí es con vos, Madre bien-amada, es para responder a vuestro deseo que voy a tratar de relatar los sentimientos de mi alma, mi gratitud hacia el buen Dios, para con vos que me lo representáis visiblemente, ¿no es entre vuestras manos maternales que yo me entregué en-teramente a Él? Oh Madre mía, ¿os acordáis de ese día?.... Sí siento que vuestro corazón no lo habrá olvidado…. En cuanto a mí debo esperar al hermoso Cielo, no encontrando aquí abajo palabras capaces de traducir lo que pasó en mi cora-zón en ese día bendito.

Madre bien-amada, hubo otro día en que mi alma se vinculó más aún a la vuestra si esa cosa [eso] fuese posible, fue aquél en que Jesús os impuso de nuevo la carga de la superioridad [priorato]. En ese día, Madre mía querida, sembrasteis con lágrimas pero en el Cielo, seréis llenada de alegría (1vº) vién-doos cargada con haces preciosos. Oh Madre mía, perdonad mi sencillez in-fantil, siento que me permitís hablaros sin rebuscar lo que está permitido a una joven religiosa decir a su Priora. Quizá no me mantenga siempre en los límites prescritos a las inferiores, pero Madre mía, me atrevo a decirlo, es vuestra la falta trato con vos como una hija porque vos no me tratáis como Priora sino como Madre…………

¡Ah! lo siento en verdad, Madre querida, es el Buen Dios quien me habla siempre por vos. Muchas hermanas piensan que me habéis mimado, que desde mi entrada en el Arca Santa, no he recibido de vos más que caricias y cumplidos, sin embargo no es así, veréis, Madre mía, en el cuaderno que contiene mis re-cuerdos de infancia lo que pienso de la educación fuerte y maternal que he reci-bido de vos…… Desde lo más profundo de mi corazón os agradezco no haberme domesticado. Jesús sabía bien que le hacía falta a su florecilla el agua vivificante de la humillación, era demasiado débil para echar raíces sin esas ayudas, y es por vos, Madre mía, por quien ese beneficio le fue dispensado.

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Desde hace un año y medio Jesús ha querido cambiar la manera de hacer crecer a su florecilla, la encontraba sin duda demasiado regada, pues bien ahora es el sol quien le hace crecer, Jesús no quiere ya para ella más que su sonrisa que Él le da también por vos mi Madre bien-amada. Ese dulce sol lejos de marchitar la florecilla le (2rº) hace crecer maravillosamente, en el fondo de su cáliz ella conserva las preciosas gotas de rocío que ha recibido y estas gotas le recuer-dan siempre que es pequeña y débil…. Todas las criaturas pueden volcarse hacia ella, admirarla, colmarla de alabanzas, no sé por qué pero eso no sería añadir una sola gota de falsa alegría a la verdadera alegría que saborea en su corazón viéndose tal como es a los ojos del Buen Dios; una pobre nadita, nada más… Digo no comprender por qué, pero [¿]no es porque ha sido preservada del agua de las alabanzas todo el tiempo que su pequeño cáliz no estaba bastante lleno del rocío de la humillación[?] Ahora no hay ya peligro, al contrario la florecilla encuentra tan delicioso el rocío del que está repleta que mucho se guardará de cambiarlo por el agua tan insulso de los cumplidos.

No quiero hablar, Madre mía querida, del amor y de la confianza que me demostráis, no creáis que el corazón de vuestra hija sea insensible a ello, so-lamente que siento además que no tengo nada que temer ahora, al contrario puedo gozarme en ello, refiriendo al Buen Dios lo que Él ha querido poner de bueno en mí. Si a él le place hacerme parecer mejor de lo que [no] soy, eso no me concierne, Él es libre de tratarme como quiera…. Oh Madre mía ¡qué dife-rentes son las vías por las que el Señor conduce a las almas! En la vida de los Santos, vemos que se encuentran muchos que no quisieron dejar nada de ellos (2vº) después de su muerte, ni el menor recuerdo el menor escrito. Hay otros al contrario, como nuestra Madre Sta Teresa, que han enriquecido a la Iglesia con sus sublimes revelaciones no temiendo revelar los secretos del Rey, para que Él sea más conocido, más amado de las almas. ¿Cuál de estos dos géneros de san-tos agrada mejor al Buen Dios? Me parece, Madre mía, que le son igualmente agradables, ya que todos han seguido el movimiento del Espíritu Santo y que el Señor ha dicho: Decid al Justo que Todo está bien. Sí todo está bien, cuando no se busca más que la voluntad de Jesús, es por ello que yo pobre florecilla obedezco a Jesús tratando de complacer a mi Madre bien-amada.

Lo sabéis, Madre mía, siempre he deseado ser una santa, pero ¡por desgra-cia! he siempre constatado, cuando me comparo con los santos que hay entre ellos y yo la misma diferencia que existe entre una montaña cuya cima se pierde en los cielos y el grano de arena oscuro pisoteado bajo los pies de los paseantes; en lugar de descorazonarme, me digo: el Buen Dios no podría inspirar deseos irrealizables, puedo pues a pesar de mi pequeñez aspirar a la santidad; agran-darme es imposible, debo soportarme tal como soy con todas mis imperfec-ciones; pero quiero buscar el medio de ir al Cielo por una pequeña vía muy

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derecha, muy corta, una pequeña vía totalmente nueva. Estamos en un siglo de inventos, ahora no vale ya la pena subir dificultosamente los peldaños de una escalera, en casa de los ricos un ascensor la reemplaza ventajosamente. Yo quisiera también encontrar un ascensor para llevarme hasta Jesús, pues soy de-masiado pequeña para subir la ruda escalera de la perfección. Así que busqué en los libros santos la indicación del ascensor objeto de mis deseos y leí estas pala-bras salidas de la boca de la Sabiduría Eterna: Si alguno es muy pequeño, que venga a mí. Así pues llegué a adivinar que había encontrado lo que buscaba y queriendo saber, ¡oh Dios mío! lo que haréis con el pequeñito que respondiera a vuestra llamada, continué mis pesquisas y he aquí lo que encontré: - ¡Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo, os llevaré en mi seno y os meceré sobre mis rodillas! ¡Ah! Nunca palabras más tiernas, más melo-diosas han venido a regocijar mi alma, el ascensor que debe elevarme hasta el Cielo, son vuestros brazos, ¡oh Jesús! Por eso no tengo necesidad de crecer, al contrario es preciso que permanezca pequeña, que llegue a serlo más y más. Oh Dios mío, habéis sobrepasado mis expectativas, y yo quiero cantar vuestras mi-sericordias. «Me habéis instruido desde mi juventud y hasta el presente he anunciado vuestras maravillas, continuaré proclamándolas en la edad más avanzada. Ps. LXX.» ¿Cuál será para mí esa edad avanzada? Me parece que podría ser ahora, pues 2.000 años a los ojos del Señor no son más que 20 años…. que un solo día…. ¡Ah! no creáis, Madre bien-amada, que vuestra hija de-sea abandonaros…. no creáis que ella estima como una (3vº) gracia más grande morir en su primavera [la aurora] mejor que al declinar el día. Lo que ella estima, lo que desea únicamente es deleitar a Jesús…. Ahora que Él parece acercarse a ella para atraerla a la mansión de su gloria, vuestra hija se congratula. Desde hace mucho tiempo ha comprendido que el Buen Dios no necesita de nadie (aún menos de ella que de las otras (demás)) para hacer el bien sobre la tierra.

Madre mía, perdonadme si os entristezco…. ¡ah! quisiera tanto alegraos….. pero creed que si vuestras oraciones no son escuchadas en la tierra, si Jesús por algunos días separa a la hija de su Madre, esas oraciones ¿no lo serán en el Cielo?.....

Vuestro deseo es, lo sé, que cumpla cerca de vos una misión muy dulce, muy fácil, esa misión ¿no podré acabarla desde lo alto de los Cielos?... Como Jesús le dijo un día a San Pedro, vos habéis dicho a vuestra hija: «Apacienta mis corderos» y yo me sorprendí, os dije «ser demasiado pequeña».. os supli-qué hicieseis vos misma apacentar a vuestros corderillos y me guardaseis, me hicieseis la gracia de pacer con ellos. Y vos, mi Madre bien-amada, respondiendo un poco a mi justo deseo, habéis guardado a los corderillos con las ovejas, pero encomendándome ir con frecuencia a hacerles pastar a la sombra, indicarles las hierbas mejores y más fortificantes, mostrarles claramente las flores brillantes

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que no debían tocar jamás si no era para aplastarlas bajo sus pasos…. Vos no te-néis miedo, mi Madre querida, de que extravíe a vuestros corderillos, mi inexpe-riencia, mi (4rº) juventud no os asustaron en absoluto, quizá hayáis recordado que a menudo el Señor se complace en conceder la sabiduría a los pequeños y que un día transpuesto de alegría Jesús bendijo a su Padre por haber escondido sus secretos a los prudentes y haberlos revelado a los más pequeños. Madre mía, lo sabéis, son muy raras las almas que no miden el poder divino por sus cortos pensamientos, les parece bien que en todas las partes de la tierra haya excepciones, ¡solo El Buen Dios no tiene derecho a hacerlas! Desde hace mu-chísimo tiempo, lo sé, esa forma de medir la experiencia por los años se practica entre los humanos, pues, en su adolescencia, el Santo rey David cantaba al Se-ñor: «Soy joven y menospreciado.» En el mismo Salmo 118 no teme decir sin embargo: - «He llegado a ser más prudente que los ancianos: porque he buscado vuestra voluntad… Vuestra palabra es la lámpara que alumbra mis pasos…Estoy presto a cumplir vuestros decretos y no estoy atribu-lado por nada……..»

Madre bien-amada, no tuvisteis miedo de decirme un día que el Buen Dios iluminaba mi alma, que Él me daba incluso la experiencia de los años… ¡Oh Madre mía! Soy demasiado pequeña para tener vanidad ahora, soy demasiado pequeña también para construir bellas frases a fin de haceros creer que tengo mucha humildad, prefiero mejor convenir con toda sencillez que el Todo Pode-roso ha hecho grandes cosas en el alma de la hija de su divina Madre, y la más grande es haberle mostrado su pequeñez, su impotencia. (4vº) Madre querida, bien los sabéis, el Buen Dios se ha dignado hacer pasar mi alma por muchos géneros de pruebas, he sufrido mucho desde que estoy sobre la tierra, pero si en mi infancia he sufrido con tristeza, no es ya así como sufro ahora, sino en [medio de] la alegría y la paz, soy verdaderamente feliz de sufrir. Oh Madre mía, sería preciso que conocierais todos los secretos de mi alma para no sonreír al leer estas líneas, pues ¿hay un alma menos probada que la mía, si se le juzga por las apariencias? ¡Ah! si la prueba que sufro desde hace un año apareciese ante las almas ¡qué asombro!...

Madre bien-amada, conocéis esta prueba, voy no obstante a hablaros de ella ahora pues la considero como una gran gracia que he recibido bajo vuestro Priorato bendito.

El año pasado, el Buen Dios me ha concedido el consuelo de observar el ayuno de cuaresma en todo su rigor, nunca me había sentido tan fuerte y esa fuerza se mantuvo hasta Pascua. Sin embargo el día de Viernes santo Jesús quiso concederme la esperanza de ir pronto a verle al Cielo… ¡Oh! ¡qué grato me es este recuerdo!.. Después de haberme quedado junto al Monumento hasta medianoche, entré en nuestra celda, pero apenas había tenido tiempo de posar

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mi cabeza sobre la almohada cuando sentí como un oleaje que subía, subía a borbotones hasta mis labios. No sabía lo que era, pero pensaba que quizá iba a morir y mi alma se inundó (5rº) de alegría… No obstante como nuestra lámpara estaba apagada, me dije que tenía que esperar hasta la mañana para asegurarme de mi dicha, pues me parecía que era sangre lo que había vomitado. La mañana no se hizo esperar mucho tiempo, al despertarme, pensé de golpe que había al-guna cosa alegre de la que enterarme, acercándome a la ventana pude constatar que no me había equivocado…. ¡Ah! mi alma se llenó de un gran consuelo, esta-ba íntimamente persuadida de que Jesús en el día del aniversario de su muerte quería hacerme oír una primera llamada. Era como un dulce y lejano murmullo que me anunciaba la llegada del Esposo…..

Con un muy grande fervor asistí a Prima y al capítulo de los perdones. Tenía prisa por ver llegar mi turno para poder, al pediros perdón, confiaros, amada Madre mía, mi esperanza y mi dicha, pero añadí que no sufría en absoluto (lo que era mucha verdad) y os supliqué, Madre mía, que no me dierais nada de particular [especial]. En efecto tuve el consuelo de pasar toda la jornada del Viernes Santo como lo deseaba. Nunca las austeridades del Carmelo me habían parecido tan deliciosas, la esperanza de ir al Cielo me transportaba de júbilo. Habiendo llegado la noche de ese bienaventurado día, era preciso descansar, pero como la noche precedente el buen Jesús me dio la misma señal de que mi entrada en la vida Eterna no estaba lejos…… Gocé entonces de una fe tan viva, tan clara, que el pensamiento del Cielo constituía toda mi dicha, yo no po-(5vº)día creer que hubiese impíos que no tuvieran fe. Creía que hablaban contra su pensamiento al negar la existencia del Cielo, del hermoso Cielo en el que Dios Mismo querrá ser su eterna recompensa. En los días tan gozosos del triduo pascual, Jesús me hizo sentir que hay verdaderamente almas que no tienen fe, que por el abuso [abusar]de las gracias pierden ese precioso tesoro, fuente de las únicas alegría puras y verdaderas. Permitió que mi alma fuese invadida por las más espesas tinieblas y que el pensamiento del Cielo tan grato para mí no sea ya más que un tema de combate y de tormento….. Esta prueba no debía durar algunos días, algunas semanas, no debía extinguirse hasta la hora señalada por el Buen Dios y…. esa hora aún no ha llegado….. Quisiera poder explicar lo que siento, pero desgraciadamente creo que es imposible. Es preciso haber viajado por este sombrío túnel para comprender la oscuridad. Voy no obstante a tratar de explicarlo con una comparación.

