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IES MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA TEMA I 1 TEMA I - LA TRANSMISIÓN DE LA LITERATURA CLÁSICA 1. Introducción Cuando afrontamos la lectura de una obra de un autor contemporáneo podemos tener la certeza casi absoluta de que el texto que tenemos en las manos es exactamente el texto que el autor ha escrito. En efecto, el autor ha corregido las pruebas de imprenta una y otra vez hasta asegurarse de que no existen errores, lagunas o faltas. Esta certeza es extensible a casi todas las obras impresas de cualquier época, siempre que la revisión del texto haya corrido a cargo del propio autor. Decimos “casi”, porque siempre ha habido y habrá “duendes de imprenta”, misteriosos responsables de sorprendentes y, a veces, divertidas erratas. Pero para la literatura antigua la situación es diferente. Cuando tenemos en las manos un texto de Homero, Platón o Cicerón, nos enfrentamos a obras que, en algunos casos, superan los 2.700 años de antigüedad desde la fecha de su composición y cuyos originales, esto es, las primeras redacciones (hechas por el autor o sus secretarios), no conservamos. En estas condiciones, ¿cómo podemos estar seguros de que el texto que manejamos es de verdad el texto que escribieron Platón o Cicerón? En muchos casos, las primeras versiones físicas que poseemos de una obra son manuscritos del s. IX o del s. X d.C. Pero si existe una versión del s. X, ésta debe depender de una fuente anterior de la que se ha copiado (aunque no la conservemos), y, a su vez, esta de otra anterior. Así podríamos remontarnos a la primera redacción física u original del propio autor. Pero quizá esto sea solo anecdótico: lo verdaderamente importante es justamente que la obra se ha transmitido durante siglos pasando por distintas vicisitudes: durante este período de transición, desde luego, la obra ha podido ser alterada por distintos copistas, pueden haberse perdido partes o pequeños fragmentos, haber sido interpolada, etc. La labor de los filólogos es justamente presentar ediciones que puedan parecerse lo más posible al original, corrigiendo los errores, llenando las lagunas, y detectando las interpolaciones que hayan podido corromper o alterar el texto. Esta ciencia tiene por nombre crítica textual o ecdótica. 2. Qué parte de la literatura clásica se ha conservado La respuesta parece bastante clara: entre la parte que no se ha transmitido porque (por motivos que veremos luego) no se ha considerado importante, y la que se ha perdido por diversas razones (destrucción intencionada, incendios, etc), solo un pequeño porcentaje de los textos clásicos (al menos de los literarios) ha llegado hasta nosotros. En general, nos hemos recibido los textos que generación tras generación se han considerado dignos de copia hasta el momento de su impresión. El hecho de que muchas generaciones hayan considerado importantes o valiosos los mismos textos nos habla de la homogeneidad cultural de Occidente hasta hoy. Es decir que muchas generaciones consideraron las obras clásicas modelos dignos de conocerse o imitarse.

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IES MAESTRO HAEDO. ZAMORA. DPTO. DE GRIEGO. LITERATURA GRIEGA TEMA I

