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Sociología de las Profesiones Marta Jiménez Jaén TEMA 2: "DIVISIÓN DEL TRABAJO Y ESPECIALIZACIONES PROFESIONALES " (PRIMERA PARTE) 1. Introducción La organización de los temas 2, 3, 4 y 5 de la asignatura es heredera, en gran medida, de las aportaciones de E. Freidson, en su última obra 1 , para la construcción de un marco de análisis sobre las diversas formas de organización de las ocupaciones vigentes en las sociedades contemporáneas. Para el autor, es preciso distinguir entre tres grandes lógicas de las ocupaciones, que orientan la organización y el control del trabajo: l a “lógica del mercado”, la “lógica de la burocracia o de las organizaciones” y la “lógica del profesionalismo” . Sin regirnos exclusivamente por los “tipos ideales” que el autor nos va ofreciendo en esta obra 2 , sin embargo nos hemos atrevido a realizar un recorrido por la Sociología de las Profesiones atendiendo precisamente a analizar las diversas problemáticas que el autor vincula a la organización de estas tres lógicas, por cuanto considero que puede ilustrar el análisis de los grupos profesionales en el contexto de las formas de organización del trabajo. A juicio del autor, estas lógicas se estructuran a partir de principios diferentes: la competencia y el coste , en el caso del mercantilismo, la eficiencia, en el caso de la burocracia, y el monopolio y la discrecionalidad, en el caso del profesionalismo. Como punto de partida de los desarrollos que haremos a partir de ahora, podemos tomar como referencia la síntesis que el propio autor nos ofrece sobre sus tesis: “Utilizo el término “profesionalismo” pa ra referirme a las circunstancias institucionales en las que los miembros de las ocupaciones, más que los consumidores o los directivos, controlan el trabajo. “Mercado” refiere a aquellas circunstancias en las que los consumidores controlan el trabajo que realizan las personas, y “burocracia” a aquellas en las que los directivos ejercen el control. Puede afirmarse que existe el profesionalismo cuando una ocupación organizada obtiene el poder para determinar quién está cualificado para ejercer un conjunto definido de tareas, impedir a otros ejercer ese trabajo y controlar los criterios por los que evaluar la práctica. En el caso del profesionalismo, ningún consumidor individual del trabajo en el mercado, ni los directivos de las firmas burocráticas, tienen derecho a seleccionar por sí mismos a los trabajadores para realizar tareas particulares o evaluar su trabajo excepto dentro de los límites especificados por la ocupación. La ocupación organizada crea las circunstancias bajo las que sus miembros están libres del control por parte de quienes los emplean.” 3 Nos enfrentamos a un desarrollo específico de la definición de las profesiones respecto a lo que pudimos analizar en el tema 1: e l énfasis se pone en el trabajo, pero entendido como “la práctica del 1 Freidson, E. (2001): Professionalism. The third logic , Chicago, Chicago of University Press. Las citas textuales de esta obra recogidas en esta exposición han sido traducidas por Marta Jiménez Jaén. 2 El autor recurre a la metodología weberiana de los tipos ideales, entendidos como modelos que permiten comparar y analizar realidades empíricas diferentes y cambiantes (ibídem, p. 5). 3 Ibídem, p. 12.

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Sociología de las Profesiones

Marta Jiménez Jaén

TEMA 2: "DIVISIÓN DEL TRABAJO Y ESPECIALIZACIONES PROFESIONALES" (PRIMERA PARTE)

1. Introducción

La organización de los temas 2, 3, 4 y 5 de la asignatura es heredera, en gran medida, de las aportaciones

de E. Freidson, en su última obra1, para la construcción de un marco de análisis sobre las diversas formas de

organización de las ocupaciones vigentes en las sociedades contemporáneas. Para el autor, es preciso distinguir entre tres grandes lógicas de las ocupaciones, que orientan la organización y el control del trabajo: l a “lógica del mercado”, la “lógica de la burocracia o de las organizaciones” y la “lógica del profesionalismo”. Sin regirnos exclusivamente por los “tipos ideales” que el autor nos va ofreciendo en esta obra

2, sin embargo

nos hemos atrevido a realizar un recorrido por la Sociología de las Profesiones atendiendo precisamente a analizar las diversas problemáticas que el autor vincula a la organización de estas tres lógicas, por cuanto considero que puede ilustrar el análisis de los grupos profesionales en el contexto de las formas de organización del trabajo. A juicio del autor, estas lógicas se estructuran a partir de principios diferentes: la competencia y el coste, en el caso del mercantilismo, la eficiencia, en el caso de la burocracia, y el monopolio y la discrecionalidad, en el caso del profesionalismo. Como punto de partida de los desarrollos que haremos a partir de ahora, podemos tomar como referencia la síntesis que el propio autor nos ofrece sobre sus tesis:

“Utilizo el término “profesionalismo” para referirme a las circunstancias institucionales en las que los miembros de las ocupaciones, más que los consumidores o los directivos, controlan el trabajo. “Mercado” refiere a aquellas circunstancias en las que los consumidores controlan el trabajo que realizan las personas, y “burocracia” a aquellas en las que los directivos ejercen el control. Puede afirmarse que existe el profesionalismo cuando una ocupación organizada obtiene el poder para determinar quién está cualificado para ejercer un conjunto definido de tareas, impedir a otros ejercer ese trabajo y controlar los criterios por los que evaluar la práctica. En el caso del profesionalismo, ningún consumidor individual del trabajo en el mercado, ni los directivos de las firmas burocráticas, tienen derecho a seleccionar por sí mismos a los trabajadores para realizar tareas particulares o evaluar su trabajo excepto dentro de los límites especificados por la ocupación. La ocupación organizada crea las circunstancias bajo las que sus miembros están libres del control por parte de quienes los emplean.”

3

Nos enfrentamos a un desarrollo específico de la definición de las profesiones respecto a lo que pudimos analizar en el tema 1: el énfasis se pone en el trabajo, pero entendido como “la práctica del

1 Freidson, E. (2001): Professionalism. The third logic, Chicago, Chicago of University Press. Las citas textuales de esta obra

recogidas en esta exposición han sido traducidas por Marta Jiménez Jaén. 2 El autor recurre a la metodología weberiana de los tipos ideales, entendidos como modelos que permiten comparar y analizar

realidades empíricas diferentes y cambiantes (ibídem, p. 5). 3 Ibídem, p. 12.

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conocimiento y las habilidades, y las circunstancias sociales, económicas y culturales que lo rodean”4. Los

elementos que definen cada uno de los tipos ideales desde los que se estudia el trabajo son:

1. La fuerza de trabajo, refiriéndose con ello a los distintos modelos de especialización establecidos en función de los conocimientos y cualificaciones requeridos para las distintas funciones especializadas que desarrollan los trabajadores (es el primer apartado del tema 2).

2. La división del trabajo aplicada, entendiendo por ello las formas de coordinación y control del trabajo (relaciones sociales) cuando los individuos realizan tareas diferentes pero relacionadas, así como las que organizan y coordinan el trabajo de especializaciones u ocupaciones relacionadas, pu diéndose distinguir tres niveles distintos de análisis: la sociedad en su conjunto, un sector económico dado, o una empresa, organización o centro de trabajo (es lo que afrontaremos en el segundo apartado del tema 2).

3. El mercado de trabajo, que aporta los recursos necesarios para el mantenimiento y la organización de las divisiones de trabajo para concederlos a los trabajadores y a los “consumidores” de trabajo, organizando las relaciones de intercambio entre ambos. Estrechamente ligados a la organización d el mercado de trabajo se encuentran los posibles modelos de carrera laboral disponibles (lo estudiaremos en el tema 3).

4. El reconocimiento o no de un programa de formación vinculado a un modelo de organización del trabajo (nos ocuparemos de ello en el tema 4).

5. La identidad e ideología que acompaña a las ocupaciones, es decir, los significados que se atribuyen al ejercicio de las distintas actividades laborales.

Por otro lado, esta caracterización de los tipos ideales de cada lógica organizativa de las ocupa ciones debe

acompañarse de un análisis de las “contingencias que son críticas para realizar las instituciones del tipo ideal y que varían en el tiempo y el espacio”; estas “contingencias” vienen dadas, para el autor, por “ la organización y las posiciones políticas de las agencias estatales, la organización de las mismas ocupaciones, y diversas circunstancias institucionales requeridas para la práctica exitosa de diferentes cuerpos de conocimiento y habilidades”

5. Nos ocuparemos de las políticas estatales en el tema 5.

Aunque no suela ser muy corriente adoptar una posición previa que sustente hacia dónde se van a dirigir

el conjunto de reflexiones de la asignatura, nos atrevemos a hacerlo tomando como referencia las preocupaciones a las que el propio autor pretendió dar respuesta en esta obra, y que reflejamos textualmente:

“Dado el tipo ideal que establece una perspectiva estable para la comparación de casos empíricos, y las instituciones históricamente variables esenciales para ello, el examen de su interacción nos permite comprender el sentido de los procesos que establecen y mantienen la posición de las profesiones. Se establece, además, un método sistemático de análisis que puede ser aplicado a todas las formas de trabajo, no sólo a los organizados como profesiones. Y aporta una fundamentación teórica para debatir las políticas sociales. ¿Son el monopolio, el credencialismo y el elitismo intrínsecos del profesionalismo enemigos del bienestar público? ¿Podrían todos los vestigios del profesionalismo en las economías políticas actuales ser sustituidos por el mercado libre o la burocracia racional? ¿O podrías reforzarse el profesionalismo?

4

Ibídem, p. 179. 5 Ibídem, p. 180.

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No tiene sentido responder a estas cuestiones sin reconocer de manera inevitablemente parcial en la que un tipo ideal puede realizarse en el mundo empírico. Es común entre los ideólogos defender que las deficiencias empíricas en sus políticas se deben a la realización incompleta de su modelo, y que removiendo todas las barreras para su plena realización se podría alcanzar la utopía. Yo no pienso en utopías, ni ahora ni en el futuro, ya que defiendo la racionalidad para las instituciones del profesionalismo, no voy a defender una política que intente realizarlo plenamente a expensas de los mercados o las firmas. La realidad es y debe ser una combinación mixta de las tres lógicas, siendo el dilema político la composición precisa de esa mixtura. La cuestión debería ser si las virtudes de cada una se suprimen por el énfasis en las otras y si sus vicios se estimulan excesivamente. Pienso que el énfasis en el consumismo y el eficientismo ha legitimado y hecho avanzar la búsqueda individual del autointerés material y la estandarización del trabajo profesional, que son los verdaderos vicios que las profesiones han criticado, preservando las formas sin el espíritu.”

6

Sin ceñirnos estrictamente al esquema aportado por Freidson, no obstante vamos a comenzar nuestras reflexiones sobre las organizaciones y las profesiones partiendo del problema de las especializaciones, integrando en ellas las propuestas de organización social del trabajo profesional en contraste con el trabajo “manual”, teniendo en cuenta los debates planteados en la Sociología sobre las consecuencias de estas formas de organización social del trabajo para los distintos colectivos de trabajadores, y las singularidades de los profesionales ante estos modelos organizativos. Esta problemática difícilmente podría entenderse si no tenemos presente la tradición teórica del análisis de la división del trabajo, en la que se susten tan los debates contemporáneos acerca de sus efectos e implicaciones sociológicas. Es por ello que las dos primeras partes de este tema se centran en un recorrido por las principales aportaciones teóricas primero sobre las “especializaciones” y luego sobre las “divisiones” del trabajo, donde tendremos en cuenta los aportes de los clásicos más relevantes en el análisis sociológico. En esta ocasión nos haremos eco en primer lugar de las aportaciones de A. Smith, quien para E. Freidson sustenta el tipo ideal d e la división del trabajo organizada en términos de la libertad de mercado. Pero lo haremos recogiendo los debates planteados primero por K. Marx a su concepción del trabajo especializado y del mercado, y finalmente por Durkheim, en cuya defensa de la “solidaridad social” mediante la regulación se han apoyado algunas de las teorías más importantes en el ámbito de la sociología de las profesiones. Finalmente, afrontaremos los fundamentos del análisis de Max Weber sobre la burocracia.

2. Especializaciones manuales e intelectuales: cualificaciones y control del trabajo profesional

Para afrontar el debate sobre las especializaciones, vamos a situarnos de nuevo en la tesis que formula

Freidson, para quien el fundamento del análisis de esta cuestión se sitúa en la identificación de los conocimientos y cualificaciones que sustentan los procesos de trabajo, defendiendo que existen diferentes tipos de conocimientos requeridos por distintos tipos de especializaciones ocupacionales: se debe reconocer que todo trabajo presupone el uso de conocimientos, es de hecho la práctica del conocimiento, y la organización social y económica de esa práctica juega un papel crítico en la determinación de qué conocimientos pueden ser empleados en el trabajo y de cómo pueden ser ejercidos dichos conocimientos. En sus palabras,

6 Ibídem, p. 181.

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“Las actividades productivas humanas que llamamos genéricamente trabajo se distinguen de las actividades de otras criaturas por el hecho de que están dirigidas por el conocimiento. Una adecuada sociología del trabajo, por tanto, debe también ser una sociología del conocimiento. Desafortunadamente, los estudiosos en este campo han restringido ampliamente su estudio al trabajo intelectual de filósofos, científicos y académicos. Una adecuada sociología del conocimiento debe abarcar mucho más que esto. Antes que nada, se debe reconocer que todo trabajo presupone conocimiento, que es la práctica del conocimiento, y que la organización social y económica de la práctica juega un papel crítico en la determinación tanto de qué conocimiento puede ser empleado en el trabajo como de cómo puede ser ejercido el conocimiento.”

7

El punto de partida es la definición de la “especialización ocupacional”, a la que el autor alude en términos del “uso de un cuerpo de conocimientos y destrezas limitados pensados para alcanzar fines productivos particulares”. La especialización es inherente al trabajo, pero para Freidson es importante tener presente que no todas las especializaciones son semejantes, y que las diferencias entre ellas sustentan el establecimiento del valor social, simbólico y económico de un trabajo, y justifican el grado de privilegios y de confianza que se le otorga a quienes lo desarrollan. No se pueden entender monolíticamente los procesos históricos de especialización de las distintas ocupaciones, puesto que a partir de la Revolución Industrial en realidad se forzaron dos grandes procesos de especialización: uno, en el ámbito del trabajo manual, sobre la figura del artesano, y otro, en el ámbito del trabajo intelectual, equivalente al proceso de desglosamiento y surgimiento de ocupaciones basadas en disciplinas. De estos procesos derivan dos grandes tipos de especializaciones que sustentan valoraciones y estatus ocupacionales diferentes

8:

- Manuales: las que derivan del proceso de división del trabajo en tareas parciales, en las cuales no existe una organización ocupacional del trabajo, ni sustenta identidades sociales adscritas a las especializaciones. En general, se valoran sus resultados por la productividad.

- Intelectuales: son las que derivan de “la búsqueda y la aplicación del conocimiento formal complejo y de la técnica”. Refieren a las disciplinas y subdisciplinas generadas a partir de las ocupaciones intelectuales, muchas de las cuales se convirtieron en ocupaciones autónomas, que se ejercen bien en términos de autoempleo, o bien en el empleo público, o bien en empresas. El desarrollo de esta forma de especialización ha dado lugar a figuras como el experto y el técnico. Suelen someterse básicamente a procesos de autoevaluación.

En los diferentes tipos de especialización puede darse un amplio rango de profundización, en función del margen de discrecionalidad (es decir, autonomía) que puede tener el trabajador. Desde esta perspectiva es posible distinguir entre “especialización mecánica” y “especialización (manual o intelectual) discrecional”:

- La “especialización mecánica” (la división detallada del trabajo, en términos marxistas, a la que también se refería Smith) dispone de un mínimo margen de discrecionalidad, y refiere a “la realización exclusiva de tareas que son tan simples y repetitivas que pueden ser realizadas virtuosamente por cualquier adulto normal”.

