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Teorías éticas 1. Sócrates y los sofistas ............................................................................................ 1 2. Epicuro y el Hedonismo ......................................................................................... 2 3. Los cínicos ............................................................................................................. 2 4. El estoicismo .......................................................................................................... 3 5. Aristóteles ............................................................................................................. 3 6. Tomás de Aquino ................................................................................................... 5 6.1. LA ÉTICA CRISTIANA EN SUS ORÍGENES JUDÍOS .............................................. 5 6.2. La ética de Tomás de Aquino .......................................................................... 7 7. Hume..................................................................................................................... 8 8. Kant ....................................................................................................................... 8 8.1. Normas condicionadas y normas categóricas ................................................. 8 8.2. Ser libre para ser digno de ser feliz ................................................................. 9 8.3. El deber por el deber ...................................................................................... 9 8.4. El imperativo categórico............................................................................... 10 9. El Utilitarismo ...................................................................................................... 10 10. Jürgen Habermas ................................................................................................. 11

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Teorías éticas 1. Sócrates y los sofistas ............................................................................................ 1 2. Epicuro y el Hedonismo ......................................................................................... 2 3. Los cínicos ............................................................................................................. 2 4. El estoicismo .......................................................................................................... 3 5. Aristóteles ............................................................................................................. 3 6. Tomás de Aquino ................................................................................................... 5 6.1. LA ÉTICA CRISTIANA EN SUS ORÍGENES JUDÍOS .............................................. 5 6.2. La ética de Tomás de Aquino .......................................................................... 7 7. Hume ..................................................................................................................... 8 8. Kant ....................................................................................................................... 8 8.1. Normas condicionadas y normas categóricas ................................................. 8 8.2. Ser libre para ser digno de ser feliz ................................................................. 9 8.3. El deber por el deber ...................................................................................... 9 8.4. El imperativo categórico ............................................................................... 10 9. El Utilitarismo ...................................................................................................... 10 10. Jürgen Habermas ................................................................................................. 11

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1. Sócrates y los sofistas

En el siglo V antes de Cristo en Atenas surge una nueva forma de política que

planteará nuevos problemas: La Democracia obligaba al pueblo a discutir sobre política, sobre las leyes o sobre los gobernantes. Al mismo tiempo surge la necesidad de formar ciudadanos para el gobierno del Estado. De esta tarea se encargarían los sofistas: un grupo de extranjeros muy cultos y buenos conocedores de diversas culturas por haber sido anteriormente viajeros. Se dedicaban a la educación de la juventud cobrando, y orientándoles al arte de la política como forma de alcanzar el poder y gobernar. Los sofistas no formaron una “escuela” pero se puede identificar en ellos algunos elementos comunes.

Adoptan una actitud relativista: El conocimiento de la verdad y la moral es relativa a cada cultura y a cada hombre. Así lo habían podido comprobar en sus viajes: no hay dos pueblos que tengan las mismas leyes ni las mismas costumbres.

Al mismo tiempo son escépticos: no se puede conocer la verdad luego la verdad no existe. Es inútil discutir sobre los asuntos fundamentales del hombre pues cada uno piensa una cosa diferente.

Sin embargo estaban convencidos de la necesidad de construir unas leyes humanas para hacer posible la convivencia. Sin estas leyes el hombre estaría desvalido. Pero éstas se basan sólo en la decisión de un grupo de hombres. Las leyes morales no se fundamentan en la naturaleza sino en lo que decida la mayoría. Por lo tanto son partidarios de una ética convencional, de una ética decidida por convención en un grupo de hombres. El bien y el mal no se fundamentan en algo objetivo, natural sino en una decisión tomada por un grupo de hombres. Lo moral no se descubre, sino que se decide.

Muy diferente eran las convicciones de Sócrates y su actitud con la juventud.

Coincide con los sofistas en su preocupación por educar pero él lo hace sin cobrar por sus enseñanzas convencido de que la transmisión del Bien y la búsqueda de la Justicia valen la pena por sí mismas y no por su posible beneficio económico.

Su preocupación fundamental se centra en la reflexión sobre la vida humana, la reflexión ética. Pero desde el principio indaga la posibilidad de una ética natural frente a la ética convencional de los sofistas.

Sócrates no pretende poseer la verdad, ni poder encontrarla por sí sólo, pero está convencido de que la verdad no la deciden los hombres. Así se explica que en su método utilizara la mayéutica (arte de la comadrona, por alusión al oficio de su madre) que consiste en hacer preguntas de modo que el otro llegue a descubrir la verdad por sí mismo. Sócrates está convencido de que el Bien no es aquello que yo deseo o aquello que me conviene en un momento dado. El Bien es algo objetivo que todos los hombres pueden descubrir en su propio corazón si actúa con honestidad en su reflexión. El Bien es pues, algo propio de la naturaleza humana, algo objetivo que puede ser conocido por todos si prestamos el suficiente interés racional.