Supongo que he nacido en un país envuelto en una espesa niebla, nunca he contemplado el risueño aspecto de la naturaleza, inundada, transfigurada por el resplandeciente sol; desde mi infancia es verdad, oigo hablar de esas maravillas, sé que el país en que estoy no es mi patria que hay otro al que debo aspirar sin cesar. No es una historia inventada por un habitante del triste país en el que

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estoy, es una realidad cierta pues El Rey de la patria del sol brillante ha venido a vivir 33 años (6rº) al país de las tinieblas, ¡desgraciadamente! las tinieblas no han comprendido en nada que ese Divino Rey era la luz del mundo…… Pero Señor, vuestra hija ha comprendido vuestra divina luz, os pide perdón por sus hermanos, acepta comer tanto tiempo como queráis el pan del dolor y no quiere levantarse de esta mesa llena de amargura en la que comen los pobres peca-dores antes del día que hayáis señalado.… Pero también ¿no puede decir en su nombre, en el nombre de sus hermanos: ¡Tened piedad de nosotros Señor, pues somos pobres pecadores!.. ¡Oh! Señor, devolvednos justificados…. Que todos lo que no están alumbrados por la luminosa llama de la Fe la vean relucir al fin……. oh Jesús si es preciso que la mesa mancillada por ellos sea purificada por un alma que os ama, bien quiero comer en ella solo el pan de la prueba hasta que os plazca introducirme en vuestro luminoso reino. ¡La única gracia que os pido es ¡no ofenderos jamás!...

Amada Madre mía, lo que os escribo no tiene ilación, mi pequeña histo-ria que se parecía a un cuento de hadas se ha convertido de golpe en oración, no sé qué interés podréis encontrar en leer todos estos pensamientos con-fusos y mal expresados. En fin Madre mía, no escribo para hacer una obra literaria sino por obediencia, si os enojo, al menos veréis que vuestra hija ha hecho prueba de buena voluntad. Voy pues (6vº) sin descorazonarme a con-tinuar mi pequeña comparación, en el punto en que la había dejado: Decía que la certidumbre de ir un día lejos del país triste y tenebroso me había sido dada desde mi infancia; no solo creía por lo que oía decir a las personas más sabias que yo, sino también sentía en el fondo de mi corazón aspiraciones hacia una región más bella. De la misma manera que el genio de Cristóbal Colón le hizo presentir que existía un nuevo mundo cuando aún nadie lo ha-bía soñado, así yo sentía que otra tierra me serviría un día de morada estable, pero de pronto las nieblas que me rodean se tornan más espesas, penetran en mi alma y la envuelven de tal suerte que no me es posible ya reencontrar en ella la imagen tan grata de mi Patria, ¡todo ha desaparecido! Cuando quie-ro reposar mi corazón fatigado por las tinieblas que lo rodean con el recuerdo del país luminoso hacia el que aspiro, mi tormento arrecia, me parece que las tinieblas tomando prestada la voz de los pecadores me dicen mofándose de mí: «Tú sueñas la luz, una patria aromada por los más suaves perfumes, tú sueñas la posesión eterna del Creador de todas estas maravillas, ¡tú crees salir un día de las brumas que te envuelven! adelante, adelante, gózate con la muerte que te dará no lo que tú esperas, sino una noche más profunda aún la noche de la nada.»

(7rº) Madre bienamada, la imagen que he querido transmitiros de las ti-nieblas que oscurecen mi alma es tan imperfecta como un boceto comparado

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al modelo, sin embargo no quiero escribir más sobre ello, temería blasfemar….. tengo miedo incluso de haber dicho demasiado…

¡Ah! que Jesús me perdone si Le he causado pena, pero Él sabe bien que no teniendo el gozo de la Fe, trato al menos de hacer sus obras. Creo haber hecho más actos de fe desde hace un año que durante toda mi vida. A cada nueva ocasión de combate, cuando mis enemigos vienen a provocarme, me conduzco bravamente, sabiendo que es una cobardía batirse en duelo, vuelvo la espalda a mis adversarios sin dignarme mirarlos a la cara; pero corro hacia mi Jesús, Le digo estar presta a verter hasta la última gota de mi sangre por confesar que hay un Cielo. Le digo que soy dichosa de no gozar de ese hermoso Cielo en la tierra para que Él lo abra por toda la Eternidad a los pobres incrédulos. Por eso a pesar de esta prueba que me roba todo gozo, puedo sin embargo exclamar: «Señor con todo lo que vos hacéis me colmáis de alegría»(Ps. XC1). Pues ¿existe una alegría más grande que la de sufrir por vuestro amor?.. Cuanto más íntimo es el sufrimiento [y] menos aparece a los ojos de las criaturas, tanto más os alegra, oh Dios mío, pero si por un imposible vos mismo debierais ignorar mi sufrimiento, sería aún dichosa de poseerlo si con él pudiere impedir o reparar una sola falta cometida contra la Fe………………………………

(7vº) Amada Madre mía, os parece quizá que exagero mi prueba, en efec-to si juzgáis por los sentimientos que expreso en las pequeñas poesías que he compuesto este año, debo pareceros un alma repleta de consolaciones y para la que el velo de la fe se ha casi desgarrado y sin embargo………… no es ya un velo para mí, es un muro que se levanta hasta los cielos y cubre el firmamento estrellado….. Cuando canto la felicidad del Cielo, la eterna posesión de Dios, no siento ninguna alegría en ello, pues canto sencillamente lo que yo quiero creer. A veces es verdad, un muy pequeño rayo de sol viene a iluminar mis tinieblas, entonces la prueba cesa un instante, pero enseguida el recuerdo de ese rayo en lugar de causarme alegría vuelve mis tinieblas más espesas aún.

Oh Madre mía, nunca he experimentado tan bien cuán dulce y misericor-dioso es el Señor, no me ha enviado esta prueba sino en el momento en que he tenido la fuerza para soportarla, de otra manera creo efectivamente que ella me habría hundido en el desaliento….. Ahora se lleva todo lo que habría podido en-contrarse de satisfacción natural en el deseo que tenía del Cielo… Madre amada, me parece que ahora nada me impide echarme a volar, pues no tengo grandes deseos si no es el de amar hasta morir de amor…..(9 Junio)

(8rº)Madre mía querida, estoy muy asombrada al ver lo que os he escrito ayer, ¡qué garabatos!... mi mano temblaba de tal suerte que me fue imposible continuar y ahora lamento incluso haber tratado de escribir, espero que hoy pueda hacerlo más legiblemente, pues no estoy ya en el dodo sino en un bonito silloncito completamente blanco..

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Oh Madre mía, siento además que todo esto que os digo no tiene continui-dad, pero siento también la necesidad antes de hablaros del pasado de deciros mis sentimientos presentes, más tarde quizá habré perdido el recuerdo de ellos. Quiero en principio deciros cuán emocionada estoy por todas vuestras delica-dezas maternales, ¡ah! creedlo, mi Madre amada, el corazón de vuestra hija está lleno de reconocimiento, jamás olvidará todo lo que os debe……………..

Madre mía, lo que me conmueve por encima de todo, es la novena que hacéis a N.S. de las Victorias, las misas que hacéis decir [encargáis] para obtener mi curación. Siento que todos esos tesoros espirituales hacen un gran bien a mi alma: al comienzo de la novena, os decía, Madre mía, que era preciso que la Sta

Virgen me curase o bien me lleve a los Cielos, pues encontraba muy triste para vos y la comunidad cargar con una joven religiosa enferma; ahora quiero cier-tamente estar enferma toda mi vida si eso le agrada al Buen Dios y consiente incluso que mi vida sea muy larga, la única gracia (8vº) que deseo es que sea quebrantada por el amor.

¡Oh! no temo una larga vida, no rehúso el combate pues El Señor es la roca en la que estoy subida, que adiestra mis manos para el combate y mis dedos para la guerra. Él es mi escudo, espero en Él –Ps. CXLIII- por eso nunca he pedido al Buen Dios morir joven, es verdad que siempre he esperado que esa fuese su voluntad. A menudo el Señor se contenta con el deseo de trabajar para su gloria, y sabéis, Madre mía, que mis deseos son muy grandes, sabéis también que Jesús me ha presentado más de un cáliz amargo que lo ha retirado de mis labios antes de que lo bebiese, pero no antes de haberme hecho saborear la amargura. Madre bien-amada, el Santo rey David tenía razón cuan-do cantaba: Qué bueno, qué dulce es para los hermanos vivir juntos en una perfecta unión. Es verdad lo he sentido así muy a menudo, pero es en el seno de los sacrificios donde esa unión debe tener lugar sobre la tierra. No es para vivir con mis hermanas por lo que yo he venido al Carmelo, es únicamente para responder a la llamada de Jesús; ¡ah! presentía además que debía ser un tema de sufrimiento continuo vivir con sus hermanas, cuando no se quiere conceder nada a la naturaleza. ¿Cómo se puede decir que es más perfecto alejarse uno de los suyos?... Jamás se ha reprochado a los hermanos combatir en el mismo campo de batalla, ¿se les va a reprochar volar juntos para recoger la palma del martirio?... Sin duda se ha juzgado (9rº) con razón que se dan valor mutuamen-te, pero también que el martirio de cada uno se convertía en el de todos. Así es en la vida religiosa, a la que los teólogos llaman un martirio.- Al darse a Dios el corazón no pierde su ternura natural, esa ternura al contrario crece al llegar a ser más pura y más divina. Madre amada, es con esa ternura como yo os amo, como amo a mis hermanas, soy feliz de combatir en familia por la gloria del Rey de los Cielos, pero estoy dispuesta también a volar hacia otro campo de batalla

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si El Divino General me expresase el deseo. Un mandato no será necesario solo una mirada, una simple señal.

Desde mi entrada en el arca bendita, he pensado siempre que si Jesús no me llevaba muy pronto al Cielo, la suerte de la palomita de Noé sería la mía; que un día el Señor abriría la ventana del arca y me diría que volase muy lejos, muy lejos, hacia riberas infieles llevando conmigo la ramita de olivo. Madre mía, este pensamiento ha hecho crecer mi alma, me ha hecho planear más alto que todo lo creado. He comprendido que incluso en el Carmelo podía también ha-ber separaciones, que en el Cielo solamente la unión será completa y eterna, por consiguiente he querido que mi alma habite en los Cielos, que no mire las cosas de la tierra sino de lejos. He aceptado no solo exilarme en medio de un pueblo desconocido, sino también lo que me era mucho más amargo, he acep-tado el exilio (9vº) para mis hermanas. Nunca olvidaré el 2 de Agosto de 1896, aquel día que era justamente el de la partida de las misioneras, fue seriamente estudiada la partida de Madre Inés de Jesús. ¡Ah! no habría querido hacer un movimiento para impedirle partir; sentía sin embargo una gran tristeza en mi corazón, encontraba que su alma tan sensible, tan delicada no estaba hecha para vivir en medio de almas que no la sabrían comprender, mil otros pensa-mientos se agolpaban en masa en mi espíritu y Jesús se callaba, no mandaba a la tempestad…. Y yo le decía: Dios mío, por vuestro amor acepto todo: si vos lo queréis yo quiero también sufrir hasta morir de pena. Jesús se contentó con la aceptación, pero algunos meses después, se habló de la partida de Sr Genoveva y de Sr María de la Trinidad entonces fue otro género de suplicio muy íntimo muy profundo, me representaba todas las pruebas, todas las decepciones que habrían de sufrir, en fin mi cielo estaba cargado de nubes… solo el fondo de mi corazón permanecía en calma y en paz.

Mi Madre amada, vuestra prudencia supo descubrir la voluntad del Buen Dios y de su parte habéis prohibido a vuestras novicias pensar ahora en dejar la cuna de su infancia religiosa, pero comprendíais sus aspiraciones ya que vos misma, Madre mía, pedisteis en vuestra juventud ir a Saigón, es así como a menudo los deseos de las madres encuentran un eco en el alma (10rº) de sus hijas. Oh mi Madre querida, vuestro deseo apostólico encuentra en mi alma, lo sabéis un eco muy fiel, dejadme confiaros por qué he deseado y deseo aún si la Sta Virgen me cura dejar por una tierra extranjera el delicioso oasis en el que vivo tan feliz bajo vuestra mirada maternal.

Es preciso, Madre mía, (vos me lo habéis dicho) para vivir en los carmelos extranjeros, una vocación muy especial, muchas almas se creen llamadas a ello sin serlo en efecto, también me habéis dicho que yo tenía esa vocación y que mi salud era el único obstáculo, sé bien que ese obstáculo desaparecería si el Buen Dios me llamase lejos, por ello vivo sin ninguna inquietud. Si tuviera que

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dejar algún día mi querido Carmelo, ¡ah! no sería sin herida, Jesús no me ha dado un corazón insensible y es justamente porque es capaz de sufrir que yo desee que él le dé a Jesús todo lo que le puede dar. Aquí, Madre amada, vivo sin apuro alguno por los cuidados de la miserable tierra, no tengo más que cumplir la grata y fácil misión que me habéis confiado. Aquí estoy colmada de vuestras atenciones maternales, no siento la pobreza no careciendo nunca de nada. Pero sobre todo, aquí soy amada, por vos y por todas las hermanas, y ese afecto me es muy dulce. He ahí por qué sueño con un monasterio donde sería desconocida, en el que tendría que sufrir la pobreza, echar en falta el afecto, en fin el destierro del corazón.

¡Ah! no es mi intención prestar servicios al Carmelo que (10vº) tuviera a bien recibirme por lo que yo dejaría todo lo que me es querido; sin duda, haría todo lo que de mí dependiese, pero conozco mi incapacidad y sé que poniendo lo mejor de mí no llegaría a hacerlo bien, no teniendo como le decía hace un momento ningún conocimiento de las cosas de la tierra. Mi única meta sería pues cumplir la voluntad del buen Dios, de sacrificarme por Él de la manera que le complaciese.

Siento además que no tendría ninguna decepción pues cuando se espera un sufrimiento puro y sin mezcla alguna, la más pequeña alegría se convierte en una sorpresa inesperada; y luego vos lo sabéis, Madre mía, el sufrimiento por sí mismo llega a ser la más grande de las alegrías cuando se le busca como el más preciado de los tesoros.

¡Oh no! no es con la intención de gozar del fruto de mis trabajos como yo quisiera partir, si ahí estuviese mi meta no sentiría esta dulce paz que me inunda y sufriría incluso por no poder realizar mi vocación para las misiones lejanas. Desde hace mucho tiempo no me pertenezco ya, estoy entregada totalmente a Jesús, Él es pues libre de hacer de mí lo que le plazca. Él me ha dado la atracción por un destierro completo, me ha hecho comprender todos los sufrimientos que encontraría en él, preguntándome si yo quería beber el cáliz hasta la hez; ense-guida quise asir esa copa que Jesús me presentaba, pero Él, retirando su mano, me hizo comprender que la aceptación Le contentaba.

(11rº) Oh Madre mía, ¡de qué inquietudes se libra una al hacer el voto de obediencia! ¡Cuán felices son las simples religiosas! siendo su única brújula la voluntad de las superioras, ellas están siempre seguras de estar en el recto ca-mino, no tienen que temer engañarse incluso si les pareciera cierto que las su-perioras se equivocan. Pero cuando una cesa de mirar la brújula infalible, cuando una se separa de la vía que ella dice que hay que seguir bajo pretexto de hacer la voluntad de Dios que no ilumina [según ellos] a los que sin embargo están en su lugar, inmediatamente el alma se extravía por caminos áridos donde el agua de la gracia pronto le falta.