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TEMA I - LA TRANSMISIÓN DE LA LITERATURA CLÁSICA 1. Introducción Cuando afrontamos la lectura de una obra de un autor contemporáneo podemos tener la certeza casi absoluta de que el texto que tenemos en las manos es exactamente el texto que el autor ha escrito. En efecto, el autor ha corregido las pruebas de imprenta una y otra vez hasta asegurarse de que no existen errores, lagunas o faltas. Esta certeza es extensible a casi todas las obras impresas de cualquier época, siempre que la revisión del texto haya corrido a cargo del propio autor. Decimos “casi”, porque siempre ha habido y habrá “duendes de imprenta”, misteriosos responsables de sorprendentes y, a veces, divertidas erratas. Pero para la literatura antigua la situación es diferente. Cuando tenemos en las manos un texto de Homero, Platón o Cicerón, nos enfrentamos a obras que, en algunos casos, superan los 2.700 años de antigüedad desde la fecha de su composición y cuyos originales, esto es, las primeras redacciones (hechas por el autor o sus secretarios), no conservamos. En estas condiciones, ¿cómo podemos estar seguros de que el texto que manejamos es de verdad el texto que escribieron Platón o Cicerón? En muchos casos, las primeras versiones físicas que poseemos de una obra son manuscritos del s. IX o del s. X d.C. Pero si existe una versión del s. X, ésta debe depender de una fuente anterior de la que se ha copiado (aunque no la conservemos), y, a su vez, esta de otra anterior. Así podríamos remontarnos a la primera redacción física u original del propio autor. Pero quizá esto sea solo anecdótico: lo verdaderamente importante es justamente que la obra se ha transmitido durante siglos pasando por distintas vicisitudes: durante este período de transición, desde luego, la obra ha podido ser alterada por distintos copistas, pueden haberse perdido partes o pequeños fragmentos, haber sido interpolada, etc. La labor de los filólogos es justamente presentar ediciones que puedan parecerse lo más posible al original, corrigiendo los errores, llenando las lagunas, y detectando las interpolaciones que hayan podido corromper o alterar el texto. Esta ciencia tiene por nombre crítica textual o ecdótica. 2. Qué parte de la literatura clásica se ha conservado La respuesta parece bastante clara: entre la parte que no se ha transmitido porque (por motivos que veremos luego) no se ha considerado importante, y la que se ha perdido por diversas razones (destrucción intencionada, incendios, etc), solo un pequeño porcentaje de los textos clásicos (al menos de los literarios) ha llegado hasta nosotros. En general, nos hemos recibido los textos que generación tras generación se han considerado dignos de copia hasta el momento de su impresión. El hecho de que muchas generaciones hayan considerado importantes o valiosos los mismos textos nos habla de la homogeneidad cultural de Occidente hasta hoy. Es decir que muchas generaciones consideraron las obras clásicas modelos dignos de conocerse o imitarse.

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Por supuesto, la conservación y copia depende de personas concretas que, en medio de dificultades sociales, culturales o históricas, han valorado tales textos y se han decidido a copiarlos o, al menos, a conservarlos cuidadosamente y mantener así la traditio. 3. Las dificultades en la transimisión de los textos La primera dificultad a la que debieron enfrentarse los textos literarios antiguos fue la propia concepción que en la Antigüedad se tiene de la literatura y de la obra literaria. Los primeros pasos de las obras griegas fueron orales. Es decir que las obras no estaban destinadas a la lectura, sino al recitado, al canto (como veremos cuando estudiemos la poesía griega) o a la representación escénica. Tampoco las primeras formas de prosa estaban destinadas a la lectura. Ciertamente debieron existir textos que, aproximadamente, reflejaran el contenido de la obra; pero éstos serían poco más que notas o esquemas destinados a fijar, ordenar o

memorizar los contenidos para posteriores recitaciones o exposiciones públicas. En resumen, los textos no se escribían, salvo que se considerara útil. Por ejemplo, algunos de los textos más antiguos conservados son precisamente leyes. Es importante que el texto de una ley sea preciso y que exista una versión fija que se pueda consultar ante cualquier problema o duda. De la misma forma, un templo, por ejemplo, podía encargar una copia escrita de un himno dedicado por un

poeta al dios titular. Estas copias de leyes o textos religiosos eran únicas y se leían cuando era preciso y ante las personas interesadas. En estas condiciones es evidente que el mercado editorial no existía. Y no existía simplemente porque no se necesitaba: la mayor parte de la población era analfabeta y el material de escritura habitual, el papiro egipcio, era bastante caro. En definitiva, no existían consumidores de literatura o de libros. Dos son las condiciones que hubieron de darse para el desarrollo de un mercado editorial rudimentario y, por tanto, para la producción de copias. La primera condición dependía del público: era preciso que la población aprendiera a leer y sintiera aprecio por la lectura; y no sólo por la lectura, sino por la lectura privada, que es la que crea una necesidad de poseer copias. La segunda condición dependía del autor: los autores debían producir obras para ser leídas, lo que suponía la pérdida del control sobre los textos que quedaban así expuestos a posibles manipulaciones (puede revisarse una prueba de imprenta, pero no un número elevado de copias manuscritas). Si estas dos condiciones se cumplen (oferta y demanda), la creación de una industria editorial es cuestión de tiempo. 4. La transmisión de la literatura griega Estas dos condiciones comenzaron a darse en la Atenas de hacia 450 a.C. con la implantación progresiva de la escolarización elemental (privada, por supuesto) y de la enseñanza superior (en manos de los sofistas, que hicieron amplio uso de textos escritos en sus clases). Los textos demandados en principio fueron las tragedias, y, ya en el s. IV a.C., los textos en prosa. Nacen igualmente las primeras bibliotecas tanto privadas como ligadas a instituciones de enseñanza (Academia y Liceo), y los autores comenzarán a valorar el texto escrito y fijo como vehículo de comunicación.