Esta visión de la ética (Ética natural) contrasta con la de los sofistas (Ética convencional) porque insiste que no son los hombres los que deciden el bien y el mal. La conciencia moral es una guía que nos conduce a afirmar que las cosas son buenas o malas independientemente de si me gustan o no. El problema que tienen muchos hombres es que no han reflexionado bien sobre las cuestiones éticas. Los hombres que no han llegado a ideas coincidentes sobre lo que es bueno o malo es porque no conocen realmente lo que es el bien o el mal. La moral depende del entendimiento (Intelectualismo moral) y esto significa que más que maldad en algunos hombres, lo que hay es ignorancia.

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Para Sócrates el hecho de existir diferentes culturas o diferentes leyes sólo demuestra que los hombres tienen limitaciones para comprender el Bien, que hay hombres que no conocen la realidad, pero el Bien como tal es único y es acorde a nuestra naturaleza humana.

2. Epicuro y el Hedonismo

Epicuro de Samos (341 a. C.) iniciador del epicureismo se preguntó qué es lo

que mueve a los hombres a obrar, porque averiguándolo sabremos cómo alcanzar la felicidad. Según él, lo que les mueve es el placer (hedoné). La moral existe porque los hombres buscan el placer y huyen del dolor. Basta mirar el comportamiento de los hombres para comprender la importancia de estos motivos en sus vidas.

Pero como no todos los placeres y dolores son iguales, la inteligencia nos debe guiar para calcular sabiamente los medios más adecuados para lograr el mayor placer posible: es decir, que el intelecto moral es un intelecto calculador. No es suficiente buscar simplemente los placeres y evitar los dolores, es necesario aprender a calcular inteligentemente cómo alcanzar el mayor número. En esto consiste la sabiduría: en saber calcular cuáles son las actividades que le van a proporcionar mayores placeres y menores dolores y al mismo tiempo saberse dominar para lograrlo. Por eso, el epicureista no se limita a buscar el placer tal y como le viene, más bien se esfuerza en tener dominados sus deseos de placer con vistas a obtener placeres más intensos y duraderos. A veces es preferible soportar molestias y dolores para conseguir un placer posterior mayor:

Ciertamente todo placer es un bien por su conformidad con la naturaleza, pero no todo placer es elegible; así como también todo dolor es un mal, pero no todo dolor ha de evitarse siempre. Conviene juzgar estas cosas con el cálculo y la consideración de lo útil y lo que conviene (Epicuro: Carta a Meneceo)

La felicidad no se puede alcanzar sin el sabio dominio de nuestros impulsos. Pues el goce de los placeres será imposible sin la serenidad del alma en la forma de disfrutarlos.

La teoría de Epicuro se llama Epicureismo o también Hedonismo (de la palabra griega hedoné, placer). Pero en la actualidad se utiliza el término “hedonismo” para calificar un comportamiento moral que no coincide exactamente con el pensamiento de la escuela de Epicuro. Efectivamente hoy entendemos por “hedonista” el comportamiento de alguien que actúa movido sólo por la búsqueda de placer de modo inmediato. La diferencia con la actitud de Epicuro es que éste insistía en que lejos de dejarnos llevar por el impulso de placer debemos saberlo controlar para después poder calcular racionalmente qué conductas pueden tener mejores resultados, incluso a costa de un esfuerzo o un dolor previo. El hedonista, en el sentido moderno de la palabra, no calcula las consecuencias, no intentan controlar sus impulsos, no aspira a una plenitud sabia tras una inteligente deliberación de sus actos y sus consecuencias.

3. Los cínicos

Los cínicos fueron un grupo de pensadores que integraban la escuela filosófica fundada por Antístenes en el 450 a. C en el gimnasio Cynosarges (el perro blanco). Algunos de sus miembros destacados son Diógenes de Sínope y Cates de Tebas.

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El cínico busca una vida completamente libre como fundamento de la felicidad, despreciando las normas sociales y viviendo conforme a la naturaleza. Por ello desprecia todo bien material para alcanzar la autosuficiencia (autarquía). La vida sencilla y en contacto directo con la naturaleza, propia del cínico, surge como reacción a la compleja vida social cargada de normas, leyes y tradiciones que ocultan y difuminan la bondad natural que todo ser humano lleva dentro de sí.

4. El estoicismo

Zenón de Citio abrió en el 306 a. C una escuela filosófica en la Stoa poikile, el

pórtico decorado que daba entrada al ágora de Atenas. Del pórtico (stoa) deriva el nombre de “estoicismo”. El griego Crisipo y los romanos Séneca, Epícteto y Marco Aurelio son algunos de los principales pensadores de esta corriente.