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Madre amada, vos sois la brújula que Jesús me ha dado para conducirme con seguridad a la ribera eterna. Qué dulce me es fijar en vos mi mirada para cumplir inmediatamente la voluntad del Señor. Desde que ha permitido que sufra tentaciones contra la fe, ha aumentado en gran medida en mi corazón el espíritu de fe que me hace ver en vos, no solo una Madre que me ama y a quien yo amo, sino sobre todo me hace ver a Jesús viviente en vuestra alma comuni-cándome su voluntad a través de vos. Sé bien, Madre mía, que me tratáis como a un alma débil, como niña mimada, por ello no tengo a mal llevar el fardo de la obediencia pero me parece por lo que siento en el fondo de mi corazón, que no cambiaría de conducta, y que mi amor por vos no sufriría disminución alguna si (11vº) os complaciese tratarme severamente, pues vería también que es la voluntad de Jesús que me tratarais así por el gran bien de mi alma.

Este año, Madre mía querida, el buen Dios me ha hecho la gracia de com-prender lo que es la caridad; antes lo comprendía, es verdad, pero de una manera imperfecta, no había profundizado ese dicho de Jesús: «El segundo manda-miento es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» Me aplicaba sobre todo en amar a Dios y es amándole como he comprendido que era preciso que mi amor no se tradujese sólo en palabras pues: «No son los que dicen:¡Señor, Señor! los que entrarán en el reino de los Cielos, sino los que hacen la voluntad de Dios.» Esa voluntad, Jesús la da a conocer muchas veces, debería decir que casi a cada página de su Evangelio, pero en la última cena, cuando Él sabe que el corazón de sus discípulos arde con un amor abrasador hacia Él que acaba de darse a ellos en el inefable misterio de la Eu-caristía, este dulce Salvador quiere darles un mandamiento nuevo. Les dice con una inexpresable ternura: Os doy un mandamiento nuevo, es que os entreaméis[améis mutuamente], y que como yo os he amado, os améis los unos a los otros. La señal por la que todo el mundo conocerá que sois mis discípulos, es si os entreamáis[amáis mutuamente].

(12rº) ¿Cómo amó Jesús a sus discípulos y por qué los amó?¡Ah! no eran sus cualidades naturales las que podían atraerlo, había entre ellos y Él una dis-tancia infinita, Él era la Ciencia, la Sabiduría Eterna, ellos eran pobres pecadores ignorantes y llenos de pensamientos terrestres. Sin embargo Jesús los llama sus amigos, sus hermanos, quiere verles reinar con Él en el reino de su Padre y para abrirles ese reino quiere morir en una cruz pues Él ha dicho: No hay más grande amor que dar su vida por los que se ama.

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Madre amada, al meditar estas palabras de Jesús, he comprendido cuán imperfecto era mi amor para con mis hermanas, he visto que no las amaba como el Buen Dios las ama. ¡Ah! comprendo ahora que la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no extrañarse de sus debili-dades, en edificarse con los más pequeños actos de virtud que se les ve practi-car, pero sobre todo he comprendido que la caridad no debe quedar encerrada en el fondo del corazón: Nadie, ha dicho Jesús, enciende una antorcha para ponerla debajo del celemín, sino que se la pone sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los que están en la casa. Me parece que esa antorcha representa la caridad que debe alumbrar, regocijar, no solo a quienes me son los más queridos, sino a todos los que están en la casa, sin excep-tuar a nadie.

Cuando el Señor ordenaba a su pueblo amar a su prójimo (12vº) como a sí mismo no había venido aún a la tierra, por ello sabiendo perfectamente en qué grado uno ama a su propia persona, no podía pedir a sus criaturas un amor más grande para el prójimo. Pero cuando Jesús dio a sus apóstoles un mandamiento nuevo, su mandamiento, como Él les dijo más tarde, no es ya amar al prójimo como a sí mismo como Él habla, sino amarlo como Él, Jesús, lo ha amado, como lo amará hasta la consumación de los siglos…….

¡Ah! Señor, sé que no mandáis nada imposible, conocéis mejor que yo mi debilidad, mi imperfección, sabéis además que nunca podría amar a mis her-manas como vos las amáis, si vos mismo, oh Jesús mío, no las amáis también en mí. Es porque queríais concederme esa gracia por lo que disteis un manda-miento nuevo. - ¡Oh!¡cuánto lo amo ya que me da la seguridad de que vuestra voluntad es amar en mí a todos los que me mandáis amar!..

Sí (,) lo siento cuando soy caritativa, es solo Jesús quien obra en mí; cuanto más unida estoy a Él, tanto más amo yo también a todas mis hermanas. Cuando quiero aumentar en mí este amor, cuando sobre todo el demonio trata de ponerme delante de los ojos del alma los defectos de tal o cual hermana que me es menos simpática, me empeño en buscar sus virtudes, sus buenos deseos, me digo que si yo la he visto caer una vez ella puede muy bien haber conseguido un gran (13rº) número de victorias que esconde por humildad y que incluso lo que me parece una falta puede muy bien ser por la intención un acto de virtud. No tengo reparo en persuadirme de ello, pues he hecho un día una pequeña experiencia que me ha probado que no hay que juzgar nunca. – Era durante una recreación, la portera toca dos veces, había que abrir la gran puerta de los obreros para hacer entrar árboles destinados al nacimiento [belén], la recreación no era alegre, pues no estabais allí, mi Madre querida, así que pensé que si se me enviaba a servir de tercera, estaría muy contenta, justamente la madre Sub-Priora me dice que vaya yo a servir, o bien la hermana que se encontraba a mi

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lado, enseguida comienzo a desatarme nuestro delantal, pero tan despacio como para que mi compañera se quitase el suyo antes que yo, pues pensé hacerle un favor dejándole ser tercera. La hermana que suplía a la depositaria nos miraba riendo y viendo que me había levantado la última, me dice: ¡Ah! bien había pensado que no erais vos quien ibais a ganar una perla para vuestra corona, vais demasiado lentamente……..

Muy cierto que toda la comunidad creyó que había obrado por naturaleza y no sabría decir cuánto bien hizo una cosa tan pequeña a mi alma y me volví indulgente para con la debilidad de las demás. Eso me impide también tener va-nidad cuando soy juzgada favorablemente pues me digo esto: Ya que se toman mis pequeños actos de virtud por imperfecciones, una puede muy bien (13vº) engañarse al tomar por virtud lo que no es sino imperfección. Entonces digo con St Pablo: Pongo muy poco reparo en ser juzgada por ningún tribunal humano. No me juzgo a mí misma, Aquél que me juzga es El Señor. Por eso para volver ese juicio favorable, y sobre todo a fin de no ser juzgada en ab-soluto, quiero siempre tener pensamientos caritativos pues Jesús ha dicho: No juzguéis y no seréis juzgados.

Madre mía, al leer lo que acabo de escribir podríais creer que la práctica de la caridad no me resulta difícil. Es verdad, desde hace algunos meses no tengo ya que combatir para practicar esta bella virtud; no quiero decir por ello que nunca llegue a cometer faltas, ¡ah! soy demasiado imperfecta para eso, pero no tengo mucha dificultad en levantarme cuando caigo porque en un determinado combate logré la victoria, por ello la milicia celestial viene ahora en mi ayuda no pudiendo sufrir verme vencida después de haber sido victoriosa en la gloriosa guerra que voy a tratar de describir.

Se halla en la comunidad una hermana que tiene el talento de desagradar-me en todas las cosas, sus maneras, sus palabras, su carácter me parecen muy desagradables, sin embargo es una santa religiosa que debe ser muy agradable al Buen Dios, así que no queriendo ceder a la antipatía natural que yo experi-mentaba, me dije que la caridad no debía consistir en los sentimientos, sino en las obras, entonces (14rº) me apliqué a hacer por esta hermana lo que haría por la persona que más amo. Cada vez que la encontraba rogaba al Buen Dios por ella, ofreciéndoLe todas sus virtudes y sus méritos: Sentí claramente que esto causaba placer a Jesús, pues no hay artista que no quiera recibir alabanzas por sus obras y Jesús el Artista de las almas es feliz cuando una no se detiene en lo exterior sino que penetrando hasta el santuario íntimo que él ha elegido para quedarse admira en él la belleza. No me contentaba con rezar mucho por la hermana que me proporcionaba tantos combates, procuraba hacerle todos los servicios posibles y cuando tenía la tentación de responderle de una manera desagradable, me contentaba con regalarle mi más amable sonrisa y procuraba

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desviar la conversación, pues se dice en la Imitación: Vale más dejar a cada uno en su sentimiento que detenerse a contestar.

A menudo también cuando no estaba en la recreación (quiero decir durante las horas de trabajo) al tener alguna relación de empleo con esa hermana, cuan-do mis combates eran demasiado violentos, huía como un desertor. Como ella ignoraba absolutamente lo que yo sentía hacia ella jamás sospechó los motivos de mi conducta y continúa persuadida de que su carácter me resulta agradable. Un día en la recreación me dijo poco más o menos estas palabras con aire muy contento: «¿Queréis decirme mi Sr Th. del Ni. Jesús, lo que os atrae tanto ha-cia mí que cada vez que me miráis, os veo sonreír?» ¡Ah! lo que me atraía, era Jesús escondido en el fondo de su alma… Jesús que vuelve dulce lo que hay de más amargo…. Yo le respondí que sonreía porque estaba contenta de verla (bien entendido que añadí que era desde un punto de vista espiritual).

(14vº) Madre mía bien-amada, os lo he dicho, mi último recurso para no ser vencida en los combates, es la deserción, este recurso lo empleaba ya durante mi noviciado, me ha resultado siempre perfectamente. Quiero Madre mía citaros un ejemplo que creo os hará sonreír. Durante una de vuestras bronquitis, vengo una mañana muy despacio a colocar de nuevo en vuestra celda las llaves de la reja de comunión, pues era sacristana; en el fondo no estaba disgustada por te-ner esa ocasión de veros, estaba incluso muy contenta por ello, pero me guardé muy bien de parecerlo; una hermana animada de un santo celo y que sin em-bargo me amaba mucho, viéndome entrar en vuestra celda, Madre mía, creyó que iba a despertaos, quiso cogerme las llaves, pero yo era demasiado maliciosa para dárselas y ceder mis derechos. Le dije lo más educadamente posible que deseaba tanto como ella no despertaros y que era para mí [me correpondía a mí] devolver las llaves…. Comprendo ahora que hubiera sido mucho más perfecto ceder con esta hermana, joven es verdad, pero en fin más antigua que yo. No lo comprendía entonces, por eso queriendo a toda costa entrar detrás de ella pese a que ella empujaba la puerta para impedirme pasar, pronto la desgracia que temíamos llegó: el ruido que hicimos os hizo abrir los ojos….. Entonces, Madre mía, todo recayó sobre mí, la pobre hermana a la que había resistido[me había opuesto] se puso a soltar todo un discurso cuyo fondo era este: Es sor Th del Ni. Jesús quien ha hecho ruido…Dios mío, qué desagradable es.. etc. (15rº) Yo que sentía todo lo contrario tenía muchas ganas de defenderme, felizmente me vino una idea luminosa, me dije que ciertamente si comenzaba a justificarme no iba a poder conservar la paz de mi alma; sentía también que no tenía bastante virtud para dejarme acusar sin decir nada, mi última tabla de salvación era pues la huída. Así que lo pensé así lo hice, partí sin tambor ni trompeta, dejando a la hermana continuar con su discurso que se asemejaba a las imprecaciones de Camila contra Roma. Mi corazón latía tan fuerte que me fue imposible ir lejos y

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me senté en la escalera para gozar en paz de los frutos de mi victoria. No había en ello valentía, no, Madre querida, pero creo no obstante que ¿no es mejor no exponerse al combate cuando la derrota es cierta? ¡Ay! Cuando me remonto al tiempo de mi noviciado qué bien veo cuán imperfecta era.… Me ponía triste por tan poca cosa que ahora me río de ello. ¡Ah! qué bueno es el Señor por haber hecho crecer mi alma, por haberle dado alas…. Todas las redes de los cazadores no podrían asustarme pues: «En vano se arroja la red ante los ojos de los que tienen alas» (Prov.) Más tarde sin duda, el momento en el que estoy me parecerá también lleno de imperfecciones, pero ahora no me asombro ya de nada, no me entristezco al ver que soy la debilidad misma al contrario en ella me glorío y espero cada día descubrir en mí nuevas imperfecciones. Recordando que la Caridad cubre la multitud de los (15vº) pecados, me aprovecho de esta mina fecunda que Jesús ha abierto ante mí. En el Evangelio, El Señor explica en qué consiste: su mandamiento nuevo. Dice en St. Mateo: «Sabéis que se ha dicho: Amaréis a vuestro amigo y odiaréis a vuestro enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, rogad por los que os persiguen.» Sin duda, en el Carmelo una no encuentra enemigos, pero en fin hay simpatías una se siente atraída hacia tal hermana mientras que tal otra os haría hacer un largo recorrido para evitar encontrarla, así sin incluso saberlo, viene a ser sujeto de persecución. ¡Y bien! Jesús me dice que a esta hermana, tengo que amarla, que he de rezar por ella, incluso cuando su conducta me llevase a creer que no me ama: «Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito habrá en ello [para] vo-sotros? pues los pecadores aman también a quienes los aman.» St Luc VI. No basta con amar, hay que demostrarlo. Uno es naturalmente feliz de poder hacer un regalo a un amigo, se desea sobre todo dar sorpresas, pero eso no es en absoluto caridad pues los pecadores lo hacen también. He aquí lo que Jesús me enseña además: «dad a quienquiera os pida; y si toman lo que os pertene-ce, no lo reclaméis.» Dar a todos los que piden es menos grato que ofrecerse a sí misma por el movimiento de su corazón [espontáneamente]; ahora bien cuando se pide gentilmente no cuesta dar, pero si por desgracia una no utiliza palabras suficientemente delicadas, enseguida el alma se revuelve si no está afir-mada en la caridad. Encuentra mil razones para rehusar (16rº) lo que se le pide y solo después de haber convencido a la demandante de su indelicadeza es cuan-do le da al fin por gracia lo que reclama, o le rinde un ligero servicio que habría costado veinte veces menos tiempo en cumplir que el que se ha necesitado para hacer valer derechos imaginarios. Si es difícil dar a cualquiera que pide, lo es aún mucho más dejar coger lo que pertenece sin reclamarlo [apoderarse de…] Oh Madre mía, digo que es difícil, debería mejor decir que parece difícil, pues El yugo del Señor es suave y ligero, cuando se le acepta, se siente enseguida su dulzura y una exclama con el Salmista: «he corrido por la vía de vuestros

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mandamientos desde que dilatasteis mi corazón.» No hay nada más que la caridad que pueda dilatar mi corazón, oh Jesús, desde que esa dulce llama lo consume corro con alegría por la vía de vuestro mandamiento nuevo…. Quie-ro recorrerla hasta el día bienaventurado en que uniéndome a la corte virginal, pueda seguiros en los espacios infinitos, cantando vuestro cántico nuevo que debe ser el del Amor.