- La “especialización discrecional”, que implica tareas “en las que la discreción o el juicio propio se ejercen a menudo si se quieren realizar con éxito”, y pueden darse tanto en la especialización manual como en la intelectual.

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7 Ibídem, p. 27.

8 Ibídem, pp. 20-22.

9 Ibídem, p. 23.

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El carácter “manual” o “intelectual” de una especialización no se define por el uso de la “mente” o de las “manos” en el trabajo, sino por el tipo de conocimientos que requiere cada trabajo. Es por ello que el autor pasa a definir las especializaciones en relación con los distintos tipos de conocimiento que identifica de acuerdo con sus orígenes y su relación con instituciones sociales:

1) Conocimiento y habilidades cotidianas. Son los que se requieren para la vida cotidiana, a diferencia de los que “son necesarios sólo para trabajar en un oficio u ocupación particular”. Algunos son conocimientos tácitos, se usan inconscientemente (no se reflexiona sobre ellos), siendo esenciales para la realización práctica de todo tipo de trabajo en la sociedad. Varían históricamente y suelen estar segmentados por edad, raza, género y clase social. En las sociedades modernas suelen adquirirse en la escuela una parte de ellos (escritura, lectura, aritmética,...).

2) Conocimiento laboral práctico. Es aquel vinculado al trabajo en espacios particulares, no siendo compartido con la población en general. Puede ser también “consciente” o “tácito”.

3) Conocimiento formal. Está institucionalizado en “disciplinas”, es decir, en espacios institucionales diferenciados de la vida cotidiana (geografía, historia, sociología,...). Se enseña a quienes aspiran a entrar en ocupaciones especializadas. Buena parte de este conocimiento es abstracto y general, y no puede ser aplicado directamente a los problemas del trabajo. Es el que pasa a jugar un papel esencial en la diferenciación entre “especialización manual” e “intelectual”, puesto que sólo las “especializaciones intelectuales” son las que se apoyan en estos conocimientos para sustentar el propio acceso al trabajo.

4) Conocimiento tácito, que es aquel que se da por establecido y procede bien de la vida cotidiana, bien de la experiencia laboral. En palabras de Wood, “Este conocimiento tácito se aprende a través de la experiencia individual, normalmente es específico de una situación y difícil de articular en un lenguaje explícito y formalizado –desde luego, en sentido literal debe ser incapaz de articularse-.”

10

Partiendo del grado en el que se emplean estos diversos tipos de conocimientos en las especializaciones, Freidson distingue entre tres tipos ideales: especialización mecánica, especialización manual discrecional y especialización intelectual discrecional, cuyas características se observan en la siguiente Tabla:

Tabla 1. Proporción relativa de cada tipo de conocimiento y cualificación en cada tipo de especialización

Tipo de especialización

Conocimiento cotidiano

Conocimiento práctico

Conocimiento formal

Conocimiento tácito

Mecánica Alto Bajo Bajo Moderado Manual discrecional Moderado Alto Moderado Alto Intelectual discrecional

Bajo Moderado Alto Bajo

Con este marco de análisis nos situamos ante la posibilidad de realizar un análisis más complejo de las

implicaciones de los diversos modelos de organización social del trabajo antes caracterizados desde el punto de vista de la problemática de las cualificaciones. Así, nos encontramos con la posibilidad de identificar que existen ciertas

10

Wood, S. (1996): “El debate sobre la descualificación”, en Finkel, L. (1996): La organización social del trabajo, Madrid, Pirámide, p. 303. Para este autor, “lo que implica el concepto de capacidades tácitas es sin duda que los trabajadores no pueden reducirse a la clase de autómatas a la que apuntan las tesis simples de descualificación.” (ibídem, p. 304), si bien, como indica L. Finkel (opus cit., p. 263), es preciso tener cuidado con este concepto por el uso que pueden darle en algunos contextos las propias empresas (por ejemplo, como lo refleja Freidson en relación a los conocimientos cotidianos, un uso discriminatorio en razón del género e incluso la edad a la hora de seleccionar a los trabajadores).

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actividades laborales que se han visto organizadas en los términos de las especializaciones mecánicas, es decir, que se trata de ocupaciones en las que tiende a exigirse mucho “conocimiento cotidiano”, un cierto grado de “conocimiento tácito” y en escasos conocimientos laborales “prácticos” y “formales”. Estas especializaciones se diferencian de otros trabajos que, aún estando del lado del trabajo “manual”, pueden tener un cierto grado de discrecionalidad por parte de quien lo desarrolla, y se les requieren por ello más conocimientos laborales y tácitos, junto con un grado moderado de conocimientos cotidianos y formales. Finalmente, Freidson señala un tercer tipo ideal de especialización discrecional intelectual, normalmente asociada a las tesis “oficiales” de los grupos y ocupaciones profesionales de que “el conocimiento y las habilidades de una especialización particular requieren una fundamentación en conceptos abstractos y en el aprendizaje formal”, y que en éstos se apoya el ejercicio discrecional (sus perfiles serían: bajos conocimientos cotidiano y tácito, moderado conocimiento práctico y alto conocimiento formal).

Hemos caracterizado este tipo de planteamientos precisamente en las primeras vertientes de la Sociología

de las Profesiones (particularmente, en la corriente estructural-funcionalista). Pero también tiene interés tener presente cómo las sucesivas transformaciones de la organización social del trabajo han ido afectando al ámbito de las especializaciones intelectuales, en particular en dos dimensiones: su progresivo proceso de incorporación a las organizaciones y empresas (y la consiguiente integración en el trabajo asalariado) y las implicaciones que dicha incorporación ha podido tener en la determinación de las cualificaciones y la discrecionalidad en el ejercicio de sus funciones singulares. Dependiendo del marco de análisis en el que nos situemos, estas transformaciones han sido interpretadas sociológicamente en ocasiones como un proceso de “desprofesionalización”, y en otras como la “proletarización” de estos agentes (en la que se han centrado algunas aportaciones desde el marxismo). A estas cuestiones dedicaremos la cuarta parte de este tema.

3. A. Smith: división del trabajo, especialización y la lógica del mercado Según Freidson, hemos de tener en cuenta que tanto Adam Smith como Karl Marx utilizaron el término “división del trabajo” para referirse, al menos en parte, a la especialización, siendo A. Smith el que primero estableció la importancia de este proceso, si bien “más allá de su voluntad, estableció una tradición de uso que es confusa, y que desafortunadamente ha llegado hasta nuestro tiempo a través de la obra de Karl Marx y Émile Durkheim.”

11,

estando mezcladas en sus aportaciones las reflexiones sobre los procesos de transformación del trabajo artesanal con la introducción de la especialización y simplificación de tareas (sobre las que hablaron extensamente Marx y Smith, sobre todo) y sobre las relaciones que en el conjunto de la sociedad se establecían entre ocupaciones y actividades y su papel en la propia organización de las sociedades (sobre las que llamaron en particular la atención Marx y Durkheim). Adam Smith dedicó gran parte de su tiempo a referirse a la división del trabajo claramente como sólo especialización, aunque reconoció la existencia de más de un tipo de especialización, pero no intentó analizar todas.

11

Según el autor, “la división del trabajo es un concepto pobremente desarrollado, cargado de ambigüedad (ver Salz 1933: 279). Pues a pesar de su patente importancia y del extenso uso del mismo por numerosos autores, 117 años después de la publicación de La riqueza de las naciones Durkheim escribiría que “la teoría de la división del trabajo ha hecho… pocos progresos desde Adam Smith” (1964: 46). Y más de medio siglo después de Durkheim, Clemente (1972: 31) insistiría en que el concepto “es uno de los más vacíos”, que “ha recibido menos atención de la que se merece”. Unas dos décadas después se afirmaría acertadamente que “sorprendentemente pocas investigaciones asumen la división del trabajo como problema y examinan sus determinantes sociales y políticos así como sus factores técnicos y administrativos” (Strang y Baron 1990: 480). Esto puede ser debido a que los escritores clásicos – Smith, Marx y Durkheim- tuvieron un propósito más amplio, central y le prestaron menor atención. Ellos usaron el término para representar dos cosas bastante diferentes – un sinónimo de especialización en abstracto, de un lado, y de otro la manera en que las especializaciones se constituían en ocupaciones u oficios y sus interrelaciones organizadas.” (Freidson, 2001, opus cit.)

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Freidson, indudablemente al igual que en general la mayoría de los autores contemporáneos, atribuye, no obstante, un papel crucial a Smith en la apertura del debate sobre la división del trabajo: “Ningún otro escritor más que Smith ha sido responsable de la popularización del concepto (…). Como los otros autores clásicos, Smith se propuso comprender y conceptualizar los profundos cambios sobrevenidos en la economía política europea, el movimiento desde la sociedad feudal, preindustrial, a la que llamamos sociedad moderna, industrial. Se ocupó de explicar las fuentes de la productividad y de la acumulación de capital. A diferencia de muchos otros escritores clásicos, sin embargo, él abogó por una particular política económica nacional que pensaba que llevaría a la “opulencia universal”. Dado este propósito, el concepto de división del trabajo requería análisis poco extensos (…).”

12

Tenemos, por tanto, una idea central en sus planteamientos: evidenciar cómo la especialización a la que conducía la división del trabajo artesanal, junto con la maquinaria, era el sustento del aumento de la productividad y del crecimiento económico, enfatizando con ello la importancia económica de la actividad humana:

“Cuál es la obra de la fábrica de alfileres: un operario de éstos, no habiendo sido educado por principios en su oficio (que la división del trabajo calificó de distinto artefacto), ni teniendo noticia del uso de las máquinas que en él se emplean (a cuya invención dio acaso motivo la división misma), apenas podría acabar, aunque aplicase toda su industria, un alfiler al día, o por lo menos es cierto que no podría hacer 20. Pero en el estado en que hoy día se halla este oficio no sólo es un artefacto particular la obra entera o total de un alfiler, sino que incluye cierto número de ramos, de los cuales cada uno constituye un oficio distinto y peculiar. Uno tira el metal o alambre, otro lo endereza, otro lo corta, el cuarto lo afila, el quinto lo prepara para ponerle la cabeza; y el formar ésta requiere dos o tres operaciones distintas; el colocarla es otra operación particular; es distinto oficio el blanquear todo el alfiler; y muy diferente, también, el de colocarlos ordenadamente en los papeles. Con que el importante negocio de hacer un alfiler viene a dividirse en 18 o más operaciones distintas, de las cuales en una cosas se forjan por distintas manos y en otras una mano sola forma tres o cuatro diferentes. He visto un laboratorio de esta especie en que sólo había empleados diez hombres, de los que cada uno, por consiguiente, ejercía dos o tres distintas operaciones de ellas. Pero aunque eran muy pobres, y muy mal provistos de máquinas necesarias, cuando se esforzaban a trabajar hacían cerca de 12 libras de alfileres al día. En cada libra habría más de 4.000 de mediana magnitud y, por consiguiente, estas diez personas podían hacer cada día más de 48.000 alfileres, cuya cantidad partida entre diez tocaría a cada uno hacer al día 4.800. Pero si éstos hubieran trabajado separada e independientemente, sin haber sido educados por principios en el oficio peculiar de cada uno, ninguno ciertamente hubiera podido llegar a fabricar 20 alfileres al día, y acaso ni aún uno solo, que es tanto como decir que no haría ciertamente la vicentésima cuadragésima parte, y acaso la cuadrimilésima octogentésima de los que al presente son capaces de hacer en consecuencia de una división propia y de una juiciosa combinación de sus diferentes operaciones.”

13

12

Ibídem. 13

Smith, A. (1776, 1983): Riqueza de las Naciones, vol. 1, Barcelona, Bosch, p. 45 (citado por Köhler, H-D y Martín Artiles, A. (2007): Manual de Sociología del trabajo y de las relaciones laborales, Madrid, Delta, p. 71).

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La división del trabajo permite aumentar la destreza de los trabajadores, al reducir su actividad a una o pocas operaciones (y ello a lo largo de toda su vida); ahorra tiempo, al no tener que cambiar de actividad cada obrero; y fomenta la mejora de las herramientas y el uso de máquinas, permitiendo que un solo hombre realice el trabajo de muchos

14. La generalización de este modelo de especialización sería el sustento, en definitiva, de la “opulencia

universal”, si bien reconoce que sus efectos sobre los conocimientos que los obreros emplean en la producción son contradictorios, ya que al tiempo que aumenta su virtuosismo, conduce a su degradación:

“Con los progresos en la división del trabajo viene a reducirse a muy pocas y muy sencillas operaciones el empleo de la mayor parte de los individuos que de él se mantienen y forman parte del gran cuerpo del pueblo. Los conocimientos de la mayor parte de los hombres se perfeccionan necesariamente con el ejercicio de sus mismos empleos. Un hombre que gasta la mayor parte de su vida en formar una o dos operaciones muy sencillas, casi uniformes en sus efectos, no tiene motivos para ejercitar mucho su entendimiento, y mucho menos su invención para buscar varios expedientes con que remover diferentes dificultades que en distintas operaciones pudieran ocurrirle. Casi viene a perder el ejercicio noble de aquella potencia, y aún se hace generalmente estúpido e ignorante cuanto cabe en una criatura racional. La torpeza de su entendimiento no sólo le deja incapaz del gusto de una conversación y trato racional, sino de concebir sentimientos nobles y generosos, así como de formar aún una justa idea y un juicio sólido de las obligaciones de la vida privada. (…) Entorpece la actividad de su cuerpo y le suele hacer incapaz de ejercitar sus fuerzas con vigor y perseverancia en cualquier otro ejercicio a que no esté acostumbrado, mientras de este modo parece adquirir la destreza de su oficio peculiar a expensas de sus potencias intelectuales, civiles y marciales. Tal es el estado en que no puede menos de incurrir un pobre trabajador, que equivale a decir la mayor parte del pueblo, dentro de una sociedad adelantada y culta, a no tomarse el Gobierno el trabajo de precaverlo con el desvelo en la enseñanza.

En cierto sentido no ocurre lo mismo en las sociedades que comúnmente se llaman bárbaras, de cazadores, de pastores y aún labradores, que atraviesan aquel rudo estado de agricultura que precede al adelanto de las artes y manufacturas y a la extensión del comercio con las naciones extrañas. En tales sociedades, las distintas ocupaciones de cada hombre le obligan a ejercitar más su capacidad natural y a inventar medios con que vencer las varias dificultades que continuamente le salen al paso. La invención se mantiene siempre en un vivo ejercicio, y el entendimiento no incurre en aquella estupidez que parece cubrir en una nación civilizada las luces de la mayoría.”

15

Aunque su principal interés fuera evidenciar el papel productivo de la división del trabajo, no obstante Smith reconocía que sus ventajas no afectaban por igual a las distintas clases sociales, en la medida en que consideraba que la “riqueza de las naciones” no era una cuestión exclusivamente económica, sino también social

16: los factores

clásicos de la producción –tierra, capital y trabajo- remitían en su obra a las tres clases sociales fundamentales de su tiempo –terratenientes, capitalistas y trabajadores-, siendo el trabajo el factor fundamental en la creación de la riqueza (y, por tanto, los trabajadores los agentes centrales del crecimiento), cuya distribución se materializa en las

14

Finkel, L. (1996): opus cit., p. 15. 15

Smith, A. (1776, 1983): opus cit., pp. 99 y ss (citado por Köhler, H-D. y Martín Artiles, A. (2007): pus cit., pp. 72-73). 16

Rodríguez Guerra, J. (1993): “A. Smith y la Teoría del Capital Humano. Notas sobre una relación problemática”, en Témpora, nº 21-22, p. 292.