Todo el sistema filosófico estoico gira en torno a la ética. Para esta corriente existen unas leyes naturales que actúan de forma inexorable sobre todos los seres, incluido el ser humano. Así, mientras la física explica cuáles son esas leyes, y la lógica permite que las conozcamos a través de la razón, solo la ética nos puede enseñar a vivir de acuerdo con dichas leyes.

Solo podemos alcanzar la felicidad si conocemos en profundidad las leyes naturales que rigen nuestro destino y las aceptamos de forma serena. La ética estoica puede resumirse en la siguiente sentencia: vive de acuerdo con la naturaleza. Esta serenidad surge cuando ejercemos un control absoluto sobre nuestras pasiones: apatheia (apatía).

Una vez controladas dichas pasiones y comprendiendo el orden natural que envuelve al ser humano, el sabio alcanza la ataraxia, es decir, la imperturbabilidad del espíritu. De esta forma, entra en sintonía con la naturaleza y accede a un estado de serena felicidad.

5. Aristóteles

El sistema filosófico de Aristóteles (siglo IV a. C) es uno de los más importantes

de la historia. Se llama realismo porque, para comprender la realidad, parte de la naturaleza de las cosas y no de los criterios, ideas o formas de entender las cosas que tengamos los humanos. Parte de las cosas (res) y no de sus posibles interpretaciones humanas.

Aristóteles, como heredero de las discusiones que se mantenían en la academia platónica, se pregunta, como su maestro, qué es lo bueno para el hombre, cuál es fin supremo de sus actos. Todo el mundo parece coincidir en que el fin último de las acciones humanas es conseguir la felicidad (eudaimonía), puesto que la felicidad se busca por sí misma, mientras que las demás cosas se buscan para intentar conseguirla a ella. Pero cuando se intenta determinar en qué consiste esta felicidad surgen entonces diferencias entre los filósofos y no se ponen de acuerdo: unos creen que en el placer, otros que en una vida contemplativa, etc. ¿Valen todas las respuestas por igual? ¿Una respuesta es verdadera por el hecho de ser elegida por alguien?

Para responder a estas cuestiones Aristóteles utiliza el criterio del realismo: una cosa es lo que es según su propia naturaleza y no según la idea, opinión, deseo o creencia que yo pueda tener sobre ella. Por eso, no todas las teorías sobre la felicidad

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son verdaderas aunque en algún momento puedan llegar a pensarlo así quienes las sostienen. Una teoría sobre la felicidad del hombre es verdadera solo si tiene en cuenta la “naturaleza de las cosas” que, en este caso, se refiere a la naturaleza del ser humano. El bien de cada cosa consiste en la realización de la función que le es propia: el bien del hombre, su felicidad consiste en realizar las funciones que le corresponde.

El problema sobre la felicidad del hombre se desplaza, pues, a descubrir cómo es la naturaleza del hombre, cómo es su forma de ser, sus funciones esenciales para, conociéndolas poder responder a las exigencias de su naturaleza. Aristóteles analiza entonces las características del ser humano, su naturaleza, y concluye que es un animal racional que consiste en un cuerpo animado y racional. Tiene por tanto estas dos dimensiones: corporalidad y racionalidad. Alcanzar la felicidad tendrá que ver, pues, con el desempeño adecuado de estas dos funciones.

Por un lado, piensa Aristóteles, en la felicidad se debe tener en cuenta las necesidades corporales, pues forman parte de nuestro ser. Se equivocan, dice Aristóteles, quienes piensan que se puede alcanzar la felicidad en el infortunio o en la falta de salud y en las necesidades corporales (en esto critica a los estoicos y a los platónicos). El cuerpo debe recibir lo que necesita para desempeñar las funciones que le son propias, necesitamos, pues, satisfacer nuestros instintos corporales. Por eso el placer corporal no es malo en la medida que me permite alcanzar el beneficio corporal. No es que el placer sea bueno por sí mismo de manera absoluta, como pensaba Epicuro, sino porque me permite atender a las necesidades del cuerpo.

Sin embargo el cuerpo no es la única dimensión del hombre, ni siquiera la más importante. Lo que realmente distingue al hombre de los demás animales es el alma racional. Por lo tanto la vida humana si quiere ser feliz deberá ajustarse sobre todo a las exigencias de su alma racional. La mejor parte de nuestro ser es el pensamiento, por lo tanto, la vida de los hombres será tanto más feliz cuanto más intensa y elevada sea la vida intelectual, la contemplación. El hombre sabio (el hombre feliz) es aquél que tiene una conciencia constante de lo que hace, y hace las cosas racionalmente, saboreando y cumpliendo su sentido. Vivir con plenitud humana es vivir conforme a la razón, y esto incluye que la razón dirija y regule todos los actos del hombre (en esto consiste la vida virtuosa).

