temores infantiles

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Page 1: Temores infantiles

Temores infantiles: “Tengo mucho miedo” Reír, llorar, enfadarse... Experimentar emociones es algo común en niños

y adultos. Sentir miedo, también. Es normal e incluso positivo, ya que

supone un estado de alerta que protege de posibles riesgos. Hay

temores comunes en casi todos los niños, propios de cada etapa

evolutiva, los cuales se superarán con un poco de ayuda de forma casi

espontánea. Solo debemos preocuparnos si los miedos perduran

demasiado o provocan un estado de ansiedad desproporcionado.

El niño, desde que nace, se va enfrentando a situaciones nuevas, a las cuales se

tiene que adaptar. Cuando él considera que alguna de ellas perjudica su bienestar

biológico, psicológico o social, ya sea de forma real o posible, la vive como amenazante

y reacciona con temor hacia ella. Esto, en muchos casos, ayuda a evitar situaciones

peligrosas, como, por ejemplo, acercarse a animales desconocidos. Pero otras veces,

se trata de una reacción irracional e ilógica a cosas inocuas o fruto de su imaginación.

No desesperemos, los temores infantiles forman parte de su desarrollo normal, pero

habrá que ayudarle a afrontarlos y a superar aquello que le asusta. Generalmente, si se

tratan de forma correcta, desaparecerán con el tiempo, pero si no es así, pueden llegar

a convertirse en fobias o prolongarse hasta la madurez.

El origen de los temores

Temer a los extraños, a separarse de sus padres, a la oscuridad, al colegio... son

miedos evolutivos. Son temores comunes a casi todos los niños, la mayoría pasajeros,

de poca intensidad y propios de una etapa evolutiva concreta. Están asociados a las

distintas fases del desarrollo y van variando a medida que evolucionan las

características cognitivas, sociales o emocionales de los niños. Ahora bien, cada uno,

en función de sus características personales y de sus experiencias, vivenciará dichos

miedos de forma diferente o en distintos momentos que otros, o incluso no

experimentará nunca un temor determinado.

No reaccionará de la misma manera un niño que ha sido agredido por un perro

que otro cuyas experiencias con animales han sido positivas; o un niño sobreprotegido

o educado en el temor que otro al que siempre le han infundido seguridad en sí

mismo.

A veces, los miedos resultan de una falta de información o son fruto de la

imaginación, pero otras muchas son enseñados por los adultos, al transmitirles sus

propios temores o recurrir a seres imaginarios para entretenerlos o asustarlos.

Frecuentemente, los padres recurren al miedo para proteger a sus hijos de

situaciones peligrosas (enchufes, animales, tráfico), pero también, les meten el miedo

en el cuerpo innecesariamente para controlar su conducta (“¡Si no me obedeces, llamo

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a la policía!”, “¡Si no dejas de portarte así, te meto en el cuarto oscuro!”, “¡Si no

comes, tendremos que ir al hospital para que te pinchen!”). Es una práctica educativa

que, aunque consiga que el niño obedezca en ese momento, puede originar a la larga

problemas más serios.

Dentro de lo normal

A pesar de las diferencias individuales, parece haber unos miedos más comunes

que otros. Durante el primer año, lo que más los sobresalta es la pérdida de

sustentación, los ruidos fuertes, los extraños y separarse de sus padres.

A partir del segundo año, descubren que hay animales que les pueden hacer daño, que

no les gusta la oscuridad, que se angustian cuando se hacen alguna herida y que los

asusta lo desconocido. Por ello, siguen sin querer separarse de los padres.

Con 3 y 4 años sus miedos se hacen más patentes. Su imaginación les juega

malas pasadas y elucubran acerca de los monstruos que se esconden en la oscuridad o

tras los disfraces y las máscaras, por lo que suelen despertarse por las noches e ir en

busca de sus padres. También los asusta el daño físico y aparece el miedo a los

fenómenos naturales (truenos, viento, terremotos).

Al llegar a los 5 y 6 años, mantienen el miedo a separarse de sus padres, a los

animales, a la oscuridad y al daño físico, pero además se suma el miedo a seres

malvados (ladrones, secuestradores) y personajes imaginarios (brujas, fantasmas, el

“coco”, personajes de dibujos animados). Tampoco les gustan los médicos, sobre todo

si llevan bata blanca, y los preocupa la enfermedad y la muerte.

El niño de 7 y 8 años sigue teniendo miedo a la oscuridad, a los animales y a los

seres sobrenaturales, y añade su temor a hacer el ridículo por la ausencia de

habilidades escolares, sociales o deportivas.

De 9 a 12 años disminuye su miedo a la oscuridad y a los seres imaginarios,

pero ahora son especialmente sensibles al colegio (exámenes, suspensos), a la

aceptación social (integración en el grupo, aspecto físico), a la soledad, a la

enfermedad y a la muerte.

Reacciones diferentes

No siempre los niños son capaces de identificar lo que los asusta y además cada

uno expresa su ansiedad de forma distinta. Cuando son bebés pueden reaccionar con

sobresalto o llanto; más tarde, además de llorar, intentan evitar a toda costa la fuente

que les causa el temor, buscan la compañía de un adulto que los proteja, ponen

palabras a sus miedos o tratan de ocultarlos porque temen que se burlen de ellos o

porque piensan que al nombrarlos se pueden hacer realidad.