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tres formas de la renta (asociada a la tierra), el beneficio (asociado al capital) y el salario (“aquella recompensa que se otorga cuando el trabajador es una persona distinta del propietario del capital que emplea al obrero”

17). A pesar de

su defensa de la plena libertad del mercado, Smith, no obstante, reconoce que las relaciones de intercambio entre capital y trabajo no son armoniosas, partiendo de una situación de ventaja el capital:

“El hombre siempre ha de vivir y mantenerse con su trabajo. Por consiguiente, su salario ha de alcanzar por lo menos para su mantenimiento. (…) Los salarios del trabajo, en todas las naciones, se acomodan al convenio que por lo común se hace entre estas dos partes, cuyos intereses de ningún modo pueden considerarse los mismos. El operario desea sacar lo más y el empresario dar lo menos que puede. Pero no es difícil de prever, (…) cuál de estos dos partidos en ciertas ocasiones habrá de llevar la ventaja (…). Los empresarios o dueños, como menos en número, pueden con más facilidad concertarse, además de que las leyes, por lo regular, autorizan en éstos combinaciones y las prohíben en los otros (…). En semejantes contiendas no pueden dejar de llevar siempre las ventajas los dueños. Un señor de tierras, un labrador, un fabricante, o un comerciante rico, aunque en todo un año no empleen trabajador alguno, por lo general tendrán con qué mantenerse (…). Muchos, o los más de los operarios o trabajadores, no podrán mantenerse una semana; pocos podrán subsistir un mes sin trabajar, y apenas habrá uno que lo pueda hacer un año entero. A largo espacio de tiempo, tanto el trabajador como el fabricante, el comerciante y el hacendado, se necesitarán recíprocamente, pero nunca será en los segundos esta necesidad tan inmediata.”

18

El reconocimiento de estas diferentes condiciones de partida no es obstáculo para avanzar en la explicación de las circunstancias en las que debe sustentarse la diferenciación entre los salarios, en la que encontramos, si cabe, una referencia a la necesidad de que se tenga en cuenta aquellas actividades que suponen elevados costes y mayor dificultad del aprendizaje

19, por lo tanto, la única norma de valor no será la cantidad, sino también la calidad del

trabajo: “Si una especie de trabajo requiere un grado extraordinario de destreza e

ingenio, la estimación que los hombres hagan de esas aptitudes dará al producto un valor superior al que corresponde el trabajo en el empleado. Dichas aptitudes raramente se adquieren sino a fuerza de una larga dedicación, y el valor superior de sus productos representa, las más de las veces, sólo una compensación razonable por el tiempo y el trabajo que se necesitan para adquirirlos. Con el progresos de la sociedad las compensaciones de esta especie, que se corresponden a una mayor pericia y esfuerzo, generalmente se reflejan en los salarios…”

20

17

Smith, A. (1776), citado por Rodríguez Guerra, J. (1993): ibídem, p. 294. 18

Smith, A. (1776), citado por Köhler, H-D. y Martín Artiles, A. (2007): opus cit., p. 73. 19

“Cuando se construye una máquina muy costosa, se espera que la operación, la actuación extraordinaria de la misma, hasta su total amortización, repondrá el capital invertido y procurará, por lo menos, el beneficio corriente. Un hombre educado a costa de mucho trabajo y de mucho tiempo, en uno de aquellos oficios que requieren una pericia y destreza extraordinarias, se puede comparar con una de estas máquinas costosas. La tarea que él aprende a ejecutar hay que esperar le devuelva, por encima de los salarios usuales del trabajo ordinario, los gastos completos de su educación y, por lo menos, los beneficios correspondientes a un capital de esa cuantía. Es necesario, además, que todo ello acaezca en un período de tiempo razonable, habida cuenta de lo muy incierta que es la duración de la vida humana, y a semejanza de lo que hace con la máquina, cuya duración es más cierta.” (Smith, A. (1776), citado por Rodríguez Guerra, J. (1993): opus cit., pp. 300-301). 20

Smith, A. (1776), citado por Rodríguez Guerra, J. (1993): opus cit., p. 303.

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Sin embargo, estas consideraciones las aplica al caso de lo que él definía como “trabajo productivo” (el que “añade valor al objeto al que se incorpora”, y que “se concreta y realiza en algún objeto especial o mercancía vendible, que dura, por lo menos, algún tiempo después de terminado el trabajo”), pero no al “trabajo improductivo” (que no añade valor, y en el que coinciden producción y consumo)

21. Esta diferencia tiene interés, por cuanto el autor

integraba el trabajo profesional en el trabajo improductivo, que no contribuía al crecimiento económico, y cuyas remuneraciones incluso venían influidas por el rango social que se les atribuía a las profesiones:

“Fiamos nuestra salud a un médico, nuestros bienes, y a veces nuestra vida y nuestra reputación, a un Letrado, o a un Procurador en nuestra ausencia. Esta confianza no puede depositarse en gentes de mediana y mucho menos de baja condición. Por tanto, la recompensa debe ser tal que pueda sostenerles en el rango que requiere en la sociedad una confianza de esta especie. El dilatado tiempo de la educación de éstos, los gastos de su enseñanza, combinados con las demás circunstancias, levantan mucho más el cómputo que lo que parece merecía su mero trabajo.”

22

Finalmente, hay que tener presente una idea central de Smith respecto a la división del trabajo, concebida socialmente, que sirve de base a Freidson para la definición del tipo ideal de la “lógica de la libre competencia” o la “lógica del mercado”. Como afirma y explica L. Finkel, el grado de división del trabajo en la sociedad está sometido a las limitaciones que imponen las dimensiones del mercado:

“La creciente especialización supone un alto grado de interdependencia, como consecuencia de la cual cada actividad individual necesita de la producción de bienes y servicios de otras industrias. Ya en la economía de trueque el individuo podía satisfacer sus necesidades intercambiando el excedente de su producción por otros productos, pero, al generalizarse la división del trabajo, este proceso de dependencia se acentúa hasta tal punto que <cada hombre vive intercambiando y llega a ser en alguna medida un comerciante>. No obstante, Smith cree que esta división del trabajo, de la que se derivan tantas ventajas, no es producto de la sabiduría humana, sino que más bien constituye la consecuencia necesaria, aunque lenta y gradual, de una cierta propensión de la naturaleza humana al trueque e intercambio de una cosa por otra. Pero si la propensión al intercambio es lo que da origen a la división del trabajo, también Smith advierte de que la misma está limitada o condicionada por la dimensión del mercado. No se puede estimular a nadie a que se dedique totalmente a un solo trabajo cuando el mercado es muy pequeño, ya que hay cierto tipo de industrias que sólo pueden desarrollarse en una gran ciudad.”

23

3.1. El tipo ideal: la división del trabajo basada en la libre competencia En la medida en que es a este autor al que Freidson atribuye el establecimiento de las principales ideas que orientan la “lógica de la libre competencia”, consideramos que es este el espacio en el que debemos hacernos eco de

21

Ibídem, p. 306. 22

Ibídem, p. 310. 23

Finkel, L. (1996): opus cit., p. 15.

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sus señas de identidad en lo central: la división y organización del trabajo en la sociedad que supone. Lo hacemos recogiendo la síntesis que el autor nos ofrece en “The Third Logic”:

“Adam Smith claramente sugiere un modo de organización del trabajo en la sociedad. Dentro de su estado de perfecta libertad, el trabajo puede ser organizado solamente por relaciones de intercambio en las que todos los trabajadores son libres para competir sin límites como individuos para la realización de cualquier tipo de trabajo que ellos decidan. Smith presenta lo que la crítica ha denominado “economía de Crusoe” (Lavoie 1991). De esas condiciones de libertad perfecta florece un modo particular de creación de una división del trabajo. Las “combinaciones” por las que los trabajadores o empleadores conspiran colectivamente para obtener alguna ventaja en el mercado no deben existir. Sin combinaciones, la división del trabajo puede ser muy fluida, con especializaciones ocupacionales y empresas productivas emergiendo libremente y desapareciendo según las demandas del mercado y la competencia por otros cambios. Aquellos manufactureros y artesanos que sobreviven deben no sólo producir bienes y servicios al menor coste posible (lo cual es interpretado como eficiencia) sino que deben también ser capaces de cambiar de un producto o servicio a otro cuando el mercado demanda cambios o cuando la competencia reduce la posibilidad de beneficios, o incluso desaparecerán y serán suplantados por los competidores.

Igualmente, en esa situación de libre competencia pura dentro de los mercados, los trabajadores geográficamente y ocupacionalmente móviles serían capaces de realizar cualquier tarea y obtendrían los mejores ingresos donde pudieran hacerlo. Sin ninguna restricción de movimiento desde una localidad a otra en la búsqueda de trabajo y sin limitaciones a moverse ni leyes protectoras ni costumbres que impidan a los trabajadores ofrecerse a realizar cualquier tipo de trabajo, los roles laborales, empleos y ocupaciones no deben tener límites claros ni jurisdicciones. Muchos trabajos son fácilmente transformables en empleos cuya existencia real puede ser fugaz, y sus tareas pueden cambiar. Dichos empleos pueden desarrollar una identidad no coherente, y quienes los realizan difícilmente están inclinados o son capaces de desarrollar una identidad y conciencia ocupacional. De hecho, una gran parte de los trabajos fácilmente implican especializaciones cotidianas que pueden ser cambiadas en diversas circunstancias. El contenido del trabajo que abarca especializaciones mecánicas y discrecionales puede ser muy inestable, variando aún si sólo en pocas formas satisfacen las diferentes demandas de cada empleador o consumidor

24. Así, el

número relativo de especializaciones diferentes entre ellos probablemente sea menor. Debido a que muchos, si no la mayoría, de los empleos es probable que duren poco, pocos de ellos, si es que hay alguno, se basarán en una extensa experiencia o formación. Las carreras laborales, o líneas de carrera (…), se convertirán en una sucesión de posiciones de mercado diversas y temporales, que por su naturaleza no pueden requerir la aplicación de habilidades complejas para las que se requiera un largo período de formación o experiencia –“carreras desordenadas” (Wilensky 1961, y ver Spilerman 1977), con el trabajo clasificado como descualificado o semi-cualificado. Sin protección jurídica ni otras fuentes de

24

Es característico de los economistas clásicos y neoclásicos maximizar la capacidad de los consumidores de estar bien informados, para calcular decisiones racionalmente.

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estabilidad, el contenido de los empleos variará para satisfacer las diferentes demandas de cada empleador o consumidor. Se debilita la estandarización.”

25

Obviamente, estamos hablando de un tipo ideal, aquel que puede inspirar el establecimiento de la lógica pura de la competencia y de la plena desregulación, por tanto, en todas las dimensiones tenidas en cuenta en el modelo planteado por Freidson: de las cualificaciones y conocimientos requeridos por los trabajos, de los límites jurisdiccionales entre ocupaciones, de las barreras protectoras en el mercado de trabajo, del establecimiento de líneas promocionales que no se inspiren más que en la pura competencia, de programas formativos que puedan reducir la “eficiencia” económica de los puestos de trabajo… y todo ello supone la imposición de un modelo basado en la movilidad plena y en el protagonismo central de la demanda (de los consumidores) en la determinación de las ofertas (las condiciones y la organización del trabajo). Como el mismo autor establece, en su estado puro difícilmente se puede encontrar materializado en la realidad; en primer lugar, porque toda división del trabajo es el resultado de decisiones, y por lo tanto, de regulaciones, y afirma que el propio Smith tenía que reconocer esto:

“Que existen opciones entre modos de organización de la división del trabajo fue ciertamente reconocido por Adam Smith en su discusión de cómo las “políticas de Europa”, guiadas por la teoría mercantilista y, se puede decir, la conveniencia política, interfirieron con la libertad de mercado. No se trataba de que Europa no pudiera sobrevivir bajo estas políticas, sino más bien, pensaba Smith, que su economía crecería más firmemente bajo las condiciones de un mercado libre apoyado en las políticas del laissez faire por parte del estado.”

26

Pero también, en segundo lugar, porque tampoco es concebible su aplicación en sociedades complejas:

“...una competencia individual completamente libre y la fluidez que se le presupone debido a la ausencia de limitaciones sociales organizadas de los trabajadores y consumidores, es difícil imaginar cómo una división del trabajo así pudiera existir si no es en una sociedad pequeña y simple donde existen relativamente pocos consumidores y sofisticadas demandas. Es incluso difícil imaginar cómo las manufacturas modestamente organizadas descritas por Smith podían existir, dejando fuera las grandes organizaciones, más diferenciadas, analizadas después por Marx. Además, un pacto de este tipo llegaría a chocar con el proceso que Smith deploró (1976ª, 74-5), cuando los “maestros” se enfrentaban al trabajo y explotaban la ventaja intrínseca de su posesión de capital y de equipamiento capital frente a los trabajadores que solamente poseían su fuerza de trabajo. Dicho enfrentamiento contradice los términos del modelo del libre mercado, por supuesto, así como enfrenta a los trabajadores.”

27

Sin embargo, y por ello tiene importancia la consideración de esta lógica como uno de los tres tipos ideales que modelan las políticas organizativas en nuestro tiempo, es importante no desestimar algo que sí es bastante real: que el discurso de la libre competencia reaparece y se renueva constantemente en las sociedades contemporáneas para justificar determinados tipos de políticas laborales, y no ya sólo en el ámbito de las “especializaciones manuales” contempladas por Smith, sino también en el de las “discrecionales”, es decir, específicamente en el ámbito de la organización del trabajo profesional, donde, como podremos ver, se han venido desplegando ciertas

25

Freidson, E. (2001): opus cit. 26

Ibídem. 27

Ibídem.

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líneas de cuestionamiento del “profesionalismo” amparadas en la idea de que sean el “consumo” y la demanda (y no las propias disciplinas) los que determinen la validez de una oferta determinada de servicios.

4. La crítica marxista de la división social del trabajo: cualificaciones y control del trabajo

En primer lugar, hemos de tener en cuenta que, a diferencia de Smith, Marx sí que intentó ofrecer una concepción de la división del trabajo concebida como proceso que afectaba al modo de organización de la sociedad en su conjunto, además de a los procesos de especialización del trabajo en la producción. En realidad, para el autor ambos procesos estaban estrechamente implicados en el caso de las sociedades capitalistas, en las que el modelo de relaciones sociales impuesto socialmente se hacía efectivo en las propias formas de organización del trabajo productivo tal como se fueron conformando en el Modo de Producción Capitalista.