Yo decía: Jesús no quiere que reclame lo que me pertenece; debería pare-cerme fácil y natural ya que nada es mío. Los bienes de la tierra he renunciado a ellos por la virtud de la pobreza, no tengo pues derecho a enfadarme si se me quita una cosa que no me pertenece, debo por el contrario alegrarme cuando se me hace sentir la pobreza. En otro tiempo me parecía que no me apega-ba a nada pero desde que he comprendido las palabras de Jesús, veo que en ocasiones(16vº) soy muy imperfecta. Por ejemplo en el uso de la pintura nada es mío, lo sé bien, pero si, poniéndome a trabajar, encuentro pinceles y pintu-ras en completo desorden, si una regla o navaja han desaparecido, la paciencia está muy cerca de abandonarme y debo echar mano de todo mi valor para no reclamar con amargura los objetos que me faltan. Es muy necesario a veces pedir las cosas indispensables, pero haciéndolo con humildad no se falta nunca al mandamiento de Jesús por el contrario, se obra como los pobres que tien-den la mano con el fin de recibir lo que les es necesario, si son repelidos no se sorprenden, nadie les debe nada. ¡Ah! Qué paz inunda el alma cuando una se eleva por encima de los deseos de la naturaleza….. No hay alegría comparable a la que degusta el verdaderamente pobre de espíritu. Si pide con indiferencia una cosa necesaria, y esa cosa no solo le es rehusada, sino aún más tratan de coger lo que tiene, él sigue el consejo de Jesús: abandonad incluso vuestro manto a aquél que quiere pleitear por tener vuestro vestido… Abandonar su manto es, me parece, renunciar a sus últimos derechos, es considerarse como el sirvien-te, el esclavo de los otros. Cuando se ha dejado el manto es más fácil marchar, correr, por eso Jesús añade: que quienquiera que sea que os fuerce a dar mil pasos, haced dos mil de más con él. Así (17rº) que no es suficiente con dar a quienquiera que me pida, es preciso ir por delante de sus deseos, parecer muy agradecida y muy honrada de rendir [prestar] servicio y si se toma una cosa a mi uso, no debo dar la impresión de lamentarlo, sino al contrario mostrarme dichosa de ser desposeída de ella.

Madre mía querida, estoy bien lejos de practicar lo que comprendo y sin embargo el solo deseo que tengo de ello me da la paz.

Siento que me he explicado extremadamente mal más aún que los demás días. He hecho una especie de discurso sobre la caridad que debe haberos fatiga-do al leerlo, perdonadme mi Madre amada, y considerad que en este momento las enfermeras practican respecto a mí lo que acabo de escribir, no temen dar

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dos mil pasos allá donde bastarían veinte, ¡he podido pues contemplar la caridad en acción! Sin duda mi alma debe encontrarse perfumada por ello; en cuanto a mi espíritu confieso que está un poso paralizado ante semejante abnegación y mi pluma ha perdido su ligereza. Para que me sea posible traducir mis pensa-mientos, es preciso que esté como el ave solitaria y eso es raramente mi caso, cuando comienzo a coger la pluma, he ahí una buena hermana que pasa junto a mí, la horca al hombro. Ella cree distraerme dándome un poco de palique. Heno, patos, gallinas, visita del doctor, todo se desarrolla sobre el tapete; a decir verdad eso no dura mucho tiempo, pero hay más de una buena hermana cari-tativa y de pronto otra heneadora deposita flores sobre mis rodillas, creyendo quizá inspirarme ideas poéticas. Yo que no las busco (17vº) en ese momento desearía mejor que las flores se quedasen balanceándose sobre sus tallos. En fin, fatigada de abrir y cerrar este famoso cuaderno, abro un libro (que no desea per-manecer abierto) y digo resueltamente que copio pensamientos de los Salmos y del Evangelio para la festividad de Nuestra Madre. Es mucha verdad, pues no economizo las citas… Madre querida, os divertiría, creo, contándoos todas mis aventuras en los bosquecillos del Carmelo, no sé si he podido escribir dos líneas sin ser interrumpida, lo cual no debería hacerme reír, ni divertirme, sin embargo por el amor del Buen Dios y de mis hermanas (tan caritativas para conmigo) trato de aparecer contenta y sobre todo de estarlo… Vaya, he aquí una henea-dora que se aleja después de haberme dicho con tono compasivo: «Mi pobre hermanita, debe fatigaros escribir así toda la jornada.» – «Estad tranquila, le he respondido, parece que escribo mucho pero en verdad no escribo casi nada.» – «Tanto mejor» me ha dicho con semblante tranquilo, «pero es igual, estoy muy contenta de que estemos en la faena del heno pues esto os distrae [distraerá] siempre un poco». En efecto es una distracción tan grande para mí (sin contar las visitas de las enfermeras) que no miento al decir que no escribo casi nada.

Afortunadamente no soy fácil para desanimarme, para mostráoslo, Madre mía, voy a acabar de explicaos lo que Jesús me ha hecho comprender en el tema de la caridad. No os he hablado más que del exterior, ahora quisiera confiaros cómo comprendo la (18rº) caridad puramente espiritual. Estoy completamente segura de que no voy a tardar en mezclar la una con la otra pero, Madre mía, ya que es a vos a quien hablo, es cierto que no os será difícil captar mi pensamiento y de desenredar la madeja de vuestra hija.

No siempre es posible, en el Carmelo, practicar a la letra las palabras del Evangelio, una está obligada a veces a causa de los oficios a rehusar un servi-cio, pero cuando la caridad ha echado profundas raíces en el alma se muestra al exterior. Hay una manera tan graciosa de negar lo que no se puede dar, que la negativa causa tanto placer como el don. Es verdad que una se molesta menos en reclamar un servicio a una hermana siempre dispuesta a complacer,

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sin embargo Jesús ha dicho: «No evitéis al que quiere tomar prestado de vosotros.» Por eso bajo pretexto de que una se vería obligada a rehusar, no hay que alejarse de las hermanas que tienen la costumbre de solicitar siempre servicios. No hay que ser serviciales con el fin de parecerlo o con la esperanza de que otra vez la hermana a quien se complace os devuelva el servicio a su vez, pues Nuestro Señor ha dicho también: «Si prestáis a aquellos de quie-nes esperáis recibir alguna cosa, ¿qué mérito os resultará de ello? pues los mismos pecadores prestan a los pecadores con el fin de recibir otro tanto. Mas en cuanto a vosotros, haced el bien, dad sin esperar nada y vuestra recompensa será grande.» ¡Oh sí! La recompensa es grande inclu-so en la tierra…. en esta vía sólo el primer paso es el que cuesta. Prestar sin esperar nada, eso parece duro a la naturaleza, se preferiría dar, pues una cosa dada no nos pertenece ya. Cuando vienen a decirnos con un semblante total-mente convencido: «Hermana mía, necesito vuestra ayuda durante algunas horas pero estad tranquila tengo permiso de nuestra Madre y os devolveré el tiempo que me habéis dedicado, pues sé qué atareada estáis.» Verdadera-mente cuando se sabe muy bien que el tiempo que una presta no será devuel-to, una preferiría mejor decir : Os lo regalo. Esto contentaría al amor propio porque dar es un acto más generoso que prestar y además se hace sentir a la hermana que no se cuenta con sus servicios….. ¡Ah! cuántas enseñanzas de Jesús son contrarias a los sentimientos de la naturaleza, sin el socorro de su gracia sería imposible no sólo ponerlas en práctica sino más aún compren-derlas. Madre mía, Jesús le ha hecho esta gracia a vuestra hija de hacerle penetrar en las misteriosas profundidades de la caridad si pudiera explicar lo que comprende, escucharíais una melodía del Cielo, pero ¡por desgracia! no tengo más que balbuceos infantiles que haceros oír… Si las palabras mismas de Jesús no me sirviesen de apoyo me sentaría tentada a pediros gracia y dejar la pluma…… Pero no, es preciso que continúe por obediencia lo que he comenzado por obediencia.

Madre bien-amada, escribía ayer que los bienes de aquí abajo no siendo míos no debería encontrar difícil no reclamarlos nunca si alguna vez me los co-gen. Los bienes del Cielo no me pertenecen más, me son prestados por el Buen Dios que puede (19rº) retirármelos sin que tenga el derecho a quejarme. Sin embargo los bienes que vienen directamente del buen Dios, los impulsos de la inteligencia y del corazón, los pensamientos profundos todo eso forma una riqueza a la que una se ata como a un bien propio al que nadie tiene derecho a tocar……. Por ejemplo si en licencia se cuenta a una hermana alguna luz recibi-da durante la oración y que, poco tiempo después, esa hermana hablando con otra se lo dijera como si hubiera pensado por sí misma la cosa que una le había confiado, parece que toma lo que no es de ella. O bien en recreación una dice

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muy bajo a su compañera una palabra llena de espíritu [graciosa] y oportuna: si ella la repite muy alto sin dar a conocer la fuente de donde procede, eso parece también un robo a la propietaria que no reclama, pero tendría muchas ganas de hacerlo y aprovechará la primera ocasión para hacer saber finamente que alguien se ha apoderado de sus pensamientos.

Madre mía, no podría explicaros tan bien esos tristes sentimientos de la naturaleza, si no los hubiese experimentado en mi corazón y querría forjarme la dulce [vana] ilusión de que sólo han visitado el mío, si no me hubieseis ordenado escuchar las tentaciones de vuestras queridas pequeñas novicias. He aprendido mucho cumpliendo esa misión que me habéis confiado, sobre todo me he visto forzada a practicar lo que enseñaba a las demás; así ahora puedo decirlo, Jesús me ha hecho la gracia de no estar más atada a los bienes del espíritu y del cora-zón que a los de la tierra. Si llego a pensar o decir una cosa (19vº) que complace a mis hermanas, encuentro totalmente natural que ellas se las apropien como un bien suyo. Ese pensamiento pertenece al Espíritu Santo y no a mí, ya que St Pablo dice que no podemos sin ese Espíritu de Amor dar el nombre de «Padre» a nuestro Padre que está en los Cielos. Él es pues muy libre de servirse de mí para proporcionar un buen pensamiento a un alma; si creyese que ese pensa-miento me pertenecía sería como «El asno llevando reliquias» que creía que los homenajes rendidos a los Santos se dirigían a él.

No desprecio los pensamientos profundos que alimentan el alma y la unen a Dios, pero hace mucho tiempo que he comprendido que no es necesario apo-yarse en ellos y hacer consistir la perfección en recibir muchas luces. Los más be-llos pensamientos son nada sin las obras, es verdad que las demás pueden sacar provecho de ellos si se humillan y testimonian al buen Dios su gratitud porque les permita participar en el festín de un alma a la que a Él Le place enriquecer con sus gracias, pero si esa alma se complace en sus bellos pensamientos y hace la oración del fariseo, viene a ser semejante a una persona que se muere de ham-bre ante una mesa bien guarnecida mientras que todos sus invitados toman un abundante alimento y a veces dirigen una mirada de envidia sobre el personaje poseedor de tantos bienes. ¡Ah! ¡qué cierto es que sólo el Buen Dios conoce el fondo de los corazones… que las criaturas tienen cortos pensamientos!.. Cuando ven un alma más iluminada que las otras, enseguida (20rº) concluyen de ello que Jesús las ama menos que a esa alma y [que ellas] no pueden ser llamadas a la misma perfección. -¿Desde cuándo el Señor no tiene ya derecho a servirse de una de sus criaturas para dispensar a las almas que ama el alimento que les es necesario? En tiempos del Faraón el Señor tenía ese derecho, pues en la Escri-tura dice a ese monarca: «Os he elevado precisamente para hacer brillar en vos mi poder, a fin de que se anuncie mi nombre por toda la tierra.» Los siglos han sucedido a los siglos desde que el Altísimo pronunció estas palabras

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y después su conducta no ha cambiado, siempre se ha servido de las criaturas como instrumentos para hacer su obra en las almas.

Si el lienzo pintado por un artista pudiese pensar y hablar, ciertamente no se quejaría de ser tocado y retocado sin cesar por un pincel y no envidiaría la suerte de ese instrumento pues sabría que no es al pincel sino el artista que lo dirige a quien debe la belleza de la que está revestido. El pincel por su lado no podría gloriarse de la obra maestra hecha por él, sabe que los artistas no están confusos, que pasan por alto las dificultades, disfrutando en elegir a veces los instrumentos débiles y defectuosos……

Madre mía amada, yo soy un pincelito que Jesús ha escogido para pintar su imagen en las lamas que me habéis confiado. Un artista no se sirve sólo de un pincel, le hacen falta al menos dos, el primero es el más útil es con él con el que da los colores generales, (20vº) con el que cubre la tela en muy poco tiempo, el otro, más pequeño, le sirve para los detalles.

Madre mía, sois vos quien representáis para mí el precioso pincel que la mano [de] Jesús ase con amor cuando quiere hacer un gran trabajo en el alma de vuestras hijas y yo soy el muy pequeño del que se digna servirse en este momento para los menores detalles.

La primera vez que Jesús se sirvió de su pincelito, fue hacia el 8 de diciem-bre de 1892. Siempre recordaré esa época como un tiempo de gracias. Voy, mi Madre querida, a confiaros esos dulces recuerdos.

A los 15 años cuando tuve la dicha de entrar en el Carmelo, encontré una compañera de noviciado que me había precedido algunos meses, ella tenía 8 años más que yo pero su carácter infantil hacía olvidar la diferencia en años, por ello vos tuvisteis, Madre mía, pronto la alegría de ver a vuestras dos pe-queñas postulantes entenderse de maravilla y convertirse en inseparables. Para favorecer ese afecto naciente que a vos os parecía debía dar frutos, nos permi-tisteis tener juntas de tiempo en tiempo pequeñas conversaciones espirituales. Mi querida compañerita me encantaba por su inocencia, su carácter expansivo, pero por otro lado me extrañaba ver cuán diferente al mío era el afecto que tenía por vos. Había también muchas cosas en su conducta hacia las hermanas que habría deseado que cambiara... En esta época el buen Dios me (21rº) hizo comprender que hay almas a las que su misericordia no se cansa de esperar, a las que no da su luz sino por grados, por eso me guardé bien de adelantar su hora y esperé pacientemente a que le placiese a Jesús hacerla llegar.