El placer en sí, es un bien, pero no es un bien absoluto sino que se ha de orientar al bien pleno que radica en al alma racional. Hay placeres más o menos elevados, entre los cuales hay que dar preferencia a los placeres espirituales o del alma. En los placeres del alma no caben excesos. Pero sí en los del cuerpo y por esto deben ser regulados y dirigidos por el alma racional (mediante las virtudes éticas).

5.1. Las virtudes

Las virtudes éticas Esto significa que en la propuesta ética de Aristóteles, junto a las necesidades

corporales y al cultivo de las funciones del alma racional se incluye un dominio y control de los instintos (y de los placeres) y de los sentimientos pues de otro modo se haría imposible una auténtica vida contemplativa. Por eso, la felicidad no es posible sin la virtud (areté). La virtud no es ni una pasión ni una facultad humana, sino que es un hábito, es decir una conducta que se genera con la repetición. Los hábitos pueden ser buenos o malos. Son hábitos malos aquellos que alejan al hombre del cumplimiento de la función que le corresponde según su naturaleza (cuerpo y alma) y Aristóteles los denomina vicios. Por el contrario, son hábitos buenos los que llevan a un hombre a

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cumplir bien su función y Aristóteles los llamas virtudes. Las virtudes residen en el alma, ya que requieren conocimiento, deliberación y libertad para regir la actividad humana.

Las virtudes morales o éticas consisten en el justo medio entre dos extremos igualmente viciosos, entre el exceso y el defecto de una actitud. Por ejemplo, el valor (o fortaleza) es el término medio entre la cobardía y la temeridad. La templanza es el término medio entre la instintividad (gula, lujuria…) y el rigorismo. Valentía y templanza son las virtudes de la dimensión emocional y de la dimensión concupiscible (o instintividad) respectivamente.

Las virtudes dianoéticas Junta a las virtudes éticas Aristóteles propone otras virtudes relacionadas con

la actividad racional del hombre. Estas virtudes son propias de la razón y deben ser adquiridas mediante el ejercicio intelectual: la educación. Entre ellas se encuentran:

La prudencia. Consiste en la habilidad intelectual para distinguir las cosas necesarias de las innecesarias, así como para saber elegir lo bueno y rechazar la malo. Esta virtud es la guía de las demás virtudes éticas.

La sabiduría: es el descubrimiento y aprendizaje y de los primeros principios y de los efectos que se derivan de ellos de cara al vivir bien.

De este modo para Aristóteles la conducta moralmente buena va íntimamente unida al recto conocimiento del bien: vida y conducta y conocimiento se implican mutuamente.

En definitiva, la felicidad para Aristóteles es posible solo si respetamos la naturaleza de nuestra condición humana: si concedemos al cuerpo sus necesidades, si el alma desarrolla plenamente su facultada racional y si el alma racional dirige y regula las demás facultades humanas a través de las virtudes. El cuerpo con sus instintos, las emociones y el entendimiento deben ser gobernados por el alma racional para, de este modo, lograr la plenitud de la vida humana.

Pero estos objetivos solo pueden ser alcanzados en el ámbito social pues la naturaleza del hombre es esencialmente social. La satisfacción de ciertas necesidades (seguridad, alimento, amor o comunicación) solo puede llevarse a cabo en una vida en comunidad. Y el ejercicio de la virtud no puede ser realizada de modo individual sino en sus implicaciones sociales reguladas por la política. La Ética aristotélica se subordina a la Política, por ello, el bien de la sociedad (el bien común) está siempre por encima del bien individual.

6. Tomás de Aquino

6.1. La ética cristiana en sus orígenes judíos

Para entender el fundamento de la ética cristiana resulta esclarecedor

considerar primero el origen de la ética judía. El cristianismo es una religión que surgió en el seno de la religión judía. Al

principio todos sus miembros eran judíos de raza y de religión pero posteriormente se definieron ajenos a las prácticas judías por entender que el mensaje de Jesús llevaba a

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plenitud al judaísmo y consecuentemente ya no era necesario estar sometidos a la Ley judía.

La ética judía se fundamenta en una Ley recibida de Dios. En la Biblia el pueblo judío inicia un proceso religioso muy definido sobre todo a partir del relato del Éxodo de Egipto. En este relato Dios libera a los judíos de la esclavitud a la que les tenían sometidos los egipcios. En este viaje a pie por el desierto se estrechan los lazos entre Dios y su pueblo y la religiosidad judía se va definiendo cada vez más.

El momento central de este proceso se da en el monte Sinaí cuando Dios da a Moisés las tablas de la Ley. En estas tablas están escritos los 10 mandamientos que representan las normas morales fundamentales que Dios propone al pueblo judío para que lleven una vida humana digna y plena. Estas tablas representan al mismo tiempo el pacto que Dios establece con su pueblo: “Yo seré vuestro Dios, y os protegeré siempre y a cambio vosotros debéis cumplir esta Ley”. Las tablas representaban el pacto “firmado” con Dios, era algo así como el contrato que les comprometía. Por eso, desde ese momento el pueblo judío centró todo la experiencia religiosa en el cumplimiento de la Ley: la religión judía se convirtió en ética. Ser buen religioso significaba cumplir meticulosamente la Ley de ahí la pasión del judío por estudiarla a fondo. Y de ahí también que muchos judíos se afanasen en cumplir escrupulosamente preceptos incluso de cosas insignificantes exagerando el criterio del cumplimiento de la Ley. Según esta interpretación no sólo había que cumplir los 10 Mandamientos sino una lista interminable de pequeños preceptos.