Cuando nos situamos en el marco teórico planteado por Marx, hablar de “división del trabajo” equivale a

hablar de división entre “Trabajo Manual” y “Trabajo Intelectual”, pero entendiendo por ello que no nos estamos refiriendo a una distinción entre “trabajos que se hacen con las manos” y “trabajos que se hacen con la mente”, sino a las funciones de las distintas actividades y de los agentes que las desarrollan en el marco de las relaciones sociales en su conjunto, que para Marx eran básicamente relaciones de dominio y de subordinación asociadas, asimismo, a las relaciones de producción. Por lo tanto, encontramos, como admite Freidson, que para él “la “división social del trabajo” está compuesta por todas las diferentes ocupaciones o tareas que existen en una sociedad en su conjunto, atendiendo al tipo de especialización o al método social de organización”

28, por lo que sus análisis resultan

efectivamente más ricos que los realizados por Smith y, como veremos, por Durkheim. Vamos a seguir el desarrollo de esta conceptualización partiendo de lo más básico: qué entendía Marx por “trabajo”. En una primera aproximación, Marx analiza los procesos de trabajo haciendo abstracción de las formas concretas que éstos asumen en las distintas épocas históricas. Desde este punto de vista, se nos presenta todo proceso de trabajo como relación dialéctica entre el hombre y la naturaleza. En tanto todo proceso de trabajo consiste en la transformación de una materia prima en un valor de uso, se puede descomponer en tres elementos:

la actividad orientada a un fin (o trabajo propiamente dicho, que implica el empleo de energía humana o fuerza de trabajo, que se diferencia del trabajo en tanto éste es el rendimiento del uso de la fuerza de trabajo).

el objeto de trabajo (o materia prima). los medios de trabajo (que, junto al objeto de trabajo, constituyen lo que Marx denomina “medios de

producción”). Mientras que los medios y el objeto de trabajo pueden considerarse “condiciones objetivas” de todo proceso de trabajo, en la fuerza de trabajo encontramos, además de sus condiciones objetivas específicas (nivel de cualificación, organización, etc.), una faceta “subjetiva”, ya que, al manifestarse en la actividad laboral misma, se somete al logro de un fin predeterminado. Para Marx, todo trabajo humano, por simple que fuera, contenía una dimensión intelectual, por eso la diferenciación fundamental que establecía era frente al “trabajo animal”:

“Una araña ejecuta operaciones que recuerdan la del tejedor, y una abeja avergonzaría, por la construcción de las celdillas de su panal, a más de un maestro albañil. Pero lo que distingue ventajosamente al peor maestro albañil de la mejor de

28

Marx, K. (1978): El Capital, Libro I, Madrid, Siglo XXI, Vol. 1, p. 223.

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las abejas es que el primero ha modelado la celdilla en su cabeza antes de construirla en cera. Al consumarse el proceso de trabajo surge un resultado que antes del comienzo de aquél ya existía en la imaginación del obrero, o sea idealmente. El obrero no sólo efectúa un cambio de forma en lo natural, al mismo tiempo, efectiviza su propio objetivo, objetivo que él sabe que determina, como una ley, el modo y manera de su accionar y al que tiene que subordinar su voluntad”

29

Por lo tanto, tenemos que para Marx un trabajo no se considera “manual” porque carezca de contenido en sí mismo, sino por la función que desempeña en el marco de las relaciones de dominio en el conjunto de la sociedad o en el propio proceso productivo. Quizás sea la expresión conocida de Gramsci cuando planteaba que “todos los hombres son intelectuales, pero no todos tienen en la sociedad la función de intelectuales”, la que mejor verbaliza esta idea, resaltando precisamente que la categorización de una persona o colectivo en tanto que “intelectuales” había que “situarla en el conjunto de relaciones en el que ellos -…- vienen a unirse al complejo general de las relaciones sociales”

30. Por lo tanto, para ubicar a las ocupaciones y los agentes en el marco de las relaciones sociales

entre trabajo manual y trabajo intelectual, hay que buscar criterios no estrictamente derivados del contenido material del trabajo, sino más abiertamente derivados de su propia relación con el saber como fundamento del ejercicio del poder.

Una segunda aclaración viene al caso hacer respecto de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual. Esta división no es específica del Modo de Producción Capitalista (M.P.C.), pero sin embargo, asume formas específicas: es en este modo de producción donde, por vez primera, se accede a diferenciar entre “trabajo intelectual” y “trabajo manual” en el seno mismo de los procesos productivos, diferenciación forzada por el capital a través de las continuas transformaciones de los procesos de trabajo incorporados a la producción, que ha sido caracterizada por Marx como un proceso revestido de carácter “político” (no sólo técnico), en cuanto está implicado en el conflicto en torno a la distribución del control, el conocimiento y el poder entre la fuerza de trabajo y el capital. El análisis de los procesos de trabajo ha de partir de las formas concretas que asumen en unas condiciones sociales específicas. Esta fue la tarea que él mismo se propuso realizar en la Sección IV de El capital, en la que analizó la evolución histórica de las transformaciones de los procesos de trabajo en el marco de las relaciones capitalistas de producción. El hecho de que un proceso de trabajo se ejecute bajo relaciones sociales capitalistas no modifica en nada su naturaleza general, pero sí implica que está sometido a unas condiciones específicas que no se habían presentado en otros modos de producción: el proceso de trabajo, en cuanto proceso en el que el capitalista consume la fuerza de trabajo, muestra como fenómenos peculiares el control del obrero por el capital y la apropiación por éste del producto del trabajo

31. El capitalista ha de tener en cuenta que el proceso de trabajo

humano requiere de la voluntad del obrero para que se lleve a cabo, y ha de enfrentarse a esto bajo unas condiciones que potencian más el desinterés que la atención:

"Habiendo sido forzados a vender su fuerza de trabajo a otro, los trabajadores también entregan su interés en el proceso de trabajo, el cual ahora ha sido alienado. El proceso de trabajo ha pasado a ser responsabilidad del capitalista"

32

De aquí parte el problema del control del trabajo en el Capitalismo: dadas estas condiciones, el capitalista

buscará e impondrá medidas de control y modos de trabajo en los que la importancia de la voluntad o la capacidad de decisión del obrero tienda a ser disminuida, reducida a un mínimo, jugando en ello un papel central la cuestión del

29

Ibídem, p. 216. 30

Gramsci, A. (1974): La formación de los intelectuales, Barcelona, Grijalbo, pp. 25-26. 31

Ibídem, p. 224. 32

Ibídem, p. 75.

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control del conocimiento requerido para el desarrollo del trabajo. En definitiva, el capital intentará que el control del proceso de trabajo pase de manos del obrero a las suyas, forzando de esta forma un proceso de "alienación progresiva del proceso de producción"

33. Asimismo, el capital ensayará por doquier fórmulas disciplinarias diferentes,

muchas de ellas no ligadas a necesariamente a los modos de trabajo, pero que se muestran necesarias allí donde éstos aún no le permiten un dominio total sobre los productores. La incorporación del capital al proceso productivo ha implicado la continua transformación de los procesos de trabajo. En el Capítulo VI (inédito) de "El Capital", Marx analiza estos procesos, a los que denominó "sumisión del trabajo al capital", distinguiendo entre aquellos de carácter formal y los de carácter real

34. La "sumisión formal" se

caracteriza por la introducción del capital en la producción sin que se llegue a transformar los modos de trabajo, sólo afectando a las relaciones de producción y al proceso productivo considerado globalmente:

"Que el trabajo se haga más intenso o se prolongue la duración del proceso laboral; que el trabajo se vuelva más continuo y, bajo la mirada interesada del capitalista, más ordenado, etc., no altera en sí y para sí el carácter del proceso real del trabajo, del modo real del trabajo"

35

Esta sumisión formal se distingue de la "real" en que en ésta se revolucionan las condiciones reales de

producción y el mismo proceso de trabajo. La sumisión real tiene relevancia en el tema que nos ocupa porque bajo ella, la producción del excedente no se realiza exclusivamente de forma extensiva sino también de forma intensiva

36,

esto es, no aumentando la jornada de trabajo sino la fuerza productiva del mismo. En este proceso de sumisión del trabajo al capital Marx distingue básicamente tres etapas, analizadas en la Sección IV de El Capital: la “cooperación simple”, la “manufactura” y la “gran industria”. La “Cooperación Simple” constituye el primer modelo de organización del proceso de trabajo bajo el dominio del capital. Aunque el trabajo cooperativo no es privativo del Modo de Producción Capitalista, en éste adquiere unas características específicas, que llevaron a considerar a Marx la "Cooperación Simple" como una fase de este modo de producción. En este sentido, la define como

"...la forma de trabajo de muchos que, en el mismo lugar y en equipo, trabajan planificadamente en el mismo proceso de producción o en procesos de producción distintos pero conexos."

37

En esta forma capitalista de la cooperación, es un mismo capital individual el que emplea al conjunto de los obreros (compra su fuerza de trabajo), el único propietario de los medios de producción y del producto del trabajo, así como el que ejerce el control sobre la producción concebida globalmente. Su fin último es la valorización del capital. Si bien el proceso mismo de trabajo no sufre apenas modificaciones, ya que la actividad del obrero sigue constituyendo el ejercicio de un oficio artesanal, surge una fuerza productiva social del trabajo del simple hecho de poner a colaborar a distintos artesanos

38. Sin embargo, de ella sólo se beneficia el capitalista: para él es gratuita, pero

le pertenece su producto en tanto en cuanto se genera con la puesta en acción de elementos que él previamente ha

33

Braverman, H. (1980): Trabajo y Capital Monopolista, México, Nueva Visión, p. 226. 34

Marx, K. (1980): El Capital, Capítulo VI (inédito), México, Siglo XXI, pp. 55-60. 35

Ibídem, p. 56. 36

Los términos de "producción extensiva" e "intensiva" del excedente equivalen a los de "plusvalor absoluto" y "relativo" utilizados por Marx. Los hemos recogido de C. Palloix (1979): "El proceso de trabajo del fordismo al neofordismo", El Cárabo, nº 13-14, p. 127. 37

Marx, K. (1975): El Capital, Libro I, Madrid, Siglo XXI (Vol. 2), p. 395. 38

Ibídem, p. 400.

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adquirido en el mercado. Con ella se obtiene un incremento de la tasa de plusvalor que se extrae del proceso productivo: aumenta la productividad del trabajo, lo cual se traduce en un abaratamiento del valor de las mercancías, así como en una reducción del tiempo de trabajo necesario para la reproducción del obrero. Para el obrero los efectos son negativos en un doble aspecto: la fuerza productiva social que surge es apropiada por el capital pero, además, pierde control sobre el proceso productivo en su conjunto: con la extensión de la cooperación como modelo de organización, la función de dirección "se convierte en el requisito para la ejecución del proceso laboral mismo, en una verdadera condición de producción"

39. Dado el carácter capitalista de la

cooperación, esta función aparece, en realidad, como función del capital: éste concentra en sus manos la planificación global de la producción, la toma de decisiones del proceso en su conjunto, aunque el obrero conserva para sí la concepción, planificación y ejecución del proceso de trabajo, de los modos de operar. Con la subordinación del obrero a la planificación del capital comienza un proceso de escisión entre la concepción y la ejecución en el sistema productivo, escisión que constituye un eje fundamental de la problemática del control del trabajo. A esta separación del obrero de la planificación global se une, con el desarrollo de la Cooperación Simple, el abandono por parte del empresario de la función de vigilancia directa de los trabajadores, función que recae en un nuevo conjunto de asalariados situados entre el poder del capital y la masa obrera que ejecuta el trabajo directo

40.

La Cooperación Simple, aunque resulta ventajosa para la satisfacción de los objetivos del capital -mayor valorización del capital a través de un mayor control sobre el proceso productivo- se muestra no obstante limitada. La superación de estas limitaciones -tales como el enorme grado de autonomía que poseía cada obrero individual en el desempeño de su trabajo- vendrá dada por la aplicación de una división de los oficios en tareas parciales. Cuando dicha subdivisión supone una asignación permanente y exclusiva de las tareas parciales a obreros individuales entramos en una nueva fase del proceso de sumisión del trabajo al capital denominada por Marx la Manufactura, característica de las sociedades capitalistas entre mediados del siglo XVI y finales del XVIII. La aplicación sistemática de la división del trabajo constituye el primer gran principio innovador del proceso de trabajo forzado por el capital. Con ella, se inicia la transformación del trabajo mismo, aunque en este período aún queda circunscrita al ejercicio de una operación artesanal: "el procedimiento analítico, en efecto, parte de un oficio artesanal y llega siempre a una operación artesanal"

41.

Con la división del oficio en operaciones parciales se logró aumentar la productividad del trabajo, al promover el "virtuosismo" del trabajador

42, el perfeccionamiento de las herramientas de trabajo

43 y la intensificación

39

Ibídem, p. 402 (el subrayado es de M.J.) 40

Ibídem, p. 403. 41

De Palma, A. (1977): "La organización capitalista del trabajo en "El Capital" de Marx", Cuadernos de Pasado y Presente, nº 32, p. 15. Encontramos en Marx alusiones a estas dos cuestiones:

- Respecto al inicio de la transformación del proceso de trabajo: "Mientras que la cooperación simple, en términos generales, deja inalterado el modo de trabajo del individuo, la manufactura lo revoluciona desde los cimientos y hace presa en las raíces mismas de la fuerza individual de trabajo" (Marx, K. (1975): opus cit., p. 438)

- Respecto a su carácter aún artesanal: "El análisis del proceso de producción en sus fases particulares coincide aquí por entero con la disgregación de una actividad artesanal en sus diversas operaciones parciales. Compuesta o simple, la operación sigue siendo artesanal, y por tanto dependiente del vigor, habilidad, rapidez y seguridad del obrero individual en el manejo de su instrumento" (ibídem, p. 412).

42 El ejercicio, por un mismo obrero, de distintas operaciones que componen un oficio permite la aparición de "poros" en su

jornada laboral en la forma de interrupciones en el desempeño de las distintas tareas. Al pasar a ejecutar una sola operación a la largo de todo el día, reduce e incluso anula la posibilidad de que surjan estas interrupciones. Asimismo, se desarrolla la destreza del obrero en la realización de esta operación (ibídem, p. 414).

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del trabajo (al hacer depender la actividad de unos obreros de la de otros)44

. Lo novedoso en este caso es que no sólo aumenta la fuerza productiva del trabajo en beneficio del capital, sino que además lo hace mutilando al obrero, con la división de su oficio en tareas parciales:

“Mientras que la Cooperación Simple, en términos generales, deja inalterado el modo de trabajo del individuo, la Manufactura lo revoluciona desde los cimientos y hace presa en las raíces mismas de la fuerza individual de trabajo. Mutila al trabajador, lo convierte en una aberración al fomentar su habilidad parcializada –cual si fuera una planta de invernadero- sofocando en él multitud de impulsos y aptitudes productivos, tal como en los estados del Plata se sacrifica un animal para arrebatarle el cuero o el sebo.”

45

La parcelación del obrero tiene que ver fundamentalmente con las transformaciones que se promueven en la

propia fuerza de trabajo, en las destrezas requeridas para el ejercicio de la actividad laboral: la división en tareas y su distribución entre los obreros tal como se practicó marcaron el inicio de un proceso de descualificación de la fuerza de trabajo que será profundizado posteriormente. Esta descualificación afecta, por vez primera, a las destrezas necesarias para el desempeño de la actividad artesanal y representa, en la manufactura, una cierta expropiación del saber del obrero por parte del capital. La descualificación tiene implicaciones importantes para el problema del control del trabajo, estando relacionada con varios aspectos importantes del mismo:

1. Separación entre concepción y ejecución. La pérdida de destrezas para el desempeño de la actividad laboral

implica una pérdida de comprensión global del proceso de trabajo, comprensión que a partir de ahora sólo poseerá el capital:

“Los conocimientos, la inteligencia y la voluntad que desarrollan el campesino o el artesano independientes, aunque más no sea en pequeña escala –al igual que el salvaje que ejerce todo el arte de la guerra bajo la forma de astucia personal-, ahora son necesarios únicamente para el taller en su conjunto. Si las potencias intelectuales de la producción amplían su escala en un lado, ello ocurre porque en muchos otros lados se desvanecen. Lo que pierden los obreros parciales se concentra, enfrentado a ellos, en el capital”

46

Con esta separación de la concepción del propio proceso de trabajo, el obrero transfiere al capital gran parte

de su capacidad de decisión, lo cual implica que ha conseguido hacerse con unas mayores posibilidades de controlar el trabajo del obrero y el proceso productivo en general.