Reflexionando un día en el permiso que nos habíais concedido para conver-sar juntas como está dicho en nuestras santas constituciones: Para inflamaros más en el amor por nuestro Esposo, pensé con tristeza que nuestras conver-saciones no alcanzaban el fin deseado, entonces el Buen Dios me hizo sentir que el momento había llegado y que no tenía que temer hablar o bien debían

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cesar conversaciones que se asemejaban a las de las amigas del mundo. Ese día era sábado, por la mañana durante mi acción de gracias, supliqué al Buen Dios me pusiera en la boca palabras dulces y convincentes o mejor que le hablase Él-Mismo a través de mí. Jesús escuchó mi oración, permitió que el resultado colmase enteramente mi esperanza pues: Los que vuelven sus miradas hacia Él serán iluminados (PsXXXIII) y La Luz se ha levantado en las tinieblas para los que tienen el corazón recto. La primera palabra se dirige a mí y la segunda a mi compañera, que en verdad tenía el corazón recto….

Habiendo llegado la hora a la que habíamos resuelto estar juntas, la pobre hermanita poniendo los ojos en mí, vio enseguida que yo no era ya la misma; se sentó a mi lado sonrojándose y yo apoyando su cabeza sobre mi corazón, le dije con lágrimas en la (21vº) voz todo lo que pensaba de ella, pero con expresiones tan tiernas, testimoniándole en ello tan gran afecto que pronto sus lágrimas se mezclaron con las mías. Convino con mucha humildad que todo lo [que] yo decía era verdad, me prometió comenzar una nueva vida y me pidió como un fa-vor que le advirtiese siempre de sus faltas. En fin en el momento de separarnos nuestro afecto se había tornado todo espiritual, no había ya nada de humano en él. En nosotras se realizó ese pasaje de la Escritura: «El hermano que es ayudado por su hermano es como una villa fortificada.»

Lo que Jesús hizo con su pincelito pronto habría sido borrado si Él no hubiese obrado por vos, Madre mía, para cumplir su obra en el alma que quería toda para Él. La prueba le pareció muy amarga a mi pobre compañera pero vuestra firmeza triunfó y así entonces pude, tratando de consolarla, explicar a la que vos me habíais dado como hermana entre todas, en qué consiste el verdadero amor. Le mostré cómo era a ella misma a quien ella amaba y no a vos, le dije cómo os amaba yo y los sacrificios que me había visto obligada a hacer al comienzo de mi vida religiosa para no atarme a vos de una manera completamente material como el perro que se ata a su amo. El amor se nutre de sacrificios, cuanto más el alma rehúsa satisfacciones naturales, tanto más su ternura se hace fuerte y desinteresada.

Me acuerdo que siendo postulante, tenía a veces tan violentas (22rº) ten-taciones de entrar en vuestra celda para satisfacerme, hallar algunas gotas de alegría, que tenía que pasar rápidamente por delante del despacho y aferrar-me a la rampa de la escalera. Me venía a la mente una multitud de permisos que pedir, en fin, mi Madre amada, encontraba mil razones para contentar mi naturaleza….. Qué feliz estoy ahora de haberme privado desde el principio de mi vida religiosa, gozo ya de la recompensa prometida a los que combaten va-lerosamente. No siento que me sea necesario rehusar todas las consolaciones del corazón, pues mi alma está afirmada por Aquél a quien quería amar úni-camente. Veo con gozo que amándole a Él, el corazón se agranda, que puede

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dar incomparablemente más ternura a los que le son queridos, que si estuviese centrado en un amor egoísta e infructuoso.

Madre mía querida, os he recordado el primer trabajo que Jesús y vos os dignasteis encomendarme, no era sino el preludio de los que debían serme con-fiados. Cuando me fue dado penetrar en el santuario de las almas, vi enseguida que la tarea estaba por encima de mis fuerzas, entonces me puse en los brazos del buen Dios, como una hijita y ocultando mi rostro entre sus cabellos, Le dije: Señor soy demasiado pequeña para alimentar a vuestra hijas: si queréis darles por mí lo que conviene a cada una, llenad mi manita y sin abandonar vuestros brazos, sin volver la cabeza, (22vº) daré vuestros tesoros al alma que venga a pedirme su alimento. Si lo encuentra a su gusto, sabrá que no es a mí, sino a vos a quien ella se lo debe; por el contrario, si se queja y halla amargo lo que yo le presento, mi paz no será alterada, trataré de persuadirle de que ese alimento viene de vos y me guardaré mucho de buscarle algún otro para ella.

Madre mía, desde que he comprendido que me era imposible hacer algo por mí misma, la tarea que me habéis impuesto no me parece difícil, siento que la única cosa necesaria es unirme más y más a Jesús y que El resto me será dado por añadidura. En efecto nunca mi esperanza ha sido defraudada, el Buen Dios se ha dignado llenar mi manita tantas veces como ha sido necesario para nutrir el alma de mis hermanas. Os confieso, Madre bien-amada, que si me hubiese apoyado lo más mínimo en mis propias fuerzas, os habría pronto rendido las armas…… De lejos parece muy de color de rosa hacer el bien a las almas, hacerles amar más a Dios, en fin modelarlas según sus puntos de vista y sus pensamientos personales. De cerca es todo lo contrario, el rosa ha desapa-recido… se siente que hacer el bien es cosa tan imposible sin la ayuda del buen Dios como hacer brillar el sol en la noche…… Una siente que es absolutamente preciso olvidar sus gustos, sus concepciones personales y guiar a las almas por el camino que Jesús les ha trazado, sin tratar de hacerlas caminar (23rº) por su propia vía [la de la formadora]. Pero no es todavía lo más difícil, lo que me cues-ta por encima de todo, es observar las faltas, las más ligeras imperfecciones y declararles una guerra a muerte. Iba a decir: desdichadamente para mí (pero no, eso sería cobardía), digo pues: felizmente para mis hermanas, desde que yo ocupé un lugar en los brazos de Jesús, soy como el vigilante que observa al enemigo desde la más alta torre de un castillo fuerte [fortaleza]. Nada escapa a mis miradas; a menudo me asombro de verlo tan claro y encuentro al profeta Jonás muy excusable por ponerse en fuga en lugar de ir a anunciar la ruina de Nínive. Preferiría mil veces mejor recibir reproches que hacérselos a las demás, pero siento que es muy necesario que me sea un sufrimiento pues cuando se obra según la naturaleza, es imposible que el alma a la que se quiere descubrir sus faltas comprenda sus fallos, no ve más que una cosa: La hermana encar-

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gada de dirigirme está enfadada y todo recae sobre mí que estoy sin embargo llena de las mejores intenciones.

Sé bien que vuestros corderitos me encuentran severa. Si leyeran estas lí-neas, dirían que no tiene visos de costarme lo más mínimo correr detrás de ellas, de hablarlas con un tono severo mostrándoles su hermoso vellón sucio; o bien traerles algún ligero mechón de lana que han dejado rasgar entre las espinas del camino.

Los corderitos pueden decir todo lo que quieran; en el fondo, sienten que los amo con un verdadero amor, que nunca imitaré Al mercenario que viendo venir el lobo abandona el rebaño y (23vº) huye… Estoy dispuesta a dar mi vida por ellos, pero mi afecto es tan puro que no deseo que lo conozcan. Nunca con la gracia de Jesús, he tratado de atraer sus corazones, he comprendido que mi misión era conducirlos a Dios y hacerles comprender que aquí abajo, vos sois, Madre mía, el Jesús visible a quien deben amar y respetar,

Os he dicho, Madre querida, que instruyendo a las demás había aprendido mucho. En principio he visto que todas las almas tienen [poco] más o menos los mismos combates, pero que son tan diferentes por otra parte que no me produce esfuerzo comprender lo que decía el Padre Pichon: «Hay mucha ma-yor diferencia entre las almas que la que hay entre los rostros.» Por ello es imposible tratar a todas de la misma manera. Con ciertas almas, siento que es necesario hacerme pequeña, no temer en absoluto humillarme confesando mis combates, mis defectos; viendo que tengo las mismas debilidades que ellas, mis hermanitas me confiesan a su vez las faltas que ellas se reprochan y se alegran de que las comprenda por experiencia. Con otras he visto que es preciso por el contrario para hacerles bien tener mucha firmeza y no volverse atrás jamás so-bre una cosa dicha. Abajarse no sería entonces humildad, sino debilidad. El buen Dios me ha hecho la gracia de no temer la guerra, a toda costa es preciso que yo cumpla con mi deber. Más de una vez he oído esto: - «Si queréis obtener alguna cosa de mí, tenéis que tratarme con dulzura, por (24rº)la fuerza, no tendréis nada.» Sé que nadie es un buen juez de su propia causa y que un niño al que el médico hace sufrir una dolorosa operación no dejará de lanzar altos gritos y de decir que el remedio es peor que la enfermedad, sin embargo si él se encuentra curado pocos días después, está completamente feliz de poder jugar y correr. Esto mismo sirve para las almas, pronto reconocen que un poco de amargura es a veces preferible al azúcar y no temen confesarlo. A veces no puedo dejar de sonreírme interiormente al ver qué cambio se opera de un día para otro, es mágico……. Una viene a decirme: - «Teníais razón ayer al ser severa, en un princi-pio eso me sublevó, pero después me he acordado de todo y he visto que erais muy justa….. Escuchad: al irme de vos pensé que eso estaba acabado, me decía “voy a ir a encontrar a nuestra Madre y decirle que no iré más con Sr Th. Del Ni.

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Jesús,” pero he sentido que era el demonio quien me inspiraba esto y luego me ha parecido que rezabais por mí, entonces me he quedado tranquila y la luz ha comenzado a brillar, pero ahora es preciso que me iluminéis del todo y por eso vengo.» La conversación avanza muy rápidamente; estoy muy feliz de poder seguir la inclinación de mi corazón, no sirviendo a nadie manjares amargos. Sí pero…. percibo rápidamente que no es necesario adelantarse demasiado, una palabra podría destruir el bello edificio construido con lágrimas. Si tengo la des-dicha de decir alguna palabra que parece atenuar lo que he dicho la víspera, veo a mi hermanita(24vº) tratar de volver a agarrarse a las ramas, entonces hago in-teriormente una pequeña oración y la verdad triunfa siempre. ¡Ah! es la oración, es el sacrificio los que constituyen toda mi fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado ellas pueden mucho mejor que las palabras tocar las almas, he hecho muy frecuentemente la experiencia de ello. Hay una entre todas que me ha producido una dulce y profunda impresión.

Era durante la cuaresma, no me ocupaba por entonces más que de la única novicia que se hallaba aquí y de la que era el ángel. Ella vino a mi encuentro una mañana muy radiante : «¡Ah! si supierais, me dice, lo que he soñado esta noche, estaba cerca de mi hermana y quería liberarla de todas las vanidades que ama tanto, para eso le explicaba esta estrofa de: Vivir de amor. – Amarte Jesús, qué pérdida fecunda- Todos mis perfumes son para ti sin vuelta. Sentía claramente que mis palabras penetraban en su alma y yo estaba radiante de alegría. Esta mañana al despertarme he pensado que el Buen Dios quería quizá que yo le diese esta alma. ¿Si le escribiese después de la cuaresma para contarle mi sueño y le dijese que Jesús la quiere toda para Él.?» Sin pensármelo mucho le dije que podía muy bien intentarlo pero antes, tenía que pedir permiso a Nuestra Madre. Como la cuaresma estaba aún lejos de llegar a su fin, fuisteis Madre amada, muy sorprendida por una demanda que os pareció demasiado prematu-ra; y ciertamente inspirada por el buen Dios, le respondisteis que no era a través de cartas como las carmelitas (25rº) deben salvar las almas sino por la oración.

Al conocer vuestra decisión comprendí enseguida que era la de Jesús y dije a Sr María de la Trinidad: «Es preciso que nos pongamos manos a la obra, recemos mucho. ¡Qué alegría si al final de la cuaresma fuésemos escucha-das!....» ¡Oh! misericordia infinita del Señor, que quiere escuchar la oración de sus hijas…… Al final de la cuaresma, un alma más se consagraba a Jesús, era un verdadero milagro de la gracia, milagro obtenido ¡por el fervor de una humilde novicia!

¡Qué grande es pues el poder de la Oración! se diría que es una reina que tiene a cada instante libre acceso al lado del rey y puede obtener todo lo que pide. No es necesario en verdad para ser escuchada leer en un libro una bella fórmula compuesta para las circunstancias; si fuese así…. ¡ay! ¡qué lástima diría

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yo!.. Fuera del Oficio Divino que soy bien indigna de recitar, no tengo el valor de obligarme a buscar en los libros bellas oraciones, me da dolor de cabeza, ¡hay tantas!.. y luego son todas a cuál más bella las unas y las otras………… No sabría recitarlas todas y no sabiendo cuál elegir, hago como los niños que no saben leer, digo con toda sencillez al Buen Dios lo que quiero decirle sin hacer bellas frases, y Él siempre me comprende…… Para mí la oración, es un impulso del co-razón, es una sencilla mirada lanzada al Cielo, es un grito de reconocimiento y de amor tanto en el seno de la prueba como en el de la alegría; en fin es una cosa (25vº)grande, sobrenatural que me dilata el alma y me une a Jesús.

No quisiera sin embargo, Madre mía amada, que creyerais que las oraciones hechas en común en el coro, o en las ermitas, las recito sin devoción. Al con-trario amo mucho las oraciones comunes pues Jesús ha prometido estar en medio de los que se reúnen en su nombre, siento entonces que el fervor de mis hermanas suple al mío, pero [estando] completamente sola (me avergüen-za confesarlo) el rezo del rosario me cuesta más que ponerme un instrumento de penitencia…. Siento que lo digo tan mal, tengo que esforzarme mucho para meditar los misterios del rosario, no llego a fijar mi espíritu…. Durante mucho tiempo estuve desolada por esta falta de devoción que me alarmaba, pues amo tanto a la Santa Virgen que debería serme más fácil de hacer en su honor ora-ciones que le son agradables. Ahora me aflijo menos, pienso que la Reina de los Cielos siendo mi Madre, debe ver mi buena voluntad y está contenta por ello. A veces cuando mi espíritu está en una tan gran sequedad que me es imposi-ble sacar un pensamiento para unirme al Buen Dios recito muy lentamente un «Padre Nuestro» y luego la salutación angélica; entonces estas oraciones me encantan y nutren mi alma mucho más que si las hubiera recitado precipitada-mente una centena de veces…………..