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Así pues, Atenas comienza a producir libros desde el s. V a.C. Estos libros tenían formato uolumen y consistían en rollos de papiro, escritos en mayúscula por una sóla cara sin separación de palabras ni signos de puntuación. Algunos de estos rollos pudieron alcanzar hasta 10 m. de longitud, lo que les hacía muy incómodos para la lectura y muy poco adecuados para localizar una cita en un escrito. La producción, inicialmente, no debió de ser muy grande ni muy cuidadosa por lo que se refiere a la fidelidad al texto. Y de hecho sólo se guardó fidelidad al texto de las tragedias, que solía ser archivado. Es probable, pues, que ya en este período temprano comenzara a producirse la pérdida de materiales y la corrupción de los textos. En época helenística, la existencia de una cultura y lengua únicas para un mundo que ha desbordado las fronteras de la pólis provoca el declive de géneros que solo en ella tenían sentido (por ejemplo, el teatro), y la conservación de los textos de los grandes autores de las épocas arcaica y clásica cobra un tono, por así decirlo, nacionalista. La literatura de la época ya no se parecía a la gran literatura griega de siglos anteriores, pero la existencia de esta literatura antigua suponía un aspecto distintivo y superior de la cultura griega frente a otras (la egipcia, por ejemplo), que debía preservarse y cuidarse, como una preocupación estatal. Esta labor fue impulsada por los monarcas griegos de los distintos reinos helenísticos. Un caso muy significativo fue Egipto, gobernado por la dinastía de los Ptolomeos, que impulsaron en la ciudad de Alejandría el Museo, un centro de cultura y de erudición que necesitaba textos. Tales textos eran adquiridos a quien los poseyera o bien copiados para su conservación a partir de copias privadas que se posteriormente se devolvían a su dueño. De esta manera fue creciendo la famosa Biblioteca del Museo de Alejandría cuyos fondos pudieron alcanzar una cifra cercana al medio millón de uolumina (esto es, entre 50.000 y 100.000 obras).

La afluencia de tal cantidad de material escrito, entre el que, inevitablemente, se deslizaban falsificaciones, creó la necesidad de atender al análisis, depuración y reedición de los

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materiales que iban llegando. Esta labor corrió a cargo de los filólogos, que se ocuparon, además, de articular las obras en partes (cantos homéricos, por ejemplo), marcar pasajes sospechosos de falsificación, incorporar signos diacríticos y de puntuación, etc. Aparte de esto, se comentaban, anotaban y precisaban los textos. Por supuesto, los textos así editados estaban sólo en manos de eruditos. El mercado de libros iba por otro lado y nada tenía que ver con las ediciones cultas, sino que era mucho más descuidado por lo que se refiere al texto. Desgraciadamente la Biblioteca de Alejandría se incendió en época romana (48-47 a.C.), y aunque se pudo recuperar alguna parte de los fondos, en general, con el desastre cundió el desánimo y la calidad de la labor filológica empeoró considerablemente. Con todo, en Roma se crearon bibliotecas públicas y se organizó un comercio de copias de textos griegos muy malos que los romanos pudientes compraban casi al peso y coleccionaban como un signo de prestigio. La preocupación filológica no fue grande en Roma y los expertos se dedicaron más a la gramática que a la edición de textos. ► La revolución del pergamino A partir del s. II d.C. decrece el interés por los textos literarios y sin embargo aumenta el interés por la conservación de textos de índole práctica, especialmente de jurisprudencia, retórica y medicina. Y también por ésta época se va a producir una innovación que será decisiva para la transmisión textual: el paso del formato uolumen al formato codex (el formato del libro actual) y el abandono del papiro en favor del pergamino (piel de animal tratada) como material escriptorio. El uso del pergamino (membrana) supone un ahorro de espacio debido a la posibilidad de escribir por las dos caras, aunque se siga escribiendo en letra mayúscula. El formato codex favorece además la clasificación, consulta y manejo de los textos. Los libros, por otra parte, resultaban más duraderos. Después de esta innovación, el papiro se abandonó como material escriptorio; y, aunque, aquí y allá han ido apareciendo fragmentos papiráceos de textos griegos o romanos, podemos afirmar que la literatura clásica se transmitió fundamentalmente mediante códices de pergamino. En efecto, durante los siglos II, III y IV d.C. los viejos textos en papiro se recopiaron en códices. Lo que no se recopió se perdió irremisiblemente. Y las pérdidas fueron muy considerables. Aquello que no despertaba el interés se desechó y de los grandes autores sólo se conservó lo que se consideraba mejor por su calidad o lo más interesante desde un punto de vista utilitario o lo más demandado. Si las obras eran muy largas se hacían resúmenes (epítomes) para la prosa y antologías para la poesía, pero los originales se perdían.