2. Dependencia de la fuerza de trabajo. Al parcelarse su oficio y dedicarse de forma exclusiva a una

operación, el obrero pierde la capacidad de ejercer un oficio de forma independiente. Esto significa que no sólo ha de vender su fuerza de trabajo por no poseer medios de producción, sino que ahora ha de venderla, además, por ser

43

La parcelación de las tareas potencia el perfeccionamiento de las herramientas de trabajo en un doble sentido: su diferenciación (“instrumentos de la misma clase adquieren formas fijas especiales para cada aplicación útil particular” y su especialización (“cada uno de tales instrumentos especiales sólo opera con toda eficacia en las manos de un obrero parcial específico”). Ibídem, pp. 415-416. 44

En la producción manufacturera, la materia prima de un obrero parcial viene dada por el producto parcial del trabajo de otro u otros obreros. Esta “interdependencia directa” fuerza a cada obrero a emplear en su actividad laboral sólo el tiempo necesario para la producción de su producto parcial. Esto genera, según Marx, “una continuidad, uniformidad, orden y sobre todo una intensidad en el trabajo, radicalmente distintas de las que imperan en la artesanía independiente e incluso en la Cooperación Simple”. Ibídem, p. 420. 45

Ibídem, pp. 438-439. 46

Ibídem, pp. 439-440.

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incapaz de ponerla en funcionamiento de forma independiente. Todo esto supone el establecimiento de una relación de dependencia más fuerte entre el obrero y la dirección capitalista:

“...ahora es su propia fuerza de trabajo individual la que se niega a prestar servicios si no es vendida al capital. Únicamente funciona en una concatenación que no existe sino después de su venta, en el taller del capitalista.

47

3. Jerarquización de la fuerza de trabajo. La parcelación del trabajo es utilizada también por el capital para

transformar la forma en que ejerce la disciplina y en que se organiza a los obreros en el taller. En función de la especialización, las tareas se distinguirán unas de otras por requerir grados de habilidad, desenvoltura, atención, etc., diferentes. Esto permite al capital establecer una gradación de las tareas según su complejidad y, con ella, se impone una jerarquización en el conjunto de productores, a la que corresponde una escala de salarios. Junto a esta división jerárquica de los obreros se desarrolla una nueva división, ahora entre trabajadores cualificados y no cualificados.

Al igual que ocurrió en la Cooperación Simple, si bien con la Manufactura se asiste a un desarrollo de la

fuerza productiva del trabajo, este desarrollo sólo beneficia al poseedor de los medios de producción. Sin embargo, a pesar de que se mejorasen las condiciones de explotación del obrero, éste continuó poseyendo posibilidades de controlar su trabajo, dado el carácter artesanal que aún poseía el mismo. Y la clase obrera no desaprovechó esta circunstancia, desarrollando gran cantidad de formas de resistencia que representaron uno de los principales problemas a los que hubo de enfrentarse el capital en este período y que le llevaron a forzar un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas a través de una nueva forma de organización y ejecución del proceso productivo. Este nuevo desarrollo lo permite la propia Manufactura: el perfeccionamiento de las herramientas que potenció, posibilitó a su vez la aparición de la maquinaria, que llega a constituir la nueva base técnica del trabajo en un nuevo período del proceso capitalista de trabajo: la Gran Industria

48.

La maquinaria permite suprimir el artesanado como base técnica del proceso de trabajo. Con el artesanado,

desaparece una de las principales limitaciones del trabajo manufacturero para el capital, el subjetivismo, que es sustituido por la aplicación consciente y sistemática de la ciencia en la producción:

“En cuanto maquinaria, el medio de trabajo cobra un modo material de existencia que implica el reemplazo de la fuerza humana por las fuerzas naturales, y de la rutina de origen empírico por la aplicación consciente de las ciencias naturales. En la manufactura, la organización social del trabajo es puramente subjetiva, combinación de obreros parciales; en el sistema de las máquinas, la gran industria posee un organismo de producción totalmente objetivo al cual el obrero encuentra como condición de producción material, preexistente a él y acabada”

49.

Con el proceso de trabajo articulado a partir de la maquinaria, el capital accede a unas posibilidades de control del trabajo nunca alcanzadas con la Manufactura:

47

Ibídem, p. 439. 48

Ibídem, p. 449. 49

Marx (1975) diferencia entre la intensificación del trabajo sin el uso de la maquinaria, que “consistía en poner al obrero, mediante el aumento de la fuerza productiva del trabajo, en condiciones de producir más con el mismo gasto de trabajo y en el mismo tiempo”, y el carácter de dicha intensificación en la Gran Industria, donde la maquinaria “impone a la vez un mayor gasto de trabajo en el mismo tiempo, una tensión acrecentada de la fuerza de trabajo”. Opus cit., p. 499.

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1. División del trabajo. La Gran Industria se configura en torno a una división del trabajo diferente a la de la manufactura, que consiste en la “distribución de los obreros entre máquinas especializadas, así como de masas de obreros (...) entre los diversos departamentos de la fábrica, en los que trabajan en máquinas del mismo tipo...”

50. La

utilización de las máquinas convierte en innecesaria la asignación de los obreros a una función de forma permanente; sin embargo, esta asignación permanente va a continuar vigente en la fábrica, practicándose en un principio por la inercia de la tradición creada en la manufactura y, en un segundo momento, aplicándose de forma consciente y sistemática por el capital, que la convierte en un medio más de control y explotación de la fuerza de trabajo:

“La especialidad vitalicia de manejar una herramienta parcial se convierte en la especialidad vitalicia de servir a una máquina parcial. Se utiliza abusivamente la maquinaria para transformar al obrero, desde su infancia, en parte de una máquina parcial.”

51

En la Gran Industria la subordinación del obrero al medio de trabajo se convierte, en palabras de Marx, en

una “realidad técnicamente tangible”52

, y permite el desarrollo de formas disciplinarias que llegan a constituir un “régimen fabril” en el que adquiere relevancia el trabajo de supervisión, que divide a los obreros en trabajadores directos y capataces

53.

2. Descualificación de la fuerza de trabajo. Íntimamente ligado a la división del trabajo se encuentra el

proceso de descualificación que la utilización de las máquinas promueve. En la Gran Industria este proceso, ya iniciado en la Manufactura, se consuma, puesto que no se trata ya de la mutilación del obrero por la pérdida de algunas destrezas, sino que asistimos ahora a un casi total “vaciado” del contenido de su trabajo:

“la habilidad detallista del obrero mecánico individual, privado de contenido, desaparece como cosa accesoria e insignificante ante la ciencia, ante las descomunales fuerzas naturales y el trabajo masivo social que están corporificados en el sistema fundado en las máquinas y que forman, con éste, el poder del patrón.”

54

Con esta pérdida de contenido del trabajo directo, la separación entre concepción y ejecución se convierte

en una realidad palpable; el obrero, ahora mero ejecutor, pierde toda posibilidad de tomar decisiones en su trabajo; el área decisional del mismo ha pasado ahora a manos del capital:

“Ahora, en la fábrica, es la dirección quien decide las modalidades de funcionamiento y de organización de las máquinas. Las únicas operaciones reservadas al obrero se reducen a los servicios auxiliares de vigilancia, de corrección de las operaciones mecánicas y de alimentación de la máquina. Además, una parte cada vez mayor de las funciones manuales residuales es poco a poco mecanizada e incorporada a las máquinas”

55

La faceta intelectual del trabajo se convierte en un elemento de poder del capital, pero, al mismo tiempo,

deja de ser el fundamento de la jerarquización que caracterizaba al periodo manufacturero, aunque se introducen

50

Ibídem, p. 512. 51

Ibídem, p. 515. 52

Ibídem, p. 516. 53

Ibídem, pp. 517-518. 54

Ibídem, p. 516. 55

De Palma, A. (1977): opus cit., p. 24.

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elementos que dan pié a una jerarquización cualitativamente diferente: con la descualificación del trabajo se permite la incorporación masiva de trabajadores no cualificados en la producción, los cuales se van a ver situados jerárquicamente por debajo del grupo de trabajadores cualificados y de aquellos encargados de la inspección del trabajo directo. Queda, de esta forma, modificada la composición social de los trabajadores en la fábrica: la gran masa de los productores son ahora trabajadores no cualificados, mientras que los escasos trabajadores cualificados pasan a jugar un especial papel, erigiéndose en agentes de control del capital sobre el resto de productores directos. Pero también se introduce otro aspecto novedoso respecto a la fuerza de trabajo: con las máquinas incorporadas a la fábrica, la fuerza física deja de constituir un elemento imprescindible de la fuerza de trabajo; por lo tanto, a partir de este momento, también las mujeres y los niños pasan a engrosar el ejército de reserva que el capital tiene a su disposición y que va a utilizar, en determinados momentos, de forma preferente a la fuerza de trabajo adulta masculina

56. La descualificación del trabajo en la Gran Industria se muestra doblemente efectiva para el capital: por

un lado, contribuye a una mayor desvalorización de la fuerza de trabajo y, por otro, supone un ataque directo a las formas de resistencia que la clase obrera había desarrollado gracias a las destrezas que la Manufactura aún le permitía poseer.

En definitiva, la aportación de Marx viene dada por esta integración en sus análisis entre los procesos de

especialización y el establecimiento de un marco de relaciones disciplinarias:

“Su concepto de la división detallada del trabajo de la fábrica incluía no sólo lo que yo llamo la especialización mecánica, sino también la organización social formalmente estructurada de la fábrica capitalista en la que la especialización mecánica es instituida y mantenida por “oficiales” y “capataces” en roles de dirección y supervisión. Habló de las especializaciones mecánicas y de la organización de la supervisión como derivadas de las circunstancias históricas específicas del capitalismo (Marx 1967: cap. 13-14). Para él, la “división detallada del trabajo” contiene en sí una variedad de tareas que son todas de carácter mecánico y una organización social formal que es empleada para constituirla, dirigirla y coordinarla.”

57

4.1. Recapitulación: lo que ha quedado de Marx No se puede negar que en sus elaboraciones Marx tuvo como un referente importante a A. Smith y sus

aportaciones sobre la mejora de la productividad derivada de la especialización del trabajo, pero indudablemente su objetivo fue sentar las bases para hacer evidente que el modelo de especialización que sustentó la división detallada del trabajo no sólo no era “natural”, sino que estaba intrínsecamente vinculada a las relaciones sociales de explotación y dominio típicas del Modo de Producción Capitalista, por lo que no cabía esperar de su obra una defensa de esta lógica organizativa. Para él la organización del trabajo dentro de la fábrica no era ajena al marco de las

56

Si bien Marx llamó la atención sobre la ampliación del ejército de reserva de fuerza de trabajo que permitía la maquinaria con la incorporación de mujeres y niños al mismo (Marx, K. (1975): opus cit., pp. 480 y ss.), encontramos en la obra de B. Coriat un intento de mostrar cómo, en determinados momentos, el capital fomenta la contratación de mujeres y niños. En su libro El taller y el cronómetro, recoge manifestaciones de algunos fabricantes que defienden el “consumo productivo del niño” como necesidad técnica; buena muestra de ello es la siguiente cita: “...los delicados y flexibles dedos de los niños son más convenientes que los de los hombres para efectuar el anudado de los hilos, tarea que se les encomienda especialmente. De modo más general, dan muestra (...) de una flexibilidad del cuerpo para colocarse en cualquier parte (...) de la que sería incapaz el adulto” (Citado por Coriat, B. (1979): El taller y el cronómetro, Madrid, Siglo XXI, pp. 17-20). 57

Freidson, E. (2001): opus cit., p.

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relaciones sociales de la producción capitalista, pero sí que consideraba que compatibilizaban desde modelos organizativos distintos; en palabras de Freidson,

“En una economía política en su conjunto, en sus sectores económicos o

industriales diferenciados, y en espacios de trabajo particulares, es posible concebir un plan controlado jerárquicamente que especifica en detalle lo que debe ser cada tarea de una división del trabajo, quién debe realizarla, qué relación hay entre las tareas, y quién asumirá el poder para ejercer la dirección sobre ellas. Marx (1963: 135) imaginó cómo podía ser organizada jerárquicamente la división del trabajo en una sociedad completa:

<La sociedad en su conjunto tiene esto en común con el interior de una empresa, que ésta también tiene una división del trabajo. Si uno toma como modelo la división del trabajo en una empresa moderna, para aplicarla a la sociedad global, la sociedad mejor organizada para la producción de riqueza indudablemente sería la que tuviera un solo empleador jefe, distribuyendo tareas a los diferentes miembros de la comunidad de acuerdo a unas normas previamente fijadas.>

En esta profecía Marx esquematizó lo que nosotros llamamos una economía de dirección, pero rechazó que en su tiempo la división social del trabajo (o lo que es lo mismo, la división del trabajo en el conjunto de la sociedad) estuviera organizada de esta manera, concluyendo que <aunque dentro de la empresa moderna la división del trabajo está meticulosamente regulada por la autoridad del empleador, la sociedad moderna (en su conjunto) no tiene otra regla, ni otra autoridad para la distribución del trabajo que la libre competencia> (1963: 135). De hecho, él inadecuadamente caracterizó la división social del trabajo de su tiempo en los términos en los que Adam Smith defendía como lo que debería ser y concibió un método eficaz de organización como una economía política completa en directa contradicción con los planteamientos de Smith.”

58

Es decir, para él efectivamente –sin entrar en más detalles- donde el carácter jerárquico y despótico de la división capitalista del trabajo se hacía evidente era en el interior de las empresas productivas, puesto que en el mundo social externo la imagen era la de la igualdad entre individuos ante el mercado. Al poner el énfasis en el carácter capitalista y, por tanto, interesado, de la división del trabajo dentro de la producción, vinculaba el debate sobre la especialización del trabajo y sobre las relaciones entre especializaciones al de la crítica y necesaria transformación de raíz de las relaciones capitalistas de producción, proceso en el que situaba a la clase trabajadora (configurada por los trabajadores “manuales” sobre los que se había producido todo el proceso de descualificación y pérdida de control sobre el trabajo) como depositaria de la construcción de un modelo de organización del trabajo alternativo a la especialización y parcelación (“mutilación”) del trabajador, que sustentase un marco cooperativo (y no jerárquico ni despótico) de toma de decisiones y de control sobre el trabajo y la producción y, sobre todo, orientado desde la lógica de la rentabilidad colectiva y social frente a la de la explotación y dominio por el capital. Para Freidson, en realidad, poco se puede extraer de sus aportaciones que vaya mucho más allá de la reflexión crítica –y con un carácter más que nada general- sobre los procesos organizativos y de la división del trabajo en la sociedad capitalista:

58

Ibídem.

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“En sus primeros trabajos, Marx era hostil a la idea de que personas dedicaran su vida a practicar una especialidad simple, sin importar su complejidad y discrecionalidad. Una división estable del trabajo entre trabajadores era un anatema para él incluso si estaba organizado y administrado por los mismos trabajadores. En sus últimos trabajos, aunque parece que había aceptado la especialización ocupacional de alguna manera como un imperativo de las necesidades técnicas de la producción, aportó sugerencias sobre la forma en que sería organizada la división del trabajo en las empresas productivas cuando se crearan por parte de los trabajadores y no de los capitalistas (Rattansi 1982: 163-79). Preveía la posesión por la clase trabajadora, y que la toma de decisiones colectiva guiaría la producción así como la gestión cotidiana de las empresas, pero como ha afirmado Rapaport (1976: 33), no se enfrentó a <las relaciones de autoridad en la dirección de la producción, y la división social del trabajo entre planificadores, directores y productores>. Este prejuicio contra la especialización y la división del trabajo en una parte de los analistas influenciados por Marx continúa hasta la actualidad, un hecho que Sayer y Walker deploran apropiadamente (1992).”

59

Sin embargo, como veremos en el último apartado de este tema, desde el marco de análisis que ha inspirado este autor sí que se ha desplegado un conjunto de aportaciones sobre los análisis de los procesos de trabajo desde el punto de vista de la problemática tanto de las cualificaciones como del control y la participación en la producción que han marcado, en algunos casos, un antes y un después en la sociología del trabajo y de las profesiones.