La Santa Virgen me demuestra que no está enfadada conmigo (26rº), nun-ca deja de protegerme en cuanto la invoco. Si me sobreviene una inquietud, un aprieto, muy rápidamente me vuelvo hacia ella y siempre como la más tierna de las Madres se encarga de mis intereses… ¡Cuántas veces hablando a las novicias me ha sucedido invocarla y sentir los beneficios de su maternal protección!...

Con frecuencia las novicias me dicen : «Pero vos tenéis respuesta para todo, creía que esta vez os iba a poner en un apuro…. ¿a dónde vais pues a buscar lo que decís?» Las hay incluso tan cándidas como para creer que leo en sus almas porque he llegado a prevenirlas diciéndoles lo que pensaban. Una noche una de mis compañeras había resuelto ocultarme una prueba que le hacía sufrir mucho. Me la encuentro por la mañana, me habla con rostro sonriente y yo sin respon-der a lo que me decía, le digo con un acento convencido: Vos tenéis una pena. Si hubiese hecho caer la luna a sus pies, creo que no me habría mirado con mayor asombro. Su estupefacción era tan grande que me alcanzó a mí, fui asida un

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instante por un espanto sobrenatural. Estaba muy segura de no tener el don de leer en las almas y eso me sorprendía tanto más cuanto el haber acertado tan justamente. Sentía que el Buen Dios estaba muy cerca, que, sin apercibirme de ello, había dicho, como una niña, palabras que no provenían de mí sino de Él.

Madre mía bien-amada, comprendéis que a las novicias todo les está per-mitido (26vº)es preciso que puedan decir lo que piensan sin ninguna restricción, lo bueno como lo malo [tanto lo que está bien como…] Esto les resulta tanto más fácil conmigo cuanto que no me deben el respeto que se ha de tener con una maestra. No puedo decir que Jesús me haga andar exteriormente por la vía de las humillaciones, se contenta con humillarme en el fondo de mi alma; a los ojos de las criaturas todo me sale bien, sigo el camino de los honores, tanto como es eso posible en religión. Comprendo que no es por mí sino por las demás por lo que he de andar por ese camino que parece tan peligroso. En efecto, si pasase a los ojos de la comunidad por una religiosa llena de defectos, incapaz, sin inteligencia ni juicio, os sería imposible, Madre mía, haceros ayudar por mí. He ahí por qué el Buen Dios ha corrido un velo sobre todos mis defectos interiores y exteriores. Ese velo, a veces, me atrae algunos cumplidos de parte de las novicias, siento muy bien que no me los hacen por adulación sino que es la expresión de sus sentimientos ingenuos; en verdad eso no podrá inspirarme vanidad, pues tengo sin cesar presente en el pensamiento el recuerdo de lo que soy. Sin embargo, algunas veces me viene un deseo muy grande de oír otra cosa que alabanzas. Sabéis, Madre mía amada, que prefiero el vinagre al azú-car; mi alma también se fatiga con un alimento demasiado azucarado, y Jesús permite entonces que se le sirva una buena ensaladilla (27rº), bien avinagrada, bien picante, nada le falta excepto el aceite, lo que le da un sabor de más..… Esa buena ensaladilla me es servida por las novicias en el momento en que menos lo espero. El Buen Dios descorre el velo que oculta mis imperfecciones, entonces mis queridas hermanas viéndome tal como soy no me encuentran ya muy a su gusto. Con una sencillez que me encanta, me cuentan todos los combates que les proporciono, lo que les desagrada de mí; en fin no se cortan un pelo más que si fuese una cuestión de alguna otra [que afectase a alguna otra (y no a mí)], sa-biendo que me hacen un gran placer obrando así. ¡Ah! verdaderamente es más que un placer, es un festín delicioso que colma mi alma de alegría. No puedo explicarme cómo una cosa que desagrada tanto a la naturaleza puede causar [en blanco en el facsímil] una tan gran dicha; si no lo hubiera experimentado, no podría creerlo…… Un día que había deseado particularmente ser humillada, su-cedió que una novicia se encargó tan bien de satisfacerme que de pronto pensé en Semei maldiciendo a David y me decía: Sí, es evidente que el Señor le ordena decirme todas estas cosas….. Y mi alma saboreaba deliciosamente el alimento amargo que le era servido con tanta abundancia. [su hermana Celina]

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Es así como el Buen Dios se digna tomar cuidado de mí, no puede dar-me siempre el pan fortificante de la humillación exterior, pero de tiempo en tiempo, me permite nutrirme con las migajas que caen de la mesa de los hijos. ¡Ah !qué grande es su misericordia, no podré cantarla más que en el Cielo……………………………………...

Madre bien-amada, ya que con vos trato de comenzar a cantarla sobre la tierra, esta misericordia infinita, debo aún hablaros de un gran beneficio que he sacado de la misión que me habéis confiado. En otro tiempo cuando veía a una hermana que hacía alguna cosa que me desagradaba y me parecía irregular, me decía: ¡Ah! Si pudiera decirle lo que pienso, mostrarle que ha fallado, ¡qué bien me haría eso! Desde que he practicado un poco el oficio, os aseguro, Madre mía, que he cambiado por completo de sentimiento. Cuando me sucede ver a una hermana que hace una acción que me parece imperfecta, doy un suspiro de ali-vio y me digo: ¡Qué felicidad! no es una novicia, no estoy obligada a reprenderla. Y luego muy rápidamente trato de excusar a la hermana y de atribuirle buenas intenciones que sin duda tiene. ¡Ah! Madre mía, desde que estoy enferma, los cuidados que me prodigáis me han instruído también mucho sobre la caridad. Ningún remedio os parece demasiado caro, y si no resulta, sin cansaros ensayáis otra cosa. Cuando iba a la recreación, qué atención poníais en que yo estuviese bien colocada al abrigo de las corrientes de aire, en fin, si quisiese contarlo todo no terminaría.

Pensando en todas estas cosas, me digo que debería ser tan compasiva con las enfermedades espirituales de mis hermanas, como vos lo sois, Madre mía querida, cuidándome con tanto amor.

He constatado (y es muy natural) que las hermanas más santas son las (28rº) más amadas, se busca su conversación, se les rinden servicios sin que los pidan, en fin esas almas capaces de soportar faltas de respeto, de delicadeza, se ven rodeadas del afecto de todas. Se les puede aplicar estas palabras de nuestro Padre St Juan de la Cruz : Todos los bienes me han sido dados cuando no los he buscado por amor propio.

Las almas imperfectas por el contrario, no son buscadas en absoluto, sin duda una se mantiene al tratarlas en los límites de la cortesía religiosa, pero temiendo quizá decirles algunas palabras poco amables, se evita su compañía. – Al decir almas imperfectas no quiero hablar solamente de las imperfecciones

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espirituales, ya que los más santos no serán perfectos más que en el Cielo, quiero hablar de falta de juicio, de educación, de la susceptibilidad de ciertos caracteres, todas ellas cosas que no vuelven la vida agradable. Sé bien que esas enfermedades morales son crónicas, no hay esperanza de curación, pero sé bien también que mi Madre no cesará de cuidarme, de tratar de aliviarme si permaneciese mala toda mi vida. He aquí la conclusión que extraigo de ello: Debo buscar en recreación, en licencia, la compañía de las hermanas que me son menos agradables, cumplir cerca de esas almas heridas el oficio del buen Samaritano. Una palabra, una sonrisa amable, bastan con frecuencia para hacer feliz a un alma triste; pero no es en absoluto por lograr este objetivo por lo que quiero practicar la caridad pues sé que pronto me desanimaría; una palabra que yo habré dicho con la mejor intención será tal vez interpretada totalmente al revés. Por eso para no perder mi tiempo, quiero ser amable con todo el mundo (28vº) (y particularmente con las hermanas menos amables) para alegrar a Jesús y responder al consejo que nos da en el Evangelio más o menos en estos términos: - «Cuando deis una fiesta no invitéis a vuestros parientes y a vuestros amigos por miedo a que no os inviten a su vez y que así habréis recibido vuestra recompensa; sino invitad a los pobres, a los cojos, a los paralíticos y seréis dichosos de que no os la puedan devolver, pues vuestro Padre que ve en lo secreto os recompensará.»

¿Qué festín podría ofrecer una carmelita a sus hermanas si no es un festín espiritual compuesto de caridad amable y gozosa? En cuanto a mí, no he cono-cido otro y quiero imitar a St Pablo que se regocijaba con quienes encontraba en la alegría [alegres]: es verdad que también lloraba con los afligidos y las lágrimas deben a veces aparecer en el festín que yo quiero servir, pero siempre trataré de que al final esas lágrimas se conviertan en alegría, pues el Señor ama a quienes dan con alegría.

Me acuerdo de un acto de caridad que el Buen Dios me inspiró hacer siendo aún novicia, era poca cosa, sin embargo nuestro Padre que ve en lo secreto, que mira más la intención que la grandeza de la acción, me ha recompensado ya por ello sin esperar a la otra vida. Era la época en que Sr St Pedro iba aún al coro y al refectorio. En la oración de la tarde estaba colocada delante de mí : 10 minutos antes de las 6 era preciso que una hermana se pusiese en movimiento para conducirla al refectorio, pues las enfermeras tenían entonces demasiadas enfermas como para venir (29rº) a buscarla. Me costaba mucho ofrecerme a realizar este pequeño servicio pues sabía que no era fácil de contentar esa pobre Sr St Pedro que sufría tanto que no deseaba cambiar de conductora. Sin embar-go no quería dejar pasar una ocasión tan bella de ejercitar la caridad, recordando que Jesús había dicho: Lo que hagáis al más pequeño de los míos es a mí a quien lo habréis hecho. Me ofrecí pues muy humildemente para llevarla: ¡no

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fue sin dolor que conseguí hacerle aceptar mis servicios! En fin me puse manos a la obra y tenía tan gran buena voluntad que salí adelante perfectamente.

Cada tarde cuando veía a mi Sr St Pedro sacudir su reloj de arena, sabía que eso quería decir: Partamos. Es increíble cómo me costaba moverme de mi sitio sobre todo al comienzo, lo hacía no obstante de inmediato y luego, toda una ceremonia comenzaba. Había que mover y llevar el banco de una cierta manera, sobre todo no apresurarse, luego el paseo empezaba, se trataba de seguir a la pobre enferma sosteniéndola por su cintura, lo hacía con la mayor suavidad que me era posible; pero si, por desgracia, ella daba un paso en falso, enseguida le parecía que la sostenía mal y que iba a caer(se). – «¡Ah! ¡Dios mío! vais dema-siado deprisa, voy a romperme.» Si trataba de ir todavía más despacio – «Pero seguidme pues, no siento vuestra mano, me habéis soltado, voy a caer, ¡ah! bien decía yo que erais muy joven para conducirme.» En fin llegábamos sin acciden-te al refectorio; allí sobrevenían otras dificultades, se trataba de sentar a Sr St

Pedro y hacerlo con destreza para (29vº) no herirla, luego había que doblar sus mangas (también de una determinada manera), después era libre de irme. Con sus pobres manos estropeadas ponía el pan en su escudilla, como podía. Me di pronto cuenta de ello y, cada atardecer, no la dejaba sin haberle hecho antes este pequeño servicio. Como no me lo había pedido, se conmovió mucho por mi atención y por ese medio que no había buscado expresamente, me gané en-seguida su benevolencia y sobre todo (lo he sabido más tarde) porque después de haber cortado su pan le obsequiaba antes de irme con mi más encantadora sonrisa.

Amada Madre mía, tal vez estéis sorprendida de que os escriba [mencio-ne] este pequeño acto de caridad, pasado ya tanto tiempo. ¡Ah! si lo he hecho es porque siento que me hacía falta cantar, por su causa, las misericordias del Señor, Él se ha dignado dejarme el recuerdo de ello, como un perfume que me lleva a practicar la caridad. Me acuerdo a veces de ciertos detalles que son para mi alma como una brisa primaveral. He aquí uno que se presenta a mi memoria: Un atardecer de invierno cumplía como de costumbre mi pequeño oficio, hacía frío, se hacía de noche…. de pronto oí a lo lejos el sonido armonio-so de un instrumento de música, entonces me representé un salón bien ilumi-nado, todo brillante de dorados, jóvenes elegantemente vestidas haciéndose mutuamente cumplidos y cortesías mundanas; luego mi mirada se fijó en la pobre enferma que sostenía; en lugar de una melodía oía de vez en cuando sus gemidos quejumbrosos, en lugar de dorados, (30rº) veía los ladrillos de nuestro claustro austero, apenas iluminado por un débil resplandor. No pue-do expresar lo que pasó en mi alma, lo que sé es que el Señor la iluminó con los rayos de la verdad que sobrepasaron de tal manera el brillo tenebroso de las fiestas de la tierra que no podía creer en mi felicidad…¡Ah! por gozar mil

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años de las fiestas mundanas, no habría dado los diez minutos empleados en cumplir mi humilde oficio de caridad…. {en castellano suena mejor cambiando el orden de las proposiciones} Si ya en el sufrimiento, en el seno del combate, se puede gozar un instante de una dicha que sobrepasa todas las dichas de la tierra, al pensar que el buen Dios nos ha retirado del mundo, ¿qué será en el Cielo cuando veamos, en el seno de una alegría y de un reposo eterno la gracia incomparable que el Señor nos ha hecho al escogernos para habitar en su casa, verdadero pórtico de los Cielos?..............................

No es siempre con esos transportes de alegría que he practicado la caridad, pero en el comienzo de mi vida religiosa, Jesús quiso hacerme sentir cuán dulce es verlo en el alma de sus esposas; por eso cuando conducía a mi Sr St Pedro, lo hacía con tanto amor que me habría sido imposible hacerlo mejor si hubiese tenido que llevar a Jesús mismo. La práctica de la caridad no me ha sido tan dulce siempre, os lo decía hace un instante, mi Madre querida; para probáoslo, voy a contaros ciertos pequeños combates que ciertamente os harán sonreír. Hace tiempo, en la oración de la tarde, fui colocada delante de una hermana que tenía una divertida manía, y pienso…muchas luces, pues se servía raramente de un libro, he aquí cómo yo (30vº) me di cuenta de ello: En cuanto esa hermana llegaba, se ponía a hacer un extraño ruidito que se parecía al que se hace al frotar dos mariscos el uno contra el otro. Sólo yo me daba cuenta de ello, pues tengo el oído extremadamente fino (un poco demasiado a veces). Deciros, Madre mía cuánto me fatigaba ese ruidito es cosa imposible: tenía grandes ganas de volver la cabeza y de mirar a la culpable que, bien seguro, no se apercibía de su tic, era el único medio de hacérselo ver; pero en el fondo del corazón sentía que valía más sufrir eso por el amor del buen Dios y por no causarle pena a la hermana. Me quedaba pues tranquila, trataba de unirme al buen Dios, olvidar el ruidito… todo era inútil, sentía el sudor que me inundaba y me veía obligada a hacer sencillamente una oración de sufrimiento, pero al sufrirlo, buscaba el modo de hacerlo no con irritación, sino con alegría y paz, al menos en lo íntimo del alma, entonces procuraba amar el ruidito tan desagradable; en lugar de tratar de no oírlo (cosa imposible) ponía mi atención en escucharlo bien como si fuera un encantador concierto y toda mi oración (que no era la de quietud) se pasaba en ofrecer este concierto a Jesús.