Por otra parte, no siempre los niños reaccionan de forma clara ante lo que los

atemoriza. A veces, simplemente, experimentan algún cambio en su conducta

habitual, y al no estar directamente relacionado con un temor concreto, el miedo

puede que pase desapercibido. Por ejemplo: pueden manifestar alguna regresión en

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sus hábitos, volviéndose a hacer pis en la cama o a chuparse el dedo cuando ya habían

dejado de hacerlo; perder el apetito o comer mucho más de lo que es normal para

ellos; mostrarse más apático o activo de lo habitual; tener dificultades para conciliar el

sueño o sufrir pesadillas o terrores nocturnos; quejarse de malestares físicos, como

dolor de tripa o de cabeza, etc.

Cuando el miedo paraliza

Los miedos no son motivo de grandes preocupaciones, pero si son tan intensos

y persistentes que repercuten negativamente en el desarrollo del niño, en su vida

cotidiana o en sus estudios, y la familia, a pesar de sus esfuerzos, no sabe cómo

manejar la situación, sería conveniente visitar a un profesional.

Vencer los temores

Cada niño tiene sus propias vivencias y, por lo tanto, sus propios temores. El

apoyo que el pequeño necesite para superarlos será diferente en cada caso, pero

existen unas pautas generales que pueden ayudarlos.

Qué hacer

Primero, identificar lo que produce miedo.

Hablar sobre las cosas que le causan temor, que se sienta escuchado. Y si es

muy pequeño y todavía se expresa con dificultad, se puede recurrir a dibujos

donde pueda plasmar lo que le asusta; juegos y juguetes que le permitan

realizar pequeños actos de valentía (jugar a detectives con linternas); y

películas y cuentos, en los que el protagonista tenga algún temor y lo supere.

Tener un talante comprensivo. Procurar que no se sienta avergonzado ni

regañado. Sin infravalorar sus sentimientos, hacerle saber que es normal tener

miedo en alguna ocasión y que nosotros también tuvimos alguno en nuestra

infancia.

Transmitirle seguridad y confianza, siempre con un tono relajado. Debe percibir

que sus padres están seguros de que no corre peligro.

Alentarle a que se enfrente a sus temores de forma gradual, aunque al principio

sea con nuestra ayuda, sin forzarlos y elogiando sus conductas valerosas.

Fomentar su autoestima y autonomía. Hacerle ver que confiamos en que es

capaz

de enfrentarse a la situación y de vencer su miedo, y elogiarle cuando intenta

cosas nuevas y demuestra responsabilidad e independencia.

Enseñarle maneras de contrarrestar la ansiedad: escuchar música, relajarse, o

actividades que le mantengan ocupado (contar fichas, enumerar comidas

favoritas).

Concederle algún poder sobre la situación (encender una pequeña luz, tener

una pequeña mascota).

Predicar con el ejemplo, de forma que tenga en nosotros un modelo adecuado

de superación.

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Ofrecer al niño una visión positiva del mundo. Hay que enseñarle a no

preocuparse excesivamente por las cosas y a encontrar soluciones a los

problemas que le surjan.

Mucho humor. Un buen antídoto contra el miedo es transformar aspectos

aterradores en características graciosas mediante dibujos y bromas.

Qué no hacer

No se debe ignorar el miedo. Frases del tipo “no te asustes, no tienes motivo” o

“tienes que ser valiente” le hacen sentirse incomprendido y solo ante el peligro,

ya que si sus padres niegan su miedo, seguramente no le van a poder ayudar a

superarlo.

Tampoco hay que reaccionar de forma exagerada. El niño puede ver en ello

más atención y concesiones de las normales, que le libran de tareas y

obligaciones, reforzando accidentalmente los temores.

No burlarnos del niño, ni regañarle. La ridiculización no le hace menos miedoso,

solo merma la confianza en sí mismo y hace que trate de ocultar su miedo.

No evitarle los objetos y hechos que teme, ya que así supera

momentáneamente el miedo, pero no le ayuda a vencerlo definitivamente.

Permitir al niño dormir en la cama con los padres debe ser algo muy

excepcional, como motivo de fiesta, pero nunca como medio para solucionar el

problema.

No mentir al niño. La información sobre un hecho que le sobrepasa (por

ejemplo, vacunarse) le puede ayudar a controlarlo. Simplemente hay que

explicarle las cosas de manera sencilla para que las pueda entender.

Si son niños especialmente temerosos, evitar las historias de ogros, fantasmas

o brujas, o actividades que puedan asustarlos (películas de miedo, sustos...),

sobre todo antes de irse a dormir.

No transmitirles nuestros temores personales.

BIBLIOGRAFIA

Tengo miedo : las claves para afrontar con éxito los miedos

infantiles. Ferrerós, María Luisa, Editorial Planeta, S.A.

¡No apagues la luz! : Heike Baum,

Editorial Paidós.

Virgina González. Psicóloga.