Jesús de Nazaret es un judío fiel cumplidor de la religiosidad judía pero hace una interpretación peculiar de la Ley. Cuando un discípulo le pregunta cuál es el mandamiento más importante, Jesús da una respuesta que muestra el cambio revolucionario que está a punto de producirse y que llegaría a transformar la historia. Jesús considera que la Ley es muy importante pero no es un fin sino un medio para llevar al hombre a su plenitud. Por eso no tiene sentido cumplir infinidad de normas si no se tiene en cuenta el origen del que proceden: la fidelidad y amor a Dios. Al discípulo que le preguntó cuál es el mandamiento más importante Jesús le contestó que eran dos: “Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”.

Con esta respuesta introduce un cambio decisivo en la interpretación de la Ley: veámoslo. Jesús dice que el mandamiento más importante es amar. ¿Pero se puede mandar a alguien que ame…? Nadie puede obligar a nadie a amar. El amor es una respuesta que surge desde lo más íntimo de la conciencia y por tanto no se puede mandar. Sin embargo sí existe un modo de “empujar” a alguien a amar: amarle intensamente antes. Cuando alguien se siente muy amado por alguien lo mínimo que experimenta es un agradecimiento y no es difícil entonces que esa satisfacción de sentirse amado se transforme en responder con el mismo amor. Esto es lo que en el fondo plantea el mandamiento de Jesús. Amar a Dios significa que el hombre antes ha caído en la cuenta que es amado intensamente por Dios. De ahí que sea posible la respuesta agradecida.

Toda la ética cristiana se fundamenta en este criterio: el hombre descubre el amor de Dios y esto le impulsa a amar. Se siente amado por Dios sin medida y entonces siente la necesidad de amar igualmente sin medida. Jesús ha cambiado el “amor a la ley” del judaísmo por la “ley del amor”. Con esto no pretende derrocar los 10 Mandamientos sino que los intenta llevar a plenitud: cumplir lo mandamientos no es una norma venida de fuera, algo mandado por un Dios ajeno al hombre. Cumplir los mandamientos es responder a lo más íntimo de mi propia naturaleza, cumplir los mandamientos es buscar la plenitud de mi vida humana a través del amor. El hombre llega a lo más alto que puede alcanzar, el hombre logra su felicidad, por medio del amor.

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6.2. La ética de Tomás de Aquino

Éste es el fundamento de la ética cristiana. Sin embargo a lo largo de la historia

varios filósofos cristianos han hecho una reflexión más profunda a partir de aquí. Uno de los pensadores más significativos a este respecto es Tomás de Aquino que elabora una reflexión racional de la ética cristiana que sigue vigente todavía hoy en la Iglesia católica.

Al hacerlo, Tomás de Aquino, como tantos otros filósofos cristianos han reflexionado sobre los datos que le proporciona la experiencia (como cualquier filósofo) pero además ha tenido en cuenta lo que sobre estos temas dice su fe cristiana. Consecuentemente su filosofía ha sido una filosofía influida por su fe, por su religión. Sin embargo siempre consideró que la reflexión racional y la experiencia de fe son ámbitos diferentes, con métodos diferentes pero con conclusiones nunca contradictorias. De ahí que la ética tomista (su reflexión filosófica) se basa en la reflexión racional que cualquier hombre de buena voluntad puede hacer a partir de los datos de su propia naturaleza independientemente de si es creyente o no.

Tomás de Aquino coincide con varios de los fundamentos de la ética aristotélica. Igual que filósofo griego considera que el ser humano es un ser racional que aspira a la felicidad (éste es su fin último) que puede conseguir en la medida en que realiza con excelencia las funciones propias de su naturaleza. Coincide también con Aristóteles al entender en la naturaleza humana dos dimensiones inseparables: cuerpo y alma.

No se puede, por tanto, realizar la perfección de la naturaleza humana si no se tienen en cuenta ambas dimensiones. Por eso considera útil el placer pues nos permite satisfacer las necesidades del cuerpo siempre que se subordine a las exigencias del alma racional. Sin embargo mientas que Aristóteles ponía el acento en la facultad contemplativa racional del hombre, Tomás de Aquino introduce junto a la racionalidad, la voluntad. La plenitud del hombre no sería la mera contemplación entendida en sentido meramente teórico, sino que conlleva su dimensión volitiva: no es suficiente contemplar el bien, es necesario quererlo y realizarlo. La plenitud humana, en consonancia con la doctrina de Jesús, radica pues en el amor (que significa el uso excelente del entendimiento y la voluntad).