Otra vez, estaba en el lavadero delante de una hermana que me lanzaba agua sucia al rostro cada vez que levantaba los pañuelos sobre su banqueta, mi primer movimiento fue el de recular (31rº) secándome el rostro, a fin de mos-trar a la hermana que me asperjaba que me haría un gran favor manteniéndose tranquila, pero enseguida pensé que era muy tonta al rechazar tesoros que me eran dados tan generosamente y me guardé bien de hacer ver mi combate. Hice todos mis esfuerzos por desear recibir mucha agua sucia de suerte que al fin

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había en verdad tomado gusto a ese nuevo género de aspersión y me prometí volver otra vez a ese dichoso lugar en el que una recibía tantos tesoros.

Madre amada, veis que soy un alma muy pequeña que no puede ofrecer al buen Dios más que cosas muy pequeñas, todavía me sucede a menudo dejar escapar esos pequeños sacrificios que dan tanta paz al alma; eso no me desani-ma, soporto tener un poco menos de paz y procuro estar más vigilante otra vez.

¡Ah! el Señor es tan bueno conmigo que me es imposible temerlo, siem-pre me ha dado lo que he deseado o mejor me ha hecho desear lo que quería darme, por ello poco antes de que mi prueba contra la fe comenzase, me decía: Verdaderamente no he tenido grandes pruebas exteriores y para tenerlas in-teriores sería preciso que el buen Dios cambiase mi vía, no creo que lo haga, sin embargo no puedo vivir siempre así, en quietud… ¿qué medio hallará pues Jesús para probarme? La respuesta no se hizo esperar y me mostró que Aquél a quien amo no está corto de medios; sin cambiar mi vía me envió la prueba que debía mezclar una saludable amargura en todas mis alegrías. No solo cuando quiere probarme (31vº) Jesús me lo hace presentir y desear. Desde hacía mucho tiempo tenía un deseo que me parece totalmente irrealizable, el de tener un hermano sacerdote, pensaba con frecuencia que si mis hermanitos no hubieran volado al Cielo habría tenido la dicha de verlos subir al altar; pero ya que el buen Dios los escogió para hacerlos unos angelitos no podía ya esperar ver mi deseo cumplirse y he ahí que Jesús no solo me ha concedido la gracia que deseaba, sino que Él me ha unido por los lazos del alma a dos de sus apóstoles, que se han convertido en mis hermanos…… Quiero amada Madre mía, contaros con detalle cómo Jesús colmó mi deseo e incluso fue más allá, ya que no deseaba más que un hermano sacerdote que cada día piense en mí en el santo altar.

Fue nuestra Sta Madre Teresa quien me envió como ramillete de fiesta en 1895 mi primer hermanito. Estaba en el lavadero muy ocupada en mi trabajo cuando madre Inés de Jesús tomándome aparte me leyó una carta que acababa de recibir. Era un joven seminarista inspirado decía él por Sta Teresa que pedía una hermana que se consagrase a la salvación de su alma y le ayudase con sus oraciones y sacrificios cuando fuese misionero a fin de que pudiese salvar mu-chas almas. El prometía tener siempre un recuerdo para la que se convirtiese en su hermana cuando pudiese ofrecer el Santo Sacrificio. Madre Inés de Jesús me dijo que ella quería que fuese yo quien se convirtiese en la hermana de ese futuro misionero.

(32rº)Madre mía, deciros mi felicidad sería cosa imposible, mi deseo col-mado de una forma inesperada hizo nacer en mi corazón una alegría que yo llamaría infantil, pues me es preciso remontarme a los días de mi infancia para encontrar el recuerdo de alegrías tan vivas que el alma es demasiado pequeña para contenerlas, nunca desde hacía años había gustado ese género de felicidad.

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Sentía que en este aspecto mi alma estaba nueva, era como si hubiesen tocado en ella por primera vez cuerdas musicales quedadas hasta entonces en el olvido.

Comprendí las obligaciones que me imponía, por eso puse manos a la obra tratando de redoblar mi fervor. Tengo que confesar que en un principio no tuve consolaciones para estimular mi celo; después de haber escrito una encantadora carta plena de corazón y de nobles sentimientos para agradecérselo a Madre Inés de Jesús, mi hermanito no dio más señales de vida hasta el mes de julio siguiente excepto cuando envió su carta en el mes de Noviembre para decir que había entrado en el cuartel. Era a vos, Madre mía amada, a quien el buen Dios había reservado para acabar la obra comenzada, sin duda es por la oración y el sacrificio como se puede ayudar a los misioneros, pero a veces cuando le place a Jesús unir dos almas para su gloria, permite que de tiempo en tiempo ellos puedan comunicarse sus pensamientos y excitarse en amar más a Dios, pero se necesita para ello una voluntad expresa de la autoridad, pues me parece que de otra manera esa correspondencia haría más mal que bien, si no al misionero al menos a la carmelita continuamente llamada por su género de vida (32vº) a replegarse sobre sí misma, por eso en lugar de unirle al buen Dios, esa corres-pondencia (incluso alejada) que habría solicitado le ocuparía el espíritu; ima-ginándose hacer el oro y el moro, no haría nada de nada sino procurarse, bajo color [tinte, capa] de celo, una distracción inútil. En cuanto a mí en esto como en el resto, siento que necesito para que mis cartas hagan el bien que sean escritas por obediencia y que sienta más bien repugnancia que placer al escribirlas. Así cuando hablo con una novicia, procuro hacerlo mortificándome, evito dirigirle preguntas que satisfagan mi curiosidad; si ella comienza una cosa interesante y luego pasa a otra que me enoja sin acabar la primera, me guardo mucho de recordarle el tema que ha dejado de lado, pues me parece que no se puede hacer bien alguno cuando una se busca a sí misma.

Mi Madre amada, me doy cuenta de que no me corregiré nunca, heme aquí de nuevo ida muy lejos [alejada mucho] de mi tema, con todas mis disertaciones, excusadme os lo ruego y permitid que vuelva a comenzar en la próxima ocasión ¡ya que no puedo hacerlo de otra manera!...Vos obráis como el buen Dios que no se cansa de escucharme, cuando Le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si Él no las conociese….. Vos también, Madre mía, conocéis desde hace mucho tiempo lo que pienso y todos los acontecimientos un tanto memorables de mi vida, no podría pues mostraros nada nuevo. No puedo dejar de reír al pensar que os escribo escrupulosamente tantas cosas (33rº) que sabéis tan bien como yo. En fin, Madre querida, os obedezco y si ahora no encontráis interés en leer estas páginas, quizá os distraerán en vuestros ancianos días y os servirán para encender vuestro fuego, así no habré perdido mi tiempo… Pero yo me divierto en hablar como

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un niño, no creáis, Madre mía, que busco qué utilidad pueda tener mi pobre trabajo, ya que lo hago por obediencia esto me basta y no sufriría pena alguna si lo quemáis ante mis ojos antes de haberlo leído.

Es hora de que retome la historia de mis hermanos que ocupan ahora un tan gran lugar en mi vida..-- El pasado año al final del mes de mayo, me acuerdo que un día me hicisteis llamar antes del refectorio. El corazón me latía muy fuer-te cuando entré en vuestra celda, mi Madre querida, me preguntaba que podíais tener que decirme, pues era la primera vez que me hacíais llamar así. Después de decirme que me sentase, he aquí la proposición que me hicisteis: - «¿Queréis encargaros de los intereses espirituales de un misionero que debe ser ordenado sacerdote y partir próximamente?» y luego, Madre mía, me leisteis una carta de ese joven Padre para que yo supiera exactamente lo que él demandaba. Mi primer sentimiento fue un sentimiento de alegría que hizo de inmediato sitio al temor. Os expliqué, mi Madre amada, que habiendo ofrecido ya mis pobres méritos por un futuro apóstol, creía no poder hacerlo también por las inten-ciones de otro y que además había muchas hermanas mejores que yo que po-dían responder a su deseo. Todas mis objeciones fueron inútiles, vos (33vº) me respondisteis que se podía tener varios hermanos. Entonces yo os sugerí si la obediencia no podría doblar mis méritos. Me respondisteis que sí, diciéndome varias cosas que me hacían ver que tenía que aceptar sin escrúpulo un nuevo hermano. En el fondo, Madre mía, pensaba como vos, e incluso, ya que «el celo de una carmelita debe abarcar el mundo» espero con la gracia del buen Dios ser útil a más de dos misioneros y no podría olvidar el rezar por todos, sin dejar de lado a los simples sacerdotes cuya misión a veces es tan dificultosa de cumplir como la de los apóstoles predicando a los infieles. En fin quiero ser hija de la Iglesia como lo era nuestra Madre Sta Teresa y rezar por las intenciones del St Padre el Papa, sabiendo que sus intenciones abarcan el universo. He ahí el fin general de mi vida, pero esto no me habría impedido rezar y unirme especial-mente a la obra de mis angelitos queridos si hubiesen sido sacerdote ¡Y bien! he ahí cómo estoy unida espiritualmente a los apóstoles que Jesús me ha dado por hermanos: todo lo [que] me pertenece, pertenece a cada uno de ellos, siento cla-ramente que el buen Dios es demasiado bueno como para hacer partes [lotes], es tan rico que da sin medida todo lo que le pido…. Pero no creáis, Madre mía, que me pierdo en largas enumeraciones

Desde que tengo dos hermanos y a mis hermanitas las novicias, si quisiera pedir para cada alma lo que necesita y detallarlo bien, los días serían demasiado cortos y temería mucho olvidar alguna cosa importante. A las almas sencillas, no les son necesarios medios complicados, como yo estoy en ese número, una mañana durante mi acción de gracias, Jesús me concedió un medio sencillo para cumplir mi misión. Me hizo (34rº) comprender estas palabras de los

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Cantares: «Atraedme, correremos al olor de vuestros perfumes.» Oh Jesús, no es pues necesario ni siquiera decir: Al atraerme, atraeréis las almas que yo amo. Esa simple expresión : «Atraedme», basta. Señor, lo comprendo, cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no sabría correr sola, todas las almas que ama son arrastradas a seguirla; esto se hace sin coacción, sin esfuerzo, es una consecuencia natural de su atracción hacia vos. Del mismo modo que un torrente arrojándose con impetuosidad dentro del océano arrastra tras él todo lo que ha encontrado a su paso, así también, oh Jesús mío, el alma que se sumerge en el océano sin orillas de vuestro amor atrae con ella todos los tesoros que posee….. Señor, lo sabéis, yo no tengo otros tesoros que las almas que os habéis complacido en unir a la mía, esos tesoros, sois vos quien me los habéis confiado, por lo tanto me atrevo a tomar prestadas las palabras que dirigisteis al Padre Celeste en la última noche que os vio aún sobre la tierra, peregrino y mortal. Jesús, mi Bien-Amado, no sé cuando acabará mi destierro…. más de un atardecer debe verme aún cantar en el exilio vuestras misericordias, pero en fin, para mí también vendrá el último atardecer; entonces quisiera poder deciros, oh Dios mío: «Os he glorificado en la tierra; he cumplido la obra que me habéis encomendado hacer; he hecho (dado a) conocer vuestro nombre a los que me habéis dado: eran vuestros y me los habéis dado. Ahora ellos conocen que todo lo que me habéis dado viene de vos; pues yo les he comunicado las palabras que vos me habéis comunicado, ellos las han recibido y han creído que sois vos quien me habéis enviado. Ruego por los que me habéis dado porque son vuestros. (34vº) Yo no estoy en el mundo; en cuanto a ellos, ellos están en él y yo retorno a vos: Padre Santo, conservad en la causa de vuestro nombre a los que me habéis dado. Yo ahora voy a vos y para que la alegría que viene de vos sea perfecta en ellos, les digo esto mientras estoy en el mundo. No os pido que los quitéis del mundo, sino que los preservéis del mal. No son ya del mundo, como tampoco yo soy del mundo ya no. No solo te ruego por ellos, sino también por todos los que creerán en vos por lo que les oirán decir.

Padre mío, deseo que dónde yo esté, estén también conmigo los que me habéis dado y que el mundo conozca que vos los habéis amado como me habéis amado a mí mismo.»

Sí Señor, he ahí lo que yo quisiera repetir con vos antes de echar a volar en vuestros brazos. ¿Es quizá temeridad? Pero no desde hace mucho tiempo me habéis permitido ser audaz con vos, como el padre del hijo pródigo hablando a su hijo mayor, me habéis dicho: «Todo lo que es mío es tuyo.» Vuestras pa-labras, oh Jesús, son pues mías y puedo servirme de ellas para atraer sobre las almas que me han sido unidas los favores del Padre Celeste. Pero, Señor, cuando

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digo que donde yo esté deseo que los que me han sido dados por vos estén también allí, no pretendo que no puedan llegar a una gloria mucho más elevada que la que os plazca concederme, quiero pedir simplemente que un día este-mos todos reunidos en vuestro hermoso Cielo. Lo sabéis, oh Dios mío, no he deseado jamás más que amaros, no ambiciono otra gloria. (35rº) Vuestro amor me ha prevenido desde mi infancia, ha crecido conmigo, y ahora es un abismo del que no puedo sondear la profundidad. El amor atrae al amor, por ello, Jesús mío, el mío se lanza hacia Vos, quisiera colmar el abismo que lo atrae, pero, ¡des-graciadamente! ¡no es siquiera una gota de rocío perdida en el océano!.... Para amaros como vos me amáis, es preciso que tome prestado vuestro propio amor, solo entonces encuentro el reposo. Oh Jesús mío, es quizá una ilusión pero me parece que no podéis colmar un alma con más amor con que habéis colmado la mía, es por esto que me atrevo a pediros que améis a los que me habéis dado como me habéis amado a mí misma. Un día, en el Cielo, si descubro que los amáis más que a mí, me gozaré en ello, reconociendo desde ahora que esas almas merecen vuestro amor mucho más que la mía, pero aquí abajo no puedo concebir una más grande inmensidad de amor que la que os ha complacido pro-digarme gratuitamente sin mérito alguno por mi parte.