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Estos textos escritos en códices de los que dependen casi todas las obras clásicas que hoy conservamos a través de una cadena ininterrumpida de copias primero y de ediciones depués, se llaman arquetipos. Naturalmente, no conservamos los arquetipos, pero pueden ser reconstruidos a partir de los descendientes conservados, es decir, de las copias posteriores que sí poseemos. En este conjunto de arquetipos se encontraba, pues, casi toda la literatura clásica de la que hoy disfruamos. En los siglos posteriores apenas se transmitieron nuevos textos literarios, pues los letrados sólo se ocuparán de la retórica y de textos jurídicos al servicio del estado. Por lo demás, el s. IV d,C. supone la fragmentación del Imperio Romano en dos mitades: un imperio occidental latino que pronto va a ser invadido por las tribus bárbaras y un imperio oriental con capital en Bizancio que controla un vasto territorio asiático y europeo en que el griego será la lengua de cultura y de intercambio. Bizancio será pues la encargada de conservar la literatura griega salvada hasta el momento. Sin embargo, los centros culturales orientales (Alejandría, Pérgamo, Esmirna, etc.) se irán apagando lentamente y los estudios filológicos irán decayendo. A esta decadencia no es ajena la extensión de la cultura cristiana. Y de este declive no se recuperará hasta el s. IX en que otras innovaciones técnicas (desarrollo de la minúscula) y el impulso de personajes particulares y de gobernantes conscientes del tesoro cultural que dormía empolvado en las bibliotecas ordenarán recopiar, una vez más, los viejos códices en letra minúscula y destruirán los viejos. A estos nuevos códices se les llama prototipos o codices recentiores. Este proceso de copia, se prolongará hasta el s. XIII d.C. Aunque Bizancio había desplazado eruditos a Occidente, a Italia concretamente, que lentamente, a partir del s. XIV, habían comenzado a introducir esporádicamente el gusto y el estudio de la literatura griega en aquella parte del Imperio en que el griego se había olvidado, es a partir de la caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453 cuando muchos eruditos griegos emigrarán a Italia, enseñarán griego y traerán consigo numerosas obras que alimentarán el interés de los humanistas italianos hasta crear las primeras ediciones impresas. 5. La transmisión de la literatura romana Tampoco ha llegado hasta nosotros más que una parte muy pequeña de la literatura romana, apenas unos pocos manuscritos anteriores al s. VI d.C. que no son sino rescripciones de versiones más antiguas en papiro, que cubren sólo una pequeña parte de lo transmitido en los testimonios sobre las obras clásicas. Además de en los manuscritos, la literatura romana nos ha sido transmitida también en palimpsestos (o codices rescripti, de los que hablaremos luego), hojas sueltas, pequeños fragmentos y papiros descubiertos a partir del s. XVIII y que, en algunos casos, pueden datarse en el s. III d.C. Los responsables de esta gran labor de copia, en una época de cristianización progresiva, fueron los descendientes nobles de las grandes familias romanas (algunos paganos aún), para quienes la gran literatura romana era casi un arma de lucha y oposición contra los gobernantes cristianos y los nobles bárbaros. No obstante, también algunas familias cristianas y personajes muy concretos conservaron su interés por los clásicos, puesto que su formación era romana y clásica. Este es el caso de San Agustín en África, San Ambrosio en Milán o San Jerónimo en Roma en el s. IV o, en el otro extremo temporal, Casiodoro, en el s. VI, que se dedicaron a la copia y conservación de los viejos textos papiráceos. Esta labor pasó luego a los monasterios benedictinos (el primero, Montecasino fundado en 529 d.C.), que tomaron bajo su protección la conservación de la literatura romana, garantizando su llegada a la Edad Media. El número de estos códices pertenecientes a los siglos IV-VI debió de ser bastante elevado, aunque la mayor parte desaparecieron en los s. VII y VIII, los llamados siglos oscuros, época de incultura, barbarie y destrucción. En un mundo dominado por la guerra y la miseria, las actividades culturales no eran precisamente prioritarias. Las viejas bibliotecas fueron saqueadas, la cultura cristiana se hizo intransigente y despreció la cultura intelectual en favor de la ascética.