La ética tomista parte y se dirige al amor como plenitud, pues en él radica la realización plena del alma. Todo lo que conduzca al amor es moralmente bueno, y todo lo que aleje de él, será moralmente malo. Así por ejemplo, el placer corporal será bueno sólo si me permite amar, y será reprobable si me hace egoísta.

Tomás de Aquino piensa que en todo ser humano existe la capacidad de comprender los fundamentos de esta ética pues entiende que se basa en una ley natural inscrita en el corazón de cada hombre y a la que se puede acceder a través de la conciencia moral. La ley natural, a la que cualquier hombre (creyente o no) puede llegar, coincide esencialmente con el contenido de los mandamientos de Dios conocidos a través de la fe, y es una ley universal e inmutable. De este modo, Tomás de Aquino logra armonizar la experiencia racional y la experiencia de la fe como dos realidades diferentes pero complementarias.

Si bien un hombre no creyente puede y debe aspirar a la felicidad siguiendo el dictado de su conciencia moral acorde con la ley natural, Tomás de Aquino considera que la verdadera plenitud humana se cumple sólo en la participación en el plan de Dios. El fin último del hombre no se limita a un plano natural sino que culmina en el ámbito sobrenatural cuya máxima realización sólo será posible en la vida después de la muerte, en el cielo. Pero el pensamiento del cielo, en la obra de Tomás de Aquino, no anula las exigencias y necesidades terrenales: lo sobrenatural no anula lo natural,

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sino que lo lleva a su plenitud. Tomás de Aquino no plantea la espiritualidad, la fe, la búsqueda de Dios como algo ajeno o contrario a nuestra propia naturaleza, sino como una plenitud y culminación. Lo natural y lo sobrenatural se armonizan, la fe y la razón, la tierra y el cielo.

A pesar de la armonía de Tomás de Aquino entre lo natural y lo sobrenatural es interesante tener en cuenta que dentro del pensamiento cristiano, especialmente en el seno de algunas formas de protestantismo como el puritanismo, sí se ha dado una contraposición entre lo natural y lo sobrenatural: el placer era considerado por sí mismo pecaminoso, el cuerpo una carga para el alma y esta vida una especie de condena en la que se debe purificar el alma para alcanzar el cielo de modo parecido a la teoría de Platón. Pero esta forma de entender la ética no representa el pensamiento católico a pesar de que en algunos momentos históricos algunos de sus miembros o grupos puede haberse contaminado con ella.

7. Hume

Para Hume, en cambio, no existe la naturaleza humana ni, consecuentemente,

ningún principio racional que justifique una ley natural: la ética no se fundamenta en ningún principio natural ni racional.

La razón solo puede justificar la relación entre ideas (como en las matemáticas o en la lógica) o la relación entre los hechos (como en la física), pero no puede justificar la moralidad de un acto. La moralidad de un acto no depende de la razón sino de los sentimientos. Los juicios morales surgen del agrado o desagrado que nos produce un hecho. Estos juicios son los que orientan la acción según el sentimiento de aprobación o reprobación que surge en nosotros. Cuando estamos ante un suceso condenable (por ejemplo, un asesinato) surge en nuestro interior un sentimiento de reprobación. Cuando nos encontramos ante un hecho deseable (por ejemplo, acudir en ayuda de alguien que lo necesita), el sentimiento que se produce es de aprobación.

Así pues, el bien moral no reside ni en la razón, ni en la naturaleza, ni en los hechos sino en las emociones que estos últimos producen en nosotros, sin fundamento natural alguno. Por eso la ética de Hume se denomina emotivista.

8. Kant

8.1. Normas condicionadas y normas categóricas

A finales del s. XVIII el filósofo alemán Immanuel Kant propone un criterio

moral distinto a los que habían expuesto todas las éticas anteriores. Todas estas teorías, según Kant, fundamentan la bondad de conducta en las consecuencias que se derivan de las mismas. Por eso las normas éticas que definen, el criterio que siguen, siempre está condicionado por un principio: alcanzar la felicidad. Una conducta es buena cuando me permite alcanzar la felicidad de uno u otro modo. Aunque sean teorías muy diferentes (pues no es lo mismo aspirar al máximo placer que aspirar a la perfección, o aspirar a llegar al cielo) en el fondo se da la coincidencia de que todas ellas subordinan las normas éticas a un fin común: la felicidad. Por lo tanto las normas

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éticas están condicionadas por algo previo que se supone como condición. Por eso Kant llama a estas normas éticas imperativos hipotéticos: son normas válidas si se desea alcanzar ese fin –la felicidad-