5. Las aportaciones de Max Weber: la lógica burocrática

Toda la sociología que parte de Weber va a insistir mucho en la acción y los actores sociales, sus valores culturales, sus motivaciones y, en general, los factores subjetivos. Este significado subjetivo compartido puede ser pasado, presente o futuro, puede ser o no comprendido explícitamente.

Weber distinguía entre cuatro tipos ideales de acción social:

1.- La conducta racional deliberada, acción que evalúa los resultados posibles calculando los medios y valorando instrumentalmente el peso de distintas alternativas para el logro de un fin que se pretende alcanzar.

2.- La conducta racional orientada a valores: persigue ideales y no toma en consideración otras alternativas que no sean relevantes a esos valores. Hace caso omiso de la instrumentalidad.

3.- La conducta afectiva: determinada por las pasiones y sentimientos actuales del agente. Es la orientación por la presión emocional, no por un valor o ideal.

4.- La conducta tradicional: regida por la costumbre heredada, no evalúa los medios ni persigue ideales. Así son la mayor parte de las conductas cotidianas, orientadas por el sentido común

60.

La acción social no tiene lugar en ámbitos indefinidos o imprecisos, sino que la probabilidad de realizar acciones con una orientación estable y previsible se basa en la creencia compartida en la existencia de un orden legítimo, que contextualiza la acción. Dicho orden se manifiesta en las leyes, normas, convenciones y usos en los que se enmarca la conducta de los actores, y tiene un carácter convencional o consensual. Un cambio en el orden legítimo permite un cambio en la acción social y su orientación. De estos tipos de conducta social, la conducta afectiva y la

59

Ibídem. 60

Weber, M. (1979): Economía y Sociedad, México, Fondo de Cultura Económica, p. 20.

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tradicional se sitúan en el límite de la conducta puramente automática, siendo entonces de mayor interés para la sociología las conductas racionales que conforman los dos primeros tipos, en tanto en cuanto abarcan más claramente el elemento de la orientación subjetiva. Esta acción social, sea orientada hacia los propios fines o hacia valores, constituye en esencia el germen del hecho social, de la relación social y, en definitiva, del orden social.

Por “relación social” Weber refiere a “la conducta de dos (o de varios) actores que tienen en cuenta en su comportamiento la existencia de los demás”. Su especificidad, en cuanto que acción social, reside en esa “orientación a otro” por parte de los actores implicados en la acción. Esto no significa que los sujetos asignen a la relación el mismo sentido, que tengan las mismas actitudes, o que estén dispuestos a cooperar, las relaciones de conflicto son también significativas sociológicamente: “designamos por relación social el comportamiento de varios individuos en la medida en que, por su contenido significativo, el de los unos se regula por el de los otros y se orienta en consecuencia. De ese modo, la relación social consiste esencial y exclusivamente en la posibilidad de que se actúe socialmente de una manera significativamente expresable.”

61

La previsión de un individuo sobre los actos de otro no es fruto de relaciones causales, sino que descansa en probabilidades. Así, unos modos de acción son más estables que otros, y la probabilidad de que se den se apoya en las uniformidades de la conducta humana. Estas uniformidades de la conducta están en función de sus motivaciones y las creencias de los individuos: las formas más estables de relación social son aquellas en las que las actitudes subjetivas de los individuos que participan en ellas están orientadas por la creencia en un “orden legítimo”.

Toda relación que tiene un carácter duradero presupone uniformidades de conducta que, al nivel más básico, consisten en lo que Weber denomina “uso”. Una costumbre es un uso que descansa en un arraigo duradero. Uso o costumbre es, en definitiva, cualquier forma de proceder <usual> seguida habitualmente por un individuo o por cierto número de individuos, si bien no está expresamente aprobado ni desaprobado por los demás (conducta tradicional). La conformidad a los usos y costumbres no requiere estar sancionada formalmente, sino que es asunto de la voluntad espontánea del agente (sentido común).

En el otro polo, se encuentra el tipo ideal de la acción racional, en que los individuos buscan subjetivamente sus intereses. Aquí son los intereses los que sustentan la uniformidad de la conducta y, por ello, la relación social es generalmente mucho más inestable. En esta conducta, tiene un peso especial la cuestión del “orden legítimo”. Las formas más estables de relación social son aquellas en las que las actitudes subjetivas de los individuos que participan en ellas están orientadas por la legitimidad. Esta legitimidad no equivale siempre a adhesión a los principios que sustentan el orden, pero sí un reconocimiento del propio orden establecido como las reglas del juego sobre las que se llevan a cabo las acciones y relaciones sociales.

El enfoque de Weber obliga a romper con el análisis formulado por Marx sobre las implicaciones políticas e interesadas de la intervención capitalista en el proceso de trabajo de forma particular; para él, estas transformaciones tienen un sentido entendido en otro marco más genérico y abstracto de un amplio proceso de racionalización de las conductas sociales del que el capitalismo no constituye sino una materialización concreta y que no tiene una explicación en términos de relaciones de clase. Las acciones racionalizadoras son concebidas por este autor “como el resultado y extensión del sentido y la motivación de los actos individuales” y, por ende, protestantismo, capitalismo y burocracia son procesos históricos resultantes del progreso de la racionalidad en la especie humana: constituyen, por tanto, estructuras y prácticas racionales que “representan el triunfo de la razón como base del orden social.”

62

Weber establece una distinción básica entre los conceptos de “poder” y “dominación”. El concepto de poder, más amplio, remite a “la probabilidad de imponer la propia voluntad, dentro de una relación social, aun contra toda resistencia y cualquiera que sea el fundamento de esa probabilidad” (Weber, 1979, p. 43). El concepto de dominación refiere a una situación específica, en la que existe “la probabilidad de encontrar obediencia a un mandato de determinado contenido entre personas dadas”, es decir, refiere a la situación en que existe probabilidad de que un

61

Ibídem, p. 21. 62

Laurin-Frenette, 1985, Las teorías funcionalistas de las clases sociales: sociología e ideología burguesa, Madrid, Siglo XXI, p. 88

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mandato sea obedecido. Interesa acceder a caracterizar la dominación en términos sociológicamente significativos, que para el autor refieren a “un estado de cosas por el cual una voluntad manifiesta (“mandato”) del “dominador” o de los “dominadores” influye sobre los actos de otros (del “dominado” o de los “dominados”), de tal suerte que en un grado socialmente relevante estos actos tienen lugar como si los dominados hubieran adoptado por sí mismos y como máxima de su obrar el contenido del mandato (“obediencia”).”

63 Este concepto de dominación se limita, por

tanto, a aquellas situaciones en las que existe un “poder de mando autoritario” fundado en la legitimidad (deber de obediencia): no hay dominación porque el individuo simplemente cumple el mandato, sino porque lo cumple considerándolo válido, legítimo.

La legitimación del dominio puede apoyarse en motivos diferentes: “por convencimiento de su rectitud, por sentimiento del deber, por temor, por ‘mera costumbre’ o por conveniencia”

64, y estas motivaciones influyen

decisivamente en las estructuras empíricas de la dominación. Cada principio de legitimidad se halla enlazado con una estructura sociológica fundamentalmente distinta del cuerpo y de los medios de que se dispone, a través de los cuales se ejerce el dominio. Toda diferencia social que implique una relación de dominio/subordinación tiene, en definitiva, que autojustificarse.

65

Es a partir de los principios legitimadores por los que Weber distingue tres tipos puros de dominación legítima: legal, tradicional y carismática, que él describe a partir de cuatro dimensiones:

- principio de legitimación - agente que monopoliza el dominio - aparato de mando - relación entre el agente dominador, su aparato de mando y los dominados

1.- Dominación legal:

- Su legitimidad se apoya en las reglas estatuidas: se obedece no por el derecho propio del “superior”, sino a la regla estatuida. También el que ordena debe obedecer a las reglas, es un “servidor”. Se trata, según Weber, de un principio democrático de legitimación, ya que la norma es igual para todos. Además, es racional, en la medida en que es transformable (“cualquier derecho puede crearse y modificarse por medio de un estatuto sancionado correctamente en cuanto a la forma”)

66.

- Agente de la dominación: el “superior”, cuyo derecho de mando está legitimado por una regla, en el marco de una competencia concreta, cuya delimitación y especialización se fundan en la utilidad objetiva y en las exigencias profesionales puestas a la actividad del funcionario. El criterio de acceso a posiciones de mando es su “competencia”, cuya base formal reside en la educación y las titulaciones.

- Aparato de mando: el funcionario: por dotes profesionales; condiciones de servicio: contrato, sueldo (graduado sobre la base del cargo y no del trabajo) y derecho a promoción estatuida. Interviene con objetividad.

- Fundamento organizativo: la jerarquización, con derecho a queja, y funcionamiento por la disciplina del servicio.

- Agentes dominados: son tratados como ciudadanos.

- Ejemplos históricos que aporta Weber: la estructura moderna del Estado, la relación de dominio de la empresa privada y en distintas asociaciones que tengan un equipo numeroso y jerárquicamente articulado. La burocracia es el tipo técnicamente más puro de dominación legal.

63

Weber, M. (1979): opus cit., p. 699. 64

Ibídem, p. 695. 65

Ibídem, p. 706. 66

Ibídem, p. 707.

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2.- Dominación tradicional:

- Su legitimidad se apoya en la creencia en la santidad de las normas y los viejos modelos y poderes. Es la autoridad personal fundada en reglas tradicionales: “se obedece a la persona en virtud de su dignidad propia, santificada por la tradición: por fidelidad”. Parte del reconocimiento de un estatuto como “válido desde siempre”. Se trata de un dominio poco flexible: “en principio se considera imposible crear nuevo derecho frente a las normas de la tradición”. Asimismo, es menos democrático que el anterior tipo: si bien la violación desconsiderada de las normas por el señor pondría en entredicho su legitimidad, en cambio, fuera de estas normas tradicionales su voluntad sólo se encuentra limitada de forma elástica, dependiendo en cada caso de su sentimiento de equidad y, por tanto, puede obrar conforme a su placer, su simpatía o antipatía, bajo puntos de vista personales. Lo importante son los valores (equidad ética material, justicia, utilidad práctica) y no las formas

67.

- Aparato de mando: constituido por “servidores” particulares, cuyo vínculo con el jefe no se sustenta en la competencia, sino en lazos de sangre, amistad o fidelidad. Su acceso al mando, su parcela de poder se define en cada caso por la discreción del señor; lo definitorio no es la disciplina o el deber objetivos del cargo sino la fidelidad personal.

- Agentes dominados: súbditos dóciles

- Ejemplos históricos: la dominación patriarcal y la dominación de clase.

3.- Dominación carismática:

- Su legitimidad reside en la devoción afectiva a la persona del señor y a sus dotes sobrenaturales (carisma) y, en particular, facultades mágicas, revelaciones o heroísmo, poder intelectual u oratorio. Se obedece por las dotes excepcionales del “caudillo” (no por su posición estatuida ni por su dignidad tradicional); por tanto, puede ser inestable: sólo se es caudillo mientras le son atribuidas las dotes extraordinarias, mientras subsiste el carisma. No existen reglas. Los cambios se dan por “lucha de caudillos”.

- Agente de dominio: el caudillo, el profeta.

- Aparato de mando: el apóstol, que es escogido según carisma y devoción personal, y no por su competencia o privilegio de clase.

- Agentes subordinados: la “comunidad”, para la cual la fe y el reconocimiento se consideran un deber.

- Ejemplo histórico: Jesucristo.

Estos tipos puros no se dan estrictamente aislados en la realidad, sino que más bien en ésta la estabilidad de la dominación reside en bases mixtas: “la habituación tradicional y el ‘prestigio’ (carisma) figuran al lado de la creencia –igualmente inveterada últimamente- en el significado de la legalidad formal: la conmoción de uno de ellos por exigencias puestas a los súbditos de modo contrario a la tradición, por una adversidad aniquiladora del prestigio o por violación de la legal corrección formal usual sacude en igual medida la creencia en la legitimidad”

68.

Dominación legal Dominación tradicional Dominación carismática

Principio de legitimación Reglas estatuidas Autoridad personal Reglas tradicionales

Carisma

67

Ibídem, p. 709. 68

Ibídem, p. 713.

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Agente dominador Superior jerárquico Señor (transmite y maneja las reglas)

Caudillo

Llega a ser dominador por

Cualificación profesional, competencia

Sabiduría o dignidad personal (conocimiento de la tradición, madurez)

Dotes extraordinarias

Aparato de mando Funcionario (dotes profesionales)

Servidor (dependencia personal)

Apóstol (dotes carismáticas)

Agentes dominados Ciudadanos Súbditos Comunidad

Tipo puro Burocracia Patriarcado Guerrero o líder religioso

Esta conceptualización de las formas de dominación tiene importancia porque permite a Weber ofrecer una caracterización de la forma predominante de organización del poder en las sociedades modernas, que se identifican por el predominio de la BUROCRACIA, un modelo que afecta por igual, a su juicio, a la organización de la producción capitalista como a otros ámbitos de la actividad humana.

Por burocratización de una determinada actividad entienden los autores que se hacen eco de Weber, la implantación de un sistema de dominación burocrática en dicha actividad:

“En todo campo, religioso, económico o educativo, Weber observa la proliferación de las organizaciones de gran escala, la concentración de los resortes de la administración en la cúspide jerárquica y, en general, la adopción del tipo burocrático de organización. El ejército moderno, la iglesia, la universidad, van perdiendo progresivamente su aspecto tradicional, al ser cada vez más regulados por reglas racionales e impersonales dirigidas a conseguir la máxima eficiencia. En este sentido, la empresa de gran escala es el ejemplo más representativo. Los medios de producción dejan de estar en manos del obrero-productor y la total estructura de la organización se establece conscientemente y según principios racionales.”

69

Mouzelis llama la atención sobre la caracterización que Max Weber ofreció sobre la transición de las sociedades feudales a las sociedades modernas. Partiendo de la Edad Media, Weber consideraba al señor de una hacienda feudal como guiado por una orientación tradicional en su conducta económica: “demasiado falto de iniciativa para construir una empresa a gran escala en la que los lugareños constituyan la fuerza de trabajo”. Sólo en la medida en que comenzó a resquebrajarse el modelo feudal, en que los campesinos y la tierra se liberaban del señor feudal (ss. XII y XIII) fue posible que se fuera introduciendo la economía capitalista. Este proceso de liberación del campesinado de los lazos señoriales fue paralelo al crecimiento de las ciudades; en éstas tiene lugar el desarrollo de la industria de transformación de las materias primas que adoptó, en principio, la forma de talleres artesanales en los que operaban artesanos libres que se comenzaron a aglutinar en gremios (“organización de trabajadores artesanales especializada según el tipo de ocupación... con una regulación interna del trabajo y el monopolio contra los intrusos”). El desarrollo de la industria y de los artesanos tuvo lugar en Occidente, según Weber, porque esta sociedad desarrolló mayores necesidades de consumo que ninguna otra, permitiendo la existencia de mercados más amplios, con más compradores. Constituían modos económicos más racionales que la servidumbre y la agricultura medieval, al ser estructuras más libres y adaptables a los requerimientos emanados de la nueva vida urbana.