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Y al igual que los viejos templos y edificios romanos fueron destruidos para obtener materiales para la construcción de iglesias, los copistas borraron de los códices los textos clásicos para reutilizar el carísimo pergamino y escribir en él obras cristianas. Todo lo no cristiano se consideró banal e incluso perjudicial, frente a lo cristiano, es decir, lo realmente importante. Estos códices reutilizados reciben el nombre de palimpsestos y a través de ellos hemos podido recuperar al menos una parte de la literatura contenida en los códices de los siglos IV-VI. Sin embargo, la ruina pudo ser total. Incluso ciertos papas (como Gregorio el Grande en el s. VI), toleraron la destrucción de bibliotecas importantes.

De todo el material, se salvaron aquellos textos que fueron considerados útiles, es decir, que eran de interés para la enseñanza de la gramática (Virgilio), o que tenían un interés práctico (tratados de agricultura, ganadería, o textos jurídicos), o que fueron conservados por patriotismo local (Catulo), o textos de caracter filosófico que coincidían o, al menos, no chocaban con la moral cristiana (Séneca). No obstante y pese a la situación de incuria y barbarie fomentada, a veces, por el clero y los gobernantes incultos, una corriente de cristianos cultos, siguiendo los precedentes de, por ejemplo, San Jerónimo, intentaron asimilar la antigua cultura romana en distintas partes de Occidente. Así, pese a los constantes saqueos sufridos, que redujeron o deterioraron los fondos, Montecasino siguió siendo un centro cultural importante. También ciertos monasterios galos y españoles, hasta la invasión árabe. Pero, muy especialmente, los monasterios irlandeses. Irlanda fue decisiva en la transmisión de los textos. Su contacto con el oriente griego ya desde el s. IV d.C. hizo que esta lengua fuera familiar en las islas. Pese a estar asociada a Roma desde el s. V d.C., Irlanda siguió siendo una auténtica isla de cultura frente al deprimido panorama cultural del continente. Irlanda nunca fue romanizada, sus habitantes hablaban celta y no se corrió el riesgo de sumergirse en la cultura latina vulgar. Y ni siquiera la invasión anglo-sajona de las islas afectó a la vida monástica irlandesa. Por otra parte, muchos intelectuales de la Galia se refugiaron en Irlanda, huyendo de la invasión de los hunos. De esta manera, Irlanda pudo extender su influjo cultural en la Europa central de los s. VII y VIII, mediante la fundación de monasterios destinados a la evangelización de las diferentes naciones bárbaras.

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El rey franco Carlomagno, se corona emperador el año 800. Su imperio pretendía ser continuador del imperio romano de occidente. Ciertamente, Carlomagno favoreció, en consecuencia, la recuperación de la antigua cultura romana, llamando a su corte a los principales intelectuales europeos de la época, muchos de los cuales eran irlandeses o anglosajones, quienes reclamaron manuscritos a aquellos centros monásticos en que se encontraban para crear una gran biblioteca (la Biblioteca Palatina de Aquisgrán) que garantizó definitivamente la conservación de los clásicos romanos, en lo que ha sido considerado un verdadero renacimiento cultural.