Pero, piensa Kant ¿Qué ocurriría si una persona no sintiera o viera problemático lograr en un determinado momento la felicidad, por ejemplo un sentenciado a muerte poco antes de ejecutarse la pena? ¿Dejaría de existir para él en ese momento el criterio del bien y el mal? Una persona desesperada ¿ya no tiene criterios morales? Pero Kant considera que la conciencia de las personas exige cumplir determinados mandatos independientemente de si lograremos o no ser felices. Incluso un hombre desesperado al que le quedan pocos minutos de vida, tiene una conciencia moral que le obliga a no hacer el mal. Cuando digo “no se debe matar” o “no hay que ser infiel”, la conciencia no se plantea si de este modo alcanzo o no la felicidad, alcanzo o no un determinado fin. Sencillamente hay una exigencia moral que surge como un imperativo que no puedo eludir, un imperativo sin condiciones.

Nuestra propia razón es la que nos da las leyes sobre cómo es el comportamiento para actuar como personas auténticas. Por eso esas leyes éticas mandan sin condiciones, no prometen la felicidad ni el cielo a cambio. Son válidas en toda condición y se presentan como un imperativo categórico y no como imperativos hipotéticos.

8.2. Ser libre para ser digno de ser feliz

Una ética basada en imperativos hipotéticos (aunque el imperativo sea amar al

prójimo para alcanzar el cielo) es una ética que pone condiciones a la acción humana y a su libertad. O dicho de otra manera, bloquea la libertad humana: actuar de una manera porque no puedo ser feliz de otro modo significa que no actúo con una libertad plena sino condicionado por ese fin al que aspiro. Pero para Kant la grandeza del hombre radica en su libertad, de ahí que el móvil de su conducta no deba ser la propia felicidad (que además, en el momento mismo en que nos preocupáramos de forma prioritaria en alcanzarla, se nos escaparía de las manos). El hombre no debe buscar la felicidad como fin principal, sino, más bien, ser digno de ser feliz, y esto se realiza actuando con plena libertad buscando realizar el deber por puro respeto al deber, sin atender a su recompensa. La única forma de ser libre y ser feliz es no ocuparse de la felicidad como fin prioritario.

8.3. El deber por el deber

Ahora bien ¿qué es cumplir el deber por puro respeto al deber? Kant considera

que cumplir el deber por puro respeto al deber tiene que ver, no exactamente con la conducta que hagamos, sino con la intención con la que la hacemos. Es decir, la intención de la voluntad debe de estar de acuerdo con la norma que brota de la razón, pero no con miras a conseguir esto o lo otro (por ejemplo, no con la pretensión de ser feliz o de alcanzar la salvación), sino, únicamente, con miras a coincidir con dicha norma, para cumplir con el deber señalado en ella.

Podemos obrar contra el deber y obras de acuerdo al deber. En el primer caso, nuestra conducta será moralmente mala, pero ¿y en el segundo? En este segundo caso todavía debemos distinguir entre obrar conforme al deber y obrar por el deber. Si obramos conforme al deber pero buscando motivos personales, nuestra acción no será

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mala, pero tampoco será moralmente buena. Sólo si obramos por el deber nuestra acción será moralmente buena. Es decir, la moralidad no radica en la acción, en la conducta, sino en la intención con la que se hace. Por eso, piensa Kant, sólo puede haber una cosa buena en este mundo: una intención buena, una voluntad buena. Pues ninguna acción como tal, (separándola de la intención buena) puede ser moralmente buena.

Pongamos un ejemplo para aclararlo: Un comerciante puede poner los precios de sus productos de forma abusiva e injusta. En este caso consideramos que actúa mal porque no hace lo que debe, no cumple con su deber, por lo tanto actúa contra el deber. Supongamos en cambio que pone los precios justos en los productos ¿Podremos decir que está actuando moralmente bien? Kant dice que todavía no podemos saber si su acción es o no moralmente buena. Si, por ejemplo, pone los precios justos con la intención de ganar clientes y obtener más beneficios, no podremos decir que actúe moralmente mal, pero tampoco diremos que su conducta sea moralmente buena, solo será una conducta indiferente desde el punto de vista moral. Pero si lo que hace el comerciante es poner los precios justos porque considera que es lo que debe hacer, es decir porque es su deber y con ello solo desea cumplir el deber, entonces y solo entonces podremos que actúa por el deber (no, conforme al deber) y que su conducta es moralmente buena.

8.4. El imperativo categórico

Ya sabemos cuál es el criterio de la moralidad que es al mismo tiempo el

criterio de la autenticidad humana. El hombre actúa de forma auténtica sólo cuando actúa por el deber. Actuar por cualquier otro móvil puede no ser malo pero no aporta nada a la moralidad de la acción. Sólo el que actúe moralmente bien (el que actúa por el deber y no por cualquier otro fin) es realmente libre, pues no está condicionado por nada, ni siquiera por la propia felicidad. Para Kant esto es lo que permite al hombre ser plenamente hombre: la bondad de su intención. Así logra propiamente la libertad, y por ello, ser digno de ser feliz.