Con todo, los gremios artesanales aún contenían aspectos irracionales de una estructura económica tradicional: por ejemplo, un patrón no contaba con más capital que otro, con lo cual se ponían límites al crecimiento de las empresas. Entre los siglos XIV y XVI se va produciendo la degradación de los gremios artesanales, a través en

69

Mouzelis, N. (1991): Organización y burocracia: un análisis de las teorías modernas sobre organizaciones sociales, Barcelona, Península, p. 24

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principio del surgimiento de “industrias a domicilio” y, sobre todo, de los talleres manufactureros. Con ellos, y posteriormente con las industrias, se instaura un modelo organizativo racional de producción: el trabajador libre realiza actividades coordinadas y especializadas, porque los medios de producción pertenecían al empresario, el capital fijo era del empresario y se requería un sistema de contabilidad indispensable para la capitalización: “La disciplina en el trabajo se asegura por un conjunto de normas dirigidas enteramente a ajustar al trabajador a las exigencias del máximo rendimiento.”

70

Respecto de los individuos, el desarrollo de este tipo de organización se traduce en una extrema limitación de su espontaneidad y libertad personal y en una creciente incapacidad para comprender las propias actividades individuales en relación con los fines de la organización. Sea en las empresas privadas, sea en la Administración Pública, la moderna burocracia favorece, en líneas generales, la aparición de un tipo de personalidad mutilada –el especialista, el experto técnico- que va desplazando progresivamente el ideal del hombre culto de las pasadas civilizaciones.

71 En definitiva, el rasgo central de la empresa capitalista moderna, es su racionalidad formal, que se

apoya en su calculabilidad. Empresas aisladas basadas en el cálculo siempre existieron en el pasado de Occidente y otras civilizaciones. Sin embargo, sólo se considera que una sociedad es capitalista cuando las necesidades de la población se satisfacen a diario por métodos y empresas capitalistas. Tal sociedad sólo se encuentra, según Weber, en el mundo occidental, y sólo desde mediados del siglo XIX.

Con todo, el desarrollo de la economía racional del capitalismo moderno no se da aislada en las fábricas: sus cambios requieren la aparición simultánea de otros componentes económicos (maquinaria avanzada, sistemas de transporte, moneda, banca, sistemas de contabilidad,...), así como de otras instituciones sociales racionales: un Estado moderno con “administración profesional, funcionariado especializado y leyes basadas en el concepto de ciudadanía”, un derecho racional “elaborado por juristas e interpretado y aplicado racionalmente”, ciudades, y una ciencia y tecnología modernas. Pero, sobre todo, se requiere también una ética racional para conducirse en la vida,... una base religiosa para un orden de vida que, seguida coherentemente, debe conducir a explicitar el racionalismo”. En gran medida, para Weber los cambios culturales –no tanto o no tan solo los materiales- posibilitaron la consolidación de la economía capitalista moderna, concebida por él como la más genuinamente racional.

Este es el fundamento desde el que afrontaría el análisis de las profesiones. La revolución introducida por el protestantismo es, según él, haber hecho del trabajo profesional un Beruf, es decir, a la vez un oficio y una vocación, una nueva vía de salvación y con ello una manera de realizar, en el mundo y no más fuera del mundo, su vocación de cristiano.

72 La figura del experto de las organizaciones burocráticas tiende a encarnar, según Weber, en todas las

esferas de actividades “modernas”, la nueva legitimidad legal-racional que acompaña a la racionalización económica del mundo ¿Por qué el orden económico moderno engendra en sí la burocracia? Weber avanza numerosas razones convergentes. Primero porque la competencia en un mercado genera, al final, el monopolio. Cada uno quiere optimizar sus oportunidades de beneficios, como lo había percibido tan bien Adam Smith, no subsistiendo sino los que logran, por medio de coaliciones o innovaciones, controlar, anticipar, prever e incrementar sus oportunidades en detrimento de las de otros. En segundo lugar porque la racionalización general de la vida social da nacimiento a organizaciones cada vez más poderosas que adoptan la legitimidad legal-racional como principio dominante de funcionamiento. En fin, porque la interpenetración creciente de las esferas económicas, políticas y sociales favorece la difusión de un mismo modelo de racionalidad y de organización y acaba por imponer la figura del experto profesional que sustenta su competencia en sus diplomas y su legitimidad en la lealtad burocrática.

70

Ibídem. 71

Ibídem, p. 25. 72

Dubar, P. y Tripier, C. (1998): Sociologie des professions, Paris, Armand Colin, p. 111.

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5.1. El tipo ideal: la lógica burocrática

Entendido en términos exclusivos de tipo ideal, la estructura burocrática para Weber constituye una forma de dominación inevitable y necesaria, resultante del avance de la racionalidad en las sociedades modernas, a pesar de que dicho avance conlleve el “desencantamiento del mundo”, es decir, la infracción de algunos de los valores más característicos de la civilización occidental, como los que ponen de relieve la importancia de la creatividad individual, de la autonomía de la acción y, en definitiva, del carisma. En este punto, podría ser útil acentuar la dialéctica o, mejor, la ambivalente posición de Weber respecto de la burocracia y la burocratización: por un lado, considera la burocracia como la más eficiente forma de organización inventada por el hombre; por otro, Weber teme que esta máxima eficiencia que resulta de la creciente burocratización del mundo moderno constituya la máxima amenaza para la libertad individual y las instituciones democráticas de las sociedades occidentales.”

73

En la práctica, este modelo incluye un conjunto de elementos que nos resultan conocidos en muchas organizaciones contemporáneas, que Perrow sintetiza a partir del caso descrito por A. Gouldner en su libro Patterns of Industrial Bureaucracy

74:

1. “Igual trato para todos los empleados. 2. tener en cuenta solamente las habilidades, pericia y experiencia

relacionadas con el puesto de trabajo. 3. Ausencia de prerrogativas del puesto (…); es decir, se considera

que el puesto pertenece a la organización, no a la persona que lo desempeña. El empleado no puede utilizarlo para sus fines personales.

4. Criterios concretos de trabajo y productividad. 5. Implantación y cumplimiento de normas y regulaciones que

están al servicio de los intereses de la organización. 6. Reconocimiento de que las normas y regulaciones son de

obligado cumplimiento tanto para los directivos como para los empleados. Así, los obreros también pueden exigir a la dirección el cumplimiento de las condiciones del contrato.”

75

Al igual que ya se comentó para el caso de los tipos ideales de dominación, el modelo de la burocracia difícilmente se puede encontrar en estado puro en la realidad. Según Perrow, al menos por tres razones básicas: primero, porque se pretende algo imposible en la práctica: eliminar todas las influencias extraorganizativas sobre el comportamiento de los miembros de la organización. Ni las organizaciones tienen de manera tan clara definidos sus objetivos, ni sobre todo las personas se transforman en seres ajenos a sus experiencias e intereses particulares en su calidad de miembros de la organización. Segundo, porque este modelo, que se sustenta en una división del trabajo estable, la adquisición normalizada de destrezas técnicas y experiencia, y la planificación y coordinación formal, se crea para afrontar tareas estables y rutinarias, mientras que las organizaciones se tienen que enfrentar frecuentemente a cambios rápidos y situaciones impredecibles, ante los que el modelo burocrático pierde toda su eficacia. En tercer lugar, y en palabras de Perrow, “la burocracia, en su forma ideal, despierta unas expectativas irrealizables, porque las personas son sólo medianamente inteligentes, previsoras, sabias y enérgicas. Todas las organizaciones deben diseñarse para la persona <media> que solemos encontrar en un puesto de trabajo, no para las

73

Mommsen, W. (1971): "La sociología política de Max Weber y su filosofía de la historia universal", en Parsons, T. y otros: Presencia de Max Weber, Buenos Aires, Nueva Visión, pp. 26-27. 74

Gouldner, A. (1954): Patterns of Industrial Bureaucracy, Nueva York, Free Press. 75

Perrow, Ch. (1990): Sociología de las organizaciones, Madrid, MacGraw-Hill, p. 4.

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personas superdotadas.” Con todo, en sus formas imperfectas, la burocracia racional-legal se ha desarrollado desde la Edad Media, logrando su forma plena y generalizada sólo en el siglo XX.

76

Más allá de estas dificultades, lo cierto es que las elaboraciones del autor han permitido identificar, como pocos, la existencia de un “modo monocrático” de autoridad basada en principios de racionalidad legal. En esto consiste la “lógica burocrática” que Freidson considera la segunda de las tres grandes lógicas de las organizaciones y que se caracteriza por una división del trabajo diferenciada de la que se rige por las leyes del mercado:

“Cuando la autoridad racional-legal organiza el trabajo, normas escritas formales establecen los deberes de cada posición, ocupación o empleo así como las relaciones entre ellos. La organización de las posiciones es piramidal, estableciendo líneas claras de autoridad lideradas por el funcionario ejecutivo superior. Además, aunque esa división del trabajo organizada es racionalizada, no es fija. Puede ser alterada, pero ni los consumidores ni los trabajadores controlan dicho cambio. Cuando la ocasión lo demanda o se plantea una nueva concepción de la eficiencia, la autoridad administrativa es dotada de más poder dentro de los límites y por los medios especificados en las reglas formales para reconstituir las tareas que componen los trabajos y los títulos vinculados a ellas, para eliminar o revisarlas, y crear otras nuevas. Deberíamos esperar por tanto alguna inestabilidad en las especializaciones particulares o los empleos en la división burocrática del trabajo, pero dado que las reglas burocráticas protegen al personal, lo más probable es que éste sea más fácilmente asignado a trabajos diferentes en el curso de la reorganización a que pierdan sus empleos completamente. Así, los individuos no pueden siempre realizar cualquier especialización o conjunto de tareas, pero pueden sin embargo mantener la seguridad en el puesto en la división burocrática del trabajo.”

Aún así, la movilidad de trabajadores desde una posición especializada a otra dentro de las firmas es mucho menos frecuente que lo es en el caso del cambio de trabajo en un mercado libre. Ello se debe a que el número de trabajos posibles es mucho menor y sus límites son menos permeables porque están establecidos y mantenidos por un plan deliberado. Los límites jurisdiccionales entre tareas en una división del trabajo burocráticamente organizada están normalmente más especificados en detalles formales como descripciones del puesto en un marco de la organización, y no están sujetos a cambios sin el uso de procedimientos administrativos formales. La división del trabajo racionalizada es posible que sea considerablemente más definitiva y estable que cuando existe competencia entre trabajadores individuales en un mercado libre.

77

Obviamente, el modelo ha sido sometido a numerosas revisiones y críticas centradas en su inadaptabilidad y en sus implicaciones para los trabajadores sometidos a procesos de burocratización en su trabajo, pero tiene interés llamar la atención sobre sus implicaciones para entender el control organizativo propiamente hablando. Tomaremos como referencia para ello a Ch. Perrow, que defiende que, básicamente “la burocracia se ha convertido en un

76

Ibídem, pp. 4-5. 77

Freidson, E. (2001): opus cit.

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mecanismo, tanto en las sociedades capitalistas como no capitalistas, de concentración del poder en la sociedad y de legitimación o disfraz de esta centralización”

78. Según el autor,

“Por el momento, no podemos sobrevivir sin las grandes organizaciones, a menos que se produzcan cambios descomunales, destructivos y peligrosos. Las organizaciones movilizan recursos para lograr fines que con frecuencia se consideran esenciales e incluso deseables. Pero a la vez, las organizaciones concentran estos recursos en manos de unos pocos que son propensos a utilizarlos para finalidades que nosotros no aprobamos, para fines que ni siquiera conocemos, y lo que es más aterrador aún, para fines que se nos fuerza a aceptar dado que no nos sentimos capacitados para pensar en fines alternativos. Durante bastante tiempo se ha dejado la investigación de estas temibles posibilidades a los escritores, periodistas y líderes políticos radicales. Ya es hora de que los teóricos de las organizaciones comiencen a utilizar su experiencia para descubrir la verdadera naturaleza de la burocracia, lo que exigiría una mejor comprensión tanto de las virtudes de la burocracia como de sus aún inexplorados peligros.”

79

Una dimensión central que nos va a ocupar, en este sentido, es la imposición de la EFICIENCIA como criterio central de orientación del trabajo, algo que, como ya comentamos en el caso de la libre competencia, reaparece y se renueva constantemente en las sociedades contemporáneas para justificar determinados tipos de políticas laborales, y no ya sólo en el ámbito de las “especializaciones manuales”, sino también en el de las “discrecionales”, es decir, específicamente en el ámbito de la organización del trabajo profesional, donde, como podremos ver, las líneas de cuestionamiento del “profesionalismo” amparadas en la idea de que sean el “consumo” y la demanda (y no las propias disciplinas) los que determinen la validez de una oferta determinada de servicios también en no pocas ocasiones se han visto reforzadas por el cuestionamiento de la “eficiencia” del conocimiento y el trabajo profesionales.

6. La división del trabajo regulada como fuente de solidaridad: É. Durkheim

Volviendo a retomar a Freidson, el autor plantea que “como Smith, Durkheim se preocupó de la división del trabajo no tanto por sí misma sino para otros propósitos.” Para Durkheim, el problema del significado social y de los efectos de la división del trabajo era ineludible para la Sociología y, de hecho, constituía uno de los ejes principales de las reflexiones de los más importantes pensadores de su época. Durkheim vincula, en "La división del trabajo social", los fenómenos derivados de la especialización y diferenciación del trabajo en la sociedad a la interpretación del problema de la crisis y la desorganización social y moral imperantes en la sociedad francesa de aquellos años, pero aporta una lectura de estos fenómenos rotundamente enfrentada a las tesis críticas del romanticismo conservador, del socialismo y del utilitarismo, que situaban en el centro de los problemas la propia división del trabajo.

Su diagnóstico de los problemas de su tiempo va a ser muy similar, en el punto de partida, al de Saint-Simon y Comte en un aspecto crucial: la crisis remitía a la desorganización de las ideas y la moralidad, así como a la inexistencia de un orden moral positivo, y la solución a este vacío normativo se encontraría gracias a la Sociología, que debía ocuparse de buscar las leyes sociales propias de las sociedades modernas y su internalización por todos y cada uno de los miembros de la sociedad. Esta labor de búsqueda de las leyes sociales la vincula al análisis de la historia de la división del trabajo en las distintas sociedades, ya que considera que, precisamente, la fuente de la nueva moral en las sociedades modernas viene dada por este proceso.

Este interés por las “leyes sociales” no es ajeno, finalmente, a la confrontación con el utilitarismo

representado, entre otros, por H. Spencer y el mismo A. Smith. Según Freidson, Durkheim “llamó la atención sobre la

78

Perrow, Ch. (1990): opus cit., p. 6. 79

Ibídem, p. 7.

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idea de que Spencer hablaba de la división del trabajo como una precondición para la posibilidad de relaciones de intercambio y contractuales y así en algún sentido era anterior a, e independiente de, acuerdos sociales establecidos y organizados. Durkheim defendía precisamente lo contrario, y no se dedicó mucho a un examen estricto y a la articulación del concepto de división del trabajo sino a considerar los tipos de regulación y cohesión social que presuponía.” La misma idea sería planteada frente al liberalismo puro de A. Smith, al que ya nos hemos referido, defendiendo que sin organizaciones y sin “derecho restitutivo” que regula la propiedad, el trabajo y los derechos y obligaciones contractuales de los protagonistas de la vida económica el propio mercado no podría funcionar con estabilidad: “Durkheim insistía en que la división del trabajo era regulada socialmente, no un mero agregado de intercambios contraídos individualmente. Aunque esta posición obviamente implica algún tipo de organización social o de estructura más allá de la libre competencia, él no discutió dicha organización más allá de los términos más generales.”