Ya en el s. XIII, la vida intelectual y cultural en los monasterios había decaído grandemente y la mayor parte de fondos de sus bibliotecas fueron cedidos a las biliotecas palaciegas de los distintos príncipes europeos (italianos, sobre todo). Y fue en estas bibliotecas de donde los humanistas del s. XV extrajeron numerosos códices para preparar las ediciones impresas y corregidas que han llegado hasta nosotros. 6. La edición de los textos La labor fundamental del filólogo es la lectura de los manuscritos y de las ediciones anteriores a fin de fijar un texto y una edición definitivos, comparando los manuscritos y estableciendo entre estos relaciones de parentesco. Debemos hacer notar que el total de manuscritos en que se contiene una obra puede estar diseminado por muchas bibliotecas. Puede, pues, comprenderse la enormidad de la tarea que afrontaron los primeros filólogos modernos sólo para poder ver, físicamente, los manuscritos, tarea muy facilitada hoy gracias a los modernos sistemas de reprografía y digitalización. Y además, hemos de tener en cuenta que en el proceso de transmisión los distintos manuscritos pueden haberse visto sometidos a circunstancias de lo más variado: desde accidentes que hayan deteriorado partes del pergamino o del texto a copistas “listillos” que corregían lo que, por un escaso conocimiento de la lengua, no entendían. La tarea del filólogo consta, pues, fundamentalmente de dos pasos: recensio y emendatio a. La recensio es la consideración y juicio de todos los elementos materiales (códices y ediciones) que sirven para reconstruir un texto; a su vez, consta de varios pasos:

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- En primer lugar hay que buscar los manuscritos o papiros (los que ya existen o los que puedan aparecer) en que se ha transmitido una obra. - Despues se ha de proceder a la clasificación de los manuscritos, investigando cuáles son los mejores y los más antiguos. El buen manuscrito es el que conserva las faltas sin corregirlas y permite al filólogo remontarse al estado primitivo de las alteraciones. En ese sentido, los códices más antiguos suelen ser los más fiables, por estar más cerca del arquetipo y, por tanto, de la obra original. - Finalmente se procede a la colación, es decir, a registrar las variantes. Para ello se compara la mejor de las ediciones críticas (si es que existe) con cada uno de los manuscritos y se indican datos como las transposiciones de palabras o letras, las lagunas y los errores. b. La emendatio es la corrección de errores y el establecimiento de conjeturas. La corrección es fácil si se trata de cambios en el orden de palabras, omisiones de letras o de sílabas, mala división de las palabras, errores gramaticales, errores de dictado, malas transcripciones de palabras griegas, etc. La conjetura es la restitución de un elemento textual que puede sustituir a otro transmitido en los manuscritos y que resulta sospechoso. De esta manera, el editor ofrece al lector el texto que él considera más fiable y próximo al original, teniendo en cuenta una serie de normas filológicas: lo más raro se prefiere a lo menos raro, lo más breve se prefiere a lo más largo, lo más difícil se prefiere a lo más fácil, etc. 7. Las ediciones críticas Una vez estudiados los manuscritos, el editor fijará, como hemos dicho, un texto definitivo; sin embargo, no se limitará a eso, sino que nos informará de qué códices y ediciones ha manejado otorgando a cada uno un nombre que lo identifica (así como su fecha aproximada). Además, presentará en el texto las partes (letras o palabras) restablecidas por conjetura (< >), las interpolaciones ([]), las lagunas (***) y los pasajes corrompidos (++). Además, bajo el texto debe figurar el aparato crítico que no es otra cosa que la presentación de las distintas lecturas o variantes que aparecen en los manuscritos. 8. Ejemplos de ediciones críticas

El cuadro de la izquierda corresponde al stemma o historia genealógica, en nuestro caso del Ab Vrbe Condita de Tito Livio; el de la derecha explica el conjunto de siglas que identifican los manuscritos con los que ha trabajado el editor. Los siguientes cuadros explican las ediciones y signos diacríticos que ha empleado:

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A continuación, una página de la obra de Livio con un aparato crítico escolar o mínimo:

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Otros ejemplos (Guerra Civil de César y la Vida de los doce Césares de Suetonio)

Nomenclatura de los códices - Por el nombre de la biblioteca en que se encuentran (ambrosianus, laurentinus) - Por el nombre de la ciudad que los guarda (marburgesnsis, cluniacensis) - Por el nombre de su poseedor primitivo (bembinus, ursinianus) - Por la forma del códice (oblongus, quadratus, decurtatus)