Madre mía querida, en fin vuelvo a vos, estoy completamente asombrada de lo que acabo de escribir, pues no tenía intención de ello, pero ya que lo he escrito es preciso que así quede, pero antes de volver a la historia de mis her-manos, os quiero decir, Madre mía, que no aplico a ellos sino a mis hermanitas, las primeras palabras tomadas del Evangelio : Yo les he comunicado las palabras que me habéis comunicado, etc.… pues no me ceo capaz de instruir a unos mi-sioneros, ¡felizmente no soy tan orgullosa aún para eso! No habría sido capaz tampoco (35vº) de dar algunos consejos a mis hermanas, si vos, Madre mía, que me representáis al buen Dios, no me hubieseis concedido gracia para ello.

Es por el contrario en vuestros queridos hijos espirituales que son mis her-manos en quienes pensaba al escribir esas palabras de Jesús y las que las siguen – «No os ruego que los apartéis del mundo……… os ruego también por los que creerán por lo que les oirán decir a ellos.» ¿Cómo en efecto podría yo no rogar por las almas que ellos salvarán en sus misiones lejanas por el sacrificio y la predicación?

Madre mía, creo que es necesario que os dé aún alguna explicación sobre el pasaje del Cant. de los cant.:- «Atraedme, correremos» pues lo que he querido decir de él me parece poco comprensible. «Nadie, ha dicho Jesús, puede venir detrás de mí, si mi Padre que me ha enviado no lo atrae.» A continuación con sublimes parábolas, y a menudo sin siquiera usar ese medio tan familiar al pueblo, nos enseña que es suficiente llamar para que se nos abra, buscar para encontrar y tender humildemente la mano para recibir lo que se pide… Aún dice

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más que todo lo que se le pide a su Padre en su nombre Él lo concede. Por esto sin duda el Espíritu Santo, antes del nacimiento de Jesús, dictó esta oración profética: Atraedme, correremos.

¿Qué es pues pedir ser Atraído sino unirse de una manera íntima al objeto que cautiva el corazón? Si el fuego y el hierro tenían razón cuando el último decía al otro: Atraedme, no podría más que desear identificarse con el fuego de manera que le penetrase (36rº) y lo embebiese de su ardiente sustancia y pareciese no hacer más que uno con él. Madre amada, he aquí mi oración, pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a Él, que Él viva y obre en mí. Siento que cuanto más el fuego del alma abrase mi corazón diré más [intensamente]: Atraedme, y más también a las almas que se acerquen a mí, (pobre pequeño pedazo de hierro inútil, si me alejara del brasero divino), mucho más estas almas correrán con rapidez al olor de los perfu-mes de su Bien-Amado, pues un alma abrasada de amor no puede quedarse inactiva, sin duda como Sta Magdalena se mantiene a los pies de Jesús, escucha su palabra dulce e inflamada. Pareciendo no dar nada, da más que Marta que se atormenta con muchas cosas y querría que su hermana la imitase. No son en absoluto los trabajos de Marta lo que Jesús censura, a esos trabajos, - su divina Madre ha estado humildemente sumisa toda su vida puesto que tenía que pre-parar la comida de la Sta Familia. Es sólo la inquietud de su ardiente hospedera lo que él querría corregir. Todos los santos lo han comprendido y más particular-mente quizá los que llenaron el universo con la iluminación de la doctrina evan-gélica. ¿No es acaso en la oración de dónde los St St Pablo, Agustín, Juan de la Cruz, Tomás de Aquino, Francisco, Domingo y tantos otros ilustres Amigos de Dios sacaron esa ciencia Divina que maravilla a los más grandes genios? Un Sa-bio ha dicho: «Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo.”» Lo que Arquímedes no pudo obtener porque su demanda no se dirigía a Dios, y no estaba hecha más que desde un punto de vista material, Los Santos lo han obtenido (36vº)en toda su plenitud. El Todo-Poderoso les ha dado por punto de apoyo : Él mismo y a Él sólo. Como palanca: La oración, que abrasa con fuego de amor, y es así como han levantado el mundo, es así cómo los santos aún mili-tantes lo levantan y es así cómo los Santos lo levantarán hasta el fin del mundo.

Madre mía querida, ahora quisiera deciros lo que entiendo por el olor de los perfumes del Amado.- Puesto que Jesús ha subido al Cielo, no puedo seguirle más que por las huellas que Él ha dejado, pero ¡qué luminosas son esas huellas, qué perfumadas están! No tengo más que lanzar los ojos hacia el St Evangelio, al instante respiro los perfumes de la vida de Jesús y sé de qué lado correr… No es al primer lugar sino al último al que yo me lanzo, en lugar de adelantarme como el fariseo repito llena de confianza la humilde oración del publicano, pero sobre todo imito la conducta de Magdalena, su asombrosa, o mejor su amorosa

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audacia que encanta al Corazón de Jesús, seduce al mío. Sí lo siento aunque tuviera sobre la conciencia todos los pecados que se puedan cometer, iría con el corazón roto de arrepentimiento a arrojarme en los brazos de Jesús, pues sé cuánto quiere Él al hijo pródigo que vuelve a Él. No es pues porque El buen Dios, en su preveniente(solícita) misericordia ha preservado mi alma del pecado mortal por lo que yo me elevo a Él(37rº) por la confianza y el amor.

4. Apéndices

4.1. Historia de la pecadoraConvertida y muerta por amor

Traducimos aquí el texto al que se refiere sin duda alguna en el último párra-fo del Manuscrito C, que ustedes pueden consultar o releer. Historia muy

querida por Teresa. La conversión de una hija que había tenido la desgracia de entregarse al

pecado, fue uno de los frutos de su caridad. La historia es edificante y muy apropiada para inspirar a los más grandes pecadores la confianza en la misericordia del Señor, cuando ellos se vuelven sinceramente a él. Esta joven se llamaba Paesie. Había perdido, siendo joven, a su padre y a su madre; y queriendo emplear sus bienes en buenas obras, había convertido su casa en un hospicio para los solitarios de Escita, que venían de sus barrios, aparentemente, para vender las obras de los hermanos. Pero como ella creyó que esta caridad le era demasiado cara, no haciendo caso del tesoro que se preparaba para el cielo, lo aborreció, y no faltó gente que la confirmase en el cambio. Llegaron pronto más lejos en sus malos consejos; la apartaron enteramente de la virtud y al fin se abandonó por completo al crimen. Con gran dolor los solitarios de Escita se enteraron de su caída; emplearon todos los medios que su caridad les inspiró para arrancarla del abismo en que había precipitado su alma. En fin, se dirigieron a Jean le Nain, y le rogaron fuese a verla para tratar, por el don de sabiduría que Dios había puesto en él, de hacerla volver a Jesucristo. Él se dispuso a ello: pero habiéndose presentado a su puerta, le fue rehusada la entrada, reprochándole con insultos que los solitarios hubiesen arruinado a su dueña. No se marchó, sin embargo; persistió en rogar que se le permitiese hablarle y que no tendría nada de qué arrepentirse. Se le condujo arriba, a su habitación. Se sentó a su

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lado y le preguntó si tenía quejas de Jesuscristo, para haberle abandonado así, reduciéndose al estado deplorable en el que sabía que estaba. Esas primeras palabras la conmovieron y le produjeron una viva impresión en su corazón. El Santo, dejando obrar a la gracia, se calló durante algunos momentos y derramó muchas lágrimas. Ella le preguntó por qué lloraba. ¡Eh! Le respondió, ¿cómo no llorar viendo cómo os ha engañado el demonio? A estas palabras, la joven, embargada por el pavor y el horror de su pecado, le dijo: Padre mío, ¿existe una penitencia para mí? – Sí, dijo el Santo, os lo aseguro. – Llevadme pues, donde penséis que es bueno para ello, le dice ella. Inmediatamente él se levantó y ella lo siguió sin dar ninguna orden en su casa, sin decir siquiera una palabra a nadie. Lo que el Santo notó con gran consuelo, reconociendo en ello que tenía ocupados todos los sentimientos de su corazón y que ella abandonaba todo para entregarse enteramente a la práctica de la penitencia: No se sabe dónde se había propuesto conducirla. Aparentemente a algún monasterio. Pero como entrasen en el desierto y la noche se aproximase, Jean hizo un montón de arena como almohadón, que signó con el signo de la cruz y dejó a Paesie acostada allí. El se colocó un poco más lejos para también dormir, después de haber rezado. Pero habiéndose despertado a medianoche, vio un rayo de luz que descendía del cielo sobre Paesie y que servía de camino a varios ángeles que llevaban su alma al cielo. Ante la sorpresa que le produjo esta visión, se levantó de inmediato, fue a la joven a la que puso en pie para ver si estaba muerta, y encontró efectivamente que había rendido su alma a Dios. Al mismo tiempo oyó una voz milagrosa que le dijo: su penitencia de una hora ha sido más agradable a Dios que la que hacen otros durante mucho tiempo porque no la hacen con tanto fervor como ella. (Vida de los Padres del Desierto por el R.P. Miguel Angel Marin). Esta historia era una de las preferidas de Teresa. La llevaba consigo.

4.2. Billete que llevaba Teresa sobre su corazón el día de su profesion

¡Oh Jesús, mi divino esposo! Que nunca pierda el segundo vestido de mi Bautismo, tómame antes de que cometa la más leve falta voluntaria.

Que no busque ni encuentre jamás más que a ti solo, que las criaturas no sean nada para mí y que yo no sea nada para ellas sino que tú, Jesús, seas todo. Que las cosas de la tierra no puedan atormentar nunca mi alma, que nada turbe mi paz, Jesús sólo te pido la paz, y también el amor, el amor infinito sin otros lími-tes que tú, el amor que no sea ya yo, sino tú Jesús mío. Jesús que por ti sufra

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el martirio, el martirio del corazón o del cuerpo, o mejor los dos…Concédeme cumplir mis votos en toda su perfección y hazme comprender lo que debe ser una esposa tuya. Haz que no sea jamás una carga para la comunidad sino que nadie se ocupe de mí, que sea mirada pisoteada, olvidada como un granito de arena para ti Jesús.

Que tu voluntad se cumpla en mí perfectamente, que llegue al lugar al que tú has ido antes para preparármelo.

Jesús haz que yo salve muchas almas, que hoy no haya ninguna que se condene y que todas las almas del purgatorio sean salvadas… Jesús perdóname si digo cosas que no debía decir, no quiero más que alegrarte y consolarte.

4.3. Acto de ofrenda al Amor Misericordioso

J.M.J.T.Ofrenda de mí mismaComo Víctima de HolocaustoAl Amor Misericordioso del Buen Dios

¡Oh Dios mío! Trinidad Bienaventurada, deseo Amaros y haceros Amar, trabajar por la glorificación de la Santa Iglesia salvando a las almas que

están sobre la tierra y liberando a las que sufren en el purgatorio. Deseo cum-plir perfectamente vuestra voluntad y llegar al grado de gloria que me habéis preparado en vuestro reino, en una palabra, deseo ser Santa, pero siento mi impotencia y os pido, ¡oh Dios mío! que seáis vos mismo mi Santidad.

Ya que me habéis amado hasta entregar a vuestro Hijo único para ser mi Salvador y mi Esposo, los tesoros infinitos de sus méritos son míos, os los ofrez-co con alegría, suplicándoos no me miréis más que a través de la Faz de Jesús y dentro de su Corazón ardiente de Amor.

Os ofrezco también los méritos de los Santos (que están en el Cielo y en la tierra), sus actos de Amor y los de los Santos Ángeles; en fin os ofrezco, ¡oh Bienaventurada Trinidad! El Amor y los méritos de la Santa Virgen, mi Ma-dre querida, a ella abandono mi ofrenda rogándole os la presente. Su Divino Hijo, mi Esposo Amado, en los días de su vida mortal, nos dejó dicho: «¡Todo lo que pidáis a mi Padre, en mi nombre, os lo concederá!”Estoy pues segura de que escucharéis mis deseos; lo sé, ¡oh Dios mío! Queréis dar tanto cuanto hacéis desear. Siento en mi corazón deseos inmensos y con confianza os pido vengáis a tomar posesión de mi alma. ¡Ah! no puedo recibir la Santa Comu-nión tan a menudo como deseo, pero, Señor, ¿no sois vos Todopoderoso?...

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Permaneced en mí, como en el tabernáculo, no os alejéis jamás de vuestra pequeña hostia…

Quisiera consolaros de la ingratitud de los malos y os suplico me privéis de la libertad de disgustaros, si por debilidad caigo alguna vez que inmediatamente vuestra Divina Mirada purifique mi alma consumiendo todas mis imperfeccio-nes, como el fuego que transforma toda cosa en sí…

Os agradezco, ¡oh Dios mío! todas las gracias que me habéis concedido, en particular haberme hecho pasar por el crisol del sufrimiento. Con alegría os con-templo en el último día llevando el cetro de la Cruz; ya que os habéis dignado darme parte en esa Cruz tan preciosa, espero en el Cielo parecerme a vos y ver brillar sobre mi cuerpo glorificado las sagradas huellas de vuestra Pasión…

Después del exilio de la tierra, espero ir a gozar de vos en la Patria, pero no quiero amasar méritos para el Cielo, quiero trabajar sólo por vuestro Amor, con el único objetivo de causaros placer, consolar vuestro Corazón Sagrado y salvar almas que os amarán eternamente.

Al atardecer de esta vida, compareceré delante de vos con las manos vacías, pues no os pido, Señor, que contéis mis obras. Todas nuestras justicias son man-chas a vuestros ojos. Quiero pues revestirme de vuestra propia Justicia y recibir de vuestro Amor la posesión eterna de Vos mismo. No quiero otro Trono ni otra Corona que Vos ¡oh mi Amado!...

A vuestros ojos el tiempo es nada, un solo día es como mil años, podéis pues en un instante prepararme para comparecer ante vos…

A fin de vivir en un acto de perfecto Amor, me ofrezco como víctima de ho-locausto a vuestro Amor misericordioso, suplicándoos me consumáis sin cesar, dejando desbordarse en mi alma los oleajes de ternura infinita que están ence-rrados en vos y que así yo llegue a ser Mártir de vuestro Amor, ¡oh Dios mío!...

Que ese martirio después de haberme preparado a comparecer ante vos me haga al fin morir y que mi alma se abalance sin retraso al eterno abrazo de Vuestro Amor Misericordioso…

Quiero, oh Amado mío, con cada latido de mi corazón renovaros esta ofren-da un número infinito de veces hasta que habiéndose desvanecido las sombras, ¡pueda repetiros mi Amor en un Cara a Cara Eterno!

María, Francisca, Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, rel.carm.ind. Fiesta de la Santísima Trinidad 9 de junio del año de gracia 1895.

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Laus Deo et Mariae

Este libro se terminóde imprimir el día

19 de marzo de 2014Solemnidad de San José,

Esposo de la Virgen María

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