80

Sus principales aportaciones las realiza en su obra La división del trabajo social81

, en un marco netamente evolucionista, tratando de emular las tesis darwinistas sobre la evolución de las especies y trasladándolas al estudio de la "evolución de las sociedades", si bien en ningún caso asume estas analogías como fruto de un biologicismo ciego

82. Así, contrapone dos modelos de sociedades en función del grado de complejidad de la división del trabajo y a

las que asigna un modo determinado de "solidaridad social", esto es, de cohesión en torno a las normas morales:

1) Las sociedades primitivas compartían una escasa división del trabajo, estaban cerradas en sí mismas, tenían una estructura social escasamente compleja y carecían de grupos secundarios entre el individuo y la sociedad global, no existiendo distinción entre lo público y lo privado. A estas sociedades corresponde la "solidaridad mecánica": las creencias y sentimientos de cada uno de los miembros de la sociedad están rigurosamente reglamentados por la conciencia colectiva; las reglas se aplican a todos por igual (los uniformizan), se aceptan las creencias del grupo de forma inconsciente, sin que se ponga en duda si son buenas o malas. Se justifica por el hecho de la inexistencia de división del trabajo: todos los individuos hacen tareas similares y a ello se supone que corresponde una conciencia colectiva que sólo contempla las semejanzas.

2) Las sociedades complejas están compuestas, en palabras de Durkheim, "...por un sistema de órganos diferentes, cada uno con su función especial, y formados, ellos mismos, de partes diferenciadas. A la vez que los elementos sociales no son de la misma naturaleza, tampoco se hallan dispuestos de la misma forma. (...) se hallan coordinados y subordinados unos a otros, alrededor de un órgano central que ejerce sobre el resto del organismo una acción moderatriz"

83. Lo característico es la diferenciación; entre el individuo y la sociedad se interponen grupos

secundarios organizados en torno a las tareas que realizan y que imponen disciplinas propias sobre éstos. Por ello, el contenido de la conciencia colectiva ha de ser diferente del de las sociedades primitivas. Se distingue entre lo individual y lo colectivo, y el tipo de solidaridad que se establece es la "solidaridad orgánica", que lleva implícita la exigencia de que se construya el consenso moral a raíz de las situaciones diferenciadas. Cada individuo está más especializado y es más autónomo respecto al grupo, pero ello no le exime en ningún caso de que se produzca una necesaria aceptación de los valores de la sociedad como un todo.

Para el autor, por tanto, “la división del trabajo en la sociedad es un hecho social material que indica el grado en que las tareas o las responsabilidades se han especializado (...). Los cambios en la división del trabajo han tenido enormes implicaciones para la estructura de la sociedad, y algunas de las más importantes se reflejan en las diferencias entre los dos tipos de solidaridad: mecánica y orgánica. Su interés al abordar la cuestión de la solidaridad era descubrir lo que mantenía unida a la sociedad.”

84. El nacimiento de la división del trabajo permite a las personas y

a las estructuras sociales creadas por ellas cooperar, en lugar de entrar en conflicto, lo que hace más probable a su

80

Freidson (2001): opus cit. 81

Durkheim, É. (1982): La división del trabajo social, Madrid, Akal. 82

Ibídem, pp. 162 y 192. 83

Ibídem. 84

Ritzer, G. (1993): Teoría sociológica clásica, Madrid, MacGraw-Hill, p. 210.

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vez la coexistencia pacífica. Además, el aumento de la división del trabajo produce una mayor eficacia, lo que produce un aumento de recursos que hace que más y más gente pueda vivir en paz.”

85.

El gran problema de su tiempo viene dado, precisamente, por la necesidad de construir la solidaridad orgánica a partir de la especialización de las personas y de su necesidad de los servicios de otras muchas y para ello se hace necesario que la Sociología acometa decididamente el estudio de las normas morales. La crisis de su época no provenía, a su juicio, por tanto, de la existencia de una división del trabajo que generaba intereses enfrentados entre los individuos y las clases sociales, como postulaba el marxismo, sino que lo que ocurría era que, al basarse la cohesión social en las sociedades complejas en mecanismos y procesos diferentes a los de las sociedades primitivas, y sobre todo, al tener que construirse la solidaridad, ello requería el consenso entre los individuos. Es Durkheim, por tanto, el autor que otorga a la división del trabajo un papel crucial y positivo en el pensamiento social:

"He aquí lo que forma el valor moral de la división del trabajo. Mediante ella, el individuo toma consciencia de su estado de dependencia con respecto a la sociedad; de ella provienen las fuerzas que lo retienen y contienen. Resumiendo, puesto que la división del trabajo se vuelve la fuente eminente de la solidaridad social, se vuelve, al mismo tiempo, la base del orden moral"

86

En este sentido, al autor no le preocupan en concreto formas históricas determinadas de la división del trabajo, sino que su intento teórico apunta a demostrar -por encima de cualquier otra consideración- el carácter generalmente solidario de la división del trabajo

87. Este marco evolucionista le permite afirmar la necesidad histórica

de la división del trabajo y, por tanto, su inevitabilidad. Con todo, para Durkheim también es perfectible, mejorable, la división del trabajo; en particular, considera que se pueden presentar situaciones "anómicas" que impiden o dificultan la consecución de la solidaridad orgánica. Precisamente la crisis de su época la consideraba como una de esas situaciones anómicas: la solución a la misma estribaba, entonces, en acabar con la anomia y no con la división del trabajo, como propugnaba el marxismo. Una de estas formas anómicas son las situaciones en las que las normas vigentes obstaculizan o impiden el proceso de creación de división del trabajo y de solidaridad. Este es el caso de la existencia de clases sociales que permiten una división forzada del trabajo no a partir de las capacidades de cada uno, sino por su origen social heredado

88. Las revueltas obreras, los conflictos, las crisis comerciales derivan de esas

patologías, y se podrían evitar mediante la asimilación por las partes de nuevas ideas morales para equilibrar los intereses en conflicto.

Dentro de este análisis, defiende la necesidad de un alto grado de organización de la sociedad civil en "grupos secundarios", en particular grupos profesionales o corporaciones, formados por “todos los agentes de una misma industria reunidos y organizados en un mismo cuerpo”: el papel vinculante en la sociedad moderna sólo se puede dar si las asociaciones ocupacionales se desarrollan suficientemente. “Por constituir cuerpos intermedios entre el individuo y el Estado, son las únicas que pueden establecer una regulación moral en el caos de la actividad económica. En realidad, cuando Durkheim adjudica a estas asociaciones ese protagonismo para generar solidaridad, lo que tiene in mente son las corporaciones profesionales, que tienen capacidad institucional de administrar la práctica de sus miembros sobre la base de códigos de conducta y establecer responsabilidades ante la comunidad, prácticas que no se dan en la industria ni en el comercio donde cada uno defiende sus intereses individuales”

89.

En el Prefacio a la segunda edición de La división del trabajo social, Durkheim resalta el papel que las agrupaciones profesionales estaban llamadas a jugar en la organización social. El punto de partida de su análisis es la ausencia de regulación jurídica y moral en la vida económica en su tiempo, una regulación que, sin embargo, existía en las profesiones clásicas (abogado, magistrado, soldado, profesor, médico, sacerdote,…), pero no entre patronos y

85

Ibídem, p. 214. 86

Durkheim, É. (1982): opus cit., p. 338. 87

Ibídem, pp. 199-292. 88

Ibídem, pp. 323-329. 89

Finkel, L. (1996): opus cit., p. 22.

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empleados, obreros y jefes de la empresa, ni entre industriales que competían entre sí.

Los conflictos industriales derivaban, entonces, de la ausencia de una regulación que expresara esencialmente las necesidades sociales colectivas (más allá de los apetitos individuales). Para que terminara dicha situación “es preciso, pues, que exista, que se forme un grupo en el cual pueda constituirse el sistema de reglas que por el momento falta”

90. No es el Estado, o la “sociedad política”, el que debe dar pié a esta regulación en la vida

económica, dada la tendencia a su especialización (“la actividad de una profesión no puede reglamentarse eficazmente sino por un grupo muy próximo a esta profesión, incluso para conocer bien el funcionamiento, a fin de sentir todas las necesidades y poder seguir todas sus variaciones”

91). Un problema de su tiempo viene dado por la

disolución de las antiguas corporaciones y su sustitución por los sindicatos, bien de patronos, bien de obreros. Estos sindicatos no juegan el papel de las corporaciones gremiales por diversas razones:

- Un sindicato es una asociación privada sin autoridad legal, desprovista, por lo tanto, de todo poder reglamentario.

- Puede haber un número ilimitado de sindicatos dentro de una industria.

- No se federan ni se unifican, ni contienen elementos de identidad que expresen la unidad de la profesión en su conjunto.

- Entre los sindicatos de patronos y empleados no hay contactos regulares.

- No existe una organización común que los aproxime sin hacerlos perder su individualidad y en la que puedan elaborar en común una reglamentación que, fijando sus mutuas relaciones, se impongan a los unos y a los otros con la misma autoridad.

La solución para Durkheim es la recuperación de la corporación, como “un grupo definido, organizado”, como una “institución pública”, que puede jugar una gran influencia moral:

“Lo que ante todo vemos en el grupo profesional es un poder moral capaz de contener los egoísmos individuales, de mantener en el corazón de los trabajadores un sentimiento más vivo de su solidaridad común, de impedir aplicarse tan brutalmente la ley del más fuerte a las relaciones industriales y comerciales”

92

Resalta su papel en la configuración de una identidad colectiva que permite “desprenderse” a los individuos que lo conforman de sus intereses particulares: “es imposible que los hombres vivan reunidos, sostengan un comercio regular, sin que adquieran el sentimiento del todo que forman con su unión, sin que se liguen a ese todo, se preocupen de sus intereses y los tengan en cuenta en su conducta”

93.

En definitiva, Durkheim en Francia sienta las bases de un análisis positivo de la división del trabajo y, dentro de ésta, de las corporaciones, resaltando su funcionalidad reguladora de la vida económica en particular y, por ello, de la propia sociedad. Sin embargo, estamos de acuerdo con Freidson cuando llama la atención sobre algunas interpretaciones que atribuyen al autor un papel central de los grupos profesionales concebidos aisladamente:

“Ha habido muchas interpretaciones erróneas de la posición de Durkheim, algunas debidas a la confusión derivada del particular uso de la palabra “profesión” en inglés y francés –el sentido general referido a todo tipo de ocupación- con otro más limitado en el uso inglés –el sentido específico que

90

Durkheim, É. (1982): opus cit. 91

Ibídem. 92

Ibídem. 93

Ibídem.

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refiere exclusivamente a ocupaciones particulares prestigiosas, distinguidas por el carácter artístico o intelectual de quien las desempeña, o por su posición social. Durkheim tenía en mente claramente sólo la ocupación en general y no lo que, en francés, se denominan profesiones liberales. Otra fuente de error en la interpretación aparece vinculada a concebir las recomendaciones de Durkheim para reorganizar la división del trabajo como dependencia de asociaciones estrictamente ocupacionales como los antiguos gremios o las actuales asociaciones profesionales del tipo de la British Medical Association y los sindicatos médicos de Francia. Pues, al contrario, él oponía los programas del “sindicalismo administrativo” que dependían aisladamente de las organizaciones de trabajadores, y explícitamente incluía a los trabajadores y empresarios en la misma unidad de “autogobierno”. No apoyaba la organización de la división del trabajo por agrupamientos ocupacionales exclusivos como los gremios, uniones y asociaciones de los oficios y las profesiones.

De hecho, Durkheim tenía una concepción singularmente vaga de la ocupación en sí. De toda su retórica acerca de las ocupaciones como grupos con el potencial de desarrollar un cuerpo ético común, uno no puede encontrar fuentes en su trabajo que permitan concebirlas como colectividades organizadas viables. Él incluía en su discusión a los trabajadores semi-cualificados que realizaban especializaciones mecánicas, limitadas y, como Friedmann (1964: 68-81) afirmó, ofreció algunas recomendaciones excesivamente dudosas para darles importancia en su obra. Con todo, él no aporta una fundamentación viable ni por su propia visión, que es reunir dirección y trabajo en las industrias, ni por la capacidad de pensar en una división del trabajo verdaderamente controlada por la ocupación. Sin embargo, él, como Marx, representa un precedente para el interés por la idea.”

94

6.1. La tercera lógica: el profesionalismo

Aunque no fue Durkheim el que defendiera el establecimiento de un modelo “profesional” de organización del trabajo, sin embargo sus aportaciones nos sirven de antesala para la acaracterización de lo que Freidson denomina la “tercera lógica de organización de la división del trabajo”: la división ocupacional del trabajo, típica del profesionalismo, “en la que los trabajadores por sí mismos más que los consumidores o los administradores determinan qué tareas realizarán y la relación de la especialización con las demás.”

95 Este modelo, que no ha sido

tenido en cuenta en los análisis del trabajo y las organizaciones, se diferencia de los anteriormente estudiados:

“Bajo las condiciones de la libre competencia perfecta, los consumidores son soberanos. Son ellos los que tienen el dinero o los bienes de los que depende el trabajador para vivir y quienes, en ausencia de todo límite a sus opciones, pueden decidir qué bienes y servicios demandan, qué trabajo emplear para producirlos, y qué están dispuestos a pagar. El contenido y la estructura de la división del trabajo que produce dichos bienes y servicios son creados por la empresa competitiva de trabajadores que buscan ganarse la vida satisfaciendo las demandas del consumidor. En una división del trabajo controlada burocráticamente, por un lado, una autoridad directiva y un staff administrativo deciden qué trabajo debería realizarse y cómo se repartiría entre puestos. Muy diferente de ambas es una división del trabajo

94

Freidson, E. (2001): opus cit. 95

Ibídem.

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controlada ocupacionalmente. Las especializaciones se estabilizan como ocupaciones distintas cuyos miembros tienen el derecho exclusivo de realizar las tareas vinculadas a ella. Ocupaciones funcionalmente relacionadas negocian entre sí los límites o jurisdicciones de las especializaciones que pueden ofrecer y realizar sus miembros, a menudo con alguna ambigüedad cuando las tareas se superponen. Aunque los consumidores o administradores tendrían realizadas las tareas vinculadas a esas especializaciones, no serían libres para emplear a cualquier trabajador disponible, ni a los mismos trabajadores formados para el propósito. De hecho, deben recurrir a miembros auténticos de la ocupación. Las ocupaciones mismas determinan qué cualificaciones se requieren para realizar tareas particulares y controlan los criterios de los procedimientos de licencia o acreditación que son reforzados por el estado. Una división del trabajo controlada ocupacionalmente puede tener una estructura horizontal de ocupaciones en cooperación trabajando en paralelo en tareas relacionadas entre sí, y una estructura vertical en la que algunas ocupaciones tienen autoridad sobre otras, o ambas, dependiendo de los fines productivos especiales de una división del trabajo que establece límites técnicos o funcionales, aunque móviles, en torno a lo que es posible. En el tipo ideal, la autoridad de una ocupación sobre otras se basa no en su estatus económico o administrativo, sino más bien en el contenido y el carácter de su pericia y la relación funcional de esa pericia con la de los demás.”

Las jurisdicciones se negocian entre las ocupaciones relacionadas, siendo la organización de la división del trabajo resultante más jerárquica que la fundada en la libre competencia y más difícilmente transformable, incluso, que en los casos de jerarquía burocrática. El grado de división del trabajo y el número de especializaciones organizadas como ocupaciones es inferior al que se puede establecer en las otras dos lógicas. Las jerarquías internas serán débiles y menos diferenciadas, con menor grado de control. La base de legitimación de esta jerarquía será expresamente funcional, fundada en conocimientos y habilidades especializados. En síntesis, así se pueden caracterizar los tres modelos: Tabla 2. Diferencias en la división del trabajo según la base del control (Freidson, 2001)

Bases del control

Proporción de ocupaciones diferentes

Permanencia de las ocupaciones

Grado de diferenciación

Tipo predominante de Especialización

Mercado libre Burocracia Ocupacional

Alta Media Baja

Baja Media Alta

Bajo Alto Medio

Cotidiano Mecánico Discrecional

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