Resta por definir qué significa exactamente obrar por el deber ¿Qué es el deber? Kant advierte que es la razón (y no la experiencia según nos haya ido bien o mal) la que debe definir el cumplimiento del deber. Ha de ser una norma válida en todo momento (sin condiciones), un imperativo categórico, válida para todo el mundo en todo tiempo y en todo lugar (universal). Es una ley moral que la razón me asegure que todos los hombres deberán cumplir. ¿Cuál es este imperativo categórico? Kant lo formula así:

“Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal”. Así por ejemplo, alguien puede desear mentir en un momento dado para así obtener algún beneficio. Sin embargo, ni siquiera esa persona puede desear que todo el mundo haga lo mismo que está haciendo él: “si todo el mundo mintiera, nadie me creería a mí, y entonces no serviría de nada la mentira”. Pues precisamente lo que propone Kant como imperativo categórico, como criterio del deber es actuar de tal modo que lo que uno hace, pueda querer que sea un principio de conducta para todo el mundo.

9. El Utilitarismo

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El utilitarismo nace en el mundo anglosajón en la Edad Moderna (s. XVIII). Sus autores son John Stuart Mill y Jeremy Bentham. Puede considerarse como un “hedonismo social” porque, aunque también cree que el móvil de la conducta humana es la búsqueda del placer, considera que los hombres estamos dotados de unos sentimientos sociales cuya satisfacción es una fuente de placer. Entre estos sentimientos se encuentra el de la simpatía, que consiste en la capacidad del hombre de ponerse en el lugar del otro, padeciendo con su sufrimiento y disfrutando con su alegría. La simpatía nos lleva a extender a los demás nuestro deseo de obtener la felicidad.

El fin de la moral consiste, entonces, en alcanzar la mayor felicidad (el mayor placer y el mínimo dolor) para el mayor número posible de personas. Ante dos formas de actuar, actuará moralmente bien aquél que elija la conducta que proporciona la mayor felicidad para el mayor número de personas.

El utilitarismo también coincide con el epicureismo en la importancia que se concede al cálculo racional previo a una decisión, para lograr que ésta sea moral. No se trata pues de buscar lo que parezca a simple vista mejor para la mayoría, sino que esto debe ser calculado racionalmente: El placer, piensan, es susceptible de medida. Todos los placeres son iguales en cualidad pero teniendo en cuenta criterios de intensidad, duración, proximidad y seguridad, se podrá calcular la mayor cantidad de placer. Además, los placeres de las distintas personas pueden compararse entre sí para alcanzar el máximo total de placer.

El cálculo hedonista es el intento científico, elaborado por Bentham, para establecer una medición de placeres. Se basa en la valoración del placer y el dolor que una acción puede producir. En este cálculo deben considerarse los siguientes factores:

-Primer placer producido por la acción. Su intensidad y su duración. -Primer dolor producido por la acción. Su intensidad y su duración. -Placeres derivados del primer placer y posibilidad de que se

produzcan más placeres. -Dolores derivados del primer dolor y posibilidad de que se produzcan

más dolores. -Número de personas a las que afecta la acción.

10. Jürgen Habermas

El filósofo alemán Jüegen Habermas propone no una reflexión ética para

definir el concepto de justicia o de bien sino una teoría pragmática aplicable a las sociedades modernas. Su modelo ético político está profundamente influido por el papel que jugó su país en la Segunda Guerra Mundial. Frente a los intentos anteriores de definir los conceptos morales Habermas propone elaborar una ética de mínimos comunes por medio de su teoría del consenso.

Algunos de sus puntos clave son: 1.- Es necesario lograr un acuerdo de mínimos morales universales sobre los

intereses, fines y necesidades que benefician a todos. 2.- El medio para lograr dicho acuerdo es el diálogo racional, es decir, la

comunicación entre todos los miembros de la sociedad. Este diálogo debe confrontar los distintos argumentos racionales con el fin de decidir qué es lo justo, lo correcto, etc. Este diálogo debe estar sujeto a normas muy concretas para que, a través de las mismas se pueda llegar a acuerdos. Estos acuerdos alcanzados por consenso actuarían como principios éticos universales.

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3.- Solo pueden ser válidos los valores o normas que tengan el asentimiento de todos los participantes en el diálogo. Así se cumple el requisito de universalidad moral y se respeta el pluralismo.

4.- Estas normas intersubjetivas y universales no son eternas ni absolutas. Toda norma es susceptible de ser revisada y mejorada.

5.- estos mínimos quedan definidos por el respeto a la dignidad de la persona y a los derechos humanos.

6.- Solo puede realizarse tal diálogo y lograse un acuerdo en una sociedad compuesta por personas libres, racionales e imparciales.